una victoria en la sombra
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BATALLAS POR LA INDEPENDENCIA ENTRE 1819 Y 1825
LA BATALLA DEL PIENTA
UNA VICTORIA EN LA SOMBRA
Edgar Cano Amaya
Presidente Centro de Historia de Charalá
No hay duda alguna, el 7 de agosto de 1819 fue el día en que se selló la
independencia de Colombia, los documentos lo dicen y la historia lo confirma. Eso
es lo que se nos ha enseñado desde hace doscientos años.
Allá en los campos boyacenses donde un puente fue testigo mudo del encuentro
de dos fuerzas que irrumpieron en ese suelo cruzado por los torrentes del Teatino,
unos con botas de cuero curtido y el otro con simples alpargatas que inspiraban la
miseria de un ejército hecho con solo ganas, formados en la disciplina de sus
propias convicciones de patria, en cuyos corazones habían crecido firmes y
profundas raíces de amor por su libertad anhelada, allá en aquellas yertas y frías
tierras ganó la estratégica decisión de un “ejército de desarrapados”, como los
llamó Barreiro, derrotando de forma indiscutible y miserable a la personificación
del poder, del dominio y de un imperio.
Es la gloria, es la magnificencia histórica que nos marca en la mente de los
colombianos, pero que, por ser un hecho de la más ennoblecida connotación, se
han dejado de lado aquellos sucesos que, sin equivocarnos, fueron los decisivos
para que esa gloria reluciera por sobre las demás.
Es indiscutible que la batalla de Boyacá fue la que marcó el punto de inflexión de
nuestra patria, la más sonada, la de mayor connotación y renombre, además
porque allí estaba lo más grande de nuestro ejército patriota, como Simón Bolívar,
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Francisco de Paula Santander, José Antonio Anzoátegui, Carlos Soublette, la
Legión Británica, y por eso, esas otras, que incidieron y pudieron tener un papel
mucho más relevante, por lo que les correspondió, fueron olvidadas o relegadas
por la historia y los mismos historiadores, porque no se le puede quitar la
importancia a aquella donde estaban los prohombres que se encumbraron en
Boyacá; en las otras no, por cuanto no eran los próceres enaltecidos en las letras
ni sus comandantes en ese momento histórico.
Toda la atención, aunque con acierto, se enfoca en la ruta libertadora, con el
encuentro en las llanuras venezolanas y colombianas, la organización y marcha
hacia el interior del país por los filos, precipicios y parajes duros, rígidos y helados
de Pisba, que en lánguida columna avanzaban aquellos atrevidos hombres de
carácter recio, decididos, que habían huido del interior hacia los llanos para
salvaguardar sus vidas de la cuchilla española, de los muchos que se le unieron al
libertador venidos de las breñas santandereanas por cientos, experimentados y
curtidos en las luchas de guerrilla, (Rodríguez, 1969: 162-163)1 engrosando al
ejército patriota que apenas si se organizaba, pero que no se cuentan en los
renglones de la historia oficial, y los rasos hombres del campo que de los pueblos
boyacenses se enlistaron a su paso quedando resaltados en la pluma de las
anécdotas coloquiales para memoria perenne de grandeza y gloria.
Esa es la fama y exaltación de un hecho que nos libró de seguir como colonia para
apartarnos de la monarquía y emprender el viaje en las lides civilistas que
construyeron esta patria.
1. Las guerrillas como preámbulo de la batalla del Pienta Muy poco se sabe del papel preponderante que jugaron las guerrillas patriotas en
la época de la independencia, que cuando se les menciona, por los documentos 1 Rodríguez Plata, Horacio. Antonia Santos Plata: Genealogía y Biografía. Academia Colombiana de Historia. Edición conmemorativa del Sesquicentenario del sacrificio de la heroína: Editorial Kelly. Bogotá. 1969. Impreso.
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del siglo XIX, se habla de partidas de “bandidos” o “subversivos” o “rebeldes” que
eran aliados de un bando, y según quien los definía, por su afinidad con uno o con
otro, así se les calificaba, en este caso, se menciona a los nativos que buscaban
la independencia, y por lo tanto eran irregulares.
En Santander, en la región sur, en lo que hoy se componen los municipios de
Coromoro y Charalá, existieron grupos de rebeldes que decididamente enfrentaron
a las tropas españolas, alentadas por su propia convicción histórica. Estaban
conformados por gentes del común, campesinos pobres convencidos de su
pendencia en una región donde la irreverencia comunera respiraba aun por sus
poros en las luchas contra la tiranía y la explotación. Por lo general estas partidas
las dirigían personas que hacían parte del entorno y eran influyentes económica y
socialmente, o por alguien que estuvo involucrado en las filas militares del ejército
nacionalista desintegrado con la reconquista española pero que guarnecía algún
escalafón. Con el tiempo, en épocas posteriores, estos mismos personajes fueron
quienes incidieron en los nuevos roles económicos, políticos y sociales de
aquellas regiones, y en proporción, en la nueva república.
El conocimiento del territorio fue primordial para combatir a las huestes enemigas,
lo que les daba la ventaja sobre aquellos que desconocían el terreno,
especialmente las montañas y caminos que podían contener. Bien lo dice Eduardo
Pérez “En esa heroica lucha iniciada por la independencia nacional, es
imprescindible tener presente la movilización rural irregular como uno de los
factores que más hondamente afectaron la trayectoria de la evolución política,
donde se da la posibilidad de combatir en esa escala de guerra hasta convertirla
en el elemento decisivo que aceleró o retardo el proceso general.” (Pérez, 2005:
134)2.
2 Pérez O. Eduardo. La guerra irregular en la independencia de la Nueva Granada y Venezuela 1810-1830. Tunja. Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia y Academia Boyacense de Historia. 2005. Impreso.
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La estrategia de dichas guerrillas se asimilaba unas a las de otras, el factor
sorpresa era decisivo, las emboscadas y los ataques nocturnos les daban ventaja
y por lo general se aseguraba la victoria sobre las avanzadas o retaguardias del
grueso del ejército, lo que hacía bajar la moral de los enemigos. Uno de los grupos
de mayor connotación en el sur de Santander, fue la guerrilla que comandaba
Fernando Santos Plata, una de las mejores constituidas y más numerosas que
causó mucho daño a las tropas realistas.
Con el grado de capitán, Fernando Santos hizo parte del último bastión de defensa
contra Sebastián de la Calzada y Morillo en el páramo de Cachirí en febrero de
1816, en aquella terrible carnicería, y como uno de los pocos sobrevivientes, llegó
huyendo a San Gil, estratégicamente desvía por Mogotes hacia la región de sus
ancestros, la tierra de Coromoro y Cincelada donde tenían asiento sus padres y
hermanos, morada que conocía perfectamente por haber crecido allí en aquella
vasta región. En Mogotes comienza a organizar una guerrilla con los que se
encamina hacia las haciendas de la “Mina” y el “Hatillo” en la jurisdicción de
Coromoro como posición estratégica que le abría las puertas hacia los llanos
orientales y el interior del país, y que definitivamente sirvió para apoyar con tropas
a las del libertador a su paso por Boyacá.
En sus casi tres años de lucha contra las fuerzas realistas, a quienes les había
infligido vergonzosas derrotas, y mediando el año de 1819 su considerable fuerza,
con gran influencia territorial, cuando el libertador cubría las tierras de Bonza,
divide la guerrilla y le envía ochocientos hombres al mando de su comandante
Fermín Vargas a quien Bolívar alborozado por tan significativo aporte, al día
siguiente, el 23 de julio, lo asciende a teniente y lo deja como jefe de aquellos,
peleó en la batalla del Pantano de Vargas el 25 de julio, (Cano: 1163) y fue con su
gente incorporado al recién creado Batallón Voluntarios del Socorro. (Ibañez,
3 Cano Amaya, Edgar. En Nombre de la Libertad: Charalá, La Batalla del 4 de agosto de 1819, Testimonio de un Sobreviviente. Imagen Diseño Gráfico. Bogotá. 2008. Impreso.
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1971: 71, 73, 194, 388)4. La guerrilla estableció un orden moral, ordenado por
parte de sus comandantes con el fin de evitar los desmanes y atropellos contra la
integridad, tanto de sus propios pobladores, como de sus enemigos, pues, como
se sabe, por lo general, los prisioneros realistas, poco después, eran dejados
libres para que decidieran si se les unían o regresaban a sus cuarteles, la guerrilla
no podía darse el lujo de mantenerlos por su precariedad económica de alimentar
una población de reclusos y por lo complicado que les resultaba estratégicamente
llevarlos consigo permanentemente. Las fuerzas monárquicas, en cambio, en ese
instante de la guerra, tenía orden perentoria de no tener prisioneros, sino de
fusilarlos de inmediato.
Para los historiadores, según desde donde se analice y se mire a estos grupos de
“rebeldes”, se califican conforme dentro de ese contexto social importante en
nuestra historia, que define a aquellos guerrilleros, su movimiento y el papel que
jugaron en determinados territorios, como resultado del patriotismo que va
anidando el nacionalismo y los anhelos profundos por la independencia o como la
continuación de un conflicto donde simplemente cambian las circunstancias y los
actores, como lo examina Gustavo Vergara Arias, visionando las dos partes, esos
guerrilleros eran: “la expresión más clara del pueblo en la lucha por la
emancipación”; o igualmente si los escritores de análisis y mirada crítica de los
hechos y sus componentes, que actualmente incursionan en una nueva
percepción histórica, las conceptualizan como que “las guerrillas eran simplemente
la expresión de los intereses antagónicos de las clases sociales de un mundo
colonial que prácticamente no cambió con la independencia”. (Vergara: 191-198)5.
4 Ibáñez Sánchez, Roberto. Presencia Granadina de Carabobo. 1821 – 1971. Narración Histórico Militar. Homenaje de las Fuerzas Militares de Colombia en el Sesquicentenario de la Campaña libertadora de Venezuela de 1821. Tomo 1. Imprenta y litografía de las Fuerzas Militares. Bogotá D. E. 1971. Impreso. 5 Vergara Arias, Gustavo. En torno a la denominación de las montoneras y las partidas de guerrillas. Nueva Crónica. 1963. Impreso.
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2. Preludios de la batalla Precisamente, el mismo día en que fue fusilada en el Socorro María Antonia
Santos Plata, hermana del comandante don Fernando Santos, luego de ser
apresada en la hacienda del Hatillo, Charalá es tomada por la guerrilla de
Coromoro en coordinación con la local, deponen al alcalde y demás autoridades,
los apresan junto con connotados realistas y nombran a don Ramón Santos como
su primer alcalde popular. En la región se encontraba el coronel Antonio Morales,
quien había sido enviado por el libertador para recoger hombres, bagajes,
pertrechos, provisiones de toda clase y todo aquello que sirviera a su causa y sus
tropas. En la plaza, ante la multitud que se congregó, se leen la Ley Marcial
expedida por el General Bolívar y la noticia de la derrota de la división española en
Gámeza, Belén y Corrales, por lo que el pueblo se alborozó en gritos y más vivas
a la patria, se declaró libre a Charalá y los demás pueblos circunvecinos, y
Morales es nombrado comandante general del pueblo. Una de aquellas arengas
que enardecieron a sus habitantes es la “Proclama a la Libertad”, leída por don
Ramón Santos y que por fortuna ha podido subsistir de la pira y de la indiferencia
perversa de los mandatarios que han ordenado destruir los archivos históricos sin
que nada pase, dice:
“Ya habéis visto y vivido la noche del terror, la del látigo que nos ha arrancado la
piel y ha hecho salir la sangre de nuestros cuerpos, hemos sufrido en la oscuridad
del martirio que ciega nuestras libertades y hemos cargado las pesadas cadenas
que el opresor nos impuso. Hoy, nos hemos soltado del pesado fardo y liberado al
pueblo de sus verdugos, Ya somos libres. Aquí nos hallamos listos y prestos a
defender esa libertad conquistada con nuestras vidas y así lo ratificamos.
Hermanos de Charalá, Coromoro, Cincelada, Ocamonte, Riachuelo y Encino que
habéis venido a ser los protagonistas de esta nueva patria y de una nueva
América libre de tiranos, mirad el nuevo sol que inunda con su luz infinita nuestros
pueblos y respirad el aire limpio que nos llena de nueva fuerza y esperanza, id por
los caminos proclamando esa bendita libertad ganada con la sangre derramada
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por nuestros padres, hermanos e hijos. Que en todas partes se conozca este gran
suceso como la manifestación de una tierra indómita que logró derrotar a los
enemigos que osaron profanar este sagrado suelo. Hermanos, Compartid de la
grandeza y el gozo que inundan nuestros corazones, y posad en los altares de la
república ese don preciado, que os ha dado gloria, paz y libertad. En nombre de
nuestros mayores, de los comandantes, soldados de la patria y del pueblo,
PROCLAMAMOS LA LIBERTAD DE CHARALÁ, OCAMONTE, COROMORO,
CINCELADA, RIACHUELO Y ENCINO y juramos hoy, ante Dios y esta magna
tierra, dar la vida para defenderla de los déspotas y tiranos que quieran venir a
subyugarnos. Que se oiga en todas las naciones americanas nuestra voz como la
consolidación de un pueblo que se sacrifica por su libertad y la de sus hermanos.
VIVA LA PATRIA LIBRE E INDEPENDIENTE
Charalá y 28 de julio de 1819” (Cano)6
Se reúnen poco más o menos tres mil personas, campesinos y gente del común,
los comerciantes y personajes influyentes de Charalá, junto a todos aquellos
residentes de los pueblos cercanos de Ocamonte, Cincelada, Coromoro,
Riachuelo y Encino que indudablemente fueron convocados, se conformaron
cuerpos de milicias según su origen y se aleccionan para enfrentar a los realistas.
3. La batalla Como quiera que muy pocos de nuestros historiadores en el país, y especialmente
en Santander, conocen este hecho histórico, arrebato unos renglones para
sustraer una corta narración de aquella atroz y horrorosa batalla que marcó el
camino de la gloria para la república, es más, en este recinto una minoría de los
congregados la conocen o apenas si la han oído mencionar, y es allí donde la
academia y las instituciones gubernamentales pecan en la medida de su sepulcral
silencio, donde pareciera, que la historia es solo para contarla únicamente dentro 6 Cano Amaya, Edgar. Documento Archivo Histórico propiedad del autor.
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de algunos pocos recintos y para unos cuantos, como si tuviera dueño. Desde
hace nueve años se ha querido hacer su divulgación, pero aquellos quienes tienen
ese honorifico deber, callan en la mudez de sus conocimientos con la solaz
complacencia de las instituciones, ejemplo de ello es Santander, quien debiera
llevar la bandera con cara al Bicentenario de la Independencia, no para chocar o
contraponer verdades con sus hermanos de Boyacá y el resto del país, sino para
revalidar su historia y hacerla relevante a un mismo nivel.
La Asamblea del departamento, dictó la ordenanza No. 028, sancionada por el
señor gobernador el 30 de noviembre del 2016, “POR MEDIO DE LA CUAL SE
INSTITUCIONALIZA LA CONMEMORACIÓN DE LA BATALLA DEL PIENTA
ACAECIDA EL 4 DE AGOSTO DE 1819 EN EL DEPARTAMENTO DE
SANTANDER”., a hoy, es letra muerta y sirve solo para decorar archivos, tampoco
la Academia de Historia de Santander se ha pronunciado al respecto.
La ley 1874 del pasado 27 de diciembre: “POR LA CUAL SE MODIFICA
PARCIALMENTE LA LEY GENERAL DE EDUCACIÓN, LEY 115 DE 1994…”, es
decir, crea la cátedra de historia en las instituciones educativas, e igualmente de
manera simplona, por quien debe velar por su cumplimiento, es quien
grotescamente viola la misma ley, pareciera que el verbo violar está de moda, y no
pasa nada.
Pero adentrémonos en los hechos:
El ejército realista de aproximadamente mil ochocientos hombres que estaba
acantonado en el socorro, iba Camino de Tunja con el fin de reforzar a las tropas
de Barreiro quien días antes le había enviado comunicación solicitándole su
apoyo, el coronel Lucas González, sabe de la noticia de la toma de Charalá por los
guerrilleros y decide atacarlos, se regresa desde Oiba, pasa el alto de
Amansagatos y llega a las goteras del pueblo mucho antes de la madrugada del 4
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de agosto, se aposta en los vallados antes de cruzar el puente sobre el río Pienta,
espera paciente que la oscuridad de la noche se disipe, y apenas los rayos del sol
rompen las tinieblas, se dejan ver los dos bandos que comienzan un fuego lento
pero graneado.
Como quiera que la acción se estancara los realistas hacen su avanzada y logran
cruzar el puente, no obstante, el sangriento intento por detenerlos, la guerrilla y la
población retroceden, comienza la lucha calle por calle y casa por casa. En atroz
desigualdad militar, a puño, a lanzazos, a piedra y a garrote, se ataja un ejército,
pero la superioridad, la disciplina y las armas se imponen, al fin llegan a la plaza.
Mientras tanto la gente enfrentaba a los enemigos desde donde fuera, desde los
balcones, desde las ventanas, de las esquinas, desde los quicios de las puertas,
desde detrás de los árboles y desde donde se pudiera, se acometía a los godos,
se les enfrentaba con las lanzas, se les arrojaba piedra, con garrotes y con las
escasas armas de fuego de que disponían, pero cada vez más la defensa era
destrozada y los hombres caían por doquier llegando el momento de ver la vida
perdida, solo se escuchaban gritos y llanto desgarradores de hombres, mujeres y
jóvenes, que eran alcanzados e inmediatamente asesinados.
En ese punto de la guerra en que los soldados realistas se meten a la fuerza a la
iglesia, encuentran allí a una gran cantidad de gente no combatiente,
especialmente mujeres, ancianos y niños, y sin más miramiento los atacan.
Precisamente entre la masa inerme, se encontraba refugiada la sobrina de Antonia
Santos, la niña Elenita, de tan solo trece años de edad, quien, tratando de escapar
por la sacristía hacia la calle, un soldado la asesina con un certero disparo, y este,
al ver tan sin igual belleza, sin pudor ni miedo, abusa del tierno cadáver.
Las guerrillas patriotas no cejaron un solo día en enfrentar a los españoles, se
organizaban por grupos más o menos numerosos y atacaban por algún punto del
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pueblo a los realistas manteniéndolos ocupados y en alerta de día y de noche. Así
permanecieron hasta el siete de agosto, hasta cuando todo se apaciguó y el
coronel Lucas González viendo que no había más nada qué hacer, pues los
muertos se contaban por cientos, había dado la orden de no enterrar a ninguno
para que sirviera de escarmiento a los que siguieran empecinados en sublevarse.
Entonces, apenas pasada la media noche del siete de agosto, sale Lucas
González de Charalá con todo su ejército por la vía del Encino rumbo a Tunja,
dejando tras de sí su sello nefasto de total desolación, la muerte cubría con su
manto el pueblo, en fin, todo era ruina.
Desde el puente sobre el río Pienta, por el camino, las calles, dentro de las casas,
dentro de la iglesia y especialmente en la plaza del pueblo, toda se encontraba
sembrada de cadáveres, muchos fueron colgados de los balcones, unos del
cuello, otros de los pies, o de las ramas de los árboles que había, o amarrados a
sus troncos, los habían torturado, les cortaron las orejas, la nariz, sacado los ojos,
les abrieron el vientre y los dejaron morir con las tripas colgando. Al lado de la
alcaldía municipal existía un muro de tapia que cerraba un lote, y ahí, frente a este
paredón, como en la plaza, fueron fusiladas decenas de personas, más aún, otros
fueron encerrados en los ranchos pajizos y les prendieron fuego con ellos adentro
para que ardieran con su libertad. (Cano: 74-75)7.
Aun, pasados veinte días de la masacre, el cura don Pedro de Vargas, sigue
recogiendo los pedazos de cadáveres para darles sepultura, tal como lo dejó
escrito en el libro de defunciones (Archivo parroquial)8, señalando que se los
habían comido los gallinazos, los cerdos y los perros porque no había quién los
enterrara. La gente sacrificada en Charalá pasaba de mucho más de trecientas
personas. La batalla se perdió, fue una terrible derrota para los nacionales, pero el 7 Cano Amaya, Edgar. En Nombre de la Libertad: Charalá, La Batalla del 4 de agosto de 1819, Testimonio de un Sobreviviente. Imagen Diseño Gráfico. Bogotá. 2008. Impreso. 8 Archivo parroquial de Charalá, Libro 2 de defunciones, 3 V.
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sacrificio valió la pena, porque la guerra se ganó, pues permitió el triunfo del
libertador Simón Bolívar el 7 de agosto en Boyacá.
Cuanto asombro causa entre la gente del común, a los estudiosos de la historia y
los académicos ésta olvidada historia, saber que un pueblo prefirió el sacrificio
para que se pudiera sellar la independencia, y que caso contrario, si le hubieran
llegado a Barreiro las mil ochocientas tropas de refuerzo, sin duda alguna que la
balanza se habría inclinado a su favor y con toda seguridad los prisioneros habrían
sido Bolívar, Anzoátegui, Soublette, Santander y demás ilustres patriotas, contra
quienes Barreiro y el virrey Sámano no mediarían contemplación alguna por
cuanto después de llevados a Santafé como trofeos de la corona y seguramente
exhibidos como maleantes y delincuentes, serían de inmediato fusilados. No hay
duda.
Pero el punto para el país y la celebración mediática no es Charalá y su batalla del
Pienta; lo es, con toda su atención la de Boyacá, la más sonada, la preclara, la
excelsa, que está dispuesta por su connotación, pero que es tan gloriosa, esta
como aquella, y deberían unirse, permanecer enlazadas y reconocidas en todo el
país, no tendría sentido la una sin la otra, no sería moralmente ético seguir
ocultándola ante la apertura de una nueva visión de la historia, ni seguir
recorriendo el mismo sendero añejo y rígido sin el discernimiento y estudio de las
implicaciones sociológicas de los conflictos que dieron origen a una nación y se
siga teniendo solo una como la única verdad lúcida y real en las páginas de
nuestra patria. Si seguimos así, excluyendo con menosprecio un suceso
trascendental y decisivo como lo es la batalla narrada, dejándola decantada por el
estado de reposo absoluto, no es difícil deducir, que esta y las generaciones
venideras, continuarán durmiendo en la indolencia de lo que significa haber
construido un país.
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RESUMEN
El reconocimiento de un hecho desconocido en la historia de Colombia acaecido
en la primera mitad del siglo XIX en la región santandereana que en aquél
entonces se conformaba por los pueblos de Charalá, Cincelada, Coromoro,
Ocamonte, Riachuelo y Encino, constituyen el centro de interés y de estudio, de
una batalla que fue la que decidió en los campos de Boyacá el triunfo del
libertador Simón Bolívar el 7 de agosto de 1819 y que rompió definitivamente con
la corona española el vínculo que ostentaba la Nueva Granada como una de sus
colonias.
Los intentos sociales de darle la importancia a este manifiesto histórico han sido
totalmente truncados por quienes se empeñan en mantener un Estatus Quo
histórico, sin la evolución que requiere en estos tiempos, pues pareciera que
Henao y Arrubla, sin pretender demeritarlos, pusieron las pautas definitivas y
únicas de lo que los colombianos debemos saber al respecto. La historia jamás
puede ser dogmática y rectilínea, es todo lo contrario, cambiante y transformadora
en los conceptos para adaptarse con criterio crítico y fundamentos propios en los
hechos, en sus causas sociales, políticas y culturales de los tiempos.
Cabe cuestionarse ahora, qué sigue respecto de la batalla de Boyacá, de su
bicentenario, si es que tiene solo un dueño y es el que comercialmente se utiliza
como a cualquier mercancía para su propia promoción, o si se da una apertura
histórica a todos aquellos que influyeron para consolidar un hecho que nos marcó.
Si la sangre y el sacrificio de cientos de compatriotas no pueden caber sino en el
asunto mediático de la misma celebración, y cuál es el papel que representan o
van a encarnar las academias y centros de historia del país, si seguiremos
manejando el mismo discurso estático y pasivo que no emociona, que se enreda
en desfiles y discursos frívolos que aburren, y se repiten todos los años desde el
alto gobierno. Son los mismos que transmiten los medios de comunicación como
un espectáculo circense que culminan en la capital de la república, las
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gobernaciones de los departamentos y en la languidez de las alcaldías
municipales, con banquetes y brindis en nombre de los héroes de la patria que se
sacrificaron por nosotros.
Igual que Boyacá, Santander, pero especialmente Charalá y la región, merecen
una mirada histórica que las equilibre y que las una. Rindamos honores a los
mártires de aquella gesta y ennoblezcamos en el altar más sagrado a aquellos
hombres, mujeres y niños que sí supieron para qué lucharon, como ejemplos a
seguir y como herederos y descendientes de una generación de honor.
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Lámina de Antonia Santos – 1919 Retrato de María Antonia Santos Plata.
Oleo del maestro Oscar Rodríguez Naranjo Concejo Municipal de Coromoro.
Copia de la primera hoja que narra la Batalla del Píenta – carta escrita por don Francisco
Arias Nieto – 29 de agosto de 1819.
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BANDERAS DE LA INDEPENDENCIA CREADAS EN CHARALÁ – 1819
MILICIAS DE LIBERTADORES MILICIAS DE CHARALÁ
MILICIAS DE COROMORO MILICIAS DE CINCELADA
MILICIAS DE OCAMONTE MILICIAS DE RIACHUELO Y ENCINO
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Charalá 1885 Puente sobre el río Pienta.
En este lugar se dio inicio a la batalla el 4 de agosto de 1819
Casa de la hacienda La Mina que fue de propiedad de la familia Santos Plata –
Coromoro.
Partidas de defunción de Joaquín Carreño y Felipe Garnica del 20 de agosto, muertos por las tropas españolas en la batalla del 4 de agosto de
1819 – devorados por los cerdos como allí se menciona, porque no había quién los enterrara.
Soldado de la milicia de Coromoro. Mapa de la ruta libertadora.
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Síntesis Biográfica
Edgar Cano Amaya
� Creador del Museo Arqueológico e Histórico de la Casa de la Cultura de
Charalá.
� Cofundador y Presidente del Centro de Historia de Charalá, 2017
� Columnista del periódico “La Zigarra” de San Gil, Santander, desde el año
2006.
� Coautor de la Biografía “100 años en la vida de Rafael León Amaya – 1914 –
2014”
� Autor del libro “En Nombre de la Libertad, Charalá la Batalla del 4 de agosto de
1819, Testimonio de un sobreviviente” edición 2008, que fue base para la
realización de dos producciones cinematográficas “Pienta, La Hormiga y el
Coronel” de la cual fue asesor histórico, y el seriado para televisión “Pienta, la
Resistencia que Salvó a Bolívar” transmitida por el canal TRO.
� Realizó el curso de historia en el tema “Nuevos Enfoques sobre la
Independencia de Colombia” en la Universidad Nacional de Colombia. 2011.
� Descubridor del documento que cuenta la historia sobre la siembra de nuestro
hermoso samán en 1910 para la celebración del Primer Centenario de la
Independencia de Colombia como el árbol de la libertad.
� Descubridor del documento que sacó a la luz la casa donde nació el Tribuno
del Pueblo don José Blas Acevedo y Gómez en Charalá.
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� Asesor histórico y coautor del proyecto de ley 1644 del 2013 que declaró a
Charalá “Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación”
� Autor del proyecto de ordenanza No. 028 del 30 de noviembre de 2016,
sancionada por el gobernador del departamento “Por Medio de la Cual se
Institucionaliza la Conmemoración de la Batalla del Pienta acaecida el 4 de
agosto de 1819 en el departamento de Santander”.
� Autor del proyecto de acuerdo No. 100-0202-028 sancionado por el señor
alcalde el 30 de noviembre de 2017 “Por medio del cual se Institucionaliza la
fecha de Fundación de Charalá”
� Asesor histórico para el Monumento a los Héroes del Pienta para la
celebración del Bicentenario de la Batalla del 4 de agosto de 2019
� Libro para edición:
o “Guanes y Chalalaes, de la gloria al olvido”
� Libro en desarrollo:
o “COROMORO, Tierra de Libertad”