ventajas y desventajas de dirigir la política social hacia la lucha contra la pobreza

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Ventajas y Desventajas de dirigir la política social a la lucha Ventajas y Desventajas de dirigir la política social a la lucha contra la pobreza contra la pobreza Angélica Torres Quintero Angélica Torres Quintero Agosto de 2005 Agosto de 2005 Para comenzar a plantear el debate entre las ventajas y desventajas de dirigir la política social a la lucha contra la pobreza, es importante aclarar que la política social entendida como protección social es hija del capitalismo y aparece cuando se hace evidente que la mercantilización de la fuerza de trabajo, no es garantía en si misma de bienestar y aumento de la calidad de vida de las personas. Al remontarnos al S. XVIII, época en la que el mercantilismo comenzó a tener auge y la pobreza empezó a diseminarse como una plaga que amenazaba la estabilidad y la expansión del capitalismo, podemos encontrar que ante esta amenaza, se hizo necesario diseñar una estrategia que le devolviera estabilidad al sistema y garantizara que la mano de obra pudiera insertarse adecuadamente en las grandes fábricas. Dicha estrategia estuvo en un comienzo en manos de la Iglesia a través de las parroquias barriales y de las comunidades laicas. Sin embargo, cuando la situación se salió de control, el Estado se vio obligado a asumir esta responsabilidad desde la figura de la asistencia, que no era otra distinta a la de la caridad. En estos momentos es claro que la protección no era entendida como un derecho universal, sino como un “favor” para unos pocos, aquellos que estaban excluidos del sistema. Lo que implicaba que para poder recibir la ayuda del Estado era indispensable hacer parte de la categoría de “excluidos”. 1

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Ensayo académico

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Page 1: Ventajas y desventajas de dirigir la política social hacia la lucha contra la pobreza

Ventajas y Desventajas de dirigir la política social a la lucha contra la pobrezaVentajas y Desventajas de dirigir la política social a la lucha contra la pobreza

Angélica Torres QuinteroAngélica Torres QuinteroAgosto de 2005Agosto de 2005

Para comenzar a plantear el debate entre las ventajas y desventajas de dirigir la política social a la

lucha contra la pobreza, es importante aclarar que la política social entendida como protección social

es hija del capitalismo y aparece cuando se hace evidente que la mercantilización de la fuerza de

trabajo, no es garantía en si misma de bienestar y aumento de la calidad de vida de las personas.

Al remontarnos al S. XVIII, época en la que el mercantilismo comenzó a tener auge y la pobreza

empezó a diseminarse como una plaga que amenazaba la estabilidad y la expansión del capitalismo,

podemos encontrar que ante esta amenaza, se hizo necesario diseñar una estrategia que le

devolviera estabilidad al sistema y garantizara que la mano de obra pudiera insertarse

adecuadamente en las grandes fábricas. Dicha estrategia estuvo en un comienzo en manos de la

Iglesia a través de las parroquias barriales y de las comunidades laicas. Sin embargo, cuando la

situación se salió de control, el Estado se vio obligado a asumir esta responsabilidad desde la figura

de la asistencia, que no era otra distinta a la de la caridad.

En estos momentos es claro que la protección no era entendida como un derecho universal, sino

como un “favor” para unos pocos, aquellos que estaban excluidos del sistema. Lo que implicaba que

para poder recibir la ayuda del Estado era indispensable hacer parte de la categoría de “excluidos”.

Polanyi plantea en su libro “La gran transformación” (1992) que la Ley de Speenhamland en

Inglaterra, condujo a una degradación humana y social inexplicable, en la medida en que atrajo el

pauperismo; pues, si el mercantilismo no permitía vivir dignamente, el ser pobre, mendigo o

desvalido, por lo menos garantizaba la supervivencia, ya que las personas se hacían meritorias de la

caridad estatal.

En consecuencia, resulta llamativo cómo estos primeros vestigios de política social (no denominada

todavía de esta forma) si bien emergen como una alternativa de lucha contra la pobreza, no logran

ser eficaces en su objetivo y por el contrario, terminan produciendo un efecto de pauperización en la

población y una profundización en la división de clases sociales: Los burgueses dueños del capital, el

proletariado inserto en las fábricas y los mendigos o pobres excluidos del sistema.

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En ese sentido, podemos empezar a concluir que desde esta época ya se esboza el boceto de lo que

sería el fracaso de una política social dirigida a la lucha contra la pobreza.

Reconocer tan funesto resultado implicó un largo proceso, producto del fortalecimiento paulatino del

proletariado, quien reclamaba para si mejores condiciones laborales y amenazaba fuertemente la

estabilidad del capitalismo como sistema hegemónico. En ese contexto, aparece en escenario

nuevamente la política social como un instrumento del régimen dominante para calmar los ánimos y

retornar al statu quo, demostrando que desde el modelo capitalista podía proporcionarse bienestar

por lo menos a los que estaban insertos dentro del mercado, es decir, a los trabajadores.

Este modelo de aseguramiento de mediados del S. XIX liderado por Bizmarck en Alemania y

reproducido en el resto de Europa a comienzos del S. XX, proporcionaba un sistema de protección a

los trabajadores, a partir de las contribuciones tripartitas del Estado, el trabajador y el empleador;

pero no resolvía el problema de la pobreza, pues quedaba exento de protección el resto de la

población. Esto llevaba a que el Estado siguiera conservando su carácter asistencialista con los

sectores más deprimidos de la sociedad.

El esquema del Estado de Bienestar de mediados del S. XX surge bajo la coyuntura de la culminación

de la Segunda Guerra Mundial, periodo en el que no se puede hablar de sectores pobres y sectores

privilegiados, pues toda Europa se encuentra en condiciones de profunda vulnerabilidad. Bajo ese

contexto, y la preocupación por restaurar el mundo afectado por la guerra, Keynes propone que la

única manera de producir una reactivación de la economía es asumiendo una política de activismo

fiscal, que contradice el modelo de disciplina fiscal imperante hasta el momento. Esta política

económica implica desde lo social con las propuestas de Beveridge, la posibilidad de brindar una

cobertura universal para la protección social a la población de una nación, como responsabilidad

directa del Estado.

En este periodo que osciló entre los años 50s y 70s y que los historiadores como Hobsbawm (1994)

coinciden en denominar los “años dorados” por el incremento en el bienestar de la calidad de vida de

la población; el criterio que garantizaba la protección social no era la pertenencia a uno u otro sector

de la sociedad, ni la situación de mayor vulnerabilidad dentro de la vulnerabilidad, sino la condición de

ciudadanía.

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Podemos decir entonces, que este es el único momento en la historia de la política social en el que

en lugar de orientarse hacia los sectores más desfavorecidos, privilegió los intereses de toda la

población, en la medida en que se logró una integración y conexión con la política económica, que

perseguía los mismos fines.

Sin embargo, este progreso en la concepción amplia de los derechos sociales no duró mucho tiempo,

porque como sabemos, se produjo una crisis fiscal de tal magnitud en los países más endeudados

(entre los cuales no puede contarse a Colombia) que condujo a que los principales exponentes del

neoliberalismo propusieran como única o por lo menos la “mejor alternativa” de solución, el retorno a

las políticas de disciplina fiscal y con ello la reducción del gasto social y la disminución del papel

proteccionista e interventor del Estado.

Bajo este contexto nació el nuevo modelo de protección social en el que los lineamientos

provenientes de la Banca Multilateral y el Fondo Monetario Internacional determinaron con carácter

de obligatoriedad e imposición, a partir del mal llamado “Consenso” de Washington, que los Estados

debían dirigir sus políticas sociales a la lucha contra la pobreza. Es decir, a proporcionar subsidios a

todos aquellos que estuvieran por fuera de la dinámica del mercado y que no pudieran costearse por

cuenta propia el acceso a la protección.

Por lo tanto no desapareció el modelo de aseguramiento, aunque si se vio transformado, pues los

servicios de protección que anteriormente prestaba el Estado, pasaron a manos de la empresa

privada quien asumió tal labor más que como un servicio, como un negocio, que debía pelearse

dentro del esquema de la competitividad.

Pero es aquí donde nuevamente comienzan a surgir los problemas y cobran vigencia riesgos que ya

tienen historia.

Si la prestación de los bienes sociales como la salud o la seguridad social deja de ser responsabilidad

exclusiva del Estado y pasa a ser una responsabilidad compartida con el sector privado, en donde el

Estado se hace cargo únicamente de los pobres a través del subsidio a la demanda y el sector

privado actúa como asegurador de los trabajadores; es decir, de aquellos que hacen su contribución

a través de las cotizaciones; se corre el riesgo de que esta medida en el hipotético caso de que

alcanzara la pretensión de universalidad en la prestación de estos bienes (situación que no ha

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ocurrido en Colombia), lo hiciera bajo un criterio de inequidad, pues las personas en situación de

pobreza, que son las que requieren mayor atención por las condiciones de vulnerabilidad y

desigualdad en las que encuentran, son las que menos reciben, tanto en cantidad como en calidad.

Ello se debe en gran parte a que el presupuesto destinado por el Estado a esta labor, debe estirarse

como un caucho para cubrir a la población pobre que va en aumento. Así, ante la imposibilidad de

lograr una mayor cobertura desde el aseguramiento, producto de las condiciones de flexibilidad

laboral vigentes y del auge del trabajo informal como mecanismo de supervivencia1, el Estado con un

mismo presupuesto debe garantizar esta cobertura en detrimento de la calidad.

Ejemplo de ello es lo que actualmente está ocurriendo con la propuesta de reforma al Sistema

General de Seguridad Social de la Ley 100 de 1993. El proyecto de Ley 052 de 2004 presentado

como la propuesta “unificada” de reforma, propone aumentar la cobertura a los mal llamados

“vinculados”, brindando un servicio que correspondería a la mitad de lo que en la actualidad reciben

los beneficiarios del régimen subsidiado, quienes a su vez reciben la mitad de los beneficios que

tienen los beneficiarios del régimen contributivo. Esta alternativa de solución ratifica un modelo de

protección social que desde un sistema capitalista de corte liberal o neoliberal tiende a proteger y a

beneficiar principalmente a aquellos que están insertos en la lógica hegemónica del mercado y no a la

población pobre, excluida del mercado. Para estos últimos, pareciera que no quedara otro camino

que aceptar la caridad.

A partir de estas conclusiones es posible afirmar que la política social desde un modelo de

neoaseguramiento tampoco puede pensarse como una alternativa real de lucha contra la pobreza. Es

decir como una alternativa que un Estado comprometido en la erradicación, o por lo menos en la

disminución de una pobreza del 65% de su población, deba asumir como bandera dentro de sus

estrategias de política social.

En los últimos años, el Banco Mundial ha tenido que reconocer el fracaso en sus orientaciones, por

eso desde 1999 viene haciendo algunos ajustes a los lineamientos de política en donde comienza por

visualizar el problema de la pobreza como un asunto que trasciende la carencia de alimentos y de

servicios públicos y sociales. El estudio “La voz de los pobres” (1999) realizado con personas pobres

de diferentes regiones del mundo, da cuenta de ello.

1 El trabajo informal ha sido considerado por el DANE (2004) como la cualidad que define el trabajo urbano en Colombia.

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Allí el Banco Mundial visibiliza la situación de exclusión social a la que ha sido sometida la población

pobre, la cual no ha sido escuchada en sus necesidades, ni se le ha invitado a hacer parte de las

alternativas de solución a su situación. Además ha sido víctima de maltratos y abusos por parte de las

Instituciones públicas y privadas que les prestan los servicios. Reconoce a su vez que las “ayudas”

proporcionadas por el Estado, las ONGs y los organismos internacionales siguen siendo insuficientes

para resolver el problema y que muchas veces están condicionadas por otro tipo de intereses.

En ese sentido considero, que trascender la mirada economicista y estadística de la problemática de

la pobreza ha sido un aspecto positivo, ya que por lo menos pone sobre el tapete la importancia de

ver a la población pobre como sujetos, como seres humanos, y no como simples cifras u objetos de

intervención, que al ser reducidos, demostrarán el éxito de un modelo económico que se preocupa

por los menos favorecidos.

De igual forma, pienso que abrir espacios de participación para las personas pobres puedan hacer

parte de la toma de decisiones y la elaboración de propuestas, puede conducir a llevar a cabo

procesos sostenibles en el tiempo, que proporcionen beneficios reales para la población. Sin

embargo, focalizar la política social únicamente hacia el empoderamiento y el liderazgo comunitario

puede traer como riesgo el que la calidad de los servicios de protección a los que tienen derecho los

pobres esté condicionada al grado de exigencia o veeduría ciudadana que ejerzan, y no se

proporcione como una obligación que adquiere cualquier entidad privada o pública que se

compromete a prestar un servicio social.

De otra parte, si bien ha habido cambios en los lineamientos del Banco Mundial, es importante

entender que las estrategias propuestas siguen validando como modelo de desarrollo el capitalismo

neoliberal que ha demostrado ser funesto para los países de tercer mundo, los cuales no se

encuentran, ni se encontrarán jamás en condiciones de igualdad para competir con las grandes

economías mundiales. Es decir, las políticas vigentes orientadas a la lucha contra la pobreza, no

formulan cambios ESTRUCTURALES, sino paliativos que pretenden aminorar el impacto de la

pobreza dentro de un modelo que cada día exacerba y promueve la exclusión social.

Prueba de ello es el papel tangencial que se otorga a los países industrializados en la lucha contra la

pobreza, el cual queda limitado a la caridad. Los países ricos otorgan donaciones a sus hermanitos

“pobres”, pero bajo condiciones específicas, lo cual hace que la autonomía de estos países se vea

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cada vez más fracturada y amenazada. Un compromiso real implicaría adoptar una política no sólo

para disminuir la pobreza, sino para erradicarla, para lo cual sería indispensable que los países

condonaran la deuda externa o por lo menos la redujeran significativamente; pues cada préstamo que

otorga el Banco Mundial y los demás agentes financiadores, deberá ser pagado en algún momento

de la historia.

En conclusión, son sin duda mayores las desventajas que las ventajas para una sociedad, orientar

sus políticas sociales a la lucha contra la pobreza desde un modelo capitalista, en el sentido de que

mientras exista este modelo de “desarrollo”, la pobreza seguirá produciéndose inevitablemente y pese

a cualquier esfuerzo o buena intención.

Bibliografía

BANCO MUNDIAL. La voz de los pobres, 1999

BANCO MUNDIAL. Informe sobre el desarrollo mundial 2000 / 2001

GIRALDO, C. Origen de la protección social, Bogotá, 2004

HOBSBAWM, E. Historia del Siglo XX. Grijalbo, Barcelona, 1994

LEY 100 de 1993

POLANYI, K. La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo. Fondo

de Cultura económica. Mexico, 1992.

PROYECTO DE LEY 052 de 2004, Senado. Colombia.

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