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, - \ por Buenaventura Piñero Díaz I Toda concepcÍón del mundo exterior no es . más que un reflejo en la conciencia humana dell1llundo que existe independientemente de ella. El tamaño del Infierno es, pues, el refle- jo "artístico" en Azuela de su realidad. El autor desarrolla una verdadera plasmación autónoma de los personajes, las situaciones y los acontecimientos que ocurren en la novela, creando un mundo propio, el de El tamaño del Infierno, fácilmente diferencia- ble de cúalquier obra y aún diferente a la cotidianidad. Con ello, Azuela nos brinda un reflejo artístico de la realidad, comple- to, más) vivo y animado que el que posee- mos como lectores en general. En una palabra, El tamaño del Infierno refleja tan- to el proceso de la vida de las tres genera- ciones tecolotes en su dinámica como en su concreta conexión animada. He aquí la dialéctica en lo esencial de su movimiento. Las tres generaciones se van sucediendo sin perderse detalle de cada uno de sus personajes o de sus situaciones particulares. Cada generación, cada derivación familiar o cada individuo; está tratado con la mayor profusión posible de sus determinaciones objetivas, originando así sus "rasgos pro- pios" -reflejo de la vida en su conjunto animado- reforzando y superando en su conjunto y detalles, el reflejo ordinario de los sucesos de la vida, logrando -en conse- cuencia- la unidad de lo individual y lo típico. A pesar de lo aparentemente difícil -quizás por la extensión de la obra y profu- sión de onomásticos que en ramas familia- res se repiten- que resulta seguirle la pista a las reacciones de los personajes a lo largo de la historia del discurso narrativo, pode- mos, no obstante, entresacar-sacrificando los restantes en aras de la didáctica crítica- a tres personajes que consideramos puntales legítimos en la estructura de la obra: Jesús, Manuel Pata de Palo y Santiago, represen- cada uno, de lo típico en cada generación, acaso con matices muy persona- les que los aseguran en su unidad y tipici- dad. Jesús es el gran invento de Azuela, quien le permite recorrer las tres generaciones, atravesándolas y penetrando en ellas, según el grado de mitificación que le hayan hecho al No por ello deja de ser en toda la obra el gran personaje concreto. De él emanan las historias del fraguador de mitos-realidades, Pata de Palo, y siguiendo las antiguas inquietudes del tío Jesús, San- tiago enarbola el símbolo-tecolo te disecado como para recordar "que los tecolotes no solamente son aves de rapiña, que en su goce nocturno llevan también sobre las es- paldas el símbolo de la ley, las normas que deben regir a todo un pueblo o las obliga- ciones que la familia debe respetar hasta que se rompe su raíz" (p 260); verdadera caricatura del contexto. Tres son las etapas históricas-bastante bien definidas por fechas, acontecimientos, invenciones o usos y costumbres- unidas y alejadas en la siemprepresencia del bando- lero para unos, héroe para otros o simple aventurero para los más escépticos de los tecolotes: "Julián sostiene que siguió en la crápula y que seguramente se convirtió en un mercenario en diversos países y frentes de batalla. Isabel defiende la idea de la redención del ser humano, de un cambio radical en su conciencia que lo llevó a estratos superiores. Francisco insiste en la claridad meridiana en que para él se desa- rrolló la vida de Jesús: es el representante del hombre de acción, el aventurero por excelencia y para el que no existen barreras de ninguna índole" (p. 234) La acción que motiva el exilio de Jesús es la muchacha de los lunes en la Luna de la Laguna: su media hermana. Es éste un pretexto literario para que el Ulises jalis- ciense se aleje todo lo conveniente de una recaída y de los remordimientos familiares; motivo que aprovecha el autor para estruc- turar la diáspora de la Providencia a la Ciudad de México, donde el crecimiento normal del árbol familiar y de las distancias técnicas citadinas llegan, fInalmente, a una I.p q r S 1\, \.11 vlw[ e f g h 1. j k 1 JT\ b iJ f g h i j Jr: l .m n e qhijklmno! 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Jesús regresa, digamos, a resolver su pro- blema de culpa incestuosa; pero regresa con una conciencia de culpa atenuada, ya sea por las vivencias adquiridas en su periplo, donde el primer remordimiento dejó paso a una unión sin rencores ni vestigios de peca- do. Mas, como decíamos al comienzo, Jesús es un pretexto -si queremos- un pretexto magnifIcado por el autor para que -como mito- pudiera servir de fascinación y fun- cionara como aglutinador de las raíces per- didas, devolviendo a la familia de los teco- lotes su antigua cohesión, aunque sólo por contados días. ¡Tremenda hazaña en una ciudad tan caótica como lo es, sin duda, la capital de la República Mexicana! En verdad, ese asunto, ya bastante tras- cendente en sí, se adiciona a un despliegue descriptivo de costumbres y valores, que va de la primera generación rural, nacida en la provincia hasta el muy contemporáneo San- tiago, el de la Glorieta de Insurgentes. Tres generaciones, tres usos y costum- bres y tres valoraciones de la realidad. Todo ello va apareciendo -al estilo Azue- la- desde una óptica aparentemente totali- zadora hasta que culmina en la estación de Buenavista con el encuentro de las genera· ciones tecolotes y su incapacidad para in- tegrarse. Con Jesús en Buenavista se rompe la tensión de la historia; quedan al lector los sucesivos impactos con las diferentes reali- dades noveladas: desde un inicio idílico, rozando por momentos sucesos de la Revo- lución y posrevolución, hasta los momentos de Tlatelolco o la novísima explosión de gusto por el folklore latinoamericano. Tota- lización literaria de una parcela de realida- des enhebradas por un significante que los une en j1ash-back, en un discurso que cada vez se rompe y se rehace a capricho de los responsables de la historia. Manuel Pata de Palo es el inveterado romántico de la familia, el incansable enal- tecedor del hijo pródigo, a quien exalta quizás. .. "porque así defendemos a la familia entera, a la sangre común..." (p. 11). Pata de Palo es uno de los personajes con más veracidad vital entre él y el medio en que lo sitúa el narrador. Es Manuel uno de los personajes que con Luis Felipe ( ¡im- portantísima su función en la novela! ) piensan diferente frente al problema que supone el tener un Jesús en la familia; en él se da perfectamente el "enlace omnilateral"

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Page 1: vlw[ · autónoma de los personajes, las situaciones y los acontecimientos que ocurren en la novela, creando un mundo propio, el de El tamaño del Infierno, fácilmente diferencia

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por Buenaventura Piñero DíazI

Toda concepcÍón del mundo exterior no es.más que un reflejo en la conciencia humanadell1llundo que existe independientementede ella.

El tamaño del Infierno es, pues, el refle­jo "artístico" en Azuela de su realidad. Elautor desarrolla una verdadera plasmaciónautónoma de los personajes, las situacionesy los acontecimientos que ocurren en lanovela, creando un mundo propio, el de Eltamaño del Infierno, fácilmente diferencia­ble de cúalquier obra y aún diferente a lacotidianidad. Con ello, Azuela nos brindaun reflejo artístico de la realidad, comple­to, más) vivo y animado que el que posee­mos como lectores en general. En unapalabra, El tamaño del Infierno refleja tan­to el proceso de la vida de las tres genera­ciones tecolotes en su dinámica como en suconcreta conexión animada. He aquí ladialéctica en lo esencial de su movimiento.

Las tres generaciones se van sucediendosin perderse detalle de cada uno de suspersonajes o de sus situaciones particulares.Cada generación, cada derivación familiar ocada individuo; está tratado con la mayorprofusión posible de sus determinacionesobjetivas, originando así sus "rasgos pro­pios" -reflejo de la vida en su conjuntoanimado- reforzando y superando en suconjunto y detalles, el reflejo ordinario delos sucesos de la vida, logrando -en conse­cuencia- la unidad de lo individual y lotípico.

A pesar de lo aparentemente difícil-quizás por la extensión de la obra y profu­sión de onomásticos que en ramas familia­res se repiten- que resulta seguirle la pistaa las reacciones de los personajes a lo largode la historia del discurso narrativo, pode­mos, no obstante, entresacar-sacrificandolos restantes en aras de la didáctica crítica­a tres personajes que consideramos puntaleslegítimos en la estructura de la obra: Jesús,Manuel Pata de Palo y Santiago, represen­~tes, cada uno, de lo típico en cadageneración, acaso con matices muy persona­les que los aseguran en su unidad y tipici­dad.

Jesús es el gran invento de Azuela, quienle permite recorrer las tres generaciones,atravesándolas y penetrando en ellas, segúnel grado de mitificación que le hayan hechoal r~sucitado. No por ello deja de ser entoda la obra el gran personaje concreto. Deél emanan las historias del fraguador demitos-realidades, Pata de Palo, y siguiendo

las antiguas inquietudes del tío Jesús, San­tiago enarbola el símbolo-tecolote disecadocomo para recordar "que los tecolotes nosolamente son aves de rapiña, que en su gocenocturno llevan también sobre las es­paldas el símbolo de la ley, las normas quedeben regir a todo un pueblo o las obliga­ciones que la familia debe respetar hastaque se rompe su raíz" (p 260); verdaderacaricatura del contexto.

Tres son las etapas históricas-bastantebien definidas por fechas, acontecimientos,invenciones o usos y costumbres- unidas yalejadas en la siemprepresencia del bando­lero para unos, héroe para otros o simpleaventurero para los más escépticos de lostecolotes: "Julián sostiene que siguió en lacrápula y que seguramente se convirtió enun mercenario en diversos países y frentesde batalla. Isabel defiende la idea de laredención del ser humano, de un cambioradical en su conciencia que lo llevó aestratos superiores. Francisco insiste en laclaridad meridiana en que para él se desa­rrolló la vida de Jesús: es el representantedel hombre de acción, el aventurero porexcelencia y para el que no existen barrerasde ninguna índole" (p. 234)

La acción que motiva el exilio de Jesúses la muchacha de los lunes en la Luna dela Laguna: su media hermana. Es éste unpretexto literario para que el Ulises jalis­ciense se aleje todo lo conveniente de unarecaída y de los remordimientos familiares;motivo que aprovecha el autor para estruc­turar la diáspora de la Providencia a laCiudad de México, donde el crecimientonormal del árbol familiar y de las distanciastécnicas citadinas llegan, fInalmente, a una

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disgregación en ramas autónomas; disgrega­ción preVista por la evolución dialéctica decualquier régimen morular en las condicio-'nes que ofrece la gran metrópoli capitalista,donde cada quien termina absorbido por laobsesión burguesa de elevarse socialmente,olvidándose casi por completo de los nexosfamiliares que fortifican las relaciones endó­genas, convirtiéndose así en islas de ambi­ción.

Como resultado de tal estructura, nospresenta Azuela la variapinta reacción decada familia frente a la llegada del tío Jesúsy del chiste millonario de Luis Felipe,verdadero crisol en que cada personaje seretrata y se proyecta en la sociedad mexi­cana contemporánea.

Jesús regresa, digamos, a resolver su pro­blema de culpa incestuosa; pero regresa conuna conciencia de culpa atenuada, ya seapor las vivencias adquiridas en su periplo,donde el primer remordimiento dejó paso auna unión sin rencores ni vestigios de peca­do.

Mas, como decíamos al comienzo, Jesúses un pretexto -si queremos- un pretextomagnifIcado por el autor para que -comomito- pudiera servir de fascinación y fun­cionara como aglutinador de las raíces per­didas, devolviendo a la familia de los teco­lotes su antigua cohesión, aunque sólo porcontados días. ¡Tremenda hazaña en unaciudad tan caótica como lo es, sin duda, lacapital de la República Mexicana!

En verdad, ese asunto, ya bastante tras­cendente en sí, se adiciona a un desplieguedescriptivo de costumbres y valores, que vade la primera generación rural, nacida en laprovincia hasta el muy contemporáneo San­tiago, el de la Glorieta de Insurgentes.

Tres generaciones, tres usos y costum­bres y tres valoraciones de la realidad.Todo ello va apareciendo -al estilo Azue­la- desde una óptica aparentemente totali­zadora hasta que culmina en la estación deBuenavista con el encuentro de las genera·ciones tecolotes y su incapacidad para in­tegrarse.

Con Jesús en Buenavista se rompe latensión de la historia; quedan al lector lossucesivos impactos con las diferentes reali­dades noveladas: desde un inicio idílico,rozando por momentos sucesos de la Revo­lución y posrevolución, hasta los momentosde Tlatelolco o la novísima explosión degusto por el folklore latinoamericano. Tota­lización literaria de una parcela de realida­des enhebradas por un significante que losune en j1ash-back, en un discurso que cadavez se rompe y se rehace a capricho de losresponsables de la historia.

Manuel Pata de Palo es el inveteradoromántico de la familia, el incansable enal­tecedor del hijo pródigo, a quien exaltaquizás. .. "porque así defendemos a lafamilia entera, a la sangre común..." (p.11).

Pata de Palo es uno de los personajescon más veracidad vital entre él y el medioen que lo sitúa el narrador. Es Manuel unode los personajes que con Luis Felipe ( ¡im­portantísima su función en la novela! )piensan diferente frente al problema quesupone el tener un Jesús en la familia; en élse da perfectamente el "enlace omnilateral"

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de su ser social, ~nriqueciéndose su actua­ción al reflejar al mismo tiempo -de ma­nera si~ficativa- los problemas generalesde su etapa. Todas las manifestaciones deManuel son típicas por ser actos particula­res de sus pasiones determinadas.

Su pasión fue siempre Jesús, su actua­ción individual, empero, va más allá delmarco de - su mundo individual. Con sudecisión 'de proteger a Jesús y más tardeenviarlo a la Ciudad de México, está cola­borando con la invención de las situacionesy medios de expresión del narrador. Azuelaeleva a realidad plasmada solamente lo queen Manuel-personaje estaría contenido co­mo posibilidad; pero confiriendo a esasposibilidades latentes una total expansiónen su desarrollo, en sus enlaces múltiplesque lo objetivan aceleradamente.

Sabemos que todo escritor -por expe­riencia literaria- crea en sus obras unacierta jerarquía de los personajes, para po­der representar el medio esencial del agru­pamiento de los demás personajes en laestructura novelada: figuras principales oepisódicas. Y pareciera, además, que estaimportancia del personaje principal surgeesencialmente del grado de su concienciaacerca de su destino a un determinado nivelde generalidad.

En esos términos está formulado Ma­nuel; apreciación que se refuerza por ser elúnico personaje con un atributo épico: lapata de palo. .

Manuel, el único de los seis que regresóa la Provincia, es el que observa en ladistancia a los protegidos del tecolote Moi­sés, nombre significativo de la segunda ge­neración, ya capitalina. Y Manuel llega a lagran ciudad eIl vísperas de la muerte deltecolote Justiniano.

El ciclo narrativo, propiamente dicho, seencuadra entre la existencia de Moisés yJustiniano (el uno vigila a la familia salida dela Providencia que llega a la tierra prome­tida, y el de nombre de emperador asisteimpotente a la diáspora familiar, dondecada rama se enraíza cada vez más "reve­renciando a Moisés y a las tablas de laley"). Justiniano no soporta tanto desarrai­go, tanta ambición y egoísmo. Su figura ysimbología están de más en estos momen­tos de elucubraciones millonarias; la fami­lia, sin esperar a que se rompa su raíz, norespeta sus obligaciones. Justiniano "sienteescalofríos" y de pronto ias orejas deltecolote Justiniano rozan el cemento; lascadenas que sostenían a ambas mascotasterminan formando -no de manera casual­elementos de un típico cuadro surrealista:"Sobre una mesa de operaciones, se en­cuentra una cadena oxidada, la misma cade­na de Moisés, la misma cadena de Justi­niano..." (p. 409)

Desde la Providencia, Manuel urde lallegada a México de Jesús, y en México,Luis Felipe prepara a la familia para querevele su incapacidad de integración; debidoa ello, la segunda parte de la obra es la quecontiene una visión más completa y com­pleja de la esencia humana.

El autor denuncia el proceso de cadapersonaje respecto a Kimberley en diálogoso monólogos que radiografían las tenden­cias personales y la tipicidad del grupo

social a que pertenecen. En estos momen­tos, los personajes van pasando "del senti­miento trágico de la vida a la búsqueda deltiempo perdido" y, sin proponérselo, es­tructuran el retorno pretendido por LuisFelipe y propiciado por Manuel; siempre enun movimiento pendular que les está dandola oportunidad de volver a sus raíces.

Aunque la perspectiva de la totalidad laconsigue el autor a cabalidad, la trampa delos tíos declara el fracaso de la vida burgue­sa como institución base de la familia mexi­cana, y de paso, el fracaso de las institucio­nes públicas, las cuales deforman y maltra­tan el desenvolvimiento humano y normalde la vida familiar. El contraste campo vs.ciudad y sus matices humanos y ambienta­les ilustran hasta la saciedad la intencióncrítica de Azuela.

El autor maneja en toda la obra unagran metáfora, que conscientemente dejasin resolver en Santiago.

Las experiencias de Azuela lo han lleva­do a reedificar su realidad por la tácitavocación rebelde del escritor, sin apuntarnormas, recetas o posibilidades. Su visióndel mundo está ahí; cada quien que se vea:admi tiéndase o rechazándose como posibili­dades deformadas.

En estos términos estamos en consonan­cia con A. Rama cuando afmna que unnovelista "es un productor que elaboraconscientemente un objeto intelectual -laobra literaria- respondiendo a una deman­da de la sociedad o de cualquier sector queestá necesitado no sólo de disidencias, sinode interpretaciones de la realidad que porel uso de imágenes persuasivas permitacomprenderla y situarse en su seno válida­mente".l Nunca más ciertas estas reflexio­nes que con Arturo Azuela y su obra.

Retomando a Santiago, diremos que esel personaje de las mil posibilidades, aquien el autor sólo lo conforma y delíneapara cerrar el círculo novelístico. La novelase muerde la cola en Santiago: "A medidaque pasan los días, Santiago se transformaen un espectro que nos taladra las concien­cias y nos recuerda los perfiles de la som­bra del tío Jesús. Yo no creo que lahistoria se repita, es absolutamente impo­sible..." (p. 416), o " ...Sin embargo, losdías pasan, los años se estiran y no sabe­mos nada de Santiago. Dicen que del medioOriente se fue a Indochina y que ahora estámuy cerca de la frontera de Pakistán... Seme rompen todos los cabos y cada díaestoy más seguro de que Santiago nuncapodrá leer este libro. . ." (p. 416)

Existe en la obra uria cierta concienciapor parte del narrador, de destruir el mitodel resucitado Lázaro en el trasvase dealgunas de sus características al hijo deJulián e Isabel; pero en éste totalmentearraigadas en una realidad cotidiana, sin losvisos oníricos con que el lenguaje suele

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envolver a Jesús en su constante magnifi­cación.

Santiago es el único a quien no leinteresa saber nada del regreso del tíoJesús: "...me importa un comino todo esedesmadre; ustedes son pura momiza, noentienden lo que pasa en nuestro mundo yno lo entenderán nunca" (p. 264); Y no leinteresa por la simple razón de que susintereses no están con las elucubracionesmillonarias de sus familiares. Santiago se haforjado -a su edad- un rumbo diferente atodos los del clan de los Olivos; no quiereapartarse de su realidad más inmediata, desu México en sus injusticias e iniquidades y,solitario emprende el camino de la protestasocial. Por asumir dicha actitud es el "raro"de los Olivos, el "descarriado" y el "ina­daptado" a la vida familiar. Estallan lossucesos del sesenta y ocho y Tlatelolco y loobligan a exilarse en Cuba para luego seguirsu peregrinación como un Ulises chilango.Pareciera que su incapacidad para la inte­gración endógena critica el hecho -una vezmás en la novela- del fracaso de la familiamexicana, nacida a la sombra de la Revolu­ción. La única alternativa de este personajees dejar las cosas como están en su país-dejarlas por incapacidad de colaborar ensu transformación- y salir a vivir fuera, ensociedades nacionales que él ha avizoradomás justas.

Como personaje literario, Santiago con­tiene unas potencialidades apenas explota­das por Azuela. El tono de su personalidad-pensamos- debió ser más aprovechadopor su creador y no deshacerse de él paraponerlo a rodar en una cola que se muerdecon la cabeza de Jesús. Si bien es ciertoque ello confiere un perfecto cierre de cicloa la historia del discurso, reduce las perspec­tivas de Santiago de tal manera que lo confir­man como un simple "oveja negra", sin im­portancia cuando en verdad comenzaba afuncionar como una honesta actitud antitéti­ca de las descritas en los demás cofrades te­colotes; siendo asimismo su fracaso una re­confirmación de la negatividad farniliar.

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Su tecolote disecado es la burla másclara a'la 'simbología del animal familiar.

A PROPOSITO DEL LENGUAJE.

Hacia 1940, la novela latinoamericana esta­ba representada por escritores que consti­tuyen la gran constelación: Mariano Azuelay Martín Luiz Guzmán por México. Nin­guno de sus integrantes escapa a una cate­gorización heroica, a una visión arquetípica,cuyo. ~alismo está de tal modo deformadopor la concepción mitológica que escapan ala calificación de documento o testimonioque querían poseer (sobre todo Doña Bár­bara, lA Vorágine o Don Segundo Sombra).

Contra estos maestros se alzará la gene­ración de Asturias, Borges, Carpentier, Ma­rechal y Agustín Yáfiez. Estos escritoresefectúan una verdadera operación crítica,señalando lo que su anterior generacióntenía de retórico y obsoleto; pero siemprebuscando otras salidas. Además de ser reno­vadores de una visión de América, detentana la vez un concepto del lenguaje ameri­cano. Yáfiez, por ejemplo, enseña a Méxicoa ver sus. propias caras y, sobre todo, susseculares máscaras superpuestas.2

Esta es la tradición de que se nutre-resumiéndola- Arturo Azuela, salpimen­

, tada con la prosa más vigorosa de Rulfo,Revueltas y Arreola.

El lenguaje de El tamaño del Infierno esel mismo que le conviene al tono en que elnarrador presenta los acontecimientos. De­tectarnos una intención deliberada en elnarrador de prestar su palabra a cada unode los personajes, convirtiéndose su voz enmetalenguajes. Dicha técnica no tiene másconsecuencia -por la extensión de la narra­ción- que hacer perder la pista de quienesté hablando en ciertos momentos, sobretodo en los inicios de la novela; más tarde,cuando el lector llega a matizar los idiolec­tos de cada quien, es ya fácil seguirle susactuaciones.

Cada habla contiene morfemas, giros,frases o intenciones lingüísticas' claves quedenuncian al personaje según el índice derepetición de sus indicios significativos, enuna seria coherencia con su diastratía, dia­topía y sincronía.

En su obra, Azuela maneja el castellanode México en forma diacrónica, a través deaproximadamente setenta u ochenta añosde experiencia lingüística.

Presentamos, grosso modo, algunos ejem­plos para corroborar lo antes mencionado.

a) Idiolecto del Colibrí: "Aquellos comba­,tes en Cuba eran como pa ponerle a cual­quiera los pelos de punta. Haga de cuentaque el cuerpo se hace de puros pedazos decarbón, bien encendido. El sudor jode... ysólo siente los calores por dentro, unagüeva que pesa en el aire, en los pies, en elviento." (p. 307-308)"Quizá dos o tres años después de laguerra, allá por Camagüey, nos volvimos aencontrar al español. El barro del pleito sedesbarató en astillas y se sembró en unsurco donde crecieron las cañas de azú­car... Lo que yo le he contado fue lo queviví, la puritita verdad..." (p. 308).

b) Clotilde: "...pa que sepa lo que son

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las brujerías de verdad y la priesa quetienen todos estos por atragantarse los dia­mantes..." (p. 238)"¡Caray! A poco se están acordando delas cresis; pos qué se me hace que estánahorita mesmo en manos de malos pensa­mientos; palabra que que les agarró rejuerte lo que venía en ese telegrama; güeno,con tal de que no vayamos de mal enpior;" (p. 187)Manuel Pata de Palo: "-Oyeme tú; quésorpresota, mi hermano. En la Providenciano pudimos dormir de la pura impresión.Aquí estoy en Lagunillas para servir austedes en todo lo que me digan." (p. 221)"-Pero óyeme, Luis Felipe. A poco crees túque ya perdí el gusto por la vida. No, nadade eso, tú. Así como me ves, con más denoventa años, todavía me queda muchahilacha para divertirme en grande..." (p.223)Santiago: "Me importa un comino todo esedesmadre, ustedes son pura momiza, noentienden lo que está pasando en nuestromundo y no lo entenderán nunca" (p. 264)"-Claro que me interesa, mi cuatarracho.Lo que pasa es que estoy esperando que lafamilia desempolve sus triques, mueva conpaciencia el trasero y después manden a latiznada al tío Jesús. Cuando eso pase, teaseguro que estaré puestísimo tratando deconocer los líos de todas esas leyendas..."(p. 322)

De esta manera, creemos apuntar lacoherencia de los idiolectos de cada perso­naje. Ameritaría, no obstante, un serio es­tudio lingüístico para determinar en cadacaso los indicios que singularizan cada me·talenguaje. Sin embargo, ya se puede obser­var en éstos una perfecta coherencia.

El lenguaje de la novela siempre estádirigido a un referente que lo denota yconnota, llegando incluso a momentos declimas oníricos cuando interesa magnificarla posición narrativa, en especial, del tíoJesús.

En el capítulo V de la tercera parte dela obra, todas las hablas se aprietan en un

haz, a manera de aluvión lingüístico, don·de cada individualidad busca su última ex·presión, ...su última oportunidad de confe·sión. Y es en el último capítulo de lanovela donde afloran como crestas entrela·

./. zadas todas las posibilidades de expresiónmanejadas por el autor.

ASUMIR Y RESUMIR

Argumenta Antonio Candid03 que, en suaspecto más grosero, la imitación servil delos estilos, temas, actitudes y usos literariostiene un no se qué de risible o constrin·gente de provincialismo,- después de habersido mero aristocratismo compensatorio depaís colonial.

Azuela salva ileso el puente que constru·yeron sobre bases falsas los escritores mexi·canos de la llamada generación del boom.Ninguno de sus integrantes ha logrado crearuna obra tan vigorosa y original -la novelaque ambiciona una generación literaria­como El tamaño del Infierno. El autor, enesta su primera obra, asume y resume lomejor de la narrativa mexicana, desde Ma­riano Azuela hasta Juan Rulfo, pasando porMartín Luis Guzmán, Revueltas y Arreola.Es Azuela un digno continuador de estanarrativa que ha dado títulos, ora convisión romántica, "indianista", pero con laautenticidad y vigor de sus talentos narra­tivos, ya con una participación decidida enlos conflictos y en las corrientes del pensa·miento de hoy.

En El tamaño del Infierno no hay volun­tad de lenguaje, aunque sí mucha voluntadde contar, donde el contexto admite histo·ria y mito, protesta y confesión, alegoría yrealidad, y todo ello expuesto a través deun antiquísimo arte que, cuando se logratonificar, vence las fónnulas más sofisti·cadas importadas de Europa: el viejísimosecreto de ser auténtico con la narración,en un esfuerzo por superar la perspectivade este mundo, que hoy por hoyes deltamaño del infierno.

El tecolote Moisés murió de viejo al vercumplida la diáspora familiar; el tecoloteJustiniano se "indigestó" de rabia diamantí­fera y el tecolote disecado se burla desdesu pedestal de la incapacidad familiar paraendogenarse, símbolo rebelde de los nuevostiempos que acechan a la sociedad mexi­cana; por ello, cuando Luis Felipe "subía laescalerilla nos alcanzó a decir: regreso pron­to, en menos de seis meses me tendrán denuevo, ojalá puedan conseguir otro teco­lote: se avecina otra época, el renacimientodel tercer milenio; pónganle Maquiavelo,pónganle Maquiavelo..." (p. 413)

Notas1 Rama-Vargas LIosa. García Márquez y la pro·blemática de lo novelo Marcha-ediciones. BuenosAires. 1973.2-3 Fernández Moreno, Barreiro Saguer, Cándidoy otros. América Latina en su Literatura. Sigloveintiuno editores. México 1973.• Azuela, Arturo. El tamaño del Infierno. JoaquínMortiz. México. 1973.Nota: El autor de este breve trabajo sobre laobra de Arturo Azuela desea señalar que, encuanto a resúmenes de lenguas literarias en lanovela mexicana, es muy importante José. Trigo(1966) de Fernando del Paso, donde se utilizacasi toda la técnica narrativa conocida para comu·nicar un interesan te problema de la actualidadmexicana.

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