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UNA GRAN SEÑAL APARECIÓ EN EL CIELO

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UNA GRAN SEÑAL

APARECIÓ EN EL CIELO

“Yo te bendigo, padre señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sa-bios y prudentes, y las has revelado a los pequeños.” (lc. 10,21) “Esta premura de cantar todas las rosas de mi amor es un afán de darte flor antes que el sol vaya a pasar.”

Tomado de la primera estrofa de la poesía titulada – Tiempo de Amor - Esther M.. Allison.

Ábside, México, 1946, 293 pp.

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¡Esa morena hermosa de la tan dulce mirada

te llega tan hondo al alma que te conmueve por siempre!

Bella niña mexicana

que mensaje nos trajiste: humildad, amor, dulzura,

todo eso tu enseñaste.

¿Cómo ser merecedores Morenita tan querida

de ese amor tan increíble que a raudales nos dejaste? nuestra vida consagrarte sin reservas ni medida,

esperando con gran gozo el momento de encontrarte.

Eugenia Ayala de A.

Agradecemos al Pbro. Lic. Alfredo Ramírez Jasso el habernos asesorado para realizar esta obra literaria que fue inspirada por nuestra Ma-dre Santa María de Guadalupe, y a la Sra. Elvira Araiza Velázquez, Responsable de la Biblioteca “Lorenzo Boturini” de la Basílica de Guadalu-pe, por sus muy atinadas correcciones para ac-tualizar esta obra, a quienes intervenimos en la escritura de este libro.

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Rostro de la Virgen de Guadalupe.

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INTRODUCCIÓN

Han pasado 31 años (1976) desde el día en que el Abad de Guadalupe me pidiera asesorar a un grupo de señoras que se reunían los mar-tes en un domicilio de la colonia Del Valle. Desde el principio descubrí el entusiasmo de ellas por conocer y dar a conocer la devoción a la Virgen de Guadalupe. Yo les comuniqué mis conocimientos acerca del tema que siempre me ha apasionado: el “evento guadalupano”, estu-diado bajo todos los aspectos y esto suscitó en ellas el deseo de ir más allá y publicar un pe-queño libro que sin ser un texto “científico” cumpliera la misión de llegar a la gente de to-dos los estratos, especialmente a la gente senci-lla que carece de los tecnicismos de los “sa-bios” y a quienes cansaría un pesado aparato crítico, cargado de citas que haría muy pesada su lectura.

Así nació este librito titulado “Una gran se-ñal apareció en el Cielo”. Los temas son breves y variados, pudiéndose leer sin el orden acos-tumbrado; hay que reconocer también la origi-nalidad de algunos de ellos, nunca tratados a nivel popular.

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El libro gustó mucho, al grado de haberse publicado 12,000 ejemplares en tres ediciones consecutivas. Desde su primera impresión has-ta la fecha, han pasado muchos acontecimien-tos, siendo de notable importancia las visitas de S.S. Juan Pablo II al Tepeyac. El Papa mani-festó en varias ocasiones que su primera visita a la Virgen Morena, le inspiró su apostolado pontificio y lo convirtió en el peregrino del mundo, que caracterizó su pontificado. Como consecuencia natural de su cercanía con la fe de los mexicanos, íntimamente ligada a la Guada-lupana, se logró la canonización de Juan Diego, el vidente del milagro, y fueron llevados a los altares muchos mártires mexicanos.

Juan Diego simboliza al pueblo marginado, al empobrecido por los poderosos, al despre-ciado por los grandes de este mundo; su cano-nización tiene valor de la reivindicación del marginado en todos los tiempos, también y principalmente del pobre de hoy. Santa María de Guadalupe se presenta como la Madre que crea un entorno de amor, de protección y de entusiasmo para salir adelante, con la seguridad de reencontrarse a sí mismos los “moradores de esta tierra”.

A petición de muchos lectores, especialmen-te de los mexicanos que viven en Estados Uni-dos de Norte América, se presenta ahora la

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cuarta edición; ésta, al igual que las anteriores, tiene como fuente principal el documento de D. Antonio Valeriano, escrito en idioma náhuatl (1555-56) titulado Nican Mopohua, maravilla, no solo del idioma náhuatl sino de toda la cosmogonía indígena prehispánica, en-riquecida con el pensamiento cristiano fruto de las evangelización fundante del siglo XVI. El documento citado es una muestra única y ad-mirable de la inculturización del evangelio en el Nuevo Mundo.

Este libro prescinde de toda la polémica suscitada en torno al evento guadalupano, por considerar dicha polémica fuera de la finalidad que se propuso desde el inicio: encontrar en Santa María de Guadalupe la síntesis de nuestra identidad, tan amenazada por tantas influencias ajenas que no solo nos alejan de Dios, sino también de nuestra esencia de mexicanos. En consecuencia con esta finalidad, en este libro se encontrarán a sí mismos los mexicanos que habitamos esta Patria y también aquellos que se encuentran lejos y a quienes fuertemente la Virgen Morena, como Madre que lo es también de ellos, para quienes se extiende, especialmen-te amoroso, el manto de Santa María de Gua-dalupe.

Pbro. Lic. Alfredo Ramírez Jasso Ciudad de México, marzo del 2007

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HACIENDO UN POCO DE HISTORIA

Así como el cristianismo tuvo su origen en un humilde establo y fueron pastores sencillos los primeros en rendir su homenaje de adora-ción al niño Jesús, en México el culto a la Santí-sima Virgen de Guadalupe comenzó en una pequeña ermita donde fueron labradores, sali-neros y pescadores los primeros en presentar las ofrendas de la tierra

Acostumbraban los indígenas perpetuar los hechos notables no solo con pinturas sobre pieles o papel de maguey, sino también por medio de cantares.

Así encontramos que la primera manifesta-ción de los sucesos Guadalupanos están relata-dos en el “teponazcuicalt” (Cantar al son del teponaztle), llamado por el P. Mariano Cuevas “EL PREGON DEL ATABAL”, atribuido a Francisco Placido, señor de Azcapotzalco; se cantó por vez primera días antes del traslado de la imagen de la Virgen de Guadalupe a su pri-mera ermita, el 26 de diciembre de 1531, para invitar al pueblo a dicho acto.

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A este mismo autor se le atribuye también “El Cantar del Tlatohuani”, que era más exten-so y relataba las cuatro apariciones, pero se perdió.

En los primeros escritos donde se hace mención de este suceso extraordinario, el Padre Mezquía asegura haber visto y leído una rela-ción hecha por el obispo Zumárraga a los fran-ciscanos, este documento se conserva en el convento de Victoria, España.

Hay también un fragmento del sermón pro-nunciado por fray Alonso de Montúfar, Teólo-go dominico y segundo arzobispo de México, donde, haciendo alusión al hecho sorprendente de la aparición de la Guadalupana, exclamó, ci-tando a San Lucas: “Dichosos los ojos que ven lo que veis, porque os digo que muchos profe-tas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, pe-ro no lo oyeron”. Bernal Díaz del Castillo en su “Historia Verdadera de la Nueva España” menciona en dos ocasiones a la Virgen de Guadalupe. La primera, al final del capítulo CL, donde dice: “Mandó Cortés a Gonzalo de San-doval que dejase aquello de Ixtapalapa y fuese por tierra a poner cerco a otra calzada que va desde México a un pueblo que se dice Tepea-quilla, a donde ahora llaman Nuestra Señora de Guadalupe, donde hace y ha hecho muchos y

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admirables milagros… Y, en el Cáp. CCX “Y la santa casa de Nuestra Señora de Guadalupe, que está en lo de Tepeaquilla, donde solía estar asentado el real de Gonzalo de Sandoval, cuan-do ganamos a México, y miren los santos mila-gros que ha hecho y hace de cada día, y dé-mosle muchas gracias a Dios…”.

Don Juan Suárez de Peralta, nacido en México, en 1535 y que fue alcalde Mayor de Cuautitlán en 1556, menciona también en sus memorias a nuestra Señora de Guadalupe, y comenta “que se apareció entre unos riscos, que es muy milagrosa y que a esa devoción acude toda la tierra”.

En varios testamentos los testadores dejaron fondos para la aplicación de misas en la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe, siendo uno de los más antiguos el de Bartolomé López, que data de 1537.

Curiosamente pasaron más de cien años an-tes de que hubiera información escrita más precisa respecto a las apariciones guadalupanas.

En el año de 1663, con motivo de haber so-licitado a Roma la Misa y Oficios propios de la Virgen de Guadalupe, el Doctor Francisco de Siles fue notificado que aunque se habían pre-sentado algunas cartas y papeles ante Su Santi-

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dad y la Congregación de Ritos era necesario que fueran testificadas ciertas circunstancias y examinados los testigos del milagro, para lo cual se enviaría un interrogatorio.

Dada la tardanza en recibir de Roma el mencionado interrogatorio Don Francisco de Siles llevó a cabo lo que se conoce como las “Informaciones de 1666”, dónde se llamó a de-clarar bajo juramento a 23 personas, 8 indios (casi todos entre 80 y 100 años de edad), y 15 españoles.

Por el hecho de haberse adelantado a reali-zar las informaciones, la Congregación de Ritos de Roma, las reconoció como canónicas hasta el año de 1895.

La primera relación escrita que se conoce sobre las apariciones es la de Don Antonio Va-leriano, sobrino del Emperador Moctezuma, quien junto con su tía, la princesa Papatzin, fue de los primeros indígenas que recibieron el sa-cramento del bautismo en el año de 1524, y fue contemporáneo de Juan Diego. A su muerte, su manuscrito pasó a don Fernando de Alba Ix-tlixóchitl, quien hizo una nueva versión de su contenido, y lo dio a Sigüenza y Góngora.

Estos documentos estuvieron después en el colegio de San Pedro y San Pablo, de allí pasa-

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ron a la Universidad. Pero durante la guerra de 1847 desparecieron muchos papeles de la Uni-versidad, entre ellos estos manuscritos, se dice que se conservan en el Departamento de Esta-do en la ciudad de Washington, Estados Uni-dos.

En realidad, estos fueron los manuscritos originales de donde se han documentado los múltiples historiadores guadalupanos, entre ellos el Dr. Luís Lasso de la Vega, quien en 1649 publicó su versión conocida como el “Ni-can Mopohua”, por ser las palabras con las que comienza su relato, mismo que fue traducido al castellano en 1926 por el Lic. Primo Feliciano Velázquez.

Son muchas las versiones, numerosos los li-bros, pero una sola realidad: María bajo una y otra vez al Tepeyac, del cielo al cerro; del mon-te al valle, en persona a Tolpetlac, y en Imagen a México.

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Cruz Atrial.

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MÉXICO EN VÍSPERAS DE LA CONQUISTA

Ciertamente los aztecas tenían fama de ser un pueblo de valientes guerreros, cuyas tradi-ciones y costumbres son herencia de los mitos de sus antepasados, los olmecas, toltecas y teo-tihuacanos, de quienes también habían tomado el patrón urbano de Teotihuacan, cuna de la primera civilización del Altiplano. Por lo tanto es necesario profundizar un poco en su historia para poder comprender su situación a la llegada de Hernán Cortés y acompañantes españoles.

A fines del siglo XII y principios del XIII los “mexicas o aztecas” (venidos de Aztlán, o lugar de las garzas) entraron al Valle de México, llegaron con otros emigrantes provenientes de diferentes regiones quienes destruyeron el im-perio tolteca y se asentaron sobre sus ruinas. Casi la totalidad del Valle estaba ocupado por pueblos descendientes de los antiguos teo-tihuacanos junto con los formados por los re-cién llegados, así que se establecieron los “mexicas” en Chapultepec. Al poco tiempo fueron atacados por los culhuas pero al perder la batalla, y llevados prisioneros hasta Cul-huacán; les dieron unas tierras cerca de Tizapán

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para que las habitaran. Sus captores sabían que esas tierras eran inhóspitas llenas de toda clase de animales ponzoñosos, pero ellos se alegra-ron de ver las serpientes, que se comieron gus-tosos e hicieron de esa tierra su pueblo.

Después de algún tiempo de vivir allí, se re-fugiaron en un islote del lago de Texcoco don-de, según la leyenda religiosa, encuentran un águila comiéndose una serpiente parada en un nopal, símbolo para ellos del sitio elegido para establecerse. Se llaman así mismo “mexicas” (los nacidos de la nopalera, del tunal). El centro ceremonial lo denominan Tenochtitlan, en memoria del sacerdote Tenoch, quien los guió en su peregrinar hacia esas tierras.

Pasaron muchos trabajos para subsistir, pues rodeados como estaban de agua salobre, no tenían agua para beber; se alimentaban con hierbas y ajolotes, además se encontraban ro-deados de enemigos. Pero su fe, tenacidad y va-lor pronto hizo de ellos un pueblo temible y poderoso.

De Culhuacán reciben su primer monarca descendiente de la realeza tolteca, y es hasta el reinado de Moctezuma I cuando se consolida el llamado “Imperio Mexica”.

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Moctezuma I no fue sólo un gran conquis-tador sino también un gran organizador del nuevo estado. Hizo venir a los mejores arqui-tectos del reino vecino de Chalco para edificar su ciudad y las antiguas chozas fueron reempla-zadas por edificios de piedra construidos con un plan general. Cuando en 1502 Moctezuma II es electo emperador las fronteras del imperio se habían extendido hacia el sur, hasta lo que actualmente es Guatemala; el norte nunca les interesó porque no eran tierras fértiles y no ofrecían mucho trabajo (para ellos el trabajo divinizaba), así que optaban siempre por aque-llas empresas difíciles, que ofrecían más obstá-culos.

En cuanto a sus mitos religiosos, de los Ol-mecas recibieron la idea de la divinidad repre-sentada en el “Jaguar” –animal que dominaba la selva, representante al mismo tiempo de lo bello y lo terrible- (la vida y la muerte) dada su belleza y ferocidad mortífera.

De los teotihuacanos reciben el culto a Quetzalcoatl (quetzal: pájaro, espíritu, cielo; co-atl; serpiente, tierra, materia), personaje legen-dario identificado con el sol.

Así encontramos sus pensamientos filosófi-cos, como el ser y no ser, la vida y la muerte,

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materia y espíritu para ellos no eran elementos contradictorios sino componentes de las cosas.

Teniendo ideas muy precisas de sus deida-des Teotihuacan era el lugar donde los hom-bres se convierten en dioses. En la versión de los Anales de Cuautitlán vemos que Quetzalco-atl marcha hacia el oriente y que al llegar a la costa se incinera. Dice así esta parte del relato:

Y cuando terminó ya de quemarse Quetzal-coatl, hacia lo alto vieron salir su corazón y, como se sabía, entró en lo más alto del cielo. Así lo dicen los ancianos: se convirtió en estre-lla, en la estrella que brilla en el alba.

Quetzalcoatl, símbolo del bien, vence a Tez-catlipoca disputándose el favor de todos los hombres. Y, al no recibir el culto de los hom-bres, Tezcatlipoca decide que éstos no existan más y extermina toda la humanidad.

Pero Quetzalcoatl desciende al mundo de los muertos y en un descuido de Mictlantecutli (guardián de esos lugares) roba huesos huma-nos y les da nueva vida con su propia sangre. De allí el compromiso de los hombres con Quetzalcoatl, el sol. (Si nosotros los cristianos hemos sido redimidos por la sangre de Cristo, el antiguo mexicano fue vuelto a la vida por la sangre de Quetzalcoatl). Esto provoca el enojo

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Quetzalcoatl (quetzal: pájaro, espíritu, cielo; coatl: serpiente, tierra, materia personaje le-

gendario identificado con el sol.

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de Tezcatlipoca, quien se venga de él haciéndolo que se embriague en forma indeco-rosa, (la embriaguez estaba permitida única-mente en la fiesta de los dioses y era una forma de entrar a la divinidad con el néctar sagrado –pulque- fuera de estas ocasiones, embriagarse se castigaba hasta con la muerte). Quetzalcoatl expiará su culpa arrojándose a una hoguera (muerte del sol en el crepúsculo), pero antes promete a los hombres regresar y establecer nuevamente el reino del bien, en el año I ACATL (I CAÑA) O SEA EL QUINTO SOL.

Como eran expertos en astronomía y ma-temáticas, llevaban ordenadamente su calenda-rio, median el tiempo dividiendo el año en 18 meses de 20 días cada uno; cada mes se dividía en 4 semanas de 5 días cada una, los 5 días que sobraban al año, como no pertenecían a ningún mes, los acomodaban a su antojo cada año; eran los llamados días “fatídicos”. Su ciclo de tiempo eran 52 años, coincidiendo con la apari-ción de un cometa que se hacía visible cada 52 años, y era para ellos un verdadero cataclismo que asociaban con el exterminio de la humani-dad vaticinado por Tezcatlipoca; es por eso que al acercarse el término de cada ciclo (52 años) oficiaban ceremonias religiosas anticipando su muerte y al comenzar el nuevo ciclo en-

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contrándose aún con vida seguían grandes fies-tas.

De este mito quedaron dos ideas:

1.- GRATITUD del hombre a la divinidad por haberle vuelto a la vida con su propia san-gre y

2.- La espera del regreso de Quetzalcoatl, para que así triunfe el bien.

Los teotihuacanos eran gente culta; no eran guerreros, por eso ofrecían frutos de la tierra a sus dioses. En el siglo VII de nuestra era des-aparece esta cultura al ser conquistados por los toltecas, de quienes asimilaron su cultura, fun-dando su centro en Tollan (Actualmente Tula)

Según el mito tolteca su fundador fue un hombre blanco barbado, quien predicó el bien y trazó la ciudad. Desapareció misteriosamente por el mar de oriente (Golfo de México) pro-metiendo volver. A este personaje se le divinizó e identifico con Quetzalcoatl, a quien le ofre-cen, ya no frutos sino la propia sangre, apare-ciendo aquí por primera vez los sacrificios humanos.

El instinto guerrero tolteca se transforma en un hecho religioso; la guerra será entonces un acto de culto realizado por el sacerdote –

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guerrero simbolizado en los gigantes de Tula: en una mano tienen una bolsa de copal (sacer-docio) en la otra un puñado de flechas (milicia); en el pecho tienen un papalot (mariposa) y en la espalda un sol, representando así al sacerdote guerrero de Quetzalcoatl, a quien se le deben traer prisioneros para ofrecer su sangre al sol para que él no muera (en el crepúsculo). El sol sale y muere –vida y muerte- el hombre muere pero al entregar su corazón, se diviniza.

Para ellos las buenas obras contaban poco, siendo más importante el género de muerte; por eso gozaban de especial privilegio los gue-rreros muertos en batalla, las mujeres muertas durante el parto y los que eran sacrificados a los dioses.

Fueron los “mexicas” el último pueblo que se establece en el Altiplano, asimila todos los mitos anteriores, los une a los suyos propios y los sintetiza en lo que podría llamarse la menta-lidad “DEL PUEBLO DEL SOL”

En la gran pirámide de Tenochtitlan encon-tramos dos “Teocallis”: el de Tlaloc, dios de la lluvia y el de Hutzilopochtli, dios mariposa, dios de la guerra, última representación del sol.

A los mitos anteriores se añade uno más: en el TEPEYAC (nariz de cerro), se encuentra la

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diosa-madre-tierra-virgen: Coatlicue-tonantzin, barriendo su santuario. De repente le cae en el vientre un puñado de plumas de colibrí, que-dando virginalmente encinta. Al descubrir la luna y las estrellas, hijos de ella y del padre cie-lo, que su madre espera un hijo que no era hijo del cielo (el sol “nace” surgiendo de la tierra y no del cielo; por el contrario, la luna y las estre-llas aparecen en el cielo), tratan de matar a su madre tierra con el frío y la oscuridad de la no-che. Pero en ese momento nace el sol, que ma-ta a la luna y las estrellas dándole un nuevo vi-gor a su madre- el amanecer luminoso-

Durante todo el día el sol triunfa, pero la lu-na y las estrellas se reponen y matan al sol en el crepúsculo. Es en este momento cuando los aztecas, agradecidos con el sol, le ofrecen su propia sangre y la de sus prisioneros, para que pueda reponerse y venza nuevamente a sus enemigos.

Así en este ciclo de vida –muerte-día-noche, la sangre humana será de capital importancia, como holocausto y colaboración con la divini-dad en la realización del cosmos.

Los sacrificios humanos tomados en este contexto, no solo no son bárbaros, sino que constituyen la más sublime manifestación reli-giosa que, dentro de una religión natural, lanza

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al hombre a la categoría de dios, no importan-do ni el sufrimiento ni la muerte sino sólo el significado de ellas.

Estos sacrificios se llevaban a cabo al caer la tarde, ya que en ese momento el sol sucumbía en su diaria lucha contra los astros de la noche.

Las guerras sagradas o floridas nunca tuvie-ron como finalidad una expansión militar o política, sino que eran el medio de procurarse victimas para el sacrificio. Por eso se ceñían a las más estrictas leyes que impedían el engaño, la prepotencia o la muerte que no fuera acci-dental. La lucha se entendía a nivel de dioses quienes a través de sus respectivos pueblos demostraban su validez. De aquí que, desde un punto de vista extraño a esta mentalidad, las es-trategias indígenas resultaran ingenuas.

Aunque no eran amantes de hacer alianzas porque perdían prisioneros sin embargo se alia-ron con Tlaltelolco y Tacuba, no así con los tlaxcaltecas donde tenían una buena fuente de prisioneros.

La ciudad: Tenochtitlan era una ciudad muy ordenada, planificada sobre una base cuadran-gular; muchas calles eran canales por los que solo se podía transitar en canoas, pero casi

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siempre tenían veredas a los lados para vian-dantes.

Donde un canal cruzaba había también una calzada, puentes hechos con tablones recios que podían ser removidos con cierta facilidad en caso de peligro. Eso fue precisamente lo que causó la catástrofe de Cortés el día de la Noche Triste.

Tenía la ciudad un perfil piramidal; los pala-cios y luego las casas disminuían de tamaño conforme se acercaban a las orillas del lago, donde había fértiles chinampas llenas de flores y verduras. Estaba rodeada de agua y otras is-las; en tierra firme había numerosas ciudades que parecían tejer una corona a la capital.

Fue dividida en cuatro barrios o Calpullis, cada uno con gobierno propio regido por un consejo de ancianos de donde se seleccionaba un individuo que representaría al Calpulli en el gobierno central y recibía el nombre de “Tla-tohuani” (el que habla con autoridad) - Estos cuatro Tlatohuanis tenían cuatro cargos: rela-ciones exteriores, la guerra y la paz, el culto y el ministerio del interior.

Moctezuma II había ejercido el Ministerio de Culto en el período anterior y fue reelegido Tlatohuani cuando sucedió su encuentro con

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los españoles. Desde su juventud se distinguió por su inteligencia y valor; habiendo cursado sus estudios brillantemente en el Calmecac (es-cuela para la realeza). En 1503 es elegido empe-rador, seleccionado de entre los cuatro nietos de Moctezuma I.

Su ingenio para gobernar pronto lo hizo muy poderoso pero gradualmente fue hacién-dose cada vez más déspota en sus relaciones con los gobernantes de los estados cir-cunvecinos a quienes exigía tributos que llega-ron a ser intolerables y cuya evasión se castiga-ba con la muerte. Esta situación de desconten-to general fue captada y explotada por Hernán Cortés.

Pero tenía Moctezuma otra faceta de su per-sona. En la intimidad era muy gentil, callado, amante de las artes, la música, las plantas; sus jardines botánicos y un zoológico, tenían fama por su flora y su fauna. Gustaba filosofar, era muy religioso por lo que se había impresionado con las premoniciones sobre la destrucción del Imperio hechas por Netzahualcóyotl a través de su hijo Netzahualpilli, también con la visión y profecía de su hermana Papatzin.

Netzahualcóyotl fue un hombre inteligente, filósofo y un místico, el llegó a percibir el con-cepto de un Dios invisible creador de todas las

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cosas. Se cuenta que dos de sus hijos fueron hechos prisioneros por su enemigo, el rey de Chalco, quien les dio muerte sacrificándolos a los dioses.

Lleno de consternación, Netzahualcóyotl se retiró a sus jardines privados, haciéndose acompañar únicamente por su paje lztapalotzin.

En medio de ese silencio y en contacto di-recto con lo naturaleza, comenzó a apreciar la excelencia de las plantas, flores, frutos, aves y demás obras de lo creación y su espíritu captó la existencia de un ser superior creador de to-das estas maravillas para deleite del hombre; adorando al Dios creador que había encontra-do quemaba incienso en la madrugada, a media tarde y por lo noche. Compuso 60 salmos de alabanza, similares a los del Rey David.

Se dice que una noche mientras dormía, su paje Iztapalotzin despertó y vio a un joven ro-deado de un intenso resplandor, quien dijo ser enviado del Dios Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra para que le informara de in-mediato a su amo que sus ofrendas y ayunos habían sido muy agradables a Dios, en confir-mación a sus palabras uno de sus hijos derro-taría al jefe del reino de Chalco, a su debido tiempo, la reina su esposa daría a luz al hijo que heredaría su trono.

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lztapalotzin sabía que se exponía a perder la vida si entraba al aposento real sin ser llamado, pero al fin optó por transmitir el mensaje a su amo quien se disgustó muchísimo y atribuyó el relato a la imaginación de su paje. Pero, con gran sorpresa, vio cómo ambos anuncios se cumplieron, dándole el nombre de Netzahual-pilli a su último hijo, quien lo sucedió en el tro-no a su muerte.

En agradecimiento por los grandes favores recibidos Netzahualcóyotl mandó edificar un templo al Dios desconocido frente al de Huit-zilopochtli; Poco antes de morir predijo que llegara el tiempo en que este gran Dios sería conocido y adorado por todos los habitantes de esta tierra.

Esta narración, tomada de la Historia de la Nación Chichimeca escrita por Fernando de Alva Ixtlixóchitl, ha sido objetada por varios historiadores quienes suponen que, dada la se-mejanza de esta anécdota con la historia de Samuel en la Biblia, la escribió influenciado por su cristianismo incipiente.

Lo cierto es que el mensaje dado por el paje produjo efectos tangibles: el joven príncipe de-rrotó al jefe de los chalcas —la reina concibió y dio a luz a Netzahualpil1i— y un templo fue

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edificado en honor al Dios desconocido crea-dor de todas las cosas.

Pocos años después de que Moctezuma había sido elegido emperador, su hermana Pa-patzin, quién gobernaba el reino de Tlaltelolco desde la muerte de su esposo, aparentemente murió y de acuerdo con la costumbre, la enter-raron por la noche en una cueva de su jardín donde ella tuvo una experiencia increíble.

Se vio parada a la orilla del mar, en su mente tenía el deseo de cruzarlo. Cuando estaba a punto de hacerlo se le presentó un hermoso joven de blancas vestiduras y alas con plumas de colores, con un signo en su frente, una cruz, y le dijo: “Detente Papatzin aún no ha llegado tu tiempo para cruzar el agua. No temas, he si-do enviado por el verdadero Dios invisible para darte un mensaje: El te ama a pesar de que tú no lo conoces’ —mientras hablaba, Papatzin vio varias galeras navegando en el mar; venían hombres de piel blanca que no eran como los indígenas, llevaban cascos y sostenían banderas con el mismo signo de la cruz que llevaba el ángel en su frente. Y siguió escuchando. “Los hombres que ves vienen del otro lado del mar; con las armas conquistarán toda esta tierra y con ellos vendrá el conocimiento del verdadero Dios creador de cielo y tierra. Da este mensaje a tu hermano. Dios quiere que cuando estas

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cosas pasen, tú, Papatzin, seas la primera en re-cibir el agua que cura y lava el pecado, que gu-íes a los demás habitantes de estas tierras a que te imiten”.

Cuando desapareció la visión, la princesa re-cobró el conocimiento, como se encontraba encerrada en la tumba no podía salir, pero co-menzó a gritar hasta que fue escuchada por sus servidores, quienes la rescataron.

Papatzin fue a contar a Moctezuma lo que había visto y oído, haciendo que su mensaje llenara de asombro y consternación al empera-dor, pues le anunciaba el próximo fin de su im-perio ya vaticinado por Nezahualcóytl. Pidió a su hermana que le dibujara lo que había visto, mandó sacar copias de estos dibujos distri-buyéndolos entre los guardianes de la costa, con orden de ser avisado en cuanto se presen-taran en el mar objetos similares.

La esperanza del retorno de Quetzalcóatl, la coincidencia de la llegada de Cortés con la fe-cha indicada (Uno C –Acatl-Uno caña) 1519, que solo podía haberse dado 52 años antes o después, la fidelidad hasta el extremo a sus prescripciones religiosas, tanto en la aceptación de Cortes (hombre blanco y barbado, venido del mar por el oriente, sobre monstruos desco-nocidos –los caballos- y con serpientes de fue-

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go en la mano) como en su lucha contra él, al percatarse de que no era la divinidad esperada, hicieron posible el triunfo de Cortés con unos cuantos hombres sobre toda una cultura mile-naria.

Nota: En el Templo de Santiago Tlatelolco, edificado sobre el que fuera del dios Huitzilo-pochtli, el año 1524 la princesa Papatzin recibió el sacramento del Bautismo adoptando el nombre cristiano de Doña María junto con un sobrino suyo, a quien se llamó Antonio Vale-riano, siendo éste el primer escritor en náhuatl de los sucesos del Tepeyac

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Mural al fresco. Fernando Leal. Capilla del Cerrito del Tepeyac. México, D.F.

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LOS PORTADORES DE LA BUENA NUEVA

Siendo reyes de Castilla y Aragón Don Fer-nando y Doña Isabel, nació Hernando Cortés en Medellín en el año 1485. Nadie imaginaba el destino glorioso reservado a ese niño para quien su padre, que fue capitán de guerra civil, había soñado una vida tranquila y estable por lo que al crecer fue enviado a Salamanca con el objeto de que se cultivara. Pero Hernán Cortés tenia un espíritu aventurero, audaz e inquieto, siempre ávido de información en todo lo refe-rente al fascinante misterio de regiones lejanas recién descubiertas, lo cual propició que, años más tarde, se embarcase con rumbo al nuevo continente; en poco tiempo este joven in-trépido se convirtió en el conquistador de in-mensos territorios incrementando las posesio-nes españolas en América y llevando la fe de Cristo a las tierras conquistadas, en el siglo más glorioso y fecundo en grandes acontecimientos que registra la historia, tanto en el campo espi-ritual, como político, científico y social.

Los reyes de España, señores “por derecho divino” de aquellas tierras, comenzaron a en-viar gobernantes que difícilmente entendían la

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mentalidad de los conquistadores, oca-sionándose choques entre los que se sentían dueños del fruto de su esfuerzo y aquellos de-signados por el rey.

El siglo de la conquista se puede dividir en dos periodos diferentes: el primero que abarca desde 1519 hasta más o menos la mitad del si-glo XVI, cuya principal característica fue el triunfo de los intereses particulares de los con-quistadores sobre el mundo indígena; el segun-do, que se distingue por la tendencia opuesta, o sea, la búsqueda del equilibrio, controlando errores y abusos, propiciando una política deli-berada de protección legal al indígena.

Es necesario comprender que el descubri-miento de América fue visto inicialmente como inagotable venero de riquezas, cometiéndose los abusos normales a situaciones tan imprevis-tas.

La mano poderosa de Isabel la Católica con gran sentido de la justicia ejerció poderoso in-flujo, no sólo sobre los reyes que la sucedieron sino sobre sus contemporáneos cambiando el curso de los acontecimientos fijando de una vez y para siempre las relaciones que debían existir entre los Reyes de España y los vencidos del Nuevo Mundo.

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Proclama la libertad de los indígenas; los de-clara vasallos y no esclavos, dejando como una sagrada obligación a sus sucesores la protec-ción. Y el dulce trato de sus nuevos súbditos. En su testamento se encuentra una cláusula en que pide que se envíen prelados, religiosos y clérigos para instruir con la debida diligencia a los indígenas en la Santa Fe Católica. Desde en-tonces sigue la legislación de las Indias su in-quebrantable espíritu de justicia y libertad

Nada parece tan fácil, natural y sencillo co-mo la conducta de la Reina, visto a la luz del siglo XX, pero si se profundiza un poco en la mentalidad de la época Isabel la Católica dio muestras de tener un espíritu superior al siglo en que vivía vislumbrando al través de las pre-rrogativas del vasallo, los sagrados derechos del ciudadano.

Aunque indudablemente hubo entre los conquistadores hombres que abusaron de su situación cometiendo actos reprobables, este hecho no empaña el reflejo de gloria y gratitud a que es acreedora en América aquella mujer, modelo de reinas, de esposas y madres. Cierta-mente es obligatorio rendirle un tributo de ad-miración a la mujer que con tan alto cargo supo siempre dar testimonio de su compromiso con Dios y anteponer a todo interés creado el gran

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conocimiento que tenía de sus deberes cristia-nos.

Paulo III declara solemnemente en una Bula que los indígenas eran seres dotados de alma y de razón, capaces de recibir los sacramentos de la religión cristiana, y sólo una diabólica ma-quinación pudo haber inspirado la duda de que estos hombres pertenecieran a la raza humana.

La situación de vencedores facilitó a los es-pañoles la conquista de la Nueva España: la re-ligión les aseguró el dominio de aquellas pose-siones, pues llegaba enseguida consolando a los infortunados, dejándoles alcanzar una es-peranza; el bautismo los hacia entrar en cierta forma en la esfera de los vencedores y protegi-dos por los frailes a quienes aún los más altos jefes mostraban gran respeto.

Sigue la difícil evolución de pueblos y razas unidos repentinamente por un cataclismo social y político; era pues obligado el surgir de un nuevo pueblo, que no era el conquistado ni el conquistador, pero que debía compartir su herencia en virtudes, vicios, glorias, tradiciones, caracteres y temperamentos que mas tarde lle-garían a unirse bajo una sola bandera, constru-yendo un solo pueblo.

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Es así como las razas se fueron enlazando, uniéndose las familias e identificándose los in-tereses, formándose un alma nacional, empren-diendo como hermanos el camino del progre-so.

Fue necesaria una legislación que hiciese comprender a los españoles que los indios eran súbditos del Rey de España y no de ellos; más importante fue hacer conciencia en los venci-dos que sobre aquel poder que en su patria les oprimía, estaba otro muy superior, ante quien se inclinaban los más esforzados capitanes y de donde podían esperar toda justicia y protec-ción. Por eso se dispuso una ley que los delitos contra indios fuesen castigados con mayor ri-gor que contra españoles.

Surgen los mestizos, pueblo nuevo, raza be-licosa e inteligente, que forma una clase inter-media entre españoles e indios que a pesar de su situación comenzó la idea de igualdad, así como el equilibrio tan necesario para el creci-miento ordenado del país. Hubo en esta adap-tación grandes problemas y hondos rencores que el tiempo se encargó de borrar

Sin embargo, hay que admitir que América fue considerada al principio como una fuente de aventuras para enriquecerse sin tanto traba-jo, pero al paso del tiempo se convirtió en una

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tierra pródiga para aquel que venía en busca de empleo para mejorar su situación económica.

El hombre del siglo XVI debe ser enjuiciado de acuerdo a las leyes y costumbres de aquellos tiempos para poder entender mejor su mentali-dad, conocer a fondo sus personajes y sus in-creíbles hazañas. Para juzgar al hombre se ne-cesita conocer ese siglo; pero para conocerlo se necesita estudiar a la sociedad.

Es más laborioso que difícil encontrar datos para aclarar puntos históricos, las crónicas es-critas por los religiosos que se establecieron en México para predicar el Evangelio pueden con-siderarse como las fuentes más puras para es-cribir la historia de la Nueva España durante el periodo colonial.

Hay que reconocer que la destrucción de códices y monumentos de los antiguos pobla-dores fue debido tanto a la mentalidad de los hombres de esa época, pues poco o nada se ha podido conservar de los documentos históri-cos, como los serios problemas que tuvieron los evangelizadores al afrontar la religiosidad “pagana” de los indígenas, que en cualquier momento propiciaba un sincretismo malsano.

En cambio, los religiosos brindaron incan-sables servicios a las ciencias, procurando tras-

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ladar cuidadosamente tradiciones, historia, cos-tumbres, religión, interpretación de sus símbo-los y jeroglíficos, así como a la legislación y lite-ratura de la raza vencida.

La conversión al cristianismo de tantos mi-llones de hombres en el Nuevo Mundo y en tan corto período de tiempo coincidiendo con el cisma en la Iglesia Católica, provocado por Martín Lutero y el nacimiento de la Iglesia Pro-testante, es un fenómeno tan singular y a la vez tan extraño que quizás no volverá a repetirse nunca, pero hizo del siglo XVI el más notable de los períodos en la historia del ser humano.

Por la manera como fue establecido el cris-tianismo, por el carácter de la raza, y quizás también por la impresión que habían dejado los antiguos ritos mismos que se han transmitido como un rasgo del espíritu a todas las genera-ciones sucesivas, hacen que en el fondo del cristianismo de los indios haya mucha tristeza.

Ahora en el siglo XXI donde hay gran aper-tura, a la libertad de pensamiento, el respeto al derecho ajeno y garantías al individuo, es real-mente difícil conocer y comprender el carácter de los hombres del siglo XVI, cuyas experien-cias son ajenas al compás con que se mide lo que actualmente entendemos por justo y con-veniente.

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“La Conversión de los Indios”. Oleo sobre tela de Felipe Gutiérrez. 1894.

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Los conquistadores de aquel siglo llevaban el sello de su época, estaban formados para cumplir con la misión que les había sido enco-mendada, de carácter inflexible, apasionados, idealistas, cuya meta principal era engrandecer a España conquistando territorios en razón de la evangelización fueron indudablemente instru-mentos de la Providencia, no deteniéndose ante ningún obstáculo, identificando su causa con la de Dios; estaban, por así decirlo, fuera de la humanidad que conocemos y comprendemos.

Los primeros frailes que llegaron a la Nueva España reducían todas sus aspiraciones, con-centrando sus esfuerzos en tres objetivos: la conversión de los idólatras a la fe cristiana, pro-tección de la vida, y la libertad de los vencidos. Pobres hasta la miseria, abnegados hasta el sa-crificio, no vacilaban en desafiar el enojo de los más poderosos conquistadores en favor de sus protegidos, levantando airadas quejas hasta el trono del rey Carlos V.

Así el descubrimiento de las América era una necesidad de la ciencia, su conquista un de-recho de la humanidad y la conversión al cris-tianismo de sus habitantes una exigencia de la civilización.

Estos primeros evangelizadores que llegaron a la Nueva España vinieron por petición direc-

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ta de Hernán Cortés al emperador Carlos V. El monarca español pidió al Papa Adriano VI que enviase a dichas tierras ministros dignos e ilus-trados, quien hizo esta concesión mediante la Bula que algunos llamaron “La Omnímoda” donde se especificaba la forma en que debía hacerse y daban a los que eran nombrados au-toridad para todo ejercicio.

Carlos V se dirigió a Pablo Soncina, General de la orden de San Francisco, para que, de con-formidad con la autorización del Santo Padre, designara a los religiosos que deberían marchar para las Indias.

En el año de 1522 llegan a Tlaxcala el Padre Fray Juan de Tecto, Fray Juan de Agora y un lego, Fray Pedro de Gante quienes, a pesar de las grandes dificultades que tuvieron que afron-tar, se ocuparon de la predicación del Evange-lio, procurando instruir a los indígenas en la fe cristiana. La primera gran dificultad a vencer era la del idioma, por lo que dedicaron gran parte de su tiempo al estudio del mismo.

Es interesante conocer, aunque sea parcial-mente, la instrucción que trajeron de su Gene-ral los primeros doce franciscanos;

“Y porque en esta tierra de la Nueva España Cristo no goza de las almas que con su sangre

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compró, acordé enviaros a vos con doce com-pañeros, mandando en virtud de santa obe-diencia, rogando a vos y a ellos aceptéis este trabajoso peregrinaje por el que Cristo, Hijo de Dios, tomó por nosotros, acordándoos que así amó Dios al mundo, que para redimirle envió a su Unigénito Hijo del cielo a la tierra, buscando la honra de Dios su Padre y la salud de las al-mas perdidas. Y por esto vivió en gran pobre-za, humillándose hasta la muerte de Cruz. Lo cual después los apóstoles por obra y palabra nos mostraron predicando la fe con mucha po-breza, levantando la bandera de la Cruz en tie-rras extrañas.

Y porque en tan espiritual y alto edificio no os falte el fundamento de la humildad, tened siempre presente delante de los ojos aquellas palabras. “No somos suficientes de nosotros, mas nuestra suficiencia nos viene de Dios.”

Debemos mostrar más por obra que por pa-labra la guarda del Evangelio, tomando como principio que el Apóstol no se gloría del prove-cho que hizo, sino del trabajo que pasó.”

En medio de grandes penurias llegaron des-pués los Dominicos en gran número, fundando rápidamente muchas casas. Fueron tan activos que en 1530 había ya en la Nueva España más de cincuenta dominicos profesos. Al igual que

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los Franciscanos, mostraron su humildad po-niendo por delante la justicia y cuando se trata-ba de defender al débil, los frailes lo hacían heroicamente con riesgo de su vida, siendo humildes, pero enérgicos a la vez

En el año de 1533 llegaron a México los primeros religiosos agustinos quienes procura-ron ayudar a los franciscanos y dominicos en la empresa de conquistar la libertad de los indios, luchando hasta el límite de sus fuerzas, pues el territorio conquistado era de una extensión en verdad sorprendente.

La situación no puede considerarse fácil, pues a pesar de la entrega de los frailes, apare-cen brotes de rebeldía que alarman a los con-quistadores ya que el número de indios es en relación a ellos verdaderamente abrumador; y saben de sobra que si surge un líder sería muy difícil controlar la situación, puesto que los indígenas eran valientes guerreros disciplina-dos, que no temen a la muerte. Tratan por to-dos los medios de encontrar una solución, pero desde el punto de vista humano, pues temen una catástrofe.

Es entonces cuando aparece un signo de la nueva esperanza. En Tepeyacac, una Madre Virgen que afirma ser la “MADRE DEL VERDADERISIMO DIOS POR QUIEN SE

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VIVE” (frase extraña a la teología católica y familiar a la mentalidad indígena) escoge a un humilde indígena de nombre JUAN DIEGO, para que sea el portador de su mensaje.

El indígena no alcanza a comprender toda la profundidad de este nuevo signo pero sí capta que en él se encierra una esperanza nueva, al mismo tiempo constata que el vencedor se do-blega sumiso ante esta imagen.

Bajo la Providencial Imagen de la Virgen de Guadalupe, el indio recobra su vitalidad perdi-da y el español pierde su anterior altivez, dando lugar al nacimiento del México actual mestizo, que todavía lucha por sintetizar los elementos tan variados que constituyen su origen.

El Cerrito del Tepeyac vino a ser la cuna de una nueva raza, el lugar elegido por la Virgen para darle a todo México una nueva vida en el día 12 de diciembre de 1531, al rayar la luz del día, se marca la hora de su nacimiento.

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Tepeyac: Nariz del Cerro. Dibujo de Fernendo Leal. Angeles jardineros y flores

que brotan ante el azoro de Juan Diego.

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NICAN MOPOHUA

Presentamos ahora el Nican Mopohua tra-ducido al español por el Padre Mario Rojas (q.p.d.), él ha logrado, con rara intuición com-prender la mentalidad de esa cultura, compene-trarse con ella, desentrañar su esencia y desci-frar con acierto sus categorías mentales.

Tras un concienzudo y reflexivo esfuerzo, ha logrado una versión de nuevo enfoque y transmitirnos en nuestra lengua lo que la men-talidad azteca concebía, lo que a su modo indí-gena genuino redactó Valeriano, lo que en sus raptos místicos expresó Juan Diego, y la pro-fundidad de las palabras de María Santísima que son, ante todo, un mensaje salvífico de irradiación Cristo céntrico (Cf. Vers. 27-28)

Siguiendo la idea del R. P. Enrique Torroe-lla, el Padre Rojas ha creído pertinente modifi-car algunas divisiones hasta lograr 218 versícu-los a fin de puntualizar los sentidos o hacer no-tables ciertas circunstancias que sugieren estu-dio especial.

Aquí se cuenta, se ordena, como hace poco milagrosamente se apareció la perfecta Virgen

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Santa María, madre de Dios, nuestra reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe.

Primero se hizo ver de un indito de nombre Juan Diego y después se apareció su preciosa imagen delante del reciente obispo Zumárraga. (…)

1.- Diez años después de conquistada la ciu-dad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas par-tes había paz en los pueblos,

2.- así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de aquel por quien se vive: el verdadero Dios.

3.- En aquella sazón, el año 1531, a los po-cos días del mes de Diciembre, sucedió que había un indio, un pobre hombre del pueblo.

4.- su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuautitlán,

5.- y en las cosas de Dios, en todo pertenec-ía a Tlatilolco.

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6.- Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos.

7.- Y al llegar cerca del cerrito llamado Te-peyacac ya amanecía.

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8.- Oyó cantar sobre el cerrito, como el can-to de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que les respondía el cerro sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos.

9.- Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oi-go? Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá so-lamente lo veo en sueños?

10.- ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso donde dejaron dicho los antiguos nuestros an-tepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?

11.- Hacia allá estaba viendo arriba del cerri-llo del lado de donde sale el sol, de donde pro-cedía el precioso canto celestial.

12.- Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo lla-maban arriba del cerrillo y le decían: “JUANITO, JUAN DIEGUITO”.

13.- Luego se atrevió a ir donde lo llamaban; ninguna turbación pasaba en su corazón nin-guna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre

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y contento por todo extremo; fue a subir al ce-rrillo para ir a ver de dónde lo llamaban.

14.- y cuando llegó a la cumbre del cerrillo, cuando lo vio una Doncella que allí estaba de pie,

15.- lo llamó para que fuera cerca de Ella.

16.- y Cuando llegó frente a Ella mucho admiró en que manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza:

17.- su vestido relucía como el sol, como que reverberaba,

18.- y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos;

19.- el resplandor de Ella como preciosas piedras, como ajorca (todo lo más bello) parec-ía

20.- la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla.

21.- y los mezquites y nopales y las demás hierbecillas que allí se suelen dar parecían como esmeraldas. Como turquesa aparecía su follaje. Y su tronco, sus espinas, sus aguates, relucían como el oro.

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22.- en su presencia se postró. Escuchó su aliento, su palabra que era extremadamente glo-rificadora, sumamente afable, como de quien lo atraía y estimaba mucho.

23.- le dijo: -“ESCUCHA, HIJO MÍO EL MENOR, ¿A DÓNDE TE DIRIGES?

24.- Y él le contestó: _”Mi Señora, Reina, Muchachita mía, allá llegaré, a tu casita de México Tlatilolco, a seguir las cosas de Dios que nos dan, que nos enseñan quienes son las imágenes de Nuestro Señor: nuestros sacerdo-tes”.

25.- enseguida con esto dialoga con él, le descubre su preciosa voluntad;

26.- le dice SABELO, TEN POR CIERTO, HIJO MIO EL MÁS PEQUEÑO, QUE YO SOY LA PERFECTA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA MADRE DEL VERDA-DERISIMO DIOS POR QUIEN SE VIVE, EL CREADOR DE LAS PERSONAS, EL DUEÑO DE LA CERCANÍA Y DE LA INMEDIACIÓN, EL DUEÑO DE LA TIERRA. MUCHO QUIERO, MUCHO DE-SEO, QUE AQUÍ ME LEVANTEN MI CASITA SAGRADA

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Primera Aparición. “Felicidad de México” del Bachiller Bezerra Tanco.1685.

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27.- EN DONDE LO MOSTRARÉ, LO ENSALZARE AL PONERLO DE MANI-FIESTO.

28.- LO DARE A LAS GENTES EN TODO MI AMOR PERSONAL, EN MI MIRADA COMPASIVA, EN MI AUXILIO, EN MI SALVACIÓN:

29.- PORQUE YO EN VERDAD SOY VUESTRA MADRE COMPASIVA,

30.- TUYA Y DE TODOS LOS HOMBRES QUE EN ESTA TIERRA ESTAIS EN UNO,

31.- Y DE LAS DEMAS VARIADAS ESTIRPES DE HOMBRES, MIS AMADO-RES, LOS QUE A MI CLAMEN, LOS QUE ME BUSQUEN, LOS QUE CONFIEN EN MI,

32.- PORQUE ALLI ESCUCHARE SU LLANTO, SU TRISTEZA, PARA REME-DIAR, PARA CURAR TODAS SUS DIFE-RENTES PENAS, SUS MISERIAS, SUS DOLORES.

33.- Y PARA REALIZAR LO QUE PRETENDE MI COMPASIVA MIRADA MISERICORDIOSA, ANDA AL PALACIO DEL OBISPO DE MEXICO Y LE DIRAS

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COMO YO TE ENVÍO, PARA QUE LE DESCUBRAS COMO MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME PROVEA DE UNA CASA, ME ERIJA EN EL LLANO UN TEMPLO, CUANTO HAS VISTO Y ADMIRADO, Y LO QUE HAS OIDO.

34.- Y TEN POR SEGURO QUE MUCHO LO AGRADECERA Y LO PA-GARE,

35.- QUE POR ELLO TE ENRIQUE-CERE, TE GLOROFICARE;

36.- Y MUCHO DE ALLÍ MERECERÁS CON QUE YO RETRIBUYA TU CAN-SANCIO, TU SERVICIO CON QUE VAS A SOLICITAR EL ASUNTO AL QUE TE ENVÍO.

37.- YA QUE HAS OIDO, HIJO MIO EL MENOR, MI ALIENTO, MI PALABRA; ANDA, HAZ LO QUE ESTE DE TU PARTE”.

38.- E inmediatamente en su presencia se postró; le dijo:”Señora mía, Niña, ya voy a rea-lizar tu venerable aliento tu venerable palabra; por ahora de Ti me aparto, yo, tu pobre indi-to”.

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39.- Luego vino a bajar para poner en obra su encomienda: vino a encontrar la calzada, viene derecho a México.

40.- Cuando vino a llegar al interior de la ciudad luego fue derecho al palacio del obispo, que muy recientemente había llegado, Gober-nante Sacerdote; su nombre era D. Fray Juan de Zumárraga, Sacerdote de San Francisco.

41.- Y en cuanto llegó, luego hace el intento de verlo, les ruega a sus servidores, a sus ayu-dantes que vayan a decírselo;

42.- después de pasado largo rato vinieron a llamarlo, cuando mandó el Señor Obispo que entrara.

43.- Y en cuanto entró, luego ante él se arrodilló, se postró, luego ya le descubre, le cuenta el precioso aliento, la preciosa palabra de la Reina del Cielo, su mensaje, y también le dice todo lo que admiró, lo que vio, lo que oyó,

44.- Y habiendo escuchado toda su narra-ción, su mensaje, como que no mucho lo tuvo por cierto,

45.- le respondió, le dijo: “Hijo mío otra vez vendrás, con calma te oiré, bien aún desde el principio miraré y consideraré la razón por la que venido, tu voluntad, tu deseo”.

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46.- Salió; venía triste porque no realizo de inmediato su encargo.

47.- Luego se volvió al terminar el día. Lue-go de allá se vino del cerrillo,

48.- y tuvo la dicha de encontrar a la Reina del Cielo: allí cabalmente donde la primera vez se le apareció lo estaba esperando.

49.- y en cuanto la vio ante Ella se postró, se arrojó por tierra, le dijo:

50.- “Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la mas pequeña, Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu ama-ble palabra; aunque difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante Sacerdote, lo vi., an-te él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste.

51.- Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente, pero, por lo que me respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cier-to.

52.- Me dijo: “Otra vez vendrás; aún con calma te escucharé, bien aún desde el principio veré por lo que has venido tu deseo, tu volun-tad”.

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53.- Bien en ello miré, según me respondió, que piensa que tu casa que quieres que te hagan aquí tal vez yo nada mas lo invento, o que tal vez no es de tus labios;

54.- mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía, que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, hon-rado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean.

55.- Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, lle-vado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mi detenerme allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija mía menor, Señora , niña;

56.- Por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña Mía.”

57.- Le respondió la Perfecta Virgen, digna de honra y veneración:

58.- ESCUCHA, EL MAS PEQUEÑO DE MIS HIJOS, TEN POR CIERTO QUE NO SON ESCASOS MIS SERVIDORES, MIS MENSAJEROS, A QUIENES ENCARGUE QUE LLEVEN MI ALIENTO, MI PALA-

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BRA, PARA QUE EFECTUEN MI VO-LUNTAD;

59.- PERO ES MUY NECESARIO QUE TU PERSONALMENTE VAYAS, RUE-GUES, QUE POR TU INTERCESION SE REALICE, SE LLEVE A EFECTO MI QUERER, MI VOLUNTAD.”

60.- Y MUCHO TE RUEGO, HIJO MIÓ EL MENOR, Y CON RIGOR TE MANDO, QUE OTRA VEZ VAYAS MAÑANA A VER AL OBISPO.

61.- Y DE MI PARTE HAZLE SABER, HAZLE OIR MI QUERER, MI VOLUN-TAD, PARA QUE REALICE, HAGA MI TEMPLO QUE LE PIDO.

62.- Y BIEN, DE NUEVO DILE DE QUE MODO YO, PERSONALMENTE, LA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, YO, QUE SOY LA MADRE DE DIOS, TE MANDO.

63.- Juan Diego, por su parte, le respondió, le dijo: - “Señora mía, que no te angustie yo con pena tu rostro, tu corazón; con todo gusto iré a poner por obra tu aliento, tu palabra; de ninguna manera dejaré de hacer, ni estimo por molesto el camino.

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64.- iré a poner en obra tu voluntad, pero tal vez no seré oído quizás no seré creído.

65.- Mañana en la tarde, cuando se meta el sol vendré a devolver tu palabra, a tu aliento, lo que me responda el Gobernante Sacerdote.

66.- Ya me despido de ti respetuosamente, hija mía la más pequeña, jovencita, Señora, Ni-ña mía, descansa otro poquito.

67.- y luego se fue el a su casa a descansar

68.- Al día siguiente, domingo, bien todavía en la nochecilla, todo aun estaba oscuro, de allá salió, de su casa, se vino derecho a Tlatilolco, vino a saber lo que pertenece a Dios y a ser contado en lista; luego para ver al Señor Obis-po...

69.- Y a eso de las diez fue cuando ya estuvo preparado: se había nombrado lista y se había dispersado la multitud.

70.- Y Juan Diego luego fue al palacio del Señor Obispo.

71.- Y en cuanto llegó hizo toda la lucha por verlo, y con mucho trabajo otra vez lo vio;

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72.- a sus pies se hincó, lloró, se puso triste al hablarle, al descubrirle la palabra, el aliento de la Reina del Cielo,

73.- que ojala fuera creída la embajada, la voluntad de la Perfecta Virgen, de hacerle, de erigirle su casita sagrada, en donde había dicho, en dónde la quería.

74.- y el gobernante Obispo muchísimas co-sas le preguntó, le investigó, para poder cercio-rarse, dónde la había visto, cómo era Ella; todo absolutamente todo se lo contó al Señor Obis-po.

75.- Y aunque todo absolutamente se lo de-claró, y en cada cosa vio, admiró que aparecía con toda claridad que Ella era la Perfecta Vir-gen, la Amable Maravillosa Madre de Nuestro Señor Jesucristo,

76.- sin embargo, no luego se realizó.

77.- Dijo que no sólo por su palabra, su pe-tición se haría, se realizaría lo que él pedía,

78.- que era muy necesaria alguna otra señal para poder ser creído cómo a él lo enviaba la Reina del Cielo en persona.

79.- Tan pronto como lo oyó Juan Diego, le dijo al obispo:

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80.- “Señor Gobernante, considera cual será la señal que pides, porque luego iré a pedírsela a la Reina del Cielo que me envió”

81.- Y habiendo visto el Obispo que ratifi-caba, que en nada vacilaba ni dudaba, luego lo despacha.

82.- Y en cuanto viene, luego les manda a algunos de los de su casa en los que tenía abso-luta confianza que lo vinieran siguiendo, que bien lo observaran a donde iba, a quien veía, con quien hablaba.

83.- Y así se hizo. Y Juan Diego luego se vi-no derecho. Siguió la calzada.

84.- Y los que lo seguían, donde sale la ba-rranca, en el puente de madera lo vinieron a perder. Y aunque por todas partes buscaron ya por ninguna lo vieron.

85.- y así se volvieron. No sólo porque con ello se fastidiaron grandemente, sino también porque les impidió su intento, los hizo enojar.

86.- Así le fueron a contar al Señor Obispo, le metieron en la cabeza que no le creyera, le dijeron cómo nomás le contaba mentiras, que nada más inventaba lo que venía a decirle, o que sólo soñaba o imaginada lo que le decía, lo que le pedía.

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87.-Y bien así lo determinaron que si otra vez venía, regresaba, allí lo agarrarían, y fuer-temente lo castigarían, para que ya no volviera a decir mentiras ni a alborotar a la gente.

88.- Entre tanto Juan Diego estaba con la Santísima Virgen diciéndole la respuesta que traía del Señor Obispo;

89.-la que, oída por la Señora, le dijo:

90.- BIEN ESTA, HIJITO MIO, VOLVERAS AQUÍ MAÑANA PARA QUE LLEVES AL OBISPO LA SEÑAL QUE TE HA PEDIDO;

91.-CON ESO TE CREERA Y ACERCA DE ESTO YA NO DUDARA NI DE TI SOSPECHARA;

92.-Y SABETE, HIJITO MIO, QUE YO TE PAGARE TU CUIDADO Y EL TRABAJO Y CANSANCIO QUE POR MI HAS EMPRENDIDO;

93.- EA, VETE AHORA; QUE MAÑANA AQUÍ TE AGUARDO

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Tercera Aparición. “Felicidad de México” del Bachiller Bezerra Tanco.1685.

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94.-Y al día siguiente, lunes, cuando debía llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió.

95.-Porque cuando fue a llegar a su casa, a un su tío, de nombre Juan Bernandino, se le había asentado la enfermedad, estaba muy gra-ve.

96.-Aún fue a llamarle al médico, aún hizo por él, pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.

97.-Y cuando anocheció, le rogó su tío que cuando aún fuere de madrugada, cuando aún estuviere oscuro, saliera hacia acá, viniera a llamar a Tlatilolco algún Sacerdote para que fuera a confesarlo, para que fuera a prepararlo,

98.-porque estaba seguro de que ya era el tiempo, ya el lugar de morir, porque ya no se levantaría, ya no se curaría.

99.- Y el martes, siendo todavía mucho muy de noche, de allá vino a salir, de su casa, Juan Diego, a llamar el Sacerdote a Tlatilolco.

100.- y cuando ya acertó al llegar al lado del cerrito terminación de la sierra, al pie, donde

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sale el camino, de la parte en que el sol se mete, en donde antes él saliera, dijo:

101.- “Si me voy derecho por el camino, no vaya a ser que me vea esta Señora y seguro, como antes, me detendrá para que lleve la señal al gobernante eclesiástico como me lo mandó;

102.- que primero nos deje nuestra tribula-ción; que antes yo llame de prisa al Sacerdote religioso mi tío no hace más que aguardarlo”.

103.- En seguida le dio la vuelta al cerro, su-bió por en medio y de ahí, atravesando, hacia la parte oriental fue a salir, para rápido ir a llegar a México, para que no lo detuviera la Reina del Cielo.

104.- Piensa que por donde dio la vuelta no lo podrá ver la que perfectamente a todas par-tes está mirando

105.- La vio como vino a bajar de sobre el cerro, y que de allí lo había estado mirando, de donde antes lo veía.

106.- Le vino a salir al encuentro a un lado del cerro, le vino a atajar los pasos; le dijo:

107.- Y “¿QUE PASA, EL MAS PEQUE-ÑO DE MIS HIJOS? ¿A DONDE VAS, A DONDE TE DIRIGES?”

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Curación de Juan Bernardino.

108.- y él, tal vez un poco se apenó, o quizá se avergonzó? ¿O tal vez de ello se espantó, se puso temeroso?

109.- En su presencia se postró, la saludó, le dijo:

110.- “Mi Jovencita, Hija mía la más peque-ña, Niña mía, ojala que estés contenta; ¿cómo amaneciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía?

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111.- Con pena angustiaré tu rostro, tu co-razón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío.

112.- Una gran enfermedad se le ha asenta-do, seguro que pronto va a morir de ella.

113.- Y ahora iré de prisa a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados de Nuestro Señor, de nuestros Sacerdotes, para que vaya a confesarlo y a prepararlo,

114.- porque en realidad para ello nacimos, los que vinimos a esperar el trabajo de nuestra muerte.

115.- Mas, si voy a llevarlo a efecto luego aquí otra vez volveré para ir a llevar tu aliento, tu palabra, Señora, Jovencita mía.

116.- “Te ruego me perdones, tenme todav-ía un poco de paciencia, porque con ello no te engaño, Hija mía la menor, Niña mía, mañana sin falta vendré a toda prisa”.

117.- En cuanto oyó las razones de Juan Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen;

118.- ESCUCHA, PONLO EN TU CORA-ZÓN, HIJO MIO EL MENOR, QUE NO ES NADA LO QUE TE ESPANTO, LO QUE TE AFLIGIO; QUE NO TE PERTURBE TU

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ROSTRO, TU CORAZÓN; NO TEMAS ESTA ENFERMEDAD NI NINGUNA OTRA ENFERMEDAD, NI COSA PUN-ZANTE, AFLICTIVA.

119.- ¿NO ESTOY AQUÍ YO, QUE SOY TU MADRE? ¿NO ESTAS BAJO MI SOMBRA Y RESGUARDO? ¿NO SOY YO LA FUENTE DE TU ALEGRIA? ¿NO ESTAS EN EL HUECO DE MI MANTO, EN EL CRUCE DE MIS BRAZOS? ¿TIENES NECESIDAD DE ALGUNA OTRA COSA?

120.- QUE NINGUNA OTRA COSA TE AFLIJA, TE PERTURBE; QUE NO TE APRIETE CON PENA LA ENFERMEDAD DE TU TÍO, PORQUE DE ELLA NO MORIRÁ POR AHORA. TEN POR CIERTO QUE YA ESTA BUENO”.

121.- (Y luego en aquel mismo momento sanó su tío, como después se supo).

122.- Y Juan Diego, cuando oyó la amable palabra, el amable aliento de la Reina del Cielo, muchísimo con ello se consoló, bien con ello se apaciguó su corazón.

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123.- Y le suplicó que inmediatamente lo mandara a ver al gobernante obispo, a llevarle algo de señal, de comprobación, para que cre-yera.

124.- Y la Reina Celestial luego le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes la veía;

125.- Le dijo: - “SUBE, HIJO MIO EL MENOR, A LA CUMBRE DEL CERRILLO, A DONDE ME VISTE Y TE DI ORDENES:

126. ALLI VERAS QUE HAY VARIADAS FLORES: CORTALAS, REU-NELAS, PONLAS TODAS JUNTAS; LUE-GO TRAELAS AQUÍ, A MI PRESENCIA.

127.- Y Juan Diego luego subió al cerrillo,

128.- y cuando llegó a la cumbre, mucho admiró cuantas había, florecidas, abiertas sus corolas, flores las más variadas, bellas y hermo-sas, cuando todavía no era su tiempo:

129.- porque de veras que en aquella sazón arreciaba el hielo;

130.- estaban difundiendo un olor suavísimo; como perlas preciosas, como llenas de rocío nocturno.

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Fernando Leal – Mural al fresco – Capilla del cerrito del Tepeyac. México,D.F.

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131.- Luego comenzó a cortarlas, todas las juntó, las puso en el hueco de su tilma.

132.- por cierto que en la cumbre del cerrito no era lugar en que se dieran ningunas flores, sólo abundan los riscos, abrojos, espinas; nopa-les, mezquites,

133.- y si acaso algunas hierbecillas se solían dar, entonces era el mes de Diciembre, en que todo lo come, lo destruye el hielo.

134.- Y en seguida vino a bajar, vino a traer-le a la Niña Celestial las diferentes flores que había ido a cortar,

135.- y cuando las vio, con sus venerables manos las tomo;

136.- luego otra vez se las vino a poner to-das juntas en el hueco de su ayate, le dijo:

137.- MI HIJTO MENOR, ESTAS DIVERSAS FLORES SON LA PRUEBA, LA SEÑAL QUE LLEVARAS AL OBISPO;

138.- DE MI PARTE LE DIRAS QUE VEA EN ELLAS MI DESEO, Y QUE POR ELLO REALICE MI QUERER, MI VO-LUNTAD.

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139.- TU…, TU QUE ERES MI MENSA-JERO…, EN TI ABSOLUTAMENTE SE DEPOSITA LA CONFIANZA;

140.- Y MUCHO TE MANDO CON RIGOR QUE NADA MAS A SOLAS, EN LA PRESENCIA DEL OBISPO EXTIEN-DAS TU AYATE, Y LE ENSEÑES LO QUE LLEVAS.

141.- Y LE CONTARÁS TODO PUN-TUALMENTE, LE DIRAS QUE TE MANDE QUE SUBIERAS A LA CUMBRE DEL CERRITO A CORTAR FLORES, Y CADA COSA QUE VISTE Y ADMIRASTE,

142.- PARA QUE PUEDAS CONVEN-CER AL GOBERNANTE SACERDOTE, PARA QUE LUEGO PONGA LO QUE ESTA DE SU PARTE PARA QUE SE HAGA, SE LEVANTE MI TEMPLO QUE LE HE PEDIDO.

143.- Y en cuanto le dio su mandato la Ce-lestial Reina, vino a tomar la calzada, viene de-recho a México, ya viene contento.

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Milagro del Tepeyac. Oleo sobre tela. Jorge González Camarena. 1947.

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144.- Ya así viene sosegado su corazón, porque vendrá a salir bien, lo llevará perfecta-mente.

145.- Mucho viene cuidando lo que está en el hueco de su vestidura, no vaya a ser que algo tire.

146.- viene disfrutando del aroma de las di-versas preciosas flores.

147.- Cuando vino a llegar al palacio del Obispo, lo fueron a encontrar el portero y los demás servidores del Sacerdote Gobernante,

148.- y les suplicó que le dijeran cómo de-seaba verlo, pero ninguno quizá fingían que no le entendían, o tal vez porque aún estaba muy oscuro.

149.- o tal vez porque ya lo conocían que nomás los molestaba, los importunaba,

150.- y ya les habían contado sus compañe-ros, los que lo fueron a perder de vista cuando lo fueron siguiendo.

151.- Durante muchísimo rato estuvo espe-rando la razón.

152.- Y cuando vieron que por muchísimo rato estuvo allí, de pie, cabizbajo, sin hacer na-

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da, por si era llamado, y como que algo traía, lo llevaba en el hueco de su tilma; luego pues, se le acercaron para ver que traía y desengañarse.

153.- Y cuando vio Juan Diego que de ningún modo podía ocultarles lo que llevaba y por eso lo molestarían o tal vez lo aporrearían, un poquito les vino a mostrar las flores.

154.- Y cuando vieron que todas eran finas, variadas flores y que no era tiempo entonces de que se dieran, las admiraron mucho, lo frescas que estaban, lo abiertas que tenían sus corolas, lo bien que olían, lo bien que parecían.

155.- Y quisieron coger y sacar unas cuantas;

156.- tres veces sucedió que se atrevieron a cogerlas, pero de ningún modo pudieron hacer-lo,

157.- porque cuando hacían el intento ya no podían ver las flores, sino que, a modo de pin-tadas, o bordadas, o cosidas en la tilma las ve-ían.

158.- Inmediatamente fueron a decirle al Gobernante Obispo lo que habían visto.

159.- cómo deseaba verlo el indito que otras veces había venido, y que ya hacía muchísimo

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rato que estaba allí aguardando el permiso por-que quería verlo.

160.- Y el Gobernante Obispo, en cuanto lo oyó, dio en la cuenta de que aquello era la prueba para convencerlo, para poner en obra lo que solicitaba el hombrecito.

161.- Enseguida dio orden de que pasara a verlo.

162.- Y habiendo entrado, en su presencia se postró, como ya antes lo había hecho.

163.- Y de nuevo le contó lo que había vis-to, admirado, y su mensaje.

164.- Le dijo: -“Señor mío, Gobernante, ya hice, ya llevé a cabo según me mandaste;

165.- así fui a decirle a la Señora mi Ama, la Niña Celestial, Santa María, la Amada Madre de Dios, que pedías una prueba para poder creer-me, para que le hicieras su casita sagrada, en donde te la pedía que la levantaras;

166.- y también le dije que te había dado mi palabra de venir a traerte alguna señal, alguna prueba de su voluntad, como me lo encargaste.

167.- Y escuchó bien tu aliento, tu palabra, y recibió con agrado tu petición de la señal, de la

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prueba, para que se haga, se verifique su amada voluntad.

168.- Y ahora, cuando era todavía de noche, me mandó para que otra vez viniera a verte;

169.- y le pedí la prueba para ser creído, según había dicho que me la daría, e inmedia-tamente lo cumplió.

170.- Y me mandó a la cumbre del cerrito en donde antes yo la había visto, para que allí cortara diversas rosas de Castilla.

171.- Y cuando las fui a cortar, se las fui a llevar allá abajo;

172.- y con sus santas manos las tomó,

173.- de nuevo en el hueco de mi ayate las vino a colocar,

174.- para que te las viniera a traer, para que a ti personalmente te las diera.

175.- Aunque bien sabía yo que no es lugar donde se den flores la cumbre del cerrito, por-que sólo hay abundancia de riscos, abrojos, huisaches, nopales, mezquites, no por ello dudé, no por ello vacilé.

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176.- Cuando fui a llegar a la cumbre del ce-rrito miré que era un paraíso.

177.- Allí estaban ya perfectas todas las di-versas flores preciosas, de las más finas que hay, llenas de rocío esplendorosas, de modo que luego las fui a cortar;

178.- y me dijo que de su parte te las diera, y que ya así yo probaría; que vieras la señal que le pedías para realizar su amada voluntad.

179.- y para que aparezca que es verdad mi palabra, mi mensaje,

180.- Aquí las tienes; hazme el favor de re-cibirlas”.

181.- Y luego extendió su blanca tilma, en cuyo hueco había colocado las flores.

182.- y así como cayeron al suelo todas las variadas flores preciosas,

183.- luego allí se convirtió en señal, se apa-reció de repente la Amada Imagen de la Perfec-ta Santa María Madre de Dios, en la forma y figura en que ahora está,

184.- en donde ahora es conservada en su amada casita, en su sagrada casita del Tepeyac, que se llama Guadalupe.

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Cuarta Aparición. “Felicidad de México” del Bachiller Bezerra Tanco.1685.

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185.- Y en cuanto la vio el Obispo Gober-nante y todos los que allí estaban, se arrodilla-ron, mucho la admiraron,

186.- se pusieron de pie para verla, se entris-tecieron, se afligieron, suspenso el corazón, el pensamiento…

187.- Y el Obispo Gobernante con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por no luego haber realizado su voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra.

188.- y cuando se puso de pie desató del cuello de donde estaba atada la vestidura, la tilma de Juan Diego.

189.- en la que se apareció, en donde se convirtió en señal la Reina Celestial.

190.- Y luego la llevó allá la fue a colocar a su oratorio.

191.- Y todavía allí paso un día Juan Diego en la casa de Obispo, aún lo detuvo.

192.- Y al día siguiente le dijo:-“Anda, va-mos a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le erijan su templo”.

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193.- de inmediato se convidó gente para hacerlo, levantarlo.

194.- Y Juan Diego, en cuanto mostró en donde había mandado la Señora del Cielo que se erigiera su casita sagrada, luego pidió permi-so:

195.- quería ir a su casa para ir a ver a su tío Juan Bernardino, que estaba muy grave cuando lo dejó para ir a llamar un Sacerdote a Tlatilol-co para que lo confesara y lo dispusiera, de quien le había dicho la Reina del Cielo que ya había sanado.

196.- Pero no lo dejaron ir solo, sino que lo acompañaron a su casa;

197.- Y al llegar vieron a su tío que ya estaba sano, absolutamente nada le dolía,

198.- Y él, por su parte, mucho admiró la forma en que su sobrino por que así sucedía, el que mucho le honraran;

199.- le preguntó a su sobrino porque así sucedía, el que mucho le honraran;

200.- Y él dijo como cuando lo dejó para ir a llamarle un Sacerdote para que lo confesara, lo dispusiera, allá en el Tepeyac, se le apareció la Señora del Cielo;

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201.- y lo mandó a México a ver al Gober-nante Obispo, para que allí le hiciera una casa en el Tepeyac.

202.- Y le dijo que no se afligiera, que ya su tío estaba contento, y con ello mucho se con-soló.

203.- Le dijo su tío que era cierto, que en aquel preciso momento lo sanó,

204.- y la vio exactamente en la misma for-ma en que se le había aparecido a su sobrino,

205.- y le dijo cómo a él también lo había enviado a México a ver al Obispo;

206.- y que también, cuando fuera a verlo, que todo absolutamente le descubriera, le plati-cara lo que había visto

207.- y la manera maravillosa en que lo hab-ía sanado,

208.- y que bien así la llamaría, bien la nom-braría: LA PERFECTA VIRGEN SANTA MARÍA DE GUADALUPE, su Amada Ima-gen.

209.- Y luego trajeron a Juan Bernardino a la presencia del Gobernante Obispo, lo trajeron a hablar con él, a dar testimonio.

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210.- Y junto con su sobrino Juan Diego, los hospedó en su casa el Obispo unos cuantos días,

211.- en tanto que se levantó la casita sagra-da de la Niña Reina allí en el Tepeyac, donde se hizo ver de Juan Diego.

212.- Y el Señor Obispo trasladó a la iglesia mayor la amada imagen de la Amada Niña Ce-lestial.

213.- La vino a sacar de su palacio, de su oratorio en donde estaba, para que todos la vie-ran, la admiraran, su amada imagen.

214.- Y absolutamente toda esta ciudad, sin falta y nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen.

215.- Venían a reconocer su carácter divino.

216.- Venían a presentarles sus plegarias.

217.- Mucho admiraron en que milagrosa manera se había aparecido,

218.- puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó su amada Imagen.

A la historia original de Valeriano se le ha llamado “NICAN MOPOHUA MOTEC-

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PANA” (significa: “Por orden y concierto se refiere aquí) por ser las palabras con que co-mienza el relato en La lengua náhuatl. “Nican” (aquí) “Pohua” (contar y “Tecpana” (poner en orden).

La manta en que milagrosamente se apare-ció la imagen de la Señora del cielo, era el abri-go de Juan Diego: ayate un poco tieso y bien tejido, porque en aquel tiempo era de ayate la ropa y abrigo de todos los pobres indios: sólo los nobles, los principales y los valientes gue-rreros, se vestían y ataviaban con una manta blanca de algodón. El ayate, ya se sabe, se hace de lchtli que sale del maguey. Este precioso ayate en que se apareció la siempre Virgen nuestra Reina es de dos piezas, pegadas y cosi-das con hilo blando. Es tan alta la bendita ima-gen, que empezando en la planta del pie, hasta llegar a la coronilla, tiene seis gemes y uno de mujer. Su hermoso rostro es muy grave y no-ble, un poco moreno. Su precioso busto parece humilde: están sus manos juntas sobre el pe-cho, hacia donde empieza la cintura. Es mora-do su cinto. Solamente su pie derecho descubre un poco la punta de su calzado color de ceniza. Su ropaje, en cuanto se ve por fuera, es de co-lor rosado, que en las sombras parece bermejo; y está bordado con diferentes flores, todas en botón y de bordes dorados. Prendido de su

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cuello está un anillo dorado, con rayas negras al derredor de las orillas, y en medio una cruz, además, de adentro se asoma otro vestido blanco y blando, que ajusta bien en las muñecas y tiene deshilado el extremo. Su velo, por fuera, es azul celeste: sienta bien en su cabeza, para nada cubre su rostro y cae hasta sus pies, ciñéndose un poco por en medio; tiene toda su franja dorada, que es algo ancha, y estrellas de oro por donde quiera, las cuales son cuarenta y seis. Su cabeza se inclina hacia la derecha y en-cima sobre su velo está una corona de oro de figuras ahusadas hacia arriba y anchas abajo. A sus pies está la luna, cuyos cuernos ven hacia arriba. Se yergue exactamente en medio de ellos y de igual manera aparece en medio del sol, cu-yos rayos la siguen y rodean por todas partes. Son cien los resplandores de oro, unos largos, otros pequeñitos y con figuras de llamas; doce circundan su rostro y cabeza; y son por todos cincuenta los que salen de cada lado. Al par de ellos, al final una nube blanca rodea los bordes de su vestidura. Esta preciosa imagen con todo lo demás va corriendo sobre un ángel que me-dianamente acaba en la cintura, en cuanto des-cubre; y nada de él aparece hacia sus pies, co-mo que está metido en la nube. Acabándose los extremos del ropaje y del velo de la Señora del cielo, que caen muy bien en sus pies, por am-bos lados los coge con sus manos el ángel, cuya

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ropa es de color bermejo, a la que se adhiere un cuello dorado, y cuyas alas desplegadas son de plumas ricas, largas y verdes, y de otras diferen-tes. La van llevando las manos del ángel, que, al parecer, está muy contento de conducir así a la Reina del cielo.

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Oleo sobre tela. Antonio de Santander.

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MARIA, DE NAZARET AL TEPEYAC

El camino era largo e incómodo, pero el amor que animaba a María se lo hizo encontrar fácil y hermoso; bajo la cúpula azul del cielo, le parecía estar en el Templo de Dios. Llegando a Jerusalén hizo una visita a la Casa del Señor, y continuó nuevamente por el camino que la lle-varía a la Colina de Ain Karim, donde vivía su prima Isabel.

“Cuánto me alegro,” pensaba María, “de poder ir a ver a Isabel; necesitará ayuda ahora que ha concebido en su ancianidad”. Su mente no puede menos que volar hacia atrás unos cuantos días cuando, al estar en oración, recibió la visita de un ángel que le había dicho: “Alé-grate, llena de gracia, el Señor es contigo, Ben-dita Tú entre todas las mujeres”. Ciertamente, la presencia del ángel no le había extrañado puesto que muchos de ellos estaban mezclados en la historia de sus padres sin embargo su sa-ludo la había impresionado profundamente; en-tonces, al penetrar en sus pensamientos, le dijo el ángel:

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“No temas, María, porque has hallado gracia a los ojos de Dios. Tú serás la Madre de un ni-ño a quien pondrás por nombre Jesús.” Todo esto viene meditando, decidida a servir, a ayu-dar a su prima, puesto que también había sido informada de su milagrosa concepción.

Sus pensamientos se ven cortados por la aparición de la casita típicamente judía, con su patio y su pozo, donde vive Isabel quien se en-cuentra asomada a la ventana y, al verla, corre a su encuentro con los brazos abiertos.

Es en este saludo cuando Isabel experimen-ta el gozo más grande de su vida al sentirse lle-na del Espíritu Santo y le dice: “Bendita Tú en-tre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; y ¿de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a verme? Porque, apenas llegó a mis oí-dos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno !Feliz la que ha creído que se cum-plirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” En Isabel obraba el espíritu de re-velación que habita siempre en el pueblo de Dios.

María dijo entonces: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava.”

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Después entraron a la casa, para protegerse del fuerte sol de Oriente, donde Zacarías, el es-poso de Isabel, recibió a María con gran gozo.

Más de tres meses permaneció María en casa de Isabel atareada con todas las labores propias del hogar: haciendo harina para cocinar pan, y cocinando, limpiando, ayudando, sirviendo, alegrando con su presencia todo lo que la ro-deaba.

Fueron sus manos morenas acostumbradas a trabajar las que recibieron el cuerpecito del pequeño Juan, hijo de Zacarías e Isabel, frotándolo con sal y derramando sobre él las aguas que limpiaron su cuerpo. Más tarde sería el mismo Juan, hombre crecido, quien derra-maría el agua sobre la cabeza de Aquél que lo llenó del Espíritu, cuando aún estaba en el vientre de su madre.

Es María, la visitadora, la misma que caminó a través de aquellos senderos polvorientos la que viene al nuevo mundo como una estrella caminando del Oriente al occidente para visitar a los hombres del nuevo pueblo, conociendo hasta sus más profundas emociones, y trae en sus entrañas la mejor noticia que el mundo ha recibido.

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Ella es la primera evangelizadora, la que al pasar por Europa cautivó los corazones de la Edad Media y en España, deteniéndose en un pilar, fue la columna de fuego, de nube, el sostén de ese pueblo español que junto con la cruz entregó una Madre al Nuevo Mundo.

Tres carabelas cruzaron el mar, allí, en la más pequeña, la Santa María, venía Ella, al lado de Cristóbal Colón, quien se paseaba de un la-do a otro viendo hacia el horizonte y recitando los salmos de David, con el corazón puesto en Dios.

Vino a México oculta entre los pobres saya-les de Fray Toribio de Benavente (Motolinía); de los doce primeros, en todos esos oleajes que vinieron a traernos la Buena Noticia con su predicación, su vida ejemplar, sus obras, su amable sonrisa, su sencillez, su laboriosidad y su pobreza.

Cuando llega al Tepeyac para quedarse en esta tierra, se deja ver de Juan Diego, y después de todos los moradores de la tierra, para que la amen e invoquen y a Ella confíen sus penas.

Pero sigue siendo la misma María, la Virgen Madre, que viene de aquel pueblito de Nazaret al Tepeyac, la de ayer, la de hoy, la de siempre.

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Miguel Cabrera. Siglo XVIII.

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JUAN DIEGO

Juan Diego nació el año de 1474; su nombre pagano fue el de Cuauhtlatoatzin (Águila que habla) originario del barrio de Tlayácac en Cuautitlán, donde pasó gran parte de su vida.

En 1525 él, su esposa María Lucía y su tío Juan Bernardino recibieron el sacramento del Bautismo en el templo de Santiago Tlatelolco.

Cuatro años más tarde, al morir María Lucía, se trasladó a Tolpetlac, viviendo con su tío Juan Bernardino, quien también sería honrado con la visita de María de Guadalupe cuando acude a sanarlo.

Juan Diego era un hombre común y corrien-te, pero su rango no era el ínfimo, sino que pertenecía a la clase noble de los indios Ma-cehuales, poseía cierta cultura al hablar, y lo comprobamos en el lenguaje que usó en su diá-logo con la Santísima Virgen y el Obispo Zumárraga.

Su trabajo consistía en tejer petates mismos que vendía junto con otros productos de tule; tenía algunas propiedades entre ellas la casa donde habitaba, (actualmente es el Templo de

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Nuestra Señora de la Salud) y otros bienes, los cuales regaló después de su encuentro con María en el Tepeyac.

Desde antes de las Apariciones Guadalupa-nas ya era tenido Juan Diego en un concepto de santidad entre sus compatriotas, quienes le llamaban el ermitaño porque gustaba de andar solo, dedicado a la contemplación de las cosas divinas; asistía con puntualidad a la doctrina. Después de su bautismo manifestó un tierno amor a la Santísima Virgen, por lo que acos-tumbraba escuchar la misa que se celebraba to-dos los sábados en el barrio de Tlaltelolco a la Reina de los Ángeles. Para ello madrugaba, pues era costumbre en aquella época que en las iglesias a cada uno de los parroquianos se le llamase por su nombre, (como quien dice pasa-ban lista) con el objeto de imponer alguna san-ción a los faltantes. Juan Diego era de los que, para no incurrir en aquella falta, llegaba antes de que principiara la misa. Hacía grandes peni-tencias y gustaba de ayudar a los demás para que vivieran mejor.

Después de su encuentro personal con la Virgen María en 1531, trasladó su morada a un cuarto de adobes que le fue edificado junto a la Capilla donde se colocó la Sagrada Imagen, cu-ya custodia le fue confiada por el Obispo Zumárraga.

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A diario se ocupaba de barrer el templo, in-vocando a la señora del Cielo con gran fervor; frecuentemente se confesaba, comulgaba, y se escondía para poder entregarse a la oración.

Por 17 años Juan Diego sirvió incansable-mente en la propagación de la fe entre los indí-genas, instruyéndolos con gran paciencia y amor, motivándolos para su conversión; des-pués les aconsejaba que acudieran a los misio-neros a completar su instrucción.

Murió en el año de 1548, a la edad de 74 años, fue sepultado junto a su tío Juan Bernar-dino en la primera Ermita, aunque actualmente se ignora dónde yacen sus restos.

Puede establecerse un paralelo entre San Juan Evangelista, el Águila de Patmos, que vio aquel gran signo de la Virgen, circundada por el sol, con la luna a sus plantas y doce estrellas en su cabeza, y Juan Diego, que podemos llamar en cierto modo “Águila del Tepeyac”, porque tuvo la misma visión en nuestra colina sagrada; más aún, lo que para Juan Evangelista fue sig-no, para Juan Diego fue un signo que se mate-rializó.

El milagro de Guadalupe no tiene paralelo en los anales de la humanidad pues cambia de-finitivamente la espiritualidad del continente

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Americano y es indudablemente Juan Diego el personaje central en este acontecimiento, sien-do un instrumento dócil a los planes divinos en la conversión masiva más grande de la historia. Toda su vida fue un ejemplo de entrega, mode-lo de santidad y humildad innata, esto lo con-vierte en el prototipo de los apóstoles laicos.

Es en verdad conmovedor comprobar una vez más la predilección que siempre muestra Dios por los sencillos y humildes, “Sí NO CAMBIAIS Y OS HACEIS COMO LOS NIÑOS, NO ENTRAREIS EN EL REINO DE LOS CIELOS”. (Mt.18:3) Al ser elegido por la Virgen María para ser su emisario y profeta, es obvio que Ella sabía que Juan Diego tenía una capacidad especial para llevar a cabo las funciones que se le asignaron; por lo tanto el haber sido honrado en forma tan relevante lo hace ante el género humano merecedor de una profunda veneración.

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JUAN DIEGO SANTO

Canonización de Juan Diego. Julio 31, 2002.

La santidad de Juan Diego, es notable, mu-cho antes de convertirse en el mensajero de la Virgen, toda vez que sus hermanos lo venera-ron como un gran ejemplo de vida cristiana. Don Marcos Pacheco, el primero de los siete indios testigos de Cuautitlán, declaró en el pro-ceso hecho en 1666, “Era un indio que vivía modesta y recogidamente y que era muy buen cristiano, temeroso de Dios y su conciencia, de

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muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que en muchas ocasiones le decía a este testigo la dicha su tía: Dios os haga como Juan Diego”. Su Santidad el Papa Juan Pablo II lo proclamó Beato el 6 de mayo de 1990. El 3 de Mayo día de la Santa Cruz de ese mismo año, un joven de nombre Juan José Ba-rragán Silva, de veinte años, estaba sufriendo una crisis depresiva cuando se arrojó por la ventana de su casa, desde una altura de 10 me-tros. Inmediatamente es llevado al Sanatorio Durango, donde estaba de director el Dr. Homero Hernández Illescas (q.d.p), por la gra-vedad del caso, se decide que no hay nada que la medicina pueda hacer pues el impacto fue tan fuerte que no había manera de salvarle la vida. Ante las súplicas de la afligida madre el doctor Illescas le recomienda que rece a Juan Diego, con toda su fe. Para el día 6 de mayo, en el momento en que se está declarando beato a Juan Diego, Juan José se despierta como de un largo sueño con mucha hambre y pide de co-mer, así sin las lesiones que causaría el acciden-te, ni secuelas del golpe tan fuerte que llevó en la cabeza. Para sorpresa de todos, sale del hos-pital el 13 de Mayo, caminando por su propio pie.

Curiosamente todo esto sucedió en el mes de mayo, mes dedicado por la iglesia católica a

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honrar a la Virgen María, Madre de Dios. Pre-cisamente cuando se celebra el día de la Santa Cruz, sucede el accidente al joven Barragán Sil-va, después el día 6 de mayo en que la iglesia concede la beatificación de nuestro santo el se despierta con hambre, y el trece de mayo día en que se celebramos Nuestra Señora de Fátima en Portugal, en donde la Virgen pide a los ni-ños pastorcitos que recen, recen… que es lo mismo que hace la mamá de dicho joven, rezar ¡si! a la virgen en su advocación de Guadalupe y a su mensajero Juan Diego, luego entonces nos damos cuenta que la virgen quiere mostrarnos, que es Ella la que nos lleva con su hijo Jesús, nuestro Hermano cuidándonos y protegiéndo-nos a través de su siervo fiel, Juan Diego.

Examinando todo esto la Congregación para la Causa de los Santos, recibió el resultado del proceso de parte de los teólogos que analizó detenidamente este milagro, y presididos por el promotor de la Fe, aprobaron el milagro hecho por intercesión de Juan Diego.

Por lo tanto la canonización de Juan Diego es para cumplir la promesa que la Virgen le hizo a su amado Juan Dieguito cuando le pide que vaya a ver al obispo y le diga lo que ha vis-to y oído pero sobre todo le dé su palabra su aliento, su petición “ANDA AL PALACIO DEL OBISPO DE MEXICO Y LE DIRAS

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COMO YO TE ENVÍO, PARA QUE LE DESCUBRAS COMO MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME PROVEA DE UNA CASA, ME ERIJA EN EL LLANO UN TEMPLO, CUANTO HAS VISTO Y ADMIRADO, Y LO QUE HAS OIDO.

Y TEN POR SEGURO QUE MUCHO LO AGRADECERE Y LO PAGARE, QUE POR ELLO TE ENRIQUECERE, TE GLORIFICARE; Y MUCHO DE ALLÍ MERECERÁS CON QUE YO RETRIBUYA TU CANSANCIO, TU SERVICIO CON QUE VAS A SOLICITAR EL ASUNTO AL QUE TE ENVÍO. (33-36 N.M.)

Finalmente Juan Diego Cuauhtlatoatzin es inscrito en el catalogo de los santos el 31 de Ju-lio del 2002 y se establece que en toda la Iglesia sea devotamente honrado el 9 de Diciembre de cada año, elevado a tan grande honor por el Papa Juan Pablo II, Obispo de la Iglesia Católi-ca.

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Oleo del maestro Von Waberer O´Gorman.

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GUADALUPE

Examinando el Nican Mopohua de Antonio Valeriano (el relato de las apariciones del Tepe-yac) encontramos que cuando la Virgen habla con Juan Diego se refiere a sí misma como la “VIRGEN SANTA MARIA, MADRE DEL VERDADERÍSIMO DIOS POR QUIEN SE VIVE Y” es en su diálogo con Juan Bernardino cuando revela su nombre.

Posiblemente cuando él se despertó su men-te estaba clara y se encontraba totalmente cura-do. Debe haberse sorprendido mucho llaman-do a su sobrino por su nombre, al no encontrar respuesta y asombrado de ver una mujer llena de luz que le hablaba suavemente diciéndole: “Juan Diego no está aquí, yo lo he enviado a llevar un mensaje al Obispo.” entonces Juan Bernardino se dio cuenta de la hermosa mujer de indescriptible belleza que estaba de pie, a un lado de su petate, rodeada por los rayos del sol, con un manto sobre su cabeza donde cente-lleaban multitud de estrellas. En ese momento supo que era la “SANTA MADRE DE DIOS”.

Ella le hablaba en su lengua natal el náhuatl, pues este era el lenguaje de los indígenas le

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contó del mensaje que su sobrino llevaría al Obispo y también de cómo había dejado su Imagen estampada en el ayate de Juan Diego.

Cuando Juan Diego regresó a su casa para ver a su tío después de haber cumplido con el mensaje de la Virgen, le confirmó que era cier-to, que en aquel preciso momento le había sa-nado cuando se le apareció en su habitación y también a él lo había enviado a México a ver al Obispo Fray Juan de Zumárraga; que cuando fuera a verlo, le contara absolutamente todo lo que había visto, y la maravillosa manera en que lo había sanado, y que bien así la llamaría, bien así se nombraría LA PERFECTA VIRGEN SANTA MARIA DE GUADALUPE su ama-da imagen.” . (203, 304, 205, 206, 207,208 N.M.)

El nombre náhuatl que mencionó la Santí-sima Virgen a Juan Bernardino y que los oídos españoles asimilaron como “Guadalupe”, quizá nunca lo llegaremos a encontrar en ningún do-cumento, porque los españoles de aquella épo-ca relacionaron el nombre “de Guadalupe” por asociación fonética, con el de la Virgen de Guadalupe del Santuario de Extremadura, Es-paña.

La Virgen de Guadalupe de México, no se asemeja en absoluto con la imagen de la Virgen de Extremadura, sino que en ese momento de

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la historia guadalupana, se realizó una fusión cultural.

El nombre de Santa María de Guadalupe, sugiere, y cumple con muchas exigencias, en especial al carácter de la narración que es cons-tructiva y amable; no hay reproche por las anti-guas “idolatrías” de los indígenas, sino siempre sobresale lo positivo y legítimo para con ello expresar el Mensaje Guadalupano.

El nombre “Cuahtlapcupeuh”, o lo que es igual “tecuauhtlapcupeuh”: los elementos de dicha palabra son: tlecuauh-tlapcupeuh, cuyo significado es el siguiente:

1.- Tle-tl: fuego – Elemento que recuerda el lugar donde Dios vive y actúa.

2.- Cuauh-tli -águila - Símbolo del sol y de la Divinidad.

3.- Tlapcup-a del Oriente, de la Región de la luz (era también la Región de la Música) Tie-ne las formas: Tlapcopa, Tlauhcupa, Tlauhco-pa.

4.- El verbo ehua; en forma de pretérito: euh; dicha terminación se usa para indicar el sujeto que hace la acción – en nuestra lengua un participio activo – y que continúa haciéndo-

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la. Significa: levantar, proceder de, disponerse a volar, revolar, entonar un canto.

Para la significación de la palabra da lo mismo poner o quitar la primera sílaba tle (fue-go), pues lo mismo es decir: El Águila de fuego que simplemente Cuauh-tli: El Águila, por ex-celencia, es decir, el Sol: Dios. El significado de dicho nombre en su forma más sencilla sería: “La que procede de la región de la luz. Como el águila de fuego.” Y dado que el verbo está tan preñado de contenido podría proponerse esta amplificación, de acuerdo con la lengua y las implicaciones culturales: La que viene – volando – de la región de la luz y (y de la música) y entonando un Canto, como el Águila de fuego.

La correspondiente –fonéticamente hablan-do– palabra castellana GUADALUPE signifi-ca, según los estudiosos de la lengua árabe: Río de cascajo negro, y según los estudiosos más recientes, Río de amor.

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UN CODICE INDIGENA

No será para ti ya nunca más el sol luz del día, ni el resplandor de la luna te alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahvé por luz eterna, y a tu Dios por tu hermosura. No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna menguará, pues Yahvé será para ti luz eterna y se habrán acabado los días de tu luto (Is 60, 19-20)

Siendo la cultura indígena básicamente ma-triarcal, puesto que la mayoría de sus deidades eran femeninas, Dios que siempre adapta su pedagogía a los destinatarios del mensaje, quiso mostrar su presencia amorosa en el Nuevo Mundo a través de Guadalupe.

Ella es el “EMMANUEL”, el “DIOS CON NOSOTROS”, porque su imagen reproduce la síntesis de las ideas teológicas pre-hispánicas. Es la “Coatlicuetonantzin” (la vida y la muerte unida en nuestra madre tierra, la de las faldas

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Nahui Ollín o flor solar, corazón del cielo, alianza creadora, materia, espíritu en el vientre de la virgen.

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de serpiente que se veneraba en su “Teocalli” erigido en el Tepeyac “nariz del cerro”), y que ahora se revela como “TLECUAUHTLAPCU-PEUH” ( La que procede de la región de la luz como el águila de fuego ) cuando se aparece a Juan Diego y a su tío Juan Bernardino.

En el SOL de GUADALUPE está el Quin-to Sol, anunciado en el calendario azteca, está representado en la cara del centro, rodeado por los cuatro elementos: tierra, agua, fuego, aire.

Ella es madre, fuente de vida, se muestra como la madre del niño sol; ella está embaraza-da y lo lleva dentro; por eso está transformada, está HECHA UN SOL y a la vez lo IRRADIA.

Si antes los indígenas se sentían hijos del sol, ahora serán como él mismo, serán como dio-ses.

La antigua lucha astral parece terminada en esta Mujer, ya que se encuentra rodeada por el sol, las estrellas en su manto y la luna la que la sostiene, todos los elementos unidos, en per-fecta armonía cósmica.

Es obvio que la Virgen de Guadalupe está de pie en la parte central de la luna, o sea “en el ombligo, de la luna”. Esto, por similitud foné-tica y por la misma etimología de la palabra,

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MEXICO indica que la Virgen esta “En Méxi-co” Y, al estar en este país, también está, en el Continente Americano, al mismo tiempo en todo el mundo.

El color azul verdoso de su manto es símbolo de Huitzilopochtli, Dios del firma-mento, a quien también llamaban “Cielo Azul”, tiene muchas estrellas. A los ojos europeos, lo natural sería decir que “simbolizan el cielo es-trellado”. Pero según la cultura náhuatl la vi-sión de las estrellas que había en el manto varía. Ya que tenían la creencia en trece cielos, así mismo hay trece niveles de estrellas en la parte izquierda superior del manto estos equivalen a esos trece cielos. Las estrellas en sus niveles serán entonces el símbolo clarísimo de los “cie-los prehispánicos”. Para los indígenas no es una “representación” del cielo el azul del man-to con sus estrellas, sino el cielo mismo.

La idea de la inmortalidad como nosotros la entendemos no era conocida por los indígenas. Ellos tenían una idea muy confusa de la exis-tencia después de la muerte. La prueba que ne-cesitaban para comprender que el alma de un hombre vivía después de la muerte de su cuer-po mortal la encontraron en esta Imagen, ro-deada de objetos celestiales —nubes, estrellas, rayos de sol, la media luna— él ángel, que pa-rece un macehual convertido en águila, por

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haber llegado a la perfección, y que viene a tra-er un mensaje de parte de Dios.

Conocían la existencias de los ángeles por los relatos que habían oído de los sueños del paje de Netzahualcóyotl y de la princesa Papat-zin, hermana del Emperador Moctezuma, sab-ían que eran mensajeros enviados por el Ver-dadero Dios Invisible, Creador de Cielo y Tie-rra, usando ambos las mismas palabras al pre-sentarse. Cuando la Virgen se apareció a Juan Diego dijo ser: “la Madre del Verdaderísimo Dios, por quien se vive”.

El ángel que se apareció a la princesa Papat-zin tenía una cruz negra sobre su frente y los extranjeros a quienes ella vio en su sueño lleva-ban estandartes con el mismo signo.

Aquí se encuentra un ángel a los pies de la Virgen, y en su garganta lleva un broche dora-do con una cruz negra en el centro. Este bro-che está prendido a su túnica y es tan brillante como si hubiera sido recientemente pintado, este se identifica con la cruz que los indígenas habían visto en los estandartes de Hernán Cortés, convenciéndolos de que la religión de sus conquistadores era la que ellos debían abra-zar.

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Si no hubiera más símbolos en esta Imagen, el ángel y la cruz hubieran bastado para conver-tir a todos los pobladores, puesto que lo identi-ficaron con los mensajeros celestiales que hab-ían sido enviados a ellos por el Dios descono-cido en dos ocasiones diferentes.

Sus manos, unidas sobre su pecho en actitud suplicante, indican que no es una diosa, sino que, a través de su elevada posición de Madre de Dios, su poder de intercesión ante El no puede ser igualado por ninguna otra criatura.

En su túnica rosada se aprecian arabescos que parecen flores estilizadas, y son jeroglíficos de valor celeste, idénticos a los pintados en el fresco de Teotihuacan donde Tlaloc está presi-diendo al paraíso Terrenal.

Sobre su abultado vientre destaca una flor de cuatro pétalos, símbolo de “LA FLOR SOLAR”, que era el jeroglífico náhuatl más familiar y que, bajo infinitas variantes, está formado siempre por cuatro puntos unificados por un centro, disposición llamada en “quin-cunce”. El cinco es la cifra del centro, y éste es el punto de contacto del cielo y de la tierra. De-signa también la piedra preciosa que simboliza el corazón, lugar de encuentro de los principios opuestos.

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En esta “FLOR SOLAR” o “CRUZ DE QUETZALCOATL” se reúnen todas las ca-racterísticas del “QUINTO SOL” —“EL CORAZON DEL CIELO”— expresadas en los mitos, fuerza capaz de salvar de la inercia; lo consideraban como el elemento calor —luz en unión dinámica con la materia— la alianza creadora.

Todos estos signos, y todas estas flores se convirtieron en un mensaje hablado que los indígenas percibieron con su inteligencia y guardaron en su corazón, motivándolos a dejar sus antiguos ritos y a buscar el conocimiento del Verdadero Dios por quien se vive, Señor del Cielo y Tierra.

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“Y miren… a la santa iglesia De Nuestra Señora de Guadalupe,

Que está en lo de Tepeaquilla Donde solía estar asentado

El Real de Gonzalo de Sandoval Cuando ganamos a México, Y miren los santos milagros

Que ha hecho y hace cada día…”

Bernal Díaz del Castillo

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LA GUADALUPANA

EN LA BIBLIA

MARIA DE GUADALUPE es el DON de Dios, la que procede de la región de la luz, co-mo el águila de fuego, la que viene del Oriente como el sol.

Su Imagen es una palabra revelada en un acontecimiento que tuvo lugar el 12 de Di-ciembre de 1531 cuando quedó estampada en la tilma de Juan Diego ante los ojos de Fray Juan de Zumárraga y de Juan González (el intérprete de ambos), para mostrarse como madre amorosa y tierna de la nación mexicana y de cuantos la invoquen.

Se apareció a un indio para indicar que quer-ía admitir en su regazo a esta nación recién convertida declarándose a sí misma Madre Es-piritual de todos mexicanos.

La tilma es de hilo de palma que los indios llamaban “yozotilmatli”; la palma significa pro-tección; su fruto es dulce y medicinal; su reto-ño, alimento saludable; sus ramos son como una mano abierta para beneficiar; nunca se

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marchita y por lo floreciente es señal del triun-fo de los mártires y símbolo de la victoria. Así la Virgen es elevada ante nuestros ojos como una palma. FLORECE EL JUSTO COMO PALMERA. (Sal. 92,13)

Es áspera y sin aparejo alguno; color de lino natural. Hecha con dos lienzos unidos con una costura al centro. La cabeza de la Virgen está inclinada hacia el hombro derecho, librando su cara de la costura, y en actitud de quien escucha con atención al que está suplicante a sus pies.

La pintura reúne cuatro técnicas: la cabeza y manos al óleo; la túnica, el ángel y las nubes al temple; el manto al aguazo; y el fondo sobre el cuál se destacan los rayos del sol, labrados al temple. Esto sugiere que así como los Evange-lios fueron plasmados por el mismo artista que es Dios, utilizando cuatro distintos instrumen-tos como fueron Mateo, Marcos, Lucas y Juan, así, aquí se conjugan cuatro diferentes técnicas.

El tamaño de la tilma es de 1.54 por 1.04 mts. sin lo que doblan las orillas; la imagen mi-de 1.43 mts., guardando perfecta proporción y simetría por todo el cuerpo, pues al observar la pintura de la Virgen y contemplar su rostro, fresco y tierno, podemos concluir que es el de una jovencita de entre dieciocho o veinte años.

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Esta imagen, en sí, es una maravilla, ya que el material de la tilma de Juan Diego, humana-mente hablando no es durable sin embargo se ha conservado durante 475 años. Científica-mente no se ha descubierto el tipo de pigmen-tos con que esta pintada. No se encuentra nin-guna preparación sobre el ayate y sin embargo “tiene tacto de seda”.

La descripción de la imagen encaja perfec-tamente con la cita bíblica de Apocalipsis (12,1-2)

UNA GRAN SEÑAL APARECIO EN EL CIELO, UNA MUJER VESTIDA DE SOL CON LA LUNA BAJO SUS PIES Y UNA CORONA DE DOCE ESTRELLAS SOBRE SU CABEZA. ESTA EN CINTA Y GRITA CON DOLORES DEL PARTO Y CON EL TORMENTO DE DAR A LUZ.

María es el Don de Dios, la Mujer, de quien El mismo habló en el paraíso a la serpiente ENEMISTAD PONDRE ENTRE TI Y LA MUJER, Y ENTRE TU LINAJE Y SU LINAJE: EL TE PISARA LA CABEZA MIENTRAS ACECHAS TU SU CALCA-ÑAR. (Gen. 3,15) Vestida del sol, Cristo que es el Sol de Justicia, está dentro de Ella y con su Espíritu la colma y la trasciende, porque Ella lo irradia y del cual está llena. Y EN CUANTO, OYO ISABEL EL SALUDO DE MARIA,

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SALTO DE GOZO EL NIÑO EN SU SENO E ISABEL QUEDO LLENA DEL ESPIRITU SANTO (Lc. 1, 41).

De su cuerpo salen cien rayos de oro con fi-gura de llamas; está esparciendo el sol a todas partes para desterrar las tinieblas del error; doce rayos circundan su rostro y cabeza.

El lado izquierdo de la Imagen está en som-bra y el derecho iluminado. Y SIN EMBARGO OS ESCRIBO UN MANDA-MIENTO NUEVO, -LO CUAL ES VERDA-DERO EN EL Y EN VOSOTROS- PUES LAS TINIEBLAS PASAN Y LA LUZ VER-DADERA BRILLA YA. (1a. In. 2,8)

Con una luna negra bajo sus pies, pisándola con dominio, nos enseña que la mancha origi-nal simbolizada en ella, nunca tocó ni su cuer-po ni su alma, luego entonces re presenta la imagen de todo lo mutable y caprichoso, lo que no es eterno, los falsos ídolos, todo lo que nos separa de Dios; también representa la inunda-ción de las aguas por el especial influjo que tie-ne en ellas, es por eso que la Virgen escogió aparecerse en el Cerro del Tepeyac, sitio donde la ciudad se veía amenazada por el riesgo de las inundaciones.

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Coronada por doce estrellas, cual reina del universo, del cielo y de la tierra, y reina de to-dos los santos.

Su manto es color azul verde, pues la lla-mamos “Señora de los Mares y Estrella del Mar”, cubre todo su cuerpo, y está adornado por un ancho galón de oro; engarzado con 46 estrellas de 8 puntas cada una, repartidas en ambos lados 22 en el lado izquierdo y 24 en el lado derecho, como las gracias y dones reparti-dos en los demás santos. LOS QUE ENSEÑARON A MUCHOS LA JUSTICIA BRILLARAN COMO LAS ESTRELLAS POR TODA LA ETERNIDAD. (Dn. 12, 3)

Tiene en el contorno y dintorno del manto un perfil negro que nos recuerda la profecía de Simeón, que estaría María rodeada de muchos dolores: Y A TI MISMA UNA ESPADA TE ATRAVESARA EL ALMA A FIN DE QUE QUEDEN AL DESCUBIERTO LAS IN-TENCIONES DE MUCHOS CORAZONES. (Lc. 2,35) El haber obtenido el título de Madre de la Humanidad fue gracia conquistada con sus dolores y martirios, sin faltarle un espíritu de fortaleza y constancia, dolorosa sin desmayo; penetrada hasta los más íntimo de su ser, pero muy alegre por nuestra redención, criatura ca-paz de sentir nuestras penas y dolores para ali-viarles con la fuerza de la gracia.

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Su hermoso rostro, es un óvalo perfecto, noble y apacible, de belleza misteriosa; tez mo-rena color tostado del sol, SOY MORENA PERO BONITA, HIJAS DE JERUSALEN (Cant. 1,5).

Sus cejas delgadas y delicadamente arquea-das; su cabello sedoso ligeramente ondulado, color café rojizo; de la suavidad de sus labios parecen brotar de nuevo las palabras de ternura ¿NO ESTOY YO AQUI QUE SOY TU MADRE?

Sus manos están juntas, en actitud de ora-ción constante: ORAD SIN CESAR. (1ª Tes. 5,17) Por sus santas manos pasan nuestras peticiones a Dios; Ella es la misericordia orante, la omni-potencia suplicante.

Tiene cadenillas de oro en sus muñecas, pues es la esclava del Señor por amor: DIJO MARIA: HE AQUI LA ESCLAVA DEL SEÑOR; HAGASE EN MÍ SEGUN TU PALABRA (Lc.1, 38)

Prendido del cuello lleva un broche dorado y al centro hay una pequeña cruz negra, la joya de la cruz por la cual fuimos redimidos los hombres; símbolo del misterio pascual y de que la nación mexicana está destinada a ser la na-ción de la cruz.

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LA DOCTRINA DE LA CRUZ ES EN EFECTO NECEDAD PARA LOS QUE SE PIERDEN, PERO PARA LOS QUE SE SALVAN, PARA NOSOTROS, ES FUERZA DE DIOS. (1ª Cor. 1, 18)

Se le asoma otro vestido blanco, que ajusta en las muñecas y cuello, como símbolo de su excelsa castidad, Madre castísima, Madre vir-gen, Madre purísima. Lleva una túnica rosada por ser la aurora y el crepúsculo de la reden-ción. El forro de la túnica es de pieles finísimas, para indicarnos que María ha sido enriquecida interiormente por la Santísima Trinidad; sobre-puesta lleva otra túnica como de encaje con di-bujos de hilo de oro a manera de arabescos, símbolo de todos los dones y carismas del Espíritu Santo: HAY DIVERSIDAD DE CARISMAS, PERO EL ESPIRITU ES EL MISMO (1ª Cor. 12,4) Revestida de todas las gra-cias y virtudes, como le anunció el ángel: ENTRANDO DONDE ELLA ESTABA LE DIJO: -ALEGRATE LLENA DE GRACIA, EL SEÑOR ES CONTIGO- (Lc. 1, 26); el oro representa la ardiente caridad que la abraza.

Lleva sus pies calzados con sandalias de lino o algodón teñido, como lo expresa la Sagrada Escritura refiriéndose a Judith.

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Su pie pisa la luna negra más no al dragón, como aparece en otras imágenes, puesto que el dragón representa las herejías que abundaron en otros Continentes, pero no en América donde aún no había llegado la Revelación…Y COMO CALZADO, EL CELO DE PRO-PAGAR EL EVANGELlO DE LA PAZ. (Ef. 6,15)

Tiene un ceñidor morado oscuro en forma de moño, conforme al uso de las orientales cuando iban a emprender un largo camino o una empresa difícil, en señal de fortaleza: CEÑIDAS VUESTRAS CINTURAS (Ex. 12,11), como puntas del cíngulo de la castidad.

Su pierna está flexionada por ser la que vie-ne en camino, portadora de la buena nueva de la salvación, evangelizadora de la Nación Mexi-cana:

EN AQUELLOS DIAS, SE LEVANTO MARIA Y SE FUE CON PRONTITUD A LA REGION MONTAÑOSA, A UNA CIUDAD DE JUDA; ENTRO EN CASA DE ZACARIAS Y SALUDO A ISABEL. Y EN CUANTO OYO ISABEL EL SALUDO DE MARIA, SALTO DE GOZO EL NIÑO EN SU SENO, E ISABEL QUEDO LLENA DEL ESPIRITU SANTO Y EXCLAMANDO CON GRAN VOZ, DIJO: BENDITA TU

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ENTRE LAS MUJERES Y BENDITO EL FRUTO DE TU SENO; Y ¿DE DONDE A MI QUE LA MADRE DE MÍ SEÑOR VENGA A MI? (Lc. 1,39-43)

Así María de Guadalupe viene al Tepeyac para visitar nuestra nación recién convertida, como a su Benjamín muy amado a quien cuida y protege con ternura, a demostrarnos que Ella es la Madre del Verdadero Dios por quién se vive y que también es medicina para sus hijos, pues donde Ella se apareció brotó un manantial de agua que cura enfermedades: FUENTE DE LOS HUERTOS, POZO DE AGUAS VIVAS, CORRIENTE QUE DEL LIBANO FLUYE. (Cant. 4, 15)

Y grita con los dolores del parto para reve-larnos a su Hijo, del cuál Ella esta embarazada, según se aprecia en esta imagen porque su ce-ñidor está arriba de la cintura y sus manos des-cansan sobre su vientre.

El ángel que está a sus pies toca con una mano el manto y con la otra su túnica por ser Ella la mediadora de todas las gracias entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Este ángel representa en general a las tres jerarquías y nueve órdenes (o sean millones de ángeles); tiene azules las plumas exteriores de las alas por estar elevadas en la sabiduría; las plumas de en

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medio son blancas, protectoras de la castidad; las inferiores son de color carmín o fuego en-cendido de la caridad. Tiene la misma vesti-menta que la Virgen su Señora, túnica color ro-sada y en el pecho un broche, pero sin cruz, pues los ángeles no fueron redimidos por ella.

En síntesis, la figura de María de Guadalupe concuerda con la descripción que el esposo hace de la esposa en el Cantar de los Cantares: TU CUELLO Y MANOS SON COMO HE-CHOS A TORNO, TU CUELLO ERGUIDO COMO LA TORRE DE DAVID, TUS OJOS DE CASTA PALOMA, TUS CABELLOS TENDIDOS COMO EL PIMPOLLO DE LA PALMA, TUS LABIOS LIRIOS PURPU-REOS QUE DESTILAN MIRRA FLUIDA, TUS PIES HERMOSISIMOS, TU CAL-ZADO MUY SINGULAR COMO HIJA DEL MEJOR REY, ¿QUIEN ES ESTA QUE SE LEVANTA COMO LA AURORA AL NACER?

Es éste el UNICO ORIGINAL bajado del cielo, y fuera de la Sábana Santa en Turín no hay en el mundo reliquia similar. Por eso, cuando en 1751 el Padre Francisco López mostró una copia al Papa Benedicto XIV, des-pués de examinarla, lleno de admiración el San-to Padre exclamó: NON FECIT TALITER OMNI NATIONI - NO HIZO COSA

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IGUAL CON NINGUNA OTRA NACION (Salmo 147)

Las citas bíblicas que aparecen en este capítulo en re-lación con la Virgen de Guadalupe, deberán entenderse no en el sentido literal en que fueron inspirados sino como un paralelismo de esa revelación al pueblo de México.

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¿NO ESTOY YO AQUI QUE SOY TU MADRE?

HIJO, AHÍ TIENES A TU MADRE, Y DESDE AQUELLA HORA EL DISCÍPULO LA ACOGIÓ EN SU CASA” (Jn.19, 27)

¡Cuántas veces el Hijo de Dios nos ha hecho entrega de lo que para un hombre es lo más sa-grado y digno de respeto y veneración! SU MADRE y nosotros, con los oídos sordos, ta-pados por el ruido del mundo, no hemos sabi-do escuchar.

No es un hombre, sino un Dios encarnado quien nos hace entrega del amor de sus amores: SU MADRE.

A través de Juan, el discípulo amado, Jesús nos HEREDA su más preciada posesión, SU MADRE.

¿Cómo hemos respetado cada uno de noso-tros la última voluntad de Jesús?

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Antes de morir Él la deposita en nuestra custodia con la esperanza de que cada ser humano la acoja en su casa, como lo hizo Juan.

Y en realidad, ¿Hemos acogido a María en nuestra casa? ¿La hemos hecho nuestra Madre? ¿Estamos conscientes de la entrega que Jesús nos hizo antes de exhalar el último suspiro? ¿Qué hemos hecho con María? ¿Donde la hemos puesto?

En Nazaret conocemos a María como la Madre de Jesús, de Juan, de los apóstoles y de todos los discípulos que formaron la Iglesia in-cipiente desde el día de Pentecostés. Aquí en el Tepeyac, se muestra como Madre de todo aquel que la quiera ACOGER EN SU MO-RADA.

María viene a ofrecerse, a entregarse. Viene a darse a conocer al Nuevo Mundo que está naciendo a la fe; viene a mostrar su amor de Madre en espera de ser recibida por aquellos hijos que la quieran “acoger en su casa”, como luego se mostró a otro Juan, al humilde y senci-llo Juan Diego para engendrar a Jesús en su co-razón.

María de Guadalupe ha venido para se nues-tra MADRE AMOROSA, pero ante todo, HIJA DE DIOS Y MADRE DE CRISTO, de-

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seosa de hacernos participar de la alegría de en-gendrar y dar a luz a Cristo. Sólo tenemos que imitar a aquel Juan a quien Jesús amaba y re-cordar el momento más sublime de entrega que puede tener un hijo ante la proximidad de la muerte, dando su más amada posesión a quien merece toda su confianza y amor.

Ante el espectáculo de aquella mujer que tanto cariño ha sabido dar y que ha sufrido en silencio la amargura del desprecio a su hijo y ha presenciado su sacrificio, el discípulo no puede menos que sentir en su corazón, el dolor de aquella madre abandonada y el vacío que expe-rimenta ante el hijo amado que exhala el ultimo suspiro.

Y Juan, en un momento de profunda com-pasión vive el intenso amor del hijo y com-prende el dolor de una madre que ha presen-ciado la ofrenda de su hijo siendo Él mismo símbolo de eterna redención. Es en ese mo-mento de soledad cuando Juan recibe a María en su casa y toma conciencia de la misión que le fue encomendada por Jesús.

Por una rara coincidencia Juan Diego, cuyo nombre pagano fue Cuauhtlatoatzin (águila que habla) tiene cierta analogía con el símbolo asig-nado a Juan el Evangelista, el águila (por re-montarse como el águila hasta el seno de la di-

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vinidad) siendo el depositario del amor de una madre quien se revela deseosa de ser buscada, de ser encontrada y de ser amada.

María de Guadalupe nos espera para mos-trarse como Madre amorosa, no la hagamos su-frir más, abramos nuestros corazones para que en ellos deposite ese germen de vida eterna que Ella desea compartir con todos los que quieran ser sus hijos y herederos de las promesas del Padre de los Cielos.

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Abogada de los Temblores. Siglo XVIII.

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¿NO SOY YO TU SALUD?

Una de las facetas incomparables de María es su intercesión para curar todas nuestras en-fermedades, tanto morales como físicas. Ella presenta siempre nuestras súplicas al Padre, quien, en su enorme sabiduría, pone los medios necesarios para nuestra santificación y permite que seamos probados tanto en nuestro cuerpo como en nuestro espíritu. Por eso María quiere hacernos saber el amor compasivo del Dios por quien se vive, y nos muestra su amor y pro-tección.

Pide un templo para allí manifestarse como Madre amorosa en todas nuestras necesidades y angustias.

Como en las bodas de Caná, sabe que nos falta vino, símbolo del Espíritu que todo lo transforma. A lo largo de nuestra vida cuánto dolor, tristeza, complejos, odios y rencores hemos ido acumulando. Ella viene a recordar-nos que Jesús ya tomó sobre Sí no solamente nuestros pecados, sino también nuestros sufri-mientos y tristezas, junto con el daño que hayamos provocado, y que Dios quiere que seamos sanos de cuerpo y espíritu.

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Como la duda está dentro de nuestro co-razón, muchas veces nuestras oraciones no son respondidas porque no creemos en un Dios que salva, sana y libera al hombre total.

María es la portadora de la Buena Nueva; nos viene a decir que Jesús nos ama; que nació, murió y resucitó por amor a nosotros, y nos invita a vivir el reino de los cielos viviendo en la paz, en la justicia y el amor. Sólo nos pide que tengamos fe.

Existe una lucha, como dice la Escritura, pe-ro Jesús ha ganado la victoria. Como no cap-tamos la magnitud de la lucha y desconocemos el poder de Jesús, somos presas fáciles del po-der del mal que nos provoca tristeza, desalien-to, enfermedades físicas o mentales y nos indu-ce a buscar nuestra salud recurriendo a fuentes que están al margen de Dios.

Ella quiere darnos a conocer el poder de Jesús por eso nos pide fe para creer que El es el Camino, la Verdad y la Vida, que el único ca-mino es el amor que pueda ser palpado por el ser amado, para que sea ésta nuestra introduc-ción sacramental al Dios de Amor.

La naturaleza del hombre necesita un con-tacto con Dios de una manera perceptible. Por eso en el Antiguo Testamento, Dios viene al

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hombre en una tormenta sobre el Sinaí, su voz emergió de un arbusto ardiente. En el Nuevo Testamento la bondad del Señor es aún más sorprendente. Se convierte en un hombre que se alza en una Cruz: “Por Ti, por mí”, dándo-nos así la lección suprema de amor que hombre alguno ha podido testificar.

Recibamos pues la salud que María de Gua-dalupe nos viene a ofrecer a través de su amor, viviendo el amor de Dios en todas partes. Que nuestros hogares sean pequeños templos don-de habite el Espíritu, donde los padres puedan orar por sus hijos, y los hijos puedan orar por sus padres a JESUS POR MARIA.

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LA CIENCIA Y LA FE

Es indudable que la imagen que se venera en la Basílica de Guadalupe es un documento celestial que no tiene igual en la historia de la cristiandad; en ninguna de las diferentes oca-siones en que se apareció la Virgen María hay el precedente de un hecho semejante. Tal parece que Ella quiso plasmar su imagen en la tilma de Juan Diego para quedarse sensiblemente con nosotros.

Desde 1666 hasta nuestros días se han hecho infinidad de pruebas en el lienzo para dilucidar su composición y origen, tanto los pintores como los científicos que las han ejecu-tado coinciden en que su origen debe ser divi-no, pues humanamente no hay explicación para todas las interrogantes que presenta.

El notable pintor Miguel Cabrera realizó en 1756 un detallado estudio, encontrando que se conjugan cuatro estilos de pintura: óleo, tem-ple, aguazo y labrado al temple. Al óleo están la cabeza y manos; la túnica y el ángel con las nu-bes que le sirven de orla, al temple: el manto, al aguazo y el campo sobre el que caen y terminan

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los rayos, se perciben como pintura labrada al temple.

“Estos cuatro estilos, afirma Cabrera, que son incompatibles entre sí, se hallan practica-dos admirablemente en este lienzo; unidos en una superficie de fibra de maguey no puede ser obra de la industria o arte humano. Yo por lo menos tendría escrúpulos en afirmarlo porque sé lo insuperable que es a las humanas fuerzas, el inmenso trabajo que esto de por sí tuviere, por ser impracticable y en lo natural difícil hacer conformar cuatro pinturas en todo tan diversas en su disposición, en su práctica, en la manipulación de los colores, como es mezclar-se unas con aceite, otras con agua y gomas y, en fin, en la alta inteligencia que cada una de por sí necesita para ejecutarse con el magisterio que aquí son admirables, habría necesitado un superhombre para realizarlas y conjuntarlas con tal perfección”.

“Lo incorporado que está el oro con la tra-ma da la impresión que estuviera tejido con ella. Los perfiles del contorno y dintorno del manto y túnica son humanamente imposibles de ejecutar porque el perfil es como el grueso de un pelo y tan igual y con tal perfección que sólo acercándose se percibe. Del dorado de la túnica a más de estar bastante cuajada, lo extra-ño de su dibujo, sobre el pie derecho a poca

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|distancia en el cañón principal que descansa sobre él en un quiebre que hace, tiene un número ocho, índice a mi ver, con que nos re-cuerda que su portentosa y primera aparición fue dentro de la Octava de su Concepción Purísima, de cuyo misterio es la más fiel y ajus-tada copia. Así mismo esto podría indicar que es la OCTAVA maravilla del mundo”.

Hay que hacer notar la falta total de aparejo, ya que con géneros más suaves y de la más fina seda se necesita alguna disposición a fin de hacer tratable la superficie para que los colores no se transporten al reverso del lienzo.

La fidelidad de su dibujo no menos raro y exquisito cuanto primorosamente ejecutado, no le han podido imitar los más excelentes pinto-res y todo concurre a la formación del más be-llo TODO que pueda concebir la fantasía.

La conservación del lienzo es sorprendente, pues otros de mejor calidad, previamente dis-puestos y colocados en el lugar y clima adecua-dos, se destruyen.

En Mayo de 1954 el Profesor Francisco Camps Rivera, de Barcelona, residente en México desde 1941 hizo un estudio de la ima-gen, y otro el 22 de Marzo de 1963. En ambos casos entregó informes escritos sobre sus

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hallazgos, documentos que se encuentran en los archivos de la Basílica de Guadalupe.

Su examen lo realizó únicamente por el frente de la tela, donde la imagen es visible; a pesar de haber usado un potente lente de au-mento, no pudo encontrar marcas de pincel. Además, corroboró el testimonio de quienes afirman que la tela nunca fue preparada para pintar sobre ella, que data de 1531, época de las apariciones, y fue ejecutada por manos indíge-nas. Ningún artista humano hubiera escogido este lienzo con una costura en el centro, para ejecutar una obra de arte de tal magnitud.

El Profesor Camps de Rivera declara que ha hecho estudios sobre miles de pinturas en mu-seos y colecciones privadas en España, Italia, Francia, Bélgica, Holanda, Inglaterra, América del Norte y Canadá; por lo tanto, su conoci-miento sobre pintura habría bastado para saber qué técnica se usó en esta imagen; a pesar de su experiencia, le fue imposible determinar cómo está hecha.

Mediante una concienzuda eliminación llegó a la conclusión que ninguno de los pintores del siglo XVI, español, flamenco o italiano pudo haber producido la fina sensibilidad de la Vene-rada Imagen. Y afirma que, de los pintores ex-tranjeros que se encontraban en México duran-

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te los primeros días de la Colonia, ninguno muestra en su trabajo similitud en sensibilidad y técnica. De los tres pintores nativos, Marcos Cipac, Pedro Chachalaca y Francisco Xinmammal no puede tampoco pensarse que pudieran interpretar a la Virgen con ese tan ge-nuino sentido cristiano y menos aún conjuntar con tal perfección tan diversas técnicas.

También hace hincapié en los colores que a distancia aparecen vigorosos, diferenciando marcadamente sombra y luz, pero que vistos de cerca y con la ayuda de una lupa, están desva-necidos y borrosos. Afirma no conocer ningu-na pintura en el mundo con tales característi-cas.

En relación a los rayos dorados que circun-dan la figura, al examinarlos minuciosamente afirma con absoluta seguridad que el dorado de estos rayos es idéntico al de las estrellas y al del diseño completo de la túnica; no se explica como el oro se haya podido adherir a una tela tan burda, máxime que no se usó ningún agen-te fijador. No se trata de un dorado comercial, sino de un polvo de oro precioso.

Otro punto interesante es la frescura de los colores que parecen tener luz propia y que des-pués de cuatrocientos años deberían estar opa-cos y obscuros, como sucede en otras pinturas.

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Sobre todo si se tiene en cuenta que se mantu-vo sin cubierta de vidrio por muchos años y expuesta al humo de millares y millares de velas que estuvieron encendidas a sus pies todo ese tiempo.

El revés del lienzo ha sido cubierto con una hoja de plata desde el siglo XVII, pero al exa-minarla por el frente es más que suficiente para darse cuenta de que la presencia de la imagen en ese lienzo y bajo esas condiciones, no tiene explicación humana.

Nota: —Recientes estudios revelan que nin-guno de los colores penetró en los hilos del ayate. Esto se puede comprobar observando las diferentes partes de la imagen donde los hilos quedaron descubiertos; ellos se muestran al co-lor natural de la vieja fibra de cactus.

El mensaje de la Santísima Virgen María en su Imagen de Guadalupe ofrece una veta in-agotable no sólo a los que la contemplan con los ojos de la fe y devoción cristianas, sino a todos aquellos que estudian algunos de sus in-numerables aspectos artísticos y científicos.

Los estudiosos de la Sagrada Imagen com-prueban la autenticidad de su origen, no huma-no, no terrestre, no natural, sino celestial.

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Los Ojos de la Virgen de Guadalupe mues-tran la imagen de Juan Diego.

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JUAN DIEGO EN LOS OJOS DE MARÍA

Después de 420 años de haber permanecido en la incógnita, María parece acomodarse a la mentalidad del hombre moderno y permite que se descubra una imagen de hombre en sus Ojos Divinos.

El descubrimiento fue llevado a cabo por el dibujante Carlos Salinas Chávez, a las 20:45 horas del día 29 de Mayo de 1951.

Es importante hacer notar que cualquier ar-tista anterior al siglo XIX, de habérsele ocurri-do pintar dentro de los ojos de un retrato de iluminación pareja el reflejo de un objeto hipotéticamente captado por ellos, habría igua-lado en los dos ojos una misma luz o reflejo, por desconocimiento de las leves de Purkinje —Sanson (descubiertas no antes del siglo XIX) que en cambio, se ven perfectamente realizadas en el retrato de Nuestra Señora, pues en la córnea transparente de sus ojos se encuentra científicamente colocado el reflejo del busto de Juan Diego, con la distorsión óptica natural de un ojo a otro y de manera perfectísima, con-forme a las leyes anteriormente mencionadas.

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No existe en la historia de la pintura ninguna otra imagen con semejantes reflejos.

En óleo, gouache, temple o pastel es impo-sible hacer esta miniatura, pues el espesor de las pinturas que se usan en esta clase de traba-jos nunca puede lograr tales pequeñeces. Sólo en acuarela los miniaturistas han logrado deta-lles increíbles, pero ello se debe a que usan el marfil o material sumamente liso, duro y com-pacto, nunca tela tan tosca como es una tilma.

De lo anterior se deduce que el busto que se aprecia en los ojos de la Santísima Virgen es la imagen de Juan Diego, por ser éste, que al pre-sentar las flores y acomodárselas la Señora del Cielo, quien tuvo la oportunidad de un acerca-miento de alrededor de 30 centímetros de ros-tro a rostro, que es la distancia a la que corres-ponden óptimamente dichos reflejos, según los estudios de los oculistas.

En las amplificaciones fotográficas de los ojos de la Virgen deberían aparecer las huellas dejadas por un pincel, por fino que éste hubiera sido. En este caso no aparece el menor rastro de pinceladas o líneas de dibujo, y en cambio se ve la suavidad de tonos grises y luces que todos conocemos y admiramos en cualquier retrato fotográfico, siendo esto lo más semejante que hay a un estampamiento.

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Hay que agregar que el busto de Juan Diego reflejado en los ojos de la Imagen está con sus propios colores naturales, lo cual es una prueba más de su asombrosa perfección sin clasifica-ción pictórica.

Después del maravilloso hallazgo Don Car-los Salinas fue invitado por el fotógrafo oficial de la Basílica de Guadalupe para examinar de cerca y sin cristal la Imagen original. Pudo comprobar la exactitud de su descubrimiento, advirtiendo además que el diminuto busto humano que aparece en los ojos de la Imagen parece tener el color natural de un rostro humano bañado por la luz del sol.

A partir de este momento las autoridades eclesiásticas fueron informadas de este nueva descubrimiento y. después de numerosos estu-dios, corroboraron este portento.

Al observar detenidamente el reflejo se per-cibe el rostro de un hombre barbado cuyas fac-ciones se asemejan notablemente a las de Juan Diego, al compararlas con las imágenes que de él se tienen a través de pinturas y esculturas.

A petición de las autoridades eclesiásticas numerosos oculistas, tanto mexicanos como extranjeros han hecho incontables pruebas y sorprendidos, han coincidido en que el ojo de

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la Imagen tiene todas las características de un ojo humano.

El Dr. Javier Torroella Bueno quien exa-minó directamente el original declaró categóri-camente: La imagen de la Virgen de Guadalupe que se me ha dado para su estudio tiene en la córnea reflejos. La distorsión de las figuras también concuerda con la curvatura de la córnea.

El Dr. Rafael Torija Lavoignet comprobó lo que se decía sobre el busto humano, pues al aplicar el oftalmoscopio a los ojos de la Ima-gen, notó con admiración que al dirigir la luz hacia la pupila ésta emitía reflejos de luz, cosa que no sucede con ninguna fotografía o estam-pa, sino sólo con el ojo humano; y al proseguir el examen vio cómo la pupila se iluminaba en forma difusa, dando la impresión de oquedad. Afirma el Dr. Torija nunca haber visto aquí, ni en ninguna parte, prodigio semejante.: El busto humano, se ve en los ojos de la Virgen de cual-quier modo; pero con el oftalmoscopio el bus-to se ve más claro, más nítido y con mayor re-alce, de manera extraordinaria.

A fines de 1962 los eminentes oftalmólogos norteamericanos Dr. Charles J. Wahlig y Dr. Frank T. Avignone examinaron cuidadosamen-te los ojos de la imagen, realizando además

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pruebas fotográficas en vivo, en idénticas cir-cunstancias de distancia, posición y luz y son de la opinión que los reflejos no son de origen humano y que la Virgen de Guadalupe estaba presente en la casa del Obispo Zumárraga, in-visible para todos, cuando su Imagen apareció en la tilma, como dice Antonio Valeriano en su relato: “al caer las rosas al suelo, repentinamen-te apareció en la tilma la preciosa imagen de la Madre de Dios, tal como se venera actualmente en su templo en el Tepeyac”.

Un milagro es un regalo de fe y para creer en él no se necesitan pruebas, pero en este es-tampamiento hay pruebas científicas que escla-recen técnicamente las dudas, aún de los más escépticos.

Su Santidad Pío XII, en su alocución a los miembros del Congreso de Oftalmología de-claró en Junio de 1953 que: “en los ojos, todo se refleja, no solamente el mundo visible, sino también las visiones del alma; un observador incluso superficial, descubre en los ojos la ex-presión de los más variados pensamientos”.

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MARIA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

Actualmente existe el problema de situar a la Virgen en el lugar exacto que le corresponde en la historia de la salvación; el de la justa valora-ción de su papel en la vida de la Iglesia y de ca-da cristiano; el significado de su presencia en el culto litúrgico así como el de la juiciosa discre-ción, tanto en la terminología como en las ma-nifestaciones de afecto hacia ella.

El Vaticano II centra su doctrina mariana en la escena de la anunciación, acontecimiento culminante de la historia de la salvación. Fue María la única persona que por elección divina intervino en él y por la repuesta de su fe acogió con el libre consentimiento de su maternidad virginal, la Palabra personal de Dios; la humilde virgen nazarena – personificación de los pobres de Yahvé - está sola con su fe-, su amor y su

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disponibilidad sin reservas ante el misterio di-vino.

El hecho de que la Encarnación del Verbo se cumpliese con el libre consentimiento de María, da, a su aceptación un sentido de coope-ración al misterio de la Redención.

María en su libre respuesta se entregó ple-namente a la Persona, y a la obra redentora de su Hijo, aceptando así el plan salvador de Dios. Adornada por Él con los dones dignos de un oficio tan grande, está capacitada para dar su incondicional respuesta a Dios.

Ella vivió en la fe los acontecimientos de la existencia de Jesús, desde la Anunciación hasta su muerte, como la renovación del compromi-so con su Hijo a la obra de la salvación. Su vida fue como la nuestra, un peregrinar en la oscuri-dad de la fe.

La presencia de María en el Calvario consti-tuye el momento privilegiado de su asociación con el Redentor. Junto a la Cruz mantuvo sin vacilar su aceptación que había sido entregada en la Anunciación.

La función de María en la realización del misterio salvifico tiene carácter propio, ya que

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fue absolutamente singular. La cooperación de María no quita ni añade nada al valor de efica-cia del Único Mediador, Cristo. Ninguna per-sona creada, ni siquiera María puede ponerse en el plano de igualdad con Cristo.

María pertenece a la comunidad salvada por Cristo, que es la Iglesia, como un miembro so-bre-eminente y completamente singular, habiendo sido salvada del modo más sublime.

Por la confiada respuesta de su fe al plan de Dios, María aceptó ser la Madre del Salvador con todas las consecuencias implicadas para Ella en la misión reservada por el Padre a Jesús su hijo.

Su vocación de Madre del salvador incluía la misión de cooperar a la salvación del mundo, identificándose en la fe y en la entrega total de sí misma con la misión redentora de su Hijo.

En Ella se realizó la dimensión constitutiva de la iglesia: comunidad de fe, de esperanza y de amor.

La Iglesia, durante su peregrinar por el mundo, no alcanza la perfección; la plenitud tendrá lugar solamente al final de los tiempos. Esta plenitud es ya una realidad en María por su santidad sin mancha y por su glorificación

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total en cuerpo y alma que hacen de Ella, no tan solo la imagen, sino también el comienzo de la Iglesia celeste.

A poca distancia de su tránsito su recuerdo quedó fijado en los libros del Nuevo Testa-mento; este ramillete de episodios, palabras y signos relativos a la Madre de Jesús se debe, al menos en parte, a un incipiente culto hacia la virgen-madre entre “los hermanos de Jesús” y “el discípulo que la recibió en su casa”.

Desde entonces, en todo momento de vici-situd o de renovación en la vida de los bautiza-dos viene marcado normalmente por su redes-cubrimiento en la figura de María, La Madre de todos los que viven según el Evangelio y se sal-van.

El desarrollo normal, pleno y equilibrado de la vida cristiana en este mundo no puede dejar de referirse a la Madre del Señor. Para circuns-cribir el fenómeno de la piedad mariana de ma-nera profunda, hay que admitir ya desde el principio que supera los medios de la investiga-ción racional, pues constituye un hecho típico del Espíritu. Solamente acercándose con humildad y sensibilidad religiosa podremos ex-plicar dicho fenómeno.

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La liturgia emplea los libros del Antiguo Testamento para describir la figura de María y situarla en la historia de la Salvación. Ella está presente en la comunidad eclesial en forma in-directa: la veneramos, la recordamos, cantamos con Ella las maravillas que Dios ha obrado en su persona. Ella continúa siendo la Madre que nos ha dado a luz al Salvador. Esto define su posición: Jesús es el Hijo de la Virgen Ella nos ha dado a luz al Redentor, el triunfador del pe-cado. Ella es la humilde esclava del Señor, la que da su consentimiento, cumple la voluntad del Padre, conserva en el corazón la palabra di-vina. Ella persevera pacientemente al pie de la cruz de Cristo y junto con Él constituye la se-ñal a quien se contradice y cuya alma es traspa-sada por una espada de dolor.

Así en esta postura de servicio humilde, obediente e instrumental, Ella se convierte pro-totipo de la Iglesia, ejemplo de todo cristiano auténtico, en el símbolo de la acción maravillo-sa de Dios que manifiesta en Ella la fuerza de la salvación, a la que todos nosotros, cada uno a su modo, somos llamados.

La Iglesia responde a la salvación en la for-ma que corresponde a la acción de María en la obediencia leal HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA, hasta el sufrimiento al pie de la cruz.

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Esto permitirá reconocer el grande amor del Padre (convertido en encuentro en Jesucristo), al que nosotros respondemos cada vez que ce-lebramos la Pascua invocando el nombre de María; cada vez que en comunión con Ella ce-lebramos la liturgia o imploramos quizá la gra-cia del Padre en virtud del amor que Ella siente por nosotros.

La iglesia venera a María sobre todo en su maternidad, como la nueva Eva; como la figura de la Iglesia que permanece unida a su Hijo, no sólo durante su infancia, sino también a través del lapso de la vida pública; lo conduce hasta la cruz y continúa a su lado durante la oblación del sacrificio.

El hecho de que María se halle ya presente en cuerpo y alma junto a Dios constituye para la Iglesia peregrinante la señal de la realización de la promesa divina. En Ella el pueblo de Dios ha llegado en cierta forma al final de su camino. Ella es la esperanza cierta de todos los que se encuentran en marcha hacia la meta.

María precede a la Iglesia; Ella es ya realidad perfecta. La Iglesia tiende en su totalidad a la perfección que ha alcanzado en María.

La Iglesia no sabe escuchar la palabra de Dios. La actitud de escuchar la proclamación

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de la palabra es también típica en la Virgen, así como de acogerla, lo cual constituye el rasgo característico de su espiritualidad.

San Mateo en su Evangelio presenta a María cooperando al plan de Dios con solicitud ma-ternal y absoluta disponibilidad frente a todos los acontecimientos en que se manifiesta la vo-luntad de Dios.

San Juan nos habla de María como la que creía ya en la misión de su Hijo de quien escu-cha las palabras misteriosas con que Jesús le re-velaba que, cuando llegase la “hora”, le estaba reservada una función de privilegiada participa-ción en el cumplimiento de la salvación del mundo.

En la Iglesia, el escuchar la palabra de Dios tiende a engendrar vida: la palabra escuchada y puesta por obra llega a ser fecunda. Así sucedió en María y se repite constantemente en la Igle-sia; la maternidad de la Iglesia prolonga la ma-ternidad virginal de María.

Recorriendo el largo itinerario de la piedad y de la espiritualidad de María, desde los años de su infancia hasta su exaltación, desde la humil-de oración en la casa y en la sinagoga de Naza-ret hasta su inserción en el plan que Dios tenía

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de salvación del hombre, constatamos que Ella alcanzó una meta difícil de superar.

Todas nuestras oraciones, públicas o priva-das tienen en Ella su primer modelo, su forma y su fuente de inspiración, convirtiéndose así María en su prototipo de la “Iglesia orante”.

Rezar con la Iglesia significa dirigirse al Pa-dre por Cristo en el Espíritu Santo, expresán-dolo hasta donde sea posible con las mismas palabras de la revelación. Este esquema no lo ha creado la Iglesia, sino que lo ha tomado de la Virgen del Magnificat. Este cántico tan car-gado de reminiscencias bíblicas lo entonó Mar-ía bajo el impulso del Espíritu Santo, teniendo en su vientre al Verbo Encarnado, a fin de glo-rificar al Padre por las maravillas que en Ella habían tenido lugar.

María debe ser siempre celebrada junto con el Hijo de nuestra eucaristía, ya que la eucaristía es ante todo un “Memorial”.

Ella está místicamente presente en la tierra en estado de combate hasta el fin del mundo y asiste no solamente al nacimiento de sus hijos, sino que está también presente en sus luchas, en sus angustias y en sus esperanzas, y los incita con su ejemplo, para entregarse generosamente a la acción del Espíritu Santo.

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Es un hecho que el continente americano conoció a Cristo a través de María, y esta devo-ción sigue siendo hasta nuestros días, el resorte impulsor del catolicismo latinoamericano. Será necesario partir de este dato para evangelizar o re-evangelizar a nuestros países, dando así un nuevo impulso al catolicismo que en muchos lugares sigue presentando el aspecto de una vieja fachada agrietada.

La piedad a la Virgen sigue siendo en distin-tos grados demasiado sentimental. El sentimen-talismo y ciertas exageraciones hacen que algu-nas manifestaciones de piedad carezcan de equilibrio. Esto sucede cuando distinguimos a María de Dios, creemos como si pudiera existir una bondad diversa de la de Dios. A la Virgen la separamos de Dios y pensamos honrar de este modo a María, como olvidándonos de su Hijo y discutiendo a cual de los dos hay que venerar más intensamente.

Otra frecuente característica de la devoción mariana es el acentuado tono de interés, pues se acude a María sólo para conseguir un auxilio contingente en los momentos de peligro y ne-cesidad, con el peligro de convertir la piedad a la virgen en un puesto de auxilio para desespe-rados.

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La devoción a María es auténtica cuando se expresa y cumple con las exigencias serias de la fe y del amor cristiano, y busca con instinto certero a Cristo en la figura de Maria. La gran-deza de María proviene de su privilegiada rela-ción con Cristo, pues al recibirlo en su fe virgi-nal, Ella participa de manera singular de su gra-cia.

Si presentamos a los cristianos en la figura auténtica de María, su fe en Cristo y su amor a los hombres – que es la síntesis de la vida cris-tiana - el sentimentalismo de una devoción tra-dicional cederá el lugar a una actividad ver-daderamente religiosa y concientemente cris-tiana.

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La Virgen de Guadalupe y las cuatro apariciones.

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EL EVANGELIO DE GUADALUPE

Después de analizar detenidamente el relato de las apariciones, escrito en náhuatl por Anto-nio Valeriano y traducido al castellano por el Padre Mario Rojas, el contenido doctrinal del mensaje guadalupano puede dividirse en cinco puntos básicos:

1.- EL MISTERIO DE LA VIRGEN MADRE

II.- ¡UN TEMPLO!

III.- JUAN DIEGO, PROFETA DE LA VIRGEN

IV.- EN UN CLIMA DE IGLESIA

V.- LA TEOLOGIA DEL SIGNO

EL EVANGELIO DE GUADALUPE sin-toniza con ideas maestras de la teología pere-ne; en sus palabras y realidades tiene ataduras teológicas muy fuertes con la tradición cristiana y sobre todo con el mensaje bíblico, se respira constantemente el espíritu religioso del Anti-

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guo Testamento y del Nuevo Testamento, principalmente en la sublimidad de su sencillez evangélica. Todo esto constituye la garantía más valiosa de su autenticidad.

1.- EL MISTERIO DE LA VIRGEN MADRE.- Sin lugar a dudas en la Buena Nueva del Tepeyac el mensaje central gira en torno a María como la Virgen Madre. A este respecto, las palabras son explicitas. En la primera apari-ción de la mañana del sábado 9 de diciembre, María hace la revelación de si misma a Juan Diego:

SABELO, TEN POR CIERTO, HIJO MIO EL MÁS PEQUEÑO, QUE YO SOY LA PERFECTA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA MADRE DEL VERDADE-RISIMO DIOS POR QUIEN SE VIVE, EL CREADOR DE LAS PERSONAS, EL DUEÑO DE LA CERCANÍA Y DE LA INMEDIACIÓN, EL DUEÑO DE LA TIERRA (26 N.M.)

Y con énfasis la misma Señora repitió: YA HAS OIDO, HIJO MIO EL MENOR, MI ALIENTO, MI PALABRA; ANDA, HAZ LO QUE ESTE DE TU PARTE (37 N.M)

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Cuatro son las características de esta revela-ción:

1ª.- La virginidad perpetua de María

2ª.- Su santidad

3ª.- Su maternidad divina

4ª.- Su maternidad espiritual

Estos aspectos mariológicos sitúan la teo-logía de Guadalupe en la más pura perspectiva del Evangelio y de la Tradición, y son la garant-ía más firme y segura de su mensaje espiritual.

La siempre Virgen: los teólogos podrán dis-cutir acerca de una virginidad de María, física o puramente espiritual, pero María de Guadalupe se presenta simple y sencillamente como la “Siempre Virgen María” de la más antigua tra-dición cristiana, eco y resonancia de la Virgen del Evangelio de Mateo y Lucas.

Santa María: Respecto a su santidad hace surgir a la memoria el llena de gracia del saludo angélico, y el “Agia María” del Concilio de Efe-so. María es objeto del favor y de la be-nevolencia de Dios.

Madre del Verdaderísimo Dios: con esta pa-labra, el mensaje guadalupano toca el centro del

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misterio de María. María de Guadalupe es la Virgen que concibe al Hijo de Dios, de la más auténtica tradición antigua, canalizada en los documentos de los Concilios Ecuménicos, desde Éfeso hasta el Vaticano II.

Pero un detalle es digno de subrayarse: Mar-ía de Guadalupe se revela en un momento histórico concreto, esto es, cuando un nuevo Pueblo nace a la fe del Dios Único y Verdadero y abandona la idolatría y el paganismo. No es entonces extraño que la afirmación de la ma-ternidad divina de María vaya seguida de una exposición de monoteísmo triunfante. MADRE DEL VERDADERISIMO DIOS POR QUIEN SE VIVE, EL CREADOR DE LAS PERSONAS, EL DUEÑO DE LA CERCANÍA Y DE LA INMEDIACIÓN, EL DUEÑO DE LA TIERRA (26 N.M.)

Yo soy vuestra piadosa madre: El Evangelio del Tepeyac es, ante todo, un cántico a la ma-ternidad espiritual de María entonado por Ella misma. Las primeras palabras que brotaron de sus labios lo proclaman con elocuencia:

JUANITO, JUAN DIEGUITO... JUANI-TO, EL MÁS PEQUEÑO DE MIS HIJOS, ¿A DÓNDE VAS? (23 N.M.)

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Y en el relato de las apariciones se multipli-can a profusión frases maternales llenas de ter-nura y de amor:

HIJO MIO EL MENOR 1ª.- Aparición

EL MAS PEQUEÑO DE MIS HIJOS 2ª.- Aparición

MI HIJTO MENOR 3ª.- aparición

NO SE PERTURBE TU ROSTRO, TU CORAZÓN; NO TEMAS ESTA ENFER-MEDAD NI NINGUNA OTRA ENFER-MEDAD, NI COSA PUNZANTE, AFLICTI-VA.

¿NO ESTOY AQUÍ YO, QUE SOY TU MADRE? ¿NO ESTAS BAJO MI SOMBRA Y RESGUARDO? ¿NO SOY YO LA FUENTE DE TU ALEGRIA? ¿NO ESTAS EN EL HUECO DE MI MANTO, EN EL CRUCE DE MIS BRAZOS? ¿TIENES NECESIDAD DE ALGUNA OTRA COSA? (118-119 N.M.)

Alguien podría decir que este relato está lle-no de poesía, emotividad y sentimentalismo… ¿No será eso, por ventura más que superficiali-dad? A lo que es justo responder: Nunca en una revelación bíblica fueron antagónicas teo-logía y poseía, como tampoco teología y expre-siones del corazón.

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Jesús mismo, en un momento trascendental lleno de dolor exclamó:

JERUSALÉN, JERUSALÉN… ¡CUAN-TAS VECES HE QUERIDO REUNIR A TUS HIJOS COMO UNA GALLINA SU NIDADA BAJO LAS ALAS, PERO NO HABÉIS QUERIDO…! (Lc. 13:34)

La maternidad espiritual de María en el Te-peyac es la renovación de su concepción o me-jor dicho la perpetuidad como Madre que en el Calvario y en Pentecostés nos fue entregada por Jesús simbólicamente en su discípulo queri-do Juan, sin embargo el ambiente de tragedia del Gólgota esta ausente en el misterio de Guadalupe. Allá la iglesia estaba por brotar; aquí un pueblo esta por surgir, allá una Madre envolvió al Pueblo nuevo de Dios que nacía; aquí una Madre, la misma Madre, rodea al pue-blo que se abre a la fe. Y lo que para nosotros sería una casualidad, para Dios es providencia. Así al pie de la cruz, Juan el discípulo amado, símbolo de todos los cristianos, escuchó de la-bios de Jesús aquella palabra: HE AHÍ A TU MADRE. En el Tepeyac otro Juan, símbolo

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La Villa de Guadalupe. Dibujo y litografía. (1826-1889) Casimiro Castro.

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también de todo un pueblo era proclamado por la misma Virgen María EL MÁS PEQUEÑO DE MIS HIJOS.

Pero además, la maternidad espiritual de María no conoce límites, sino que se despliega por horizontes universales, ofreciendo amor a Juan Diego y a todos los moradores de esta tie-rra y también a los demás amadores suyos que la invoquen, y que confíen en Ella.

II.- ¡UN TEMPLO! - La Virgen de Guada-lupe pidió desde el primer momento una cosa: ¡Que se levante un templo en su honor! La idea del templo corresponde a las exigencias religio-sas más profundas del hombre. Toda religión ha sentido la necesidad imperiosa de establecer un sitio para consagrarlo a la divinidad, que la divinidad tome posesión de él y que en él habi-te.

Y, limitándonos a dos momentos de la reli-gión revelada, Yahvé ordenó a Moisés: ME HAN DE HACER UN SANTUARIO PARA QUE YO HABITE EN MEDIO DE ELLOS. Y una vez construida la Tienda en el desierto, la Nube cubrió la Tienda de Reunión y la gloria de Yahvé llenó la morada. Mas tarde, Salomón quiso levantar el templo de Jerusalén, y Yahvé aceptó habitar en medio de los hijos de Israel.

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Y dijo “HE ESCOGIDO Y SANTIFICADO ESTA CASA PARA QUE EN ELLA PERMANEZCA MI NOMBRE POR SIEMPRE, ALLÍ ESTARÁN MIS OJOS Y MI CORAZÓN TODOS LOS DÍAS”.

Lo que más cautiva en la petición de la Vir-gen es que no quiere un Templo con el fin de recibir en él homenaje y veneración, no quiere un Templo para Ella sino para nuestro bien. Claramente lo afirma: MUCHO DESEO, QUE AQUÍ ME LEVANTEN MI CASITA SAGRADAEN DONDE LO MOSTRARÉ, LO ENSALZARE AL PONERLO DE MANIFIESTO: LO DARE A LAS GENTES EN TODO MI AMOR PERSONAL, EN MI MIRADA COMPASIVA, EN MI AUXILIO, EN MI SALVACIÓN: PORQUE YO EN VERDAD SOY VUESTRA MADRE COMPASIVA, TUYA Y DE TODOS LOS HOMBRES QUE EN ESTA TIERRA ESTAIS EN UNO, Y DE LAS DEMAS VARIADAS ESTIRPES DE HOMBRES, MIS AMADORES, LOS QUE A MI CLAMEN, LOS QUE ME BUSQUEN, LOS QUE CONFIEN EN MI, PORQUE ALLI ESCUCHARE SU LLANTO, SU TRISTEZA, PARA REMEDIAR, PARA CURAR TODAS

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SUS DIFERENTES PENAS, SUS MISERIAS, SUS DOLORES. (NM 26-33)

Y la voluntad de María no fue pasajera, sino que perdura, y ahora es más actual que nunca. Ella quiere un Templo.

III.- JUAN DIEGO, PROFETA DE LA VIRGEN.- Juan Diego, el indito escogido por la Virgen tiene perfiles claros de profeta.

Un profeta es un hombre que recibe de par-te de Dios una elección personal y gratuita. Es la persona escogida para comunicar a la comu-nidad ó a sus representantes la voluntad divina; habla en nombre de Dios. Es su mensajero, su heraldo y embajador. Pensemos en Amós, en Óseas o Isaías.

A veces cuando el escogido siente su inca-pacidad para transmitir con éxito el mensaje se rehúsa e intimida, se resiste. Esta actitud es clásica en el profeta Jeremías. Pero la gracia conforta a la naturaleza del profeta, al fin, cumple la misión.

El profeta es un Siervo, y un siervo recibe un mandato, una orden. El siervo tiene que obedecer, por eso en el Nuevo Testamento Pa-blo de Tarso, siervo de Cristo Jesús y profeta

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del Espíritu, se lanza a predicar el Evangelio para cumplir la orden recibida.

¿Quién no ve ahora que Juan Diego presen-ta las características de un profeta de la era cris-tiana?

Es un escogido en quien resplandece la gra-titud de la elección ¿Qué otra cosa, sino su in-digencia y sencillez pudieron mover a la Virgen para hacerlo portavoz de sus deseos y confiarle una misión difícil que era al mismo tiempo un mandato?

Juan Diego, como siervo obediente y profe-ta fiel, acepta de inmediato. -Señora mía, Niña, ya voy a realizar tu venerable aliento tu venera-ble palabra; por ahora de Ti me aparto, yo, tu pobre indito-.

Y ante la duda de un fracaso en la misión, Juan Diego confiesa su impotencia y con humildad y sencillez busca sustraerse:

-Mucho te suplico, Señora mía, Reina, Mu-chachita mía, que a alguno de los nobles, esti-mados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean.

Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy parihuela, soy cola,

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soy ala; yo mismo necesito ser conducido, lle-vado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mi detenerme allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, niña; Por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu co-razón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña Mía-. (54-56 N.M.)

Pero la Vocación de Dios es irrevocable y nadie sino el profeta elegido debe cumplir la misión: ESCUCHA, EL MAS PEQUEÑO DE MIS HIJOS, TEN POR CIERTO QUE NO SON ESCASOS MIS SERVIDORES, MIS MENSAJEROS, A QUIENES ENCARGUE QUE LLEVEN MI ALIENTO, MI PALABRA, PARA QUE EFECTUEN MI VOLUNTAD; PERO ES MUY NECESARIO QUE TU, PERSONALMENTE, VAYAS, RUEGUES, QUE POR TU INTERCESION SE REALICE, SE LLEVE A EFECTO MIQUERER, MI VOLUNTAD. Y MUCHO TE RUEGO, HIJO MIÓ EL MENOR, Y CON RIGOR TE MANDO, QUE OTRA VEZ VAYAS MAÑANA A VER AL OBISPO. (58 -60 N.M.)

A lo que Juan Diego responde. -Señora mía, que no te angustie yo con pena tu rostro, tu co-razón; con todo gusto iré a poner por obra tu aliento, tu palabra; de ninguna manera dejaré de

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hacer, ni estimo por molesto el camino iré a poner en obra tu voluntad-. (63-64N.M.)

Un rasgo pintoresco asemeja a Juan Diego con los profetas antiguos. Es seguido por los siervos del Obispo y, en un instante en el mo-mento más importante, se esconde de sus mi-radas.

Recordemos el desarrollo de los aconteci-mientos. Juan Diego va al Obispo. Este le pide una señal; Juan Diego da parte a la Virgen Mar-ía. Ella le dice que regrese al día siguiente. Juan Bernardino, tío de Juan Diego, se enferma gra-vemente. Juan Diego permanece todo el día junto a él y al otro día se apresura a llamar un sacerdote que lo auxilie. Toma por otro camino para que la Virgen no lo encuentre, pero la Vir-gen le sale a su encuentro y Juan Diego contes-ta su saludo.

-Mi Jovencita, Hija mía la más pequeña, Ni-ña mía, ojala que estés contenta; ¿cómo amane-ciste? ¿Acaso sientes bien tu amado cuerpecito, Señora mía, Niña mía? Con pena angustiaré tu rostro, tu corazón: te hago saber, Muchachita mía, que está muy grave un servidor tuyo, tío mío. Una gran enfermedad se le ha asentado, seguro que pronto va a morir de ella-. (110, 111,112 N.M.)

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Y Juan Diego le participa su pena. La Virgen lo conforta, le anuncia que su tío ha sanado y cuando Juan Diego escuchó esta noticia, rogó a la Virgen que cuanto antes le despachara a ver al señor Obispo, a llevarle alguna señal y prue-ba, a fin de que le creyera.

La figura de Juan Diego en toda esta escena es comparable a los mas grandes profetas men-sajeros de la las voluntades divinas. Su actitud religiosa es admirable, está hecha de amor, res-peto, reverencia, confianza, fe, abandono filial, en una palabra de donación personal absoluta.

Juan Diego es en definitiva el Profeta de María de Guadalupe. Ella misma le dice:

-TU QUE ERES MI MENSAJERO, EN TI ABSOLUTAMENTE SE DEPOSITA MI CONFIANZA (139 N.M)

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El nuevo templo inaugurado el 12 de octubre de 1976.

IV.- EN UN CLIMA DE IGLESIA.- El Con-cilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium, enseña que los Obis-pos han sucedido por institución divina a los Apóstoles como pastores de la Iglesia, y quien a ellos escucha, a Cristo escucha, y quien los desprecia, a Cristo desprecia y al que le envió.

La Virgen María respeta el orden jerárquico instituido por su Hijo al someterse a la autori-dad episcopal. Envía a su profeta al palacio del Obispo de México para que le manifieste lo

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que Ella mucho desea: que se le edifique un templo (1ª aparición) y en la segunda aparición se lo repite.

Y LE CONTARÁS TODO PUNTUAL-MENTE, LE DIRAS QUE TE MANDE QUE SUBIERAS A LA CUMBRE DEL CE-RRITO A CORTAR FLORES, Y CADA COSA QUE VISTE Y ADMIRASTE, PARA QUE PUEDAS CONVENCER AL GOBER-NANTE SACERDOTE, PARA QUE LUE-GO PONGA LO QUE ESTA DE SU PAR-TE PARA QUE SE HAGA, SE LEVANTE MI TEMPLO QUE LE HE PEDIDO. (141-142 N.M.)

El ambiente eclesial en que se desarrolla el acontecimiento guadalupano es señal inequívo-ca de su autenticidad sobrenatural. Todo se lle-va a cabo a la luz de la Madre Iglesia.

V.- LA TEOLOGÍA DEL SIGNO.- A lo largo de la historia de la salvación y en conso-nancia con la naturaleza humana, Dios ha que-rido utilizar un método, el método del signo, del milagro para que el hombre apoyándose en un fenómeno sensible, se levante para creer en una realidad superior. Así Jesús sanando a un paralítico, invita a los presentes a creer en el poder que tiene para perdonar los pecados, y

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resucitando a Lázaro, Jesús quiere resucitar la fe en El como Enviado del Padre.

Todo signo es como un semáforo el cual desempeña dos funciones diversas aunque su-bordinadas El semáforo proyecta luz y a la vez envía un mensaje, pero esas dos funciones se sitúan en niveles diferentes, la luz proyectada roja o verde, dice relación a la vista, y en esa forma, es captada tanto por los hombres como por los animales; en cambio, el mensaje dice relación a la razón y únicamente el ser inteli-gente podrá captar el ¡deténgase ó siga! Así es también el signo del milagro, tiene dos funcio-nes; una se dirige a la luz de la razón y otra a la luz de la fe. Presenta a la razón una cosa que se ve, pero esta conduce a una realidad que sólo se cree. En el Hecho Guadalupano, la teología del signo tiene un lugar excepcionalmente pri-vilegiado. Se encuentra en todo su ejercicio. El Obispo pidió una señal, una prueba, un signo, para creer en lo que la Virgen le pedía, quiso ver una cosa para de allí pasar a creer otra.

Juan Diego comunicó a la Virgen María la exigencia del Obispo y Ella aceptó.

BIEN ESTA, HIJITO MIO, VOLVERAS AQUÍ MAÑANA PARA QUE LLEVES AL OBISPO LA SEÑAL QUE TE HA PEDIDO; CON ESO TE CREERA Y ACERCA DE

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ESTO YA NO DUDARA NI DE TI SOSPE-CHARA (90-91 N.M.)

Y en la mañana del 12 de diciembre, cuando Juan Diego encontró a la Virgen, ella le dijo:

SUBE, HIJO MIO EL MENOR, A LA CUMBRE DEL CERRILLO, A DONDE ME VISTE Y TE DI ORDENES: ALLI VERAS QUE HAY VARIADAS FLORES: CORTA-LAS, REUNELAS, PONLAS TODAS JUN-TAS; LUEGO TRAELAS AQUÍ, A MI PRESENCIA. (125-126N.M.)

Al punto subió Juan Diego y se asombró que hubieran brotado tantas y variadas exquisi-tas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan… y en un lugar donde sólo crecen abrojos, espinas, nopales y mezquites. Trajo Juan Diego a la Señora del cielo las diferentes rosas, las tocó con su mano, y dijo:

MI HIJTO MENOR, ESTAS DIVERSAS FLORES SON LA PRUEBA, LA SEÑAL QUE LLEVARAS AL OBISPO; DE MI PARTE LE DIRAS QUE VEA EN ELLAS MI DESEO, Y QUE POR ELLO REALICE MI QUERER, MI VOLUNTAD Y LE CON-TARÁS TODO PUNTUALMENTE, LE DIRAS QUE TE MANDÉ QUE SUBIERAS A LA CUMBRE DEL CERRITO A CORTAR

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FLORES, Y CADA COSA QUE VISTE Y ADMIRASTE, PARA QUE PUEDAS CON-VENCER AL GOBERNANTE SACERDO-TE, PARA QUE LUEGO PONGA LO QUE ESTA DE SU PARTE PARA QUE SE HAGA, SE LEVANTE MI TEMPLO QUE LE HE PEDIDO. (137, 138 -142 N.M.)

Y recordamos lo sucedido. Al llegar Juan Diego ante el Obispo le entregó las rosas que serían la señal pedida. Aquí las tienes, hazme el favor de recibirlas y luego extendió su blanca tilma en cuyo hueco había colocado las flores. Y así como cayeron al suelo todas las variadas flores preciosas luego allí se convirtió en señal, se apareció de repente la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, en la forma y figura en que ahora está (180,181,182,183 N.M.)

El signo, pues, fue espléndido, variado y ri-co en sus elementos. Rosas de Castilla, fuera del tiempo en que se dan, y en un lugar donde no crecen. Rosas que dejan impresa sobre la tilma del indio la Imagen de la Virgen María. Y, enriqueciendo el signo, la curación, a distancia, de Juan Bernardino que yacía enfermo.

Y lo que es exceso de amor, de benevolen-cia, y motivo de nuestra gratitud filial, es que una parte integrante de ese signo- seguramente

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la mejor- perdura hasta el día de hoy; es la Ima-gen de la Siempre Virgen Santa María de Gua-dalupe, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su Templo del Tepeyac, que se nombra Guadalupe.

Pero, hay que subrayarlo. El signo tiene dos funciones: una se dirige a la razón, la otra a la fe.

Vemos la Imagen en su Templo, pero ello nos conduce mucho mas lejos, nos lleva a una dimensión de fe, y creemos firmemente que la Virgen, Madre de Dios y nuestra piadosa Ma-dre, desde el nacimiento de nuestro pueblo americano ha querido estar aquí con nosotros para ofrendar todo su amor, compasión, auxilio y defensa a los moradores de esta tierra y a los demás amadores suyos que la invoquen y conf-íen en Ella.

Imagen milagrosa y Templo material y sobre todo espiritual ambos son el signo más grande y auténtico del “Hecho Guadalupano”, que ha perdurado ya durante cuatrocientos setenta y cinco años.

Y así como el mensaje divino de la Biblia no se resuelve en un nivel humano de investiga-ción histórica o filosófica sino que trasciende el límite de la razón y termina en el campo de la

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fe, así también podrán analizarse las tradicio-nes, los testimonios, las palabras de la Virgen, pero esto es sólo la corteza, lo accidental; lo esencial de la Nueva Buena del Tepeyac sobre-pasa los límites de la razón y termina en el campo de la fe.

La Virgen de Guadalupe recibe a Juan Diego.

Técnica mixta. Cristina Ruvalcaba.

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Epilogo

En esta crisis de valores por la que pasamos es oportuno que la América se congregue en torno de la Virgen María y que brote del Tepe-yac una fuente de Aguas Vivas que se extienda no sólo por este continente, sino por el mundo entero.

Los que tenemos el privilegio de tenerla tan cerca debemos darla a conocer y repetir incan-sablemente ese mensaje de esperanza que Ella nos vino a traer.

“VENDRAN Y VERAN MI GLORIA YO PONDRÉ UNA SEÑAL ENTRE ELLOS Y MANDARÉ LOS SOBREVIVIENTES HA-CIA LAS NACIONES IRAN HASTA LOS EXTREMOS DEL MUNDO QUE NO SABEN DE MI FAMA NI HAN VISTO MI GLORIA Y LES HABLARAN DE MI PODER A LAS NACIONES LEJANAS.”(Is. 66, 18-19)

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ............................................................... 6 HACIENDO UN POCO DE HISTORIA................... 10 MÉXICO EN VÍSPERAS DE LA CONQUISTA ...... 15 LOS PORTADORES DE LA BUENA NUEVA ........ 34 NICAN MOPOHUA ......................................................... 48 MARIA, DE NAZARET AL TEPEYAC ...................... 90 JUAN DIEGO ..................................................................... 95 JUAN DIEGO SANTO .................................................. 100 GUADALUPE ................................................................... 104 UN CODICE INDIGENA ............................................ 109 LA GUADALUPANA EN LA BIBLIA ...................... 116 ¿NO ESTOY YO AQUI QUE SOY TU MADRE? .. 127 ¿NO SOY YO TU SALUD? .......................................... 132 LA CIENCIA Y LA FE .................................................. 136 JUAN DIEGO EN LOS OJOS DE MARÍA ............. 142 MARIA EN LA VIDA DE LA IGLESIA ................... 148 EL EVANGELIO DE GUADALUPE ........................ 159 EPILOGO .......................................................................... 181 BIBLIOGRAFÍA ............................................................... 183 ÍNDICE ............................................................................... 185

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IVE Press New York – 2007