villiers de l'isle, adam - la tortura de la esperanza

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  • 7/29/2019 Villiers de L'Isle, Adam - La Tortura de La Esperanza

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    La Tortura de la Esperanza(La Torture par L'Esperance)

    Villiers de L'Isle Adam

    Hace ya muchos aos, al caer una tarde, el venerable Pedro Arbuez D'Espila, sexto prior delos Dominicanos de Segovia, el tercer gran inquisidor de Espaa, seguido por un frayredentor, y precedido por dos familiares de Su Santidad, el ltimo llevando un farol, hicieronsu entrada en una catacumba subterrnea. La cerradura de una enorme puerta cruji, y ellosingresaron en una celda, donde la luz mortecina revelaba entre anillos sujetados a la paredun potro de tormento manchado de sangre, un brasero y una botija de barro. Sobre una pilade paja, cargado con grilletes, y con su cuello circunvalado por un aro metlico, estabasentado un hombre muy demacrado, de edad incierta, vestido solo con harapos.

    Este prisionero no era otro que Rabbi Aser Abarbanel, un judo de Aragn, quien fueraacusado de usura e impiedad por los pobres, y que haba sido sometido diariamente atorturas por ms de un ao. An "su ceguera era tan densa como su recato" y se negaba a

    abjurar de su fe.

    Orgulloso de una ascendencia que databa de cientos de aos, orgulloso de sus ancestros,todos judos dignos de su nombre, l descenda segn el Talmud, de Otoniel, yconsecuentemente de Ipsiboa, esposa del ltimo juez de Israel, una circunstancia que habaacrecentado su coraje entre las incesantes torturas. Con lgrimas en sus ojos, el venerablePedro Arbuez D'Espila, dirigindose al estremecido rabbi, le recomend:

    - Hijo mo, algrate: tu proceso est por llegar a su fin. Si en la presencia de tal obstinacinfui forzado a permitir, con profundo desagrado, el uso de gran severidad, mi tarea defraternal correccin tiene sus lmites. Tu eres la higuera que, habiendo fallado en muchastemporadas en dar sus frutos, al final se marchit, pero solamente Dios puede juzgar tualma. Tal vez, la Infinita Piedad brille sobre t en el ltimo momento. Nosotros as lo

    esperamos. Hay ejemplos. Entonces duerme bien por la noche. Maana sers includo en unauto de fe: esto es, sers expuesto al quemadero, las llamas simblicas del Fuego Eterno:solo quema, mi hijo, a la distancia; y la Muerte tardar al menos dos (hasta tres) horas envenir, en cuenta de los vendajes hmedos y helados con los que envolvemos las cabezas ycorazones de los condenados. Habr otros cuarenta y tres contigo. Te ubicars en la ltimafila, para que tengas tiempo de invocar a Dios y ofrecerle a l tu bautismo de fuego, queser del Espritu Santo.

    Con estas palabras, habiendo sealado a los guardias para desencadenar al prisionero, elprior lo abraz tiernamente. Entonces fue el turno del fray redentor, quien, en un tono bajo,por el perdn para el judo por el que se lo haba hecho sufrir con el propsito de redimirlo;entonces los dos familiares silenciosamente lo besaron. Luego de esta ceremonia, el cautivofue soltado, solitario y desconcertado, en la oscuridad.

    Rabbi Aser Abarbanel, con labios emparchados y el rostro consumido por el sufrimiento, alprincipio se qued mirando fijamente las puertas cerradas de su celda. Cerradas? Lapalabra inconscientemente roz un vago capricho en su mente, el capricho que haba tenidopor un instante al ver la luz de las linternas a travs de una grieta entre la puerta y la pared.Una mrbida idea de esperanza, debido a la debilidad de su mente, se agit en su enterahumanidad. l se arrastr a travs de la extraa visin. Entonces, muy cautelosamente,desliz un dedo en la hendidura, provocando la apertura de la puerta delante suyo.Maravilloso! Por un extraordinario accidente el familiar que la cerr haba girado la pesadallave de manera que el pestillo no haba entrado en el hueco, y las puertas giraron sobre susbisagras.

    El Rabbi se aventur con su mirada hacia afuera. Con la ayuda de un polvillo luminoso, ldistingui primeramente un semicrculo de paredes a travs de las que se proyectaba unaescalera; y opuesto a l, en la cima de seis peldaos de piedra, una especie de portal negro,que se abra a un inmenso corredor, cuyos primeros ngulos eran visibles desde abajo.

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    Esperanzado se arrastr hasta el umbral. S, era realmente un corredor, pero parecainterminable. Una anmica luz lo iluminaba: eran lmparas suspendidas desde el abovedadocielo raso que iluminaban a intervalos deslucido matiz del ambiente, la distancia era cubiertaen sombras. No haba una puerta en todo el pasillo. Unicamente, a un lado, el izquierdo,haba pesadas troneras enrejadas, hundidos en las paredes, lo que dejaba pasar una luz quebien poda ser de la tarde. Y qu terrible silencio! La vacilante esperanza del judo era tenazya que podra ser la ltima.

    Sin dubitacin, se aventur en el pabelln, siempre bajo las troneras, tratando de convertirsea s mismo en parte de la oscuridad de las paredes. l avanz lentamente, arrastrndosecuerpo a tierra, acallando los gritos de dolor cuando alguna herida abierta enviaba unaaguda punzada a travs de su cuerpo.

    Sbitamente el sonido de unos pasos que se acercaban alcanz su odo. l temblviolentamente, y el miedo se reprimi, su vista se nubl. Bien, eso fue todo, no haba duda.Se comprimi en un hueco, y medio muerto de miedo, esper.

    Era un familiar que vena apresurado. l pas velozmente, llevando en su mano fuertementeasido un instrumento de tortura, una espantosa figura, y luego desapareci. El pnico en que

    el rabbi entr pareci haber suspendido sus funciones vitales, y l estuvo cerca de una horaincapaz de moverse. Temiendo que las torturas se reiniciaran si era atrapado, pens enregresar a su calabozo. Pero la vieja esperanza susurraba en su alma ese divino "tal vez" quenos consuela en las horas de peor dolor. Un milagro se haba operado. l no tena que dudarya ms. Comenz a reptar hacia su chance de escapar. Exausto por el sufrimiento yhambriento, estremecido del dolor, l se apur a continuar. El sepulcral corredor pareciextenderse misteriosamente, mientras l, an avanzando, miraba en la oscuridad en dondehaba ms posibilidades de escape.

    Oh, oh! Nuevamente escuchaba pasos, pero esta vez eran ms lentos, ms pesados. Lasformas negra y blanca de dos inquisidores aparecieron, emergiendo de la oscuridad. Estabanconversando en tono bajo, y parecan discutir sobre algn asunto importante, ya quegesticulaban con vehemencia.

    En vista de este espectculo, Rabbi Aser Abarbanel cerr sus ojos; su corazn lata tanviolentamente que casi lo estaba sofocando; sus harapos se humedecieron con el sudor frode la agona; l permaneci inmvil pegado a la pared, su boca abierta, bajo los rayos deuna lmpara, rezando al Dios de David.

    Justamente enfrente a l, los dos inquisidores tomaron una pausa bajo la luz de la lmpara,indudablemente debido a algn accidente durante el curso de sus argumentaciones. Uno,mientras escuchaba a su compaero, contempl al rabbi. Y, bajo su vista, l se imagin denuevo sintiendo las ardientes tenazas quemando sus carnes, l era una vez ms un hombretorturado. Desfalleciente, casi sin aliento, con prpados trmulos, l tembl al contacto conla sotana del monje. Pero, extraamente aunque por un hecho natural, el vistazo delinquisidor no fue otro que el de un hombre evidentemente absorto en su conversacin,fascinado por lo que estaba escuchando; sus ojos se clavaron y pareci mirar al judo sinllegar a verlo.

    De hecho, luego del lapso de un par de minutos, las dos oscuras figuras lentamentesiguieron su camino, an conversando en tono bajo, hacia el mismo lugar del que elprisionero vena. l no haba sido visto. Entre la horrible confusin en la mente del rabbi, laidea se dispar en su cerebro: 'Puedo estar muerto que ellos no llegan a verme?' Unahorrible impresin lo atac desde su letargo: mirando hacia la pared contra la cual su cara sepeg, l imagin estar en presencia, dos feroces ojos que le miraban. Volvi su cabeza haciaatrs en un sbito frenes de pavor, su cabello se encresp. An no! No. Su mano estuvo atientas sobre las piedras: era el reflejo de los ojos del inquisidor, an impresionados en suretina.

    Adelante! l tena que apurarse hacia su ilusin de salvacin, a travs de la oscuridad, yaque estaba a unos treinta pasos de distancia. l puso ms velocidad a sus rodillas, sus

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    manos, para poder verse a salvo de aquella pesadilla, y pronto entr en la porcin depenumbra del terrible corredor.

    Sbitamente el pobre miserable sinti una rfaga de aire fro en las manos; vena desde bajola pequea puerta que estaba al final de las dos paredes.

    Oh, Cielos, si esta puerta pudiera ser abierta. Todos los nervios del miserable cuerpo delfugitivo se tensaron en la esperanza. Examin la puerta desde el piso hasta el marcosuperior, apenas era capaz de distinguir su contorno a pesar de la oscuridad reinante. lpas su mano sobre la puerta: no tena cerradura, no haba cerradura! Un picaporte! Laempuj, el picaporte cedi a la presin de su pulgar: la puerta silenciosamente se abridelante de l.

    - Halleluia! -murmur el rabbi en una muestra de gratitud que, estando en el umbral,mientras contemplaba la escena delante de l.

    La puerta se haba abierto a un jardn, enmarcado en un cielo astrfero, en primavera,libertad, vida! Se revelaban los campos vecinos, donde se dilataban las sierras, cuyassinuosas lneas azules se recortaban contra el horizonte. Por fin la libertad! Oh, el escape!

    l podra pasar toda la noche bajo los limoneros, cuyas fragancias lo embargaban. Una vezen las montaas estara libre y seguro. Inhal el delicioso aire; la briza lo revivi, suspulmones se expandieron. Sinti en su corazn las Veniforas de Lzaro. Y para agradeceruna vez ms a Dios que le haba otorgado su Gracia, l extendi sus brazos, elevando susojos al Cielo. Fue un xtasis de felicidad!

    Entonces l imagin que vea la sombra de sus brazos acercarse a s, creyendo que estososcuros brazos lo rodeaban, y como que era afectuosamente presionado contra el pecho dealguien. Una figura alta estaba frente a l. l bajo sus ojos, y permaneci inmovil, jadeandopara respirar, deslumbrado, con la vista fija, atontado por el terror.

    Horror! l estaba en el abrazo del Gran Inquisidor, el venerable Pedro Arbuez D'Espila, quelo contemplaba con ojos hmedos de lgrimas, como un buen pastor que ha encontrado a su

    oveja descarriada.

    El oscuro sacerdote presion al desventurado judo contra su corazn con enorme fervor, conun arranque de amor, que el filo de la toga friccion el pecho del domnico. Y mientras AserAbarbanel con ojos desorbitados gema en agona del abrazo del mstico, vagamentecomprendi que todas las fases de su fatal tarde fueron nicamente parte de una torturapremeditada, la de la Esperanza. El Gran Inquisidor, con un acento de reprobacin y unamirada de consternacin, murmur en su odo, su respiracin rida y ardiente de un largoayuno:

    - Qu, hijo mo! En la vspera, probablemente, de tu salvacin, deseas dejarnos?