vida en la pobreza

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1 Capítulo 1 El comienzo Era un día de primavera. El sol calentaba el aire y una pequeña brisa rozaba de vez en cuando mi cara. Mientras mi padre recogía lo que hacía poco había sido nuestra comida yo estaba sentado junto al lago con mis pies sumergidos en el agua. Miré al cielo. Papá, ¿necesitas ayuda? - Dije sin desviar mi mirada de las nubes. No hijo, ya casi he terminado. ¿Hoy volveremos a ir? Sí, bien querrás comer algo para cenar. Mi nombre es Adûnakhor, apenas tenía yo 11 años. Vivía en Ratsu con mi padre. No teníamos una gran cantidad de dinero, pero vivíamos bien. Dormíamos junto al lago norte debajo de la copa de un precioso cerezo. Por las tardes solíamos ir a recoger hierbas curativas al bosque que había al lado. Ratsu era una pequeña isla, la cual solo consistía en una aldea de gente humilde, hecha de casas de piedra y paja, con un aire oriental. En la parte superior del pueblo yacía un castillo rodeado por una fosa de agua. El castillo estaba construido sobre un soporte de piedras realmente elevado y rodeado por una muralla, para acceder a él teníamos que hacerlo a través de unas escaleras estratégicamente colocadas por si cualquier tipo de asaltante trataba de penetrar en él, debía pasar por todo un circuito de torres cubiertas en las cuales se ocultaban los mejores arqueros y ballesteros de la zona. Al otro lado de las pequeñas barricadas de madera que volteaban la aldea se encontraba un bosque, algunos dicen que encantado, yo simplemente lo llamo misterioso. Nunca llegué a creerme que ahí habitaran almas

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Un joven chico sufrirá muchos cambios en la vida, conocerá a gente y se aficionará para la religión, que le marcará de por vida.

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Capítulo 1 – El comienzo

Era un día de primavera. El sol calentaba el aire y una pequeña brisa rozaba de vez en cuando mi cara. Mientras mi padre recogía lo que hacía poco había sido nuestra comida yo estaba sentado junto al lago con mis pies sumergidos en el agua. Miré al cielo. – Papá, ¿necesitas ayuda? - Dije sin desviar mi mirada de las nubes. – No hijo, ya casi he terminado. – ¿Hoy volveremos a ir? – Sí, bien querrás comer algo para cenar. Mi nombre es Adûnakhor, apenas tenía yo 11 años. Vivía en Ratsu con mi padre. No teníamos una gran cantidad de dinero, pero vivíamos bien. Dormíamos junto al lago norte debajo de la copa de un precioso cerezo. Por las tardes solíamos ir a recoger hierbas curativas al bosque que había al lado. Ratsu era una pequeña isla, la cual solo consistía en una aldea de gente humilde, hecha de casas de piedra y paja, con un aire oriental. En la parte superior del pueblo yacía un castillo rodeado por una fosa de agua. El castillo estaba construido sobre un soporte de piedras realmente elevado y rodeado por una muralla, para acceder a él teníamos que hacerlo a través de unas escaleras estratégicamente colocadas por si cualquier tipo de asaltante trataba de penetrar en él, debía pasar por todo un circuito de torres cubiertas en las cuales se ocultaban los mejores arqueros y ballesteros de la zona. Al otro lado de las pequeñas barricadas de madera que volteaban la aldea se encontraba un bosque, algunos dicen que encantado, yo simplemente lo llamo misterioso. Nunca llegué a creerme que ahí habitaran almas

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2 de Loki, de siempre supe que aquella isla era, en gran parte, seguidora de Padre. En ese bosque había árboles probablemente milenarios, algunos se elevaban a gran altura sobre nuestras cabezas, sus troncos eran gruesos y duros, de un color marrón oscuro. No pasaba mucho la luz debido a la gran cantidad de follaje de los árboles, pero sí que se podía ver algún que otro rayo de luz que atravesaba un pequeño agujero entre hoja y hoja y llegaba al suelo. – ¿Cuántas tienes ya? – Debo llevar unas siete, papá. – No está nada mal, creo que hoy es un buen día. – ¿Por qué? – ¿Recuerdas esa lubina que pescamos el otro día? – Sí. – La señora de Hans me ha dicho que mañana pasará a recogerla. – ¿De verdad? – Sí. – ¿Y cuánto te va a dar? – Bueno, me regateó un poco el preció, pero seguimos ganando. 175 dorados por ella. – ¡Es genial! – Dije emocionado. – Papá. – Dime, hijo. – ¿Volveremos este año? – ¿Te refieres a Talerna? – Sí, ¿volveremos? – Con la de cosas que tenemos este año para vender, sí, lo más seguro. – ¡Qué bien! La oscuridad comenzaba a hacerse notar, el sol empezaba a desaparecer y ya se podía divisar una luna llena en el cielo, sin ninguna nube, con un mar de estrellas a su alrededor. Yo y mi padre decidimos volver a la aldea antes de que oscureciera del todo, no nos creíamos el mito de que el bosque había ningún tipo de demonio ni nada que se le pareciera, pero aún así nos daba escalofríos pensarlo. Llegamos a la aldea a paso lento con nuestras cestas, hoy llenas, en las manos balanceándose al ritmo de nuestros pasos. A lo lejos se veían las pequeñas luces de las embarcaciones que decidían pasar

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3 aquella noche en Ratsu, el faro emitía un gran rayo de luz hacia el mar. Siempre pensé que el encargado del faro debía ser un hombre muy solitario, hacía años que trabajaba el mismo hombre allí. Era un señor mayor con una gran barba blanca muy poco cuidada. Tenía la mirada desviada, realmente siempre tuve la impresión de que ese no era un ojo real sino un ojo de esos de cristal que llevan los piratas. Vestía raro, ropas clásicas y algo destartaladas, no muy limpias. Era grueso de constitución y, a pesar de que nunca le vi sonreír, sí que pude verle una vez cuando se le cayó un vaso de vino al suelo y gritó una blasfemia, los dientes, si es que se le pueden considerar dientes. Eran de un color amarillo casi marrón, algunos afilados probablemente se los hubiera roto en el pasado. Algunos dientes le faltaban y se le veían las encías. La verdad es que su paso es bastante lento y cojea de la pierna izquierda. Los rumores dicen que anteriormente fue un gran pirata de la mar temido por muchas ciudades. Según cuentan solía robar en los mercados costeros de las ciudades, provisiones, dinero, vino... Dicen que un día en uno de sus robos una banda de enmascarados rodeó a él y a sus tripulantes y se entablaron en una batalla. Cuentan que uno de los enmascarados que le atacó le clavó una daga en el ojo, al caerse al suelo sangrando lo tomaron por muerto, pero no fue así. Al parecer le recogieron unos monjes y lo cuidaron. Cuando despertó juró que no volvería a hacer mal a nadie, dijo que eso era una señal y que ayudaría a las ciudades a que no se le acercara ningún tipo de asaltante, y por eso se hizo el encargado del faro. Vigila las aguas y el puerto marítimo de Ratsu y gracias a él se han evitado asaltos por parte de piratas. Con esto creo que a pesar de su pasado no es mal hombre, sé que todos podemos cambiar y todos tenemos otra oportunidad en la vida. Hierbas verdes calientes y unas pocas cerezas, en eso consistía la cena de esa noche. Era una noche agradable, estábamos sentados junto al fuego yo y mi padre, como todas las noches mi padre solía contarme alguna historia, normalmente de sus viajes como misionero. – Entonces vi a aquel hombre y le di el último trozo de pan que me quedaba, en sus ojos pude contemplar la pobreza y la Fe hacia padre que sentía. Debemos compartir lo que tenemos con los que lo necesitan, no habrá otra cosa en esta vida, hijo, que te haga sonreír más que la sonrisa del necesitado. – Dijo mi padre mientras recogía las hierbas.

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4 – Jo... Ojalá yo pudiera vivir algo así, papá, quiero ser como tú. – Hijo no seas impaciente y ten Fe, sé que no me he equivocado contigo y de mayor sé que continuarás con los valores que te he enseñado. – Sí, de mayor trabajaré, viajaremos por todo Werington. Ayudaremos a la gente que lo necesite, vendrás conmigo, te alquilaré un hogar, con una cama y una mesa donde comer. Ya lo verás, papá. – No pienses en eso hijo, yo no lo necesito, hay más gente que necesitará ese dinero. – Sí pero... No, tú me has cuidado toda la vida, has arriesgado tu vida por mi y has trabajado mucho, quiero algún día poder darte la vida que te mereces. – Hijo, no tienes porque hacer nada de eso. – Insisto. – Dije con voz firme. – E iremos a ver a mamá todos los domingos, y le llevaremos flores. – Que orgulloso estoy de ti – Dijo sonriendo – Pocos padres tienen hijos como tu... – Papá... – Lo siento... Es que cada vez que te pones así, te pareces tanto a tu madre... – Se seca una lágrima. – Mamá... ¿Se parecía a mí? – Mucho… En tu nariz... Tus ojos – Suelta una pequeña risa. – Y desde luego en tu forma de ser. – Sonríe – Como la echo de menos... Mi madre había muerto al nacer yo, fue un parto difícil, de casi 18 horas. En ese momento estaba mi madre recogiendo arroz de una plantación y mi padre la ayudaba, mi padre intentó hacer lo que pudo pero en cuanto salí, el alma de mi madre subió al cielo. Sus ojos se cerraron lentamente mientras daba su último suspiro, mientras con sus últimas fuerzas antes de ir con padre fueran para traerme a mí a la vida. Se lo debo todo. – Papá, de mayor, de verdad, iremos a verla todos los domingos, le llevaremos flores y rezaremos por ella. No llores... – Gracias... Pero no sé como piensas pagar todo eso, no es tan fácil. – Voy a estudiar mucho. – Tú no tienes libros... Lo siento mucho... Yo quise pagarte los estudios pero... Le interrumpí

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5 – No, no es culpa tuya ni de nadie. Tú has hecho lo que debías hacer y nunca en la vida voy a poder devolverte lo que has hecho por mí. – No he hecho tanto, sólo lo que cualquier padre habría hecho por su hijo. Ahora, será mejor que descansemos, mañana cogeremos el barco a Talerna así que deberemos levantarnos pronto para prepararlo todo. – De acuerdo, buenas noches. Y el sol brilló en mis ojos, el amanecer había llegado. Me levanté y vi a mi padre con unas cajas ya amontonadas en un lado y seguía empaquetando más. – Papá, ¿por qué no me despertaste para que te ayudara? – Le dije mientras me fregaba los ojos. – Estabas tan guapo dormido, no quise molestarte. – Ya pero yo quería ayudarte. – Bueno, ahora ya está todo, solo ayúdame a cargar las cajas al barco. – Vale... – Dije entre dientes. Cogí unas cuantas cajas, no pesaban mucho solo tenían hierbas curativas y algunas cerezas. Mi padre llevaba las de más peso, que contenían nuestra gran mercancía, los pescados. A pesar de que llevábamos mucho sabíamos que aproximadamente el 60% se iba a perder con el viaje. Las ratas, el agua salada y diversas condiciones más hacían que eso pasara. Aún así mi padre ya lo tenía estudiado y sabía que sacaríamos más dinero del que perdíamos en el viaje. Nos costaba aproximadamente 300 dorados el viaje y con lo que teníamos, contando pérdidas y demás había para casi el doble, 600 dorados. Cargamos todo a bordo y nos sentamos en unas cajas que había en la popa del barco, nos gustaba mirar cómo se movía el barco a través del mar, rompiendo las olas. Con una brisa marina soplando en nuestras caras. No hablábamos, simplemente dejábamos de pensar, como si abandonáramos nuestros cuerpos para viajar a otro lugar, como si desconectásemos. Aquella noche la pasamos en el barco, y al fin, llegamos a nuestro destino. Talerna. Cajas. Es lo primero que se veía al llegar al muelle de Talerna. Grandes barcos de mercancías cargaban y descargaban en esa

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6 ciudad. Era una ciudad muy conocida internacionalmente ya que era una gran fuente de ingresos. La gente suele ir allí a vender sus cosas, o a comprar para venderlo más caro en otro lugar. Nosotros llegamos a un lado del muelle, el centro solía estar reservado para los de gran tonelaje. Descargamos nuestras cosas y el capitán, un viejo amigo de mi padre, nos ayudó a llevar las cosas al centro, donde poníamos una pequeña parada improvisada, montada con las cajas que usábamos para transportar el alimento. Talerna es una ciudad muy especial. Se le nota el aire portuario, casas blancas con un liso techo azul. Hechas de duras piedras que podrían soportar hasta la más costosa tormenta marina. Calles muy anchas, para abarcar el gran gentío que venía e iba. Cerca del puerto una gran plaza, con bares en cada lado y un gran espacio en medio para colocar pequeñas paradas como la nuestra. Al otro lado de los muros de Talerna se encontraba uno de los bosques más sagrados para los paganos, los bosques sombríos de Falay. Según un mapa que vi hace unos años en el barco en el que usamos para venir aquí, Talerna es la punta de una península cubierta prácticamente por frondosos bosques, en medio de ésta una aldea pagana, Falay. Según las historias que cuenta mi padre ahí se encuentra una de las principales sedes de éstos. Talerna a pesar de todo este buen ambiente tiene su lado oscuro. Al parecer desde muchos años atrás en la ciudad vive La Famiglia una organización terrorista que ofrece duras palizas y asesinatos a costa de dinero. Van cubiertos por una capucha negra para ocultar su rostro y se organizan de forma piramidal, donde el Cappo es quien manda, y por debajo de él se encuentra cada uno de sus secuaces. Se dedican al crimen organizado, robos, atentados terroristas, etc... Pero la verdad es que no les temía, sabía que era absurdo pensar que una organización tan bien organizada fuera a hacer nada a un señor y su hijo, que vendían hierbas curativas en una pequeña parada. – ¡Hierbas mágicas! ¡Baratas! – Grita mi padre – ¡No encontrarán cosa mejor! – Papá, esa señora lleva mucho rato mirando esa Tuna de ahí. – Señora, ¡Oh que vista la mía! ¡Es usted aún muy joven, señorita! – Oh... Gracias, mi marido no lo suele decir – Dijo la señora un poco sonrojada.

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7 – Estas Tunas son muy buenas, pescadas a mano y bien frescas, de anteayer. – La verdad es que tienen buen aspecto. ¿Cuánto cuestan? – Si le soy sincero... 250 dorados, pero... – Le susurró algo al oído que no pude saber. – ¡Uh! Ya veo, pues se la compro por 200 dorados. – ¡Vendida! No se arrepentirá, y si quiere un consejo, cocínela con alguna salsa. – Tome, muchas gracias. – A usted, mujer. – Papá, ¡eres un experto vendiendo! – Años de práctica hijo. – ¡Mira ese señor de ahí! – Señalé a un monje – Parece que es un monje de La Iglesia. – ¡Sí! Es increíble papá, nunca había visto uno en persona. Era un señor de unos treinta años, no muy mayor. Vestía con una larga túnica azul y un pequeño birrete sobre su cabeza. De su cuello colgaba un rosario y aguantado con la mano derecha llevaba una biblia. En su espalda tenía una mochila de viaje bastante grande, posiblemente estuviera predicando, o igual esperaba un barco para tomar rumbo a la ciudad santa. De todos modos me acerqué corriendo a él ignorando las llamadas de mi padre. – Señor... – Paz y Bien, pequeño. – ¿Es usted de La Iglesia? – Así es, soy un sacerdote. – Oh... Vaya... – Me quedé sin parpadear observándole. – ¿Necesitas algo? – Ehm... – Agité mi cabeza a ambos lados y me reincorporé. – Sí, ¿tienes biblias? – Claro, ¿quieres una? – ¡Sí! – Grite casi sin darme cuenta – Por favor... – Son 175 dorados – Me dijo mientras me mostraba un ejemplar. – Ah pero... ¿tengo que pagarla? – Claro, todo el dinero va directo a La Iglesia para ayudar a los necesitados. – Pero yo no tengo dinero para pagarla... – ¿Y tu padre? Es ese señor de ahí, ¿verdad? – Señaló a mi padre

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8 – No sé… El sacerdote sonrió y me cogió de la mano, nos acercamos a mi padre, en ese momento se me pasaban mil cosas por la cabeza. ¡Cogía de la mano a un verdadero sacerdote! Con suerte, iba a tener una biblia. Pero a su vez me comían los pensamientos malos, ¿y si mi padre no quería? – Hola señor, es este su hijo, ¿verdad? – Sí, sí... – Dijo mi padre rascándose la nuca – ¿Le ha causado problemas? Lo lamento... – No, no, en absoluto. El chico quiere una biblia y no tiene dinero. – Claro yo se la pago, ¿cuánto cuesta? – 175 dorados. – ¡Ugh! Perdone pero no puedo pagar tanto... – Oh, comprendo, no pasa nada. Paz y Bien hermanos. Miré triste a mi padre, él me miró avergonzado. – Lo siento hijo pero... Le interrumpí. – No pasa nada papá... Lo entiendo. Durante unos minutos, quizás horas, permanecimos callados, al menos sin hablarnos entre nosotros. Conseguimos vender gran parte de lo que llevábamos. El cielo se tornó de naranja, el sol ya como si de un cuadro se tratase se posó en el horizonte. Ya no se veía mucha gente, quedaban algunos tripulantes de los barcos cargando cajas a bordo. Recogimos nuestras cosas y las cargamos en el barco. Me senté al lado de la puerta que accedía a la zona interior del barco reposando mi espalda sobre la pared de madera. Mi padre se fue al bar a comprar una botella de agua y algo de cenar para el viaje. Al llegar se sentó a mi lado y el barco comenzó a moverse, rumbo a Ratsu. Había estado tan cerca... Tan cerca de poder empezar a estudiar, pero debía entender la situación económica de mi padre, por eso no le culpo. – Hijo... – Dijo mientras pasaba su brazo por mis hombros y me movía un poco – Dime...

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9 – Feliz cumpleaños... – Gracias papá – Sonreí un poco y dirigí mi mirada hacia él. – Toma. Mi mente se quedó en blanco durante unos minutos, no pensaba en nada, o tal vez pensaba en todo, lo que sí sé seguro es que nada en claro. En su mano derecha sujetaba una biblia rodeada por un pequeño lazo púrpura, con una inscripción en la portada, “Para Adûnakhor, el mejor hijo que un padre puede tener.”. Comencé a llorar. – No llores... – Dijo mientras me abrazaba – Pa-Papá... – Balbuceaba – No... – Va... Ya está, ¿vale? – Gra-Gracias... – No me des las gracias, solo quiero darte el mejor futuro que pueda. Hubo un corto silenció. – Va, debes tener hambre, toma. – Me dijo mientras buscaba en una bolsa. Me dio un bocadillo con cuatro lonchas de queso contadas, pero al menos tenía para comer. Muy contento le di un bocado, tratando de parar de llorar, no podía. La primera vez en mi vida, que tuve un libro, y encima, ese libro iba a marcar mi futuro. – Papá, ¿no comes? – No... No tengo hambre... – ¿Seguro? – Sí, sí tranquilo come... El cielo ya era oscuro, se podían ver algunas nubes en él, tapaban la mitad de la luna y hacía una brisa fresca, pero se estaba bien. Se acercaba el verano, lo sabía porque un tiempo antes siempre lo anunciaban unas lluvias intensas, no me gustaban porque me mojaba por las noches. Ambos dormimos abrazados, cuando despertamos ya estábamos en Ratsu. – Papá, papá, levanta que ya estamos. – Ya voy... – Dijo mientras bostezaba Le pagó el viaje al capitán y se despidieron ambos con un fuerte abrazo. Volvimos al lago y colocamos nuevamente nuestras cosas, me

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10 senté debajo del cerezo y abrí por primera vez mi biblia mientras mi padre colocaba las cajas. Comencé a leer el Génesis. Y pasaron las horas hasta que llegó nuevamente la noche. Mi padre trajo un poco de arroz y me lo dio. – Toma pequeño, tienes que crecer. – ¿Y para ti no hay? – No tengo hambre. – Papá. – ¿Sí? – ¿Qué te pasa? – ¿A mí? Nada, ¿por qué? – Ayer tampoco quisiste comer, ¿te pasa algo? – Mira hijo... – Suspiró – Esa biblia que te compré... Me costó mucho dinero, así que me queda poco, si ahorro un poco en comida no habrá problemas. – Papá... Yo... – Miré la biblia con tristeza – No quiero que pases por esto... Si no tienes que comer, prefiero venderla. – Déjalo, tiene un grabado dudo que la puedas vender. – Me da igual... – De verdad, no te preocupes. – Pero... ¿Y tú? – Puedo arreglármelas, ¿vale? Ahora lo más importante eres tú, y tu futuro. – Ten. – Le ofrecí mi bol. – No, come tú. – Insisto, coge, si hay que ahorrar, ahorramos los dos, no solo tú. Aquella noche comimos poco, compartimos el mismo bol de arroz para los dos. Antes de dormir leí un poco más de la biblia, y durante media hora estuve observando el grabado que había hecho inscribir ahí mi padre. Se había gastado el dinero para su comida en esto, “Para Adûnakhor, el mejor hijo que un padre puede tener.”, si yo era el mejor hijo... Él sin lugar a dudas era el mejor padre que podía tener. Dejé la biblia a un lado y me giré. Él ya dormía, le di un beso en la mejilla, se despertó pero no abrió los ojos, simplemente esbozó una sonrisa. – Te quiero, papá... – Y yo a ti pequeño...

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11 Cogió dulcemente mi mano y me miró. – Pero ahora duerme, ¿vale? – Me dijo mientras trataba de taparme con la manta. – Sí... Buenas noches... Tenía que estudiar... Tenía que conseguirlo, por mi padre, por mi madre... Quería demostrarles que podía salir adelante, tenía que darle a mi padre una mejor vida, una cena cada noche. Tenía que conseguirlo. Pasaron los días, el verano había llegado. Volvíamos a tener un gran volumen de mercancías, listas para llevar de nuevo a Talerna. Aquel día había nubes, con algún intervalo de lluvias leves. Decidimos forrar las cajas con hojas grandes de los árboles para hacerlas un poco más impermeables, y las cargamos como de costumbre en la bodega del barco. Durante todo el viaje se balanceó mucho, había un gran oleaje. A mí no me importó, se me pasó el viaje muy rápido. Aproveché ese tiempo para leer, me entusiasmaba leer. Entraba en un mundo distinto, donde todo era bien, todo era paz, no existían las guerras, ni existían las hambrunas, los malos eran castigados y los buenos recompensados… Ese era el mundo que definía la Biblia, el mundo que tenía que conseguir que existiera… Llegamos al muelle, y como siempre descargamos las cajas y pusimos nuestra pequeña tienda en medio de la plaza. A pesar del mal tiempo y de las lluvias, la plaza estaba tan llena como de costumbre, no faltaba la gente, que iba y venía, más ajetreada para no mojarse, comprando rápidamente lo que buscaban. Cuando llegó el medio día empezó a salir el sol, el suelo estaba mojado pero hacía sol, a lo lejos se veía un gran arco iris i algunas gaviotas sobrevolándolo. Cogí las cajas vacías y las llevé al barco para que no nos molestaran. Dejé la Biblia sobre el mostrador de nuestra tienda y fui corriendo a llevar las cajas, mi padre me sonrió y me vigilaba desde allí. Nunca me habría imaginado lo que estaba a punto de ocurrir… Cuando me di la vuelta observé cómo dos hombres vestidos de negro miraban la plaza discretamente, en silencio. A lo lejos, al otro lado de la plaza, había otros dos hombres iguales, vestidos de negro, con una

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12 mirada sospechosa, observando lo que ocurría en la plaza. No quise mirarles fijamente, no quería problemas. Volví hacia mi padre y me di cuenta que me estaban mirando, uno de ellos me seguía. Empecé a sudar, y a ponerme nervioso así que aceleré el ritmo, quería abrazar a mi padre, tenía miedo.

Papá… Hay unos hombres que…

Buenos días caballeros – Interrumpió un hombre vestido de negro, seguido por otros dos. – Vengo desde muy lejos, buscando algo.

De acuerdo, dígame que desea. – Respondió mi padre amablemente.

Dinero, quiero dinero.

¿Cómo?

Queremos dinero. – Respondió otro hombre desde detrás, cogiendo a mi padre por los hombros. Estábamos rodeados.

De acuerdo… Está bien, les daré todo lo que tenga.

Bien, mejor que hagas lo que decimos… Mi padre cogió la caja donde guardábamos el dinero y la entregó al cabecilla.

¿Tan solo 350 dorados? Vamos hombre, te vemos venir aquí a menudo, más te vale que no te rías de nosotros.

No… No me río, es todo lo que tengo.

No te creo. – Entonces chasqueó los dedos, y dos de esos hombres empezaron a requisar todas las cajas. – Ahora… Quiero que me des todo el dinero, o el chico sufrirá un pequeño accidente en el agua.

¡No le hagan nada! Les digo que no tengo nada más…

Bien, así lo has querido… Dos hombres de negro me cogieron por los brazos, me los retorcieron y me tiraron de cara al suelo, pisándome la espalda.

¡Dejadle! ¡Es solo un crío!

Y bien, ¿nos vas a dar ahora todo el dinero?

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Les he dicho que no tengo nada más, eso es todo lo que tengo… Llevaros el dinero, las mercancías, pero dejad a mi hijo…

Uno de ellos sacó una pequeña espada y se acercó riendo hacia mí, entonces mi padre le cogió por el brazo y todos se echaron sobre él. En la plaza la gente pasaba e ignoraba lo que ahí sucedía, no solían meterse en problemas y preferían no hacer nada. Sabían que si decían algo acabarían perjudicados. En esa lucha uno de ellos agarró a mi padre por detrás y lo empujó contra nuestra parada, destrozándola por completo, entonces me pusieron un cuchillo en el cuello. Mi padre corrió hacia mí gritando, cerré los ojos, tenía miedo, y de golpe, silencio. Abrí los ojos lentamente, no tenía el cuchillo en mi cuello, no me sujetaban, mi padre estaba delante de mí, mirándome. De golpe un chorro de sangre empezó a salir por su boca, empezó a toser, los ojos se le tornaban de un color rojo, sangraba por la nariz y, finalmente cayó al suelo delante de mis ojos. Detrás el cabecilla del grupo sonreía, con una espada llena de sangre.

Estúpido, creer que puedes llevarnos la contraria a nosotros… Deshaceros del niño y cargad las cosas al barco.

Entonces sentí un fuerte dolor en la cabeza y perdí la consciencia. No supe cuantas horas pasaron, cuando desperté llovía, estaba en el suelo, delante de mi ya no estaba el cuerpo de mi padre, solo una gran mancha de sangre. Aún quedaban algunos tablones de madera de nuestra parada, me levanté a duras penas, cojeando. Tenía la ropa desgarrada. Miré al suelo, un suelo rojo por la sangre. No podía creer lo que había ocurrido, ¿era acaso eso una pesadilla? Entre los trozos de madera vi la Biblia, mojada. La tapa estaba rasgada. La cogí y me senté al lado de una pared. Acariciando la portada de ese libro sagrado. “Para Adûnakhor, el mejor hijo que un padre puede tener.”. Esas palabras sonaban en mi cabeza una y otra vez. En mi mente solo una imagen, la sonrisa de mi padre. No podía creerlo, no podía ser verdad. En esos momentos solo quería una cosa, volver a tener a mi padre entre mis brazos, oírle cantarme una canción para que me durmiera. Sentir luego sus cálidos labios en mi frente

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14 cuando creía que estaba dormido. Despertarme junto a él y verlo mirándome con una sonrisa en la cara diciéndome los buenos días. Solo quería decirle, por última vez, que le quería. Quería volver a tenerlo a mi lado. Ahora estaba solo, lejos de casa, en una ciudad desconocida, sin dinero. Las horas pasaron, la luna empezaba a salir entre las nubes, y yo no podía pensar en otra cosa. Tenía hambre pero eso ya no importaba. Me levanté y me dirigí hacia el muelle a paso lento. Aún estaba el barco allí, esperando que yo y mi padre volviéramos. Sabía que por la mañana si no habíamos vuelto el barco volvería de nuevo a Ratsu. Entré y me cobijé entre las redes que había en la bodega. Me abracé a mis piernas, con la biblia sobre mi barriga, cerré fuerte los ojos intentando que no se me escaparan las lágrimas. Era imposible. Empezó a salir una lágrima, y tras esta, el resto. No podía parar de repetir una y otra vez el rezo por él, por mi padre. Ahora estaba en el cielo, con mamá, y tenía que desearle lo mejor. Aún no había pensado en lo más importante. ¿Qué iba a ser de mí ahora que mi padre había muerto? El barco llegó al muelle de la isla, discretamente bajé y me dirigí hacia el cerezo. Entre los matojos aún estaba el bol de la comida y las mantas que usábamos para dormir. No sabía que tenía que hacer. Pasaron los días, y yo no había comido nada. Seguía con la misma ropa, desgarrada, sucia. No parecía yo, estaba más pálido, más delgado, los huesos se me marcaban y me clavaban como pequeñas agujas. No podía más, tenía sed, tenía hambre, tenía nostalgia. Miré hacia el cielo, clamando perdón, poco a poco la vista se me nublaba, trataba de andar, y sentía que no podía, quise correr, y ya estaba en el suelo. Tenía arena en la boca, y no me importaba. Bajo mi brazo, la biblia que, como un puñal, se me clavaba en el corazón cada vez que la miraba y me recordaba a él… Poco a poco el viento fue enterrando mis piernas bajo la arena, no sentía nada, no veía nada, en mi mente solo veía a mi padre que ya cada vez estaba más cerca. Yo no quería, no quería fallarle así, no hubiera querido que mi padre me hubiera visto rendirme, pero mi cuerpo me traicionaba, no tenía fuerzas para continuar. Antes de perder por completo la consciencia, vi delante de mí una silueta, un hombre vestido de negro. ¿Habrían venido a buscarme

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15 hasta aquí? Ojalá fuera cierto, ojalá me llevaran con mi padre, ojalá me llevaran con Dios. Oscuridad.

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Capítulo 2 – Un Nuevo Mundo Me desperté entre sábanas. Se estaba bien, cómodo y caliente. Resplandecía la luz de un fuego detrás de una puerta de madera entreabierta, en la habitación había una pequeña ventana sobre mi cabeza de apenas una altura de mi antebrazo. Era de noche y el cielo estaba despejado, se oían los grillos cantar. Me encontraba en una habitación desconocida, una curiosa cómoda de madera artesanal delante de mí y una lámpara de antorchas colgando del techo. La casa era toda de madera de roble, se veía vieja pero cuidada, tenía más bien el aspecto de una cabaña. Me levanté y me dirigí hacia la puerta, quería saber donde estaba, que había pasado, no recordaba nada, solo dolor, sed, hambre, una cálida brisa sobre mi cara y… y aquella silueta misteriosa frente de mi.

No sé qué vamos a hacer con el chico… Yo no puedo encargarme de él. – Dijo la voz de una anciana.

No lo sé, eso ya es decisión suya, yo solo vine aquí por el encargo, ya sabe, trabajo.

Pero es solo un niño, y acaba de perder a su padre, ¿no cree usted que debería esperar? No creo que sea bueno ahora mismo para él, debería recuperarse.

Debe ser cuanto antes, sino ya será demasiado tarde. Además es bueno para él, todas estas…

También tiene usted razón – Interrumpió la viejecita – pero espere solo unos días, ¿de acuerdo? Yo me encargaré de él unos días, luego ya… Lo mandaré a que lo busque.

Como usted vea, pero recuerde que solo tiene un plazo de tres años antes de…

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Sí, lo sé – Volvió a interrumpir la anciana – Pero debe estar preparado antes de emprender una decisión tan seria, debe entenderlo.

Bien, yo le dejo esto aquí sobre la mesa, y ya me marcho, hágaselo saber al chico.

Eso haré, no se preocupe. La puerta se cerró detrás del señor de negro, la anciana suspiró y cogió el sobre, mirándolo con cierta preocupación.

¿Qué es eso? – Pregunté abriendo la puerta de golpe.

Oh, ya te has despertado. ¿De qué me hablas? – Escondiendo el sobre detrás suyo.

De ese sobre, ¿qué es?

No sé de que sobre me hablas chico, será mejor que descanses, estás desfallecido, no has comido nada en varios días, ¿verdad?

No me engañe, he visto que le ha entregado un sobre, y he oído que es para mí.

De acuerdo – Dijo la anciana mostrando una carta con un gran sello amarillo – Es una carta para ti, pero antes de dártela quiero asegurarme de que estás bien y recuperado. Esta carta cambiará tu vida, chico, y es importante que seas consciente de lo que esto significa, y de lo que se trata. Es importante que estés bien, y que no tomes decisiones precipitadas. Ahora ves a la cama, mañana será otro día, yo me voy a dormir también.

Apagó el fuego y se fue a su habitación, pude ver como guardaba el sobre dentro de un cofre, luego lo cerraba con llave, no pude saber donde escondió la llave de ese cofre. Decidí irme a la cama, a pesar de haber dormido seguía sintiendo flaqueza en mis piernas, necesitaba descansar. Me tumbé en la cama pero no podía dormir, muchas cosas pasaban por mi cabeza. Hacía tan solo una semana que había abrazado por última vez a mi padre, que le había besado en la mejilla, que me había sonreído. Ahora, ya con más calma, podía parar a pensar en todo lo sucedido, todos esos misterios que rodeaban toda esta historia. Todo lo que no había pensado en su momento. ¿Qué había sucedido con el cuerpo de mi padre? ¿Había muerto realmente? ¿Quién querría

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18 llevarse su cuerpo? ¿Quiénes eran esos hombres que nos atacaron en Talerna? ¿Quién era este hombre misterioso de negro y qué contenía la carta? Es más… ¿Quién era esta señora y por qué me acogía en su casa? Todo eran incógnitas, preguntas, porqués de lo sucedido. ¿Qué sentido tenía todo esto? Tenía que saber que había escrito en esa carta, por qué eso iba a cambiar mi vida, mi futuro, mi destino. De golpe un pensamiento me atizó, desde aquella mañana en la calle, tenía mi Biblia debajo de mi brazo, ahora no la veía por ningún lado. ¿Dónde estaba? Con todas estas preguntas sin resolver entré en un sueño, con ese pensamiento me fui a dormir, y así sin recordar nada de todo esto me desperté por la mañana. Me levanté, un rayo de luz entraba por la ventana y alumbraba directamente la cómoda. Aquella habitación oscura y misteriosa de la noche anterior cogía color. Me levanté, había unas zapatillas colocadas estratégicamente delante de mi cama. Fui hacia el salón principal de aquella casa, no era tampoco una casa muy grande, mi habitación daba directamente con una sala grande, con una mesa de madera a la derecha, junto con unas encimeras perfectamente talladas a mano, de madera también. Unas sillas delicadas colocadas alrededor de la mesa. Sobre la mesa un ramo de flores amarillas y algún tallo verde. A la izquierda un sofá de cuero en frente de una chimenea, en frente una puerta, que daba a la calle y a su lado una pila de madera cortada. Al otro lado de la mesa, a la derecha, una puerta ahora cerrada, donde la noche anterior había visto entrar a esa señora a dormir, donde estaba ese cofre con mi carta. La casa estaba en silencio, salí al salón y miré por una de las ventanas. Estaba en Ratsu, en la parte más humilde del pueblo. Abrí la puerta del dormitorio de la señora, no había nadie, solo una cama doble cubierta por un mantel de bordado azul. Al lado, el cofre. Entré y cerré la puerta. Tenía que encontrar fuera como fuese aquella llave, tenía que abrir ese cofre y coger esa carta, tenía que saberlo, saber qué era, qué ponía, y por qué no podía leerla. Quería saber quién me la había mandado, ¿un sello amarillo? Recuerdo que mi padre me habló alguna vez de esos sellos, los sellos es lo que usan los Gremios y los Reinos cuando mandan una carta. ¿Quién me habría mandado eso a mí?

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19 Miré debajo de la cama, detrás de un gran espejo, detrás del jarrón, del cofre, en el guardarropa, no había forma de encontrar esa dichosa llave. Entonces oí un ruido en el salón, había alguien. Recogí corriendo aquel cuarto y salí al salón, allí se encontraba el señor Hans, un viejo cliente de mi padre. Hans era un hombre de unos sesenta y cinco años, con una gran barba blanca y muy cuidada. Tenía el pelo corto, aunque habitualmente iba con un sombrero marrón que se lo tapaba. Era alto, de unos dos metros, ancha espalda y unos brazos muy fuertes. Hans era leñador, trabajaba en el bosque que había al norte de la aldea, él no temía a las historias que contaban de ese lugar. A pesar de su trabajo se preocupaba por la naturaleza, cada vez que cortaba un árbol plantaba otro. Vigilaba que nadie cortara los árboles milenarios, y que se cuidara bien a los animales del bosque. Le miré, desde abajo, mis piernas me temblaban.

Vaya, parece que el ratoncito se ha despertado.

Bu-buenos días, señor Ha-Hans. – Tartamudeé.

Veo que ya te has despertado y no has tardado nada en rebuscar entre mis cosas. ¿Sabes que les hago a los niños malos, pequeño?

N-N-No... Señor…

¡Me los como! JAH, JAH, JAH.

¡AAAH! – Grité mientras me eché para atrás

No te asustes, era una broma. En ese momento entró la anciana de la noche anterior, ahora, vista a la luz del día podía reconocerla. Era la mujer de Hans, gran clienta de mi padre de toda la vida.

Hensy, ¿ya estás asustando al chico?

¡No mujer! Solo le he gastado una broma.

Ya sabes que a los chicos les asustas, eres tan grande, tan robusto, tan fuerte y tan cachas. – Le dijo mientras le acariciaba los hombros.

¡Y tan viejo! – contestó él – Que ya apenas puedo levantar el hacha.

Adûnakhor, pequeño, seguro que tienes hambre, ¿verdad?

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20 No quise contestar, o mejor dicho, no podía contestar. Me había dejado sin palabras ese hombre. Asentí con la cabeza y me senté en la mesa sin decir nada.

Por cierto, no te he dicho mi nombre, no sé si tu padre te lo dijo alguna vez. Me llamo Alia.

No le recuerdes la muerte de su padre al chico, ¡Ali!

¡Calla! Ahora eres tu quien le recuerda que su padre ha muerto.

¡Yo no soy quien va hablando de que le han asesinado cruelmente en una plaza y de que él se ha salvado de milagro!

Ni yo tampoco, ¿te piensas que voy a ir diciéndole que podrían haberle degollado cual cordero ahí en la plaza y que ha tenido suerte?

No pude evitar dejar caer una lágrima.

¡Ala! Ya has hecho llorar al chico.

Sí mujer, si al final la culpa siempre es mía…

Venga Adû pequeño, te voy a poner un bol de arroz con lubina para que comas algo.

Me puso un gran bol, nada comparado con lo que solía comer con mi padre. El arroz estaba perfectamente hecho, no estaba duro, y tenía una salsa pastosa salada, con pequeños trozos de lubina cortados y cocinados con aceite. Estaba caliente, y de él ascendía un hilo de vapor que chocaba con mi cara y me producía una gran sensación. No solía comer a menudo comida cocinada, y menos sentado en una mesa. Fui a dar un primer bocado a esa exquisitez, no pude. Alia y su marido, Hans, me miraban sentados frente de mi. Él estaba serio, ella sonreía ampliamente.

Qué pasa hijo, ¿no te gusta? – Dijo Alia sonriendo.

Sí… Sí… Pero no puedo dejar de pensar en…

En tu padre, ¿verdad? – Interrumpió ella.

No, es que yo realmente…

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Le echas de menos, ¿a que sí? – Interrumpió nuevamente.

Sí, bueno, le echo de menos, pero lo que pasa es que…

Que lo que pasa es que… - Interrumpió Alia nuevamente.

¡Ay chica! Deja terminar de hablar al crío. – Dijo Hans ya nervioso.

Lo que pasa es que hace poco que me ha ocurrido esto, me desmallé en medio de la aldea y desperté aquí. No sé por qué me acogéis, ni qué es ese sobre. Y no puedo dejar de pensar en lo ocurrido.

Entiendo tu situación, luego por la tarde mi marido te enseñará a usar el hacha, sabe mucho, verás cómo te ayuda a olvidar lo ocurrido.

Pero es que…

No preguntes más, come, todo llegará en su debido momento… Confía en mí.

Decidí hacerle caso y comer. Supongo que lo que tenga que ocurrir ocurrirá, ya llegará el momento. Ahora tenía que comer, tenía hambre y no podía aguantar más. Hacía días que no comía nada, así que ese bol entro como pez en el agua. No sabía exactamente para qué me iba a ayudar aprender a utilizar el hacha para entender lo que había pasado, pero aún así igual ella tenía razón, igual cambiar un poco de pensamiento y distraerme me iría bien. Por la tarde fui con Hans al bosque, el trajo una hacha y me llevó a una zona de árboles de poco tamaño, posiblemente plantados no hace mucho.

Bien chico, te voy a enseñar el gran arte del leñador. Ser leñador no es una tontería. ¡Oh!, no… No lo es. ¡Es un arte! Se ha de saber, se ha de nacer con esto en tu interior, se ha de practicar y entender. Dejarte fluir, ser tú, ser el hacha, ser el árbol, ser el viento, las hojas, la hierba. Ser la naturaleza. Has de coger con firmeza el hacha por el mango. El mango es la zona de madera, no la de hierro, la parte de hierro corta, ¿lo sabías? ¡Pues sí! El filo del hacha corta, ¡no lo vayas a tocar! Pues bien, tú coges el hacha por el mango, que ya hemos quedado que es esta parte de madera, la que no corta, la que

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no es de hierro, para que no te cortes claro. Y una vez cogida, por esta parte de madera que no corta, aplicas la fuerza con la parte cortante del hacha apuntando al árbol. Claro, porque no lo puedes coger por la parte que corta porque esta parte cortante debe estar direccionada hacia el árbol para cortar al árbol, no a ti, ¡claro que no! Entonces aplicando esta fuerza en el hacha siendo tu el hacha y el viento cogiendo el hacha por la parte de madera no cortante para no cortarte y sí cortar al árbol, das un suave golpe, bueno un fuerte golpe pero suave porque muy fuerte tampoco consigues nada, debes aplicar un golpe severo suave fuerte contra el árbol. Aplicando esto en el tronco, la parte de madera de debajo de las hojas, claro porque tu las hojas no las quieres. Bueno sí las quieres pero así ahora no te sirven, tu corta el tronco. En resumen que, siendo el árbol cogiendo el hierro por la parte del tronco suave aplicando un hacha a las hojas cortantes de la mano de la hierba para cortar el filo, consigues sacar el tronco del árbol. Supongo que te ha quedado claro, ¿no? Venga, pruébalo tú.

No había entendido nada de lo que me había dicho, pero ahora me había dado el hacha y me sonreía, esperando que hiciera algo. Sin pensar más aticé un golpe en aquel árbol, hice un tajo. Hans dio un bote y grito que continuara. Continué dando con el hacha en ese mismo punto, no siempre acertaba, pero poco a poco iba cortándolo. Finalmente lo corté y Hans gritó la famosa frase de árbol va.

Bien chico, aprendes rápido, o es que yo soy un experto de la oratoria y te lo he explicado muy bien. Pero no, seguramente sean tus capacidades. Bueno no, mitad y mitad, yo también tengo el mérito aunque… Bien dicho, soy un experto de la oratoria, sí, sin duda… – Hans miró al cielo y se puso más serio – Será mejor que volvamos ya, se aproximan tormentas.

Volvimos a casa, cargados de troncos. Alia estaba sentada frente de la chimenea, tenía un ovillo de lana sobre sus faldas y estaba haciendo algo. Cuando nos vio entrar lo dejó a un lado y se acercó para sacarle el sombrero a su marido, como una señora a la antigua, y nos sonrió.

¿Cómo ha ido? ¿Todo bien?

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Sí señora. – Respondí con respeto. Los días fueron pasando, y a pesar del tiempo no olvidaba todo lo que quería saber, seguía habiendo muchas dudas que quería resolver. Me enseñaron a cortar leña, a cocinar platos básicos, a lavar la ropa. Habían pasado ya dos semanas desde que había entrado sin consciencia a esa casa, y había llegado ya la hora de que supiera la verdad, qué escondía, y por qué tanto esmero en ocultarlo. Me levanté aquella mañana dispuesto a descubrir la verdad, a preguntar todo lo que quería saber. No había nadie en casa. Pasé el día como otro cualquiera, hasta que finalmente llegaron ya entrada la noche.

Hola pequeño, habíamos ido a Talerna a comprar unas cosas.

Señora Alia… Me gustaría hablar contigo.

A mí también, Adûnakhor. Se sentó a mi lado, en el sofá. Me puso una mano sobre la pierna y me sonrió.

Y bien, ¿qué quieres decirme?

Quisiera saber por qué asesinaron a mi padre…

Yo no lo sé, hijo…

¿Y por qué me ocultas lo que sucedió?

Yo no te oculto lo que sucedió.

Aquella noche te vi, te vi hablar con un señor de negro, y la carta, y las preguntas, y el sello, y mi Biblia, y…

Adû… Adûnakhor… Adû… Tranquilo.

¿Quién era?

Ese hombre que viste aquí no es un asesino de tu padre.

¿Y quién era? ¿Por qué vestía igual?

Ese hombre que viste aquí era un hombre de La Banca.

¿La Banca? Pero no es…

Sí – Interrumpió ella – La Banca es quien controla todo el dinero de la región.

¿Qué quería?

Supongo que ya estás preparado para que te entregue esa carta… Espera aquí.

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24 Entonces se sacó un collar con una llave dorada, fue a su habitación y abrió ese cofre. De dentro sacó la Biblia y ese misterioso sobre.

Aquí tienes tu Biblia, siento no habértela dado antes, pero quedó muy estropeada, y pedí al restaurador que hiciera algo con ella. Sé que es importante para ti, y quería que estuviera en condiciones.

Gracias…

Y este es el sobre que me dio el hombre de La Banca. Ábrelo si estás preparado para saber lo que te espera en el futuro…

Lo estoy… Abrí ese sobre con sumo cuidado, dentro una carta de un papel muy fino tenía escrito un texto:

Testamento de Don Elion Vaeligi

Por la presente declaración, y escrito bajo la ley de propiedades 3ª con el artículo 11 de ésta, se declara válido el Testamento de Don Elion Vaeligi sacerdote de la Santa Iglesia de Padre, residente en Ratsu. Por la presente, se declara que todas las posesiones del usuario residen en su hijo Adûnakhor Vaeligi. Estas consisten en:

- Una carta. - Un equipo completo de sacerdocio (formado por: un báculo,

una túnica y unas botas). - Un cargo en efectivo de 12.000 dorados.

Para recoger la herencia deberá pasar por sede y en persona (en acto vivo) Don Adûnakhor Vaeligi en un periodo de tres años después de la muerte del contrayente. En caso de no reclamación La Banca hace uso de sus facultades para subastar los enseres aquí inscritos. Atentamente: La Banca.

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Carta adjunta al Testamento “Hijo, sé que no debe ser un momento bueno para ti. Espero que esto lo leas dentro de mucho, espero que ya seas grande, y seas todo un hombre. Toda mi vida he tratado de educarte en lo más buenamente posible, te he enseñado a compartir, a dar, y a ser feliz con tan solo esto. No pude pagarte una gran educación, y espero que me lo perdones y no maldigas mi alma. Sabes que tú eres mi vida, mi corazón y mi aire. Lo eres todo para mí. Decido hoy mismo dejar mi vida como seguidor fiel de Padre para volcarla a ti y solo a ti. Espero que seas mayor, y hayas podido ver que la vida tiene cosas buenas, y cosas malas. Te dejo en buen recaudo todo lo que he conseguido a lo largo de mi vida, porque yo no lo quiero, quiero que tú lo disfrutes. Si te lo hubiera dado estando yo en vida lo habrías gastado en mi, y quiero que esto sea para ti, y solo para ti. Ahora más que nunca has de creer, creer en Dios y en los Santos, ser fuerte, rezar, reír y seguir adelante. Persigue tus sueños, sin rendirte, sin mirar atrás. Sabes que no me voy odiándote, me voy amándote como hijo mío que eres y como único recuerdo de tu madre que me queda. Sé fuerte, utiliza esto que te doy con sabiduría. No dejes que nadie tenga que pasar por algo así, ayuda a guiar el destino de los perdidos. Atentamente, Un padre que te quiere con todo su corazón.”

Esas palabras, esa carta, todo lo que me había dejado. Él había vivido en la miseria, en la pobreza, para dejarme a mí todo lo que había logrado en su vida. Había decidido vivir peor para que yo pudiera vivir mejor. Rompí a llorar. Aquellas palabras se clavaron en mí al instante. Una lágrima tras otra reseguía el contorno de mi cara. Solo había una cosa que podía hacer, y era devolver como fuera ese favor a mi padre. Él hubiera querido que yo hubiera compartido ese dinero con el resto.

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26 Pero tal vez creía saber una forma mejor de devolverle todo esto a mi padre. Él había dejado su vida como sacerdote, como predicador, por mí, yo solo podía hacer una cosa, cumplir el sueño de mi padre por él, llegar a ser alguien importante en la vida religiosa y conseguir la paz en todo Werington.

- Adû, te he preparado una mochila de viaje, te he puesto algo de provisiones y mi marido te dejará un pequeño cuchillo por si lo necesitaras… Sé que vas a querer viajar para recoger esto. Quería que estuvieras preparado, repuesto, y saber que te ibas sabiendo sobrevivir a lo que allí fuera se encuentra.

- Gracias por todo señora Alia… Mañana por la mañana partiré. - ¿Sabes dónde está la sede principal de La Banca? - Ahora que lo dice… No… - Se encuentra en la ciudad de Litián. La ciudad de las luces. - ¿Litián? - Sí. Tendrás que cruzar toda la región para llegar ahí. Será un

duro camino que espero puedas emprender. - Lo lograré, no se preocupe. Mi padre lo hubiera querido así…

Ella sonrió. Estuvimos hablando un rato más sobre aquel mundo desconocido que me esperaba, todo aquello que iba a ver, que jamás había visto. Todas aquellas historias que de pequeño mi padre me había contado. De bosques verdes, donde los árboles cobran vida. Grandes praderas relucientes al sol. Desiertos secos de misterios ocultos. Aquellas ciudades de las leyendas. Ciudades de guerras, de reyes y de nobles. De caballeros y guerreros, héroes del mundo. Campos santos, territorios malditos, criaturas de Loki provenientes de los infiernos. Todo se abría ante mí como un gran mar de lo desconocido, pero tan conocido a su vez… Estaba nervioso por saber que ocurriría al final de esta aventura, ansioso por empezar. Por ver mundo, por zarpar. Ansioso por lograr mi destino y mí objetivo. Me fui a dormir, debía descansar. Había tenido muchas emociones, y si quería emprender mi viaje debía dormir antes de nada. Llegó el sol, al primer rayo de luz ya me levanté, estaba muy nervioso por empezar ese día que ni las más cálidas sábanas podían retenerme en el mundo de los sueños. Desayuné con Hans y la señora Alia. No

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27 parecía que ese fuera a ser un día distinto, hasta que terminó el desayuno. Cogí la mochila y ambos me acompañaron hasta el muelle de la aldea. Dentro la mochila tenía comida, hierbas curativas, ropa, mi Biblia y una manta para el frío. La ropa me la había tejido Alia directamente los días anteriores mientras Hans me enseñaba a manejarme con un arma. Ahora llevaba un cinturón, con una pequeña daga afilada atada en él. Alia me dio cien dorados para el viaje de iba con barco a la ciudad de Talerna, allí donde todo mi sufrimiento había empezado, y allí donde mi viaje iba a emprender su camino. Me subí al barco, dejé mi mochila en la bodega y subí a despedirme de aquellos señores que, durante prácticamente un mes habían sido mi nueva familia.

- Adûnakhor, pequeño, que te vaya muy bien, ten cuidado, escríbenos… - Dijo Alia gritando mientras agitaba la mano.

- Eso, no… no te olvides de nosotros… - Dijo Hans mientras se despedía, parecía triste. – Jodido crío, que al final hará que llore… ¡Venga que zarpe ya el barco!

Me despedí, y dirigí mi mirada al frente, hacia el amplio mar que se abría delante de mis ojos. Ese mar que tantas veces había cruzado y que hoy tenía un significado distinto para mí. Empezaba algo nuevo.