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67 Vientos del sur. El valle de Yocavil (Noroeste Argentino) bajo la dominación incaica LUIS R. GONZÁLEZ 1 Y MYRIAM N. TARRAGÓ 2 RESUMEN El sector meridional del valle de Yocavil (provincia de Catamarca) conformó un espacio de importancia estraté- gica y económica para la administración incaica. En este artículo repasamos la información arqueológica relacio- nada con la dominación imperial, la cual fue producida durante nuestras investigaciones en el área. A partir de las mismas, se constata una diferencial distribución y volumen de evidencias, lo que interpretamos como resul- tado de la dialéctica entre los intereses específicos del Estado cusqueño y las cualidades de la organización po- lítica, económica y del sistema de representaciones de las sociedades complejas que poblaban el valle. Palabras claves: valle de Yocavil – dominación incaica – sociedades complejas. ABSTRACT The southern part of the Yocavil valley (Province of Catamarca, Argentina) was of strategic and economic importance for the Inca State. This paper revises the archaeological data obtained from our research in the area in connection to imperial rule, to reveal the differential distribution and volume of evidence. We consider this the result from the dialectic relationship between interests specific to the cusquean State, and the political and economical organizational qualities of the complex societies that inhabited the valley, including their system of representations. Key words: Yocavil valley – Inca rule – complex societies. Recibido: abril 2004. Manuscrito revisado aceptado: agosto 2004. Estudios Atacameños N° 29, pp. 67-95 (2005) 1 Departamento de Ciencias Antropológicas, Facultad de Fi- losofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Moreno 350 (1091), Buenos Aires, ARGENTINA. Email: [email protected] 2 CONICET. Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, Facul- tad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Moreno 350 (1091), Buenos Aires, ARGENTINA. Email: [email protected] el surgimiento y consolidación de complejas y extensas formaciones sociopolíticas. A la hora de su incorporación al Tawantinsuyu, a comienzos del siglo XV, para los administradores estatales la región acreditaba suficiente relevancia estratégica y económica como para invertir esfuerzos en su control. Sugestivamente, la ocupación incaica en el área se encontraba pobremente registrada cuan- do, hace 17 años, comenzamos a desarrollar inves- tigaciones en el sector del valle comprendido entre Fuerte Quemado y Punta de Balasto (Figura 1). Tales investigaciones nos han permitido obtener datos sobre la presencia imperial que no encua- dran en los criterios “monumentalistas” (C. González 1996: 34) generalmente utilizados para evaluar el grado y las características de la domi- nación cusqueña en los Andes Meridionales. Su- gieren, además, que un exceso de atención a tales criterios puede no sólo constituir un obstáculo para capturar las evidencias más sutiles de la presen- cia imperial, sino también enturbiar el análisis de la articulación entre la organización estatal con sus aspiraciones y las sociedades locales con sus estrategias de resistencia. En tal sentido, el pro- pósito de este artículo es, en primer lugar, repasar las evidencias incaicas en el área bajo estudio. En segundo lugar, proponemos una interpretación de tales evidencias en el marco del conflicto inhe- rente al enfrentamiento de los objetivos cusqueños con las respuestas de la organización sociopolítica local. Organización social y actividades productivas en el sur del valle de Yocavil A partir del siglo IX el valle de Yocavil meridio- nal comenzó a transformarse en uno de los paisa- jes más densamente poblados del Noroeste Argen- Introducción El sector meridional del valle de Yocavil, en la provincia de Catamarca, fue, a partir del siglo IX, el escenario de dinámicos procesos sociales, con

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VIENTOS DEL SUR. EL VALLE DE YOCAVIL…

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Vientos del sur. El valle de Yocavil (Noroeste Argentino)bajo la dominación incaica

LUIS R. GONZÁLEZ1 Y MYRIAM N. TARRAGÓ2

RESUMEN

El sector meridional del valle de Yocavil (provincia deCatamarca) conformó un espacio de importancia estraté-gica y económica para la administración incaica. En esteartículo repasamos la información arqueológica relacio-nada con la dominación imperial, la cual fue producidadurante nuestras investigaciones en el área. A partir delas mismas, se constata una diferencial distribución yvolumen de evidencias, lo que interpretamos como resul-tado de la dialéctica entre los intereses específicos delEstado cusqueño y las cualidades de la organización po-lítica, económica y del sistema de representaciones de lassociedades complejas que poblaban el valle.

Palabras claves: valle de Yocavil – dominación incaica –sociedades complejas.

ABSTRACT

The southern part of the Yocavil valley (Province ofCatamarca, Argentina) was of strategic and economicimportance for the Inca State. This paper revises thearchaeological data obtained from our research in the areain connection to imperial rule, to reveal the differentialdistribution and volume of evidence. We consider this theresult from the dialectic relationship between interestsspecific to the cusquean State, and the political andeconomical organizational qualities of the complexsocieties that inhabited the valley, including their systemof representations.

Key words: Yocavil valley – Inca rule – complex societies.

Recibido: abril 2004. Manuscrito revisado aceptado: agosto 2004.

Estudios Atacameños N° 29, pp. 67-95 (2005)

1 Departamento de Ciencias Antropológicas, Facultad de Fi-losofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Moreno 350(1091), Buenos Aires, ARGENTINA. Email:[email protected]

2 CONICET. Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, Facul-tad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.Moreno 350 (1091), Buenos Aires, ARGENTINA. Email:[email protected]

el surgimiento y consolidación de complejas yextensas formaciones sociopolíticas. A la hora desu incorporación al Tawantinsuyu, a comienzos delsiglo XV, para los administradores estatales laregión acreditaba suficiente relevancia estratégicay económica como para invertir esfuerzos en sucontrol. Sugestivamente, la ocupación incaica enel área se encontraba pobremente registrada cuan-do, hace 17 años, comenzamos a desarrollar inves-tigaciones en el sector del valle comprendido entreFuerte Quemado y Punta de Balasto (Figura 1).

Tales investigaciones nos han permitido obtenerdatos sobre la presencia imperial que no encua-dran en los criterios “monumentalistas” (C.González 1996: 34) generalmente utilizados paraevaluar el grado y las características de la domi-nación cusqueña en los Andes Meridionales. Su-gieren, además, que un exceso de atención a talescriterios puede no sólo constituir un obstáculo paracapturar las evidencias más sutiles de la presen-cia imperial, sino también enturbiar el análisis dela articulación entre la organización estatal consus aspiraciones y las sociedades locales con susestrategias de resistencia. En tal sentido, el pro-pósito de este artículo es, en primer lugar, repasarlas evidencias incaicas en el área bajo estudio. Ensegundo lugar, proponemos una interpretación detales evidencias en el marco del conflicto inhe-rente al enfrentamiento de los objetivos cusqueñoscon las respuestas de la organización sociopolíticalocal.

Organización social y actividadesproductivas en el sur del valle de Yocavil

A partir del siglo IX el valle de Yocavil meridio-nal comenzó a transformarse en uno de los paisa-jes más densamente poblados del Noroeste Argen-

Introducción

El sector meridional del valle de Yocavil, en laprovincia de Catamarca, fue, a partir del siglo IX,el escenario de dinámicos procesos sociales, con

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Figura 1. Sur del valle de Yocavil, Argentina.

tino prehispánico. Con el correr del tiempo, seerigieron numerosos asentamientos de diferentescaracterísticas y magnitudes y cientos de hectá-reas de terreno fueron habilitadas para las activi-dades agropecuarias. La geomorfología del áreaotorgó un marco específico a las modalidades deocupación del espacio y a la organización de lasactividades productivas. El sector meridional, conuna altitud media entre los 1900 y 2100 m.snm ycondiciones ambientales áridas a semiáridas conescasas precipitaciones, está recorrido de sur anorte por el río Santa María. Hacia el este delacuífero, el relieve se presenta como una ampliafranja de niveles aterrazados que conducen hasta

la elevada cadena de los Nevados del Aconquija.Al oeste, en cambio, casi desde la vera del río sepresentan extensos conos de deyección que seacumulan en el piedemonte de la cercana Sierradel Cajón (González y Tarragó 2000 Ms). Losprincipales afluentes del río Santa María son losque provienen de las vertientes occidentales de laSierra del Aconquija, como el Caspinchango, En-tre Ríos, Andalhuala y Ampajango. La Sierra delCajón, por su parte, no ofrece colectores de cursopermanente, aunque se tiene información sobreojos de agua, en su mayoría secos en la actuali-dad, en los sectores altos. A occidente del río losgrandes poblados aglomerados indígenas se fun-

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daron en puntos altos de las serranías y suspiedemontes, siendo los más conocidos Quilmes,Fuerte Quemado, Las Mojarras, Rincón Chico yCerro Mendocino. Las condiciones ambientalespermitieron el sostenimiento bajo riego de culti-vos mesotérmicos de buen rendimiento (maíz,poroto, ají y zapallo) y estos poblados habríanaprovechado a tal fin la estrecha llanura aluvialdel río Santa María. Se contaba, además, conpastizales de altura aptos para el pastoreo decamélidos, mientras que en el fondo de valle pros-peraron especies arbóreas valiosas por sus made-ras y frutos. Al oriente del río los asentamientosconglomerados se ubicaron relativamente alejadosdel fondo del valle, en mesetas o quebradas altas,como en La Maravilla-Masao, Pabellón, Loma deJujuil, Loma Rica de Shiquimil, Andalhuala,Ampajango y Pajanguillo. En estos casos, la pro-ducción agrícola se fundamentó en los campos decultivo habilitados en las cercanías de los ríos deaguas permanentes antes mencionados.

La paulatina consolidación de sociedadesjerarquizadas con distintos grados de control po-lítico regional derivó en una articulación de losasentamientos según diferentes niveles. Comoejemplo, vale mencionar que los cronistas queintegraron los ejércitos españoles que “pacifica-ron” el valle dejaron constancia que, por lo me-nos en el momento final del proceso indígena, elnúcleo de Quilmes tenía a 11 pueblos bajo sucontrol (Lorandi y Boixadós 1988: 345; Tarragó2000: 274-275). Para el suroeste del área se hapropuesto que el asentamiento de Rincón Chicoasumió la primacía dentro de un sistema decomplementariedad funcional para la obtencióndirecta de los recursos básicos para la subsisten-cia, el cual integraba a diversas instalaciones, tantovinculadas con el pastoreo y emplazadas al inte-rior de la Sierra del Cajón como dedicadas a cul-tivos intensivos en las cuencas de aguas perma-nentes orientales (González y Tarragó 2000 Ms).

En forma paralela, las cabeceras políticas pare-cen haber desarrollado extensas redes deinteracción, mediante las cuales determinados bie-nes, en particular las artesanías de prestigio iden-tificadas con el conocido estilo “santamariano”,tuvieron la oportunidad de llegar a territorios tandistantes como las provincias de Cuyo, Patagoniay el norte de Chile. Como parte del proceso de lainstitucionalización de las desigualdades socialesy la consolidación de las minorías político-reli-

giosas, se ha propuesto que estas redes deinteracción a larga distancia fueron centralizadaspor los segmentos sociales de élite, los cuales,además de controlar la producción y la distribu-ción de los recursos de subsistencia, edificaronun sistema de representaciones dominante quecontribuía a reproducir las condiciones materia-les de existencia de las comunidades. La diferen-ciación social interna y la escala de la interaccióna larga distancia tuvieron serias consecuencias parala organización de las actividades productivas,auspiciando la elaboración de bienes valorizadosy la consolidación de cuerpos de mano de obraespecializada (Tarragó et al. 1997: 236-237; L.González 2001).

La cerámica y los metales fueron enriquecidos conel plus simbólico materializado en la conocidaiconografía santamariana. Las urnas funerarias sonlas piezas más conocidas de la región y, asimis-mo, las de mayor tamaño y mayor potencia ex-presiva, a través de su compleja decoración pinta-da y modelada (Tarragó 2000: 282-284). La alfa-rería santamariana clásica se presenta en losasentamientos de Yocavil acompañada, en propor-ciones minoritarias pero regulares, por escudillascorrespondientes al tipo Famabalasto Negro Gra-bado. A partir de su discreta distribución espa-cial, es probable que se trate de un estilo origina-rio del valle. De superficie y matriz oscura, pas-tas finas y motivos decorativos plasmados por in-cisión, se ha planteado que esta cerámica confor-mó un puente material y simbólico entre losceramistas y los metalurgistas y que habría esta-do vinculada a los desempeños ceremoniales(González y Tarragó 2003). En cuanto a los me-tales, los temas del estilo santamariano se con-centran en un puñado de motivos dominantes. Losobjetos de bronce más sobresalientes son las pla-cas, las campanas ovales y las hachas con mangoincorporado, una trilogía que fue parte sustancialen el ceremonialismo prehispánico tardío(González y Cabanillas 2004).

Sobre esta organización sociopolítica, económicay espacial, el Estado impuso sus propios princi-pios, integrando a la región dentro de la provinciade Quire-Quire y que fuera destacada en las cró-nicas por su producción maicera, la cual permitiósostener a los ejércitos de Diego de Almagro porun tiempo prolongado. El territorio vallisto acre-ditaba, por lo menos, dos aspectos de importan-cia para los intereses cuzqueños. En primer lugar,

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constituía un corredor natural para las comunica-ciones entre las tierras altas puneñas y la regiónvalliserrana del Noroeste Argentino, conectandoel corazón del Imperio con sus dominios más aus-trales. Un tramo principal del Qhapaqñan, condiversos ramales secundarios, recorría el fondo delvalle uniendo importantes postas imperiales.

En segundo lugar, las sofisticadas organizacionesproductivas existentes al momento de la llegadaimperial podían ser reorientadas hacia los reque-rimientos estatales a bajo costo. Por una parte,podía aprovecharse la entrenada mano de obradisponible y, por otra, la organización sociopolíticavigente le posibilitaba al Imperio implementar unadominación indirecta, a través de la captación delos líderes locales como agentes del Estado. Eneste sentido, no sólo habría sido de interés el apro-vechamiento de los extensos sistemas agrícolas enoperación, sino también la ocupación y el redimen-sionamiento de los talleres metalúrgicos monta-dos y atendidos por mano de obra especializada(L. González 2002).

Hasta nuestros trabajos, en la literatura arqueoló-gica solían consignarse como asociados al mo-mento imperial en la zona de investigación sólo alos asentamientos de Fuerte Quemado y de Puntade Balasto (p.e., Raffino 1981, 1988; Williams1994; Williams y D’Altroy 1998). Estas instala-ciones se ubican en los bordes del sector que aco-táramos, la primera al norte y la segunda al sur,en la entrada (o salida) del valle. Tal situación, alsostener implícitamente una ausencia incaica enel espacio de casi 50 km que media entre ambosasentamientos, cerraba los caminos para avanzaren el análisis tanto de los objetivos y estrategiasde dominación cusqueña en la región como de lasrespuestas materiales y simbólicas elaboradas porlas sociedades locales. Desde nuestra postura, elconocimiento existente escondía un vacío de in-formación derivado de metodologías de estudiobasadas en rígidas categorizaciones de rasgosimpuestas al registro arqueológico, en particularel arquitectónico, para estimar el grado de pre-sencia imperial. Como alertaron otros autores(Morris 1988: 243-244; Meyers 1999: 244), lasmanifestaciones arqueológicas estimadas como“típicas” para señalar dicha presencia, en el ex-tenso territorio del Tawantinsuyu parecen no ha-ber sido tan uniformes como muchas veces se hasupuesto, lo que hace que, con frecuencia, seanapenas detectables en contextos dominados por

elementos culturales nativos. Sería presumible quelo “atípico” adquiriera aún mayor representaciónen regiones fronterizas y alejadas del Cuzco y,sobre todo, pobladas por complejas organizacio-nes sociopolíticas, como puede ser encuadradonuestro caso de estudio.

Al respecto, partimos de considerar que en el pro-ceso de dominación imperial de la región pesaronno sólo las aspiraciones estratégicas y económi-cas del Estado, sino también las particulares con-diciones bajo las cuales se articularon las organi-zaciones sociopolíticas locales y la estatal. De talmodo, los intereses cuzqueños y los de las élitesregionales ya establecidas participaron de una di-námica compleja dentro de la cual la administra-ción dominante pudo juzgar operativo manteneralgunos elementos de la organización preexisten-te y los grupos de poder locales pudieron conser-var relativa autonomía en ciertos aspectos mate-riales y simbólicos. Esta dinámica se manifesta-ría desde lo arqueológico en una más o menosamplia variabilidad en la jerarquía de losindicadores tradicionalmente atendidos para defi-nir la presencia imperial. Si bien un registro ar-queológico incaico “rico” puede estar sugiriendoun particular interés cusqueño por el espacio invo-lucrado, la situación inversa no debería ser asu-mida como evidencia de que un territorio hayaestado sujeto a una ocupación marginal.

Recientemente dimos a conocer un conjunto dedatos, incluyendo fechados radiocarbónicos, quesugieren que la ocupación imperial en el sur delvalle de Yocavil fue bastante más intensa que lotradicionalmente reconocido, pero con un reflejoarqueológico de alta variabilidad (González yTarragó 2000 Ms, 2003; Tarragó et al. 2000 Ms,2001 Ms). Veamos de más cerca como se distri-buyen las evidencias que nos hablan de dicha ocu-pación.

Presencia inca en el sur del valle de Yocavil

Fuerte Quemado

El asentamiento de Fuerte Quemado se ubica a 7km al norte de la ciudad de Santa María y abarcadistintos sectores, con construcciones en cerros,laderas y llanura aluvial. Las primeras descripcio-nes se remontan a fines del siglo XIX y principiosdel XX (Ten Kate 1896; Quiroga 1901; LafoneQuevedo 1904; Bruch 1911), las que documenta-

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ron varios conjuntos de construcciones. Los restosprincipales se registraron en el cerro La Ventanitao Intihuatana, mientras que otros de similar rele-vancia, ubicados a unos 2 km al sur, se encuentranhoy muy destruidos por la construcción de un “Cal-vario”. Al parecer, el difundido plano de Ten Kate(1896: Fig. 27) correspondería a esta segunda ins-talación, así como el croquis de Quiroga (1901:239) de acuerdo a la revisión realizada porKriscautzky (1999). En la cumbre del morro, se-gún Quiroga, se encontraban cuatro grandesmenhires tumbados, el más largo de 2 m con talla-do en ambas caras. Respecto de estos hallazgos,Quiroga (1901: 242) expresó: “Los cuatro menhirespueden haber sido un observatorio solar, los queseñalarían los cuatro puntos cardinales, indicandoademás las diversas estaciones del año, por la di-rección y largo de la sombra proyectada”.

En cuanto al sector La Ventanita, Lafone Quevedo(1904) lo visitó en 1886, observando en la cum-bre un conjunto de estructuras de característicasespeciales, lo que lo llevó a plantear la existenciade un reloj solar conformado por un eje noroeste-sureste, tangente a un círculo o torre oriental y alpaso o “puerta” entre cuatro pilares (LafoneQuevedo 1904: 128). El plano de Bruch (1911:Fig. 39), levantado con posterioridad, corroboróel croquis de Lafone Quevedo, brindando unaplanta de la estrecha cumbre del cerro, rodeadapor un muro perimetral y dotada de una vía deacceso escalonada con lajas a tramos regulares(Figura 2). En este lugar, asimismo, se habríanencontrado emplazados los tres torreones ilustra-dos por Methfessel a fines del siglo XIX (Raffino1988: 28), los que contaban con aberturas de in-greso y lajas dispuestas a modo de escalones. Seindicó que se usaron lajas afirmadas con argama-sa y que en algunos sectores se conservaba unrevoque exterior (Quiroga 1901: 236). Se encon-traban en extremo norte del morro, cerca del ca-mino que conduce a la Chilca. Por sus caracterís-ticas arquitectónicas y emplazamiento hace pen-sar en construcciones incaicas. Areas deenterratorios fueron detectadas al oeste, norte ynoreste de La Ventanita y al pie del Calvario, consepulturas de forma circular, tapadas con grandeslajas (Bruch 1911).

Durante sus investigaciones, Kriskautzky (1999)dividió al asentamiento en siete sectores, identifi-cando en los terrenos bajos cercanos al fondo devalle un conjunto constructivo asignado a la pre-

sencia incaica, denominándolo sector IV. La mam-postería fue descrita como de piedras chatas pe-gadas con mortero de barro (Kriskautzky 1999:128-129), en doble hilera horizontal sin rellenointerior, con espesores de muros en torno a los 60cm, piso y revoque interno con ocre amarillento,conformando recintos con plantas del tipo can-cha o “rectángulo perimetral compuesto” (RPC).Se informó sobre un fechado radiocarbónico de680±70 AP para este sector (Kriscautzky 1999:181). La cerámica de todo el asentamiento se com-ponía de tipos tardíos, en particular Santa MaríaBicolor, pero en proporciones variables. Los frag-mentos incaicos locales, Negro sobre Rojo, do-minaban en el sector IV, no siendo registrados ties-tos Cuzco Policromo. También estaban ausenteslos tipos Yocavil, Averías y Famabalasto Negrosobre Rojo, los que suelen ser interpretados enrelación con la presencia de mitmaq santiagueñosintroducidos en el valle por el Imperio. No obs-tante, corresponde mencionar que la colección deorigen funerario adquirida por Bruch durante sustrabajos en la zona indica que existieron tumbasentre cuyas ofrendas se encontraban aríbalosincaicos cusqueños y locales (Bruch 1911: Figs.83, 84, 85), un plato con asa en ojal Inca Paya

Figura 2. Cumbre de La Ventanita de Fuerte Quemado. Redi-bujado de Bruch (1911).

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(Bruch 1911: Fig. 70), Yocavil Rojo sobre Blanco(Bruch 1911: Figs. 67, 68, 69) y FamabalastoNegro sobre Rojo (Bruch 1911: Figs. 58, 59),además de distintas vasijas Santamarianas yLoma Rica Bicolor, variedades cerámicas estasúltimas congruentes con la problemática de unaprolongada ocupación indígena en el área (Fi-guras 3 y 4b).

Se detectaron también obras de infraestructurarelacionadas con tareas agrícolas, tales como ex-tensos cuadros en la parte baja y canales de riego.En el piedemonte se presentaban, además, estruc-turas formadas por grandes patios o corrales co-municados con recintos elípticos, depósitos rec-tangulares y estructuras circulares con morteros.Es relevante consignar que en el denominado re-cinto C 44 del sector IV parece haber operado untaller de producción metalúrgica, centrado en ungran fogón al que se asociaban escorias con con-tenido de cobre y oro y restos de mineralesfundentes (Kriskautzky 1999: 141-143).

Las Mojarras

Los vestigios arqueológicos más conocidos sonlos correspondientes al poblado alto denominadoCerro Pintado (Bruch 1911) y los materiales deenterratorios recuperados en sus inmediaciones porWeiser y Woters en 1923 (Baldini y Albeck 1983).Respecto de la información que suministró Bruch,nos interesa señalar que, en la cima del cerro, fueregistrado “un pequeño grupo de construccionesangulares, cuadradas y de rectángulos alargados,dispuestas con cierta simetría”. Agregó luego:

“El grupo principal de estas construcciones re-presenta un edificio compuesto de una gran pircarectangular, que mide 40 m de largo por 12 deancho y parece haber servido de patio; a éste sehallan adheridas las habitaciones (…) Una grangalería rectangular y sobresaliente forma dosmartillos por su costado occidental; además, aúnexisten otros tres cuartuchos: uno perfectamentecuadrado, ubicado en la mitad de la pared norte,en parte hoy derrumbado; mientras que los otrosdos, rectangulares, se hallan del lado opuesto(Bruch 1911: 104, fig. 101).

Hizo notar este autor que, en el interior de la gran“cuadra”, existía un círculo de 3 m de diámetro,colocado a flor de tierra y formado por piedraslaja (Figura 5).

Figura 3. Aríbalos incaicos procedentes de Fuerte Quemado.Redibujado de Bruch (1911).

Figura 4. Alfarería ilustrada por Outes (1907): a y b) vasijasFamabalasto Negro sobre Rojo (procedentes de Santa María yFuerte Quemado, respectivamente); c y d) aríbalos incaicos (pro-cedentes de Pabellón y Santa María, respectivamente).

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A unos 100 m de la gran cancha rectangular,Bruch (1911: Fig. 102), registró la presencia deun recinto de 4 m por 4.50 m, de cuidada edifica-ción y que conservaba aún el dintel de su puertaformado por dos largas piedras. En la fotografíapublicada puede observarse el vano trapezoidal yel muro adornado con una hilera de bloques blan-cos a media altura. Además de sus característicasformales, el tipo de pircado, similar a los murosdel R57 de la Quebrada del Puma, en RincónChico (véase más adelante), sugiere unaremodelación durante la época incaica. Debe in-dicarse que la ladera oriental del cerro se encon-traba cubierta por terrazas sostenidas por murosde contención, que servían de base a recintos ali-neados y hasta 1986, al menos, podía constatarsela modalidad arquitectónica de muros decoradoscon bloques de cuarzo formando líneas angula-res, presente también en Rincón Chico (Tarragó1987).

Durante nuestras investigaciones hemos registra-do otras 10 áreas con construcciones de distintacomplejidad al sur del cerro principal de LasMojarras. La planta básica de estas construccio-

nes es un gran recinto rectangular con estructu-ras más pequeñas, rectangulares o circulares, aso-ciadas. Se realizaron excavaciones de salvatajeen el sitio denominado LM-1, del cual sólo seconservaba un montículo de 30 m de largo por20 m de ancho y que parece haber estado vincu-lado a construcciones pircadas que fueron de-molidas por el propietario de los terrenos paradejar espacio para el cultivo. En superficie y enexcavación fue recuperada una gran cantidad defragmentos de cerámica de distintos tipos, inclu-yendo Santa María Bicolor y Tricolor, San José/Shiquimil, Famabalasto Negro Grabado,Famabalasto Negro sobre Rojo e Inca Provincial(fragmentos de platos y aribaloides, ver Figura6, 12a y 12b). Las evidencias sugieren que ellugar, en el cual se obtuvo un fechadoradiocarbónico sobre carbón vegetal (LP1310, verTabla 1), formó parte de un área de descarte demateriales, pero en la cual también se habilita-ron y utilizaron con intensidad un fogón en cu-beta para cocción de alimentos y una gran es-tructura de combustión de altas temperaturas de2 m de diámetro, donde se ubicaron indiciospirometalúrgicos. Al respecto, corresponde men-

Figura 5. Construcciones en la cumbre del Cerro Pintado de Las Mojarras. Redibujado de Bruch (1911).

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Figura 6. Fragmentos de alfarería incaica: 1) Ampajango II; 2 a 11) Punta de Balasto; 12) Las Mojarras LM-1.

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cionar que fueron registrados grandes nódulos deescorias de combustión (L. González 2001), re-fractarios fracturados, restos de minerales de co-bre y un pequeño fragmento de bronce estañífero.

Rincón Chico

La localidad arqueológica de Rincón Chico seubica a unos 5 km de la ciudad de Santa María,abarcando un área aproximada de 500 ha. Losvestigios de construcciones prehispánicas, identi-ficados como 35 sitios, se despliegan por distin-tos espacios topográficos. El sitio 1, en el que secontabilizan más de 360 construcciones dentro deun área de unas 40 ha, se emplaza en la cima yladera oriental de un espolón que se desprende dela sierra del Cajón. Los restantes sitios se distri-buyen hacia el este, en el amplio cono de deyec-ción de la sierra, llegando hasta la llanura aluvialadyacente al margen izquierdo del río Santa Ma-ría. Consisten, en general, en conjuntos arquitec-tónicos compuestos por grandes canchones rec-tangulares a los que se adosan estructuras máspequeñas, rectangulares y circulares, en númeroque puede ir de uno a ocho (Tarragó 1987, 1995,1998). Los materiales recuperados en las excava-ciones realizadas en distintos sitios y los resulta-dos de 28 fechados radiocarbónicos indican unaprolongada ocupación entre el siglo IX y la do-minación colonial.

Las evidencias incaicas en Rincón Chico son su-tiles y limitadas a algunos sectores de la locali-dad. El poblado central cuenta con un espectacu-lar escenario ceremonial en una quebrada que uneel piedemonte del cerro con las construcciones en

la cima. El lugar es conocido, tradicionalmente,con sugestivos nombres (Abra del Sol, Quebradadel Puma) y constituye un paisaje “culturizado” apartir de construcciones que cortan la pendiente adiferentes niveles (Tarragó y González 2000 Ms).Junto a una torrentera de bloques pegmatíticosrosados visible desde larga distancia (Figura 7)se dispusieron plataformas con muros de piedraoscura en los que se imbrican bloques de cuarzoblanco formando dibujos abstractos y figurativos.Entre estas construcciones se destaca la denomi-nada “Plataforma Tricolor” con un muro de másde 2 m de altura y que, a diferencia de los otros,combina bloques rosados, blancos y negros (Fi-gura 8). En dos de las estructuras del sector (302y 111) se obtuvieron fechados radiocarbónicos(Beta 131673 y LP 1424) y han sido establecidasalineaciones astronómicas que sugieren celebra-ciones calendáricas (Reynoso 2001 Ms). La cum-bre del cerro, con su acceso restringido y las cua-lidades que presentan algunas de sus construccio-nes, parece haber constituido un área diferencia-da, en lo social y lo simbólico, del resto del po-blado y reservada para la élite político-religiosa(Tarragó 1987; Tarragó y González 2000 Ms). Elespacio ceremonial habría ganado magnitud a lolargo de los siglos, siendo resignificado durantela ocupación incaica. En el proceso, no sólo lascualidades de las prácticas rituales habrían sidoadecuadas a la cosmología estatal, sino que tam-bién se llevaron a cabo remodelaciones arquitec-tónicas en puntos estratégicos del paisaje. Porejemplo, en el denominado recinto nº 57, que cie-rra el Abra del Sol en el camino ascendente delbajo hacia la cumbre, se advierten paredes de pircacanteada, una rampa y ángulos interiores bien re-

Procedencia Muestra nº Edad C14 AP Años DC Cal. 1 Sg Años DC Cal. 2 Sg

R. Chico 1-302 Beta 131673 560±60 1310-1425 1295-1445R. Chico 13 Beta 131674 560±50 1315-1420 1400-1435R. Chico 14 LP 1015 430±60 1433-1610 1407-1637R. Chico 12 Beta 130222 490±50 1410-1445 1395-1470P. de Balasto LP 816 680±60 1291-1402 1273-1430Ampajango II Beta 146374 340±130 1430-1660 1320-1950Loma Rica LP 983 380±60 1446-1634 1430-1653LM-1 LP 1310 400±60 1441-1627 1419-1648R. Chico 1-ML25 Beta 162379 630±40 1295-1399 1286-1413R. Chico 1-ML39 Beta 162380 400±20 1445-1491 1439-1619R. Chico 1-139 LP 1390 310±60 1491-1656 1443-1954R. Chico 1-111 LP 1426 490±70 1430-1660 1309-1621

Tabla 1. Fechados radiocarbónicos referidos en el texto.

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Figura 7. Cerro de Rincón Chico. En el centro, la Torrentera Rosada.

Figura 8. Muro externo de la plataforma tricolor en la Quebrada del Puma de Rincón Chico.

sueltos, modalidades distintas a las empleadas enlas construcciones de tradición local y que guar-dan similitudes con los registros de La Ventanita,en Fuerte Quemado y los del edificio de la cum-bre del Cerro Pintado.

Por otro lado, la entrada de la quebrada se en-cuentra cercada por un abanico de grandes peñas-cos rodeados por plataformas semicirculares enlos cuales parecen haber tenido lugar rituales queincluían sacrificios de seres humanos y de anima-les (Tarragó y González 2000 Ms). Estructurassimilares se encuentran a unos cientos de metros

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al sur, en el denominado Sector XIII. En este lu-gar, las evidencias de prácticas ceremoniales sonmás claras, habiéndose registrado piedras pulidasy clavadas en el terreno, fogones de incineraciónde ofrendas, restos humanos de infantes y adul-tos y un fragmento de una gran campana oval debronce (González y Doro 2003; González yCabanillas 2004). En dos de estas estructuras(ML 25 y ML 39) fueron obtenidos fechadosradiocarbónicos (Beta 162379 y 162380). Todoapunta a indicar que en el caso de estas huancasla ocupación incaica no implicó modificacionesen las prácticas ceremoniales de tradición local(Figura 9).

Ya en los sectores correspondientes al cono dedeyección que desciende desde la sierra, el sitio 4ofreció una muestra cerámica de superficie en laque predominaba el grupo Santa María Bicolor,pero que incluía un pie de compotera tardío, Incao Hispano-indígena. Un fragmento similar fueregistrado en el sitio 5. El sitio 10, anexo al sec-tor VIII del poblado central, presenta algunos de-talles constructivos que sugieren la intervenciónimperial (Figura 10) y, en superficie, fue recupe-rado un fragmento de cerámica Inca Provincial(Tarragó 1998). En las cistas funerarias del sitio21 investigadas por Mendonça y colaboradores(2003), los hallazgos apuntan a indicar una largareutilización de las estructuras, hasta momentosde contacto con los europeos. Sugestivamente, losmateriales correspondientes a los momentosincaicos son inexistentes o difíciles de diferenciarde la Conquista, pues en los entierros más recien-tes aparecen algunas ollitas con pedestal de fac-tura local y puntas de proyectil confeccionadasen hueso, del tipo “cola de golodrina” que se dantanto en Inca local como en la época de las Gue-rras Calchaquíes contra el español.

La presencia cusqueña se hace mucho más evi-dente en los sitios ubicados en la franja más cer-cana al fondo del valle. El sitio 12, en el cual seobtuvo un fechado del piso de ocupación, fuedefinido como una variante de cancha, y entre losmás de 2000 fragmentos de alfarería recuperados,en superficie y excavación, algunos correspondenal tipo Inca Provincial (L. González et al. 2001).En el sitio 13, el 5% de los fragmentos de alfare-ría de superficie fue identificada como Inca Pro-vincial, destacándose fragmentos de platos “pato”y aribaloides (Tarragó et al. 2002). En el sitio 14

fue fechada un área de elaboración de bebidas agran escala, con alfarería de tipos incaicos(Tarragó et al. 1999).

El sitio 15, el más intensamente estudiado de lalocalidad, con más de 500 m2 de excavación y 12fechados radiocarbónicos que se escalonan entrelos siglos IX y XVII, proporcionó interesante in-formación acerca de la presencia incaica en ellugar. En la instalación funcionó un taller meta-lúrgico cuyas actividades, iniciadas desde los co-mienzos mismos de la ocupación, fueron ganan-do en intensidad y sofisticación a lo largo de lossiglos, utilizando un sistema de fundición basadoen crisoles calentados en fogones. Los artesanos,además de desarrollar originales innovaciones téc-nicas, produjeron aleaciones de bronce utilizandoestaño, cuyos depósitos más cercanos se ubica-ban en un rango de 150 a 170 km al sureste. Laocupación incaica en el taller se reflejó en un dra-mático incremento de las actividades metalúrgi-cas, con la erección de una batería de hornos deltipo huayra en un sector aledaño y la manufactu-ra de lingotes (Figura 11). Sin embargo, conti-nuaron vigentes los procedimientos tecnológicosdesarrollados localmente y las áreas de trabajoexistentes fueron incorporadas a una organizaciónproductiva que incluía la fundición de minerales,la refinación de metales base y la preparación dealeaciones (L. González 2001, 2002). No fue aban-donada la manufactura de los objetos del reperto-rio regional con alto peso simbólico, como losdiscos y las campanas ovales y cabe mencionarque entre los miles de fragmentos de alfarería re-cuperados en recolecciones de superficie y enexcavación no fue identificado ninguno correspon-diente a tipos incaicos ni a las modalidades Yocavilo Famabalasto Negro sobre Rojo.

Medanitos-Famatanca

Este asentamiento se ubica a 5 km al sur de Rin-cón Chico, en el comienzo de un antiguo caminoque, a través de la Quebrada de Agua del Sapo,comunica con el valle del Cajón (Nastri 1998:262). El sector Medanitos, relevado expeditiva-mente por nosotros, consiste en casi medio cente-nar de estructuras alineadas de norte a sur, cu-briendo un área mínima de 2 ha y en malas con-diciones de conservación. Se identificaron conjun-tos que asociaban hasta media docena de recintosrectangulares de distintas dimensiones, con carac-

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Figura 9. Rincón Chico, Sector XIII. Huanca ML39.

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Figura 10. Planta de Rincón Chico 10.

Figura 11. Rincón Chico 15. Molde de lingote.

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terísticas arquitectónicas que permiten postularinfluencias incaicas. De igual modo, en la mues-tra cerámica de superficie fueron reconocidos al-gunos fragmentos del tipo Inca Provincial.

Cerro Mendocino

El poblado alto de Cerro Mendocino, conocidodesde fines del siglo XIX, se ubica sobre una es-cabrosa cumbre de las estribaciones meridionalesde la sierra del Cajón, a más de 400 m sobre elnivel del valle. Por su difícil acceso y la presen-cia de construcciones defensivas, se suele consi-derar al asentamiento una “fortaleza”. El primerplano de la distribución de las estructuras fue rea-lizado por Bruch (1911), siendo luego mejoradopor Weiser (1920 Ms), ocasión en la cual segraficaron 101 estructuras pircadas, además delíneas de muros de contención o “murallas”. Lasúnicas excavaciones en recintos fueron realizadashace más de cuatro décadas y estuvieron a cargode un equipo dirigido por Cigliano (Carrara et al.1960). Durante estos trabajos fueron registradasen el área de la cumbre siete líneas de gruesasmurallas de 1.50 m de altura, construidas con la-jas superpuestas, sin argamasa. Hacia el noroestedel cerro, la muralla inferior enlazaba con dosrecintos circulares a los que se denominó “trone-ras” (Carrara et al. 1960: Fig. 10 y Lám. IV). Enotras construcciones que se asomaban sobre lasquebradas de los lados del cerro, se encontrarondepósitos de rodados pequeños y de tamaño uni-forme, los cuales habrían sido llevados desde elrío Santa María para ser utilizados como proyec-tiles (Carrara et al. 1960: 30-31).

Los muros de las habitaciones eran dobles, conrelleno interior de ripio y alcanzaban un ancho quepodía superar el metro. Los recintos de planta rec-tangular, a veces asociados e intercomunicados,resultaron ser los más numerosos, siendo muchomenos frecuentes los de planta circular. Se efec-tuaron excavaciones en dos de las construccionesrectangulares. En una de ellas, sobre el piso deocupación se hallaron evidencias de una techum-bre de ramas y paja incendiada. Los investigado-res concluyeron que el asentamiento alto corres-pondió a un “pueblo fortificado de ocupación per-manente” de “carácter santamariano” preincaico(Carrara et al. 1960: 36). Un fechado obtenido delos restos de postes del techo dio 1300±60 AP,fecha considerada demasiado temprana por

Cigliano (1966: 9), pero que sería oportunorevaluar considerando los factores de envejeci-miento de la muestra y la posibilidad de un iniciomás temprano de la ocupación en lugares o mo-rros elevados.

En la oportunidad también se efectuaronexcavaciones en estructuras emplazadas sobre laladera oriental. El denominado Núcleo A consta-ba de cuatro recintos realizados en pirca simplede lajas, con un ancho de paredes de 0.60 m yque en algunos lugares alcanzaban casi 2 m dealtura (Figura 12). La excavación efectuada sólopermitió recuperar espículas de carbón y fragmen-tos de alfarería tosca (Carrara et al. 1960: 39). ElNúcleo B lo integraban recintos construidos so-bre el cono de deyección. Se excavó uno “de for-ma subrectangular con ángulos redondeados” yotro circular, no determinándose en ninguno deellos el piso de ocupación ni efectuándose hallaz-gos de material cultural (Carrara et al. 1960: 39-40). Por último, se excavó un recinto en el Nú-cleo C, ubicado “al N.O. del Núcleo A”, detec-tándose los restos carbonizados de un techo y re-cuperándose de fragmentos de alfarería de los ti-pos San José y Santa María Tricolor. Este recintocontaba con paredes de piedra lajas y rodados, enpirca doble de 1 m de ancho (Carrara et al. 1960:40-41). La muestra que corresponde a esta habi-tación arrojó un valor de 610±85 AP (Cigliano1966: 9).

Nuestras prospecciones en la zona posibilitaronubicar una construcción en la quebrada de accesooriental a la cumbre del Cerro Mendocino, la cual,probablemente, corresponda a la descrita anterior-mente como Núcleo A. De acuerdo a sus caracte-rísticas constructivas, que se diferencian de modonotable con las observables en las estructuras deraíz local, puede postularse que dicha construc-ción se vincula con la ocupación incaica en lazona. Asimismo, a pocos centenares de metroshacia el este, en la boca de la misma quebrada,registramos una gran plaza de planta trapezoidalque cubre unos 4000 m2 y que no había sido de-tectada con anterioridad. La construcción, empla-zada sobre una angosta terraza delimitada por pro-fundas torrenteras estacionales, presentaba murosdobles de piedra sin relleno, en los que se combi-naban grandes bloques sin trabajar junto con otroscon canteado expeditivo. Dentro de la plaza severificaron líneas de muros muy borradas que

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sugieren subdivisiones internas. Junto a los mu-ros exteriores se presentaban recintos circularesinterpretados como depósitos y en el lado nortese ubicó un acceso dotado de una elaborada ram-pa. Los fragmentos cerámicos recuperados en su-perficie fueron escasos, pero entre ellos se identi-ficaron tipos Famabalasto Negro sobre Rojo e IncaProvincial (L. González 1999).

Fundición Navarro

A poco menos de 1 km al sur del Cerro Mendo-cino se localiza Fundición Navarro, un sitio deprocesamiento pirometalúrgico de épocas colonia-les tempranas, pero fundado sobre una previa ocu-pación indígena (L. González 2000). El lugar in-cluye una cancha pavimentada con lajas para eldepósito y la trituración de minerales de cobre,una estructura monticular formada por la acumu-lación de escorias de fundición, un grupo de cua-tro recintos pircados y un canal recubierto conlajas, de cerca de 1 km de longitud, que captaba

las aguas del río Santa María y las llevaba hastala cancha. La cerámica presente en superficie eraescasa y de tipo utilitario. La técnica constructivaempleada en el canal es similar a la verificada enalgunas de las construcciones del tambo de Puntade Balasto, que se levanta en las cercanías, delotro lado del río (ver más adelante).

Bicho Muerto

El asentamiento de Bicho Muerto ocupa las lade-ras bajas y el piedemonte del Morro Blanco, lamáxima altura del extremo meridional de la Sie-rra del Cajón. En un espacio de aproximadamen-te 180 ha fueron identificados tres grupos princi-pales de construcciones (L. González 1995: 102).Bicho Muerto Fortaleza, con 35 recintos circula-res, rectangulares y trapezoidales, cubre poco másde 1 ha en un circo natural que se abre hacia elsur y que está cerrado con una muralla continuade pirca doble sin relleno, que alcanza una longi-tud de 218 m y cuenta con un único acceso en su

Figura 12. Construcciones del Núcleo A de Cerro Mendocino. Tomado de Carrara y colaboradores (1960: 37).

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parte central. Bicho Muerto Ranchos, con 50 re-cintos de cuidadosa construcción en un espaciode 7 ha, se encuentra a una cota 50 m más bajaque el anterior grupo. En las construcciones pre-domina la planta de tendencia rectangular, en oca-siones asociadas a recintos circulares. Por último,Bicho Muerto Bajo se distribuye en el amplioespacio del cono de deyección de la sierra, hastala línea de bosque relictual que corre a lo largodel río Santa María. En los sectores protegidosson visibles conjuntos de hasta siete recintos rec-tangulares y circulares asociados. Fue detectadaun área de enterratorios y también un tramo decamino de 8.30 m de ancho, con laterales pircados,que pudo reconocerse a lo largo de 340 m. Estosúltimos rasgos fueron registrados por la expedi-ción realizada por Weiser (1920 Ms) en la zona yaparecen señalados en el plano que se produjo enesa ocasión.

La muestra cerámica de superficie era escasa ycorrespondía a tipos tardíos. En las adyacenciasdel acceso al sector Fortaleza, dentro de una es-tructura circular de 9 m de diámetro, fueron recu-perados algunos fragmentos Inca Provincial yFamabalasto Negro sobre Rojo. La presencia im-perial está sugerida, además, por el tramo de ca-mino que atraviesa el cono de deyección con rum-bo a la entrada de la quebrada del Mendocino,frente a la cual se encuentra el tambo de Punta deBalasto, así como por los detalles constructivosobservables en algunas estructuras, sobre todo enel sector Ranchos.

El Trapiche

Lindante con el sector Bajo de Bicho Muerto, enel borde del bosque de algarrobo y chañar y amenos de 30 m de una estructura del tipo cancha,se encuentra El Trapiche, una instalación meta-lúrgica colonial en algunos aspectos parecidos aFundición Navarro. En este caso fue registrada unadocena de construcciones rectangulares de pircadoble sin relleno y escalerados que compensan eldeclive natural. De una de estas construcciones elpropietario de los terrenos extrajo dos grandespiedras circulares de molienda de minerales. Otrade las estructuras contiene los restos de un hornode cuba, derrumbado y con su fondo excavado,presumiblemente para recuperar el metal que sehabría filtrado a través de la solera. Los análisisde los restos de minerales de cobre recuperados

mostraron que las menas eran similares a las quefueron procesadas en Fundición Navarro. Tenien-do en cuenta la información geológica del área ylas noticias sobre laboreos en épocas históricas,fue propuesto que en ambos casos se beneficióun yacimiento ubicado en la serranía inmediata(L. González 2000: 39-40). La tecnología emplea-da en El Trapiche no deja lugar a dudas que setrata de una ocupación colonial temprana. Perola vecindad de las construcciones de Bicho Muer-to dio lugar para proponer la hipótesis que loseuropeos reocuparon y transformaron una plantametalúrgica fundada en épocas incaicas.

Punta de Balasto

Este tambo se ubica a 35 km al sur de Santa Maríay sus vestigios arquitectónicos abarcan 10 ha enel fondo del valle, entre la playa del río SantaMaría y la ruta 40. Las primeras informacionesfueron proporcionadas por Bruch, quien sugirióvinculaciones entre el tambo y el ya mencionadopoblado alto de Cerro Mendocino, 3 km al norte(Bruch 1911: 127-128). El carácter incaico dePunta de Balasto y el local de la fortaleza fueronaclarados en los trabajos realizados medio siglomás tarde (Carrara et al. 1960: 16). En 1988, nues-tro equipo comenzó registros planimétricos en elárea y en 1996 fueron encaradas excavacionesexploratorias.

El terreno, con sedimento suelto, cruzado portorrenteras estacionales y azotado por los vientos,hace que gran parte de las construcciones aparez-can sepultadas por la arena. En nuestros releva-mientos registramos 13 grupos de estructuras ar-quitectónicas, con varias cancha (Figura 13), unconjunto de nueve círculos de 3 m de diámetro (talvez hayan existido dos más, actualmente borrados;Bruch 1911: 125-136; Carrara et al. 1960: 18-19),un tramo de camino de 3.70 m de ancho que cruzaen forma recta al tambo, un ushnu rectangular condos líneas de escalones, un grupo de media doce-na de depósitos rectangulares junto al camino, unakallanka de 400 m2 de superficie y una gran plazapoligonal (L. González 1999: 231).

Los muros de todas las construcciones fueron le-vantados con pirca doble sin relleno y con el usode un sólido mortero arcilloso, pero se observa-ron variantes en cuanto a las características de laspiedras utilizadas. En las estructuras al oriente del

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camino se privilegiaron bloques rodados de gra-nito, gneiss y andesita, seleccionados por sus vo-lúmenes regulares y obtenidos en los cauces cer-canos. En las construcciones occidentales, en cam-bio, se dispusieron preferentemente bloquescanteados de cuarcita y pórfido que fueron extraí-dos de la Sierra del Cajón, a 1 km de distanciadel otro lado del río, en las cercanías de Fundi-ción Navarro.

Los fragmentos de alfarería recuperados en nues-tros trabajos fueron abundantes y las proporcionespor tipo coincidieron con las informadas a partirde anteriores intervenciones (Carrara et al. 1960).Alrededor del 30% corresponden a Inca Provin-cial, identificándose formas de platos “pato”,aribaloides y ollas con asa lateral (Figura 6, 2 a11). Un 3% de fragmentos son de tipo FamabalastoNegro sobre Rojo y un 2% Santa María Bicolor.El primer fechado radiocarbónico obtenido en unaexcavación exploratoria realizada en un sector debasurero al exterior de una cancha, arrojó un va-lor relativamente temprano (LP816). Cabe consig-

nar que en superficie fueron registradas concen-traciones de mineral de cobre del tamaño de gravafina. Por comparación con muestras patrón, se es-tableció que parte de este mineral habría sido ex-traído de depósitos de Capillitas-Cerro Atajo, dis-tantes unos 40 km al sur, mientras que otros frag-mentos guardan similitudes con las muestras ana-lizadas procedentes de El Trapiche y de Fundi-ción Navarro (L. González 2000).

Pajanguillo

A 2160 m.snm, a la vera de una antigua sendaque conduce a Estancia Vieja, al este de Punta deBalasto, fue registrada una cancha de plantasubrectangular, de 25 m por 25 m en sus dimen-siones máximas (L. González 1999: 232). Fueconstruida con muros dobles sin relleno, utilizán-dose grandes bloques metamórficos sin trabajar ocon un canteado grosero, lajas clavadas en lasesquinas e incorporando, incluso, tres volumino-sos bloques in situ. Al interior se verificaronsubdivisiones rectangulares y circulares. Los es-

Figura 13. Punta de Balasto. Cancha en el Grupo 1 de estructuras.

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casos fragmentos cerámicos en superficie se limi-taban a tipos utilitarios muy deteriorados. Un cen-tenar de metros al sur, sobre una loma alargada,pudo seguirse a lo largo de 300 m un tramo decamino de 2 m de ancho mínimo, en algunos sec-tores con un murete de contención en el lado dela pendiente. Hacia el fondo de valle, este caminose borra en los aluviones del río Pajanguillo pero,por su orientación, puede proponerse que se diri-gía hacia el tambo de Punta de Balasto, distante 4km en línea recta. En la dirección contraria, elcamino se une con un sendero que, ingresandopor la quebrada del río, conduce al tambo deBecobel, a 3600 m.snm, y, más arriba, hasta elasentamiento de Nevados del Aconquija (Hyslopy Schobinger 1991). En el área de Pajanguillo seencuentran ruinas de poblados preincaicos, deépocas formativas y tardías (Tarragó y Scattolin1999). Cerca de 1 km al oriente, en Estancia Vie-ja, en la boca de la quebrada que trepa hacia lascumbres del Aconquija, hemos ubicado estructu-ras de piedra muy deterioradas y, entre los frag-mentos de alfarería de superficie, identificamosalgunos asignables a tipos incaicos.

Ampajango II-Rosendo Cáceres

Este asentamiento aglomerado se emplaza a 2.5km al oriente del campo de petroglifos deAmpajango, sobre una angosta terraza que correentre el río homónimo y un cauce estacional, a2100 m.snm. Hace cuatro décadas un equipo de laUniversidad de Rosario efectuó excavaciones enalgunos recintos, aunque no se publicaron detallesde los trabajos (Lorandi 1966: 52-53). Las cons-trucciones principales cubren una superficie míni-ma de 5 ha, con sectores delimitados por murosque cortan transversalmente la terraza y circuitosde circulación planificados que los recorren.

De acuerdo a las evidencias arquitectónicas y almaterial cerámico de superficie, el sitio registróuna prolongada ocupación. El sector IV, se ubicaen el extremo noroeste de la terraza, lindante conconstrucciones actuales, y corresponde a una ins-talación de desarrollos local e incaico. Las estruc-turas fueron levantadas con pirca doble sin relle-no, utilizándose bloques irregulares y aprovechan-do, en ocasiones, peñascos in situ. A poca distan-cia del asentamiento se encuentran otros conjun-tos de construcciones de génesis imperial: haciael sur, Ampajango IV, en donde se recuperaron ensuperficie restos de alfarería de tipos incaicos; al

norte está Casas Viejas, un conjunto constructivocon paredes cuidadas y emplazado sobre un pro-montorio. Hacia la parte baja del valle los restosde construcciones se encuentran destruidos porocupaciones modernas, siendo de destacarcanchones de cultivo que acompañan el curso delrío Ampajango. Sobre la terraza baja del río, a laaltura del sector IV, se observan recintos de siem-bra rectangulares alargados que abarcan 1.5 ha ytres núcleos de canchones similares fueron detec-tados aguas arriba (Tarragó et al. 2001 Ms). Dosrampas escaleradas de 2 m de ancho desciendendesde la terraza a la playa y la empinada laderafue reforzada con líneas de muros de contenciónconstruidos con grandes bloques desbastados.

El área más prominente del sector incaico deAmpajango II es su plaza central, de plantapoligonal y que, en su extremo noreste, posee unarampa de 3.5 m de ancho que lleva a Casas Vie-jas. La plaza fue demarcada por un muro de cir-cunvalación de pirca doble sin relleno. El espaciointerior se muestra despejado por intensos traba-jos de despedrado y, en el borde occidental, a unacota levemente más baja, se ubica media docenade recintos de tendencia rectangular. De igual modo,hacia el noroeste se presenta un gran recinto de for-ma irregular, que también fue sometido a despedradoen su parte central y al que se accede por una estre-cha puerta de 1 m de ancho (Figura 14). En la es-quina noroeste de la plaza se emplazó una formamuy particular de ushnu, conformado por un enor-me peñasco de 10 m de largo en sentido este-oes-te, 4 m de ancho en sentido norte-sur y 3 m dealtura promedio, que fue rodeado por plataformasescaleradas que lo enmarcan. La cara sur del pe-ñasco, que mira hacia la plaza y, más allá, hacialas cumbres nevadas de la cadena del Aconquija,presenta dos líneas de plataformas realizadas conrocas canteadas, mientras que una rampa permiteascender a la cúspide plana de la gran roca por sulado norte (Figura 15).

Fueron excavadas dos cuadrículas exploratorias,al sureste y noreste de la plaza, ubicándose lassuperficies de ocupación debajo de las rocas dederrumbe y obteniéndose un fechado radiocarbó-nico (Beta 146370). Las muestras cerámicas desuperficie y de excavación ofrecieron tipos tar-díos como Famabalasto Negro sobre Rojo, SantaMaría Bicolor, Belén-Santa María, Quilmes RojoGrabado e Inca, entre ellos Inca Paya y CuscoPolicromo (Figura 6, 1). Corresponde mencionar

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Figura 14. Plaza del sector IV de Ampajango II

Figura 15. Ampajango II. Vista del ushnu de la plaza del Sector IV.

que en una anterior prospección en la plaza habíasido recuperado en superficie un liwi3 de bronceestañífero de clara raigambre incaica (González yPalacios 1996). Cabe señalar que en excavaciones

de la década de 1960 de un recinto asociado auna piedra grabada de estilo “geométrico intrin-cado” en la zona cercana a El Ingenio, se obtuvouna muestra de carbón que ofreció un fechado quese remontó a 670±85 AP (Cigliano 1966), lo quepermite establecer una continuidad de ocupaciónen la zona desde épocas preincaicas.3 Pequeña bola para cazar pájaros.

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Loma Rica de Shiquimil

Este poblado es de los primeros registrados en lahistoria de la arqueología de la región y se ubicasobre una meseta de difícil acceso, a 6 km al su-reste de San José, entre las localidades de EntreRíos y Andalhuala. Ambas localidades cuentan concursos de agua permanentes. Durante las investi-gaciones realizadas por nuestro equipo en LomaRica, fue revisado el plano levantado por Weiseren 1923 y publicado por A. R. González (1954).Las construcciones cubren 2.45 ha, con 189 re-cintos de muros dobles de pirca seca, dos plazas,cada una de ellas en los extremos este y oeste, 15espacios de circulación y una calle norte-sur quesegmenta al poblado en dos. Los anteriores estu-dios habían puesto énfasis en el análisis de lascondiciones culturales y cronológicas del Períodode Desarrollos Regionales Inicial, muy poco co-nocido hasta comienzos de la década de 1970 yrepresentado por abundantes evidencias de mate-rial funerario (Perrota y Podestá 1975, 1978), asícomo por muestras de cerámica de superficie re-cuperadas en el interior de los recintos (Tarragóet al. 1988). Sin embargo, existen otros datos queapuntan a señalar una prolongada ocupación, deal menos 600 años, en el asentamiento y en elárea de influencia de Entre Ríos y Yapes (Tarragó1995).

Una de las plazas, la oriental, muestra signos deremodelaciones muy tardías, que le otorgaron unaplanta trapezoidal y ángulos rectos en la uniónde los muros. También habría sido modificadoun grupo de recintos aledaños, imprimiéndolesplantas rectangulares mediante cuidadas técnicasconstructivas. Obtuvimos un fechado sobre unamuestra de carbón vegetal extraída de un recintoerigido en el sector oriental, de acceso a la plaza(ver Tabla 1). Es pertinente mencionar queLiberani y Hernández (1951 [1877]: Lám. 23),en sus trabajos en el siglo XIX, entre los mate-riales funerarios que fueron recuperados en ellugar, consignaron un jarro con asa lateral de claraestirpe incaica (Figura 16). La colección existen-te en el Museo de La Plata, resultado de las ex-ploraciones de Metfhessel en la Loma Rica y al-rededores, luego revisada por Chiappe (1965),muestra un predominio de urnas Santa MaríaBicolor de “alto cuello y reducido cuerpo subglo-bular” en los cementerios al pie de la Loma y enla Quebrada de Shiquimil, habiéndose registradootras vasijas, como la variedad santamariana Ne-

gro sobre Rojo, adjudicada a momentos muy tar-díos, Famabalasto Negro sobre Rojo (Outes 1907:Plancha II, 3 y 5) y Caspinchango, por lo cualChiappe (1965: 75) postuló una ocupación de laLoma Rica “durante la segunda mitad del sigloXV, perteneciendo por consiguiente a los últimosperíodos de la Cultura Santamariana, con influen-cia incaica”. Perrota y Podestá (1975, 1978), ade-más, describieron contextos funerarios excavadospor Weiser en el cercano “Antigual de la Que-brada de Shiquimil”, los que incluían puntas deproyectil de hueso y cuentas de vidrio, elemen-tos que sugieren la adscripción tardía de algu-nas de las tumbas. Este conjunto de evidenciaspermite plantear que el proceso local se entrela-zó en los momentos prehispánicos finales conla dominación incaica y la colonial temprana, enun caso similar a otros de los asentamientos tra-tados.

Relevante para la problemática abordada es indi-car que a 2 km al sureste de San José se encuen-tra el poblado de Loma Redonda, ya exploradopor Weiser (A. González 1954: 81, 86; Perrota yPodestá 1975: 407). En la década del 60, un equi-po de la Universidad de Rosario realizó unrelevamiento expeditivo de las construccionesemplazadas en la cima de la terraza que se eleva100 m por sobre el nivel del valle, registrándose57 estructuras aisladas o agrupadas en unidadesde dos o tres recintos rectangulares, a veces con

Figura 16. Jarro incaico ilustrado por Liberani y Hernández(1951 [1877]), procedente de Loma Rica de Shiquimil.

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un recinto circular adosado (Tarragó 1964 Ms).Nuestras prospecciones en la zona permitieronconstatar que el sitio se encuentra actualmente engran parte alterado por la construcción de un cal-vario. Las recolecciones de alfarería en superficierealizadas al pie de la ladera norte nos permitie-ron identificar, junto a los tipos locales predomi-nantes, algunos fragmentos Inca Provincial(Kriscautzky 1999: 99-100).

Loma Alta de Shiquimil

Emplazado a un kilómetro y medio al oriente dela mencionada Loma Rica de Shiquimil, constaeste asentamiento de dos conjuntos constructivoserigidos sobre sendas elevaciones del relieve ter-ciario de la zona, adyacentes y separados por unaprofunda depresión. Al pie de estas elevacionesse presenta una angosta quebrada con un ojo deagua permanente de importante caudal. Un regis-tro expeditivo de las construcciones fue realizadopor Caviglia en 1986 (Copello 1991 Ms).

El conjunto constructivo denominado A ocupa latotalidad del espacio plano de una loma, cuyo bor-de fue delimitado por un muro doble sin rellenointerior realizado con rocas de distintos tamaños ycon escasa preparación previa. Se conformó así unagran plaza poligonal, cuyas dimensiones máximasson 33 m por 24 m. Fuera de la plaza, al sur, selevantó un recinto subcircular, con un diámetromáximo de 8 m. Otro recinto circular, de 4 m dediámetro, fue construido junto a una abertura delmuro perimetral, hacia el este. En la esquina orien-tal de la plaza se relevó un círculo de grandes pe-ñascos, en cuyo centro se encuentra una piedra demortero. La pendiente del lado norte de la plazainmediatamente debajo de la cima de la loma pre-senta tres niveles aterrazados, demarcados con lí-neas de pirca simple, divididos a su vez por muretesde pirca doble sin relleno. En superficie no fueronrecuperados más que escasos fragmentos de alfa-rería ordinaria, tal vez porque, como fuera plantea-do, puede tratarse de un “área agrícola para propó-sitos especiales”.

El grupo B de construcciones se levanta sobre unaloma cercana, pero cuya cima es de mayores di-mensiones. Los pircados se distribuyen en unafranja de 50 m por 400 m, consistiendo en gran-des canchones con recintos circulares y rectangu-lares en su interior. Las características constructi-vas de los muros son similares a las verificadas

en el grupo A. El mejor conservado de loscanchones cubre 0.5 ha, con una estructura rec-tangular adosada interiormente a uno de los mu-ros perimetrales. Los fragmentos de alfarería sonrelativamente abundantes en superficie, y junto alos tipos locales dominantes fueron identificadostiestos Inca Provincial. En dirección sureste, enel mismo relicto de terraza cuaternaria y llegandoa la localidad de Andalhuala, tuvimos oportuni-dad de realizar un relevamiento preliminar deconstrucciones prehispánicas que cubren una am-plia superficie y constituyen, mayoritariamente, es-tructuras agrícolas con canales de riego, a las queasociaban abundantes fragmentos de alfarería co-rrespondientes a tipos locales e incaicos (Tarragóet al. 2001 Ms).

Quebrada de Jujuil

En la Quebrada de Jujuil o Jojoy (Perrota yPodestá 1978: Mapa 2), cerca de Lorohuasi,Weiser y Wolters excavaron tres lugares funera-rios en 1923 y 1924. En el denominado Cemente-rio I del Río Seco de los Cancino, cuyos contex-tos fueron analizados por Baldini y Albeck (1983),además de los materiales de origen europeo queaparecieron en todas las sepulturas, tales comocollares de vidrio y objetos de hierro, las autorasseñalaron la asociación de alfarería de carácterincaico y de manojos de puntas de flechas óseasconocidas como “cola de golondrina”. En la tum-ba I, que contenía tres esqueletos de adultos, unode los platos recuperados “tendría ciertas remi-niscencias incaicas por el motivo de los rombos”(Baldini y Albeck 1983: 552). En la tumba IV,con ocho individuos inhumados, otro plato pre-sentaba en su interior “un motivo que se asemejaal ilustrado por Ambrosetti (…) procedente de laCasa Morada de La Paya. La decoración externase relaciona con los motivos de la cerámica Inca-Paya” (Baldini y Albeck 1983: 552). De la tumbaVIII, con cinco individuos, las autoras ubicaronuna ollita de un tipo de neta influencia inca y, enla tumba IX, con cuatro esqueletos, dos de losplatos presentaban motivos también de filiaciónincaica, aunque más lejana (Baldini y Albeck1983: 553).

Caspinchango

La localidad arqueológica de Caspinchango, co-nocida en particular a partir de los trabajos deWeiser y de Debenedetti (1921), se ubica a unos

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15 km al oriente de la ciudad de Santa María ycomprende diversos sitios distribuidos en una su-perficie de 20 km2 (Arocena et al. 1960: 84). Setrata, en general, de andenes y cuadros de cultivoentre los que se esparcen grupos discretos de cons-trucciones. Las agrupaciones más densas y conmejor conservación fueron designadas, por el equi-po de la Universidad de Rosario que trabajó en ellugar, El Monte, El Ciénago, Valle Viejo y Sur deMonte Redondo, a los que se suman los asen-tamientos sobre mesetas ya conocidos, como LaMaravilla-Masao y El Pabellón. Methfessel, en susviajes de 1887 y 1889, recorrió Caspinchango(Chiappe 1965: 7) y parte de los materiales reco-lectados fue ilustrada por Outes, publicándose lafigura de un aríbalo de adscripción tardía (Outes1907: Lám II, 10) procedente de Pabellón, proba-blemente el sitio homónimo de Caspinchango (Fi-gura 4c). Este indicio se ajusta a la clara ocupa-ción colonial temprana que demuestran los cemen-terios Rico y Monte Redondo analizados porDebenedetti (1921). La revisión de esta publica-ción, sin embargo, indica que las urnas santa-marianas (que Debenedetti no trató ni ilustró), yque se encontraron anexas a las cámaras sepul-crales de adultos, no serían remanentes de anti-guos cementerios, como postulara, sino de la mis-ma época de las cámaras, poniendo en evidenciaun sugestivo proceso en el cual los adultos seinhumaron con símbolos de prestigio social de raízeuropea (cinturones de cuero con hebillas, cuchi-llos de hierro, collares con cuentas de vidrio),mientras que en el caso de los infantes se reinvin-dicaba la tradición cultural santamariana. Baldiniy Albeck (1983: 558-559) expresaron que “no esválida la ausencia de rasgos de filiación incaicaremarcada por Debenedetti” y, si bien este autorno citó la presencia de elementos santamarianosjunto a los de tipo Caspinchango, detectaron enlos contextos funerarios asociaciones entre la al-farería de ambas modalidades.

El equipo de la Universidad de Rosario llevó acabo excavaciones en varios sitios. En El Monte,en superficie registraron fragmentos de alfareríade tipos incaicos, Rojo Pulido y Negro sobre Rojo,así como Yocavil Tricolor. En la excavación deuna unidad de vivienda también fueron identifi-cados tipos locales como San José y Santa María,además de fragmentos más tempranos asignablesa La Aguada y Candelaria. Muestras similaresfueron obtenidas en nuestras prospecciones en ellugar. Esta información, sumada a la proporcio-

nada por otros autores, sugiere que el área expe-rimentó una prolongada ocupación, desde momen-tos agroalfareros tempranos hasta el contacto his-pano-indígena, de modo similar a lo observadoen Pajanguillo, Ampajango, Shiquimil y Jujuil.

Dominantes, dominados y viceversa

Las evidencias incaicas registradas hasta el mo-mento en el sur del valle de Yocavil, según fuerareseñado, asumen variadas expresiones, desdeobras de infraestructura hasta hallazgos minorita-rios de alfarería. En algunos asentamientos elImperio parece haber desplegado con mayor apli-cación su reconocida capacidad de recreación delpaisaje a través de la arquitectura, como funda-mento material de un nuevo orden (Gallardo etal. 1995: 166). Cerrando el valle, encontramos laúnica ocupación imperial pura, el tambo de Puntade Balasto. En un radio de 4 km de esta instala-ción se ubican poblados de génesis local en loscuales los administradores cusqueños promovie-ron ocupaciones focalizadas, como es el caso deBajo Mendocino, Bicho Muerto y Pajanguillo.Ampajango II es el poblado que, después del tam-bo, muestra rasgos más claros de la presenciaimperial. Subiendo por el valle hacia el norte lasituación torna a hacerse diferente. Descontandola posta de Fuerte Quemado y sus sectores reocu-pados, en la franja que abarca Las Mojarras-Rin-cón Chico-Famatanca, la evidencia arquitectóni-ca se confunde con las prácticas locales y los ha-llazgos de alfarería son minoritarios en las mues-tras analizadas. Algo similar ocurre en Loma Rica,Loma Alta, Quebrada de Jujuil y Caspinchango,asentamientos que, como Ampajango II, muestranprolongadas ocupaciones previas.

El tambo de Punta de Balasto, instalado sobre elcamino troncal que recorría el fondo del valle,habría actuado como una estación de control deltránsito de personas y el tráfico de bienes dentrodel entramado de instalaciones administrativas delsur del Collasuyu (L. González 1999). En el tam-bo confluían tres importantes ramales, que conec-taban, respectivamente, con los importantes cen-tros de Hualfín y Shincal, con los distritos mine-ros de Capillitas-Atajo y con el establecimientode Nevados del Aconquija y sus estaciones inter-medias. Además de las consideraciones funciona-les, la instalación del tambo en un punto del pai-saje previamente no ocupado pudo contener un

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fuerte contenido simbólico, materializando la apro-piación del espacio regional y su reorganizaciónen torno a los principios del orden estatal.

El asentamiento de Bicho Muerto, asociado altambo, es un clásico caso de ocupación parcial deuna población prexistente (Williams 2000: 74). Lainformación de los cronistas indica que el MorroBlanco, a cuyo pie se levanta el asentamiento,constituía una venerada huaca en tiemposprehispánicos tardíos (Piossek Prebisch 1984). Supotencial simbólico habría estado incrementadopor los depósitos minerales que albergaba la for-mación y que abastecían a los establecimientosmetalúrgicos de El Trapiche y Fundición Navarro(L. González 2000). Respecto de Cerro Mendocino,algunas de las construcciones de la cima, como lostorreones, presentan características constructivasque podrían interpretarse como correspondientes alos cánones incaicos, mientras que las estructurasal pie del cerro (el Núcleo A y la gran plaza) se-ñalan con mayor firmeza la presencia imperial.Encontramos sugestivo que estas dos últimas cons-trucciones hayan sido emplazadas en la entrada ala quebrada de acceso al poblado alto. No tene-mos evidencias como para sostener que, bajo laadministración cusqueña, se haya forzado a losgrupos locales a abandonar la fortaleza, como hasido referido para otros lugares del Tawantinsuyu(Hyslop 1990: 151-152), pero es posible que du-rante esa época la circulación vertical hubiera es-tado controlada y aún restringida.

En el caso de Ampajango II-Rosendo Cácerespudo resultar de importancia estratégica que lainstalación se encontrara a mitad de camino enun corredor natural que conduce a los pasos queatraviesan la cadena del Aconquija hacia la ver-tiente tucumana. De igual modo, las aguas per-manentes del río Ampajango proporcionaron labase para cultivos intensivos que habían sido de-sarrollados desde tempranas épocas prehispánicas.La presencia incaica en este lugar podría expli-carse en el marco de los objetivos de incrementarla producción agrícola zonal, redimensionando lainfraestructura en tal sentido. Cabe subrayar quela ocupación parece haber implicado, de igualmodo, una transformación y aumento en la escaladel ceremonialismo vinculado tanto con los ritosde agua y las prácticas agrícolas como con la in-tegración del espacio a la organización estatal. Elushnu que preside la plaza del sector IV presentacaracterísticas conocidas en otras instalaciones del

territorio del Tawantinsuyu (Hyslop 1990: 69-83;Meddens 1997). En tal sentido, ha sido planteadoque el gran peñasco, orientado hacia las cumbresnevadas, constituía, en épocas previas, una huancade alcance local vinculada con el culto al com-plejo ancestros-montañas-fertilidad de la natura-leza. Los administradores cusqueños aprovecha-ron la sacralidad del monumento, lo redimen-sionaron y, sin que perdiera relación con lasdivinidades tutelares de la región, le otorgaron unamayor significación política, sustrayendo del con-trol local su potencial simbólico e incorporándo-lo a la estructura religiosa estatal (Tarragó et al.2001 Ms).

El drástico cambio en las condiciones sociopo-líticas también se refleja en la remodelación delespacio que ocupa la plaza, con importantes tra-bajos de despedrado y, probablemente, la demoli-ción de estructuras previas para crear tanto áreasde congregación como vías de circulaciónpautadas, todo lo cual sugiere un intento por res-tringir y controlar el paisaje ceremonial (Tarragóet al. 2000 Ms). Sin embargo, debe subrayarse laintencionalidad del Estado en conservar la moda-lidad arquitectónica local. Debe tenerse presente,además, que la zona probablemente acreditaba unalto valor simbólico a nivel regional desde siglosantes: en la inmediata cercanía del asentamientose encuentran las conocidas rocas grabadas deCampo del Ingenio y Mesada Barrera. En Ampa-jango II, en uno de los sectores correspondientesal desarrollo exclusivamente local, se ha registra-do una roca grabada de similares características alas de aquellos sitios. Es posible que en el asenta-miento hubieran convivido las prácticas cúlticastradicionales con las oficializadas por el Estado,teniendo en cuenta la conducta tolerante que elincario mostró en ese aspecto.

A partir del modelo de organización que fueraplanteado para los momentos previos a la llegadaincaica, en el cual el poblado de Rincón Chicoactuaba como cabecera política de un sistema deasentamiento que articulaba a otras instalacionesdel sur del valle y de las cuales extraía una parteimportante de los recursos de subsistencia, noparece casual que sea en su área de acción inme-diata en donde el registro imperial aparezca comomás sutil. La detallada secuencia radiocarbónicaobtenida para la localidad no deja lugar a dudasque el poblado se mantuvo activo hasta la ocupa-ción española. Las evidencias incaicas más claras

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parecen concentrarse en conjuntos constructivosdel fondo del valle, es decir, en el sector másmarginal al centro poblado ubicado en la serra-nía. Los sitios 12, 13, 14 y 15 se levantaron en ellímite del antiguo bosque de algarrobos que acom-pañaba el curso del río principal. Como adelantá-ramos, el sitio 15 albergó un taller metalúrgicoque había alcanzado un alto nivel de actividad yla ocupación incaica se tradujo en una intensifi-cación de la producción de metales, con fundicio-nes masivas a través de hornillos del tipo huayra.

Por otra parte, los sitios mencionados se alinea-ban a la vera de uno de los tramos troncales delcamino incaico que atravesaba la zona. Este ca-mino llegaba desde el norte uniendo importantespostas, como Tolombón, Pichao, Quilmes y Fuer-te Quemado (Hyslop 1990: 254). Con toda pro-babilidad Las Mojarras, con su pucara en lo altodel cerro y sus construcciones al pie, participabade este circuito. La ruta, luego de pasar por Rin-cón Chico, llegaba a Medanitos-Famatanca, des-de donde se desprendía un ramal que conducía alotro lado de la Sierra del Cajón, conectando conpoblados como el de Famabalasto. Posteriormen-te, el camino troncal cruzaba el río Santa María ala altura de San José Banda y continuaba hacia elsur junto a su ribera oriental (ver Figura 1). Esposible que en esa vertiente se uniera con un bra-zo que vinculaba con el fértil valle de Tafí. Laposición del sitio 15 dentro del sistema vial teníasus consecuencias para la organización de la pro-ducción metalúrgica. Por un lado, se asegurabauna eficiente movilización de materias primasminerales, teniendo en cuenta que estos materia-les, en particular el óxido de estaño, debían trans-portarse desde una distancia más o menos consi-derable. De igual modo, la evacuación de produc-tos desde el taller para su eventual distribuciónregional o extrarregional también habría sido másfácil. Por último, todos los aspectos de la produc-ción metalúrgica quedaban con mayor claridadsujetos al control estatal (L. González 2001). Laplanificación espacial de la organización produc-tiva, con su específica logística de aprovisiona-miento de materias primas, eficaz movimiento debienes y supervisión de los talleres, que fuerapostulada a partir de la evidencia de Rincón Chi-co, se fortalece con los datos del área de activida-des de fundición registrada durante los trabajosen LM 1 y del contexto descrito para Fuerte Que-mado, ambos casos con asociación a la ruta im-perial. Además del 15, los otros tres sitios (12, 13

y 14), fundados por poblaciones locales en épo-cas preincaicas, fueron parcialmente remodeladospara adecuarlos a los intereses estatales.

Como ocurriera en Ampajango II, en Rincón Chi-co la dominación aparejó modificaciones de me-nor o mayor magnitud en la escala y orientaciónde las prácticas ceremoniales. Por ejemplo, parael sitio 14, donde fue estudiado un contexto deprobable elaboración de chicha en grandes canti-dades (Tarragó et al. 1999), se ha planteado quelas actividades estuvieron vinculadas con la reali-zación de festejos periódicos a través de los cua-les se renovaban las relaciones de poder entre elEstado y los líderes locales. De igual modo, elvasto escenario ceremonial del poblado central enla Quebrada del Puma, parece haber sido redimen-sionado para convocar un mayor número de asis-tentes. En este aspecto, la información etnohis-tórica apunta a indicar que, hacia el momento delcontacto con el español, Rincón Chico albergabauna muy venerada huaca (Lorandi y Boixadós1988: 350-351). En otra oportunidad hemos pro-puesto que este lugar sagrado estaba centrado enla Quebrada del Puma, espacio en el cual laremodelación del paisaje no sólo se orientó a pro-piciar la comunicación con las deidades tutelares,sino también a naturalizar la división entre élitesy comunes (Tarragó y González 2000 Ms). A lallegada de los incas, el lugar probablemente cons-tituía un centro de peregrinación que convocaba apoblaciones cercanas y la administración cusque-ña, lejos de combatir tales prácticas, las habríafomentado, apropiándose de la sacralidad del es-pacio y de su capacidad intrínseca para difundirprincipios ideológicos fundantes, en este caso,orientados hacia los intereses del Estado. A dife-rencia de lo acontecido en Ampajango II, lashuanca del pie del cerro, como dijéramos, no pa-recen haber sido intervenidas.

Conclusiones

Los datos reseñados muestran que la dominaciónincaica en el sur del valle de Yocavil estuvofocalizada en determinados espacios y aspectosproductivos, lo cual se refleja en la variabilidaddel registro arqueológico detectado. Todo apuntaa indicar que uno de los principales objetivosperseguidos por el incario en la región (sin des-deñar la producción de otras artesanías) parecehaber sido el de aprovechar la capacidad técnicade los especialistas en metalurgia, aumentando el

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nivel de las actividades e insertando la produc-ción en un entramado más amplio que abarcaba aotras instalaciones de una amplia región. En talsentido, las ocupaciones en el extremo meridio-nal de la sierra del Cajón pueden haberse vincu-lado con la explotación de depósitos mineraleslocalizados en la misma sierra y con su procesa-miento primario (L. González 2000), complemen-tando la movilización de materiales extraídos deyacimientos más lejanos, como Capillitas-CerroAtajo, unos 40 km al sur.

Aunque la información disponible es aún incom-pleta, al parecer, la producción agrícola fue otroaspecto económico fomentado. No obstante, esprobable que no se pretendiera generar exceden-tes para su exportación a otras regiones, sino quela intensificación en la explotación de los recur-sos de la tierra se relacionara con la necesidad desostener el aparato administrativo local y, sobretodo, con la mayor dedicación exigida de los ope-rarios que se ocupaban de las tareas minero-me-talúrgicas. En ese sentido, el sistema productivovigente habría sido redimensionado, disponiéndoseun mayor control en las cuencas fértiles del ladooriental del valle: Ampajango, Andalhuala, EntreRíos, Jujuil y Caspinchango.

La discreción y las características de la ocupa-ción incaica en algunos sectores del valle sugie-ren una articulación relativamente pacífica con lasélites políticas locales. Esto no significa la diso-lución del estado de conflicto inherente a las so-ciedades no igualitarias. El reconocimiento polí-tico de los líderes locales conllevó que los funda-mentos de su autoridad fueran desplazados desdeel ámbito local al estatal. En última instancia, elpoder emanaba del Cusco y es presumible que lasnuevas condiciones hayan disparado nuevas ma-neras de competencia sociopolítica en el seno delas formaciones nativas, con distintos grupos queoperaron para hegemonizar posiciones ventajosasen la reestructuración. Si se comparan las dospoblaciones más complejas del área tratada, FuerteQuemado y Rincón Chico, pueden observarse cier-tas diferencias que se relacionarían con operatoriassingulares frente a la dominación inca. La com-posición de la muestra cerámica de excavaciónen Fuerte Quemado, analizada por Kriscautzky(1999: 143-157), incluye porcentajes relativamenteelevados del tipo inca local Negro sobre Rojo (en-tre 14% y 36% en recintos del sector IV) en rela-ción a las vasijas Santa María Negro sobre Cre-

ma en sus diversas variedades. Este estilo resultade interés, porque aparece como otro tipo incamixto, con cualidades de pasta y algunos diseñosde raigambre Santa María-Belén, combinados conotros que se cruzan con el Inca Paya y aún con elInca Humahuaca (González y Tarragó 2000 Ms).En cambio, en Rincón Chico, como se viera ante-riormente, la aparición de cerámica rojo pulido,negro sobre rojo sanguíneo (sensu Bruch 1911) eInca Paya es muy baja o está ausente en numero-sas muestras, predominando con amplitud el San-ta María Bicolor. En cuanto a los conjuntos ar-quitectónicos, las instalaciones de Fuerte Quema-do, son, al igual que en Rincón Chico y LasMojarras, extensas e intrincadas, involucrandoespacio altos y bajos y estructuras ceremonialesen la parte superior de dos morros, característicasque sugieren una tradición cusqueña más defini-da. En cambio, en Rincón Chico el Estado habríapreferido exaltar antiguas huaca regionales, esta-bleciendo un nexo con las tradiciones ancestralesde las poblaciones locales.

La organización económica vigente pudo ser re-orientada hacia los intereses estatales sin apelar amecanismos de control que demandaran inversiónen personal represivo o infraestructura. Los datossugieren que la ocupación inca no incluyó la im-plantación de grupos de poblaciones ajenas a laregión para asegurar condiciones de estabilidadpolítica. Por lo general, estas situaciones son in-feridas a partir de la distribución de tiposcerámicos Famabalasto Negro sobre Rojo yYocavil (Lorandi 1991: 227). En nuestro caso ydescontando Punta de Balasto, las frecuenciascerámicas en los distintos sitios muestran un pre-dominio de materiales santamarianos y SantaMaría-Inca, siendo aquellos tipos muy minorita-rios o aún inexistentes. Habida cuenta que almomento no hay evidencias para sostener queestas alfarerías fueron fabricadas en el valle, suescasa representación sugiere que los fragmentosregistrados corresponden a piezas movilizadasdesde otros lugares (Williams 2000: 69-70). Debeconsignarse que la mencionada pobreza secorrelaciona, sugestivamente, con la continuidadde la cerámica Famabalasto Negro Grabado y laexpansión territorial de su distribución. De hecho,ha sido registrada en emplazamientos incaicos deenvergadura y relativamente distantes, tales comoPotrero Chaquiago, Shincal y Potrero de Payo-gasta. Al respecto, se propuso que los administra-dores incaicos habrían intervenido en su movili-

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zación a partir del prestigio que acreditaban losmateriales, tal como parece haber ocurrido conlos bronces santamarianos (González y Tarragó2003). Por otra parte, desde una óptica producti-va, la introducción de grupos alóctonos no hubie-ra sido la mejor de las decisiones. En el caso delas actividades agrícolas, las áreas implicadas seencontraban en operación desde mucho tiempoantes y todo indica que la administración inca,más allá de fomentar la escala de salida de pro-ductos, se sirvió de la estructura de trabajo vi-gente, con la mano de obra ya en operación. Paralas actividades minero-metalúrgicas, un recam-bio poblacional hubiera tirado por la borda la ex-periencia técnica de siglos que, según surge delos datos obtenidos en el taller del sitio 15 deRincón Chico, fue acumulada por generacionesde operarios.

Los criterios económicos imperiales fueron im-puestos en forma dialéctica con una redefinicióndel aparato simbólico surandino no sólo en lasrepresentaciones materiales, sino sobre todo en laescala ceremonial y ritual. No obstante, la ideolo-gía dominante no habría permeado de igual modoa la totalidad de los miembros de la sociedad. Asícomo se mantuvieron los estilos expresivos y tec-nológicos en la producción de bienes de bronce,la cerámica santamariana mantuvo vigencia conescasas modificaciones (González y Tarragó2003), una situación que puede estar informandotanto de la fortaleza del aparato ideológico tradi-cional como de la multiplicación de fenómenosde resistencia cultural y la adecuación a un nuevoorden manteniendo una diferenciación social ysimbólica. Como se ha planteado oportunamente,el estilo santamariano llegó a convertirse en un“estilo de época” que circuló por amplios espa-cios de los Andes, al sur del Cusco y más allá, enlas mesetas patagónicas (Tarragó et al. 1997).

En suma, el caso estudiado pone de manifiestoque la ocupación inca en el sur del valle de Yocavilfue mucho más intensa que lo que conocíamos,

pero con un reflejo arqueológico que no se ajustaestrictamente a los rasgos “típicos” a partir de loscuales suele evaluarse la presencia imperial en losAndes Meridionales. Las cualidades de este re-gistro arqueológico señalarían, por una parte, laestrategia de la ocupación imperial en la región,destacando las áreas con un valor particular paralos objetivos político-económicos centrales y que,en consecuencia, se juzgaron como adecuadas paraser desarrolladas mediante la inversión en infra-estructura. Pero, de igual modo, estas cualidadesestarían dando cuenta de las condiciones sociopo-líticas y organizativas vigentes, las cuales, en al-gunos casos, podrían haber sido funcionales a laadministración cusqueña y hacer innecesaria lainversión de energía en obras más o menos mo-numentales, mientras que en otros podrían haberactuado como focos de resistencia en los que laimposición de las normas y de la cultura materialdel Imperio se diluyeron.

La arrolladora dinámica de expansión del Estadoincaico parece haber arrastrado, en ciertas oportu-nidades, el enfoque de las investigaciones arqueo-lógicas en los Andes Meridionales, otorgando uncasi exclusivo protagonismo a las aspiraciones delCusco y dejando en un oscuro segundo plano a losprocesos históricos de las sociedades que pobla-ban las regiones incorporadas al Tawantinsuyu.Desde una óptica alternativa, en la que se privile-gia el estudio de los procesos de cambio a partir dela posición de las sociedades dominadas, sostene-mos que los intereses particulares de las élites po-líticas locales, el sistema de representaciones y ladinámica de los conflictos faccionales, constituye-ron factores activos que matizaron el modo en quela dominación estatal fue plasmada. En el procesode ocupación territorial no sólo los planificadorescusqueños exhibieron una amplia flexibilidad paradesplegar sus objetivos particulares. También lasformaciones sociales abarcadas desarrollaron suspropias estrategias para no perder espacio dentrode las nuevas condiciones.

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REFERENCIAS CITADAS

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