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El modelo de bienestar nórdico (2/2)
23 Mayo, 2014 Fernando Arancón Europa, Regiones 3
Anteriormente ya vimos a qué nos referimos cuando hablamos o se habla del modelo nórdico de bienestar, así como sus puntos más característicos. En esta segunda parte abordaremos los retos que
tiene por delante dicho modelo, sus resultados y el futuro que tendrían estos cuatro países en base a la
escena internacional que se augura para los próximos años.
Las dificultades en el modelo nórdico de bienestar
Hablar de un sistema, ya sea político, económico o social sin comentar sus carencias o puntos débiles es
omitir una parte de la realidad. La perfección no existe, y aunque muchos consideren al modelo nórdico
de bienestar como la panacea, el gobierno utópico y el bienestar absoluto, ni mucho menos es un sistema
que no tiene desafíos presentes y futuros. Como visión general, la viabilidad a largo plazo del modelo
actual la comentaremos más adelante, por lo que aquí veremos simplemente las distorsiones más
importantes que afligen a las sociedades nórdicas.
Un peligroso envejecimiento
Ni la inmortalidad ni impedir el deterioro que la biología provoca en el ser humano es posible actualmente,
por lo que hay que lidiar con ello. Gran parte de la estabilidad de los países desarrollados, especialmente
la de las arcas públicas, viene en función de que no haya grandes sectores de la población que sean
exclusivamente receptores de ayudas. Si pocos aportan y muchos reciben, el sistema al final es
insostenible. Es por esto que el envejecimiento que está padeciendo nuestro planeta empieza a poner en
dificultades los planeamientos fiscales y sociales de algunos estados. En Europa, el ratio de hijos por
mujer está hundido, muy lejos de esos 2,1 hijos por mujer que simplemente servirían para mantener la
pirámide de población estable, mientras la generación del baby boom de la posguerra, artífice sin dudas
de la recuperación económica del continente, empieza a desactivarse laboralmente y comienza a precisar
de mayores cuidados médicos y sociales.
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Entre el 15% y el 20% de la población de los países nórdicos tiene más de 65 años acorde a los datos del
Banco Mundial, una edad que por término medio – aunque ahora veremos las legislaciones particulares –
es óptima para la jubilación en las economías desarrolladas, mientras que la media mundial ha escalado
seis décimas entre 2004 y 2012 para colocarse en un 7,8% de la población. Con mayor o menor lentitud,
el mundo está envejeciendo. En términos poblacionales generales, la región nórdica ha experimentado un
crecimiento de un 12% desde 1990 hasta nuestros días, que si bien no son cifras espectaculares,
muestran cierto dinamismo poblacional, facilitado en gran medida por la inmigración.
Observando las edades de jubilación, los estados nórdicos son relativamente flexibles, ya que las
posibilidades de apartarse de la población ocupada suceden entre los tempranos sesenta años hasta la
avanzada edad de los setenta y cinco en Noruega, si bien los estándares de jubilación son bastante
similares a los europeos, rondando los sesenta y cinco años comentados. En todos los países nórdicos
se han realizado en los últimos años reformas en las pensiones con la intención de aliviar en tiempos
futuros la presión de la creciente población anciana sobre las arcas públicas. Así, en nuestros cuatro
países se fomenta la adquisición de planes de pensión privados, al igual que bonificaciones para aquellos
trabajadores que se jubilen más tarde de lo habitual.
Las previsiones realizadas para estos países respecto al envejecimiento no son halagüeñas.
Actualmente, por cada jubilado existen 3,3 trabajadores sosteniendo el sistema, pero por los cálculos
realizados, dicho ratio podría bajar al de dos trabajadores por cada persona jubilada para el año 2040, así
como la población mayor a 80 años casi se duplicaría para la misma fecha. Y es que el envejecimiento ya
se empieza a notar. Las bajas tasas de natalidad que estos países padecen – aunque bastante
superiores a la de la media de la UE – hacen que el envejecimiento sea mucho más acelerado y acusado.
Tampoco podemos entender el envejecimiento como un simple “gasto en pensiones”, ya que por ejemplo
la dependencia de los servicios de salud aumenta considerablemente y cambian las pautas de consumo.
Salvo Noruega, que a partir de 2011 ha reducido sus gastos en salud respecto al PIB por los datos que
publica el Banco Mundial, los otros tres nórdicos, así como la media de la UE y la OCDE, llevan una
década dedicando cada vez más recursos, públicos y privados, a la salud, con una fuerte subida entre
2008 y 2009. La solución, que ha de ser en menos de diez años a no más tardar, reside o en un aumento
de la población vía nacimientos o en el recurso que se han valido la mayoría de países occidentales en
los últimos tiempos para rejuvenecer sus poblaciones: la inmigración. Pero esto último, como veremos a
continuación, no es una solución exenta de dificultades.
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La inmigración y la integración puestas a prueba
Salir de tu país no debe ser fácil si dejas cosas atrás, como tampoco debe ser fácil integrarse en una
sociedad nueva, tan distinta a nivel político, económico o cultural. Los países nórdicos, que durante el
siglo XIX y principios del XX exportaron personas a raudales, especialmente hacia Estados Unidos, tras
la Segunda Guerra Mundial cambiaron su rol a receptores de migrantes. Actualmente, las entradas de
inmigrantes pertenecen especialmente a dos tipos: aquellos que van a trabajar a los países nórdicos y
aquellos que, atraídos por la generosa política de acogida de estos países, emigran hacia allí como
refugiados, perseguidos políticos o simplemente buscando una mejora en su calidad de vida. En el año
2012, el balance migratorio nórdico tuvo un saldo positivo de casi 140.000 personas.
De todas esas personas que llegaron en 2012, cabe destacar la
inmigración procedente de Asia y de la zona báltica, si bien los
inmigrantes que vienen de la región no europea son los que
presentan más problemas de integración por motivos laborales y
sobre todo, culturales. A eso se le añade el hecho de que más de
60.000 personas solicitaron asilo en los estados nórdicos durante
el comentado 2012, siendo Suecia, tradicional receptor de
solicitantes de asilo, quien recibió la mayoría de las solicitudes.
La última gran política de asilo sueca fue conceder asilo a todos
aquellos refugiados sirios que lo solicitasen, con el resultado de
que durante 2013, cada semana llegaban al país escandinavo
cerca de 1800 refugiados que se sumaban a las nutridas minorías iraquí, iraní, pakistaní, somalí,
vietnamita y turca.
Aparentemente, todas estas medidas en favor de la inmigración son maravillosas, mas no así los
resultados que en muchos casos provocan, especialmente en el seno de la sociedad. En primer lugar, el
acceso a la ciudadanía de cualquier país nórdico es complicado – obviando a los que solicitan asilo –
porque los requisitos son severos: años de residencia en el país en cuestión y duros exámenes para
demostrar que se está integrado. Cuestiones como el idioma, la cultura, el clima o el sistema laboral son
barreras costosas para la integración de muchos inmigrantes, lo que deriva en no pocos casos en
autosegregación y guetos. Lógicamente, que colaboren menos con el modelo a nivel de integración
levanta muchas ampollas entre los oriundos del lugar, ya que en la retórica populista habitual que tiene
en los países nórdicos cierta acogida se acude a la clásica crítica al freeriding. Sea cierto o no, los
sectores que critican este supuesto hecho pecan de hipócritas por la sencilla razón que la búsqueda de
rédito electoral por parte de estos partidos populistas puede hacer que el cumplimiento de sus demandas
desemboque en un aumento de la desigualdad y en detrimento de la correcta distribución, perjudicando
así a todo el modelo nórdico. Incluso a ellos mismos. No debemos olvidar que en todo el área nórdica los
partidos xenófobos y euroescépticos han recibido un balón de oxígeno con la última crisis. Desde partidos
tradicionalistas y conservadores como el Partido Popular Danés a los filonazis del Partido Demócrata
sueco, pasando por el Partido de los Auténticos Finlandeses, que consiguieron un 19% de votos en las
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últimas elecciones en 2011, el empoderamiento de estos partidos y la difusión de sus tesis en las
sociedades nórdicas son un preocupante fenómeno que hay que seguir de cerca.
El talón de Aquiles de la igualdad nórdica
Ya vimos anteriormente cómo la igualdad política y económica entre sexos está en un punto que aunque
mejorable, se acerca a lo óptimo. En las relaciones personales entre hombres y mujeres en los países
nórdicos esto no parece ser así. La siguiente cuestión tiene muchos matices y aclaraciones que
intentaremos resolver con precisión y claridad, pero que una gran mayoría de las mujeres de los países
nórdicos considere, y así lo afirme, que alguna vez ha sufrido violencia – física, psicológica o sexual – por
parte de un hombre, demuestra que hay un serio problema en dichas sociedades.
En marzo de 2014, la Agencia Europea para los Derechos Fundamentales (AEDF), dio a conocer un
informe sobre la situación de la violencia machista en la Unión Europea. Era la primera encuesta con un
posterior estudio que se hacía a nivel comunitario, y los resultados tuvieron rápidamente una enorme
difusión. No era para menos; había algunas cifras demoledoras, como por ejemplo el hecho de que casi
un 10% de las mujeres en la UE había sido víctima de violencia física o sexual en los doce meses
anteriores a la realización de la encuesta o que el 11% de las mujeres de la UE había sido alguna vez
acosada –físicamente o vía cibernética –. Del mismo modo, más de la mitad de las mujeres europeas –
un 53% – afirmaron que “procuran evitar ciertos lugares o situaciones, al menos en ocasiones, por temor
a ser víctimas de agresiones físicas o sexuales”. Y por si esto fuera poco, hay cifras todavía más terribles:
un tercio de las mujeres adultas europeas reconoce haber experimentado violencia física o sexual alguna
vez en su vida, que nada más y nada menos son 186 millones de mujeres. Además, unos 10 millones de
europeas, que son cerca de un 5% de la población femenina, asegura haber sido violada y un 12% haber
sido agredida sexualmente en la infancia.
Por países, también hay diferencias considerables y que sobre todo conviene explicar, ya que en este
caso, los números por sí solos no dan la visión completa. Antes de entrar a observar el mapa sobre la
violencia machista en la Unión, cabe destacar que este estudio parte de una encuesta en la que la noción
de violencia es subjetiva. Esto quiere decir que una mujer portuguesa probablemente no considera
violencia algo que sí considera una sueca, como las percepciones de lo que es acoso no son las mismas
en Austria que en Dinamarca, percepciones que lógicamente “alteran” los resultados. A pesar de este
hecho, es igualmente interesante ver, partiendo de la comentada subjetividad, cómo distintas sociedades
reaccionan y se expresan frente al fenómeno de la violencia contra las mujeres.
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Como podemos observar, los países nórdicos son los que tienen mayores porcentajes de mujeres que
afirman haber sido objeto de este tipo de violencia, mientras que la cifra va decreciendo a medida que
nos acercamos a la periferia europea – Mediterráneo y este de Europa –. En el artículo que contiene la anterior infografía se da una explicación a la disparidad de estas cifras: “En países como Finlandia,
Dinamarca, Suecia o Francia es más aceptable culturalmente hablar de violencia de género y, por lo
tanto, las mujeres la declaran más. Las mujeres de los países nórdicos tienen mucha conciencia de
género, saben que son iguales en derechos a los hombres y tienen claro que no tienen que aguantar
ciertas cosas. No pasan ni una. También en esos países hay más mujeres en el mercado laboral y por su
estilo de vida están más expuestas.
También influye el alcoholismo y la relación de los hombres con la bebida según las diferentes culturas
(…) en España se cuenta con una tipificación concreta y se realiza un recuento de los asesinatos de
mujeres, en Austria se sigue hablando de “traumas familiares” y no de violencia machista, o de
“asesinatos de honor” cuando la víctima es una mujer musulmana.” La desventaja de este estudio es que
no impone unos parámetros concretos y universales para medir la violencia, por lo que las cifras
comparadas entre países llevan a engaño. Que el porcentaje de mujeres que han sufrido sea más alto
que en otro lugar no quiere decir que intrínsecamente haya más violencia machista en dicho país, sino
que como la anterior cita bien dice, las mujeres tienen mayor concienciación y son más sensibles a
situaciones de violencia, así como a identificarlas como tal.
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Sea como fuere, cualquier cifra superior a 0% es inadmisible, pero al menos la Unión Europea, o una
agencia de la misma, parece haber comenzado a abordar el tema aunque sólo sea dando un toque de
atención a los distintos países comunitarios. El reto que presenta este tipo de políticas a nivel comunitario
es la bajísima capacidad de la Unión para acometerlo y sobre todo, la disparidad de sensibilidades y
legislaciones en torno a este problema.
Resultados del modelo nórdico de bienestar
La deificación popular del modelo ha hecho que en cierto modo siempre haya ojos encima de los
resultados que este obtiene. No es menos cierto que a fin de cuentas, muchos indicadores bien
contextualizados son tremendamente reveladores para obtener una conclusión más o menos completa de
una política determinada, una tendencia o como es este caso, un modelo que abarca cuatro países y que
incluye cosas tan abstractas como la cultura o el sentido de lo público. Es por ello que de cara a
desarrollar este punto, intentaremos ir aportando diferentes magnitudes que a juicio de cada uno
permitirán constatar si el modelo nórdico de bienestar es, para los países insertos en el mismo, un éxito,
un fracaso o un término medio.
También intentaremos huir de las mediciones estereotípicas en materia económica, social o política, ya
que muchos indicadores están tan manidos que apenas sorprenden o directamente no son reveladores.
En primer lugar vamos a abordar el aspecto económico, aunque no entendido desde una perspectiva
mercantilista, sino de riqueza de la población. Es por ello que el PIB nos es inútil, así como el PIB per
cápita. Por tanto, con el objetivo de averiguar si en los países nórdicos existe desigualdad en los ingresos
así como riqueza en general para la población, vamos a recurrir al Índice de Desarrollo Humano (IDH) y
sobre todo al coeficiente de Gini, considerado uno de los indicadores más fiables y acertados en
cuestiones de redistribución y desigualdad en los ingresos.
Las cifras hablan por sí solas. Considerando que en el mundo existen en torno a unos 190 países, los
nórdicos se sitúan a la cabeza en materia de bienestar de su población e igualdad en la distribución de
los ingresos. Como dijimos anteriormente, el índice de Gini nos muestra la contundencia de las políticas
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redistributivas y sociales que se aplican en los países nórdicos. Quizás el gran logro de estos estados, ya
que de manera directa o indirecta, todas las políticas y sectores – seguridad, educación, sanidad,
infraestructuras, etc. – convergen en el hecho de que se hayan convertido en los países con menos
desigualdad respecto a los ingresos.
Si pasamos a la productividad, tan necesaria hoy día y fundamental en los países económicamente
desarrollados si se pretende compaginar con el bienestar, los indicadores escogidos son el porcentaje de
producción de energía limpia – que además es un nicho económico-laboral actual muy interesante –, los
usuarios de Internet por cada 100 habitantes, el tiempo necesario para iniciar un negocio y el gasto en
I+D+i en %PIB y el porcentaje de deuda del Estado respecto al PIB.
La crisis no parece haber supuesto un traspié en las intenciones de dinamizar la economía. Lo llamativo
en estas comparativas no es la diferencia actual existente entre nórdicos y no-nórdicos, sino que los
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países escandinavos ya estaban en esos estándares de alto desarrollo – en cualquiera de las tres
variables que hemos visto – cuando los demás países desarrollados se encontraban en cifras bastante
modestas.
En cuestiones de índole político-social también podemos destacar alguna medición reveladora a la par
que interesante. Por ejemplo, una buena parte de nuestro trabajo ha versado sobre cuestiones de género
y la problemática de la violencia, por lo que veremos el porcentaje de mujeres en los distintos
parlamentos nacionales. También veremos el gran medidor de los resultados en educación encarnados
en la clasificación del Informe PISA, la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) saliente y la percepción que
tienen los ciudadanos nórdicos de si sus políticos velan por el interés público.
Ante esta situación de bienestar, resultados que en muchos sitios se conseguirían invirtiendo ingentes
cantidades de dinero y hasta generosas donaciones a los países en vías de desarrollo, lo más lógico que
nos puede asaltar la mente es el enorme esfuerzo en gasto y sobre todo, en deuda, que los países
nórdicos deben realizar. Nada más lejos de la realidad.
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¿Y el empleo? Si por algo se caracterizan las recesiones económicas es por la destrucción de empleo.
Sobre todo, ¿ha aguantado la flexiseguridad el huracán económico-financiero?
El futuro del modelo
Una vez llegados a este punto toca cerrar ciertos aspectos. Sería una ilusión pensar que el lector no ha
sacado algunas conclusiones propias en los puntos anteriores, como tampoco vamos a negar que en
cada punto ha acabado entrando alguna pequeña conclusión a modo de cierre o intentando profundizar
en la argumentación o los datos. Así que nuestra intención aquí se encaminará principalmente por dos
vías nada fáciles: qué podemos concluir del modelo como tal y qué futuro le espera a nuestros cuatro
países teniendo en cuenta que seguirán con esta idea de bienestar y considerando la situación
internacional que irremediablemente les va a afectar.
En primer lugar, destacamos la idea de que este modelo de bienestar ha sido posible gracias a un Estado
intervencionista apoyado y controlado por una sociedad responsable y crítica. Este tándem no es algo
baladí, sino que es una compenetración que roza lo armonioso. Todos los estamentos o poderes de la
sociedad, véase el político, el económico y la sociedad como ciudadanía, reconocen y complementan la
labor que realiza el estado a través de sus políticas. Son conscientes de los buenos resultados que se
consiguen gracias a políticas públicas de calidad y a la vez son exigentes para con la labor de las
mismas, por lo que constantemente se produce una retroalimentación “sana”, siempre con la finalidad de 9
que las políticas sean de la mayor calidad posible. A esto se le suma la comentada participación y sobre
todo, exigencia por parte de la ciudadanía. Y aquí hasta entran factores culturales. Por ejemplo, los datos
de fraude fiscal o economía sumergida no son en los países nórdicos de los más bajos de Europa. Pero
sí hay una cosa que por ejemplo en la periferia europea no se tiene: reprobación pública. Quien no aporta
al sistema en los países nórdicos – o intenta dejar de hacerlo en su defecto – tiene el absoluto rechazo de
la sociedad. No ya es sólo las consecuencias jurídicas que puede tener el fomentar o circular “en negro”,
sino que socialmente está terriblemente mal visto. En el sur de Europa sabemos que no es del todo así.
Existe bastante indulgencia, cuando no se aplaude, el hecho de esquivar el aparato estatal. ¿Por qué?
Porque no se confía en el Estado – además de una buena dosis de mezquindad – y no se confía en que
esos recursos vayan a ser gestionados correctamente y sobre todo, no se llega a pensar en el beneficio
social que provocan las políticas públicas bien hechas.
La segunda cuestión a abordar es la concepción de lo nórdico y hasta qué punto se puede hablar de un
modelo nórdico. A la vista de los datos, en términos generales, Finlandia es el eslabón más débil. En este
trabajo podíamos haber incluido a Islandia, pero por irrelevancia del peso en las magnitudes que íbamos
a analizar, decidimos apartarlo. Así pues, Finlandia parece el menos nórdico de todos. Y esto es una
verdad a medias. Es cierto que el país nórdico fronterizo con Rusia aparece en casi todas las
clasificaciones como el último – si bien sigue teniendo buenos resultados – y esto se debe principalmente
al devenir histórico y cultural que este país ha tenido. Desde su independencia en 1917 ha intentado
“nordificarse”, pero nunca ha conseguido hacerlo del todo. La dependencia primero de la URSS y luego
de Rusia hizo que en la transformación de la primera a la segunda, Finlandia sufriese una terrible crisis
económica. Igualmente, a nivel cultural, la trayectoria finesa es bastante más distante que la que tienen
Noruega, Suecia y Dinamarca, por lo que su adhesión al modelo nórdico es, por decirlo de alguna
manera, más “forzada” que la de los otros tres, con mayores nexos históricos y culturales. A pesar de
todo esto, Finlandia ha obtenido y obtiene magníficos resultados en multitud de áreas y políticas que ya
quisieran muchos otros países del continente.
La siguiente cuestión a destacar reside en el enorme valor que estos países le dan a la productividad
gracias a la terciarización y la tecnología. Los recursos humanos son su mejor materia prima y el I+D la
mejor manera de explotarlos. Es su apuesta. En algunos años veremos si acertaron o fue un error confiar
tanto en la capacidad de sus trabajadores, pero tanto por los resultados educativos y laborales obtenidos
como por el cariz que está tomando la economía de los países desarrollados frente a la mano de obra
barata y masiva de los países emergentes, no parece que vaya a ser un camino erróneo.
Gracias a todo este esfuerzo político, económico y ciudadano, podemos decir que el modelo nórdico de
bienestar es el modelo de bienestar – reiteramos que el bienestar no tiene por qué provenir sólo del
Estado – más perfeccionado y con los mejores resultados en bienestar ciudadano, compatibilizados
además con dinamismo económico y sostenibilidad del sistema, algo fundamental para poder
desarrollarlo en el largo plazo. Como ya dijimos en las primeras páginas de este trabajo, efectivamente
existen otros modelos de bienestar, pero cada uno acaba mostrando carencias graves que perjudican a
un sector considerable de la población, normalmente a las personas con menos recursos. Así, el modelo
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liberal, por mucho que algunos sigan creyendo ciegamente en él y lo defiendan a capa y espada, hace
que se distribuyan mal los recursos dadas las asimetrías existentes en la libre competencia del mercado
– información asimétrica, capacidad de presión político-económica, etc. –; igualmente, los modelos de
bienestar continentales, que se desarrollan mayoritariamente en Centroeuropa, son modelos más rígidos,
que por un lado ahogan a las empresas, dificultando el dinamismo económico y empresarial y por otro no
consiguen realizar políticas públicas de mayor calidad dada la baja implicación ciudadana, en algunos
casos la corrupción y en otros los intereses políticos y partidistas que zancadillean las iniciativas.
Lógicamente, el modelo nórdico de bienestar tampoco es la perfección. En términos generales, el modelo
es muy frágil, bastante más frágil que los otros modelos comentados, por el hecho de que todas las
políticas, iniciativas y resultados están interconectados tanto con otras políticas como con la cultura
política de los países y el comportamiento responsable del Estado, partidos, sociedad y otros actores
influyentes como los medios de comunicación. Esto significa que la merma en la calidad de una política o
la supresión de la misma no sería un fenómeno estanco, sino que provocaría unos resultados negativos
que afectarían a la calidad de otro tipo de políticas, redundando en la ineficiencia de estas y en la
necesidad o bien de replantearlas o bien de recortarlas dada su ineficacia. Un auténtico a la vez que
peligroso dominó.
Por último, vamos a intentar dilucidar el futuro de estos cuatro países y del modelo por extensión. La
recesión de 2008 les ha afectado como a la inmensa mayoría de países desarrollados y emergentes. Esa
repentina parálisis financiera hizo que la mayoría de estados, nórdicos y no nórdicos, cayesen a cifras de
decrecimiento bastante fuertes, si bien lo importante no es eso sino cómo han seguido caminando.
Después de ese bache económico, los países nórdicos han conseguido repuntar a cifras de crecimiento
bajas aunque no dramáticas. De hecho, hasta han conseguido reconducir mínimamente las cifras de
paro, que tras el golpe del 2008 habían aumentado de manera peligrosa. Ahora parece que vuelve a
bajar. Sea como fuere, estos países dependen de la situación de Europa para seguir funcionando. De la
Unión Europea más concretamente. Comercialmente son monedas muy fuertes – las coronas de
Noruega, Suecia y Dinamarca, así como el Euro – por lo que los recursos que otros países tienen más a
mano de devaluar sus divisas para exportar con mayor facilidad, a estos países, así como a la Zona Euro,
no le resulta tan fácil. Así pues, todo recae en el valor añadido que le den a sus productos. He ahí la
importancia de la comentada terciarización y el I+D.
Como aventura futurible de la que los países nórdicos se pueden beneficiar, vamos a hablar de algo que
puede pasar desapercibido pero que podría suponer toda una revolución en el comercio y la economía
mundial. Como sabemos, el calentamiento global es una realidad de la que se habla largo y tendido pero
casi nadie hace nada, y quien hace es de manera insuficiente. En este trabajo apenas hemos comentado
el medio ambiente como algo que estos países tienen en gran estima, si bien las cifras de producción de
energía no fósil demuestran que al menos existe una voluntad de no contaminar masivamente el planeta.
Pero tristemente, cuatro países, pequeños además, no son la totalidad del planeta, y mientras los
emergentes sigan arguyendo su “derecho a contaminar” – sería hipócrita negárselo cuando en la
Revolución Industrial y en el siglo XX el primer mundo ha ennegrecido el planeta todo lo que ha querido –
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pocos resultados se van a lograr. Así, gracias a esta contaminación y al aumento de las temperaturas del
planeta, los casquetes polares se están fundiendo.
Así pues, ahora, en la achatada parte norte del planeta sólo vemos una enorme masa de hielo cuyos
derechos se disputan varios países de cara a poder extraer el petróleo y gas natural que en teoría existe
en ingentes cantidades bajo el hielo ártico. Pero, ¿qué pasaría si el hielo se fundiese y el Ártico fuese
navegable? A día de hoy no es factible debido a que aunque ya existen pequeños espacios navegables,
la travesía no es segura, y sólo navegan por dichas aguas rompehielos rusos y noruegos, pero si el
planeta sigue recalentándose, en no muchos años, un par de décadas a lo sumo, los enormes
portacontenedores que a día de hoy surcan aguas más templadas podrían navegar sin problemas por
aguas árticas. Lo que esto supone no es el hecho de navegar simplemente, sino que las distancias entre
por ejemplo, los puertos europeos y los chinos o japoneses se acortarían en miles de kilómetros de
navegación. Sería una ruta casi directa y sin los peligros existentes en las rutas actuales – piratería o
conflictos políticos -. Abarataría tremendamente los costes y colocaría a Europa, de capa caída
últimamente, en una buena posición para comerciar con otras zonas del planeta, especialmente con la
región de Asia-Pacífico, que aquí presuponemos que va a ser el centro de poder en aumento para las
próximas décadas.
La enorme ventaja que tienen los países nórdicos ante esta situación es estar en primera fila. No sería
descabellado pensar que muchos puertos y otras infraestructuras comenzasen su desarrollo en cuanto el
Ártico fuese plenamente navegable, así como una enorme cantidad de inversión llegaría con la finalidad
de establecerse en estos países y así tener un fácil acceso a esta nueva ruta. Si esto se produjese, el
futuro de la economía nórdica y por ende, el del bienestar en la zona, estaría asegurado.
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