una mamá española en alemania

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Page 1: Una mamá española en Alemania
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ÍndicePortadaDedicatoriaPrólogoCapítulo 1. La recetaCapítulo 2. Viajar con niñosCapítulo 3. Con faldas y a lo locoCapítulo 4. No sabes alemán si...Capítulo 5. BiocuñadasCapítulo 6. TsunamiCapítulo 7. MierdapuebloCapítulo 8. Consultorio

troleopáticoCapítulo 9. AparienciasCapítulo 10. Falsos amigos

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Capítulo 11. ¡Sorpresa!Capítulo 12. Diecisiete escalonesCapítulo 13. La lecheraCapítulo 14. Oda a la cebollaCapítulo 15. Las cucharas del

herreroCapítulo 16. RabenmutterCapítulo 17. Manos libresCapítulo 18. La maternidad

expatriadaCapítulo 19. CarnazaCapítulo 20. El rosa es de niñosCapítulo 21. Pelillos a la marCapítulo 22. Comida de viejasCapítulo 23. El concierto de fin de

platoCapítulo 24. Burnout

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Capítulo 25. NarcolepsiaCapítulo 26. ColechoCapítulo 27. LiberalismoCapítulo 28. El ataque de los

pepinos asesinosCapítulo 29. Born to be wildCapítulo 30. Justicia genéricaCapítulo 31. Mi mamá me mimaCapítulo 32. A demandaCapítulo 33. Alemania ist (nicht)

andersCapítulo 34. Dientes dientesCapítulo 35. El señor de las

moscasCapítulo 36. Suicidio homeopáticoCapítulo 37. Esta tarde hay una

fiesta

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Capítulo 38. El arte de la guerraCapítulo 39. No problemCapítulo 40. Yo por mi hijo PA-

TA-LE-OCapítulo 41. ¡Funciona!Capítulo 42. Réquiem por un

tableroCapítulo 43. De segundaCapítulo 44. Amores reñidosCapítulo 45. El vengador del

parqueCapítulo 46. El rojo es tendenciaCapítulo 47. MaquillajeCapítulo 48. Jesucristo SuperstarCapítulo 49. Actitud olímpicaCapítulo 50. NocturnosCapítulo 51. Venganza

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Capítulo 52. Motivación laboralCapítulo 53. Yo Tarzán, tú mamáCapítulo 54. Unos crían la fama...Capítulo 55. Con las manos en la

masaCapítulo 56. El gracejo solitarioCapítulo 57. La madre que lo parióCapítulo 58. Mi café, mi tesoroCapítulo 59. Respeto por sorpresaCapítulo 60. De raserosCapítulo 61. Mentiras arriesgadasCapítulo 62. Las camas musicalesCapítulo 63. Lo que no te mataCapítulo 64. La familia que come

unidaCapítulo 65. Homeopatía #haztefan

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Capítulo 66. Por la boca muere elpez

Capítulo 67. Culo veo, culo... veoCapítulo 68. It’s very difficult todo

estoCapítulo 69. PositivismoCapítulo 70. Donde las dan, las

tomanCapítulo 71. El secretoCapítulo 72. ¿El huevo o la

gallina?Capítulo 73. Igual-daCapítulo 74. De umbrales y

fronterasCapítulo 75. ¿De dónde vienen los

niños?

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Capítulo 76. Enajenación mentaltransitoria

Capítulo 77. DesinformaciónCapítulo 78. La suerte de la feaCapítulo 79. Duelo maquiavélicoCapítulo 80. ¡Inocente! ¡Inocente!Capítulo 81. SaudadeCapítulo 82. Paris, mon amourVente pa AlemaniaLexikonAgradecimientosCréditos

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A mis padres y a mi hermana, por todoy más.

A mi marido y a mis hijos, por hacermetan feliz

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Prólogo

Alemania es un gran país. Es máspequeño que España, verdad, pero aunasí gran en todo él. Es el motor deEuropa, tiene a una mujer al frente —rubia, para más inri— y hacen lasmejores lavadoras del mundo. Tambiénhacen los mejores coches y tractores y,probablemente, la mejor cerveza. Pero a

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mí, desde que tengo hijos, lo único queme importa es la lavadora. Varias vecesal día, por cierto.

Supongo que ahora se estaránpreguntando que qué koñen hace unaespañola subida en el motor de Europa,con tres niños y marido teutón de pro,poniendo ella las lavadoras, ¿no? Se loexplico encantada: verán, aquí no es orotodo lo que reluce.

¿La mujer rubia y poderosa? Notiene hijos. Ni uno solo. Algo comúnaquí si se quieren ejercitar las neuronascon algo que no sea la consistencia de lamermelada o el acoso al homeópata;

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porque lo de tener niños y vidaprofesional o neuronal, o ayudadoméstica, no se estila por estos lares.

Sospecho que en este momentosiguen atrapados en su asombro y noconsiguen encontrar explicaciónracional a los despropósitos cromáticosde la rubia, o a su empeño por combinartraje de gala con calcetines tobilleros.Si no tiene hijos, pensarán, ¿por quécojonen va así? No sigan; no le ocurrenada malo. Es, simplemente, alemana.

Cuando, allá por el 2004, aterricéyo aquí, no sabía nada de esto. Es más,ni lo sospechaba. Para colmo de bienes,mi primera parada fue Berlín, que ya

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saben aquello que dicen de que Berlin,du bist so wunderbar y no eresAlemania, ¿verdad?

Allí fue donde conocí a miMaromen, al que, por cierto, quieromucho, como la trucha al trucho. Nosenamoramos, me preñó y nos casamos.Y, entremedias de todo esto, yo terminéla carrera. Vivíamos felices, comíamosperdices y trasnochábamos mucho.

Aunque les parezca mentira, a míme esperaba un incierto futuro comoautora de textos profundos y espesotes.Y no se vayan a pensar que exagero,que, con una recién estrenada licenciade filósofa y teóloga por la Humboldt-Universität de Berlín, sale una del

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campus equipada para acabar con elinsomnio de todo el planeta. Una carreracon muchísima proyección profesional,anda que no.

Pero como bien entonan lasabuelas, los niños comen y la vida damuchas vueltas, y, acercándonospeligrosamente a la era rabietas denuestro por aquel entonces primerpolluelo, nos liamos la manta a lacabeza y aterrizamos con nuestrosbártulos en un requetebucólico yaburridísimo pueblecito de cuento al surde las Teutonias.

Un año y otro hijo más tarde, en elpunto más gélido del invierno alemán, alborde del colapso social e intelectual

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después de unos meses pegada a lamopa y los fogones, me descubríembarazada del tercero. Y fue entoncescuando encontrar una vía de escape seconvirtió en una cuestión desupervivencia.

La simpatía natural de losautóctonos, junto con su sorprendenteparecido a la acelga común, medificultaron entablar relacionesterapéuticas y refrescantes. Bueno, eso ylos dos pequeños complementossaltones que me acompañaban a cadapaso. Las únicas opciones que mequedaron entonces fueron el psiquiátricodel pueblo contiguo o un blog. Y yasaben cuál elegí.

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Desde que lo empecé, han pasadomuchas cosas: un tercer (¡y juro queúltimo!) polluelo, cuatro au pairs, miincorporación al mundo de las madresredundantes, varios accidentes caseros,tropiezos culturales, genéricos y, si meapuran, hasta existenciales. Compartirloa carcajadas se ha convertido en unanecesidad vital. Y es que, puestos aelegir, ¿quién prefiere llorar a reír?

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CAPÍTULO 1

La receta

El día que el Predictor, todo amable yaséptico él, me informó sobre el origende ese sueño que me teníadesvaneciéndome por las esquinas, micorta vida pasó por delante de mis ojos.

Que mis padres hubiesen conocidoal implantador de la semilla cuatro díasantes —en Nochevieja y con la boca

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llena de uvas—, que no hubieseterminado la carrera y que vivieseexactamente a 2.301 kilómetros del clanibérico que me crió me animó arebobinar la película varias veces, a versi así conseguía retrasar algo la caída enla cuenta de que mi madre me iba amatar.

Se aguantó las ganas, como habránnotado ya, aunque me consta que lesobraban. Después del disgustoinaugural, que me la tuvo lagrimeandodos días enteritos, mi santa madre seacabó reintegrando para entregarse alllanto más desconsolado.

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Pero no se vayan a creer quelloraba por mí, qué va, que después dela adolescencia que le regalé, su únicoconsuelo era la inminencia de surevancha. ¿O no se dice, con razón, quelos nietos son los justicieros de susabuelos?

Mi agorera progenitora por quiense lamentaba de verdad de la buena erapor aquella bola de carne rosa y divinaque iba a asomar la cocorota al mundodesde mis muslos. Según ella, le iba atocar en suerte la madre más inútil delmundo; o sea, yo.

Razón no le faltaba, desde luego.Año y pico llevaba ya instalada en lacapital teutona y seguía provocándole a

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diario sacudidas de cabeza y suspirosabismales. Pero es que tener una hijaque te llama al borde del colapsonervioso jurando que hay una ratadebajo de su cama, para acabardescubriendo que no, falsa alarma, quesólo es una pelusa un poco gorda, que«es que no he tenido tiempo de limpiartodavía», no es para menos, ¿no creen?Sobre todo si hacía ya más de un mesque la niña se había independizado.

La angustia por mi próximamaternidad traía pues a la futura abuelapor el camino de la amargura. Que túleerás a Kant, cariño, pero no sabeshacer la O con un canuto, me decía entresollozos.

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Cuando mi bombo empezó a serevidente, mi madre decidió secarse laslágrimas, sonarse los mocos y ponerremedio a mi incompetencia. Ladistancia hizo que el adiestramientotuviese que efectuarse por teléfono. Unapena, pensarán ustedes, y se equivocaránde pleno; porque, aunque es verdad quela eché de menos haciendo croquis a mivera, me ahorré una de collejas que ni seimaginan.

El primer día de instrucción, sin irmás lejos, mi santa madre decidiódedicarlo a la gastronomía saludable yempezar con un sencillo puré. De esosverdes de toda la vida.

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—Facilísimo —me dijo—, esto lopuede hacer hasta un mono con los ojosvendados.

A pesar de la inmerecidacomparación me animé, apunté la recetay prometí volver a llamarla en cuantoterminara. Enseguida reuní losingredientes; los lavé, pelé, corté yzambullí en el puchero. Incluso juraríaque me puse un delantal y tarareéalegremente.

Unas dos horas más tarde marquéenfurecida el número de mi instructora.

—¡Mamá, me has dado mal lareceta! —le espeté en la oreja con todala indignación que pude amontonar.

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—¡¿Yo?! —me contestó ellasorprendida—. ¡Pero si te la he leídodel Simone Ortega, niña!

—Que no, mamá, que está mal, quete habrás saltado algo...

Dudosa y desconcertada, volvió asacar el librito de marras y, punto porpunto, me repitió las directrices de lareceta. Y no, no se había saltado nada.

—Pues no lo entiendo, mamá, peroaquí algo ha salido mal.

—¿El qué, mi vida? ¿Qué va ahaber salido mal? —me preguntóexasperada.

—Pues no lo sé, mamá, pero desdeluego que no me ha salido el puré; heestado más de una hora cociendo las

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verduras y, cuando he abierto la tapa...¡seguían en trozos!

Ésta fue la primera gran collejamerecida —de muchas— que me ahorré.

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CAPÍTULO 2

Viajar con niños

Viajar sola con niños en avión pone aprueba el amor maternal de cualquiera yconstituye un serio peligro para lapreservación de la especie, puesamenaza con aniquilar a sangre fría losinstintos reproductivos del resto deviajeros y personal del aire.

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Si les soy sincera, no es una torturaa la que me someta por gusto; perocuando una vive a casi dos milkilómetros de la madre que la parió, elpadre que la fecundó y los compañerosvarios de correrías juveniles, lacapacidad de sacrificio —propio yajeno— aumenta que no vean.

En mis tiempos de primeriza,aquellos en los que cualquierdesplazamiento —incluyendo aquéllosal supermercado— se tornaba en undesafío, ostenté con orgullo ydesparpajo el título de catetaaeroportuaria común.

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No me aplaudan que no tieneningún mérito: palurdas del aire hemossido todas en algún momento de nuestrasvidas posparto; y a mucha honra,además. Nos ha podido el miedo a nollevar suficientes mudas de ropa,suficientes pañales, suficientes potitos ysuficientes juguetes y, consecuencias dehaber interiorizado la previsión comovalor duplicante de nuestra condicióngenérica, decidimos que lo más fácil eramudarnos al avión. ¿A que sí?

Pasar el equipamiento vital alcompleto de una y de su descendenciapor el control de seguridad en menos decuarenta minutos requiere de práctica ypaciencia infinita; pero, sobre todo,

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depende del lugar que ocupe All Bran enla dieta del inspector que nos toque ensuerte. Mientras que unos te dejan pasarsin curiosear en tus zapatos, otros lehacen la prueba del explosivo hasta alchupete y te confiscan las horquillas porsu potencial capacidad intimidatoria encaso de que te dé por secuestrar elaeroplano. Y créanme si les digo que noexiste cochecito en el mercado que deverdad pueda plegarse sin laintervención de ambas manos.

A pesar de todo, reconozco que nosupe dejar de considerar coger un avióncomo si se tratase de una evacuaciónnuclear y que continué llevándome lacasa a cuestas en cada viaje durante

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varios años. Exactamente tres, quefueron los que tardé en dejar de serhistérica primeriza y convertirme enchalada madre de dos.

Resulta que a la evolución, quedebía de estar ocupadísima aumentandola resistencia del vello femenino trascada rasurado, se le debió de pasar lanecesidad de añadirnos un par de brazosmás —y ojos y, ya que estamos, horas desueño— a las multíparas. Así que aquíla presente, después de comprobar lainviabilidad física de transportar dosniños y sus respectivos ajuares alcompleto, decidió arreglárselas con suanatomía de serie y una sola bolsa.

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Les aseguro que fue una épocabastante dura. Que después de días ydías aplicando cuidadosamente criteriosde preferencia infantil para la selecciónde hits literarios, potitos gourmet,repuestos textiles y camaradas de trapo,vayas a empaquetar justo —justo—aquellos que van a dejar de molar amiles de pies de altura en habitáculoceñidito, ya es mala suerte. O queHerodes te ha puesto dos velas negras.

Me costó unas cuantas primaverasy otro niño más reconocerle suinfructuosidad a la bolsa. Digo yo que¿para qué llevarse ningún juguete decasa si en las tiendas del aeropuertotienen un mogollón de ellos a precio de

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oro y con una duración máxima detreinta minutos? ¿Y por qué me iba apasar yo media mañana pelando fruta siel avión está lleno de uniformadastraficantes de glucosa?

Y así un día decidí desplazarme apelo: un chupete y dos pañales para elpequeño. Y ya está.

La cosa iba bien, incluso muy bien,hasta que el oportunismo vejigo-intestinal del mediano se sintiómenospreciado y quiso darle una leccióna su ingenua madre. Que «Mamá, pis»era a toro pasado lo comprendí encuanto conseguimos enlatarnos los

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cuatro en uno de esos aseos tan holgadosy confortables —para Hobbits— que seencuentran en los aeroplanos.

Les aviso que secar unospantalones en el aire acondicionado delavión —y no morir congelados—sujetando a tres infantes engominoladoshasta las cejas es imposible; peropresentarme en morada abuelil con unniño medio desnudo en invierno erademasiado arriesgado. Al final recurrí ala menos peor de las soluciones ynegocié con el Mayor el préstamotemporal de sus leotardos.

Digo que fue la menos peor porquela cara de haiku de mi madre alpreguntarme por qué su nieto llevaba

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leggings no la olvidaré nunca. Dehecho, su recuerdo es el que me espantala idea cada vez que me siento tentadade volver a volar sin precaución.

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CAPÍTULO 3

Con faldas y a lo loco

Que se te expatrie una hija es duro,sobre todo si es de esas con las que teempiezas a llevar bien en cuanto salenpor la puerta. Si además resulta que sedeja seducir por un autóctono del lejanopaís y juntos se dedican a traer al mundominiaturas adorables, la cosa serecrudece bastante.

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Le pueden preguntar a mi madre,que estará encantada de desahogarse conustedes un rato y les proporcionará uninventario completo de los contras yrecontras que tiene el abuelismo adistancia.

Lo que, sin embargo, mi madrenunca les confesará son las dimensionespatológicas que pueden adquirir lasansias de custodia ibérica desde lalejanía. Desde que salí del paritorio estáobsesionada por mi —según ella—desespañolizamiento galopante.

Yo imagino que está condicionadapor un comprensible temor alenfriamiento del vínculo y la pena porno poder disfrutar de su linaje en

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cómodas minidosis, tales como lacomida del domingo, una tarde en elparque o unas tortitas en el Vips. Y loentiendo, no crean, que no por ser yo laque puso pies en polvorosa padezcomenos la carencia consanguínea.

Lo que ocurre es que, en estoscasos, la distancia implica justo locontrario que perspectiva y ladesproporción se hace ley. Basta queuna semana no se sirvan lentejas en micasa para que mi madre me acuse deapostatar de la dieta mediterránea; o queno sepa que la Esteban se ha operado lanariz para que se me impute sin dilación

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repudio por el folclore patrio; o que miscamas no se hagan con embozo paraculparme de negligencia doméstica.

Un engorro considerable, sitenemos en cuenta que el padre de miscriaturas no diferencia la paella delrisotto y sigue sin entender por qué nose puede calentar el gazpacho.

Reconozco que al principiosucumbía sumisa a la ofuscación de mimadre y, con maquiavelismo heredado,le explicaba a mi consorte germano laimperiosa necesidad de priorizarusanzas sureñas en nuestras rutinas. Élse mostró de acuerdo y aceptó dejarsecolonizar en casa. Y todo hubiese idocomo la seda, yo hubiese seguido muy

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manchega y nos habríamos ahorrado unainfinidad de batallas dialécticas si miprogenitora no se hubiese desorbitado.

Porque vale que en este país eldaltonismo crónico es un problema muyextendido y que los bebés suelen llevaruna media de siete u ocho coloresencima, combinando con ingenuidadenemigos acérrimos tales como elmorado y el naranja o el naranja concualquier otro. Pero una cosa esdefender la armonía cromática de tusnietos y otra muy distinta promulgar elestilo borbónico.

Mi madre, así, porque ella lo vale,erigió el faldón como el atributodistintivo del bebé español. Ella, una

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mujer moderna que habitualmentereparte leggings entre sus sobrinas, sededicó a expedir faldones a Alemaniacomo si no hubiese un mañana.

Y en ésas andaba yo cavilando elporqué de tanto blanco y tanta puntilla,si apenas se atisban ya en España bebésalmidonados, cuando mi Maromenquedó petrificado de espanto ante aquelfestival de lazos. Ante mi aclaración delfaldón como prenda tradicional derorros ibéricos desde tiemposinmemoriales, y tras jurarle que mimadre no se había confundido y quesabía que lo nuestro iba a ser niño,reaccionó escéptico.

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«No me lo creo», repetía sin cesar.«Esa ropa es de niña», insistía. Y yo,que creí estar argumentando conconvicción sobre la históricamasculinidad del azul celeste,comprendí su desasosiego cuando meexigió, exasperado, una prueba gráficade que Bardem había llevado tambiénuno de ésos.

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CAPÍTULO 4

No sabes alemán si...

Pensarán ustedes que, habiendoestudiado algo de letras, el teutónhablado y escrito se me da muy bien.Tienen ustedes toda la razón: en alemánsoy una pedante de cuidado.

Yo intento ocultarlo, no se crean,que con lo que me gusta a mí pegar lahebra sólo me faltaba ir por la vida

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como la versión femenina de JuanManuel de Prada y quedarme sinamigos; pero es que pasarse todo el díarodeada de latinismos germanizados,frases interminables y reflexionestrascendentales e inútiles es lo que tiene.Que como no es hermosura, pues sepega.

El problema es cuando alguien viveen una lengua que no ha aprendido de susanta madre y los inputs se restringen asus necesidades primarias. Sudesenvoltura léxica crecerá siempre enproporción al número de situaciones quehaya vivido para contar, pero su abanicoconceptual se limitará al tipo de lasmismas.

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Les hago un croquis: aunque ustedlleve sólo seis meses por las Teutonias,si resulta que se ha enamorado de unautóctono, es seguro que manejará consoltura expresiones como «¿en tu casa oen la mía?», «jijiji jajaja» o«cabronazo». Por esta misma regla,también puede ocurrir que usted llevecinco años por aquí, esté licenciado enFilosofía y le tenga que preguntar a sumico de tres cómo se dice «sacapuntas»,porque se ha sacado la carrera con losPilots de toda la vida.

¿Entienden lo que les digo?Bien, entonces comprenderán que,

por muchas humanidades y a pesar deencontrarme en amorío estable con

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teutón, cuando se nos acopló el primerode nuestros polluelos, conceptos como«cólico del lactante», «prueba deltalón» o «meconio» no formaban partede mi colchón idiomático. No laformaban de mi español, pues figúrensede mi alemán.

Yo me apliqué, no se crean, que,como buena estudiosa de la lengua ysolitaria hostigadora del pediatra, ircargando con el diccionario a todaspartes era para mí novatismo de manual.Inconcebible.

Así que ufana me fui un día, biencomida, bien bebida y bien estudiada ami primera cita con el pediatra,

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segurísima de la buena impresión quecausaría como madre preocupada ypreguntona.

Todo estaba saliendo rodado, deverdad de la buena; incluso juraría queestaba impresionando a la enfermera conun dominio más que aceptable delglosario pediátrico alemán. Tendríanque haberme visto: un aplomo, unasoltura, un desparpajo dignos de unaMutter de pro.

Y me pudo la vanidad, claro; y meemocioné un poquito y le pregunté hastapor el número de flatulencias querecomienda la OMS, no fuese a ser queel niño eructase poco. Y en esto que meacordé de mi incultura varonil —que yo

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sólo tengo hermana— y se me ocurriócomentarle que «no sé si será normal,pero el niño tiene un poco roja la... la...eeee... la...».

La enfermera esperaba.Y yo mientras rebuscaba en mi

sesera cómo se decía «la... la...¿pollita?».

El ojiplatismo de la buena mujerme confirmó que mis intentos porinocentar la palabrita de marras nohabían sido suficientes. Y que aunqueconceptos como «colita» no seconsideren erudición médica ni seprodiguen en conversaciones adultas,bien merecen un lugar en el manual de lamadre expatriada. Subrayados.

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CAPÍTULO 5

Biocuñadas

En las metrópolis alemanas prolifera untipo de teutona del que les convienealejarse. Si ven a una, corran y no mirenatrás.

Los propios germanos lasdenominan Biotantes, y a ustedes lesserá fácil reconocerlas por —entre otrascosas— su devoción al naranja, el gorro

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de fieltro con patrones psicodélicos, loszapatos de punta cuadrada, los sobacostupidos y la profusión de títulosuniversitarios. Si además tienen hijos,les bastará con el olor de los mismos.

En caso de no haber podidoidentificar al espécimen a tiempo, y sipor accidente se encuentran ustedes decháchara con una, no discutan. Se lodigo de corazón, no pierdan el tiempo ycuiden sus nervios.

Sé que les costará controlarsecuando les recomiende troleopatía paradolencias infantiles varias. Si acasomenta los glóbulis de planta carnívorapara las flemas, por eso de que si elvegetal en cuestión puede con la carne,

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las flemas son pan comido, no intentenexplicarle que, por esa regla de tres,también disolverían al niño.

Me consta que tendrán quemorderse bien la lengua cuando lescomente orgullosa a ustedes que su niñoíndigo, a pesar de tener una otitis decaballo y fiebre desde antes de ayer, noha ido al pediatra todavía. Porque noquiere enriquecer a las malignasfarmacéuticas comprándolesantibióticos. En cambio, sí que le hallevado a su homeópata que, por cierto,es buenísimo y entiende la psique de suhijo perfectamente, dejando que sea sunatural instinto el que decida la mejorcura para sus males. No se metan, se lo

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ruego, no le reprochen que aparte alrorro del enchufe argumentándole queigual, quizás, podría ser que el niño, porsabiduría cósmica innata, se haya dadocuenta de que necesita electroshocks.

Entiendo que les supondrá un granesfuerzo aguantarse la risa cuando seenteren de que su hijo no come nadaverde porque quiere estimular surechazo nato al veneno. Si no puedenustedes contenerse, que por lo menos nose les note el choteo al preguntarlecuánto tiempo invierte tiñendo elmatarratas. O el brócoli.

No digan luego que no les avisé atiempo, señores.

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Cómo se las arreglen ustedes paraescabullirse de estos ejemplares, eso sí,es cosa suya. Normalmente, basta con noapuntarse a yoga o a cursos de cocinaayurveda y no entablar conversacionesen el Bioladen. Aunque la cosa secomplica cuando tienen ustedes a bienprocrear, que ya se sabe que los niñosson como los Donettes, es sacarlos ysalirte asesores por todas partes.

Después de cuatro años en Berlín,dos de ellos frecuentando parques conadjunto infantil, me acabé convirtiendoen una esquivista experimentada.Perfeccioné mi mirada asesina,desarrollé una impresionante sorderaselectiva y me percaté del efecto

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disuasorio de los juguetes de plásticovenenoso frente al atractivo de los desaludable madera.

Y así, poco a poco, la cantidad deBiotantes prosélitas que se meacercaban se redujo un porrón a lo largode los años. Mi vida exenta deecolerdismo está a la vuelta de laesquina, regocijábame yo ufana.

Ilusa.No conocía todavía la otra plaga,

esa que sufrimos muchas ibéricasenamoradas por estos lares. Es lo quetiene el amor, señores, que nos ciegamucho y se nos suele pasar eso de quelos maromen no nacen por generación

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espontánea; que tienen padres, tíos, enocasiones abuelos, primos... y, si nos hamirado un tuerto, hermanas mayores.

No les costará pues imaginar mijeta cuando me percaté de que un entevegano, ayurvedo y sermoneante,calcaíta a esas otras madres que rehuíayo en el parque, ha venido a instalarse ami derecha en las cenas navideñas. Ni loque ha mejorado mi sordera selectiva,por cierto.

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CAPÍTULO 6

Tsunami

A cuatro semanas de mi tercer parto, senos hizo cristalino que se acercaba untsunami.

A mi casa, aclaro, no se vaya aasustar nadie.

Me hubiese gustado podersatisfacer la machacante curiosidadfamiliar y haberle llamado ya por su

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nombre, algo así como «se acerca elKatrina», pero como a esas alturas noteníamos apelativo seleccionado —nipensado— todavía, con algo menoscomprometido iba el niño que chutaba.

Por supuesto, a cuatro semanas dela gran expulsión todavía no habíapreparado nada. Pero nada de nada.

Ni la cuna, ni la ropa, ni elcochecito, ni la maleta para el hospital...Ni el nombre, vamos.

Un desastre, lo sé.Pero no crean que era sólo por falta

de tiempo —que también, porque con unbombo prominente y dos churumbeles

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saltones mis movimientos parecíanralentizados—, sino más bien porcanguelo y desgana.

Y es que de todos es sabido que unrorro te embarulla la vida y que lasprimeras semanas —que se vanjuntando, las malvadas, para convertirseen meses— son, además, poco más quesurrealistas y van pasando así como enuna nebulosa: que si la cuarentena, elpecho a todas horas, la tripa fláccida,las noches sin dormir y los díasdurmiendo a ratos, la casa apocilgada,la comida congelada, las oportunasvisitas... Y ahí lo dejo, que bastante bajatenemos la natalidad ya.

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Para compensar esta retahíla dedesalientos maternales, les confesaréque el primer bebé es un chollo y quelas primerizas se quejan por gusto. Yaquí me incluyo a mí misma hace dospartos, conste.

Porque no me negarán que poderdeambular en pijama de felpa y sinpeinar —ni duchar— hasta altas horasde la tarde, a conjunto con un bebégritón, no es una gozada, ¿verdad? Nique dormitar a intervalos mañaneros oalimentarse a base de pizza congeladados semanas seguidas es un gransacrificio, ¿a que no? Ni que aprovecharpara hojear el Cuore derribada en lacama con un chupóptero succionándote

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las calorías mientras delegas lareposición de pañales en el padre de lacriaturita no equivale a un spa casero,¿no?

Les aviso que esa oportunidad paraexplorar nuestra esencia de zombidesaliñado sólo se nos presenta una vezen la vida. Disfrútenla, que luego llegael segundo bebé.

La prole a su alrededor —quesiempre sabe más que usted sobre suvida, admítalo— les dirá que con elsegundo una ya está pasada de todo, queirá mucho más segura, que las cosasserán más fáciles. Blablablá.

Mentira cochina.

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Les recuerdo que el pijama no esun outfit adecuado para acercar alprimogénito al colegio; ni pararecogerlo tampoco. Que no podrádesfallecer en el sofá a cualquier horadel día, porque el que no mama, ya anday llega a los mandos de lavitrocerámica. Que la OMS recomiendaque los niños, a partir del año, comanalgo más que pizza a diario. Quemientras le succionan la vida, la únicalectura permitida será Caperucita; y conentonaciones, claro. Y que sólo podrádelegar en su marido durante treintasegundos, como mucho, para ir al baño;a miccionar en paz o a gritar, esodepende de usted.

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Como ven, eso de que laexperiencia te serena no es verdad. Nide koñen, vamos. Lo que ocurre es,simplemente, que no tendrá usted tiempopara advertir cada contracción facial desu flamante bebé y se creerá la milongaesa de que los segundos son menosdemandantes. Sentirse como un zombidesaliñado y no poder ejercer como tales lo que tiene, que desorienta acualquiera.

Entenderán pues mi tembleque a lavista del tercero; y ya se habránimaginado que ese temor es, en granparte, el culpable de mi falta depreparación —y de nombre— a pocosdías (¡días!) de su afloración entre mis

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ancas. Lo que yo tengo es negaciónpatológica del caos que amenaza conaumentar en mi ya de por síempantanada existencia.

Por suerte, el Tsunami apuntabamaneras de chico independiente y seencargó él solito de recordarme quetenía que ponerme las pilas. A patadas,eso sí.

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CAPÍTULO 7

Mierdapueblo

Como podrán imaginar, el haber elegidoprofesiones con tantísima proyección,como pueden ser filósofa yo y fotógrafoél, tiene muchas ventajas cuandoaumenta la familia. Por citar un par asíal azar, les diré que de nuestros rorroscirculan instantáneas ideales y que nuncanos ha hecho falta echar mano de

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Estivill a la hora de acostarlos. Conleerles tres líneas de mi tesinanarcolapsan de inmediato.

El problema de los niños es quecomen, tienen frío y un futuro pordelante; y, como además resulta quehuelen muy bien —por lo menos alprincipio— y se les quiere un porrón,los padres solemos preocuparnos porcubrir sus necesidades. Que el amor nose come, vaya.

En esa tesitura nos encontrábamosmi Maromen, nuestro primogénito y yoen un Berlín ultra cool, alternativo y conuna tasa de paro comparable a la de lasHispanias, cuando un padre entrando en

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el sexto decenio y una empresa que legarnos parecieron una pertinencia digna detertulia matrimonial.

El único inconveniente, me dijoentonces mi consorten, es que está en unpueblo. Bueno, pueblecito. Bueno, enrealidad es una aldeíta. Bueno, ¿tú nome dijiste que me seguirías hasta el findel mundo?

Y digo yo que estaría ovulando ohablando por teléfono, porque si no nome explico cómo pude decir «sí,kariñen, lo que tú digas, al fin delmundo» tan a la ligera.

Y debió de pasarme lo que lepasaría a cualquiera. Porque por pueblosupóngome yo que ustedes se imaginarán

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una aglomeración caótica de curvasadoquinadas y casas contiguas enequilibrio, salpicadas aquí y allá porseñoras en bata sobre silla de plástico,¿no? Y que al llegar ustedes con niño enedad achuchable, éstas se acercarían aretorcerle los mofletes y gritarle loguapo que es y lo hermoso que está,¿verdad? Y que, acto seguido,interrogarían a la madre sobre sunombre, edad, último domicilioconocido y la razón de su flacura; siendolo más probable que al día siguiente sepersonasen en su casa con bol gigante denatillas por delante y aprovechasen para

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decirle que unos tapetitos de ganchilloquedarían la mar de apañaos en su sofá.Y que si tiene un descafeinado.

Pues siento defraudarles, pero seimaginan mal. Un pueblo extremeño ennada se asemeja a uno alemán.

Aquí en las Teutonias es todoverdor, orden y concierto. Enanitosestratégicamente dispuestos en jardinesde ensueño, espléndidos geranios ylechosos campanarios. Correos,supermercado y panadería. Autobusesregulares y nonagenarias en bicicleta.Orondos terneros y vacas lecheras.

Pero también son calles desiertas ypersianas bajadas desde las cuatro de latarde. Vecinos que no saludan, pero que

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saben si tú eres de episiotomía odesgarro y que la semana pasada se tecoló un envase en el contenedor depapel. Herméticos clubs de repostería,nordic walking y música tradicional.Dialectos infernales y reticencia ante elextranjero.

Mucho verdor, sí, pero no sólo enbosques y prados, que aquí enMantequillalandia la acelga es, sobretodo, un estado de ánimo; y sutemporada, todo el año.

¿Sorprendidos? ¿Acaso no sabíanque a la dicharachera Heidi lainventaron los japoneses?

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Les advierto, además, que yo soymuy simple y que me da igual vivir enMadrid que en la China; pero necesitovida a mi alrededor. Vida inteligente,adulta, y social se entiende, no rorrosllorones y el repartidor de UPS, porGott. No les costará pues imaginar queel primer invierno en el pueblo por pocoimplosiono y que me llegué a divorciarunas siete veces. Al día.

Hoy, casi cinco años después, lacosa ha mejorado mucho; y mi toleranciaa la cerveza ni les cuento. Fíjense quehasta he dejado de referirme a mi nuevohogar como pueblo de mierrrda. Ahorasólo lo llamo mierdapueblo; pero sinacritud, eso sí.

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CAPÍTULO 8

Consultorio troleopático

Aquí en el motor de Europa, paraíso deingenieros y profesionales de latecnología, cuna de la filosofía másracionalista, país de correctismos yformalidades por antonomasia, lo que seestila, señores, es la medicinaalternativa.

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Más concretamente, la homeopatía.Como lo leen.

Por estos lares, tener un homeópataen la familia está más valorado que serhijo de neurocirujano. Y con razón, nocrean, que después de saber que losseguros no cubren los cincuenta leurosmínimos por consulta que cuesta unhomeópata, sale más a cuenta tener elchamán a mano que un médico de los detoda la vida.

Pero yo les voy a confesar algo; yes que, muy a mi pesar, le di unaoportunidad a la troleopatía. Fugaz yfallida, sí, pero oportunidad al fin y alcabo.

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Consciente del exceso de banalidadmedicamentosa que se estila por lasEspañas, y habiendo ya eliminado elGelocatil diario de mi dieta importada,me encontraba yo en estado deadmiración profunda hacia la austeridadterapéutica teutona cuando mi Maromendecidió introducirme en el fascinantemundo de la homeopatía.

Fue así como quien no quiere lacosa, se lo juro, un cúmulo decasualidades propiciado, sobre todo,por mi primerismo maternal, un bebécatarroso y la tía homeópata que justoese día pasaba por ahí. Porque, por si nolo sabían, la tía de mi marido eshomeópata.

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Considerada por mis polítiquencomo una autoridad en materia de saludy bienestar, a ella acuden raudos yveloces para aliviar sus males, ya sea undolor de mollera, un bulto en el pecho oun grano en el pandero. Digo yo que enlas escuelas de homeopatía alemanasdeben de ser todos muy listos, porqueesa versatilidad médica que despliegansus egresados sin haber pisado unauniversidad ya la quisiera para sí eldoctor House.

Y ya que estaba ahí la buena mujer,Maromen insistía, el niño carraspeaba,Maromen insistía, llovía, Maromen

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insistía, el niño volvía a carraspear y elMaromen insistía más, abrí mi mente yme dejé engatusar.

Reconozco que empezó con buenpie y que tenía todas las de ganar. De unmaletín muy cuco y profesional, la mujerextrajo unos veinte botecitos idénticos,correctamente etiquetados y rebosantestodos de diminutas bolitas blancas. Todomuy técnico, muy serio y condenominaciones muy imponentes, talescomo Aconitum, Tartarus Emeticus yRumex Crispus. ¿A que impresiona?Pues imagínense mi frontal boquiabiertoy mi creciente determinación a unirme atan aparentemente científica y alternativacausa.

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Cuando, para más inri, la amableparienta permitió al tosiente maraqueara voluntad con sus preciados tarritos, medispuse a entregarle mi corazón y micredulidad sin dilación. Ya mismo ypara siempre.

Mas de pronto y con diligencia, latía homeópata empezó a guardar losfrasquitos que, para tristeza del rorroachacoso, fueron desapareciendo uno auno en el interior de su valija. Sólo dejódos, a los que el niño se aferraba conangustia y mucho brío, y la precisaindicación de suministrarle al dolientedos bolitas de cada uno cada cuatrohoras.

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Mi cara de estupefacción entoncesdebió de confundir al personal que, a mipregunta sobre ¿y la consulta?, decidiódeslumbrarme con su métododiagnosticante basado en la falta deprejuicios sociales de los infantes y su—por ende— propicia intuición paradiscernir el fármaco que necesitan ellossolitos.

Ya.Porque no tenía ninguno a mano y

carecía de receta, pero les juro que medieron ganas de escaparme a unafarmacia y ofrecerle al mico un coloradoy reluciente Lexatin, para que viese lachamana lo que hacía la infantilintuición con sus anodinas bolitas.

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Huelga decir que no se las di, y quelas que ocupan parte de mi botiquín sonpara uso exclusivo del Maromen. Bueno,yo las usé una vez; pero es que noquedaba azúcar en casa y no hay cosaque más me irrite que el café amargo porlas mañanas.

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CAPÍTULO 9

Apariencias

Les voy a confesar una cosa.Prepárense, porque lo que les voy a

revelar es lo más contraintuitivo que vana escuchar de una mujer en su vida deustedes.

El día que cumplí treintaprimaveras fue el más feliz de mi vida.

Ya está, ya lo he dicho.

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No vayan a pensar que se me hadescontrolado la demencia y que lo digopara fastidiar.

Lo que pasa es que, en estacriticadísima cultura del aplace en quevivimos, la maternidad antes de lostreinta está muy idealizada. Demasiadoincluso, para mi gusto.

A ver, no se me entienda mal. Meconsta que, estrenando la veintena,disponemos de un útero terso y miles deóvulos esponjosos; que derrochamosenergía y nocturnidad con ilusión —sino me creen, échenle el ojo a una fiestauniversitaria o recuerden las suyas,háganme el favor—; que carecemos deabsurdas manías, como llevar los

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calcetines conjuntados o la marca de laginebra; que seguimos creyendo en lafilantropía de nuestros congéneres yconservamos la fe en lasmanifestaciones pacíficas.

Lo sé, ¡aquellos maravillosos años!En temas reproductivos y a toro

pasado nos suele invadir la mismamelancolía, ojo.

Y lo digo con conocimiento decausa, no crean; que ahora que llevopermanentemente adosados tres entestesticulares con dientes de leche a todaspartes, mis cultivos sociales dependende ellos.

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Quiero decir que, en esta tesituravital, ya no importa qué música le gustea una, si acaso lleva calaveras tatuadas,si es de izquierdas o de derechas, o másde Clooney que de Pitt; porque en cuantose tienen hijos, una se convierte ipsofacto en la madre-de. Y su afinidadamistosa se somete a estrictos criteriosde real o potencial interacción pacíficaentre sus polluelos y los de las demás.

Tal cual.Así que, como en este primer

mundo que habitamos la edad mediareproductiva se sitúa rebasados ya lostreinta, mis camaradas de rutina ydesahogos al calor de un café me sacansiempre unos añitos.

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Pero —y aquí reside la tragedia—ellas ni se lo imaginan.

El día que sale el tema y se enterande mi edad, acabo siempre la jornadalloriqueando desconsolada y con un litrode helado en el estómago. Y no porqueme destierren del grupúsculo porhaberme estrenado en el paritorio conveinticuatro, o por haber soltado altercer —y último— una semana despuésde cumplir los veintinueve, no, paranada. Al contrario, ellas siempre sontodo qué-suerte, qué-guay y ya-me-hubiese-gustado-a-mí; después, eso sí,de habérselo tenido que demostrar conel DNI.

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Porque internamente estaremos másfrescas, no digo yo que no, peroexternamente estamos todas igual. Lasestrías, señores, no entienden deprimaveras; y las ojeras perennes portrasnochamiento tampoco. Sepan que laspatas de gallo se adelantan si nospasamos el día gesticulando aviones conla cuchara o sobreactuando aCaperucita; y que esos restos babeadosy semideglutidos del plato de gatitos queacaban en nuestro buche porque nos dapena tirar comida se van derechitos a latripa, por mucho que tengamos más edadde TRF que de Zara.

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Como ven, razones no me faltanpara celebrar mi treintena y es queahora, por fin, tengo la edad queaparento.

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CAPÍTULO 10

Falsos amigos

Imagino que por costumbre, cuando sehabla de falsos amigos, la gente tiende aacordarse de la arpía de la oficina —yde toda su familia— o a rememorar susclases de inglés.

Pero lo bueno de la semántica esque sus falsos amigos no son tanperniciosos como los de la vida real. Al

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fin y al cabo, ¿qué mal puedeocasionarle a nadie la similitud fonéticade una exótica palabrita con susvocablos maternos? ¿O ha dejado dehablarle alguien por pensar que exitsignifica «éxito»?

Otra cosa es cuando la falsedad delcamarada es subliminal y, así en crudo,no produce ni jolgorio ni sabiduríaintercultural, sino más bien perplejidady repudio personal. Entenderán pues queel desenmascaramiento de estosamigotes es fundamental para la exitosaintegración del migrante y la integridadfísica de su galán autóctono, ¿no?

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Así que, como yo soy tan simpáticay me consta que muchos compatriotas seestán viniendo pa Alemania, voy adestaparles una nociva pareja deenemigos encubiertos de esos que lesacecharán nada más pisar tierrasgermanas.

Se trata, nada más y nada menos,que de la diferencia entre «bañar» y«fregar»; que a ustedes les parecerá unafrivolidad, no digo que no, pero esomismo es lo que multiplica supeligrosidad.

Por estos lares, a bañar se le dicebaden, y significa lo mismo que en lalengua quijotera. Lo que ocurre es queaquí bañar, lo que se dice bañar de

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sumergir en agua y friccionar, no se bañanadie. Y mucho menos si es menor deedad.

La hora de spa que disfrutanreligiosamente todos los rorros ibéricosa eso de las ocho de la tarde, aquí seconsidera atentado contra la faunabacterial y el aroma particular de cadauno. En cualquier caso, cada par desemanas se hace una excepción y seasean en la tina los gérmenes adoptadosen parques y guarderías; pero el resto delos días, con celeridad y eficaciagermana, lo que se hace es refregar a losniños en seco. Con Spontex también, sí,

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lo que ocurre es que aquí disimulanllamándolas Waschlappen y son defelpa.

Al que, empero, sí bañan a diarioes al ajuar de cocina. Platos, cubiertos,ollas y sartenes son sumergidos juntitosen la pila, donde chapotean ufanos hastaque se desprenden de remanentesalimenticios. Como podrán deducirustedes con sencillez, pasados unosminutos la cristalinidad del aguasucumbe y comienzan a brotardesordenados tropezones sin identificare islotes espumosos. Les aseguro queextraer la loza de ese chapapote losuficientemente rápido como para evitaradhesiones flotantes requiere de un

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avanzado estado de manía patológica alenjuague y de mucha maestría. Y estaúltima no la tienen todos. ¿O por qué sino iba a espumear en Alemania el aguade los espaguetis?

Confieso que la primera vez queobservé a un teutón en proceso de aseocacharril lo taché de gorrino, sin piedad.Y, por supuesto, no me casé con él.Tuvieron que pasar unos meses deaclimatación instructiva ydesenvolvimiento social para podercomprender que lo que le pasaba es queera alemán; y que si me enamoraba deotro, no me importaría su dinero, sinosólo su lavavajillas.

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Y así acabé, claro, en el culen delmundo pero con un Miele en la cocina.Y bañando yo sola a los tres niños todoslos días.

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CAPÍTULO 11

¡Sorpresa!

Admito sin rubor alguno que, en muchasocasiones, peco de pasota y priorizo lacomodidad antes que la estética en lavestimenta de mis niños. Vale, siempre;pueden llamarme neobohemia si quieren.

Ya que estamos, admitiré tambiénque, muchas más veces, de lo queadolezco es de blandenguería, y

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confieso aquí y ahora haberles dejadosalir de casa con los pantalones o eljersey del revés en varias ocasiones.Pero es que, cuando los pequeñosresplandecen de orgullo por haberconseguido ponerse la camiseta o almayor le crece una aureola y me loencuentro autopreparado para salir decasa, qué quieren que les diga, medesarman y dejan de irritarme costuras yetiquetas.

No obstante, y a pesar de que les hehablado de comodidad y blandura, lesadvierto que mantener esta pose demadre cool despreocupada requieretesón, convicción y mucha sangre fría.

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Sobre todo si tienen hijos tan amorososcomo los míos y de pascuas a ramosintentan facilitarle la existencia.

El día que mi hijo mayor se me tiróeufórico en plancha a las seis de lamañana porque «¡Mamiiiiiiiiiiiii! ¡Tengouna sorpresa!», no podía ni imaginar laque habían montado.

Que querían estar guapos para lareunión de padres de la guardería, medice. Y yo, que todavía tenía la legañapegada, no alcanzaba a entender de quénarices me estaba hablando, si todavíaestaba en pijama.

«Como siempre dices que tenemosunoooos peloooos —dijo emulandoentonación y agitación de mano materna

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— pero nunca tienes tiempo dellevarnos a la peluquería, pues... ¡noslos hemos cortado nosotros!»

Creo recordar que en ese momentobramé en un arameo correctísimo y mearrojé de la cama en busca del otroimplicado. Al fin y al cabo, el mayorseguía ahí vivito y coleando, el pequeñodormía plácidamente a mi lado, pero delmediano no había ni rastro. Me loencontré allí mismo, sentado en el suelodel baño, mordiendo una crema y sinflequillo. Y con una minicresta en lacoronilla. Y el váter lleno de pelos. Y elbaño recogido (que fue lo que meablandó, manipuladores). Y me mira, seríe y me dice «ba-po» mientras se

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acaricia orgulloso el plumero. Y yo meconcentro en no hiperventilar mientrasme digo que no ha sido para tanto, sicasi no se ve. Con un poco de colonia nise nota. Y acto seguido me doy la vuelta,porque el Mayor llega saltando pordetrás y todavía no me he fijado en sucorte. Y, ay Dios, eso no se arregla nicon colonia. Ni en la peluquería. Esohay que raparlo al uno como poco, oafeitarlo. Mi madre le mata. Qué digo,me mata a mí. Las calvas —muchas ymuy muy obvias— se extienden porencima del flequillo, que sigue ileso.Parece un bakala. ¿Y si le peino elflequillo para atrás con gomina? Mimadre me mata. Necesito un café.

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Por si fuera poco, resulta queademás el niño manostijeras no se callani debajo del agua y que tuvo a bienvanagloriarse ante todo el que quisoescucharle de su hazaña peluquera pararegocijo de su «mamá, que estabadurmiendo» (la mona, pensaríanalgunos).

Supongo que ahora entienden porqué ser madre bohemia no es moco depavo. Y es que transmitir infinitagratitud por las intenciones y, al mismotiempo, infiltrar en el mensaje unavigorosa advertencia sobre los efectosdevastadores de las tijeras en cromos,peluches y otros enseres apreciadoscomo se las vuelvan a acercar a la

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cabeza, exige destreza dialéctica y dotesde manipulación extraordinarias. ¿Nocreen?

Si no las tienen, no se preocupen,siempre les quedará ocultar todas lastijeras de la casa y desterrar las melenasde cualquier conversación. A mí, demomento, me funciona.

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CAPÍTULO 12

Diecisiete escalones

Lo sé, lo sé, la familia política siemprees primero política y ya si eso quizásfamilia.

Inocente que es una, pensé queterminaría de independizarme cuandome arrejunté; y resulta que en el lotevenían de serie unos pseudopadres sinlugares comunes. Como un embrollo

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adicional al ya de por sí laborioso artede cohabitar en pareja, de pronto una seencuentra con que tiene que hacersequerer sin gugutatas y ellos respetar sinpoder recurrir a la paga semanal.

En mi caso particular, la suegra fuepan comido. Literal. El mismo día quenos estrujamos las manos, me zampé unestofado de la señora coreado porvarios mmm mmm y sin arrugar la nariz.Ella, consciente de sus carenciasculinarias, debió de pensar que eso eraamor del de verdad verdadero, lo demástonterías, y me acogió bajo sus alas. Yyo, por mi parte, comprendí al fin la

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utilidad social de tantos años de torturagastronómica en la cantina del colegio(gracias, mamá).

Mi señor suegro, por el contrario,se hizo el remolón. Tuvo que ser unpositivo en el test de embarazo lo queme dispensase de la estricta formalidadde dirigirme a él como Herr Doktor, y ungugutata de verdad —del niño, no mío— lo que inaugurase el tuteo oficial.

Pero los años y la ya no tanreciente cercanía de nuestrosrespectivos hogares han ceñido larelación y convertido las reunionesfamiliares en parloteos distendidos ycariñosas veladas. Sin duda, lasvivencias compartidas han ido

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encaminando y consolidando el trato;pero han sido sobre todo las ocasionesmemorables las que han marcado puntosde inflexión en la calidad de nuestroparentesco.

El nacimiento de un nieto, porejemplo, siempre ha sido para bien; unamala cara a mi biocuñada, para un pocopeor; cuatro gritos al Maromen, para...depende del porqué, y asísucesivamente.

Sin embargo, se dio hace unos añosuna de esas ocasiones memorables, cuyorelato ha sido desterrado sin piedad delas evocaciones familiares. Imagino quepor bochorno —el mío incluido— y

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porque sus consecuencias a día de hoyno han podido, o querido, serdilucidadas.

Resulta que cuando yo sólo teníados hijos y andaba un poco más cuerda,se atrincheró la parentela teutonadurante un fin de semana en casa de missuegren. Al terminar uno de losdesayunos comunitarios y para evitarrebasar el reducido aforo del salón,accedí a los grititos suplicantes delpequeño y le escolté hacia su nuevopasatiempo favorito: las escaleras.

Las escaleras de mis suegros tienenexactamente diecisiete escalones que,por aquel entonces, mi gateantekamikaze subía y bajaba con su divino

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culo varias veces en cada visita.Responsable que soy de su integridadfísica, incluyendo sus dientes, mipresencia en otro lugar que no fuesejusto el escalón de detrás no estabajustificada de ningún modo. Y ahí mismome situé, resignada a fortalecer misnalgas durante lo que prometían serhoras.

Pero nada más empezar con elsegundo escalón se abrió la puerta delbaño, y de ahí que salió el Herr Doktoren albornoz dirección a... vestirse,supongo. Como cualquier persona a laque los niños ni fu ni fa hasta que sepanjugar al ajedrez, sus esfuerzoscarantoñescos suelen ser justo los que

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no tenían que ser en el momento que nohacían falta. Sin ir más lejos, en esemismo instante.

Tal cual divisó al pequeñoDestroyer dirección arriba, tal cual seagachó a animarle en su tarea (ahoralevanten sus cejas): tal cual.

Fue más o menos a partir deloctavo escalón cuando dejé de rezarpara que se diese cuenta y se tapase, yempecé a probar el soborno mental a laProvidencia para todo lo contrario: Novolveré a meterme con mis cuñadas,fumaré menos, llamaré a mis abuelastodas las semanas, me comeré las

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acelgas... lo que sea... pero, por favor,por favor, por favor, quiero llevarmeeste secreto a la tumba.

Y parecía que funcionaba, oigan: yallegábamos al final de la escalera y aquínadie había visto nada; pero, porsupuesto, tuvo que aparecer por ahí lahippipollas de mi cuñada y gritarle a supadre que hiciese el favor de taparse,que se le estaba viendo todo.

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CAPÍTULO 13

La lechera

De todos es conocida la historia de lalechera, aquella moza risueña que se dioa la especulación mantecosa y acabó conel canto por los suelos, ¿verdad?

Pues bien, que sepan que yotambién pequé en su día de ingenuateorizando y acabé con un plumero en lamano y mis estudios a buen recaudo. Y

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es que es lo que tiene Españoles en elmundo, que te lo venden tan bien y tancuco que te acabas creyendo que es undocumental y no un programa deentretenimiento.

Ilusionada con la mitologíagermana, esa que te cuenta que aquí,como en el resto de países nórdicos,tener hijos es mucho más fácil, que tesalen todos rubios y atirabuzados, quelas bajas maternales son espectaculares,que el Gobiernen regala mensualidadesy que los hombres boreales tambiénlloran, llegué yo al mierdapueblodispuesta a defender unicornios.

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Del pordiosero Berlín me traje, auna próspera región pleniempleada,unos estudios universitarios y un granproblema: mi rorro de dos años. Noporque estuviese en su apogeo rabietil,que también, sino más bien porque era—y es— menor de edad.

Y es que, verán, en la guardería dela aldea no nos lo cogían. Ni de koñen,me dijeron, que es muy pequeño.Pasmada ante tan insolente afirmación,incité al niño a monear un rato, para queviese la seño el salero que traía. Pero nohubo manera, oigan, que no, que hasta sutercer cumpleaños nanay de la China.

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Abatida y pelín alarmada, preguntépor doquier a quien quiso escucharme y,como única respuesta, me estrellaron elcántaro y me mandaron al pueblo de allado. Ahí me cogieron al niño con susdos primaveras, sí, pero porque a faltade infantes estaban a un pelo de laquiebra y sólo de ocho a doce y sincomida.

Imagínense pues mi decepción ymala leche. Yo, que cantaba lasbondades del Estado de bienestar teutón,que le hice propaganda en las Hispanias,que me pavoneé sobre sus políticasconciliadoras. Yo es que vivo enAlemania —aclaraba así como conaltivez a la madre ibérica común,

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ojerosa y remordida—, y allí tenemosbajas sensacionales y subsidiosfamiliares. Molamos mucho.

Mas con razón se refranea aquellode dime de qué presumes y te diré de loque careces, y Alemania en esto no seiba a quedar fuera. La baja dematernidad aquí es menor que en Españay, para colmo, te obligan a cogértela mesy pico antes del parto. El famosoElternzeit con el que nos alargan losdientes no es más que una excedencia deun máximo de tres años. Igualito que enEspaña.

Lo que no es igual que en laPenínsula es que aquí te surten con el 65por ciento de tu sueldo durante el primer

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año. Y que, después de ese año, tu jefepasa a ser tu Maromen. Pa ti pasiempre.

O ya me dirán qué opciones tequedan si aquí la guardería empieza alos tres años, si sólo existen plazas parael 17 por ciento de los que no hancumplido tres primaveras —y lamayoría de ellas en la zona mala, laexcomunista, la pobre—, si los horariosno dan para cubrir ni una media jornadao si cuando empiezan el colegio, a losseis años, salen siempre antes de lasdoce.

Supondrán bien si piensan queAlemania es el paraíso de las amas decasa vocacionales, y espero que ahora

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entiendan por qué tiene la tasa denatalidad más baja de toda Europa. Queaquí no irán con la camisa abierta y lamelena torácica al aire, se estilaránmucho los juguetes unisex y lasadolescentes leerán a Nietzscheostentando tupidos sobacos, pero lospantalones siguen siendo de usufructomasculino. Y no me menten a la Merkel,que les veo venir, ¿o acaso no sabíanque no tiene hijos?

Que, para colmo, sean las propiasgermanas las que apoyen este sistema,atribuyéndose en exclusiva la capacidad—y la obligación— de cuidar rorros, noayuda demasiado.

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Comprendiendo pues la que se meavecinaba, decidí que lo más astutosería condensar mi enclaustramiento ycumplir el plan de hijos en el menortiempo posible, para poder así, algúndía, lanzarme al mundo laboral sininterrupciones maternales a la vista.Juro que fue esto y no locura transitorialo que me llevó a parir dos niños máscon un intervalo de catorce meses.

Y aquí sigo todavía, intentandoresucitar mis nervios y una carreralaboral a base de complejosmalabarismos. Como todas las madresdel mundo.

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CAPÍTULO 14

Oda a la cebolla

Mi familien postiza siente una adoracióndesmesurada por la cebolla.

Me consta que en realidad la tienetodo el país, pero, por suerte o pordesgracia, el celo con el que se atesorala intimidad por las Teutonias me haprivado de las visitas domiciliarias alpormenor que rigen el protocolo básico

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de cortesía hispánica. Vamos, que no heasomado el morro por muchos baños nimuchas despensas germanas.

Aun así, de buena tinta sé que aquíla cebolla es la reina de la fresquera yque se recurre a ella más que a laaspirina. Porque es que resulta que laamiga tiene propiedades curativas ytodo lo sana, cual culo de rana. Qué,¿cómo se quedan?

Si se le ocurre a usted despeñarsepor estos lares, ya puede agarrarse alprimer palo que encuentre y metérseloen la boca, porque cuando le froten laverdura va a ver la Vía Láctea alcompleto. O si acaso le da por sufrir unaotitis le sugiero que no escatime en

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champús, porque llevar un gorroencebollado a la altura de la orejadurante tres o cuatro días necesitará deotros tantos bajo la ducha para recuperarsu particular aroma de usted. Incluso sisu mujer sufre de inoportunos yrecurrentes dolores de cabeza, o si suproblema es que colapsainstantáneamente al rozar la almohada,siempre puede usted camuflar unasrodajitas debajo de la misma, que lamantendrán lozana e insomne un buenrato.

Sea lo que sea lo que a usted lepase, la cebolla es la solución. Se lodigo yo, que no hay indisposición ocontratiempo que mis postizos no me

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hayan intentado solucionar con laemperatriz de la despensa. Digointentado porque..., bueno, ya seimaginan por qué.

Pero por algo dirá la canciónaquello de que sorpresas te da la vida,la vida te da sorpresas, y un día a mí medio una muy malamente. Resulta que unatarde de esas de sábado común ycorriente, a la misma hora a la queestaban echando el cerrojo a todas lasboticas próximas al mierdapueblo, dosoportunos velones mucosos empezaron acolumpiarse desde la nariz del pequeño.Como esto se llama mierdapueblo poralgo, salir en busca de una farmacia deguardia suponía un riesgo equiparable a

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salir a tomarte una cervecita en laPenínsula, que siempre sabes cuándosales, pero nunca cuándo vas a volver.Quitándole hierro al moco, decidimosesperar hasta el lunes.

Gilipollas somos y por el caminonos encontraremos; porque entre llanto yllanto, esa noche dormimos unas doshoras en total, y eso redondeando paraarriba. No les costará pues imaginarnuestro catatónico estado del domingo yel hundido nivel de mis reflejosantihierbas; ni tampoco que mi suegrenaprovechase tal coyuntura para hacer unpoco de proselitismo cebollil.

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Con los últimos resquicios deespabile que me quedaban —y como unaes más papista que el Papa—, conseguíinfestar los bajos de la cuna con variasdocenas de cebollas en todo suesplendor y riqueza: rojas, grandes,pequeñas, troceadas, picadas, enjuliana... Allí estaban todas.

Y miren ustedes por dónde, enpocos minutos —exactamente los quetardó la habitación en oliscar a axilaotomana— mi bebé oloroso se convirtióen bebé apestoso y dejó de roncar comoun ogro.

Juro por Gott que hasta él mismodurmió esa noche.

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Huelga decir que yo me despertéfanática del bulbo y que aquella mañanase le coreó con devoción en esta casa. Yque ahora regenta nuestra despensa,nuestros cuartos, los otoños y la lista dela compra.

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CAPÍTULO 15

Las cucharas del herrero

Personalmente creo que el refraneroespañol está infravalorado. En estostiempos que corren, en los que se estilamucho Punset y coloquios pesimistasvarios al calor de una cervecita,tendemos a olvidar la sabiduría que

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esconden esas frases lapidarias querecitan las abuelas con aplomo yresignación.

Supongo que habrán oído algunavez aquello de que en casa del herrerose estila madera, ¿no? Pues no fallanunca, oigan.

Sin ir más lejos, en esta mi humildemorada la madera prolifera que dagusto. No sólo por los juguetes, quetambién, que en algo tenía que poderarbitrar mi germano cónyuge; sinotambién en los asuntos más metafísicos.

Verán, yo, sin ir más lejos y graciasa la generosidad de mis padres, que mepagaron la carrera, además de filósofa,soy teóloga. Toma ya. Vamos, unas

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carreras con muchísima utilidadpráctica, sobre todo si se vive en unmierdapueblo dejado de la mano deGott y con tres niños pequeños.

Por lo menos, pensaba yo, podréocuparme con erudición deladiestramiento teórico de mis polluelos;y, con absoluta convicción, establecimosque en esta casa abundaría el respeto, nohabría tele y sí muchos pájaros y muchasflores y mucho alejar a los rorros de laviolencia, la muerte, la sangre, losninjas y Maléfica.

El único problema que no tuvimosen cuenta es que, verán, por muy mierdaque sea el pueblo, seguimos viviendo en

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sociedad y batallar contra las modas eslo que tiene, que al final revienta poralgún lado.

Y cuando el Mayor empezó avolver de la guardería cargado depreguntas, después de un par de intentosfallidos —en los que acabábamos conun cacao mental los dos, yo por intentarexplicárselo todo, él por hacer esaspreguntas clave y desarmantes que hacecualquier niño con chispa y sensibilidad—, le acabé remitiendo, compungida yderrotada, a los métodos pedagógicospara minipersonitas de su educadora.

Pero llegó la Pascua y con ella elsiguiente nivel. El niño me llegó a casalívido y encuestando el ¿quién?, ¿cómo?,

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¿por qué han remachado a Jesús en lacruz?, ¿con clavos de verdad?, ¿cómo delargos?, eso hace mucha pupa, ¿no,mamá?

Para colmo, aquí en la Bavieraprofunda, cual toro de Osborneproliferan crucifijos realistas pordoquier y día tras día veíamos crecer lapalidez de la pobre criaturita, que nosacribillaba a preguntas cada vez másindiscretas sobre ¿quién le ha hechoeso?, ¿Jesús era malo?, ¿así que aunqueme porte bien y sea bueno los malos mepueden hacer eso?

¡Haz algo, koñen, que tú eres delgremio!, me instigaba el Maromen.

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Así que intenté acicalarle un pocolas ideas y le dije que no se preocupase,que sí que le había dolido, claro, y quese había muerto, pero que a los tres díashabía resucitado y se había ido con supapá y su mamá había ido después y sí,sí, como te han dicho en la guardería,está arriba en el cielo comiendoperdices y lo ve todo, tú tranquilo, queya no tiene más pupa.

Ojiplático y silencioso se metió esedía en la cama. Y yo, hinchada como unpavo por haber sido capaz, para variar,de sintetizar, simplificar y explicarcinco años de carrera en dos minutos,me dormí con una sonrisilla triunfal;que, como puede que ya sospechen, se

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me borró a las tres de la mañana cuandoun aullido aterrorizado despertó hasta alas arañas. ¡Socorrooooooooooooooo!¡Que viene Jesús!

A partir de ese grito, día tras día,noche tras noche, el niño empezó a mirary remirar por todas las esquinas, debajode la cama, y se negaba a bajar altrastero por miedo a encontrarse al de lacruz. Y yo erre que erre, con la mismacantinela, poniendo cada vez másénfasis en la resurrección y la curaciónde las pupas, y desconcertada al noobservar reducción alguna en sus reciénestrenados terrores.

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Hasta que un día se hizo el clic ylos misterios de la cruz se me revelaron;que digo yo que por mucha madera quegastásemos de algo tenía que servir serherrero, ¿no?

Verán, aquí la administradora demisticismos y conceptos abstractos,intentando justamente lo contrario, lehabía presentado a su retoño a su primerzombi.

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CAPÍTULO 16

Rabenmutter

Verán, aquí en las Teutonias yo soy loque se denomina, con demasiadaligereza y extrema confusión, unaRabenmutter.

No sólo porque tenga niños y en misalón, mi cocina, el pasillo y debajo detodas las camas proliferen vehículos

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multiformes de tonalidades dispares, no;que ya sé que eso del Raben suena deculen pero no es lo que se imaginan.

Raben en alemán significa«cuervo», y la razón de haber elegidoanimal tan simpático y colorido es que—por lo visto— tienen la fea costumbrede abandonar a sus polluelos en el nidoy escabullirse por ahí de lombricespardas.

Irán pues ustedes por buen caminosi, tras mi lúcida descripción delcomportamiento de estas renegrías aves,deducen que por estos nevados yprósperos lares eso de que una madreredunde en sus funciones no gusta unpelo. Y sabrán valorar el grado de su

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aversión por este tipo de progenitorassi, siendo como son los germanos denaturaleza horchatosa, en un alarde deerudición retórica e ironizante hantenido a bien acuñarnos unadenominación tan específica, que debede ser que eso del Mutter a secas no noslo merecemos.

Imaginen mi expresión sorpresivacuando, recién aterrizada en la zona máspróspera del país, esa que carece deparo y donde toda familia que se preciehabita un chalete en propiedad yconduce dos vehículos seminuevos, metacharon de madre córvida. A mí, quetraía las mechas recientitas.

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Y por goleada, además. Por tenerun niño de dos años y querer aparcarlounas horas al cuidado de extrañas, porno haber adoptado el apellido delMaromen, por querer amortizar mis añosuniversitarios, por no ir en chándal a lacompra, por no dominar el arte de lapastelería y las manualidades, porobligar a mi pobre cónyuge a tender laropa o pelar patatas, por parlotear sobrealgo que no fuese mi polluelo y noquerer llevármelo al ginecólogo.

En definitiva, por ser una egoísta yno demostrar consideración ningunahacia mis obligaciones como madre ydevota esposa.

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Por un momento pensé que noshabíamos equivocado de siglo o, yapuestos, de país, porque del motor deEuropa no se espera una estas cosas.Sobre todo si encima la presi es mujer—y rubia, para más inri— y nadie lacuestiona. Así que yo me preguntaba:¿qué demonios habrá hecho la Merkelcon sus hijos para poder dedicarse a laescalada política con tesón y esmero?

Muy fácil: no tenerlos.El resto de teutonas, por si les

quedaba alguna duda, van tomando nota.Digo yo que la tasa de natalidad másbaja de Europa sólo puede significar unacosa, ¿no? O niños, o carrera, omenosprecio social.

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Pero como a mí no me gustan unpelo las injusticias y además soy denatural amable y poco rencorosa,dándome así como pena que, teniendolas Raben un apelativo tan desde elcariño, las Mutter de bien se quedasen asecas, he tenido la deferencia deacuñarles un término sólo para ellas.Desde el mismo cariño.

A la madre prototipo germana yo lallamo Übermutter. Sin acritud.

Aunque les juro que hay días enque la que me siento Übermutter soy yo;porque tener que lidiar con tres niños,un Maromen bohemio, una casa, untrabajo remunerado y una cultura queconsidera normal protestar porque

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alguien plantee la posibilidad deampliar un poco los horarios de infantil,bien merece una capa.

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CAPÍTULO 17

Manos libres

Dicen las malas lenguas que laconsagración social de cualquierartefacto le llega cuando, para suutilización, dejas de requerir laintervención de las manos. El móvil, losrobots aspiradora o la Thermomixconstituyen flamantes arquetipos de estamanía humana por el multiusismo y la

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omnipotencia. La finalidad última sería,en esta época acelerada en la que eltiempo cotiza más que el oro, poderhacer un porrón de cosas a la vez.

Supóngome yo que este afán deoptimización minutera ha tenido algoque ver con el rescate, hace ya algunasprimaveras, de una ancestral costumbreque, para más inri, parece tener cantidadde beneficios para los rorros. Se tratadel famoso porteo; vamos, lo que detoda la vida se ha conocido comocolgarse al niño y punto.

Confieso que cuando nació miprimer hijo me dejé llevar. Teniendo encuenta que en el Berlín de entonces sólo

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se veían Bugaboos y fulares, opté por nomaltratar más mi demacradísima cuentacorriente y sucumbir sólo a este último.

Que usé dos días.El primero coincidió con la

introducción de alimentoscomplementarios al bebé: dos flecos debufanda y varias pelotillas de jersey.Espero que sin gluten.

La segunda oportunidad al trapitode marras casi me cuesta una pulmonía ydeleitó a media capital teutona con unainoportuna panorámica de mis pechugas;pero es que a –15 °C que hacía aqueldía, el dilema entre mis pulmones y larespiración del niño se resolvió a favor

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de este último y no pude cerrarme elabrigo. Ya ven, una que era primeriza demanual.

Después de ese episodio concluíque para los fulares, como para lacocina, hay que tener talento, que yocarecía de él y que, además, mi hijoestaba de acuerdo.

Mas una tarde que me encontrabayo sacando billetes de avión paramachacar unos días el temple de misprogenitores, cuando el tercero seencontraba aún en fase de cocciónuterina, tuve una premoniciónespeluznante. Me visualicé sola, en elaeropuerto, con los tres y al borde de un

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colapso nervioso. Fue entonces cuandola opción de colgarme un niño volvió arondarme la cabeza.

Juré por Gott que esta vez novolvería a equivocarme y me informé aconciencia. Después de muchopesquisar, me decidí por una mochilaultra-súper-chachi-modernísima-y-ergonómica, a precio de Vuitton.

Por si las moscas, me la fui aprobar con Pepe —el Nenuco de losniños, que hace patria— y abrigo deinvierno en pleno agosto. Pepe parecíafeliz y confortable. Lo que se me habíaolvidado es que Pepe también parecefeliz y confortable debajo del panderode Destroyer, o en pijama a la

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intemperie. Así que, cuando nació el delRizo en noviembre y resultó que habíaque empaquetarlo en plumífero antes decada paseíto, la acojomochila quedórelegada a temporadas cálidas yligeritas de ropa. Creo recordar que, poraquel entonces, mi biocuñada me hablóde fulares elásticos y yo, que me dejéllevar por los prejuicios, para una cosainteligente que dice voy y no le hagocaso.

Pero la primavera llegó y con ellael sol y algo de calor. Rauda y veloz medispuse a amortizar mi inversión.

Mi entusiasmo dejó paso, conbastante rapidez, a la decepción másabsoluta; porque aunque es verdad que

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el rorro queda adherido, las manoslibres de ese niño no me quedaronnunca: con una tenía que sujetarle elchupete y con la otra las garritas.Además, dejar al mediano andar solopor la calle no era opción segura y, porempujar su cochecito con las rodillas,me había granjeado las burlas de variostranseúntes.

Inclinada ya a colgar el zurrón yolvidarme de él para siempre jamás, unatarde soleada de miércoles me vi en unapuro, de esos que, con pocas horas desueño, se te hacen un mundo. Después deuna noche movidita, el nuevo seamodorró al fin en su capazo... cincominutos antes de tener que llevar al

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mayor a su clase de gimnasia. Ilusa demí, no se me ocurrió otra que colgarmeal mediano a la espalda y no rozar alpequeño. Resistirá, pensé, que no hadormido en todo el día.

Ilusa, he dicho; porque no resistió,claro. Fue llegar a la mitad del camino yponerse a berrear. Y yo, mirando alcielo por agarramiento coletero del dedetrás, que no atinaba con el chupete, nicon el muñeco, ni con nada de nada.

La cosa se resolvió con brazospara el pequeño, la espalda pulverizadapor el mediano y el cochecito arodillazos. La mochila, por si lesinteresa, fue abandonada allí mismo en

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el vestuario, a la espera de alguna madretalentosa que sepa qué leches hacer conella.

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CAPÍTULO 18

La maternidad expatriada

Cuando yo me vine pa Alemania, estabasoltera y sin compromisos.

Feliz, inconsciente y muy muyinocente, pensé que lo único que meseparaba de la vida que dejaba atráseran tres horas de avión y un buen platode jamón. Y es que, verán, el por aquelentonces famosísimo Europa 15 me

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mantenía en frecuente contacto con misprogenitores —sí, como en el anuncio,quince minutos, toooooodos los días—,y Facebook hacía un apaño más queaceptable con los amigos de toda lavida.

Pero luego tuve un hijo y se abrióun abismo insalvable.

Porque es que, verán, no importaque viaje mucho a España, las horasante la webcam documentando endirecto bostezos varios del polluelo quetoque, las fotos que mande o losinformes que redacte sobre dentición osistemático escupimiento de puré.

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Da igual que me siga fingiendo laexpatriada temporal. El caso es que,cada domingo, sé que no voy a ir acomer a casa de mis padres, que se hanperdido sus primeros, segundos y hastadécimos pasos; que mi madre no mepuede acompañar al ginecólogo, nitraerme unas lentejas, ni tampocoregañarme por tenerlo todo manga porhombro.

Mis amigos de siempre se vanhaciendo vecinos entre ellos, salen acenar los sábados o quedan a tomar caféun miércoles de espontáneo. Se saben lavida y milagros de sus hijos y seescapan a Patones los fines de semana.A los míos los han visto tres veces en

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tres años, no saben cómo es mi casa nicomprenden mi día a día. Nuestrosrorros nunca serán amigos —ni a lafuerza—, no irán al mismo colegio ni setaparán las gamberradas.

La canción infantil de referencia encasa es, muy a mi pesar, Alle meineEntchen y no el ratón de Susanita; mispolluelos se pirran por los Kässpätzle,por mucho que les guste el cocido; nuncausarán cuadernos Rubio y siemprecelebrarán el día de la madre unasemana después de felicitar yo a la mía.

Triste hasta extremosinsospechados. Esos pequeños detallesde la vida cotidiana, los que de verdad

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hacen la infancia, no se parecerán nuncaa los míos.

Pero verán, como no está una paradejarse llevar por la melancolía —yademás, que el corro de la patata enversión asaetada no triunfa entre misinfantes—, se intenta disfrutar de lasventajas de estar lejos de casa que,como las meigas, haberlas haylas.

Muéranse de envidia, señores,porque yo, aquí donde me ven, en el paísdel acelguismo emocional, tengo mesesenteros —meses, me-ses— paraadecentar la casa antes de que entre mimadre dispuesta a abroncarme por cómolo tengo todo.

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¿Y qué me dicen de esas figurillasde cristal espantosas que les regaló sutía segunda del pueblo cuando secasaron? ¿Qué tal quedan en su cómodade los marquitos? ¡Ja! En la mía duraroncuatro nanosegundos, que fueron lo quetardamos en hacerles una foto yadjuntarla con el agradecimiento.

Ahora no me odien, se lo ruego,pero sepan que mis infantes chapoteanen la bañera a las 18.00, y una hora mástarde están roncando a pierna suelta.¿Sienten cómo la pelusa se apodera deustedes?

Además, ser el único ejemplo decultura ibérica en mi Haus me permiteser selectiva y extremadamente

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manipuladora y, entre otras cosas, heprohibido la combinación de sandalia ycalcetín hasta en el Maromen —porqueatenta contra nuestro concepto educativo—, y fomento sin pudor los besos y laspayasadas parentales a todas horas.

Y sí, no van desencaminados sipiensan que esto del idioma es agotadory mareante y que me paso el díacorrigiendo y vocalizando y vuelta acorregir. No obstante, si viviésemos enEspaña, Destroyer no seguiría diciendocojonito, ni el del Rizo pidiendocosquillas al grito de «¡Mamá mordemuslamen!».

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CAPÍTULO 19

Carnaza

Las Übermutter del lugar son, para mí,fuente inagotable de inspiración,asombro y, ahora que la experiencia meengrada, de ilimitada diversión.

Lo confieso: en el fondo, meencanta que sean como son.

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Prototipas del teutonismo másrancio, en ocasiones me exasperan y mehacen olvidar que eso del choquecultural siempre es cosa de dos y que,esas peculiaridades que a mí me dejanojiplática, a ellas les resultan de lo másnormal y viceversa.

Yo me supongo que las habrá quepasen olímpicamente de si mis pollueloscomen o no naranjas, otras a las que leshaga gracia que les peine y les pongacolonia, y algunas que se lleven lasmanos a la cabeza porque no les planteun gorro a 15 °C en verano.

Asumo sin complejos que algunasÜbermutter me consideren fuenteinagotable de asombro, diversión y, por

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qué no, de escándalo moral. Y es que novoy a negar que carnaza conmigo tienende sobra, y no me extrañaría que algunaincluso se lamentase en corrito de lamala vida que les doy a mis hijos.

Porque, claro, ¿quién protege a esepobre bebé, que no está recibiendo lacolorterapia adecuada y cuya piel correel serio peligro de estar... limpia?

¿O al mediano? Ese bebé-niñodesamparado, obligado sin piedad aandar por la calle, a sentarse para comero forzado a jugar al aire libre sin gorro.Le saldrá hiperactivo con esascanciones que le canta, seguro (que esque en comparación con los cantosgregorianos infantiles que por aquí se

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estilan, el corro de la patata parece punkmetal). Apuesto lo que quieras a que seríe tanto porque tiene alguna conmocióncerebral, ¿o no has visto la cantidad dechichones que tiene el pobre?

¿Y el mayor? A ése ya se le puededar por perdido, hablando en esa lenguaextraña —suena como a latín, ¿no?,¡como la niña del exorcista!—,bebiendo sólo agua y viviendo en laignorancia de quiénes son los PowerRangers.

Si ya lo sé, señores, pobrecitosmíos.

Aunque existe un problema con lacarnaza; y es que hay ocasiones en lasque hasta yo les daría la razón por

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pensar mal. Porque es que verán,hablando en una lengua foránea con losrorros, al autóctono común le suelellegar la mitad del mensaje y encimamal, fuera de contexto y con dobleces,haciendo que explicarse quede hastapeor.

Comprenderán pues que gran partede mi popularidad en el mierdapuebloen realidad se la deba a la educaciónbicultural; y a la sociabilidad de mishijos.

Por poner un ejemplo, les contaréque, al poco de llegar, tuvimos unasemana movida: el lunes vino eldeshollinador, el martes el propietariode la casa a revisar el contador, el

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jueves un técnico a salvar la lavadora y,ese día en cuestión, suministrándonos enla panadería del mierdapueblo, yo lemetía prisa al Mayor porque iba a venirel cristalero. En español.

Como el niño está bien educado yes de naturaleza parlanchina —como sumadre, ya lo habrán notado—, tuvo abien dejarme en buen lugar y despedirseamablemente, explicando que nuestraurgencia se debía a la inminenteaparición de un Mann por casa. Lapanadera, locutora jefa del radiopatiomierdapueblil, no quiso desaprovecharla oportunidad de chismorrear ennuestras rutinas y, rauda en sus

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funciones, le preguntó al niño, así comoasombrada por la hora del día, si supapá salía tan pronto de trabajar.

«No, no, mi papá viene cuando yaes de noche. Pero cuando mi papá estátrabajando vienen hombres a casa.»

Toma ya.Lo que no sé es si la mujer me

injurió mentalmente o me subió a unpedestal; porque ya me dirán ustedes si,con tres niños y un marido, sacar tiempopara amoríos extraconyugales no mereceuna placa conmemorativa.

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CAPÍTULO 20

El rosa es de niños

Que los niños no son como una hoja enblanco lo sabe cualquiera. Me refiero acualquiera que los tenga, evidentemente.Nos guste más o menos, de ahí salen sinbarra de pan pero con las ideascristalinas.

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Se supone que nosotros, comopadres amorosos y considerados quesomos, tenemos que respetarlas —sinacatarlas— e instruirles para vivir enarmónica sociedad con otras, incluidaslas nuestras. La labor parentalconsistiría pues en orientar y escoltar, yno tanto en imponer o manipular.Tralalá.

De nuevo, cualquiera que tengahijos habrá comprendido hace tiempoque esta teoría tan preciosa no es másque una ingenuidad como la copa de unpino y que admite un porrón deexcepciones.

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Por poner un ejemplo colectivo, unbuen día usted está en un localcualquiera de Inditex probándose unacamiseta —y tres pantalones, doschaquetas y unos zapatos— y por laesquina del probador asoma la manitade su hijo blandiendo el vestido máschoni de la metrópoli. «Para ti —le dice—, porque es muy bonito.» Y «ta llenode eztrellaz». Vamos, lo que en cristianose conoce por brilli brilli a secas.

En una milésima de segundo ustedcomprenderá dos cosas. Una, que su hijono vale para poeta. Y dos, que lasposibilidades de que dentro de quinceaños encuentre a una chavala que

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comparta sus gustos y la convierta en sunuera de usted, son más altas de lo queya temía.

Y entonces decide pasarse la teoríapor el forro —del vestido— y manipularcon pretensión y alevosía.

Durante una temporada de duraciónindefinida parece que la cosa funciona.Su hijo va comprendiendo qué músicapuede gustarle, qué animales sonimitables, qué ropa no le va a comprarjamás... y muchas cosas más.

En mi caso particular todo ibaviento en popa a toda vela hasta que undía, así sin previo aviso, el mayor demis retoños dijo que ese polo rosachicle que tan bien le realza el morenito

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no se lo pone ni de koñen; «porque elrosa es de niñas y se ríen de mí en laguardería».

Vaya. Son las ocho de la mañana,llego tarde al médico del mediano, nohay más camisetas limpias, ni muchomenos tiempo para coloquioscromáticos y controversias genéricas. Seme ocurre una idea que, en esacoyuntura, me parece brillante y, con eltiempo pegado al pandero, destapo elportátil y le sintonizo unos vídeos paradesayunar. Para que comprenda que loschicos también llevan rosa.

Y funciona, no se crean: el niño seva cual pascuas a la guardería, henchidode orgullo por el colorido de su polo.

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Unos días después, sin embargo,comenzaron a asomar los dañoscolaterales de mi centelleanteocurrencia. El primero, la enérgicareticencia del niño a separarse de supolo ni cuando éste quiso irse andandosolo a la lavadora. El segundo, lacuriosidad de la profesora, que empezóa interrogarme sobre ese nuevo juegospanisch que ha desterrado al clásicopolicías y ladrones del patio.

—¿Qué juego, señora?—Pues ese de las bandillas y el

togo —me dice—, que tiene a los niñoscomo locos pintando palos de rosa y con

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mucha purpurina y correteandoalegremente por el jardín. Ahora dicenque el rosa es de chicos.

Yo fui perdiendo mi bronceadosegún discernía el verdadero significadode bandilla y togo; al mismo tiempo queadmiraba las competencias sociales demi hijo, que había tenido la deferenciade transmitirles a los teutones laspalabras «banderilla» y «toro» conacento germano.

—Ideas de la abuela —atiné adecir—. Yo tampoco sé muy bien de quéva la cosa.

Huelga decir que esa nocheextravié el polo rosa y que en esta casasólo se visualizó Spiderman durante

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meses.

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CAPÍTULO 21

Pelillos a la mar

En un país en el que más de uno se habrállevado una reprimenda por comerse elembutido sin pan —¡menudodespilfarro!, ¿verdad?—, que depilarsecueste casi lo que un neumático deinvierno puede dar una idea general dela estética veraniega de sus autóctonos.

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En los albores de la inestableprimavera teutona, es común contemplarpor sus calles el armonioso pulule deforros polares combinados consandalias (sobre níveos calcetines, porsupuesto). Si algún día se encuentran porestos lares en época estival y tienenoportunidad de disfrutar de talexhibición, sepan ustedes que esaspiernas lechosas y peludas no son frutode la desprevención y las prisas ante lasinconstantes temperaturas nórdicas.Vamos, que aquí nadie se ha olvidado dedepilarse, es que directamente noconocen cera.

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Este respeto que parecen profesarlelos germanos a la cabellera corporalsuele tener sus ventajas, no se crean, queser la tuerta en un universo de ciegos leañade unas lorzas a la vanidad decualquiera.

El problema es cuando se exportaninvidentes a un lugar en el que todos sehan hecho el láser. Como por ejemplouna boda en Madrid. La mía, sin ir máslejos. En septiembre y a la española; ytirando a tradicional. Ya saben, trajeblanco y mantilla, chaqué y vals.

Sorprendentemente se apuntaron unporrón de teutones y yo, consciente de loque puede arruinarle a uno la velada el

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sentirse over- o underdressed, sentí lamoral obligación de aclararle a la parteviajera que aquí las bodas son... bodas.

Arreglados y formales, bitte: lassandalias sin calcetín, pasarse un peine—que una vez al año no hace daño,palabrita— y cambiarse el forro polarpor un chal o similar bastará.

Maromen, abducido por su guapuraen versión pingüino, persuadió a su HerrPadre para que se le aconjuntase con unchaqué. Y el resto, en cuanto avizoraronlas levitas, sacaron sus corbatas ychaquetas —de cuyas tonalidadesfosforescentes no hablaré— y guardaronlas Nike Air. Danke sehr.

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Ese día, incluso mi biocuñadadecidió que la naturaleza y su sabiduríapodían irse a tomar vientos y se despejólos sobaquen —que tampoco le supusoun gran sacrificio, por mucho que así melo vendiese, que me consta que la Naturse la pasa por el forro cuando se trata desus cejas, sea el día que sea.

A posteriori se me informó de lainsurrección de la madrina. Por lo visto,muy a pesar de la machaconería de suhija, la buena mujer se negó en rotundo apodarse las piernas. Ni de koñen,vamos, encima de que se ponía faldacorta, lo que le faltaba era depilarse.

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Tanto le dieron la murga a lamatriarca, que acabó marcando minúmero a pocas horas del enlace parapreguntarme dónde podía comprarmedias. ¿Medias? ¿A 30 °C y despuésde una semana en la Costa Brava? Comose podrán imaginar, la mandé a El CorteInglés.

Supongo que serían los nervios olos dos vodkas que me suministró mimadre antes de salir de casa y ese día nome fijé. Lo que, sin embargo, sí querecuerdo es haber tenido un fugazpensamiento al verla. ¿No habían ido ala playa? ¿No quería unas medias? ¡Seha depilado!

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Pero no fue hasta unas semanasdespués, recién entregado el álbumoficial del evento y paseando a unaíntima que no pudo presenciar el mismo,cuando me oí decir a mí misma: «Estade aquí es mi suegra..., la del vestidoberenjena y... ¡¿medias blancas?!»

En ese momento decidí que, si poralgún casual nos daba por renovar votosen algún momento, lo haríamos enSiberia.

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CAPÍTULO 22

Comida de viejas

Aunque haya días en los que intenteconvencer a mi prole de lo contrario, enel fondo —y en la superficie— no soymás que una madre corrientita delmontón. Vamos, una de esas que, variasveces al día, consigue subyugar la

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tentación de regalar a sus retoños alprimero que pase. Con lazo y todo, si meapuran.

Y es que pasarse la vida con el«no» amuletillado, qué quieren que lesdiga, negativiza a cualquiera.

Mas no se vayan a pensar que demi boca sólo brotan prohibiciones,señores, que una será todo lo estándarque se quiera, pero tropezar tres vecescon la misma piedra adiestra hasta a lamás necia. Sin ir más lejos, duranteestos años yo he aprendido a delegarinfinidad de noes al entorno.

Que no se tira de la cola al gato delvecino lo tuvieron que aprender misinfantes del propio gato. A arañazos,

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claro.Que los jerséis no se lavan a 60 °C

se lo explicó a mi cónyuge la propialavadora. Y sin gritar, oigan.

Que no es buena idea meterse conmis rorros lo aprendieron el resto deniños y sus madres en mi compañía. Elmismo día, por cierto, que mi madreentendió que las lentejas no son para elverano.

En acta hago constar que yo se lohabía intentado explicar; por activa ypor pasiva. Que yo no tengo nada contralas lentejas, vaya, pero convertirlas enadalid de la dieta mediterránea ysobredosificárnoslas cada vez quepisamos sus dominios tampoco es plan.

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Mi madre, empero, desoyó mis avisos yprefirió aprenderlo a las duras. Y vayaque si lo memorizó.

Hace ya unos cuantos meses,cuando el pequeño todavía reptaba yDestroyer aún usaba pañales,disfrutábamos en completa familia deuna atestada piscina madrileña. Todoapuntaba a que sería una tarde ordinaria,con el Mayor en remojo jugando alpríncipe sireno, mi mano sujeta alMonstruo del Rizo sujeto a galleta yDestroyer en posición preplanchaagarrao a la escalera...

Hasta que de pronto, algo similar aun torpedo salió disparado delpellizcable culo de Destroyer,

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reventando su bañador-pañal y cayendoen parduzco reguero por su ancaderecha. Rauda y veloz que se vuelveuna nada más parir, salí corriendo comoalma que lleva el diablo hasta el lugardel... hecho, sacando al niño envolandas por encima de la vallitareglamentaria y entregándoselo a miseñora hermana (por aquel entoncessoltera y sin hijos y, después de aquello,a día de hoy lo mismo). Mientras ella locambiaba, yo me iba a ocupar de detenerel reguero y así impedir que mi angelitopasase a la historia como el Prestigeboñiguil de la pileta.

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Tras unos minutos de limpieza debordillo y pensando que la andanzadepositiva había tocado a su fin, cuál fuemi sorpresa al divisar a mi estimadahermana en la ducha de la piscinaluchando con miles de lentejas.

Lentejas, sí. Los tres platos quehabía engullido la criaturita hacía unashoras. Enteras.

Por supuesto, me uní a la caza de lalenteja con toallita, mientras maquinabamentalmente un fratricidio lento ydoloroso. Porque es que ya me diránustedes si no es delito llevar aldefecador de legumbres a una duchadoble bien grandota, encender sólo una y

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ponerse a observar con horror cómo laslentejas sortean el desagüe y se van endirección a la de enfrente. Pa matarla.

Pero suerte tuvo la niña porque,cuando el angelito dejó de chapotearalegremente en su estofado paraagarrarse a mi pierna con carita deabrázame-que-tengo-fío, me apercibí dela horda de infantes que nos rodeaban. Yde que habían pasado del alucinado«¡¿le han salido lentejas del culo?!» alinsulto en grupo. Fue oír que le gritaban«¡guarro!» a mi vastaguín, y mi cabreose reorientó.

Con mi Destroyer no se mete nadie.

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Y advirtiendo que, en este tipo desituaciones, ni la razón ni la violencia nisus respectivas madres ayudan, no mequedó otra que tomarme la justicia pormi mano. Supurando seriedad materna,adopté una pose entre incrédula ysorprendida y, muy seria, me limité aconfirmarles que sí, que eso eranlentejas... y que ¿de dónde se creían quesalían?

Ojos como platos. Silencio. Laseguridad de que Destroyer no será elúnico que se pase sin tomar legumbresuna buena temporada. Hua hua hua.

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CAPÍTULO 23

El concierto de fin de plato

Alemania evoca rubiales, pleno empleo,longanizas y cerveza.

Y pan.Si alguien se pregunta dónde está la

versatilidad germana, que deje deestrujarse la sesera y se pase por unapanadería cualquiera. Blanco, negro,

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gris, con cereales, con pipas, de yogur...,el pan aquí en las Teutonias es undispendio de creatividad e innovación.

Precisamente por eso, a estasalturas de mi integración merkeliana,sigo sin comprender su destierrosistemático a la hora de las comidas.Porque señores, en Alemania se cenapan, pero se come sin él. Y a mí eso metrae por el camino de la amargura y lasalucinaciones acústicas.

Menuda chorrada, pensaránustedes, pues coma usted sin pan. Y yoles daría la razón, no crean, ahoramismo y sin pestañear. Pero hay un

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pequeño problema, una minucia, unanadería; y es que, aquí, la salsa es lareina.

Para que se hagan una idea, les diréque la carne alemana podría servirseviva sin reparos, que moriría ahogada ennata antes de llegar a la mesa.

Como podrán imaginarse, a lamano de la que suscribe, tras años deadiestramiento en localización depaneras y sabrosos rebañes, no le quedóotra que asumir los desencuentros yacostumbrarse a dejar el plato inundado.

Y mentir.Porque verán, aquí en las Teutonias

se deja el plato reluciente. Ni rastro desalsa, oigan. Supóngome yo que lo harán

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para facilitar el bañado del mismo oagradecerle el esfuerzo a la cocinera,porque bombear adobo con cuchillo ytenedor no es empresa baladí.

Ni mucho menos silenciosa.Habrán notado los que aquí residen

en armoniosa convivencia con autóctonocómo, unos cinco minutos antes de quese acabe la comida, esasinteresantísimas conversaciones sobre lasalsa de pollo o la ironía lírico-satíricaen las obras medianas de Goethe seinterrumpen con brusquedad, ¿no? ¿Sehan fijado también en cómo se preparany toman aire?

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Porque empieza la función. Unaretahíla de cling-clingclang-clangveloces y desacompasados —y muy muyirritantes, por cierto— anuncia lainminencia del postre. Pero no se creanque el ruidito es para celebrarlo, qué va;lo que ocurre es que llenar un tenedorcon la mayor cantidad de salsa posibleayudado sólo por un cuchillo, ypretender que llegue más o menoscolmado a la boca, requiere que sereduzca al mínimo indispensable eltiempo que pasa ésta en él antes desucumbir sin remedio a la ley de lagravedad y regresar al plato.

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No vayan a pensar que no lereconozco su mérito a la hazaña, queconfieso haberlo intentado —aescondidas, eso sí— y la cosa tiene suaquél. Un aquél, por cierto, del que hepodido zafarme con algo de soltura.

Porque esto de ser forastera tendráalgunas desventajas, pero no hay queolvidar también sus gangas. A laspesquisas maromiles sobre un supuestorepudio por la cocina de su madrereaccioné a tiempo y me fingí muypasmada, alegando que en Spain esto esdifferent y que allí es de malísimaeducación purgar la loza; que cuestionala generosidad del anfitrión.

Alles klar.

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Mi única preocupación ahora es elorgullo de mi madre, que mira siempredecepcionada los restos abandonados enel plato de su germano yerno.

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CAPÍTULO 24

Burnout

El síndrome Burnout, también conocidocomo síndrome del trabajadorconsumido, se origina principalmente enprofesiones que implican mucho tratosocial y en las que existen horarioslaborales excesivos. Por lo visto, variasinvestigaciones han determinado que laaparición del síndrome es más probable

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cuando el trabajo supera las ocho horasdiarias, no se ha cambiado de ambientelaboral en largos períodos de tiempo yla remuneración económica es, además,inadecuada. También puede manifestarsesi el ambiente de trabajo es pésimo y lascondiciones, inhumanas.

Lógico, ¿no creen?Considerando como considero que

debería considerarse el ser madre yestar en casa como un trabajo en todaregla, no me extrañaría que más de unaacabase con la cabeza carbonizada.

Por suerte, la única ocasión en laque hemos tenido la oportunidad deapreciar un Burnout de cerca no ha sidoel mío. De momento.

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El trabajador consumido en estacasa fue nada más y nada menos que elhasta ese momento valoradísimo yultraeficiente Ángel de la Guarda deDestroyer —ahora conocido comoAntonio Rivero Crespo Jr.; sí, ése, elfamoso «Cuñao» de la tele.

Y yo lo entendí, conste.Admito que el Excmo. Sr. Ángel

Guardián desempeñó sus funciones demanera ejemplar durante dos años,dejando siempre unos prudentes dosmilímetros entre la cabeza del niño y elpico de las mesas. Con algún que otrointento educativo, eso sí, unoschichoncillos, algún arañazo sinimportancia, quemaduras leves; pero por

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el bien del niño, no se crean, por eso deque aprenda que el fuego quema, lospicos pinchan, las cabras muerden yesas cosas.

Que el querubín de marras debía deestar de baja por depresión oachicharramiento cabecil lo empezamosa sospechar un sábado, cuando el rubiomaléfico quiso abrirle la puerta a supadre y éste la abrió antes.

Las sospechas se convirtieron enindicios vehementes cuando el domingodecidió escalar por las baldas de lanevera; sí, por esas mismas que seextraen tirando con suavidad. Entrepegotes de yogur —al que suponemosobjetivo principal de su operación— y

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trizas de envases diversos nosencontramos al herido gimoteando poruna tirita para su sangrante zarpita.

Finalmente, el lunes pudimosconfirmar, de manera oficial y muyapenados, la baja indefinida del de laguarda. No hubo milímetros entre laboca de Destroyer y el canto de micama.

La paleta derecha no aparecía porningún lado —y miren que continuamosla búsqueda durante varias defecaciones— y la encía se partió desde el agujerohasta el frenillo. Incluido.

El dentista, muy amable, nospalmeó la espalda mientras nosaseguraba que, a pesar de lo horrible

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que está el rubio y de la pinta caníbalque tiene cuando ríe malévolamente, noera grave y que estas cosas pasan. Esosí, tendremos que convivir con Cuñao Jr.por lo menos cuatro o cinco años más,hasta que le salga otro diente.

Echando de menos al Ángelindispuesto, no perdemos la esperanzade que vuelva. A día de hoy, la paletasuperviviente renegría y un costurón enla ceja derecha evidencian que lossuplentes son unos aficionados.

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CAPÍTULO 25

Narcolepsia

Existe un tipo de achaque, unacondición, unos episodios recurrentesque no son sambenito exclusivo deHomer Simpson. Ni falta hace ponersecomo Homer para padecerlos.

Las madres, sean redundantes o apalo seco, corren el riesgo de narco-colapsar —y no me refiero a las

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sobredosis de Apiretal— en cualquiermomento y en cualquier lugar.

Y es que esa vida al límite quellevamos, esas noches durmiendo atrompicones —ahora me duermo, ahoratoso, ahora tengo sed, ahora hazme unsitio, ahora me he cagao—, esasconfidencias posrománticas con el padrede las criaturas al calor de laborboteante boloñesa para mañana, esossoliloquios trascendentales einterminables sobre la lista de la comprao la conveniencia de los internados...Todo esto y mucho más se aprecia másallá de las canas prematuras y las ojerasperennes. No sólo porque arrastremoslos pies y no dejemos de bostezar hasta

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el quinto café, no; ni porque mezamosinstintivamente el carrito de la compra ohagamos los macarrones con gazpacho.Es que como nos sentemos,cortocircuitamos. Pzzzz.

No importa que estemos leyendo uncuento —el mismo cuento, por enésimavez— o coloreando un dragón o untandopaté en el bocadillo; de repente nuestrospárpados cobran vida propia y tiranhacia abajo que no veas. Pero que noveas nada.

Mi primer incidente narcolépticodocumentado fue hace ya muchos meses,cuando el pequeño todavía no olía achoto, sino a bebé sabroso, y él mismocolapsó de sueño aferrao a la teta

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derecha de una servidora. Que el Mayory Destroyer estuviesen entusiasmadoscon la aspiradora nueva fue decisivo ala hora de evitar males mayores yendulzaron el despertar de su queridamadre, que se alegró horrores deencontrarse el salón impecable yprefirió no indagar sobre el paradero dela cortina desaparecida. Total, qué esuna cortina en comparación con unosminutos de desvanecimiento reparador,¿no?

El segundo y último tuvo lugar hacemenos meses, cuando la aspiradora yahabía pasado al olvido —al míotambién, por cierto— y las dotestrasteadoras de los polluelos se habían

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perfeccionado notoriamente. Pero es queya me dirán ustedes si no es insalubrepasar de estar de vacaciones en casa delos abuelos a gestionar de nuevo y alcompleto el nido del cuquen de un díapara otro.

Tras media jornada oficinística,varias lavadoras, dos puzles, un guisode ternera, cuatro veces el mismo libro yuna granja abstracta en plastilinamulticolor, creí conveniente regalarles amis castigadas posaderas un respiro eneso que a veces es sofá, otras camaelástica, otras castillo de los malos.Sorprendida con agrado por la inusualinteracción pacífica de los tres polluelos

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alrededor del Lego, no lo pude evitar yme dejé llevar por mis párpadossubversivos.

«Sólo los voy a cerrar unmomento.» Era mentira y yo lo sabía.Que además me mirasen los tres a la vez—los tres— justo antes de hacerse laoscuridad debería haber hecho saltartodas las alarmas; pero quise creer en labondad infantil y no le di másimportancia.

Lo siguiente que recuerdo es untimbre insistente y pasos voladores yrisas a tropel. La cara de la vecina, quequería sal pero luego no quería nada,déjalo, no te molestes, me lanzó alespejo más cercano.

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Les confirmo sus sospechas: unaceja renegría y un bigote a lo Dalí peromás extenso me revelaron la muerte demi rímel y, natürlich, que el Lego sóloera una tapadera.

Un «mamá, no sabíamos que tehabías muerto sólo un momento» mehizo jurar por lo más sagrado que nuncajamás de los jamases volveré a sentarmecuando no duermen. Y que el rímelwaterproof ya no es bienvenido en estacasa.

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CAPÍTULO 26

Colecho

Verán, según la RAE:

con-(Del lat. cum).1. pref. Significa ‘reunión’,

‘cooperación’ o ‘agregación’. Confluir,convenir, consocio. Ante b o p toma laforma com-. Componer, compadre,combinar. Otras veces adquiere la formaco-. Coetáneo, cooperar, coacusado.

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lecho(Del lat. lectum).

1. m. cama (|| armazón para que laspersonas se acuesten).

Yo leo esto y así, a bote pronto,deduzco que el colecho debe de ser algocomo «asamblea familiar en una —mi—cama» o, más concretamente, la«autoagregación progresiva de polluelosa la cama más grande de la casa, lamía».

Vaya por delante que en nuestrahumilde morada, en/al principio, no sepractica el colecho. Cada uno se acuestaen su camita, se arropa con su mantita yse desmaya hasta el alba.

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Lo que ocurre es que aquí —comoen la mayoría de los hogaresapolluelizados, supóngome yo—, apartir de una determinada y, por logeneral, intempestiva hora de lamadrugada, una no está para discutir connadie. Mucho menos por minucias comola almohada y el edredón.

El problema del colecho en estaHaus, miren ustedes por dónde, son losniños. Los míos, se entiende; porque yono sé cómo compartirán las otrasfamilias una cama, o cómo seincorporarán otros infantes al lechopaternal... Pero aquí, lo que se vive porlas noches es el desembarco deNormandía. Una y otra vez.

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La ronda de reconocimiento sueleser tarea de Destroyer, que se acerca depuntillas y me mira fijamente con susojitos vidriosos. Sospecho que debe derepetirse mentalmente algo así como«¡ábrete, edredón!», porque decir nodice nada, pero posee una pasmosahabilidad para hacerse notar y acabar ensu lugar; o sea colgado de mi cuello.

Unos minutos más tarde, sin falta,atronan las sirenas —es decir, los gritosdesaforados del pequeño—, quedesencadenan el avance de las tropas alcompleto: el Mayor transbordando aldel chupete y a un escuadrón depeluches de tamaño cojonero.

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Si creen que esto es todo,permítanme anunciarles que seequivocan, y de pleno además. Labatalla no ha hecho más que empezar.

Amén de diversas armas dedestrucción masiva —tipo flatulencias,garritas en los quesos y, en temporadade resfríos, cuenquitos con cebolla—que aplican sin misericordia alguna, losasaltantes se emplean a fondo en elcuerpo-a-cuerpo: patadas voladoras,cabezazos, placajes riñoneros y tironesde pelo son sólo unos pocos ejemplosde las habilidades innatas del enemigo.

Y sí, siempre ganan. Bajo amenazade no-dormiremosnunca-jamás, el padreque los fecundó se pasa las noches

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deportado en el sofá. Y yo, que me pasolas horas con las manos estrujás y trespares de pies encajados en las lumbares,deseando colechar, pero con él.

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CAPÍTULO 27

Liberalismo

En lo más profundo del gélido invierno,en un mierdapueblo teutón enterrado enla nieve, imagínense ustedes que les tocaenclaustrarse cuatro días en su casa contres polluelos desatados.

Háganme el favor de quitar esacara de interlocutor receptivo detragedia, porque si se lo estoy contando

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es porque he sobrevivido.Es más, empecé la maratón de

arresto domiciliario muy resigno-motivada e incluso con un poquitín deilusión, para que luego no digan que meautosugestiono los dramas. Despleguétodos los artilugios didácticos que teníay me consagré optimista —e ilusa que tecagas— al amoroso entretenimiento demis rorros. Pintamos un ratito,troquelamos plastilina otro ratito, Legootro poquito, entre medias algún libro,puzles... En fin, todo lo que susmajestades, los niños de vacaciones,pudiesen desear.

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Pero aquello degeneró pronto.Esmerados y diligentes, dejaron deandar para empezar a saltar y acabaronpatinando por el salón; dejaron de cantary la emprendieron a berridos; dejaronlos cuadernos y comenzaron a pintar lasparedes; dejaron de moldear animalitosy restregaron la plastilina por loscristales.

El caos dominó la situación ycualquier intento de educaciónresponsable se reveló inútil y bastantehumillante, hasta el punto de ceder ante«las galletas o la vida» bajo amenaza dellanto simultáneo oboñigadesbordapañal.

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Eran mayoría y lo sabían. Estabaacorralada.

Pero he aquí que la sabiduríapopular a veces acierta y esta vez lohizo para bien, con eso de que más sabeel diablo por madre que por diablo, y latarde del último día de tortura parental auna se le ocurre una idea. Muy mala ymuy poco pedagógica. No lo hagan.Nunca. Sólo si se han pillado a punto depedir ayuda a los servicios socialespara padres o planeando abandonarlosen el bosque.

Consiste en laisser faire.Pero de verdad.Siéntese en el sofá y no intervenga,

déjelos regularse a sí mismos.

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Verá lo que ocurre cuando noimparte justicia ante el usufructoinmediato del tractor nuevo. Y lo quedesencadena el mirar para otro ladocuando Destroyer atiza al del Rizo y eldel Rizo grita. Y lo que pasa cuando elMayor interviene collejeando almediano y el del Rizo le remata conmordisco. Y lo que provoca que elMayor consuele al mordido mientrasregaña al mordiente. Y lo que es un bebésoberbio mandando a tomar por culo atodos y mordiendo también al otro. Y loque implica cabrear al Mayor y llevarseun tirón de rizos a dos manos. Y lo que

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era de esperar cuando Destroyer dudasobre a quién consolar y acaba cobrandoya no sabe de dónde...

Déjelos un ratito así, y verá comoal rato se vuelven desconcertados,suplicando intervención maternainmediata.

Pero espere, contrólese todavía unpoco más. Sonría y coja una revista; y,sobre todo, ponga cara de interés yconcentración al pasar las páginas.

Uno a uno, acudirán desconsolados—y pelín magullados— a sus brazos,con algún libro que habrán elegidojuntos, y dispuestos a regalarle al menostreinta minutos de paz y armonía.

Increíble, ¿verdad?

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Y si avista amago de peleafraternal otra vez, coja de nuevo surevista y déjeles claro que siempre lesquerrá. A todos igual.

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CAPÍTULO 28

El ataque de los pepinosasesinos

¿Ustedes se acuerdan de la crisis delpepino?

¿De aquel mayo de 2011 en el que,de un día para otro, un montón dealemanes se pusieron malos por culpa

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de una bacteria con un nombre feísimo—en concreto, Escherichia coli— yunos cuantos la palmaron?

¿Recuerdan que se les echó laculpa a unos pepinos españoles? ¿QueAlemania bloqueó las importaciones defrutas y hortalizas ibéricas? ¿Que esebloqueo lo imitaron otros países? ¿Quehubo millones de pérdidas en pocashoras?

¿Se acuerdan de cómo llovió sobremojado?

Lo que seguro que no saben todavíaes que aquí, en las Teutonias, cundió elpánico. Pero de verdad, además. No sehablaba de otra cosa, la gente dejó de ira restaurantes, de llevar a sus hijos al

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colegio, y los supermercadosesloguearon como reclamo a voz engrito que habían retirado los productosespañoles.

A los pocos que se atrevieron adecir que quizás, puede, igual se estabanprecipitando en sus conclusiones no seles hizo ni puñetero caso.

Que si los españoles somos unosguarros, que si los recolectores en laPenínsula viven esclavizados y trabajanen condiciones infrahumanas, sinposibilidad de lavarse siquiera lasmanos, que si las vacas en Almería —enserio... ¿vacas en Almería?— se ponen

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enfermas por las condicionesinfravacunas en las que viven o que si enEspaña se riegan los cultivos con caca.

Éstas eran algunas de las perlasque tuvimos a bien escuchar por estoslares cada vez que el pepino salía acolación; y salía mucho.

Aunque es verdad que, a los pocosdías, los medios más serios dejaron dehablar de Spanischen Gurken yempezaron a hablar de Gurken, Tomateny Salat a secas, el daño ya estaba hechoy los pepinos españoles se quedaron ensu casa.

No importó que en España sólo sediese un caso —de un señor que, mirenpor dónde, acababa de volver de

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Alemania—, que en Almería, cuna delos supuestos pepinos tóxicos, noabunden las vacas —y, que yo sepa, elabono de alacrán no está a la orden deldía— o que la Península, después de lacola que trajo la colza, tenga uno de lossistemas de control sanitario más fuertesde Europa.

Tampoco el que aquí losescándalos, higiénicos o alimenticios,sean relativamente frecuentes, ni que noexista la Amukina y la lejía no formeparte de ningún hogar que se precie. Oque la fruta y la verdura estén a granelen el 99 por ciento de los

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supermercados, se pueda sobar, mirar yvolver a dejar y la higiene doméstica ypersonal brille por su ausencia.

Los alemanes no sabrán jugar alfútbol, señores, pero echan balonesfuera que da gusto. Nosotros, en cambio,meteremos muchos goles, pero somosunos guarros.

Les confesaré, además, que yo mesentí acosada esos días. No por micondición de española, no se asusten,sino por culpa de la lejía.

Les juro que me recorrí todas lasdroguerías a varios kilómetros a laredonda en busca de algún desinfectantealimenticio y en todas me contestaronque eso no existía. Vale. Acabé

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llevándome lejía; que yo soy muypatriota y no dudo del pepino español,oigan, pero tampoco de que un bichomaligno estaba atacando los estómagosaquí residentes y con tres niñospequeños no era plan.

Pues bien, Maromen se pasó dosmeses sin comer ensalada. Ni fruta. Nisiquiera quiso probar los purés.Pensarán ustedes que por la bacteria,¿verdad? Pues no, fue por la lejía.

El resto de los habitantes delmierdapueblo, en cambio, sí que lastomaron. ¿Y quieren saber qué medidasextraordinarias adoptaron para nointoxicarse?

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Agüita y jabón. Aquí,superextraordinario.

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CAPÍTULO 29

Born to be wild

Por si alguien seguía albergando algunaduda, insistiré de nuevo en queDestroyer no es mote que se adjudiqueasí a la ligera; y mucho menos a un rubiode apariencia angelical recién entradoen su tercer año de actividadextrauterina.

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El apodo hay que merecérselo y,sobre todo, quererlo y honrarlo como aun hijo.

Romperse un diente es un buencomienzo. Incrustárselo en la mandíbulay que te lo tengan que sacar conanestesia general es lo que yo llamo unaentrada espectacular.

Y así de espectaculares fuerontambién los comienzos del blondo en laguardería que, con su paleta ausente ysus megapestañas rubias, engatusó desdeel primer día a la Rottenmeier delrecinto. Una arisca señora a la que nadiehabía visto sonreír, lleva ahora babero y

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canturrea risueña por las mañanas. Sólole falta decir «sí, bwana» cuando pía elniño.

Contrariamente a lo que yo temí,este trato preferente no provocó ellinchamiento del angelito por parte desus compañeros. Supóngome yo que elque su hermano mayor le presentase enpueril sociedad haciendo hincapié en elhoyo mandibular, la nueva ubicación delprófugo diente y que casi no habíallorado, tuvo algo que ver en ello.

Incluso llegado el momento, unassemanas después de estrenar el cursoguarderil, tuve el honor de asistir a la

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consagración de Destroyer como dueñoy señor de los columpios porunanimidad ojiplática y acongojada.

Siguiendo indicaciones delsacamuelas, en cuanto se le bajó lahinchazón al Cuñao, le metí en el cochedirección al hospital. Una vezcomprendido que las vacas no teníantres cabezas ni los prados hacen la ola yque lo que llevaba era un colocón que yaquisiera para sí Pocholo, Destroyerdecidió disfrutar del viaje (en todos lossentidos). Gracias a esa pastillita queme recomendaron administrarle antes desalir de casa, el trayecto hasta la clínicatranscurrió entre risas flojas,

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woooooowyuuuuuhuuuuus en cadacurva y conversaciones trascendentalescon su mano izquierda.

Que el anestesista necesitase tresintentos para encontrarle la venatampoco pareció molestar al mico.Impasible, le miraba hacer con altaneríay sólo le faltó soltarle: «¿Y a ti, inútil,dónde dices que te han dado el título demedicina?»

El camino de vuelta lo pasóreclamando un Brezel que no me quedómás remedio que comprarle; y ese yogurque amorosamente le había preparadopensando en su cosida y doliente encíase lo tuvo que comer una servidora.

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Al ir a recoger a su hermano a laguardería, le recibieron como a un héroede guerra. Todos querían ver los puntos,la sangre y el temple de Destroyer que,ni corto ni perezoso y disfrutando de laatención recibida, le robó la manzana aun camarada y le metió tres bocaoschulescos sin inmutarse.

A la mañana siguiente, nada máspisar el recinto infantil, se arrimarontres mayores a presentarle sus respetos ycolgarle el abrigo. De volverse a casacon su mami no quiso saber nada. Asíque ahí le dejé, dando órdenes a diestroy siniestro y besuqueado por la delbabero.

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No les mentiré si les digo queestuve meses esperando con temor a quevolviese a casa con un suplente de oroen su bujero y me espetase uninquietante: «No quieras saber de dóndeha salido.»

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CAPÍTULO 30

Justicia genérica

Sabido por todos es que esto de lamaternidad atonta.

En cambio, que la paternidadtambién lo hace, y mucho además, notanto. Injusto esto a más no poder, elagilipollamiento paternal se merece uncapítulo. Y si, para colmo, el episodioilustrador en cuestión es digno de pasar

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a la memoria popular, se trata de underecho a la altura de una baja maternalen condiciones; o sea, de un derecho delas madres.

Porque es que no puede ser quesalgamos a cenar y, antes de sentarnos,acomodemos el móvil en un lugar bienvisible —a poder ser encima del plato—; que entre el primero, el segundo y elpostre comprobemos setenta veces sitenemos cobertura —y si la tenemos...¡¿por qué leches no suena?!— yempecemos a ponernos nerviosas segúnse va acercando la hora de los paseosnocturnos. Ellos, mientras, suelen ponercara de pedo resignado y nos acusan deamargarles el solomillo.

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No es de recibo, señores, quesalgamos a hacer recados y nosreconcoma la culpa porque nos quedapoca batería, o que nos entre urticaria encuanto se apaga el telefonito. Quealgunas incluso nos transmutemos enAntoñita la Fantástica, imaginando todotipo de episodios trágicos y accidentesdomésticos, llegando incluso a dejar lacompra a medias para volar a casa conel corazón en un puño. Y que ellos, encambio, no suelan ni traerse el móvil.

No es justo, oigan, que una madrese levante por la mañana con las ojerasrepasadas y no pueda contar con losdedos de una mano las veces que ha idoa por agua, limpiado el culo, buscado el

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chupete, el peluche y arropado sólo esanoche, y el padre tenga los hueven dedecir que han dormido muy bien, ¿oder?

Por todo esto y mucho más, lospadres se merecen su ratito de gloriavergonzante; sobre todo si se lobuscaron.

Que sí, que sí, que muy familiares ycon su mejor intención aquellasNavidades el Maromen, el agüelo y miquerido padrino se liaron la manta a lacabeza y se llevaron a siete polluelos degenética emparentada a ver El gato conbotas; y como además había quedesapaletar a los teutoncillos, que sonde pueblo, se fueron a verla en 3D.

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Haciendo honor a mi histerismomaterno, yo me quedé en casa con elpequeño, elaborando complejasestrategias de aplacamiento pesadillil,que un poco ignorantes sí que son mismonstruitos en temas de largometrajes ygatos que hablan, y si además era en 3Dla noche prometía movida.

Pero para mi grata sorpresa, losniños volvieron tranquilos y sosegados yla noche transcurrió sin incidentesextraordinarios. Al preguntarles sihabían tenido miedo de la dimensiónañadida, la respuesta se limitó a un «alfinal no era en 3D».

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Mas, casualidades de la vida, unosdías después y por metedura de patainfantil, hasta mis orejas llegaronrumores de que un grupo de entesmasculinos acompañando a una tropa deniños y niñas se había visto una películanormal con las gafas bicolor bienencajaditas.

Y que, por lo visto, los repetidosintentos de los infantes por quitarse laslentes, «porque se ve mucho mejor sinellas», no surtieron efecto alguno en susprogenitores que, muy a pesar de looscuro que se veía todo y de que elseñor gato seguía bien pegado a lapantalla, no cayeron en la cuenta de queel resto de la sala seguía a dos ojos.

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Una madre histérica cualquiera, yomisma por ejemplo, hubiese examinadolas gafas de arriba abajo a la primeraqueja de sus niños, ¿verdad que sí? Lehabría preguntado al acomodador o alde al lado o al de delante, e inclusovisto unos minutos de película a pelopara comprobar si acaso la imagenpodría dañar los ojos de sus preciadascriaturitas. Una exagerada, si quieren,pero de seguro que ahora no seríacarnaza de anécdota merecida por lossiglos de los siglos, ¿oder?

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CAPÍTULO 31

Mi mamá me mima

Mi madre, que se toma muy en serio estode ser abuela, no se ha dejado ningunearpor el alejamiento de nuestras latitudes yejerce en concentrado cada vez queasomamos el morro por los Madriles.

Reconozco que esta intensidadafectuosa y agasajante me irrita unmuchito; pero es que venirme con tres

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niños de por sí asilvestrados y volvermecon otros tantos insurrectos ysobreachuchados nos supone, a susdesdeñados padres, la puesta en marchade un prolongado y complejo proceso dereeducación in extremis. Si muchos deustedes sufren las consecuencias de unainocente tarde de domingo en losdominios agüeliles, imagínense lo quepueden hacer dos o tres semanas. Lahecatombe, sí.

Yo acostumbro a lamentarme ysuspirar en estéreo, por si cae esa brevay mis queridos padres desarrollan algode empatía educativa; e intuyo aposteriori que debe de ser justo elblanqueamiento ocular que acompaña

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mis quejas lo que me impide apreciar atiempo que, en realidad, mi mamá memima a mí. Y mucho, además.

No vayan a pensar que lo que miprogenitora me regala son solitariasmicciones o urgentes y apestososcambios de pañal; que también, conste,pero eso se llama arrimar el hombro ypara eso nunca faltan coaccionadosvoluntarios. Mimar, señores, es otracosa.

Mimar es arrastrarme de compras yarriesgar su vida bloqueando la entradaa todas y cada una de las seccionesinfantiles que amenazan nuestroitinerario, por mucho que los niñosanden cortos de calcetines. Es

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abandonarme a la puerta de unapeluquería de moda sin móvil y con unvale para acicalamientos y barnicesvarios, aunque sepa que me van aaguantar dos horas. Es engañarme,haciéndome creer que merito un ratito aldía para mí, con premeditación yalevosía y un rímel a estrenar queinevitablemente morirá desecado y porabandono.

Les sonará a frivolidad y despejadacocorota, y puede que hasta se extrañende que mis actuales ambiciones selimiten a algo de higiene básica yfemineidad ornamentada, pero a Gott lespuedo poner por testigo que, cuando loshijos no han superado el metro y medio

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—o más bien tres cuartos—, una cremaantiarrugas revitaliza el alma y alegra elcorazón. Que la maternidad será muybonita y olerán muy ricos y lo delinternado en Suiza suele ser un farol,pero la soledad, el agotamiento y eldesamparo maternos son feos decojonen.

Sin embargo, ahí está siempre mimadre, sobredosificándoles lasgominolas a unos mientras me extiendebien el quitaojeras; y más pendiente deque me adecente para salir a cenar conamigas que de cuántas veces han cenadoya esta semana los niños tortilla. Vamos,lo que viene a ser el curacura-sana detoda la vida, en versión adulta.

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Imagínense pues mi sensación deruptura e indefensión a la vuelta de unasalgodonosas semanas en Madrid, yríanse ustedes del síndrome ese delestrés postraumático.

Varios grados menos, niñosdesquiciados y un Maromen alemán que,en pocos minutos, abandona sin remediola alegría del reencuentro para revivir laperplejidad y el desasosiego de susantepasados durante el desembarco deNormandía. Y la nevera vacía, cuatrocalzoncillos sucios debajo de la cama ytodos preguntando al unísono que quéhay para comer.

Y la ropa, que ya no huele alsuavizante de casa.

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¡Mamáááááááá!

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CAPÍTULO 32

A demanda

Mucho se habla del pletórico amor queinvade a las primerizas, de su chochezposparto, sus prolongadas y babeantescontemplaciones al lactante enpropiedad, el olor del susodicho, elinstinto maternal y las socorridísimaspezoneras.

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No obstante, lo que realmenteasedia a las novatas no es algodón deazúcar. Es el miedo.

¿Será este sarpullido el ébola? ¿Seasfixiará con el peluche? ¿Producenúlcera las hormigas?

Como se podrán imaginar, lanatural consecuencia de este hormonadocanguelo es una tormentosa relación conel pediatra, al que por un lado exigimospautas matemáticas para susdefecaciones —las del niño, se entiende— y a quien, por otro, acudimoshorrorizadas y cabreadísimas cuando nose cumplen. Y es que, cuando una esneófita en esto de los desvelos nocturnosinvoluntarios, algo hace que dejemos de

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entender el significado de la palabra«orientativo». Como si no existiese,vamos.

Por suerte o por desgracia, segúnvan pasando los partos, eseapiesjuntillismo histérico mutadesenfrenado en pasotismo extremo (o,si es usted abuela, en escandalizadoranegligencia).

Lo que para una primeriza es unbuen motivo para ir a urgencias, parauna multípara son defensas. Les diré,por ejemplo, que yo estoy convencida deque comer mariquitas frescas aporta unmontón de proteínas naturales, y que,

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chupando los zapatos de sus hermanos,el pequeño cultiva su sistemainmunológico.

Y es que la vida es así, señores, yser el tercero implica muchosinconvenientes. El mío tiene que llorarmás alto para que se le escuche, ajustarsus horarios a la clase de gimnasia delMayor y heredar ropa y juguetes endudoso estado. Además, no le peinamosel rizo todos los días —y eso que sólotiene uno—, a urgencias no ha ido másque de acompañante y la tierra delchupete se la sopla él mismo con sumecanismo.

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Pero como no todo pueden serdesaires en esta vida, resulta que ser elbenjamín en una familia numerosatambién tiene un porrón de ventajas.Para algo servirá tener hermanosmayores despejando el camino ymermando la resistencia de la madre,haciéndola propensa a la resignacióninstantánea.

Verán, al del Rizo no le han gustadonunca los purés. Ni las papillas. Ni lospotitos. Ni las galletas sin gluten. Nadade pijotadas para bebés.

A sus tiernos cuatro meses ya leshabía echado el ojo a la lasaña, elbistec, las albóndigas con arroz y losbizcochos.

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Y ha sido precisamente esaposición lejana que ostenta en nuestrafamiliar línea sucesoria —y que suatolondrada madre leyó no-sabe-dóndeno-sé-qué de la alimentacióncomplementaria a demanda— la que leha permitido alcanzar su objetivo sintrabajárselo demasiado.

Le bastaron cuatro días deestratégicos escupitajos verduleros a lacara de su progenitora, tres lanzamientosen plancha al plato de sus hermanos,varios intentos de atracción telepáticade tenedor ajeno y un par dedemostraciones —tengo que reconocerque impresionantes— de masticaciónavanzada con dos dientes.

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Como lo leen. Con mediaprimavera, al benjamín de la casa se lehizo un hueco en la mesa de losmayores.

Y, para sorpresa de nuestro teutónpediatra, no le ha crecido otro brazo.Eso sí, ahora se cuida muchísimo deintercalar en sus indicaciones mipalabra favorita. ¿Adivinan cuál es?«Orientativo», por supuesto.

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CAPÍTULO 33

Alemania ist (nicht) anders

Yo, que a veces me da por pensar y esascosas, tengo una teoría. No se haganmuchas ilusiones porque es una memezbastante poco elaborada; pero es que,cuando una no tiene tiempo ni paramiccionar a solas, cualquier obviedadverbalizada se parece a inventar lalavadora.

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A mi teoría, que me acompaña enlas Teutonias noche y día, la llamoSobre la Predisposición a tolerar —¡tiembla, Kant!—; y es que en mis casinueve años afincada por estos lares, hellegado a la conclusión irrefutable deque cuanto más opuesto es el entorno,más lo toleramos.

Me explico: usted se va, porejemplo, a la Cochinchina pensando queson rarísimos y dispuesto a dejarsesorprender y todo es guay y cultural.Luego un cochinchino le pellizca el culoy usted duda... ¿Será cultural? ¡¿Serácochino?! Comen perro y no gritan,luego fijo que es cultural.

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Sin embargo, usted se va aAlemania pensando que sí, bueno, sonrubios y cuadriculados —y muchísimomás civilizados—, pero al fin y al caboson de aquí al lado y, oigan, hemoscompartido Rey y todo. Después unalemán se pone a bañar los platos y nolo duda ni un momento... ¡vaya peazoguarro!

A medida que pasa el tiempo y lacantidad comprobada de alemanes baña-platos aumenta, empieza usted a aceptarque son rarísimos y se dispone a dejarsesorprender por su cultura.

Y entonces llega el fatídicomomento en el que todo (seguro que) escultural...

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No subestimen el momentopancultural, señores, porque un teutónlisto —su maromen, zum Beispiel—sabrá aprovecharse de su reciénestrenado Cochinchina-mood:

Sin ir más lejos, cuando su hermanase casa.

En un castillo muy piji, conguirnaldas de flores y catering.

A tomar por culen de tu casa (unosseiscientos kilómetrosaproximadamente).

Y te diga —la hermana— que osea, bitte, es superguay y en el castillotienen suite nupcial y habitaciones paralos invitados.

Ideal von der Tod, vamos.

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Y que como tú tienes tres infantes,pues te ha tocado una grande.

El único problema, te explica, esque no hay muchas...; ergo, os tenéis queaglutinar todos —au pair incluida— enuna sola.

Cochinchina-mood total, dices quevale, sí, que muchísimas Dankes,mientras tantreas mentalmente es-sólo-un-díaes-sólo-un-día-es-sólo-un-día.Ommmmm.

Y como te han visto tan tolerante ytan integrada, han dado palmas con lasorejas un ratito y te han recordado losefectos colaterales de que sólo vayáis adisponer de un cuarto...

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... que, obviamente, sólo hay unacama. Luego tienes que traerte tú loscolchones y resto de accesorios paraposibilitar la pernoctación a seis enhabitáculo compartido.

Cuando se te ocurre decir, de lamanera más diplomática que te puedesalir en ese momento, que... eeeeeeh...muchas gracias por el ofrecimiento, séque tus intenciones son buenísimas, peroes que verás... eeeeeh..., para ti esmucho más complicado hacerteseiscientos kilómetros con la prole y loscolchones que cogerte una habitación enun hotel o pensión o motel o posada o loque sea...

La pataleta es suprema.

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Viendo que no atiende a razones, tepones en modo Estivill total y le aclarasque por encima de tu cadáver te vas allevar tus colchones de excursión por lasTeutonias. Que os vais a un hotel porvuestra cuenta —corriente— y riesgo.

Acordándose de otras situacionesen las que te la coló pero bien colada,Maromen y familien intentan hacertecomprender que es que aquí se hace así.Que Alemania ist anders.

Y tú dudas, claro... ¿Será estocultural? ¿Serán estos hippipollas?

Hasta que un día, por puracuriosidad antropológica, decidespreguntar por ahí a tus amistades

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autóctonas, con la mayor delicadezaposible, si es normal aquí eso de«mudarse» a las bodas.

El descojone generalizado te hacededucir que no, no es normal. Luego sonhippipollas integrales. Sin duda alguna,además.

Huelga decir que los colchones noasistieron al evento; pero no pordecisión mía, ojo. Fue el Maromen, alque más a mano tenía para esto delterror psicológico, el que decidiódejarlos en casa; y es que, hasta elenlace, no hubo día en el que noexpresara mis dudas sobre qué platollevarme o si, con lo favorecido que está

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comiendo con pala, deberíamosconsiderar meter en la maleta loscubiertos de pescado.

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CAPÍTULO 34

Dientes dientes

Que mis polluelen me diesen el susto demi vida es, de nuevo y como siempre,culpa mía y sólo mía. Lo sé.

Porque el día que mi primogénito,con cuatro años todavía, les preguntó asus amiguitos si preferían café o té,

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debería haberme percatado de la buenanota que toman de cada uno de mispasos.

Yo, que alardeo de —y lesamenazo con— tener ojos hasta en lanuca y de saber tooooodo lo que hacen yquién ha pegado a quién primero, no soymás que una ilusa. Los veo tanconcentradísimos saltándose los dientes,persiguiendo al gato del vecino opintando crucifijos, que pienso que nome ven —ni les importa—cuando mepongo doble de azúcar en el café.

Pero no, señores, porque ellossaben perfectamente que, cuando se mepone cara de pez aburrido —en esosdías del mes—, más les vale darse prisa

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en merendar, no vaya a ser que les robela Nutella y, si me apuran, hasta latortilla de la cena; que el día que mesubo a unos tacones y les hago galletas—clarísimamente ovulando— tendránsesión doble de Pocoyó y ropaalmidonada; que cuando tengo hambreno insisto demasiado y acaborecogiendo yo todos los juguetes; o quecuando estoy al teléfono con mi hermanatienen vía libre para pintar las paredes,encestar chupetes en el váter y tragarsela pasta de dientes.

Háganse un favor y no subestimen alos niños; sepan que, además de monosde imitación, son listos de cojonen.

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Nada más cumplir tres primaverashay que empezar a andarse con cuidado.Que no le oigan pedirle a su maromenque recoja él la cena, que usted estápremenstrual y le duele todo, porque ledirán lo mismo cuando señale acusadorael Lego esparcido por el salón; ocontarle a su amiga que tiene un rímelestupendo que no se va con agua, porquelo codiciarán para pintarse cejas depirata y una perilla.

Sobre todo tengan especial cuidadocon aquellos temas que, a primera vista,no parecen comprometidos. Porque yame dirán si el que la Frau dentista hayatenido a bien ponerme un bozal paraprevenir mi desencajamiento de

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mandíbula por las noches les parece untema delicado; y ya ni les digo miposterior comentario sobre el notablerechine nocturno de dientes del mediano.

Así a priori como que no parecenasuntos comprometidos, ¿verdad?

¡Ja! Espérense unos días y verán.Yo, por ejemplo, una noche normal

de esas que les oía trastear y revolotearcuando deberían estar roncando, subícomo siempre, haciendo hincapié encada escalón —por eso de que les diesetiempo a meterse en sus camas y hacerselos dormidos—, y me asoméestrepitosamente a su cuarto con cara deGrinch cabreado; y cuando ya me estabayendo, mi cerebro registró algo nuevo,

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fuera de lo común en esas caritasangelicales aguantándose la risa. Yentonces, claro, me acerqué... y no medio un infarto porque acababa decumplir los treinta y respiro airecampestre a diario.

Lo peor es que cuando volví alsalón con los objetos confiscados elMaromen hizo la croqueta; y que casi leremato a carcajadas cuando le conté queel Mayor, con esa gracia impertinenteque tiene para regalar lecciones de lavida, intentó vendérmelo comosuperfavor, no se fueran a desencajar lamandíbula por la noche y hubiera que iral hospital y sacar al del Rizo a esashoras con el frío que hacía.

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Muy cachondos, sí, pero lasdentaduras de vampiro, a partir deahora, no se sacan del salón. He dicho.

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CAPÍTULO 35

El señor de las moscas

Retiro todo lo bueno que he dicho demis hijos. Absolutamente todo.

¿Han leído El señor de lasmoscas? Pues si no lo han hecho ni semolesten, que ya no les va a hacer falta.Léanme a mí, que soy mucho más corta—en sentido literario también, sí—, yllegarán a la misma conclusión.

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Lo que yo les voy a contar, además,es mucho más factible que el que suspolluelos acaben en una isla desierta sinadultos a la vista; así que más vale quese vayan haciendo a la idea de que loque ocurrió en mierdapueblo les puedepasar a ustedes también..., en cualquiermomento... Ahora suenan rayos y truenosy lluvias monzónicas... y un pianogótico...

La tarde fatídica del infortunio encuestión sonaban también, para variar enlas Teutonias. Era uno de esos días enlos que una ya no sabe qué másinventarse, con qué entretenerlos, quédarles; en los que se acaba una

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planteando seriamente si atarlos oencerrarlos o regalarlos o comprar unatele. Uno de esos días.

Les suena, ¿no?Siendo una además humana como

es y siendo muchas —demasiadas— lashoras sola con los tres, cualquier faenadoméstica, por muy fastidiosa que denormal resulte, pasa a convertirse en unpreciado reducto de humanidad adulta.Pelar patatas, tender la ropa o sacar labasura, en esas circunstancias, equivalena asomar la cabeza un momento yrespirar.

Y fue precisamente al sacar labasura, corriendo en zapatillas bajo lalluvia, cuando oí la puerta cerrarse tras

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de mí. Bah, pensé, ahora me abrecualquiera de los tres. Pero cuandollamé al timbre cuatro nanosegundosdespués, asomó el Mayor su cabecita y,a través del cristal de la puerta, empezócon sus preguntitas (de los cojones).«¿Por qué llamas? ¿Por qué has cerradola puerta? ¿Nos has encerrado? ¿Por quésales tú si nos has dicho que hoy no sepuede? ¿Te estás mojando? ¿Mucho?»

Juro por Gott que conseguícontrolarme y no gritar y que no senotase que me estaba poniendo de losnervios; y que estaba a puntito deabrirme la puerta, a puntito, hasta queDestroyer apareció por detrásmetiéndole bocaos inhumanos al medio

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bizcocho que llevaba en la mano.Indignadísimos ante tamaña injusticia,los otros dos no dudaron en abalanzarsea por su parte, dejándome a mí,espectadora olvidada e impotente, alotro lado del acristalado portón.

Después de una explosión demigas, varios llantos, tirones de pelo yjuramentos en arameo, del bizcocho noquedó nada. Y yo, pensando que habíapasado lo peor, me atreví con unosgolpecitos discretos en la puerta... «¿Meabrís yaaaaa?»

El Mayor, secándose las lágrimas,se encaminaba abatido hacia elpicaporte: «¡Mamá, no es justo! ¡Se hacomido todo el bizcocho él solo!» Y yo,

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que me pudo la impaciencia, la pifié...«No te preocupes, cariño, que ahora tehago un sándwich de Nutella...»

Justamente«¡¡¡¡Nutellaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!»fue lo último que escuché antes del caos.

Encontrarse en zapatillas de casabajo la lluvia, aporreando la ventana detu cocina mientras tres enanos salvajesdescojonados y ultrafelices se dedican acomerse la Nutella con la mano —sí,han leído bien, con la mano entera— enel suelo de la misma es algo que ledeseo de todo corazón a mi peorenemigo.

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Que después de acabar con el bote,con esas mismas zarpas chocolateadas,se dediquen a saltar por el sofá y hacerguerra de cojines mientras tú aporreaslas ventanas del salón, no se lo deseo nial mismísimo diablo.

Desalentada, me senté a llorar bajola lluvia; pero no me vieron.

Y mientras me lamentaba por miestupidez y su salvajismo y por la lluvia,la basura y porque el mundo es unamierda, las vi. Ahí tiradas, tan inútilesen días lluviosos e incondicionalmenteadoradas cuando luce el sol, estaban susbicicletas.

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Algunos lo llamarán maltratopsicológico. Yo lo llamo apego a midignidad.

Lo siguiente que oyeron misqueridos tormentos fueron unosgolpecitos en la ventana y una dulce vozde pérfida que ni la bruja deBlancanieves...

«Niñoooooooooooos... ¿Habéisvisto lo que teeeeeeeeengoooo?»

El espanto en sus ojos me confirmóque iba por buen camino. Todavía tuveque deshinchar tres ruedas sonriendobajo la lluvia, pero conseguí queabriesen la puerta como si la casaestuviese ardiendo.

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Cuando el teutón volvió detrabajar, como siempre, no quedaba nirastro de la tragedia. Algún día quizás lecuente por qué se cuadran cuando señalopor la ventana y onomatopeyo la agoníade una rueda.

Psssssss psssssssss pssssssss.Muahahahahahahaha.

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CAPÍTULO 36

Suicidio homeopático

Con frecuencia me pregunto si acaso esahabilidad infantil para serextremadamente sigilosos cuandogamberrean es innata. Otras, si no serámás bien la extenuación física y mentalla responsable de que pospongamos,

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sólo un poquito, el echar un ojo cuandoel silencio en casa resulta poco menosque sospechoso.

En cualquier caso, mis polluelosparecen haber comprendido qué hora esla ideal para poner en marcha alguna delas suyas; y nosotros, sus ajados padres,debe de ser que no escarmentamos delas sesiones de peluquería mañanera nide las torres de Lego a las tantas de lamadrugada.

Supóngome yo que el que misprogenitores me repitiesen durante añoscon machaque que por la noche seduerme y que el mutismo es lo naturalpara realizar esta actividad, me dificultaahora la asociación de ideas y, por más

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que lo intento, no consigo terminar deapandillar la nocturnidad con laalevosía.

Así que por las noches dormimos; ypor las mañanas descubrimos qué seríarecomendable atesorar bajo llave antesde meternos en la cama.

Tijeras, objetos afilados varios yjuguetes verbeneros tienen su lugarseguro en esta casa. Se custodian ennuestro atrancado baño. Se mee quien semee.

Porque un sábado por la mañanacualquiera, un cling cling recurrente nosexpulsó del catre con inquietud, paradescubrir a Destroyer de gira por el

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baño. Por la cantidad de cosas dispersasque tapizaban el suelo, debía de llevarya un buen rato ahí.

Todavía con la legaña adherida,tardé unos segundos en discernir queaquel chasquido vidrioso lo estabaproduciendo nada más y nada menos queel rubio maléfico musiqueando convarios botes de glóbuli... vacíos.

Bordeando la hiperventilaciónextrema y devorado por la culpa,Maromen juraba por Gott que lostarritos de marras descansaban en lomás alto de la más alta estantería elviernes. Y que estaban llenos. Ergo, elniño se había tomado una sobredosis —

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de Euphrasia, Nux Vomica y ApisMellifica—, y debía de estar a puntitode colapsar.

Digo a puntito, porque el angelitorelucía lozano cual lechuga y,conmovido por la ausencia derapapolvo, aprovechó para mendigar«más chuches».

Que el pánico se había desatado lonoté en cuanto vi aparecer por la puertaa mi suegra, bordeando la histeria eimplorando una carrera al hospital, unaregurgitación forzada inmediata y unatila (para ella). Y ya estaba el Maromenvolandeando al desconcertado enano,

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cuando conseguí localizar a la TíaHierbas, que prometió personarseenseguida.

No se me malinterprete, ojo, que yolas dotes curativas de la tía homeópatano me las creo; pero ¿no se dice eso deque los enemigos de mis enemigos sonmis amigos?

La chamana familiar llegó serena,miró al niño, miró los botes, volvió amirar al niño, volvió a mirar los botes ydictaminó que la visita al hospital nosería necesaria. Que observáramos alrubio durante el día, eso sí, que losglóbuli en principio no tienen efectos

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secundarios —ni primarios, mesusurraba granuja mi voz interior—,pero que a saber.

El explorador pasó un día normal ya día de hoy sigue sin dar muestras deintoxicación o nihilismo trascendentalde ningún tipo. Maromen le acechatodavía preocupado, intentandodescifrar qué será será lo que habremospifiado para tener un niño suicida.

Lo que el pobre infeliz no sabe esque «chuches» no son «pastillas» enespañol y que la criaturita no será unartista atormentado y genial, sino másbien un activista porculero que,

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probablemente, organice suicidioshomeopáticos colectivos por doquierdentro de unos años.

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CAPÍTULO 37

Esta tarde hay una fiesta

Vaya por delante que yo a mis colegasteutonas de Rabenmutterismo las quiero,las adoro y, si hace falta, hasta lescompro un loro.

Somos cuatro, como los jinetes delApocalipsis, y nuestra amistad es, comotoda relación madura y tardía, totalmente

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desapasionada y bastante respetuosa.Vamos, que no pegamos ni con cola perohacemos como que sí.

Y es que el Rabenmutterismo unemucho, oigan, sobre todo porque elagudo teutonismo que las caracteriza —a ellas, claro— ayuda a que lasdiscusiones sobre lactancias,homeopatías y demás temasmaternoescabrosos acaben con unaronda de cervezas y a otra cosamariposa.

Nos llamamos, nos vemos, reímos,lloramos y, a veces, nosemborrachamos. Así que cuando,durante una conversación telefónica, laModerna me comentó que el hijo mayor

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de la Ayurveda tenía el sarampión, miprimera reacción fue totalmenteinconsciente. Pensé que vaya putada,como hubiese pensado cualquiera, hastaque caí en la cuenta de que su hijomayor está a puntito de cumplir los seis.

Y ahí estaba yo, haciéndole vudúmental a su pediatra y a la empresafarmacéutica, cuando un ring ringinterrumpió mis teorías conspiranoicas:una eufórica Ayurveda al teléfono meconvidaba esa tarde a su Haus a tomarcafé al acecho de polluelos en procesode socialización.

A mi extrañado tono preguntando sino estaba su niño con sarampión, mecontestó alegre y dicharachera que sí, y

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que además la niña también.Pelín aturdida y algo mosqueada,

eché mano de mi ibérica diplomacia, esaque destaca por el retoricismo de suspreguntas, y me hice así como la que noquería molestar porque ¿no seencuentran muy mal como para jugar?¿No llevan todo el día en la camita? ¿Noles pica una barbaridad?

Que nein, me dijo, para nada. Asíque no me quedó otra que confesar laverdad; que mi benjamín todavía noestaba vacunado de Masern y que no meacordaba de si el mediano tenía ya elrecuerdo o no. Mejor nos vemos otrodía.

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Fue entonces cuando mi Freundincomprendió mi estupidez y,controlándose las ganas de collejearmepor teléfono, tuvo a bien explicarme,con sobrado retintín, que precisamentepor eso me llamaba, para ahorrarme lasvacunas. De naden, maja.

Con un par.Un «verás, yo es que soy de

vacunas» bastó para concluir conpacifismo una absurda conversacióntelefónica, que transmutó en acaloradadiscusión a cuatro cuando el Masern fuederrotado sin mayores complicacionespor los respectivos sistemasinmunológicos de sus polluelen.

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A capa y espada defendía ella surechazo a las vacunas y convencidaestaba de haber salvado a sus hijos delautismo. La cuarta del tropel, boticariade profesión, intentó explicarle que aese del autismo le habrían regaladotrajes y que el Masern es azaroso ybastante puñetero, que hasta suena comoa Asesino de Maseeernnn. Creo queincluso le hizo un croquis. Pero nada,que no.

Confieso que yo, de letras y con unpar de cervezas, tampoco entendí bienlos esquemas de la farmacéutica, ni lamitad de sus explicaciones a logafapasta de laboratorio. Pero como nosoy teutona —y sé que por eso en

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ocasiones se me perdonan cosas—, mepermití el lujo de dar un puñetazoretórico en la mesa. Por mis cojonen,vamos.

Lo que une el Rabenmutterismo loseparan los polluelos en un pispás;porque se llega a contagiar alguno de losmíos y no pasarlo tan inocuamente comolos suyos, y me la como con kartoffeln.Que no vayan a la misma guardería le hasalvado la vida. A ella.

Esto último le dio que pensar.Bueno, esto o mi tozuda determinaciónde finiquitar las tardes de juegos ymarujeos; por lo menos hasta que misrorros hayan terminado con todas susvacunas.

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CAPÍTULO 38

El arte de la guerra

Aunque sé que a veces no doy esaimpresión, yo me preocupo muchísimopor darles una educación coherente yracional a mis hijos.

A veces grito. Y amenazo. Y lloro.A veces paso. Y cedo. Y miro para otrolado.

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No obstante, de vez en cuando sehace necesario echar mano del cerebro—que digo yo que alguna utilidad tendrá— para elaborar una estrategiaretorcida, pacífica y, sobre todo, convisos de aplastante victoria. Digna delmismísimo Herr Sun Tzu, vamos.

Sin ir más lejos, cuando al Mayor,ese impertinente con dos dedos defrente, le da por experimentar conarmamento psicológico.

Como de momento está más cercade los dos que de los dieciséis años,estos conatos de manipulación anímicasuelen mantenerse dentro de laocasionalidad y la mínima relevancia.En contenido, quiero decir, porque lo

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que es en obcecación ha salido calcaítoa su madre y la cosa se suele alargarmás de lo esperable.

Pero se dice, se cuenta, que eldiablo sabe más por madre que pordiablo; así que, en estos flemáticosduelos de poder, tengo —al menosdurante unos años— todas las de ganarporque... lo digo yo y punto.

El primer incidente psico-belicosoen esta casa empezó con un virusestomacal canalla, que tuvo a los dospequeños alternando sus cabecitas en elváter —y en todas las camas, dosalfombras, el sofá y el pasillo alcompleto— un fin de semana entero.Unos días más tarde, cuando la cosa ya

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había mejorado sustancialmente porarriba, empezó a dar por saco por abajo.Tanto lo dio, que incluso hubo querescatar polluelos «embarrados» de laguardería en días consecutivos.

El Mayor, de salud por lo generalenvidiable, descubrió el poder desumarse al canturreo infantil general yquejarse y quejarse y llorar y exigir quevenga a buscarle su mamá.

Harta ya del «me duele muuuuuchola tripita» —con diminutivo incluido, nose crean que el niño se anda contonterías—, y viendo que con Pedro y ellobo sólo concluía lo tediosa que debede ser la vida del pastor de ovejas como

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para tener que inventarse que viene ellobo, no me quedaban muchasalternativas.

Regañarle me pareció la másadecuada cuando un miércoles a mediamañana me tuve que personar en laguardería a recogerlo —porque le dolíataaaaaaaaaaanto la tripita que llevabauna hora sentado en una esquina concara mustia— y, nada más verle, supeque era puro teatro.

Pero mis neuronas, gracias a Gott,actuaron rápido y me alertaron a tiemposobre la conveniencia de un cambio deestrategia. Fui obediente: según salimosde ahí me lo llevé al pediatra que,después de una exploración cosquillosa

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ahí donde en teoría le dolíataaaaaaaaaaanto, recomendó —guiño deojo a madre incluido— dieta estricta.

Tee y Zwieback. Y mucho amor.Ríete tú de la dieta Dukan.

Así estuvimos tres eternos días,siguiéndole la corriente al pobrecito ymatándole de hambre. Pero el niño, apesar de estar como unas castañuelen ymirar con ojos golositos —larálará-larito— las delicias que engullían sushermanos, nunca confesó que nos laquiso meter doblada.

Como dije, calcaíto a su madre.Eso sí, ese devastador virus estomacalque padeció con estoicismo fue elprimero y el último.

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CAPÍTULO 39

No problem

La primera vez que comenté en Españaque teníamos una au pair, casi me hacenpagar la cena.

Pero es que, claro, habiendo comohay externas, internas, abuelas y jardinespara infantes, una au pair es algo asícomo el último eslabón en la cadena delcangureo. La fanfarronería, el antojito.

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Regalarse una adolescente sajona,lechosa y pelín sosaina que les canturreeel pollito chicken, gallina hen a susretoños un ratito por las tardes es dericos. O de alemanes. Un lujoinnecesario al alcance de unos pocosafortunados, pensarán. Y yo, sin dudarlo,hace unos años les habría dado la razón.

Ahora no. Ni de koñen, vamos.Que Alemania será el motor de

Europa, no digo yo que no, pero laproliferación de au pairs no es síntomade riqueza. Lo que ocurre aquí, señores,es que a falta de externas, internas,abuelas y guarderías, las au pairs son elclavo ardiendo al que nos agarramos

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muchas madres con aspiraciones aredundar fuera del dulce hogar. Lasmalignas Rabenmutter, sí.

O ya me dirán si alguien en su sanojuicio elegiría a una británica pubertosasin pajolera idea de español y conmuchas ganas de marcha antes que a sumadre, la guardería del barrio, labilingüe del barrio de al lado o la Juanipara cuidar de sus rorros. Que no.

La inexperiencia total de muchas delas mozas y, sobre todo, suempadronamiento mental en la parradurante la mayor parte del día tampocoayudan. Y no se crean que exagero, no,que miren que mi madre me machacacon mi proteccionismo desmesurado y

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mi poca fe en las capacidadesespabilativas de cualquiera de mispolluelos, pero yo sé de lo que hablo.

Haz la prueba —me decía—,déjala con los tres y vete a la compratranquila. ¿No eres... digo eras tú igualde desastre? ¿No existen los móviles?¿No dices que hay bomberos en elmierdapueblo?

Tanta coña me dio mi madre y tanalegremente me dijo la lechosa quedon’t worry, que una horita sola con lostres era no problem —y que le trajesechips, please—, que me marché al súpercavilando sobre la posibilidad de unapercepción desproporcionada por miparte de la malicia de los polluelos.

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Llamé nada más meterme en elcoche y en dos semáforos. En el tercero,la au pair me hizo jurar que no volveríaa hacerlo, que ya llamaría ella si pasabaalgo. Y así me pasé la siguiente hora ymedia, mirando el móvil cada treintasegundos. Confieso que llegué aapagarlo y encenderlo un par de veces,por si acaso se había atascado o algo yno me había dado cuenta, que a mí tantosilencio me daba mala espina. Inclusollamé a mi madre en el pasillo de loscongelados, para pedirle que telefoneasea casa a ver qué tal, si seguían todosvivos. Me llamó loca y me colgó elteléfono.

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Con el coche lleno y la radioapagada —ya saben, por si suena elmóvil—, mi tranquilidad fueaumentando a medida que me acercabaal mierdapueblo. Me juré a mí mismaque intentaría ser menos leona y quedelegaría más, que la próxima vezdisfrutaría de la escapada, de la compraen solitario, que incluso me tomaría uncafé. O un gin-tonic.

Pero fue abrir la puerta de casa ysaber que ese gin-tonic no iba a existirnunca.

El móvil nunca sonó porque nadiepudo marcar mi número. Y digo pudo,porque la rubia estaba en troubles. En

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concreto, con el brazo aprisionado porlos barrotes de la cuna.

Los niños juran que la retaron ameterlo hasta el hombro, como ellos. Lahistoria de la au pair es mucho másrocambolesca. Mas al final lo queimporta es que yo tenía razón; y que nohe vuelto a ir sola a la compra.

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CAPÍTULO 40

Yo por mi hijo PA-TA-LE-O

No es por tirarme el pisto pero, despuésde casi nueve años por las Teutonias, sepuede decir que estoy más querequeteviajada y que, como tal, soyperfectamente consciente de la pesadezy peligrosidad potencial —y real— demis polluelos.

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Y la asumo, oigan. Y la intentoaplacar. Y reducirla al mínimoindispensable. Y me equipo. Y preparocon esmero cualquier desplazamientocomo, por poner un ejemplo recurrente,un vuelo en solitario con los tres.

Con movimientos sincronizados,estrategias estudiadas y dosis ingentesde paciencia, me adentro siemprepersignada en el aeropuerto que mecorresponde con varias bolsas degusanitos, tres niños y un arnés. Lapelícula.

Les advierto que nunca faltansofocos varios, un par de sustos,sobornos gusaniles a tutiplén y forzosopasotismo durante la contemplación de

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reboce infantil por suelosaeroportuarios. Pero, sobre todo, lo querealmente abundaba son los perdones,discúlpemes y lo sientos a diestro ysiniestro.

Hasta que hace unos meses meagarré un descomunal rebote seguido deuna apertura de ojos radical.

Y no por culpa de los polluelos, nose crean, sino por la población adultaviajera y aerolineal.

Porque vale que los niños son...¿niños?, y que corren, saltan, juegan,cantan, a veces ríen, a veces lloran,piden más gusanitos y bajan y suben lasventanillas varias veces, pero ¿qué

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koñen pretende la gente? ¿Que losapague como al móvil en cuanto los sacode casa?

Se cae en la cuenta tras varios añosvolando con anexos de todas las edades,después de que te hayan hecho pasarvergüenza y sentirte malindiscriminadamente por cadamovimiento infantil, ya sea patalear elasiento delantero o pedirle agua a sumadre.

Hasta que te tocan las gónadas. Y ados manos, además.

Preocupadísima siempre por latranquilidad y la comodidad del resto delos pasajeros y personal del aire,angustiada por sus siestas, sus lecturas

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en paz y armonía, sus cafés extasiantesobservando las nubes y demás, llega undía, un viaje, un momento del mismo, enel que das cuenta de que ellos estánpreocupados por lo mismo que tú, esdecir, SU siesta, SU café y SU libro.

Me fueron preparando, comosiempre, con la desilusión en la miradaen cuanto divisaron mi acompañamientoinfantil, continuaron despidiéndose conaflicción en voz alta —para que mequedase constancia— de su ansiadasiesta, y emprendieron con arrobo unaferoz crítica a mis esfuerzos aplacantesa base de chasqueos de lengua y bufidoscada vez que un infante abría la boca, ya

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fuese para comentar un libro, gritaryupiiii al despegar o, si me apuran, hastapara respirar.

A todo esto yo lo estaba pasandofatal, claro; me sentía reprobada concada rotación de cabeza y cada miradahomicida y les iba suplicando quessssshhhhh a todo, sujetándoles los pies,inventándome juegos inmovilizantes,susurrándoles cuentos emocionantes ycomprando su estatismo con chucheríasde todos los colores.

Y fue justo en un momento de paz yarmonía absoluta, en el que estabanentretenidísimos y calladísimos ytranquilísimos coloreando en susmesitas, cuando el gilipollas supremo, el

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que estaba sentado delante de Destroyer—el mismo que se pasó por el forro elembarque preferente y casi me pisa paraentrar antes que nosotros—, echó suasiento para atrás sin mirar ni preguntarni cortarse un pelo.

El niño, aviso, se indignó más porla reducción desprevenida de su espacioque por el toquecito que se llevó en suinclinada cabezota; y a mí, que medisponía a acallar el llanto atronador delinfante con mi ssssshhhhh de rigor, casime llevan los demoños cuando el entetrajeado se puso a chasquear la lenguamientras intentaba pulverizarnos con lamirada.

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Si no llega el niño a coser apatadas el respaldo delantero, juro porGott que lo hago yo. Cuando el anormalosó abroncarnos por nuestro salvajismoy poca consideración cívica, tuve laamabilidad de recordarle que enBusiness quedaban billetes. Y atrévase aaplaudir cuando aterricemos, paleto.

Desde ese día, yo por mis hijosPA-TA-LE-O. El modo zen endesplazamientos lo reservo para ellos. Yal resto, o colaboramos todos o losgusanitos al río. Hua hua hua.

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CAPÍTULO 41

¡Funciona!

Para todas esas madres con complejo dedisco rayado y sentimiento deculpabilidad agudo y machacante traigobuenas noticias.

Señoras, sepan que... ¡funciona!Nos damos cuenta tarde, eso sí,

cuando ya habíamos perdido laesperanza.

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De repente, un día así por lasbuenas, te enteras de que el que tu hijomayor empiece el curso que viene elcole depende estrictamente de susSozialen Kompetenzen.

¿Entschuldigung?Lo que leen, oigan. Que da igual

que la criaturita no sepa contar, ni lo quees una letra, ni agarrar un lápiz a susseis primaveras. Lo que importa en lasTeutonias es que sea independiente, nodé mucho el koñacen y ande bien dereflejos. Atarse los zapatos, limpiarse—bien— el culo, ir a por el pan ollamar a una ambulancia son los

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patrones por los que se evalúa lamadurez de los escolares en potenciapor estos lares.

Ya que estamos, a mí me gustaríaañadir a la lista que pudiese ducharsesolo, preparar la cena, planchar camisasy tender lavadoras. Mas en esta perravida no se puede tener todo, y pretenderque un mico de seis años pase deemperador abroncado a miembroigualitario y responsable de laRepública Independiente de su Hausrequiere pelín más de entrenamiento.

Pero volviendo a los básicos,comprenderán pues que, en cuanto tuvenoticia del rasero escolarizante, nos

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pusimos manos a la obra y abandonamosel mi-mamá-me-mima-mucho paraempezar con los cordones y el teléfono.

Cuando consiguió aprenderse elcódigo de su Oma se puso tan contentoque la buena mujer tentada estuvo desolicitar cambio de número alegandoacoso y derribo. El día en que,aprovechando mi ausencia por cambiode pañal cagao, el competente social enciernes se dedicó a llamar para relatarcómo su madre se había marchado a lacompra y le había dejado a él a cargo desus hermanos, decidimos que el 112 lodejábamos para más adelante.

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También fracasamos en lo delimpiarse —bien— el culo. Debía deser que el niño se sentía abandonado enel frío retrete y decidió darnos a elegirentre el papel higiénico o la cadena.Pensando en la salud aromaterapéuticade toda la familia y tras arduasnegociaciones, acordamos que si élapretaba el botoncito, nosotros leremataríamos el culo. Otro punto paraél.

Dando ya por perdida la exitosaescolarización del Mayor, decidimosembarcarnos en un último experimento;pero así ya como desganados y sinazuzarle demasiado. Aprovechando

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nuestra vaguería de sábado por lamañana, le mandamos a él solito acomprar bollitos para desayunar.

Y ahí que salió él todo mono, consu listita y diez euros, izquierda-derecha-izquierda cruzó la calle yregresó a los pocos minutos sano ysalvo, ofendidísimo con nosotros por nohaber apuntado cruasán para Destroyer yporque le había costado Gott y ayudaconvencer a la panadera de que la listaera sólo orientativa.

La moraleja de la historia, sinembargo, nada tiene que ver conamoríos fraternales y equidad pastelera.Resulta que mi amiga la Boticaria, en elmismo lugar y a la misma hora, fue

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testigo desapercibido de algo inaudito.Y es que a la señora de los panes ledebió de hacer gracia el hombrecito, sumochila o su gracejo innato y, al irse, leofreció gominolas.

Un «¡pero si es por la mañana!» fueel primero de una retahíla de reprochessobre salud, alimentación, caries y loque le había dicho su madre que duróunos cinco minutos de reloj, dejóboquiabierta al resto de la clientela ymuy avergonzada a la irresponsablepanadera.

A mí muy tranquila, todo sea dicho,que saber que mis rorros sólo secomportan como incompetentes conmigoes un gran alivio. Aunque ahora que lo

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pienso, cuando estoy con mi madre yotambién me pongo de un ñoño que nohay quien me aguante.

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CAPÍTULO 42

Réquiem por un tablero

Pusimos anuncios en todas las nubes,ofrecimos más del doble de la tarifanormal, seguro a todo riesgo, vacacionespagadas...

Pocos fueron los valientescandidatos y, después de descartar a losque tenían antecedentes infernales y/o

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ninguna experiencia en Destroyers, sólonos quedó uno.

Para ser sinceros, no era tan maloel nuevo angelote. Sí que es verdad queno tenía muy dominado el temafrentecantos de las mesas o que no eramuy rápido en manos-vitrocerámica,pero por lo demás estábamos bastantecontentos.

Hasta una mañana de lunes, que nosdejó plantados sin previo aviso.

Nada más encender mi ordenador, yjusto cuando me disponía a empezar aganar euros, escuché a través delteléfono a la Rottenmeier babeantevociferar frases inconexas plagadas deexpresiones acojonamadres:

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Platzwunde! (Platz = explotar; wunde =herida, tomayá), Kopf! (cabeza), Nähen!(coser), Destroyercito!

Veloz como un rayo y sindespedirme de nadie, abandoné mipuesto de eso-que-me-hará-libre y voléal lugar de los hechos.

Y allí me encontré al Cuñao enbrazos de la de las babas, que por unrato laaaaargo fue la de las lágrimas,cantando el cura-cura-sana teutón y conunas gasas en lo que antes era un intacto,suave y precioso párpado derecho debebé.

Apartar la gasa e hiperventilar fuetodo uno: tres centímetros de largo y, asía ojo de Mutter histérica, los mismos de

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profundidad, borboteando sangrealemañola.

Les advierto que el niño cantaba elcura-sana con una alegría que yaquisiera para sí el ratón de Susanita, yque sólo frunció la boquita y soltó unpar de lagrimones cuando vio a sumadre al borde del colapso por-mi-hijo-ma-to.

Según me contó una compungidaprofesora, el angelito se encaprichó porsus hueven justo del puzle que estabajusto un par de baldas más allá de sucabeza y, por supuesto, justo justodebajo del tablero de ajedrez. Demadera, natürlichmente. Y justo en undespiste de todos los adultos por

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tropecientos niños que hay, sacó el puzleen cuestión; y el tablero de ajedrez, quecomprensiblemente debía de estaraburrido cual ostra en una guardería,decidió acompañarle. Pero eso sí, porsu cuenta y riesgo gravitacional.

Por si a alguien le interesa, eltablero ya no se encuentra entrenosotros. Pobre, no pudieron hacer nadapor él.

El párpado de Destroyer, encambio, ostentó orgulloso durante diezdías una estupenda colección de tiritasde esas modernas que ponen ahora envez de puntos. Y el tamaño de un huevo.

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Comprenderán ahora que nosplanteásemos seriamente comprar uncasco para el rubio contuso. Las sabiaseducadoras, sin embargo, nosdesaconsejaron el desembolso. Lo queno me queda claro es si cuando nosdijeron que era por seguridad se referíana que así minaríamos su personalidad oestaban protegiendo al resto de sualumnado.

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CAPÍTULO 43

De segunda

De todos es sabido que las segundasgeneraciones lo tienen complicado. Lesacecha un mal terrible, de esos quenadie se toma en serio, que todosningunean, pero que puede tenerconsecuencias devastadoras. Y si no me

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creen, miren a los Flores o a ParisHilton, que no terminan de hallarse ni ensu propio caldo.

Este mal es inevitable. Lo sufrentodos los de segunda (generación).(¿Ven? Si hasta el nombre esdespectivo.)

Son pero sin serlo del todo; tienenun concepto de hogar dulce hogarbipolarizado; ni chicha ni limoná, nicontigo ni sin ti. Viven aquí pero son deallí. Pero también de aquí. Pero lasfiestas de guardar las pasan allí.Algunas. Otras sólo las hay allí perootras sólo aquí. Y a veces las de allí lascelebran aquí y las de aquí allí.

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¿Se han liado? Pues imagínense auna pobre criaturita sin voz ni voto niculpa ninguna de que, en este casoparticular que nos ocupa, su madreconociese a un teutón macizo la segundasemana de su ciclo coincidiendo conluna llena en una fiesta rockera en losBerlines.

Imagínense a esa pobre almacándida paseada en faldón con lazos porFriedrichshain —no pongan esa cara,que por aquel entonces estaba lleno depunkis con tutú y juro por Gott que nodesentonaba nada—, dejándose consolarahora por mamá ahora por papá y susrespectivos y opuestos registros

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fonéticos, que el infeliz ya no sabía si leregañaban por caerse o le festejaban lametida de dedos en el enchufe.

Figúrense la vida social de esepobre niño, conjuntado y oloroso en unparque lleno de congéneres de uñasnegras y padres... ¿daltónicos?

Imaginen por un momento vivir enun mundo en el que le han prometido queun obispo barbudo le traerá golosinas aprincipios de diciembre y que lo que letraiga sea una bolsa costrosa demandarinas y cacahuetes. Un mundo enel que no existen esos Reyes molonesque montan en camello y se la agarranparda cambiando copas de champán porregalos en todas las casas a tres horas

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de avión de aquí. Y en el que sus compisde guardería no le creen cuando locuenta.

Un desgarro existencial, unaangustia incomprendida, una dicotomíaanímica. Un lío de cojones.

Y un día, además, ese angelitodescubre que está solo. Un díacualquiera, no se crean, en el que se leocurre pedirle a su madre que le dejever esas tarjetitas con foto que le hahecho en Madrid este verano —el DNI,le dices, pues eso, el dameamí, teconfirma— y le contestas que vale. Y tedice que qué pasa ahora con los libritosesos con foto —los pasaportes, le dices,pues eso, los pasapuertas, te corrobora

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— y le dices que nada, que qué va apasar; que son más o menos lo mismopero unos son alemanes y los otrosespañoles.

—¿Y eso por qué, mamá?—Pues porque eres español y

alemán, cariño.—Que no, que no, mamá, que yo

soy español.—Que sí, que sí, español. Y

alemán, mi vida.—Que no, que no, que no te

enteras, mamá, que España ha ganado laEurocopa, que yo soy español.

—Que ya, cariño, pero que eso notiene nada que ver, que tu madre esespañola y tu padre es alemán y por eso

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vosotros sois las dos cosas.Y se armó la marimorena, señores.

Porque eso de que su padre fuese unacosa y su madre otra distinta y por eso élotra más, y encima doble, que no. Que nide koñen. Les confirmo que llegó alpataleo y la llantina sofocada; y queaquello se convirtió en el yo soyespañol, español, españoooooolversionado por el Cigala.

Pero ya tuvimos que salir de casa,a trabajar unos y al Kindergarten otros,y mientras le arrastraba de la mangahacia el coche, entre llantos y golpes depecho, se me revolvió un momento y seliberó de mi zarpa.

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Mas no se escapó, no. Resulta que,en el apogeo de su berrinche, habíadetectado dos pares de zapatosdescuadrados y no pudo resistirse acolocarlos —entre lágrimas y espasmosllorosos— antes de meterse en el cochea cumplir resignado con su deberguarderil.

No quise joderle más la marrana alpobre, que bastante mal lo estabapasando ya, pero me quedó cristalinoque éste es totalmente alemán, alemán,alemááááán. Snif.

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CAPÍTULO 44

Amores reñidos

No sabría decirles con exactitud cuál fueel día en el que, en esta casa, el silenciodejó de ser síntoma de maldades muymalas in progress o coma roncante delos polluelos.

Ahora, si a mitad del día seescucha zumbar a una mosca, lo másprobable es que mis dos mayores se

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estén dando de leches. O incrustándoselos legos en los ojos mutuamente,tirándose del pelo, dándose mordiscosde monja o clavándose los tenedores dela cocinita de Ikea. Lo que sea, perodoloroso y concentrado.

Será que, como recompensa a mifiel e ininterrumpido seguimiento deJackass durante estos últimos años —tarifa plana y en directo—, me merezcoun poco de variedad y han decididoaderezarme las tardes con frecuentesepisodios de Pressing Catch. Lo que mefaltaba.

Durante muchas semanas, yo, denatural materno-paranoica y experta enel arte de la abstracción práctica durante

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los múltiples e interminables cura-cura-sana, me vi obligada a relegar mi listade la compra y dedicarme a cuestionesmucho más trascendentales. ¿Llegaránenteros a la adolescencia? ¿Seráinherente a su masculinidad aporrearsepor un Nenuco? ¿Es biológicamentecomún a su género pellizcarse por unpuzle?... ¡¿Se odian?!

Si les digo que, para colmo, loscontrincantes padecen orgullo ibéricoterminal y que pedir perdón no suele seropción ni cuando ha sido sin quererqueriendo, entenderán mi crecientepreocupación por el futuro de nuestraarmonía familiar, ¿verdad?

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Pero, cómo no, hasta en estos casosla sabiduría popular tiene respuesta. Yno por eso de que los amores reñidosson los más queridos, que también,oigan, sino más bien por aquello de quehay veces que es peor el remedio que laenfermedad y que a lo hecho, pecho.

Porque es que verán, yo meobsesioné con esa pésima y belicosarelación entre hermanos; les vigilabainteractuar e interzurrarse a solas,tomando notas y diseñando estrategiasde hermanamiento a la fuerza, les dicharlas, grité y creo que inclusoamenacé con separarlos. Y, claro, conese percal no vi más allá.

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Ni siquiera aquel día en el que elCuñao destructivo alardeó del apogeode su época rabietil, que a todo era«no», «no usta» y «no quero».

Uno de esos días cualesquiera, nocrean, en los que iba cargada con todo ycon todos, que el rubio coge y se mepara por el camino; y que no avanza,oigan, que no, no quero, ni por unosLacasitos. Yo pasé, no crean, total, es elsegundo y ya se sabe que sólo hay quedecir eso de «pues nada, guapo, ahí tequedas. ¡Adióóóóóóós!» y que vendrácorriendo en cuanto la escenificación demadre desnaturalizada cuadre, ¿no?

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Pues no. Porque resultó que ahí seme paró el otro por el camino, y se mepuso a berrear. Que no quiero dejarleahí, decía. Tócate los cojonen. Y dioigual que le explicase que no le iba adejar de verdad, que sólo estabahaciendo-como-si; al final me tocódoblar la oferta de Lacasitos y llegartarde, para variar.

Habrá sido por el chocolate,pensaba yo recordando la escena en unade mis trifulcas mentales.

Pero no era el cacao, no. Pocodespués, en esa cámara de torturas —también conocida como «coche» por lossolteros— con todos otra vez, se hizo elsilencio y divisé por el retrovisor la

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mano izquierda del Mayor en la boca deDestroyer y el pelo de éste en el puñoderecho de aquél; y no pude más.Vociferando que se acabó, que se fuesenandando, reduje la velocidad con muchodramatismo y aspavientosdesmesurados. Destroyer echó mano desu especialidad en cara de angelitoasustado y dijo «nonononono» con tonodulce y victimista. Lo normal. El Mayor,en cambio, puso cara de indignado y,hablándome como a una déspota idiota,me recordó que no podía dejarlos ahísolos... ¿o no sabía que todavía eranmuy pequeños?

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Cojonudo, seguro que la próximavez me amenazan con llamar a losservicios sociales. Juntitos, eso sí.

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CAPÍTULO 45

El vengador del parque

Se cree, se dice, se comenta que, en loque a relaciones fraternales se refiere,son siempre los mayores o primogénitoslos que, sin dilación y necesariamente,asumen el rol del galán protector yvengador del parque.

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Por tamaño y experiencia deberíaser lo lógico, no digo yo que no; pero ala hora de la verdad, lo que realmenteforja a un superhéroe infantil es unpasado ojcuro y un puerperioproblemático.

Y ser el tercero endurece que novean.

Si no se lo creen, pasen y lean.Si el Mayor fue por doquier

paseado bien embutido en piquéalmidonado, el del Rizo no ha visto unlazo en su puñetera vida. Y delcochecito tiene vagos recuerdos que seremontan a aquellos maravillosos mesesen los que no se sostenía sobre dospatas.

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Allí donde el Mayor tuvochichonera propia, sábanas nuevas ynanas personales compuestas ex profeso,el benjamín encontró su cuna relegada acárcel gigante de peluches y, a cambio,un espacio para el descanso nocturnodos tercios menor que el útero que habíaocupado hasta hacía poco. Exactamenteentre el sobaco izquierdo de su padre, lateta derecha de su madre, el lomo deDestroyer y los pies cruzados delprimogénito.

Mientras que al Mayor se lecompraron pañales de todos lostamaños, previa ratificación de la

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báscula, al kilímetro exacto, el del Rizolleva los pañales que haya; que pareceJulián Muñoz la criaturita.

Si el Mayor fue aplaudido yfestejado cuando articuló su primer«mamá», el del Rizo ya puede decir«supercalifragilisticoexpialidoso» yrepetirlo al revés, que se llevará comomucho unas enérgicas palmaditas en laespalda y un vaso de agua, que se habráatragantado.

Y ya sé que aquí el que tiene lafama es Destroyer; pero no se dejenengañar por las apariencias, háganme elfavor, que aunque sea verdad que el

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Cuñao Jr. es una bestia parda, no tienemalicia ninguna y sus daños suelen sercolaterales.

El del Rizo, en cambio, es unmacarra de cuidado.

Yo ya lo sabía, no crean, que paraalgo los he parido a los tres. Pero comoesto del macarrismo no sirve de muchosi no es de dominio público, el deltirabuzón pendenciero decidió, a sutierno año y medio, que había llegado lahora de empezar a marcar territorien.

Se estrenó una cálida tarde deverano, de esas en las que el sol aprieta,con un vecinito insoportable de padresimpecablemente lobotomizados y edad

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comprendida entre mis dos benjamines,asaltante regular de nuestro jardín ynuestros juguetes.

No se crean que sólo culpo a micanijo camorrista, que el otrocabroncete también se lo estababuscando. Que yo no me pongo a sunivel, no, pero macho, intentar quitarlela pala a mi Destroyer y llorartransmitiendo un mamá-me-ha-pegado-este-niño-más-mayor-y-corpulentocuando no lo consigues, bien merece unmamporro.

Destroyer, bonachón que es él, noquiso ratificar al niño en su llanto con un(merecido) palazo; pero, cuandoapareció la Mutter del okupa

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amonestando al Cuñao y reclamándoleturnos en la pala, el del Rizo empezó atensarse... con esa rabia que todosconocemos, de cuando llevas mediahora metiéndote con tu madre y a tumarido se le ocurre darte la razón, quese la carga.

Fue darle la espalda a su tiranitocon pala ajena y el del Rizo se lanzó.Costó soltarle de esa melena virgen depeine y champú, pero al final loconseguimos.

Huelga decir que el enemigo no havuelto a pisar nuestro césped. Y que,cada vez que pasa por delante de la

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valla, el macarrilla se quita el chupete yle abuchea tonnnntoooooooooooooohasta que le pierde de vista.

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CAPÍTULO 46

El rojo es tendencia

El tema de los juguetes genéricos hasido uno de los pocos por los queMaromen y yo no nos hemos acabadotirando de los pelen.

Él, que viene de una familia en laque abundan los hippipollas, y yo, queme encuentro rodeada de testosterona atutiplén, nos pusimos de acuerdo

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enseguida para educar a nuestrostormentitos en la igualdad, la libergtá yla fgategnidá.

En esta casa compartenprotagonismo los tractores con losNenucos —a veces incluso juntos y casisiempre en situaciones virtualmentedolorosas, sobre todo para el muñeco—,los legos con la cocinita, las bicis conlos cucos de paseo y los maletines demédico con los puzles de prinzezas.

Mi padre, al ver tal despliegue defeminismo cojonero, se llevó las manosa la cabeza, indignado ante aquelatentado contra la posibilidad desemitutorizar una infancia exenta derosas, brillitos, barbies y vestiditos.

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Pasados unos años y varias horasde entretenimiento casero, sufruncimiento ceñil se ha relajado. Y noporque los polluelen ignoren esosartefactos, ni mucho menos, sino másbien porque los manejan como buenosportadores de testículos que son: juegana los papás, lanzando a sus bebés porlos aires ante la horrorizada mirada deuna madre imaginaria, comentan las«grrrrrrandes tetas» —sobre todoDestroyer— de la Bella cuandoconsiguen encajar la pieza, cocinanpizza y salchichas y hacen carreras deobstáculos con Bugaboos en miniatura.

Testosterona a mansalva.

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Como a esto se le suma lafascinación por los abalorios maternos,las faldas cortas y los tacones —esosfósiles que descansan en mi armariodesde tiempos irrecordables—,persiguiendo a su progenitora para quese los ponga y se maquille, que está«muy bonita», la tranquilidad abuelo-paternal volvió a instaurarse en nuestrasconciencias.

Lo que el agüelo no sabe es que,cuando le he comentado que el tema dela chapa-y-pintura estuvo unas semanaspisando fuerte en nuestro hogar teutón,no estaba haciendo referencia a ningúnvehículo motorizado.

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No sé si fue mi avistamiento de laluz al final del túnel, pero desde que elpequeño puso el pinrel en la guarderíacomo que empecé a atinar con el rímel,a desempolvar algo de ropa Kinderfrei,a ponerme pendientes —asumiendo elriesgo de estiramiento lobular hasta elinfinito que eso conlleva— o a pintarmelas uñas de rojo. El caso es que llegó unmomento en el que tuve que escondermis zapatos y guardar bajo llave mimaquillaje.

Porque entrar en el baño dispuestaa abroncarles por comerse la pasta dedientes y encontrármelos en tacones ybrocha en mano «poniéndonos bonitos»me dejó patidifusa.

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Que eso eran cosas de niñas me lorebatieron con un «mamá, pero ¿tú nodices que no hay cosas sólo para niños ycosas sólo para niñas?».

Que eso eran las cosas de mamá ysólo de mamá también me lo rebatieron,afirmando tajantemente que ellostambién «me prestan» SUS cosas cuandojuego con ellos.

Y van por buen camino si suponenque no me quedó otra que darles larazón y explicarles el sombreado deojos gatuno y para qué sirve elquitaojeras. Y pintarles las uñas. Derojo, natürlichmente. A los tres, faltaríamás.

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Me consolaba pensar que esto seríaalgo pasajero, que no les duraría mucho,a lo sumo un día de guardería humillanteazuzados por sus compis de fútbol. Peropara variar me equivoqué de pleno...

No sólo siguieron con sus uñasrojas, sino que encima le pidieron a laau pair que se las redecorase conestrellitas, corazoncitos y moneríasvarias, no fuese a ser que, ahora que vantodos los futboleros con la manicurahecha, se olviden de quiénes son los quemarcaron tendencia este verano.

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CAPÍTULO 47

Maquillaje

Dicen las doctas lenguas que nunca teacostarás sin saber algo nuevo.

Si eso nuevo es, además, un secretode Estado —aunque sea uno de esos avoces—, conciliar el sueño se complicay se pasa una la noche en duermevela,

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dándole vueltas al temita, entreindignada y tentada de no darles muchocrédito a sus sentidos.

Luego resulta que, cuando secomenta el secreto con varias personas—así como de refilón, por si lasmoscas, que a nadie le gusta quedar deloca—, se entera una de que su caso nies especial ni le tienen manía. Es latriste realidad.

Señores, dejen de darle vueltas almisterio de la feminidad en Alemania.Contra todos los indicios existe, sí, perono a nivel popular. El maquillaje, eneste país, es herramienta exclusiva de laAdministración pública.

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Sepan que para ser funcionario enlas Teutonias se necesitan dotes deesteticién; porque tapar lasimperfecciones de la Señora Alemaniarequiere de maestría y picarescasibilina, que ríanse ustedes del famosomorro español.

La historia que les voy a contarempezó hace muchos años, cuando aquíservidora decidió hacer el petate ymarcharse a estudiar a Alemania; porquela universidad es buenísima, porque esla cuna de la filosofía, porque micarrera allí está mejor valorada,blablablá.

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Y era verdad, oigan. Decir enAlemania que estudias Filosofía yTeología es como decir en España queeres ingeniero industrial y además tienesun doctorado en astrofísica. Todosponen cara de nojoda y te danpalmaditas en la espalda. Sólo les faltahacerte reverencias.

No se extrañarán pues ustedes deque, a pesar de la ubicación culera delmierdapueblo, encontrar trabajo por allíno me preocupase demasiado. En lazona más rica de Alemania, con uníndice de paro ridículo, una licenciaturay los idiomas, seguro que algoencuentro.

Los cojones.

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A fuego tengo grabado aqueldomingo por la noche cuando, despuésde tres años demostrando miincompetencia como ama de casa yequipada ya con au pair y guarderías,decidí que había llegado el momento dehacer algo remunerado. Pelín oxidada ymuy confusa, me dispuse a usar misderechos —que para eso los tengo, digo— y, con un par de clics, me apuntévirtualmente a la temida Bundesagenturfür Arbeit. El INEM teutón, vaya. Congrata sorpresa recibí una llamada esemismo lunes para concertar una cita conla asesora asignada y, llena de ilusión yesperanza, una semana después me

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encaminé hasta su despacho cargada decurrículums, folletos, listas y chiribitasen los ojos.

Para que se hagan una idea decómo fue la conversación, les diré quela primera frase de la burócratacaraacelga fue «ofertas para trabajar defilósofa no solemos tener». Literal.

El resto de la reunión consistió enuna sucesión de no-sés, no entra dentrode nuestras competencias, mire enInternet, más no-sés, más mire enInternet, ¿versatilidad laboral?, ¿qué eseso?, es que si usted ha estudiado unacosa, yo sólo puedo ayudarle a encontrartrabajo de eso, ¿a media jornada dice?,imposible, no hay nada, ¿ofertas?, las

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que hay en Internet, ¿listas deempresas?, en Internet seguro queencuentra, ¿que si su currículum estábien hecho?, pues no sé, ¿no ha miradoen Internet?

Supongo que no hace faltaaclararles que saqué más información deInternet que de la funcionaria germana,¿verdad?

Pero lo peor no es esto, no. Lo peores que a mí ya me habían enchufado paraunas prácticas —claro, mujer, con susestudios y su disponibilidad, losenchufes son su única esperanza— yque, como durante ese períododeterminado no podría acudir aentrevistas, ni a cursos, ni a más

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asesorías, la esteticién estatal le dio aldelete y me hizo desaparecer de la negralista del paro. Ante mi indisimuladoojiplatismo y desplome mandibular, tuvoel detalle de palmearme la espalda unratito; mujer, si ya está haciendo ustedmucho por su cuenta, más de lo quenosotros podremos hacer nunca, que estála cosa complicada, que figurar comoparada sólo le traerá problemas,figúrese usted tener que venir aquí afichar cada ocho semanas, con tres niñosque tiene. Un horror. Si no va a pedirsubvención, no le merece la pena.

Comprenderán ustedes entoncesque, cuando se pavonea el personal deque aquí no hay paro, se me lleven los

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demoñen. O es que acaso no sonconscientes de los retoques que seestilan en la famosa Agentur; porque yame dirán qué mérito tiene nocontabilizar a las madres en casa, ni alos que están en prácticas, ni a los quetienen trabajos subvencionados, ni a losque están subvencionados sin trabajo. Séque se van a llevar una decepción, perosepan que Alemania, a cara lavada, esbastante menos mona que cuando salepor la tele.

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CAPÍTULO 48

Jesucristo Superstar

Les juro por Gott que lo hicimos connuestra mejor intención.

Fuera de koñen, teníamos al niñocompletamente traumatizado. Sufría dehorribles pesadillas, palidecía antecualquier aspa, rehuía a los barbudos,

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lloraba con amargura cuando rezaban enla guardería, temía la oscuridad... unsinvivir, señores.

Como espero que comprendan, yoestaba desesperada. Y la pobre criaturaaterrada: su primer cadáver, su primerzombi y, para colmo, está por todaspartes y nadie parece sospechar nada.

El germano padre que lo fecundó,de natural horchatoso y despreocupado,no le dio la más mínima importancia alasunto. Se le pasarrrá, decía. Hasta queun día se encontró al infante vaciando sucaja de herramientas en la basura, poraquello de erradicar los clavos de suvida, y decidió arreglar el desaguisado.

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Consciente de mi absolutainutilidad para la síntesis y miinexplicable déficit pedagógico encuestiones de fe y dogmatismo, elMaromen resolvió excluirme de sunazarena campaña de lavado de imagen.No se lo discutí, claro, al fin y al cabola culpable del fanatismo ateísta delniño era yo y sólo yo.

Secundado por el personal de laguardería —conocedor del peligro querepresentaba un niño carismático y contendencias anticrísticas—, durantesemanas, aquí y allí sólo se habló deJesusito. De su suave barba, la blancurade su túnica, sus bondades y hazañasmilagrosas.

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El día que pillé al teutónconfesándole al primogénito que Jesúsjugaba al fútbol y era del Madrid,sospeché que quizás se estaba pasandoun poco.

Y sospeché bien. Porque ya medirán ustedes si pasar del terror másabsoluto a la adoración más devota enapenas un mes es normal. No, ¿verdad?

Con razón se dice que no hay nadamás radical que un converso; y me da unpoco de reparo confesarles esto, pero esque, verán, mientras que en los hogaresnormales cuelgan dibujitos de papás,mamás y figuritas familiares al gusto,aquí en el nuestro tenemos la nevera

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llena de monigotes crucificados. Conclavos y coronita sádica incluidos. Y,por supuesto, la boca para abajo.

Pero esto no es lo peor, no.Lo peor es que el niño se nos hizo

prosélito. El día que fui a recogerle a uncumpleaños y me encontré una horda depadres ojipláticos con mandíbulasdesprendidas, supe que había llegado elmomento de protestantearle al Maromeny acabar con la propaganda procruz.Porque tener que explicarles a losdemás progenitores por qué mi hijo estámartillo y —por suerte sólo— tiza enmano, enseñándoles a los suyos acrucificarse como Dios manda, no se lodeseo ni a mi peor enemigo.

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Varios meses y muchas horas deSpiderman después, conseguí que elniño cambiase de héroe. Aunque todavíasigue contándole a aquel que quieraescuchar que Jesús iba de blanco porqueera delantero del Madrid, ahora sólovuelan pelotas y puñetazos en sus fiestasinfantiles. Pero, por suerte, de estoúltimo siempre se le puede echar laculpa a otra madre.

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CAPÍTULO 49

Actitud olímpica

Tener hijos pequeños nos sume en unanebulosa vital equiparable a lo que paraun soltero sería tener resaca crónica.

Dormir es eso que no hice cuandoconocí al Maromen y por lo que ahorame flagelo melancólica. En la cocina eracreativa, a mi ritmo y con picante. Ahoradecidir los menús me produce urticaria,

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y a duras penas me aguanto los impulsoshomicidas cuando mis anexos vitales mecontestan eso de «lo que tú quieras, nosgusta todo». Lavar la ropa era aquelproceso necesario y prometedor queahora me supone deliberacionesmentales dignas de un ingeniero enbiología atómica (y una fortuna enVanish).

Todo el día de acá para allá, conojeras, cara lánguida y agotamiento atutiplén, que un día me hablaron delNikkei y contesté que lo siento mucho,pero no lo conozco todavía, es quedesde que tengo niños no estoy muypuesta yo en marcas de biquini.

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Pero por suerte o por desgracia lanaturaleza es sabia —y bastanteinteresada, por cierto— y, obviamente,no iba a dejar a esas delicadascriaturitas en manos de unospseudozombis atolondrados así sin más.

Mas háganme el favor y no seconfundan con esto, señores, que no esni su olor lactoso, ni esas bolitas quetienen por dedos del pie, ni esosmofletes comestibles ni esa pelusillaadorable detrás de la oreja lo queasegura un razonable cuidado de losrorros por parte de sus castigadospadres. No depende de ellos, sino denosotros.

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Porque a los padres, por si no losabían, ya en el paritorio se nos activauna app de serie conocida como actitudolímpica —o autosugestión eficaz, comoustedes prefieran— que consiste, asígrosso modo, en inventarse y creersemiles de etapas absurdas e imaginarias eir superándolas con alegría y optimismo.Como si después de cada una quedasemenos (y no nos pregunten para qué o sellevarán un sopapo en toda la boca).

Como cada progenitor es un mundo,las tienen de todos los tamaños, formasy colores, algunas individuales y otrasmás o menos universales y comentables;

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desde la primera noche, el primermeconio, la introducción de la tortilla oel primer pedo consciente.

De lo que, sin embargo, nadiehabla y nada hay escrito hasta ahora —oyo no lo he encontrado— es del despuésde esas etapas. Sobre todo de una, quees la que desde el verano a mí me traede cabeza. Porque es que, verán, trassemanas fregando pises por todos lossuelos y pescando boñigas de todas laspiscinas, conseguimos finalmentesuperar con «éxito» la famosaOperación Pañal de Destroyer.

Y desde entonces nuestra vida es uninfierno.

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No pongan esa cara, que tengo todala razón y, en el fondo, ustedes lo saben.¿O me van a contar ahora que se lessimplificó la existencia cuando su reciéndesapañalado infante pedía pis y caca atodas horas? ¡A todas horas!

Se habrán dado cuenta, supongo, deque, recién superada la operación demarras, cuando un rorro dice que quierecaca, disponemos exactamente de cuatronanosegundos —ni uno más— paraacomodarle en un trono o idear un planB, ¿no?

Y ahora díganme: ¿cuántos tronoshay en el supermercado?, ¿en lapiscina?, ¿en la panadería?, ¿en elparque?, ¿en el coche?

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No les relataré las argucias que hetenido que poner en marcha para salirairosa y más o menos limpia de losquieropis-quiero-caca inoportunos —ymucho menos mis fracasos—, porque séque la mayoría de ustedes todavíaconservan la ilusión y la alegría y semerecen unas palmaditas en la espalda.

Sólo les diré que han sidosuficientes como para jurar sobre el1080 que el del Rizo va a llevar pañaleshasta que se independice.

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CAPÍTULO 50

Nocturnos

Después de años hiperventilando cadavez que el Maromen sacaba supasaporte, el día que me comí la últimauña decidí resignarme sin dramas a susconstantes viajes y empezar a buscarlealgunas ventajas a su ausencia.

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Encontré varias, no crean, quepoder ver mis series favoritas sincomentarista, leer sin constantesinterrupciones o comer pipas sin que seme tache de pájaro obeso —porque esmuchísimo más humano comérselaspegadas al pan, dónde va a parar— noes moco de pavo.

Pero sobre todas las cosas, lo másmejor de todo es, sin duda, la cama.

Ciento cuarenta centímetros deancho sólo para mí. Fresquitos, mullidosy silenciosos.

Por lo menos hasta medianoche,que justamente a esa hora empieza eltráfico nocturno. Pasitos en el pasilloanuncian al primer visitante.

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Si se enciende la luz del baño yoigo la cadena, sé que es el Mayor, queme coge la mano nada más acomodarsea mi lado.

Si me dan un beso baboso y metiran del edredón, sé que es Destroyer,que se aposenta en mitad de la cama, meacaricia el pelito y me exige permisocon un «mami... ¿ca-mi-ta?» antes devolver a roncar.

Si atrona un alarido despóticoseguido de dos tandas de pasitos, sé quees el del Rizo llamando a sus hermanosy negociando su transporte —conpeluche incluido— a la cama grande. Unchop-chop uniforme corrobora su

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conformidad con la ubicación asignada ami lado y la caída del chupete sumarmotización inminente.

Y yo, a pesar de tener el panderoen equilibrio y un dedo en el ojo y de nopoder moverme, me palmeo la espaldapor haber conseguido educar hijosindependientes y organizados; y de notener que levantarme tropecientas vecespor las noches.

Aunque no siempre.Resulta que, por una de esas

alineaciones malignas de los astros, unade aquellas noches que ejercía de madrecélibe se organizó una cena apetitosa. Ytantas ganas tenía de ir que pensé —ilusa— que, agotando a los polluelen

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durante todo el día y volviendo a unahora prudente, la recién incorporada aupair no tendría problema con ellos.

Ilusa.Tengo testigos que les confirmarán

que a las 23.00 me levanté para irme acasa. Y a las 23.10, las 23.15 y las23.20. A las 23.45 conseguí llegar al«ahora sí que un cigarro y nos vamos», yya estábamos todas besuqueándonospara marcharnos cuando mi móvilempezó a tocar salsa y en la pantallaparpadeaba el temido «Yo Casa».

Conseguí entender «mediano»,«mucho» y «susto», y, pensando queDestroyer había tenido una pesadilla o

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la estaba armando gorda al no habermeencontrado en mi puesto, corrí veloz aretomar el mando.

Pero al llegar a casa comprendíque la del susto, y mucho, era la au pairy no el niño.

Con el pequeño plácidamenteacomodado en sus brazos y el rubiosaltando por mi cama, me informó lacanguro de que, al escucharse un gritoestridente como de chupete extraviadoentre las sábanas, se levantó a colaboraren la búsqueda y que, al echar un vistazoa las otras camitas, se apercibió conhorror de la desaparición de Destroyer.

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Su pánico, me contaba, fuecreciendo a medida que registrabahabitaciones, encendía luces y llamabaal niño. Y que cuando salió al jardín ytampoco estaba allí, tentada estuvo dellamar a la policía. Gracias a Gott, afalta de alemán fluido me llamó a mí y,según colgaba el teléfono, escuchó un«¿ma-mi?» candoroso e inocente,seguido de una cabezota rubia ydesdentada asomando desde... eltrastero.

Qué hacía ahí, por qué no contestóa las llamadas o desde cuándo sabebajar dos pisos de puntillas y a oscuras,nunca lo sabremos.

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Lo que sí sabemos es que, para serau pair en casa, hace falta un corazónrobusto.

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CAPÍTULO 51

Venganza

Aunque muchas veces no dé esaimpresión, deben ustedes saber que yosoy carnaza de inocentadas. Me lo creotodo. Pero todo todo, oigan.

Como mínimo, siempre admito laposibilidad de ser verdad del asunto encuestión y, para más inri, suelodefenderla.

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Para que se hagan una idea,siempre seré yo la que defienda elposible fetichismo vintage de AlfonsoDíez o que quizás sea verdad que AnaObregón se matriculó en Biología.

«La abogada de los pleitos pobres»me ha llamado mi padre toda la vida, yaven.

Como se podrán imaginar, elMaromen, todo adorable que es él,dispone de un filón de diversión sin finen esta mi inocencia de serie y, de vezen cuando, le da por granjearse unasrisas a mi costen. Tan pronto un día medice que la biocuñada viene a pasar unasemana a casa y que ha reclamadonuestra matrimonial cama a causa de una

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lumbalgia incipiente y dolorosa, o mecuenta que se tiene que ir mañana mismocuatro semanas a la Antártida, o mecomenta de pasada que su íntimo amigoel desastroso necesita un sofá andecaerse muerto durante los próximosmeses.

Pues vaya inocentona si se lo cree,pensarán ustedes. Y tendrían toda larazón si yo viviese en una familianormal que hace cosas normales. Peroen un entorno en el que se llegó aplantear el transporte de mis colchonesal bodorrio del año, qué quieren que lesdiga, una ya se espera cualquier cosa.

E implosiona, claro.

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Normalmente empiezo apretando lamandíbula a la par que humeo por lasorejas y acabo gritando por toda la casaque ni de koñen, que por encima de micadáver y varios improperios más queno reproduciré aquí por eso de queestamos en horario infantil o ustedes enel metro y no es plan.

No obstante, a mi alemanotesocarrón lo que le van son lasemociones fornidas, y por ello gusta deesperar hasta el último momento, ese enel que tengo bien colocado el cuchillode cocina y me dispongo a que se meresbale sobre su pie derecho—sastamente a la altura del dedo gordo—, para empezar a desgañitarse de la

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risa. En cualquiera de los casos se teníabien merecido el accidente, no se crean,pero el alivio por defecto ha sidosiempre tannn grande que sólo mequedan ánimos para respirar tranquila.

Mas como avisan las sabiaslenguas, el que con mucho fuego juega,termina quemándose, y así fue que unbonito día estival, el teutón apoyó todala manaza en la vitrocerámica.

No se asusten, que no le acuchillé.Hice algo todavía peor.Y no era para menos, que se llevó a

mi benjamín con un pie hinchado, azul yrecién pillado al hospital y desde allíme llamó para darme la terrible noticia:

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Se lo ha roto. Stop. Esperamos escayola.Stop. No podrá andar los siguientesquince días. Stop.

Cuando más de una hora despuésaparecieron tan panchos con losmofletes bien impregnados de restos dehelado, mi cara se hizo soneto.Llamadas varias, whatsapps a tutiplén yalgún que otro mail para desmentir laterrible noticia eran contestadosunánimemente por mátale-s seguidos dediversas propuestas, todas ellas lentas ydolorosas.

Pero no me dejé llevar. Me costó,pero no me dejé llevar. La venganza esun plato que se sirve frío y a ser posiblecaducado, para que se indigeste bien.

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Mi señor Marido, espécimencomún del género masculino, se olvidórápidamente del asunto. Pero yo,señores, soy Ejcorpio de pies a cabezay, por mucho que no me crea na depredicciones y juicios astrológicos,tengo que reconocer que esa cualidadque nos atribuyen del rencor y lavengatividad la tengo a puñaos.

Y una semana y pico después delincidente...

—Cariño... ¿Te acuerdas deaquella noche en Menorca, la de los gin-tonics y confidencias? —le dije así,poniendo como cara de preocupación.

—Ja, klar que me acuerdo... ¿Porqué? ¿Te apetece una copa?

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—Cariño, son las doce de lamañana...

—Ah. Es verdad... ¿Esta nochepues?

—Ejem..., verás..., estooo... Es queme temo que no voy a poder beber hastadentro de unos meses...

—¿Y eso?Pero entonces comprendió lo que le

estaba diciendo y abrió mucho la boca,le aconjuntó los ojos y se apoyó en elprimer niño que pasó para no caerse.

Conseguí aguantarme la risamalvada durante tres días, que ya es.Pero el cuarto, cuando volvió del

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supermercado sin jamón y me dijo conun deje ilusionado que igual esta vez eraniña, no me pude controlar.

Como ya supondrán, me llamó detodo menos bonita. Por lo menos, eso sí,dejó de tomarme la melena un ratito.Exactamente los tres nanosegundos quetardó en pasársele el susto y olvidarsedel asunto.

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CAPÍTULO 52

Motivación laboral

Deduzco yo que en Guantánamo notrabajan madres no por eso de laempatía, la caridad, la tendencia innataal cuidado y demás pamplinasalgodonadas que nos atribuyenhabitualmente.

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Será más bien, supóngome yo,porque seríamos unas torturadorassádicas, retorcidas e implacables.

Y es que una, nada más convertirseen maaaaamiiiiiiiiiiiiiiiii, empieza aaprender una de técnicas de fustigue,agotamiento del contrario y aniquilaciónneuronal que ríete tú de la Inquisiciónespañola.

¿O es que acaso ustedes sabían deantes que la repetición machacante yarrítmica de su nombre duranteaproximadamente cinco minutos variasveces al día puede provocaralucinaciones acústicas graves?¿Pesadillas? ¿Tic perpetuo en ojoderecho?

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¿Hubiesen imaginado por algúncasual que la falta de sueño provocaretardo mental matutino? ¿Asentimientocompulsivo? ¿Ataques narcolépticosinoportunos?

¿Se les había pasado por la cabezaque pasar más de treinta segundos en uncoche provoca claustrofobia y sorderaaguda? ¿Tortícolis repentina y evasiónmental permanente?

En ocasiones me pregunto quiénfichó al inútil aquel de la tortura china.Que ya me dirán ustedes qué tiene queenvidiar cualquier técnica de persuasiónamarilla a un trío alemañol de infantesdesbocados. De vacaciones estivales.En casa. Dos semanas enteritas.

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Después de un mes esquivandocoyunturas extremas a base deincursiones en el hogar de mi Mutter,los servicios de nuestra querida au pairy vacaciones familiares, llegó unmomento en que el delegar se tuvo queacabar. De vuelta al mierdapueblo, elMaromen retomó de inmediato el rescatemundial desde su mesa de despacho, laau pair se acogió a su derecho al ociopagado —en un convento de clausura,me temo— y mi suegra se hizo lalonchas.

Dos septenarios enteros de tiempocualitativo con tres polluelos morenos yasilvestrados; para mí solita. Toma ya.

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Para que se hagan una idea, lamañana del primero de los catorce díasque tenía por delante:

–Tardé noventa minutos enrendirme con las camas, que acabécediendo como plataforma para audacespiruetas el resto de la jornada. Lossiguientes días ni lo intenté.

–Salí corriendo del supermercadodetrás de los mayores, que a su vez lohabían abandonado a la carreracargados de cajas de helado. Robadas,por supuesto.

–Perseguí durante veinteinterminables minutos a tresenmascarados en miniatura, que

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encontraban graciosísimo llevar misbragas en la cabeza al grito de¡Soybatman! Por mi jardín y por los detres vecinos más.

–Aporreé la luna de mi cochereclamando las llaves del mismo,previamente sustraídas con intención dedisfrutar de un CD de Cantajuegos atodo volumen. Acabaron saliendo demotu proprio porque Destroyer tenía quehaser cacotas (sic).

–Liberé al gato del vecino, quedisfrutaba en babero de un yogur naturaladministrado a cucharadas. El gato vivedesde entonces sobre nuestro felpudo yme odia.

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–Argumenté durante toda la mañanaque no tenía pito porque soy una niña. Yque no, no me iba a salir uno por muchoque me tapase la nariz y soplase con laboca cerrada.

Si les ha parecido poco, lesrecuerdo que se trata de un reducidocompendio, correspondiente a las cincoprimeras horas de las noventa que metuvieron en usufructo exclusivo.

Ya sé que algunas empresas danregalitos, bonus, descuentos, tienenguardería y máquina de café paramotivar al personal. Mi jefe, que esmucho más inteligente, no hace nada deeso; pero en cambio me dio todas esas

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horas libres para poder cangurear a miprole lo que les quedaba de vacacionessin agobios ni encomiendas a terceros.

Les juro que volví a la oficina deun motivado que hasta mi sueldo mepareció generoso.

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CAPÍTULO 53

Yo Tarzán, tú mamá

De sobra conocido es aquel aforismoque amablemente informa sobre la buenadosis de culpabilidad que los niñostraen bajo sus rechonchos brazos. Noimporta lo mucho que se lea, lo que unase informe, haga, piense, a lo que

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renuncie o se afilie por y para ellos, lasmadres nos sentimos mediocres tirandoa reguleras muchas veces. Al día.

Esta sensación no desaparecenunca, ni se empequeñece de ningunamanera pero, según van aumentando lospolluelen, nos suele quedar menostiempo para recrearnos en los golpes depecho.

Yo no sé cómo estarán —de locas,quiero decir— las madres de familiasmás numerosas que la mía; pero lo quesí sé es que yo, en un desesperadointento por no dejar expirar la pocacordura que me queda, me he vuelto deun pasota preocupante.

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Son recurrentes las situaciones enlas que mis amigas —por el momento ensu mayoría primíparas— revoloteanalrededor de sus infantes sacudiendoarenita, colocando el gorrito,abrochando el zapatito, bajando alangelito del acojotobogán o apartándolodel radio del columpio. Y, por supuesto,llamando mi atención sobre que«eeeeeh... tu niño está a punto de caersedel banco» o «eeeeh... tu niño tienemedia lombriz en la mano... ¡y la otramedia en la boca!», mientras yo me hagoeco de la advertencia y valoro a ojo —así un momentín nada más— el peligropotencial o real, la intensidad de lacaída o la calidad de la lombriz y me

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giro con parsimonia y paz interior araudales para proseguir la conversaciónsobre... niños, claro.

Tras el alucine general, se sucedenlas más dispares reacciones; desdefruncimientos de ceño recriminatorios acavilaciones sobre si acaso no voy tandesencaminada, estando todos los niñosvivitos y coleantes como están, pasandopor intervenciones salvadoras tipoabuela-que-no-puede-ver-eso.

Personalmente estoy convencida deque, si ellos mismos se sobrevivenrecíprocamente en casa, poco malpueden hacer una simple lombriz o untobogancito de na.

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Reconozco además que el hecho deque vivamos en la campiñen teutona y sepasen el día correteando al aire libreañade algo de temeridad y salvajismo amis tormentitos que, comparados con losrorros de pantalón corto y calcetín deborlas que proliferan por los parquesmadrileños, parecen recién salidos deuna madriguera cualquiera.

Y es que con tanto aire libre y tantopasotismo parental, los míos son unosniños hechos a sí mismos, unossupervivientes que no se achantan antelas menudencias de la civilizaciónmoderna. Por ponerles un ejemplo: ¿queno hay baño a la vista? Pues al árbolmás cercano...

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Y sí, ya sé que lo del árbol es muyútil y probablemente lo hagan muchoscosmopolitas no tan jóvenes cuandoestén de copeo y no se puedan aguantarlas ganas; pero de ahí a convertir lameada perril en una filosofía de vidahay un trecho; y una merecida colleja demi madre.

Imagínense una escapadita a lacapital ibérica, una soleada mañana desábado y el sacrosanto aperitivo en unaterracita de las de bien (de patatas). Lospadres charlan, los niños corretean, lospadres miran el móvil, traen máspatatas, los pajarillos cantan y las nubesse levantan. Y, de pronto, un murmulloapocalíptico que se apodera del gentío.

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No me cupo duda de que alguno delos míos fuese el causante de aquelrumor desconcertado; y no meequivoqué, natürlichmente. Porquecuando seguí la mirada estupefacta delpúblico me topé con ese conocido culetepreescolar al aire, pantalones en lostobillos, minipito bien agarradito y,como objetivo del chorro urético, lamaceta de boj a la entrada del bar.

Menos mal que Spain is different yel sol alegra los humores, que en lasTeutonias de seguro que no les habríadado por carcajearse. Ni habría estadomi madre para collejearme.

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CAPÍTULO 54

Unos crían la fama...

... y otros cardan la lana.Este capítulo es para socorrer la

dignidad de mi querido teutón. Porque elpobre, por mucho que se vuelva solo almierdapueblo en Año Nuevo frotándoselas manos y pensando en sus Vacaciones—de niños, culos, baños, cenas,

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lavadoras y demás—, se implica comoninguno. Sobre todo cuando me enfado yle grito.

Eso de «el trabajo os hará libres»,tan irónico entonces y tan prácticoahora, no vale en esta nuestra Haus. Quetrabaje más horas fuera, viaje mucho yllegue cansado a casa no le libra denada, mucho menos de la segunda partede su jornada laboral.

Jamás me oirán decir que elMaromen me ayuda. Lo que sí hace es elporcentaje de trabajo hogareño ypolluelil que le corresponde, en unaproporción justa, igualitaria y

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directamente proporcional a nuestrasocupaciones gremiales dentro y fuera decasa. A veces.

Mujeres de desentendidos, no meenvidien, se lo ruego. Todo lo anteriorimplica que reclama su derecho a opinary elegir sobre decoración y atuendosinfantiles, y créanme si les digo que, enese punto, me pasaría la igualdad pordonde ustedes bien saben.

Aunque tienen razón. El caso esque el Maromen, tan moderno él, sevuelve siempre desde Madrid en AñoNuevo y nos recoge en el aeropuertodespués de los Reyes. Y sí, esos díassale con amigos, se alimenta deboloñesa fría y se traga Misión

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imposible 1, 2, 3, 4 y, si la hay, la 5.Pero también trabaja, desmonta el árbolde Navidad, cambia las sábanas y lastoallas, va a la compra, ordena facturasy papeles, hace limpieza de juguetes,corta leña y una vez hasta montó unperchero nuevo.

Vamos, un placer volver a casa trasNavidad.

Lo digo yo y lo piensa seguro laseñora de la limpieza, ese regalo divinoque tanto me costó encontrar y que lidia—o por lo menos lo intenta— connuestro caos pelusero dos veces porsemana.

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Lo que la mujer de la mopa nopiensa ni de koñen es que el orden y elconcierto que brevemente reina en sulugar de trabajo es obra de un Mann.Digo yo que pillar al Mann en cuestióndormido, desayunando o corriendo a laducha cuando tiene Vacaciones no ayudamucho, ¿no creen?

Aunque esta vergüenza la superabael Maromen con algo de orgullo, todohay que decirlo. ¿Qué mejor prueba desu dedicación y rendimiento que el caosdominado? ¿Por qué iba a pensar labuena mujer que era un vago pordormirse si la casa estaba hecha unprimor? ¿Verdad?

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Pero yo, que de natural soy unaaguafiestas y tengo esa malísimacostumbre llamada pensar, caí un buendía en la cuenta, mientras admiraba mirecogido hogar al llegar del aeropuerto,de que la señora de la limpieza noadmira al Maromen. Ni a mí tampoco.Porque la buena mujer resulta tenertambién vacaciones cuando no estamos ysólo asoma el morro un par de días antesde nuestra esperada vuelta.

Sí, eso es, cuando la casa ya estálimpiada, ordenada y organizada. Y sí,pensará eso mismo que pensaríanustedes en su lugar: que la Frau de suhogar lo habrá dejado todo preparadito

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antes de embarcarse con sus polluelosmientras el mamón de su marido sededica a descansar y vaguear.

Muy injusto, sí, pero ¿saben lo queles digo? Que se joda. Porque a mí,desde que estoy en casa, se me tratacomo si viviese de vacaciones, y todo elmundo da por hecho que me rasco elhigo a dos manos. He dicho.

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CAPÍTULO 55

Con las manos en la masa

Como madre experimentada que meconsidero les digo, pero sobre todo lesadvierto, que la peor etapa, la más dura,cansina y tocapelotas de todas, es la queabarca desde el año y medio hasta lostres años.

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Lo sé, ahora mismo me acabo deganar la enemistad y el odio profundo detodos los padres con bebés colicosos einsómnicos y la de los de púbereshormonantes al borde del ataque denervios (los padres y los púberes,entiéndase).

Pero no se crean que lo digo asín ala ligera, oigan, que yo de estas cosas séun huevo. Tres, para ser exactos.

Lo que queda de mi vida, con unpreescolar impertinente, un Destroyermimoso saliendo muy despacito de susterribles dos y una bocina mofletuda ycon rizo que bramaMaaaaaaaaaaaammmiiiiiiiiii varioscientos de miles de veces al día, es lo

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suficientemente estresante y variopintacomo para poder opinar con criterio,¿no creen?

Si a esto le añaden que, a máspolluelos, más golfería, deducirán quelas edades críticas correspondientes hanido empeorando con cada niño.

Sospecho incluso que el último hasido castigo divino. Algo debí de haceren una vida anterior, o alguien me hapuesto una vela negra, o me haescarmentado Gott por algo que hehecho sin darme cuenta y sin querer,porque en carnes propias me ha tocadoexperimentar lo que es tener un hijotrepa.

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Yo, que todavía infería lasupremacía de la raza teutona por laelevada altura de sus picaportes, me hequedado sin argumentos. El del Rizoserá el más enano del lugar, perotambién es el más matón.

El día que nos percatamos de susuperioridad golfera, encontrábamonosen casita los dos, la bocina mofletuda yyo, mientras el Maromen ejercía de losuyo en bici con los otros dos. Ilusa demí, pensé que trajinar en la cocina conel benjamín a mi vera era pan comido.Infeliz.

Aprovechando una de esasrarísimas ocasiones en las que seentretiene a solas, sea haciendo jirones

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un periódico o soplando pelusas, meescabullí a la cocina, a ver si adelantabaalgo con mi lasaña. Y ahí me quedé, conel radar auditivo afinado y picandocebolla, sabiendo sin mirar en qué puntodel habitáculo contiguo se encontraba eltormentito y qué hacía.

En un momento dado el silencio sehizo pánico y, cebolla y corazón enmano, asomé rauda la cabeza esperandouna catástrofe. Pero encontrármeloconcentradísimo con la cremallera de uncojín devolvió mi Herz a su sitio y miculo a los fogones; y un choteo internohacia mi histerismo infundado.

Ilusa.

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Lo que yo creo que ocurrió despuéses que se me debieron de estropear lasantenas maternales y que el tiempo pasómuy rápido, y puede ser que incluso seme olvidase que tenía un rorro a micargo; porque cuando unMaaaaaaaaaaammmmiiiiiii lejano, asícomo un poco amortiguado, acabó desopetón con mi ensoñación boloñera,con la sal amarrada, de pronto no supeni dónde, ni cómo, ni quién.

Tentada estuve de llamar a laPolizei cuando asomé la cabeza a midoméstico Playland y descubrí el cojínabandonado y ni rastro de midescendencia.

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Si les digo que casi me da unjamacuco, supóngome que no seextrañarán.

Si les digo que tras reiteradosMaaaaaaammmiiiiii conseguí encontrarel foco de la llamada, supóngome que sesentirán aliviados.

Pero ¿y si les digo que me loencontré de bruces, cuando se meocurrió mirar por la ventana, sentaditoen el techo del coche? Y tan contentoestaba el lechoncete que incluso meaplaudía orgulloso.

Desde entonces hacemos turnos devigilancia y encerramos el coche cadafin de semana.

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Y la lasaña, por si a alguien leinteresa, estaba sosísima.

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CAPÍTULO 56

El gracejo solitario

El otro día mi germano me preguntó quepor qué escribía un blog y no supe darleuna respuesta contundente.

¿Por diversión? ¿Por realizaciónpersonal? ¿Por sacarle partido al Mac?¿Para que nos extraditen a lasHispanias? ¿Porque sí?

Pues mira, kariñen, no sé. Déjame.

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Pero miren ustedes que me picó lacuriosidad y me puse a pensarlo; yacabé vislumbrando la triste realidad.Verán, yo escribo un blog por soledad.

Porque yo me siento muy sola.Sola humorísticamente hablando, se

entiende.Háganme el favor y quiten esa cara

de ah-bueno-pues-vaya-chorrada, queesto es muy serio. La soledadhumorística no es para tomársela abroma.

De este mal sufren (casi) todas lasque arrastran descendencia de la manita,créanme. ¿O me van a contar ahora quelas pedorretas en la tripa son el súmmumde la ironía? ¿Que no hay sarcasmo más

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elaborado que quitarle a tu hermano elchupete y darte a la fuga? ¿Que lospayasos son seres inteligentes ydivertidos? Amos, por favor...

Si además el segundo adultocohabitante en tu hogar no haevolucionado mucho en lo que a gracejose refiere, la soledad pasa a convertirseen aislamiento. Porque no nos vamos aengañar a estas alturas; en esta vida nose puede tener todo y, a la hora deseleccionar figura paterna, una tiene queelegir: o te casas con Thor o conBuenafuente.

Como bien han deducido, aquíservidora eligió con las hormonas y sequedó con el macho alfa; y ahora no

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tiene quien la acompañe con salero ymala leche cuando echan Miss España.Maromen sólo ríe con Borat ysucedáneos. Y si hay flatulencias hace lacroqueta. Tal cual.

¡Si de graciosos está lleno elmundo!, me puntualizarán ustedes. Y lesdoy toda la razón, no se crean que no.Pero es que yo vivo en las Teutonias yaquí, graciosos lo que se dice graciosos,así como con gracia, pocos. Para que sehagan una idea, la única que capta misironías es mi suegra. Y la mitad de lasveces se aguanta la risa porque, o sonsobre su biohija y elige entenderlo ensentido literal, o no es korrektdeshuevarse de otro Mensch. Ni aunque

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sea la presidenta del país y hayacombinado calcetines y traje de nochepara ir a la Ópera. Lo sé, un desperdiciode chiste total.

Así que aquí me tienen,socarroneándome de mis hijos, mimarido y, en el fondo, de mí mismadelante de unos desconocidos.

Mas lo primero es lo primero yresulta —evidente— que antes de lavida 2.0 una lo que tiene es una vida deverdad, con un entorno harto pegajoso yfacilón, que hay bromas que es queparecen la canción del verano, pormalas y contagiosas, y que de tantorepetirlas te acaban haciendo hasta

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gracia. Les digo yo que compartirvivienda con dosis insanas de chispainfantil e ingenio viril hace mella.

Tanto, que un día en una reunión detrabajo se te ocurre comentar algo sobrelos FAQ en la web empresarial, queestán como descuidados.

—¿Los qué? —preguntaronasombrados el resto de asistentes.

—Los FAQ.—¡¿Los quéééé?! —volvieron a

preguntar, abriendo los ojos todavía unpoco más.

—Los F-AAA-Q —volví acontestar, recalcando bien en el tono unestáis-tontos-o-qué.

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—Cof, cof... ¿A qué se refiereusted exactamente? ¿Me lo puedeseñalar? —intervino prudentemente elHerr Jefe.

—¡Pues a esto, hombre!Y volvió a respirar la sala...

Porque, por si no lo sabían ustedes, enlas Teutonias son muy guays y sabenmucho inglés. Aquí se dice Pop-ai y noPopeye. Guishard Guir y no RichardGere. Y, por supuesto, se dice Ef-ai-quiu y no FAQ.

FAQ aquí es otra cosa. Mariposa.Huelga decir que estuve con la risa

tonta toda la mañana. Y que fui la única.Menos mal que al llegar a casa al

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Maromen le pareció graciosísimo yllamó a tres colegas para contárselo. Ja.Ja. Ja. FAQ.

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CAPÍTULO 57

La madre que lo parió

Que soy yo, por cierto, y no saben lo quese nota.

Me ha salido el niño cagaíto a sumadre. Y la que me espera sólo se loimagina la mía.

Un jueves del pasado septiembre,exactamente seis años y un día despuésde haberse asomado al mundo y nada

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más cruzar por primera vez la canceladel recinto escolar, a mi niño mayor —el buenazo responsable— se le agarrócon brío y empeño un pavo hercúleo enla cabeza. Y que no se baja, oyes.

Ese primer día lo achacamos a losnervios y la primicia del pupitre. Y aque tener que quedarse sentadito un parde horas diarias después de haberestado tres años cual chinche libertinoen la guardería, aturde a cualquiera.Energía acumulada, pensamos. Alegría,alborozo y esas ganas locas de crecermuy rápido que teníamos todos hace dosdécadas.

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Al día siguiente por la mañana, sinembargo, amaneció en planindependentista —o cabroncete altivo,como ustedes prefieran—: Yo elijo miropa. Yo me peino como quiero. Yo yasoy mayor. Porque lo digo yo. Mamá,necesito dinero.

Insoportable.Tras una ardua negociación y

varios puntos menos en nuestra escalade dignidad parental, conseguimos queme dejara seguirle al colegio. Y digoseguirle, porque cual aplicado talinfanteen que se ha convertido, amenazaba conceño arrugao y mirada asesina si se meocurría andar a menos de tres pasos. Pordetrás.

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Un rayo de sentido común fulminóbrevemente al ave galliforme esa que letiene poseído y me reconoció como sumadre, besándome en la mejilla aldespedirse. Imagino que la cara dedepresión posvacacional de suprofesora, que se da así como un aire aGargamel —clavadita, la pobre—, fuedecisiva en este trance y nos permitió,además, disfrutar de un fin de semanacasi normal.

Pero llegó el lunes, señores. Primerdía en serio de verdad y con todo uncurso por delante para labrar suentendimiento de lunes a viernes entrelas 8.30 y las 11.15. Sí, han leído bien,

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menos de tres horas diarias depupitrismo; pero eso sí, público ygratuito, que esto es Deutschland.

Recuerdo con cristalina nitidezaquello que nos contó Gargamel de queel primer curso sólo tendrían deberesdiarios como para diez minutejos denada. Y, teniendo en cuenta que no llegana las cuatro horas lectivas, me parecióentonces justo y proporcionado. Lo queno debí de entender entonces es que seestaba refiriendo a las madres.

Porque les juro por Gott que, enesta mi humilde Haus, invertimos adiario más de una hora e ingentescantidades de cortisol intentando quesea el propio niño el que haga los

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ejercicios de los cojones. Y es que elpolluelo en cuestión vuelve del colegio—de los cojones también, por cierto—con mucho material de colorines ymuchas herramientas didácticas pero sinpajolera idea de para qué leches losnecesita.

Después de años perfeccionandomis jetas de póquer cada vez que alguienme preguntaba cómo era posible que,escolarizándose a los seis y con esasescuetas jornadas de adiestramientointelectual, los teutones nos aplasten enel PISA, al fin tengo la respuesta.

Y es que el mundo es injusto y lacompetición desigual; o ya me dirán quéposibilidades tienen los pobres

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quinceañeros ibéricos frente a una hordade madres teutonas aplicadas einflexibles. Una injusticia como la copade un pino.

No sólo para mis compatriotasadolescentes, ojo, que aquí yo estoypringando como la que más. ¿O acasocreen que después de habermesobrepuesto a mis años de gandulaenseñada y con un título universitariobajo la axila me apetecía mucho repetirla experiencia? Y para colmoarrastrando de la manita a mi réplicatemperamental.

Mi santa madre me harecomendado güisqui y Lexatin en díasalternos. Y que me vaya prontito a la

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cama. Por lo menos ha tenido lahumanidad de no recochinearme losdoce años que todavía me quedan conéste y los otros tantos de los que vienendetrás.

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CAPÍTULO 58

Mi café, mi tesoro

Tengo una duda enorme y, por másvueltas que le doy al tema, no consigoaclarármela.

Ustedes no sabrán, por algúncasual, a qué edad empiezan a ir solas albaño, ¿verdad?

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Me refiero a las madres, claro.Porque es que, verán, desde hace seisprimaveras, no ha habido micción,ducha o acicale de melena caseros enlos que no me haya acompañado esecreciente tropel de groupies canijos ypreguntones que he tenido a bien parirvoluntariamente.

Ni una, oigan. Si les digo que hastael baño de una macrodiscoteca meparece el súmmum de la privacidad, seharán una idea de la gravedad de mipercal, ¿no?

Mis polluelos me acosan, señores.Ya está, ya lo he dicho.

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Sin piedad, ni vergüenza, ni atisbode duda o arrepentimiento, mepersiguen, me acorralan y se cuelgan demis zancas. No importa lo que estéhaciendo o, lo que es peor, lo que esténhaciendo ellos. Es dejar de compartirhabitáculo y empezar con el¡maaaaaamiiiiii! para acabarrastreándome allá donde esté yproseguir con su atosigamiento infantil yestridente; y muy muy demandante.

Lo más grave del asunto es que,ilusa de mí, pensé que, teniéndolosseguiditos, jugarían juntos y seentretendrían los unos a los otros. Y quea mí me relegarían, al fin, de esasinterminables tardes invernales de noes,

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puzles de perritos y melodías sinsentido. Especulé con que un día podríavolver a leer el periódico, tomarme uncafé o hablar por teléfono en paz. Unratito nada más, no crean, que tan tontano soy y tampoco es plan de exagerar; lojusto para despejar un poco la sesera yrecomponerme la paciencia.

Pero nada, que no, que no haymanera.

Con esto espero haberles aclaradoa ustedes cómo anda mi patio y que seles haya despabilado la empatía. Y esque me gustaría mucho confiar en sucriterio para entender mis actos de aqueldía, que me palmeen el lomo y sepongan de mi parte.

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Porque estarán de acuerdo en queme merezco un descanso, ¿no? Y que haysituaciones extremas en las que algunosfines sí que justifican los medios,¿verdad?

Además, que no fue ni premeditadoni alevoso. Lo juro. Yo estaba comosiempre, dispuesta a hacerles caso, a nosentarme en toda la tarde, a dejarmeperseguir e interpelar; incluso habíadescolgado el teléfono para evitartentaciones cotorreras. Palabrita.

Pero cuando pusieron rumbo albaño para evacuar en fraternalsincronía, decidí aprovechar elperiquete y les dije que ahora mismo

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iba, un momentito, niños, lo que tardo enponer la lavadora, ¿vale? Sí, sí, zí,mami.

Y ahí estaba yo, separando veloz laropa blanca y la de color —que asícómo no van a estar la mitad de loscalzoncillos rosas— cuando un¡mamááááááááááá! aterrorizado me instóa abandonar la colada y apresurarmehacia el baño. Pero a medida que ibasubiendo escalones, fui enterándome delo que arriba ocurría y así, de pronto,sin comerlo ni beberlo, acabé en lacocina. Frente a la máquina de café.Voces interiores me manipularon paraque aprovechase la oportunidad, que no

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pasaba nada, que estaban bien, queluego tendría que limpiar un poco, peroque iba a merecer la pena.

Y tenían razón, miren ustedes pordónde, que el café me supo a gloriabendita. Para colmo debieron dealinearse los astros porque, cuandoaparecí por el baño, todavía no habíanconseguido sacar a Destroyer y nohabían manchado nada.

Lo único malo es que, desdeentonces, no han vuelto a retarse a verquién hunde más el culo en el váter. Y yofantaseo todos los días con volver arepetir ese café.

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CAPÍTULO 59

Respeto por sorpresa

Juro por Gott que he intentado ganarmeel respeto de mis polluelos por todos losmedios ídem que se me han ocurrido yme han recomendado. Y también los quehe leído, me han chivado o heconseguido interpretar del horóscopo.

Juro por Gott que lo he intentado(casi) todo.

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Les he hablado con deferencia,llegando incluso a tratarles de usted, SuIlustrísima y Su Majestad. La sorpresainicial dio paso de manera fulminante, yen mi humilde opinión totalmenteerrónea, a reclamaciones absurdas talescomo mi conversión inmediata endragón o bruja perversa y miconsecuente deber contractual a morirsiempre de rodillas por espada deplástico.

Les he hablado con susurros cursis,en cuclillas y poniendo cara de muchosamigos, a ver si me encontraban algúnparecido remoto con Campanilla osimilar y me obedecían cantando conalegría y regocijo. Mi capacidad de

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raciocinio captó brevemente su interés—que no preocupación—, por si caíaesa breva y mi comportamientolobotomizado incluía barra libre degominolas.

Les he razonado como a un igual,llegando incluso a recitarles a Kant, poreso de que empezasen a verme como finen mí misma y no como medio paraalcanzarles las galletas o separarles losguisantes del arroz. El del Rizo sedurmió en el acto y los otros dos meconsta que lo fingieron. Y me constaporque sé que cuando duermen deverdad no roncan; o no tan fuerte.

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Les he decomisado juguetes ytrebejos de interés variado; y sinvergüenza confieso que seleccioné losmás queridos. Esta táctica se revelóeficiente por un tiempo, exactamente elque tardaron en encontrar los míos. Y supunto débil. Desde que se apercibierondel impacto anímico de las babas sobreel iPhone y el maquillaje waterproof enel sofá, me tienen amenazada. Ojo porojo.

He gritado y amenazado. Confiesoincluso que (alg)una vez eché mano deltan folclóricoundíacojolapuertaymemarcho. Duranteunas horas me siguieron expectantes y ensilencio, imagino que para no perderse

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una exhibición de fuerza tal, capaz dearrancar la puerta de casa y cargárselaal hombro. Pero el jocoso desmentidoposterior del Maromen me hizo perdercredibilidad, y durante mesesreclamaron confirmación paterna hastacuando les anunciaba la hora del baño.

Ya lo ven, no me funcionaba nada.Y ya casi que había tirado la toalla

en esto de ser madre temida o respetada,no se crean, hasta que un buen día melevanté tiesa y recuperé la esperanza.

Consecuencia de una nochecualquiera en esta casa, de esas demuchas manitas, piececitos, rodillitas y

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cabecitas en la cama parental, unatortícolis intensa me traía por el caminode la amargura.

Tanto que, en la cima del caoscasero, todo llantos, reclamos, peleas yjuguetes esparcidos, me dispuse a pegarcuatro gritos y poner firme hasta alNenuco.

Pero en esto que me tuve que girarpara gritar... y que para evitar que fuesepor dolor, tuve que acompasar mishombros a mi sufriente cuello... y queaun así mis ojos se abrieron mucho y miboca se amuecó, dejando traslucir unmecagoentó agónico...

Y allí se petrificaron los tres,llenos de espanto.

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Yo supongo que mis ojeras y miscejas sin depilar contribuyeron a laasociación de ideas. Y que fue el pavora la niña de El exorcista —que debe deser algo genético o tener algunaexplicación biológica— lo que lesconvirtió en pequeños sirvientestemblorosos.

Lástima que la tortícolis sólodurase un par de días. Y que ahora, pormuy amablemente que les invite a milecho para repetir contractura, senieguen en rotundo a quedarse conmigoa oscuras.

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CAPÍTULO 60

De raseros

Me comentan que, en España, la únicaprofesión con demanda es la deinstructor de alemán; y no les culpo.

Porque es que, en estos tiemposque corren, no hay semana en la que laprensa ibérica no mencione elatodotrapismo al que va el motor deEuropa y la cantidad de jugosos y

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apetecibles puestos de trabajo que lesobran. Vamos, que parece ser que laMerkel ahora quiere acabar con el parojuvenil español, que necesita ingenieros,arquitectos, médicos y demás tituladostécnicos y motivados. Y que si nonecesitan visado los reciben conalfombra roja y les dan unas longanizas,para que aten a sus perros.

Vale.Que España va cuesta abajo y sin

frenos no lo discute nadie. Sobre todo laMerkel, que de tonta no tiene un pelo.No voy a negar que aquí los sindicatosfuncionan, que los salarios son másaltos, las carreteras estupendas y loscolegios gratuitos y que los yogures

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están buenísimos; pero sepan ustedesque, para valorar algunas cosas, hacefalta cambiar de rasero.

Háganse un favor y, cuando alguiense jacte de que aquí se gana el doble,pregúntenle cuánto le cruje Hacienda.No sean tontos, atrévanse a preguntarlecuánto tributa por su renta, por susanidad o por solidaridad con laAlemania del Este. Igual le avergüenzacontestarles que le quitan la mitad y que,a final de mes, le queda lo mismo que austedes. O menos. Y ya que están, queles conteste también a la pregunta de si,además de ganar el doble, también sepuede ganar la mitad; o un tercio; si tras

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ese insignificante desempleo no habráprecariedad laboral, trabajos a un eurola hora o a cuatrocientos al mes.

Cuando alguien se pavonee de queaquí en las Teutonias el seguro médicopaga todos los medicamentos de sushijos hasta que se saquen el carnet deconducir, inquiéranle sobre susdesembolsos durante el embarazo,entérense de cuánto le cobraron porpruebas tan básicas como el test delazúcar o la toxoplasmosis. Indaguensobre sus visitas al médico o enurgencias, sobre cómo atendieron antesy con mejor cara al que tenía seguroprivado.

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Pregunten ustedes a las amas decasa con carrera si eso de la mopa esvocación o resignación. Y, de paso,también a sus maridos si salir a las17.00 es tan bonito como lo pintan,teniendo en cuenta que los polluelosllevan en casa desde las 12.00,anochece a las 16.00 y las nanas secantan a las 19.00.

Podría seguir aclarando el raseropor el que se tienen que medir algunasparticularidades de la vida por aquí, porsi alguno se quiere hacer el Pepe yvenirse pa Alemania, pero teniendo encuenta cómo de fatal andan las cosas por

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la península, me temo que muchos mesaltarán al cuello con odiosascomparaciones.

Y tienen razón, oigan, que viendocómo están las cosas en Somalia, no séde qué nos quejamos algunos.

Así que vengan ustedes si quiereny, sobre todo, si pueden; pero sacúdanselos complejos antes y no se achiquenante Alemania, que aquí no les van ahacer la ola, ni mucho menos regalarlesnada.

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CAPÍTULO 61

Mentiras arriesgadas

El matrimonio —o ajuntamiento paralargo, como prefieran— consiste en launión libre y voluntaria de dos personasque se quieren mucho y van juntas alIkea; y se fundamenta en el cariño, latolerancia, el respeto mutuo y todas lascosas bonitas por el estilo que se lesocurran.

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Lo que dure el casamiento, encambio, depende de mentiras.

No pongan esa cara, que sabenperfectamente que tengo razón. Lo queocurre es que esas mentiras no son frutodel desgaste cohabitacional, ni delhastío, ni tampoco de la falta dedinamismo nocturno. Las mentiras de lasque hablo se cuentan por piedad en losalbores del enamoramiento, semantienen por pragmatismo en la fase deajustamiento parejil y se acabanconvirtiendo en paradigmas de la vidadiaria.

Vamos, que las dices por gustarle,las repites por no pelearte y al final telas acabas creyendo tú también. Y

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fuisteis felices y comisteis perdices.Chimpún.

El inconveniente de las mentiras esque tienen una voracidad alarmante y,pasados los años, se ponen de un orondoque no vean, amenazando inclusopeligrosamente con caerse por su propiopeso. Y, lo peor, arrastrar en sudespeñamiento todo lo que pillen pordelante, incluidos sus congéneres,orgullos varios y, si me apuran, hasta elmismo matrimonio.

Supongo que la perorata que lesacabo de endiñar les estará provocandoojiplatismo y ansiedad, desazón eincredulidad; y que sus uñasagradecerían una explicación, ¿no?

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Verán, hace unos años, cuando yotodavía vivía en la capital teutona yllevaba mochila, conocí al Maromen.Como es teutón y, por tanto, de manocorta y prudencia infinita, me tragué elfrenesí ibérico y quise seguir conapiesjuntillismo la danza delapareamiento a la germana; que consiste,así a grandes rasgos, en ignorar de plenola tensión sexual y conocerse primeroanímicamente. Aunque sea un poco.

Después de unas semanas depaseos y cocacolas, la tensión se hacíainsoportable y, como es hombre antesque alemán, me acabó invitando a cenar.A su casa.

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El enamoramiento y las hormonas,que me tenían de un condescendiente queya quisieran para sí los niños, mehicieron degustar con deleite yadmiración aquel despropósitogastronómico que me preparó (y del quesólo diré que llevaba acelgas, para quese hagan una idea).

«¿Será —pensé— que quiere ponera prueba la incondicionalidad de miamor? ¿Será que ha queridoimpresionarme y de los nervios hapifiado la receta? ¿Será que la cocina noes lo suyo pero necesitaba una discretaexcusa para acercarme a su lecho?

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Casi ocho primaveras llevamosjuntos y no ha mejorado un ápice en susdotes culinarias. Pero eso no es lo peor.Lo peor es que, hasta aquel fatídico díade septiembre del año pasado, seguía elinfeliz convencido de habermeconquistado por el estómago. Y de que,por el mismo, me seguía reconquistandode vez en cuando.

En un alarde de romanticismo mepropuso ese día una cena casera convelas; y, por esa obsesión perfeccionistaque le caracteriza, me dejó elegir menú.

—Te cocinaré lo que más te guste—me dijo.

—¿Y si cocino yo? —propuse.—Nein nein, tú relájate.

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—¿Y si pedimos una pizza? —sugerí.

—Nein nein, que quiero hacertealgo rico.

—¿Y si picamos algo? —supliqué.Debió de notárseme el deje

impaciente porque, a bocajarro y porprimera vez en todos estos años, mepreguntó si es que acaso no me gustabasu cocina.

Van bien encaminados si sospechanque aquella noche no cenamos. «Por tuculpa», decía él. «No sé si podré volvera confiar en ti», me repetía. «Me hastraicionado», insistía. «¡No mequieres!», se lamentaba.

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Yo, que tengo mi corazoncito, ledejé taladrarme la conciencia unos días;pero mi paciencia, hasta los cojonen yade tanto victimismo, amenazó conabandonarme sin piedad si no le parabalos pies a aquella injusticia. No pudenegarme.

Esa noche, justo antes deamodorrarse, le susurré maliciosa queyo sí sé que me quiere. Porque tambiénsé que, cuando le pregunto si heengordado, invariablemente me va acontestar que él me ve igual quesiempre.

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CAPÍTULO 62

Las camas musicales

Supóngome yo que estarán todosfamiliarizados con el mundialmentefamoso juego de las sillas, ¿no? Un mustde toda celebración infantil, métodocertero para agrupar crías al borde delcolapso glucoso y agotarlas conmareación y alevosía.

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Por si a alguno no le suena laflauta, le aclaro que Wikipedia lodefine, en varios idiomas, como un«juego competitivo, utilizado enanimación sociocultural o dinámica degrupos, en el que la música marca elritmo y la emoción». Consiste encolocar con pericia una cantidad desillas inferior al número de culetespresente, darle al play, que correteen,darle al stop y siéntese quien pueda. Elque no haya podido es desterrado delgrupo y puede ahogar su pena en el bolde gusanitos. El resto vuelve a levantarposaderas y, previa retirada de otroaposento, el adulto al mando reanuda lamelodía. Esta operación se repite ex

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novo hasta que sólo quedan un niño, unasilla y ningún gusanito.

Reconozco que este tipo depasatiempos infantiles me han resultadosiempre de lo más enrevesados. Digo yoque sería mi obsesión por el caráctereducativo de toda actividad polluelil loque me impedía comprender, en todo suesplendor, la necesidad de correr encírculos y matarse por poseer, duranteunos minutitos, un emplazamientoestático.

No obstante, una instructiva nochedel pasado octubre me dejó claro que eljueguecito de marras no tiene utilidadpedagógica ninguna; se trata más bien deuna performance conceptual de índole

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cósmica, una reinterpretación universalcon visos a mediar figurativamente entreculturas de todo tipo.

Porque, por si no lo sabían, eljuego de las sillas musicales está basadoen hechos reales. Como lo leen.

Obviamente, esos acontecimientosinspiradores nada tienen que ver consillas y melodías de Shakira; pero sí concamas, terrores nocturnos y llantosestridentes.

Teniendo en cuenta que en estanuestra humilde morada cada uno tieneasignado un lecho a su medida, no lescostará entender que, en cuanto el delRizo se fuga de su cuna y se acomoda enmitad del catre conyugal, el número de

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camas resulta inferior al de durmientes.Básicamente porque en esa cuna sólocabe ese niño. Si bien, de momento, dosadultos y un minúsculo niño en una camade 1,40 sigue siendo algo viable.

Lo que empieza a ser cojonero —pero sigue siendo factible— es cuando,minutos después, Destroyer empantanasu habitáculo nocturno a base deregurgitaciones y ha de ser salvado,limpiado y reacomodado en la camamarital. Llegados a este punto delentretenimiento queda retirada otrasuperficie pernoctante y, aunque elMaromen no hubiese abandonado hastael momento ni su sueño ni su lecho,queda eliminado y se marcha al sofá. Me

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hubiese ido yo, no se crean, pero elvomitón me incrustó sus piececitoshelados entre los muslos buscando calory consuelo y ya saben que la carne esdébil y las madres, coraje.

Al volver de un paseo al baño parasaciar la sed de los okupas rollizos, meencontré con otros 116 centímetrosmenos. Algo relacionado con un árbolde castañas, un monstruo con fuego y nosé qué más de yo-también-quiero-dormir-contigo había arrancado alMayor de su sueño y le había lanzadobajo mi edredón. De perdidos al río, medije. Y qué razón tuve, señores, porque,

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apenas veinte minutos después, uncalorcito húmedo comenzó a expandirsepor la piltra.

«Mamá, me he hecho pis» anuncióel comienzo de la gran final: todos losparticipantes nos lanzamos como locosal acuéstese quien pueda. Eran las 2.52de la mañana.

Como en esta casa no nos gustamucho lo de la competitividad, seobviaron las degradantes eliminacionesy nadie durmió en el suelo. No mepregunten cómo lo hicimos, peroconseguimos sobrevivir lo que quedabade noche en una cama de 90. Los cuatro.

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Lo que todavía no sé es cómollegué yo con decencia al final de aqueldía.

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CAPÍTULO 63

Lo que no te mata

Lo sé, soy una ilusa. Siempre me pasa lomismo.

Todos los septiembres me agarrauna melancolía de lo más infantiloide y,sin falta, me descubro admirando loscolores del otoño, disfrutando de lachimenea, el olor de la lluvia y las hojas

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secas. Secuelas de haber crecido con lavuelta al cole de El Corte Inglés, digoyo.

Porque, si les soy sincera, desdeque he tenido a bien darme a esto de lareproducción, lo que realmente anunciael cambio estacional son los polluelos.La primera señal llega siemprediscretita, el día que los rorros dejan deoler a césped y llegan de la guarderíaatufando a ceras y mocos. Un olordelicioso, por cierto, pero sólo para susmadres.

Unos días más tarde, el olor amocos empieza a ser predominante —yno tan delicioso— y a acompañarse desus correspondientes velones, esas

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secreciones viscosas y permanentes queempiezan en la nariz y terminan por todala casa. Gracias a éstos, además, elconsumo de cebolla —y su fiel aroma aaxila otomana— se dispara en estenuestro ventiladísimo hogar.

Un cof cof a tres bandas vuelve aser la sinfonía nocturna por excelencia.De dormir del tirón y cada uno en sucama ni hablamos.

Y las fiebres, que se dejan notarpor el típico desinflamiento de huevillos—aquellas de ustedes que tienen niñossabrán de lo que hablo—, multiplicanexponencialmente nuestras visitas alpediatra, convirtiéndonos en lo que seconoce como pacientes pelmas y

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repetitivos por goleada. Si les digo quelas enfermeras me saludan con un«¡Buenos días, Frau MamáenAlemania!¿A cuántos nos trae hoy?» se harán unaidea de la opinión que les merezco.

A finales de octubre puedo decirque hemos pasado bichos microscópicosde todo tipo. Tantos que estoy segura deque en la habitación de los polluelenproliferan cultivos ilegales de bacteriasy virus varios, porque de ahí salen lascepas mejoradas. Es devolver un niño ala guardería y empezar una nuevaepidemia.

Por supuesto, de natural besuconaque soy, de vez en cuando me afecta unade esas plagas más allá del cerebro y las

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ojeras, y durante un par de días —osemanas— contribuyo confiada al gastofarmacéutico como miembro transitoriode la panda del moco.

La primera vez que me descubrícon décimas, instintivamente me metí enla cama. Hora y pico de patadasriñoneras y tres cuentos más tarde, aldarme cuenta de que ya no vivía con mispadres y de que nadie iba a traerme uncaldito de pollo, decidí que lo mejorsería trasladar mi malestar a la oficina ydejarme mimar por la máquina de café.

Unos días después, cuando milividez y una montaña de Kleenexatestiguaban que lo que yo tenía no eraresaca, sino un gripazo de cojonen, mis

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compañeros de despacho decidieronsacar el tema a colación. Que por qué nome cogía una semanita de baja porconstipado, me preguntaron los muycachondos. Cuando se me ocurrió decirla verdad, que es que con tres niños encasa, mire usté, descanso más aquí queallí, arrugaron mucho la nariz y meexplicaron que no lo decían por mí.Enferma no rinde usted y, lo que es peor,nos va a contagiar a los demás y aquí nova a rendir nadie. Eso es asocial.

Dankes miles, camaradas, eso escompañerismo y lo demás son tonterías.

Si ya me considerabanRabenmutter, desde que les llevo virusme tienen por diabólica. Pero no se

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crean que me importa, no, para nada.Ahora tengo poderes maléficos, señores,sólo tengo que estornudar y ya me traealguien un café. Muahahahaha.

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CAPÍTULO 64

La familia que come unida

Aunque a veces dé la impresión demadre posmoderna muy chachi y liberal,les confieso que, en el fondo de lasuperficie, yo soy muy muy pero quemuy conservadora.

Para según qué cosas, laRottenmeier a mi lado parece HelenaBonham Carter vistiendo a sus hijos.

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Sin ir más lejos, y para que sehagan una idea de mi tradicionalismointenso, les confesaré que de mi casa metraje un «Familia que come unida,permanece unida» como manía que rozalo insoportable.

No vayan a pensar que eso estontería, oigan, que obligar a sus hijospre- y adolescentes a comer y cenartodos los días en casa, sentaditosenfrente de usted, permite apreciardesvíos caminales en stream. Y arreglaralgunos. O por lo menos cojonearlos,cual maternal mosca. Se lo digo yo, quesé de lo que hablo.

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Lo que ocurre es que, cuando unaemigra y se arrejunta con autóctono, trasaños de convivencia, integración ycrecimiento familiar, acabacomprendiendo que la vida es unrenovarse o morir. Así que parasalvaguardar la integridad de este lemaen concreto, no me quedó otra queadaptarlo a mi día a día teutón yrebautizarlo como «Familia que come(bien) unida, permanece unida».

Porque es que, verán, de momentoy a la espera de esos animadísimosparloteos hogareños al calor de unatortilla francesa, nuestras agrupacionesculinarias se reducen a un monólogomaterno bastante repetitivo: «el codo»,

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«la servilleta», «mastica con la bocacerrada», «pordiós, sácate el macarrónde la nariz», «no empujes con lamano»...

Les suena, ¿verdad?Cualquiera que se haya visto en la

tesitura de tener familia, y para colmoalemañola, sabrá lo frustrante que eseducar con pan, servilletas y manejocubertero a tres niños y un alemán.

Aclaro que con manejo cuberterome refiero, sobre todo, a su manera desujetar el tenedor cuando cortan.

Aquellos de ustedes que almuerzancon teutones saben de lo que hablo. Losque no, sepan que yo quería ser gráfica ydeleitarles con una instantánea de la

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mano del Maromen, pero uno, me diceque tanto dar la koñen con los modales yluego sacar el telefonito en la mesa (ytiene razón), y dos, tampoco es paratanto y él no es ningún mono de feria (ytiene razón en lo segundo).

Haré un esfuerzo ilustrativo paraque puedan ustedes escenificarlo:suponga que el filete está vivo yrepresenta una amenaza. Coja el tenedorcon su mano izquierda y arponéelo hastaque deje de moverse. Manténgalo bienapuñalado con el reducido bicheromientras lo corta. Coma. Unos siglos deevolución más tarde, cuando los fileteshan dejado de sublevarse, el gesto

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estoqueante se ha relajado notablemente,pero el agarre tipo del tenedor semantiene.

Imagínense pues lo desesperanteque me resulta luchar contra una piarade cerdetes a la mesa cuando uno de losadultos que debería dar ejemplo es elFerkel mayor y además me lo discute.Pero luego, gracias a Gott, veo que mispolluelos, fuera del hogar, así como porarte de magia comen más o menos bien yme inflo cual pavo orgullosotantreándome a mí misma que mimachaconería correctiva merece lapena.

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Para cuando vivan en España, esosí, porque el día que recogí al Mayor desu primera comida en casa de unaamiguita constaté, muy a mi pesar, queesa insistencia mía estaba fusilando suvida social aquí en las Teutonias. Y lamía también. Porque se me ocurrió, asípor sacar un tema mientras el niño seponía el abrigo, preguntarle a la Mutterque qué tal había comido.

Bueno... ejem... verás, comer hacomido bien —me dijo azorada—, perose ha enfadado mucho con nosotros.

¿Con vosotros?, pregunté yo, cacholerda, que habiéndole parido deberíahaberlo adivinado.

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Sí, sí —me asegurabadesconcertada la alemana—, por algunarazón les tiene como manía a los codos ynos ha reprendido por cómo cortamos lacarne.

Lívida y apresurada, me dispuse ahonorar en secreto mi reputación demadre desnaturalizada, achacando esecomportamiento a la chaladuríaobsesiva del niño. Clavadito al padre,pensaba incluso añadir. Pero, castigodivino bien merecido, acercose en esemomento el aludido, ultrajadísimo por laincredulidad de su exfutura suegren, aexigirme una oficial confirmación deque comer así es de cerdos. Y de que selo digo yo todos los días.

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CAPÍTULO 65

Homeopatía #haztefan

El del Rizo nació con cara de cachondomental y la boca del tamaño de unbuzón. A escala real.

Los primeros quince meses de suvida, además, se dedicó a entrenar unacapacidad pulmonar que habríaconvertido, después de no más de unminuto de gritos perfora-tímpanos, al

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mismísimo doctor Estivill en fanáticomilitante del colecho y talibán de losbrazos.

Menos el Mayor y Destroyer, queparecen haber ampliado superfeccionadísima sordera selectivapara todo lo que venga de su Mutter alos chillidos exigentes del tercero, nadiepuede resistir(se a) sus lamentos. Nadie.

Hemos pasado épocas mejores ylas hemos pasado canuten, vecinosincluidos.

Tanto, que me lo llevé al pediatra aecografiarle entero, no fuese a ser que sehubiese dislocado algo en el partoexprés que me regaló. Nada.

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Y también al osteópata a que leestrujase un rato; y, a pesar de quepareció gustarle eso de la imposición demanos, el buen hombre me lo devolvióal mismo volumen. Será su carácter, medijo.

«¡Qué cojones! ¡Será porque noestá bautizado todavía!», me increpó mimadre. Pero el posterior aclarado derizos con agua bendita nos sacó dedudas: el niño no estaba poseído y susgritos no eran apocalípticos.

Como se podrán imaginar, a duraspenas sobrellevábamos elentumecimiento de orejas. Vamos, que atodo era que sí, sí, sí, ahora mismo,¡Heil Rizo!

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Y fue precisamente lo insosteniblede la situación, combinado con meses demigraña psicológica, lo que acabóconvirtiéndome en carne de cañón paracualquier curandero, chamán o tarotista.Y, sobre todo, para la troleópata.

La Tía Hierbas, esa de las bolitasasesinas, no quiso desaprovechar taloportunidad y me ofreció resuelta susservicios. Y yo no pude rechazarlos.

Un día soleado me encaminé pues,voluntariosa y decidida, hacia la Praxisde la homeópata.

Al final de una sesión surrealista—que consistió en: niño gritón sobremis rodillas, mano izquierda en supechito, mano derecha sujetando

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frasquito en cuestión, homeópatahaciendo fuerza sobre frasquito,cambiando frasquito, haciendo fuerzasobre frasquito, cambiando frasquito,haciendo fuerza sobre frasquito y asívarias veces mientras murmuraba algúntantra indescifrable y confuso—, labuena mujer me encasquetó diversosglóbuli de nombre impronunciable y memandó de vuelta a casa con precisasinstrucciones de administración oral.

Una semana después de aquello mehabía convertido en fan absoluta y total,talibana de la homeopatía hasta lamédula.

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Sin embargo, después de dossemanas de paz, silencio y regeneraciónneuronal, descubrí el secreto de lasbolitas troleopáticas. Y es que...tachán... tachán... no tienen nada queenvidiarle a un Lacasito.

Era agitar el frasquito mágico encuanto el polluelo tercero abría el buzóndispuesto a regalarnos un alaridodesgarrador, y lo único que salía de suboca era la lengua. En silencio y con unasonrisa.

Les confesaré que me hice con unarsenal de glóbuli. Al principio inclusopreguntaba para qué eran, pero habiendocomprobado que saben todos igual y que

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carecen por igual de efectos secundarios—y primarios—, los empecé a comprarde manera indiscriminada.

Por si a alguien le interesa sabercómo acabó esta historia, si acasovolvería a hacerlo, le diría que no.Porque al niño lo mantuvimos a rayadurante unas semanas, sí, pero luego selas cobró con intereses cuandodecidimos cortar por lo sano su adiccióna los Lacasitos de farmacia.

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CAPÍTULO 66

Por la boca muere el pez

Hace unos meses, mientras preparabalas maletas para irme a Madrid con losniños, tuve una revelación aterradora:

Mi madre me va a matar.Por nada del mundo piensen que

exagero, que la conozco como si mehubiese parido y sé de lo que hablo. Esmás, yo sabía que estaba jugando con

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fuego y que, tarde o temprano, acabaríaachicharrándome. Mi madre, no elfuego.

Todo empezó en el 2008,temporada arriba, temporada abajo.

Aquí la que escribe, agotada trasaños de españolizamiento domiciliariointenso y habiendo coronado cumbresnada desdeñables —tales como el aseodiario y la vacunación reglamentaria—,se dejó llevar por sus circunstanciasgeográficas mierdapuebliles y sucumbióal teutonismo.

Fue algo paulatino, no se crean. Loque no tengo muy claro ahora es si fuedel todo involuntario.

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Y es que verán, un día acabé tan tantan hasta las gónadas de todo, que noplanché.

Juro por Gott que fue sinpremeditación ni alevosía. Un díasimplemente doblé la ropa y la guardé.Tal cual. Y lo peor fue que, al contrariode lo que en secreto deseaba, no seacabó el mundo. Ni amago hizo siquiera,el muy jodío.

El resto, como se podrán imaginar,vino rodado. A la plancha le siguieronlos calcetines con borlas, después eljabón lagarto y así sucesivamente. Miseñora madre se debate desde entoncesentre el hostigamiento telefónico y elasumir que su hija es un desastre; pero

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como a Madrid yo llego siempre enmodo retoña pródiga (muy) necesitadade peluquería, se suele contentar conalguna mirada asesina y el español desus nietos.

Y fue precisamente por esto por loque tuve constancia de mi inminentedegollina.

No se vayan a pensar que los niñosno hablan la lengua quijotera, no. Lahablan, la cantan y la gritan; y sudor ylágrimas me ha costado que lo hagan.Pero, sería el aburrimiento o el carácterdemoníaco que al poder se le atribuye,el caso es que el tema lingüístico se mefue de las manos y una semana antes de

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irnos tuve que poner en marcha unaoperación urgente de adiestramientocastellano.

El Mayor, dejado de la oreja de sumadre, había ido perfeccionando durantelos meses anteriores un acento de guiricervecero a todas luces injustificable.Pensando que aquello era pan comido yque con una sesión intensiva de Disneyestaría la cosa controlada, el día antesde embarcarnos a la capital me loencontré con un deje entre canario yvenezolano de aúpa. Cuando me recibiócon un «hase un día delisioso parapasear, ¿no crees, mamita?», visualicé

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ipso facto a mi padre, vallisoletano depro, hiperventilando por sus genesdesperdiciados.

Destroyer, por su parte, estabataaaaan gracioso diciendo cojonito enlugar de conejito que no quisimoscorregirle y ya no hubo manera de quese bajase de la burra. Enseñarle a decirniña en vez de grgrgrandesss tetas,entre otras perlas cultivadas, me costóhoras de diálogo besuguero y alguna queotra corroboración —ignorada, eso sí—de estar sembrándole el preludio a unabipolaridad galopante.

El del Rizo, tercero en discordia,era el que menos me preocupaba.Reconozco que tenía un registro fonético

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envidiable, pero aparte de los clásicos yesperables mamá, no-quero y autobús,el niño no hablaba y, por tanto, nosuponía amenaza alguna para miintegridad física.

O eso pensaba yo hasta que miquerido teutón, oportuno que es él, y trasencontrarme una tarde en modoconquistador inflexible, se sintió en laobligación moral de iluminarme.

Resulta que el no-pe-les-chessssque bramaba el angelito cuando sushermanos le levantaban la mano, era suversión aniñada de mi tan manido ¡no ospeléis, leches!

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Y que su graciosísimo mo-va-yo-essss cuando le desvalijaban susjuguetes, correspondía con pasmosaexactitud a mi ¡como vaya yo, veréis!

Y que su sentidísimo aorta-cholagrimeante no expresaba más que midesesperado ¡un día cojo la puerta y memarcho! que, dicho sea de paso, sólo heusado en circunstancias extremas (o esocreo).

Así pues me embarqué con losovarios encorbatados, sin saber sivolverían a saber de mí en mi estimadomierdapueblo. Si mi ajusticiamientosería por cuestiones lingüísticas

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generales o del pequeño en particular nolo tenía todavía muy claro cuandopusimos los pinreles en Barajas.

Por suerte, las palabras que mispolluelos pronuncian con un dejecastellano que ni el mismísimoConstantino Romero son Cocido,Croquetas y Abuela, así, con mayúsculasy chiribitas en los ojos. Yo, por miparte, había infravalorado el poder delas glándulas salivales de mi madre. Ytodo lo que se perdona cuando se echamucho de menos.

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CAPÍTULO 67

Culo veo, culo... veo

Tener varios hijos es una de las muchasy variadas fuentes de frustración yculpabilidad en la vida de toda madre.

Yo misma, que he podidocomprobar que el amor de Mutter semultiplica a medida que van naciendo

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receptores del mismo, les confirmoigualmente que la entrega y el cuidadose dividen sin remedio.

Pasar de correr a urgencias por ungrano en el culo a retirar puntos desutura cejil con ayuda de las tijeritas delas uñas es cuestión de unos años y unospartos, créanme.

Y créanme también si les digo queahí estarán abuelos, tíos, primos yvecinos para señalar ese racionamientopragmático de histerismo materno ybautizarlo con el terrible apelativo de...tachán... favoritismos.

Sin vergüenza ni decoro —ni apegoalguno a su integridad física, por cierto—, el mundo entero nos recuerda a las

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madres lo injustas que somos. Porque elmayor se lleva todas las broncas, elpequeño todos los mimos y, en caso dedarse imparidad, el mediano, pobrecitomío, no se lleva nada.

Corren ríos de tinta y teorías variassobre la miserabilidad de los medianos.Y en todas ellas son condenados, parapavor parental, a una vida de tormento,traumas dispares y frigidez emocional.Claro, con esas infancias solitarias,heredando bodis de uno y expulsado delcochecito por el otro, ¿qué otra cosa sepodía esperar? ¿No?

Los cojones.Para que se enteren, los medianos

viven como Dios.

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Si no me creen, pregúntenle aDestroyer si está descontento con suemplazamiento en la línea sucesoria. Lesdirá que no, claro, porque el niño detonto no tiene un pelo y domina a laperfección el arte de hacer siempre loque le sale del huevo y, gracias a lacooperación fraterno-jocosa, llevarsesólo un tercio de la bronca. Como Dios.

El procedimiento es simple, aviso.Consiste, básicamente, en poner enmarcha la gamberrada que le apetece enese momento, contagiar al Mayor conuna risa diabólicameloestoypasandoquetecagas e invitaral pequeño, por naturaleza deseoso de

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pasatiempos que no incluyan el collejeosistemático de su mollera. Y les adviertoque siempre se sale con la suya.

Como toda muestra requiere unbotón, les ilustraré con un broche el tipode escaqueo maquiavélico al que merefiero. El suceso en cuestión ocurrióhace unos meses, cuando mi tormentomediano se encontraba en una peculiarfase de su saludable desarrollopsicosocial, conocida entre las contritasmadres como fase exhibicionista.

Durante un porrón de semanas, laobsesión de Destroyer consistió en ladivulgación de su pito, su culo y lasgrandes tetas de toda fémina que se lecruzase por delante (ya fuese la

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quiosquera o mi madre). Por suerte paramí, el Mayor —que debe de estar apuntito de empezar a crecer por partes yconvertirse en lo que se conoce comoadolescente común— no solía entrarleal trapo cuando de espacios públicos setrataba; y el pequeño, por muy divinoque lo tenga, aún llevaba a todas partesel pandero envuelto en celulosa.

C’est la vie y gallifante para mí,pensé con la maldad propia de unamadre con razón. Una maldad que, porsupuesto, me tuve que tragar. Entera ysin masticar.

Después de uno de mis viajes-suicidio en solitario con los tres,conseguimos aterrizar sanos y salvos a

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las 11.30 en el siempre eleganteaeropuerto muniqués. Como decostumbre, previa entrega de séquitoinfantil al padre que los fecundó, medirijo a recoger bártulos propios ydisfrutar unos minutos del silencioaeroportuario. Nada más cruzar lapuerta, diviso a mi consorte apostado enel coche y hablando por teléfono. Debíade ser una conversación importantísimade esas de sábado por la mañana,porque el muy padrazo no se habíapercatado de la horda de taxistas rientes—vale, serían dos o tres— queseñalaban el vehículo y le silbaban alorden.

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Yo sí me percaté, claro. De eso yde los dos culos y un pañal asomandopor la luna trasera del Touran. Y les juropor Gott que, si no llegan a pesar tantolas maletas, le tiro una a la cabeza.

No hará falta explicar que, por estavez, a cada niño sólo le correspondió untercio de la mitad del rapapolvo total.La otra mitad se la llevó entera su padre.Y otro entero por descojonarse.

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CAPÍTULO 68

It’s very difficult todo esto

Uno de los primeros sopapos derealismo que se llevan los Pepes cuandollegan a Alemania es que aquí, mirenustedes por dónde, se habla alemán.

Me consta que a muchos estaafirmación les chocará y que los habráincluso tentados de no creerme, pero les

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juro por Gott que es la pura verdad.Palabrita.

Siento decirles que esos rumoresque tan jovialmente campan por lageografía española anunciando lasupremacía teutona, su mordernez, suopulencia y universalismo, tienenerratas. Y que Alemania, por muymotorizante que esté ahora, no compartesaco con sus vecinos escandinavos.

Aquí, a no ser que sean ustedesingenieros supermolones en Siemens —y vivan en la oficina— o tengan una floren el culo, van a tener que aprenderalemán.

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No crean que es porque susparlantes le tienen especial apego a sulengua, qué va, que en algunas zonas lapatalean sin clemencia ni recato; sinomás bien porque, por estos lares, elinglés brilla por su ausencia.

Que sí, que sí, que ya sé que enEspaña todos tenemos nivel mediotirando a regulero y que nos defendemosmore or less o, si me apuran, más bienless que more. Pero no se vayan apensar que en las Teutonias la lengua deShakespeare sale más airosa.

La jerga de Goethe tendrá muchasdeclinaciones, verbos disueltos ytenderá a agrupar un porrón deconsonantes, no digo yo que no, pero su

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dificultad no garantiza el correctoaprendizaje de otras menoscuadriculadas; y mucho menos cuandoéstas están plagadas de falsos amigos.

O ya me dirán ustedes si el teutóncomún, cuando declara «I becomespaghetti» en un restaurante, no semerece una réplica a la altura de nuestopresi, del tipo «¿no it’s very difficulttodo esto?».

Lo que ocurre, sin embargo, es quelos alemanes sí creen que hablan inglés.No porque lo estudien desde la cuna ovean películas sin doblar —lo que nohacen, por cierto—, sino porque no

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germanizan los anglicismos, ni losnombres británicos cuando parloteanentre ellos.

Verán, un español hablando con suamigo de Alcorcón —o por la radio, latele, o dondequiera que se le escuche—siempre dirá sangüich, espíderman yFAQ. Y se quedará más ancho que largo.

Un alemán no, nunca. Siendo fiel asu fonética, en teoría tendría que hablarde sanfij, spiderrrman y FAK; pero,como ya les he dicho, aquí son muymodernos y hablan inglés, y ya seahablando con uno de Alcorcón, deMúnich o de Londres, siempre diránsenduich, spaidermen y ef-ei-quiu.

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Con esto quiero decir que cualquieribérico no pedante y poco intenso serápropenso a la burla y acomplejamientopor germano, sin que importe dónde seencuentre y en qué idioma hablen. Y esque impresiona que no vean estarescuchando una conversaciónanimadísima sobre un tal Pop-ai y dartecuenta al rato, más o menos cuandollegan a la parte de las espinacas, de queestán hablando de tu Popeye de toda lavida de Dios. Uno pensaría —y conrazón— que menudo nivelazo deben detener estos rubiales si, hasta en su mástierna infancia, se evadían en english.

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A estas alturas de mi germanaaventura, ya no me deslumbra subritánico intercalado; no obstante, memolesta un huevo que se carcajeen a micosta trampeándome a veces, cuando elvino me subyuga, para que les recuerdecómo se llamaba ese actor de talpelícula, o qué marca de coche conducíaeste otro en la de más allá. ¿Cómo? ¿Aver? Repítelo otra vez.

Ja, ja, ja, qué cachondos, ¿verdad?Yo sonrío, claro, me sumo al

jolgorio y me troncho con naturalidad.Pero sepan que me río mucho más,aunque interna y desapercibidamente,

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cada vez que visitan tierras cálidas y sepiden con la comida una majú bienfresquita.

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CAPÍTULO 69

Positivismo

El gentío, real y virtual, suelepreguntarme por el secreto de misupervivencia cerebral y aclimatacióndicharachera en el mierdapueblo.

Y yo, que entiendo perfectamenteque después de cuatro años en el culendel mundo mis planes de perpetuidad

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por estos lares generen estupefacción eincógnitas a tutiplén, soy tan maja que selo voy a revelar.

Les sugiero que rebajen susexpectativas y no esperen de mí recetasmilagrosas. Que yo sepa, hasta elmomento no ha sido combinado remedioquímico a tal efecto, ni en Vipsencontrarán manual punsetiano algunoque les adiestre sobre felicidad agrariaen doce pasos. Y no, el Maromen no metrae flores a diario.

El clavo ardiendo de mi resistenciamental en esta pequeña aldea germanano es otro que el positivismo sin mesura(y las tartas, vale).

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¿Que no hay peluquería decente envarios kilómetros a la redonda(concretamente hasta pasada lafrontera)? Kein Problem, ¿no hace unfrío de narices y hay gorros ideales?

¿Que son las cinco de la tarde y yaes noche cerrada? ¡Mucho mejor! ¿Nodicen que el sol es malísimo para la piely que te acentúa las arrugas?

¿Que tienes a tu madre lejos? Unapena, sí, pero ¿no sería pelín cargante yuna amenaza para tu estabilidadmatrimonial que viniese a reorganizarteel salón todos los domingos?

Ya lo ven, a vueltas de tortilla aquípersevero; y debe de ser que soy un ratoconvincente, porque algunas me las he

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creído a pies juntillas. Sin ir más lejosesta última, la de la madre española tipo—la mía—, sofocante e intensa todaella, obcecada en redecorarme la vida yarrastrarme a la peluquería.

Adentrarme en sus dominios,garbosa y sin recelo, es un arte que heperfeccionado a lo largo de los años:que si la ropa estaba planchada pero hallegado así por la maleta, que si losniños se han vuelto a cortar el pelo ellossolos, que si a mí se me ha roto elvaquero ahora mismito en el avión...

Más difícil, eso sí, es cuando ellase persona en los míos. Un año enteropara desaprender modales ibéricos dapara mucho, no lo subestimen; y es saber

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que vienen los agüelos y entrarme untembleque de hija desleal que ni seimaginan.

Durante los cuatro días que suelendurar sus visitas mantengo bienagarraíta mi dignidad de adulta yparidora de tres y procuro no inmutarmeante los interrogatorios sobre elparadero de la televisión, los juguetesde plástico o una cómoda con marquitos;respiro hondo antes de informar sobre laimperiosa necesidad de descalzarse enla puerta, sobre todo en otoño; meesfuerzo por no perder la calma durantela enésima aclaración de reparto basuril

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por colores, formas y sabores; e intentojustificar dulcemente por qué el grifo nose deja abierto lo que dure la fregada.

Sería un pelín cargante y unaamenaza para mi estabilidadmatrimonial que viniese a reorganizarmeel salón todos los domingos, ¿verdadque sí?

Mas luego resulta que precisamenteesa intensidad española y esas ganas deadecentarme la existencia son las quemeten una gallina al vacío en su maleta.Justo al lado de la redecilla para losgarbanzos y el chorizo de Cantimpalos.¿Se imaginan un cocido madrileño de sumadre en el culen del mundo?

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Eso, y un congelador lleno detuppers de lentejas, no hay positivismoque lo arregle. Y yo ahora me voy a leera Punset, a ver si me da fuerza o algo.Snif.

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CAPÍTULO 70

Donde las dan, las toman

Hay cosas —por peligrosas— con lasque uno no debería jugar nunca; comopor ejemplo el fuego, una embarazadasin desayunar o los sentimientos delmaromen.

El primero te puede quemar, lasegunda morder y el tercero... conocertemejor de lo que tú pensabas.

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Ruego no se me tache ahora depérfida sin sentimientos, que el órdagoestaba más que justificado. Al parecer,en esta casa la única que padece deempatía crónica y se pasa el díaprocurando incrementar la dichadoméstica soy yo. Y no es justo.

Que si uno prefiere el chupete azul,que si a otro le gusta la comidatemplada, que si el de más allá sóloduerme bien con su edredón decojonitos, que si el más grande seinclina por las películas de macizascombativas... y un larguísimo etcétera.

¿Y yo qué?, pensarán ustedes; y loharán con toda la razón del mundo.

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Porque yo, que estaba llena deambiciones y creía tener las ideasclaras, ya no me reconozco: pienso enañil, como del tiempo, no compro nadaque no lleve un conejo zurcido y LaraCroft se ha convertido en mi ideal demujer. Deprimente.

Pero entonces llegó el fútbol a mivida y el muy mamón quiso quedarse.Yo, que siempre he renegado de estedeporte, que sólo me interesa cuandojuega España contra Alemania —y sólocuando gana la patria—, me encontré unbuen día con un escolar aficionado ycabezota, blandiendo exigente loshorarios de entrenamientos y partidos.Acabáramos.

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A mi favor diré que fui aplicada ycomplaciente. El niño fue llevado,animado, recogido, consolado yfelicitado todos los miércoles y algunossábados desde el inicio del curso. Pormí, claro, que al Maromen eso del fútbolno le interesa y según él su madre nuncale compró una pelota. ¡Ja!

Entenderán pues que cuando se mepresentó una oportunidad paracontagiarle algo de empatía doméstica ami consorte no pudiese negarme, ¿no?

Resulta que el entrenador —unpedazo de turco de segunda generaciónrecién separado y cuya visión enchándal, me consta, es una de lasrazones por las que las Übermutter

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siguen con pasión los entrenamientos desus polluelos— hace un tiempo me citópor equivocación a siete pueblos deaquí para un partido. Un sábado a lasocho de la mañana. Supongo que para nomorir lenta y dolorosamente a manos deuna madre desquiciada, me sobornó conun café en el descanso.

Bocazas que es una, cuandollegamos a casa le relaté al Maromennuestra aventura, café incluido. Él, denatural horchatoso, me sorprendió conun retintín celoso al preguntarme si erasimpático el entrenador ese.

Y yo le dije que sí, que mucho. Y lasemana siguiente que con los niños es unencanto, oye. Y la siguiente que, fíjate

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tú, creo que le gusto un poco.Rodada me ha salido la jugada,

pensé el siguiente miércoles mientrasdespedía a la división masculina alcompleto de mi hogar. Se acabó elfútbol para mí.

Feliz cual perdiz empecé a hacerplanes de futuro, asignándome para esosdías la manicura, un baño con sales y lalectura del periódico.

Bien, pues fui gilipollas integral. Ala pregunta de qué tal cuando regresaronal nido, mi señor marido me dijo queguay. G-u-a-y. ¿Guay? Sí, guay. Estabala madre del italiano, esa bajita tanguapa, ¿sabes quién es? Pues es muysimpática.

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Y ya. A mí no me hace falta nadamás. Ya se imaginarán quién se haquedado los miércoles sin manicura, sinbaño y sin periódico, ¿no?

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CAPÍTULO 71

El secreto

Uno de los muchos quebraderos desesera que me acarrea esto de laeducación bicultural es el tema de losrepartidores mitológicos de regalos ychucherías.

Más de seis años llevo intentandogestionar cesiones y arriendos pacíficosentre rivales imaginarios, ampliando

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crónicas y planteando cuestiones delogística; todo para proteger lainocencia infantil y tener las Navidadesen paz.

Y lo estaba consiguiendo, no secrean. Este año el acuerdo ecuménico —si bien se sostiene por los pelos—parecía satisfacer todos los requisitosalemañoles con bastante dignidad.

Nikolaus claro que se va derechitoa España nada más salir de lasTeutonias; pero como va andando, llevala mitra esa incomodísima en la cabezay el pobre está ya mayor, jamás consiguepasar de la Costa Brava (donde sequeda a pasar el invierno y a cuidarse elreúma, por cierto).

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A todo esto, Papá Noel es el primode Nikolaus, y de ahí que se parezcantanto. Pero Noel es mucho más joven y,sobre todo, más moderno, por eso tieneun trineo molón volador y se hace variospaíses en una noche. El problema es queaquí en Alemania hace un frío depeloten y, por esas fechas, además, hayriesgo de ventisca; así que, como enesas condiciones andar por ahí volandocon prisas a merced de unos renos decasa en casa es muy peligroso, por elnorte le releva el Christkind, que llevalas alas incorporadas y además es rubitoy camuflable.

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La falta de Reyes Magos, noobstante, me estaba resultando hartoembrollada de justificar; sobre todoporque, viniendo de Oriente, Alemaniales pilla mucho más de paso que la casade sus agüelos en Madrid, ¿no?Entenderán ahora mi alegría y regocijocuando, las pasadas Navidades, meencontré en el periódico con que elOber terrenal del protocolo navideñoafirma que creíamos mal y que el tríosoberano es de Huelva.

«Cojonudo —pensé—, heconseguido salvar a los Reyes.»

Y ansiosa andaba yo aquellos días,esperando alguna preguntita de esascojoneras del Mayor para poder

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encasquetarle un discurso sobre elentorno climático del camello común ysu poca tolerancia a la rasca teutona,cuando me salió por un sitio totalmenteinesperado.

A saber, que tres amigos suyos delcole afirman rotundamente la falsedadde obispos, angelotes ajesusados ymonarcas orientales. Que son lospadres, dicen.

Ojiplática y espeluznada, sólo atinéa apuntar: «Ah, pues yo desde luego queno soy.» «Pues entonces serán losabuelos», me contestó el mamonazo.

Terriblemente afligida, decidícomentar el asunto con Maromen, a versi juntos conseguíamos elaborar una

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estrategia de reencantamiento infantileficiente. No se imaginan cuán amargafue mi sorpresa al conocer la teutonatradición de pragmatizar a los niños loantes posible.

«¿No va ya solo al colegio? ¿No sehace la cama por las mañanas? ¿No estáaprendiendo a leer? ¿A sumar? ¿Apensar? Pues ya es hora de que deje decreer en fantasías disparatadas, mujer,que ya tiene una edad.»

Mi gozo en un pozo. Ni dos horasde batalla dialéctica consiguieron bajaral Maromen de la burra; y miren que leeché en cara argumentos de peso, como

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su fe ciega en falacias más actuales talque el Estado del bienestar de suquerido Land. Pero ni con ésas, oigan.

Con lo que, empero, mi queridomarido no contaba era con mi legadocultural, ese que me ordena que por mihijo MA-TE. Así que, viéndome sola enla lucha por la ingenuidad de mi niño,eché mano de mi dilatada experiencia envolteamiento de tortillas y me dispuse aplanificar el asesinato de unas cuantasreputaciones.

Como quien no quiere la cosa,aproveché una noche que me tocabanencamamientos y volví a sacarle el temaal aplicado escolar. Cuando me volvió aexplicar eso de que sus amigos habían

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descubierto la verdadera identidad delChristkind por irrefutable pillada aprogenitor dádivas en mano, supe quehabía llegado el momento. Primerísimode todo le confirmé que sus camaradasdecían la verdad; y, una vez embolsadasu confianza, le expliqué que, cuando losniños se portan muy mal, la única magiaque les trae regalos es la del dinero. Desus padres, concretamente.

Además de la ilusión navideña,ahora compartimos un secreto. Lo queno sé es cómo de apaleada saldrá mireputación cuando descubra el reengaño.

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CAPÍTULO 72

¿El huevo o la gallina?

Hace ya un tiempo, en los albores de midesintegración cerebral, leí en algúnsitio que las mujeres que tienen sólo unhijo están mejor de la azotea que las quetienen dos; y las que tienen dos mejorque las que tienen tres y así en sucesivo.

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Vamos, que el número de hijos esinversamente proporcional a la firmezasesera de la madre que los parió (y a ladermatológica también, por cierto).

Lo que el relato de marras noespecificaba —o sí, no olviden que yoya tengo tres— es si la locura de lamoza era de serie o si acaso prosperabacon cada horneada infantil. O lo queviene a ser la perpetua incógnita delhuevo y su gallina de toda la vida deDios.

Díganme ustedes, ¿estaba yo así demal ya antes de pasar por el paritorio?(Inciso: la opinión de mi madre essubjetiva y no tiene validez alguna eneste asunto.) ¿Supuso Destroyer un punto

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de inflexión y desplome en mi armoníainterior? ¿Eran las voces igual depesadas antes de nacer el del Rizo?

Estas y otras cuestiones de índoleemparentada me atormentanocasionalmente. Pero en épocasinvernales en las que la nieve, el frío, elviento y el tajo del Maromen conspirancon éxito para recluirme durante horasen pueril compañía de tres, pasan aconvertirse en obsesión enfermiza.

Hacerle vudú mental a la profesoradel Mayor a la par que explico concandor la técnica de la sustracción porenésima vez requiere el funcionamientode personalidades autoexcluyentes deforma simultánea. Si a esto le añaden

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una reprimenda contundente al del Rizopor atornasolamiento de paredes, sontres identidades y dos de ellas en vozalta. Si además resulta que losrotuladores del delito son de Destroyery éste quiere reconquistarlos por lafuerza, no queda más remedio queinvitar a la personalidad consolante parael herido, redirigir la amonestación alhiriente y tratar de suplicarle consosiego al primogénito desatendido quese espere un momentito. Todo esto a lavez; en tandas de diez a quince minutos;cada tarde durante semanas.

Me entienden, ¿verdad? ¡¿Verdad?!Pues bien, creo que he resuelto el

enigma.

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Fue sin querer queriendo, comosuelen pasar estas cosas, que ya medirán ustedes si una escapada deconsumismo navideño con el Maromen yel Mayor a la metrópoli, en plenaventisca del infierno, les parece unentorno apropiado para revelacionesmetafísicas.

No, claro que no lo es. Porque nospasamos el día patinando de tienda entienda, cargados de cajas y bolsas, conuna hora para comer y mucho tráfico pordelante. Y el niño —que no mepregunten por qué tipo de asambleapedagógica se le cerró ese martes elcolegio— pisándonos los talones. Sinrechistar; ni llorar; sin piruetear por el

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restaurante; sin despedazar adornospurpurinosos, ni desvalijar acicaladosabetos; sin pañal, ni chupete, ni siesta.Un deleite de mesura y discreción todoél.

A mí, por mi parte, no me habríanreconocido: peinada, sin gritar niamenazar, sin chorretones en la ropa,con el bolso libre de galletas. ¡Unprimor de mujer! ¡Un ejemplo desosiego maternal!

Pero esa dama expiró; exactamentediez minutos después de recaudarle losotros dos a su abuela.

He vuelto a ser la calamidadanímica de antes. Aunque más sabia, esosí, no olviden que resolví el enigma de

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la demencia materna:Señoras, ya sé que huelen muy bien

y tienen esos piececitos, pero... plántesequien pueda.

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CAPÍTULO 73

Igual-da

Tener un hijo es una granresponsabilidad. Tener tres, una locura.Que los tres te salgan testiculares es, lomiren como lo miren, castigo divino.

No sólo porque sean más brutos,más movidos y te vayan a abandonar poruna lagarta cualquiera, que también, sino

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porque como madre, como mujer, suadiestramiento en la equidad genéricadepende de ti y sólo de ti.

Gracias, Freud, que te den.De naturaleza idealista y bastante

cojonera, con tesón y esmero batallo adiario por un empate genérico en nuestraarmonía familiar. Y no se crean que estásiendo fácil, oigan, que mis rorros seránmuy cafres, pero de un sutil que ni seimaginan.

A la espera de su erupciónsemántica, empecé por los juguetes.Nenucos, cochecitos y una cocinitamonísima se dividen nuestro espaciocon tractores, balones y helicópteros, enestricta paridad de condiciones. El

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apelativo de niña se tolera únicamentepara designar al correcto usufructuariode los tampones; por seguridad más quenada.

Les parecerá esto baladí y deaplicación tirada, y no seré yo quien selo niegue. Al fin y al cabo, un juguete esun juguete y lo van a ignorar decualquier forma.

Mas mi principal obstáculo, en estamisión de sexual equiparación que mehe encomendado, es la vida real.

¿O conocen ustedes a muchasparejas que vivan en asociación? Yodesde luego que no. Conozco, eso sí, apadres muy serviciales, puntualmenteauxiliadores y estupendos

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colaboradores; y a madres natas, quedominan el difícil arte de la delegacióny los preceptos eficaces; pero auténticasasociaciones igualitarias, pocas, tirandoa ninguna. Ni siquiera la mía.

Nuestro particular caso tiene,además, un problema añadido; y es esamala fama que ostentan tanto el ser amade casa como la media jornada.

Años llevo bregando con unespécimen de adulto masculino común,de esos que esconden los calcetinesdebajo de la cama o depositan el pañalsucio al lado de la basura; con unamentalidad femenina obtusa, la teutona,de las que cuando comentas que quieresvolver a trabajar, te contestan que para

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qué quieres limpiar otros baños,teniendo ya el tuyo; con tres polluelosque entienden el quedarse en casa comoenfermedad o vacaciones, y como yo notoso...

Entenderán pues que hayamomentos, días, semanas enteras que melleven los demonios y me consuma larabia. Y que sea justo este corajeapasionado, que muchas veces eleva ungrano de arena a una montaña, el que enocasiones haga todo lo contrario.

Pero ya me dirán qué le contestan asu hijo de seis años cuando pregunta sisu padre es más listo que usted. Que no,claro. Pero ¿qué pasa si le pregunta quepor qué él es jefe en un Büro y usted no?

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¿Y si, además, la pregunta le pillapescando calcetines debajo de la cama(doce, para ser exactos)?

Pues que estalla, claro, y leregurgita una argumentacióninfantilizada sobre la masculinidad delpoder, la autoridad del pito en lasociedad, sobre la desigualdad deoportunidades, de salarios y hasta delibertad social. Porque tu padre tienepito y el mundo es injusto, vamos.

De inmediato recuperé lacompostura, no crean, que una estarátrastornada pero el norte no se pierdetan a la ligera; sobre todo si el pobreinfante la observa ojiplático y algoazarado. Así que, dulce y amorosa de

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nuevo, dispuesta a calibrar el alcance demi airado discurso, tuve a biendisculparme primero y preguntardespués:

—¿Has entendido algo de lo que hedicho?

—Eeeeh... no mucho, mamá... —respondió él—, porque yo también tengopito y la jefa aquí eres tú..., ¿no?

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CAPÍTULO 74

De umbrales y fronteras

Tengo una noticia que darles y no sé pordónde empezar.

Bueno, sí, por el principio, claro,que es que yo me he pasado añosnegándome a ver lo evidente.

Verán, resulta que Maromen esespañol. Y a mucha honrrra, me dice.

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Hasta hace poco estuvehaciéndoles el vacío a los indicios, queiban desde el descojone general cuandole presentaba como alemán, hasta eldesgañitamiento absoluto cuando lojuraba por Gott. Y es que es verdad quemucha pinta de teutón no tiene.

Empezando por su pelo renegrío,su nariz aristotélica y una perturbadoratendencia al cañí en los meses estivales,el padre de mis polluelos podría pasarperfectamente por el hijo de Manolete.Es más, no hay verano en las Hispaniasque no tenga que desmentir elparentesco.

Pero a pesar de esto, yo siempre lehabía creído de alma germana.

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Esa manía de mezclar zumos conagua, las reprimendas por embucharmeel embutido sin pan, esa sujeción detenedor, la ausencia de pan en lascomidas..., todo apuntaba a un ejemplarordinario de teutón común.

Pero, sobre todo, lo que más mereafirmaba en mis pesquisasgenealógicas era su estoicismo ante losachaques varios y su fe ciega en latroleopatía y demás remedios abueliles.Desde que le conozco, Maromen sólotoma tés varios y bolitas condenominaciones sobrecogedoras cuandoestá krank.

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Y además intenta proselitizarme. Amí. Que vengo del país del Gelocatil deun gramo y los antibióticos regalados.Sí, a mí.

De exagerados nos ha tachado a losibéricos los casi ocho años quellevamos conyugados. Tiempo durante elque, por cierto, ha estado batallando sinpiedad contra cualquier manifestaciónllorosa o sofá-manta de misindisposiciones.

Hombre, yo no les voy a negar quemi naturaleza sensible me hace a vecesinclinarme hacia el engrandecimiento dealgunos síntomas, y que más de un dolorde cabeza no era tal sino extenuaciónextrema y pocas ganas de verbena; pero

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de ahí a ignorar mis doloridos riñonesgestantes o mis episiotomías hay unpaso. En falso.

Mas la vida te da sorpresas,sorpresas te da la vida, y un otoñaldomingo nos dio una detrás de otra. Laprimera de todas fue el monzón, que nospilló desprevenidos aquí tan lejos de laIndia; después fueron unas rocas deljardín de mis suegren, que llevan ahítreinta años ignoradas pero que habíaque mover ese día o se acababa elmundo; más tarde fue una de esas rocas,que se puso juguetona y le dio porhacerse la resbaladiza; y la última fue la

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mano del Maromen, que se metiórápidamente debajo del pedruscodurante la caída.

El resultado fue un dedo corazónfracturado por tres sitios y dos puntos desutura. Y una receta de ibuprofeno de400.

Han leído perfectamente: fractura,sutura, ibuprofeno de 400. Alemania.

Mis dotes de enfermera serena,pulidas con fervor por los polluelendesde hace ya muchas primaveras, memantuvieron diligente al pie de la tetera.Y así estuvimos dos días enteros, hastaque mi sufrido germano no pudo más y

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estampó los glóbulis en el retretesuplicándome que saliera en busca deuna farmacia.

—No hace falta, cariño —letranquilicé amablemente—, que yo tengofármacos de ésos, de cuando di a luz.¿No te acuerdas de que me los dieronpara los dolores derivados?

Y ahí que empezó a prepararse elHerr, envalentonado ante esaextraordinaria coincidencia entrenuestras recomendaciones analgésicas yla equivalencia soñada por cualquierhombre entre un parto y cualquier cosaque le pase, a golpearse el pecho y

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soltar un lamento histérico y —ahora sí— justificado, cuando le entregué lamitad de una gragea.

—¿¡La mitad?!—Sí, cariño, la mitad.—¡Me muerrrrrrrro! ¡Dámela

enterrrra!—Cariño, en la receta pone de 400.

Los que yo tengo son de 800; y sí, esporque dolía el doble.

Sin compasión alguna les informode que no tardó más de veinte minutosen implorar la otra mitad. Y que, antesde entregársela, le hice jurar que nuncamás me cuestionaría un quejidomenstrual. Hua hua hua.

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CAPÍTULO 75

¿De dónde vienen los niños?

Vivir en Alemania es, para mí, un retoperpetuo.

Sortear según qué obstáculosculturales y protocolarios me mantieneen forma el intelecto y me proporcionaun montón de excusas legítimas paradiscutir con mi Maromen cuando estoypremenstrual.

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Sobre todo cuando de educar a losfrutos de nuestro amor se trata. Porquees que, verán, como aquí la letrada soyyo, me toca lidiar a mí solita con lainstrucción teórica de los polluelos. Élya se los lleva a cortar leña, dice eltraidor.

Pero no se vayan a creer que es queme desagrada esto de la pedagogíaespeculativa casera, no, que con lo queme gusta a mí pegar la hebra y viviendoen el país de las formalidades y laracanería verbal por excelencia, laoportunidad me venía de perlas.

Serán unos repelentes adorables,frotábame yo las manos, unos feministasinstruidos, los mejores de su clase.

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Contestaré a todas sus preguntas yjugaremos al Trivial. Leerán a Kant ydiscutirán sobre política sin insultarse.Un primor de niños, los yernos máscodiciados, y todo gracias a mí (y a mipadre, que a bien tuvo pagarme lacarrera).

Con lo que, empero, no habíacontado yo entonces era con misensibilidad desmesurada y mis nerviosdelicados. Que yo parloteo mucho y congusto, sí, pero hay temas y coyunturas enlas que más guapa estaría calladita. Meviene de lejos, no crean, que ya desdepequeña soy proclive a meter la pata y atomar derroteros discursivos un tantoanómalos y perjudiciales.

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Para que se hagan una idea, les diréque un día, en pleno borboteoadolescente, me armé de valor y leconfesé mi pasión al platónico amor queme amargaba esos días por sms. Sinperder la dignidad, eso sí, que losoberbio no quita lo valiente. Veinteminutos de monólogo después,convencida de haber evidenciado conclaridad mis intenciones de inauguraruna relación formal, le pregunté alafectado que qué pensaba. ¿Quierensaber qué pasó? Pues que me abrazó. Yme dijo que consideraba un honor ser elprimero al que notificaba mi cambio deacera.

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Ésa soy yo cuando me pongonerviosa, para que vean.

Así que imagínense mi jeta cuandoel Mayor, con sus cinco años reciéncumplidos y en un alarde de amnesiafraternal, apareció un día por casapreguntando por la oronda panza de miamiga la Ayurveda.

Su cara de pánico al saber que ahídentro se alojaba un bebé me hizoaclararle apresurada que no era que selo hubiese comido, sino que lo tenía demimado inquilino hasta que se dignase asalir de ahí. ¿No te acuerdas de mamácuando tenía a tus hermanos en la tripa?

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Sí, sí que se acordaba, claro. Yahora, además, quería saber cómonarices hacíamos eso las madres.

Tentada estuve de recurrir a lagénesis espontánea o al Espíritu Santo,no crean, pero, tras una colleja cortesíade mi maternal conciencia, decidídepilarme la lengua. Otro día, eso sí,que ahora me pillas un pocodesprevenida.

Les juro que estuve una semanaentera dándole a la mollera, mirando enInternet, preguntando a diestro ysiniestro; hasta me hice un croquis yensayé delante del espejo. Y, cuando me

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sentí preparada, agarré el toro por loscuernos y le anuncié al niño lainminencia de la Charla.

—No hace falta, mamá —dijo él—,ya me lo ha explicado mi amigo Timo.

—¿Tu amigo Timo? ¿Y qué te haexplicado, si se puede saber?

—Pues todo eso de los huevitos,los bichitos que entran dentro de loshuevitos y se convierten en bebés y eso.

—Ah. Bueno, pues nada. Pero siquieres saber algo más me lo preguntas,¿vale?

—Vale.—Bien.—Mamá, hay una cosa que no

entiendo muy bien.

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—¿El qué, cariño?—Si papá sólo tiene dos huevitos...

¿de quién es el huevito del que ha salidoel del Rizo?

Si les digo que decidí mandarledirectamente a su padre me entenderán,¿verdad que sí?

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CAPÍTULO 76

Enajenación mentaltransitoria

El pasado 23 de diciembre, fun fun fun,pusimos los pies en Barajas, y desdeentonces apenas duermo, me acechanterribles pesadillas y la angustia y elmiedo me consumen en presencia de mispadres.

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No es para menos, les aviso, quemi madre me advirtió que esto no iba aquedar así y que, el día menos esperado,haría justicia. Aunque fuera lo últimoque hiciera en esta vida.

Mis progenitores han ignorado elaro, pero en mi defensa aduciré traumasinfantiles varios y enajenación mentaltransitoria. Y un sentido arrepentimiento.Porque yo siento mucho haber hecho loque hice; lo juro por Gott; palabrita.

Pero nada, que no, que no cuela.No ayuda mucho la cara de espanto de lamultitud ibérica a la que rendimos visitaaquellos festivos días; ni la de la gentecon la que nos cruzamos por la calle; ni

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la de los dependientes de todas —perotodas— las tiendas; ni la del camarerodel bar de la esquina.

Nos acecharon con su mirada,cuchichearon entre ellos, sonrieron contimidez y un poco de aprensión. Tambiénalucinaron, no crean, que el niñocorreteó dicharachero por los Madrilesy engulló churros como si no hubiese unmañana. Y todos los que descubrieron laverdad, sin falta, se aguantaron las ganasde plantarme una colleja; bueno, miabuela no se aguantó, no les voy amentir.

Pero díganme ustedes, bitte, ¿quéhabrían hecho en mi situación? Deverdad, piénsenlo un momento,

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enfúndense mis zapatos un instante, se loruego.

¿Qué se les habría pasado por lacabeza si hubiesen crecido ustedes conmi pelaje, nirvana de cualquier parásitoque se precie? ¿Si hubiesen sufrido cadaplaga escolar de piojos? ¿Si su madrehubiese ejercido con diligencia demamífera descendiente del simio hastalas tantas de la madrugada, pelo a pelo,noche tras noche? ¿Si hubiesenpernoctado en exceso con la cabezainundada de vinagre?

Pues que hiperventilarían —y serascarían enteritos— cada vez queoyesen pronunciar el nombre de tan

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ajqueroso animalito, por ejemplo. O quedirectamente enloquecerían a la vista deuno de ellos, ¿a que sí? ¿Verdad que sí?

Digan que sí, se lo ruego, yexplíquenle a mi madre que lo que hicees normal, que es lo que cualquiera deustedes habría hecho en mi situación.Que a cinco horas de cogerse un avión,un domingo en un pueblo de mierda acuarenta minutos de la farmacia deguardia, sin vinagre y con las maletasaún vacías, no me quedaban muchas másopciones. Que fui práctica y atajé elproblema de raíz. Que no soy peluquera,que qué se le va a hacer, pero que elpelo crece y que el que es guapo esguapo, ¿no?

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Si hay algún profesional de labarbería entre ustedes, le suplicoexplique a mi madre que las maquinillastienen su truco, que lo de la tenienteO’Neil requirió horas de ensayo y querapar la cabeza no es nada fácil, queestá infravalorado.

Sobre todo al borde del colapsonervioso, rapando sobre esquilado, queyo juraría que al Maromen le dije«rapar» y no «afeitar», pero el muymamón se lavó las manos. «Yo sólocumplía órrrrrdenes», le estuvorepitiendo a mi encrespada madre; yluego por lo bajini le susurraba «de laloca de tu hija». Que se cree que no leoía, el muy traidor.

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Vale, es verdad que él no ha tenidonunca inquilinos en la cabellera, y queyo gritaba mucho y muchas cosas, peroaun así, era de cajón que algo de pelo sepodía haber dejado, ¿no?

Menos mal que sólo cayó unpolluelo; aunque la mala suerte quisoque fuese el querubín canalla. Que sepanque no le quedó ni uno solo de sus rizosy que lució en la cabalgata una cocorotajaspeada.

El pijama de rayas, eso sí, era delaño pasado. De la misma tienda en laque mi madre me ha encargado uno a mí,para cuando me haga falta.

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CAPÍTULO 77

Desinformación

En estos tiempos de crisis que corren,estar casada con un alemán implica tenerque abogar por el diablo en más de unaocasión; y en más de dos.

Porque es que verán, señores, haycosas que los teutones no entienden.

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De natural precavidos y agarraos,consideran que los ibéricos viven porencima de sus posibilidades. Ellos ysólo ellos.

Y es que aquí se estila el alquilerhasta edades avanzadas, se paga amedias en todos los restaurantes, se salepoco y se bebe vino —barato— ocerveza. Pero, sobre todo, se asumen lasconsecuencias. Pocos son los teutonesque no pinten ellos mismos sus casas, olas limpien, o laven su coche, o vistan asus hijos con ropa de octava generación.No importa cuántos ceros ostente sucuenta corriente, si son pocos odemasiados, el germano común entiende

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que el papel de regalo se reutiliza y que,si vive en una casa, es porque su mujerpuede limpiarla.

Que en España, a pesar de sumileurismo recalcitrante —y muyinjusto, por cierto— y su monstruosodesempleo, los smartphones prolifereny los bares sigan llenos provoca ciertorepudio por estos lares; pero, sobretodo, incomprensión.

De todas formas, aviso que en lasHispanias también reina ladesinformación en lo que a dominiosmerkelianos se refiere. Porque cuandocomento en mi patria nuestra condiciónfamiliar numerosa y mi cometido laborala media jornada, el gentío suele

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imaginarme con un pomposo canicheamarrado a longanizas, una encofiadafilipina, dos Mercedes y asuetosmensuales en Malorca.

Nada más lejos de la realidad.Alemania será muy rica y motoriza elcontinente, no digo yo que no, perosepan ustedes que una de las razones desu pavoneada opulencia son sus ranciascostumbres. Si viviésemos como —seha vivido— en España, estaríamos ahíahí.

Mas no crean que me quejo, oigan,que yo en las Germanias he aprendidomuchas cosas y, poco a poco, me voyquitando del consumismo masivo yobsoleto que imperaba en mi pasado.

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Pero como dicen las sabias lenguas,menos la hermosura todo se pega y, aquíen este nuestro matrimonio, latransferencia cultural ha sido equitativa.

Aunque el Maromen no se hayadado cuenta.

Porque como buen teutón, noentiende una mierda de lo que pasa enEspaña, y era sacar el tema a colación yachacarlo todo a la especulación y alhaber vivido por encima de nuestrasposibilidades. Petardo.

Intentando explicarle sin éxito quela especulación existe desde que seinventó el dinero, y que aquí en lasTeutonias serán más prudentes pero quese da igual que en mi querida Península,

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no quise desaprovechar aquellaoportunidad telefónica de hacerle uncroquis.

Será que fue una mala época y queacabé hasta el moñen de sus continuosviajes; o que los niños estabanespecialmente pesados a esa hora deldía; o que hubiese matado por lafilipina, o por tener a mi madre cerca. Elcaso es que, cuando, después de cincodías sola con los polluelos, me llamódesde el culo del mundo para ver quétal, no me pude controlar.

—Bah, ¿y tú?—Yo bien, cansado. ¿Qué tal tú

sola con los niños?

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—¡Meeeeec! Pregunta incorrecta,cariño. La pregunta correcta es «¿cómode caro tiene que ser tu regalo?».

—Ah, klar. Entschuldigung.¿Cómo de caro tiene que ser tu regalo?

—¿Te ha tocado la lotería?—Eeeeh... nein. ¿Por?—Pues porque, en ese caso, mira tú

por dónde, resulta que estás viviendomuy por encima de tus posibilidades.

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CAPÍTULO 78

La suerte de la fea

Se dice, se cuenta, se comenta que lasuerte de la fea, la guapa la desea.

Y, miren ustedes por dónde, esverdad verdadera.

Aunque personalmente no me gustallamarlo suerte, sino gracia y salero, loque no tenía yo tan claro es si en este

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lance particular de lo que se trata es denatural equidad retributiva o instinto desupervivencia.

Tal y como está el mundo, lesparecerá esto una tontería, pero a mí esun tema que me preocupa sobremanera.Porque es que verán, yo a mis pollueloslos quiero mucho y a todos igual, perociega no estoy.

Sé que el mayor es guapo y que elpequeño volverá a serlo en cuanto lecrezca pelo; pero mi Destroyer, señores,es un tema aparte.

Siendo como es el que más se meparece, me consta que con los añosmejorará un porrón y que no tendrá nadaque envidiar a sus agraciados hermanos;

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pero, de momento y muy a pesar de surespingona naricilla y su boquita depiñón, en lo que a guapura se refiere notiene nada que hacer.

A una cocorota de dimensionesadultas y unas orejas asoplilladas,añádanle una paleta desaparecida, otrarenegría y una extensa cicatriz en elpárpado derecho. Y una risa malévola ymucha —pero que mucha— energía.Con decirles que este Halloween triunfóde Frankenstein y sólo tuve quesimularle los tornillos se harán una ideaaproximada de la facha del mediano.

Supongo que ahora entenderán miextrañeza al comprobar su supremacíasalivante entre féminas de todas las

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edades, estando como está el niñoflanqueado por dos bellezonesproporcionados y más o menoscivilizados.

Años llevo intentando desvelar elmisterio, barajando a diario infinitasposibilidades que me aclaren suirresistible atractivo más allá de mímisma, que al fin y al cabo soy su madrey me resultaron todos guapos hastarecién paridos y arrugaos.

¿Será que dice cojonito? ¿Quejuguetea con su pelo cuando estácansado? ¿Será que dulcifica la vozcuando pide galletas? ¿Que todos suspeluches se llaman «Fresa»?

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Pero nada terminaba deconvencerme. Al fin y al cabo, todo estono son más que gajes de la edad ycualquier rorro a los tres años encandilaa disparates.

Me sorprendía acuñando términoscomo karma compensativo, justiciaexistencial o equidad reproductiva yfascinada por el egoísmo del gen y elsaber hacer de la madre naturaleza.

Hasta que un día, no hace mucho,me di cuenta de que eso del karma esuna chorrada y que la naturaleza con loque ha compensado a Destroyer es conun cerebro privilegiado y un extensísimomorro. O ya me dirán ustedes si esnormal que me llame mi compañera de

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despacho una tarde llorando a mocotendido. De la risa. Porque su íntimaamiga resulta ser la que lleva la comidaa la guardería todos los días y la acabade llamar también llorando; y tambiénde la risa.

No te lo vas a creer —me decíaentre jocosos espasmos—, pero alterminar de entregar los pucheros se leha acercado tu mediano y le ha dicho,así tal cual: «¿Sabes? Cada día estásmás guapa.»

Féminas del mundo, sabed queestáis perdidas. Porque ahora os harámucha gracia, pero cuando se estire ytenga dientes os va a traer de calle. Atodas.

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CAPÍTULO 79

Duelo maquiavélico

Vaya por delante que yo al Maromen lequiero mucho, como la trucha al trucho.

Pero es que, verán, el pobre no mellega ni a la suela del zapato.

No porque sea menos guapo, menoslisto o más torpe (que no lo es, porcierto). Lo que le ocurre al Maromen es

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que es hombre y, encima, alemán; y estosí que no lo puede remediar.

Lo intenta con tesón y esmero, esosí, y no voy a negarles que con los añosha mejorado un huevo; pero debe de serque le falta malicia y picardía, o acasoes que sólo sabe utilizarlas para fineslúdico-festivos; porque lo que se dicebeneficiarse con ellas, no se habeneficiado nunca.

Criaturita.Para colmo, les recordaré que yo

soy una inocentona de manual. Que melo creo todo, vaya. Que es que laprimera vez que vine a recoger alMaromen al mierdapueblo, allá en losalbores de nuestra relación, seguí sus

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instrucciones a pies juntillas y me vinedesde Berlín con sobrepeso en lamochila y regocijándole la tarde alrevisor del tren; porque tienes quebajarte en la estación central y en micasa cenamos todos los días de gala, medijo el mamonazo. Luego resultó que laestación por la que pregunté era única,en mitad de la pradera, y que en la mesano había ni servilletas.

Así que imagínense lo fácil que lotiene.

Pero lo dicho, que aparte de parajocosearse un rato de mi inocencia, susdotes de manipulación dejan mucho quedesear.

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Eso o que las mías se han afinadocon los años y los hijos, que el instintode supervivencia es lo que tiene, queespabila a la más ñoña.

Y yo me he espabilado que novean. Para que se hagan una idea, lesconfesaré cómo he conseguido diezminutos de privacidad matutina paraacicalamiento personal —todos los días— y pasear con nocturnidad únicamenteen días alternos.

Lo primero porque a mi germanocónyuge se le ocurrió señalarme unaspatas de gallo, poniéndome así enbandeja el argumentarle un rato sobre laimportancia de la autoestima y todos losmedios cosméticos que necesitaba para

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arreglar ese desaguisado; pero, sobretodo, que si me sentía guapa, me doleríamenos la cabeza por las noches. Losegundo, porque como él decía siempreaquello de que duerme como un tronco yno oye si algún niño llora, ¿cómo iba amolestarle entonces que me los trajera ala cama? ¿No? ¿No dices que no teenteras de nada?

Como ven, poco a poco he idoganando terreno, picoteando en misderechos aquí y allá donde sepresentaban oportunidades e imperabala necesidad. Así que, cuando los rorrosse agrandaron lo suficiente, y hasta elmoñen ya de los continuos viajes del

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germano, decidí que había llegado lahora de escabullirme a solas un fin desemana.

—Vale —me dijo él—, claro, te lomerrreces. Disfruta que yo me ocupo detodo.

Y lo hizo, vaya que sí. Lo que pasaes que debió de ser más duro de lo quehabía supuesto, que ya sabemos todosque no son lo mismo dos horas que dosdías de paternidad en solitario. Conojeras, agotado y sin rastro de pacienciame recibió a la vuelta un apiltrafadoMaromen.

Digo yo que fue su instinto desupervivencia y las pocas ganas derepetir la experiencia lo que le llevó a

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sacar la artillería psicológica. Y no ibapor mal camino, oigan, que, cuando seme acercó el Mayor al día siguiente yme dijo que su padre no los habíabañado en todo el fin de semana, se meescarpiaron los pelos y todo.

Pero cuando continuó cual loritocon su retahíla aprendida, contándomeque habían comido espaguetis todos losdías y que, estando Destroyer enfermo,únicamente había sido tratado con«bolitas», divisé el orondo plumero ydecidí que de aquí sólo podía salir uncampeón.

Inspiré, espiré, puse la mejor demis sonrisas y, con el tono más dulcejamás escuchado a una madre de familia

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numerosa, ataqué:—No te preocupes, cariño. Dile a

tu padre que no estoy nada enfadada. Loque pasa es que el pobre no estáacostumbrado a estar solo con vosotros;pero que no se preocupe, que me iré másveces de viaje, para que coja práctica.

Muahahahaha.

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CAPÍTULO 80

¡Inocente! ¡Inocente!

Desde hace unos meses, cuando meacuerdo, ensayo un rato esa mueca deasombro y alivio infinito que tan bienles salía a los famosos cuando veíanaparecer a Juan y Medio tras losbastidores cargando un orondo ramo y

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aquel muñeco lechoso y anodino quelleva siglos simbolizando las bromasmás pesadas.

Es más, hay días en los que inclusome peino y tizno mis pestañas; y tentadahe estado varias veces de ponermetacones.

Pero nada, oigan, aquí no haycámaras a la vista y todos parecenproseguir su vida con absolutanormalidad.

¿Seré yo entonces la lunática?¿Aquello iba en serio? ¿Esto es el motorde Europa?

Porque es que verán, hace unosmeses tuvimos reunión de padres —másbien de madres— en la guardería.

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Elternkaffee lo llaman aquí; una reunióninformal de progenitoras, con los niñosa buen recaudo pedagógico, para podercharlar, conocerse mejor e intercambiarimpresiones sobre el funcionamientodidáctico y organizativo del jardín deinfancia en cuestión.

Admito que esas reuniones mematan del aburrimiento y suelen dejarmeun regusto bastante amargo; y es que,después de más de cuatro primaverasllevando y trayendo niños ycompartiendo Elternkaffees dos vecesal año, todavía no sé ni cómo se llamanni a qué se dedican la mitad de lasMutter con las que me cruzo a diario.

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En esas reuniones lo que sueleimperar son las caras de pedo y laspreguntas inquisitivas sobre quién habrátraído piojos a la guardería o si esa tartaes casera o de sobre. Un supinokoñacen, sí, pero que no convieneperderse, no vaya a ser que aprovechenlas Übermutter para votar en mayoría yachicarnos más los horarios o retrasar laedad de aparcamiento infantil permitida.Así que ahí estoy yo siempre, discretapero segura, controlando mis alegatosfeministas e intentando entablarconversaciones a destajo, a ver si cae labreva y a alguna se le reactivan lasneuronas.

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No les costará pues imaginar miasombro cuando aquel día, tras lasagitaciones de mano protocolarias, sepuso una a repartir folios. Y lápices decolores. De natural impaciente, meapresuré a poner mi nombre biengrandote y flanquearlo con caritassonrientes, divulgando así misintenciones de alegre y pacífica charla;pero por la reprimenda ocular de larepartidora y un nuevo folio impolutopude deducir que por ahí no iban lostiros.

Cuando terminó el reparto y laÜbermutter jefa pegó en la pizarra lafoto de un caballo, empecé a temerme lopeor. Y no me equivoqué, señores,

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porque sobre la foto colocó papelcebolla y se puso a calcar el corcel,animándonos a imitar sus trazos.

Obediente que es una, y pensandoque esto tendría alguna explicaciónlógica y racional, esbocé un rocín —quemás parecía un asno— y levanté lamano. Tras unos minutos de halagosgenerales y conversaciones cruzadas deltipo ¡qué bien le salen las colas! o ¡sumusculatura está muy conseguida!,alguien se dignó a hacerme caso.

Les juro que cuando pregunté quepara qué hacíamos eso, todavía tenía feen la condición humana y rechazaba deplano toda teoría conspiranoica sobre lalobotomización femenina en Alemania.

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Se lo juro por Gott. Yo sólo queríasaber si se me había pasado algúnevento, una colaboración, una fiesta, eldía del Equino, yo qué sé, pero algo queme explicase por qué cojones estábamosdibujando caballos en una reunión depadres.

Mas cuando se hizo el silenciogeneral y reconocí censura en susmiradas, supe que algo iba mal.

—Pues para nosotras mismas, parasaber hacerlo. ¿Para qué va a ser?

Desde entonces espero a Juan yMedio; porque va a venir, ¿verdad?¡¿Verdad?!

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CAPÍTULO 81

Saudade

Cuenta la leyenda que, una vez superadala barrera de los dos hijos, uno más omenos no supone un añadido relevanteal desquicie materno. Algo así como quedonde comen dos comen tres y, yapuestos, cuatro o cinco.

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Por si acaso se encuentran ustedesen la peligrosísima euforia posparto y seestaban ilusionando con su posibleverosimilitud, les voy a proponer unsencillo experimento. Salgan a pasear,háganme el favor, dense ustedes unavueltecita y, cuando tengan que cruzaruna calle, piensen: ¿Cuántos niñostengo? ¿Y cuántas manos? Pues eso.

Donde comen dos, no comen tres nide koñen.

No me entiendan mal, ojo, que yo ami trío martirizador lo quiero, lo adoroy, aunque no les pienso comprar un loro,me encanta estar con ellos (sobre todocuando duermen).

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Pero la gente, así en general, quedebe de ser de natural jocosa y pococonsciente del peligro al que se exponecon sus imprudentes comentarios, suelepreguntarme constantemente por lallegada del cuarto hijo. En realidad, porla cuarta; esa niña que no he tenido ycuya ausencia parece preocuparmuchísimo a todo el mundo.

Debe de ser, supongo, que la faltade variedad genérica atrae la malasuerte y provoca desencuentros depareja. Digo yo que se referirán a esasrecurrentes batallas entre los hijos porver quién vacía la lavadora o ayuda a sumadre con la cena, ¿no? Porque si no nome lo explico.

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En cualquier caso, por alguna razónque no comprendo del todo, el gentíoroza el cojonerismo profesional con estetemita, y no hay semana en la que no metaladren con la cuestión. Que es que sóloles falta mandarme una solicitud, vaya.

Mis únicas aliadas en esta luchapor la dignidad del plantón procreativoa la de tres son las otras madres.

Las que tienen recién nacidosesgrimen como argumento definitivo losdaños colaterales de todo embarazo, yasean las molestias típicas por dupliquede peso o la engorrosa metamorfosis enincubadora a ojo ajeno sin excepción.Las más veteranas, a pesar de sufrir adiario desplantes púberes de diversa

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índole, arrugan la nariz y blanquean losojos en cuanto oyen hablar de pañales,lactancias, noches a trompicones opapillas de frutas. Volver a taponar losenchufes y desempolvar la trona no esopción.

Y las de mi quinta, esas que ya nousamos cochecito pero seguimosllevando algún pañal en el coche, quealternamos con soltura risas flojas ymiradas homicidas, solemos llevar a losargumentos del plantón reproductivocolgados de la pierna, el bolso ocualquier parte saliente de nuestracastigada anatomía. Y estamos más quedispuestas a utilizarlos para persuadir aimpertinentes preguntones.

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Ya lo saben, déjennos en paz.Porque es que, verán, aunque el

experimento que les he propuesto lesdará a ustedes la respuestarecomendada, existen momentos en losque incluso las madres de familianumerosa nos pillamos mirando conpena unos bodis costrosos para retirar, onos sentimos despechadas cuando elpequeño rechaza nuestra mano al bajarlas escaleras. Ya saben, esos instantesen los que tomamos conciencia deencontrarnos en ese punto crucial, esacoyuntura definitiva en la que tenemosque plantearnos tener otro ya mismo oparar para siempre.

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Por suerte, esas enajenacionessuelen ser transitorias y durar poco.Exactamente lo que tarda alguno de losque ya tenemos en arañar a su hermano,vomitar el puré o colorear el sofá.Además, que siempre habrá bebésajenos a los que olisquear para paliar lasaudade, ¿verdad? Aunque luegotengamos que devolvérselos a su madre.

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CAPÍTULO 82

Paris, mon amour

Cuando alguien me pregunta por lastendencias culturales de mis polluelos,contesto sin pestañear.

Son alemanes, y además de puracepa.

Si, por el contrario, le preguntan ami madre, les dirá que de teutón sólotienen al padre, porque lo que es el

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jamón se lo comen a puñaos, y delcocido lamen los platos con entusiasmodesmesurado.

Suponen ustedes bien si piensanque una de las dos se equivoca. Y, poresta vez, siento decirles que es mimadre.

Quizás es que, en su ciego amor deabuela, no ha caído en que la pasiónbellotera y el rebañe extremo de platilloson hábitos específicos del teutóncomún; o acaso es que, al no compartirrutinas con sus nietos, no ha podidoecharle un vistazo al estuche del Mayor—con sus lápices siempre afilados yordenados a escala de colores—; o seráque no ha tenido la oportunidad de

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presenciar al del Rizo negarse enrotundo y con gritos a violar propiedadtextil alguna de sus hermanos, por muchoque ahora sea él el único que cabe enella.

En cualquier caso, lo admita o nomi progenitora, mis niños son teutoneshasta la médula.

Y a mí no me molesta, conste.Saber que tus hijos, por transferenciaconsanguínea automática, respetarán loslímites de velocidad, se medicarán pocoo harán senderismo con frecuencia es unalivio para cualquier madre atareada ypelín atolondrada, ¿no creen?

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El problema es que, a la espera desu crecimiento y conversión en hombresde bien, este eclecticismo educativo quepadecen mis infantes puede provocarconfusión y suspicacia. Y, en ocasiones,una bronca de sus padres.

Porque es que verán, hay cosas queno sólo cambian de un país a otro, sinotambién —y sobre todo— de unageneración a otra. Que yo entiendo que,si en España existen todavía muchostabúes al respecto, en la época de mimadre el temita fuese prohibitivo. Ymucho más con seis añitos.

Sin embargo, aquí en las Teutoniases lo normal. Y aunque a mí me azora unpoco haber sido tan objetivos, también

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reconozco que es lo más normal delmundo y que más vale una vez coloradoque ciento amarillo.

Con esto quiero decir que el niñoya conocía la respuesta correcta cuandole preguntó a su abuela; pero tambiénpensaba, criaturita, que sobre esteasunto no se miente. Así que, cuando mimadre le obsequió con una versiónedulcorada y mucho más molona, no lepuso pegas y la admitió comoinformación suplementaria en suuniverso mental de germana literalidadretórica.

Que me tocó arreglar a mí, claro, aexpensas de la credibilidad de mimadre. Sé que ésta me lo reprochará

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toda la vida, pero era eso o la futuradignidad de mis —espero que—ibéricas nueras.

Y es que el día que el Maromen sefue a París, noté cierto regocijo en elMayor. Nerviosismo, excitación yentusiasmo desmedidos. Será que leecha de menos, pensé, o que se alegra deque haya más sitio en mi cama. No le dimayor importancia, hasta que vinopreguntando cuándo volvía su padre conel nuevo hermanito.

—¿Nuevo hermanito?—¡Sí! ¡O hermanita!—Cariño, no vais a tener más

hermanitos.

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—¡Cómo que no! ¿Y a qué ha idopapá a París?

—Pues a trabajar.—¡Y a por un hermanito! Me ha

dicho la abuela que los niños vienen deParís.

—Eeeeh... Ya, cariño; pero no, novienen de París. Vienen de lo que tehemos dicho que hacen los mayores paratener niños.

—Ah.—¿Lo has entendido?—Sí, que papá va a hacer eso que

hacen los mayores con una señora enParís y nos va a traer un hermanito deallí.

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Supongo que ahora entenderán porqué mandé a la mierda la credibilidadde la abuela, ¿no?

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Vente pa Alemania

Intuyo que, a lo largo de estas páginas,he fusilado sus esquemas en cuanto acómo funciona este eficaz motor quearrastra Europa a duras penas; y tambiénque sus retoños les parecerán ahora unossantos virtuosos, aunque les esténgrafiteando las paredes mientras leeesto, ¿no?

No me extraña.

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No obstante, les ruego no seolviden de que, ante todo, esto es unavida como la suya, personal eintransferible; y de que, como habránnotado ya, yo soy de natural sensiblera ymuy susceptible, por lo que puede ser,quizás, igual, tal vez me hayan cegado laindignación en ocasiones y, una vez almes, sin falta, mis revoloteanteshormonas.

Pero háganme caso en una cosa; yes que, verán, el marcianismo que,gracias a mí, están tentados deatribuirles a los teutones, esdirectamente proporcional al suyopropio. ¿O se creen ustedes que a ellos

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les parece normal que empujemos conpan o que nos automediquemos confrenesí?

Yo misma, sin ir más lejos, lesconfesaré que he acabado adoptando conregocijo mucho de lo que he expuestoaquí con sarcasmo e ironía. Inclusocosas que juré no hacer nunca. Laexcepcionalidad de los baños infantilesy la depilación no; no te asustes, mamá.

También admitiré, aquí y ahora queno me escucha nadie, que en Alemaniahay un porrón de cosas molonas y que amí estos lares me hacen muy feliz. Sobretodo desde que el Maromen me echa unchorrito de coñac en los cafés.

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Al resto de ustedes sólo puedoinvitarles a que pasen, lo vean y no setomen las cosas como algo personal, queexcéntricos hemos sido todos, por lomenos para alguien en algún momento yen algún lugar. Si no me creen,pregúntele a una madre alemanacualquiera en España.

Y si acaso ustedes son de los quedeciden venirse pa Alemania, noolviden dejarse los prejuicios en lasHispanias y meter en la maleta muchohumor y más paciencia. Y un sobre dejamón para mí, anda.

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Lexikon

Ach so! [Aj so] Lo primero que habría queaprender en esta lengua de Goethe.Cuando algún teutón se le ponga a divagar,asienta entusiasmado e introdúzcalocuando aviste un punto y aparte. Igual ledan trabajo y todo.

Ausländer/in [Auslendeg/Auslendegin]Literal: extranjero/a. Implicado:encarnación demoníaca si viene de másabajo o de la derecha. Portadores del gencriminal, ladrón y chupalbote,

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exportadores de pepinos venenosos,robahombresalemanes y corruptores de laraza.

Bei mir [bai mir] Cuando vea a un niño alemánhablando con un bretzel sabrá que su(Über)mutter lo quiere tener un poco másen casa con ella —bei mir, le dirá— yapartarlo de esa jungla cruel que son lasguarderías. No se confunda, no tiene nadaque ver con respetar los ritmos de lacriaturen, sino más bien con tener conqué justificar el no hacer ni las camas porla mañana durante unos meses más.

Bioladen [Biolaaden] Tienda de productosecológicos, santuario de la pijería másrancia. Si van a una, recuerden que estánllenos de Biotanten y tengan cuidado, selo ruego.

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Elternbeirat [Elternbairat] En teoría, lobby depadres y madres frente a la guardería ocolegio. En la práctica, asociación deÜbermutter para hacerse las importantes—en plan las Merkels del mierdapueblo—intercambiando recetas de tarta demanzana y trucos para dibujar caballos yestigmatizando a las Rabenmutter.

Elternzeit [Elternsait] Excedencia de tres años—el primero pagado— con objeto de quepueda ocuparse usted del churumbel sinproblemas. Éstos llegan cuando se teacaba el dinero o la excedencia y resultaque no hay guardería a la vista. O quecierra a las 12.00.

Entschuldigung [Entchuldigung] Perdón,disculpe y otras formas de dispensarse yreconocer un error. Si no consiguenmemorizarlo no se preocupen: no se usamucho.

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Freizügigkeitsbescheinigung[supercalifragilisticoexpialidoso] Foliocutre declarándole a usted ciudadano conpermiso de libre circulación y libreresidencia en Alemania, por si acaso conel pasaporte de la Unión Europea no levale. La sutil manera germana depresentarle su siniestra burocracia eintentar así desmoralizarle en suechamiento de raíces.

Gemeinde [Guemainde] Depende de dóndevivan, puede significar desde«ayuntamiento» hasta «parroquia». Ysegún dónde se encuentre, puede tenermás peso y poder que la propia Merkel,prohibiéndole remodelar su casa de ustedo cojoneando con los horarios de laguardería.

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Harz IV [jarts fiar] Paro vitalicio. Es lo que sefinancia con nuestro riñón de impuestos(entre otras cosas, vale, no me pongovisceral). En teoría, para que todo elmundo tenga ande caerse muerto. En lapráctica, para que todos aquellos que estántan a gustito en pantalón de chándal ybebiendo cerveza no tengan que hacer elesfuerzo de levantar su culen del sofá ybuscarse un trabajo.

Hausfrau [jausfrau] Para lo que educan a lasmujeres en este país. Si por casualidad sele ocurriese ser independiente y, al mismotiempo, tener hijos, el truco delalmendruco —es decir, el Elternzeit— seencargará de encauzarla a usted. O por lomenos lo intentará con toda la fuerza de laque el sistema dispone.

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KKK [caca de la vaca] Aquí en el sur —la parterica del pleno empleo, recuerden—,aspiraciones de toda mujer de bien:Kinder (niños), Küche (cocina), Kirche(Iglesia). El motor de Europa, ojo.

Kartoffeln [como se lee] Lo que el aceite deoliva a la dieta mediterránea, es la patata ala teutona.

Kind [tal cual] Literal: niño, rorro, infante,tirano. Implicado: suicidio laboral, socialy neuronal.

Kinderbetreuung [Kinderbetoiung] Lo que enEspaña se conoce como guardería onanny. Que te den plaza antes de que tuhijo cumpla sus tres primaveras es menosprobable que ganar el gordo. Que ademássea Ganztagsbetreuung[Ganstagbetroiung], es decir, hasta por latarde y con comida, en según qué sitiossería como si te tocase todos los meses.

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Rabenmutter [Rabenmutttter] Literal: madrecuervo. Figurado: malamadre. Dícese detoda mujer que no cumpla alguno de losrequisitos de la Übermutter-tipo.

Übermutter [Uebermutter] Literal:supermadre. El origen de este conceptopodría rastrearse ahí por los años treinta,cuando se recuperaron las ideas de un talNietzsche, que hablaba del Übermensch(superhombre). Dícese de una mujercomo Gott manda: se casa adoptando elapellido del Herr, natürlich, que antes deél NS/NC, tiene hijos y les sirve a éstos ya su marido. Con devoción y alevosía. LasÜbermutter no nacen, se hacen: una vezcazado el maromen, destituyen a susneuronas, engordan veinte kilos, dejan dedepilarse, se cortan el pelo como PaulStanley, llenan el jardín de enanitos y lasventanas de cortinas a medias, y se

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dedican a pintar caballos y a criticar acualquiera que lea algo más que las ofertasdel Lidl.

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Agradecimientos

A todos los que me habéis leído,comentado, compartido, escrito orecomendado durante estos dos últimosaños. Habéis convertido un blog sinpretensiones en un libro y eso es muygrande. Os estaré siemprerequetedankbar por ello.

A mi agente, Gema Lendoiro, quese fijó en mí y me arrastró a esta locura.Porque se ha convertido en una buena

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amiga.A mi editora, Ana Bustelo, porque

montar este libro ha sido un paseo porlas nubes gracias a ella.

A mi madre, Fátima, que imprimióel blog para que lo leyeran mis abuelasy se convirtió en una visionaria. A mipadre, Germán, por pagarme la carrera ydarme el koñacen para que laamortizase, aunque fuese escribiendo unlibro.

A mi hermana Paloma, que fue laculpable de que me abriese un blog, yporque siempre está aquí aunque estélejos. Por no dejar de perseguir sussueños.

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A mi marido, David, por hacermetan feliz. Y estos últimos meses, además,la cena, la comida, la colada, la compray unos carajillos de aúpa. A mispolluelos, Pablo, Juan y Lucas, porenseñarme lo que es el amorincondicional y quitarme los complejos.

A mis suegros, Georg y Brigitte,por tratarme como a una hija y dejarseespañolizar un poco. Porque me hacensentir muy querida.

A Alba, Eva y Mónica, por ser, sinduda, lo mejor que me ha traído el 2.0.Ojquiero, maris.

A mis marujen, que han vistonacer, crecer y explotar este blog, porcompartir país de acogida (casi todas) y

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lamentos expatriados. Ainara, Marta QJ,Julia, María M., Rosi, Elena, María L.,Irene, Natalia, Pili, Paloma, Marta P.,Verónica, Ana, Adita, Lucía, Eva, MartaN., Rosa, Mónica, María C. y Carla,gracias a todas.

A Alexandra, Nicole y Sanja, porser unas camaradas deRabenmutterismo ejemplares yapuntarse a clases de español paraenterarse de qué va todo esto.

A Teresa, mi vecina del alma, poresos pitis en el soportal y porque un díame dijo, muy en serio, que Marketing nome pegaba nada. Porque justo en esemomento decidí que dejaba esa carrera.

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A Claudia, a quien un día le dijeque tenía un blog y una semana despuésme escribió para decirme que leencantaba y estaba enganchada. Porquecosas así son las que me animaban aseguirlo.

Al resto de mis compañeras deuniforme y penurias, Julia, Bea A.,Carla, Chuli, Marta, Bea P., Nuria,Paloma y Silvia, que han hecho que lapalabra «reencuentro» tenga sentido yme han aguantado muchos whatsappsperturbados.

A Isa y Alberto, por compartirmañanas enteras en la cafetería y milesde tardes en la biblioteca. Porque meayudaron a pasar mi época intensa.

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A Curri, porque fue mi primeracrítica y por convertir en grande aquelaño que pasamos en Berlín.

Y a mi tío Gonzalo, que le quieromucho y si no le da algo.

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Una mamá española en AlemaniaFátima Casaseca

No se permite la reproducción total o parcial de estelibro, ni su incorporación a un sistema informático, ni sutransmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea ésteelectrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otrosmétodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. Lainfracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva dedelito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal)

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© Fátima Casaseca Muñoz, 2013

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Primera edición en libro electrónico (epub):abril de 2013

ISBN: 978-84-08-11396-6 (epub)

Conversión a libro electrónico: Newcomlab, S.L. L.www.newcomlab.com