wagner, karl edward - conan y el camino de los reyes

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  • 8/4/2019 Wagner, Karl Edward - Conan y El Camino de Los Reyes

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    KARL EDWARD WAGNER

    CONAN Y EL CAMINO DE LOS REYES

    Si usted desea estar informado de nuestras publicaciones, srvase remitirnos su nombrey direccin, o simplemente su tarjeta de visita, indicndonos los temas que sean de suinters.

    Ediciones Martnez Roca, S. A. Dep. Informacin Bibliogrfica Enrc Granados, 84 -08008 Barcelona

    Karl Edward WagnerConan y el camino de los reyesEdiciones Martnez Roca, S. A.

    Coleccin dirigida por Alejo Cuervo Traduccin de Joan Josep Mussarra Ilustracincubierta: Ken KellyQuedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin escrita de los titulares del-Copyright-, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografia y eltratamiento informtico, y la distribucin de ejemplares de ella mediante alquiler oprstamo pblicos.

    Titulo original: Conan, The Road of Kings(c) 1979, Conan Properties, Inc.

    Publicado por acuerdo con el autor,c/o Baror International, Inc., Armonk, Nueva York (c) 1996, Ediciones Martnez Roca,S. A. Enric Granados, 84, 08008 Barcelona ISBN 84-270-2126-7 Depsito legal B.23.583-1996Fotocomposicin de Pacmer, S. A., Alcolea, 106-108, 08014 Barcelona Impreso yencuadernado por Romanya/Valls, S. A., Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona)Impreso en Espaa - Printed in Spain

    DEDICADO A LEIGH BRACKETTY la cancin de Shannach call, cuando el ltimo de los hijos de las montaasdesapareci para siempre en la noche.

    La guerra es el padre de todas las cosas y rey de todas las cosas; convierte a algunos enreyes, a otros en hombres libres y a otros en esclavos.

    HERCLITO

    ndice

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    Prlogo

    1. El Patio de Baile

    2.La Fosa

    3.La Rosa Blanca

    4. Acero y sueos

    5. Visitantes nocturnos

    6. En el baile de mscaras del rey

    7. Luz dorada, luz azul

    8. Un chapuzn matinal

    9. Callejn sin salida

    10. Caos

    11. El asalto de la Guardia Pstuma

    12. Si quieres seguir el camino de los reyes

    13. Un nuevo orden, y una coronacin

    14. Conan sale de campaa

    15. Algunas muertes

    16. Quin es el asesino

    17. Destandasi

    18. Un muerto andante de Kordava

    19. Los sueos nacen para morir

    20. El camino de los reyes

    PROLOGO

    Glida quietud y acero de diamantino fulgor.

    Dos espadas centellearon a la turbia luz, en el centro de un corro de ojos sin rostro nomenos implacable y brillante. Con un movimiento convulso las hojas chocaron, ydesgarraron el silencio con el estrpito del colrico acero. Entonces, violentos bufidos ybocanadas de aliento, arrancados a las sudorosas gargantas de los dos enemigos. Un

    brusco resoplido, y contenidos murmullos por parte del corro de espectadores; los ojossin rostro brillaban de excitacin. Y la espada se enfrent de nuevo a la espada: la

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    muerte se meca en el acero; con paciencia, sin remordimiento.

    Los dos hombres que all peleaban tenan poco ms en comn que la mortfera destrezacon que ambos blandan su arma.

    Uno, que iba llevando cada vez ms la mejor parte, claramente tena ms aos, y su

    destreza en la esgrima probaba que la hoja zingaria, recta y larga, no resultaba extraa asu puo. Algunas vetas grises realzaban su cabello negro y liso, y su barba rala, auncuando tuviera el rostro marcado por unas pocas cicatrices ganadas en duelos. Lascicatrices se vean tenues y difuminadas, pues haban pasado muchos aos desde laltima vez en que la espada de un oponente tocara el rostro. Sus calzas de color borgoay el jubn de terciopelo de excelente hechura ponan de relieve su constitucin magra,de msculo compacto, y firme aplomo. A modo de blasn, en la manga derecha, llevabael guila negra -la insignia de los Luchadores de Korst, el regimiento de elite delejrcito zingario- y, debajo de sta, las estrellas de oro gemelas de capitn.

    El otro hombre era ms joven: probablemente, no superaba la mitad de los cuarenta ytantos aos del capitn. Con todo, paraba la espada de su oponente con estudiadadestreza, que ms propia hubiera parecido de un espadachn veterano que de un joven

    temerario. Su estatura sobrepasaba en algo a los seis pies de su oponente, y eraconsiderablemente ms corpulento. Como iba desnudo hasta la cintura, sus fuerteshombros y su amplio pecho aparecan con su oscuro bronceado, roto aqu y all porcicatrices: marcas de la batalla, y rasguos con los que haba ido educndose su diestraen la esgrima. Una melena sudorosa de cabello negro le caa sobre el rostro duro, bienafeitado. Vesta el pantaln de cuero de los brbaros del norte, y ms apropiada parecasu mano para un pesado sable que para la espada zingaria, ligera, de puo y medio, condoble filo.

    Se hallaban en el centro de un corro de soldados, que se apretujaban para contemplar suduelo. La mayora de los presentes vesta los colores borgoa y dorado del Ejrcito Realde Zngara, as como el guila, que era la insignia de los Luchadores de Korst.Codendose con ellos haba hombres de otros regimientos, as como una variedad de

    guerreros de improvisado y poco vistoso equipo: soldados de las compaas demercenarios de Zngara, como el propio joven. En torno a ellos, el oscuro recinto de losbarracones militares; las cotas y los bagajes haban sido arrumbados a las paredes parahacer sitio.

    Todos miraban a ambos rivales con el rostro tenso; los ojos expertos no perdan detalledel duelo. Poco antes, los barracones haban estallado en gritos y vtores, y se habanintercambiado frenticamente apuestas y maldiciones. Pero entonces, los duelistashaban dado inicio a una exhibicin de mandobles y acometidas, paradas y contragolpes,que les dej boquiabiertos. Tanta era la emocin que ya no podan expresaraverbalmente. Los espectadores, que compartan la tensin del duelo, contenan el alientoy aguardaban; los dos combatientes estaban agotando su aguante, y se miraban, a laespera de que el otro cometiera un error decisivo.

    Ambas espadas bastardas haban catado la sangre en tiempos recientes. Un corte leve,que no entraaba peligro alguno, sangraba en el antebrazo del hombre ms viejo, dondeel acero del otro le haba herido tras resbalar por las guardas de su espada, con unaacometida que a punto haba estado de arrancarle de la mano el puo de la espada. Peroel joven perda sangre por un par de tajos en el costado izquierdo, y una herida msprofunda que tena en el hombro pareca haberle paralizado la siniestra; eran marcas detres ataques que le habran alcanzado el corazn si l se hubiera mostrado slo un pocoms lento. Tal vez la aviesa sonrisa y las enrojecidas narices del hombre ms viejo, quepersista, confiado, con la intencin de matar, se debieran a toda la sangre que suenemigo estaba perdiendo. El joven no sonrea, y la clera le inflamaba los ojos; nodaba muestras del dolor y la fatiga que por fuerza deba de sentir.

    De nuevo los aceros acometieron, entrechocaron, retrocedieron. Sin hacer pausa algunaen su ataque, el capitn arremeta de nuevo tan pronto como retrocedan las espadas,

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    eluda por debajo y por el lado la guardia del otro con el mpetu de su ataque, lo hera enlos prietos msculos de la cadera.

    El joven gru de dolor, y se apart violentamente. Se le dobl la pierna. Se tambale;apenas si poda mantenerse en pie. Su desesperado contraataque result torpe, y carentede fuerza.

    El largo duelo tocaba a su fin. El crculo de ojos arda, perdido el aliento. Saboreandoese medio segundo de absoluta atencin, el oficial decidi acabar con su maltrechooponente con el mandoble directo al corazn que tena por caractersticamente suyo.

    Pero el joven no actu deportivamente. Medio agachado, acometi hacia arriba,agarrando la larga empuadura con la mano de su herido brazo izquierdo para ganar enfuerza. La punta de la espada se clav en la ingle del hombre ms viejo, y siguiempujando hacia arriba. El capitn, que se haba apostado para descargar su coup demaitre, cay entre un revoltijo de entraas y reventado pulmn.

    Un largo, sofocado grito de incredulidad, y luego una confusa salva de exclamaciones.

    El hombre, con los ojos vidriosos, les miraba, cado en el suelo del barracn. Un jovende ojos inflamados le devolva, feroz, la mirada, al tiempo que el oficial perda la vidapor sus heridas.

    En lo que dura un latido de corazn, nadie se movi.

    Entonces, el hombre que se hallaba en el suelo se estremeci con un ltimo espasmo, ysus estertores de muerte terminaron entre el sbito tumulto de los gritos entusiasmadosy las maldiciones, el sordo rumor de codazos y el tintineo de las monedas. El jovenapoy en el suelo la ensangrentada punta de su espada, y se sostuvo sobre laempuadura. Manaba sangre brillante de su cadera, pero no emiti sonido alguno, salvoel de roncas aspiraciones con las que trataba de tragar aliento.

    Se tambale; los nudillos de las manos con las que se aferraba al puo de la espadapalidecieron; se le iban las fuerzas. Un par de camaradas mercenarios -con loslimosneros repletos de monedas que acababan de ganar- se apresuraron a prestarle sushombros. Los ojos del joven brillaron salvajemente -pues an tena en el corazn elfuror de la pelea-, pero se apacigu al reconocer a sus compaeros. Se apoy en ellos, altiempo que un tercer soldado sacaba un jirn de venda y trataba de atajarle el flujo desangre que le manaba de la cadera.

    El tumulto, de sbito, ces con espanto. Los soldados se apresuraron a pagar susapuestas, e, inquietos, fueron con sigilo hacia las salidas. Un dbil murmullo se difundipor el barracn:

    -El general Korst!

    El joven alz la cabeza, y ech una hostil mirada al ver que el corro se dispersaba.

    Seguido por algunos de sus oficiales, el comandante supremo del ejrcito zingario, elpropio general Korst, entr en el barracn. Korst era hombre de poca estatura, robusto, ysu cabello negroazulado y constitucin fornida atestiguaban la mezcla de sangre shemitacon la de su padre zingario. Que el hijo de una puta del campamento y de un soldadozingario desconocido hubiera ascendido hasta el generalato del clasista ejrcito deZngara daba fe de la capacidad de Korst.

    El general abri mucho los ojos, luego los entrecerr, al tiempo que estudiaba eldestripado cadver. Pensativo, se acarici la muy cuidada barba.

    -Ah, capitn Rinnova! As, por fin, se cruz tu espada con la de alguien capaz devencerte? l no ha matado atravesando el corazn, cierto, pero, con todo, has muerto, a

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    pesar de la tosquedad de tu asesino.

    Mir al joven herido. Al encontrarse con los ojos imperturbables del general, los que losostenan trataron de apartarse. El joven se tambale al desaparecer sus amigos, perologr permanecer erguido y devolver la mirada.

    -Ha sido tu arma la que ha destripado al capitn Rinnova?

    -Yo lo he matado, ciertamente -respondi el otro con un gruido-. Y en justa lid.Pregunta a cualquiera de los que estn aqu.

    El general Korst asinti.

    -Cuesta creer que alguien se haya enfrentado con la espada al capitn Rinnova y vivapara jactarse de ello, y an cuesta ms si ste es un mercenario brbaro. Pero como tmismo dices, todos pudieron verlo. Cmo te llamas?

    -Conan.

    -Procedente de las tierras del brbaro norte, supongo?

    -Soy cimmerio.

    -Cmo tiene esas heridas? -Lo haba preguntado a los camaradas de Conan, que,nerviosos, trataban de escabullirse.

    -Esos cortes de las costillas son leves; le ha atravesado claramente el brazo. Ha perdidomucha sangre por la herida de la cadera, pero la espada no le ha alcanzado la arteriaprincipal.

    -Bien -dijo el general Korst a sus hombres, al tiempo que asenta con la cabeza-. Vivirlo suficiente para que podamos ahorcarlo. No me importa el motivo de la pendencia,

    Conan de Cimmeria, no se le permite a un mercenario que destripe a un oficial delEjrcito Real de Zngara.

    Conan respondi con un rugido, se acerc a Korst con pasos vacilantes, y losLuchadores de ste se interpusieron.

    El brbaro lleg a matar a dos antes de que todo el grupo se le arrojara encima y lodejara inconsciente de un garrotazo.

    -Perdemos un buen soldado -dijo Korst cuando se llevaban a Conan-. Pero estosbrbaros tienen que aprender disciplina.

    CAPITULO 1

    El Patio de Baile

    El sol matinal brillaba, brillaba demasiado para unos ojos que no haban visto otra luzque la de las antorchas de los guardias de la prisin durante incontables das. Ms

    benigna hubiera sido una maana gris, pero aqulla no era una maana de benignidad.La cuerda de prisioneros cerraba con fuerza los ojos para protegerlos del resplandor;iban sin ver, dando traspis, hacia el cadalso que les aguardaba. Cuando hubieron

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    cruzado el patio de la prisin, pudieron ver ya las narices curiosas y la eufrica multitudde espectadores.

    Conan mir la horca de soslayo; de cara al sol de la maana, vio a contraluz una soganegra, siete cuerdas de camo que colgaban como mugrienta telaraa del travesano. Lelleg a la nariz el punzante aroma de la carroa, que se desprenda de los cadveres

    putrefactos de criminales ejecutados la semana anterior, a los que haban dejado colgaren el patbulo hasta que siete nuevos compaeros fueran llevados a bailar con la muerte.El olor se mezclaba con la sudorosa fetidez de la muchedumbre expectante.

    Una punta de alabarda se hinc en su espalda.

    -Subid all, carnada de cuervos! -bramaba uno de los guardias de la prisin.

    Conan mascull una obscenidad y sigui adelante, arrastrando los pies. Enmaraada lacabellera, sin haberse afeitado, entorpecido por los pesados hierros que le sujetaban pormuecas y tobillos, el cimmerio, sin embargo, andaba sin cojear. Durante el mes quehaba pasado en los calabozos de Kordava, sus heridas haban ido sanando, aunque mspor su salvaje vitalidad que por los cuidados de sus guardias. Esa misma vitalidad le

    haba permitido aguantar la degradacin de la cautividad con el nimo inclume, con lacabeza alta.

    Como una bestia salvaje en cautiverio, Conan se haba lamido las heridas, y habaesperado la ocasin de huir de su jaula. Con sigilo, para que el ruido no alertara a susguardias, haba pasado las noches agazapado, frotando los eslabones de sus cadenasentre s, y contra la piedra, en un intento de librarse de las pesadas anillas que lesujetaban manos y pies. En cuanto se hubiera liberado de sus grilletes, an tendra quesortear los barrotes de hierro de la celda y la atenta vigilancia de los guardias. Con stos,ya se enfrentara en su momento. Conan slo haba pedido una ocasin de liberarse, devengarse de sus carceleros; aunque fuera precaria. Pero la ocasin no lleg apresentarse. En aquel momento, mientras los compaeros de cautiverio andaban hacia elcadalso, la enfurecida mirada del cimmerio estudiaba la abarrotada plaza, y buscaba con

    desesperacin en sus mientes algn medio para burlar en el ltimo momento al verdugo.

    El patio de la prisin -en Kordava lo llamaban el Patio de Baile- heda por el gento quese daba empellones en aquella maana del da de mercado. Cada semana llegaban enmanada a la capital de Zngara desde las ciudades y pueblos e invadan el mercado consus mercancas y sus gritos: productos de las granjas del interior, mercancas de losgremios urbanos, pescado, y extica mercadera que llegaba por el Ocano Occidental.Qu mejor, para acrecentar el jolgorio de un da de mercadeo, que ofrecergratuitamente el espectculo de una ejecucin en el Patio de Baile?

    Un ondulado mar de apretujados cuerpos, de rostros escrutadores; todos los ojos sevolvan hacia los siete condenados que andaban penosamente entre el apiado gento,hacia el cadalso. Siete hombres, que no parecan muy distintos de los centenares de

    camaradas suyos que haban ido all a disfrutar de sus ltimos momentos. Siete quedanzaran para ellos. El gento no se mostraba hostil para con aquellos hombres, perotampoco comprensivo. Estaba expectante, impaciente por el espectculo que iba acomenzar. La bestia no habra levantado sus mil brazos para salvar al condenado de sudestino; en todo caso, habra aullado, encolerizada, si se le hubiera negado la prometidadiversin.

    Abrindose paso entre la muchedumbre, los buhoneros y saltimbanquis pregonaban sumercanca. Ms discretos con sus hurtos, los ladrones y rateros merodeaban cualchacales cautelosos. Algunos braseros porttiles que echaban humo a causa de losespetones de carne y verdura que se acercaban a la parrilla... le recordaron a Conan quehaca un da que no coma.

    -No desperdiciamos comida con la carnada del patbulo! -le haba dicho con sorna unguardia cuando, por la maana, haban ido a su celda.

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    El guardia haba tenido que pagarlo con un diente roto despus que le quitaran a Conanlos grilletes que lo mantenan sujeto a la pared.

    Al instante, los mangos de las alabardas haban vapuleado al cimmerio hasta hacerleperder el sentido.

    -Por eso -haba dicho el guardia, al tiempo que le escupa a Conan, en la cara,sanguinolenta espuma- tendrs que esperar a ser el ltimo! Vers como las otras rataspatean al extremo de la soga, y entonces te izaremos con calma para que puedasensearnos los nuevos pasos que hayas aprendido de tus camaradas.

    Aquello, con todo, representaba una cierta victoria para el cimmerio. A los otrosprisioneros les haban quitado las esposas, les haban puesto las manos a la espalda y selas haban atado con una cuerda. Los guardias, prudentes con el poderoso frenesguerrero del brbaro, prefirieron no correr el riesgo de quitrselas a l tambin, as queConan anduvo hasta el patbulo cargado de cadenas.

    Con el estoicismo de un brbaro, se resignaba a morir con dignidad si morir deba.

    Caminara con resolucin hacia la horca, puesto que no tena otra alternativa que irarrastrado. El que el vientre le gruera por las penas del hambre fue slo un ltimoultraje despus de muchos, y el cimmerio jur venganza en una hora en que la mayorade hombres habra suplicado a sus dioses clemencia y perdn.

    El hedor de la carroa se haca ms fuerte. Rgidamente tumbados en el suelo, delantedel cadalso, siete cadveres miraban hacia el cielo sin ojos en las cuencas. Los grajoshaban hecho un buen festn con sus rostros, y ya no era posible reconocerlos. Como yahaban cumplido la sentencia de servir de ejemplo durante una semana para suscompaeros de depravacin, haban bajado a los muertos de la soga y los haban tendidoen el suelo para que se despidieran de la muchedumbre por ltima vez. Unos jornaleroslos iban arrastrando uno a uno hasta un pequeo yunque, donde les quitaban los grilletesde las piernas. No los necesitaran ms, y quedaban otros a quienes habra que impedir

    que caminaran con libertad.

    Con licencia del rey, los saltimbanquis podan vender amuletos y recuerdos de losmuertos. Un puado de nios peleaba y rea tontamente al pie del cadalso, y dabaempujones en un intento de verlo mejor.

    -Queris rizos de un muerto, muchachas? -ofreca un buhonero, al tiempo que sacabaun mechn y lo agitaba delante de ellas-. Har que los mozos os vayan detrs si os loprendis con un alfiler cerca del corazn!

    Con agudas risas, los nios salieron corriendo y se pusieron a jugar al marro,alocadamente, entre los maderos del cadalso.

    -La mano de un muerto! Quin la va a comprar? -Con un solo hachazo obtuvo sumercanca-. La mano de un asesino ahorcado! -gritaba el saltimbanqui, al tiempo quemantena en alto el podrido puo-. Grasa de cadver para velas! Alguien busca untesoro escondido? ste es el amuleto que necesita! Quin me dar plata por encontraroro?

    -Simiente de un muerto! -gritaba otro, al tiempo que sostena un pequeo frasco-. Lapolucin que tuvo al morir el famoso estuprador y asesino Vulosis! La vitalidad de unjoven semental ya es vuestra! Seoras! Vuestro hombre podr volver a tener el vigorde un toro joven! Simiente de un ahorcado! Quin la va a comprar?

    Entre todo aquello, los actores principales del espectculo matinal iban avanzando conlentitud. Ante las alabardas de los guardias, la turba se divida para dejarlos pasar. Unmillar de rostros estiraba el cuello y se esforzaba por ver, examinaba a los siete actoresen sus disfraces de harapos y cadenas. Los padres cargaban a hombros con sus hijos

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    para que pudieran verlo mejor. Los recin llegados se abran paso entre el gentoempleando hombros, codos y rodillas. Iban comiendo espetones de carne, y mendrugosde pan y fruta. Con los brazos opriman junto al cuerpo sus fardos, bolsas y cestas.Cuando los condenados llegaron al cadalso, la pandilla de crios que all jugueteaba sepuso a gritar y bailar a su alrededor. Los buhoneros cesaron en su frentico pregoneo; sevolvieron para contemplar el srdido drama que haban visto tantas veces ya en escena.

    No era fcil subir los escalones del cadalso con grilletes en las piernas, pero los guardiaslos hostigaban con sus alabardas para apremiarlos. El que iba delante de Conan tropez,y, con las manos atadas a la espalda, fue incapaz de sostenerse. La punta de unaalabarda le aguijone mientras se esforzaba por levantarse. Conan, que tena las manosesposadas delante del cuerpo, las estir hasta donde lo permita la cadena que las una alos pies, cogi al hombre, de menor estatura que el brbaro, por las espaldas del jubn ylogr ponerlo en pie. Ignorando la brutalidad de los guardias y las risas del gento,fueron todos a su lugar bajo el patbulo.

    -Gracias -murmur maquinalmente el compaero. No pareca mayor que Conan; era unjoven esbelto, de rasgos aristocrticos y febriles ojos oscuros.

    -Pocas gracias puedes darme -indic el cimmerio.

    -Uno querra hacer esto con cierta dignidad -le respondi el otro, hacindose eco de lospensamientos de Conan.

    ste asinti con disgusto, al tiempo que miraba a otros que estaban al principio de lahilera: un hombre se haba desmayado, y los guardias tenan que llevarlo; otro,deshecho en lgrimas, suplicaba misericordia a la burlona muchedumbre.

    -Que quienes han de proseguir nuestro combate vean que no temblamos al dar la vidapor la causa -concluy.

    Conan se pregunt a quin deban de dirigirse aquellas valientes palabras, y supuso que

    el joven estara hablando para s.

    Se hallaban en un largo cadalso; los rostros de la multitud no les llegaban a los pies.Grandes maderos, a lado y lado, sostenan un largo travesano, lo bastante robusto parasostener el peso de ms de siete hombres. No haba trampillas. Cada una de las sogascolgaba de un gancho de hierro puesto en lo alto, y tena el otro cabo sujeto a uncabrestante. Los condenados no perdan pie de sbito, ni moran rpidamente por lafractura del cuello. ste era el Patio de Baile, donde los destinatarios de la justiciazingaria eran izados lentamente y se dejaba que se retorcieran y patearan hasta morirestrangulados.

    Pasando a lo largo de la hilera de condenados, un carcelero iba colgando un rtulo alcuello de cada hombre. Cuando lleg hasta Conan, tuvo buen cuidado de no ponerse al

    alcance de las esposadas manos del cimmerio.

    El brbaro frunci el ceo al ver el rtulo que le colocaban sobre el amplio pecho. Tratde leer las letras invertidas, pero, en todo caso, su capacidad para leer el zingario eradudosa.

    -Qu dice? -pregunt a su compaero.

    El delgado joven mir de reojo el rtulo con irnico inters.

    -Dice: Conan. Amotinado. Felicidades.

    -Qu dice el tuyo? -quiso saber Conan.

    -En el mo se lee: Santiddio. Sedicioso. Los otros compaeros son ladrones varios,

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    asesinos y editores.

    -Editores?

    -No, no lo deca por pura redundancia. Ese camarada del otro extremo tuvo la malafortuna de publicar mi pequeo tratado poltico, el que tanto ha indignado a nuestro

    amado rey Rimanendo.

    -Que a tu amado rey le contagie la sfilis uno de sus efebos! -rugi Conan-. Yo mat aun oficial en un duelo justo que l haba solicitado, y las leyes de Rimanendo dicen queeso es motn y asesinato!

    -Ah! -La febril mirada de Santiddio lo estudi con sbito respeto-. Eres t elmercenario brbaro que destrip al gallardo capitn Rinnova! se era el principal de loscarniceros de Korst. Te estrechara la mano si estas ataduras no me lo impidieran. Estanoche, el pueblo llorar la prdida de dos hroes de su causa.

    -Vosotros dos, dejad de charlar! -les advirti un guardia, al tiempo que les pona lasoga al cuello-. Dentro de poco, lamentaris no haber ahorrado ms aliento!

    Conan pens que la multitud no pareca estar llorando por nada. Estoicamente, mirms all de la miasma de cadveres. Iban estallando disputas y furiosas peleas a medidaque los recin llegados se abran paso hasta las primeras filas. Mirando sus caras hoscasy sus estropeados atuendos, Conan pens que muchos de ellos habran podido hallarsetambin en el cadalso. Se pregunt por la curiosidad morbosa que les impela acontemplar la ejecucin de sus camaradas en el bandidaje.

    Los aplausos de la turba sacaron a Conan de sus meditaciones. Oculto por su mscaranegra, el verdugo del rey subi al patbulo y respondi a los vtores con una pomposareverencia. Al tiempo que andaba pavonendose por el tablado, inspeccion lospreparativos que haban realizado sus ayudantes, con el aire serio del director quesupervisa a los actores y el escenario antes de que suba el teln. Sonrea con elegancia,

    con el adecuado aire de fino aburrimiento. Era un toque profesional que, al parecer,daba confianza a los actores. Conan haba visto ya la misma sonrisa un da en que elverdugo del rey haba roto a un hombre en la rueda.

    El spero traqueteo de los trinquetes hizo que Conan mirara en derredor; al instante, ellazo de camo que le rodeaba el cuello se le clav en la carne. Bajo la supervisin delverdugo del rey, los guardias estaban ultimando los preparativos finales, estabanenrollando los siete cabrestantes para que cada uno de los condenados tuviera queponerse de puntillas al extremo de la cuerda.

    Pese a su exterior impasible, Conan peleaba por dentro con su desesperada situacin.Hasta entonces, no haba sido capaz de aceptar la realidad de los hechos. En todomomento haba abrigado la falsa esperanza de poder huir, el persistente sentido de la

    justicia ultrajada que le deca que aquello no poda sucederle. Conan se haba enfrentadoa la muerte en incontables ocasiones desde su infancia en las salvajes tierras del norte.Siempre haba logrado eludirla; senta cierto desprecio por la muerte como adversaria.Cuando el lazo se le estrech en torno al cuello, tuvo que combatir un acceso dedesesperacin. Haba habido guerreros cimmerios que murieron sin un solo gemido enlas estacas de tortura de los pictos, y Conan, por su parte, se mantena erguido y mirabacon callado menosprecio a la turba.

    -En nombre de Su Majestad Real, el rey Rimanendo -proclam el verdugo con granentusiasmo de la muchedumbre-, que se cumpla la sentencia de su regio tribunal!

    De pronto se hizo el silencio, y Conan alcanz a percibir que la turba contena elaliento... como lo contena l mismo. Los que se hallaban en el cadalso parecan presade irreal quietud.

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    Entonces se oy el chirrido de los dientes del trinquete, pues el ejecutor le daba ya a lamanivela del primer cabrestante. La soga fue arrollndose lentamente en torno al ejehorizontal. Sin esfuerzo alguno, casi como por magia, el primero de los condenados seelev del suelo, y qued colgado del travesano del patbulo. Estir el cuello hasta loimposible, le dio vueltas la cabeza, los ojos y la lengua parecieron saltarle de lacongestionada faz, el cuerpo se le retorci, los hierros de las piernas tintinearon; empez

    el primer baile.

    Hubo un murmullo lleno de suspiros, luego un retumbo de cruel vocero, como las olasque, susurrando sobre la arena, van a dar contra las rocas. Era el coro de la turba, quedaba salida a su aliento y farfullaba gritos emocionados.

    El segundo de la hilera se derrumb, y pidi clemencia con frenticos chillidos. Larespiracin de la muchedumbre ahog sus gemidos, y entonces se oy la risa estridentede la rueda del trinquete, y la soga le elev a aquellos cielos que le ignoraban.

    Arrancndose a su morbosa fascinacin, que le obligaba a mirar a aquellos tteres quedaban patadas, Conan volvi el rostro hacia la turba. A sus espaldas, el verdugo searrastraba como una araa en su red, se mova entre las piezas de su aparato, dispona

    habilidosamente un trinquete, y luego se acercaba a otro cabrestante. Se oy de nuevo elchirrido de los engranajes, y un tercer bailarn empez a sacudirse en el aire.

    Despus moriran tres ms. Y entonces...

    Pero el Infierno no aguardaba. El Infierno haba venido al Patio de Baile.

    Al otro extremo de la plaza chillidos de dolor y pnico, agudos relinchos de caballosaterrorizados. Primero desde una, luego desde otra de las angostas calles quedesembocaban en el patio de la prisin, llovieron trmulas llamas sobre la vociferantemuchedumbre.

    Conan, absorto en el verdugo que inexorablemente se le iba acercando, trat

    confusamente de entender la sbita explosin de violencia que haba tenido lugar en laplaza. Dos carretas de heno, bien cargadas ambas con paja incendiada, iban repartiendofuego por las calles adyacentes y en la atestada plaza, pues los aterrados caballos quetiraban de ellas se haban arrojado sobre las filas de los espectadores. Se alzaba humonegro de las turbias bolas de amarillenta incandescencia en que estaban sumergidosambos carruajes -con una mirada, Conan supo que alguien haba echado aceite a laspilas de heno antes de prenderles fuego-, al tiempo que las encendidas carretas se abranpaso cual cometas vengadores entre las horrorizadas turbas que se hallaban en el Patiode Baile.

    Con slo una mirada tuvo una idea clara de aquel caos, pero no alcanzaba a entender susbito comienzo. Y mientras la aterrada muchedumbre corra en torno al patbulo, ycontemplaba boquiabierta el imprevisto horror que se haba abatido sobre ella, otra

    explosin de violencia alcanz al propio cadalso.

    Por el rabillo del ojo, Conan vio una mancha de acero que sala de la mano de uno delos que haca un momento se haban apiado en torno al patbulo. El verdugo, que enaquel momento estaba trabajando con el cabrestante de la cuarta vctima, se puso en piey mir estpidamente el tumulto que haba estallado en la plaza. La daga arrojadiza depesada hoja le dio de lleno en el pecho; su empuadura carmes pareca una flor que sele hubiera abierto sobre la tnica de terciopelo negro.

    Abatido por el impacto, el verdugo sigui agarrando en plena agona la manivela delcabrestante. Los espasmos de muerte y el chirrido del trinquete se entremezclaron; elpeso del cado cuerpo haba activado el mecanismo, y el condenado ya no pudo llegarcon los pies al suelo del cadalso. As, el verdugo del rey Rimanendo sigui cumpliendocon su oficio aun cuando la muerte vino a buscarlo.

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    El hombre de la horca vecina a la de Conan fue el primero en recobrarse de su asombro.

    -Mordermi! Mordermi! -rugi con alegra-. Mordermi, maldito canalla, te adoro!

    -Qu ocurre, Santiddio? -pregunt Conan, al tiempo que estallaba un tumulto delantedel cadalso.

    -Es Mordermi! stos son los hombres de Mordermi! -gritaba Santiddio mientrastrataba de librarse del lazo-. Sandokazi lo ha convencido!

    Conan saba de Mordermi que ste era el ms bravo canalla entre la no pequea chusmade los criminales de Kordava, pero las otras gozosas exclamaciones de Santiddioescapaban a su comprensin. Le bastaba a Conan con entender que se estabaperpetrando un desesperado intento de liberar a los condenados -si bien llegaba algotarde-, y las razones que lo haban motivado poco le importaban.

    El lazo le morda la garganta. Antes, el verdugo haba izado ligeramente las cuerdaspara obligarlos a ponerse de puntillas. Era un refinado truco que impeda que algnfrentico prisionero pudiera librarse de la soga y dar un ftil salto hacia la

    muchedumbre. Conan comprendi que, a menos que otra mano lo liberara del lazo,tendra que seguir de pie, indefenso, bajo el patbulo, hasta que la pelea llegara donde lestaba.

    Tena las manos encadenadas delante del pecho, pero el tramo de cadena que una losgrilletes de las manos y los de los pies le impeda levantar aqullas ms arriba de lacintura. Desesperado, forz sus poderosos msculos en un intento de romper loseslabones, limados en parte. Cada uno de sus intentos era detenido al instante por ellazo, que asfixiaba al cimmerio hasta casi dejarlo inconsciente, mientras ste, obstinado,segua haciendo fuerza contra las pesadas cadenas.

    Al relajar los msculos para tomar aliento, Conan pudo ver bien la pelea que tena lugaren el patio de la crcel. Por un momento se le nubl la vista; le palpitaba dolorosamente

    porque la sangre no le llegaba bien a la cabeza. A su lado, Santiddio bailaba de puntillasy aullaba como un loco. Evidentemente, un rescate no exiga la misma elevada dignidadque una ejecucin.

    Por toda la plaza, la muchedumbre corra en tropel y se enfureca en irracional pnico,tratando de escapar de la frentica carga de los aterrorizados caballos de tiro, y de suimparable incendio. Enloquecidas por el dolor y el miedo, las bestias slo podan seguiravanzando desesperadamente en su intento de dejar atrs la pira ardiente que laspersegua, sin prestar atencin a las vociferantes masas de humanidad que erandestrozadas bajo sus pezuas. Impotente a causa de los millares de hombres y mujeresatacados por el pnico, la multitud corri hacia los remotos callejones con el ciegompetu de una decapitada pitn, y pisote a docenas de los menos giles en su frenespor huir. Contenidos por el empuje de la histrica turba, los refuerzos de la prisin se

    vean incapaces de abrirse paso por el Patio de Baile.

    Bajo el cadalso, los forajidos de Mordermi peleaban en incierta batalla con los guardiasque haban sido apostados all para la ejecucin. La sorpresa y la confusin inicialesdieron ventaja a los atacantes. Conan juzg que deban de ser una veintena; en el caosque se haba producido, era imposible saberlo con certeza. El que una fuerza organizadatuviera la temeridad, por no decir motivos, para tratar de rescatar a los criminalescomunes del pblico patbulo era una eventualidad que los oficiales de la prisinhabran juzgado absurda. En aquel momento, mientras los asediados guardiasempuaban las alabardas en frentica defensa contra el inesperado asalto, una fuerza dereserva necesitara cierto tiempo para abrirse paso por entre las empavorecidas turbas.

    De espaldas al cadalso, lo que quedaba de la guardia se enfrent a espadas y dagas consus alabardas de largo astil. Sobre el cadalso, tres cuerpos se mecan perezosamente, uncuarto daba frenticas patadas a una pulgada por encima de la plataforma, y el cadver

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    del verdugo miraba a los tres hombres que aguardaban, sujetos por sus sogas decamo. El ataque inicial haba espantado del cadalso a todos los dems.

    Uno de los atacantes se abri paso por entre el vacilante crculo de guardias, subicorriendo por los escalones del patbulo hasta los indefensos cautivos. Santiddio gritun vtor, y luego profiri una maldicin, impotente, pues una alabarda que haba

    arrojado uno de los que tomaban parte en la lucha fue a herirle en mitad de lapantorrilla. Gritando, el herido cay rodando por los escalones, de nuevo hacia eltumulto.

    -Santiddio! -grit Conan-. Tiende los brazos hacia m!

    A pesar de su nerviosismo, Santiddio lo comprendi al instante. Dndole la espalda aConan, tendi sus atadas muecas hacia los esposados puos del cimmerio. Tensandolas sogas hasta donde pudieron, lograron juntar las manos. Forzando las quijadas contrala dolorossima asfixia que le produca el lazo, Conan logr cortar los nudos quesujetaban las manos del otro. Eran slidos, la cuerda apretaba hasta el punto de hacerlecortes en las muecas a Santiddio. Conan profiri una maldicin y se rompi las uastratando de deshacerlos. Las sienes le palpitaban a causa de la congestin de la sangre.

    Un airado grito alcanz la consciencia de Conan y le hizo salir de su manacaconcentracin en los nudos.

    -Matad a los prisioneros! Matad a los prisioneros!

    Fuera para frustrar el intento de rescate, o para lograr que se retiraran los rescatadores,la orden haba sido dada. Tras haber logrado salir del tumulto, un guardia salpicado desangre se encaram al cadalso. Uno de los asaltantes agarr a este por las piernascuando alcanzaba ya el borde de la tarima, y trep a su vez al patbulo. El guardia soltsu alabarda al enzarzarse en pelea con el otro. Ambos, como una agitada masa, rodaronpor las tablas de madera, tratando de acuchillarse.

    Conan an clavaba en los tenaces nudos sus uas sangrantes, y termin por poderdeshacerlos. Con salvaje esfuerzo, meti los dedos entre las cuerdas y logr separar lasataduras de la lvida carne.

    Santiddio aull, y se quit con rapidez las ataduras ya deshechas. Al instante, el esbeltojoven agarr la soga de camo y trep por sta. Al hacerlo, se afloj el lazo del cuelloy, despus de frenticos esfuerzos, logr quitrselo y volvi a saltar sobre la tarima.

    -Librame! -grit Conan.

    En los segundos que haban transcurrido, el guardia haba acabado con su oponente, y seabalanzaba sobre ellos con la alabarda en ristre. Santiddio habra podido saltarfcilmente del cadalso y desaparecer entre la tumultuosa refriega que se haba adueado

    de la plaza. Conan no le habra culpado por ello-, tampoco se lo habra perdonado.

    Pero Santiddio corri al lado del cimmerio, dndole la espalda al guardia que seacercaba a la carrera.

    -Afljame la soga! -grit Conan.

    El brbaro se puso de puntillas, y Santiddio se esforz por aflojar el lazo con rapidez ypasarlo por el mentn del cimmerio.

    El guardia pas de largo ante el tercer prisionero sobreviviente, con la intencin deensartar al liberado Santiddio. El otro condenado adelant el pie y le ech la zancadillaal confiado guardia. ste tropez, se volvi, y clav la punta de su alabarda en el pechodel hombre indefenso.

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    Con esto ganaron los otros tan slo unos instantes, pero bastaron para que Santiddiopasara la soga de camo por las quijadas de Conan. Sin prestar atencin a loscardenales que se haca en la piel, el brbaro acab de quitarse el lazo de la cabeza.

    Presa de frenes, Santiddio se arroj contra el guardia -Conan pens en un gato callejeroque hubiera atacado a un perro adiestrado-, y le agarr el astil de la alabarda mientras el

    otro extraa la punta del costillar donde la haba clavado, y se volva al fin para hacerlefrente. El guardia no se molest en forzar al dbil Santiddio a soltar el arma, ni enemplearla contra ste, sino que, membrudo como era, lo arroll sin ms y lo tumb en elsuelo de la tarima. A horcajadas sobre el pecho del joven, el guardia le apretaba lagarganta a Santiddio con el astil de la alabarda, y aplicaba fuerza suficiente paramatarlo, pese a la frentica resistencia del otro.

    Aunque libre de la soga, Conan no poda tenerse an por verdaderamente libre. Sabaque, mientras las cadenas de la prisin lo entorpecieran, no tendra posibilidad deescapar de los guardias. Al mismo tiempo que Santiddio caa, otro guardia se apart dela dura contienda que tena lugar al pie del cadalso para ir a unirse a su camarada en sulabor de acabar con los presos.

    Conan emple cada onza de su gran fuerza contra las cadenas de hierro, oblig a suspiernas y hombros a aplicar la mxima tensin a la cadena que le una muecas ytobillos. Grandes masas de msculo le destacaban en el torso desnudo y en los hombros,abultaban en sus andrajosos pantalones de cuero. Los grilletes de hierro se clavaban ensus muecas y tobillos, machacaban la carne contra el hueso. Le brotaron brillantesreguerillos de sangre de la destrozada piel, diluidos en el reluciente sudor querezumaban sus esforzadas carnes. Los pasos del guardia que se acercaba a la carrera lellegaron al cerebro, pero dbilmente, a travs del lacerante palpito de su corazn.

    Msculo contra hierro... la inaguantable tensin haba de acabar por romper uno u otro.El hierro fue ms dbil.

    Un eslabn de cadena, erosionado por horas de sigiloso desgaste contra el eslabn

    siguiente, se parti con violencia. Conan levant las muecas por el mismo impulso, ystas seguan encadenadas entre s. Para su disgusto, se apercibi de que slo la cadenaque le una las muecas con los tobillos se haba roto, de que, entre s, las muecas y lostobillos seguan encadenados.

    Le bastara para salvar la vida. Cuando el segundo guardia se abalanz sobre susespaldas, Conan se volvi y retrocedi, y blandi la cadena que le colgaba de lasmuecas como si de un azote se hubiera tratado. La cadena golpe en el rostro alsorprendido guardia, le hiri los ojos y le aplast el delgado hueso de las cuencas. Elguardia aull y cay del cadalso.

    Con rpido salto, Conan se arroj sobre el otro guardia, que estaba ocupadoestrangulando a Santiddio y no se apercibi de la sbita amenaza. En un instante, Conan

    arroll la cadena de sus muecas en torno al robusto cuello del otro. Tras apoyar unarodilla en la espalda del hombre, Conan tir salvajemente. La cabeza del guardia estuvoa punto de caer de sus destrozadas vrtebras.

    Santiddio, que estaba lvido y boqueaba para tomar aliento, logr quitarse de encima elastil de la alabarda. Conan le puso en pie, y lo sostuvo hasta que sus rodillas hubieronrecobrado fuerzas. En una rpida ojeada, pudo ver que el patio de la prisin se vaciaba.Una compaa de guardias se abra paso por la plaza, contra el menguante empuje de lamultitud. Cerca del cadalso, los pocos guardias que quedaban tan slo se preocupabanpor seguir vivos hasta que llegaran refuerzos, mientras que los rescatadores semostraban cada vez ms propensos a retirarse y desaparecer entre el gento.

    Cuando la plaza empez a vaciarse, una pequea banda de jinetes se abri pasoviolentamente entre la masa humana. Llevaban otras monturas con la silla vaca, yConan vio que se acercaban al patbulo. Sus estruendosos cascos forzaban a la multitud

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    cada vez ms menguada a apartarse, y de nada se ocupaba la turba salvo de ponerse asalvo.

    -Es Mordermi! -grazn Santiddio, an medio asfixiado-. Mitra! Y la que cabalga a sulado es Sandokazi! Nos han trado monturas! Podremos huir!

    -Si llegan hasta aqu antes de que la guardia se reagrupe -bram Conan.

    Recogi la cada alabarda, la agarr con fuerza por el astil y, con todas sus fuerzas,golpe con sta contra la cadena que le una las piernas. El hacha de la alabarda sehundi en un eslabn. Conan repiti certeramente el golpe. El eslabn se rompi, y suspiernas quedaron libres.

    Conan gru, satisfecho. Apoyando el arma en tierra, sujet el astil entre ambas piernas,y luego pas la punta de la alabarda entre uno de los gastados eslabones de las cadenasque le sujetaban las muecas.

    Apalancndose, tir hacia atrs con los brazos y oprimi el eslabn de la cadena contrala punta de acero. Por un momento, pareci que sta haba de romperse. Entonces, la

    soldadura cedi y el eslabn se parti.

    Con spera risa, Conan alz sus muecas ya libres, blandiendo la alabarda.

    -Mandadnos al nuevo verdugo, manada de chacales aulladores! Lo colgar de suspropias entraas!

    No quedaba ningn guardia que pudiera responder a su desafo.

    -Santiddio!

    Conan dio un salto. Era una voz de mujer la que saludaba a su camarada. Su cabello,una bandera negra bajo un rojo pauelo; iba al frente de la cuadrilla montada que

    cabalgaba hacia ellos, abrindose paso entre los rezagados de la turba.

    -Sandokazi! Lo has logrado! -Santiddio se regocij cuando los otros tiraron de la bridafrente al patbulo.

    -Apresuraos! Los otros nos darn alcance en un momento! Cuando la plaza se vace,no dudarn en enviar a los arqueros!

    Esto ltimo lo haba gritado el cabecilla de los forajidos; Conan supuso que se tratabade Mordermi, por las descripciones que haba odo del infame villano. ste vio los cincocuerpos que all se mecan y profiri un juramento.

    -Por Mitra! De poco te ha ido, amigo mo!

    -Vamos, Conan! -grit Santiddio-. Tenemos un caballo para ti!

    La nueva fuerza de guardias haba de tardar slo unos momentos. Conan no necesituna segunda invitacin. Subi de un salto a la silla que le ofrecan, y se uni a latumultuosa carga, que atraves de nuevo el Patio de Baile hacia las tortuosas calles.

    CAPITULO 2

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    La Fosa

    Aunque no haban pasado muchos aos desde que Conan abandonara los salvajes

    altozanos de su nativa Cimmeria para ir al sur, haba vivido, y sobrevivido a masaventuras que muchos canallas sin hogar que le doblaban la edad. El joven brbarohaba visitado muchas de las grandes ciudades de los reinos hiborios, y conoca algunosde los ms notorios antros y madrigueras de criminales que all podan encontrarse.Haba hecho de ladrn en el Mazo de Zamora, y en aquel lugar haba aprendido las artesque haban de convertirle en uno de los ms osados ladrones del Laberinto. Pero la Fosade Kordava no tena par entre las ms infames guaridas de ladrones que mancillaban lasms importantes ciudades hiborias.

    En otro siglo, los terremotos e incendios haban arrasado buena parte de Kordava, y unaparte de su costa se haba hundido en el mar. Los primeros temblores haban provocadoque la mayora de sus habitantes huyera ante la devastacin que iba a producirse, por loque se haban salvado muchas vidas. Como haba decenas de millares que se haban

    quedado sin hogar, y la ciudad estaba en ruinas, se construy apresuradamente unanueva urbe sobre el roto cuerpo de la antigua. Donde la destruccin era ms grande,algunos barrios de Kordava haban sido simplemente abandonados bajo los escombros-era ms fcil cubrir la devastacin que acarrear con tanta piedra-, y nuevas calles yedificios fueron erigidos sobre las enterradas ruinas.

    En su desesperada necesidad de guarecerse, muchos de los moradores de Kordava nohaban aguardado a que se construyera la nueva ciudad, y haban escarbado bajo losescombros, se haban hecho madrigueras en las bodegas y las murallas cadas de laciudad antigua. El peligro de morir enterrados haba sido desdeado por el seuelo deun lugar donde vivir, y de encontrar un valioso botn bajo las ruinas. Alargaron lostneles, vaciaron de escombros las antiguas calles y las apuntalaron, hallaron bodegas yedificios y los techaron de nuevo. A medida que pasaron los aos, y una nueva Kordava

    cubri los restos de la antigua, la vieja ciudad roy sus cimientos como un cncer;renaca lentamente, como subterrnea madriguera para los ms pobres y los proscritosde la sociedad kordavana.

    Desde sus primeros das, este distrito haba sido conocido como la Fosa. El nombreresultaba tan apropiado como inevitable. A la Fosa iban a establecerse las heces de laplebe de Kordava: los pobres y los rechazados, los rotos y los degenerados, los quehacan rapia en el poderoso y en el miserable. Criminales de toda suerte andaban coninsolencia por las calles eternamente oscuras; la guardia de la ciudad no osaba entrar enla Fosa, pues no hubieran podido hallar al hombre que buscaran en las labernticas vasde la ciudad enterrada. Los marineros libres y los soldados que haban cobrado su pagaiban a pavonearse all, en busca de cualquier especie de entretenimiento o vicio que lespidieran sus gustos, pues, en todo el Ocano Occidental, no haba tugurios de puerto con

    tan especiosa reputacin. Se deca que en ningn panten poda hallarse un infiernopoblado de demonios y malditos ms depravados que quienes moraban en la Fosa. Elhumor zingario sola complacerse en alguna ocurrencia ms maliciosa, e igualmenteapropiada. Conan haba visitado la Fosa slo una vez en el curso de su breve carrera enel ejrcito zingario. El hecho de que regresara con tan slo una mala resaca y la bolsaalgo aligerada por su propia liberalidad deca mucho de su fuste.

    Aquel da, Conan regres a la Fosa, osadamente, en un caballo enjabonado, con susnuevos compaeros, por uno de los numerosos pasajes que llevaban a las enterradascalles de la ciudad antigua. Con una dura cabalgada desde la zona del Patio de Bailehaban dejado atrs toda persecucin, y nadie, en las abarrotadas calles del Da deMercado, iba a impedirles que pasaran. En cuanto hubieran llegado a la Fosa, un millarde guardias saldran en busca de Mordermi, y ms difcil les sera hallarlo que cazar una

    risa al vuelo.

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    Era media maana, y plidos rayos de luz se colaban por los tragaluces y pozos deventilacin, para aadirse a la infrecuente iluminacin del alumbrado pblico. Enaquella hora, las calles de la Fosa estaban desiertas, en contraste con las de la ciudad.Pues la Fosa era un reino de la noche, as como sus moradores eran criaturas de lanoche.

    Unas pocas vinateras y burdeles seguan abiertos; las putas de rostro fatigadoholgazaneaban a sus puertas, atentas a cualquier palurdo que, visitando la ciudad en dade mercado, viniera temprano a probar los placeres prohibidos de la ciudad. Lasantorchas del alumbrado pblico, a las que se dejaba arder en la perpetua penumbra,arrojaban su luz amarillenta sobre pavimento sucio. Casas de opio y antros de juegoprocuraban por los sueos de sus adictos. Tras las cerradas ventanas de los burdeles, susocupantes aprovechaban los jergones para dormir. En cuartos clandestinos, los ladronesy asesinos dormitaban con los remordimientos que pudieran llegar a tener. Frente a lapuerta atrancada del tugurio donde Conan la haba visto actuar en el escenario con unenano kushita, una nia de seis aos, fatigada, echaba agua sucia al desage.

    Arquitectnicamente -aunque poco importaran a Conan tales consideraciones- la Fosaera un museo viviente. Un anticuario habra advertido con gran entusiasmo el estuco de

    las fachadas y las elaboradas verjas de otras pocas, las adornadas ventanas de vidrio decolor, y los cristales pintados con rombos del alumbrado pblico, que aqu y all habanescapado a la destruccin. Conan slo vea sucia desolacin, y pobres esfuerzos porreparar estructuras ruinosas que ms habra valido dejar que se desmoronaran. Lostragaluces apenas si alcanzaban a convertir la penumbra en variados matices de sombra.Los pozos de ventilacin no bastaban para dar salida al daoso miasma de humo ycorrupcin y miseria humana.

    Un piso o dos ms arriba, el omnipresente techo se cerna cual firmamento hollinso yvaco de estrellas, que soportaba y sostena el mundo de la luz diurna queirreflexivamente se agitaba arriba. Extraamente truncados, los edificios de la ciudadantigua, restaurados en parte, haban sido olvidados bajo el suelo de la ciudad nueva.Como una sutil metstasis, algunas de aquellas estructuras renovadas iban a dar en las

    bodegas de las casas de la ciudad nueva; algunas otras tenan sus bodegas propias, quese hundan en profundidades secretas del subsuelo de la antigua. Las vigas en que seapoyaban los edificios de arriba se hundan en la Fosa como enormes columnas, comoraces que penetran en el corredor de una tumba subterrnea. S, la Fosa le pareca aConan una enorme catacumba, una catacumba para los vivos.

    El cimmerio haba hablado poco con sus compaeros durante la huida. No haban tenidotiempo para hablar en su loco galope por las tortuosas calles y los callejones deKordava. Santiddio haba abogado por l, y Mordermi y la media docena de hombresque cabalgaban a su lado haban aceptado su presencia sin ms comentarios. El mismoSantiddio estaba muy ocupado, charlando con Sandokazi y Mordermi, como paradedicarle a Conan un pensamiento. Por el momento, el brbaro estaba satisfecho conponer tierra entre la matanza que haba tenido lugar en el Patio de Baile y l mismo. Sin

    duda, Santiddio se hallaba entre amigos en aquel lugar. El enigma de la alianza entre undotado intelectual y el ms notorio forajido de Kordava preocupaba menos a Conan queel problema de conseguir pasaje en el primer bajel que hubiera de zarpar hacia riberasms amistosas.

    Entraron por una angosta calle llena de tiendas -por las ventanas y puertas entabladas,daban la impresin de prolongado abandono-, que acababa en un muro de ladrillo.Mordermi y sus hombres cabalgaron hacia la barrera, como si el nico obstculo a supaso hubiera sido una sombra, por lo que Conan no se sorprendi cuando una seccindel muro se hundi en tierra y apareci la entrada de un corredor. En cuanto hubieronentrado, la pared se cerr de nuevo. Conan oy rechinar dbilmente los engranajes ycontrapesos de la oculta maquinaria.

    Conan lleg a la conclusin de que aquel muro deba de haber cerrado el jardn y losterrenos de una rica propiedad. Bajo las pezuas de los caballos, los mosaicos del

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    enlosado mostraban borrosas visiones de ninfas del mar y delfines en sus cabriolas,llenos de mugre. Algunos escombros cubran el fango seco de antiguos parterres deflores, y haba una fuente de jardn enterrada bajo desechos. Columnas de ladrillo seapiaban cual lbrego bosque para sostener el abovedado techo, donde el nitro y elholln reemplazaban a nubes y estrellas. De algn lugar cercano llegaba el aroma delyodo marino.

    Ms adelante se agazapaban las ruinas de la que haba sido una de las ms orgullosasmansiones de la ciudad. Sus enormes muros tenan dos pisos, o ms, y se terminabanpor arriba en el techo; tosco ladrillo se aada al estuco original, y Conan adivin queaquel edificio deba de ser uno de los que asomaban inocentemente a las calles de laciudad nueva. Sus ventanas guarnecidas con diamantes brillaban, y el fulgor de lasantorchas le revel un gran revoltijo de barriles, fardos y montones de mercaderasrobadas, que se amontonaban cerca de sus muros y dependencias exteriores.

    Una veintena de hombres, todos ellos pesadamente armados, holgazaneaban por elrecinto. Otros parecidos salieron pavonendose de la mansin, y gritaron roncossaludos. Unos nios vinieron corriendo de detrs de los pilares de ladrillo y de laestatuaria rota, gritando de emocin. Algunas mujerucas desaliadas se asomaron a las

    ventanas y les silbaron. Devolvindoles el aplauso, Mordermi y sus hombres fuerondesmontando, y entregaron las riendas a sus compaeros.

    Conan hizo lo mismo; senta el escrutinio de ojos suspicaces.

    Mordermi alz los brazos en un gesto grandioso, imponiendo sus gritos a la avalanchade preguntas.

    -Prestad atencin, gentiles seores! Prestad atencin, por favor! Como ya sabis, habapartido esta maana radiante para robar un pjaro de las horcas del rey Rimanendo.Bien, pues. Hoy, el rey Rimanendo ha sido generoso... me ha dado dos pjaros de supajarera real. No slo nos ha devuelto a nuestro erudito hermano, Santiddio, el prncipede los dialcticos...

    Entonces, las befas y rechiflas le impidieron proseguir. Santiddio hizo una profundareverencia.

    -No solamente Santiddio -sigui diciendo Mordermi-. Nuestro gracioso rey nos haofrecido al preclaro duelista y amotinado Conan de Cimmeria, miembro hasta hace pocode las compaas mercenarias de Zngara, y asesino del no muy llorado capitnRinnova!

    Hubo un instante de silencio mientras asimilaban la grandilocuencia de Mordermi;entonces, estallaron en tumultuosos vtores y aplausos. Los hombres gritaban susenhorabuenas, y observaban a Conan con inters; unos pocos se acercaron a aporrearleel hombro y a estrecharle la mano. Conan acept su rudeza con campechana; aqullos

    eran hombres de una ndole que conoca y apreciaba.

    Sinti un esbelto movimiento, y Sandokazi lo abraz. Su beso fue tan clido comoinesperado. Con la misma rapidez, volvi a alejarse de l.

    -He visto lo que hiciste ah -le dijo Sandokazi a Conan-. Santiddio es hermano mo. Nolo olvidar.

    Entonces, Mordermi se interpuso entre ambos.

    -Y bien, Conan -hablaba con tono ligero, pero haba cierta hostilidad en su sonrisa-. Siya has terminado de besar a mi moza, podras pensar en irte quitando toda esa quincallaque llevas puesta.

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    CAPITULO 3

    La Rosa Blanca

    Se elev una nube de vapor, pues la muchacha acababa de verter otra olla de aguahirviendo en el bao. Conan, que apenas si tena sitio para moverse en la cuba demadera, no pudo esquivar el chorro, profiri una maldicin con la boca llena de vino, ygolpe a la chica con el pollo que sostena en la mano. sta -Conan ya no recordaba elnombre- ri bastamente, y se arrodill para frotarle la espalda con una esponja y con eljabn de olor sulfuroso que Santiddio aseguraba que haba de matarle los piojos de lacrcel. Sus ligeras enaguas de algodn, hmedas y pegadas a la piel, dejaban entreverun cuerpo generoso. Conan, con la jarra de vino en una mano y un pollo a mediococinar en la otra, sufri con aplomo sus servicios.

    Uno de los hombres de Mordermi haba quebrado ya las cadenas del cimmerio. En unaestancia de paredes de roble, en el cubil de Mordermi, Conan y Santiddio trataban dequitarse de encima la porquera que haban acumulado en los rigores de la prisin. Putassonrientes los atendan, y el cuarto lleno de vapor haba adoptado el aspecto de un baopblico. Conan, impaciente por llenar su quejumbroso vientre, no vio razn para esperarms antes de comer.

    Santiddio, que estaba a su lado en otra cuba, no pareca sentir hambre ni sed. Mientrasse restregaba enrgicamente los huesudos costados, hablaba sin cesar, contaba condetalles los ultrajes de su arresto y sus prisiones -evidentemente, no hubo juicio-, y lalucha al pie del patbulo. Mordermi le escuchaba educadamente, y de vez en cuando lehaca alguna pregunta.

    Sandokazi, con regocijo en sus ojos negros, prestaba ms atencin a Conan.

    Cuando estaba al lado de su hermano, la semejanza entre ambos era obvia. Habasimilitudes faciales en el pronunciado mentn, en la nariz respingona, en la boca sensualy en los ojos brillantes, casi demasiado grandes. Sandokazi tena el caracterstico cutisoscuro de los zingarios, y los espesos rizos de cabello negro y brillante, mal recogidocon un pauelo rojo. Era alta como su hermano, esbelta, y tena largas piernas. Cubransu bien desarrollado cuerpo una blusa escotada, de muselina sin blanquear, un ajustadocorpino de cuero, y una falda ancha, bordada, que le llegaba a la pantorrilla. Su edad se

    acercaba tanto a la de Santiddio, que Conan no hubiera podido decir cul de los dos erael mayor.

    Mordermi era ms joven de lo que haba esperado Conan; probablemente, sloaventajaba a ste en unos pocos aos. Meda una cabeza menos que el corpulentocimmerio, pese a las botas de tacn alto que le gustaba llevar. El prncipe de losladrones de Kordava tena reputacin de ser un oponente peligroso, tanto en combatesingular como en la refriega, y Conan reconoca el carcter mortfero de la pantera en sucuerpo de compacto msculo. Tena la mandbula cuadrada, y una nariz que pareca quele hubieran roto por lo menos en una ocasin. Mantena el rostro alerta: traspasaba conlos ojos a aquel a quien observaba, y borraba de stos toda expresin cuando el otro ledevolva la mirada.

    Tambin tena la oscura tez zingaria, y la masa aceitosa de rizos negros, que l impedaque le estorbara el rostro con un pauelo rojo igual que el de Sandokazi. Conan hallabaalgo cursis su fino bigote y sus pendientes de oro, pero en todo caso las formas de vestir

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    de Zngara no solan gustar a los cimmerios. Por sus trusas, y el filigranado jubn deterciopelo oscuro, Mordermi bien habra podido parecer un prncipe de la nobleza, envez de prncipe de canallas. No haba nada afeminado en el estoque de doble filo ni enla daga con gavilanes que llevaba en el esbelto talle.

    Conan apur la jarra, y su tetuda sirvienta se apresur a llenarla de nuevo. El pollo

    estaba duro y poco hecho, pero Conan tena demasiada hambre como para que leimportase. Al tiempo que disfrutaba del agua caliente, roa con deleite la fibrosa carne yescupa al suelo los huesos ms grandes. Tena buenas llagas en las muecas y lostobillos, por donde haban sido rotos los grilletes. Conan mir las marcas con fruncidoceo y tom nota para sus adentros de que deba tener cubiertas las magulladuras hastaque se hubieran curado, pues seales como aqullas delataban a los fugitivos.

    La pregunta de Mordermi le revel que ste haba estado atento a la mirada delcimmerio y haba adivinado sus pensamientos:

    -Qu vas a hacer ahora, Conan?

    -Me ir de Kordava -dijo el brbaro. Aparte de marcharse, poco ms haba pensado-.

    Buscar pasaje en algn barco, o quiz me colar por las murallas, huir al traspas, y deall a Aquilonia o Argos.

    Mordermi neg con la cabeza.

    -No es buena idea. Ellos esperan que hagas lo que acabas de decir. Vigilarn el puerto.Doblarn la guardia en los muros de la ciudad, y enviarn mensajeros a la frontera.Despus de lo ocurrido en el Patio de Baile, Rimanendo ordenar capturaros a ti y aSantiddio a cualquier precio. Korst no es necio, y con tus pintas pasars tandesapercibido como un elefante vendhio en un palomar.

    -Ms motivo para largarme de Zngara -insisti Conan-. Los yermos pictos empiezan enel ro Negro, y es bastante posible que Korst no vigile mucho esa frontera.

    -Con buena razn -replic Mordermi-. Ningn hombre blanco ha cruzado jams losyermos pictos.

    -Es que quieres darle lecciones sobre los pictos a un cimmerio? -le pregunt Conancusticamente. Mordermi se sonri de la pulla.

    -Por qu no te quedas aqu? En ningn lugar estars tan a salvo como en la Fosa. PorMitra, la mitad de mis hombres tendran que darse al baile si pasaran por la audiencia deun magistrado. Korst les conoce el rostro, y sabe dnde encontrarlos, pero no se atreve avenir a buscarlos a la Fosa.

    -Despus de este da? -le dijo Santiddio-. Le hemos arruinado la digestin a

    Rimanendo, creme. A menudo me he preguntado si actuara con grandes fuerzas contrala Fosa si le provocbamos lo bastante.

    -Bien, pues, que acte contra nosotros. Que nos sellen mil salidas; podremos salir porotras mil. Que registren mil bodegas; nos estaremos riendo de ellos en otros milescondrijos que ni siquiera imaginan. Si conozco bien a Korst, pagar asesinos para quete busquen, y juzgar oportuno delegar en otros las responsabilidades que le competenen este asunto. Podremos ocuparnos de esos asesinos. A t te dan miedo los asesinos,Conan?

    Conan arranc la cabeza del pollo de un mordisco, y sonri al tiempo que los huesoscrujan en su boca. Mordermi gru.

    -Bien, pues, quedamos as. Aguarda aqu mientras los necios de Rimanendo esperen a

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    que huyas. Soy buen juez de hombres. All, en el cadalso, he visto lo que puedes hacer.Adems, el hombre que pudo matar a Rinnova en justa lid no debe de tener slo agallasy msculo. Puedo darte trabajo, Conan. Mis hombres y yo vivimos muy bien, comopuedes ver, y yo cuido de que cada uno tenga su justa parte del botn. Te ganars unapaga soberanamente mejor conmigo que como mercenario, y los riesgos vienen a ser losmismos. Espera cierto tiempo para que la situacin se enfre, y luego, si quieres poner

    tierra entre Kordava y t, podrs irte cargado de oro.

    -Modrate, Mordermi! -dijo Santiddio en protesta. En aquel momento se estabafrotando vigorosamente el flaco cuerpo con la toalla-. Has olvidado que Conan no esuno de tus vulgares desalmados. Este hombre tiene principios naturales, y estaba presopor motivos polticos, como yo...

    -Un mercenario brbaro...? -Mordermi empez a protestar.

    -Y un hombre de innata honorabilidad ha de sentir comprensibles escrpulos si se leinvita a unirse a una cuadrilla de ladrones -dijo Santiddio a gritos, acallando al otro-.Conan, has de saber que nuestros motivos son los ms elevados. No somos bandidos;somos altruistas.

    -Santiddio, yo no creo que Conan...

    -Basta, Mordermi! El rescate de esta maana, una empresa que, he de sealarlo,entraaba enorme riesgo para ti, y ni una moneda de cobre como beneficio, pruebaclaramente que tambin eres uno de los nuestros. Conan, sin duda habrs odo hablar dela Rosa Blanca.

    Conan, que tena la boca llena de vino y de pechuga de pollo, miraba a Sandokazi con laesperanza de que le orientara. La muchacha estaba sorbiendo el jugo de una naranja conlos labios, pero sonrea alegremente con los ojos. Conan tuvo dificultades para tragar.Era la Rosa Blanca aquel tugurio donde...

    Santiddio se escuchaba tanto que no aguard respuesta.

    -Como ya sabes, Rosa Blanca se llama el ejrcito revolucionario dedicado a derrocar alrey Rimanendo y a su corrupta corte, y al establecimiento de una repblica libre delpueblo zingario. Sin duda, habrs visto ya nuestros pliegos; los ponemos en circulacinms rpido de lo que pueden secuestrar- los los secuaces de Rimanendo. O quiz hayasledo nuestras hojas volantes, quiz incluso mi ms reciente panfleto, el que ocasionque nos conociramos bajo el patbulo.

    Conan asinti educadamente, al tiempo que se lama la grasa de los dedos. El pollo lehaba apaciguado el apetito lo bastante como para devolverle su ecuanimidad.Recordaba vagamente alguna suerte de tumulto en el barracn, que haba seguido aldescubrimiento de ciertos documentos subversivos, y que se haba hablado de una

    sociedad secreta que Rimanendo quera que fuese exterminada. Aquel asunto concernaa la guardia de la ciudad, y no a las compaas de mercenarios de Zngara, y Conanjuzgaba que las discusiones polticas eran tan inspidas y estriles como el otro ejercicioconversacional que obsesionaba a los necios eruditos: las discusiones religiosas.

    -Repblica? -Conan pugnaba por entender el trmino zingario, con el que no estabafamiliarizado-. Qu quieres decir?

    -No estoy seguro de que tu lengua nativa comprenda ese concepto -dijo Santddiodespreocupadamente-. Ha sido creado por el ms moderno pensamiento poltico. No scmo lo llamaras t... una mancomunidad, quizs, donde el pueblo pueda elegir a susgobernantes en vez de aceptar a los que les impongan los dioses. La idea, en ciertaforma, se acerca a las prcticas de algunas tribus primitivas que eligen a sus jefes.-Santddio se apresur a corregirse-. Primitivo quiere decir, en otras palabras, s,algunos pueblos brbaros... -Estaba tratando de recordar de qu manera se gobernaban

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    los cimmerios.

    -Has dicho que la Rosa Blanca es un ejrcito -apunt Conan-. Dnde estn tussoldados?

    -Los hombres de Zngara son nuestro ejrcito -le explic Santddio, al tiempo que abra

    los brazos para tratar de abarcar todo el mundo-. Pues nuestra causa es la de todos loshombres que quieren liberarse de la tirana de un dspota corrupto y arbitrario.

    Conan haba pensado en preguntar dnde tenan los cuarteles, pero tuvo una idea mejor.

    -Y tus oficiales? Quines son?

    -No tenemos oficiales. Al menos, no en el sentido en que t entiendes esa palabra-respondi Santiddio evasivamente-. S tenemos cabecillas, por supuesto, pero a stoslos elegimos nosotros mismos de entre nuestras filas, no mezquinos tiranos queprotegen su elevada posicin con riquezas y ttulos de nobleza.

    -Y quin es el cabecilla de la Rosa Blanca? -insisti Conan.

    -Bien, no tenemos cabecilla; al menos, no tenemos uno solo, al que todos los demsestn subordinados. Eso no significa, por supuesto, que nadie nos acaudille.

    Conan, que sostena la jarra a la altura del pecho, asinti.

    -Me imagino que algunos diran -sigui diciendo Santiddio- que yo soy el cabecilla dela Rosa Blanca. Por supuesto, tenemos nuestras facciones, como todos los movimientos.Por supuesto, Avvinti tiene sus partidarios entre los ms conservadores, as como Caricolos tiene con sus confusas ideas sobre la propiedad comunal. Y tambin hay otroshombres notables en nuestro movimiento que tienen sus seguidores.

    -As, quin toma las decisiones?

    -Ah! Las tomamos entre todos. Formamos comits que estudian cada uno de losaspectos de cada situacin, y votamos el curso de accin que vamos a seguir. Pero todosretenemos el poder de mando.

    Mordermi estall en carcajadas.

    -Y si todo hubiera quedado en manos de tus colegas floristas, Santiddio, hara tiempo yaque los cuervos habran devorado tu lengua elocuente. Sabes por qu la Rosa Blancano hizo nada para rescatarte? Porque el comit designado para proponer un plan derescate no fue capaz de decidir si convena asaltar la prisin o si era mejor corromper alos guardias; Avvinti sostena que tendras ms valor para el movimiento como mrtirque como escritor de malos panfletos polticos.

    -Ese bastardo de Avvinti! -A Santiddio se le puso sanguinario el rostro-. Yo le dar unaoportunidad de ganarse la palma del martirio.

    Furioso, se embuti torpemente en el vestido limpio que le haba trado Sandokazi. Unade las putas le ayud con las trusas, pero Santddio la apart de s con brusquedad, y dioalgunos brincos por la estancia maldicindose a s mismo.

    La sirvienta de Conan le trajo una navaja y un espejo. Le habra afeitado ella misma,pero Conan prefera que slo fuera su propia mano la que le acercara una afilada hoja deacero a la garganta. Delante del espejo que ella sostena, se quit la barba de das.Santddio slo tuvo que recortrsela un poco hasta devolverle su forma habitual.

    -Te expondr la situacin en breve, Conan -sigui contndole Santddio, al tiempo quese entretena quitndose las puntas de la barba-. Mordermi simpatiza con las metas y

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    principios de la Rosa Blanca, aunque como es un asno engredo nos considera poco msque idealistas y visionarios.

    -T y tus amigos les decs a los pobres que las riquezas de la corte de Rimanendo lespertenecen por derecho -dijo Mordermi custicamente-. Yo les quito esas riquezas a losnobles de Rimanendo y las entrego a los oprimidos.

    -Despus de quedarte con una parte.

    -Tengo gastos que cubrir, mi querido Santiddio. Eres t el que habla de altruismo.

    -Mordermi! -Santiddio se volvi bruscamente y apunt al forajido con un dedoacusador-. Bajo esa cnica apariencia se oculta un corazn de piedra. Kazi, dnde tengola espada?

    Sandokazi habl con una de las putas. La muchacha desapareci, y regres pocodespus con un estoque en una vaina algo enmohecida. Santiddio desenvain el arma dedoble filo, la mir severamente por unos instantes y dio algunos pasos. Conanobservaba sus movimientos con inters. Santiddio era rpido con las palabras, y su

    talento no se reduca a la esgrima verbal.

    -Avvinti, ha llegado la hora del dilogo -murmur Santiddio, al tiempo que volva aenvainar la espada y se la colgaba del talabarte-. Conan, es que eres como una ostraque se baa todo el da entre sus valvas?

    -Treme mis ropas -le sugiri el brbaro.

    -Se han ido solas -dijo Sandokazi entre risas-. Los piojos las han confiscado en nombredel rey Rimanendo, y se las han llevado a la prisin como postre. Las muchachas estnbuscndote algo que te puedas poner.

    Conan devolvi la navaja a la coima y se enjuag el jabn de la cara. Vio que el agua

    haba llegado a tal punto que ms que lavarlo lo ensuciara, pero al menos se habaquitado de encima el hedor de la crcel. Sali de la cuba y se pele con la puta por latoalla. Sandokazi le miraba con irnico regocijo, al tiempo que masticaba su naranja.

    Para cuando se hubo secado, ya le haban trado un atuendo, limpio, si bien noparticularmente nuevo. Conan se embuti las piernas en unos pantalones de cuero,ajustados contra su hmeda piel, y se meti por la cabeza una camisa de anchas mangas,de tela de color borgoa. Le haban limpiado las botas, y se las haban cosido por dondelas haban estropeado los grilletes de hierro. Tena una hopalanda sin mangas, con elbrocado algo deshilacliado, que se ajustaba cmodamente sobre su pecho -Conansospech que su propietario original haba sido un hombre de grandes proporciones-, yun sombrero chambergo que Conan se prob y desde.

    -No te queda mal -juzg Santiddio-. No te van a tomar por uno de los condes deRimanendo, pero puedes pasar desapercibido entre una muchedumbre.

    Sandokazi ri cnicamente.

    -Estoy seguro de que en cierto tiempo podremos conseguirte vestido ms adecuado -dijotranquilamente Mordermi-. Algo un poco ms a la moda, quizs. Despus de todo, laguardia buscar a un brbaro andrajoso.

    -Querra una buena espada -le dijo Conan.

    -Eso ser fcil. Nuestro arsenal est mejor provisto que la ropera. -Mordermi sonri-.Quiz un buen estoque? Tenemos para elegir entre varios tipos de filo y hoja. Oprefieres una espada de puo y medio como aqulla con la que mataste al CapitnRinnova?

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    -Me vendra bien un sable -aventur Conan.

    Habra preferido la espada recta de dos filos, la que se empua con ambas manos, perodudaba que pudieran proporcionarle alguna.

    -Por supuesto -afirm Mordermi-. Como querrs elegirlo entre los que tenemos, tellevar a nuestro arsenal. Mis hombres y yo robamos para nosotros slo los mejores.

    -Os pagar todo esto en cuanto pueda -le record Conan.

    -Pagarnos? -Mordermi le dio una palmada en la espalda-. Conan, ya te he dicho quetodo esto es robado. Adems, sin tu ayuda de esta maana mi partida de rescate nohabra logrado su objetivo.

    -Nosotros tan slo distribuimos entre el pueblo los productos de su propio trabajo, queles han sido injustamente expropiados por una estructura econmica injusta.

    -Oh, cllate, Santiddio! -gimi Mordermi-. Conan no se une a nosotros para or tu

    chachara!

    -Pero de verdad te unes a nosotros? -le pregunt Santiddio. Conan se encogi dehombros.

    -Me un al ejrcito de Rimanendo de buena fe; su ejrcito me traicion. Mat a unhinchado fanfarrn en un duelo que l mismo solicit; el general Korst me habra hechoahorcar. No comprendo bien vuestras bellas palabras y teoras, Santiddio, pero deborencor a Rimanendo y sus lacayos, y a Mordermi le deber una espada.

    CAPITULO 4

    Acero y sueos

    -l y sus amigos discuten y se pavonean como necios de seso aguado, pero las ideas deSantiddio, bsicamente, son buenas -coment Mordermi.

    Le pareci a Conan que lo comentaba para justificarse. Examin el arma con ojo crtico.Haba varios sables en el almacn, que Mordermi haba llamado arsenal; Santiddio y suhermana les haban dejado solos mientras Conan elega. El cimmerio haba encontradoun arma, cuya hoja tena aguas en el filo, que le llamaba la atencin; tales hojas no erancomunes en el oeste.

    -Me cuesta creer que ambos seis camaradas -dijo Conan, probando el equilibrio de laespada.

    -Por qu no? -Mordermi ri amargamente-. La Fosa es un refugio de soadoresfrustrados, tanto si suean en riqueza y rango como en ideales sociales y artsticos.Rimanendo gobierna Zngara como un hinchado vampiro, se hincha de nuestra sangremientras los nobles meditan nuevos planes para robarnos riqueza y libertad. En otro

    reino, Santiddio podra exponer sus argumentos en la plaza pblica; y all loridiculizaran como a un necio, o le honraran como campen del pueblo llano. EnKordava, se ahorca a aquellos cuyos sueos les tientan a robar las riquezas que les ha

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    negado la tirana.

    -Entonces, t formas parte del ejrcito del pueblo de la Rosa Blanca?

    -Con todo mi respeto por los sentimientos de Santiddio, la Rosa Blanca es un crculo dediscusin, y de ninguna manera un ejrcito. Los amigos de Santiddio vienen a ser los

    mejores intelectuales de Zngara, o por lo menos eso dicen ellos. Pueden citarte toda lasapiencia poltica y social de incontables filsofos y pensadores, vivos o ya muertos, encualquier idioma. Pero la mitad de ellos no sabra, al tercer intento, por cul extremohay que empuar una espada.

    -sta me gusta -decidi Conan.

    Era una buena arma, tena la hoja recta, ancha, de un solo filo, guarnicin en laempuadura, y una compleja guarda de espirales y conchas. Las aguas del acero habansido hechas con suma delicadeza, y pareca haber un nmero infinito de lminas.

    -Es un sable esplndido, verdad? -confirm Mordermi-. Me gustara conocer suhistoria. Este puo no es el original, estoy seguro de ello. Habra pensado en

    quedrmelo para m, pero la empuadura es algo pesada para mi mano, y adems creoque el estoque es un arma mucho ms verstil que el sable. Su hoja es menos pesada,ms ligera, te da un buen alcance en el enfrentamiento, tiene filo para rajar y punta paraacometer. La tradicin an exige que se emplee la espada de puo y medio para elduelo, pero te predigo que, con el tiempo, el estoque suplantar a la espada bastarda y eltajo ceder el paso a la acometida.

    -La acometida de una de esas hojas estrechas no es lo bastante mortfera -le discutiConan-. Una vez vi como le clavaban un estoque en el corazn a un mercenario aesirborracho, y ste aguant hasta haber destripado a su asesino y matado a dos amigos deste antes de tropezar con un banco, caer y morir. En cambio, si le partes el crneo a unhombre y ste no cae de inmediato, ya puedes ir a mirar qu le sostiene por detrs.Quedaos con vuestras excelentes tcnicas y vuestras estocadas. Dadme a m una espada

    de hoja fuerte con buen filo, y saldr ileso de cualquier bronca.

    -Ya lo creo -Mordermi habl con tal sarcasmo que, esta vez, Conan lo not-. Bien, estoyseguro de que convenciste al Capitn Rinnova, verdad? Quieres que probemos?

    Mordermi desenvain su espada.

    -Slo para asegurarnos de que encuentres que la espada tiene buen equilibrio -dijo,sonriente-. A primera sangre?

    Aunque disgustara a Conan el vano reguerillo escarlata que los hombres civilizadostenan por prueba de virilidad, la propuesta era bastante inocua. Conan habra queridopoder descifrar el inflamado nimo que centelleaba en los esquivos ojos de Mordermi.

    Mordermi se puso en guardia, y esper educadamente a que Conan empezara. ste, quese senta estpido, empez con una torpe acometida que Mordermi esquiv confacilidad. Nada hubo de torpe en la respuesta del zingario, y Conan pudo detener lapunta del estoque, levantando la guardia, slo en el ltimo instante.

    Airado, el cimmerio alej de s el arma de Mordermi, y con el mismo gesto dobl lamueca para asestar un mandoble hacia arriba. En el ltimo momento, se dio cuenta deque la punta de su espada habra causado una grave herida a su amigo bajo el brazo quelo habra dejado lisiado: desvi la punta en cuanto sta alcanzaba la axila, y Mordermila eludi en el medio segundo de vacilacin de Conan. La herida le habra dejadotullido; turbado, el cimmerio se record a s mismo que aquello slo era un juego.Mordermi no senta tales escrpulos; antes de que Conan se hubiera recobrado,acometi con la espada al rostro del cimmerio. ste la par desesperadamente, peroMordermi era ms rpido. Sus espadas se arrancaron sonidos metlicos entre s, se

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    separaron. Conan sinti un calambre por toda la mandbula. Ya su sable, siguiendo elinstintivo movimiento del brazo, se cruzaba de nuevo con el arma de Mordermi, y elotro trataba de eludirlo. La hoja ms pesada tena sujeto el estoque cerca del puo;quebrant la slida guardia, y la fuerza del mandoble de Conan hizo caer la empuadurade la mano de Mordermi.

    -Conan!

    El grito de Sandokazi le hizo volver en s. Haba alzado el sable para asestar un golpemortal. Mordermi se estaba dando la vuelta para recoger el estoque; pareca que ste sehubiera detenido a la mitad de su cada.

    Conan no se movi. El estoque cay al suelo, con la punta hacia arriba. Mordermi lorecogi.

    -Ests sangrando -dijo Mordermi con tranquilidad. Conan se palp la mandbula. Sintila clida humedad de un corte superficial.

    -Qu locura es sta? -pregunt Sandokazi-. He odo el entrechocar de aceros.

    -Perdona -murmur Conan dcilmente, mirndose la sangre que tena en los dedos-. Noestoy acostumbrado a hacer esto por deporte.

    -Tendra que haber evitado relajar mi guardia -dijo Mordermi tranquilamente-. Noimporta. El ejercicio ha sido instructivo.

    -Por Mitra, qu estabais...?

    -Conan quera probar el equilibrio de su sable, y yo senta curiosidad por probar al brazoque derrot a Rinnova -le dijo Mordermi-. Conan tiene una teora...

    -Has empleado el estoque para cortar, no para pinchar -protest Conan al recordarlo.

    -Ya te he dicho que el estoque es un arma verstil -dijo Mordermi, encogindose dehombros-. Deberas haberlo visto, Kazi. Conan blande el sable como si fuera unaextensin de su propio brazo, no ms pesada que un dedo.

    -Y t que dices que Santiddio tiene los sesos aguados!

    -Sandokazi negaba con la cabeza-. Creo que ir con mi hermano y oir cmointercambia pullas con sus oponentes. Al menos, no tendr que limpiar sangre.

    -Oh, yo no apostara por eso -murmur Mordermi, al tiempo que se marchaba, altanero-.Aun Santiddio y Avvinti tendrn que agotar al final su ingenio.

    Yo, en el lugar de Avvinti, no querra tener a Sandokazi a mis espaldas si llegaran aenfrentarse armas en mano -rumi Conan-. No ha mostrado ningn remordimiento, estamaana, despus de cabalgar sobre los cuerpos aplastados en el Patio de Baile. Eserescate debe de haberles costado la vida a tantos espectadores como combatientes.-Nadie de la estirpe de Esanti se aviene a topar con grandes obstculos cuando quiereobtener algo. Sabes, fue idea suya lo de causar un tumulto con los carros de henoincendiados.

    -Examin el corte que tena Conan en la mandbula-. Me las he hecho peoresafeitndome.

    -La estirpe de Esanti? -pregunt Conan, a quien le pareci que Mordermi hablaba concierto desengao.

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    -S, Santiddio y Sandokazi pertenecen al linaje de Esanti, son de muy alta cuna, no losabas? Pero haba olvidado que tu llegada a Kordava es reciente. Los Esanti fueron unade las mejores familias de Zngara. Nada les queda ya, por supuesto, y slo son tres. -Yaadi-: Tambin debes de querer una daga. Mira a ver si encuentras alguna que teinterese.

    Conan examin con inters la hilera de puales que Mordermi le indicaba, pensandoque all habra armas suficientes para equipar un pequeo ejrcito si los camaradas deSantiddio decidan algn da respaldar sus palabras con acero.

    -Dices que quedan tres de su familia. Es que uno retiene el ttulo, y Santiddio ySandokazi llevan vida de proscritos?

    -Ya no existe el ttulo, ni sus propiedades. Slo quedan Santiddio y sus hermanas. Sontrillizos, sabes? Eran poco ms que nios cuando su padre ofendi al rey Rimanendo.Todava no s con certeza si se debi a que el conde apartaba para s ms de lo que lecorresponda de los tributos reales que recaudaba a sus arrendatarios, sa haba sido laacusacin de Rimanendo, o bien a que se neg a cargar a sus subditos con el peso detodos los impuestos del rey, eso es lo que dice Santiddio. Poco importa. Fue decapitado,

    y sus tierras y riquezas entregadas a otro de los secuaces de Rimanendo. No quieroacordarme de lo que fue del resto de su casa; no es algo en lo que quiera explayarme.

    Pero un triple parto es algo raro; no s de ningn otro que haya tenido lugar en Zngaradesde que nac. El tres es un nmero sagrado, y perdonaron a los nios, aunque slofuera por el temor reverencial del pueblo llano; un simple soldado se siente menosinclinado a profanar la obra de sus dioses que el oficial que le da rdenes. Pormediacin de simpatizantes de su padre, vivieron. Santddio y Sandokazi acabaron porvenir a la Fosa, como tantos otros. Amigos leales les fueron dando dinero suficientepara poder sostenerse; ahora, Sandokazi baila, y Santddio se queda con una parte de losfondos recolectados por la Rosa Blanca.

    Conan hall una daga de lengua de buey, de pesada hoja, que era de su agrado.

    -Y la otra?

    -Se llama Destandasi. Est... bueno, entr en un crculo diferente, por as decirlo.Tambin la abrumaba la corrupta tirana del gobierno de Rimanendo, pero, as comoSantddio y Sandokazi invirtieron energas en la reforma social, Destandasi dio laespalda a la sociedad moderna. Entr en los misterios de Jhebbal Sag. Creo que hace desacerdotisa en un bosque consagrado a este dios, allende el ro Negro. Durante estosltimos aos, obviamente, han tenido poca o ninguna comunicacin con ella. Losbrujos, sobre todo si pertenecen a un culto antiguo, poco se preocupan de las agitacionessociales del mundo moderno, aunque stas hayan arrastrado a su hermano y su hermana.

    -Destandasi -pregunt Conan, al tiempo que se cea la daga al cinto-, es melliza de

    Sandokazi?

    -Y de Santiddio -dijo Mordermi, riendo-. Destandasi es muy reservada!

    CAPITULO 5

    Visitantes nocturnos

  • 8/4/2019 Wagner, Karl Edward - Conan y El Camino de Los Reyes

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    Al primer murmullo, Conan despert por completo. Abri los ojos a la penumbra de suestancia, y aferr la empuadura de la daga.

    Mordermi le haba cedido una de las habitaciones de la mansin. Conan habaimprovisado un jergn entre los fardos y montones de mercancas robadas, desde el quevea la puerta. Haba sido el leve chasquido del bien engrasado cerrojo lo que le habadespertado tras slo unas horas de sueo.

    Alguien haba forzado hbilmente la puerta y se haba colado en la estancia. Conan losaba con certeza, aun cuando la puerta estuviera de nuevo cerrada y la habitacintotalmente a oscuras. Como no poda ver, el intruso estaba esperando a que se leacostumbraran los ojos a la penumbra del abarrotado almacn. En silencio, Conan salide debajo de su frazada y se arrastr hacia el sonido, casi inaudible, de su respiracin.

    Al acercarse sigilosamente al invisible visitante, el brbaro solt la daga de lengua debuey que aferraba con fuerza. Le lleg a la nariz la punzante fragancia de perfume y

    sudor. Conan estir el brazo y agarr a una sorprendida mujer.

    Sandokazi no pudo contener un chillido de sorpresa, y luego cedi a su abrazo.Palpndole con diligencia los brazos, Conan supo sin ninguna duda que la mujer nollevaba armas.

    -Pude haberte destripado -le reproch Conan.

    -Por Mitra! Es que eres un gato y puedes ver en la oscuridad?

    -O tu aliento, ol tu perfume -Conan se asombraba de tener que explicar algo tanobvio-. Crea haber cerrado la puerta.

    -Cualquiera puede abrir ese cerrojo -le replic Sandokazi en el mismo tono-. Peroquin iba a robarle a Mordermi?

    -Claro.

    Sandokazi slo llevaba puestas unas ligeras enaguas. Conan, que iba todava menosvestido, estaba muy atento al clido cuerpo que se le apretujaba contra la piel desnuda.-Esta noche he bailado hasta muy tarde -le dijo Sandokazi-. Los otros estn todosborrachos, roncando, despus de celebrar la fuga de Santiddio.

    Conan, que aquella noche haba abandonado ms temprano la fiesta, no tard encomprender. Quiz, si no se hubiera entretenido en su camino hacia la habitacin con la

    alegre sirvienta del bao, su respuesta en el momento de que hablamos habra sido muydistinta. El cimmerio actuaba de acuerdo con su salvaje cdigo de honor -un cdigo nosiempre gobernado por la templanza-, y la voluptuosa figura que lo abrazaba en laoscuridad era tan tentadora como un scubo.

    -Te dije que no olvidara lo que has hecho por mi hermano -le dijo en susurrosSandokazi, incitndole con caricias.

    -Eres la mujer de Mordermi -le record Conan, con esfuerzo por su parte.

    -Mordermi no tiene por qu saberlo. No es mi primer amante, ni ser el ltimo. No soyuna casta doncella, como mi santa hermana.

    -Eso no importa -dijo Conan en protesta, sabiendo que si aquello segua adelante suspasiones terminaran por derrotar a su tica-. Mordermi es mi husped y mi amigo. No

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    pienso hacerle cornudo en su propia casa.

    -Qu piadoso! -se mof Sandokazi-. Quin lo habra credo de un brbaro mercenario!El tacto me dice que no eres t uno de esos que prefieren cabalgar a otro semental. Notendrs miedo de Mordermi?

    La ira endureci la voz de Conan.

    -Sin duda, te extraa que no me haya civilizado lo bastante como para revolearme en elheno con la mujer de un amigo. Nuestras costumbres cimmerias son algo arcaicas.

    -Bueno, pero esto no es Cimmeria, verdad? -replic Sandokazi, guasendose-. Sinduda, un hombre de tu ralea no habr propuesto el matrimonio a cada mujer que hatumbado!

    -A una furcia, no -dijo Conan con un grui