VALORES ÉTICOS (1º ESO) Dpto. Filosofía

VALORES ÉTICOS (1º ESO) [TAREA ACADÉMICA Nº 3]

Buenos días:

Tras el paréntesis vacacional retomamos nuestro tema, “La inteligencia emocional y su importancia en la vida moral”.

Ya os había planteado que pensarais en lo que significa “ser inteligente”, imagino que casi todos habéis pensado en un tipo como Einstein. (Un gran físico, sí. Pero con ocurrencias que no siempre estaban a la altura del genio. Tenéis una foto del personaje en la página 35 de vuestro libro de texto.) Pues os cuento:

Somos animales racionales, ya hemos hablado de la importancia que tiene el buen uso de la razón en nuestra vida; pero somos también sujetos de todo tipo de estados afectivos, y nos referimos con lo de “estados afectivos” a los sentimientos y emociones que todos hemos experimentado alguna vez, muchas. Las personas tenemos esas dos dimensiones, la racional y la emocional. Una correcta gestión de esos dos aspectos que nos definen nos permite vivir bien, prosperar en la vida y optimizar recursos, desarrollarnos y ser felices. En eso podría consistir “ser inteligente”.

La inteligencia racional (abstracta) nos sirve para hacer cosas como resolver un ejercicio de matemáticas, aprender idiomas o hacer crucigramas. Pero hay otras cosas, importantes en nuestra vida, que no dependen exclusivamente de este tipo de inteligencia, cosas como entender a un amigo cuando está disgustado, acertar en las elecciones personales (¿qué hago?, ¿con quién?, ¿cuándo?), perseverar en las tareas emprendidas, distinguir lo importante de lo que es menos…, cosas que tienen que ver con eso a lo que llamamos “organizarse en la vida”. Estas cosas implican otro tipo de inteligencia, la “inteligencia emocional”, y hace referencia a un cierto “saber vivir”.

Nuestra vida emocional, efectivamente, se nutre de emociones y sentimientos, que no son lo mismo. Habría que distinguirlos. Empecemos por ahí.

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EMOCIONES Y SENTIMIENTOS

Os voy a contar, para situarnos, una historia un tanto disparatada, un poco exagerada pero siempre posible: Durante la final de la Champions, Real Madrid-Atlético de Madrid, un aficionado que seguía por televisión el partido, ante el mal resultado obtenido por su equipo, en un ataque de furia, lanzó el televisor por la ventana. Por suerte no alcanzó a ningún transeúnte, pero semejante comportamiento podía haber tenido consecuencias terribles, afectando a la vida de otros y afectando también a la del protagonista de esta historia, incapaz de controlar sus emociones… ¿Cómo podemos valorar el comportamiento de este tipo? ¿Nos parece un comportamiento aceptable? ¿Le recomendaríamos tomarse una tila?, ¿dejar de ver el fútbol?, ¿cambiar de equipo? ¿Algo así le puede pasar a cualquiera o solo le pasa a determinadas personas?

Lo cierto es que comportamientos como este (y quien dice tirar la televisión por la ventana, dice tocar el claxon a un ciclista porque se interpone en nuestro camino y nos obliga a reducir la velocidad, salir de clase airadamente cuando el profesor me informa sobre las malas notas obtenidas este trimestre, o encerrarme en mi cuarto a llorar amargamente porque no me siento correspondido por la chica que me gusta…), comportamientos que delatan un control emocional mínimo, por extraño que nos pueda parecer, son comportamientos demasiado frecuentes y que podemos ver en cualquiera, hasta el más templado…; responden, la mayoría de las veces, a algún tipo de sensación interior, especialmente intensa, que surge súbitamente (rabia, irritación, cólera…), pero que también tiende a desaparecer rápidamente. En cambio, hay otros comportamientos, a lo mejor no muy diferentes a este descrito más arriba, que pueden tener su origen en emociones tan intensas como las anteriores, que no surgen de manera repentina y que se mantienen (y alimentan) con el tiempo (odio, manía, rencor…). En el primer caso hablamos de “emociones”, en el segundo de “sentimientos”. En ambos casos se trata de “estados afectivos”, fenómenos psíquicos que se nos imponen, que no elegimos, que nos sobrevienen y nos afectan.

Tenemos que distinguir entonces dos clases de “estados afectivos”, emociones y sentimientos. La palabra “emoción” proviene del verbo latino emovere, que significa “sacudir” o “agitar”: es un estado afectivo que aparece súbitamente y nos mueve a actuar. También va acompañado de ciertas alteraciones corporales (palpitaciones, sudor, vellos de punta, rubor…).

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Y luego están los sentimientos. El “sentimiento” se distingue de la emoción en que, en tanto la emoción es una reacción afectiva breve, intensa y repentina, el sentimiento es más duradero, menos intenso y no va acompañado de cambios corporales bruscos. Sobre los sentimientos tenemos un cierto control, sobre las emociones no. Las emociones surgen y hay que tratar de dominarlas. Muchas veces, los sentimientos derivan de emociones previas, son el poso que las emociones nos dejan, para entendernos, aunque no siempre es este su origen. Lo que podemos afirmar es que los sentimientos son tendencias afectivas hacia objetos o personas que oscilan entre reacciones de placer (alegría) o displacer (tristeza), y que pueden, además, si estos se mantienen en el tiempo, definir nuestro carácter.

(Cuando los sentimientos son muy fuertes e intensos se habla de pasiones. La palabra “pasión” significa “sufrimiento” y se designan así aquellos sentimientos que se viven tan intensamente que son difícilmente controlables.)

Tradicionalmente se han enfrentado los afectos a la razón, al elemento racional que como humanos nos distingue; se ha defendido la necesidad de controlar emociones y sentimientos a través de la razón, sometiéndolos a su control. Pero si las emociones existen es porque cumplen una función, tienen un sentido evolutivo, nos han permitido sobrevivir, expresarnos, comunicarnos y desarrollarnos como seres humanos. Lo cierto es que las emociones intervienen en nuestras decisiones, nos determinan en la acción, seamos o no conscientes de ello; no solo no son contrarias a la razón, sino que conjugan con ella en múltiples aspectos de nuestra vida. Imaginaros a alguien carente de cualquier tipo de emociones (se conocen casos, personas que por daños de tipo neurológico se ven afectados de esta manera), la consecuencia sería una vida absurda, un despropósito de vida, un sinsentido.

Ya anticipamos que no hay emociones buenas o malas, se trata de canalizarlas de manera positiva, y ello corre a cargo de nuestra inteligencia emocional. Las emociones nos ofuscan en ocasiones, pero también movilizan nuestras energías, nos guían, nos inducen a actuar, nos permiten expresarnos, nos conducen en la vida.

Pensad sobre esto. Podéis también leeros las páginas 32 y 33 del libro de texto. Volveremos a insistir.

Llevad vuestro trabajo al día. Haced vuestros esquemas en el cuaderno.

Cristina

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