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De la impostura política William Godwin

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  • De la impostura política

    William Godwin

  • Índice general

    Nota editorial 5

    Presentación 6

    WilliamGodwin y su obra acerca de la justiciapolítica 12

    William Godwin, escritor literario 37Caleb Williams . . . . . . . . . . . . . . . . . 44St. Leon (1799) . . . . . . . . . . . . . . . . . 48

    William Godwin: Breve antología 63De la impostura política . . . . . . . . . . . . 63De las causas de la guerra . . . . . . . . . . . 76De la disolución del gobierno . . . . . . . . . 87Efectos generales de la dirección política de

    las opiniones . . . . . . . . . . . . . . . 90De la supresión de las opiniones erróneas en

    materia de religión y de gobierno . . . 115

    2

  • De la difamación . . . . . . . . . . . . . . . . 127

    Estudios actuales sobre Godwin 144El anarquismo individualista de William

    Godwin . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144Procedencia y formación . . . . . . . . 145La Revolución francesa . . . . . . . . . 148Líneas generales del pensamiento de

    William Godwin . . . . . . . . 152Ideas políticas de Godwin . . . . . . . . 157Pensamiento económico . . . . . . . . 166La polémica maltusiana . . . . . . . . . 173Educación para el racionalismo y la

    benevolencia . . . . . . . . . . 177Proyección del pensamiento de Wi-

    lliam Godwin . . . . . . . . . . 182El pensamiento libertario de Godwin: Utili-

    tarismo y racionalidad instrumental . . 188Introducción . . . . . . . . . . . . . . . 188Principio de Autonomía Individual Ra-

    dical . . . . . . . . . . . . . . . 191Principio de Utilidad y Racionalidad

    Instrumental . . . . . . . . . . 200Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . 210

    3

  • William Godwin y el anarquismo a propósi-to del Political Justice . . . . . . . . . . 214

    Bibliografía 240

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  • Nota editorial

    Esta edición digital se basa en la que en su día hi-zo la Fundación Anselmo Lorenzo: William Godwin,De la impostura política, FAL, Madrid, 1993 (ColecciónCuadernos Libertarios). Sin embargo, una vez transcri-to el texto original (presentación de Llorens, artículosde Abad de Santillán y HemDay y los tres primeros ca-pítulos de la antología), nos pareció buena idea añadiralgún capítulo más y aprovechar una serie de artículosde especialistas que circulan por internet para profun-dizar en el estudio de esta muestra fundamental delanarquismo filosófico. Quizás sirva este esfuerzo paraanimar a las compañeras a leer a este clásico del anar-quismo y, por otra parte, a que alguna de las editoria-les libertarias se atreva a editar, completa, esta joya delsiglo XVIII.

    LA CONGREGACIÓN.

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  • Presentación

    Aunque suele considerarse aWilliam Godwin comoel primero de los principales teóricos anarquistas y asu obra Investigación acerca de la Justicia Política co-mo el primer texto en el que decididamente se planteala necesidad de disolución del Estado como condiciónpara la existencia de una sociedad libre, poco es el co-nocimiento profundo que se tiene del autor, y escasosson los lectores de su obra.

    Tras el inusitado éxito que tuvo la publicación origi-naria de Investigación… en 1793, especialmente entrelos medios intelectuales británicos, pronto fue olvida-do su autor y el mismo libro. Posteriormente, aunquepuede rastrearse la influencia del pensamiento de God-win en la corriente liberal y federalista anglosajona(Paine, Jefferson, Madison…), hoy también poco recor-dada, lo cierto es que el librepensador y escritor inglésquedó sepultado bajo la losa del olvido y la margina-ción.

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  • Pero si William Godwin resulta una figura centralcomo precursor del pensamiento libertario, no lo esmenos, asimismo, para el romanticismo. La funciónque cumple Rousseau respecto de la ilustración france-sa, la de trascender el ámbito del racionalismo y situar-se en el umbral de la nueva estética romántica, ese mis-mo rol, salvando las diferencias, lo desempeñaGodwinen el ámbito anglosajón.

    En efecto, Rousseau adelanta el romanticismo consu novela La nueva Eloísa, mientras Godwin hace lopropio con la suya Caleb Williams, antecesora de lallamada novela gótica y la policiaca. Pero los parale-lismos entre el pensador inglés y el ginebrino no sequedan aquí. Ambos trascienden el movimiento ilus-trado, también, en lo que hace referencia al proyectopolítico. Rousseau anunciando, de algún modo, el co-munismo en El Contrato Social; Godwin, como ya se hadicho, planteando el anarquismo, dos opciones llama-das a desarrollar un importante papel histórico frenteal proyecto político ilustrado y liberal.

    En ambos casos, tanto Rousseau como Godwin, setrata de figuras muy complejas ymuy interesantes queno admiten el análisis desde un único registro.

    A Godwin la vida misma lo colocará en una situa-ción de precursor indirecto, más o menos próximo de

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  • otras diversas corrientes. Cierto, además de anunciarel anarquismo y el romanticismo hay que considerar,si bien un tanto en escorzo, a la hora de buscar las raí-ces contemporáneas del feminismo, que arrancan conla obra Vindicación de los derechos de la mujer, de MaryWollstonecraft, que fuera su mujer y la madre de su hi-ja Mary, la cual, con el andar del tiempo, se casaríacon el poeta Shelley (que se proclamó directo discípu-lo de Godwin) y escribiría la conocida novela góticaFrankenstein.

    En lo que hace referencia al movimiento libertariohispánico, tampoco la pasión por leer a Godwin pare-ce haberse desbordado nunca, todo y con conocer ala obra y al autor como mera referencia. En España,donde se traducían con celeridad las obras de Baku-nin, Kropotkin y Malatesta y eran leídas con avidez,Godwin seguía siendo un desconocido. No tuvo un Piy Margall que lo tradujera y lo presentara, como le su-cedió a P. J. Proudhon, y quienes por aquel entoncestraducían en inglés, Pedro Esteve, Ricardo Mella, Ta-rrida del Mármol o el mismo Fermín Salvochea, no re-pararon en la obra de Godwin.

    Hasta 1945, acabadas la guerra civil y la SegundaGuerra Mundial, no se publicó la edición castellanade Investigación… El movimiento libertario español no

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  • pudo, pues, conocer directamente hasta entonces, diez-mado, perseguido y exiliado, en plena postguerra ypostrevolución, el texto del ilustrado británico que contantos y tan buenos argumentos planteóla disolucióndel Estado y la liberación social.

    Tardó en aparecer la versión castellana, pero talvez como compensación se hizo una excelente ediciónde Investigación… El prólogo corrió a cargo de DiegoAbad de Santillán y la traducción se debió al argentinoJacobo Prince. El formato fue considerable (23 X 16) ymuy buena la calidad del papel y la impresión, todoello gracias al buen hacer de ediciones Americalee, deBuenos Aires. De hecho, hasta la llegada de las jun-tas militares de los años setenta, las mejores edicionesde textos libertarios en castellano se hicieron en la Ar-gentina y algún día habría que ponderar y rescatar losfondos de Americalee, Reconstruir y Proyección.

    Investigación…, empezó entonces a circular entre losmedios libertarios españoles del exilio y fue así comoquien quiso pudo iniciar el estudio de la obra del pen-sador ilustrado británico que consiguió racionalmenteplantear la necesaria y deseable disolución del Estadoy de todas las formas de coerción, lo cual había de re-dundar en provecho de la vida social libre. Impresiona-do por la impecable argumentación de William God-

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  • win, el anarquista español exiliado en México, Benja-mín Cano Ruiz (La Unión, Murcia, 1908- México, 1988)hizo el primer estudio en detalle dentro de las letras li-bertarias hispánicas, de Godwin y su obra, y sigue sien-do el único hasta la fecha. Se trata del libro W. Godwin.Su vida y su obra, Ediciones Ideas, México, 1972.

    En 1986 las ediciones Júcar, de Gijón, hicieron unaedición facsímil de la de Americalee, sólo que redu-ciéndola a tamaño de bolsillo, con lo cual la lecturase hace muy trabajosa. En nuestra colección de «Cua-dernos Libertarios», en la que nos proponemos difun-dir textos representativos e interesantes referentes alpensamiento y la historia del movimiento libertario,hemos querido detenernos en la primera gran obra deteoría política libertaria seleccionando tres capítuloscompletos de Investigación… a modo de breve antolo-gía. Asimismo, van como prólogo o introducción dosinteresantes textos: el ya aludido prólogo de Santillány un artículo debido a la pluma del anarquista belgaHem Day y que en su versión castellana fue publica-do por la revista Tierra y Libertad de México, en dosentregas, en sus números de mayo y julio de 1964. Co-mo cierre se ofrece una breve selección bibliográficaque confiamos resulte útil a quienes quieran prolon-gar el estudio y análisis de la figura y obra de William

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  • Godwin. En ello se cifra la ilusión de los editores delpresente folleto.

    IGNACIO DE LLORENS.

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  • William Godwin y su obraacerca de la justicia política

    Ni el nombre ni la obra de William Godwin mere-cen el olvido relativo en que han caído poco despuésde su éxito clamoroso a fines del siglo XVIII. «Lo quefueron las Reflections de Burke para las clases superio-res, los Rights of Man de Paine para las masas, eso fuela Enquiry Concerning of Political Justice de Godwinpara los intelectuales. Godwin despertó una mañana,repentinamente, como el más famoso filósofo social desu tiempo», así escribió Max Beer en A History of Bri-tish Socialism (vol. I, pág. 114, Londres, 1921).

    «Ninguna obra en nuestro tiempo —escribió Hazlitten The Spirit of the Age— dio tal impulso al espíritufilosófico en el país».

    Lindsay Rogers escribió: «Efectivamente, juzgadapor su efecto inmediato, la Political Justice merece fi-gurar junto al Emilio de Rousseau y a la Areopagítica

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  • de Milton» (prefacio a la edición abreviada americanade 1926).

    Podríamos multiplicar los testimonios de autorescontemporáneos de Godwin y de investigaciones pos-teriores. Coleridge, Southey, Wordsworth fueron pro-fundamente impresionados por la gran obra sobre lajusticia. «Ningún pensador contemporáneo ha nega-do el imperio de Godwin sobre el espíritu de Shelley»—dice Brailsford en su libro Shelley, Godwin and TheirCircle—. Y Mark Twain ha acuñado esta frase bien su-ya: «El infiel Shelley habría podido declarar que eramenos una obra de Dios que de Godwin». Los prime-ros tres actos de Prometheus Unbound, de Shelley, noson más que una traducción artística magnífica de laPolitical Justice; alguien ha dicho que es el mineral deGodwin convertido allí en oro fino. Queen Mab no se-ría comprensible sin tener presente la misma obra. To-da la aspiración profética del gran poeta inglés tiene sucimiento en las páginas de ese filósofo a quien se qui-so olvidar por mera reacción política hostil. Las hue-llas de Godwin se perciben fácilmente en los libros deLambeth, y cuando se lee con atención The Borderery Guilt and Sorrow, de Wordsworth, el lector no pue-de menos de comprobar la influencia de la argumen-tación de la Political Justice. El propio Coleridge, que

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  • en cierta ocasión se permitió algunas palabras despec-tivas sobre Godwin, escribió al margen de su ejemplarde ese libro: «Recuerdo pocos pasajes de autores an-tiguos o modernos que contengan una filosofía másjusta, en dicción más adecuada, casta y bella que lasfinas páginas que sigue. Atestiguan igual honor parala cabeza que para el corazón de Godwin. Aunque leataqué en el cenit de su reputación, siento todavía re-mordimientos por haber hablado inamistosamente detal hombre».

    El socialismo inglés tomó luego otros rumbos, hastallegar al laborismo y al tradeunionismo contemporá-neos, aunque no se le ha visto renegar, como en otrospaíses, de libertad y de ideal de la justicia social. Pe-ro Godwin no ha desaparecido nunca por completode la tradición social británica, y da la impresión deque revive en William Thompson (1785-1844), un ir-landés, cuyo libro An Inquiry into the Principles of theDistribution of Wealth most conducives to Human Hap-piness, Applied to the newly proposed System of Volun-tary Equality of Wealth (Londres, 1824) destruyó lossofismas de la propiedad con la misma lógica que God-win empleó para demoler los sofismas del estatismo.También habría que mencionar como continuadores aJohn Gray y a Thomas Hodgskin.

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  • ¡Quién sabe hasta qué punto habrán podido repercu-tir los razonamientos de Godwin en un Herbert Spen-cer, antisocialista, pero que habla del derecho de ig-norar el Estado (1850), en John Stuart Mill, cuando es-cribió el ensayo On Liberty (1859), y hasta en las críti-cas agudas al aparato gubernamental que hace CharlesDickens en la novela Little Dorrit (1855-57)!

    NacióWilliamGodwin el 3 demarzo de 1756 enWis-bech, Cambridgeshire, el séptimo de los hijos del sacer-dote disidente de aquella comunidad. Fue educado enuna severa tradición calvinista y, después de hacer susestudios en Londres, fue pastor presbiteriano y predi-có durante cinco años enHertfordshire y Suffolk. Granlector de los filósofos franceses y hombre reflexivo, viodecaer poco a poco en símismo su fe en los credos orto-doxos. Reconoce que debió mucho a la inspiración deD´Holbach, autor del Système de la Nature, a los escri-tos de Rousseau, de Helvétius, y que llegó a considerarla forma monárquica de gobierno como fundamental-mente corrompida gracias a los escritos políticos deJonathan Swift y a los historiadores romanos. Abando-nó en consecuencia su carrera eclesiástica y comenzóa expresar opiniones cada vez más liberales en políti-ca y en religión y llegó a una concepción republicanapropia. Los acontecimientos que se desarrollaban por

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  • entonces en Francia, a partir de julio de 1789, dieronimpulso a esa orientación de su pensamiento. Muchoantes de que se pusiese a escribir su obra célebre, deredacción fácil, de lógica admirable, habían maduradoen su espíritu sus concepciones sociales. Eso explica lafluidez de su estilo y la contextura de su razonamien-to. Las cuartillas iban de la pluma a la imprenta y losretoques de las nuevas ediciones no son en manera al-guna modificaciones o alteraciones de su pensamientocentral.

    Comenzó a escribir la Political Justice en julio de1791 y en febrero de 1793 vio la ley en dos tomos. En1791-92 formó parte de un pequeño comité de amigosque hizo posible la publicación de los Rights of Mande Thomas Paine; trabajaba sin parar en su obra, perono se desinteresaba por eso de contactos sociales con-temporáneos avanzados, pensadores y escritores quehoy llamaríamos de izquierda, como aquel grupo quese reunía en casa del editor Johnson, entre ellos: Wi-lliam Blake, Mary Wollstonecraft, Thomas Paine, Hol-croft.

    La obra vio la luz, como hemos dicho, en febrero de1793, con el título de An Enquiry concerning PoliticalJustice and its Influence on general Virtue and Happi-ness. En la segunda edición el título fue modificado así:

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  • An Enquiry concerning Political Justice and its influenceon Morals and Happiness.

    La primera edición consta de dos volúmenes en 4º,de XIII-378 y 379 págs. (prefacio del 29 de octubre de1795), está retocada en varios lugares importantes yapareció en 1796; la tercera edición es de 1798. La úl-tima reimpresión, no del todo completa, apareció en1842 en Londres, en 12º. Hubo además ediciones frau-dulentas, una en Dublín, 1793, otra en Filadelfia, Es-tados Unidos, en 1796 (XVI-362 y VIII-400 págs.) quereproducen probablemente el texto de la segunda edi-ción.

    Se vendieron, a pesar de su alto precio, tres gui-neas, cuatro mil ejemplares de las ediciones autoriza-das. En algunas localidades se formaban asociacionespara comprar y leer el libro; lo leyeron así gentes de to-das las clases sociales, burlando la presunción de Pitt,que calculó que la obra de Godwin era demasiado ca-ra para ser peligrosa. Mary Godwin, la hija del filósofo,escribió muchos años después: «He oído decir frecuen-temente a mi padre que la Political Justice escapó a lapersecución porque apareció en una forma demasiadocostosa para la adquisición general. Pitt observó, cuan-do se discutió la cuestión en el Consejo privado, que

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  • un libro de tres guineas no podía causar mucho dañoentre aquellos que no podían ahorrar tres chelines».

    Después de la publicación de la Political Justice, diouna novela,CalebWilliams (1794), vigorosa, ingeniosa,hábilmente construida, donde sus ideas favoritas sonllevadas al terreno de la imaginación para mostrar loque puede sufrir el pobre bajo las condiciones políti-cas y jurídicas vigentes y cómo es pervertido el carác-ter del rico por falsos ideales de honor. Pero las con-diciones comenzaron a empeorar para él a causa de lafuriosa reacción contra la revolución francesa, que diola nota en la política británica en lo sucesivo. Franciadeclaró la guerra a Inglaterra el mes en que aparecíala Political Justice; en 1794, fue suspendida por Pitt laHabeas Corpus Act, y la suspensión duró siete años;toda opinión un tanto disidente de la del gobierno eraconsiderada sediciosa y se procedía de inmediato con-tra sus gestores. Se estableció una censura rígida; laspersecuciones políticas se pusieron a la orden del día,los espías aparecían por todas partes. En 1794,ThomasHardy, John Horne Tooke, Thomas Holcroft (uno delos amigos más íntimos de Godwin) y otros fueron pro-cesados por alta traición;ThomasHardy fue deportadoa Botany Bay.

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  • Escribió Godwin otras novelas: St. Leon (1799), Fleet-wood (1805), Mandeville (1830) y Cloudesley (1830).Es autor de dos tragedias, Antonio (1800) y Faulkener(1807), que resultaron otros tantos fracasos. Escribióuna History of the Commonwealth en cuatro volúme-nes y una Life of Chaucer. También se dedicó a compo-ner cuentos para niños, con el pseudónimo de EdwardBaldwin, para evitar el fracaso a que se exponía con sunombre desde 1800, cuando comenzó a ser menciona-do con hostilidad creciente por la propaganda antijaco-bina, antiguo remedo de la campaña que realizaron lasclases conservadoras inglesas contra los soviets rusosdesde 1917 y contra los «rojos» españoles desde juliode 1936.

    Dio a luz dos colecciones de ensayos, The Enquirer(1797) y Thoughts on Man (publicados en 1831, peroescritos mucho antes), que son interesantes sobre todopara comprobar cómo se mantuvo Godwin fiel a suspuntos de vista políticos, a pesar de los suavizamientosde la expresión.

    El hombre que había adquirido una fama repentinatan grande a fines del siglo XVIII, fue excluido en talforma, desde 1800 especialmente, de la vida públicaque en 1811, Shelley, que había leído con entusiasmo

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  • su obra, tuvo conocimiento, «con inconcebible emo-ción», de que Godwin estaba vivo aún.

    Las condiciones penosas de su hogar, las dificulta-des pecuniarias, el vacío que hizo alrededor de su nom-bre y de su obra la reacción, o su mención hostil, hizoque este hombre, pensador atrevido, pero de ningúnmodo un hombre de acción, dejase de ejercer en aquelperíodo de la política británica toda la influencia deque era capaz la lógica de sus razonamientos.

    En marzo de 1797 se unió en matrimonio con MaryWollstonecraft, una de las mujeres más interesantes desu época, autora de la obra A Vindication of the RightsofWoman (1792), precursora de los movimientos feme-ninos del siglo XIX; murió esta mujer en septiembre de1797, al dar a luz a su hija Mary, la que luego habría deconvertirse en esposa del poeta Shelley. Godwin, consu hijita y con una hijastra, se volvió a casar en 1801con una viuda que tenía también una hija. El nuevomatrimonio no fue feliz y contribuyó a que Godwinquedase aislado de los amigos. Más de una vez fue pre-ciso recoger ayuda para él entre las antiguas amistades.Se vio constreñido a pedir préstamos que no podía de-volver y de ahí surgió una leyenda poco favorable parael gran pensador. Pero los que le conocieron de cercahablan de su generosidad, de su estímulo a los jóvenes

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  • que se le acercaban y de la ayuda material que presta-ba, cuando podía darla, a quienes la requerían. Entrelos jóvenes que le rodearon más tarde, uno de ellos fueShelley, hombre adinerado, que fue frecuentemente elmecenas generoso del hombre a quien tanto admirabay que iba a ser su suegro.

    Godwin murió en abril de 1836.La Political Justice fue producida en la pasión susci-

    tada en el mundo por la revolución francesa, aunquelas ideas en ella expuestas habíanmadurado antes en lamente del autor. Edmund Burke había escrito en 1756AVindication of Natural Society, un análisis demoledordel estatismo, del gubernamentalismo, similar a losque llevaban a cabo Denis Diderot y Sylvain Maréchalen Francia y Lessing en Alemania. Las ideas antiguber-namentalistas de Godwin no eran una manifestaciónaislada de pensamiento. La revolución francesa, que hadadomargen a tantos progresos, no fue beneficiosa pa-ra el desarrollo de la idea de la libertad; con ella surgióla idea de la nación, de la dictadura, del bonapartismo,refuerzos todos de la autoridad central absolutista. Elpensamiento de Diderot y de Maréchal, por ejemplo,fue interrumpido como por un cataclismo geológicohasta mediados del siglo XIX, cuando reapareció conProudhon, y hasta el último tercio de ese siglo, cuando

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  • fue reanimado por Eliseo Reclus. Además tuvo efectosreaccionarios en toda una generación de pensadoresde los diversos países. De la revolución surgió la reac-ción en Francia que llevó a Bonald y De Maistre. EnInglaterra, país de vivas tradiciones liberales, EdmundBurke encabezó la reacción de la aristocracia contra larevolución francesa con sus Reflections on the FrenchRevolution (1790). Esta obra de Burke motivó en po-cos años no menos de 38 réplicas, según cuenta W.P.Hall en British Radicalism, 1791-1797 (pág. 75, Colum-bia University Studies, 1912). Una de las primeras fueA Vindication of the Rights of Woman de MaryWollsto-necraft, otra es el brillante panfleto de Thomas Paine,The Rights of Man, aunque la más notable de todas esla Political Justice de Godwin.

    En 1791, escribió Godwin en su diario: «Sugerí a Ro-binson, el librero, la idea de un tratado acerca de losprincipios políticos y convino en ayudarme a su eje-cución. Mi concepción comienza con un sentimientode las imperfecciones y errores de Montesquieu y conun deseo de producir una obra menos defectuosa. Enel primer hervor de mi entusiasmo, mantuve la vanafantasía de “tallar una piedra de la roca” que venciesey aniquilase por su energía inherente y su peso todaoposición y colocase los principios de la política sobre

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  • una base inconmovible. Mi primera decisión fue decirtodo lo que yo había concebido como verdad, y todolo que me parecía que era la verdad, confiando que po-drían esperarse los mejores resultados de esa manerade obrar».

    Paine, aconsejado por William Blake, al ver la luzThe Rights of Man en defensa de los principios fran-ceses de libertad, fraternidad e igualdad, cuyo editorfue perseguido, huyó a Francia y luego a los EstadosUnidos, donde se convirtió en un campeón de la inde-pendencia. Godwin no escribía con el entusiasmo y lafe de Paine en la relación inmediata de un reino mile-nario; más bien se proponía echar las bases para llegara él por un progreso gradual, por el camino de la razóny de la educación. Esto, unido al alto precio de la obra,ha evitado al autor la persecución directa y probable-mente la deportación.

    La Political Justice fue traducida al alemán (primertomo) en 1803 (publicada porWürzburg) y algunos ale-manes, entre ellos Franz Baader, se entusiasmaron consu contenido. Benjamin Constant habla en 1817 de va-rios comienzos de una traducción francesa, entre ellosde uno propio, pero no se publicó nada. En los EstadosUnidos, después de la edición de Filadelfia de 1796, sehizo otra treinta años más tarde, abreviada (New York,

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  • 1926, en dos tomos, 8º., XXXIV-455 y 307 págs.), quesirvió de base para esta primera edición castellana.

    Max Nettlau1 resume así el contenido de la obra:

    «Godwin considera el estado moral de losindividuos y el papel de los gobiernos, ysu conclusión es que la influencia de losgobiernos sobre los hombres es, y no pue-de menos de ser, deletérea, desastrosa…¿No puede ser el caso —dice en su modoprudente, pero de razonamiento denso—que los grandes males morales que exis-ten, las calamidades que nos oprimen tanlamentablemente, se refieran a sus defec-tos (los del gobierno) como a una fuen-te, y que su supresión no pueda ser es-perada más que de su enmienda (del go-bierno)? No se podría hallar que la tenta-tiva de cambiar la moral de los hombresindividualmente y en detalles es una em-presa errónea y fútil, y que no se haráefectiva y decididamente más que cuando,

    1 La anarquía a través de los tiempos, Guilda de Amigos delLibro, Barcelona, 1935, págs., 24-28. Edición posterior en Júcar, Gi-jón, 1978.

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  • por la regeneración de las institucionespolíticas, hayamos cambiado sus motivosy producido un cambio en las influenciasque obran sobre ellos». Godwin se propo-ne, pues, probar en qué; grado el guberna-mentalismo hace desgraciados a los hom-bres y perjudica su desarrollo moral y seesfuerza por establecer las condiciones de«justicia política» de un estado de justiciasocial que sería el más apto para hacer alos hombres sociables (morales) y dicho-sos. Los resultados, que no resumo aquí,son tales y cuales condiciones en propie-dad, vida pública, etc., que permiten al in-dividuo la mayor libertad, accesibilidad alos medios de existencia, grado de sociabi-lidad y de individualización que le convie-ne, etc., el todo voluntariamente, inmedia-tamente, si no de un modo gradual, por laeducación, el razonamiento, la discusión yla persuasión, y ciertamente no por medi-das autoritarias de arriba abajo. Es ese ca-mino el que quería trazar a las revolucio-nes que se preparan en el género humano.El libro fue enviado por él a la Conven-

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  • ción Nacional de Francia, de la que pasóel ejemplar al refugiado alemán profesorGeorg Forster, que lo leyó con entusiasmo,pero murió algunos meses después.

    »Todavía hoy se siente uno templado porla lectura de Political Justice en el anti-gubernamentalismo más lógicamente de-mostrado, pues el gubernamentalismo esdisecado hasta la última fibra. El libro fuedurante cincuenta años y más un libro deverdadero estudio de los radicales y demuchos socialistas ingleses, y el socialis-mo inglés le debe su larga independen-cia del estatismo. Son la tendencia de lasideas de Mazzini, el burguesismo del pro-fesor Huxley, las ambiciones electorales yel profesionalismo de los jefes tradiciona-listas, quienes hicieron debilitara media-dos del siglo XIX las enseñanzas de God-win».

    Como complemento al análisis anterior, citamos acontinuación la síntesis que hace un estudioso de God-win, Raymond A. Preston (en la introducción a la edi-ción americana de 1926):

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  • «1. El espíritu no es libre, sino plástico,realizado de acuerdo con circunstanciasde herencia y ambiente, con resultados se-guros, aunque inescrutables. La doctrinadel determinismo materialista fue afirma-da primero, probablemente, en el espíri-tu de Godwin por su temprana formaciónen el calvinismo. Fue reforzada por su co-nocimiento ulterior de la Enquiry into theFreedom of the Will, de Jonathan Edwards,de Hartley y del Système de la Nature deD’Holbach (1770). Como Locke y Hume,Godwin niega la existencia de “principiose instintos innatos”. Sostiene que las aso-ciaciones y la experiencia pesan muchomás que las influencias de la herencia ydel ambiente o que las impresiones prena-tales, y en consecuencia sigue a Locke alconsiderar el goce del mayor número, elsummum bonum.

    »2. La razón tiene poder ilimitado sobrelas emociones; de ahí; que los argumen-tos, no un llamado a las emociones, y nola fuerza tampoco, sean los motivos más

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  • efectivos. Sobre esta doctrina psicológica,derivada en parte de Helvétius y en partedel punto de vista de Locke de que la leyde la razón, a la que todos deben obede-cer, es la ley de la naturaleza, se funda ladoctrina de Godwin de la educación y delmodo de tratar a los delincuentes. En suforma primera, Godwin reduce la justiciade las simpatías y de los afectos humanosy de la fuerza a casi nada. Explica nues-tro fracaso frecuente al apelar a la razónpura citando la doctrina de Hartley de lasacciones voluntarias e involuntarias. Deesta proposición se deduce la condena deGodwin de la resistencia a las leyes exis-tentes como una apelación censurable a laviolencia.»

    «Puede parecer extraño —escribe la seño-ra Shelley— que en la sinceridad de su co-razón alguien crea que no puede coexistirel vicio con la libertad perfecta —pero mipadre lo creía— y era la verdadera base desu sistema, la verdadera clave de bóvedadel arco de la justicia, por el cual deseaba

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  • entrelazar a toda la familia humana. Hayque recordar, de cualquier manera, quenadie era defensor más enteramente per-suadido de que las opiniones debían ade-lantarse a la acción. Quizá deseaba hastaun grado discutible que no se hiciera nadasino por la mayoría, mientras que buscabaardientemente por todos los medios queesa mayoría se uniese a la parte mejor».

    «3. El hombre es perfectible, esto es, elhombre, aunque incapaz de perfección, escapaz de mejorar indefinidamente. Estacreencia optimista, y sin restricción algu-na en el progreso humano, está implica-da al menos en Helvétius, en D’Holbach,en Priestley, en Price. Fue magníficamen-te establecida en forma razonada por Con-dorcet (Esquisse d’un tableau historiquedes progrès de l’esprit humain, 1793), queparece haber tenido una influencia nota-ble en las revisiones que hizo Godwin enla tercera edición de su obra.

    »4. Un individuo, a los ojos de la razón, esigual a otro cualquiera. Ese principio de-

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  • mocrático es tan viejo al menos como Je-sús de Nazaret, más recientemente ha sidoestablecido en la Declaración de indepen-dencia de América, y antes aún había sidopromulgado por Helvétius. Godwin se re-tractó de él más tarde.

    «5. La mayor fuerza para la perpetuaciónde la injusticia está en las institucioneshumanas. Los predecesores de Godwin enesta opinión son innumerables. Mencionaen su prefacio a Swift y también a Man-deville y a los historiadores latinos (delos cuales puede haber tomado su modelodel estoicismo desapasionado). Price sos-tiene que el gobierno es un mal y quecuanto menos tengamos de él, tanto me-jor, Priestley, Hume y los utilitarios pos-teriores, pesando los buenos y los malosefectos de la ley, deciden que el balancees contrario a la ley y que la interferen-cia del gobierno, excepto como un frenodonde la libertad personal interfiere conla libertad de los demás, es inconveniente.El derecho abstracto a ser libre conduce a

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  • Godwin a sostener el derecho individuala la propiedad privada.

    »Godwin repudia la doctrina de Locke,adoptada por Rousseau y seguida por teó-ricos políticos ingleses y franceses del si-glo XVIII (excepto Hume) de que el go-bierno está basado en un hipotético con-trato social, y sigue a Hume al considerarel gobierno como basado últimamente enla opinión. Excepto en el uso de ciertos ar-gumentos relativos a la educación del Emi-lio, al parafrasear en parte El Contrato So-cial sobre los orígenes del gobierno, y alrechazar la teoría del “egoísmo” sosteni-da por Helvétius, D’Holbach y Mandevi-lle, Godwin no está casi nunca de acuerdocon Rousseau».

    Tal es la vinculación intelectual de Godwin con lospensadores contemporáneos o anteriores.

    Este primer filósofo del anarquismo, lo repetimos,no era un hombre de acción. La acción antijacobina lointimidó un poco; no se desdijo de sus ideas, aunqueen ediciones sucesivas de su obra mitigó algo las ex-presiones. Abandonó la propaganda directa, pero no

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  • repudió el pensamiento básico de su libro más notable.No se le ahorraron las virulencias personales de susenemigos, los ataques apasionados, el vocabulario gro-sero, las desfiguraciones de sus ideas, Malthus intentórazonar en parte contra el sistema de Godwin y le ata-có; Godwin refutó la teoría maltusiana (Of Population,1820).

    He aquí una de las rectificaciones: se apartó de latesis de su Political Justice que exaltaba la razón y mi-nimizaba el efecto de la emoción como guía de la con-ducta humana. «No sólo se tiene una razón que com-prende, sino un corazón que siente» —dijo en The En-quirer—. Sin embargo, aún sigue sosteniendo que es larazón la que nos guía y que la pasión no hace más quereforzar, vigorizar, animar, dar energía a la razón.

    En su libro de notas relativas al año 1798, proponeescribir un libro titulado First Principles of Morals paracorregir ciertos errores de la primera parte de la Politi-cal Justice. Dice allí:

    «La parte a que aludo es esencialmentedefectuosa por el hecho de que no pres-ta una atención adecuada al imperio delsentimiento. Las acciones voluntarias delos hombres están bajo la dirección de sus

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  • sentimientos: nada puede tener una ten-dencia a producir estar acciones, exceptoen tanto que esté conectado con ideas defuturo placer o dolor para nosotros o pa-ra otros. La razón, hablando exactamente,no tiene el menor grado de poder para po-ner un miembro cualquiera o una articula-ción de nuestro cuerpo enmovimiento. Sudominio, es una visión práctica, está ente-ramente confinada a ajustar la compara-ción entre objetos diferentes del deseo, y ainvestigar los modos más adecuados paraalcanzar esos objetos. Nace de la presun-ción de su deseabilidad o lo contrario, yno acelera ni retarda la vehemencia de suprosecución, sino que simplemente regulasu dirección y señala el camino por el cualdebemos avanzar hacia nuestro objetivo.

    »Pero todo hombre quiere, por una necesi-dad de su naturaleza, ser influido por mo-tivos que le son peculiares en tanto queindividuo. Como todo hombre quiere sa-ber más de sus parientes e íntimos que delos extraños, así pensará inevitablemente

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  • más a menudo, sentirá más agudamentepor ellos y estará más ansioso acerca desu bienestar…

    »Estoy deseoso de retractarme de las opi-niones que he expresado favorables a lasdoctrinas de Helvétius de la igualdad delos seres intelectuales, tal como han naci-do en el mundo, y de suscribir la opiniónde que, aunque la educación es un instru-mento más poderoso, todavía, existen di-ferencias de la mayor importancia entrelos seres humanos desde el periodo de sunacimiento.

    »Estoy tan ansioso de llevar a cabo estasalteraciones y modificaciones porque medarían ocasión para mostrar que ningunade las conclusiones por cuya causa fue es-crito el libro sobre la justicia política sonafectadas por ellas».

    Esa es la verdad. Ninguna de las conclusiones dela Political Justice es afectada por el curso ulterior delpensamiento político godwiniano. El libro proyectado

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  • no llegó a escribirse. Hay que recordar la influenciaposible de Mackintosh (1756-1832), de su teoría de losactos morales que, según él, emanan del sentimiento yno de la razón, para comprender el deseo de Godwinde mitigar su posición diametralmente opuesta.

    Algún crítico ha expresado que las modificacionesintroducidas por Godwin en la segunda edición de suobra significaban una retractación de su pensamiento.Nada más gratuito. Godwin suavizó algunas expresio-nes, rebajó el tono de algunas frases, pero mantuvoíntegras sus condiciones básicas antigubernamentalis-tas. Los cambios de la tercera edición sonmayores aún,pues algunos capítulos han sido escritos de nuevo, pe-ro no tocó en lo más mínimo la esencia de su doctrina.Quiso ser menos dogmático, menos axiomático paraque sus ideas fuesen más aceptables. Pero, a pesar delcambio operado a su alrededor, mantuvo hasta el finsu fe en la naturaleza humana y su adhesión a los prin-cipios de la revolución francesa. Su optimismo quedóinvariable. En el prefacio deThe Enquirer (1797) descri-be ese nuevo libro como un complemento inductivo dela Political Justice, aunque con espíritu menos agresi-vo y combativo y con tono más blando. Y en Thoughtson Man sigue meditando en los mismos asuntos y conuna inspiración central semejante.

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  • El período histórico que inició en Gran Bretaña lareacción conservadora, aristocrática, contra la revolu-ción francesa, las persecuciones por los tribunales, lasdeportaciones, inclinaron a muchos hombres a una ac-ción terrorista, y eso, unido al socialismo autoritarioque surgía de la Convención y de Babeuf, privaron aGodwin del campo del razonamiento libertario fecun-do con que había contado en los tiempos de su concu-rrencia al salón del editor Johnson. Murió oscuramen-te, pero su obra quedó como expresión máxima del es-píritu de libertad en el pensamiento socialista. Su he-rencia fue tomada por hombres de otras lenguas y deotras razas y la antorcha no se ha apagado desde enton-ces, ni siquiera en el período tenebroso de la pesadillatotalitaria que duró una veintena de años. Al aclararsede nuevo el horizonte de Europa y de América, cree-mos que la lectura de estas páginas no podrá menosde hacer bien a los individuos y a los pueblos comocontraveneno eficaz del pecado mortal de la sumisiónabyecta a la tiranía del hombre sobre el hombre.

    DIEGO ABAD DE SANTILLÁN (Agosto, 1945.)

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  • William Godwin, escritorliterario

    No pocas rosas han nacido para florecer sin ser vistas yperder su dulce fragancia en el agua del desierto.

    Shelley.

    ¿No es por lo menos paradójico comprobar, cuandose consultan las historias de la literatura inglesa redac-tadas por autores franceses, que no hay traza algunade William Godwin como escritor literario?

    Sin embargo, más de una veintena de volúmenes, en-tre los cuales figuran Caleb Williams (o Las cosas co-mo son), Saint Leon (historia del siglo XV) Fleetwood-Mandeville (historia inglesa del siglo XVII), Cloudes-ley-Isabel Hastings (fábulas antiguas y modernas) ates-tiguan la importancia de la obra literaria de Godwintraducida al francés.

    «Durante su estancia en el país de los Lagos, Shelleyentró en relaciones con un hombre cuyo nombre ha-

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  • bría resplandecido durante largo tiempo en los círcu-los literarios y políticos de Inglaterra: William God-win, el llamado Rousseau inglés», escribió Félix Rab-be en 1887 en su estudio sobre Shelley, su vida y susobras.

    ¿Cómo explicar entonces el silencio que se ha hechoalrededor del nombre de William Godwin, después deeste panegírico, expresión de la verdad, que muchoscomparten aún en nuestros días?

    Consultando algunas historias de la literatura ingle-sa, entre otras, la de Mr. Taine, no salgo de mi asom-bro al no encontrar en ella la menor traza de la obrade Godwin. Sin embargo, Caleb Williams fue traduci-da al francés cuando Taine publicó su estudio. Él nopodía ignorarla y la cosa es tanto más desconcertan-tecuando le era imposible hablar del poeta Shelley sinevocar al mismo tiempo a Godwin. Se sabe que la grancompañera del gran poeta fue la hija de este literato,autor de Political Justice, libro que en la época de suaparición hizo gran ruido en Inglaterra en los mediosconservadores.

    ¿Es preciso deducir que el pensamiento de Godwinespantó a los autores de la historia literaria a tal puntoque prefieren escamotear el nombre y los escritos dequien vino a anunciar la desaparición de la injusticia

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  • y de la ignorancia por medio de una igualitaria y justadistribución de los bienes de la vida?

    Es fácil suponerlo pensando que la obra esencial deGodwin se publicó en 1763, es decir, cincuenta añosantes de que P. J. Proudhon lanzara a la sociedad estaformidable aserción: «¡La propiedad es un robo!».

    Es esta concepción del silencio extrañamente or-questada, yo quisiera señalar la excepción hecha porMr. Mézières, que, bien al contrario, juzgó el Caleb Wi-lliams de Godwin con mucha claridad y vigor en suHistoria crítica de la Literatura inglesa.

    Pero, ¿cómo comprender que los otros no se digna-ran hacer la menor alusión al escritor? Esto es, por lomenos, una manera bien parcial de escribir la historialiteraria. Es una falta de honradez elemental, de valore independencia. ¿Acaso Mr. Taine y sus cómplices hu-bieran soportado fácilmente que les hicieran eso? Ad-virtamos, en fin, que la obra de Mr. Taine comprendetres volúmenes demás de seiscientas páginas cada uno,lo que agrava más su caso.

    Sin duda alguna que Godwin tenía razón cuando es-cribía: «En tanto que la humanidad esté dividida en

    1 Raymond Gourg, William Godwin (1756-1836): sa vie, sesoeuvres principales, la ”Justice politique”, F. Alcan, París, 1908.

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  • amos y esclavos, las dos partes se corromperán caren-tes de la verdad saludable».

    La Revolución Francesa marcó una etapa, y Ray-mond Gourg en su estudio sobre Godwin1 revela elespíritu revolucionario que predominaba en Inglaterradespués de 1789. Ya antes J.J. Rousseau había sembradoalgo.

    «El espíritu revolucionario francés —dice— habíapenetrado en la literatura inglesa a consecuencia de J.J.Rousseau. Brown, discípulo directo del filósofo fran-cés, en sus apreciaciones sobre los principios y cos-tumbres de aquellos tiempos, había atacado los viciosde todas las clases sociales; John Wesley, en su diario,Hannah More en sus Pensamientos sobre la importan-cia de las costumbres entre la grandeza, no se recatabande expresar sus deseos de que cesase el abuso de algu-nas prácticas religiosas.

    »Thomas Day, en Sandford yMerton exponía las doc-trinas de Emilio, Cowper, en fin, el dulce poeta pu-ritano, había abrazado la causa de la revolución poramor a la humanidad y por aversión a los convencio-nalismos sociales. Pero ninguno de estos moralistas opoetas reformadores adoptó con más franqueza y am-plitud las nuevas doctrinas queWilliamGodwin (1756-1836)».

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  • Pero la omisión del nombre de Godwin, ¿es volun-taria o fortuita? ¿No es, más bien, que se ha querido,siguiendo la costumbre, ocultar con el olvido un escri-tor y pensador cuyos escritos eran considerados sedi-ciosos? La mojigatería de algunos de estos pobres in-dividuos es explicable. Es el resumen del espíritu puri-tano de los ingleses que se soliviantan bastante estúpi-damente contra los escritos de Godwin. Puede creerse,pues, que el nombre de Godwin, como más tarde elde Proudhon, representaron para aquellas personas el«coco» que les indujo a poner en cuarentena las obrasde estos primeros teóricos de la anarquía.

    Si se debiera sumar este «olvido» al activo de la ig-norancia, sería necesario confesar, entonces, que éstaes profunda en algunos que se jactan de enseñar cosasdel mundo literario que conocenmal o no conocen casinada. Deseo hacer ahora abstracción a lo que se refierea los escritos filosóficos y sociológicos de Godwin, pa-ra no mezclarlos en estas páginas de análisis literario,aunque sea difícil fijar una demarcación completa yprecisa para ello. La obra literaria de Godwin está hoycasi completamente sumergida en el olvido. Es verdadque la primera traducción francesa de Caleb Williamsse remonta a 1797. Esta dejabamucho que desear en nopocos puntos, además de haberse suprimido muchos

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  • párrafos. Fue en 1846 cuando apareció una nueva tra-ducción, y se reeditó en 1868. De la edición Bordas de1945, tal vez sería mejor ignorar la adaptación france-sa, en la cual sólo se conservaron veinticinco capítulosde los cuarenta de que consta la obra, los quince res-tantes fueron sacrificados por razones de ¡oportunidadliteraria!

    Félix Rabbe, en su estudio ya citado, recuerda jui-ciosamente que «El libro fue para Inglaterra, lo que ElContrato Social de Rousseau había sido para Francia».Toda la juventud de entonces se volvió hacia este nue-vo apóstol, que acababa de fundar la filosofía políticamoderna.Wordsworth, Southey yColeridge se inspira-ron en ella y reconocieron a Godwin como su maestro.Shelley heredó su entusiasmo y hubo de decir que nosintió ni pensó verdaderamente hasta el día que leyóPolitical Justice.

    Se ha escrito que Godwin debe haber sobrevivido ala posteridad en su Caleb Williams. He aquí lo que pa-rece original tanto como inesperado a quien conoce lamala voluntad de los editores para reimprimir la tra-ducción francesa de esta novela. Caleb Williams es laobra literaria más conocida de Godwin y la que ha ase-gurado al escritor el puesto elevado que ha ocupadoentre los novelistas ingleses.

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  • Godwin frisaba los treinta y siete años cuando escri-bió su notable obra, que con el curso del tiempo reafir-maría su valor en muchos puntos aunque no se puedesubestimar la importancia de Investigación acerca dela Justicia Política y su influencia sobre la virtud y lafelicidad generales.

    Son numerosos los críticos que compararon estaobra con El Contrato Social de J.J. Rousseau. Tal vez nocarecían de razón, pues Godwin ha bosquejado en sulibro una sociedad ideal, en donde serían eliminadas lainjusticia y la opresión gracias a una distribución igualy justa de los bienes de la vida.

    Godwin sueña con una sociedad independiente ylibre de convencionalismos, de derechos y de privi-legios, donde sus miembros no obedecerán, según él,más que a los imperativos de la razón y de la naturale-za.

    Se vio entonces, cosa extraordinaria, a toda unajuventud entusiasmarse con sus ideas. Poco después,Godwin hacía aparecer CalebWilliams. El pensador, elescritor, el filósofo, iba a radiar aún así más profunda-mente su reputación y su popularidad. Se afirma queWordsworth, ferviente admirador de Godwin, escribióa uno de sus amigos que estudiaba derecho que debíaabandonar los códigos y los tratados y desdeñar todas

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  • esas grandes palabras «que no son más que términosde química». Concluye su misiva con estos consejos,que reflejan un entusiasmo sin límites: «Lee a Godwin,estudia a Godwin; sólo él es inmortal».

    Caleb Williams

    Esta obra de Godwin fue publicada en Londres enmayo de 1794 y había de engrandecer su reputaciónante el gran público. Lo que es bastante extraordina-rio es que aquellos mismos que se indignaron cuandoapareció Political Justice admiran esta vez a Caleb Wi-lliams. ¡Curiosos efectos de esta transposición, de lacual Godwin nada esperaba, ya que las ideas genera-les de Political Justice habían sido transcritas en CalebWilliams! Tal vez este asombroso y nuevo juicio de suscontemporáneos fue debido al hecho de que el escritorofrecía lo esencial de sus ideas bajo una forma noveles-ca.

    Godwin, cuya ambición intelectual era grande, ha-bía manifestado en varias ocasiones el deseo de daruna obra definitiva bajo esta forma imaginaria, dondela aventura estaría combinada con las ideas, a fin de in-teresar al lector. Su objeto era facilitar la difusión de su

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  • pensamiento y hacer penetrar en capas populares lasideas que él consideraba. Esta intención debía realizar-la plenamente, lo que confirmaba, por otra parte, estareflexión: «Yo no escribo más que cuando estoy inspi-rado. Yo quiero escribir un relato que haga época en elespíritu del lector. ¿Qué haría yo para ser eternamenteconocido e influir en el siglo futuro?».

    Si para algunos historiadores Godwin permanece ig-norado, su Caleb Williams le ha ayudado a conservarsu personalidad a pesar de todo lo que se ha tramadocontra el hombre. Gracias también a algunos eruditosy sabios que husmearon y exhumaron sus escritos detarde en tarde, obtuvo la reparación del olvido a que leha relegado la historia.

    Enrique Roussin escribió en 1913 en un estudio so-bre W. Godwin que: «los críticos modernos ingleses loconsideran como uno de los dos o tres mejores nove-listas de su país».

    Después de eso dos guerras mundiales vinieron atrastornar todos los valores humanos y hacer escena-rio de los idealistas; no obstante, es preciso señalar elhecho curioso de que los servicios de propaganda delgobierno de Gran Bretaña confiaron en 1942, a HarryRoberts, la redacción de un cuaderno titulado Rebeldesy reformadores ingleses. Este redactor no vaciló un mo-

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  • mento, no solamente en hacer reproducir el bellísimoretrato de William Godwin, pintado al óleo por JamesNorthcote que se encuentra en la Galería Nacional deRetratos de Londres, sino en invocar incluso el nom-bre de la obra de Godwin en un capítulo relativo a la«Revolución industrial y las Reformas políticas».

    No menos curioso es el hecho de que habiendotranscurrido sólo un año después de la publicaciónde Political Justice —libro que levantó tempestades deprotestas— se produjera lo que es casi incomprensibleentre los contemporáneos de Godwin: la aceptación desu Caleb Williams.

    Sin embargo, nadie ignoraba lo que era esto, pero laobra novelesca eclipsó el mal sabor de Political Justice,que no tardó en ser relegada; bajo su forma literaria,Caleb Williams permitió a los espíritus pusilánimesacreditar lo que decía Godwin. La crítica tiene estasalternativas bizarras: aprueba o desaprueba el desarro-llo de una idea según la decoración que lleva. El textode Caleb Williams era aceptable, pero no era igual elmismo texto ordenado en una obra seria que no ofrecíaescapatoria.

    Con un talento notable, donde se mezclan la viva-cidad del espíritu y la imaginación desbordante, God-win relata las aventuras de un joven del pueblo, al cual

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  • las circunstancias fortuitas han revelado el secreto delasesinato de su señor.

    Esta yuxtaposición de situaciones, entretejidas a lasreflexiones que el inteligente y joven personaje haceacerca de Lord Falkland dan la ocasión al autor de se-ñalar la opresión de los pobres por los ricos, frecuen-temente deshonestos, ¡lo cual no ha cambiado casi na-da hasta nuestros días! Godwin denuncia la imposibi-lidad de los oprimidos de hacerse entender y hacerserespetar en una sociedad donde todo se concierta con-tra ellos, donde la fuerza de las armas rige los juiciosde una magistratura que se erige en defensora de losexplotadores.

    Godwin reprueba conjuntamente a los gobernantes,a las leyes penales, a las elecciones a toda esa infernalorganización defensora de los intereses de los podero-sos que dominan este mundo.

    Las razones por las cuales se ha tejido ese telón de si-lencio sobre Godwin no son extrañas al enjuiciamien-to que él hizo contra esa sociedad que denunció convehemencia como injusta e inhumana en Caleb Wi-lliams.

    A pesar de la obstrucción sofocante de que fue ob-jeto, Caleb Williams popularizó las teorías sociales ex-puestas en Political Justice, pero no escapó a la acción

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  • de aquellos mismos que tienen la misión de salvaguar-dar los intereses de los amos y señores que les recom-pensan por esta tarea lacayuna.

    Por otra parte, estos escritos de librea no han me-nospreciado las intenciones de Godwin, y, pasados losprimeros impulsos, resumieron todo lo necesario parahacer sufrir a Caleb Williams la misma suerte que aPolitical Justice. Pero he aquí la equivocación sobre elalcance de las ideas. No se detiene su proyección enel espacio y en el tiempo. Lo que se trata de encerrarescapa a la primera ocasión.

    Tarde o temprano, la idea surge más vivaz, con elriesgo de barrer a quienes querían obstruirle el camino,asesinarla o ponerla al servicio de fines inconfesables.Esta fue la suerte de las ideas de Godwin. Como yalo expresó Max Nettlau, el libro Political Justice fue laprimera obra de teoría anarquista pura. Después de él,Bakunin, Proudhon, Reclus, Malatesta y tantos otros,desarrollaron con fervor y talento la misma teoría.

    St. Leon (1799)

    Cinco años después de Caleb Williams, Godwin pu-blicó una segunda novela intitulada St. Leon. Puede

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  • uno asombrarse que un pensamiento tan racional co-mo el de Godwin se dejara cautivar por este géneroliterario. Puede ser, y esto parece confirmarse por loshechos, que tratara de atenuar el lado demasiado racio-nal de su Caleb Williams, puede ser que sintiera dema-siado intensamente la mordacidad de un mundo queno cesaba de atosigarlo.

    Premeditación o cálculo, el hecho no nos importa,¿Hemos de apenarnos porque el hombre se defienda,porque se explique ante las reacciones de esta multi-tud que le acorrala y trata de llevarle a la desespera-ción, en una sociedad que se complace en una beataconcepción de una vida puritana, absurda e inhuma-na?

    El tema de la novela se resume a un St. Leon, noblefrancés, en compañía de su mujer, Margarita, modelode todas las virtudes, gozan de una felicidad conyugalperfecta. Pero un día el hombre se envicia en el juegoy se arruina. Un extranjero le confía dos secretos, elde la inmortalidad, gracias a un elixir letal, y el de latransmutación de los metales.

    St. Leon espera encontrar con estos medios rique-za ilimitada que le ayudará a remontar la pendiente.¡Vanas ilusiones! En el camino encuentra multitud dehumillaciones que le hunden cada día más.

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  • Puede comprenderse que ciertos criterios no hayanvisto en St. Leon más que una sátira contra la rique-za y la desgracia que arrastra consigo la inmortalidadterrestre. Sin embargo, hay algo más profundo en laexposición dramática que confirma la evolución quese precisaba en The Enquirer, obra puente entre CalebWilliams y St. Leon.

    Estos «Ensayos» de Godwin revelan las tendenciasdel escritor hacia una concepciónmenos intransigentede la vida. Pasada su impetuosidad, Godwin elogia an-te todo la educación, la elevación del espíritu «moral»,que exalta hasta la virtud. Notemos de paso los repro-ches de Godwin referentes a la educación militar, quehace del hombre una máquina. «Cuando se gana unabatalla —escribe— la verdad y la justicia no triunfan».¿Se puede lamentar que no sea más explícito sobre elmedio de suprimir la guerra? Sin duda; pero estemedioestá en el hombre mismo.

    Godwin se expresa con luminosa claridad en el pre-facio de su novela St. Leon fechada el 24 de febrero de1799:

    «Algunos de los lectores de mis obras másserias al leer estos pequeños volúmenes,me acusarán tal vez de inconsecuencia.

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  • Efectivamente, los afectos y los sentimien-tos domésticos, en todas las partes de es-tas publicaciones, son objeto delmás gran-de elogio, mientras que en Investigaciónsobre la Justicia Política, no parecen sercasi nada previstos con indulgencia y fa-vor. En respuesta a estas objeciones, todolo que yo creo necesario responder en es-te momento es que he buscado vivamen-te, durante más de cuatro años, la ocasióny la oportunidad de modificar algunos delos primeros capítulos de esta obra con-forme a los sentimientos inculcados en es-ta novela. No es que yo vea razones paracambiar sea lo que esto fuere en el princi-pio de justicia o toda otra idea fundamen-tal del sistema expuesto, sino que yo su-pongo que los afectos domésticos y priva-dos son inseparables de la naturaleza delhombre y de lo que pudiera llamarse lacultura del corazón. Éstos, yo estoy plena-mente convencido de ello, no son incom-patibles en manera alguna con un profun-do y activo sentimiento de la justicia enaquel que los profesa.

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  • »Es la verdadera prudencia la que nos re-comienda los enlaces particulares, pues,gracias a ellos, la vida y la actividad denuestro espíritu son más completos queen su ausencia. Es mejor que el hombresea un ser viviente que un zoquete o unapiedra. La verdadera virtud aprueba esteprecepto, porque el objeto de la virtud esla felicidad, y porque el hombre, vivien-do en el seno de la familia, tiene muchasocasiones de conferir a los otros, sin mo-lestar al bien general, una suma de place-res, ligeros sin duda, considerados separa-damente, pero no desdeñables en su con-junto. Despertando su sensibilidad, intro-duciendo alguna armonía en su alma, sepuede esperar de estos afectos, si se estádotado de un espíritu viril y amplio, queellos conduzcan al hombre más atareadoa servir a sus semejantes.»

    Es, sin duda, la manera de presentar su segunda no-vela lo que valió al autor ser saludado por su pensa-miento más moderador. El Antijacobino de febrero de1800 esperaba para el porvenir un viraje completo del

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  • pensamiento de aquel que había lanzado en PoliticalJustice tantas imprecaciones contra el orden social, lamoral establecida y las virtudes familiares.

    Esta sinceridad en el diálogo con sus lectores pare-ce que ha sido, una vez más, explotada contra él. Susenemigos espían tesoneramente sus menores hechosy gestos para abusar de ellos malintencionadamente.

    ¿Ha sido intención de Godwin rehabilitar la familiaal escribir su libro St. Leon? Todo nos lleva a creerloasí. Sería poco correcto encontrar en él otras razones;pero sería necesario entenderse sobre lo que él quie-re conceder, pues, en él importa, ante todo, probar lafuerza y necesidad del afecto individual y el valor delos lazos familiares.

    La exaltación de la filantropía, de la santa virtud queél se impone a sí mismo, Godwin la explica con unaprofundidad de análisis poco común: «Pero el afectonatural envuelve el corazón con tantos pliegues y re-pliegues, hace nacer emociones tan variadas, tan com-plejas, tan exquisitas, que quien tratara de despojarsede ellas se encontraría con que se despojaba de lo quemás merece ser buscado en la vida.»

    Sí; estos gritos humanos de un hombre que se atrajola animadversión y que fue escarnecido por sus con-temporáneos; este drama interior doloroso y trágico

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  • de consecuencias, Godwin lo vivió plena y consciente-mente. ¿Quién de nosotros no lo ha vivido un día, sen-tido el valor de confesarlo, de explicarlo hasta revisarde nuevo ciertas afirmaciones anteriores, demasiadoenteras? No abrumemos con nuestra cobardía a quiendeterminó afrontar los sarcasmos de los que, ayer aún,le consideraban destinado a los infiernos por haberosado conmover las columnas de la sociedad. ¡Ironíasde los hechos…!

    «Yo estaba completamente solo en el mun-do y separado por una barrera infranquea-ble de todos los seres de mi especie. Nin-guno podía comprenderme, ninguno po-día simpatizar conmigo, ninguno podía te-ner la más vaga idea de lo que pasaba enmi corazón. Yo tenía la facultad del discur-so y yo podía dirigir la palabra a mis seme-jantes; yo podía hablar de todo, salvo demis propios sentimientos. Es aquí dondeestá la verdadera soledad y no en la pri-sión de Bethlen Gabor».

    El desaliento de Godwin, descrito en St. Leon, puedeser la eterna reacción del idealismo en lucha con lasrealidades brutales.

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  • Indudablemente, nada mejor que la parodia de St.Leon, publicada el mismo año bajo el título de Viaje deSan Godwin, ha puesto de relieve lo que había expre-sado Godwin. Si el autor ha intentado ridiculizar estú-pidamente el pensamiento godwiniano, solamente haconseguido hacerle apreciar mejor por los que se hanesforzado en comprenderle, y habiéndole comprendi-do, se han dedicado a enseñarle.

    «Godwin había hablado de cosas que nadie podíacomprender», se lee en esta parodia. Hubiera sido me-jor haber escrito: «de cosas que nadie quería compren-der».

    Godwin atacó todas las instituciones políticas y to-das las reglas morales con el objeto de demoler todoslos sistemas que el tiempo y la experiencia habían con-sagrado.

    El que Godwin se decepcionase ante tanta incom-prensión nos da la explicación de su viraje, de sus rec-tificaciones.

    Yo he vuelto a encontrar en la tragedia en cinco ac-tos Antonio, que se considera como el canto del cisneen la producción de Godwin, algunas notas que ayuda-rán al lector a hacerse una idea de esta obra.

    Tomo de Raymond Gourg las líneas reveladoras deque Antonio fue «laboriosamente escrito», pero, ¡ay!,

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  • «mal acogido» por Kemble, que aceptó de muy malagana el papel del personaje principal.

    Esta tragedia fue creada el 13 de diciembre de 1800.He aquí una síntesis del argumento: En Zaragoza, en elsiglo X, una joven llamada Elena, novia de Don Rodri-go, amigo de Antonio, hermano de Elena, se enamoradel señor Guzmán, en ausencia del novio. Ya se dibujala intriga. Antonio tiene arrebatos de ira que le llevana matar a su hermana. A pesar del carácter extremis-ta de esta situación, la pieza es monótona y carece deinterés.

    Algunas críticas amistosas como la de Charles Lamb,no pudieron salvar esta tragedia del fiasco más triste,y esto sería para Godwin otro trago amargo.

    El London Magazine de aquella época insertó estaslíneas:

    «La impasibilidad deseada por Kembleque, caprichoso, totalmente inoportuno,paró en seco el comienzo de las manifes-taciones de simpatía del auditorio, contri-buyó al fracaso de la tragedia».

    Tal vez Godwin fue víctima de ese género de cábalabien conocido de los autores dramáticos desafortuna-dos.

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  • Todo parece justificar esta suposición, porque enuna correspondencia de Holcroft a Godwin, encontra-mos algún eco:

    «Yo leí el grito de alegría despreciable yruin del Times. Éste no es Alonso (unode los principales personajes de la pieza)es William Godwin, que era conducido albanquillo del tribunal, no para ser juzga-do, sino para ser condenado… Yo teníala certeza moral de que si vuestro nom-bre era solamente balbuceado, vuestra tra-gedia estaba necesariamente condenada…Kemble lo sabía bien».

    Sin embargo, Godwin estimabaAntonio como la me-jor de sus obras, y esto es, por lo menos, paradójico.

    No se puede olvidar que Godwin tuvo siempre ad-versarios terribles. No se le han perdonado nunca susideas revolucionarias. Muchos hombres librepensado-res que tuvieron el valor de denunciar las iniquidadesde su época, hubieron de sufrir su inclusión en el índi-ce.

    Godwin atraviesa un período penoso después de es-te fracaso. Declina. Su feliz actividad literaria parece

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  • encerrarse en el olvido. El entusiasmo y la gloria no fla-mean desgraciadamente mucho tiempo en este mundosiempre dispuesto a engolfarse con los astros del día,que a fuerza de publicidad machacona, y muy frecuen-temente escandalosa, llegan a mantener su nombre.

    Invocando la obra de Godwin, Cloudesley, RaymondGourg escribe aún estas líneas: «Después de las aven-turas en Rusia, el joven Meadows entra al servicio deLord Danvers, como secretario. Lord Danvers, cuentasus cuitas a Meadows. Cloudesley se hace cómplice deLord Danvers sustituyendo un niño muerto al nacerpor un niño vivo de Irene, viuda de su hermano. Esteniño, desposeído por Lord Danvers, es criado y edu-cado por Cloudesley y resulta lleno de virtudes. Clou-desley se propone dar acceso a su pupilo a sus bienesy honores, y este propósito es favorecido por la des-gracia del mismo Lord Danvers, que pierde uno a unotodos sus hijos, como expiación de su crimen. Cloudes-ley es la pintura del remordimiento, como Mandevillees la personificación del odio».

    De todos los escritos literarios de William Godwin,Caleb Williams y St. Leon son considerados como losúnicos interesantes. Leslie Stephen comparte esta opi-nión en un artículo de National Review de 1962, en es-tos términos: «Si algún crítico se decidiera a estudiar

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  • las otras obras de Godwin, temo mucho que sufriríauna decepción».

    Puede comprenderse este punto de vista, sin partici-par enteramente de sus aprensiones y pensar, al con-trario, que toda la obra literaria deGodwinmerecemásque nuestra atención.

    He aquí la opinión de Benjamin Constant, en susMescolanzas de Literatura: «Godwin, el autor de CalebWilliams ha gozado durante algún tiempo, en Inglate-rra y en la misma Francia, de una celebridad bastantegrande. Sus dos novelas, la que acabo de mencionary otra titulada St. Leon, se han leído con curiosidad,y han sido traducidas a todas las lenguas. La primera,que es muy superior a la segunda, pinta con muchovigor y con los colores más sombríos la imposibilidadde ocultar un crimen y la combinación de circunstan-cias, frecuentemente bizarras, pero casi siempre inevi-tables, gracias a la cual lo que se cree haber sustraído atodas las miradas aparece súbitamente a la luz del día.La segunda novela, aunque llena de trucos atrevidos eingeniosos, interesa menos, porque el autor ha intro-ducido en ella lo sobrenatural, lo cual impide inferirla verdad de los caracteres y del conocimiento del co-razón humano que, sin esta mescolanza mal entendidade sortilegio y magia, colocarían esta obra en una cate-

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  • goría muy elevada. Como quiera que sea, estas novelashan contribuido menos a la celebridad de Godwin quesu tratado sobre la Political Justice».

    Para Godwin, y basta referirse a ella en Political Jus-tice, el deber moral está comprendido por entero en lajusticia. «Esta nos manda —escribe Godwin— produ-cir todo el bien que esté a nuestro alcance». Justicia ydeber están, pues, íntimamente unidos, y aún precisa-ría agregar la libertad, pues coacción, límite y prome-sa, no son aceptadas por Godwin. Y llega hasta negarla gratitud y la piedad, frente a la razón de obrar queno puede ser guiada más que por consideraciones deutilidad general. Sin duda rectificaría algo de lo muyabsoluto de sus afirmaciones. Y hasta puede ser queGodwin revisara este retroceso por ciertos juicios de-masiado estrictos. Esto exigiría un examen profundo,y no entra en el cuadro de nuestras preocupacionesactuales.

    Es incuestionable el talento extraordinario de God-win. Su obra, de una importancia innegable, ha sido unaporte de un raro valor a la literatura inglesa, y es im-posible silenciarla a pesar de la oposición de algunos.

    Hay en toda la obra literaria de Godwin un llamadoincesante hacia la armoniosa esperanza, una ansiedadintensa por una bella realización humana. Que este

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  • conjunto de pensamientos haya quedado incompren-dido por numerosos individuos, que haya sido objetode controversias, nada restará a su valor, pero puedeafirmarse, cuando menos, que, en sus libros, Godwinse ha esforzado por despertar al mundo de sus lectoresa una realidad de más libertad y más dignidad.

    El mundo pensador se ha encarnizado deformandosistemáticamente lo esencial, hasta ridiculizando al au-tor y sus escritos.

    El mundo de hoy no es casi nada mejor. Es por estoque Godwin queda como un eterno olvidado en estasociedad que se complace mucho más glorificando alas estrellas y los astros fugaces.

    La vejez de Godwin fue de una tristeza sin par. Uninfortunio emocional marca los quince últimos añosde su vida. Son los amigos quienes le ayudan con sus-cripciones. Shelley acudió a él con ayuda generosa.Godwin, que fue toda su vida un trabajador infatiga-ble, no consiguió jamás de sus escritos los beneficiosfinancieros que esperaba.

    ¿Quién le censurará por haber aceptado, al declinarsu existencia, un trabajo asalariado de funcionario?Muchos otros desdeñosos de los gobiernos, aun sinencontrarse en situación verdaderamente apremiante,vacilaron menos que él.

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  • Por mi parte, yo saludo hoy a Godwin. Su pen-samiento libertario tan íntimamente mezclado en suobra literaria, nos lo revela como un precursor de lasideas recogidas y desarrolladas con fervor por nume-rosos teóricos y hombres de acción anarquistas en lasegunda mitad del siglo XIX.

    HEM DAY.

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  • William Godwin: Breveantología

    De la impostura política1

    Todos los argumentos que se emplean para impug-nar la democracia, parten de unamisma raíz: la supues-ta necesidad del prejuicio y el engaño para reprimirla natural turbulencia de las pasiones humanas. Sin laadmisión previa de tal premisa, aquellos argumentosno podrían sostenerse un momento. Nuestra respues-ta inmediata y directa podría ser ésta: «¿Son acaso losreyes y señores esencialmente mejores y más juiciososque sus humildes súbditos? ¿Puede haber alguna basesólida de distinción, excepto lo que se funda en el mé-rito personal? ¿No son los hombres objetiva y estricta-mente iguales, salvo en aquello en que los distinguen

    1 Libro V, cap. XV. Hay una versión completa de Political

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  • sus cualidades particulares e inalterables?». A lo cualnuestros contrincantes podrán replicar a su vez: «Talsería efectivamente el orden de la razón y de la verdadabsoluta, pero la felicidad colectiva requiere el estable-cimiento de distinciones artificiales. Sin la amenaza yel engaño no podría reprimirse la violencia de las pa-siones». Veamos el valor que contiene esta teoría; y loilustraremos del mejor modo por un ejemplo.

    Muchos teólogos y políticos han reconocido que ladoctrina según la cual los hombres serán eternamenteatormentados en el otro mundo, a causa de los erroresy pecados cometidos en éste, «es absurda e irrazonableen sí misma, pero es necesaria para infundir saludableterror a los hombres». «¿No vemos acaso —dice— quea pesar de tan terribles amenazas el mundo está inva-dido por el mal? ¿Qué sucedería, pues, si las malas pa-siones de los hombres estuvieran libres de sus actualesfrenos y si no tuvieran constantemente ante sus ojosla visión de la retribución futura?»

    Semejante doctrina se funda en un extraño descono-cimiento de las enseñanzas de la historia y de la expe-riencia, así como de los dictados de la razón. Los anti-guos griegos y romanos no conocían nada semejante

    Justice en Antorcha.net

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  • a ese terrorífico aparato de torturas, de azufre y fue-go, «cuya humareda se eleva hasta el infinito». Su reli-gión era menos política que personal. Consideraban alos dioses como protectores del Estado, lo cual les co-municaba invencible coraje. En épocas de calamidadpública, realizaban sacrificios expiatorios, a fin de cal-mar el enojo de los dioses. Se suponía que la atenciónde estos seres extraordinarios estaba concentrada enel ceremonial religioso y se preocupaban poco de lasvirtudes o defectos morales de sus creyentes, cuyos ac-tos eran regulados por la convicción de que su mayoro menor felicidad dependía del grado de virtud con-tenida en la propia conducta. Si bien su religión com-prendía la doctrina de una existencia futura, en cambioatribuía muy poca relación entre la conducta moral delos individuos en su vida presente y la suerte que lesreservaba la vida futura. Lo mismo ocurría con las reli-giones de los persas, los egipcios, los celtas, los judíosy con todas las demás creencias que no proceden delcristianismo. Si tuviéramos que juzgar a esos pueblosde acuerdo con la doctrina arriba indicada, habríamosde suponer que cada uno de sus miembros procurabadegollar a su vecino y que perpetraba horrores sin me-dida ni remordimiento. En realidad, esos pueblos erantan amigos del orden de la sociedad y de las leyes del

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  • gobierno como aquellos otros cuya imaginación fuehorrorizada por las amenazas de la futura retribución,y algunos de ellos fueron más generosos, más decidi-dos y estuvieron más dispuestos al bien público.

    Nada puede ser más contrario a una justa estima-ción de la naturaleza humana que el suponer que me-diante esos dogmas especulativos podría lograrse quelos hombres fuesen más virtuosos de lo que serían sinla existencia de tales dogmas. Los seres humanos sehallan en medio de un orden de cosas cuyas partes in-tegrantes están estrechamente relacionadas, constitu-yendo un todo armónico en virtud del cual se haceninteligibles y asequibles al espíritu. El respeto que yoobtengo y el goce de que disfruto por la conservaciónde mi existencia, son realidades que mi conciencia cap-ta plenamente. Comprendo el valor de la abundancia,de la libertad, de la verdad, paramí y paramis semejan-tes. Comprendo que esos bienes y la conducta confor-me con ellos se hallan vinculados al sistema del mundovisible y no a la interposición sobrenatural de un invi-sible demiurgo. Todo cuanto se me diga acerca de unmundo futuro, un mundo extraterreno de espíritus ode cuerpos glorificados, donde los actos son de ordenespiritual, donde es preciso someterse a la percepcióninmediata, donde el espíritu, condenado a eterna inac-

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  • tividad, será presa de eterno remordimiento y sufrirálos sarcasmos de los demonios, todo cuanto se me di-ga acerca de ello será tan extraño al orden de cosas delcual tengo conciencia que mi mente tratará en vano decreerlo o de comprenderlo. Si doctrinas de esa índoleembargan la conciencia de alguien, no será ciertamen-te la de los violentos, de los desalmados y los díscolos,sino la de los seres pacíficos y modestos, a quienes in-ducen a someterse pasivamente al rigor del despotis-mo y de la injusticia, a fin de que su mansedumbre searecompensada en el más allá.

    Esa observación es igualmente aplicable a cualquierotra forma de engaño colectivo. Las fábulas puedenagradar a nuestra imaginación, pero jamás podrán ocu-par el lugar que corresponde al recto juicio y a la razón,como guía de la conducta humana. Veamos ahora otrocaso.

    Sostiene Rousseau en su tratado del contrato so-cial que «ningún legislador podrá jamás establecer ungran sistema político, sin recurrir a la impostura reli-giosa. Lograr que un pueblo que aún no ha comprendi-do los principios de la ciencia política, admita las con-secuencias prácticas que de aquéllos se desprenden,equivale a convertir el efecto de la civilización en cau-sa de la misma. Así, pues, el legislador no debe emplear

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  • la fuerza ni el raciocinio; deberá, por consiguiente, re-currir a una autoridad de otra especie, que le permitaarrastrar a los hombres sin violencia y persuadir sinconvencer.»2

    He ahí los sueños de una imaginación fértil, ocupa-da en erigir sistemas imaginarios. Para una mente ra-cional, menguados beneficios cabe esperar como con-secuencia de sistemas basados en principios tan erró-

    2 Habiendo citado frecuentemente a Rousseau en el curso deesta obra, séanos permitido decir algo sobre sus méritos de escri-tor y de moralista. Se ha cubierto de eterno ridículo al formular,en el principio de su carrera literaria, la teoría según la cual el es-tado de salvajismo era la natural y propia condición del hombre.Sin embargo, sólo un ligero error le impidió llegar a la doctrinaopuesta, cuya fundamentación es precisamente el objeto de estaobra. Como puede observarse cuando describe la impetuosa con-vicción que decidió su vocación moralista y de escritor político (enla segunda carta a Malesherbes), no insiste tanto sobre sus funda-mentales errores, sino sobre los justos principios que, sin embar-go, lo llevaron a ellos. Fue el primero en enseñar que los efectosdel gobierno eran el principal origen de los males que padece lahumanidad. Pero vio más lejos aún, sosteniendo que las reformasdel gobierno beneficiarían escasamente a los hombres, si éstos noreformasen al mismo tiempo su conducta. Este principio ha sidoposteriormente expresado con gran energía y perspicacia, aunquesin amplio desarrollo, en la primera página del Common Sense deTomas Paine, si bien éste, probablemente, no debió ese concepto aRousseau.

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  • neos. Aterrorizar a los hombres a fin de hacerles acep-tar un orden de cosas cuya razón intrínseca son inca-paces de comprender, es ciertamente un medio muyextraño de lograr que sean sobrios, juiciosos, intrépi-dos y felices.

    En realidad, ningún gran sistema político fue jamásestablecido del modo que Rousseau pretende. Licurgoobtuvo, como aquel observa, la sanción del oráculo deDelfos para la constitución que elaboró. ¿Pero acasofue mediante una invocación a Apolo como se logróconvencer a los espartanos a que renunciasen al usode la moneda, a que consintieran en un reparto igua-litario de las tierras y adoptaran muchas otras leyescontrarias a sus prejuicios? No. Fue apelando a su com-prensión, a través de un largo debate en que triunfóla inflexible determinación y el coraje del legislador.Cuando el debate hubo concluido, Licurgo creyó con-veniente obtener la sanción del oráculo, considerandoque no debía menospreciar medio alguno que permi-tiera afianzar los beneficios que había otorgado a susconciudadanos. Es imposible inducir a una colectivi-dad a que adopte un sistema determinado, sin conven-cer antes a sus miembros de que ello redunda en subeneficio. Difícilmente puede concebirse una sociedadde seres tan torpes que acepten un código sin pregun-

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  • tarse si es justo, sabio o razonable, por el solo motivode que les haya sido conferido por los dioses. El únicomodo razonable e infinitamente más eficaz de cambiarlas instituciones que rigen un pueblo, es el de crear enel seno del mismo una firme opinión acerca de las insu-ficiencias y errores que dichas instituciones contienen.

    Pero, si fuera realmente imposible inducir a los hom-bres a que adopten un sistema determinado, emplean-do como argumento esencial la bondad intrínseca delmismo, ¿a qué otros medios habrá de acudir el que an-hele promover el mejoramiento de los hombres? ¿Ha-brá de enseñarles a razonar de un modo justo o erró-neo? ¿Atrofiará su mente con engaños o tratará de in-culcarles la verdad? ¿Cuántos y cuán nocivos artificiosserán necesarios para lograr engañarlos con éxito? Nosólo deberemos detener su raciocinio en el presente,sino que habrá que procurar inhibirlo para siempre. Silos hombres son mantenidos hoy en el buen caminomediante el engaño, ¿qué habrá de suceder mañana,cuando, por intervención de algún factor accidental,el engaño se desvanezca? Los descubrimientos no sonsiempre el fruto de investigaciones sistemáticas, sinoque suelen efectuarse por algún esfuerzo solitario yfortuito o surgir gracias al advenimiento de algún lu-minoso rayo de razón, en tanto la realidad ambiente

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  • permanece inalterada. Si imponemos la mentira desdeun principio y luego queremos mantenerla incólumeen forma permanente, tendremos que emplear méto-dos penales, censura de la prensa y una cantidad demercenarios al servicio de la falsedad y de la impos-tura. ¡Admirables medios de propagar la virtud y lasabiduría!

    Hay otro caso semejante al citado por Rousseau, so-bre el cual los escritores políticos suelen hacer hinca-pié. «La obediencia —dicen— sólo puede ser obtenidapor la persuasión o por la fuerza. Debemos aprovecharsabiamente los prejuicios y la ignorancia de los hom-bres; debemos explotar sus temores para mantener elorden social o bien hacerlo solamente mediante el ri-gor del castigo. Para evitar la penosa necesidad que es-to último significa, debemos investir cuidadosamentea la autoridad de una especie de prestigio mágico. Losciudadanos deber servir a su patria, no con el frío aca-tamiento de quien pesa y mide sus deberes, sino conun entusiasmo desbordante que hace de la fidelidad su-misa un equivalente del honor. No debe hablarse conligereza de los jefes y gobernantes. Ellos deben ser con-siderados, al margen de su condición individual, comorodeados de una aureola sagrada, la que emana de lafunción que desempeñan. Se les debe rodear de esplen-

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  • dor y veneración. Es preciso sacar provecho de las de-bilidades de los hombres. Hay que gobernar su juicioa través de sus sentidos, sin permitir que deriven con-clusiones de los vacilantes dictados de una razón in-madura».3

    Se trata, como puede verse, del mismo argumentobajo otra forma. Tiénese por admitido que la razón esincapaz de enseñarnos el camino del deber. Por consi-guiente, se aconseja el empleo de un mecanismo equí-voco, que puede usarse igualmente al servicio de la jus-ticia y de la injusticia, pero que estará más en su lugar,indudablemente, sirviendo a la segunda. Pues es la in-justicia la que más necesita el apoyo de la supersticióny del misterio y la que saldrá ganando con el métodoimpositivo. Esa doctrina parte de la concepción quelos jóvenes suelen atribuir a sus padres y maestros.Se basa en la afirmación de que «los hombres debenser mantenidos en la ignorancia. Si conocieran el vicio,lo amarían demasiado; si experimentaran los encantosdel error, no querrán volver jamás a la sencillez y a laverdad». Por extraño que ello parezca, argumentos tan

    3 Este argumento constituye el gran lugar común de Refle-xiones sobre la Revolución Francesa del señor Burke, de diversostrabajos de Necker y de muchas otras obras semejantes que tratande la naturaleza del gobierno.

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  • descarados e inconscientes han sido el fundamento deuna doctrina que goza de general aceptación. Ella hainculcado a muchos políticos la creencia de que el pue-blo no podrá jamás resurgir con vigor y pureza, unavez que, como suele decirse, haya caído en la decrepi-tud.

    ¿Es acaso verdad que no existe alternativa entre laimpostura y la coacción implacable? ¿Es que nuestrosentido del deber no contiene estímulos inherentes almismo? ¿Quién ha de tener más interés en que seamossobrios y virtuosos que nosotros mismos? Las institu-ciones políticas, como se ha demostrado ampliamenteen el curso de este libro y como se demostrará aúnmásadelante, han constituido, con harta frecuencia, inci-taciones al error y al vicio, bajo mil formas distintas.Sería conveniente que los legisladores, en lugar de in-ventar nuevos engaños y artificios, con el objeto de lle-varnos al cumplimiento de nuestro deber, procuraraneliminar las imposturas que actualmente corrompenlos corazones, engendrando al mismo tiempo necesi-dades ficticias y unamiseria real. Habrámenosmaldaden un sistema basado en la verdad sin tapujo, que enaquel donde «al final de toda perspectiva se erige unahorca» (Reflexiones, de Burke).

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  • ¿Para qué habéis de engañarme? Lo que me pedíspuede ser justo o puede no serlo. Las razones que jus-tifican vuestra demanda pueden no ser suficientes. Sise trata de razones plausibles, ¿por qué no habrán deser ellas las que dirijan mi espíritu? ¿Seré acaso me-jor cuando sea gobernado por artificios e imposturascarentes en absoluto de valor? ¿O, por el contrario, loseré cuando mi pensamiento se expanda y vigorice, encontacto permanente con la verdad? Si las razones delo que demandáis no son suficientes, ¿por qué habríayo de cumplirlo?

    Hay motivos de sobra para suponer que las leyesque no se fundamentan en razones equitativas, tienenpor objeto beneficiar a unos pocos, en detrimento dela gran mayoría. La impostura política fue creada, sinduda, por aquellos que ansiaban obtener ventajas paraellos mismos y no contribuir al bienestar de la humani-dad. Lo que exigís de mí, sólo es justo en tanto que esrazonable. ¿Por qué tratáis de persuadirme de que esmás justo de lo que es en realidad o de aducir razonesque la verdad rechaza? ¿Por qué dividir a los hombresen dos clases, la una con la misión de pensar y razonary la otra con el deber de acatar ciegamente las conclu-siones de la primera? Tal diferenciación es extraña a lanaturaleza de las cosas. No existen tantas diferencias

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  • naturales entre hombre y hombre, como suele creer-se. Las razones que nos inducen a preferir la virtud alvicio no son abstrusas ni complicadas. Cuanto menosse las desvirtúe mediante la arbitraria interferencia delas instituciones políticas, más fácilmente asequiblesse harán al entendimiento común y con más eficaciaregirán el juicio de todos los hombres.

    Aquella distinción no es menos nociva que infun-dada. Las dos clases que surgen de ella, vienen a ser,respectivamente, superior e inferior al hombre medio.Es esperar demasiado de la clase superior, a la que seconfiere un monopolio antinatural, que lo emplee pre-cisamente en bien del conjunto. Es inicuo obligar a laclase inferior a que jamás ejercite su inteligencia, a quejamás trate de penetrar en la esencia de las cosas, aca-tando siempre engañosas apariencias. Es inicuo quese le prive del conocimiento de la verdad elemental yque se procure perpetuar sus infantiles errores. Ven-drá un tiempo en que las ficciones serán disipadas, enque las imposturas de la monarquía y de la aristocra-cia perderán su fundamento. Sobrevendrán entoncescambios auspiciosos, si difundimos hoy honestamen-te la verdad, seguros de que el espíritu de los hombreshabrámadurado suficientemente para realizar los cam-

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  • bios en relación directa con la comprensión de la teoríaque les excita a exigirlos.

    De las causas de la guerra4

    Además de las objeciones que se han opuesto con-tra el sistema democrático, referentes a su gestión delos asuntos internos de una nación, se han presentado,con especial vehemencia, otras que atañen a las rela-ciones de un Estado con potencias extranjeras; a lascuestiones de la guerra y de la paz, de los tratados decomercio y de alianza.

    Existe ciertamente en ese sentido una gran diferen-cia entre el sistema democrático y los sistemas que leson opuestos. Difícilmente podrá señalarse una solaguerra en la historia que no haya sido originada de unmodo o de otro por una de esas formas de privilegiopolítico que representan la monarquía y la aristocra-cia. Se trata aquí de un artículo adicional en la enu-meración de males que ya hemos citado y que son elresultado de dichos sistemas. Un mal cuya tremendagravedad sería vano empeño exagerar.

    4 Libro V, cap. XVI.

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  • ¿Cuáles podrían ser los motivos de conflicto entreEstados en los que ni los individuos ni los grupos tu-vieran incentivos para la acumulación de privilegios acosta de sus semejantes? Un pueblo regido por el siste-ma de la igualdad, hallaría la satisfacción de todas susnecesidades, desde el momento que dispondría de losmedios para lograrlo. ¿Con qué objeto habría de ambi-cionar mayor territorio y riqueza? Éstos perderían suvalor por el mismo hecho de convertirse en propiedadcomún. Nadie puede cultivar más que cierta parcela detierra. El dinero es signo del valor, pero no constituyeun valor en sí. Si cadamiembro de la sociedad dispusie-ra de doble cantidad de dinero, los alimentos y demásmedios necesarios a la existencia adquirirían el doblede su valor y la situación relativa de cada individuosería exactamente la misma que había sido antes. Laguerra y la conquista no pueden beneficiar a ningunacomunidad. Su tendencia natural consiste en elevar aunos pocos en detrimento de los demás, y, en conse-cuencia, no serían emprendidas sino allí donde la granmayoría es instrumento de una minoría. Pero eso nopuede suceder en una democracia, a menos que éstasólo sea tal de nombre. La guerra de agresión se ha-bría eliminado, si se establecieran métodos adecuadospara mantener la forma democrática de gobierno en

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  • estado de pureza o si el perfeccionamiento del espírituy del intelecto humano pudiera hacer prevalecer siem-pre la verdad sobre la mentira. La aristocracia y la mo-narquía, en cambio, tienden a la agresión, porque éstaconstituye la esencia de su propia naturaleza.5

    Sin embargo, aunque el espíritu de la democraciasea incompatible con el principio de guerra ofensiva,puede ocurrir que un Estado democrático limite conotro cuyo régimen interior sea mucho menos igualita-rio. Veamos, pues, cuáles son las supuestas desventajasque resultarían para la democracia en caso de producir-se un conflicto. La única especie de guerra que aquellapuede consecuentemente aceptar, es la que tuviera porobjet