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177 Marginalidad, etnicidad y penalidad en la ciudad neoliberal: una cartografía analítica * Loïc Wacquant ** Este artículo extrae un mapa analítico del programa de investi- gación llevado a cabo en mis tres libros Los condenados de la ciudad (2008), Castigar a los pobres (2009), y Deadly Symbiosis: Race and the Rise of the Penal State (en prensa). En esta trilogía, desentraño el nexo triangular de la fragmentación de clase, la división étnica y la forja del * Publicado originalmente en Ethnic & Racial Studies, Symposium, Winter 2013 [versión del 23 de junio de 2013]. Traducción de Luján Vega e Ignacio González. ** Loïc Wacquant es Profesor de Sociología en la Universidad de California, Berke- ley, e Investigador en el Centre européen de sociologie et de science politique, Paris. Es miembro de la MacArthur Foundation y recibió el Lewis Coser Award de la American Sociological Association, su investigación incluye la relegación ur- bana, la dominación etnorracial, el estado penal, la encarcelación, y la teoría social y las políticas de la razón. Sus libros, que han sido traducidos a alrededor de veinte idiomas, incluyen a la trilogía Urban Outcasts (2008) [ Los condenados de la ciudad], Punishing the Poor (2009) [ Castigar a los pobres ], y Deadly Symbiosis (2013), así como también The Two Faces of the Ghetto (2013) y Tracking the Penal State (2014). Para más infor- mación, ver loicwacquant.net.

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Tiempos violentos. Barbarie y decadencia civilizatoria

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Marginalidad, etnicidad y penalidad en la ciudad neoliberal: una cartografía analítica*

Loïc Wacquant**

Este artículo extrae un mapa analítico del programa de investi-gación llevado a cabo en mis tres libros Los condenados de la ciudad (2008), Castigar a los pobres (2009), y Deadly Symbiosis: Race and the Rise of the Penal State (en prensa). En esta trilogía, desentraño el nexo triangular de la fragmentación de clase, la división étnica y la forja del

* Publicado originalmente en Ethnic & Racial Studies, Symposium, Winter 2013 [versión del 23 de junio de 2013]. Traducción de Luján Vega e Ignacio González.

** Loïc Wacquant es Profesor de Sociología en la Universidad de California, Berke-ley, e Investigador en el Centre européen de sociologie et de science politique, Paris. Es miembro de la MacArthur Foundation y recibió el Lewis Coser Award de la American Sociological Association, su investigación incluye la relegación ur-bana, la dominación etnorracial, el estado penal, la encarcelación, y la teoría social y las políticas de la razón. Sus libros, que han sido traducidos a alrededor de veinte idiomas, incluyen a la trilogía Urban Outcasts (2008) [Los condenados de la ciudad], Punishing the Poor (2009) [Castigar a los pobres], y Deadly Symbiosis (2013), así como también The Two Faces of the Ghetto (2013) y Tracking the Penal State (2014). Para más infor-mación, ver loicwacquant.net.

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Estado en la ciudad polarizada del cambio de siglo para explicar la pro-ducción política, la distribución socio-espacial, y la gestión punitiva de la marginalidad a través de la unión de políticas sociales disciplinarias y de una justicia penal neutralizante. Señalo cómo despliego las nocio-nes clave de Pierre Bourdieu (espacio social, campo burocrático, poder simbólico) para clarifi car categorías que han quedado vagamente defi -nidas (como el gueto) y para forjar nuevos conceptos (estigmatización territorial y marginalidad avanzada, contención punitiva y paternalismo liberal, hiper-encarcelación y sociodicea negativa) como herramientas para la sociología comparativa de la inacabada génesis del precariado post-industrial, la regulación penal de la pobreza en la era de la insegu-ridad social difusa, y la construcción del Leviatán neoliberal. Incluir el estudio de las permutaciones contemporáneas de clase, raza e inmigra-ción, y el estado en un mismo esquema muestra cómo la racialización, la penalización y la despolitización de las turbulencias urbanas asociadas con la marginalidad avanzada se refuerzan entre sí tanto en la Europa Occidental como en los Estados Unidos. Esto confi rma que el castigo no es sólo un índice clave de solidaridad social, como propuso Durkheim, sino también una capacidad central y un sitio clave para escenifi car la soberanía del estado como un organismo clasifi cador y estratifi cador. Y revela el profundo parentesco entre la raza y la sanción judicial como formas afi nes de deshonra ofi cial que converge en la constitución de pa-rias públicos.

Desearía empezar agradeciendo cálidamente a los participantes de esta conferencia –es mejor hacerlo al comienzo ya que es posible que tengamos fuertes diferencias hacia el fi nal. Es una paradoja, pero uno de los principales obstáculos para los avances en las ciencias sociales hoy en día reside en la organización social y temporal de la investigación, con la invasión descontrolada de los horarios, la sobrecarga de trabajo y la multiplicación de misiones sin una expansión correspondiente de los re-cursos necesarios para llevarlas a cabo. Eso explica que a duras penas te-nemos los incentivos concretos, o simplemente el tiempo, para sentarnos y leer en profundidad los trabajos de otros estudiosos, incluso de aque-llos que necesitaríamos asimilar para mantenernos al día con nuestras propias áreas de especialidad. Y aún tenemos menos oportunidades de

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encontrarnos con un grupo de colegas que vienen de variados campos de estudio, quienes se han tomado la molestia de examinar minuciosa-mente una serie de escritos para entrar en discusiones puntuales sobre ellos, con el fi n de ayudar a cada uno a avanzar en su propio camino. Es una ocasión extraña en la que nos encontramos hoy, gracias a la energía y el talento que Mathieu Hilgers despliega entre bastidores para organi-zar este encuentro. Le estoy muy agradecido, así como a los sociólogos, geógrafos, criminólogos y antropólogos que se han reunido para estas discusiones, y a la enorme audiencia que ha venido a escuchar y, mejor aún, espero, a contribuir a nuestros debates a través de sus preguntas y reacciones.

Lo que me gustaría hacer hoy es, precisamente, servir como un con-mutador humano para activar la comunicación entre los investigadores que usualmente no se encuentran y por lo tanto no hablan entre sí, o lo hacen muy raramente, o desde cierta distancia, sobre los tres ejes que unen las tres temáticas de esta jornada de estudio. En la primera esquina, tenemos gente que estudia la fragmentación de clase en la ciudad como consecuencia del desmoronamiento de la clase trabajadora tradicional que había surgido desde la era fordista y keynesiana (es decir, algo así como el largo siglo que va desde 1880 a 1980) bajo la presión de la desin-dustrialización, el incremento del desempleo masivo y la difusión de la precarización laboral, en la intersección de lo que Robert Castel (1996) incluye bajo el concepto de “erosión de la sociedad salarial” y Manuel Castells (2000) llama “los agujeros negros” del desarrollo urbano en la “era de la información”. Estos investigadores están interesados en el empleo y las tendencias de mercado de trabajo y en sus consecuencias polarizadoras y ramifi cadoras sobre estructuras sociales y espaciales –conduciendo en particular, al peldaño más bajo de la escala de las cla-ses y posiciones, a la génesis inacabada del precariado post-industrial en la periferia urbana al amanecer del siglo XXI. Pero casi no entablan discusiones continuadas con sus colegas en la segunda esquina, que es-tán estudiando los fundamentos, las formas e implicaciones de los cli-vajes étnicos.

Fundamentado en clasifi caciones etno-raciales en los Estados Uni-dos (es decir, en la institucionalización de la “raza” como una etnicidad negada), en clasifi caciones etno-nacionales en la Unión Europea (a saber,

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la división “nacional/extranjero”) y en un variado mix de ambas en Amé-rica Latina y una buena parte de África, (re)activada por la inmigración y por las diferencias culturales que suele portar consigo la migra-ción, la división étnica es no obstante esencial para comprender la for-mación y deformación de las clases. Y a la inversa: ¿cómo se puede no ver que aquellos que son designados –en realidad, difamados– por toda Europa como “inmigrantes” son extranjeros de orígenes poscoloniales y de extracción social más baja, y otros, miembros de clases más altas, son “expatriados” a quienes todos buscan atraer y no expulsar? ¿Y cómo puede ignorarse que la percepción colectiva que se tiene de ellos, sus modalidades de incorporación, su capacidad para actuar colectivamente, en suma, su destino, depende en gran medida de su posición y trayec-toria social, y por lo tanto de los cambios en la estructura de clase en la cual se refugian? Este ámbito de la investigación, que está experimen-tando un auge sin precedentes por toda Europa, alimentado por el miedo a la inmigración y por la moda política y mediática sobre la “diversidad”, ha crecido mayormente con autonomía (bajo el ímpetu de programas de estudios étnicos al estilo estadounidense) y cada vez más alejado del –y hasta opuesto al– análisis de clase. Por eso ha cristalizado una alternativa artifi cial, que nos emplaza a hacer una elección disyuntiva entre la clase y la etnicidad, para otorgar preferencia analítica y prioridad política o a “la cuestión social” o a “la cuestión racial” –estoy pensando aquí, en el caso de Francia, en el resonante estudio de Pap Ndiaye, La Condition Noire (2008), que aspira a sentar las bases de “estudios negros a la fran-cesa”, lo que, en mi opinión, es un doble error, teórico y práctico, y en el libro editado por los hermanos Fassin, De la question sociale a la question raciale? (2006), que dice mucho sobre el vuelco del “sentido común” pro-gresista del momento. Ahora, hay pruebas abundantes, como Max Weber enfatizaba un siglo atrás ([1922] 1978), de que estas dos modalidades de “cierre social” (Schließung), basadas respectivamente en la distribución de poderes materiales y simbólicos, están profundamente imbricadas y deben necesariamente ser pensadas juntas.1

1 Este punto lo argumenté, hace un largo tiempo (Wacquant, 1989), en el curso de una reinterpretación de la controversia política y científi ca que se concitó en los Estados Unidos por la obra cumbre de mi mentor de Chicago, William Julius Wil-son ([1978] 1980), The Declining Signifi cance of Race, así como también en un

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Finalmente, en la tercera esquina, deliberadamente aislada de las otras dos, tenemos un grupo que está muy bien representado entre no-sotros hoy: criminólogos y variados especialistas en temas de justicia penal. Ellos se ubican con entusiasmo en una madriguera dentro del perímetro cerrado del dúo “crimen y castigo”, que es históricamente constitutivo de su disciplina y que está continuamente reforzado por de-mandas políticas y burocráticas. Por lo tanto, casi no le prestan atención (no la sufi ciente para mi gusto, en todo caso) a los cambios en la estruc-tura y formación de clase, la profundización de las desigualdades y la amplia renovación de la pobreza urbana, por un lado; y al dinámico, e históricamente variable, impacto de las divisiones étnicas por el otro (salvo bajo el estrecho y limitado rubro de la discriminación y la dispari-dad, típicamente mezclados). Al hacerlo así, se privan de los medios para captar la evolución contemporánea de políticas penales, en la medida en que, como mostró Bronislaw Geremek ([1978] 1987) en su trabajo magistral La Potence ou la pitié, desde la invención de la prisión y el surgimiento de estados modernos en Occidente a fi nes del siglo XVI, estas políticas estaban dirigidas menos a reducir el crimen que a frenar la marginalidad urbana. Mejor aún, la política penal y la política social no son más que los dos fl ancos de la misma política para la pobreza en la ciudad, en el doble sentido de la lucha de poderes y la acción pública. Por último, siempre y en todos lados, el vector de la penalidad golpea preferentemente a las categorías situadas en el punto más bajo del orden de clases y las gradaciones honorables. Por lo tanto es muy importante relacionar la justicia penal con la marginalidad en su doble dimensión, material y simbólica, así como también a los demás programas estatales que pretenden regular a poblaciones y territorios “problemáticos”.

Espero que mi presencia aquí pueda ayudarnos a superar –al me-nos por el tiempo que dure este encuentro– el aislamiento e incluso la mutua ignorancia en los que se encuentran entre sí los investigadores de estas tres regiones temáticas, para que podamos poner en marcha un diálogo entre estudiosos de la relegación urbana como un producto de la

artículo que abogaba por la elaboración de un “análisis de la dominación ra-cial” que escapara de la lógica judicial que interpreta a la racialización como una entre muchas modalidades en competencia por la fabricación de colectivos (Wacquant, 1997a).

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reestructuración de clases, de las reverberaciones de la etnicidad, y de las transformaciones del estado en sus diferentes componentes apunta-dos hacia las poblaciones marginadas y denigradas –el primero entre ellos es el brazo penal (la policía, las cortes, las cárceles, las prisiones, los centros de menores), y sus prolongaciones. Si hay un argumento cla-ve que quiero presentar hoy, a través de mis respuestas sobre cada uno de los libros que son el foco de nuestras tres sesiones así como también en mi discurso al fi n de esta jornada, es que nos urge vincular estas tres áreas de investigación y poner las correspondientes disciplinas a trabajar juntas: la sociología urbana y el análisis económico, la antropología y la ciencia política de la etnicidad, y la criminología y el trabajo social, con aportes diagonales de la geografía que nos ayuden a capturar la di-mensión espacial de sus mutuas imbricaciones, con, al fi nal de nuestra vista, la fi gura de un “estado Centauro”, liberal en la cima y punitivo en la base, que desprecia los ideales democráticos por su misma anatomía y por su modus operandi.

I

Propongo, a modo de prolegómeno y de marco para nuestros deba-tes, esbozar una cartografía analítica del programa de investigación que he seguido durante las últimas dos décadas en la intersección de estas tres temáticas, un programa del cual son el producto y el resumen mis libros Los condenados de la ciudad, Castigar a los pobres y Deadly Symbiosis. Estos libros forman una trilogía que examina el triángulo de transformaciones urbanas con la clase, la etnicidad y el estado como sus vértices y allana el camino para una (re)conceptualización propiamente sociológica del neoliberalismo. Se puede decir que se benefi cian al ser leídos juntos, en forma secuencial o simultánea, en la medida en que se complementan y refuerzan entre sí para bosquejar in fi ne un modelo de la reconfi guración de los nexos del estado, el mercado y la ciudadanía al comienzo de siglo, y un modelo que se puede tener esperanzas de generalizar mediante trasposiciones razonables a través de las fronteras. Esta nueva visita es una oportunidad para redactar un balance provisio-nal y compacto de estas investigaciones y especifi car sus desafíos, pero

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también para destacar cómo adapté conceptos clave de Pierre Bourdieu (espacio social, campo burocrático, poder simbólico) para clarifi car ca-tegorías defi nidas vagamente (como la de “gueto”) y forjar nuevos con-ceptos para examinar el surgimiento del precariado urbano y su gestión punitiva por el Leviatán neoliberal.

Cada volumen de esta trilogía arroja luz sobre un lado del triángulo “clase-raza-estado” 2 y prueba el impacto del tercer vértice en la relación entre los otros dos. Y cada libro se construye sobre los otros dos como trasfondo empírico y trampolín teórico.

1- Los condenados de la ciudad diagnostica el surgimiento de la marginalidad avanzada en la ciudad, después del colapso del gueto negro en la parte americana y la disolución de los territorios de la clase obrera en Europa Occidental, a lo largo del eje “clase-raza” tal y como lo han enfocado las estructuras estatales y políticas.

2- Castigar a los pobres describe la invención y puesta en funciona-miento de la contención punitiva como técnica para gobernar áreas y poblaciones problemáticas a lo largo del eje “clase-estado” marcado por las divisiones etno-raciales o etno-nacionales.

3- Deadly Symbiosis desenreda la relación de la imbricación recíproca entre la penalización y la racialización como formas afi nes de denigración y revela cómo la desigualdad de clase se interseca y modula el eje “estado-etnicidad”.

Cada uno de estos libros trabaja su propia problemática y puede por tanto ser leído separadamente. Pero los argumentos que los vinculan se extienden más allá de cada uno para contribuir más ampliamente, pri-mero a una sociología comparativa de la regulación de la pobreza y

2 Uso el término “raza” en el sentido de etnicidad denegada: un principio de es-tratifi cación y clasifi cación que estipula una gradación de honor (decreciente de acuerdo a la ascendencia, fenotipo o alguna otra característica sociocultural mo-vilizada para el propósito de cierre social, cf. Wacquant, 1997a) que pretende ser basado en la naturaleza; o si no, una variedad paradójica de etnicidad que reclama no ser étnica – una demanda que, infeliciter, los sociólogos refrendan cada vez que descuidadamente invocan el par “raza y etnicidad” que ancla el sentido común etno-racial en los países de habla inglesa.

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la (de)formación del precariado post-industrial y, en segundo lugar, a una antropología histórica del Leviatán Neoliberal (Wacquant, 2012). Ellos ofrecen una vía para repensar el neoliberalismo como un proyecto político transnacional, una verdadera “revolución desde arriba” que no puede ser reducida al imperio desnudo del mercado (como lo plantearían tanto sus oponentes como sus defensores) sino que necesariamente abar-ca los medios institucionales requeridos para poner en pie este imperio: a saber, una política social disciplinaria (encapsulada por el concepto de Workfare3) y la diligente expansión del sistema penal (al cual bauticé como prisonfare4), sin rechazar el tropo de la responsabilidad individual que actúa como el pegamento cultural que liga los tres componentes ya mencionados (Wacquant, 2010a). Resumiré brevemente los argumentos clave hechos en cada uno de los libros antes de destacar sus fundamentos teóricos comunes y sus implicaciones interrelacionadas.

1. La producción política de la marginalidad avanzada

El primer libro, Los condenados de la ciudad: una sociología com-parativa de la marginalidad avanzada, dilucida el nexo de la clase y la raza en los distritos de los desposeídos o bas-quartiers de las metrópolis post-industriales en su fase de polarización socio-espacial (Wacquant, 2008a). Describo la repentina implosión del gueto negro americano tras el apogeo del movimiento por los derechos civiles y lo atribuyo al cam-bio total de las políticas locales y federales luego de mediados de los

3 Con el término workfare hago referencia a los programas de asistencia pública destinados a los pobres, que hacen de la recepción de la ayuda un benefi cio per-sonal condicionado a que los benefi ciarios acepten trabajos mal remunerados o se sometan a estrategias orientadas al empleo, tales como el entrenamiento en lugares de trabajo o “job-searching”, en contraste con welfare, que es un derecho incues-tionable a la asistencia social.

4 Prisonfare es un término que introduje en analogía con workfare, para designar a los programas de penalización de la pobreza vía el direccionamiento preferencial y el empleo activo de la policía, los tribunales y las cárceles (así como sus anexos: la libertad vigilada, la libertad condicional, bases de datos de criminales y variados sistemas de vigilancia) en el interior y en las proximidades de los barrios margina-lizados, donde se aglomera el proletariado post-industrial.

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setenta –un cambio multidimensional que David Harvey (1989) capta correctamente como un movimiento “desde la ciudad gestora a la ciudad empresarial (entrepeneurial)”, pero que asumió una forma particular-mente virulenta en los Estados Unidos pues también participó de una arrolladora reacción violenta racial. Este vuelco total de políticas aceleró la transición histórica del gueto comunal, que confi naba a todos los ne-gros en un espacio reservado que los entrampaba y también los prote-gía, al hipergueto, un territorio de desolación que ahora solo contiene a las fracciones inestables de la clase obrera afro-americana, expuesta a todas las formas de la inseguridad (económica, social, criminal, sani-taria, de vivienda, etc.) por la desintegración de la red de instituciones paralelas que caracterizaba al gueto en su forma propiamente auténtica (Wacquant, 2005a).

Luego contrasto este repentino desmoronamiento con la lenta des-composición de territorios obreros en la Unión Europea durante la era de la desindustrialización. Muestro que la relegación urbana obedece a diferentes lógicas en los dos continentes: en los Estados Unidos, está determinada por la etnicidad, modulada por la posición de clase después de los sesenta, y agravada por el estado; en Francia y sus países vecinos, está enraizada en la desigualdad de clase, modifi cada por la etnicidad (por la cual leer: inmigración post-colonial), y parcialmente paliada por la acción pública. Se deduce que, lejos de moverse hacia el gueto de tipo socio-espacial como instrumento de encierro étnico (Wacquant, 2011a), los distritos desposeídos de las ciudades europeas se están alejando de éste en todas las dimensiones, tanto que se puede caracterizarlos como anti-guetos.5

De este modo refuto la tesis de moda de una convergencia trans-atlántica de los distritos desposeídos según el modelo del gueto

5 La difícil situación de los inmigrantes postcoloniales de clases bajas por toda Europa es que sufren la contaminación simbólica propagada por el discurso del pánico de la “guetización”, que abiertamente los señala como una amenaza a la cohesión nacional en cada sociedad, sin obtener los “benefi cios paradójicos” de la guetización real (Wacquant, 2010f), entre ellos la acumulación originaria de capi-tal social, económico y cultural en una esfera vital separada susceptible de darles una identidad colectiva compartida y a una creciente capacidad para la acción colectiva, en particular, en el campo de la política.

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afro-americano y en cambio señalo a la emergencia, a ambos lados del At-lántico, de un nuevo régimen de pobreza en la ciudad, alimentado por una fragmentación del trabajo asalariado, la reducción de la protección so-cial, y la estigmatización territorial. Concluyo que el estado juega un papel fundamental en la producción y la distribución tanto social como espacial de la marginalidad urbana: la suerte del precariado post-indus-trial se torna económicamente sub-determinada y políticamente sobre-determinada, y esto es verdad en los Estados Unidos no menos que en Europa –pero es otra mella en lo que el historiador y jurista Michael Novak (2008) ha llamado “el mito del ‘débil’ estado americano”. Basta con decir que debemos ubicar urgentemente las estructuras y políticas gubernamentales de vuelta en el corazón de la sociología de la ciudad (donde Max Weber [1921, 1958] las había puesto apropiadamente) pen-dientes de las relaciones duales entre clase y etnicidad al pie de la estruc-tura espacial, como muestra el Gráfi co 1.

Raza (Etnicidad)

Neoliberalismo

Mano izquierda workfare Workfare

Mano derecha prisonfare

Clase (mercado)

Cuerpo y alma

Los condenados de la ciudad

Castigar a los pobres Ciudad

Hipergueto - Anti-gueto

(Cuerpo)

Prisión

ESTADO

Prison:Cárcel

GRÁFICO 1: EL TRIANGULO FATÍDICO DEL PRECARIADO URBANO

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2. La gestión punitiva de la pobreza como componente del neoliberalismo

¿Cómo reaccionará y manejará el estado esta marginalidad avan-zada que, paradójicamente, ha impulsado y afi anzado en el punto de confl uencia de las políticas de “desregulación” económica y los recortes en la protección social? Y a su vez, la normalización e intensifi cación de la inseguridad social en los territorios de relegación urbana, ¿cómo contribuirán a redibujar el perímetro, los programas y las prioridades de la autoridad pública (uso deliberadamente esta expresión)? La relación recíproca entre la transformación de clase y la reingeniería estatal en sus misiones sociales y penales son el tema del segundo libro, Castigar a los pobres (Wacquant, 2009a), que cubre el lado izquierdo del “triángulo fatídico” determinando el destino del precariado urbano.

Los administradores estatales podrían haber “socializado” esta for-ma emergente de la pobreza, controlando los mecanismos colectivos que lo alimentan, o “medicalizado” sus síntomas individuales; optaron en cambio por otra ruta, la de la penalización. Así se inventó en los Es-tados Unidos una nueva política de la gestión de la marginalidad ur-bana uniendo políticas sociales restrictivas –mediante el reemplazo del bienestar protector por el workfare obligatorio, donde la asistencia pasa a ser condicional a la orientación del benefi ciario hacia un empleo degra-dado– y una política penal expansiva-intensifi cada por la deriva concu-rrente de la rehabilitación a la neutralización como fi losofía operante del castigo, y centrada en las áreas urbanas en decadencia y abandonadas (el hipergueto de EE. UU., las banlieues de la clase obrera en proceso de deterioro en Francia, sink estates en el Reino Unido, krottenwijk en los Países Bajos, etc.), sometidas al vituperio público por el discurso de la estigmatización territorial en la metrópolis dualizadora. Este ar-tilugio político se propagará entonces y se transformará a través de un proceso de “traducción traidora” a través de las fronteras nacionales, de acuerdo con la estructura del espacio social y la confi guración del campo político-administrativo específi co, a cada país receptor.6

6 Quienes duden sobre la relevancia del régimen del workfare estadounidense para los países no anglosajones deben consultar el libro de Lødemel y Trickey (2001),

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Castigar a los pobres efectúa tres rupturas para presentar tres ar-gumentos importantes. La primera ruptura consiste en separar al cri-men del castigo para establecer que la irrupción del estado penal, y por lo tanto el gran regreso del presidio (que había sido declarado mori-bundo y destinado a desaparecer alrededor de 1975),7 es una respuesta no a la inseguridad penal sino a la inseguridad social originada por la precarización del trabajo asalariado y a la ansiedad étnica generada por la desestabilización de las jerarquías de honor establecidas (correlativo al colapso del gueto negro en los Estados Unidos y al establecimiento de poblaciones inmigrantes y los progresos en la integración suprana-cional en la Unión Europea). La segunda ruptura incluye en un mismo modelo el cambio de la política penal y las permutaciones de la políti-ca social, que se mantienen habitualmente separadas, en los enfoques

bien titulado “An offer you can’t Refuse”: Workfare in International Perspecti-ve. Hace ya una década, este libro documentó la tendencia generalizada en las políticas sociales, de los derechos hacia las obligaciones de los benefi ciarios, la multiplicación de restricciones administrativas al acceso, y la contractualización del apoyo, así como también la introducción de programas de trabajo obligado en seis países de la Unión Europea. En su meticulosa revisión de dos décadas de programas de “activación del bienestar social”, Barbier (2009:30) advierte sobre las generalizaciones amplias y pone el acento en las variaciones trans-nacionales así como intra-nacionales en la arquitectura y en sus resultados; pero concede que, al margen de impulsar la “contención de costos”, estos programas participan de “una profunda transformación ideológica” que ha fomentado en todas partes “una nueva ‘lógica moral y política’ articulada en un discurso moralizante de ‘derechos y deberes’.” Para una discusión más amplia de las raíces político- económicas y las variantes del “estado del workfare”, ver Peck (2001).

7 Cuando Michel Foucault (1975) publicó Surveiller et punir (traducido dos años después como Vigilar y Castigar), el consenso internacional entre los analistas de la escena penal era que el presidio era una institución obsoleta y desacredita-da. El confi namiento era unánimemente visto como una reliquia de una época ya pasada del castigo destinada a ser suplantada por sanciones alternativas e inter-medias en la “comunidad” (éste fue el punto máximo del llamado “movimiento anti-institucional en psiquiatría” y de la movilización a favor de la “excarcelación” en criminología). El propio Foucault (1975: 358, 354, 359) enfatizó que “la especi-fi cidad de la prisión y su rol como encierro están perdiendo su razón de ser con la difusión de disciplinas carcelarias “a través de todo el cuerpo social” y la prolifera-ción de agencias encomendadas para “ejercer un poder de normalización”. Desde entonces, contra todas las expectativas, el índice de encarcelación ha prosperado prácticamente en todos lados: se ha quintuplicado en Estados Unidos y duplicado en Francia, Italia e Inglaterra; se ha cuadruplicado en los Países Bajos y Portugal y sextuplicado en España.

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gubernamentales y académicos. Pues estas dos políticas están mutua-mente imbricadas: están dirigidas a las mismas poblaciones atrapa-das en las grietas y fosas de la estructura socio-espacial polarizada; despliegan las mismas técnicas (expedientes, vigilancia, denigración y sanciones graduadas) y obedecen la misma fi losofía moral del indivi-dualismo conductista; y los objetivos panópticos y disciplinarios de la primera tienden a contaminar la última. Para efectivizar esta integra-ción, recurro al concepto de Bourdieu (1993) de “campo burocrático”, que me lleva a revisar la tesis clásica de Piven y Cloward ([1971] 1993) sobre “regular a los pobres” a través del bienestar social: de aquí en adelante, la mano izquierda y la mano derecha del estado se unen para efectuar la “doble regulación punitiva” de las fracciones inestables del proletariado post-industrial.

La tercera ruptura reside en acabar con la confrontación estéril en-tre los seguidores de los enfoques económicos inspirados por Marx y Engels, que conciben la justicia penal como un instrumento de coac-ción de clase desplegado en una relación vinculada con fl uctuaciones en el mercado de trabajo, y los enfoques culturalistas derivados de Émile Durkheim, para quien el castigo es un lenguaje que ayuda a trazar lími-tes, revivir la solidaridad social, y expresar los sentimientos comparti-dos que fundaron la comunidad cívica. Es sufi ciente, gracias al concepto de campo burocrático, para unir los momentos materiales y simbóli-cos de cualquier política pública para darse cuenta de que la penalidad puede cumplir perfectamente bien tanto las funciones de control como las de comunicación ya sea simultánea o sucesivamente, y por lo tanto operar en concierto con los registros expresivos e instrumentales. De he-cho, uno de los rasgos distintivos de la penalidad neoliberal es su acen-tuación teratológica de su misión de extirpación fi gurativa del peligro y la contaminación desde el cuerpo social, incluso al costo de reducir el control racional del crimen, como ilustró la renovación histérica de las sentencias y supervisiones de delincuentes sexuales en la mayoría de las sociedades avanzadas.

Concluyo Castigar a los pobres comparando mi modelo de penali-zación como técnica política para gestionar la marginalidad urbana con la caracterización de Michael Foucault (1975) de la “sociedad discipli-naria”; la tesis de David Garland (2001) de la emergencia de la “cultura

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del control”, y la visión de la política neoliberal propuesta por David Harvey (2005). Al hacerlo, demuestro que la expansión y glorifi cación del brazo penal del estado (centrado en la prisión en los Estados Uni-dos y dirigido por la policía en la Unión Europea) no es una desviación anómala o una corrupción del neoliberalismo, sino, por el contrario, uno de sus componentes constitutivos centrales. Al igual que a fi nes del si-glo XVI, el incipiente estado moderno innovó conjuntamente el socorro para los pobres y la reclusión penal para detener el fl ujo de vagabundos y mendigos que entonces invadían las ciudades comerciales del Norte Europeo (Lis y Soly, 1979; Rusche y Kirchheimer [1939] 2003), así a fi nes del siglo XX el estado neoliberal reforzó y redistribuyó su aparato de vigilancia, judicial y carcelario para detener los desórdenes causados por la difusión de la inseguridad social en la base de la escala de clases y posiciones, y puso en escena el ostentoso espectáculo de la pornogra-fía de la-ley-y-el-orden para reafi rmar la autoridad de un gobierno que busca legitimidad por haber renunciado a sus deberes instituidos de la protección social y económica.

3. La sinergia transformadora entre la racialización y la penalización

El crecimiento de la marginalidad avanzada y el giro hacia su con-tención punitiva han sido poderosamente estimulados y también fl exio-nados por la división étnica, enraizada en la oposición “blanco/negro” en los Estados Unidos y centrada en el cisma “nacional/extranjero post-colonial” en Europa Occidental (con ciertas categorías, como la de los gitanos, tratados como cuasi-extranjeros incluso en su países natales). Esta infl exión opera indirectamente, a través de la bisectriz del ángulo “clase-raza-estado” mostrado en el Gráfi co 2 (y desarrollado en el Ca-pítulo 6 de Castigar a los pobres, “La cárcel como sustituto del gueto”), pero también lo hace directamente a través de la relación recíproca entre la construcción de la raza y la elaboración estatal. Esta relación está grafi cada en el lado derecho del triángulo y cubierta por el tercer li-bro, Deadly Symbiosis: Race and the Rise of the Penal State (Wacquant, próximamente por Polity Press).

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La conexión sinérgica entre el clivaje etnorracial y el desarrollo del estado penal es la cuestión más difícil de esta tabla de investigaciones, tanto para plantear como para resolver, y por varias razones.8 Primero, el estudio de la dominación racial es conceptualmente farragoso; y además es un sector de la investigación social donde las posturas políticas y los discurseos morales muy a menudo prevalecen sobre el rigor analítico y la calidad de los materiales empíricos (Wacquant, 1997). Segundo, la probabilidad de caer en la lógica del juicio, que es la enemiga jurada del razonamiento sociológico, ya muy alta cuando se trata con el concepto resbaladizo y cargado del “racismo”, se reduplica en el presente caso cuando estamos tratando con una institución, la justicia penal, cuya mi-sión ofi cial es precisamente dictar sentencias de culpabilidad. Tercero, para entender la relación contemporánea entre la raza y el poder público, se debe volver cuatro siglos atrás, a la fundación de la colonia americana que se convertiría en los Estados Unidos, sin por eso caer en la trampa de hacer del presente el inerte e ineludible “legado” de un vergonzo-so pasado que todavía se debe expiar. Finalmente, dado que la división etno-racial no es una cosa sino una actividad (y una actividad simbóli-ca, además, una relación objetivada y encarnada), no está congelada ni es permanente; evoluciona a trompicones a través de la historia, preci-samente como una función del modo operativo del estado como poder simbólico supremo. Estas difi cultades explican por qué tuve que retirar dos veces este libro a mi editor para revisarlo del principio al fi n (y en consecuencia por qué incluso ahora solo pueden ustedes evaluarlo a tra-vés de los artículos que ofrecen versiones provisionales y preliminares de los principales capítulos).

Deadly Symbiosis muestra cómo el clivaje etnorracial lubrica e inten-sifi ca la penalización y cómo, a su vez, el auge del estado penal moldea a la raza como una modalidad de clasifi cación y estratifi cación, al asociar

8 El concepto de sinergia (que desciende del griego syn, juntos, y ergon, trabajo) expresa muy bien la idea de que la racialización y la penalización operan al uní-sono para producir excluidos del estado, a la manera de dos órganos simbólicos que actúan de conjunto sobre el funcionamiento del cuerpo social. Cuando Émile Littré lo insertó en su Dictionnaire de la langue française [Diccionario de la len-gua francesa] (1872-77), rastreó el concepto en la fi siología y la defi nió como “acción cooperativa o esfuerzo entre diversos órganos, o diversos músculos. La asociación de varios órganos para llevar a cabo una función”.

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a la negritud con una peligrosidad tortuosa y al dividir la población afro-americana con una gradación judicial (Wacquant, 2005b). La demostra-ción se desarrolla en tres fases que nos llevan a tres continentes. En la primera fase, reconstruyo la cadena histórica de las cuatro “instituciones peculiares” que han funcionado en forma sucesiva para defi nir y confi -nar a los negros a lo largo de la historia de los Estados Unidos:9 la escla-vitud de 1619 a 1865, el régimen del terrorismo racial en el sur conocido como “Jim Crow” de 1890 a 1965, el gueto de la metrópolis fordista en el norte de 1915 a 1968, y fi nalmente la constelación híbrida nacida de la mutua interpenetración del hipergueto y el hipertrófi co sistema carce-lario. Establezco que la asombrosa infl ación en el confi namiento de los negros de clase baja desde 1973 (la burguesía negra se ha apoyado y se ha benefi ciado de la misma expansión penal, que basta para invalidar la tesis de la llegada del “nuevo Jim Crow”) fue el resultado del colapso del gueto como contenedor étnico y el subsiguiente despliegue de la red pe-nal en y alrededor de sus restos. Esta malla carcelaria fue fortalecida por dos series convergentes de cambios que, por un lado, han “carcelizado” al gueto y, por el otro lado, han “guetizado” a la cárcel, tal que entre ellos se ha fusionado una triple relación de sustitución funcional, homología estructural y sincretismo cultural (Wacquant, 2001). La simbiosis entre el hipergueto y la prisión, perpetúa la marginalidad socio-económica y el estigma simbólico del subproletariado negro urbano; y moderniza el signifi cado de la “raza” y remodela a la ciudadanía al secretar una cultu-ra pública racializada de denigración de los delincuentes.

Luego amplío este modelo para incluir la súper-encarcelación ma-siva de inmigrantes post-coloniales en la Unión Europea, que terminó siendo más pronunciada en la mayoría de sus estados miembro que la súper-encarcelación de norteamericanos negros al otro lado del Atlántico

9 Recordemos que la asignación social y legal a la categoría “negro” en los Estados Unidos se basa en la descendencia genealógica de un esclavo importado desde África y no en la apariencia física, y que mágicamente “borra” la mixtura etno-rracial (que concierne la gran mayoría de personas consideradas negras) por la estricta aplicación del principio de “hipodescendencia” de acuerdo con la cual los descendientes de una unión mixta pertenecen a la categoría considerada inferior. Esta confi guración simbólica, que prefi gura el espacio y el aislamiento extremos de los afroamericanos en su sociedad, es virtualmente única en el mundo (Davis, 1991).

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–un hecho revelador aunque poco conocido que es omitido o negado por los criminólogos del continente (Wacquant, 2005c). La criminalización selectiva y el confi namiento preferencial de extranjeros, decretados por los ex-imperios occidentales toman las dos formas complementarias de “transportación” interior y exterior, la expurgación carcelaria y la expul-sión geográfi ca (teatralizada por la ceremonia burocrática-periodística del “vuelo charter”). Estas son complementadas por el rápido desarrollo de una vasta red de campos de detención reservados para migrantes irre-gulares y por una política agresiva de detección y exclusión que incita a la informalidad entre aquellos inmigrantes y normaliza el “desgobierno de las leyes” por todo el continente así como lo exportan a los países que envían a los inmigrantes vía la “exteriorización” de programas de inmigración y control del asilo (Broeders y Engbersen, 2007; Ryan y Mitsilegas, 2010). Todas estas medidas tienen por objetivo pregonar la fortaleza y determinación de las autoridades y reafi rmar el límite entre “ellos” y un “nosotros” europeos que está cristalizando dolorosamen-te.10 La penalización, racialización y despolitización de las turbulencias urbanas asociadas con la marginalidad avanzada siguen su curso y se

10 El infame discurso pronunciado por Nicolas Sarkozy en Grenoble en julio de 2010 ofrece una ilustración hiperbólica y extravagante de esta lógica de la segmentación simbólica y la difamación a través de la penalización. Interesado en restaurar su credibilidad arruinada en materia de seguridad pública, y pensando en las eleccio-nes presidenciales de 2012, el presidente francés declaró ofi cialmente la “guerra contra los trafi cantes y delincuentes” y anunció el nombramiento de un duro jefe policial para el puesto de prefecto local. Directamente vinculó los extranjeros in-deseables con la criminalidad (aunque el incidente que provocó su discurso solo implicó a ciudadanos franceses); los hizo blanco del peso del estado y estableció normas y sanciones incrementadas abiertamente discriminatorias para el siste-ma judicial (proponiendo, además de sanciones mínimas obligatorias, despojar de sus ciudadanías a “nacionales franceses naturalizados por menos de 10 años” si son condenados de actos de violencia contra la policía –una medida que viola directamente a la constitución francesa y a las convenciones europeas). Y lanzó una campaña policial para desmantelar “campamentos ilegales de romaníes” y ex-pulsar sus residentes en masse con el objetivo de aumentar el número de arrestos y proporcionar material de video para los noticieros vespertinos de la TV. Este fl ash de la pornomanía de la ley-y-el-orden hizo acreedora a Francia de las vigorosas protestas diplomáticas de Rumania y Bulgaria, protestas ofi ciales y amenazas de sanciones de la Unión Europea, y una amplia reprobación internacional (desde el Vaticano, las Naciones Unidas, etc.).

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refuerzan entre sí, vinculadas circularmente tanto en el continente euro-peo como en los Estados Unidos.

La misma lógica está funcionando en Latinoamérica, que es adonde llevo al lector para examinar la militarización de la pobreza en las metró-polis brasileñas como reveladora de la profunda lógica de la penalización (Wacquant, 2008b). En un contexto de desigualdades extremas y de vio-lencia callejera desenfrenada respaldadas por un estado patrimonialista que tolera una rutinaria discriminación judicial por la clase o por el co-lor y una brutalidad policial sin límites, y considerando las espantosas condiciones de confi namiento, imponer una contención punitiva sobre los residentes de las favelas decadentes y los conjuntos degradados equivale a tratarlos como enemigos de la nación. Y se alimenta el desacato a la ley y el atropello como rutina así como la descontrolada expansión del poder penal, que se puede observar a lo largo de América del Sur en respuesta al incremento combinado de la desigualdad y la marginalidad (Müller, 2012). Esta digresión brasileña confi rma que el vector de la penalización siempre tiene un objetivo altamente selectivo, golpeando como una cues-tión de prioridad estructural aquellas categorías doblemente subordinadas en el orden material de las clases y en el orden simbólico de honorabilidad.

II

Vuelvo ahora a la inspiración teórica de mi trabajo, a la que no siem-pre perciben claramente mis lectores (o al menos solo débil o elíptica-mente), aun cuando proporciona la clave para la inteligibilidad de un conjunto de investigaciones que, sin ella, puede parecer un poco disperso o inconexo. Para desenmarañar las conexiones triangulares entre la rees-tructuración de clase, las divisiones etnorraciales y las elaboraciones del estado en la era del neoliberalismo triunfante, he adaptado varios con-ceptos desarrollados por Pierre Bourdieu (1997) y los he puesto a traba-jar en nuevos frentes –la marginalidad, la etnicidad, la penalidad– desde el micro nivel de aspiraciones individuales y relaciones interpersonales en la vida cotidiana al meso nivel de estrategias sociales y constelaciones urbanas, y al nivel macro sociológico de las formas de estado (ver Grá-fi co 2 más adelante):

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-poder simbólico es “el poder de constituir lo dado por la enuncia-ción, de hacer ver y hacer creer, de confi rmar o de transformar la visión del mundo, por lo tanto el mundo” (Bourdieu, 1991: 170). Ilu-mina la marginalidad como liminalidad social (traduciéndola alterna-tivamente como invisibilidad cívica o hipervisibilidad), la penalidad como abyección del estado, y la racialización como violencia funda-mentada cognitivamente. Más ampliamente, expone cómo las polí-ticas púbicas contribuyen a producir una realidad urbana mediante sus actividades de clasifi cación y categorización ofi cial (un ejemplo en Francia es la invención de la noción de “vecindario sensible” y a los infames efectos que ha inducido, no solo sobre el comportamiento de los burócratas del estado, los medios y las empresas, sino también entre residentes de las áreas así denigradas y entre sus vecinos);

-campo burocrático refi ere a la concentración de la fuerza física, capital económico, capital cultural, y capital simbólico (implicando, en particular, la monopolización del poder judicial) que “constituye al estado como detentor de una suerte de meta-capital” que le per-mite impactar en la arquitectura y funcionamiento de los diferentes “campos” que forman una sociedad diferenciada (Bourdieu, 1993: 52). Designa la red de agencias administrativas que colaboran en imponer identidades ofi ciales y compiten para regular actividades sociales y representar la autoridad pública. El campo burocrático centra su atención en la distribución (o no) de los bienes públicos y nos permite vincular la política social y la política penal, para de-tectar sus relaciones de sustitución funcional o de colonización, y así reconstruir su evolución convergente como el producto de luchas sobre y al interior del estado, contraponiendo su polo protector (fe-menino) y su polo disciplinario (masculino), sobre la defi nición y tratamiento de los “problemas sociales” de los que los vecindarios relegados son tanto el crisol como el punto de fi jación;

-espacio social es la “estructura –multidimensional– de yuxtapo-sición de posiciones sociales”, caracterizadas por su “exterioridad mutua”, su distancia relativa (cercanas o lejanas), y su clasifi ca-ción ordenada (abajo, arriba, entre), dispuestas a lo largo de dos

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coordenadas fundamentales dadas por el volumen total del capital que poseen los agentes en sus diferentes formas y la composición de sus activos, es decir, el “peso relativo” de “los principios más efi -cientes de diferenciación” que son el capital económico y el cultural (Bourdieu, 1994: 20-22). Como “la realidad invisible”, irreductible a interacciones observables, que “organiza las prácticas y las repre-sentaciones de los agentes”, el espacio social nos ayuda a identifi car y defi nir la distribución de los recursos efi cientes (Bourdieu, 1994: 25) que determinan las posibilidades de vida a diferentes niveles en la jerarquía urbana, y luego a investigar correspondencias –o, por cierto, separaciones– entre las estructuras simbólicas, sociales y físicas de la ciudad; y fi nalmente

-habitus: defi nido como el sistema socialmente constituido de “es-quemas de percepción, apreciación y acción que nos permite efec-tuar los actos de conocimiento práctico” que nos guía en el mundo social (Bourdieu, 1997: 200), nos impulsa a reintroducirnos en el análisis de experiencias carnales de agentes –y la marginalidad, la racialización, y la encarcelación no son nada si no son corporal-mente restrictivas, manifestadas más intensamente intus et in cute. Nos ayuda a asistir a “la acción psicosomática, ejercida a menudo a través de la emoción y el sufrimiento”, a través de la cual la gente in-ternaliza los condicionamientos sociales y los límites sociales, tanto que se desvanece la arbitrariedad de las instituciones y se aceptan sus veredictos (Bourdieu, 1997: 205).11 Nos invita a rastrear empíri-camente, en vez de simplemente postular, cómo se retraducen las es-tructuras sociales en realidades vividas, mientras se sedimentan en organismos socializados en la forma de disposiciones para la acción

11 Es signifi cativo que Bourdieu (1997: 205) evoque el pasaje fundamental de En la colonia penitenciaria de Franz Kafka ([1914] 2011) en el que se graba la sentencia de los condenados sobre su cuerpo por una máquina de tortura como una variante grotesca de lo que él llama la “cruel mnemotecnia” mediante la cual los grupos naturalizan la arbitrariedad que los funda. Esta escena nos pone en el punto don-de la lanza material-simbólica del estado penal confronta y perfora a través del cuerpo del delincuente en un acto ofi cial de profanación radical que provoca una aniquilación física: el ciudadano sólo existirá dentro del ámbito de la ley.

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y la expresión. Dichas disposiciones tienden a validar y reproducir o, por el contrario, a cuestionar y transformar, las instituciones que las producen, dependiendo de si su conformación acepta o diverge con las normas de las instituciones que confrontan.

GRÁFICO 2: LA ARQUITECTURA TEÓRICA SUBYACENTE

Hay, además, una relación de vinculación lógica y una cadena recí-proca de causalidad corriendo entre estos diferentes niveles (sugeridos en el Gráfi co 2):12 el poder simbólico se imprime sobre el espacio social al reconocer la autoridad y al orientar la distribución de recursos efi cientes a las diferentes categorías relevantes de agentes. El campo burocrático valida o repara esta distribución estableciendo la “tasa de cambio” entre las diversas formas de capital que poseen. En otras palabras, no podemos entender la organización de las jerarquías urbanas, incluyendo si toman connotaciones étnicas, y cuán enérgicamente lo hacen, sin poner dentro de nuestra ecuación explicativa al estado como una agencia estratifi ca-dora y clasifi cadora. A su vez, la estructura del espacio social se obje-tiva en el ambiente construido (pensemos en los barrios residenciales

12 Para una discusión mas completa de las relaciones internas entre estos conceptos, que enfatizan el lugar baricéntrico del capital simbólico en sus variadas encarna-ciones, ver Bourdieu y Wacquant (1992).

Raza (Etnicidad)

poder simbólico

Polo de protección Polo disciplinario

Clase (mercado) Habitus

Ciudad

ESTADO

Espacio social

Campo burocrático

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segregados y la distribución diferenciada de servicios públicos entre los distritos) e incorporada en las categorías cognitivas, afectivas y volitivas que orientan las estrategias prácticas de los agentes en la vida cotidiana, en sus círculos sociales, en el mercado laboral, en sus relaciones con instituciones públicas (policía, ofi cinas de bienestar social, de vivienda y autoridades fi scales, etc.), y por consiguiente, da forma a su relación subjetiva con el estado (que es parte integrante de la realidad objetiva de ese mismo estado). La cadena causal puede entonces ser desandada ascendentemente: el habitus incita las líneas de acción que reafi rman o alteran las estructuras del espacio social, y el engranaje colectivo de estas líneas a su vez refuerza o cuestiona el perímetro, los programas y las prioridades del estado y sus categorizaciones.

Es este engranaje conceptual el que articula la etnografía del boxeo presentada en mi libro Entre las cuerdas (Wacquant, [2000] 2006) con la comparación institucional que organiza Los condenados de la ciudad. En mi opinión, estos libros son las dos caras de una misma investigación so-bre la estructura y la experiencia de la marginalidad ( enfocada desde dos ángulos opuestos pero complementarios: Entre las cuerdas proporciona una antropología carnal de un ofi cio corporal en el gueto, una especie de corte transversal fenomenológico, desde el punto de vista del “agente signifi cante” tan caro a los pragmatistas, integrado en una porción ordi-naria de vida vista desde dentro y desde abajo, mientras Los condenados de la ciudad despliega una macrosociología analítica y comparativa del gueto, construida desde afuera y desde arriba del mundo vivido al que encuadra.13

Utilizo estas ideas como otras tantas palancas teóricas para trabajar conceptos que me ayudan a detectar las nuevas formas de la marginali-dad urbana, a identifi car las actividades del estado dirigidas a producirla

13 Un análisis detallado de las estrategias vitales de un “buscavidas” en la economía predatoria de la calle (Wacquant, [1992]1998) y del giro normativo y la extensión práctica que el hipergueto impone al matrimonio (Wacquant, 1996) son dos de los múltiples puntos de unión entre estos dos niveles y modos de análisis: en ambos estudios de casos, mis principales informantes de campo eran también boxeadores. Asimismo, el extenso enredo judicial de mi mejor amigo y “compañero de ring” en el Woodlawn Boys Club durante dos décadas me proporcionó un vívido analizador de las relaciones entre la marginalidad y la penalidad en tiempo biográfi co y a una escala micro sociológica.

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primero y a tratarla después, y por consiguiente evaluar los vectores emergentes de la desigualdad en las metrópolis dualizadoras en la era de la propagación de la inseguridad social (ver Gráfi co 3). Por lo tanto, en Los condenados de la ciudad, me apoyo en el concepto de espacio social para introducir la triada de gueto/hipergueto/anti-gueto y para diseccio-nar las cambiantes constelaciones socio-espaciales que contienen a las desposeídas e denigradas poblaciones atrapadas en los peldaños más ba-jos de la escala de los lugares que forman la ciudad (Wacquant 2008a y 2010b). Uniendo la teoría del poder simbólico de Bourdieu (1991) al aná-lisis de la gestión de “las identidades deterioradas” de Goffman ([1964] 2003), acuño el concepto de la estigmatización territorial para revelar cómo, a través de la mediación de los mecanismos cognitivos que operan en múltiples niveles entramados, la denigración espacial de barrios de relegación afecta a la subjetividad y a los lazos sociales de sus residentes así como a las políticas de estado que les dan forma.14 Siguiendo los pre-ceptos de la epistemología de Bachelard, desarrollo una caracterización ideal-típica del nuevo régimen de la marginalidad avanzada (llamada así porque no es residual, cíclica ni transicional sino que está orgánicamente relacionada con los sectores más avanzados de la economía política con-temporánea, y notablemente a la fi nancialización del capital) que ofrece una precisa matriz analítica para la comparación internacional.

En Castigar a los pobres y algunos artículos derivados del mismo libro (Wacquant, 2010c, 2010d y 2011b), elaboro el concepto de prisonfa-re por su analogía conceptual con “welfare”, para designar al entramado de políticas –que abarca categorías, agencias burocráticas, programas de acción, y discursos justifi catorios— que pretenden resolver los males urbanos con la activación del brazo judicial del estado antes que con sus servicios sociales y humanos. Sugiero que la contención punitiva es una técnica generalizada para controlar a las categorías marginadas que puede tomar la forma de la asignación a un distrito desposeído o de una

14 Este concepto ha sido desarrollado teóricamente y ampliado empíricamente a tra-vés de tres continentes, cf. Wacquant (2007, 2010b, 2010f), las investigaciones llevadas a cabo en el marco de la red internacional e interdisciplinaria <advance-durbanmarginality.net>, y la selecta bibliografía compilada por Tom Slater, Virgi-lio Pereira y Loïc Wacquant para el número especial de Environment & Planning E sobre el tema de “La estigmatización territorial en acción” (en prensa).

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circulación interminable a través de los circuitos penales (la policía, la corte, la cárcel y sus tentáculos organizativos: libertad condicional, li-bertad bajo palabra, las bases de datos de la justicia penal, etc.). Describo el ascendente artilugio político, que se apoya en la doble regulación de los pobres a través del “workfare” disciplinario y el “prisonfare” neutra-lizador, como “liberal-paternalista” pues aplica la doctrina del laissez-faire et laissez-passer en lo alto de la estructura de clases, hacia los poseedores del capital cultural y económico, pero pasa a ser intrusivo y vigilante abajo, cuando se trata de reprimir las turbulencias sociales generadas por la normalización de la inseguridad social y la profundi-zación de las desigualdades. Este artilugio toma parte en la erección de un Estado Centauro que presenta un perfi l radicalmente diferente en los dos extremos de la escala de clases y lugares, en violación de la norma democrática que exige que todos los ciudadanos deban ser tratados de la misma manera. Sus gobernantes usan la “guerra contra el crimen” (que no es uno) como un teatro burocrático adaptado para reafi rmar su autori-dad y para representar la “soberanía” del estado en el mismo momento en que a esta soberanía la está violando la movilidad descontrolada del capital y la integración jurídico-económica en los agrupamientos políti-cos supranacionales.

GRÁFICO 3: LOS PRINCIPALES CONCEPTOS DESARROLLADOS

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En Deadly Symbiosis, propongo reemplazar al seductor pero engaño-so concepto del “encarcelamiento masivo”, que en la actualidad enmarca y restringe los debates cívicos y científi cos sobre la cárcel y la sociedad en los Estados Unidos (lo utilicé yo mismo, bastante irrefl exivamente, en mis publicaciones anteriores a 2006), por el más refi nado concepto de híper-encarcelamiento, para hacer hincapié en la extrema selectividad de la penalización de acuerdo a la posición de clase, la membrecía étnica o el estatus cívico, y el lugar de residencia; una selectividad que es una característica constitutiva (y no un atributo accidental) de la política de la administración punitiva de la pobreza (Wacquant, 2011b; 218-219). Re-lato que el castigo no es solamente un indicador directo de la solidaridad y la capacidad política central del estado, como Émile Durkheim afi rmó más de un siglo atrás en De la division du travail social ([1893] 2007): es también el paradigma de la denigración pública, impuesta como una sanción por el demérito moral individual, y por tanto cívico.

Esto me lleva a caracterizar a la penalidad como un operador de una sociodicea negativa: a través de su funcionamiento común y ordinario, más que mediante la luz de los escándalos que alternadamente desata y apacigua (Garapon y Salas, 2006), la justicia penal produce una justifi -cación institucional para la desgracia del precariado al fondo de la escala social, una justifi cación que hace eco de la sociodicea positiva de la buena fortuna de los que dominan, lograda por la distribución de las credenciales de las universidades de élite sobre la base del “mérito” académico en la cima de esa misma escala (Bourdieu, 1989).15 Las sanciones penales y su registro ofi cial en archivos judiciales o “antecedentes penales” (casier ju-diciaire en Francia, Führungszeugnis en Alemania, strafblad en Holanda, etc.) operan a la manera de “títulos inversos”: testimonian públicamente la falta de mérito individual de sus portadores e incitan a la reducción ruti-naria de sus posibilidades en la vida, como fue revelado por la amputación de lazos sociales y conyugales, opciones de vivienda, oportunidades e in-gresos de empleo de los ex convictos en casi todos los países avanzados.

15 Adapto aquí la dualidad de la “teodicea” propuesta por Max Weber ([1915] 1946) en su Psicología social de las grandes religiones, que compara las doctrinas que validan “los intereses exteriores e interiores de todos los opresores” (Theodizee des Glückes) con las doctrinas que legitiman y racionalizan el sufrimiento de “estratos socialmente oprimidos” (Theodizee des Leidens).

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Basta, entonces, con construir “a la raza como un delito cívico” (Wacquant, 2005b) para detectar el profundo parentesco –que es mucho más que una similitud o una afi nidad, incluso una “afi nidad electiva” a la Weber– entre la racialización y la penalización: ambas implican una amputación del ser social que es validada por la autoridad suprema simbólica. La categoriza-ción racial y la sanción judicial producen marginados estatales, los que son aún más rebajados pues ambas están más estrechamente relacionadas.

III

Pido disculpas si fui alusivo cuando debí haber sido didáctico, y vi-ceversa, pero para cubrir mi tema y a la vez ser breve, he tenido que simplifi car mi razonamiento y comprimir mis argumentos. Sin embargo, espero que estos rudimentos de una cartografía analítica les permitan comprender mejor y, especialmente, interrelacionar las tres obras que vamos a debatir. Anticipo que probablemente vaya a reaccionar a algu-nas de vuestras críticas dirigidas a este o aquel libro señalando que la respuesta ya se halla en uno de los otros dos, o que la cuestión ha sido reformulada o incluso resuelta por la división del trabajo entre los tres tomos. No diré esto para darme una excusa para eludir el tema: es la economía general del proyecto que lo requiere, en la medida que el todo es más que la suma de las partes que cada grupo correspondiente de lec-tores tiende a autonomizar de acuerdo con el centro de su subcampo.16

16 Es revelador que las contribuciones a los simposios dedicados a Los condenados de la ciudad (por City en 2008, International Journal of Urban and Regional Re-search, Revue française de sociologie y Pensar en 2009, y Urban Geography en 2010) y a Castigar a los pobres (organizado por la British Journal of Criminology, Theoretical Criminology, Punishment & Society, Critical Sociology and Studies in Law, Politics & Society, Criminology & Justice Review, The Howard Journal of Criminal Justice, Amerikastudien, Prohistoria y Revista Española de Sociología) reproducen la separación establecida entre las disciplinas (con, en un sentido am-plio, la geografía urbana y la sociología por un lado y la criminología por el otro, mientras el trabajo social y la ciencia política brillan por su ausencia), y tratan ex-clusivamente con solo uno de estos dos libros, omitiendo al otro. El libro colectivo editado por Squires y Lea (2012) es un raro intento de relacionar el esquema de la marginalidad avanzada a mi análisis del estado penal, pero al precio de descuidar al eje de racialización-penalización.

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El progreso empírico realizado y las novedades conceptuales propues-tas en cada libro dependen directamente de las realizadas en los otros dos. Un ejemplo: yo no habría detectado el vínculo subterráneo entre la penalización y la racialización como formas emparentadas de la infamia estatal si no hubiera primero teorizado la estigmatización te-rritorial como una de las propiedades distintivas de la marginalidad avanzada, y luego discernido el paralelismo funcional y estructural entre el hipergueto y la cárcel.

Debo aclarar, a manera de coda y para tranquilizarlos, que no me senté, volviendo a 1990, con el proyecto extravagante en mente de es-cribir una trilogía. Es el despliegue no planeado de mis investigacio-nes, los avances empíricos (y repetidos retrocesos) que permitió, así como también los problemas teóricos que hicieron emerger (o desapa-recer) que me han tomado, a lo largo de los años, de uno a otro vértice del triángulo Clase-Etnicidad-Estado; y son sus inesperadas relaciones existenciales las que me han impulsado a lo largo de los lados que los atan entre sí.17

Al principio, hubo el shock –inseparablemente emocional e intelec-tual– que experimenté frente a la atroz desolación urbana y humana de los vestigios del South Side, cuyo paisaje lunar se extendía, literalmente, desde la puerta de mi casa cuando aterricé en Chicago. Este shock me empujó a ingresar al gimnasio de boxeo interpretado como un puesto de observación desde el cual tomé la cuestión del acoplamiento “raza y clase” en las metrópolis americanas y me puse a reconstruir el concepto de gueto desde la base, en oposición a la mirada distante que domina a la sociología nacional sobre el tema (Wacquant, 1997b). En respuesta a la irrupción del discurso del pánico sobre la supuesta “guetización” de los distritos obreros en Francia y su subsiguiente difusión alrededor de Eu-ropa, enriquecí mi perspectiva histórica al agregar un eje comparativo. Esta comparación destaca el papel del estado en la producción de la marginalidad, un papel que es central aunque diferente a ambos lados del Atlántico. Entonces, magnetizado por el arte del boxeador, redacté

17 Ver Wacquant (2009c) para una discusión más completa de las vinculaciones ana-líticas y lazos biográfi cos entre “el cuerpo, el gueto y el estado penal”, y las moti-vaciones cívicas que me impulsaron a desenredarlos.

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las historias de vida de mis compañeros de gimnasio y descubrí que casi todos habían pasado por la cárcel: si quería esbozar el espacio de las posibilidades que se les abrían –o, según el caso, que se les cerraban– era imperioso que incorporara la institución carcelaria a mi perspectiva sociológica.

Fue entonces que me di cuenta de que el crecimiento bulímico del sistema penal americano desde 1973 es perfectamente concomitante con y complementario a la atrofi a organizada de la ayuda pública y su re-conversión disciplinaria en un trampolín hacia el trabajo precario. Mi revisita histórica a la invención de la cárcel en el siglo XVI confi rmó posteriormente el vínculo orgánico que ha unido la ayuda a los pobres y el confi namiento penal desde su origen, y ofrece una base estructural para la intuición empírica de su complementariedad funcional. Mientras tanto, en Les Prisons de la misère [Las cárceles de la miseria] exploré la difusión planetaria de la estrategia de vigilancia y la retórica de la “tolerancia cero”, punta de lanza de la penalización de la pobreza en la ciudad polarizadora. Mostré que la misma opera después de la “desregu-lación” del trabajo no califi cado y de la conversión del welfare en work-fare: en defi nitiva, toma parte de la construcción del Leviatán neoliberal (Wacquant 1999, 2009b y 2010e).

En cada fase, la división etnorracial sirve como un catalizador o multiplicador: acentúa la fragmentación del trabajo asalariado al seg-mentar a los trabajadores y contraponiéndolos; facilita la reducción del bienestar y el despliegue del aparato penal, ya que es mucho más fácil endurecer las políticas dirigidas a los benefi ciarios del welfare y delincuentes cuando los últimos son percibidos como “forasteros” cí-vicos, congénitamente estigmatizados y defi nitivamente incorregibles, opuestos en todos los aspectos a los ciudadanos “establecidos” (para invocar una dicotomía muy cara a Elias y Scottson [1965] 1994). Pero, sobre todo, la marcación racial se vuelve similar en su naturaleza al castigo penal: son dos manifestaciones gemelas de la denigración esta-tal. Por lo tanto, sin haberme dispuesto a hacerlo, he llegado a practicar una especie de excéntrica (algunos podrían decir estrafalaria) sociolo-gía del poder político, ya que al fi nal me hallo a mí mismo confrontado con la cuestión del estado como una entidad material y simbólica, y arrastrado con renuencia a debates teóricos y comparativos sobre la

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naturaleza del neoliberalismo y la contribución de la penalidad a su advenimiento.18

El “triángulo mortal” que decide la suerte del precariado urbano es un esquema ex-post que emergió gradualmente mientras yo progresaba en las investigaciones de las cuales resumí las principales líneas en este artículo. Esto explica el hecho que los tres libros que las sintetizan fue-ron publicados tardíamente (con un retraso de cerca de una década, en promedio, desde la fase de producción de datos) y también desordenada-mente: tuve que repensarlos y reescribirlos varias veces para separarlos y unirlos mejor al mismo tiempo. Esta confi guración analítica es también lo que da más fuerza y peso a cada uno; como esperamos que nuestro en-cuentro de hoy va a ofrecer la oportunidad de demostrar concretamente.

Esta presentación y mi presencia aquí son una invitación a una lec-tura generativa y transversal, no para el placer estético de romper con las convenciones académicas, sino para que podamos colectivamente ex-traer los benefi cios teóricos y empíricos obtenidos por relacionar los te-mas de las tres sesiones de esta tarde. Concluiré entonces con este cri du coeur analítico: estudiosos de la marginalidad urbana, estudiosos de la etnicidad y estudiosos de la penalidad, uníos. ¡No tenéis nada que perder excepto vuestras cadenas intelectuales! Y tenéis un mundo de descubri-mientos científi cos que ganar, así como una riqueza de recomendaciones prácticas para intervenir en el debate público.

Agradecimientos

Este texto es una versión comprimida y clarifi cada de mi principal presentación a la conferencia “Marginalité, pénalité et division ethnique dans la ville à l’ère du néolibéralisme triomphant: journée d’études autour de Loïc Wacquant’, organizada en la Université Libre de Bruxelles el 15

18 Un enfoque Bourdieusano en términos de la “inclinación a la derecha del campo burocrático” (entrampado el mismo en la deriva del campo de poder hacia el polo económico) me permite trazar una vía media entre los modelos dominantes y simé-tricamente mutilados del neoliberalismo como “gobierno del mercado” o “guberna-mentalidad” inspirados por Marx y Foucault respectivamente (ver Wacquant, 2012 y las siete respuestas a esta tesis en números subsiguientes de la misma revista).

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de octubre de 2010. Me gustaría agradecer al Laboratoire d’Anthropologie des Mondes Contemporains, al Groupe d’Études sur l’Ethnicité, le Racisme et les Migrations, al Institut de Gestion de l’Environnement et d’Aménagement du Territoire, y la Faculty of Social and Political Scien-ces en ULB por su bienvenida y por su apoyo a este emprendimiento colectivo, y Mathieu Hilgers por su inteligencia y persistencia en guiarlo. También estoy agradecido a Karen George por producir en breve una primera traducción del texto original en francés; a Aaron Benavidez y Sarah Brothers por la estelar asistencia en la investigación; a Megan Comfort y Matt Desmond por las agudas sugerencias editoriales y analí-ticas; y a todos los colegas, estudiantes y activistas que han contribuido al progreso de esta agenda de investigación durante años mediante sus reacciones, críticas, y sugerencias en incontables lugares en múltiples países. Dedico un especial reconocimiento a Pierre Bourdieu y Bill Wil-son, sin cuya tutoría jamás se habría llevado a cabo este trabajo.

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TIEMPOSVIOLENTOS

Barbarie y decadencia

civilizatoria

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© 2014 Ediciones HerramientaBuenos Aires, Argentina

Diseño de tapa: Mario a. de MendozaDiseño de interior: Anahí CozziCuidado y preparación de la edición: Silvio Schachter, Fernando Strattay Chiche VázquezCorrección: María Belén Sopransi y Juan Manuel Lorenzini

Ediciones HerramientaAv. Rivadavia 3772 – 1/B – (C1204AAP), Buenos Aires, ArgentinaTel. (+5411) 4982-4146 Correo electrónico: [email protected] Sitio web: www.herramienta.com.ar

ISBN: 978-987-1505-42-5Printed in ArgentinaImpreso en la Argentina, mayo de 2014Todos los derechos reservados. Hecho el depósito que marca la ley 11.723

Wacquant, LoïcTiempos violentos / Loïc Wacquant ; Peter McLaren ; Renán Vega Cantor. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Herramienta, 2014. 320 p. ; 23x15 cm.

ISBN 978-987-1505-42-5

1. Sociología. 2. Ensayos. I. McLaren, Peter II. Vega Cantor, Renán CDD 301

Fecha de catalogación: 22/04/2014

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Índice

Presentación Claudia Korol ......................................................................... 9

La violenta regulación del territorio en el capitalismo criminalEsteban Rodríguez Alzueta ..................................................... 17

Violencia, estado de clase y represión María del Carmen Verdú ......................................................... 45

Violencias heteropatriarcales e interseccionalizadas. Agencias feministas situadas Ruth Zurbriggen y Graciela Alonso ........................................ 63

Violencia urbana y urbanización de la violencia Silvio Schachter ...................................................................... 83

Acerca de la violencia laboral. Disciplinamiento patronal y nuevas formas de sufrimiento: aportes para una mirada desde los trabajadores Julia Campos, Oscar Martínez y Julia Soul .......................... 105

Violencia institucional en cárceles bonaerenses. Una mirada desde la práctica Colectivo Atrapamuros ........................................................... 125

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Claudia Korol

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La izquierda y el problema del delito Mariano Ciafardini ................................................................. 147

Violencia. Alienación y desposesión. Algunas refl exiones y conjeturas Edgardo Logiudice .................................................................. 159

Marginalidad, etnicidad y penalidad en la ciudad neoliberal: una cartografía analítica Loïc Wacquant ......................................................................... 177

Distribución de armas a comunidades prescindibles.Baño de sangre en México, imperialismo estadounidense y capital transnacional: por una pedagogía crítica revolucionaria Peter McLaren, Lilia D. Monzó y Arturo Rodríguez ............. 213

Violencia y despojo territorial en Colombia Renán Vega Cantor ................................................................. 239

La violencia como mercancía. Los medios y la espectacularización de la barbarie en Brasil Ronaldo Rosas Reis ................................................................. 261

Violencia de la sociedad civil vs. violencia estatal y violencia del crimen organizado en México: El caso de las autodefensas comunitarias de Michoacán José Luis Solís González ......................................................... 277

Necropolítica, violencia y disputa desde los márgenes del estado en México Antonio Fuentes Díaz .............................................................. 297