una victoria en la sombra

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1 BATALLAS POR LA INDEPENDENCIA ENTRE 1819 Y 1825 LA BATALLA DEL PIENTA UNA VICTORIA EN LA SOMBRA Edgar Cano Amaya Presidente Centro de Historia de Charalá [email protected] No hay duda alguna, el 7 de agosto de 1819 fue el día en que se selló la independencia de Colombia, los documentos lo dicen y la historia lo confirma. Eso es lo que se nos ha enseñado desde hace doscientos años. Allá en los campos boyacenses donde un puente fue testigo mudo del encuentro de dos fuerzas que irrumpieron en ese suelo cruzado por los torrentes del Teatino, unos con botas de cuero curtido y el otro con simples alpargatas que inspiraban la miseria de un ejército hecho con solo ganas, formados en la disciplina de sus propias convicciones de patria, en cuyos corazones habían crecido firmes y profundas raíces de amor por su libertad anhelada, allá en aquellas yertas y frías tierras ganó la estratégica decisión de un “ejército de desarrapados”, como los llamó Barreiro, derrotando de forma indiscutible y miserable a la personificación del poder, del dominio y de un imperio. Es la gloria, es la magnificencia histórica que nos marca en la mente de los colombianos, pero que, por ser un hecho de la más ennoblecida connotación, se han dejado de lado aquellos sucesos que, sin equivocarnos, fueron los decisivos para que esa gloria reluciera por sobre las demás. Es indiscutible que la batalla de Boyacá fue la que marcó el punto de inflexión de nuestra patria, la más sonada, la de mayor connotación y renombre, además porque allí estaba lo más grande de nuestro ejército patriota, como Simón Bolívar,

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BATALLAS POR LA INDEPENDENCIA ENTRE 1819 Y 1825

LA BATALLA DEL PIENTA

UNA VICTORIA EN LA SOMBRA

Edgar Cano Amaya

Presidente Centro de Historia de Charalá

[email protected]

No hay duda alguna, el 7 de agosto de 1819 fue el día en que se selló la

independencia de Colombia, los documentos lo dicen y la historia lo confirma. Eso

es lo que se nos ha enseñado desde hace doscientos años.

Allá en los campos boyacenses donde un puente fue testigo mudo del encuentro

de dos fuerzas que irrumpieron en ese suelo cruzado por los torrentes del Teatino,

unos con botas de cuero curtido y el otro con simples alpargatas que inspiraban la

miseria de un ejército hecho con solo ganas, formados en la disciplina de sus

propias convicciones de patria, en cuyos corazones habían crecido firmes y

profundas raíces de amor por su libertad anhelada, allá en aquellas yertas y frías

tierras ganó la estratégica decisión de un “ejército de desarrapados”, como los

llamó Barreiro, derrotando de forma indiscutible y miserable a la personificación

del poder, del dominio y de un imperio.

Es la gloria, es la magnificencia histórica que nos marca en la mente de los

colombianos, pero que, por ser un hecho de la más ennoblecida connotación, se

han dejado de lado aquellos sucesos que, sin equivocarnos, fueron los decisivos

para que esa gloria reluciera por sobre las demás.

Es indiscutible que la batalla de Boyacá fue la que marcó el punto de inflexión de

nuestra patria, la más sonada, la de mayor connotación y renombre, además

porque allí estaba lo más grande de nuestro ejército patriota, como Simón Bolívar,

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Francisco de Paula Santander, José Antonio Anzoátegui, Carlos Soublette, la

Legión Británica, y por eso, esas otras, que incidieron y pudieron tener un papel

mucho más relevante, por lo que les correspondió, fueron olvidadas o relegadas

por la historia y los mismos historiadores, porque no se le puede quitar la

importancia a aquella donde estaban los prohombres que se encumbraron en

Boyacá; en las otras no, por cuanto no eran los próceres enaltecidos en las letras

ni sus comandantes en ese momento histórico.

Toda la atención, aunque con acierto, se enfoca en la ruta libertadora, con el

encuentro en las llanuras venezolanas y colombianas, la organización y marcha

hacia el interior del país por los filos, precipicios y parajes duros, rígidos y helados

de Pisba, que en lánguida columna avanzaban aquellos atrevidos hombres de

carácter recio, decididos, que habían huido del interior hacia los llanos para

salvaguardar sus vidas de la cuchilla española, de los muchos que se le unieron al

libertador venidos de las breñas santandereanas por cientos, experimentados y

curtidos en las luchas de guerrilla, (Rodríguez, 1969: 162-163)1 engrosando al

ejército patriota que apenas si se organizaba, pero que no se cuentan en los

renglones de la historia oficial, y los rasos hombres del campo que de los pueblos

boyacenses se enlistaron a su paso quedando resaltados en la pluma de las

anécdotas coloquiales para memoria perenne de grandeza y gloria.

Esa es la fama y exaltación de un hecho que nos libró de seguir como colonia para

apartarnos de la monarquía y emprender el viaje en las lides civilistas que

construyeron esta patria.

1. Las guerrillas como preámbulo de la batalla del Pienta Muy poco se sabe del papel preponderante que jugaron las guerrillas patriotas en

la época de la independencia, que cuando se les menciona, por los documentos 1 Rodríguez Plata, Horacio. Antonia Santos Plata: Genealogía y Biografía. Academia Colombiana de Historia. Edición conmemorativa del Sesquicentenario del sacrificio de la heroína: Editorial Kelly. Bogotá. 1969. Impreso.

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del siglo XIX, se habla de partidas de “bandidos” o “subversivos” o “rebeldes” que

eran aliados de un bando, y según quien los definía, por su afinidad con uno o con

otro, así se les calificaba, en este caso, se menciona a los nativos que buscaban

la independencia, y por lo tanto eran irregulares.

En Santander, en la región sur, en lo que hoy se componen los municipios de

Coromoro y Charalá, existieron grupos de rebeldes que decididamente enfrentaron

a las tropas españolas, alentadas por su propia convicción histórica. Estaban

conformados por gentes del común, campesinos pobres convencidos de su

pendencia en una región donde la irreverencia comunera respiraba aun por sus

poros en las luchas contra la tiranía y la explotación. Por lo general estas partidas

las dirigían personas que hacían parte del entorno y eran influyentes económica y

socialmente, o por alguien que estuvo involucrado en las filas militares del ejército

nacionalista desintegrado con la reconquista española pero que guarnecía algún

escalafón. Con el tiempo, en épocas posteriores, estos mismos personajes fueron

quienes incidieron en los nuevos roles económicos, políticos y sociales de

aquellas regiones, y en proporción, en la nueva república.

El conocimiento del territorio fue primordial para combatir a las huestes enemigas,

lo que les daba la ventaja sobre aquellos que desconocían el terreno,

especialmente las montañas y caminos que podían contener. Bien lo dice Eduardo

Pérez “En esa heroica lucha iniciada por la independencia nacional, es

imprescindible tener presente la movilización rural irregular como uno de los

factores que más hondamente afectaron la trayectoria de la evolución política,

donde se da la posibilidad de combatir en esa escala de guerra hasta convertirla

en el elemento decisivo que aceleró o retardo el proceso general.” (Pérez, 2005:

134)2.

2 Pérez O. Eduardo. La guerra irregular en la independencia de la Nueva Granada y Venezuela 1810-1830. Tunja. Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia y Academia Boyacense de Historia. 2005. Impreso.

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La estrategia de dichas guerrillas se asimilaba unas a las de otras, el factor

sorpresa era decisivo, las emboscadas y los ataques nocturnos les daban ventaja

y por lo general se aseguraba la victoria sobre las avanzadas o retaguardias del

grueso del ejército, lo que hacía bajar la moral de los enemigos. Uno de los grupos

de mayor connotación en el sur de Santander, fue la guerrilla que comandaba

Fernando Santos Plata, una de las mejores constituidas y más numerosas que

causó mucho daño a las tropas realistas.

Con el grado de capitán, Fernando Santos hizo parte del último bastión de defensa

contra Sebastián de la Calzada y Morillo en el páramo de Cachirí en febrero de

1816, en aquella terrible carnicería, y como uno de los pocos sobrevivientes, llegó

huyendo a San Gil, estratégicamente desvía por Mogotes hacia la región de sus

ancestros, la tierra de Coromoro y Cincelada donde tenían asiento sus padres y

hermanos, morada que conocía perfectamente por haber crecido allí en aquella

vasta región. En Mogotes comienza a organizar una guerrilla con los que se

encamina hacia las haciendas de la “Mina” y el “Hatillo” en la jurisdicción de

Coromoro como posición estratégica que le abría las puertas hacia los llanos

orientales y el interior del país, y que definitivamente sirvió para apoyar con tropas

a las del libertador a su paso por Boyacá.

En sus casi tres años de lucha contra las fuerzas realistas, a quienes les había

infligido vergonzosas derrotas, y mediando el año de 1819 su considerable fuerza,

con gran influencia territorial, cuando el libertador cubría las tierras de Bonza,

divide la guerrilla y le envía ochocientos hombres al mando de su comandante

Fermín Vargas a quien Bolívar alborozado por tan significativo aporte, al día

siguiente, el 23 de julio, lo asciende a teniente y lo deja como jefe de aquellos,

peleó en la batalla del Pantano de Vargas el 25 de julio, (Cano: 1163) y fue con su

gente incorporado al recién creado Batallón Voluntarios del Socorro. (Ibañez,

3 Cano Amaya, Edgar. En Nombre de la Libertad: Charalá, La Batalla del 4 de agosto de 1819, Testimonio de un Sobreviviente. Imagen Diseño Gráfico. Bogotá. 2008. Impreso.

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1971: 71, 73, 194, 388)4. La guerrilla estableció un orden moral, ordenado por

parte de sus comandantes con el fin de evitar los desmanes y atropellos contra la

integridad, tanto de sus propios pobladores, como de sus enemigos, pues, como

se sabe, por lo general, los prisioneros realistas, poco después, eran dejados

libres para que decidieran si se les unían o regresaban a sus cuarteles, la guerrilla

no podía darse el lujo de mantenerlos por su precariedad económica de alimentar

una población de reclusos y por lo complicado que les resultaba estratégicamente

llevarlos consigo permanentemente. Las fuerzas monárquicas, en cambio, en ese

instante de la guerra, tenía orden perentoria de no tener prisioneros, sino de

fusilarlos de inmediato.

Para los historiadores, según desde donde se analice y se mire a estos grupos de

“rebeldes”, se califican conforme dentro de ese contexto social importante en

nuestra historia, que define a aquellos guerrilleros, su movimiento y el papel que

jugaron en determinados territorios, como resultado del patriotismo que va

anidando el nacionalismo y los anhelos profundos por la independencia o como la

continuación de un conflicto donde simplemente cambian las circunstancias y los

actores, como lo examina Gustavo Vergara Arias, visionando las dos partes, esos

guerrilleros eran: “la expresión más clara del pueblo en la lucha por la

emancipación”; o igualmente si los escritores de análisis y mirada crítica de los

hechos y sus componentes, que actualmente incursionan en una nueva

percepción histórica, las conceptualizan como que “las guerrillas eran simplemente

la expresión de los intereses antagónicos de las clases sociales de un mundo

colonial que prácticamente no cambió con la independencia”. (Vergara: 191-198)5.

4 Ibáñez Sánchez, Roberto. Presencia Granadina de Carabobo. 1821 – 1971. Narración Histórico Militar. Homenaje de las Fuerzas Militares de Colombia en el Sesquicentenario de la Campaña libertadora de Venezuela de 1821. Tomo 1. Imprenta y litografía de las Fuerzas Militares. Bogotá D. E. 1971. Impreso. 5 Vergara Arias, Gustavo. En torno a la denominación de las montoneras y las partidas de guerrillas. Nueva Crónica. 1963. Impreso.

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2. Preludios de la batalla Precisamente, el mismo día en que fue fusilada en el Socorro María Antonia

Santos Plata, hermana del comandante don Fernando Santos, luego de ser

apresada en la hacienda del Hatillo, Charalá es tomada por la guerrilla de

Coromoro en coordinación con la local, deponen al alcalde y demás autoridades,

los apresan junto con connotados realistas y nombran a don Ramón Santos como

su primer alcalde popular. En la región se encontraba el coronel Antonio Morales,

quien había sido enviado por el libertador para recoger hombres, bagajes,

pertrechos, provisiones de toda clase y todo aquello que sirviera a su causa y sus

tropas. En la plaza, ante la multitud que se congregó, se leen la Ley Marcial

expedida por el General Bolívar y la noticia de la derrota de la división española en

Gámeza, Belén y Corrales, por lo que el pueblo se alborozó en gritos y más vivas

a la patria, se declaró libre a Charalá y los demás pueblos circunvecinos, y

Morales es nombrado comandante general del pueblo. Una de aquellas arengas

que enardecieron a sus habitantes es la “Proclama a la Libertad”, leída por don

Ramón Santos y que por fortuna ha podido subsistir de la pira y de la indiferencia

perversa de los mandatarios que han ordenado destruir los archivos históricos sin

que nada pase, dice:

“Ya habéis visto y vivido la noche del terror, la del látigo que nos ha arrancado la

piel y ha hecho salir la sangre de nuestros cuerpos, hemos sufrido en la oscuridad

del martirio que ciega nuestras libertades y hemos cargado las pesadas cadenas

que el opresor nos impuso. Hoy, nos hemos soltado del pesado fardo y liberado al

pueblo de sus verdugos, Ya somos libres. Aquí nos hallamos listos y prestos a

defender esa libertad conquistada con nuestras vidas y así lo ratificamos.

Hermanos de Charalá, Coromoro, Cincelada, Ocamonte, Riachuelo y Encino que

habéis venido a ser los protagonistas de esta nueva patria y de una nueva

América libre de tiranos, mirad el nuevo sol que inunda con su luz infinita nuestros

pueblos y respirad el aire limpio que nos llena de nueva fuerza y esperanza, id por

los caminos proclamando esa bendita libertad ganada con la sangre derramada

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por nuestros padres, hermanos e hijos. Que en todas partes se conozca este gran

suceso como la manifestación de una tierra indómita que logró derrotar a los

enemigos que osaron profanar este sagrado suelo. Hermanos, Compartid de la

grandeza y el gozo que inundan nuestros corazones, y posad en los altares de la

república ese don preciado, que os ha dado gloria, paz y libertad. En nombre de

nuestros mayores, de los comandantes, soldados de la patria y del pueblo,

PROCLAMAMOS LA LIBERTAD DE CHARALÁ, OCAMONTE, COROMORO,

CINCELADA, RIACHUELO Y ENCINO y juramos hoy, ante Dios y esta magna

tierra, dar la vida para defenderla de los déspotas y tiranos que quieran venir a

subyugarnos. Que se oiga en todas las naciones americanas nuestra voz como la

consolidación de un pueblo que se sacrifica por su libertad y la de sus hermanos.

VIVA LA PATRIA LIBRE E INDEPENDIENTE

Charalá y 28 de julio de 1819” (Cano)6

Se reúnen poco más o menos tres mil personas, campesinos y gente del común,

los comerciantes y personajes influyentes de Charalá, junto a todos aquellos

residentes de los pueblos cercanos de Ocamonte, Cincelada, Coromoro,

Riachuelo y Encino que indudablemente fueron convocados, se conformaron

cuerpos de milicias según su origen y se aleccionan para enfrentar a los realistas.

3. La batalla Como quiera que muy pocos de nuestros historiadores en el país, y especialmente

en Santander, conocen este hecho histórico, arrebato unos renglones para

sustraer una corta narración de aquella atroz y horrorosa batalla que marcó el

camino de la gloria para la república, es más, en este recinto una minoría de los

congregados la conocen o apenas si la han oído mencionar, y es allí donde la

academia y las instituciones gubernamentales pecan en la medida de su sepulcral

silencio, donde pareciera, que la historia es solo para contarla únicamente dentro 6 Cano Amaya, Edgar. Documento Archivo Histórico propiedad del autor.

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de algunos pocos recintos y para unos cuantos, como si tuviera dueño. Desde

hace nueve años se ha querido hacer su divulgación, pero aquellos quienes tienen

ese honorifico deber, callan en la mudez de sus conocimientos con la solaz

complacencia de las instituciones, ejemplo de ello es Santander, quien debiera

llevar la bandera con cara al Bicentenario de la Independencia, no para chocar o

contraponer verdades con sus hermanos de Boyacá y el resto del país, sino para

revalidar su historia y hacerla relevante a un mismo nivel.

La Asamblea del departamento, dictó la ordenanza No. 028, sancionada por el

señor gobernador el 30 de noviembre del 2016, “POR MEDIO DE LA CUAL SE

INSTITUCIONALIZA LA CONMEMORACIÓN DE LA BATALLA DEL PIENTA

ACAECIDA EL 4 DE AGOSTO DE 1819 EN EL DEPARTAMENTO DE

SANTANDER”., a hoy, es letra muerta y sirve solo para decorar archivos, tampoco

la Academia de Historia de Santander se ha pronunciado al respecto.

La ley 1874 del pasado 27 de diciembre: “POR LA CUAL SE MODIFICA

PARCIALMENTE LA LEY GENERAL DE EDUCACIÓN, LEY 115 DE 1994…”, es

decir, crea la cátedra de historia en las instituciones educativas, e igualmente de

manera simplona, por quien debe velar por su cumplimiento, es quien

grotescamente viola la misma ley, pareciera que el verbo violar está de moda, y no

pasa nada.

Pero adentrémonos en los hechos:

El ejército realista de aproximadamente mil ochocientos hombres que estaba

acantonado en el socorro, iba Camino de Tunja con el fin de reforzar a las tropas

de Barreiro quien días antes le había enviado comunicación solicitándole su

apoyo, el coronel Lucas González, sabe de la noticia de la toma de Charalá por los

guerrilleros y decide atacarlos, se regresa desde Oiba, pasa el alto de

Amansagatos y llega a las goteras del pueblo mucho antes de la madrugada del 4

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de agosto, se aposta en los vallados antes de cruzar el puente sobre el río Pienta,

espera paciente que la oscuridad de la noche se disipe, y apenas los rayos del sol

rompen las tinieblas, se dejan ver los dos bandos que comienzan un fuego lento

pero graneado.

Como quiera que la acción se estancara los realistas hacen su avanzada y logran

cruzar el puente, no obstante, el sangriento intento por detenerlos, la guerrilla y la

población retroceden, comienza la lucha calle por calle y casa por casa. En atroz

desigualdad militar, a puño, a lanzazos, a piedra y a garrote, se ataja un ejército,

pero la superioridad, la disciplina y las armas se imponen, al fin llegan a la plaza.

Mientras tanto la gente enfrentaba a los enemigos desde donde fuera, desde los

balcones, desde las ventanas, de las esquinas, desde los quicios de las puertas,

desde detrás de los árboles y desde donde se pudiera, se acometía a los godos,

se les enfrentaba con las lanzas, se les arrojaba piedra, con garrotes y con las

escasas armas de fuego de que disponían, pero cada vez más la defensa era

destrozada y los hombres caían por doquier llegando el momento de ver la vida

perdida, solo se escuchaban gritos y llanto desgarradores de hombres, mujeres y

jóvenes, que eran alcanzados e inmediatamente asesinados.

En ese punto de la guerra en que los soldados realistas se meten a la fuerza a la

iglesia, encuentran allí a una gran cantidad de gente no combatiente,

especialmente mujeres, ancianos y niños, y sin más miramiento los atacan.

Precisamente entre la masa inerme, se encontraba refugiada la sobrina de Antonia

Santos, la niña Elenita, de tan solo trece años de edad, quien, tratando de escapar

por la sacristía hacia la calle, un soldado la asesina con un certero disparo, y este,

al ver tan sin igual belleza, sin pudor ni miedo, abusa del tierno cadáver.

Las guerrillas patriotas no cejaron un solo día en enfrentar a los españoles, se

organizaban por grupos más o menos numerosos y atacaban por algún punto del

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pueblo a los realistas manteniéndolos ocupados y en alerta de día y de noche. Así

permanecieron hasta el siete de agosto, hasta cuando todo se apaciguó y el

coronel Lucas González viendo que no había más nada qué hacer, pues los

muertos se contaban por cientos, había dado la orden de no enterrar a ninguno

para que sirviera de escarmiento a los que siguieran empecinados en sublevarse.

Entonces, apenas pasada la media noche del siete de agosto, sale Lucas

González de Charalá con todo su ejército por la vía del Encino rumbo a Tunja,

dejando tras de sí su sello nefasto de total desolación, la muerte cubría con su

manto el pueblo, en fin, todo era ruina.

Desde el puente sobre el río Pienta, por el camino, las calles, dentro de las casas,

dentro de la iglesia y especialmente en la plaza del pueblo, toda se encontraba

sembrada de cadáveres, muchos fueron colgados de los balcones, unos del

cuello, otros de los pies, o de las ramas de los árboles que había, o amarrados a

sus troncos, los habían torturado, les cortaron las orejas, la nariz, sacado los ojos,

les abrieron el vientre y los dejaron morir con las tripas colgando. Al lado de la

alcaldía municipal existía un muro de tapia que cerraba un lote, y ahí, frente a este

paredón, como en la plaza, fueron fusiladas decenas de personas, más aún, otros

fueron encerrados en los ranchos pajizos y les prendieron fuego con ellos adentro

para que ardieran con su libertad. (Cano: 74-75)7.

Aun, pasados veinte días de la masacre, el cura don Pedro de Vargas, sigue

recogiendo los pedazos de cadáveres para darles sepultura, tal como lo dejó

escrito en el libro de defunciones (Archivo parroquial)8, señalando que se los

habían comido los gallinazos, los cerdos y los perros porque no había quién los

enterrara. La gente sacrificada en Charalá pasaba de mucho más de trecientas

personas. La batalla se perdió, fue una terrible derrota para los nacionales, pero el 7 Cano Amaya, Edgar. En Nombre de la Libertad: Charalá, La Batalla del 4 de agosto de 1819, Testimonio de un Sobreviviente. Imagen Diseño Gráfico. Bogotá. 2008. Impreso. 8 Archivo parroquial de Charalá, Libro 2 de defunciones, 3 V.

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sacrificio valió la pena, porque la guerra se ganó, pues permitió el triunfo del

libertador Simón Bolívar el 7 de agosto en Boyacá.

Cuanto asombro causa entre la gente del común, a los estudiosos de la historia y

los académicos ésta olvidada historia, saber que un pueblo prefirió el sacrificio

para que se pudiera sellar la independencia, y que caso contrario, si le hubieran

llegado a Barreiro las mil ochocientas tropas de refuerzo, sin duda alguna que la

balanza se habría inclinado a su favor y con toda seguridad los prisioneros habrían

sido Bolívar, Anzoátegui, Soublette, Santander y demás ilustres patriotas, contra

quienes Barreiro y el virrey Sámano no mediarían contemplación alguna por

cuanto después de llevados a Santafé como trofeos de la corona y seguramente

exhibidos como maleantes y delincuentes, serían de inmediato fusilados. No hay

duda.

Pero el punto para el país y la celebración mediática no es Charalá y su batalla del

Pienta; lo es, con toda su atención la de Boyacá, la más sonada, la preclara, la

excelsa, que está dispuesta por su connotación, pero que es tan gloriosa, esta

como aquella, y deberían unirse, permanecer enlazadas y reconocidas en todo el

país, no tendría sentido la una sin la otra, no sería moralmente ético seguir

ocultándola ante la apertura de una nueva visión de la historia, ni seguir

recorriendo el mismo sendero añejo y rígido sin el discernimiento y estudio de las

implicaciones sociológicas de los conflictos que dieron origen a una nación y se

siga teniendo solo una como la única verdad lúcida y real en las páginas de

nuestra patria. Si seguimos así, excluyendo con menosprecio un suceso

trascendental y decisivo como lo es la batalla narrada, dejándola decantada por el

estado de reposo absoluto, no es difícil deducir, que esta y las generaciones

venideras, continuarán durmiendo en la indolencia de lo que significa haber

construido un país.

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RESUMEN

El reconocimiento de un hecho desconocido en la historia de Colombia acaecido

en la primera mitad del siglo XIX en la región santandereana que en aquél

entonces se conformaba por los pueblos de Charalá, Cincelada, Coromoro,

Ocamonte, Riachuelo y Encino, constituyen el centro de interés y de estudio, de

una batalla que fue la que decidió en los campos de Boyacá el triunfo del

libertador Simón Bolívar el 7 de agosto de 1819 y que rompió definitivamente con

la corona española el vínculo que ostentaba la Nueva Granada como una de sus

colonias.

Los intentos sociales de darle la importancia a este manifiesto histórico han sido

totalmente truncados por quienes se empeñan en mantener un Estatus Quo

histórico, sin la evolución que requiere en estos tiempos, pues pareciera que

Henao y Arrubla, sin pretender demeritarlos, pusieron las pautas definitivas y

únicas de lo que los colombianos debemos saber al respecto. La historia jamás

puede ser dogmática y rectilínea, es todo lo contrario, cambiante y transformadora

en los conceptos para adaptarse con criterio crítico y fundamentos propios en los

hechos, en sus causas sociales, políticas y culturales de los tiempos.

Cabe cuestionarse ahora, qué sigue respecto de la batalla de Boyacá, de su

bicentenario, si es que tiene solo un dueño y es el que comercialmente se utiliza

como a cualquier mercancía para su propia promoción, o si se da una apertura

histórica a todos aquellos que influyeron para consolidar un hecho que nos marcó.

Si la sangre y el sacrificio de cientos de compatriotas no pueden caber sino en el

asunto mediático de la misma celebración, y cuál es el papel que representan o

van a encarnar las academias y centros de historia del país, si seguiremos

manejando el mismo discurso estático y pasivo que no emociona, que se enreda

en desfiles y discursos frívolos que aburren, y se repiten todos los años desde el

alto gobierno. Son los mismos que transmiten los medios de comunicación como

un espectáculo circense que culminan en la capital de la república, las

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gobernaciones de los departamentos y en la languidez de las alcaldías

municipales, con banquetes y brindis en nombre de los héroes de la patria que se

sacrificaron por nosotros.

Igual que Boyacá, Santander, pero especialmente Charalá y la región, merecen

una mirada histórica que las equilibre y que las una. Rindamos honores a los

mártires de aquella gesta y ennoblezcamos en el altar más sagrado a aquellos

hombres, mujeres y niños que sí supieron para qué lucharon, como ejemplos a

seguir y como herederos y descendientes de una generación de honor.

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Lámina de Antonia Santos – 1919 Retrato de María Antonia Santos Plata.

Oleo del maestro Oscar Rodríguez Naranjo Concejo Municipal de Coromoro.

Copia de la primera hoja que narra la Batalla del Píenta – carta escrita por don Francisco

Arias Nieto – 29 de agosto de 1819.

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BANDERAS DE LA INDEPENDENCIA CREADAS EN CHARALÁ – 1819

MILICIAS DE LIBERTADORES MILICIAS DE CHARALÁ

MILICIAS DE COROMORO MILICIAS DE CINCELADA

MILICIAS DE OCAMONTE MILICIAS DE RIACHUELO Y ENCINO

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Charalá 1885 Puente sobre el río Pienta.

En este lugar se dio inicio a la batalla el 4 de agosto de 1819

Casa de la hacienda La Mina que fue de propiedad de la familia Santos Plata –

Coromoro.

Partidas de defunción de Joaquín Carreño y Felipe Garnica del 20 de agosto, muertos por las tropas españolas en la batalla del 4 de agosto de

1819 – devorados por los cerdos como allí se menciona, porque no había quién los enterrara.

Soldado de la milicia de Coromoro. Mapa de la ruta libertadora.

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Síntesis Biográfica

Edgar Cano Amaya

� Creador del Museo Arqueológico e Histórico de la Casa de la Cultura de

Charalá.

� Cofundador y Presidente del Centro de Historia de Charalá, 2017

� Columnista del periódico “La Zigarra” de San Gil, Santander, desde el año

2006.

� Coautor de la Biografía “100 años en la vida de Rafael León Amaya – 1914 –

2014”

� Autor del libro “En Nombre de la Libertad, Charalá la Batalla del 4 de agosto de

1819, Testimonio de un sobreviviente” edición 2008, que fue base para la

realización de dos producciones cinematográficas “Pienta, La Hormiga y el

Coronel” de la cual fue asesor histórico, y el seriado para televisión “Pienta, la

Resistencia que Salvó a Bolívar” transmitida por el canal TRO.

� Realizó el curso de historia en el tema “Nuevos Enfoques sobre la

Independencia de Colombia” en la Universidad Nacional de Colombia. 2011.

� Descubridor del documento que cuenta la historia sobre la siembra de nuestro

hermoso samán en 1910 para la celebración del Primer Centenario de la

Independencia de Colombia como el árbol de la libertad.

� Descubridor del documento que sacó a la luz la casa donde nació el Tribuno

del Pueblo don José Blas Acevedo y Gómez en Charalá.

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� Asesor histórico y coautor del proyecto de ley 1644 del 2013 que declaró a

Charalá “Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación”

� Autor del proyecto de ordenanza No. 028 del 30 de noviembre de 2016,

sancionada por el gobernador del departamento “Por Medio de la Cual se

Institucionaliza la Conmemoración de la Batalla del Pienta acaecida el 4 de

agosto de 1819 en el departamento de Santander”.

� Autor del proyecto de acuerdo No. 100-0202-028 sancionado por el señor

alcalde el 30 de noviembre de 2017 “Por medio del cual se Institucionaliza la

fecha de Fundación de Charalá”

� Asesor histórico para el Monumento a los Héroes del Pienta para la

celebración del Bicentenario de la Batalla del 4 de agosto de 2019

� Libro para edición:

o “Guanes y Chalalaes, de la gloria al olvido”

� Libro en desarrollo:

o “COROMORO, Tierra de Libertad”