von martin, alfred - sociologia del renacimiento

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8/9/2019 Von Martin, Alfred - Sociologia Del Renacimiento http://slidepdf.com/reader/full/von-martin-alfred-sociologia-del-renacimiento 1/66 Traducción de MANUEL PEDROSO ALFRED VON MARTIN SOCIOLOGÍA DEL RENACIMIENTO FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

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8/9/2019 Von Martin, Alfred - Sociologia Del Renacimiento

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Traducción de

M A N U E L P E D R O S O

ALFRED VON MARTIN

SOCIOLOGÍA DEL

RENACIMIENTO

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

MÉXICO

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Primera edición en alemán, 1932

Primera edición en español, 1946

D ecimoquinta reimpresión, 2006

A

KARL MANNHEIM

maestro del pensamiento

y

de la investigación

histórico-sociológica

M artin, Alfred von

S ociología del R enacimiento / A lfred von M artin ; trad.

de M anuel Pedroso. — M éxico : FCE , 1946

135 p. ; 17 x 11 cm -- Colec. P opular; 40)

Título original Soziologie der R enaissance.

ISBN 968-16-0727-9

1. R enacimiento I. P edroso, M anuel, tr. II. Ser. III. t.

L C H N 1 1 M 3 7 18

ewey 309.1940 M379s

Dis tr ibución m undial para lengua española

Com entarios y sugerencias:

[email protected]

www.fondodeculturaeconornica.com

Tel. 5 5)52274672 Fax 55)52274694

Título original

Soziologie der R enaissance

©1932 Ferdinand E nke Verlag, Stuttgart -

D . R . © 1 9 4 6 F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C A

Carretera Picacho-A jusco 227; 14200 M éxico, D . F.

Se prohibe la reproducción total o parcial de esta obra

—incluido el diseño tipográfico y de portada—,

sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico,

sin el consentimiento por escrito del editor.

ISB N 968-16-0727-9

Impreso en México • Printed in Mexico

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PROLOGO

El origen del presente trabajo se debe a una invitación

que el sociólogo berlinés Alfred Vierkant hizo al autor

para que redactara el artículo sobre la Edad Media y

el Renacimiento con destino al

Diccionario de Sociolo-

gía. La amplitud que al correr de la pluma tomó el

tema del Renacimiento obligó a suprimir grandes par-

tes de lo escrito al incluirlo en el

Diccionario.

Entre

ellas figuraba el capítulo dedicado a estudiar el proble-

ma de las relaciones entre la clase capitalista poseedora

y los grupos intelectuales de humanistas. Para realzar

en lo posible la significación de ese problema concreto

publicó el autor un trabajo especial en el

Arclziv für

Sozialwissenschaft.

El deseo de presentar al público una

exposición de conjunto respecto a la cual tanto el ar-

tículo del

Diccionario

como el del Arclziv eran sólo par-

tes, cobró ma.yor fuerza al considerar que hasta el día

no se había hecho el intento de abarcar sociológicamen-

te, en todos los aspectos de su condición histórica, a

una época concreta. Con esto que decimos pretendemos

solicitar la indulgencia debida a todo primer intento

como el que este trabajo representa.

Las reservas que pudieran formularse son, por cier-

to, de muchas clases. Todas dependen de lo que se

proponga realizar una investigación sociológica. Ningu-

na puede llevarse a cabo sin aquel concepto del tipo

ideal que se debe al mayor de todos los sociólogos ale

manes conocidos, a Max Weber (que a la vez era un

historiador muy bien informado en múltiples aspectos).

Es verdad que sin esta construcción auxiliar nada puede

hacer el sociólogo, pero tampoco el historiador para

quien el trabajar con épocas significa algo más que

una división práctica y auxiliar, algo que encierra

ya un problema (y decisivo) que se refiere al espíritu ,

a la esencia de una época, por ejemplo, a la esen-

cia de la Edad Medía, del Renacimiento, etc. La res-

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puesta a la cuestión sociológica, que debe ceñirse al

condicionamiento y a la función social del espíritu de

una época, es que tal espíritu se halla determinado siem-

pre por las clases que dominan económica, cultural y

políticamente. Se trata de analizar una civilización y de

poner al descubierto sus raíces. Desde dichos puntos

de vista enfoca el autor (familiarizado con el tema por

largos estudios culturales e histórico-espirituales) la

época del Renacimiento; es decir, trata de construir

lo típico según dicho sentido sociológico. Esto obliga a

limitar de propósito el campo visual a aquel círculo del

acaecer histórico en que las tendencias burguesas y es-

pecíficamente modernas son más tangibles y aparecen

con mayor precisión. Como el verdadero Renacimiento

es tan italiano —como la verdadera Edad Media y lo

verdadero romántico es alemán y la verdadera Ilus-

tración es europeo-occidental—, la limitación a Italia es

resultado de una preferencia tipológica, referida espe-

cialmente a la capital burguesa, Florencia, cuya historia

en esa época, junto con la de Roma, tiene en cuenta y

estudia, como característica de una época, el historia-

dor Karl Brandi en su libro sobre el Renacimiento (que

se recomienda muy especialmente como exposición com-

pendiada). A pesar de esta limitación del objeto, o pre-

cisamente por la selección que se hace, pretende el

presente análisis sociológico aportar algo sobre la bur-

guesía como tal, sobre la naturaleza de la misma y de

cómo se manifiesta en la primera cultura moderna que

fue creación suya, estudiando algunas formas típicas de

esa cultura. El norte que ha guiado al autor fue el

de realzar, con ayuda de una investigación sociológi-

ca del Renacimiento, aquellos conocimientos que tras-

cienden de la explicación de una situación histórica

concreta y que sirven para comprender toda la cultura

burguesa, incluso la de nuestros días. Por eso, y delibe-

radamente, no se habla aquí de la Edad Media que,

como es natural, seguía viviendo en gran medida en el

Renacimiento, pues ninguna época, como tampoco nin

gún hombre, puede renegar de su origen; y por eilo, a

lo sumo y de pasada, nos referimos a aquellos elementos

estáticos y tradicionales que, en esta época del capita-

lismo primitivo, actuaron como rémora para la forma-

ción de lo nuevo.

Cuando hablamos de la trayectoria del proceso his-

tórico-cultural que va del Renacimiento primitivo, pa-

sando por el alto Renacimiento, al bajo Renacimiento,

tenemos en vista un curso, por decirlo así, normal

dentro del ritmo inmanente al tipo estructural de la

cultura burguesa, es decir, considerado en sentido so-

ciológico, no en el sentido estrictamente cronológico o

genético del historiador. Las divisiones enumeradas re-

presentan tan sólo los hitos de un desarrollo típico

ideal que corresponde a la psicología de la burguesía

(como a la del burgués individual) en sus diversas ge-

neraciones. Determinar qué estadio psicológico predo-

mina en cada momento depende del grado alcanzado

en el desarrollo social ; es decir, depende de si la bur-

guesía se encuentra aún en proceso ascendente, o si ha

llegado ya al punto máximo de la curva, o si ha iniciado

su descenso.

Como el presente trabajo tiene en vista el análisis

y la síntesis sociológica, y no el de presentar un mate-

rial histórico, las notas se limitan al mínimo. Con res-

pecto a la bibliografía observaremos que el autor sigue

pensando que no está anticuada la obra fundamental de

Burckhardt, a pesar de todo lo que pueda decirse y aun

que necesite completarse con la bibliografía moderna

sobre la historia del capitalismo primitivo, en cuya bi-

bliografía habrá Sombart de figurar en primera línea,

porque atiende también a la historia espiritual del

hombre económico moderno . Como historiador de la

cultura, con interés sociológico, citaremos a Eberhard

Gotheim, con su

Historia del desarrollo cultural de la

Italia del Sur.

Más que lo que su título histórico-econó-

mico hiciera esperar, ofrece la obra de A. Doren,

La in-

dustria florentina de paños.

Corno acopio de material

para la ideología social del Renacimiento, es útil el

libro de F. EnsIel-Janosi (1924). Importantes puntos de

vista, que contribuyen al conocimiento sociológico del

Renacimiento, se encuentran en la

Filosofía del dinero

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1

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de Simmel, y en las monografías de Scheler sobre so-

ciología del saber

(Wissenssoz io logie) .

Éstos son los

trabajos preliminares después de los cuales se intenta

la presente exposición de conjunto.

La época del Renacimiento, vista la mayoría de las

veces de una manera más o menos literaria, es tratada

en este libro sondeando los problemas de un modo que

acaso defraude. Se busca la realidad social que está

detrás de aquella cultura, se investiga el estrato social

de los poseedores y de la inteligencia , que aparece

por primera vez en la Edad Moderna, refiriéndonos al

de los propietarios y sólo en segundo término al de

la ilustración, y /as dos veces trataremos de esa situa-

ción intermedia, que determina su destino, de la gran

burguesía, colocada entre la nobleza y los estratos infe-

riores (clase media y proletariado). Se trata de seguir

la repercusión cultural de esta posición intermedia a

través de todas las transformaciones que realizó dicha

sociedad en el curso de su proceso ascendente y des-

cendente, partiendo de los nuevos impulsos y estímulos

con que la burguesía naciente removió todos los ámbi-

tos de la vida: desde el grado más alto de cultura al-

canzado hasta el punto en que se inició el descenso,

cuando el régimen de la democracia, dominado por la

gran burguesía, inicia su crisis y se presenta la abierta

bancarrota. Esto fue diagnosticado con clarividencia,

desde un punto de vista protofascista, por aquel crítico

contemporáneo que se llamó Maquiavelo.

El fenómeno peculiar de esta primera época burgue-

sa de la Edad Moderna, es que, siendo la aristocracia

y el clero poderes muy fuertes, el tercer estado se

asimila y acomoda a ellos deliberadamente para Verse

a la postre de nuevo repelido por aquellos estamento&

Este fenómeno, por lo demás, no es privativo de esa

época, pero nosotros no nos referimos ímicamente a un

pasado extinto. Y si el lector tiene esto en cuenta, ha-

brá cumplido el presente libro con la intención que le

anima.

INTRODUCCIÓN

ESTABILIDAD y cambio, estática y dinámica tanto en la

vida privada como en la social, son las categorías pri-

marias de que ha de partir un estudio sociológico de la

historia. Es cierto que la estabilidad en la historia sólo

puede concebirse en sentido relativo; ahora bien, lo que

importa es determinar si lo que prevalece es la estabi-

lidad o el cambio.

El centro hacia el cual gravita la sociedad medieval

es la tierra, el suelo, pero en la época del Renacimien-

to se desplaza el centro económico, y también el social,

a la ciudad. Se pasa del polo conservador al liberal ,

pues la ciudad representa el elemento movedizo y cam-

biante.

La sociedad medieval se basa en un orden de es-

tados consagrado por la Iglesia, orden en el cual cada

uno ocupa el lugar que la naturaleza y Dios le asigna.

ron. El intentar salirse de su estado equivale a rebe-

larse contra el orden establecido por Dios. Cada cual

vive dentro de los límites que han sido previamente de-

terminados.

El

clero y la nobleza son, como estratos

dominantes, las fuerzas que cuidan del mantenimiento

de esos límites. También el rey está limitado en su rei-

nar por la sumisión a ciertas leyes. Tiene deberes de

reciprocidad con respecto a sus vasallos y deberes de jus-

ticia frente a la iglesia, pero si no los observa, al vasallo

le asiste contra su rey el derecho de resistencia y la

Iglesia declarará

tyrannus

al príncipe que gobierne arbi-

trariamente, porque se ha salido de su estado. La Iglesia

podrá mantener dentro de esa ordenación a los burgue-

ses, pero siempre que se trate del pequeño burgués de

la

-

clase media que se siente plenamente ligado a su

estamento, o sea el habitante de la ciudad medieval, que

tiene una base conservadora y en la que predomina la

economía natural. Esa clase media de pequeña burgue-

sía sigue teniendo en la Italia del Renacimiento una

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mentalidad por completo estamental.

1

Pero al desarro-

llarse la economía monetaria, la burguesía adquiere un

poder, el pequeño traficante se convierte en gran co-

merciante y se inicia la disolución de las formas y con

cepciones sociales tradicionales al manifestarse la pro-

testa contra las capas sociales mantenedoras de aquellas

formas y concepciones sobre las cuales tenían estable-

cida su preponderancia. Surge una burguesía de cuño

liberal que se apoya en las nuevas fuerzas del dinero

y de la inteligencia y rompe las tradicionales ligaduras

con los estamentos, hasta entonces privilegiados, del

clero y de la feudalidad. La rebelión contra las anti-

guas formas de poder disuelve los vínculos de comuni-

dad que dichas formas mantenían, pues si tanto la

sangre como la tradición y el sentimiento de grupo eran

los fundamentos de las relaciones de comunidad, tam-

bién lo eran de las relaciones de poder.

El

espíritu

democrático y urbano iba carcomiendo las viejas for-

mas sociales y el orden divino natural y consagrado.

Por eso fue necesario ordenar este mundo partiendo

del individuo y darle forma, como a una obra de arte,

guiados por fines que el sentido liberal y constructivo

del hombre burgués establecía de por

La vida dentro de un organismo o asociación comu-

nal, tiene como correlativo una concepción conservadora

y religiosa, que la regula desde arriba, frente a la cual

lo perecedero no es más que símbolo y remedo de lo

suprasensible, y la naturaleza sólo un reflejo de lo so-

brenatural. Al contrario, el mundo burgués, visto en la

perspectiva de la

polis,

con su simple realismo calcula-

dor, es un mundo desencantado , en cuyo mecanismo

la mentalidad liberal del individuo trata de interve-

nir lo más metódicamente posible, cada vez más des-

vinculado de su pasado y cada vez más consciente de

sus propias fuerzas.

Y

así, frente a la comunidad ,

surge la sociedad y, como natural consecuencia, la

1 Cf. Vespasiano da Bisticci:

Vire di uornini illustri (y

el

trabajo del autor en el

Festschrift für H. Finlce,

Münster,

1925).

dominación de una nueva oligarquía constituida por

el poder capitalista de la gran burguesía del dinero, que

se sirve para establecerlo de las tendencias democráti-

cas que están destruyendo al régimen feudal. Si en la

Edad Media el poder político, consagrado por la reli-

gión, gozaba de primacía, ahora el predominio es del

poder económico, justificado con motivos intelectuales.

La religión y la política son simples medios, como en el

Medioevo lo fueron la economía y la cultura secular.

La Edad Media, tanto en lo social como en lo políti-

co, presentaba una rígida ordenación, constituida por

varios grados. Era una pirámide de estamentos y una

pirámide de valores. Esas pirámides se derrumbaban,

y se proclama el régimen de la competencia libre, bajo

el imperio libre de la ley natural. Se destronan a Dios

y a la Sangre, es decir, a los antiguos poderes. Siguen

éstos, es cierto, desempeñando un papel, pero no ya des-

de su antiguo trono.

El espíritu del capitalismo, que desde el Renacimien-

to inicia su imperio sobre el mundo, vacía a este mundo

de la sustancia de Dios, con el fin de objetivarlo, pero,

cuando menos el capitalismo en agraz que caracteriza

al Renacimiento, no deshumaniza a ese mundo. La

ratio

no priva sobre lo esencialmente humano, pues no era un

fin en sí soberano. La riqueza seguía siendo sólo medio

para obtener libertad e independencia y adquirir presti-

gio y fama

(L. B.

Alberti). Aún había tiempo holgado

(aunque éste ya empezaba a ser escaso) para mantener

un sentido de personalidad y vivir una vida propia-

mente cultural. En la cultura italiana del Renacimiento

—y tan sólo en Italia se da un Renacimiento origina-

rio y genuino— se mezclan desde un principio elemen-

tos aristocráticos que van cobrando mayor acogida cada

vez. Es muy característico que en la época inicial del

capitalismo ejerciera Italia una hegemonía que luego

perdió con el auge del capitalismo.

La importancia tipológica del Renacimiento estriba

en que éste expresa la primera cisura social y cultural

que se produce en el tránsito de la Edad Media a la

Edad Moderna . Es decir, un estado típico de los pri-

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meros tiempos de la Edad Moderna, y este tipo ideal se

expresa en la situación italiana y especialmente en Flo-

rencia. Los florentinos —dice Burckhardt— son el

modelo y prototipo de los italianos de hoy y, en general,

del europeo moderno. Y Poehlman

2

escribe que en

Florencia encontramos una expresión tan varia del es-

píritu de los tiempos modernos como en ninguna otra

parte a fines de la Edad Media o en ámbito tan redu-

cido . El que Italia, y en primer lugar Florencia, se

anticiparan en este proceso, se debe a causas cuyo estu-

dio corresponde a la historia política, constitucional y

económica, social y cultural, así como también a la his-

toria de las relaciones con la Iglesia, etc.

Pero lo que interesa al sociólogo en el proceso del

Renacimiento italiano es que éste expresa de modo

típico-ideal la marcha rítmica completa de toda una

época cultural dominada por la gran burguesía. La di-

visión, tan usada en Historia del arte, de Renacimiento

naciente, y de alto y bajo Renacimiento, responde a una

significación sociológica, porque la transformación de los

estilos no hace sino reflejar los cambios sociales adve-

nidos.

Ese preludio de la era burguesa al que llamarnos

Renacimiento, se inicia con espíritu democrático para

terminar con espíritu cortesano. El descollar de unos

pocos sobre los demás, constituye la primera fase del

proceso; el mantenerse en la altura alcanzada, tratando

de entablar relaciones con la aristocracia feudal y de

adoptar sus formas de vida, constituye la segunda.

Aquella parte de la burguesía que imprimió su carácter

a la época, a saber, los capitalistas, se sintió desde un

principio llamada a gobernar. Para conseguir este fin

tendrá que desplazar a los elementos a su derecha , es

decir, a los que hasta entonces detentan el poder, mas

para ello necesita de la ayuda de la izquierda%

Pero, desde un principio, siente una tendencia hacia

la derecha , una tendencia a mezclarse con las clases

gobernantes tradicionales, a adoptar sus formas de vida,

sus actitudes y sus modos- de pensar, a entrar a formar

parte de la buena sociedad feudal.

Los intelectuales, es decir, los exponentes de la inte-

ligencia, siguen el mismo camino. Se sienten ligados a

la nueva elite , voluntariamente o no, ésa es ya otra

cuestión; democracia, desde un principio, no significa

más que oposición a los privilegios de los poderes tra-

dicionales, del clero y de la nobleza y, en consecuencia,

negación de los valores en que aquéllos asentaban su

posición privilegiada, y la afirmación de un nuevo prin-

cipio de selección (es decir, burgués), fundado en crite-

rios puramente individuales, frente a los de nacimiento

y tradición. Pero esa libertad no es aún un principio

revolucionario, de subversión contra toda autoridad. Se

seguía respetando muy en primer término a la Iglesia,

institución autoritaria, aunque no interesaba mantener-

la en situación influyente. Aquel desarme tan entu-

siasta, que bajo la avasalladora influencia del evangelio

de Rousseau, realizaron las clases más elevadas de

Francia antes de la Revolución, hubiera sido algo abso-

lutamente imposible entre estos utilitarios italianos (cf.

Bezold). Aquella burguesía italiana tenía un muy claro

sentido del poder y de los intereses que representaba

el racionalismo y por eso se servía de él sin dejarle que

pudiera constituir un peligro.

2 Wirtschaltspolitik der notentiner Rerzaissante,

1878.

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I. LA NUEVA DINÁMICA

a) La transformación de las capas sociales

ITALIA siempre gozándose en lo nuevo. Ya nada que-

da de estable... de los criados, con gran facilidad salen

los reyes... Eneas Silvio puede hablar así, porque

de-

trás de lo que dice se percibe la nueva fuerza del dine-

ro, tan movible y que, a su vez, lo mueve todo; porque

es peculiaridad del proceso económico del dinero el

someter a su propio ritmo todos los contenidos de

la vida (Simmel). En la economía natural el indivi-

duo está directamente ligado al grupo a que pertenece

y, por la reciprocidad de servicios, estrechamente unido

a la colectividad; pero el dinero emancipa al individuo,

pues, al contrario que el suelo, su acción le moviliza.

El lazo que ahora ata a los hombres es el pago en di-

nero contante (Lujo Brentano).. El trabajo toma la

forma de un contrato libre, dentro del cual los contra-

tantes buscan cada uno su máxima ventaja. Y si en el

estadio de la economía natural predominan las relacio-

nes personales y humanas, en la economía monetaria

todas las relaciones se objetivan.

El poder medieval sobre la economía, fundado en la

autoridad y la tradición, se ejercía sobre empresas indi-

viduales autárquicas. Pero cuando la economía saltó

de la pequeña y mediana empresa a la gran empresa

capitalista, con su sistema fabril y de producción para

los mercados exteriores y el mercado mundial, ya no

fue posible seguir manteniendo las antiguas barreras y

la antigua reglamentación. La nueva forma tiene la

competencia como ley, mientras que todo el sentido y

toda la finalidad de la organiznción gremial, con su sis-

tema de regulación de precios y su estructura corpora-

tiva, tendía precisamente a evitar esa competencia. En

aquella época, si el individuo no era libre tenía por ello

garantizada su seguridad, como se tiene en el seno de la

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familia. Esto sólo puede lograrse con una economía

destinada a satisfacer necesidades locales e inmedia-

tas, y, así, el comercio profesional podía conservar sus

características de artesanado y disfrutar de la plena se-

guridad de una tranquila existencia, pero sólo dentro

de un sistema de relaciones simples, que no pudo man-

tenerse cuando éstas se hicieron más complejas al des-

arrollarse y al acumularse las grandes fortunas en di-

nero (al contrario que en la Edad Media, donde la

propiedad territorial era la única de categoría). Para

el comerciante en grande escala así como para el finan-

ciero, la reglamentación gremial era una traba, y bien

sabían esos elementos libertarse de tales trabas. En

Florencia se instaura la libertad gremial e industrial y

la libertad adquisitiva y comercial del individuo, y así

quedan eliminadas todas las trabas gremiales que se

oponían al desarrollo de una clase empresaria propia-

mente dicha. El espíritu individualista de la burguesía

naciente acaba con el espíritu corporativo medieval y lo

sustituye por relationes de mando.

En forma ejemplar y típica se manifiesta este pro-

ceso en Florencia. En la Edad Media la población de

las ciudades estaba formada por individuos económi-

camente homogéneos y económicamente independien-

tes (Doren). Pero la fuerza creciente de la riqueza

mobiliaria lo transformó todo radicalmente. El auge

industrial altera, hasta en lo más profundo, la compo-

sición de las clases sociales. Se diferencia una élite

de capitalistas, que ya no trabaja manualmente, sino

que desarrolla una actividad más bien de organización,

y se mantiene aparte de la gran masa de la cláse me-

dia y del proletariado obrero. El trabajador asalariado

—privado de la propiedad de los instrumentos de pro-

ducción y también de los derechos políticos—, se ve

sometido a una desconsiderada explotación e incluso se

le niega el derecho a coligarse. También sobre los pe-

queños maestros de taller ejercen los grandes comer-

ciantes e industriales un predominio: ü

popolo grasso,

de los gremios superiores, dominaba sobre

il popolo mi-

nuto

de los

arti minori.

Y

fueron los grandes comer-

ciantes, a la cabeza de los

arti maggiori,

los que, en 1293,

transformaron la constitución florentina, dándole por

base la organización gremial (Sieveking). Las amplias

capas de la democracia, constituidas por la clase media,

obtienen sólo un triunfo formal (Davidson), porque en

realidad no fue el pueblo quien venció a la nobleza,

sino la fuerza del dinero de los gremios mayores, pues

los gremios menores, representantes de la clase media,

siguieron excluidos del poder. La constitución floren-

tina de 1293 significa la entrega del poder a una élite

de burguesía plutocrática. El gobierno del pueblo fue

una mera fórmula ideológica de propaganda para la

masa, para atraerla hacia la nueva clase directora

(la gran burguesía), y presentar así el nuevo orden como

orden de justicia , conforme al cual toda una clase so-

cial, o sea la nobleza, fue degradada y privada de sus

derechos •políticos, procedimiento parejo con el trato

dado en la Rusia comunista a la clase burguesa. La lu-

cha contra la nobleza feudal fue la primera prueba má-

xima de fuerza de la gran burguesía, que no podía reali-

zarla sin el concurso de la burguesía en general, de la

pequeña y de la mediana.

Es cierto que en Italia no logró el feudalismo echar

fuertes raíces, no obstante que la constitución de Flo-

rencia, que ahora se trataba de disolver, fuera una

constitución medieval. Muy poco consiguió la legislación

de Federico II al tratar de someter al feudalismo en la

Baja Italia, pues el sistema feudal no tardó en resurgir

en el Nápoles del Renacimiento, pero del estudio de

Eberhard Gotheim se deduce que, aun aquí, el régimen

feudal era una forma vacía de sentido, una mentira .

Ficción y engaño frente a una realidad que estaba en

contradicción con ese mecanismo externo. Tanto la

mentalidad de los gobernantes como la de los goberna-

dos, había abandonado hacía mucho tiempo las formas

feudales , o sea aquellas formas de organización feudal

que ya habían perdido su antiguo sentido y que inter-

namente no expresaban más que una falsedad.

La

hege-

monía de la antigua clase dominadora había perdido

su importancia militar.

La caballería pesada de los va-

20

1

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sallos y de las gentes de armas se desplazaba, en el

orden de batalla, hacia la retaguardia, ocupando su an-

tiguo lugar la infantería, nueva arma burguesa, que

cada vez tenía mayor importancia táctica y como factor

decisivo. No menos desplazada se veía la nobleza eco-

nómica y culturalmente.

El

tiempo de la economía mo-

netaria y de la

ratio

no era ya el tiempo suyo. Si la

institución de la caballería había sido la primera en

disputar a la Iglesia su primacía exclusiva en lo espi-

ritual, ahora la nobleza perdía la base de su existencia

señorial —o sea el monopolio de la fuerza militar y del

valor de la tierra como fuente de todos los derechos y

de toda la riqueza—. También el concepto del honor

se transforma: Alfonso de Nápoles, según

.

Bistucci re-

fiere, rechazó con vehemente indignación, por conside-

rarla poco caballerosa, una propuesta para destruir la

flota genovesa con medios exclusivamente técnicos. Los

sentimientos negativos de esa clase aparecían como vie-

jos prejuicios aristocráticos en una época acostumbrada

a calcular de un modo racional el resultado de la ac-

ción, atendiendo sólo al éxito de la misma. Era una

época sin ilusiones. Frente a una mera ideología de

poder, la nobleza sólo invocaba su legítimo derecho ,

sin tener nada más tras de sí, pero el burgués, con su

criterio realista, opone a esas impotentes pretensiones,

falsas ya por ser débiles, la fuerza como única realidath

La debilidad es algo despreciable, pues sólo la fuerza

es lo que impone respeto. En la época de la economía

monetaria la fuerza estaba integrada por los siguientes

elementos:

1)

el dinero,

2)

la economía ordenada, es

decir, actividad económica con medios ordenados. La

economía

anárquica

de los feudales (germanos), sólo

puede satisfacer sus necesidades —así ve las cosas Gio-

vanni Villani-

1

de dinero con medios desordenados

1

Cf. E. Mehl, Die Weltanschauung des Giovanni Villani

(en los

Beitrage zur Kultur- und Universalgeschichte

de W.

Goetz), 1927. También, mis observaciones críticas en la

Hist.

Ztschr.

tomo 142 ( Zur kultur-soziologischen Problematik der

Geistesgeschichte ).

(como la violencia y la deslealtad), pero el gran burgués,

que se respeta como buen comerciante, no necesita re-

cibir órdenes del noble porque

la ratio

económica le

ofrece medios para calcular exactamente los fines que

tiene que lograr. Y así, el burgués adquiere conciencia

de la superioridad de su civilización urbana.El sistema medieval conocía en el campo de la eco-

nomía un sólo orden, el de los labriegos y el de los

menestrales, que con su trabajo cubrían el margen, tra-

dicionalmente fijado, de sus necesidades, de acuerdo

con su estado. Junto con esta ordenación estática, apli-

cada a la gran masa del pueblo, se nos muestra el gran

desorden en que vivían los ricos del periodo precapita-

lista, cuando los grandes señores, bien se tratara de

la

nobleza seglar o de aquellos sacerdotes que, según Al-

berti, superaban a todos los demás en esplendor y boato,

vivían señorialmente entregados a la ociosidad y faltos

de todo sentido económico. En efecto, una gran par-

te de las familias de la antigua nobleza llevaba una

vida tan desarreglada que estaban abocados a la catás-

trofe económica. El empresario burgués, a diferencia

del noble, pero también del labriego y del menestral de

carácter medieval, es calculador, piensa racional y no

tradicionalmente. No gusta de la quietud (es decir, que

no se aferra a la tradición y a la costumbre ni al des-

orden), sino que tiene inquietud, es decir, anhelo de lo

nuevo y tendencia al orden. Calcula con visión lejana.

Sentimientos como el apego del labriego a su suelo y al

hogar, o el honor profesional del menestral, le son ex-

traños, pues sólo cultiva la energía y la disciplina apli-

cada al trabajo, y se cuida de adaptar muy claramente

los medios para conseguir el fin propuesto. Son éstos los

elementos que crean el orden, como una obra de arte

que el hombre realiza.

Pero es un rasgo característico del Renacimiento

italiano la facilidad con que la nobleza se acomoda a

las nuevas condiciones y cómo se incorpora a la ciudad.

La nobleza rural, en tanto que no extinguida por las

pugnas caballerescas, o arruinada por el lujo, se radica

en la ciudad , donde se dedica a actividades comerciales,

22

3

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y así adquiere riquezas, que son la base de un nuevo

poder político para ella, y el modo de sentir y pensar

de la burguesía. El burgués representa de esta manera

un tipo ya no vinculado a sus orígenes. Estos nobles

emparentar con los grandes patricios de la ciudad y for-

man con ellos una aristocracia mercantil exclusivista.

Este proceso es acelerado por la inclinación de las

familias no nobles a invertir en propiedades inmuebles

las riquezas acumuladas con el ejercicio de la industria

y el comercio, tanto para el prestigio de su propia razón

comercial como en interés de su posición social, pro-

bablemente después de haber despojado a los mismos

nobles. Así se fomenta un proceso de fusión cuyo resul-

tado es la formación de una capa social completamente

nueva, de una nueva aristocracia del talento y de la

energía activa (que sustituye a la anterior de naci-

miento y de rango), y que asocia al arte económico

el político, pero siendo siempre el momento econó-

mico (el burgués) el que, predominando, determina el

estilo de aquella vida.

b)

El nuevo tipo del empresario individualista

Por el poder obtenido por la riqueza y por el prestigio

unido a ella la burguesía detentadora del capital era

políticamente superior a la nobleza. Lo esencialmente

nuevo en la economía monetaria era la inversión de

capitales. El capital es creador, estimula la inventiva,

fomenta el espíritu de empresa. En la Edad Media, de-

bido a la preponderancia dé la producción agraria, el

interés por el consumo es lo primordial, pues la propie-

dad no es susceptible de pérdida o de incremento; su

sustancia es inalterable. Sólo el dinero, como capital

adquisitivo, abre esas posibilidades ilimitadas, desplaza

el interés por los problemas del consumo a favor de los

de adquisición. La nueva y amplia perspectiva de posi-

bilidades despierta el afán de utilizarlas, y con ello la

extensión del negocio, y, a mayores problemas que se

plantean, crece la voluntad de dominarlos y aumentar

la capacidad de acción para lograrlo.

2

En la estabilidad

de la economía, supeditada hasta entonces a motivos

fuertemente tradicionales, irrumpe un dinamismo que

va transformando todo el antiguo carácter. Caracteri-

zan ahora al nuevo tipo de economía y al nuevo tipo de

hombre económico, una fuerza motora, impulsiva y ex-

pansiva, ante cuya acción se desvanece un mundo antes

constituido por esferas adquisitivas separadas. Así es

posible que la economía monetaria y el crédito des-

arrollen el espíritu de empresa en grado hasta entonces

desconocido.

Fue posible proseguir fines de empresa en un sen-

tido completamente nuevo cuando se pudo fomentarlos

con medios del todo racionales, por la explotación ple-

na de las posibilidades abiertas por la economía mone-

taria, y desde que el espíritu comercial calculador y

previsor especuló con el futuro, pudo crearse, además

de un arte económico, un arte político y un arte gue-

rrero; el estado y la guerra considerados corno obras

de arte . El burgués, que ha ganado un gran poder,

aspira todavía a más, y, de acuerdo con su psicología

expansiva y su voluntad de poderío, surge como empre-

sario capitalista, sobre la base de la libre concurrencia,

no sólo en el comercio, sino también en la política y en

la guerra. Las funciones de capitán de industria pue-

den ir unidas a las de jefe político y a las de organizador

(como los Médicis hicieron, valiéndose de sus riquezas

y de su fuerza como jefes de partido), o bien, las fun-

ciones políticas realizarse con medios capitalistas, dis-

poniendo a su voluntad de una tropa como

condottiere

o de

fina

ciudad como

nuevo principe

en una

Signoria.

Un rasgo característico de la cultura del capitalismo

inicial del Renacimiento es la íntima relación entre la

política y la economía, al punto que, dada la reciproci-

dad de intereses entre ambas, era imposible separarlas.

Esto lo podemos ver con toda claridad en Giovanni

Villani. La economía y la política se complementan

2

Cf. Alberti.

Della famiglia,

ed. Mancini, p. 137:

crescendo

in noi corle faccende insieme industria et opera.

24

5

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recíprocamente, y así como la economía sirve a la po-

lítica de poder, así ésta sirve a la economía. El crédito

político y el económico son ya inseparables. La fama y

el prestigio del estado (a lo cual sirven las guerras vic-

toriosas) son también económicamente elementos pro-

ductivos. Por otra parte, comienzan a notarse las difi-

cultades inherentes al carácter cosmopolita del nuevo

poder —el dinero— y a las conexiones internacionales

del capital; pero estas limitaciones, que cohiben la ac-

ción de una política exterior vigorosa, son más que con-

trapesadas por el estímulo que el dinero supone para los

fines imperialistas. La capa, relativamente exigua, cons-

tituida por la clase de los grandes comerciantes e in-

dustriales, que junto con el poder económico ha con-

quistado el político, también persigue en las relaciones

exteriores una política de grandes perspectivas, una po-

lítica de expansión territorial (como la adquisición de

puertos propios, tales los de Pisa y Livorno, en interés

del comercio marítimo florentino) y. de nuevos mer-

cados aun a costa de la tranquilidad interior y sin

temor de arrostrar la guerra y sus penalidades (Doren),

mientras que la política de cortos alcances, del

petil

bourgeois,

del artesano, se limitaba a conseguir un se-

guro vivir burgués , de pacífico goce, dentro de un

estrecho círculo (Doren). La clase de los empresarios

pone, tanto en el interior corno en el exterior, el estado

al servicio de sus intereses.

El primer empresario capitalista es ahora el estado

mismo. El político se hace calculador. La política es un

cálculo. El factor económico determina la mentalidad

política y las decisiones políticas. La mentalidad calcu-

ladora invade la política toda, que se mueve con las ca-

tegorías de medios y fines dictados por los propósitos

e intereses burgueses. Ese espíritu de racionalismo era

extraño al estado de la Edad Media, pues la Iglesia

era entonces la única organización racional. No tiene

mayor importancia que la burguesía controle democrá-

ticamente, el estado o que los métodos-burgueses sean

adoptados por un estado absoluto en forma de mercan-

tilismo y de política racionalista, pues en ambas moda-

lidades prevalece la política realista de inspiración eco-

nómica, y las dos están en oposición, típica de aquella

época, con la política de las clases privilegiadas, repre-

sentada por la nobleza y el clero. El ataque a estas clases

pone de manifiesto el paralelismo entre la legislación

del primer intento del estado absoluto moderno, es de-

cir, el reino de Federico II en la Baja Italia, y los

Ordinarnenti della Giustizia.

Justicia , en este caso, se

interpreta con un criterio moderno, y significa la abo-

lición de los privilegios tradicionales. De este modo, la

monarquía moderna y la democracia formal de una

ciudad-estado cumplen la misma función social, pues

cada una de ellas es adecuada, en su estilo, para abor-

dar la nueva realidad social, creada por el desarrollo

económico. Estas dos formas estatales representan los

dos métodos posibles para ajustar la naturaleza del es-

tado a la, sociedad. Por esto la tiranía , o

Signoria

italiana, seguía teniendo por base, en su desarrollo, la

establecida por la comunidad urbana, pues tanto la una

como la otra tenían por supuesto la economía moneta-

ria y el libre desarrollo de las actividades individuales,

por una parte, y, por otra, una fuerte centralización del

poder, que cada vez era más administración que cons-

titución. Y sometía todas las esferas de la vida a una

regulación consciente y racional.

El vínculo social no está ya constituido por un

.

sen-

timiento , orgánico de comunidad (de sangre, de vecin-

dad ó de servicio), sino por una organización artificial

y mecánica, desligada de las antiguas fuerzas de la mo-

ral y de la religión, y que, con la

ratio status,

proclama

el laicismo y la autonomía del estado. Este arte del es-tado, tan objetivo y sin prejuicios , que actúa atento

a las distintas situaciones que puedan presentarse, y

según los fines a realizar, tiene por base un mero cálculo

de los factores de fuerza disponibles. Es una política

metódica en absoluto, objetivada y carente de alma.

Así es el sistema de la ciencia y de la técnica del

stato.

Ya en su iniciación muestra el estado normando de

Roger II una tendencia a la racionalización burguesa,

al espíritu de fría especulación, que sólo estima las con-

26

7

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diciones de capacidad y eficacia, y no las de sangre o

pertenencia a un estado social determinado. A la muer-

te de Roger, Siciliano Giorio Majo, hijo de un comer-

ciante de Bari, que había hecho magnos negocios trafi-

cando en aceite, fue nombrado Gran Canciller del Reino.

Roger crea ya una burocracia profesional y aplica una

ordenada política económica (establecimiento de manu-

facturas). Federico II, siguiendo esta orientación, abolió

las antiguas trabas, limitó los derechos de la Iglesia y

de la feudalidad, fomentando una organización central

que opera con instrumentos racionales y fiscales, a base

de dinero, burócratas a sueldo y ejércitos mercenarios.

La desconfianza básica, rasgó característico de la so-

ciedad a diferencia de la confianza tradicional propia

de la comunidad , aparece también en el régimen de

Federico II, en el cual toda la maquinaria administra-

tiva estaba de tal modo estructurada que cada uno de

sus miembros vigilaba y controlaba, en lo posible, la

actuación del otro (Ed. Winkelmann), como ocurre más

tarde en las comunas urbanas; este absolutista ilus-

trado supo utilizar como

instrumentum regni

la ideo-

logia de la mágica mística imperial de la Edad Media,

sirviéndose de ella para combatir la ideología contraria,

defendida por los curialistas, de las dos espadas .

Si en el estado normando tanto la administración

corno la legislación demandaban una base racional, era

esto debido a que se trataba de un estado que sólo se

apoyaba en la fuerza de la espada y en el prestigio de

una recia personalidad (E. Caspar). Ya Jacob Burck-

hardt traza un paralelo entre dicho estado y los estados

de los

condottieri

del siglo xv. Todos son creaciones de

puro hecho , mantenidas por el talento o el virtuosis-

mo. En un existir en tal forma artificial, sólo una gran

habilidad personal y un actuar de reflexivo cálculo, po-

dría salvar la situación de constante amenaza. En esos

estados, que carecían en absoluto de tradición, tenía que

aparecer el concepto de estado como una obra de pura

construcción. El éxito dependía de que el constructor

perfecto se diera cuenta, de un modo objetivo y exacto,

de la naturaleza de la obra. El individuo moderno

2

8

9

encarna la nueva objetividad. Y no cabe separar el

stato

de el

pr ínc ipe ,

y así, la fuerza o la debilidad del uno

es a la vez fuerza o debilidad del otro. Para juzgar al

tirano , o sea la negación del

rex justus

medieval —con-

cepto estático— se prescinde de todo criterio moral o

religioso, y se tiene sólo en cuenta la grandeza histórica

y política del personaje. La combinación de la guerra

con el arte adquisitivo es la expresión típica más anti-

gua de la unión del espíritu de empresa y del espí-

ritu burgués , que. Sombart distingue como los dos ele-

mentos del espíritu capitalista. La encontramos ya en

las ciudades marítimas italianas antes de

 

las Cruzadas.

Las empresas guerreras de las ciudades mercantiles

marítimas italianas --Pisa, Génova y Venecia— presen-

tan el carácter de empresas de accionistas. La partici-

pación en el botín se mide por las aportaciones hechas

ya sea en calidad de militar o de capitalista (Lujo Bren-

tano). Y cuando se desarrolló una profesión militar al

servido del mejor postor, la guerra se transformó en ne-

gocio monetario en grande escala. Era el negocio del

empresario de la guerra, el

c ondo t t i e re ,

que con el fino

olfato de un bolsista moderno, sabía cambiar de partido

a tiempo y sabía asegurar de antemano el precio del

triunfo con el cual especulaba (cf. Bezold), pero tam-

bién lo era del patrono que, como Stefano Poraro ante

la

S i g n o r i a

de Florencia, sopesaba si sería más pro-

vechoso pelear con los propios ciudadanos, obligados

por la leva, o con tropas mercenarias, para concluir que,

a pesar de ser más caro, convenía más, por ser más

seguro y más útil , valerse del dinero.

También la curia tiene que plegarse a las nuevas ten-

dencias que reclaman esferas de dominación claramente

circunscritas, territorios perfectamente delimitados que

sirvan de base al poder fiscal. El papado se ve des-

plazado de la base económica constituida por las aporta-

ciones tributarias de la Iglesia universal; y a partir del

gran cisma tiene la Iglesia que crearse su propio estado,

como base necesaria (Cl. Bauer). Y así las necesidades

monetarias hacen que la iglesia intervenga en las

chas internas italianas para la adquisición del poder.

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c)

La nueva mentalidad

La

nueva mentalidad, que se abre paso en todas las ac-

tividades, recibe, como es natural, su impulso de una

capa social superior. La clase media de pequeña bur-

guesía, que nos describe Vespasiano da Bisticci, entre

otros, siguió siendo conservadora, sanamente conserva-

dora , en el sentido antiguo. Siguió esta clase enraizada

en el

ordo

estamental y patriarcal, concebido como algo

por completo estático. Y así lo justo es para ella la

conservación de lo existente, con lo cual hay que estar

satisfecho . Honrada a carta cabal y proba, mantiene

el ideal del buen cristiano y buen ciudadano . Su pie-

dad era sencilla, sin complicaciones, y creía en la exis-

tencia de una verdad absoluta, a diferencia de la ideo-

logía liberal, que todo lo consideraba como susceptible

de discusión. El celo de dicha clase se enardecía con-

tra los muchos incrédulos que discuten sobre la in-

mortalidad del alma, como si esto fuera materia de

discusión, y viendo que es evidente locura dudar de cosa

tan elevada, según el juicio de los hombres más autori-

zados . Aquí tenemos una mentalidad por completo

vinculada a la autoridad y la tradición; en modo alguno

existe una emancipación individualista con un criterio

tan objetivo que, frente a la cosas, como dice Vespasia-

no, los nombres son algo indiferente . Pero, sin em-

bargo, esta clase media se deja impresionar , y le im-

presiona precisamente aquello que es apenas capaz de

realizar. A su modo, aquello que la impresiona tiene

valor. Y así,

margré soi,

participa en un complejo de va-

loraciones vitales que le son adversas. Cierto que exige

que la fama no se gane con medios inmorales, pero al

mismo tiempo admite que los grandes,

quegli che gover-

nano gli stati e che vogliano essere innazi agli altri,

apenas están en situación de observar todos los precep-

tos de la moral. La Iglesia les ayuda a salir del conflicto,

pues ¿para qué están las indulgencias? Las infracciones

de la moral pueden expiarse con dinero. .Y así, la misma

clase media hace del dinero la última instancia, gracias

al influjo educativo de la Iglesia. Por otra parte, todo lo

30

superior, y especialmente los

signore de nohile stirpe e

sangue,

impresiona a esa clase media, que no tiene toda-

vía una plena conciencia democrática. Le impresiona,

en suma, todo lo que descuella, de cualquier modo que

sea, sin discriminar si procede de las dotes militares o

de la cultura literaria, de la capacidad personal, de la

nobleza o de la riqueza. A este respecto conviene realzar

el hecho sobre el cual llama la atención Simmel, de

que al aparecer los grandes capitales, cuando el capital

era una fuerza aún desconocida por la gran masa del

pueblo, a la propia influencia del capital se añade el

efecto psicológico de que era algo extraordinario, por

decirlo así supra-empírico .

3

Por su novedad influían

esos capitales sobre relaciones muy ajenas a ellos, . como

una fuerza mágica e incalculable . El pueblo miraba

con suspicacia el origen de las grandes fortunas y veía

algo diabólico en la persona de sus poseedores . Así

ocurre, por ejemplo, en el caso de los Grimaldi y los

Médicis.

Esta misma admiración por lo diabólico se revela

en el culto a la

virtit,

en el que todos eran partícipes,

atributo de un hombre grande, de un nuevo tipo de hom-

bre, que sólo podía ser grande, pisoteando, audaz, los

cadáveres de la tradición moral y religiosa, y

-

que po-

seía un tenebroso sentido de su propia superioridad,

que era la base de toda su actuación. La moral tradi-

cional se convierte en conseja de viejas, y así vemos

que hasta un hombre como Villani, que condena moral-

mente a individuos que carecen de virtud objetiva, los

admira por cuenta de su

virtit

subjetiva, como en el

caso de un Castruccio Castracani, adelantándose así a

Maquiavelo. Es cierto que, en teoría, no se niega la mo-

ral cristiana, imperante en la Edad Media, con su con-

denación de la

superbia,

como soberana confianza en las

propias fuerzas, pero de hecho esa moral carece de in-

3

Cf. Kautsky: Cuanto más se desarrolla la producción

de mercancías y el comercio, más crecen las fuerzas sociales

sobre las cabezas de los hombres, y más invisibles se vuelven

las relaciones sociales.

31

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fluencia práctica. El hombre se da cuenta que debe

contar con sus propias fuerzas y la superioridad de la

ratio

sobre la

traditio,

acarreada por la época mercan-

til, le proporciona el vigor necesario. Un ejemplo de la

impregnación de todas las esferas de la vida por la men-

talidad comercial se nos ofrece en aquella partida que

el veneciano Jacobo Loredano sentó en su Libro Mayor:

al Dogo Foscari, por la muerte de mi hijo y de mi tío ,

y luego, después de haber eliminado al mismo Foscari y

a su hijo, en aquella contrapartida: Pagado .

4

Vemos

la represión completa del impulso y el control absoluto

sobre las emociones gracias a una

rallo

que opera según

cálculo y con inexorables consecuencias. Todo esto nos

acerca a una época burguesa, época de economía mo-

netaria.

Al capital en dinero, a la propiedad mueble, se aso-

cia al poder afín del tiempo, pues éste, visto desde este

ángulo, es dinero. Es la gran fuerza liberal frente a la

fuerza conservadora del espacio, de la propiedad inmue-

ble, de la del suelo. En la Edad Media monopolizaba el

poder quien fuera dueño de la tierra; por lo tanto,

el señor feudal; pero ahora, quien supiera aprovechar el

dinero y el tiempo, sería señor y dueño de todas las

cosas. Éstos son los instrumentos nuevos del poderío

burgués: dinero y tiempo, ambos fenómenos de movi-

miento. Para expresar el carácter absolutamente di-

námico de este mundo no hay símbolo más claro que

el del dinero... cuando éste no se mueve deja de ser

dinero en el sentido propio de la palabra... la función

del dinero es facilitar el movimiento (Simmel). La

misma capacidad de circulación del dinero comparada

con la inmovilidad del suelo refleja cómo ahora todo se

ha convertido en movimiento. El dinero, que todo lo

transforma, trae al mundo una gran inquietud y le pone

en constante cambio. Todo el ritmo de la vida acelera

su intensidad. Se impone el concepto moderno del tiem-

po, como un valor, como una mercancía útil. Se percibe

que el tiempo es algo fugaz, algo que escapa, y se trata

4

Daru,

Histoire de la République de Venise,

n, 411.

32

de retenerlo. Desde el siglo xiv, resuenan, en todas las

ciudades italianas, las campanas de los relojes, contando

las 24 horas del día, y así recuerdan que el tiempo es

escaso, que no debe perderse, sino administrarse bien;

que hay que economizarlo, que ahorrarlo, si se quiere

ser dueño de todas las cosas . Esa economía del tiem-

po era algo descOnocido en la Edad Media. Esta época

aún tenía tiempo, y no necesitaba valorarlo como un

bien preciado, cosa que sólo ocurre cuando el tiempo

es escaso; y el tiempo escaseó cuando se empezó a pen-

sar con las categorías liberales del individuo, y a consi-

derar el tiempo que .a cada uno correspondía . Porque

la vida individual, considerada por separado, era corta

por naturaleza y muy parcamente medida. Por eso ha-

bía que hacer ahora todo rápidamente. Había también

que construir rápidamente, porque ahora el que edifi-

caba lo hacía para su propio provecho .

5

En la Edad

Media podía trabajarse en una obra cualquiera —una

catedral, la casa'

sa del concejo, un castillo— decenios y aun

siglos (por ejemplo,

La Certosa di Pavia,

aún de estilo

gótico), pues se vivía dentro de una comunidad y para

ella, dentro de una continuidad de generaciones. Se

vivía, pues, dentro de un gran todo, y por eso se vivía

largo tiempo. Se podía, como lujo, gastar el tiempo, así

como la vida y los bienes. Era una época de la econo-

mía del consumo,; y es algo inherente a la economía

natural el consumo directo, porque la conservación de

los productos de la agricultura es muy perentoria y no

cabe la conservación usuraria de los mismos y, por

tanto, resultaba imposible la acumulación de valores.

Allí donde los productos del suelo se recogen y se con-

sumen directamente, impera una cierta liberalidad...

pero, por lo contrario, el dinero incita más a la acumu-

lación (al ahorro)' dice Simmel; porque el dinero es

conservable sin limitación. La generosidad era una

virtud medieval, alabada per Bisticci, como entrega de

5

La efímera vida de todas las cosas se expresa también

en los rápidos cambios de la moda. A esto contribuyó el in-

cremento del papel social de la mujer

(la

dorna é mobile).

33

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cualquier suma, sin pago , y a manos llenas , Dor el

amor de Dios , y en conciencia , en alabanza de Dios .

La esplendidez del Renacimiento tiene otro carácter: el

Renacimiento es propiamente generoso cuando procede

el serlo . Alberti considera los gastos hechos para la

erección de iglesias y edificios públicos como gastos he-

chos para honra de la casa y de los antepasados. Para

tales fines conviene dar no más que lo necesario, pero

también tanto como sea decoroso. La honra de una fa-

milia no puede separarse del buen nombre de una

firma.

Esto es algo que desempeña muy peculiar papel en la

mentalidad mercantil : la

onesta

exige determinados gas-

tos, pero éstos tienen que ser útiles y no superfluos.

No hay que ser cicatero, pero la regla de gastar lo

menos posible es corolario natural de la de ganar lo más

posible. Esto constituye el conjunto de las virtudes

especificas burguesas. Ordenación metódica , ésta es

la exigencia del día. Gastar menos o no más de lo que

se gana, economizar fuerzas, administrar con economía

tanto el cuerpo como la mente (la higiene y el deporte

son para Alberti medios para obtener fuerza y belleza),

ser trabajador y afanoso (en contraposición a la ociosi-

dad señorial), éstos son los medios para prosperar y

elevarse. Hay que distribuir el tiempo, ordenarlo, e in-

cluso racionar la misma actividad política al intervenir

en la vida pública. En el Nápoles monárquico se reco-

mienda la frecuentación de las ceremonias religiosas y

Caraecioli piensa que eso puede ser útil, pero también

nocivo, y mucho, para el aprovechamiento completo de

la jornada .

Existe, sin embargo, una cierta religiosidad mercan-

til. Mientras que el pequeño burgués, que pertenece a la

categoría de artesano, honra a Dios con relativa fami-

liaridad, y a veces hasta de un modo vulgar, él gran

burgués está con respecto a Dios en una relación de

socio comercial. Giannozzo Manetti ve en Dios como un

maestro d'uno traffico,

como invisible organizador del

mundo, concebido como una gran empresa mercantil

Con Dios se entablan relaciones de cuenta corriente,

práctica que corresponde a la católica de las buenas

34

obras . Villani ve en la limosna y otras práctkas aná

Togas cierto modo contractual de asegurarse la ayuda

divina (y la leal observancia de los contratos es la vi•

tud suprema de un comerciante honrado ).

Ne deo

quidem sine spe remunerationis servire fas est

(Valla)

La prosperidad, según Alberti, es la recompensa visible

por la buena dirección, grata a Dios, del negocio: tal

es el verdadero espíritu religioso del capitalismo, en el

que se admite, manteniéndose en la más pura ortodoxia

 

una especie de cooperación entre la

grazia

y la propia

habilidad, y se considera la gracia como una contra

prestación, a la que se tiene derecho contractualmente

por la propia prestación. La religiosidad se convierte en

un cálculo de ventajas, en una especulación con el éxi-

to, lo mismo en el terreno económico que en el politice

(Villani).

La

situación espiritual que esto revela es

.

que la re

ligón ha cesado de dar a la vida un impulso propio y

que ha entrado arrastrada en la nueva dirección que el

hombre burgués, con un criterio primordialmente eco-

nómico, ha dado a este mundo. La mentalidad religiosa

ha perdido ya la energía para penetrar en todas las

relaciones del mundo y recrearlo interiormente. Los in-

flujos, verdaderamente decisivos, que se manifiestan en

la vida, apenas si proceden de ella (los éxitos obteni-

dos por los predicadores de penitencia son sólo un epi-

sodio pasajero). Es tan extraña al sentir del burgués.

que vive en perfecto aislamiento nacional y político, la

conciencia de pertenecer a la

r

familia occidental de na•

ciones representada en la Edad Media por el clero y la

caballería, como en época posterior al proletariado cons-

ciente el sentimiento de participar en la idea de nación

y estado representada por la burguesía. La conciencia

de la cristiandad o Europa ha muerto, juntamente con

la conciencia de una milicia santa para la protección

de la Europa cristiana contra los infieles y contra- el

peligro que esto representaba: La idea de una comuni-

dad por encima de las naciones del mundo occidental

perdió su vigor, hasta anularse, con la decadencia de

las clases sociales que la mantenían. Era una idea ya

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gastada y que fueron los primeros en abandonar sus

más legítimos representantes, o sea los papas. Grego-

rio IX e Inocencio IV solicitaron la ayuda de los musul-

manes contra la Europa cristiana. También en este as-

pecto se anticipó la Iglesia, única institución racional

de la Edad Media, a la corriente del Renacimiento. Asi-

mismo, los distintos estados italianos, abiertamente y

sin escrúpulo alguno —como dice Burckhardt—, se alían

con los turcos contra otros estados italianos , pues ello

les parece un arma política como otra cualquiera .

Para los italianos precisamente, la solidaridad cristiana

ya nada significaba, y en ninguna otra parte causó

menos impresión la toma de Constantinopla que en Ita-

lia. Pero, en cambio, sí impresionaba la personalidad

destacada de un Mahomed II, que se titulaba amigo y

hermano de Gonzaga de Mantua. Para decidir a un papa

a que prestara su ayuda contra los turcos, había que

demostrarle antes qué ventaja le reportaría el hacerlo, y

qué daños le vendrían de no hacerlo.6

Alejandro VI,

junto con Lodovico il Moro, intentó mover a los turcos

contra Venecia.

La religión había perdido su importancia como fac-

tor de poder, y disminuido su función como el de una

lengua por todos comprendida y por todos aceptada, en

la misma proporción en que fueron desplazadas las an-

tiguas clases sociales directoras por la gran burguesía,

del mismo modo que las lenguas nacionales desplazaban

la herencia medieval del latín, como lenguaje único del

clero. A través del semirracionalismo clerical (comple-

tado por Santo Tomás) de adecuación de la naturaleza

sensible y de lo sobrenatural, de Dios y del mundo, se

dio un paso más para llegar a un completo racionalis-

mo; lo religioso se hace cada vez más formal, más exter-

no (proceso al que ya se había adelantado la influencia

del derecho canónico en la religión); la religión se neu-

traliza, potencialmente se convierte en inocua, pierde

su acción sobre el presente y sobre el curso de la vida.

No se niega la posibilidad teórica de la intervención

Vespasiano da Bisticci. ed, Frati, t, 249.

divina por el milagro sobrenatural; esto se deja a la

ilustración anti-teísta de una época posterior, en la que

lo apasionado de la oposición es indicio de la preocupa-.

ción por el problema religioso. El italiano típico del

Renacimiento había llegado, ya mas allá , a un verda-

dero ateísmo que excluye la intervención eficaz divina

en los actos humanos (y así piensa y escribe)? Ya no

se cree en la existencia de factores irracionales que pue-

dan estorbar deliberadamente los propios planes racio-

nales, y así cada uno se cree capaz de dominar la

fortuna con la propia virtud . Esto equivale a la su-

blimación absoluta del libre albedrío humano. Ya la

Iglesia católica enseñó en la Edad Media, para el fo-

mento de la educación moral, la teoría del libre albe-

drío, pero había seguido expresamente manteniendo la

antinomia teológica entre el liberum arbitrium y la gra-

cia divina como una paradoja religiosa. Ahora el pen-

samiento se emancipa de la dirección de la Iglesia y se

orienta hacia la plena libertad humana.

Las relaciones sociales, antes irracionalmente cándi-

cionadas, se entregan en su mayor parte a una regula.

ción metódica. Cada uno se apoya en sí mismo, sabien

do muy bien que nada tiene detrás de sí , ni existe

metafísica alguna ni comunidad supraindividual. Ya

nadie se considera como representante de un cargo o

de una profesión. El único fin que se admite es el de

ser un

virtuoso,

un ideal puramente formal sin referen-

cia a valor objetivo alguno (religioso-moral) de comuni-

dad, sino sólo en el sentido de artífice dentro de su

propio campo, en el cual desarrolla su actividad con el

auxilio de todos los medios. Es una racionalización en

toda la línea. La afirmación colectiva e irracional de

determinados valores ha cesado, por haber perdido sus

fuerzas las vinculaciones orgánicas de los tiempos anti-

guos. Ahora lo que priva es una organización del mun-

do basada en principios racionales calculables.

Sobre la nueva visión histórica del humanismo, com-

pletamente desilusionada, con eliminación tácita de todo lo

milagroso Cf. Fuete::

Geschichte der neueren Historiographie

36

7

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d) La aparición del saber técnico

Toda organización se basa en la acción consciente de

los individuos que la constituyen. Mas, para que

el

in-

dividuo sea capaz de actuar adecuadamente, necesita

conocer la naturaleza y las leyes de la misma. Sólo

entonces podrá dominar la naturaleza. Éste es un saber

útil, práctico, provechoso y aplicable, necesario para

lograr aquello que se pretende. La capacidad, basada

en

tal conocimiento, de dominar las cosas, abre la pers-

pectiva de elevación del individuo. Esa creencia, típica-

mente burguesa y urbana, de que todo puede hacerse

con el dominio de una técnica racional, es por completo

opuesta a la mentalidad feudal o religiosa.

La nueva técnica (tomada la palabra en su sentido

amplio), en cuyo soberano dominio consiste la nueva

libertad, supone la existencia de una ley natural abso-

luta, y así el burgués, en su investidura de científico

profano moderno, llega a la transformación necesaria

de la ley natural en ley absoluta. La Edad Media cono-

cía ya el concepto de ley natural, pero sólo como un

concepto secundario, dentro del marco de un pensa-

miento semirracionalista y actuando como

causae se-

cundae, sobre la cual privaba la instancia suprema me-

tafísica de la causa primaria, y

con ello la constante

posibilidad de la intervención irracional, a través del

milagro divino, en la causalidad racional (concebida

ésta no de un modo absoluto, sin excepción posible,

sino como una regla establecida por Dios). Había, pues,

una autoridad divina suprema que disponía de medios

para intervenir en las leyes naturales, y la Iglesia, como

su representante en la tierra, expresada en la jerarquía

eclesiástica, permitía que la vida secular transcurriera

según sus leyes propias, aunque reservándose también

sobre ella el supremo poder de inspección. Esto es algo

más que una analogía basada en las apariencias exter-

nas, es una relación interna, condicionada sociológica-

mente. No hay que entenderlo en el sentido de una

vulgar interpretación materialista, como mantenimiento

consciente de una ficción en interés de una detelminada

38

clase, sino como formación inconsciente de modos de

pensar que guarda una ligazón irrompible con una serie

particular de condiciones sociales. En consecuencia, la

transformación en autónomas de las, hasta entonces,

causae secundae, que son las únicas que quedan como

determinantes, es el reflejo ideológico del- movimiento

de emancipación de la burguesía. Este sacudimiento de

la tutela clerical, este sesgo ideológico constituye una

de las armas que más tarde emplearán el ingeniero v

el técnico burgués para finalidades prácticas. La idea de

una ley natural —también aplicable a lo político, como

Maquiavelo trata de demostrar— se pone al servicio de

la libre concurrencia burguesa. El hecho de que, a pe-

sar de este desarrollo, no se llegara a negar sencilla-

mente la idea del gobierno divino del mundo, y se le

asignara su sede

en

el trono del mundo, y que no se ne-

gara abiertamente la posibilidad del milagro sino tan

sólo no se tuviera en cuenta, no representa más que una

concesión al

decorum

y no la admisión de tales posibi-

lidades. Algo semejante se hace con la autoridad del

clero y de la Iglesia, que no es directamente atacada en

polémica, sino socavada. Indagar las cosas sobrenatura-

les, que no se ven , o tratar de hacer juicios sobre esos

profundos arcanos carece simplemente de sentido, se-

gún Guicciardini, pues sólo se debe preguntar por los

fundamentos y las causas naturales . La metafísica

ya no interesa. El mundo, en el cual nos acomodamos,

se ha convertido

en

un mundo sin Dios. Puede Dios se-

guir existiendo, pero ya no está dentro del mundo en

que vivimos, como lo estaba en la Edad Media: ha

huido del mundo , como algo que le era extraño. Estasecularización de la mentalidad burguesa se funda en la

experiencia práctica, bien se trate de pensar según las

categorías de una técnica científico-natural, como hace

Leonardo, o bien de una técnica política, como hace Ma-

quiavelo.

Desde la perspectiva de esta nueva posición del empi-

rismo burgués, las relaciones entre el individuo y el

cosmos se expresan de un modo muy distinto que des-

de la perspectiva del clérigo o de los filósofos ecle-

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siásticos. Este es

-

el camino que conduce, a través de

Giordano Bruno, hasta Galileo, hacia una actitud comple-

tamente secularizada frente al mundo, que ha sido pur-

gado de todos sus elementos irracionales. Esta es la

actitud que ante el mundo tiene el nuevo empresario

intelectual individualista, en perfecto paralelo con la

nueva actitud capitalista en materias económicas. Sim-

mel establece una efectiva relación causal con la eco-

nomía monetaria. La economía monetaria introduce

por vez primera en el mundo la idea del cálculo numé-

rico exacto ; y una interpretación matemática exacta

de la naturaleza no es sino la réplica teórica de la econo-

mía monetaria . Este modo de resolver el mundo en

ecuaciones matemáticas y de enfocarlo con independen-

cia de los ligámenes naturales, con respecto a los cuales

el individuo se siente superior, y de considerarlo como

un gran problema de cllculo , un mundo donde todos

los valores son intercambiables, mensurables, imperso-

nales y abstractos, está en abierta oposición con la

manera de ser medieval, más espontánea y emotiva. Y

del mismo modo, la voluntad de poder, que se oculta

tras la nueva visión, que es arma suya, está estructu-

rada de un modo muy distinto que la voluntad medieval

de poder. Esta es propiamente política, es, en primer

término, imperio sobre hombres, y la dominación sobre

el territorio y la disposición de las cosas sólo le intere-

san como medios para la dominación sobre los hombres

(Scheler). A la voluntad de poder feudal va unida la

del poder de la Iglesia, expresión del otro estamento da

minante en la Edad Media. Ambos cooperan estrecha-

mente en la formación de un sistema de imperio, que

iniciado externa y originariamente de una manera for-

mal, por la fuerza militar, se justifica tradicionalmente,

en lo interno, por ser reflejo de la influencia, dirección

y ordenación de la vida conforme a la religión. Con el

cambio de la clase dominante apareció otra forma y

otra tendencia de voluntad de poder. La nueva volun-

tad de poder se expresa, técnica y económicamente,

como voluntad para la transformación productiva de

las cosas (Scheler). El hombre deja de ser el fin de la

dominación y se convierte en medio; ahora es cuando

puede aparecer la idea del aprovechamiento y explota-

ción de la fuerza de trabajo (que, en atención a esta

finalidad, se declara libre), al contrario que en la Edad

Media, en que aquella relación de sumisión envolvía a

la vez un deber de protección por parte del señor. La

nueva ciencia natural y la nueva técnica sirven a lavo-

luntad de poder económico e intelectual como expresión

de las nuevas tendencias racionales y liberales, opuestas

a las viejas tendencias conservadoras. El fin nuevo de

la voluntad, que la economía monetaria ha hecho posi-

ble, tiene ahora un nuevo saber como palanca para la

emancipación y como instrumento en la lucha por el po-

der, que es ahora una lucha para la dominación de la

naturaleza , fundada en el conocimiento de sus leyes .

La nueva ciencia de la naturaleza es también producto

de esa actividad de empresa que ya no se conforma con

los hechos dados por la tradición ni con el reconoci-

miento de sumisiones queridas por Dios , sino que lo

considera todo como objeto de un tratamiento racional.

No sólo en el sentido teórico, en consideración al mé-

todo científico que no da nada por garantizado, sino

también en el de la aplicación del conocimiento. El pen-

sador burgués, ingeniero por naturaleza, hace una rápida

aplicación práctica en las ciencias técnicas. Se quiere

saber para intervenir en la naturaleza, se trata de en

tender las cosas para así poder dominarlas, y realizar

los fines de poder propuestos. Y por lo mismo que sólo

con la nueva concepción naturalista del mundo se puede

llegar a dominar técnicamente a la naturaleza, y porque

sólo esta nueva concepción científica burguesa realizaba

la función social de prestar los servicios necesarios acor-

des con las exigencias de la nueva clase en ascenso, se

convirtió en dominante .

Por otra parte, la especulación científica recibió un

gran impulso, como Dilthey ha observado, por su unión

con el trabajo industrial. Las crecientes necesidades

prácticas de la nueva sociedad burguesa y las exigencias

de la vida nueva, sólo podían satisfacerse por una co-

operación entre el trabajo manual y el científico, lo que

4 0

1

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se manifiesta en el experimento y el cálculo, en el des-

cubrimiento y la invención. Y los investigadores, los

Ubaldi, Benedetti, Leonardo, Galileo, abordaban proble-

mas de náutica, construcción y equipamiento de naves,

edificaciones urbanas y fortificaciones. Con la inven-

ción y perfeccionamiento de las armas de fuego tomó

la guerra un carácter técnico, al contrario de la época

caballeresca, en que era decisiva la acción de la caba-

llería, y con el desarrollo de la artillería se convierte

en rama de la ingeniería. En hombres como Federico

de Urbino o como Alfonso de Ferrara, aparece el nuevo

tipo del técnico militar. La guerra, convertida en cien-

cia y arte, se aburguesa y surge ese placer neutral del

espectador que tiene un gran gusto en observar una

estrategia correcta (Burckhardt), lo que halla su pa-

rangón en la ciencia y la técnica de la política que,

fundada en el virtuosismo y en la racionalización, se-

gún describe Maquiavelo, se considera como obra de la

inteligencia calculadora y del talento técnico. Incluso

las ideas (desterradas por los humanistas) de la Anti-

güedad sirven directamente a la práctica militar y po-

lítica. Como ya hemos sugerido, el resurgimiento de las

ciencias exactas fue posible gracias á la fusión de dos

grupos que antes habían estado separados: los intelec-

tuales, por una parte, y los prácticos en artes e indus-

trias, por otra. Estos últimos estaban interesados porque

de este modo podían mejorar sus conocimientos prác-

ticos y también su posición. La metódica teórica y la

práctico-técnica coinciden en una comunidad de traba-

jo y trato (Scheler), que es algo completamente nuevo

comparado con la comunidad medieval de los cultos.

Para el

horno religiosus

de la Edad Media, imbuido del

punto de vista de la tradición, el mundo es un acto de

la creación divina; el burgués de la época del Renaci-

miento ve en él un objeto del trabajo humano, de previ-

sión, ordenación y conformación. La voluntad de domi-

nar y de gobernar las cosas determina ya las metas y

los métodos de la ciencia nueva, cuyo cuño original

se lo dan la investigación de la naturaleza, la técnica

y la industria.

42

e)

La nueva tendencia en el arte

La nueva concepción del mundo como obra de arte

factible, como un problema a resolver por la mente

creadora según puntos de vista técnico-racionales, tenía

que afectar, a la vez que al ingeniero, al artista (que

ahora va surgiendo de la clase de los artesanos), y por

eso muchas veces coinciden en una misma persona am-

bos tipos, como lo vemos en Miguel Ángel y, por encima

de todo, en Leonardo. En el trabajo artístico propia-

mente dicho, y no, por lo tanto, por la mera coincidencia

en la persona, se expresa en el Renacimiento naciente,

de una manera muy fuerte

s

la tendencia y el interés por

la técnica; piénsese en Castagno y en Uccello y, más

tarde, en Signorelli, Mantegna y los demás. La produc-

ción de una impresión de profundidad por medio de la

perspectiva geométrica se presenta al italiano del Rena-

cimiento como un problema científico, de cálculo ma-

temático, y por eso es la perspectiva italiana una pers-

pectiva puramente lineal, no perspectiva atmosférica

como la de los holandeses. Entre los alemanes, de pro-

pensión romántica, opuesta a la inspiración liberal bur-

guesa de los italianos, la perspectiva comenzó cómo una

experíencia de inspiración casi fáustica que se vive y se

intuye fi Según Alberti, el artista es ante todo un inves-

tigador de la naturaleza, un matemático y un técnico, y

sólo así podrá dominar sus recursos artísticos. Las cúpu-

las de Brunellesco son un ejemplo de una de esas obras

en las que se juntan el cálculo técnico y, en consciente

finalidad, la voluntad artística creadora. De este modo

la técnica parecía convertirse en fin propio, pues tanta

fuerza tenía el nuevo placer de descubrir y el goce de ex-

perimentar. En los intentos-y experimentos, del nuevo

arte se manifestaba la movilidad del mismo, la nue-

va dinámica. El movimiento general que había invadido

la vida arrastró también al arte en su torbellino. Cuan-

do el medio se transforma claramente ante nosotros,

menos siente el contemporáneo la continuidad de su

8

Dehio,

Geschichte der deutschen Kunst,

n,

167

ss.

43

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época con respecto al pasado, y tanto más se pierde la

fuerza de la tradición en el oficio y tanto más tratan

de buscarse nuevos caminos (E. Lederer).

9

La pro-

funda transformación de todas las relaciones existentes,

la emancipación general de todo lo tradicional, la mayor

amplitud de las aspiraciones personales, debían de des-

pertar un enérgico desarrollo de la voluntad artística

y un planteamiento de nuevos problemas de arte . El

impulso creador debía brotar con una nueva concien-

cia en el artista: así podía ya aparecer el concepto del

genio , como la expresión más alta, que sólo podía pro-

ducirse en un terreno burgués de una conciencia inde-

pendiente, que descansaba puramente en la fuerza y

dotes del individuo, en sentimientos de potencia y de

libertad. El sistema gremial, así como toda la organi-

zación de comunidad, se derrumba, y aquí, como en el

campo industrial, se impone el individualismo.

La nueva forma política de la burguesía emancipada

fue la democracia municipal y el arte asume la fun-

ción de expresar ese nuevo poder de la ciudad-estado.

Así nace el nuevo estilo del arte burgués que unía lo

sencillo con lo grande, el realismo con la majestad, y

representa de este modo el ideal burgués. Como monu-

mentos del orgullo burgués se erigen en Florencia, al tra-

montar el siglo mi, Santa Croce, Orsanmichele, el

Bargello, el Palazzo Vecchio y, sobre todo, la catedral.

Giotto —el hombre con el cual el arte se hace burgués

(compárese la sencillez de su pintura con el estilo pom-

poso de Cimabue, quien sigue expresando toa profunda

actitud religiosa, en lugar de limitarse a tratar motivos

religiosos)— fue nombrado arquitecto municipal y le-

vantó la catedral.

La erección de la catedral de Florencia era un asun-

to público de la república florentina, y en los incidentes

a que su construcción daba motivo tomaba parte activa

la opinión pública de los ciudadanos. Su interés no era

menor que el que les despertaban los grandes aconteci-

mientos políticos que a la sazón se desarrollaban. La

9

En la

Erinnerungsgabe für Max Weber.

aprobación del genial proyecto de Brunellesco para la

cúpula de la catedral coincide con el alío de la conquis-

ta del puerto de Livorno. -Los monumentos artísticos

hablaban de la grandeza y de la fama de la ciudad;

eran los símbolos de la propia elevación por el desarro-

llo de la vida económica, política y cultural, que arras-

traba a todos. En aquellas obras de arte —y no se trata

sólo de Florencia, sino también de Orvieto, Pisa, Siena,

Venecia— veía expresado el pueblo su propio sentir y

se sentía identificado con el artista, del cual no le sepa-

raba ningún abismo (R. Saitschick). En aquella época

el arte no era privilegio de ciertas capas sociales, sino

algo común a todo el pueblo: en general, se consideraba

que una obra de arte inspirada era un reflejo de la

fama de todo un pueblo (Janitschek). Este arte bur-

gués era bajo todos los aspectos un arte popular. En

primer término, arte religioso, como lo demandaban la

tradición y las costumbres, de las cuales sólo poco a

poco iba despegándose aquella época. Por eso arrancó

de las tradicionales relaciones en que vivían el pueblo

y la Iglesia. Otro rasgo característico popular y burgués

era la tendencia del arte a lo familiar —como puede

verse en la pintura de un Filippo Lippi o de un Dome-

nico Ghirlandalo—; esa manera jovial, natural, deta-

llada, a veces hasta vulgar, como Wolflin dice, y esa

manera de representar a los santos como

boas bour-

geois. .

Un arte tan popular, y a la vez tan majestuoso

—la catedral de Florencia, como símbolo del poder de la

ciudad, tenía que superar a todo lo hecho hasta enton-

ces—, del que todo el pueblo tenía que sentirse orgu-

lloso, y que, sin embargo, no se distanciaba de él, sino,

al contrario, servía. por encima de todo a la piedad

religiosa y satisfacía al mismo tiempo el ansia espec-

tacular de un pueblo colocándose en el mismo terreno

que éste. Un arte así podía atraerse y despertar el sen-

tir de todo el pueblo, ingenuo y fácil de ganar por el

arte, aunque la realidad política a la que correspondía

fuera sólo en apariencia democrática. El arte, en cuyo

campo impera por derecho propio la apariencia hermo-

sa, daba al pueblo, que lo comprendía mejor que la

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nebulosa alta política, cuando menos la bella ilusión de

una democracia. El pueblo manifestaba su gratitud,

honrando públicamente a los artistas, con lo cual hon-

raba a sus propios hombres, pues los artistas habían

salido de su propio seno. Durante las honras fúnebres

de Filippo Lippi se cerraron en Florencia todas las

tiendas de la Via de Servi como sólo se hacía en los en-

tierros de los príncipes.

Uno de los fenómenos más notables de la transfor-

mación burguesa del arte es la aparición del desnudo.

Esto tiene también su conexión sociológica. No sólo la

cultura clerical, sino también la aristocrática eran opues-

tas al desnudo. El desnudo, como la muerte, es demo-

crático (Jul. Lange). Las danzas de la muerte, de fines

de la Edad Media, en trance de aburguesamiento, pro-

clamaban la igualdad de todos los hombres ante la

muerte. Cuando la burguesía ya no se sintió oprimida

sino que tenía conciencia de su marcha ascendente ha-

cía el poder, pudo colocar, por medio de sus artistas, al

hombre mismo desnudo, a sí misma, en el centro de

la vida. Sin necesidad de esperar el día del juicio, ya

no valen las diferencias de clase, aun cuando ella mis-

ma nada puede hacer contra las nuevas diferencias que

van surgiendo. El elegir precisamente esas formas de

expresión artística se debe a la influencia de la Anti-

güedad, y esto es una prueba de la función sociológica

que el humanismo desempeñaba en aquella época.

f)

La función del saber y de la educación

Se puede establecer un paralelo entre el culto artístico

del desnudo, como, por ejemplo, se muestra en Signo-

relli, con la idea de

humanitas,

y con la polémica de

Poggio contra la

nobilitas.

El humanismo representa

en este caso una ideología que realiza una función muy

determinada en la lucha por la emancipación y la con-

quista del poder por la capa social burguesa en progre-

sión ascendente. La idea de un saber puramente hu-

mano , que persigue verdades humanas generales ,

junto con el

ethos de la

virtü

personal, fundada en la

capacidad individual y las fuerzas propias de cada in-

dividuo, representa-

la negación de todos los privilegios

de los diferentes órdenes, de todas las pretendidas pre-

rrogativas de nacimiento y estado, y es el sustituto de

la doctrina, mantenida por el clero, de los poderes so-

brenaturales, basado en una filosofía natural ; signifi-

ca también que lo simplemente burgués se proclame

lo humano y universal, y ofrece además a la crítica la

posibilidad de emprender, desde esta base, nuevos ata-

ques contra- un terreno que hasta entonces, sin oposi-

ción alguna, ocupaba el clero. Éstas son las tendencias

inherentes a la libertad burguesa en el Renacimiento,

lo mismo que en tiempos posteriores, y, como siempre,

necesitaban de un fundamento que las revistiera de

una nueva autoridad . Esta función fue asumida por

la Antigüedad clásica. Toda autoridad secular trata de

justificarse con lo retrospectivo, pues cuanto más anti-

gua sea, mayor fuerza tendrá; se necesitaba una an-

tigüedad , y una antigüedad ejemplar, es decir, una

antigüedad clásica . Ya la tradición del humanismo

medieval» ofrecía la posibilidad de arrancar hacia una

nueva educación secular, que correspondiera al estadio

a que había llegado la cultura burguesa. Esa educación

debía ser capaz de oponerse a la tradicional y teológica,

mantenida por el clero, que confería a éste el monopolio

educativo, y contar con la fuerza necesaria para arreba-

tarle ahora el monopolio. Y como la época se había

hecho burguesa, y sustentaba un nuevo ideal educativo,

tenía de su parte al futuro y la escolástica fue conde-

nada a una existencia artificial y de gheto , limitada

a los círculos eclesiásticos. La Antigüedad, entronizada

como autoridad nueva, prestaba sus servicios para des-

plazar una mentalidad ya internamente muerta, pues

la gran época de la escolástica había pasado hacía ya

mucho tiempo, y la moderna, contra la cual polemiza-

» Cf. Herrnann Reuter,

D. rel. Aufkldrung im Mittelalter,

ed. Norden ( D. antike Kunstprosa , tomo u), Fr. v. Bezold,

D .

Fartleben der antiken Gotter inz mittelalterl. Humanism,

etc.

-46

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han los humanistas, no era más que una caricatura de

aquélla. La autoridad de lo antiguo daba a esta lucha

de liberación de la nueva cultura laica el indispensable

apoyo para conferir a sus ideales la consagración del

tiempo, y así sancionar y legitimar sus aspiraciones.

Pero la nueva autoridad tampoco podía compararse con

la antigua. Aunque la antigua se siguiera considerando

como la edad de oro , que bajo la guía de la natu-

raleza había reconocido las verdades absolutas de la

razón , el humanismo estaba muy lejos, como la Ilus-

tración de época posterior, de oponer un nuevo dogma

laico al dogma de la Iglesia. Se lo vedaba su antipatía

contra lo sistemático, en lo que veía la negación de todo

lo vivo al reducirlo a conceptos, que tan profundamente

odiaba en la escolástica, y también se lo vedaba su re-

pugnancia instintiva hacia las consecuencias revolucio-

narias que de tal afirmación pudieran derivarse. Apar-

tándose de todo lo abstracto, que era tormento en la

escolástica, el Humanismo, acorde con el espíritu de,

la época, tendía hacia lo concreto. Esta actitud revela-

ha una voluntad absoluta de emancipación y de libertad

en contra de todo lo que antes significaba sujeción y

ordenación del individuo. Así es que no se recibió a lo

antiguo , como una filosofía unitaria, a modo de ca-

non —incluso el platonismo no fue para el Humanismo

más que anhelo y entusiasmo—, sino como el más noble

de los periodos de la historia. La autoridad de un

pasado (aun tan ejemplar) sólo podía significar que

aquél, en la medida de la realización terrena, es decir,

relativamente, había llegado al máximo: al máximo en

el tiempo, precisamente como lo comprendían el huma-

nista y el artista del Renacimiento al limitarlo 'como

tiempo pasado. Esto significa, con gran claridad, que

el tiempo presente contaba con instrumentos que podían

superar al pasado, y que ya, en algunas de sus grandes

personalidades, aparecía superado, y que el tiempo que

medió entre la Antigüedad y el tiempo presente, o sea

el de la Edad Media, fue una época de honda decaden-

cia. El nuevo tercer estado consideraba ese pasado

inmediato, la supervivencia de la. Edad Media, esa obra

cultural del clero y de la caballería, como una pesada

herencia muerta de la que tenía que librarse para poder

vivir. Para oponerse a ella se invocaba el derecho a

la vida, y la vida no es nunca justa. Así la nueva época

negaba todo el arte gótico como producto de una cul-

tura decadente. La nueva cultura burguesa, en su idea

de desprenderse de un pasado que no era el suyo pro-

pio, para ganar el espacio que necesitaba no podía me-

nos que negar todo el arte gótico como una aberración,

y así dice Vasari que el influjo del cristianismo había

sido muy daiiino para el arte. Como madrina, y a la vez

como aliada poderosa, en la lucha presente, se invocaba

la gran cultura burguesa de la Antigüedad. La dispo-

sición sobria y racional de la nueva época burguesa y la

mentalidad crítica ejercida, formada en el estudio de

lo antiguo, osaba atacar muchas cosas, hasta entonces

intangibles, que servían de base al poderío clerical, como

los milagros de las- leyendas de los santos (ya en Pe-

trarca) o las falsedades, amparadas por la autoridad

de la Iglesia, como la llamada carta de la donación de

Constantino (Valla); y como esta reacción era no menos

antifeudal que anticlerical, se atacaron también los ci-

clos legendarios. Todos estos son episodios de la gran

ofensiva de la burguesía liberal contra la tradición de

un pasado que gravitaba como tutela y sujeción sobre

la propia independencia. También contra la Antigüedad

se alzó una verdadera competencia, especialmente en el

campo de la literatura y del arte,U prueba bastante para

demostrar que a lo antiguo sólo se le concedía una reía•

tiva autoridad. Era considerado como digno de emula-

ción y lo que marcaba la dirección a seguir. El principio

de la libre concurrencia y la creencia en las posibili-

dades de un progreso fu.ndamentalmente ilimitado re-

11

Cf. Salutati en su polémica contra Poggio sobre la pre-

eminencia de Petrarca y de Boccaccio sobre los antiguos (el

trabajo del autor

Cot. Salutati und das humanistische Le-

bensideal,

1916), y también, Leon Bruni,

De tribus vatibus,

y

la apreciación de Brunellesco y Donatello por Alberti, re-

feridos a los antiguos en

Della pittura.

48

49

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cibieron así en el terreno espiritual, científico y artístico

un fuertísimo impulso y una dirección concreta. Hasta

la ciencia (que en la Edad Media era conservadora) se

hace ahora liberal. La competencia con lo hasta ahora

tenido por lo más alto, despertaba el sentimiento de ri-

validad para ir todavía más allá, lo cuál incitó a los

esfuerzos máximos, estado de ánimo que era favorecido

todavía por la creencia de que la antigüedad romana

formaba parte del propio pasado. La fama de la propia

ciudad, de la propia época, del propio nombre, contri-

buía a ese fin y una inmensa conciencia individual des-

pierta en todos los campos de la cultura. El mito hu-

manista del renacimiento de la cultura antigua no era

más que el sueño, convertido en idea, de la renovación

de la cultura nacional, que así recibía un incentivo de

una eficacia vital directa y positiva. El burgués vive

siempre en un presente visible y natural cuyos derechos

no admiten limitaciones de futuro como las impuestas

por un pensamiento religioso trascendente, ni tampoco

de pasado, como lo que supone el pensamiento tradi-

cional.

Hasta ahora hemos hablado más que nada de la fun-

ción del aspecto subjetivo y psicológico del Humanismo,

pero también se puede señalar un sentido sociológico a

algunos de sus aspectos objetivos. Esto puede aplicarse,

en primer término, a la filosofía que,

en

relación con

la antigua, especialmente con la estoica (conocida sobre

todo a través de Cicerón y de Séneca), declara sagrada

a la razón. Con Alberti, y más aún con Giovanni Ru-

cellai, conocernos el derecho natural estoico, es decir, la

ley de la ordenación natural del mundo, que por serlo

es racional y moral, en una reinterpretación muy carac-

terística para la época, como pensamiento de justifica-

ción capitalista. Unas veces se invoca la razón contra

las pasiones, en interés de un

ethos

metódico, que dis-

ciplina la vida, y también aparece que la aspiración a

la riqueza es conforme con la naturaleza y es sabia ,

porque la posesión de las riquezas facilita una vida

guiada por la razón y unida a la virtud. El derecho

romano,

al cual en

la época de los emperadores se ha-

bía incorporado el concepto del derecho natural estoico,

y que ya desde el siglo mi empieza a extenderse por

Italia, preparó el individualismo y el egoísmo económi-

cos, partiendo de la idea (análoga a la sostenida por los

fisiócratas, por Aclara Smith y la escuela de Manchester)

de que persiguiendo el individuo su interés particular

es como mejor sirve a la prosperidad del todo. La

aequi -

tas

exige libertad, también para la actividad económica

adquisitiva.

Nos queda por ver qué fuerza tenía la idea huma-

nista para agrupar a los hombres. Su capacidad para

crear una comunidad, para abarcar a los hombres en

una comunidad de ideas basada en el reconocimiento

de valores comunes, es más bien pequeña. La idea cris-

tiana había logrado crear una comunidad próspera que,

afirmada por la organización de mando de la Iglesia me-

dieval, se convirtió en una fuerza real, de máximo poder

intensivo y extensivo. Si consideramos al Humanismo

como la réplica moderna del pensamiento cristiano, sal-

ta a la vista su esterilidad sociológica. Ni siquiera en la

categoría sociológica de la unión (Schmalenbach) ha

logrado pasar de unos débiles comienzos, como los re-

presentados por el

Paradiso degli Alberti

(caracterizado

por Voigt), de la Florencia del siglo ny, la Academia

Platónica del xv, y las varias Academias del Renaci-

miento en los siglos xv y xvi. Y si examinamos las rela-

ciones que entre sí mantienen los humanistas de más

relieve, los componentes de la nueva clase, nos encon-

tramos con que la organización de amistad ni siquiera

es una verdadera comunidad de intereses, como puede

verse por la literatura de invectivas , que demuestra,

ya en este primer estudio de la ciencia secularizada de

Occidente, cómo la clase de los intelectuales profesio-

nales, más que ninguna otra, es portavoz máximo del

individualismo.

Durante el tiempo en que el clero administró la cien-

cia, como función aparte de su ministerio y de un modo

honorario,

ad majorem Dei glorictm,

se consideraba el

saber como una propiedad colectiva impersonal. El

sabio medieval trata de velar lo propio con la tradi-

50

1

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ción, y con ella encubrirlo . En la forma de la socie

dad , con su exacerbada conciencia del yo y de la

propiedad, invade también el campo del espíritu el con-

cepto de la propiedad privada con todos los elementos

personales y suprapersonales, que le son inherentes, de

egoísmo, envidia y rencor. La libre concurrencia in-

duce en lo espiritual como en lo económico a operar

con todos los medios . Y de esta penetración del es-

píritu personal en la ciencia, depende la nueva actitud

del investigador , que aspira a encontrar una verdad,

que aún no se tiene, que empareje la satisfacción de sus

necesidades espirituales con su vanidad personal. La po-

lémica científica —que tiene su típica expresión en la

invectiva de Petrarca contra los averroístas, y que lleva

el gentil título

De sui ipsius et aliorum ignorantia—

es

ejemplo de aquella forma de discusión mezclada con

rivalidades personales, que se aparta de la manera me-

dieval, que combate a los representantes de un sistema

considerado como falso o como dañoso.

g)

Las clases poseedoras y los intelectuales

La difícil posición en que se, hallan dentro de la socie-

dad los exponentes de la nueva inteligencia laica, como

una capa social nueva, se comprende al punto por la

relación de polaridad, de compenetración y distancia-

miento intelectual, en que se encuentran con respecto

al pueblo , al cual descienden como literatos, cuando

escriben en- lenguaje popular , en

vagare,

y del cual

como elite intelectual se distancian tanto más cuando

se expresan en el esotérico lenguaje de su latín huma-

nista; al igual que los artistas —a partir de Masaccio, y

hasta de Giotto— oscilan entre la tendencia democrática

del realismo y la aristocrática de la estilización. Así

unen los humanistas la ideología democrática, nivela-

dora, de la

humanitas,

que borra todas las prerrogativas

del estado, con la elevación de la

virtus

al rango de una

nueva

nobilitas,

e identifican la

virtus,

en su significado

de educación espiritual, con el

studium humanitatis.

Es

el nuevo distanciamiento aristocrático del intelectual

y del retórico , que posee el saber (a tono con su

tiempo y, todavía más, con lo general humano ) y que

domina la forma

(sapientia et eloquentia).

El saber, al

como la riqueza, actúa ahora como un criterio de se-

lección.

Aparte del conde Pico de la Mirandola, y entre los

artistas Miguel Angel, la mayoría de los humanistas pro-

cedían de familias burguesas, de acuerdo con el carácter

urbano de toda la nueva cultura. Tanto la

haute bour-

geoisie

como los nuevos intelectuales proceden de la

clase media. Dentro de esa atmósfera urbana, en la cual

ni el nacimiento ni el estado social eran ya factores de-

cisivos, y el prestigio personal iba ganando en impor-

tancia, la superioridad intelectual podía ser un medio

de encumbramiento social y tener repercusiones tan

grandes como el desplazamiento de los clérigos por los

laicos en el nuevo sistema de instrucción, en las ta-

reas de la investigación, en la producción literaria y

en el arte.

Pero ese desplazamiento del clero no significa que

se buscara contacto con los de abajo , sino más bien

que los doctos trataran de asumir frente a los in-

doctos una nueva posición directora, con lo cual se

abría un nuevo abismo social, paralelo al abierto por el

capitalismo en el, campo de la economía. Porque el nue

yo saber daba al que lo poseía, no sólo la conciencia

sublimada de su propia superioridad (que, muy carac-

terístico para la nueva época liberal, era más una con•

ciencia del yo que una conciencia de la capa social

a que se pertenecía), sino que también le confería a los

ojos del

vulgus,

por él despreciado, un nimbo ue pres-

tigio, en el cual la erudición clásica desempeñaba un

papel semejante a la riqueza tan rápida e inverosímil-

mente adquirida por el capitalista, y que la gran masa

del pueblo consideraba, por el inescrutable proceso

de

su

formación, como algo misterioso y extraordinario 1

2

Así el pueblo contribuyó a que se cobrara conciencia

12

Cf.

p.

30.

52

3

de la distancia existente entre él mismo y las nuevas

podían unir el Humanismo a un terreno concreto, social

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clases de poseedores y de intelectuales.

1

a

En la estructura del nuevo grupo intelectual es fac-

tor determinante y característico lo abigarrado de su

reclutamiento social. Petrarca, el primero y el mayor

de los humanistas, empezó su carrera como joven y ele-

gante clérigo en la curia de Avignon; Boccaccio proce-

día de la clase comercial y vivía holgadamente de la

fortuna de su padre; Niccolo Niccoli practicó el comer-

cio hasta la muerte de su padre; Giannozzo Manetti fue

contable de un banquero antes de retirarse de la vida

de los negocios para dedicarse a sus aficiones sabias y

a la política. Humanistas son aquellos cancilleres flo-

rentinos, cuya serie se inicia con Salutati y termina con

Maquiavelo, entre los cuales se cuentan los Bruni, Pog-

gio y Marsupini. La vida material (y una clase inter-

media como la de los intelectuales necesita apoyarse en

alguna parte para asegurar su existencia) se logra, en el

tipo de los humanistas a que nos referimos, de un modo

natural en un burgués que siente todavía los vínculos

locales. Frente a este tipo de humanista no desprovisto

de raigambre, aparece ya con Petrarca el otro tipo de

la intelectualidad humanista libre, el tipo de literato

suelto, desligado de la

polis

y de la política realista, y

para quien la inteligencia no es algo al servicio de la co-

munidad citadina, sino un asunto puramente individual,

puramente literario. En el primer tipo, el movimiento

intelectual se ordena dentro de un sistema de deberes

políticos que cumplir, a través de los cuales la clase di-

rectora que, por su encumbramiento social y económico,

ha llegado a manejar el timón del estado, proclama un

sentir político y un patriotismo burgueses, y por cuyos

ojos ven los intelectuales al estado, tratando de asimi-

larse su concepción e ideal político. En el segundo tipo

aparece incluido Petrarca que, con la obstinación propia

del hombre que sólo se apoya en su genialidad personal,

y que se adelanta a su tiempo, corta aquellas raíces que

13

Muy gráfico en Bisticci.

14

Cf. H. Baron en su edición de Bruni.

54

y político, es decir, que lo desarraiga deliberadamente,

lo convierte en flotante , para darle aquella soltura,

externa e interna, necesaria al tipo de literato propia-

mente dicho. La vida de Petrarca, con su vagar cons-

tante, su eterna inquietud (aun en el retiro solitario), su

imprescindible afán de celebridad, su hiperestésica con-

ciencia del propio yo, y las relaciones, ya tempranas, con

las familias famosas y las cortes de los pequeños tira-

nos, todo esto es ya ejemplo típico de la vida de un

literato. El desligamiento con respecto al estado corre

paralelo con el desligamiento respecto a la sociedad:

desligamiento de la sociedad burguesa . Ya Petrarca,

Boccaccio y Niccolo, manifiestan la aversión muy pro-

nunciada contra la vida familiar burguesa, que solemos

asociar al nombre de literato. Luego surge aquel liber-

tinaje en tipos tales como Fidelfo, que lleva a Cino

Rinuccini, con certera visión sociológica, a comparar

a los aventureros humanistas con los

condottieri. Y

si

la negación literatoide de todos los vínculos supraindi-

viduales llega a proclamar en Valla, con respecto al

matrimonio, el soberano derecho de la unión ilegítima

frente a un tercero, o sea el marido, los individuos en

sus relaciones tienen derecho a impedir cualquier inter-

vención a nombre de pretendidas exigencias objetivas.

El honrado burgués , ya por los efectos nocivos para

su crédito, no puede reconocer estas concepciones ni se-

guirlos en la vida. Sombart, apoyado en un material

histórico-cultural, ha subrayado la conexión psicológica

económica de esta importancia del crédito con el te-

mor de Dios del burgués y con la honradez .

Por otra parte se manifiestan conexiones entre la

nueva gran burguesía capitalista y los representantes

de la cultura humanista, que, por cierto, se fundan en

una reciprocidad de intereses. Toda clase superior nece-

1

1

Si mulier 'mihi et ego mulieri placeo, quid tu tamquam

medius nos dirimere conaberis?, De volupt. 1, c.

38.

omnino

nihil itzterest, utrum cum marito coeat mulier

an

cum ama-

tore.

55

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sita de un séquito y toda clase propietaria necesita,

para hacer tangible su superioridad, y para aumentar su

prestigio, una ostentación de lujo; tiene que hacer valer

este prestigio, y el mejor medio para ello es contar sobre

todo con un séquito _correspondiente. Este séquito no

puede tener el carácter de la clase social que se trata

de desplazar, sino que ha de distinguirse de ella. Y así,

el séquito, de la nueva clase social de la ciudad ha de

ser un séquito de los representantes de la nueva cultura

e ilustración urbana, que a su vez, y no sólo por moti-

vos económicos sino de estimación social, reciben con

gran agrado esa protección, de suerte que coinciden

ambos intereses. Ilustración y espíritu son la nue-

va forma de un realce ostentador de lujo, en el cual la

clase ilustrada constituye el séquito indispensable a los

fines de representación social. Cierto que, como todas

las relaciones liberales entre los hombres, que son de-

leznables, esta relación de séquito, por ambas partes,

tiene una base muy frágil; se origina por un motivo

ocasional, carece de vinculación espacial o de tiempo,

es siempre libre para las dos partes. Con tan escasa

garantía como vive el tirano encumbrado como hom-

bre de empresa política vive libre el literato, y es tan

poco de fiar. Burgueses conscientes y republicanos,

como Boccaccio y Salutati, pueden criticar la frecuen-

tación de las cortes por Petrarca, como manifestación

de una falta de carácter, aunque ni él ni sus mecenas

ocasionales se habían prometido lealtad.

Una cierta continuidad, con aires aristocráticos ,

persistía en ciertas ciudades, tales como Florencia, don-

de el medio burgués estaba fuertemente influido por la

alianza de los círculos de la gran burguesía con la no-

bleza, arraigada en la ciudad, que se había transformado

en comerciante. En dichos lugares se había desarrolla-

do un modo de vida que combinaba elementos burgueses

con los de la aristocracia citadina. En esos medios el

lujo, que la clase mercantil tenía que crear, revestía

la forma aristocrática y noble del fomento de

la

ilus-

tración espiritual y artística. Aquella nobleza emprende-

dora , tan agitada política como comercialmente, cloral-

lió en Florencia, especialmente bajo los Albízzl, durante

medio siglo después de 1382. El

Paradiso degli Alberti

nos ofrece un ejemplo de la atmósfera refinada de esa

aristocracia urbana. El huésped, Antonio degli Alberti,

era un

rico comerciante noble, autor de un volumen de

sonetos y canciones, y las personas que a su alrededor

se congregaban pertenecían a todas las clases de la so-

ciedad y a todas las secciones de la ilustración. Así se

desarrolló una sociabilidad intelectual, que pudieron

seguir cultivando tanto los Médicis como las distintas

cortes italianas. Entre los nobles encontramos poetas

y filólogos, pensadores y hombres de rica formación

enciclopédica... y también ricos Mecenas (Voigt). In-

herente al nuevo concepto de dignidad (como visto

en perspectiva desde abajo por Vespasiano da Bisticci,

que representa algo así como la opinión pública ) es que

un hombre de rango elevado tenga una formación hu-

manista, siendo opinión general que una formación de

esa clase aumenta la independencia espiritual y forma

el juicio y que, por consiguiente, representa una buena

inversión. Galateole llama plebe a los ignorantes,

aunque se titulen grandes señores y notables . Esto va

dirigido contra la aristocracia al viejo estilo, que no lo

era más que de nacimiento. Por lo demás, cosa que nada

tiene de extraño, el discernimiento intelectual se mues-

tra, según los humanistas, de una manera tangible, en

el placer legítimo de gastar

in usus honestos

y sólo

cuando la riqueza se gasta bien ha de considerar-

se como saludable y puede justificarse su adquisi-

ción. Como prueba de la tendencia originaria del espíri-

tu burgués a la cicatería, o por otro nombre, al ahorro,

tenemos que L. B. Alberti reputa corno gastos permitidos.

pero en modo alguno obligatorios, los que se hacen en

libros, o en pintar una

Loggia

y otros semejantes (a di-

ferencia de los despilfarros señoriales), porque redundan

en favor del prestigio de la familia y, por consiguiente.

de la

firma

y del honor burgués. Sin embargo, por

fuertes que sean las reservas del humanista frente al

16

Cfr. sobre ello Burckhardt en su tomo u.

56

7

capitalismo, orientado sólo económicamente y desinte-

hombres del espíritu con los hombres del dinero, y el

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resado por los asuntos intelectuales, es característico

que el mismo Salutati, en el cual encontramos con fre-

cuencia quejas de esa clase, cuando en la época en que

siendo canciller arrostró la rebelión de los

Ciompi,

se

apartó de una manera muy ostensible de la

gens isla

pauper et inops.

Frente a un proletariado revolucionario

en el cual sólo ve una plebe

infida nobilis et rerum no-

varum avida,

el burgués siente tendencias conservado-

ras; lo mismo Giovanni Villani que el humanista Salu-

tati, carecen de simpatía por la plebe .

La masa vulgar es un frente que desprecia, no sólo

el literato Petrarca, sino también el humanista burgués

Salutati. En esa misma categoría se incluyen los igno-

rantes frailes mendicantes. El otro frente, contra el

cual se lucha, es el constituido por el clero reaccionario,

educado en la vieja escolástica (aquí se presentan luchas

como la de Salutati contra Giovanni Dominici), y por

la antigua nobleza feudal. Escúchese el resentimiento

antifeudal de Poggio Bracciolini:

17

De la verdadera

nobleza se está tanto más lejos cuanto más distanciado

se está de los antepasados audaces facinerosos. La pa-

sión de la caza, característica de esa clase, es sólo

muestra de ociosidad y es más animal que humana. El

humanista, de humanidad superior, o sencillamente

de humanidad, se levanta sobre el pedestal de una nue-

va

virtus

burgués-democrática, que requiere la actividad

económica como una necesidad cultural. Y esta nueva

ideología, que niega la

virtus

de la vieja

nobilitas,

para

conceder

nobilitas

a la nueva

virtus,

expresa una forma

de la libre concurrencia espiritual, que acompaña y apo-

ya a

la lucha de libre concurrencia política y económica

que se da entre la burguesía y la nobleza. La declara-

ción de inferioridad espiritual, en la lucha por una con-

cepción del mundo, es una nueva arma para el debilita-

miento económico y el despojo de los derechos políticos.

Contra los mantenedores de privilegios, que cierran el

paso a

los nuevos elementos ascendentes, se alían los

17 En el tratado

De nobiiitate.

signo bajo el cual se unen es el signo del trabajo eco-

nómico o el

studium humanitatis.

El trabajo es

virtus

porque es expresión del propio rendimiento, un rendi-

miento individual, independiente del nacimiento o del

estado social a que se pertenece.

Una capa social superior, político-económica, como

la feudal de la Edad Media, o económico-política,

como la nueva capitalista, se corresponde con una capa

intelectual superior, nacida de la misma situación social

que ella, y que ayuda a sostener su posición externa de

fuerza con una ideología, que crea una opinión pública

que corresponde a esa situación social. En la Edad Me-

dia esa capa social fue la clerical, ahora es la humanista

ilustrada; aquélla era la tropa auxiliar, asignada a una

forma tradicional de mando; ésta es el séquito natural

de una forma de mando racional o carismática . En

un mundo conservador, basado todo él en la estabilidad

del ser, la religión se aliaba a la política a causa de su

acentuamiento de la tradición, como ahora; en un mun-

do en movimiento, transformado en liberal, donde todo

depende del hacer y de la prestación, la ciencia y el

trabajo van juntos porque ambos pretenden expandir

la vida. En el primer caso se trataba de una época rela-

tivamente -estática, en el segundo de una época en alto

grado dinámica y progresiva . En un caso, de una

capa social superior, que mantiene su situación de man-

do y de propiedad, en el segundo de la pujante ascen-

sión de nuevas fuerzas y capacidades hasta entonces

latentes en la capa inferior .

La sangre, o sea la preeminencia por el nacimiento,

y el privilegio espiritual que da la consagración sacer-

dotal, fueron los principios de selección de la clase

superior en la Edad Media. Frente a ellos aparecieron,

como nuevos factores de estructuración social, el dinero

y la inteligencia. Por la nueva fuerza del dinero, y por

la nueva fuerza del intelecto emancipado, alcanzaron la

burguesía y el humanismo, como nuevos aliados, aque-

lla hegemonía antes patrimonio de la nobleza y del sa-

cerdocio. Ambos sentían su oposición al pensamiento

58

9

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sacerdotal y caballeresco transracional, contrario a la

nueva mentalidad económica e intelectual, especialmen-

te a la mentalidad caballeresca, cuyos sentimientos bási-

cos, valor y honor, son por esencia contrarios a todo

espíritu burgués de cálculo. La mentalidad eclesiástica,

más elástica por naturaleza, se vio forzada a racionali-

zarse en el Renacimiento, aunque

-

sacrificando en parte

su carácter espiritual. El dinero y el talento tenían que

juntarse frente a la tradición medieval: se encontraban

sobre un mismo terreno, ya que el espíritu de cálculo,

típicamente burgués, y la adaptación racional de me-

dios afines caracterizan tanto al comerciante como al

intelectual: las nuevas potencias eran afines por natu-

raleza y por elección. Estaban imbuidos del espíritu de

empresa, que produce actitudes semejantes independien-

temente de que se apliquen a dos campos que tienen tan

poco de común, lo económico y lo intelectual.

Según Simmel, entre el dinero y el intelectualismo

se dan ciertas analogías que podrían expresarse así:

fuerza impulsiva de un dinamismo que aspira a la ac-

tualización, unida a una insustancialidad o indiferencia

material, capaz de desencadenar energías puramente

formales , susceptibles de poner en movimiento cual-

quier contenido . Todos los caminos llevan al dinero

o a la intelectualidad, todos los fines pueden conse-

guirse por ellos, y así se convierten en los centros de

interés y en el terreno propio de aquellas capas sociales

.(y de los individuos que las componen) que se ven per-

judicadas y oprimidas, por su condición social, y excluí-

das de ciertas posiciones porque la capa social domi-

nante les niega el derecho de aspirar a ellas. Así, en la

Edad Media los judíos se dedican a operaciones mone-

tarias y algunos consiguieron llegar hasta los más altos

puestos (en Aragón, hasta a ministro de Hacienda). Si

esto fue posible en la Edad Media, en la época que se

transformaba en burguesa debían abrirse posibilidades

ilimitadas para el dinero y también para la inteligencia,

pues ya no existían las trabas que la Edad Media ponía

por la rígida separación de estados y por los múltiples

obstáculos irracionales en eI campo de lo moral. Y una

característica de la racionalidad y absoluta e imperso-

nal objetividad del dinero y del intelecto es la de no

reconocer obstáculos infranqueables: los obstáculos pro-

hib itivos son representaciones sentimentales , y el no

tener miramientos es una modalidad positiva de la con-

ducta. Todo ello caracteriza a la nueva viras del Rena-

cimiento, tal como la ha descrito Maquiavelo, o sea el

máximo aprovechamiento de todas las fuerzas potencia•

les, la eliminación de todos los elementos emotivos en

un mundo puramente intelectual y calculador. El inte-

lecto, según su concepto puro, carece en absoluto de

carácter moral (Simmel); es neutral, como el dinero,

que tiene a su disposición como instrumento plena-

mente eficaz a las más míseras maquinaciones . Am-

bos, el intelecto y el dinero, ejercen una función

niveladora, en un primer plano; crean un nivel de igual-

dad formal de todos; los contenidos de la inteligencia

no conocen esa discriminadora exclusividad que se ma-

nifiesta en otros contenidos vitales de orden práctico ,

fundados en la voluntad y en el sentimiento. Y sobre

la base de igual derecho para todos, es como las dife-

rencias individuales llegan a su pleno desarrollo y apro-

vechamiento , y con ello, puesto que por su naturaleza

la pura intele

tualidad no tiene trabas, al egoísmo

práctico .

Así, el dinero y el intelecto son los dos grandes mo-

tores y factores de la ascensión de una capa social, no

favorecida por el nacimiento, dentro de una sociedad:

que se aburguesa.

Extolle te super homines. Éste es

ya en Salutati el sentido sociológico de la aplicación

al

studium humanitatis.

Ya una generación antes había

sabido Petrarca llevar esto a la práctica, y esta capaci-

dad (cuando menos la voluntad) de encumbrarse era

común á todos los humanistas. Su extrema formulación

la hallamos_en Eneas Silvio cuando dice: La ciencia...

que... logra que el docto sobresalga sobre el indocto,

hace a aquél semejante a Dios... Encumbra a lo más

alto al nacido en lo más bajo. Cierto que, por otra

parte, los humanistas, cuando menos en sus más eleva-

dos representantes y en la teoría (aunque no en la vida),

60

1

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tuvieron conscientemente a la vista ciertos valores de

contenido concreto, pero la tendencia inmanente del

humanismo —no siempre reflejada en la conciencia

de los distintos humanistas— se caracteriza porque el

concepto central de

virtus

empieza ya a perder en Salu-

tati su contenido moral y a intelectualizarse.

Virtus

equivale ahora a

studium

intelectual, es decir a un con-

cepto tan formal como el paralelo de

virtii, como habi-

lidad de la vida práctica, en los campos de la energía y

de la astucia,

o

sea aquella dinámica de las aspiraciones

individuales. Por la coordinación de la

sapientia

con

la eloquentia,

y al colocar los dos valores en el mismo

plano, se subraya más la tendencia formalista del nue-

vo ideal educativo. Más de una vez, con ayuda de la

eloquentia,

y explotando sin escrúpulos sus dotes inte-

lectuales, trataron los humanistas de formar una opi-

nión dentro de los medios ilustrados, a veces en el

sentido del peor foliculario , como Pietro Aretino, y

aun como el más chantajista de los periodistas. Re-

presenta, el Aretino, el tipo de atracador literario

(cf. Bezold); es el hombre que sólo quiere ganar dinero

y que para lograrlo vende su pluma.

Y

sin embargo,

este cínico y atracador literario profesional, no es sino

el último refinamiento del tipo que emplea su inteli-

gencia con fines monetarios, el filósofo del dinero

que salta las últimas barreras de la moral tradicional,

de la decencia literaria y del sentimiento corporativo de

los

literati.

Pero no se trata de una mera analogía en-

tre las tendencias inmanentes del dinero y del intelecto,

sino que cada vez se hacía más evidente que esa unión

personal facilitaba la más completa y decisiva utiliza-

ción de todas lás posibilidades de poder... y en priiner

término en la política. Un jefe de partido tan superior

como Cosimo Medici, dominaba a su partido por medio

del dinero y de la inteligencia, por medio de la riqueza

y de la sagacidad. Su situación dominante en la vida

pública se fundaba en su superioridad económica e in-

telectual, en su riqueza y

virtii:

es tan conocida la ca-

pacidad intelectual de Lorenzo como su falta de escrú-

pulos en materia de dinero.

Las nuevas concepciones de libertad y de supresión

de trabas se abrían camino con la nueva conciencia de

la propia emancipación conquistada. La economía y la

ciencia se habían emancipado, y ya no se dejaban guiar

ni manejar por los poderosos con autoridad. Se sentían

los individuos mayores de edad, económica, política e

intelectualmente; del cambio de las condiciones de la

vida nació un nuevo sentimiento de la misma y una

nueva valoración. La conciencia individual sublimada

de los

novi homines, que ya no querían ser tutelados,

se sentía inclinada a negar toda clase de fuerza que les

pusiera frenos. La libre personalidad y el derecho de

disponer libremente de su propiedad, económica o inte-

lectual, constituía la única solución. La Edad Media era

tan extraña al concepto de la libre propiedad como

al de la libre personalidad. No existía más que la

vida y la función, ni existía el concepto de propiedad

intelectual . La idea de la propiedad individual, de un

escritor o de un artista, sobre su obra , aparece sólo

con la nueva afirmación de ser propio, original, un

uomo singolare

o único, y con la consciente aspiración

del escritor de que cada uno escriba en su estilo

(Petrarca) para ganar así influencia personal. Así tam-

bién, aparece ahora la idea absolutista de la propiedad

del príncipe sobre el estado y la libre propiedad del

empresario sobre los instrumentos de la producción.

Esta idea de una propiedad de libre disposición re-

cibe su impulso y justificación del

ethos

del capital

productivo, material o intelectual, es decir, la completa

movilización de los bienes tanto materiales como espi-

rituales. En la Edad Media, todo, economía y ciencia,

se mantenía dentro de sus límites, porque se trataba de

una situación relativamente inmóvil en la que tanto la

ciencia como la economía tenían que cubrir una nece-

sidad fijada y ya conocida.

Y

así, la escolástica sólo

trata de administrar científicamente un caudal de ver-

dad estable y ya dado. Pero frente a esto la economía

capitalista, y la moderna 'ciencia metódica, expresan

una aspiración hacia lo fundamentalmente ilimitado,

infinito, sin barreras, una voluntad de movimiento, de

62

3

progreso

infinitum.

toras de la técnica y del espíritu, tipo que, en una

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Ésta es la consecuencia necesaria

de la superación de la comunidad cerrada, política y

económica. La comunidad económica cerrada, con su

sistema tradicional de explotación, que administra una

clase privilegiada como su monopolio, es desplazada por

un régimen económico abierto al que corresponde una

nueva estructura de la conciencia. El mismo espíritu

que en lo económico quebranta el principio medieval que

se limita a la satisfacción directa de la necesidad y lo

sustituye por una actividad adquisitiva ilimitada, ac-

túa en lo político, donde un régimen abierto transforma

aquel sistema rígido y preestablecido, en el cual el Im-

perio y, el Papado aparecen como focos de una figura

elíptica. En el terreno especulativo se manifiesta el

mismo proceso, y el pensamiento, antes teocrático, ecle-

siástico y cohibido, se emancipa en un sentido pura-

mente individualista y humano, como pensamiento libre,

de individuos que cooperan en un proceso infinito. Ya

no se circunscribe la actividad del pensamiento a satis-

facer ciertas necesidades espirituales o educativas, sino

que es más bien ostentación de personalidades, que

actúan movidas por una fuerza interna, donde el pro-

ducir (producir conocimientos, como el artista produce

obras de arte y el capitalista bienes económicos) tiene

un valor propio, que se aprecia como obra y testimonio

de una personalidad creadora,

y

no en atención al fin

que satisface. Al intelectual moderno se le puede carac-

terizar como empresario individualista. Ya encontra-

mos en el Renacimiento base para esta comparación,

que refleja una semejanza de estilo, en expresiones muy

gráficas, como al apreciar el propio humanista su ilus-

tración, como mercancía difícil de adquirir , como' un

objeto de raro valor , que no se presenta al mercado

sin reclamo , donde los compradores lo puedan apre-

ciar , para hacerse pagar bien , por eI mejor postor,

príncipes, ciudades, universidades, como atracción de

apreciable valor (Honigsheim). La eliminación de to-

dos los estorbos y trabas aprovecha también al científico

y le abre el mercado libre. Esta nueva modalidad psí-

quica crea el tipo de empresario entre las clases direc-

época y en una cultura secularizadas, trata de conquis-

tar al mundo sirviéndose del dinero y de la inteligencia,

como nuevos factores de poder.

Por lo dicho nos damos cuenta de la conexión que,

en muchos aspectos, se da entre la clase adquisitiva y

la clase de la inteligencia. Se determina por la comu-

nidad y la coincidencia de intereses de ambas clases:

interés en la primera por las formas de representación

social , y en la segunda, interés por obtener un apoyo

material y una consideración social. Aparte de que el

dinero y la inteligencia tienen un estilo objetivo e in-

manentemente igual y una misma psicología. No obs-

tante, entre ambas clases se da una cierta antinomia,

que se refleja en la tensión existente entre ellas a pesar

de su interdependencia, y esta dualidad entre sentimien-

tos de afinidad y de tensión es la que determina todo

el complejo de las relaciones que se dan entre las

mismas.

La unión entre el trabajo y el espíritu, entre la eco-

nomía y la ciencia, como unión de dos capas que proce-

den del mismo medio social, y que se han transformado

en directores, revela que, aunque esas dos capas estén

muy distanciadas entre sí desde el punto de vista típico

ideal como campos opuestos, han realizado una alianza.

Aunque también se evidencie que cada una de ellas

sigue su propio camino en su forma de expansión bur-

guesa, divergencia que ya se manifiesta en la tensión

latente, desde su origen, y que tiende a aumentar. Los

nuevos conceptos centrales de valoración social, que se

expresan en los términos

virtus y vira

( importante

en el tecnicismo sociológico), expresan ya esa tensión.

La misma palabra revela una tendencia común en el

estilo, cierta semejanza de los valores aludidos, pero su

uso en latín, lenguaje exclusivo de los doctos, vestida

con el ropaje académico, y su empleo en la lengua de

la vida práctica, revela ya la distancia que separa, en

su función directiva, al pensamiento del hombre teó-

rico del pensamiento del hombre práctico.

El individualismo, que ciertamente sólo pudo surgir

64

5

en un medio burgués, imprime su cuño especial lo mis-

la sociedad —y muy especialmente entre el espíritu

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mo a la nueva

virtus

que a la

virtü.

El pensamiento

burgués no pudo aparecer hasta que no se derrumbaran

de las alturas de su poderío las organizaciones univer-

sales del Imperio y del Papado, se vieran privadas de su

fuerza y de su vigencia real las ideologías universales,

y la misma vida social se aburguesara. Si se limita la

antigua visión lejana de la monarquía universal (en

la que un Dante creía, pero que ya en Petrarca no es

más que un producto de la imaginación, en que sólo a

medias cree) y de la sobrenaturaleza y del

corpus

mysticurn

a la visión cercana, evidentemente que lo que

se ve, de una manera directa, es el estado-ciudad, al

que se considera como el compendio del mundo; y lo que

se ve como únicas realidades, son las que se dan en el

medio urbano burgués, realidades de causas naturales

y del yo individual. Así se desvanece todo lo simbó-

lico, en el sentido de la Edad Media, y para destacar lo

real en sus contornos peculiares y precisos, a la nueva

visión ha de corresponder una nueva actitud mental,

que considera lo racional inmanente como algo particu-

lar, concreto e individual, y todo lo económico; político

e intelectual como algo autónomo, que tiene, pues, sus

leyes propias, porque la vida burguesa se ensanchaba,

de un modo desconocido en la Edad Media, al desapa-

recer las limitaciones estamentales y gremiales, am-

pliándose los horizontes en lo social y en lo espiritual

y desapareciendo las diferentes éticas de los distintos

estamentos con sus criterios relativos.

Este individualismo de la actitud mental unía al

burgués, que actuaba en la política y en la economía,

con los representantes de la nueva clase de intelectua-

les, pero, aun unidas ambas clases en lo profundo de su

sentimiento y en la órbita de sus intereses particulares,

cada una de ellas se consideraba como muy distinta de

la otra, a pesar de la correlación existente entre ambas,

y aun opuestas entre sí, como ocurre siempre entre los

distintos grupos sociales que ejercen el poder y la inte-

ligencia directora. Ambas partes mantienen viva la con-

ciencia de la irreductible antinomia entre el espíritu y

y una sociedad fundada en el dinero—, entre el pro•

ceso de cultura y el proceso de civilización , entre la

guatitas

y la

quantitas,

los valores de utilidad y los va-

lores, en cualquier modo, superiores. A pesar de todo lo

dicho sobre la equivalencia entre el sentido del dinero

y el de la inteligencia, sigue viva la tendencia del

dinero a despreciar al espíritu, como la tendencia del es-

píritu a despreciar al dinero. Las lamentaciones sobre

la beocia de la gran masa de propietarios, compuesta

de hombres a quienes sólo interesa lo material, son muy

frecuentes entre los humanistas, aunque el desprecio

que expresan del dinero, como valor económico, debe

más bien interpretarse como una ideología de que las

uvas están verdes. Del otro lado, a los sencillos comer-

ciantes debían a veces parecer ridículas las pomposas

arengas de los humanistas

18

y avivar su legítima ironía

contra esos hombres que trataban de darse tanta impor-

tancia. Pero en esto hay algo más hondo. Si el intelec-

tual ve con facilidad en los representantes de la propie-

dad un peligro para la cultura espiritual, el propietario

ve con facilidad en el intelectual un peligro para la so-

ciedad civilizada. En las clases dominantes se mani-

fiesta siempre la reacción fuerte de un fino instinto

(consciente o inconsciente) frente al poder de la crí-

tica social, y en la hostilidad social, acaso inconsciente,

inherente al puro intelecto. Y la inteligencia, que se cree

investida de una misión espiritual, y como la elite de

la clase de donde procede, quiere que esa clase la reco-

nozca como su representante espiritual, a lo que aquélla

se resiste a acceder, porque la inteligencia lleva, efecti-

vamente, una existencia peculiar y distinta, tanto en lo

social como en el sentimiento vital que a lo social co-

rresponde y, sobre todo, en lo que respecta a la concep-

ción del mundo. Y así, no puede el burgués, sin más,

reconocer a la inteligencia como su representante espi-

ritual, por muy superior que la considere o por mucho

18 Lorenzo Valla sobre el discurso de Panormita ante los

genoveses con ocasión de una embajada de Milán.

66

7

que la estime; como tampoco, a su vez, los represen-

siástica, directora del resto de la sociedad (que incluye

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tantes de la inteligencia se consideran bastante estima-

dos por la masa compacta de la burguesía, que sólo

aspira a la ganancia. Se produce un sentimiento de in-

terna rebeldía de la inteligencia burguesa, compuesta de

individuos —orgullosos de su individualidad—, contra

la masa de la burguesía, y especialmente de la burguesía

como clase mercantil, como profesión comercial. El

hombre que sólo dispone de su capital mental y de él as-

pira a vivir sólo puede existir dentro de una burguesía,

pero se siente mantenido en la inferioridad por ella, y

reacciona, resentido, frente al menosprecio, demasiado

burgués , que por la inteligencia siente esa clase po-

seedora, adquiridora de riqueza, poderosa económica y

políticamente.

La relación de los humanistas con la sociedad bur-

guesa corresponde —si pueden compararse las sueltas

relaciones de una época individualista de sociedad con

las de comunidad mantenidas firmemente por la tra-

dición religiosa y la organización eclesiástica— a la

relación del tipo de monje con la jerarquía sacerdotal

de la Edad Media. El tipo de monje está muy alta-

mente considerado por la opinión pública religiosa,

pero esto es un, tanto teórico. En realidad, los repre-

sentantes del tipo Iglesia (para hablar en la termino-

logía de Troeltsch) consideran siempre al monaquismo,

en cuanto afirma su peculiar carácter y sus rigurosas

concepciones, corno una élite , y muchas veces como

una élite inoportuna e incómoda, de la que, sin em-

bargo, no podía prescindirse. A esta polaridad responde

la razón del monaquismo como un apartamiento del

mundo , del tipo Iglesia amiga de compromisos,

del gobierno eclesiástico como centro de

vita attiva.

Contra el monaquismo, representante del espíritu. puro

(y, por tanto, de una rigorosa concepción del ascetismo),

ya reaccionaron en la. Edad Media la sangre y el sentido

vital, no sólo de la nobleza caballeresca, con sus valo-

_raciones cortesanas, sino también del alto clero noble,

Constituido por los príncipes de la iglesia. Se da una

cierta separación dentro de

la

clase espiritual y ecle

a los clérigos seculares), separación a la que tienden

los representantes del espíritu puro por propia natu-

raleza. Éstos desconocen todas las ataduras externas, se

desligan de toda vinculación de nacimiento y de fami-

lia, y en general de todos los vínculos mundanos (in-

cluso los eclesiásticos mundanos), para reconocer sólo

un principio espiritual: el servicio de lo imperecede«

ro y eterno . Con todas las reservas con que la palabra

vinculación puede emplearse en una época individualista

y aplicarse a una clase de hombres como los humanis-

tas, puede verse en esos nuevos representantes de una

vita speculativa

(que Salutati terminológicamente dis-

tingue de la antigua

vita contemplativa

monacal) un

grupo de hombres que, en muchos aspectos de su actuar

social, se parecen a los monjes de la Edad Media. Tam-

bién los representantes de la inteligencia secularizada,

correspondiente a la estructura social burguesa, se sepa-

ran —tomando una posición no burguesa típica sino

incluso antiburguesa— de la muchedumbre profana ,

demasiado mundana, orientada demasiado materialmen-

te, al modo como el monje vivía la vida retirada del

claustro, y esta separación desempeña —desde Petrar-

ca— un papel importante como ideal de la vida huma-

nista. La

vita solitaria, procul negotiis, y

el que los

humanistas comprendieron bajo

virtus

al

studium

en

vivir solitario , demuestra a las claras lo lejos que está

esta actitud de la eficacia burguesa, que practica el

representante de la capa socialmente ligada a la

vita

attiva.

Aquí se entrevé la relativa irracionalidad carac-

terística de la posición y del actuar de los humanistas

--que vuelve a equipararlos al monje— frente a la ra-

cionalidad y la posición económica que caracterizan al

burgués, apropiador de riquezas.

Pero los humanistas, que pertenecen a medias al an-

tiguo orden contemplativo —del tipo monje, cuya obra

continúan al dedicarse a la cultura secular, que el

monje administra sólo de modo secundario, sin darle

una importancia decisiva—, pertenecen también a me-

dias,

naens volens,

a la bu

guesía. Sólo a 'medias, y

68

9

no por completo y realmente. Así, es natural que fue-

La dependencia económica obliga al humanista, que

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los otros dos elementos que, sufriendo de esta situa-

ción, trataran de reaccionar contra ella por el resenti-

miento. En el resentimiento humanista contra la esco-

lástica se contiene una cierta dosis de la conciencia

emancipadora que alienta la autonomía de la nueva

ciencia laica, y su emancipación de la corporación me-

dieval, dominada por el clero y que asumía todo el

saber espiritual y temporal. El intelectual, en colisión

con todas las otras clases, aunque con ellas mantuviera

relaciones múltiples y de ellas recibiera sus elementos,

era una capa intermedia , una clase entre las clases,

y a esto se debe la falta de carácter, de convicciones,

que distingue a los literati.

Claro que también, en cierto

sentido, podrá considerarse al grupo capitalista, a la

haute bourgeoisie,

como una capa intermedia, pues

acusa la misma dualidad condicionada por su origen

democrático y por su afán de distanciamiento, que es

ya el prenuncio del aristocratismo y de la modalidad

cortesana de después. Mas aunque pueda encontrarse

entre los humanistas un proceso paralelo, existe entre

ambos una diferencia fundamental, pues mientras el em-

presario económico se crea una firme base material que

le da una posición fuerte y precisa, al humanista le

falta por completo dicha base. Esto es lo que determina

el carácter de la capa intelectual como algo flotante ,

independiente y despegado. Y si el estrato capitalista

carece de convicciones, pues que emplea la idea demo-

crática como ideología nueva, pero provechosa, podía

darse este lujo ya que la base de su existencia era econó-

mica. Mejor posición que la de la inteligencia, que tie-

ne a la idea por única base y que si procediera lo

mismo convertiría su posición en problemática. Esta

problemática de la existencia media de los humanistas

puede ilustrarse con una variada serie• de manifesta-

ciones. Léase para ello en Georg Voigt, el historiador

del humanismo italiano, la descripción de Petrarca, que

cuando menos tiene a su favor el privilegio personal

del genio.

desde luego siente una instintiva antipatía hacia el

vulgo, a buscar un acercamiento del lado de las clases

acomodadas. Y cuando no lo encontraba en la burgue-

sía capitalista, lo buscaba en los restos de la antigua

aristocracia (como ya Petrarca con los Colonna de

Roma), o bien (como el mismo Petrarca) en las nuevas

cortes de los tiranos y príncipes . Cuando éstos,

como los Médicis, procedían de la burguesía enrique-

cida, ya el círculo estaba completo.

70

1

esencialmente acorde con su manera específica, como

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II. LA

CURVA DEL PROCESO

E L

IMPULSO

de la dinámica burgués-individualista, que

promovió la nueva época, puso en marcha un proce-

so sociológico-cultural cuya línea describe una curva

que, empezando por una rápida subida, inicia, al llegar

a su cúspide, un lento descenso.

a)

El riesgo y el espíritu de empresa

Una nueva capa social no puede elevarse y crear una

nueva cultura sin un espíritu de empresa, sin una pola-

ridad interna que desate las energías, sin una voluntad

de aventura

y

una disposición a asumir el correspon-

diente riesgo. Esta actitud era para el caballero un fin

en sí, que involucraba todo el sentido de la vida. El alto

valor de una vida constantemente rodeada de peligros,

que sólo piensa en la pugna y en la muerte —ideal ya

expresado poéticamente por Bertran de Born y también

por Molinet—, era para él la suma de su honor estamen-

tal, un valor en sí, el supremo y último, mientras que

el burgués, tal como lo ve el caballero, sólo piensa en

ganar dinero y en una vida

en paisible asseurance,

pues

por muy rico que sea

de soy... n est gaires capable de

hautes attributions.

Por eso el noble mira al burgués

—ya en la Borgoña del otoño medieval del siglo xv-

con desprecio:

pour cause que celuy estar... est au degré

servile

(Molinet). Esto es el burgués —aun el acomo-

dado— dentro de una sociedad todavía fuertemente ar-

ticulada como 'ordenación estamental, que sólo puede

pensar en las correspondientes categorías de superiori-

dad y subordinación, como ordenaciones absolutas esta-

blecidas por Dios y de una vez para siempre. La

oposición de armas y dinero, aventura y seguridad, gue-

rra y paz, se nos muestra aquí, típicamente medieval,

ligada a un determinado estamento, enlazada al mismo,

oposición inmóvil y estática; pues un estamento ha

nacido para una vida segura y, por consiguiente, sin

honor, mientras que el otro tiene por lema: Sólo a

través de los peligros tiene nuestra vida un valor (como

dice el Otto der Schütz de Gottfried Kinkel). La total

oposición, hasta llegar al resentimiento, de ambos esta-

mentos se manifiesta en esa forma. La separación pre-

cisa entre ambos es el supuesto necesario, que tenía

que manifestarse conceptualmente porque ya existía en

la realidad social. Cada uno de los estamentos aparecía

fuertemente separado de los otros con su

ethos

especial

y con su ética propia, arraigada en su peculiar sentido

de la vida.

En

Italia la situación era ya distinta en la Edad Me.

dia. En primer término, por la muy distinta situación

de las ciudades, importantes, fuertes e independientes, y

también por la especial significación de las ciudades

marítimas. A medida que la nobleza se fue haciendo

citadina, fue mezclándose con la alta burguesía, espe-

cialmente a partir del Renacimiento. La ideología de-

mocrática allanó formalmente las barreras entre las

clases, pero, con un sentido sociológico realista, esto

quiere decir que desaparecieron las barreras entre la

alta burguesía y la aristocracia?

Y

así como los esta-

mentos se mezclaron, también se mezclaron sus men-

talidades específicas: el aventurar guerrero-aristocrático

y el arriesgar comercial-burgués, y de la unión del

espíritu aventurero de libre botín y del espíritu comer-

cial especulador, nace aquel espíritu de empresa —pri-

mordialmente en el comercio marítimo— que reflejan

1 Así se pierde, cuando menos por parte de la nobleza,

el resentimiento estamental. De lo contrario no podría pen-

sarse en un

Paradiso degli Alberti

(fines del siglo ny). Que

este resentimiento siguió existiendo vivo del lado burgués

nos muestra la dureza en que se nos aparece, incluso en un

noble que perdió su rango, como es L. B. Alberti

(Della Fa-

miglia),

aún en el siglo

XV. O,

precisamente el hecho d e haber

pertenecido a la nobleza ¿no sería la causa de ese resenti-

miento exacerbado?

72

3

juntos el elemento auerrero y el comercial. Así tene-

florentinos en Levante con respecto al de los venecia-

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mos desde muy pronto aquellas expediciones en busca

de botín, pero organizadas de un modo racional y ca-

pitalista, que hicieron famosas a las ciudades marítimas

italianas (Amalfi, Pisa, Génova, Venecia). Se trataba

de empresas guerreras, animadas por un espíritu bélico

primario, pero lo que en la Edad Media aparece en las

formas desorganizadas del puro afán de botín (como

en las correrías de los normandos, las guerras del Cid

o las Cruzadas) a tono con el sentido de la vida feudal

de los bárbaros germanos, se muestra ahora en for-

ma metódica, ordenada según los puntos de vista de la

ratio

económica. asta es la época heroica del capita-

lismo primitivo (Max Weber), y los que figuraban a la

cabeza de dichas empresas parecían pertenecer con

frecuencia a la nobleza, a la que aquí se le ofrecía una

compensación... (Sombart). Estos elementos heroi-

cos del capitalismo expresan a su vez la secularización

del romanticismo religioso y de poder, que se transforma

en romanticismo de la técnica y de la utilidad (Scheler).

La piratería fue su primera manifestación. Entre los

fenómenos de transición, que llevan de las antiguas for-

mas del audaz y rudo espíritu de empresa a las nuevas,

propiamente capitalistas , cuenta Scheler a los

condot-

ieri,

aquellas naturalezas de caudillos de bandas, en las

que el tipo compuesto de guerrero y de traficante se

expresa en tal forma que el punto de vista de la ganan-

cia y el de la fama tienen igual realce. En el campo

propiamente económico el curso de la evolución hace

que el espíritu del traficante burgués dé cada vez más

el tono, mientras que el rudo espíritu señorial desapa-

rece gradualmente. Es decir, que se trata de alcanzar

el mismo fin sin emplear medios violentos, por tratos

pacíficos, por contratos, por los recursos del entendi-

miento y del cálculo y las virtudes burguesas de buena

administración. este es —en oposición al espíritu del

comercio marítimo— el espíritu que anima al comercio

de tierra como, ante todo, se desarrolló en Florencia.

Cuando menos a partir del siglo mi —observa Som-

bart— se destaca en este sentido el proceder de los

74

nos, genoveses y también de los pisanos. Pero la misma

ciudad, mientras le dio tono la nobleza germánica, es

decir, hasta el siglo xiii, ofrece el aspecto de una ciudad

marcial. Luego se realiza el proceso de adaptación de la

nobleza a la burguesía adueñada del poder político.

Pero, en tanto que Florencia se convierte no sólo en la

ciudad del tráfico de mercancías (esencialmente del

comercio de lanas) sino también en centro del tráfico

bancario, el espíritu de riesgo encuentra en este mundo

de banqueros su lugar privilegiado. También en ella se

sabía distinguir entre el comerciante que por la fuerza

de la propia

virth

había llegado al éxito y los

cani del

d a n a i o ,

a los que se miraba con desprecio. Esto era tí-

picamente espíritu de empresa , es decir, acción metó-

dica de una voluntad organizadora que dispone en vista

de un efecto útil a conseguir, libre de todas las espon-

taneidades pasionales, pero que une la audacia y el

gusto de la aventura con la elasticidad y la energía.

Este nuevo

ethos

económico de riesgo del empresario

tenía que repercutir en la enseñanza moral de la iglesia,'-

al quebrantar su rígido dogma del

iustum pretium

fijo,

es decir, correspondiente a una concepción estática dela justicia económica, a favor de una prima al riesgo, es

decir, de una ganancia por un riesgo de correspondiente

pérdida, que ahora es declarado como perfectamente

moral. El capital —así se reconoce por un teólogo moral

como Bernardino de Siena— tiene, como tal, no el ca-

rácter del dinero... sino por encima de él... una virtud

creadora

(quandam seminalem rationem).

También las

partes de la opinión pública orientadas por la Iglesia

legitimaron el espíritu de empresa, ese nuevo espíritu

económico que cambió el mundo estable y seguro de la

Edad Media con la libre concurrencia. Ésta se mani-

festó en Italia no sólo en el terreno económico, sino

también en el político, y de un modo necesario, pues la

decadencia del Imperio universal desató el libre juego

de las fuerzas políticas, y la nueva dinámica dependía

2

Cf.

en lo que

sigue,

p.

123.

75

precisamente de la falta de garantías de la vida poli-

Está imbuido de la conciencia de pertenecer a una de

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tica de entonces, que estribaba toda ella en una perso-

nalidad que asumía todo el riesgo

(condottiero,

tirano,

príncipe nuevo ) y en su

virtiz,

fundada en su

ratio y

en su energía; no estando el empresario bélico o polí-

tico asistido por ningún título de legitimidad objetiva,

arrostraba el peligro de la empresa de un usurpador

que, sin embargo, como organizador en grande escala,

tenía que saber vencer. Audacia y falta de miramientos

eran las cualidades indispensables, y sólo así, con activi-

dad y espíritu de mando, podía crearse algo nuevo.

b)

La cultura de las nuevas clases gobernantes; el

nuevo estatismo y el conservadurismo burgués

Sin peligro no se hace nada grande : estas palabras

de Palmieri expresan el sentido de su tiempo. Eran

aquellos días de la energía joven, de audaz aventura,

fresca y nunca timorata, la época de la creación posi-

tiva, de la curva en progresión ascendente, del goce en

la actividad social y en la adquisición de las riquezas.

Todavía, entre las reglas de Alberti para el bienestar de

una familia, figura la de aumentar y acrecer el patri-

monio de una manera ilimitada, y considera como la

actividad más productiva los

gran traffichi,

bien sea

el comercio al por mayor o la industria textil. Pero, ya

en la misma época, encuentra Pandolfini que el comer-

cio al por mayor es muy inseguro, comparado con la

industria textil. La experiencia de las

varietas forturzae,

y de que no siempre puede vencer la

viras

a la fortu-

na, llevó a primer plano la necesidad de conservar el

patrimonio. Así Morelli, aunque admite que la adquisi-

ción de las riquezas constituye una profesión querida por

Dios, es partidario de una ganancia prudente y limitada.

Morelli es, sin embargo, un verdadero comerciante, que

considera su profesión como el supuesto indispensable

para realizar un buen matrimonio y, como piensa eco-

nómicamente, prefiere ganar poco que no arriesgar mu-

cho, por miedo a perderlo todo, y quiere caminar seguro.

las familias de más antiguo arraigadas, y guarda la dis-

tancia social que le corresponde frente a los

carvi del

danaio.

El cuidado por conservar lo ganado lleva al

gran burgués propiamente al ideal pequeño burgués de

la prudencia económica. Este motivo aparece en cier-

tos matices de Alberti: la línea media burguesa con-

siste más bien en la seguridad de una vida tranquila y

feliz. La conciencia de la inseguridad del éxito cons-

tante atribuye al éxito sólo un valor relativo, precisa-

mente por esta inseguridad. El tipo liberal burgués

empieza a hacerse conservador.

Un primer argumento de Pandolfini contra el co-

mercio al por mayor era la inseguridad mayor de éste

con respecto a la industria textil, y el segundo aducidoa favor de ésta, era que el comercio cansaba más y así

prefería la industria textil, per

mio riposo.

Esto es ca-

racterístico de la absoluta oposición hacia aquella época

en la que el gobierno florentino, para reanimar la na-

vegación del estado y el negocio de los armadores, lo

motivaba alegando que los jóvenes sin profesión po-

dían dedicarle sus actividades' .

3

Todo florentino, por

mucho prestigio que tuviera, tenía el derecho de exigir

que cada uno de sus hijos se dedicara a una industria

regular. Los padres ponían esa condición para tomar

posesión de la herencia. Se daba también el caso de

que el testador rogase al estado de imponer una fuerte

multa al hijo que faltara a esa obligación. Y es muy

revelador que hubiera necesidad de recurrir a tales

medios.

En la alta burguesía florentina se observan ya desde

un principio tendencias conservadoras: desde muy pron-

to empezó aquélla a invertir capitales en fundos agríco-

las, que daban un rendimiento modesto, pero seguro.

Y dando un paso más, nos encontramos

.

que Alberti

trata de demostrar las ventajas de la propiedad inmue-

ble sobre la mueble. El burgués empieza a sentirse ya

saturado y busca seguras inversiones para su dinero.

g Citado por Doren, t, 417.

76

7

  El burgués se adormece en la medida en que se hace

namiento de la intervención en la vida política. El con-

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más rico y se acostumbra a gozar de su riqueza en forma

de renta, para entregarse al lujo (Sombart). En vez de

invertir su dinero en empresas capitalistas piensa el

burgués que es más cómodo vivir conforme a una renta;

transformación ésta que ya se realiza en Florencia hacia

el final del siglo xv. El espíritu capitalista se derrumba

y se vulgariza convirtiéndose en espíritu de rentista sa•

tisfecho. Esto es lo que sustituye al espíritu de em-

presa , como el goce del lujo sustituye. a la vieja vida

económica . Se ha llegado a la cúspide de la curva y

pronto aparecerá la línea descendente, que conduce al

último estadio, o sea a la propia renuncia de la bur-

guesía, al buscar ésta contacto con los círculos corte-

sanos e imitar las formas señoriales de vida. Para citar

sólo el ejemplo más notable bastará el de la familia de

los Médicis, observando la pérdida de la aptitud para los

negocios que se manifiesta en ella de generación en ge-

neración. El estilo de vida de Cósimo revela la austeri-

dad y sencillez personal de una generación ascendente.

Lorenzo vive entregado al lujo diario; Cósimo desempe-

ña una enérgica actividad bancaria, Lorenzo descuida '

el negocio hasta el punto de llegar cerca de la banca-

rrota. Y, como los Médicis unen a la función directora

económica también la política, los efectos de estos

cambios en las generaciones se manifiestan también en

el aspecto político. Cósimo sigue manteniendo la posi-

ción recatada de ser el primer ciudadano de su ciudad,

Lorenzo el Magnífico vive de una manera principesca;

Cósimo sirve aún al estado y a Lorenzo le sirve el estado

para sus intereses privados; Cósimo se preocupa, en to-

dos los aspectos, de mantener la integridad de su re-

nombre como una base esencial de su influencia, Loren-

zo obra conforme a su capricho y arbitrariedad. En las

otras personas que no ocupan una posición directora te-

nía que influir de una manera aún más disolvente en el

aspecto político la evolución que acabamos de reseñar.

Se manifiesta la tendencia, en la misma medida en que

el espíritu burgués de economía tomó la primacía so-

bre el espíritu de empresa, de una dosificación y racio-

sejo de L. B. Alberti de ser económico en todos los

respectos, se refiere también a la intervención en la

vida pública y se resume en no mostrar un celo espe-

cial, pero también en no abstenerse por completo . La

distancia entre esta dietética del cómodo actuar político

y la ardiente pasión política, corno la vemos, por ejem-

plo, en Salutati, es algo que salta a primera vista. Y si

la viva participación política ya tenía que sufrir por la

costumbre de contemplar todas las cosas desde el pun-

to de vista económico, con lo cual la política quedaba

reducida a segundo término, la indiferencia creciente

con respecto a la vida activa debía afectar en mayor

grado a la vida política que a la económica. El goce

de vivir bien es uno de los factores que Burckhardt

aduce como uno de aquellos que desplazaban el amor

a la patria .

Qué peligros políticos llevaba en sí una manera de

opinar que se tenía por política realista porque calcula-

ba, se evidencia cuando en la cuestión de la leva de los

ciudadanos o el empleo de fuerzas mercenarias, se tienen

en cuenta los factores de ventaja , utilidad y segu-

ridad para decidirse por la segunda de las alterna-

tivas.4

Pero también se transforma el tipo primitivo del em-

presario político, del tirano . El tirano estaba domi-

nado completamente por la tendencia de adquisición

política. Este afán despertaba en él todas las energías

disponibles. Ahora el tirano ilegítimo se convierte en

dinasta hereditario, la pura dominación

(signoria) se

convierte en principado, y todo el interés se concentra

ahora en el mantenimiento de lo adquirido, en legiti-

mar el poder usurpado y en rodear con garantías una

existencia que hasta entonces había carecido por com-

pleto de ellas. También los

nuovi principi

trataban de

acomodarse y sacrificaban la antigua energía. Ahora

nace

lo stato,

el estado como una situación que hay

que mantener, como forma estatal, y las fuerzas que

4

Cf.

uf supra,

p. 30

78

9

antes servían a la dinámica política, se fijan ahora. La

líticas y despertar las energías políticas. Lo que el

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técnica política se aplica, con todos los medios raciona-

les y adecuados, a la construcción metódica de lo exis-

tente. Y la relación entre gobernantes y gobernados se

funda en el mayor provecho posible para ambas par-

tes (en verdad, una

societas leonina);

así nace la idea

del estado, que se cuida del bienestar, que en cierto

modo se prepara ya en aquel estado (ya legitimado) de

Federico II en el sur de Italia; precedente que podrá

seguirse al transformarse el estado en legítimo. Un es-

tado en el que nada falta de lo que para el bienestar

es necesario, merece de Patrizzi el predicado de estado

perfecto . El ideal del orden burgués se rebaja hasta

el punto de no, significar más que el mero bienestar. La

gran burguesía, si se le garantiza su hegemonía social

y económica, está, sin más, dispuesta a pactar con la

nueva monarquía absoluta y a renunciar a sus institu-

ciones repúblico-democráticas que, en definitiva, no eran

más que un velo del efectivo gobierno plutocrático. Re-

nuncia la burguesía a la lucha por su propio futuro

político, para gozar de una paz tranquila y de un pre-

sente seguro, garantizados desde arriba. Y así se en-

cuentra ya en el camino de un reaccionario retorno al

pasado.

c)

El humanismo como romanticismo y restauración

En este camino tenía el burgués que volver a encon-

trarse con los humanistas, con los que ya se había en-

contrado en el terreno democrático burgués. Pero, junto

a aquel humanismo burgués arraigado (H. Baron) exis-

tía desde un principio aquel libre humanismo literario

de los

literati,

ejemplarmente representado por Petrar-

ca y luego por Poggio, Valla, Eneas Silvio, Filelfo

e tutti

quanti.

Aquel primer humanismo estaba estrechamente

ligado con el presente de la vida burguesa práctica, a

cuya formación trataba de contribuir. Los grandes mo-

delos de la Antigüedad, que el humanismo dio a conocer,

debían servir para encender, ante todo, las fuerzas po-

humanismo caballeresco significaba en la corte del bor-

goñón Carlos el Temerario, en la cual los que

désiroit

grand gtoire... et eust bien voulu ressembler

a ces an-

ciens princes,

es decir, a los grandes héroes de la Anti-

güedad,

5

es lo que, traducido en democrático-burgués,

considera Salutati como la misión propia del humanis-

mo. Naturalmente que aquí no aparecía en el primer

plano el ideal del honor personal, ni se pensaba, en ese

mismo plano, en héroes guerreros del tipo de Alejan-

dro. Pero de todos modos, el sentido de la vida de esa

primera burguesía de empresa , no puede decirse que

fuera del todo pacífico, aunque la representación ideal

bélica se refiere menos a la fama personal que no a la

disciplina militar de un pueblo, y que, por consiguiente,

halla especialmente en la Roma (primitiva

y

media) sus

modelos históricos. La

virtus,

como específica virtud

viril, en un sentido bélico-heroico —aunque más bien

concebida en sentido democrático como abnegación pa-

triótica y espíritu de sacrificio— y la Historia de

la Antigüedad como escuela para dicha educación, es el

ethos

de este humanismo primero de la generación de

Salutati. Ideológicamente se orienta en la severa ética

de los estoicos romanos, estilizada en sentido rigorista

por Cicerón y Séneca. La pasión noble aparece ya limi-

tada por una cierta estrechez del horizonte. Ya la gene-

ración siguiente presenta frente a la anterior el cambio

característico hacia un

ethos

humano, de amplitud uni-

versal, que caracteriza al aristotelismo de Bruni. Pero

siempre sigue prevaleciendo el afecto de la

vita activa

et politica.

Sólo luego aparece la sociedad despla-

zando a la comunidad , el esteticismo ocupando el lu-

gar del activismo, el ideal de la belleza y del refina-

miento personal en el lugar del servicio de la vida

pública: el tipo de burgués humanista se ve desplazado

5Cf. O. Cartellieri,

Am Hofe der Herzage von Burgund.

(Y sobre ello Huizinga,

Herbst des Mittelatters,

El otoño de

la Edad Media ; hay traducción española de la Rey. de Oc-

cidente.)

8 0

1

por el tipo de los

litcrati

humanistas, evolución cuyo

preludio se anuncia en Petrarca. Y ahora el humanismo

su mundo nostálgico. Por esa serie de motivaciones,

confiesa Petrarca, refiriéndose a si mismo, refugiarse

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significa una cierta afinación interna del alma, para

la cual presta su nombre sagrado Platón, el artista filó-

sofo, que se convierte en objeto de un culto sentimental

y entusiasta. A una semejante actitud romántica,6 que

expresa, a su manera, una actitud típica liberal (Carl

.

Schmitt), corresponde un ilusionismo y ocasionalismo

político, que ya aparece típicamente formado en Petrar-

ca, para citar a éste de nuevo, que es republicano y

demócrata sólo bajo la enseña de su ideal romana ,

y que puede entusiasmarse por un fantástico como Rien-

zi, en un momento fugaz y ocasionalmente emotivo, y

también por la idea, muerta ya hacía tiempo, de la mo-

narquía universal (cuando la campaña de Carlos IV eri

Italia hace aparecer esa idea en el campo de la capaci-

dad reactiva del poeta), porque su alejamiento de la

realidad no le permitía nunca captar el núcleo sobrio

de las cosas. Su aislamiento personal se lo veda, y desde

ese aislamiento, que él mismo se ha creado, todo lo que

no planea en la esfera de sus ideales, puramente espi-

rituales , es decir, creados por él mismo, sino que se

asienta en el firme suelo de la dura realidad, se le apa•

rece como algo vulgar y banal y demasiado burgués .

Pues el hombre genial, o que se cree genio, tiene que

destacarse en todos los aspectos del hombre medio vul-

gar. Ha de realizar su libre personalidad , frente a

todas las vinculaciones burguesas —tanto en la vida

profesional, como en la de familia o la política— ha de

afirmar su libertad individual y no ligarse ni pronun-

ciarse , ni entregarse, sino reservarse siempre todas las

posibilidades, y mantener siempre, asocial y antisocial-

mente, una postura estética. El humanista romántico

se retrae de la luz demasiado clara y cruda para él de

una civilización racional a la semioscuridad de un mun-

do de ensueño, irreal, es decir, al mundo literario (lo

más retrospectivo posible), en el cual puede construir

Cf. el artículo del autor Petrarca und die Romantik

caer Renaissance en la

Hist. Zeitschr.

t. 138.

en el pasado ideal , en la Antigüedad, adonde la

masa no puede seguirle. De este modo se gana la dis-

tancia que se desea frente a la masa de los hombres, del

presente, no a modo de los intelectuales revolucionarios,

que construyen un futuro ideal utópico , sino como

intelectuales reaccionarios, que buscan su salud en la

huida hacia la Antigüedad, como un

laudator temporis

acti,

apartándose de la realidad y de la vida. Esa incli•

nación a lo retrospectivo es la torre apetecida del

humanismo? Ya en el terreno puramente académico

manifiesta sus intenciones reaccionarias en el anacro-

nismo de la restauración del latín clásico

con lo cual

convertía el latín, que seguía siendo una lengua viva,

en lengua muerta, y en el idéntico, por lo anacrónico,

aislamiento de lo antiguo , como un valor cultural me-

ramente teórico, con lo cual le privaba de los últimos

vínculos que todavía lo ligaban al organismo vivo de la

cultura, que así cohibía. Sólo en ese aislamiento —a di-

ferencia de su injerto en la cultura medieval como en

la del presente— podía lo antiguo servir a los deseos

del humanista: es decir, como símbolo y

Palladium

de

su sustantividad frente a las dos épocas: frente a la an-

tigua clase clerical del saber (que sólo podía concebir

lo antiguo ordenado dentro de un sistema, y no a modo

soberano) y frente

-

a la nueva clase burguesa y propie-

taria, de cuya simple civilización realista y racionalista

teñía que distanciarse, afirmando un cierto idealismo

cultural romántico, que representaba un irracionalis-

mo ( superior ) de ideales puramente espirituales sin

posible aplicación práctica.

Esto se presenta al parecer como algo desinteresado

pero, desde el punto de vista sociológico, es sólo expre-

sión de un interés, a saber, el de la clase social de los

intelectuales para afirmar ,su posición independiente

Ya Bruni, un contemporáneo, cree conveniente defen-

der a los humanistas del reproche que se les hacia de

antigua

nimium consectari

(ed. Baron, p. 122).

82

3

frente a la burguesía propietaria, un interés de la clase

de una comunidad, creada por una fe religiosa que era

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que reacciona espontáneamente contra una civiliza-

ción ,que no tiene sentido para la cultura por sí misma,

pues sus. afanes culturales son siempre limitados e indi-

rectos. Y tanto más obligada se siente la clase intelec-

tual a afirmar su '

autarquía , su actitud puramente

espiritual , aunque esto le lleve al aislamiento y a la

exclusión; pero esa misma existencia insular está de

acuerdo con su naturaleza y en ella se siente salvada .

Salvada de las tormentas de la realidad en una isla de

bienaventurados, en el descanso de un idilio bucólico,

donde impera la nobleza de lo clásico y adonde no pue-

de llegar ningún hálito de la vida real

8

Ya en Petrarca,

su desafección por la lucha lo lleva a refugiarse en el

bello mundo de la imaginación y en el silencio de su

gabinete de estudio adonde no llega la inquietud de la

época y en el que puede vivir el mundo de fantasía de

su clasicismo. La noble ociosidad que ahonda en este

mundo ideal se le aparece como el camino propio para

llegar a aquella

tranquillitas animi,

aquella serenidad

del alma que era el fin de la vida, en la cansada filoso-

fía de Séneca, de las postrimerías de la Antigüedad.

Representa el deseo del hombre que, en su ansia de in-

dependencia, se ha apartado del resto del mundo, apo-

yándose en la base, no bastante firme, del puro espíritu

y que, en su aislamiento, ya no es capaz de entrar en

contacto con el mundo exterior, y llega así, como a su

ultima ratio,

al ideal de la pura introversión.

Se ha hablado del anacronismo humanista para

diferenciarlo de fenómenos similares anteriores. Tam-

bién en este caso, la esencia del fenómeno es de índole

sociológica. En la Edad Media el apartamiento del

mundo ejercía una determinada función dentro del todo

8

Contra esta clase de humanismo tenía naturalmente

que producirse del otro lado, del realista , una fuerte opo-

sición, especialmente al tratarse de un ideal educativo y un

programa de educación, derivado de un ambiente exclusiva-

mente intelectual, extraño al sentido de la realidad; es decir,

en

un intento de ejercer la influencia espiritual más ex-

tensa en el sentido de aquellos ideales.

84

una realidad viva, comunidad concebida orgánicamente,

como

corpus mysticum,

dentro de la cual la organi7a.

 

ción eclesiástica tenía asignados un lugar determinado

y una función concreta para el bien del

ordo

social. Los

hombres contemplativos de la Edad Media constituían

una clase que ejercía una determinada vocación y fun-

ción dentro de un todo articulado estamentalmente.

Pero en los humanistas la función intelectual se con-

vierte en una afición, que es fundamento y justifica-

ción de una existencia consciente puramente privada.

Una vida tal dedicada a la pura ciencia laica sólo es

posible dentro de una sociedad burguesa, pero, a la vez,

el ideal de vivir para sí y para el estudio, como ya los

humanistas tempranamente lo formularon

—sibi soli

vacare,

se dice con rigor mayor todavía en Poggio-

con el predominio del individuo aislado, es ya por com-

pleto antiburgués. Los

literati

son los aventureros del

espíritu que se han desligado de todo

ordo,

incluso

del mismo orden burgués. En la ordenación medieval

también la aventura tenía asignados su lugar y su ran-

go: constituía una parte del orden caballeresco y tuvo

su manifestación maravillosa en las Cruzadas.

Pero la inteligencia no había alcanzado aún su sus-

tantividad, seguía, como

antilla theologiae,

refugiada

en la clase de los clérigos, de modo que había escritores,

pero no

literati,

porque este tipo repugna, acorde con su

naturaleza, toda aprobación y no -es capaz de someterse

a un

imprimatur.

La aventura y la inteligencia cami-

naban, aún (si prescindimos de Abelardo y otros repre-

sentantes primeros de la Ilustración ) por caminos

claramente separados. Ahora, en un mundo que se está

transformando en burgués, empieza a ser imposible la

aventura caballeresca, y nada expresa esto mejor que

el mestizaje de aventurero y de racionalista que se da

en el

condottiere.

A la vez pierde el intelecto su

stabi

litas loci

y empieza a convertirse en errante, y hasta

entre los clérigos empieza a dominar el maestro errante.

Y, al destruirse el orden universalmente válido, el in-

telecto sigue sus propios caminos, los caminos particu-

-.

8 5

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  hombre fuerte con la postura antidemocrática, que ve

ramente literal. El comerciante en grande, tal como

Leon Battista Alberti lo describe, tiene tiempo, aparte

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en la forma republicana tan sólo el predominio de la

mediocridad donde la masa obtiene favor, terreno, en

suma, abonado para que en él se desarrolle el partidis-

mo y las facciones, de lo que ya muy vivamente se

lamenta Boccaccio. Y si la Antigüedad ofrecía el mito

de los hombres que hacen la historia , el humanista,

como literato apolítico, fácilmente propendía a recono-

cer esa categoría al primer tirano que le impresionara

un poco. Así, la tendencia romántica antiburguesa del

esteta, coincide con sus intereses, muy burgueses, de

tranquilidad y orden, como garantía de su ocio privado.

En los círculos influidos por el humanismo se da tam-

bién un romanticismo republicano del tipo Bruto-Casio,

pero cabe preguntar si esto no es más que un adorno

ideológico al servicio de ambiciones personales. En todo

caso la línea política del humanismo corre desde el

apasionado

pathos

de libertad de Boccaccio y Salutati,

hasta la apología de la

obedientia,

frente a la autoridad

política constituida, de Pontano.

El ideal de vida del humanismo se ha alejado mu-

cho de su punto de partida burgués, pero también las

clases económicamente activas se han desviado de su

posición original. Y ahora vuelven de nuevo a encon-

trarse la intelectualidad y los hombres de negocios, pero

en distinto plano: en el de un ideal de tranquilidad y

orden, de seguridad del ocio y del goce, propio de una

cultura de consumidores en oposición a una civilización

que se funda en la tendencia adquisitiva?'

El capitalismo primitivo, es cierto, no conocía aún la

monomanía económica: por encima de todos los puntos

de vista puramente objetivos , afirmaba el

horno men-

sura, y unía

todavía a su racionalismo una buena dosis

de humanidad. De humanidad en un sentido verdade-

Alli se ad bella accingunt, tu otium nom relinquas, si

modo utilius est... Illi se mari committunt, tu e litore secuns

oculi.s

irrideas fluctu.s seu potius fluctrmtes. Hi propter lucra

dies noctibus fatigando jurzgunt, tu fruere quietus porto

Valla).

del negocio, y también sentido para la diversión, para

el deporte y para gozar de la vida; no lo reducía todo

a lo económico, sino que tiene gran variedad de aficio-

nes y un interés universal que Burckhardt ve, como en

nadie, representado en Alberti. En el libro de Alberti

sobre la familia vemos cómo el ideal humanista pene-

tra en la mentalidad mercantil, el ideal del hombre libre

que se enfrenta con el mundo exterior, y que utiliza los

bienes de una manera inteligente y a conciencia, sin ser

dominado por ellos. La adquisición de riquezas es sólo

un medio y ya no para mandar realmente, sino sólo

p e r

non servire.

La doble negación, la negación del negativo

servire,

expresa la estática del ideal de vida a que nos

referimos, la reducción del nivel de una capa social im-

perante, de capa directora consciente, a una clase de

burguesía media que se ha encumbrado y que ya está

contenta de no sentirse incómoda. En este plano pue-

den encontrarse, ya transformadas, la clase plutocrática

y la intelectual . Antes se encontraron en la común

conciencia de ser ambas factores en la adquisición del

poder, como capital monetario y como capital espiri-

tual, ahora en el común propósito de lograr una inver-

sión segura . Y así, humanistas como Vegio y yergo-

rio, escritores pedagógicos, pueden afirmar la superiori-

dad die_ la riqueza intelectual porque no puede ser

perdida tan fácilmente. Semejante ideología les llegó

a los humanistas de modo muy natural: les estaba ve-

dada la adquisición de grandes riquezas y dicha ideolo-

gía representa una compensación para salvar su complejo

de inferioridad económica. Ahora bien; pocos son lla-

mados a

la vita speeulativa humanista,

como pocos lo

fueron en la Edad Media a la

vita monastica;

es decir,

pocos son los llamados a la más alta profesión laica,

como pocos lo fueron a la más alta eclesiástica en los

tiempos pasados. La adquisición de la riqueza conserva

su valor —en tanto que procura los medios, no sólo

para una vida en

kHz/a

y

liberta,

sino también para la

posibilidad económica de ayuda para aquellas grandes

88

9

obras de la literatura y del arte que dan belleza a la

vida. El nuevo concepto humanista del lujo, refinado

como placer en gastar en nobles pasiones, se manifiesta

agitada época en que algo nuevo trataba de salir a la luz

sirviéndose de todas las fuerzas productivas en tensión.

Ahora, el burgués industrioso está ya saturado y el

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ahora con un nuevo sentido. Ese lujo es burgués, por

ser antiseñorial: si cl lujo significa caballos de carre-

ras , se indigna Alberti, porque esto hiere su sentido

económico . Las pasiones nobles, en el nuevo sentidourbano, son ahora los libros, los edificios arquitectóni-

cos, en general todo lo bello. Lujo noble, en el sentido

del humanismo, es el lujo intelectual y estético. Y este

lujo es sentido por una burguesía saturada, que se ha

hecho conservadora, y que, por tanto, se limita a sí mis-

ma en contraposición tanto al hombre que se sumerje

en su industria práctica, y es demasiado económico ,

y que vuelve a invertir todo en su empresa, verdadero

p a r ven u ,

como a aquella inclinación a la ostentación, y a

dilapidar sin medida, que ya Dante condena en la

gente

nuova

florentina, como

orgoglio e dismisura y

como sé-

quito de los

subiti guadagni

12

de una clase demasiado

rápidamente encumbrada por la

fortuna.

El ideal de vida

de un Alberti trata, frente a esta tendencia, de combi-

nar el lujo noble (en un sentido elevado y culto) con

las exigencias de mantenerlo en un buen término

medio .

El burgués, dedicado a la vida activa y, sobre todo,

a la económica, desplazó al principio hacia la perife-

ria a los representantes de una educación puramente

intelectual . Pero luego, al apartarse la burguesía de

su propio modo de ser, o de su grande ímpetu primero,

el efecto había de partir de la periferia hacia el centro,

efecto de la inteligencia sobre la economía, porque aquel

proceso, debido a causas puramente sociales, sólo podía

ser sostenido y reforzado por la influencia cultural y es-

piritual de la clase ilustrada. Los literatos ayudan a la

burguesía a que sea cada vez más infiel a su sentido

original. El ideal de las das clases es la

villa

donde am-

bos vuelven ahora a encontrarse.

El primer encuentro lo tuvieron en la ciudad, en la

12

Inf. xvi, 73

ss.

humanista se ha convertido en literato y ambos vuelven

a encontrarse

procul negotiis,

lejos del pulso de la vida,

apartados del mundo activo, mundo de los negocios y de

los asuntos políticos, en la tranquilidad del ocio cam-

pestre en la

villa, que se convierte en símbolo de la

nueva inclinación de su alma. El sentido de la vida, es

decir, lo que a ésta le da sentido, es el ocio y ya no el

trabajo. El burgués industrioso necesita la ciudad para

hacer en ella sus negocios; el humanista no necesita la

ciudad más que para el servicio de su fama literaria.

Ambos obtienen de ella sus ingresos. También el capi-

talista, en su irreprimible deseo de mudar prefiere el

campo, que se le aparece como la

laetior vitae conditio.

Y si el trabajo de los humanistas necesita para su

fomento la tranquilidad y el silencio del campo, tam-

bién significa el refugio campestre un distanciamiento

de la vida. Significa que la ilustración se ha hecho eso-

térica, convirtiéndose, de una parte, en asunto exclusivo

de los doctos, y, de otra, en asunto propio de una so-

ciedad exclusiva, de la crema, de una elite cultivada

que se agrupa bajo la enseña de Platón. Y así, el des-

plazamiento del centro de gravedad de la vida propia-

mente dicha hacia la

villa,

representa el triunfo cultu-

ral del humanismo sobre el capitalista. La Villa Careggi

—donde Lorenzo de Médicis aparece en el círculo de la

Academia platónica , fundada por él— expresa ya todo

lo que sobre esto puede decirse. El sentido racional

de la alta burguesía, orientado hacia la simple realidad,

está en trance de desaparecer, para transformarse en un

espíritu humanista y estético, que adoptan también las

clases económicamente activas. El viejo horror por la

ociosidad, condicionado económicamente, se sustituye

por el incoloro concepto intelectualizado del ocio , que

sirve para formar la propia personalidad en el trato con

las

arti liberali y

como la forma más noble del goce

de la vida. La personalidad se aprecia ahora como el

valor supremo; la tendencia a adquirir riquezas, como

90

1

dice Alberti, se justifica como mero medio para la con-

secución de más altos fines, entre los cuales se ordena

la dinámica del nuevo arte. Es un arte popular y demo-

crático, porque con su tendencia al realismo trata de

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aún el bien público, pero también el del cultivo de la

personalidad, en un plano puramente intelectual. En de-

finitiva se trata de un puro afán de goce, aunque fuera

muy refinado, y de retirarse de la vida activa buscando

el mundo de las bellas apariencias. La Antigüedad clá-

sica, que desde los comienzos del humanismo suminis-

tra el modelo de la educación humana , es decir, secu-

lar, desplaza su centro de gravedad del intelecto y de

una ética racional ( natural ), hacia los valores estéti-

cos, que son el compendio del mundo de lo bello.

El gran burgués, ya saturado, piensa más en la con-

servación y goce de su riqueza, que no en nuevas ad-

quisiciones, y la inteligencia humanista se encuentra con

él sobre el plano de una nueva concepción estática, la

villa

es su expresión material, y la idea del clasicismo

como modelo absoluto de todo lo bello y culto es su

expresión intelectual. La carrera triunfal del platonis-

mo se corresponde con la trayectoria que sigue la repú-

blica florentina burguesa hasta llegar al Principado de

Lorenzo. Este Médicis es el prototipo de un virtuoso

del goce, para el cual, incluso la filosofía, no era más

que un eslabón en la cadena de los finos goces de la

vida (Brondi). Su Academia platónica era, a la vez,

institución de convivencia y sociabilidad.

d)

El arte del alto Renacimiento

Sólo una sociedad cultivada y exclusivista que hallaba

gusto en Platón, podía ser tierra abonada para un arte

clásico : para un arte de la belleza perfecta, expresión

de la armonía suma.

El arte del Renacimiento naciente, corno arte del

auge ascendente de la burguesía, está lleno de natura-

lidad, de fuerza y de pujanza. Es el arte de una época

en que la amplia clase media se siente sacudida por un

impetuoso movimiento, por una voluntad de nueva or-

denación de las relaciones sociales. A esto corresponde

92

reproducir la realidad inmediata y está pletórico de mo-

vimiento, porque en él vive la aspiración hacia lo nuevo,

que caracteriza una época, cuya sociedad, tanto en lo

económico y político como en lo científico y artístico,

se apresta a luchar para adquirir el dominio. Pero la

sociedad del alto Renacimiento se siente, por el contra-

rio, tanto económica como culturalmente, en la situa-

ción de los poseedores, de los

beati possidentes. La

clase de los artistas, y el arte, al igual que la clase

representante de la actividad económica, sienten que

se ha llegado . La realidad aparece como algo vulgar,

y lo natural sólo existe aún en este arte para sublimarse

a algo más elevado , a una idea platónica (como Rafael

ha dicho expresamente de su arte). Se considera al rea-

lismo burgués como algo plebeyo, que tiene que ser

elevado a la forma culta de un alto estilo de completa

armonía. La armonía supone tranquilidad; es un ideal

estático; es siempre, de cualquier modo, trascendencia

de la realidad,

13

y su forma pura, no turbada por nin-

guna tensión,

14

es sólo posible en el mundo de la apa-

riencia bella y sólo puede ser el ideal de una sociedad

que ya ha levantado su casa y que sólo tiene que ocu

parse en amueblarla, y cuyo punto de vista orientador

es marcar la distancia que la separa de las demás capas

de la sociedad.

A esto corresponde el estilo elevado y que mueve

a

elevación, que es lo que distingue el arte del

cinque-

cenia

del sencillo estilo burgués del

quattrocento.

A p a -

rece el particular de gusto selecto y discriminador, que

se convierte en patrón del arte, y la arquitectura, como

13

Corresponde a un hombre de realidades y de acción el

rechazar este ideal; ¿Por qué he de ser armónico? (Bis-

marck).

14

También en el catolicismo tiene que enfrentarse, en su

forma franciscana o tomista, la armonía del mundo sobre-

natural a las tensiones de este mundo , producto del pecado

original.

93

la más pública y la más popular de las artes,th como un

arte todo de significación política, es desplazada en cier-

ción de una sociabilidad ennoblecida y de gusto, como

en su cultivo fino y espiritual con el salón como su

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to modo por la escultura y más que nada por la pintura.

En el Renacimiento primitivo el arte es aún asunto de

la ciudad, que es la interesada y que es quien encarga las

obras. Claro está que la situación es muy distinta que

en la Edad Media, pues tiene un rasgo particular cons-

ciente y voluntario, pero ese individualismo y la fama

que expresa es todavía el sentir de una comunidad.

Poco a poco, y correspondiendo a las transformaciones

en la sociedad, el interés artístico se reduce a las nue-

vas clases privilegiadas de los ricos y de los cultos, y el

arte va a remolque de los Mecenas privados de la capa

social superior y de los nuevos dinastas. A esto res-

ponde que el arte caiga bajo el influjo del ideal clási-

co ; el comienzo de este proceso puede referirse al

primer fracaso de Brunellesco (en el concurso para

la segunda puerta de bronce del Bautisterio de Floren-

cia) y a la peregrinación que, acto seguido, emprendió

a Roma con Donatello.

El punto de vista estético, que sólo es posible en una

capa superior, asentada y muy culta, predomina ahora

que la burguesía ya no se limita a calcular , sino que

tiene sentido de las cualidades , en especial de las cua-

lidades artísticas, y cuando la mentalidad económica

se ha desplazado tanto que cosas que, desde su punto

de vista, se hubieran considerado como superfluas, ad-

quieren un sentido bajo la etiqueta del lujo noble ,

cuando ya no se economiza el tiempo, sino que se apre-

cia más el ocio . Ahora aparecen necesidadés estéti-

cas personales, con un sentido hasta entonces descono-

cido de

l'art pour l'art.

Esta necesidad de belleza supone

un sentido de belleza, una receptividad artística, una

educación de la vista, en todo lo cual no puede menos

de pensarse en la influencia de la mujer. En la apari-

15

Sus obras son visibles a todos y las impresiones que

nos producen se extienden rápidamente por la conciencia

general , y también el trabajo arquitectónico es social...

cristaliza... como deseo y voluntad colectivas . (Dehio.)

centro, ha desempeñado la mujer del alto Renacimiento

un importante papel. Lo mismo la dama que la gran

cortesana, conocida por su buen gusto. Toda la exis-

tencia, todo el corte de la vida, adquiere un carácterartístico, todas las posibilidades de una vida urbana,

alegre y abundante, se llenan de gracia. Si hasta enton-

ces fue el lujo predominantemente de carácter público,

cada vez más adquiere el carácter de un lujo doméstico,

personal, productor de un placer estético directo. La

villa,

que se halla en relación con una cultura de la ur-

banidad, que traslada de la ciudad al campo, es el lugar

ejemplar para este lujo de la habitación; es la casa de

campo adornada con elegancia urbana. El arte se pone

al servicio de la comodidad casera, y su más revelante

ejemplo es la Farnesina. Encontrarnos también el ori-

gen del sentimiento moderno de la naturaleza, de la

belleza del paisaje. Un sentimiento no ya religioso o sim-

bólico, sino estético y personal, y sentimental más que

ingenuo y directo. Semejante sentimiento es un pro-

ducto de la diferenciación intelectual y afectiva de los

habitantes de la ciudad. Sólo en esta etapa se pudo for-mar una capacidad de goce realmente estético, porque

es ahora cuando se dan los necesarios supuestos sociales.

Sólo ahora surge el tipo del conocedor y aficiona-

do del arte, que está en íntima relación personal con

el, arte, y que por ello ha de tener un estrecho contacto

con los artistas. La individualidad del artista, como la

del cliente, aparece en una relación hasta entonces des-

conocida. Y al aplicar el conocedor el criterio de la

virtuosidad , fomenta el nacimiento de estilos artís-

ticos , es decir, de un arte desde el punto de vista del

artista. En la esfera del estudio de los artistas se ma-

nifiesta una cierta tendencia al cálculo . Éste se apli-

ca, como cálculo artístico, a una composición construida

racionalmente, desde puntos de vista simétricos, a una

compensación calculada y a un equilibrio de efectos ar-

tísticos. El artista y su público, una elite entendida

en arte, convergen en un expreso sentido de la propor-

94 5

ción. La razón, el inteligente dominio de las cosas, la

tranquila ilustración de una época comercial culta... se

se hallaba ante las puertas del invierno. Este trágico ci-

clo es la ley de toda la historia. Grecia y Roma lo

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M aquiavelo en

Asino d 'Oro.

11

Cf.

u t supra ,

p. 73.

manifiesta... también como una racionalización de los

problemas de forma (Hausenstein). Dominio sin vio-

lencia, dominio por una ordenación exacta, en esto con-

siste el proceso; es decir, una contemplación del mundo

y de las cosas desde arriba , y su dominio por los ca-

minos que la

ratio

señala. Esta actitud, que también

es propia del artista, demuestra lo íntimamente que el

artista se halla supeditado al espíritu que domina en

la sociedad de su época.

e)

La decadencia de la burguesía y el clamor

p o r l a d i c ta d u r a

El ocupar una posición superior tiene_ sus peligros, que

consisten en llegar a una meta donde se hace alto, por-

que más allá, no se puede seguir, cuando menos seguir

ascendiendo . Y el dominio de todos los medios pre-

senta el peligro concreto de agotarse en el manejo

perfecto de una técnica y hacer que se pierdan los im-

pulsos dinámicos hacia nuevos fines. En todos los te-

rrenos, tanto en la economía y en la política, como en

el arte y en la literatura, se había llegado al virtuosis-

mo , a una cierta. estática. Podía preguntarse si al

alcanzar el virtuosismo en todos los terrenos, no se ha-

bía perdido la

virtus,

para la cual es necesaria la energía

activa. Maquiavelo plantea este problema. Él, que en un

manual de su especialidad política, ofrece un compen-

dio de todos los medios políticos que se 'practicaban en

su tiempo, pone, con su violenta pregunta sobre la

úirtts,

el dedo sobre la gran falla de la política contemporá-

nea, revelando así la crisis de la época.

Maquiavelo es el hombre que va contra el espíritu de

su tiempo; es el crítico implacable de una época cuyas

debilidades percibe claramente su penetrante mirada.

Como un Oswald Speng,ler del siglo xvi, se da cuenta de

que la cultura burguesa ha pasado ya de su primavera

y de su verano, y que está dentro del otoño y que ya

96

confirman, y también la propia experiencia del Renaci-

miento; con la consecución del fin a que se tendía, con

el éxito alcanzado, aparece la molicie que da la segu-

ridad , que adormece y debilita que conduce a la de-

cadencia y al ocaso . La seguridad burguesa, éste es

el momento peligroso decisivo, que anuncia la

d é ca d er r

ce,

y Maquiavelo, un apóstata de los ideales que su

tiempo considera sagrados, escribe la filosofía de su amar-

gura. Combate el ideal del bienestar económico, y el del

goce refinado, como lo concebía una cultura artística

humanista. La burguesía ascendente ha caído con este

ideal estático en un cómodo pacifismo que se asusta del

sacrificio, que trae consigo la decadencia de la

virta,

en

aquel su sentido legítimo dinámico, en el sentido de

forza,

cuya suma expresión sigue siendo la guerra. i El

humanismo prometió elevar a los hombres sobre el ni-

vel animar, carente de razón y de cultura, para conver-

tirlos verdaderamente en hombres, y lo que hizo fue

convertirlos en

b o u s b o u r g e o i s

Mejor es que el hombre

vuelva a la simplicidad de su existencia anima1,

1 6

que

de la cultura vuelva al estado ideal de la naturaleza

primitiva, del burgués rico e ilustrado, al campesino po-

bre, pero apto para las armas. Como Tácito presentó a

los romanos de su época de decadencia el ejemplo de los

germanos, así presenta 1Vlaquiavelo a sus florentinos, a

los suizos como modelo: un pueblo de costumbres sim

ples y de vida sencilla, un pueblo en armas, una verda-

dera democracia. El demócrata nacional anuncia la

bancarrota del liberalismo burgués y constata el fracaso

político del capitalismo privado: la economía monetaria

de los comerciantes ha enterrado la capacidad militar.

El comercio terrestre, a diferencia del comercio ma-

rítimo, no es desde sus comienzos guerrero, sino tra-

ficante , puramente comercial, pacífico, que tiene en

vista sólo el comerciar y tratar.

17

El alegre sentimiento

de lucha, que animaba las comunas interiores en su pe-

riodo heroico, y era la fuente de su fuerza, procedía de

sangre germática, del burgo y de la libre comunidad

libertad política, acepta la opresión como algo evidente,

y sólo le queda un ideal privado, bien sea económico o

humanista; libertad es ahora libertad frente al estado.

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rural de origen longobardo (Fedor Schneider). Pero la

atmósfera citadina de Florencia, donde mercaderes del

dinero, como los Médicis, se elevaron a príncipes, tuvo

un marcado influjo en el aburguesamiento. La menta-

lidad, ejemplarmente urbana y burguesa de Leon Battis-

ta Alberti, niega en cada rasgo la sangre noble de sus

antepasados guerreros

18

y él mismo deriva las notables

actitudes comerciales de sus compatriotas como conse-

cuencia de haberse especializado exclusivamente en di-

cho terreno, lo que les fue posible por no tener necesidad

de educarse para la guerra, pues podían descargar el

peso de ella en las tropas mercenarias. El mando polí-

tico se obtenía ahora también por el influjo de la rique-

za en dinero, adquirida en el ejercicio de los negocios.

Qui divites sunt, boni viri in civitatibus appellantur eisque

tantum creditur,

escribe ya Petrarca (en las cartas a los

amigos); la economía, al revés de lo que sucedía en la

Edad Media, obtiene primacía sobre la política, y así

la razón alcanza el primado sobre una pasión, que

también está dispuesta para la guerra, pero la

ratio

como tal busca la paz. Así el espíritu comercial desplaza

al antiguo guerrero; la idea de la preparación militar

general se pierde. Surge entonces el tipo específico bur-

gués, con sus virtudes burguesas peculiares, y propia-

mente antibélicas. Hombres de gobierno florentinos ala-

ban la libertad desde el punto de vista de la utilidad.

El ideal político más alto se juzga desde el punto de

vista utilitario. La burguesía lo mira todo, incluso la

guerra, como un negocio, el

demos

se desarma a sí mis-

mo: realiza voluntariamente el primer acto, que hubiera

correspondido a la tiranía en lucha con la burguesía.

El civis

abdica a favor del burgués. La burguesía sin

capacidad militar, y ya no en situación de defender la

18 Sombart acepta como explicación de este caso especial

la hipótesis de un bastardeamiento de la noble sangre ,

por la madre de Leon Battista, nacido como hijo natural.

Maquiavelo aborda esa situación, y con claridad per-

cibe las conexiones y también las antinomias que se

presentan entre la política y la economía, y entre los

intereses de la colectividad y los intereses de los par-

ticulares. La política y la guerra han de tener en vista

el fomento del poder económico como un medio para

aumentar el poder político; el estado debe ser rico

para lograr un gran desarrollo de su poder político. Pero

¿es rico el estado que cuenta con una burguesía rica ?

En un tiempo, contesta Maquiavelo, la riqueza de mu-

chos florentinos fue una fuente de la fuerza política de

Florencia, y una ventaja que ofrecen las ciudades libres

y republicanas es que en ellas pueda crecer la riqueza

individual; pero Maquiavelo ve en la riqueza un peligro,

porque corrompe, de modo que su valor es muy proble-

mático, y sufren con ello la

virtit

del particular, así

como la del estado, y el poderío militar de éste y la ca-

pacidad defensiva disminuyen, al punto de no poder el

estado defender su independencia. En última instancia,

la fuerza del estado se basa en sus armas, es decir, en el

ejército popular. Ya amenazaba a Italia la dominación

extranjera. La economía y la política capitalista han

fracasado en su lucha por la afirmación del poder. En

consecuencia los ciudadanos pobres sirven mejor al zs-

tado que los ricos: es decir, que es preferible el ciuda-

dano pobre, dispuesto al servicio militar. A diferencia

del comercio, que se acoge a aquella filosofía del dine-

ro , cuyo punto de vista meramente racional y calcula-

dor sólo admite el egoísmo como lógico, mientras que

todas las otras fuerzas irracionales que se derivan del

sentimiento, como la abnegación y sacrificio , son, por

el contrario, una demostración de falta de inteligen-

cia y sólo objeto de ironía (Simmel). Con aquella

unilateralidad y especialización burguesa se sentaban

las bases para la ascensión de una cultura burguesa, pero,

por otra parte, ya está decidida con ellas el destino de

su decadencia y desaparición. Su sobrestimación de la

98

9

economía como su sobrestimación del espíritu —en

el sentido de intelecto y de gusto— produjeron un tipo

de hombre que tenía que sucumbir en la lucha política

vista del estado, es decir, políticamente. Se da cuenta

de que la nobleza ya no tiene función que desempeñar

en la sociedad transformada ni en el ejército, que tam-

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por la existencia.

Ahora que se trata de una lucha por ser o no ser,

estas almas burguesas cansadas, del tipo de Piero So-

derini — para quienes el infierno es algo demasiado

bueno, pues sólo merecen ir al

limbo dei bambini

,

no

tienen más recurso que las componendas burguesas, que

siempre resultan nocivas . Y esta política burguesa ,

con su ideal antiheroico y su debilidad pacifista, se co-

rresponde, según Maquiavelo, con la moral fomentada

por la degeneración clerical del cristianismo primitivo.

La doctrina de la Iglesia, por afirmar la existencia de un

más allá y por predicar la humanidad, contribuye a que

se enerve el amor a la libertad y a que se debiliten las

energías políticas, coincidiendo en esto con análogo efec-

to del interés mercantil. Y de este modo la moralidad

tradicional, con ribetes cristianos y eclesiásticos, cohibe

la política necesaria de fuerza para aliarse con la ideo-

logia clerical del

optimus princeps

y del

rex iustus;

que

es bueno y justo en el sentido de la Iglesia y de acuerdo

con sus intereses, lugares comunes que suenan bien , y

sólo frases agradables . Maquiavelo reacciona, con su

honradez realista y con una fuerte voluntad de des-

trucción, contra ese idealismo de color de rosa .

Y lo mismo que al clericalismo combate Maquiavelo

al feudalismo, a los

nobili

que se entregan a los nego-

cios comerciales, como una de las actividades más lu-

crativas

y

mejor vistas en la ciudad (como en Venecia

y Florencia), y ya no los considera Maquiavelo como

nobles por naturaleza. El tipo propiamente feudal es

aquel noble que vive en ociosa abundancia con el pro-

ducto de sus propiedades; es decir, sin ganarse el sus-

tento con su labor. También Maquiavelo participa del

primitivo resentimiento del burgués, del

civis

contra la

nobleza, a la que desearía expulsar o aniquilar,

19

porque

el ocio y la abundancia son nocivos, desde el punto de

19

DLsc.

z, 55. 220.

100

bién se ha transformado, en el que la caballería, el arma

de los acomodados, no es el elemento más importante,

sino la infantería.

20

Sin embargo, acorde con su mentalidad, opuesta a la

posición clerical y feudal, encuentra el común denomi-

nador de su nueva ideología humanista en el mito de

la

antica virtit;

la

virtit romana,

la imagen ideal de la

Roma antigua, aún campesina. El pensamiento estático,

contemplativo , desde Petrarca a Sadoleto, se orientaba

hacia el ideal de una existencia filosófica de rentista,

como lo concebía la Antigüedad decadente en su última

fase. Se trata de despertar a Italia de esa somnolencia

política. En tanto que Maquiavelo proyecta retrospecti-

vamente su ideal de energía dinámica

y

capacidad en

sentido político-militar, acorde con la modalidad del

pensamiento de su época, para lo cual todo lo que podía

ser ejemplo era de procedencia antigua, al hacer la crí-

tica de su época, basándose en la experiencia presente,

tropieza con una Roma de los primeros tiempos de la

república, aún incorrupta, aún no separada de lo natu-

ral y que proclama la sencillez de la vida. Esta Roma

está aún muy lejos de aquella época de la filosofía hu-

manitaria , individual y cosmopolita, y conserva todavía

el vigor de la religión pagana. En ésta ve Maquiavelo

una fuente de energía de la vida activista del estado,

mientras que ante la Iglesia y el cristianismo adopta,

en el mejor de los casos, tan sólo una actitud opor-

tunista.

De la situación presente y de la conciencia de la

décadence

de la propia época, deriva en Maquiavelo

el concepto romántico del renacer de aquella

virtit

ro-

mana, en un Tercer Reino . La dominación extranjera

es ya una amenaza real, pero falta de ánimo para la de-

fensa: hay demasiada

materia corrotta.

Pero la masa es

siempre plebe. El caudillo se impone. Son los hom-

20

Arte delta guerra,

vn, 52, 67.

101

bres quienes hacen la historia y la masa les sigue. El

dictador tiene que traer la renovación ; uno que se ele-

ve desde las capas inferiores; un elegido de la Fortu-

lugar donde se establecen nuevas preferencias para los

elementos de la nobleza y donde se desarrollan formas

de vida señoriales, a las cuales se adapta el burgués. La

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na y de Dios , que es amigo de los fuertes , para

realizar

grand iss im e cose ,

como Castruccio, el tirano de

Lucca, elevado por Maquiavelo al rango de una persona.

lidad ideal.

Libre de todas las normas morales tradicionales, sólo

con su

virtú y

sólo con la vista puesta en el éxito como

único deber, tiene que realizar ese caudillo el gran mi-

lagro de esta bancarrota política. El milagro de pelear

con las armas en la mano por la libertad y la unidad

de Italia. En este romanticismo (vencer queremos...)

coinciden de manera muy sospechosa Maquiavelo y Pe-

trarca, el poeta y el soñador político. En Maquiavelo se

da el racionalismo romántico, la creencia de que, con

los medios de la organización artificial (con

l 'ar te d i

ordinare),

todo puede implantarse

( introdurre),

que se

convierte en superstición, y propiamente en un reto a

toda política,realista. Es el postrer anhelo desesperado,

ya casi resignado, del último ciudadano libre (Bran-

di). El

s a c co d i R o m a

pone término a tales ilusiones.

Con Guicciardini acaba el sueño romántico evocador de

Roma. Ese noble florentino internamente siente y piensa

siempre como

civis,

ama la libertad, y para él el nuevo

duque de Florencia sigue siendo un tirano , pero traza

el ¡rasgo que marca el fin de la época burguesa que que-

da atrás, y se coloca en el terreno de los hechos consu-

mados .

H a

pasado por la escuela curial de la diplo-

nriacia, y se acomoda a una época transformada en

cortesana, como funcionario que es de su príncipe. PI

mismo se considera como

 

funcionario, que sirve aun

allí donde odia. El ser oportunista constituye para él un

deber. Es la última fase de realismo en su sentido uti-

litario.

f)

La trans forma c ión cor te sana de la soc iedad

La corte, acorde con su naturaleza, es el punto de cris-

talización donde la sociedad se aristocratiza, sirve de

formación de las grandes fortunas es la condición eco-

nómica para que aparezcan las cortes modernas. La for-

mación del estado absoluto es la condición política, la

decadencia de la caballería, y la urbanización de la no-

bleza, es la social. Alrededor de la corte, como centro

social, se agrupa, en Avignon primero y luego en Rama

(la Iglesia, por ser la institución más avanzada de la

Edad Media, marcha en esto, como en otras cosas, a

la cabeza) una élite , que reúne a círculos señoriales

—seglares y eclesiásticos— a la gran bur,guesía y a la in-

telectualidad —humanistas y artistas. Desde un prin-

cipio fueron las ciudades republicanas centros iniciales

para la aristocratización de la gran burguesía. En Flo-

rencia el poder del dinero representado por los

ar t i m ag-

giori,

se asocia, en su ataque a los magnates nobles del

partido gibelino, con la parte güelfa de la antigua no-

bleza. Tropezamos también con otros burgueses que tra-

tan de convertirse en príncipes. Los primeros Médicis

entre ellos —tan rápida es la adopción de aires seño-

riales y tan profunda—, que se dedican a los torneas

con una verdadera pasión, como si quisieran mostrar

a los particulares no nobles que su círculo social puede

equipararse con cualquier corte (Burckhardt). Los tor-

neos se convierten en una moda de la burguesía, pero

sentimiento muy burgués, se hacen en forma menos

peligrosa (Sombart). La mezcla de lo feudal y de lo

burgués llega hasta la caricatura. El caballero se con-

vierte en el ideal del rico: el menosprecio del trabajo

y, el afán de títulos de nobleza es lo que caracteriza la

tendencia a lo feudal.

Los humanistas, que ya desde Petrarca se considera-

ban unidos a la nueva élite , se agrupan ahora alrede-

dor del nuevo príncipe. El sentido de libertad republi-

cana, vestido con antiguas gualdrapas, y con el lema

in

Tyrannos,

se transforma pronto en romanticismo inofen-

sivo, como ya se muestra en Petrarca, o en entusiasmo

lírico, como el de los tiranicidas florentinos del si-

102

03

glo xv, y ya en Rienzi. Vemos qué poco firme era el

mismo republicanismo práctico en el caso de Salutati,

quien teóricamente toma partido por César contra Bru-

que representa al estado. La nueva magnificencia, con

su esplendor, trata de suplir las deficiencias de la posi-

ción social del nuevo poder, por lo que se refiere al

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to, exponente de la mentalidad republicana. El lite-

rato humanista se siente por completo extraño y con-

trario a la simple mentalidad material y utilitaria y a

la cicatería de la mayor parte de la burguesía, dedica-

da al lucro y, no obstante su ideología democrática e

igualitaria, muestra una cierta tendencia hacia las clases

nobles. Se siente atraído estéticamente hacia ellas, y con

la sensación instintiva de una cierta afinidad entre el

intelectual mismo y las clases nobles que —aunque en

un sentido muy distinto— afirman también ciertos valo-

res irracionales y cualitativos. En las cortes se aplican

los talentos. Necesitaban las cortes oradores instruidos,

estilistas, historiógrafos, artistas, para los fines de or-

nato, fama y representación. Los humanistas toman oca-

sionalmente —ya en Petrarca y Salutati— aires de

signori, y sus

intereses son contrarios a la burguesía

rica. Los artistas son los elementos habituales de la

sociedad cortesana. En ella encuentran sus mejores me-

cenas y, con frecuencia, disfrutan de honores extraordi-

narios, como elevación de estado, concesión de altas

dignidades, y de posiciones encumbradas.

21

La perte-

nencia a la corte determina nuevas sumisiones como es

natural, que ligan especialmente al orador, al historió-

grafo y al biógrafo. Pero siempre se dio cierto tipo de

sumisión, más clerical que política, precisamente en las

comunas. Los artistas y los humanistas servían, como

función propia, a los fines de prestigio y de representa-

ción.. Se crea un correspondiente estilo de representación

con carácter peculiar. A la finalidad de producir un

efecto externo —siempre con intención política— ser-

vía un estilo que sabía prestar los atributos de poder

y dignidad. La fama personal del príncipe se ostenta

en un marco supraindividual y a la vez convenciones,

como es el de esplendor de la dinastía, de una familia

Saitschick,

Menschen und Kunst der italienischen Re-

naissance,

pp. 185

ss.

rango, la antigüedad de la familia y la tradición. El arte

se presta muy bien a ese propósito gracias a su artificio.

Claro que en una sociedad de gusto refinado el arte

siempre se mantendrá en los límites de lo discreto, sos-

layando el escollo de la hinchazón, de lo bombástico .

Ya en la Florencia de los Médicis se muestra la finura

y la elegancia aristocrática de Botticelli que, en su pos-

terior elevación a lo patético, conserva todavía una vo-

luntad de formas nobles y guarda siempre una distin-

ción , como verdadera representación de una sociedad

refinada. Así nace un estilo elevado en la vida y en

el arte.

A esta obra contribuye muy principalmente, junto al

príncipe, la princesa, junto al hombre, la mujer. Si

él representa exteriormente, ella por dentro. Si el prín-

cipe frecuenta entre los artistas especialmente a los ar-

quitectos, la princesa trata a los pintores. Si el príncipe

atiende en primer término a la fama y al esplendor, la

princesa atiende al cultivo del gusto. En ambos casos

predomina la necesidad de convertir la existencia en lo

más distinguido posible.

El papel cultural de la mujer sube en importancia a

medida que la sociedad se hace cortesana. Ya desde el

siglo ny sabemos por el

Paradiso degli Alberti,

o por

Luigi Marsigli, de mujeres que toman parte en contro-

versias humanistas, pero en Leon Battista Alberti perdu-

ra como tipo ideal el de la mujer del burgués sometida

a su marido, en el supuesto, real y subjetivo, que éste

sepa ser un hombre , mujer que obedezca gustosa al

marido, y le siga dispuesta , que se deje formar , edu

car y dirigir por él, y hasta que se desacostumbre

de usar el dañino afeite . Es la sana vida burguesa de

la mujer completamente supeditada al hombre. En los

retratos de mujeres que presenta Vespasiano da Bisticci,

vemos que hay en esta moral mucho procedente de la

tradición clerical y del ideal educativo conventual, y

lentamente el tiempo antiguo , bueno y piadoso, con

104

05

sus rigurosos conceptos familiares, usos y costumbres,

de arraigadas ideas medievales, es desplazado por las

ideas humanísticas dúctiles de los funestos tiempos pre-

Urbino— se agrupa la sociedad alrededor de la princesa

y, en representación de la duquesa, su cuñada está fa-

cultada para presidir las conversaciones en el Salón

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sentes, que influyen en el mismo pensamiento medieval

de Bisticci. En vez de considerar a la mujer desde el

punto de vista limitado de la familia, se la empieza

a

considerar como individuo y a estimarla, porque, con

independencia masculina, sabe manejarse sola e im-

presionar con su belleza, gracia e ilustración. Y es ca-

racterístico que en la clase media, que se deja impresio-

nar fácilmente,

22

se afirme la idea de la

dignitas

de la

mujer, que tiene estilo y que se muestra representativa

y digna .

La nueva sociedad que se agrupa en la nueva corte,

y que se ha encumbrado en oposición a toda la tradi-

ción y legitimidad , admite a la cortesana, que hasta

marca el tono. En una época de desligarniento de la

comunidad , de la disgregación de una unidad de cul-

tura , de la autonomía de todos los fines de la vida,

hasta entonces ligados entre sí, tenía que convertirse

también el amor en un arte autónomo y libre que tu-

viera sus propias leyes y sus propios fines (Sombart). El

Ars amandi,

este producto de una tardía civilización (de

sociedad ), en una situación sociológica que correspon-

de al mismo estadio de la Antigüedad, se presenta de

nuevo en el tipo diferenciado de cortesana, que corres-

ponde a una selección social. Las maestras en su arte,

las talentosas y finas

cortesane famose,

se destacan

de las

cortesane de la minore sorte

como una elite, una

clase superior y reducida de rameras. La gran ciudad

y la corte, Roma, Florencia y Venecia, son el terreno

abonado, con su ambiente de riqueza y de tolerancia,

para dicha diferenciación social. En Castiglione ha que-

dado la galantería como elemento social de vida, pero

de nuevo referida a la antigua tradición cortesana y

caballeresca. La dama vuelve a ocupar el lugar que

antes la cortesana, y en las nuevas cortes de las da-

mas —las pequeñas residencias de Mantua, Ferrara y

22

Cf.

ut supra,

pp. 30s.

106

Si la independencia espiritual y la cultura de la

personalidad es en la mujer un producto de la nueva

educación humanista, le ofrece asimismo la posibilidad

de desarrollar una influencia cultural decisiva que sólo

en el medio y en el ambiente de la corte podía desarro-

llarse. Y en ese medio el influjo de la dama , de la

princesa, en una época en que se consolida, la situación

en que la burguesía se hace feudal, en que el humanismo

desarrolla con mayor pujanza sus tendencias románti

cas, tenía que ejercerse como un renacimiento de lo

caballeresco como ideal social y formal de un estilo de

la vida cultivada. Ahora es la función educativa de la

mujer, cuando corresponde, mucho más consciente y ac

tiva que en la época de la cultura cortesana y caballe

resca de alrededor de 1200. También ahora lo caballeres

co se manifiesta como obra de arte a la que contribuye

de una manera decisiva el nuevo tipo de mujer; la per

sonalidad libre femenina. La mujer mantiene la socia

bilidad en la corte, forma la nueva sociedad cortesana

educándola en un nuevo ideal de disciplina y de cultura

de la personalidad, que asocia a las características pro

pias del humanismo las de la caballería. En el idea

nuevo del tipo social y estético del cortesano

(corte

giano),

se nos muestra el nuevo caballero, que es a la

vez un hombre mundano, educado como un señor per

fecto, con un perfecto dominio de una cultura urbana

Tiene que dominar las artes caballerescas de -la equita

ción, de la esgrima y del torneo, pero también ser un

espíritu educado, práctico en la filosofía platónica a l

moda, y tan conocedor en arte como conocedor y prác

tico en otras muchas materias, que sepa acomodarse a

cualquier situación sabiendo dominarla, pero no con

sprezzatura,

sino con ligereza, sin ostentación, con un

superioridad evidente: con

virtú

sí, pero con suave d

minio señorial. El

bon ton

cortesano supone gusto y

dignidad, y en la dama, especialmente elegancia. L

dama crea una sociedad cultivada y representa su fin

10

manera de vivir, su gracia en el trato y su sentido por

lo bello. Y así al ideal de una nueva caballerosidad se

une un nuevo culto caballeresco de la mujer.

letrados. El nuevo estado absolutista y burocrático

concede a la nobleza una nueva función. Pero a la par

que el nuevo estado del príncipe y el ambiente cortesano

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Una nueva poesía caballeresca romántica canta

le

donne, i cavalier, l'arme, gli amori, le cortesie,

todas

estas

cose belle

(Ariosto). Todos estos bellos ornamen-

tos de una vida empiezan a desarrollarse en una aristo-

cracia cerrada y exclusivista presidida por el príncipe y

la princesa.

La tradición de pertenecer a una buena familia tiene

una importancia que no puede sustituirse con nada, y

así, no es de extrañar que Castiglione exija que el corte-

sano sea de noble extracción. A las conquistas estéticas

del Renacimiento se unen las tendencias sociales de una

restauración. La corte es la mediadora entre la nueva

cultura y la antigua feudalidad.

Acorde con su estructura, una corte no puede nunca

carecer de aristocracia y formarse sólo con elementos

burgueses representantes del dinero y de la inteligencia.

En los siglos xv y xvi, por la influencia de las cortes se

constituye una nobleza del Renacimiento. En la pri-

mera mitad del siglo xvi puede observarse en la nobleza

un fuerte ingrediente de costumbres burguesas (cf.

Bezold). Pero ya, a la inversa, la nobleza influye con

sus opiniones cada vez con mayor fuerza sobre la alta

burguesía. La buena sociedad se aristocratiza en progre-

sión creciente. Y no se trata sólo de un acomodamiento

del burgués a las costumbres cortesanas, sino de un

nuevo valor que se concede a la sangre noble. Si antes

los humanistas no se cansaban de menospreciar el valor

de la sangre noble, considerando }a aristocracia de las

dotes personales, en cambio, como la única estimable, el

humanismo

monárquico posterior del conde Baltasar de

Castiglione, que ensalza al príncipe como imagen de Dios,

presenta como característica muy barroca la creencia,

por completo irracional, de la nobleza como fuente de

todo lo

grande,

y de la

nobilita

como una inescrutable

fuerza natural. El príncipe dinástico se rodea de los

nobles cuyo menester, además del servicio de las armas,

es el de asesorarle. En primer término le sirven como

ofrecen a la nobleza una nueva probabilidad de hacer

carrera, el reducirla al ejercicio de una profesión basa-

da en un estudio, con un diploma de doctor, como

no-

blesse de robe,

desvaloriza una vez más la circunstancia

del nacimiento, sobre todo por ser el humanismo la pre-

paración para los diplomáticos y los servidores del es-

tado.

En este medio todo aparece regulado según una de-

terminada norma y un cierto modo convencional. Desde

el primitivo individualismo burgués, con su ideal de li-

bertad, pasando por el ideal plenamente burgués de la

armonía, al convencionalismo cortesano y aristocrático

de una nueva norma que vuelve a las antiguas formas

caballerescas. En 1390 no había en Florencia una moda

masculina predominante, porque cada uno trataba de

vestirse a su manera (Burckhardt), mientras que Gio-

vanni della Casa condena toda extravagancia y todo

apartamiento de la moda dominante. De la originalidad

y particularismo del Renacimiento primitivo, el nuevo

ideal del hombre como obra de arte lleva, a través

del ideal clásico del

uomo universale

del alto Renaci-

miento, al ideal del caballero intachable del Renacimien-

to tardío, que ocupa conscientemente su lugar en una

sociedad bien circunscrita. La forma y la dignidad

son los nuevos fines que ahora persigue la educación

humanista del príncipe (Pontano). El dominio de las

pasiones es lo propio del hombre que ' manda . Este

ideal se expresa también en el nuevo estilo del arte,

que siendo distinguido marca una distancia, que se

presenta contenido y mesurado, y se ostenta magnífico

y representativo , hasta llegar a la afectación y el ma-

nerismo. Grandezza e maestá son los ideales aprendidos

por Loma77o en la Antigüedad y son lo mismo que la

gravita riposata

de Castiglione. La influencia española

se anuncia ya, como serenidad , en un sentido de algo

grande e importante.

108 09

La preferencia por las grandes formas y las grandes

actitudes triunfa plenamente sobre cualquier clase de

burguesismo. Castiglione dice que quien realiza una ac-

de preferencia, en el gobierno metódico y el dominio de

todos los afectos y pasiones por la

ratio.

Éste es ahora

el sentido de la

humanitas,

que nadie parece más pre-

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ción grande por el lucro que de ella obtiene, merece ser

llamado un

vilissimo mercante.

El nuevo ethos

se basa

en una elevación de la voluntad política por encima de

lo económico y en un humanismo orientado hacia la

vita activa,

a diferencia del contemplativo. Detrás de

él se percibe al humanista como funcionario del prín-

cipe (del tipo de Pontano) y alienta la idea de que la

profesión es la única que cuadra al hombre importante.

Se vuelve, como en Aristóteles, al hecho de una divi-

sión del trabajo entre gobernantes y gobernados, y se

proclama abiertamente la preferencia por pertenecer a la

primera de esas categorías.

Est magnanimi proprium

—y

el ideal de la elite es ahora la

magnanimitas— rzolle

obligari, nemini debere, nulli esse addictum qui devin-

cire sibi ipsi alios potius ac subicere conferendis operis

ac beneficiis.

Una nueva mentalidad feudal, por com-

pleto antiburguesa y antieconómica, alaba la generosi-

dad noble, que no puede limitarse por un exacto calcu-

lar. La dilapidación se excusa más fácilmente que la

avaricia, porque aquélla responde a un espíritu grande,

mientras que la avaricia es hija de un espíritu mezqui-

no. El

ethos

humanista y el noble se encuentran aquí:

ambos están interesados en el consumo, en el uso de los

bienes económicos. Si en Alberti el trabajo y el lucro

tienen aún una dignidad (burguesa), ahora son de nuevo

menospreciados. La riqueza se alaba, es cierto, pero

como debiendo el

magnanhnus

saber administrarse

para permanecer independiente y libre, y conservar la

posibilidad del goce noble y de la dádiva noble. La Cues-

tión de la consecución de los medios se trata baja la

rúbrica de ratione accipiendi.

Los lucra commoda

no

son despreciados tampoco por el Señor. Pero un cierto

elemento burgués de razón'', que pesa y mide, de refle-

xión prudentemente comprensiva, y de desapasionada

consideración de la utilidad, entra en el nuevo sentido

de medida, contención y dignidad que, alejado de todos

los extremos y libre de momentos emotivos se orienta,

destinado para la ostentación que quien es de noble lina-

je y tiene un sentido del honor, y que está, ya por natu-

raleza, avezado al

magna facere

que está hecho para

representar la

humanitas

en su más alta y ejemplar per-

fección. El humanismo ofrece a este fin la educación

sistemática del dominio sobre sí mismo, como el su-

puesto esencial de poder mandar sobre otros. La

sapien-

tia y la eloquentia

sirven para crear un tipo de hombre

que, en todos los sentidos, está en forma . El hombre

apto para mandar se expresa ejemplarmente en el hom-

bre educado por las humanidades y educado en todas

las formas de la urbanidad , es decir, de la fina cul-

tura urbana, en el

horno politicus

educado. Lo barroco

sustituye al Renacimiento.

110

11

III. LA

SOCIEDAD DEL RENACIMIENTO

co), como corresponde a la posición predominante del

capitalista y del literato hu manista, se corrompen las C GS -

tumbres, y por la extensión del lujo desaparece la anti-

gua sencillez de la vida burguesa (que aún predominaba

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Y LA IGLESIA

LA NUEVA cultura autoritaria trae consigo una estabili-

zación de la sociedad, de las relaciones políticas, de la

educación y de los ideales de la vida. La fermentación

y el caos de una cultura burguesa de libertad, desper-

taron nuevas fuerzas pero también actuaron como facto-

res de disolución y ahora los nuevos poderes imponen

una nueva sujeción. Era también el momento de otra

estabilización de la Iglesia, que se manifiesta en la Con-

trarreforma. Pero la estabilización supone siempre una

intervención artificial, un intento de salvar los valores

de una inflación muy adelantada. Los valores relio-

sos y morales eran papeles mojados en una época en

que sólo se cotizaban los valores económicos, intelec-

tuales y estéticos. Para poder darles un curso forzoso

era menester toda una nueva estructura. Desde luego

no podía ésta reproducir a la Edad Media, cosa imposi-

ble en la época del absolutismo (y de la sociedad que

al mismo corresponde) por lo que respecta a lo religio-

so, como también hubiera sido imposible, en otro aspecto

que el de exterioridades formalísticas, reproducir la ca-

ballería medieval. Muchas cosas había puesto el Rena-

cimiento en crisis; se frenaron las preguntas, y con ello

se consiguió silenciarlas, pero no eliminarlas del mun-

do. El espíritu se inmoviliza, pero esto no significa que

todo descanse ya sobre base firme .

La estática de una seguridad religiosa inquebraiita-

ble propia de la Edad Media primitiva (estilo románico)

se había debilitado ya mucho en la época del gótico. Con

el Renacimiento, la debilitación se convierte en plena

inseguridad. Con el quebranto de la firme creencia en

Dios cae la última barrera, que era el freno de conten-

ción más seguro. En una sociedad emancipada de toda

tradición, basada sólo en el poder liberal del dinero ydel espíritu ( espíritu en sentido intelectual y estéti-

en Florencia hasta muy entrado el siglo xviii). La falta

de garantías de la vida política y económica en gene-

ral, la ilegitimidad de los poderes, que se fundaban

sólo en la fuerza y la capacidad personales, conmueven

todo lo que antes aparecía firme .

a)

La alianza efectiva de la Iglesia con los

nuevos poderes

La Iglesia misma contribuyó esencialmente a la destruc-

ción de los antiguos poderes. Ya en la Edad Media era

la única institución y la única organización racional. En

aquella época era un poder centralizado, pues el estado

sólo logró serlo al desaparecer el sistema feudal, que es

cuando se inicia el estado moderno, absolutista y buro-

crático. La Iglesia es la primera que reconoce las seña-

les de la nueva época de la economía monetaria. Repre-

sentante clara, ya en la Edad Media, de la idea del poder

apoyada en medios racionales, percibe que la estructura

de un gran aparato administrativo centralizado necesita,

ante todo, de dinero; y atiende a esta necesidad de

dinero para sus fines de poder con los medios de un fis-

calismo capitalista propios de la época. La Iglesia, junto

al estado moderno, es la fuerza impulsiva que derrum-

ba la ordenación económica medieval (C. Bauer). La

antigua forma de la estructura económica es quebran-

tada por la Iglesia de una manera decisiva al establecer

un sistema de hacienda completamente racional, mercan-

tilista y de monopolio. Con Florencia, la curia es el

primer centro del cálculo correcto, de la contabilidad

comercial y de la correcta teneduría de libros. La eco-

nomía financiera de los papas es una avanzada del capi-

talismo del Renacimiento, y la Cámara apostólica su

mater pecuniarum.

Sin el debido aprovechamiento de

la nueva economía del crédito y del dinero no hubiera

112

13

sido posible que la Iglesia alcanzara aquella posición de

potencia material que tuvo en la época del Renaci-

miento.

Como es natural, la orientación económica de dicha

dominaba una tónica mental racional, irreligiosa y es-

céptica, con la sola diferencia de que la ilustración de

que se rodeaba el monarca absoluto tenía en sí aún algo

de esotérico. El espíritu democrático de la república

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organización no dejó de influir en la capa social que en

ella participaba. Si la nobleza se aburguesaba, el clero

se secularizaba, y ambas clases se acomodaban al espí-

ritu de la época. Ya desde la primitiva Edad Media

tenemos ejemplos de cómo los clérigos codiciaban el

dinero, de su desmedido afán de lucro, que salta por en-

cima de todos los principios cristianos. Así, en la Es-

paña de los siglos vi y vii se erigen iglesias como inver-

sión de capital, especulando sobre las ganancias a obtener

por las donaciones y fundaciones futuras (véase el Sí-

nodo de Braga de 572 d. c.), o cuando en 887 el obispo de

Nápoles, Anastasio, celebra con los sarracenos un con-

trato de compañía, en el que se reserva una participación

en los actos de rapiña, amparados por él mismo. Cono-

cido de sobra es el papel que en la Edad Media repre-

senta la venta de oficios eclesiásticos. Según L. B. Al-

berti casi todos los clérigos, como es sabido, muestran

gran codicia por el dinero . En la Roma del Renaci-

miento todo podía comprarse.

En la lucha contra la feudalidad germánica en Italia

fueron aliadas políticas la burguesía urbana y la curia

romana, y por esta comunidad de intereses —frente a

la dominación feudal de los bárbaros , y por conside-

rar la Iglesia como enemigos al imperialismo y al uni-

versalismo en manos del poder secular— establecen un

vínculo nacional, fundado en la italianidad, algo pare-

cido a una comunidad nacional. Al final del Renaci-

miento y frente a los españoles, vuelve a producirse este

mismo fenómeno. Especialmente entre la burguesa Flo-

rencia y la Iglesia, existió desde la Edad Media una

alianza ( güelfa ) contra las fuerzas gibelinas del im-

perio y la nobleza.

Visto desde la perspectiva de una concepción del

mundo, en los círculos de la alta burguesía florentina se

pensaba menos en ilustrado que en la corte de Paler-

mo del emperador Federico II. En ambos centros pre-

urbana y su menor campo de acción imponía un mayor

respeto por la actitud de la clase media baja, todavía

vinculada por completo a la Iglesia. Esta alta burgue-

sía, comprendía muy bien el valor de la religión para el

fomento de sus propios intereses y la posibilidad de uti-

lizarla racionalmente en el juego de la política interior

y exterior.

En los siglos mi y XIII existían todavía relaciones

entre la burguesía y los herejes, pues —aunque por dis-

tintos motivos— ambos elementos formaban un frente

único contra las temporalidades eclesiásticas. Desde

mediados del siglo XIII, cuando la burguesía, eliminados

sus rivales, aparece como la clase dominante en las co-

munas italianas, vemos que se vuelve contra los herejes.

La mentalidad burguesa era ahora hostil a todos los

extremismos, partidaria del acomodamiento y de la

colaboración con el poder de la Iglesia, pues el mante-

nimiento de buenas relaciones con ella le convenía

por motivos políticos y, sobre todo, por motivos econó-

micos y financieros, como no menos convenía mantener

al pueblo en su religión —considerando así a la orto-

doxia como freno y valladar para la masa , el

vulgus-

aunque uno mismo no tenga un interés religioso pro-

fundo

y

se complazca en mantenerse en un amable

escepticismo (G. Volpe). Se reservaba para sí la cultura

superior de intereses espirituales, intelectuales y esté-

ticos, típicamente burgueses, cuyo ideal lo suministraba

la Antigüedad interpretada por el humanismo, y recla-

maba para sí una libertad que negaba a la capa inferior.

Esta capa social inferior —cuando no buscaba, como

clase media típica, un acertamiento a los grupos domi-

nantes de mentalidad tradicional— se sentía oprimida y

se orientaba hacia el ideal proletario de igualdad de la

iglesia primitiva, en oposición a la iglesia militante y

por ser más accesible a exacerbaciones místicas que

la sobria burguesía, desarrollaba tendencias heréticas

114

15

Desde los

fraticelli

se va en línea recta a los

ciompi

(G.

Volpe). Frente a tales amenazas de lo existente , debi-

do al descontento, la burguesía se sentía representante

del orden y aliada de la Iglesia y, viceversa, ésta con

del dinastismo y la Iglesia tiene a su servicio a los

condottieri

y cuenta con un importante aparato burocrá-

tico. Los colosales ingresos de la Iglesia proporcionan a

la curia una riqueza que la permiten convertirse en po-

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respecto a la burguesía. Estos grupos frente a los cuales

la Iglesia ayudaba a imponer el orden burgués, la no-

bleza y la plebe, se vieron empujados a la oposición

social y religiosa y a veces marcharon unidos bajo el

signo de la herejía.

1

Pero esta unión de las partes de

las capas de la nobleza feudal desplazada con las capas

inferiores, este contacto entre la oposición de la izquier-

da y la de derecha contra la burguesía, es sólo un fenó-

meno periférico y transitorio. La unión religiosa tenía

que ser como tal internamente falsa. La herejía sólo

podía producirse como algo genuino entre las clases

bajase que, en su miseria, sentían de un modo real y

directo la necesidad de salvación. Si, a su debido tiem-

po, encontraron simpatizantes en el movimiento herético

de la aristocracia, las razones fueron puramente políti-

cas y no hicieron sino contribuir a la decadencia de la

idea religiosa. La nobleza, como clase social, hizo pron-

to las paces con la burguesía, acomodándose a su política

y en general incluso a su política respecto a la Iglesia.

Así como en la burguesía el interés por la Iglesia se

transformó en interés puramente político, el interés po-

lítico y el económico fueron determinantes para la curia.

Las necesidades financieras de la curia crearon una

nueva unión, totalmente antimedieval, entre el papa y

el comerciante (Gottlob), y convirtieron a los papas en

protectores y socios de aquellos que, conforme a la ética

económica de la Edad Media, podían ser calificados

como usureros. Políticamente los papas del Renacimien-

to se consideraban como

signori.

La curia se convierte

en una corte principesca. El nepotismo hace las veces

1

Nobile ed eretico diventano ora parole sinonime

Volpe).

2

Aún a principios del siglo xvi un cronista florentino

llama a aquellos

q u e

se reúnen en una nueva secta literal-

mente

homini di popolo et di haxa conditione (Pastor,

G e-

schichte der Pdpste,

in, apéndice 49. Hay traduc. esp.)

116

tencia cultural y el afán de ostentación y de fama le-

vanta edificios principescos. Los papas son los grandes

mecenas y un elegante literato sube al Solio Pontificio

en la persona de Eneas Silvio (Pío II).

La curia abandona también los prejuicios , sólo la

virtus

personal cuenta y el principio liberal triunfa so-

bre el conservadurismo tradicional.

Decus virtutum na-

iurae maculam abstergit in filiis,

se dice en 1483 en una

bula papal, que legitima a un bastardo. Al igual que los

tiranos los príncipes de la Iglesia introducen a sus que-

ridas y los papas a las más famosas cortesanas en la

sociedad de la corte. La libertad de la tradición se mani-

fiesta, en este punto, a tales extremos; la Iglesia marcha

a la cabeza, conforme al compás de los tiempos. Muchos

clérigos se dedicaban al cultivo de la literatura porno-

gráfica de la época.

En la Edad Media el clero formaba un orden social

y espiritualmente privilegiado. Ahora participa en una

evolución general inspirada por los laicos. Los clérigos

se convierten en representantes de la nueva cultura en

calidad de humanistas, poetas y artistas.

Una capa sacerdotal superior se alía con los cultiva-

dores de la forma y de la belleza representativa, porque

ellos le ofrecen los nuevos y poderosos medios para evo-

car la impresión sensible de la grandeza . Trata de

este modo de influir sobre el pueblo, distanciándose a la

vez del mismo, en oposición a la capa eclesiástica infe-

rior, representada en primer término por los frailes

mendicantes, que en el tránsito de la Edad Media al

Renacimiento primitivo constituyen un elemento demo-

crático de clase media. Son ellos los que fomentan una

piedad popular, tal como se manifiesta —de una manera

ingenua y libre —en los aspectos familiares pequeño-

burgueses, naturalistas y algunas veces vulgares , del

arte del Renacimiento primitivo, como, por ejemplo, en

las Madonas. Frente a esta unión, demasiado estrecha,

117

entre el cielo y la tierra —que corresponde, socialmente,

a un envilecimiento del bajo clero, especialmente de

las órdenes mendicantes, que se colocan con respecto al

la ilustración o cuando menos de la ilustración mun-

dana , que tiene el sentimiento de pertenecer a la clase

media, a la pequeña-burguesía, y cuyos representantes

más destacados —se trata de los grandes predicadores de

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pueblo en una relación de tú a tú — este arte del

alto Renacimiento expresa una actitud de distancia y

de respeto, que debe aplicarse lo mismo a los valores

espirituales y religiosos representados por el clero que

a las altas jerarquías del mismo. La actitud del

bon

bourgeois

es reemplazada por una solemnidad inabor-

dable. Por un lado, una piedad directa, aunque un poco

ruda, expresada por un arte que procede de abajo, por

otro, una eliminación escrupulosa de todo lo profano,

que corresponde a una piedad ya no espontánea sino a

una religiosidad cultivada desde arriba. Es un arte al

que ya no anima una intención primordialmente reli-

giosa, pero que, por eso mismo, revela con mayor clari-

dad una característica social, unida a otra eclesiástica,

y combinadas ambas para producir determinados efec-

tos religiosos. La capa social superior, la mundana y la

eclesiástica, se alían para hacer frente a la tendencia

democratizadora. Esta nueva voluntad de distancia-

miento hace derivar del alto Renacimiento el barroco

de la Contrarreforma.

En la Iglesia mundana del Renacimiento, que entra

en la alianza con la nueva burguesía gobernante y se

asimila en gran medida su cultura, se expresa clara-

mente aquel compromiso con el mundo al que el

tipo Iglesia , según Troeltsch, se siente inclinado por

su propia naturaleza. Es la Iglesia universal que ce-

lebra alianza con 'la cultura universal . El alto clero,

y el sector monástico más ilustrado y más partidario

de la educación y orgulloso de la inteligencia, se une

a los representantes de la riqueza seglar y de la ilus-

tración profana aceptando sus dictados culturales. A esta

capa social superior del espíritu que se destaca por su

rango e ilustración, el clero mundano , se opone el tipo

simplista (según la expresión de Fedor Schneider) de

fraile, que se aparta del mundo, que abraza puritano

la idea religiosa y excluye la idea de ilustración; es el

tipo del fraile mendicante, ignorante y enemigo de

penitencia y el mayor de todos ellos, Savonarola--

suministran con el rigorismo religioso, a una capa infe-

rior inerme, las armas de las puras ideas en su rebelión

contra la capa superior de la riqueza y del diletantismo

y contra la jerarqma secularizada que ha olvidado por

la vana poesía y la vergonzosa retórica lo único

que en definitiva importa. En este sentido instaura Sa-

vonarola una república frailuna sobre base democrática,

por lo cual es perseguido por la encolerizada jerarquía,

procesado como hereje y condenado a la hoguera. Seme-

jante oposición iba dirigida contra el alto clero y contra

la burguesía: era la oposición de los únicos grupos que,

en aquel tiempo, podían desafiar a los poderes estable-

cidos. Pero la capa ínfima, la propiamente oprimida, el

proletariado, representaba, por decirlo así, la oposición

externa , que se expresa religiosamente en el tipo de

sectante , que está a la izquierda del mismo fraile y

que es, por lo general, el más fervoroso en su piedad.

Pero así como en lo económico, social y político la bur-

guesía era lo determinante, así lo era la Iglesia en lo

religioso. Marcha junto con la alta burguesía para, a su

vez, apoyarse en la pequeña burguesía, así como, religio-

samente, se apoya en el tipo de monje y tiene que

apoyarse necesariamente en él. Por otra parte, no se

trata de un monaquismo que haya roto todas sus rela-

ciones con el mundo, sino que, conservador de la doctri-

na, se siente ligado fuertemente por la tradición y sólo

muy despacio sigue la nueva marcha del tiempo. Es,

pues, relativamente inmóvil, como la clase media, que

mantenía la ética económica oficial de la Iglesia tal

como la presentaban los'frailes (ética, ciertamente, con

la que se aviene mal la práctica financiera de la Iglesia).

118

19

b)

El acomodamiento de la ética económica

La ética económica del estado llano

3

es una creación

de la Edad Media y tiene la característica de las rela-

mente es pecado. Comercio al por mayor es pecado, sólo

el pequeño oficio de tendero (con su actividad artesana)

aparece justificado. Con frecuencia se aplican en la

Edad Media, en variadas circunstancias, las palabras de

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ciones limitadas de una primitiva economía artesana,

de la industria y el comercio medievales. A ella res-

ponde la tendencia, también teórica, a lo estático, hacia

una vida de comunidad conservadora, apegada a la tra-

dición. Todo aparece limitado según un criterio peque-

ño-burgués. El trabajo es algo sagrado, pero no así la

idea del lucro. Se aprecia el trabajo por su significación

ética: como trabajo por el trabajo mismo: el resultado

económico útil debe limitarse a la adquisición del sus-

tento conforme con el estado de cada uno. Este espí-

ritu de artesanado manifiesta siempre una cierta des-

confianza cristiana frente al comerciante. Según el

franciscano Alejandro de Hales

4

y San Buenaventura,

está prohibido el comercio que busca la ganancia

(1u-

crum) y

la adquisición y acumulación de fortunas:

3

sólo

es lícito el comercio que se limita a obtener lo necesa-

rio para el propio sustento

(sustentatio),

y a la inversión

de obras de caridad. La acumulación de mercancías, en

gran escala y con propósito de especulación, especial-

mente de artículos de primera necesidad, se condena

como avaricia, por lo cual los ricos que la practican

deberán ser arrojados de la Iglesia. Sólo el comercio

de tipo artesano (que observa el

iustum pretium)

se

considera lícito, mientras que el practicado racional-

3

Si distinguimos, con Clemens Bauer, entre

ethos

econó-

mico como el conjunto de normas consuetudinarias, repre-

sentaciones valorativas y promedio de motivos, que dominan

la práctica económica concreta y la ética económica corno

teoría ética, como un pensamiento de deber ser , resulta

claro que la

teoría cojea siempre un poco, y que en las épocas

de profundos cambios cojea fuertemente, porque tiene que es-

forzarse en marchar al paso de la realidad, en cierto modo,

si no quiere perder por completo el contacto con ella y tam-

bién su propia eficiencia.

4

SuMMQ

(ed. 1516) P. ni, qu. 50, m. r.

5

Loe. cit., ut... pecunias congregent et divitias acquirant.

120

León el Grande:

Difficile est inter ementis vendentisque

commercium non intervenire peccatum.

Para quedar

libre de pecado, lo mejor es permanecer dentro de un

orden estático. El lucro comercial tiende a la dinámica,

al quebrantamiento de la doctrina de la Iglesia, pro-

clamada una vez por todas, de la distribución de bienes.

Es el espíritu de empresa el que lleva a exceder de los

límites fijados, que derivan de la estrechez de una eco-

nomía pequeño-burguesa, artesana y estática, a una gran

economía burguesa, capitalista y dinámica y que pasa

de las limitadas condiciones medievales a otras más

amplias

y que ya no corresponden naturalmente a la an-

tigua doctrina ético-económica, calcada sobre el anterior

cuerpo. Aquel ambiente artesano era propicio para la

formación del espíritu burgués, el espíritu de la

ratio

economica;

sólo se necesitaba para lograrlo una reduc-

ción secular de la moral cristiana y que ésta, se convir-

tiera en moral burguesa, para que dicho espíritu bur-

gués, transformado en utilitario, pudiera servir a los

fines de una economía capitalista; pero, sin embargo,

dm no podía darse en esas circunstancias el espíritu de

empresa, pues la Iglesia medieval seguía manteniendo

la idea de un orden estamental, que corresponde a los

intereses del estado llano, fielmente sumiso a la Iglesia,

interesado en conservar las barreras de los estamentos.

Así se da, cuando menos en teoría, una oposición entre

la Iglesia y la nueva empresa individualista. Toda as-

piración a obtener un lucro ilimitado, por falta de orde-

nación o por carecer de medida

(inordinatas, inmode-

ratus),

es un ataque, una subversión, contra el orden

objetivo establecido y, por tanto, un pecado; porque en

el

ordo,

querido por Dios, cada uno tiene su lugar limi-

tado y asignado, y cada actividad tiene su esfera propia

de acción fija y determinada. El movimiento se con-

121

sidera como

aliquid imperfectunt,

 

pero la constancia en

lo económico

(perseverantia),

como algo loable,

7

incluso

los desplazamientos de un lugar a otro se consideran

como algo moralmente reprobable.

de la Edad Media y movilizarse para convertirse en base

y justificación espiritual de un orden económico capita-

lista. La Iglesia, como organización racional, tenía que

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Si la ética económica medieval tiene con respecto al

proceso de la producción una visión de pequeño-burgués,

que se mueve dentro de estrechos límites, no sucede así

con respecto al problema del consumo, donde revela una

generosidad señorial. Según su concepción cada esta-

mento presenta una distinta modalidad de vida :

quod

uni statui decens est, alteri ad vitium reputatur,

repite

todavía Bernardino de Siena. Como el capitalismo en

lo exterior tiende a lo ilimitado (en la producción lo

mismo que en la circulación), en lo interior, por lo con-

trario, procede con cálculo, como buen administrador,

y en lo que hace a los gastos, la economía pasa con

facilidad a la cicatería y —conforme con el principio de

gastar lo menos posible— introduce así en la mentalidad

capitalista cierto elemento pequeño-burgués. Mientras

que la ética económica tomista condena la mezquindad

(parvificentia),

como si fuera avaricia, y aunque, según

ella, no proceda correctamente el dilapidador; que me-

nosprecia el dinero

(minus debito),

8

ensalza, sin embar-

go, la

liberalitas y la

magnificentia,

es decir, el sentido

de grandeza y de ostentación, referido en primer tér-

mino a la representación eclesiástica, y luego a todas

las demás que sean legítimas; ideal éste que procede del

espíritu feudal de la Edad Media, y hacia el cual vuelve

la cultura del Renacimiento, que se ha hecho cortesana.

Pero dentro de la gran

complexio opositorum

de la

mentalidad eclesiástica se da toda una serie de suges-

tiones que pueden servir a una posición abiertamente

racional, que sólo necesitaba desprenderse de la estática

6

Michael de Mediolano,

Sermones quadragesirrzales.

7

Cf. en Petrarca la típica polémica renacentista contra

la concepción estática del ideal de la

perseverantia

o

cons-

tantia

(Fam. xv, 321

s.s.) si quis... irnmobilitatem ccmstantiam

vocet valde ilü podagrici constantes videri debent; sed cons-

tantiores mortuil

8

s. Antonino,

Summa moralis,

n, 6, 8, §1.

122

reconocer como propios dos principios: camino abierto

a todas las capacidades —cuando menos dentro de la

propia jerarquía— y el de una metódica psicotecnia,

aplicable a aquellos elementos que intervenían directa-

mente en la organización, pero también a los organiza-

dos: psicotecnia que había de producir sus efectos, como

en todos los campos de la vida, también en el económico.

Fuera cual fuera la práctica eclesiástica de la Edad

Media —desde luego en Alemania los obispados eran,

por decirlo así, herencia familiar de los linajes de alta

nobleza, y la admisión en los grandes cabildos exigía una

prueba de nobleza (Aloys Schulte)—, lo cierto es que

siguió observándose como principio constante que las

más altas dignidades habían de estar abiertas al mé-

rito, sin consideración al nacimiento; es decir, que la

teoría eclesiástica para la provisión de los cargos era

una teoría liberal. La estimación burguesa del talen-

to era indispensable a. la Iglesia, como institución ra-

cional que era. Partiendo de la idea de que todos los

hombres son imagen de Dios, por el hecho de poseer un

alma inmortal, de un valor inapreciable, y de la idea

de la igualdad ante Dios, que evidentemente se expre-

sa como igualdad ante la muerte, se inculcaban al

pueblo ideas igualitarias, y a la vez individualistas,

que llevaban en sí el germen disolvente de las valora-

ciones estamentales, al considerar, en último término,

indiferentes las distinciones de estado, sostenido esto

por representantes del tipo monástico que, en oposición

a las tendencias mundanas de la jerarquía eclesiástica,

tomaban muy en serio las doctrinas religiosas funda-

mentales. El primero de estos movimientos se inicia

con los monjes de Cluny y el último es el de las órdenes

mendicantes. Se ve que la doctrina y la ideología de la

Iglesia contenían ciertos elementos democráticos y bur-

gueses, uno de los cuales es también su filosofía racio-

nal, que argumenta con recursos del intelecto. Junto al

intelecto desempeña también un papel decisivo la moral

123

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Summa contra gentiles),

lo expresa al sentar que la

sollicitudo mentís

(como distinto de la

l a b o r)

por los

bienes económicos, está prohibida por Cristo. Es un

cambio, que hace época, el que Roberto de Lecce (1490)

Primordialmente el dinero como objeto de comercio

requiere benévola interpretación canónica de la prohibi-

ción del interés. La función social de la prohibición del

interés, en la cual se expresaba el frente de intereses

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considere que aquella

sollicitudo es

to lerabi l is ,

no obs

tante que la

nimia occupatio

(ocupación excesiva) con

la

mercantia

siga teniéndose como pecaminosa (Bernar-

dino da Busti). Pero una actividad económica cons-

ciente, conforme a un plan, que persiga un fin útil y

proceda adecuadamente en la consecución del mismo

—San Antonino condena como indigna una actitud sin

sentido— es aprobada generalmente por los autores

eclesiásticos, aunque éstos tengan siempre en vista la

utilidad de la comunidad y no el interés particular des-

enfrenado,

En todo caso se evidencia una cierta aproximación

en la concepción económica de la Iglesia hacia las ten-

dencias del capitalismo. La teoría de la alta burguesía

y la teoría eclesiástica coinciden en la imagen del mer-

cader honrado . Los bienes adquiridos conforme al ho-

nor burgués

(onestit),

el éxito legítimo del negocio, están

justificados por la Iglesia. La ganancia obtenida por

medios legítimos se debe, según Bernardino, a la ayuda

de Dios , y

un mercader

de fama , de esa clase, es

grato a Dios y a los hombres . La honradez del co-

merciante es también un supuesto en los autores bur-

gueses (Villa.ni, Morelli, Alberti). Dominici —el domi-

nico, luego cardenal—hasta reconoce una vocación para

el lucro, que lleva a hacerse rico. Y si el pensamiento

eclesiástico preconiza siempre la medida y el límite, le

sale al encuentro el pensamiento de la segunda genera-

ción capitalista —aun cuando, como se ve en

la magnitud de la riqueza siga siendo señal -y medida

de la recompensa ganada ante Dios— al pronunciarse

por una moderación voluntaria, aunque no por escrúpu-

los religiosos y morales sino por motivos de la seguridad

del, negocio. Así ambos se encuentran en una línea me

dia, pues si la teoría de la Iglesia concede a la dinámica

un cierto derecho, el capitalismo a su vez retrocede ha-

cia una cierta estática.

del tradicionalismo (C. Bauer), significaba la conde-

nación, viva en la conciencia medieval, del capitalista

que invadía como usurero la esfera tradicional. La

Iglesia, como garantía tradicional de una moral colec-

tiva tradicional , estigmatiza así al intruso que extiende

su industria y ,su negocio, por propia iniciativa, estor-

bando y quebrantando el orden de producción estable-

cido por la tradición. Como una institución que atiende

a las masas, la Iglesia se ve obligada a defender el

interés del productor medio , que corresponde a una

moral social del término medio . Y así la Iglesia se

encuentra ante una situación en la que tiene que trazar

la diagonal entre lo que exige el interés de su prestigio

moral y lo que demanda su interés financiero. Por-

que las crecientes necesidades de dinero y de crédito que

tenía, como fuerza social, obligaron a la Iglesia, al igual

que al estado absoluto, a buscar una estrecha alianza con

los centros de empresarios capitalistas, únicos que esta-

ban en situación de satisfacer esas crecientes exigencias

financieras. Así, la Iglesia, en la teoría y en la práctica,

tiene que, buscar

un

cierto equilibrio entre las tendencias

y los intereses opuestos. Para conservar su prestigio mo-

ral (entre las capas mechas), debía seguir manteniendo,

cuando menos formalmente, la prohibición del interés,

pero a la vez renunciar a las consecuencias reales de

aquella prohibición. Como la Iglesia se ve reducida a

los medios que obtiene de la nueva capa económica di-

rectora, medios que necesita para el funcionamiento de

su aparato, debe acomodarse con dicha capa social, y

hasta establecer con ella una estrecha unión, con lo que

disuelve la antigua ordenación económica y social y se

produce una nueva mentalidad económica. •La Iglesia

tiene también que defender a los empresarios contra

la reacción de la moral colectiva tradicional ; y al ela-

borar la misma Iglesia una nueva moral de la colec-

tividad, y crear un espacio libre para el afán individual

126

27

de lucro, se desvanecen los obstáculos que a este afán

se oponían y ya no pesa sobre él el antiguo estigma de

reprobación social.

El resultado es una honda debilitación de los ele-

todo el armazón eclesiástico. Frente al pueblo —que es

bueno que siga siendo piadoso— debe mantenerse la re-

ligión y tratar de aparecer frente a él como piadoso,

pero a solas se proclama esta hipocresía como principio

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mentos pequeño-burgueses en la ética económica de

la Iglesia, pero a la vez se frenan las aspiraciones de la

posesión capitalista, lo que corresponde a la necesidad

que tiene la Iglesia de mantenerse en buenos términos

con los nuevos directores, los poderes de la creciente

formación del capital, y de seguir manteniendo su domi-

nio sobre las masas del estado llano.

e)

Conservadurismo burgués y tradicionalismo

ec les iás t ico

El dirigir las masas desde arriba, es' también un inte-

rés de la gran burguesía. Ésta necesita igualmente para

mantener su posición un cierto y sólido orden , en, el

sentido de seguridad contra las revoluciones. En co-

rrespondencia con esto, el interés político de la gran

burguesía muestra ya, desde un principio (como puede

verse en Villani), ciertos rasgos conservadores . Y éste

es el sentido decisivo, real, sociológico, de la perdura

ción de la alianza de la nueva clase directora con la

Iglesia. De hecho la idea de la Iglesia ha perdido, en

mayor o menor grado, en la nueva capa superior, su re-

lación directa y medieval con la existencia y, con ello,

su eficacia religiosa directa y la capacidad de preser-

varla; de nada sirve incluso la invocación de los senti-

mientos de justicia cuando aparecen en colisión con los

intereses de poder de la burguesía. Sin embargo, la de-

ferencia mostrada por ésta hacia la Iglesia, más de

carácter convencional que no inspirada por motivos pro-

piamente religiosos, le es un medio para contener con-

vulsiones revolucionarias en las clases inferiores y para

mantener la nueva estática que se ha establecido.

La Iglesia representaba todavía un poderóso factor

de fuerza con el cual había que contar y que se podía

utilizar. Por consiguiente, se mantiene conscientemente

político. Pantano, a la vez político y satírico, enseña a

servirse de la superstición para guiar al pueblo y man-

tener a los súbditos en sufrida obediencia frente a la

autoridad. Aquí la mentalidad del Renacimiento se

acerca a la del estado absoluto.

Naturalmente, quedaban siempre residuos de un

sentimiento religioso y eclesiástico, aun en la capa supe-

rior- —acaso un residuo del miedo al infierno entre los

grandes pecadores (Burckhardt). Se hacían fundacio-

nes piadosas, no sólo por la fama del propio nombre,

sino también por si acaso el alma fuera inmortal,

como decía Niccolo Acciajouli. El sentir religioso de

la sociedad del Renacimiento era ciertamente anticleri-

cal, pero no era ella primordialmente antirreligiosa, y

su vida exterior estaba implicada en múltiples aspectos

con la de la Iglesia. A esto se añadía el placer en la

pompa eclesiástica y, en'general, por todas las manifes

taciones paganas del catolicismo. Se podía existir corno

incrédulo notorio siempre que no se manifestara una

abierta hostilidad contra la Iglesia (Burckhardt). Por

otra parte, en la inteligencia de- esta sociedad, a pesar

de todas las burlas y faltas de respeto, no se manifiesta

la necesidad de una ilustración sistemática, o de una

ruptura programática con la Iglesia. Se seguía, a plena

conciencia, dentro de determinados límites —lo más

amplios, por cierto— adscrito a la Iglesia, abstenién-

dose de atacarla como institución. A reserva de esta

precaución, hasta en casos como el de un Lorenzo Valla

se podrá hallar de nuevo refugio en la curia, que des-

empeñaba un papel, nunca bastante estimado, de mece-

nas. 'Esta sociedad renacentista no tenía ningún deseo

ni de una revolución espiritual, ni de una revolución

política, sino que, al contrario, tenía un interés en evi-

tarla. Las apetencias de una concepción del mundo que

en la misma aparecen, son más bien de naturaleza es-

tética. Se satisfacen con ese platonismo de salón que

128

29

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cesión necesaria a la fuerza de las relaciones económicas

qué correspondía por completo a las concesiones de la

ética económica del catolicismo. En el fondo ambas

confesiones, en cuanto influían religiosamente en la

mentalidad económica, actuaron en un sentido de fre-

INDICE

Prólogo

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no y de sujeción, frente al afán de lucro en el estadio

del capitalismo primitivo. Mientras que la iglesia cató-

lica, como también el estado absoluto, prácticamente-

marcharon con los poderes del dinero, y fomentaron el

desárrollo del capitalismo de una manera decisiva (como

lo han demostrado las investigaciones de Strieder), el

protestantismo significa una reacción contra la iglesia

mundana del Renacimiento -y una restauración de la re-

ligión cristiana (que lleva unida a sí una indiferencia

con respecto a las cosas económicas), y en primer tér-

mino un peligro muy serio en toda la línea para el espí-

ritu del capitalismo (Sombart). Tanto religiosa como

socialmente —y lo uno va con lo otro— representa la

Reforma (y en otro aspecto también la Contrarreforma)

una reacción contra el Renacimiento. La Reforma y la

Contrarreforma cierran ambas el primer preludio de

la época moderna que será continuada por la cultura

de la Ilustración .

En aquel preludio resuenan indicaciones, pasajeras y

ahogadas, de todos los temas esenciales cuya ejecución

temática y múltiples variaciones había de quedar reser-

vada a otra época posterior, época que ya es la nuestra,

de modo que allá encontramos los rasgos decisivos de

nuestro propio presente. Y de las líneas simples del cua-

dro de la moderna cultura burguesa nos hablan aquellos

rasgos de sus primeroá tiempos acaso de una manera

más elemental, pero por eso más insistente, que los

rasgos, más complicados, y con frecuencia confusos, que

expresan el aspecto de la época presente.

Introducción

13

I . L A N U E V A D I N Á M I CA

9

a)

La transformación de las capas sociales. 19

b)

El nuevo tipo de empresario individualista 24

c)

La nueva mentalidad

30

d)

La aparición del sabear técnico . .

8

e)

La nueva tendencia en el arte

43

f)

La función del saber y de la educación

6

g)

Las clases poseedoras y los intelectuales

2

II. LA

C U R VA D E L P R O C E S O .

2

a)

El riesgo y el espíritu de empresa . . . 72

b)

La cultura de las nuevas clases gobernan-

tes; el nuevo estatismo y el conservaduris-

moburgués 6

c)

El humanismo como romanticismo y res-

tauración. . . . . . . . . . . . 80

d)

El arte del alto Renacimiento . . . . . 92

e) La decadencia de la burguesía y el clamor

por la dictadura . . . . . . . . .

6

f)

La.transformación cortesana de la sociedad 102

III. LA

S O C IE D A D D E L R E N A C I M I E N T O Y L A . I GL E S I A . . 1 12

a) La alianza efectiva de la Iglesia con los nue-

vos poderes

113

b) El acomodamiento de la ética económica 120

c) Conservadurismo burgués y tradicionalismo

eclesiástico 128

132

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Este libro se terminó de imprimir y encua-

dernar en el mes de enero de 2006 en Impre-

sora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V.

(IEPSA), Calz. de San Lorenzo, 244; 09830

México,

D.

F. Se tiraron 1 000 ejemplares.