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Prof. Juan Carlos Religión PRE Religión PRE | Jesucristo en la vida del cristiano Francisco ha subrayado la centralidad de Cristo en la vida y en la misión cristianas. A los cristianos corresponde conocerlo, amarlo y seguirlo Cristo resucitado es el alfa y omega, el origen de todo y el punto final de la transformación del mundo, por la fuerza atractiva de la Cruz y de la Resurrección. Eso no significa que no cuente con nuestra colaboración. Cristo es el centro de la misión de la Iglesia en todas sus formas: anuncio de la fe, celebración de los sacramentos, existencia cristiana como vida de servicio a las personas y al mundo. En su exhortación apostólica y programática Evangelii gaudium señala el Papa Francisco: “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza […]. Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. […] Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo” (EG, nn. 275-276). Cabe preguntarse de qué tipo es esa fuerza, cómo se traduce en la vida cristiana y cómo influye en la evangelización. Joseph Ratzinger, hacia el final de la sección que dedica a la Resurrección en Jesús de Nazaret, observa que no se trata simplemente de la reanimación de un cadáver, ni tampoco de la aparición de un fantasma o de un espíritu que viene del mundo de los muertos. Por otra parte, los encuentros de Jesús resucitado con sus discípulos no son fenómenos de mística colectiva (cfr. Jesús de Nazaret, II, Roma-Madrid 2011, pp. 316 ss.). La Resurrección −sostiene el ahora Papa emérito− es un acontecimiento bien real, que sucede en la historia y a la vez transciende la historia. Supone un salto cualitativo u ontológico, una nueva dimensión de la vida humana, pues un cuerpo humano es transformado en un “cuerpo cósmico”, como lugar en que los hombres entran en comunión con Dios y entre ellos formando el misterio de la Iglesia. Aunque la resurrección no la contempló ningún ser humano (no era posible), a Cristo

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Jesucristo en la vida del cristiano

Francisco ha subrayado la centralidad de Cristo en la vida y en la misión cristianas. A los cristianos corresponde conocerlo, amarlo y seguirlo

Cristo resucitado es el alfa y omega, el origen de todo y el punto final de la transformación del mundo, por la fuerza atractiva de la Cruz y de la Resurrección. Eso no significa que no cuente con nuestra colaboración.

Cristo es el centro de la misión de la Iglesia en todas sus formas: anuncio de la fe, celebración de los sacramentos, existencia cristiana como vida de servicio a las personas y al mundo.

En su exhortación apostólica y programática Evangelii gaudium señala el Papa Francisco: “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza […]. Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. […] Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo” (EG, nn. 275-276). Cabe preguntarse de qué tipo es esa fuerza, cómo se traduce en la vida cristiana y cómo influye en la evangelización. Joseph Ratzinger, hacia el final de la sección que dedica a la Resurrección en Jesús de Nazaret, observa que no se trata simplemente de la reanimación de un cadáver, ni tampoco de la aparición de un fantasma o de un espíritu que viene del mundo de los muertos. Por otra parte, los encuentros de Jesús resucitado con sus discípulos no son fenómenos de mística colectiva (cfr. Jesús de Nazaret, II, Roma-Madrid 2011, pp. 316 ss.).

La Resurrección −sostiene el ahora Papa emérito− es un acontecimiento bien real, que sucede en la historia y a la vez transciende la historia. Supone un salto cualitativo u ontológico, una nueva dimensión de la vida humana, pues un cuerpo humano es transformado en un “cuerpo cósmico”, como lugar en que los hombres entran en comunión con Dios y entre ellos formando el misterio de la Iglesia. Aunque la resurrección no la contempló ningún ser humano (no era posible), a Cristo resucitado lo vio una multitud de testigos. Al mismo tiempo la resurrección es un acontecimiento discreto: no se impone, sino que quiere llegar a los hombres a través de la fe de los discípulos y de su testimonio, de modo que este suscite la fe en otros a lo largo del tiempo.

El Misterio de Cristo es el centro de la vida cristiana y de la Iglesia. En su relación con nosotros ese centro podría ser descrito trazando el marco del plan salvífico de la Trinidad como una elipse y en su interior dos focos que se atraen mutuamente: la Resurrección y la Eucaristía. Atraídos por esos dos focos, podemos Vivir con mayúsculas extendiendo, gracias al misterio de la Iglesia, el misterio de Cristo a todas las realidades humanas, pues en Él nos movemos y existimos los cristianos (cfr. Hch 17, 28). El Catecismo de la Iglesia Católica (cfr. nn. 638-655) señala que la Resurrección es obra de la Santísima Trinidad, como confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Nos abre a una nueva vida, la de los hijos de Dios, y es principio y fuente de nuestra resurrección futura.

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Todo ello tiene que ver con la fuerza de la Eucaristía, que nos da la vida de Cristo resucitado, nos une en la Iglesia como sujeto histórico “portador de la visión integral de Cristo sobre el mundo” (en expresión de R. Guardini), de sus sentimientos y de sus actitudes. La Eucaristía alimenta el desarrollo y ejercicio del carácter sacerdotal que recibimos con el bautismo y que nos configura como mediadores entre Dios y los hombres.

De ahí la necesidad de ser conscientes de la predilección que Dios nos ha mostrado. Y de que ese agradecimiento se traduzca en nuestra correspondencia de amor a la Trinidad y en la participación activa en la evangelización.

El Problema del Mal

Dentro de la filosofía de la religión, el problema del mal es el problema de conciliar la existencia del mal y del sufrimiento en el mundo con la existencia de una deidad que sea omnisciente, omnipresente, omnipotente y omnibenevolente (véase teísmo).23 De aquí que se elaboren argumentos que buscan demostrar que la coexistencia entre el mal y tal deidad sería imposible o improbable. Los intentos por afirmar lo contrario han sido encuadrados tradicionalmente bajo el nombre de teodicea. Hay además muchas discusiones sobre el mal y problemas relacionados en otros campos filosóficos, tales como la ética secular456 o la ética evolucionista,78 pero en el sentido ordinario se trata dentro del contexto teológico.23

¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente.

¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.

¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal?

¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?

Algunos cristianos creen que la condenación del mal por Dios fue ejecutada y expresada en la creación del mundo; un juicio que es inexorable debido a la omnipotencia de Dios, voluntad increada; un constante y eterno juicio que será anunciado y comunicado a las personas en el Juicio Final. En esta explicación (predestinación), Dios se le estima benévolo debido a que su ajusticiamiento del mal es un buen juicio. Otras explicaciones incluyen considerar al mal como el resultado de un abuso del libre albedrío de las criaturas de Dios, la postura de que se requiere sufrimiento para el crecimiento espiritual, y escepticismo respecto a la habilidad de los humanos para entender las razones de Dios para permitir la existencia del mal. La idea de que el mal provenga de un mal uso de la libre voluntad podría también ser incompatible con una deidad que conoce todos los eventos futuros, ya que eliminaría nuestra capacidad de "hacer otra cosa" en cualquier situación y por tanto el libre albedrío.

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Dios Omnipotente

1. 'Creo en Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra.'

Dios que se ha revelado a sí mismo, el Dios de nuestra fe, es espíritu infinitamente perfecto.

Esta verdad sobre Dios como infinita plenitud ha sido afectada, en cierto sentido, por los símbolos de la fe, mediante la afirmación de que Dios es el Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Aunque nos ocuparemos un poco más adelante de la verdad sobre la creación, es oportuno que profundicemos, a la luz de la revelación, lo que en Dios corresponde al misterio de la creación.

2. Dios, a quien la Iglesia confiesa omnipotente ('creo en Dios Padre omnipotente), en cuanto espíritu infinitamente perfecto es también omnisciente, es decir, que penetra todo con su conocimiento.

Este Dios omnipotente y omnisciente, tiene el poder de crear, de llamar del no-ser, de la nada, al ser. 'Hay algo imposible para el Señor?' - leemos en el Génesis (18, 14)-.

'Realizar cosas grandes siempre está en tu mano, y al poder de tu brazo ¿Quién puede resistir?', anuncia el Libro de la Sabiduría (11, 22). La misma fe profesa el Libro de Ester con las palabras 'Señor, Rey omnipotente, en cuyo poder se hallan todas las cosas, a quien nada podrá oponerse' (Est 4, 17). 'Nada hay imposible para Dios' (Lc 1, 37), dijo el Arcángel Gabriel a María de Nazaret en la Anunciación.

3. El Dios, que se revela a sí mismo por boca de los profetas es omnipotente. Esta verdad impregnan profundamente toda la revelación, a partir de las primeras palabras del Libro del Génesis: 'Dijo Dios: 'Hágase.'(Gen 1, 3). El acto creador se manifiesta como la omnipotente Palabra de Dios: 'El lo dijo y existió.' (Sal 32, 9). Al crear todo de la nada, el ser del no-ser, Dios se revela como infinita plenitud de Bien, que se difunde. El que Es, el Ser subsistente, el ser infinitamente perfecto, en cierto sentido se da en ese 'ES', llamando a la existencia, fuera de sí, al cosmos visible e invisible: los seres creados. Al crear las cosas, da origen a la historia del universo, al crear al hombre como varón y mujer, da comienzo la historia. 'Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos' (1 Cor 12, 6).

4. El Dios que se revela a sí mismo como Creador, y, por lo tanto, como Señor de la historia del mundo y del hombre, es el Dios omnipotente, el Dios vivo. 'La Iglesia cree y confiesa que hay un único Dios vivo y verdadero, Creador y Señor del cielo y de la tierra, omnipotente', afirma el Vaticano Y. Este Dios, espíritu infinitamente perfecto y omnisciente es absolutamente libre y soberano también respecto al mismo acto de la creación. Si El es el Señor de todo lo que crea ante todo es Señor de la propia Voluntad en la creación. Crea porque quiere crear. Crea porque esto corresponde a su infinita Sabiduría. Creando actúa con la inescrutable plenitud de su libertad, por impulso de amor eterno.