wyndham john - los cuclillos de midwich

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LOS CUCLILLOS DE MIDWICH

John Wyndham

Titulo original: The Midwich Cuckoos 1957 by John Wyndham 1956, Ediciones Gaviota S.A. Barcelona ISBN 84-7693-026-7 Edicin electrnica: Delicatessen, 2001 R6 10/01

PRIMERA PARTE CAPTULO I - PROHIBIDO ENTRAR EN MIDWICH Uno de los accidentes ms afortunados ocurridos en su vida a mi mujer, fue el casarse con un hombre nacido un 26 de septiembre. De otro modo, seguramente hubiramos pasado la noche del 26 al 27 en nuestra casa de Midwich... y esto nos hubiera trado una serie de consecuencias que, afortunadamente, nos fueron evitadas. Siendo mi cumpleaos, y habiendo recibido y firmado por otra parte, el da anterior, un ventajoso contrato con un editor norteamericano, nos fuimos de Midwich la maana del 26 para celebrar en Londres ambas circunstancias. Lo pasamos estupendamente: algunas visitas bien aprovechadas, una comida de mariscos y Charblis en Wiheeler, la ltima extravagancia de Ustinov en el teatro, una ligera cena, y a dormir al hotel, donde Janet, mi mujer, se extasi como siempre ante el soberbio lujo y confort del cuarto de bao, cosa que no dejaba de hacer nunca cuando estaba fuera de casa. A la maana siguiente, regresamos sin apresurarnos a Midwich. Una breve parada en Trayne, nuestro ms prximo lugar de avituallamiento, y luego seguimos por la carretera principal, atravesamos Stouch, y giramos a la derecha en direccin a... Pero no. En medio de la carretera haba un cartel: Carretera Cortada. Cerca del cartel haba un polica que levant una mano. Me detuve. El polica avanz hacia mi lado. Lo reconoc: era de Trayne. - Lo siento, seor, pero la carretera est cortada. - Quiere decir que hay que dar la vuelta por la carretera de Oppley? - Me temo que tambin est cerrada, seor. - Pero... Un claxon son tras nosotros. Obedec, no muy convencido de todo aquello, y un camin militar de tres toneladas pas a nuestro lado. En la parte trasera iba gente de caqui. - Ha ocurrido algo en Midwich? - pregunt. - Maniobras - respondi -. No se puede pasar por esta carretera. - Por ninguna de las dos carreteras? Sepa usted, condestable, que yo vivo en Midwich. - Lo s, seor, pero no puede ir hasta all por ahora. Si yo fuera usted, seor, regresara a Trayne hasta que la carretera quedara libre. No puedo, dejarle estacionar aqu a causa de la circulacin. Janet abri la puerta y tom su bolsa de provisiones. - Yo ir a pie, y tu ya me alcanzars cuando la carretera quede libre - me dijo. El condestable vacil. Luego baj la voz. - Puesto que usted vive all, seora, le dir algo que en cierto modo es confidencial. Es intil que lo intente, seora: nadie puede llegar hasta Midwich, se lo aseguro. Nos miramos, sorprendidos. - Pero, por todos los santos, por qu? - dijo Janet. - Esto es precisamente lo que estn intentando saber. en su lugar, seores, yo ira al hotel del guila, en Trayne, mientras aguardan; ya les har saber cuando la carretera quede libre. Janet y yo nos miramos. - Bueno - dijo ella al condestable -, todo esto parece ms bien extrao, pero si est usted completamente seguro de que no podemos ir hasta all... - Lo estoy, seora. No hago ms que obedecer rdenes. Les tendr al corriente. Si hubiramos querido argumentar, hubiramos tenido todas las de perder. Aquel hombre no haca ms que cumplir con su deber, y de la manera ms amable posible.

- Est bien - asent -. Me llamo Gayford. Richard Gayford. Dir al hotel del guila que tomen el mensaje en caso de que llegara estando yo ausente. Hice marcha atrs hasta la carretera principal y, creyendo en la palabra del condestable de que era igualmente imposible tomar la otra carretera, regres por donde habamos venido. Tras haber atravesado Stouch, abandon la carretera y me met por un camino vecinal. - Todo esto me parece ms bien extrao - dije -. Y si nos metiramos a travs de los campos para ver qu ocurre realmente? - La actitud de ese polica era realmente extraa - admiti Janet -. Vamos - y abri su portezuela. Lo que haca todo ms sorprendente era el hecho de que, como era bien sabido de todo el mundo, nunca ocurra nada en Midwich. Despus de haber vivido all durante ms de un ao, Janet y yo pensbamos que esa era precisamente su principal caracterstica. A decir verdad, nadie se hubiera sorprendido si hubiera encontrado a la entrada del pueblo una seal de trfico en forma de tringulo y en su interior el aviso: MIDWICH NO MOLESTEN Y por qu, entre mil otros pueblos, se haba tenido que elegir Midwich para servir de teatro a los curiosos acontecimientos que se produjeron el 26 de septiembre? Este es un misterio que creo que nunca ser resuelto. Vean si no la sencilla placidez del lugar: Midwich est situado a una docena de kilmetros al oeste-noroeste de Trayne. La carretera principal que discurre por el oeste de Trayne atraviesa los cercanos pueblecitos de Stouch y de Oppley. De cada uno de estos dos pueblos parte una carretera secundaria que lleva hasta Midwich, el cual, en consecuencia, se halla en el vrtice superior de un tringulo de carreteras con Oppley y Stouch en los dos extremos inferiores; la tercera carretera es ms bien un camino chestertoniano que conduce hasta Hickham, a unos cinco kilmetros al norte. En el centro de Midwich hay un parque triangular cubierto de csped, rodeado por cinco elegantes olmos y con un estanque en su centro protegido por una barandilla blanca. En un ngulo del csped, al lado de la iglesia, se eleva el monumento a los cados, y alrededor del parque se hallan la propia iglesia, el presbiterio, el albergue, la herrera, la oficina de correos, el almacn de la seora Welt y algunas casitas bajas. En total, el pueblo comprende unas sesenta casas y chalets, ms dos edificios pblicos, Kyle Manor y la Granja. La iglesia es del siglo XV, pero la puerta oeste y la fachada son de estilo normando. El presbiterio es gregoriano; la Granja victoriana; Kyle Manor es originariamente Tudor, aunque enriquecido con el aadido de otros estilos distintos. Las casas participan de todas las arquitecturas florecientes entre las dos Elisabeth. Si bien los dos edificios de la municipalidad son recientes, los laboratorios que fueron aadidos a la Granja, cuando el ministerio la compr para la investigacin, an lo son ms. La historia nunca ha mencionado Midwich. Su situacin geogrfica no ha permitido nunca la existencia de un mercado; ni siquiera se halla en el camino de una ruta importante. Su nacimiento ha quedado en el misterio; el primer catastro lo cita como una simple aldea, lo cual en el fondo an sigue siendo hoy, ya que el ferrocarril lo ha ignorado tanto como en su tiempo lo ignoraron las grandes rutas e incluso los canales de navegacin. El suelo sobre el que se levanta, por lo que se sabe, no contiene ningn mineral de valor; ninguna mirada oficial ha descubierto por los alrededores el menor lugar susceptible

de ser transformado en aerdromo civil o militar, ni siquiera en terreno de maniobras. La transformacin del edificio de la Granja, ordenada por el Ministerio, no haba cambiado en absoluto las costumbres del pueblo. Midwich viva, o mejor haba vivido y dormitado en su terruo, en una arcadiana humildad, durante un millar de aos; y, hasta ltima hora de la noche del 26 de septiembre, pareca que iba a continuar la misma vida a lo largo del prximo milenio. De lo dicho, sin embargo, no hay que sacar la conclusin de que Midwich se halla apartado por completo de la historia. Ha tenido tambin sus momentos estelares. En 1931 fue el centro de una epidemia de fiebre aftosa cuyo origen jams lleg a ser aclarado. Y, en 1936, un zeppeln extraviado dej caer en un campo recin arado una bomba que, afortunadamente, no lleg a estallar. Y, mucho antes de esto, Ned el Negro, un bandido de segunda categora, fue muerto a la entrada del albergue de la Hoz y la Piedra por la Dulce Pally Parker, y aunque esta obra justiciera parece que fue debida ms bien a motivos personales que a sociales, la dama en cuestin fue grandemente alabada en las baladas de 1768. Y hubo tambin el cierre de la abada de San Accius y la dispersin de sus monjes. Las razones de este hecho, que caus sensacin en 1493, excitaron intermitentemente la curiosidad local. Los otros hechos importantes son la transformacin de la iglesia en cuadra para los caballos de Cromwell, y una visita de William Wordsworbh que se inspir en las ruinas de la abada para la reproduccin de uno de sus sonetos ms banalmente publicitarios. Con esas pocas excepciones, las corrientes del tiempo parecen haberse deslizado sobre Midwich sin dejar la menor huella. Sus propios habitantes - salvo quiz algunos jvenes en su breve perodo de inquietud prematrimonial - no querran que fuera de otro modo. Y lo cierto es que, a excepcin del vicario y su mujer, los Zellaby de Kyle Manor, el doctor, la enfermera, nosotros mismos, y evidentemente los investigadores de la Granja, la mayor parte de los habitantes de Midwich haban vivido all desde hace muchas generaciones en una tal tranquilidad que haban llegado a creer que esta tranquilidad es su derecho inalienable. Ninguna seal premonitoria apareci, segn parece, aquel da 26 de septiembre. Es cierto que la mujer del herrero, la seora Brant, segn pretendi ms tarde, haba sentido una cierta desazn a la vista de nueve cornejas en un campo, y que la seorita Ogle, la empleada de correos, haba - soado la noche anterior en vampiros gigantes. Pero los presagios de la seora Brant y las pesadillas de la seorita Ogle son tan frecuentes que hay que deplorar el que su valor premonitorio se vea completamente invalidado. Hasta bien entrada la noche, nada de lo ocurrido aquel lunes en Midwich poda hacer pensar que fuera un da distinto a cualquier otro. De hecho, el pueblo se pareca absolutamente al que era cuando Janet y yo partimos hacia Londres. Y sin embargo, el martes 27... Tras dejar el coche escalarnos una valla para entrar en un campo de rastrojos. Lo atravesamos, pasamos a otro y luego giramos a la izquierda, ascendiendo ligeramente. Era un campo grande, con un espeso seto a su final, de tal modo que tuvimos que desviarnos ms a la izquierda para encontrar un lugar desde donde pudiramos franquearlo. Despus de haber atravesado la mitad del pasto que haba al otro lado del campo, nos hallamos en la cima de una colina desde donde podamos ver Midwich, aunque no pudiramos distinguir los detalles, tan solo algunas perezosas columnas de humo gris y el campanario emergiendo por entre los tejados. En medio del campo vecino cuatro o cinco vacas tendidas, aparentemente dormidas. Aunque no soy campesino, el hecho de vivir en el no me hizo notar un hecho que no pareca en absoluto normal. He visto a menudo vacas echadas y rumiando, pero nunca

vacas echadas durmiendo profundamente! Luego he pensado a menudo en ello, pero en aquel momento el hecho me transmiti tan solo un vago sentimiento de irrealidad. Proseguimos. Saltamos la valla del campo donde se hallaban las vacas y empezamos a atravesarlo. Una voz nos llam desde lejos. Girndome, vi una silueta vestida de caqui en medio del campo vecino. El hombre grit algo ininteligible, pero la forma como agitaba su bastn significaba sin la menor duda que debamos retroceder. Me detuve. - Ven, Richard - dijo Janet con impaciencia -. Est muy lejos - y ech a correr. Vacil, con los ojos an fijos en aquella silueta que agitaba su bastn an ms enrgicamente y se esforzaba en gritar ms fuerte sin por ello resultar ms inteligible. Decid seguir a Janet. Me haba adelantado ya unos veinte pasos y entonces, justo en el momento en que iba a seguirla, tropez, se derrumb sin el menor ruido y qued all tendida, sin moverse en lo ms mnimo. Me detuve en seco involuntariamente. Si simplemente hubiera tropezado y cado al torcerse un tobillo, la hubiera alcanzado corriendo. Pero lo que acababa de suceder era tan repentino y absoluto que por mi mente pas la estpida idea de que alguien haba disparado contra ella. Mi vacilacin dur tan solo un momento. Me puse de nuevo en marcha, vagamente consciente de la presencia del soldado, que no haba dejado de gritar. No me preocup ms por l. Me apresur hacia Janet... Pero no llegu a alcanzarla. Perd tan completamente la conciencia que ni siquiera recuerdo haber visto el suelo subir hacia m, ni haber sentido el menor choque. CAPTULO II - TODO TRANQUILO EN MIDWICH Como ya he dicho, todo era normal en Midwich el da 26. He examinado atentamente el asunto, y podra decir dnde pas cada cual el da, y haciendo qu. Por ejemplo, en el albergue de la Hoz y la Piedra se hallaban reunidos los clientes habituales. Algunos de entre los ms jvenes de los habitantes haban ido al cine a Trayne, casi los mismos que haban ido ya el lunes anterior. En la oficina de correos, la seorita Ogle haca calceta tras la centralita telefnica, pensando como de costumbre que una verdadera conversacin era siempre ms interesante que or la radio. El seor Trapper, jardinero a destajo hasta el da en que haba ganado una fabulosa fortuna a la lotera, estaba furioso con su televisor de color, cuyo circuito rojo se haba decompuesto nuevamente, y lo maldije; con un lenguaje que haca huir a su mujer. Algunas luces permanecan an encendidas en uno o dos de los nuevos laboratorios del anexo de la Granja, pero no haba nada de raro en ello. Era frecuente que uno o dos investigadores prosiguieran sus misteriosas experiencias hasta la, altas horas de la noche. Pero, aunque todo sea normal, incluso el da ms anodino tiene algo de especial para alguien. Como ya he dicho, era mi cumpleaos, y por lo tanto nuestra casa estaba cerrada y sin luces. Y, en Kiye Manor, era precisamente el da en que la seorita Ferrelyn Zellaby haca ver al seor Alan Hughes, provisionalmente subteniente Hughes, que, segn la tradicin, se necesitaban ms de dos personas para efectuar una promesa de matrimonio, lo cual trajo consigo la sugerencia de un tranquilo paseo hasta Kyle Manor a fin de incluir a su padre en la conversacin. Alan, tras vacilar un instante, se dej persuadir de ir a casa de Gordon Zellaby a fin de ponerle al corriente de sus intenciones. Encontr al dueo de Kyle Manor confortablemente sentado en un silln, con los ojos cerrados y su cana cabeza apoyada en la orejera derecha del silln, de tal modo que a

primera vista pareca dormir, acunado por la excelente msica que inundaba la estancia. De todos modos, sin hablar, sin abrir siquiera los ojos, disip inmediatamente esta primera impresin sealando con su mano izquierda otro silln, al tiempo que llevaba un dedo a sus labios reclamando silencio. Alan se dirigi de puntillas hacia el silln indicado, y se sent. Sigui un intervalo, durante el cual todas las frases que haba preparado y que bailaban en la punta de la lengua volvieron a caer a lo ms profundo de su garganta. Durante los diez minutos que siguieron, se absorbi en la contemplacin de la estancia. De arriba a abajo, con excepcin de la puerta por la que haba entrado, una de las paredes estaba cubierta de libros. Libros tambin en las bibliotecas bajas, dispuestas a todo alrededor de la estancia, no dejando ms intervalos que las ventanas, el tocadiscos y la chimenea, donde crepitaba un agradable aunque innecesario fuego. Una de las numerosas bibliotecas acristaladas estaba consagrada a las obras de Zellaby, en sus distintas ediciones y traducciones. Los estantes bajos de aquella biblioteca estaban vacos, sin duda a la espera de futuras obras. Encima de aquel mueble haba un boceto a lpiz rojo de un hombre joven en quien se poda reconocer, aunque el boceto tuviera cuarenta aos de antigedad, a Gordon Zellaby. Sobre otra biblioteca, un vigoroso bronce daba la impresin de haber sido hecho por Epstein unos veinticinco aos ms tarde. Colgados aqu y all haba otros retratos firmados por otras tantas ilustres personalidades. El espacio encima y al lado de la chimenea estaba reservado a recuerdos ms familiares. Con los retratos del padre de Gordon Zellaby, de su madre, de su hermano, de sus dos hermanas, estaban los de Ferrelyn y los de su madre (la seora Zellaby Nmero Uno). Un retrato de Anthea (la Nmero Tres y actual Seora Gordon Zellaby) estaba colocado sobre el mueble ms importante de la estancia, hacia el cual se diriga irresistiblemente la mirada: el enorme escritorio recubierto de cuero en el que Gordon Zellaby trabajaba en sus obras. Pensando en estas obras, Alan se preguntaba si no hubiera debido elegir un momento ms propicio, ya que una nueva obra estaba en gestacin... o al menos esto es lo que daba a entender el ensimismamiento de Zellaby. - Siempre ocurre as en esos momentos - le haba explicado Ferrelyn. Parece cosa si una parte de s mismo huyera, se marcha de casa dando largas zancadas y uno no sabe dnde va hasta que telefonea desde cualquier lado para que acudan a buscarle, y cosas as. Es algo fastidioso mientras dura, pero todo vuelve a sus cauces en el momento en que empieza a escribir el libro. Cuando entra en este estado debemos estar al cuidado, vigilar que tome sus comidas... El conjunto de la estancia, con sus confortables sillones, sus estudiadas luces y sus mullidas alfombras sorprendi a Alan, que vio en ello como la expresin prctica de la ideas de su dueo sobre el equilibrio de la vida. Record que, en Mientras Existimos, la nica de sus obra que haba ledo hasta entonces, Zellaby trataba del ascetismo y de la prodigalidad, los cuales, afirmaba, probaban tanto el uno como el otro la misma inadaptacin. Un libro interesante pero pesimista; Alan no crea que el autor le hubiera concedido suficiente importancia al hecho que la nueva generacin era ms dinmica y ms clarividente que aquella que la haba precedido.. La msica termin con una prolongada nota. Zellaby cort el aparato a travs de un mando fijado al brazo de su silln. Abri los ojos y mir a Alan. - Espero que est usted de acuerdo - dijo, como disculpndose -. Tengo la impresin de que, cuando Bach ha comenzado, hay que permitirle terminar. Por otro lado - aadi, mirando al tocadiscos -, an no hemos adoptado una actitud precisa hacia esas innovaciones tecnolgicas. El arte del msico es aqu menos digno nicamente porque no vemos a los intrpretes? Qu actitud debemos adoptar? Debo adaptarme yo a su opinin, o usted a la ma, o debemos admirar ambos al genio? Incluso trasmitido por

medios mecnicos? Nadie sabr decrnoslo. Nunca lo sabremos. Me parece que no poseemos an el arte de incorporar armoniosamente los nuevos inventos a nuestras vidas ordinarias, no cree? El universo de las reglas de etiqueta se derrumb a finales del siglo pasado. Ningn manual de educacin nos ha enseado el uso de todo lo que ha sido inventado despus. Ni siquiera unas reglas que un individualista pudiera transgredir, lo cual de hecho constituye otra afrenta a la libertad. Es una lstima, no cree? - S dijo Alan -. Yo... - Tenga en cuenta - continu Zellaby - que el propio hecho de percibir la existencia del problema es ya algo pasado de moda. El autntico hijo de este siglo ni siquiera se pregunta cmo debe enfrentarse a esas innovaciones. No hace ms que tomarlas hbilmente tal como le son presentadas. Tan solo frente a algo realmente grande toma conciencia de un problema social. Entonces, en lugar de hacer concesiones, lloriquea ante lo inevitable, como cuando se trata de la bomba. - S, supongo que s. Pero yo... Zellaby not una falta de conviccin en aquella respuesta. - Cuando uno es joven - dijo, comprensivo -, la vida bohemia, el desorden, el vivir da a da, es algo que tiene ribetes romnticos. Pero, imagino que estar usted de acuerdo conmigo, estas no son la reglas que hay que aplicar a un mundo complejo. Afortunadamente, nosotros, los occidentales, mantenemos an el esqueleto de nuestra moral, pero los viejos huesos muestran seales de debilidad cuando se trata de soportar el peso de nuevos conocimientos, no lo cree usted as? Alan expeli el aliento. Recordando las trampas dialcticas que Zellaby tena por costumbre tender a sus interlocutores, resolvi adoptar el mtodo ms directo. - De hecho, seor quera hablarle de otro tema completamente distinto - dijo. Cuando Zellaby se daba cuenta de que interrumpan sus reflexiones, acostumbraba a reaccionar benvolamente. Dej pues para ms tarde su contemplacin del esqueleto moral de la sociedad occidental y pregunt: - Por supuesto, querido amigo, estoy a su disposicin. De qu se trata? - Bueno, esto... Ver, seor, se trata de Ferrelyn. - Ferrelyn? Oh, s. Creo que est en Londres por unos das, viendo a su madre. Volver maana. - Esto... ha regresado hoy seor Zellaby. - Oh, de verdad? - exclam Zellaby Reflexion -. S, de hecho, tiene usted razn. Precisamente hoy hemos comido juntos. Y usted tambin estaba - aadi, triunfante. - S - dijo Alan; y, en su determinacin de conservar su ventaja, cerr los ojos y atac a fondo, formulando su demanda y dndose cuenta de que sus frases no surgan con la fluidez requerida por la ocasin. Pero se mantuvo obstinadamente en su lugar, y logr salir con bien de su empresa. Zellaby escuch pacientemente hasta que Alan tartamude su conclusin: - ...y por todo ello espero, seor, que no tenga ninguna objecin a nuestro compromiso oficial. Zellaby abri los ojos ms de lo acostumbrado. - Pero, mi querido amigo, sobreestima usted mi importancia, Ferrelyn es una chica sensata, y no tengo la menor duda de que tanto ella como su madre saben perfectamente a qu atenerse con respecto a usted, y que juntas han sopesado bien la decisin que deban tomar. - Pero si ni siquiera he sido presentado a la seora Holder - protest Alan. - Si la conociera usted, tendra una idea ms exacta de la situacin. Jane es una gran organizadora - dijo el seor Zellaby, mirando benvolamente uno de los retratos sobre la chimenea. Se levant -. Bueno, puesto que usted ha cumplido con su papel de una forma tan honorable, creo que me toca a m ahora comportarme como Ferrelyn estima

conveniente que debo hacer. Querra reunir aqu a todo el mundo mientras voy en busca de una botella? Unos minutos ms tarde, su mujer, su hija y su futuro yerno estaban reunidos a su alrededor. Levant su vaso. - Y ahora - anunci Zellaby -, bebamos por la conjuncin de esos seres queridos. Claro que la institucin matrimonial, tal como la ven la iglesia y la sociedad, no propone ms que un estado mental mecanicista hacia la pareja que toma con nosotros el mismo barco... al estilo del viejo patriarca No. De todos modos, el alma humana es fuerte y ocurre a menudo que el amor es capaz de superar esa burda ingerencia institucional. Es por eso por lo que... - Pap - interrumpi Ferrelyn -, ya son pasadas las diez, y Alan debe regresar al campo a medianoche, o se arriesga a ser degradado o algo as. Todo lo que tienes que decir es: Os deseo a ambos una larga y feliz vida. - Oh - dijo el seor Zellaby -. Ests segura de que es suficiente? Me parece demasiado corto. De todos modos, si tu crees que esto es lo que tengo que decir, lo dir, querida. Y lo dir con todo mi corazn. Lo dijo. Alan dej sobre la mesa su vaso vaco. - Desgraciadamente, lo que acaba de decir Ferrelyn es cierto, seor. Tengo que irme ahora mismo. Zellaby inclin comprensivamente la cabeza. - Debe ser un perodo difcil para usted. Cunto tiempo piensan retenerlo an? Alan dijo que esperaba haber terminado su compromiso con el ejrcito dentro de unos meses. Zellaby asinti de nuevo. - Espero que esta experiencia enriquezca su espritu. En lo que a m respecta, a veces lamento que yo no haya podido disfrutarla. Demasiado joven para una guerra, destinado a una oficina del Ministerio de Informacin en la siguiente... hubiera preferido algo ms activo. Bien, buenas noches, querido amigo - se interrumpi, asaltado por una brusca idea -. Dios mo, todos le llamamos Alan, pero no creo que conozca su nombre completo, podramos remediar este olvido? Alan le dijo su nombre completo, y se estrecharon nuevamente la mano. Cuando llego al vestbulo en compaa de Ferrelyn, Alan mir el reloj. - Dios mo, tengo que apresurarme. Hasta maana, querida. A las seis. Buenas noches, amor. Su beso de adis fue apasionado pero breve, y Alan baj corriendo la escalera de entrada y salt al pequeo coche rojo estacionado en el camino. El motor gru y rugi. Alan hizo un ltimo gesto de adis con la mano, y luego las ruedas traseras levantaron una cascada de gravilla antes de que el coche desapareciera en la oscuridad. Ferrelyn contempl cmo las luces de situacin se desvanecan en la distancia. De pie en la entrada, escuch hasta que el sonido del automvil no fue ms que un lejano murmullo, y luego cerr la puerta de entrada. Al regresar al estudio observ que el reloj del vestbulo sealaba las diez y cuarto. As pues, no haba ocurrido an nada en Midwich a las diez y cuarto. La marcha del coche de Alan permiti que la calma se estableciera nuevamente sobre una comunidad cuya principal actividad era terminar un da sin historia y esperar a la llegada de una maana no menos tranquila. Por las ventanas de varias casas se filtraban todava la noche algunas luces amarillentas que brillaban en el aire an hmedo por una reciente lluvia. Las conversaciones y las risas que interrumpan el silencio no eran debidas a los habitantes de Midwich: provenan de una emisin de TV producida a muchos kilmetros y a varios das de distancia, y no formaban ms que un fondo sonoro que acompaaba el acto de acostarse de la mayor parte de los habitantes de Midwich. Viejos o jvenes, los maridos

dorman ya, mientras las esposas acababan de llenar sus bolsas de los ltimos clientes a los que se haba rogado amablemente que abandonaran la Hoz y la Piedra se haban quedado charlando algunos minutos a la puerta del establecimiento, el tiempo de acostumbrar sus ojos a la oscuridad; todos ellos se retiraron a las diez y cuarto y haban llegado ya a sus casas, a excepcin de un cierto seor Alfred Wait y de un tal Harry Cranchart, que seguan discutiendo acerca de fertilizantes. Tan solo quedaba por producirse un nico acontecimiento el paso del autobs que traera de regreso de su velada en Trayne a los espritus vagabundos. Una vez ocurrido esto, Midwich podra finalmente sumergirse en el sueo. En el presbiterio, a las diez y cuarto, la seorita Polly Rushton se deca que si se hubiera decidido a irse a la cama media hora antes hubiera podido leer tranquilamente el libro que yaca ahora abandonado sobre sus rodillas. Hubiera sido sin duda mil veces ms agradable que escuchar los chasquidos de la radio del to y el telfono de la ta. Ya que, en un extremo de la habitacin, el to Hubert, el reverendo Hubert Leebody, intentaba escuchar el tercer programa de una serie dedicada a la concepcin presofocleana del complejo de Edipo, mientras que en el otro Dora estaba telefoneando. El seor Leebody, determinado a no dejar que el charloteo dominara sus ansia de cultura, haba aumentado en dos grados la intensidad de su radio, y conservaba an como reserva otros cuarenta y cinco grados de rotacin del dial de volumen. No poda culprsele por ser incapaz de adivinar la vital importancia que poda tener lo que l consideraba como un intercambio particular intil de palabrera femenina. Nadie hubiera podido adivinarlo. La llamada provena de South Kensington, Londres, donde una tal seora Cluey imploraba la ayuda de su eterna amiga la seora Leebody. A las diez horas y diecisis minutos, atac el problema a fondo. - Dime, Dora... y dmelo con toda franqueza; crees que, en el caso de Kathy, ira mejor el satn blanco o el brocado blanco? La seora Leebody not la trampa. Quedaba claro que en aquel caso el trmino franqueza era relativo, y la seora Cluey se mostraba como mnimo irreflexiva formulando su pregunta sin dejar el menor resquicio para una plausible escapatoria. Probablemente de satn, pens la seora Leebody, pero se arriesgaba a destruir una larga amistad a causa de un conjetura. Intent mostrarse esquiva. - Evidentemente, para una novia muy joven... pero como no se puede decir realmente que Kathy sea una,. novia muy joven, entonces quiz... - S, no tan joven - asinti la seora Cluey. Luego, aguard. La seora Leebody maldijo la inoportuna pregunta de su amiga, y de paso el programa de su marido, que dificultaba su habilidad para mostrarse esquivamente reflexiva. - Bueno - dijo por fin -, ambos podran quedar encantadores, por supuesto, pero tratndose de Kathy, la verdad... En aquel momento, su voz se cort bruscamente. Muy lejos, en South Rensington, la seora Cluey agit irritada su aparato y mir su reloj. Luego colg y llam a reclamaciones. - He sido cortada en mitad de una conversacin importante - dijo. - La operadora le respondi que iban a intentar conectarla de nuevo. Algunos minutos ms tarde, la operadora se excus diciendo que era imposible conseguir nueva comunicacin. - Todo eso es debido a mala organizacin - dijo la seora Cluey -. Redactar una reclamacin escrita Me niego a pagar un minuto ms que... De hecho no veo por qu en estas circunstancias tengo que pagar siquiera esta comunicacin. Nuestra conversacin ha sido interrumpida exactamente a las diez horas y diecisiete minutos. La operadora respondi con una cortesa oficial, y anot la hora como referencia: las veintids horas y diecisiete minutos del da 26 de septiembre.

CAPTULO III - MIDWICH DESCANSA A partir de las diez horas y diecisiete minutos de aquella noche, las informaciones con respecto a Midwich se hicieron fragmentarias. Todos lo telfonos quedaron cortados. El autocar que deba haber atravesado Midwich no lleg a Stouch, y un camin, enviado en su busca, no regres. A Trayne lleg una nota sealando la presencia de un objeto no identificado no perteneciente, repito, no perteneciente a las lneas regulares, detectado por el radar en la regin de Midwich, sin duda con la intencin de realizar un aterrizaje forzoso. Alguien en Oppley seal la existencia de un incendio en Midwich, sin que aparentemente se preocupaba de sofocarlo. La brigada de bomberos de Trayne fue enviada hacia all y, a consecuencia de ello, no se volvieron a tener noticias suyas. La polica de Trayne envi un hombre a averiguar lo ocurrido con el coche de bomberos... y el hombre desapareci tambin. Oppley seal un segundo incendio, del que aparentemente la gente de Midwich se preocupaba tanto como del primero. El condestable Gobby, de Stouch, recibi rdenes telefnicas y se dirigi en bicicleta a Midwich: tampoco de l... volvi a orse hablar... El da 27 amaneci bajo un cielo pegajoso, repleto de nubes parecidas a harapos que dejaban pasar como a disgusto una luz gris sucia. Sin embargo, en Oppley y en Stouch, los gallos cantaban y los dems pjaros saludaban el da a su melodiosa manera... mientras que en Midwich todos los pjaros permanecan mudos. En Oppley y en Stouch, tambin, como en muchos otros sitios, las manos se tendieron perezosamente para cortar la campanilla de los despertadores... mientras que en Midwich los despertadores aullaron y se desgaitaron hasta que se les acab la cuerda. En los dems pueblos, hombres de legaosos ojos salieron de sus casas y saludaron a sus compaeros de trabajo con un dormido buenos das... mientras que en Midwich nadie salud a nadie, porque no haba nadie a quien saludar. Midwich estaba hechizado. Mientras el resto del mundo comenzaba a llenar el da con sus gritos, Midwich segua durmiendo... Sus habitantes, sus caballos, sus vacas y su carneros sus cerdos, sus gallos y gallinas, sus mirlos, topos y ratas, todos estaban postrados. Haba en Midwich como una bolsa de silencio, rota nicamente por el murmullo de las hojas, el repique del campanario y el chapoteo del agua del ro Opple bajo la palas del molino. Apenas amanecido el da, una camioneta de color verde oliva llevando el letrero apenas reconocible de Correos y Telgrafos parti de Trayne con la misin de restablecer las comunicaciones entre Midwich y el resto del mundo. Hizo una pausa en Stouch, ante el locutorio telefnico, para saber si finalmente Midwich haba dado seales de vida. No, Midwich segua tan silencioso como lo haba estado desde las veintids horas y diecisiete minutos del da anterior. La camioneta prosigui su marcha traqueteante a la incierta luz del amanecer. - Diablos - dijo el mecnico al conductor -. Diablos! Nuestra buena seorita Ogle va a recibir una buena reprimenda de la Administracin de Su Majestad si todo esto, ha sido una negligencia suya. - No lo creo - dijo el conductor -. Ese vejestorio disfrutaba oyendo las conversaciones que pasaban por sus lneas. Creo que se pasaba escuchando da y noche. Tendremos que echar una ojeada para ver qu ha pasado - termin vagamente. Poco despus de Stouch, la camioneta gir bruscamente la derecha y traquete por la estrecha carretera de Midwich durante un kilmetro. Luego, en una curva, tropez de manos a boca en una situacin que requiri toda la presencia de nimo del conductor. Este vio de pronto un coche de bomberos medio volcado, con las ruedas en la cuneta, y un coche negro con las ruedas anteriores a medio escalar un talud a pocos metros del primeo. Tras ese coche haba un hombre y una bicicleta cados en la zanja de la cuneta.

Fren bruscamente e intent sortear ambos vehculos, pero una vez rebasado no pudo evitar que la camioneta derrapara y las ruedas se metieran en la cuneta, quedando medio volcado en la zanja de esta. Media hora ms tarde, el primer coche del da, avanzando a buena velocidad ya que nunca llevaba ningn pasaje antes de tomar a los nios de Midwich que iban a la escuela en Oppley, tom la misma curva bambolendose y se encontr limpiamente encajado entre el coche de bomberos y la camioneta, bloqueando as completamente la carretera. En el otro acceso a Midwich, la carretera que lo una a Oppley, un embotellamiento similar daba a primera vista la impresin de que la carretera, haba sido transformada durante la noche en un almacn de chatarra. Y, en aquel lado, la camioneta postal fue el primer vehculo que pudo detenerse sin sufrir daos. Uno de sus ocupantes sali y avanz para saber la causa de todo aquel desorden. En un determinado momento, mientras se acercaba a la parte trasera de un autobs inmovilizado, se derrumb sin el menor sonido y cay suavemente al suelo. El conductor abri su boca tanto como sus ojos. Luego vio las cabezas de algunos de los pasajeros del autobs, todos absolutamente inmviles. Hizo marcha atrs apresuradamente y regres a Oppley, donde se precipit al primer telfono que hall a su paso. Mientras tanto, por el lado de Stouch, una situacin muy parecida haba sido descubierta, por el conductor de la camioneta de la panadera y, veinte minutos ms tarde, una accin casi idntica se emprenda a ambos lados de Midwich. Las ambulancias invadieron el lugar haciendo sonar estrepitosamente sus sirenas. Sus puertas traseras se abrieron, y los hombres de blanco saltaron al suelo ajustndose sus batas y apagando precavidamente sus cigarrillos a medio fumar. Examinaron el montn de chatarra con aire competente que inspiraba confianza, y desarrollaron sus camillas, preparndose para avanzar. En la carretera de Opley, los dos camilleros que iban a la cabeza de la fila se acercaron con aire experimentado al cartero desvanecido y, en el momento en que el primero de ellos llegaba junto al cuerpo cado, se derrumb silenciosamente y cay sobre, las piernas del accidentado. El camillero que le segua desorbit los ojos. Oy un murmullo a sus espaldas, y sus odos reconocieron la palabra: gas. Dej caer la camilla como si de repente las asas ardieran, se gir y regres a toda prisa sobre sus pasos. - Los sanitarios se detuvieron a deliberar. El conductor agit entonces la cabeza y dio su opinin: - Eso no es asunto nuestro - dijo, con el aire de quien recuerda de pronto una importante decisin sindical -. Creo que ms bien es asunto de los chicos de la brigada contra incendios. - Ms bien del ejrcito - dijo uno de los sanitarios -. A mi modo de ver, lo que se necesita aqu son mscaras de gas y no solamente esas cosas que usan para protegerse del humo. CAPTULO IV - OPERACIN MIDWICH Ms o menos en el mismo momento en que Janet y yo nos acercbamos a Trayne, el teniente Alan Hugues se encontraba al lado del jefe de bomberos Morris. Estaban observando a un bombero que, con un largo garfio, intentaba sujetar al cado camillero. Finalmente lo consigui, y comenz a tirar de l. Arrastr el cuerpo sobre un metro y medio de cemento y entonces, de golpe, el camillero se sent en el suelo y jur. Alan crey que nunca en su vida haba odo ms deliciosas palabras. La gran angustia que haba hecho presa de l al conocer las noticias se haba disipado ya un poco cuando constat que las vctimas de aquel nadie - saba - qu respiraban dbilmente... pero respiraban. Haba quedado establecido que al menos una de aquellas vctimas no

presentaba sntomas fsicos alarmantes, incluso despus de noventa buenos minutos de desvanecimiento. - Bien - dijo Alan -; si se halla en buenas condiciones, hay esperanzas de que ocurra lo mismo con los dems... aunque esto no nos diga nada sobre la naturaleza de... de lo que les ha ocurrido. Luego, se arpone y extrajo al cartero. Llevaba all ms tiempo que el camillero, pero su vuelta a la vida fue tan inmediata como satisfactoria. - La lnea de demarcacin da idea de ser bastante precisa... y fija - prosigui Alan -. Quin ha odo hablar alguna vez de un gas tan perfectamente inmvil... pese a la brisa que est soplando? Es algo realmente incomprensible. - Podran ser algunas gotas de algo evaporndose del suelo - dijo el jefe de bomberos . Es como si hubieran recibido un mazazo en la cabeza. Nunca he odo hablar de un gas de este tipo. Y usted? Alan neg con la cabeza. - Por otro lado - dijo -, algo de naturaleza voltil se hubiera ya disipado y, adems, no hubiera podido ser vaporizado la noche ltima y alcanzar al autobs y a todos los dems. Segn el horario, el autobs deba llegar a Midwich a las diez y veinticinco, y yo mismo hice este camino pocos minutos antes. No haba la menor anomala en aquel momento. De hecho, deba ser el autobs con el que me cruc a la salida de Oppley. - Me pregunto en qu radio se extiende esto - se pregunt el jefe de bomberos -. Debe ser bastante extenso, de otro modo hubiramos visto a alguien intentando venir hacia nosotros. Continuaron mirando hacia Midwich con aire perplejo. Ms all de los coches, la carretera mostraba una superficie clara, inocente y algo reluciente hasta la primera curva. Como cualquier otra carretera casi seca despus de una breve lluvia. Ahora que la neblina matinal se haba disipado, era posible ver la torre de la iglesia de Midwich levantndose sobre los tejados. Si no fuera por el primer plano, la escena que se presentaba ante sus ojos era la negacin misma del misterio. Los bomberos continuaron rescatando, con ayuda de los hombres de Alan, los cuerpos que se hallaban al alcance de su garfio. La experiencia no pareca haber dejado la menor impresin en las vctimas. Cada uno de ellos, una vez liberados se levantaba, alerta, y sostena con una evidente conviccin que no necesitaba de la ayuda de los sanitarios. La siguiente tarea fue desembarazar la carretera de un tractor volcado para poder sacar los dems vehculos y sus ocupantes. Dejando a su sargento y al jefe de bomberos dirigir las operaciones, Alan salt una valla y tom un sendero que lo condujo a la cima de un montculo desde el que se dominaba mejor todo Midwich. Pudo ver casi todos los tejados, incluidos los de Kyle Manor y la Granja, as como las piedras ms altas de las ruinas de la abada, y dos columnas de humo grisceo. Un paisaje apacible. Pero, algunos pasos ms tarde, lleg a un lugar desde el que poda ver cuatro carneros echados en medio de un campo, sin moverse. Aquello le intranquiliz, no porque creyera realmente que algo grave poda haberles ocurrido a los carneros, sino porque aquello indicaba que la invisible zona barrera era mayor de lo que haba esperado. Contempl los animales y el paisaje tras ellos, y observ un poco ms lejos dos vacas echadas sobre el costado. Las mir uno o dos minutos para asegurarse de que no se movan, y luego regres pensativamente a la carretera. - Sargento Decker - llam. El sargento corri hacia l y salud. - Sargento - dijo Alan -, quiero que me proporcione un canario... en una jaula, por supuesto. El sargento parpade. - Esto... un canario, mi teniente? - pregunt, vacilante.

- Bueno, supongo que un periquito tendra el mismo efecto. Debe haber alguno en Oppley. Ser mejor que tome el jeep. Dgale al propietario que se le indemnizar en caso de que ocurra algo. - Yo... esto... - Apresrese, sargento. Quiero ese pjaro lo antes posible. - Est bien, mi teniente Un... un canario - aadi el sargento, para estar bien seguro. - Exactamente - dijo Alan. Tuve conciencia de que era arrastrado por el suelo, con el rostro contra la tierra. Extrao. Haca un momento corra hacia Janet y de pronto, sin transicin... El movimiento se detuvo. Me sent, y me vi rodeado por un montn de gente. Haba un bombero ocupado en desprender de mis pantalones un garfio de aspecto amenazador. Un tipo de la Cruz Roja me miraba complaciente con aire profesional. Un soldado muy joven, llevando un balde de cal, otro con un mapa en la mano y un cabo, tambin muy joven, llevando una jaula con un pjaro sujeta al extremo de una prtiga. Y tambin un oficial de aire desenfadado. Aadan a todo este grupo un poco surrealista el hecho de que Janet segua tendida all donde haba cado, y comprendern la impresin que sent. Me puse en pie en el preciso momento en que el bombero, tras soltar su garfio, lo tenda hacia ella y lo sujetaba al cinturn de su impermeable. Tir de l, y por supuesto el cinturn se rompi. Entonces se las apa para hacer rodar a Janet hasta nosotros. Tras la segunda vuelta se levant por s misma, con todas sus ropas sucias y arrugadas y furiosa. - Todo est bien, seor Gayford? - pregunt una voz a mis espaldas. Me gir, y reconoc en el oficial a Alan Hugues, al que habamos encontrado algunas veces en casa de los Zellaby. - S - dije -. Pero, qu est pasando aqu? Dej momentneamente mi pregunta sin respuesta y ayud a Janet a ponerse en pie. Luego se gir, hacia el cabo. Inclin su prtiga, que mantena vertical, con la jaula suspendida en su extremo, y avanz con precaucin. El pjaro cay de su percha al suelo de la jaula, lleno de serrn. El volvi a posarse en su percha. Uno de los soldados, que miraba la maniobra, avanz con su balde y ech un poco de cal sobre la hierba. El otro hizo una anotacin en su mapa. Tras lo cual el grupo se desplaz una docena de pasos para repetir la misma operacin. Aquella vez fue Janet la que pregunt, en nombre del rielo, que era lo que ocurra. Alan se lo explic lo mejor que pudo y aadi: - No hay, evidentemente, la menor posibilidad de entrar en el pueblo mientras esto dure. Lo mejor que pueden hacer es ir a Trayne y esperar hasta que todo vuelva a la normalidad. Miramos por un instante la prtiga del cabo, justo a tiempo para ver al pjaro caer una vez ms de su percha. A travs de los inocentes campos poda verse Midwich. Tras lo que nos acababa de ocurrir, nos pareci que no tenamos otra alternativa. Janet asinti. Le dimos pues las gracias al joven Hughes, y separndonos de l nos dirigimos a nuestro coche. Una vez en el hotel del Anguila, Janet insisti en reservar una habitacin para la noche por si acaso... Nos mostraron una, y la tomamos. Tras lo cual me dej caer por el bar. El lugar, habitualmente vaco a aquella hora del medioda, estaba lleno de gente, casi todos extraos al pueblo. La mayor parte de ellos, reunidos en grupos de dos o tres, hablaban con grandes gestos; sin embargo, haba algunos que beban pensativamente en forma aislada. Me abr paso trabajosamente hasta la barra y, mientras intentaba emerger de nuevo con un vaso en la mano, una voz dijo en mi odo: - Qu demonios ests haciendo en este agujero, Richard? La voz me era tan familiar como el rostro que me miraba sonriendo, pero necesit uno o dos segundos para identificarlo. No bastaba con apartar el velo de los aos, sino que

tambin haba que sustituir un uniforme militar por un elegante traje civil. Una vez hecho esto, me sent encantado. - Bernard, viejo lobo! - exclam -. Esto es maravilloso! Salgamos de este hormiguero y, agarrndole del brazo, lo arrastr hasta el saln. Su presencia all me devolva a mi juventud: record las playas de Normanda, las Ardenas, el Reichswald y el Rin. Era un encuentro estupendo. Llam al camarero para que sirviera otra ronda. Necesitamos casi media hora para dejar que nuestro primer entusiasmo se calmara, y entonces: - An no has respondido a mi pregunta - dijo, mirndome con insistencia -. Nunca se me hubiera ocurrido que tambin estuvieras metido en este asunto. - Qu asunto? - pregunt. Levant un poco la cabeza en direccin al bar. - La prensa - explic. - Oh, as que es eso! Me preguntaba el porqu de esta invasin. Frunci el ceo. - Bueno, si no eres de la prensa, entonces qu ests haciendo aqu? - Da la casualidad de que vivo cerca de aqu - dije. En aquel momento Janet entr en el saln, hice las presentaciones. - Janet, querida, este es Bernard Westcott. Hace tiempo, cuando estbamos juntos, era el capitn Westcott, pero s que fue promovido a comandante. Y ahora? - Coronel - respondi Bernard, saludndola cordialmente - Encantada - dijo Janet -. He odo hablar mucho de usted. Claro que siempre se dice lo mismo, pero esta vez es cierto. Lo invit a almorzar con nosotros, pero tena un compromiso, dijo, iba ya retrasado. Su tristeza era lo suficientemente sincera como para que ella respondiese: - Para cenar entonces? En nuestra casa, si podemos llegar hasta all, o aqu si todava seguimos exiliados. - En Midwich - explic ella -. Est a unos diez kilmetro de aqu. La actitud de Bernard cambi ligeramente. - Viven en Midwich? - pregunt, mirndonos alternativamente -. Desde hace tiempo? - Har casi un ao - dije -. Normalmente deberamos estar all a esa hora, pero... Le expliqu cmo habamos ido a parar al guila. Permaneci silencioso unos instantes despus de que yo hube terminado de hablar, y luego pareci tomar una decisin. Se gir hacia Janet. - Espero, seora Gayford, que me perdonar si me llevo a su marido conmigo. Precisamente es ese asunto de Midwich el que me ha trado aqu. Creo que podr ayudarnos si l quiere. - A saber lo que ha ocurrido quiere decir? - pregunt Janet. - Bueno, digamos solamente que es algo relacionado con el asunto. Qu crees t? aadi, dirigindose a m. - Si puedo ayudar, por qu no? Aunque no veo exactamente... Qu entiendes t por ayudaros? - Te lo explicar por el camino - dijo -. De hecho, tendra que estar all hace una hora. No se lo arrebatara as si la cosa no tuviera tanta importancia, seora Gayford. Tiene usted alguna objecin a quedarse sola aqu? Janet asegur que el guila era un lugar perfectamente seguro, y nos levantamos. - Una cosa - aadi l antes de irnos -: no deje que ninguno de esos chicos del bar la moleste. Haga que los echen si lo intentan. Se sienten un poco frustrados desde que han sabido que no iban a recibir ninguna informacin acerca del asunto de Midwich. No les diga una palabra. Muy pronto podr contrselo todo. - De acuerdo. La consigna es: ansiosa, pero callada. Esa ser yo - asinti Janet. Y nos fuimos.

El cuartel general haba sido establecido a poca distancia de la zona limtrofe sobre la carretera de Oppley. Al llegar al puesto de guardia, Bernard mostr su salvoconducto, que le vali un enrgico saludo del condestable de servicio, y pasamos sin problemas. Un joven oficial de tres galones, sentado con aire aburrido en un rincn de la tienda, se sinti feliz de nuestra llegada y decidi que, puesto que el coronel Latcher haba salido para inspeccionar las lneas, le corresponda a l el deber de ponernos al corriente de los detalles. Los pjaros enjaulados haban terminado al parecer con su misin, y haban sido devueltos a sus inquietos propietarios, no teniendo ms que un muy relativo sentimiento acerca del meritorio cvico que haban llevado a cabo. - Seguramente vamos a vernos inundados de protestas de la sociedad protectora de animales, e incluso de demandas por daos y perjuicios cuando se resfren o pillen alguna enfermedad. Pero estos son los resultados - y nos mostr un mapa a gran escala, sobre el que se haba trabado un crculo perfecto de unos tres kilmetros de dimetro, con la iglesia de Midwich ms o menos al sureste de su centro. - Esto es - explic -. Y, por lo que sabemos, no es una circunferencia, sino un crculo. Tenemos un puesto de observacin arriba en la torre de Oppley, y no ha sido observado ningn movimiento en la zona, y hay dos hombres tirados en el suelo frente al bar, y no se han movido en lo ms mnimo. En cuanto a definir qu es, no hemos avanzado en absoluto. Hemos establecido, eso s, que es esttico, invisible, inodoro, no es detectado por el radar, no refleja los sonidos, su efecto es inmediato al menos en los mamferos, pjaros, reptiles e insectos, y aparentemente estos efectos no tienen secuelas, no al menos directamente, ya que lo nico que han sufrido los del autobs y todos los que han pasado ah un cierto tiempo es el lgico fro nocturno. A decir verdad, no tenemos an el menor indicio sobre su naturaleza. Bernard le hizo algunas preguntas que no aclararon demasiado la situacin, y nos fuimos en busca del coronel Latcher. Lo encontramos poco despus en compaa de un hombre maduro que result ser el jefe de polica del Winshire. Los dos hombres, rodeados de personajes de segundo rango, se encontraban en un pequeo montculo frente al terreno objeto de su estudio. La disposicin del grupo haca pensar en un grabado del siglo XVIII representando a dos generales rodeados de su estado mayor observando una batalla que iba de mal en peor... salvo que no haba ninguna batalla. Bernard se present a s mismo, y luego me present a m. El coronel lo mir unos instantes. - Ah, s, s - dijo finalmente -. Usted es quien me ha telefoneado para decirme que esta historia deba permanecer bajo secreto. Antes de que Bernard pudiera responder, el jefe de polica lanz un bufido. - Secreto! Secreto, dice. Toda la zona en un radio de tres kilmetros invadida por completo por eso, y quiere usted que sea mantenido bajo secreto! - Estas son las rdenes - dijo Bernard -. La seguridad... - Pero cmo diablos puede imaginarse...? El coronel Latcher lo interrumpi con un gesto. - Hemos hecho todo lo que hemos podido para camuflarlo pretendiendo que se trata de un ejercicio tctico de sorpresa. Es un pretexto dbil, pero es lo mejor que hemos podido encontrar. Haba que decir algo. Lo malo es que en el fondo ser verdad, y se tratar de alguno de nuestros propios juguetes que habr hallado. Con esos malditos programas secretos, nadie est nunca al corriente de nada. Uno nunca sabe qu hacen los chicos que estn a su lado, y muchas veces ni siquiera sabe qu es ni para qu es ni para qu sirve lo que est utilizando uno mismo. Todos estos malditos sabios que sabotean la profesin bajo mano. Uno no puede trabajar con cosas cuya naturaleza ignora. El arte militar va a convertirse muy pronto en un asunto de magos y de mquinas.

- Las agencias de prensa estn ya sobre la pista - gru el jefe de polica -. Hemos echado a algunos, pero ya sabe usted como son. Llegarn a meter las narices de una u otra manera. Y cmo nos las vamos a arreglar para que permanezcan tranquilos? - Oh, no tiene que preocuparse por eso - dijo Bernard -. El ministerio del Interior ya ha dado rdenes. Estn furiosos, pero los mantenemos a raya. En el fondo, todo esto depende de saber si se trata de algo lo suficientemente sensacional como para que puedan buscarnos historias. - Hum - dijo el coronel, mirando de nuevo el dormido paisaje -. Y supongo que depende tambin de saber si, desde un punto de vista periodstico, la historia de la bella durmiente del bosque es un asunto sensacional o aburrido. En las horas que siguieron, todo un surtido de gentes que representaban los intereses de los distintos ministerios civiles y militares desfilaron por all. Se levant una tienda mayor al lado de la carretera de Oppley y hubo una conferencia a las trece treinta horas. El coronel Latcher empez pasando revista a la situacin. Fue breve. Acababa de concluir cuando lleg un comandante de aviacin, y dej con aire sardnico una gran fotografa sobre la mesa, delante del coronel. - Aqu est, seores - dijo con aire sombro -. Nos ha costado dos buenos pilotos en un buen aparato, y hemos tenido suerte de no perder otro. Espero que valga la pena. Todos se apretujaron alrededor de la fotografa para examinarla y compararla con el mapa. - Y esto? - pregunt un comandante del Servicio de Inteligencia, sealando un objeto en la foto. Tena, a juzgar por las sombras, una forma parecida al dorso de una cuchara, con un contorno plido y oval. El jefe de polica se inclin para mirar de ms cerca. - No s lo que pueda ser - admiti -. Dira que se trata de una edificacin de forma ms bien curiosa, pero no puede ser as. Hace apenas una semana que visit las ruinas de la abada y no haba el menor rastro de nada semejante; por otro lado, la abada es un monumento nacional, pertenece a la British Heritage Association. Y ellos tan solo reconstruyen. Uno de los asistentes miraba alternativamente la foto y el mapa. - Sea lo que sea se halla casi exactamente en el centro geomtrico de la zona - seal -. Si no estaba all hace unos das, se trata de algo que ha aterrizado. - A menos que se trate de un henar recubierto con una lona muy blanca - propuso alguien. El jefe de la polica solt un bufido. - Observe la escala, amigo, y la forma. Su tamao es al menos el de una docena de henares. - Pero entonces, qu diablos es? - pregunt el comandante. Uno tras otro, estudiamos el documento con ayuda de una lupa. - No han podido tomar ustedes una foto a menos altitud? - pregunt el comandante del Servicio de inteligencia. - Intentando hacerlo es cmo hemos perdido el aparato - respondi secamente su colega del Ejrcito del Aire. - Qu altura debe tener esta cosa... esta zona en cuestin? - pregunt alguien. El comandante de aviacin se encogi de hombros. - Podramos saberlo si volramos a travs de ella - dijo -. Esto - aadi, golpeando la foto con un dedo - ha sido tomado a tres mil metros. La tripulacin no ha observado ningn efecto a esta altura. El coronel Latcher carraspe. - Dos de mis oficiales han aventurado que la zona de influencia poda tener forma hemisfrica - dijo.

- Es muy posible - acept el comandante de aviacin -. Al igual que puede ser romboidea, o dodecadrica. - He sabido - dijo suavemente el coronel - que han observado los pjaros que volaban por los alrededores, determinando as el punto donde comenzaban a ser afectados. Pretenden haber establecido que el borde de la zona no se eleva verticalmente como un muro, es decir no se trata en absoluto de un cilindro. Los bordes se contraen ligeramente. Y han llegado a la conclusin de que debe tener forma de cpula o cnica. Dicen que las pruebas que han realizado les hacen inclinarse ms hacia la solucin hemisfrica, pero deben trabajar en un segmento demasiado pequeo de un arco demasiado grande para estar seguros de ellos. - Bueno, esa es la primera contribucin prctica que hemos tenido desde hace un tiempo - reconoci el comandante de aviacin. Reflexion unos instantes -. Si tienen razn con respecto al hemisferio, esto dara un techo de aproximadamente mil quinientos metros sobre el centro. Supongo que no han tenido idea aceptada respecto cmo establecer esto sin perder otro aparato. - A decir verdad - dijo el coronel socarronamente -, uno de mis hombres ha sugerido algo: un helicptero podra llevar colgado un canario, dentro de una jaula por supuesto, al extremo de un cable de un centenar de metros, e ir descendiendo poco a poco. Evidentemente, es algo que parece un poco... - No - dijo el comandante de aviacin -, la idea no es mala. Me atrevera a decir que procede del mismo tipo que ha levantado el permetro de la zona. El coronel Latcher asinti con la cabeza. - Su programa de guerra ornitolgica no est mal del todo - coment el comandante. de aviacin -. Creo que quiz podramos encontrar algo ms efectivo que el canario, pero le quedamos reconocidos por la idea. Es un poco tarde para hoy. Lo preparar todo para maana por la maana, y har tomar fotos a la altitud ms baja posible mientras la luz sigue siendo buena. El oficial del Servicio de Inteligencia rompi su silencio. - Necesitamos bombas - dijo pensativamente -. Bombas de fragmentacin tal vez. - Bombas? - pregunt el comandante de aviacin, frunciendo el ceo. - No estara mal el tener algunas a nuestra disposicin - Nunca se sabe lo que pueden tener los ruskis la cabeza. Quiz sera una buena idea tomar esto como blanco. Impedirle que se vaya. Darle una buena sacudida para poder verlo desde ms cerca. - Todava es demasiado pronto para utilizar medidas extremas - respondi el jefe de polica -. No cree que sera preferible cogerlo intacto si ello es posible? - Quiz s - asinti el comandante del Servicio de inteligencia -. Pero mientras esperamos le permitimos precisamente proseguir lo que se propone, mientras nos mantiene alejado con ese no - s - qu. - No acabo de ver lo que podra venir a hacer a Midwich - aventur otro oficial -, a menos que, y eso es lo que creo, se haya visto obligado a hacer un aterrizaje forzoso, y que utilice este medio de proteccin para impedir que lo molesten mientras efecta sus reparaciones. - Hay la Granja... - observ alguien. - Cuanto ms pronto obtengamos el permiso para ponerlo fuera de combate, mejor, ser - dijo el comandante -. De todos modos, no tiene nada qu hacer en nuestro territorio. Nuestro autntico objetivo es, por supuesto, que no se vaya. Esto es lo ms interesante. An descartando el propio objeto, esta pantalla protectora podra sernos extremadamente til. Voy a tomar todas las medidas necesarias para aduearme de la situacin desde todos los ngulos: con este condenado objeto intacto si es posible... pero incluso averiado si no queda otro remedio. Hubo una larga discusin, pero sin excesivo resultado, ya que gran parte de los presentes no parecan ser partidarios ms que de mantener una misin de observacin y

de informacin. La nica decisin que recuerdo fue la de lanzar cada hora bengalas con paracadas, con fines de observacin, y que al da siguiente el helicptero deba intentar tomar fotos ms reveladoras. Aparte esto, no se lleg a nada definitivo al fin de la conferencia. Realmente, no vea el motivo por el que haba sido llevado all, ni tampoco en el fondo, por qu estaba all Bernard, ya que no haba contribuido de ningn modo a la conferencia. De regreso, en el coche, le pregunt: - Es indiscreto preguntarte cul es tu papel ah? - Te dir que tengo inters profesional. - La Granja? - S. La Granja forma parte de mis atribuciones, y naturalmente todo lo sospechoso que exista en sus alrededores nos interesa. Se podra calificar este asunto de muy sospechoso, no crees? Yo tena ya buenas razones para sospechar, por el modo como se haba presentado en la conferencia, que el nosotros poda ser los Servicios de Informacin del ejrcito en general o ms precisamente su departamento dentro de este Servicio. - Crea - dije que eran los Servicios Especiales quienes se ocupaban de este tipo de asuntos. - Hay varias formas de ver esto - dijo en tono vago, y cambi de tema. Conseguimos encontrarle una habitacin en el guila, y cenamos juntos los tres. Haba esperado que, despus de cenar, mantendra su promesa de darnos las explicaciones de que nos haba hablado, y aunque hablamos de un montn de cosas, incluido Midwich, qued claro que evitaba cuidadosamente toda nueva alusin a su inters profesional en el asunto. Pese a eso fue una velada agradable, que me hizo reflexionar en la equivocacin que representa el no mantener un contacto regular con los amigos de uno. Durante la velada, llam dos veces por telfono a la polica de Trayne para saber si se haba producido un cambio en la situacin de Midwich, pero en ambas ocasiones me respondieron que no haba absolutamente nada nuevo. Tras la segunda llamada, decidimos que era intil aguardar ms, y tras un ltimo vaso fuimos a acostarnos. - Un hombre encantador - dijo Janet, una vez hubimos cerrado la puerta a nuestras espaldas -. Sinceramente, tema que esto se convirtiera en una reunin de antiguos combatientes, lo cual resulta bastante aburrido para las esposas, pero no ha habido nada de esto. Para qu se te ha llevado esta tarde? - Eso es lo que me estoy preguntando - confes -. Pareca como si tuviera alguna secreta intencin, y an se ha vuelto ms reservado desde que hemos entrado realmente en materia. - Es realmente muy extrao - dijo Janet, como si se sintiera impresionada de nuevo por el asunto -. No te dio ninguna explicacin? - Ni l ni ningn otro del grupo - le asegur -. Lo nico que parece que saben es lo que nosotros mismos hayamos podido decirles... y no pareca importarles mucho. Tienen sus propias ideas al respecto, y de hecho de que el asunto te afecte o deje de afectarte a ti parece tenerles sin cuidado. - Pues es una buena noticia - dijo ella -. Esperemos que a la gente de Midwich la cosa no les haya afectado ms que a nosotros. El 28 por la maana, mientras nosotros an dormamos, un oficial de meteorologa emiti la opinin de que la neblina iba a disiparse rpidamente en Midwich, y una tripulacin compuesta por dos aviadores subi a bordo de un helicptero. Les fue entregada una jaula metlica conteniendo una pareja de hurones, animados pero perplejos, tras lo cual el aparato despeg y gan altura rpidamente. - Creen que dos mil metros es una altitud segura - observ el piloto -, pero para estar seguros subiremos a dos mil quinientos. Si todo va bien, iremos descendiendo gradualmente.

El observador dispuso todo su material y se ocup en preparar la jaula con los hurones, hasta que el piloto dijo: - Adelante. Puedes echar la sonda, y haremos nuestra primera travesa a dos mil quinientos. La jaula fue largada. El observador dej que el cable se desenrollara un centenar de metros. El aparato se situ en posicin, y el piloto inform a la base de que iba a hacer una travesa preliminar por encima de Midwich. El observador estaba echado en el suelo de la carlinga, examinando los hurones con ayuda de unos prismticos. Por ahora se portaban estupendamente, dando vueltas sin cesar en la jaula. Apart de ellos los prismticos por un momento y los enfoc hacia el pueblo. Entonces: - Hey, capitn - dijo. - Uh? La cosa que se supona debamos fotografiar al lado de la abada. - Qu ocurre con ella? - Bueno, o era un espejismo... o se ha ido - dijo el observador. CAPTULO V - MIDWICH REVIVE Ms o menos en el mismo instante en que el observador efectuaba este descubrimiento, los hombres de guardia en la carretera Stouch-Midwich se dedicaban a pruebas de rutina. El sargento de servicio arroj un terrn de azcar al otro lado de la lnea blanca que atravesaba la carretera, y observ al perro que, con su larga lengua colgante, corra detrs. El perro se meti el terrn de azcar en la boca y lo mastic. El sargento mir atentamente al perro durante un momento, y luego se acerc precavidamente a la lnea. Dud un instante, luego la franque. No ocurri nada. An no muy seguro, dio unos cuantos pasos ms. Una media docena de cornejas empezaron a graznar. Contempl como alzaban tranquilamente el vuelo hacia Midwich. - Hey, vosotros, los de transmisiones! - grit -. Informad al cuartel general de Oppley. Zona afectada reducida o quiz incluso desaparecida por completo. Confirmaremos despus de realizar pruebas completas. Unos minutos antes, en Kyle Manor, Gordon Zellaby se estir, entumecido, lanzando una especie de gruido. Se dio repentinamente cuenta de que estaba tendido en el suelo, y tambin de que la habitacin, haca solo un instante brillantemente iluminada y caliente, incluso demasiado, estaba ahora oscura y desagradablemente fra. Se estremeci, pensando que nunca haba sentido tanto fro. Estaba tan entumecido que se quejaban todas sus fibras. Son un ruido en la oscuridad: alguien que se mova. Oy la temblorosa voz de Ferrelyn: - Qu ha ocurrido? Pap?... Anthea?... Dnde estis?... Zellaby consigui mover su adormecida mandbula. - Estoy aqu, casi helado. Anthea, querida?... - Aqu, Gordon - murmur la insegura voz de Anthea a sus espaldas. Tendi la mano y toc algo, pero sus dedos demasiado insensibles no le permitieron saber el que. Alguien se movi en la habitacin. - Dios mo, estoy entumecida. Oh, cielos! - se lament la voz de Ferrelyn - Oh-o-o-oh! Ay! Tengo las piernas que no las siento! Se detuvo un instante. Luego: - Qu es ese ruido, pap? - Cre... creo que son m... mis clien... tes - dijo Zellaby haciendo un esfuerzo.

Se oy de nuevo un ruido de movimiento, y luego alguien tropez. Despus, con un ruido de anillas al ser corridas, la cortina de la ventana se apart y dej entrar en la estancia una luz griscea. Los ojos de Zellaby se dirigieron hacia la chimenea. mir, incrdulo. Haca tan slo un instante haba esto un nuevo tronco en el fuego, y ahora no haba ms que unas pocas cenizas. Anthea, sentada en la alfombra a un metro de l, y Ferrelyn junto a la ventana, tenan tambin sus ojos fijos en la chimenea. - Pero qu demonios?... - empez Ferrelyn. - El champn? - sugiri Zellaby. - Oh, vamos, pap! Las articulaciones de Zellaby gimieron cuando intent levantarse. Era demasiado doloroso. Prefiri permanecer unos instantes inmviles mientras se repona. Ferrelyn se dirigi titubeando hacia la chimenea. Adelant una mano y permaneci all, temblorosa. El fuego est apagado - dijo. Intent coger el Times que haba en la silla, pero entumecidos dedos se negaron. Lo mir con aire miserable, luego consigui arrugarlo entre sus torpes dedos y meterlo en el hogar. Sirvindose tambin de las dos manos, logr tomar algunas ramas secas y dejarlas caer sobre el papel. Su torpeza con los fsforos le hizo casi llorar. - Mis pobres dedos - gimi dolorosamente. En sus esfuerzos, las cerillas se desparramaron por hogar. De todos modos consigui encender una raspndola contra la caja. La aplic al papel que se sala emparrillado y consigui que prendiera. Otras cerillas de las desparramadas se encendieron tambin, y las llamas estallaron en una flor maravillosa. Athea se levant y se acerc, arrastrando una pierna. Zellaby hizo lo mismo, a gatas. La madera comenz a chisporrotear. Se inclinaron hacia la chimenea, vidos de calor. El entumecimiento de sus envarados dedos cedi paso poco a poco a un hormigueo. Al cabo de un instante, la mente de Zellaby comenz a dar signos de vida. - Curioso - murmur, intentando dominar el persistente entrechocar de sus dientes -. Es extremadamente curioso el que haya tenido que vivir hasta esta avanzada edad antes de darme cuenta de lo justificada que est la adoracin del fuego. En las dos carreteras de Oppley y de Stouch haba un gran estruendo de motores ponindose en marcha y calentndose. Dos columnas de ambulancias, coche de bomberos, coches de la polica, jeeps y camiones militares, comenzaban a converger hacia Midwich. Se encontraron en la plaza central. Los transportes civiles se detuvieron y sus ocupantes salieron de ellos. Los camiones militares se dirigieron en su mayor parte hacia Hickham Lane, en direccin a la abada. Con la excepcin de un pequeo coche rojo, que se sali de la fila y tras recorrer el camino de grava, se detuvo ante Kyle Manor. Alan Hughes se precipit en el despacho de Zellaby, arranc a Ferrelyn de su lugar, acurrucada ante el fuego, y la estrech muy fuerte entre sus brazos. - Ests bien? - dijo Alan casi sin aliento -. Querida! Te encuentras bien? - Querido! - grit Ferrelyn por toda respuesta. Gordon Zellaby los mir discretamente por uno instantes y luego observ: - Nosotros tambin nos encontramos bien, eso creemos, aunque un poco aturdidos. Tambin estamos algo entumecidos. Cree usted que...? Alan pareci darse cuenta de pronto de su presencia. - Esto... - comenz, y luego se interrumpi cuando las luces se encendieron de pronto . Oh, Dios, las bebidas calientes, rpido! - y se fue, arrastrando con l a Ferrelyn. - Unas bebidas calientes, rpido - murmur Zellaby -. Una simple frase, pero tan dulce a los odos. - Anthea, querida, si tus manos estn ya lo suficientemente recuperadas como para abrir una puerta y tomar una botella y unas copas, el coac est en su lugar acostumbrado.

Y as, cuando nosotros descendimos para el desayuno, a quince kilmetros de all, fuimos recibidos con la noticia de que el coronel Westcott haba salido hace una o dos horas, y que Midwich estaba de nuevo tan despierto como le era posible estar. CAPTULO VI - MIDWICH SE TRANQUILIZA Haba an un retn de la polica en la carretera de Stouch, pero como habitantes de Midwich pasamos sin dificultad. Alcanzamos nuestra casa sin ms problemas, despus de haber atravesado un pueblo que pareca el de siempre. Ms de una vez nos habamos preguntado en qu estado encontraramos todo, pero pudimos observar que nos habamos alarmado intilmente. Nuestra casa estaba intacta y tal como la habamos dejado. Entramos y nos instalamos en ella exactamente como habamos tenido intencin de hacerlo la vspera, sin el menor inconveniente, salvo que la leche que habamos dejado en la nevera se haba estropeado, ya que haba habido un corte de corriente. Hubiramos podido afirmar incluso, una media hora despus de nuestro regreso, que los acontecimientos de la vspera empezaban a volverse irreales; y cuando salimos para hablar con nuestros vecinos, descubrimos que para ellos, que realmente se haban visto mezclados en el asunto, este sentimiento de irrealidad era an mucho ms pronunciado. Por otro lado, no haba de qu sorprenderse por ello, ya que, como haca notar Zellaby, su conocimiento del asunto estaba limitado al hecho de que se haban ido a la cama una noche y que una maana se haban despertado transidos de fro: por lo dems, deban creer lo que se les deca. Deban creer que se haban saltado un da completo, ya que era improbable que el resto del mundo hubiera sido vctima de una alucinacin colectiva; pero, en cuanto a ellos, la experiencia no tena ningn valor puesto que faltaba en ella, la condicin fundamental, es decir el conocimiento. Es por ello por lo que decidi desinteresarse del asunto y hacer de sus das, los cuales por otro lado solan pasar siempre demasiado aprisa, incluso en su transcurso normal Dicho rechazo result durante algn tiempo de una sorprendente facilidad, ya que era dudoso que el asunto - incluso si no hubiera sido tapado por las densas redes del Decreto de Secretos Oficiales - hubiera podido proporcionar a los peridicos materia sensacionalista. Era en efecto un material que, pese a su primera apariencia prometedora, no ofreca nada sustancial. Se haban producido en total once accidentes, y se hubiera podido extraer algo de ellos, pero faltaban los detalles propicios para excitar a un pblico acostumbrado ya a todo, y los relatos de los supervivientes estaban desoladoramente desprovistos de elementos dramticos. Todo lo que podan contar se resuma en sus recuerdos de un glacial despertar. Fue por ello por lo que nos fue posible hacer balance de nuestras prdidas, curar nuestras heridas y, de un modo general, recuperarnos de esta experiencia, conocida ms tarde con el nombre de El Da Negro, con una sorprendente tranquilidad. Estos fueron nuestros once accidentes fatales: el seor William Trunk, obrero agrcola, su mujer y su hijo de corta edad, perecieron en el incendio de su casa. Una pareja de avanzada edad, cuyo nombre era Stagfield, haba hallado la muerte en la otra casa que se incendi. Otro obrero agrcola, Herbert Flagg, haba sido descubierto, muerto de fro, en las proximidades difcilmente explicables de las escaleras de entrada del domicilio de la seora Harriman, cuyo marido estaba en aquellos momentos en la tahona. Harry Bankhart, uno de los dos hombres que los observadores haban podido ver desde el campanario de Oppley tendidos ante la Hoz y la Piedra, fue encontrado tambin muerto de fro. Los otros cuatro eran todos los personas de edad en quienes ni las sulfamidas los antibiticos consiguieron detener el curso de sus neumonas.

El seor Leebody hizo celebrar el domingo siguiente un servicio de accin de gracias en nombre de todos los supervivientes. Contrariamente a lo habitual, la asistencia al acto fue numerosa. Una vez terminada aquella ceremonia y los ltimos funerales, a todo el mundo le pareci que lo ocurrido no haba sido ms que un sueo. Es cierto que, durante una o dos semanas, algunos soldados permanecieron por los alrededores, y que haba una gran circulacin de vehculos oficiales, pero el centro de inters no se hallaba en el pueblo en s, o visiblemente por el lado de las ruinas de la abada, donde fue establecida una guardia para proteger una enorme depresin en el suelo, que abundaba en la definitiva conclusin de que un aparato de grandes dimensiones haba permanecido apoyado all por un tiempo. Los ingenieros midieron el fenmeno, levantaron croquis y tomaron fotos. Tcnicos de todas clases la atravesaron en todos sentidos, llevando detectores de minas, contadores Geiger y otros sutiles instrumentos. Luego, de pronto, los militares perdieron todo inters en el asunto y se retiraron. La investigacin en la Granja dur mucho tiempo y entre los que estaban a su cargo se hallaba Bernard Westcott. Vino a vernos varias veces, pero no nos dijo nada de lo que pasaba ni nosotros se lo preguntamos. No sabamos al respecto ms que todo el resto del pueblo, es decir que estaba llevando a cabo una investigacin. Hasta la noche misma en que esta hubo terminado, y despus de anunciar su partida para Londres al da siguiente, no habl casi en absoluto del Da Negro y de sus consecuencias. Luego, tras un silencio en la conversacin, dijo: - Tengo una proposicin que haceros. A los dos, si os interesa. - Veamos de qu se trata - dije. - Esencialmente es esto: Creemos que es muy importante que mantengamos nuestra observacin de Midwich durante algn tiempo, para saber lo que pasa. Podramos introducir en el pueblo uno de nuestros hombres para que no tuviera al corriente, pero esto presenta ciertos problemas. Por otro lado, tendra que partir de cero, y se necesita un cierto tiempo para que un extrao se integre en la vida de un pueblo. Adems, es dudoso que podamos justificar el hecho de destacar a un buen elemento para un trabajo a tiempo completo aqu, en el momento actual, y por otro lado, si no se dedicara a ello a tiempo completo, es tambin dudoso que pudiera ser de alguna utilidad. Por el contrario, si pudiramos encontrar a alguien de confianza, que conociera ya el lugar y sus gentes para mantenernos al corriente del posible desarrollo de los acontecimientos, la cosa sera ideal. Qu piensas t al respecto? Reflexion un momento. - No gran cosa, a primera vista - dije -. Todo depende de lo que comporte el trabajo en s. Mir brevemente a Janet. Ella dijo, ms bien framente: - Dira que se nos est pidiendo que espiemos a nuestros amigos y a nuestros vecinos. Creo que un espa profesional hara mejor el trabajo. - Esta es nuestra casa - dije, apoyando a Janet. Inclin la cabeza como si hubiera esperado esta respuesta. - Os consideris miembros de esta comunidad - dijo. - Lo intentamos, y creo que comenzamos a conseguirlo - dije yo. Inclin nuevamente la cabeza. - Es bueno - dijo -. Es bueno que comencis a sentir que tenis obligaciones hacia ella. Precisamente necesitamos a alguien que se interese por ella, que la vigile. - No veo exactamente por qu. Me atrevera a decir que se ha desenvuelto por s misma perfectamente durante algunos siglos... o al menos dira que la vigilancia de sus propios habitantes ha sido suficiente.

- S - convino -. Es completamente exacto... hasta hoy. Pero a partir de ahora necesita una proteccin exterior. Y me parece que el mejor medio de drsela depende en gran parte de nuestra exacta informacin. - Qu tipo de proteccin? Y contra qu? - En primer lugar, de los curiosos. Muchacho, crees realmente que es por casualidad de los peridicos no se han ocupado en absoluto de Midwich despus del Da Negro? Crees que es normal el que los periodistas no hayan metido aqu sus narices para publicar hasta los ltimos secretos de cada uno de vosotros una vez todo hubo vuelto a la normalidad? - Por supuesto que no - respond -. Saba naturalmente que haba consignas de seguridad... t mismo me lo dijiste. Y no me sorprendi en lo ms mnimo. No s lo que pasa en la Granja, pero s s que no se habla de las cosas que ocurren all dentro. - No fue solamente la Granja la que cay en un profundo sueo - hizo notar -, sino todo lo que haba en dos kilmetros a la redonda. - Pero la Granja estaba dentro de este radio. Sin duda era el objetivo. Es muy probable que esa influencia, sea de la naturaleza que sea, no pueda extenderse sobre un radio de accin reducido, o tal vez sus autores, sean quienes sean, creyeron que era ms seguro darse este margen. - Eso es lo que cree el pueblo? - pregunt. - En gran parte... con algunas variantes. - Este es exactamente el tipo de informacin que quiero tener. Le echan la culpa de todo a la Granja, no? - Naturalmente. Qu otra razn podra existir para que esto ocurriera en Midwich? - Bien, supongamos que te digo que tengo razones para creer que la Granja no tiene nada que ver con ello. Y que nuestras ms minuciosas investigaciones han confirmado esta idea. - Pero entonces todo sera absurdo - protest. - Quiz no. No puede considerarse un accidente como un hecho absurdo. - Un accidente? Quieres decir un aterrizaje forzoso? Bernard se encogi de hombros. - No puedo decrtelo. Creo que el accidente real fue el que este aterrizaje forzoso se produjera en las inmediaciones de la Granja. He aqu a donde quiero llegar: ms o menos casi todo el mundo en el pueblo ha sido expuesto a un fenmeno curioso y muy poco habitual. Y ahora, tanto vosotros como el resto del pueblo se lo toma como si todo hubiera acabado por completo. Por qu? Janet y yo le miramos sorprendidos. - Bueno - dijo ella -. Vino y se fue... entonces, por qu no habra de haber terminado? - Simplemente vino, no hizo nada, se fue de nuevo, y no ha producido el menor efecto? - No lo s. Ningn efecto visible al menos, aparte los accidentes, por supuesto, y afortunadamente para los que los sufrieron ni siquiera se enteraron de lo que ocurra - dijo Janet. - Ningn efecto visible - repiti l -. Actualmente, esto no quiere decir gran cosa, no? Todo el pueblo puede haber recibido por ejemplo una dosis peligrosa de rayos X, gamma o de algn otro tipo, sin efectos inmediatos visibles. No existe ninguna razn para preocuparse por ello, estoy dando nicamente un ejemplo. Si existiera algn tipo de radiacin latente, la habramos detectado. El caso no es este. Pero puede existir alguna cosa que seamos incapaces de detectar. Algo que nos es completamente desconocido, algo que tiene la propiedad de provocar llammosle un sueo artificial. Bien, se trata de un fenmeno notable desde todos los puntos de vista, suficientemente inexplicable, y ms bien alarmante. Tenis realmente la pretensin de sostener alegremente que un incidente tan curioso como este puede producirse, luego cesar, y no presentar ningn

efecto? Por supuesto, puede que sea as: que no tenga mayor efecto que un tubo de aspirinas; pero espero que estaris de acuerdo en que hay que tener los ojos bien abiertos para saber si este es realmente el caso o no. Janet vacil un poco en sus convicciones. - Quiere decir con esto que querra que nosotros o cualquier otro hiciera esto por usted? Observar y anotar el menor efecto? - Lo que querra obtener es una fuente de informacin fidedigna sobre el conjunto de Midwich. Quiero ser tenido al corriente da a da de cmo se desenvuelven aqu las cosas, a fin de que pueda, si es necesario, tomar todas las disposiciones tiles segn las circunstancias, y est en condiciones de tomarlas a tiempo. - Del modo como lo est presentando, le est dando al asunto un giro militar - dijo Janet. - En cierto sentido as es. Quiero un informe regular del estado de Midwich desde el punto de vista de la salud, actitud, moral de los habitantes, de modo que pueda supervisar paternalmente el pueblo. El espionaje queda fuera de mis objetivos. Hay que actuar de modo que yo pueda actuar en favor de Midwich en caso de que se presente la ocasin. Janet lo estudi atentamente por unos momentos. - Qu es lo que espera que llegue a ocurrir aqu, Bernard? - pregunt. - Es que habra hecho esas proposiciones si lo supiera? - respondi l -. Tom precauciones. No conocemos la naturaleza de lo ocurrido, como tampoco su actuacin. No podemos imponer una cuarentena sin motivos. Pero podemos intentar descubrirlos. Al menos, vosotros podis. Bien, qu decs? - No lo s - respond -. Danos uno o dos das para reflexionar, y te lo har saber. - Bien - dijo. Y pasamos a hablar de otras cosas. Janet y yo discutimos el asunto durante los siguientes das. Su actitud se haba modificado considerablemente. - Tienes algo en mente, estoy segura - deca -. Pero qu? Yo no lo saba. Pero ella insista: - De todos modos, no es como si nos pidiera que vigilramos a alguien en particular, no? Yo estaba de acuerdo sobre este punto. Y ella segua insistiendo: - No ser algo muy diferente del trabajo de un oficial Mdico encargado de Sanidad, no crees? No muy diferente, pens. Y an: - Si no lo hacemos nosotros, tendr que encontrar a algn otro. No veo realmente a quien podra encargrselo en el pueblo. No sera muy gentil por nuestra parte, sin contar la falta de eficacia, si por nuestra negativa tuviera que introducir a algn oficial en Midwich, no crees? Yo no tena ninguna razn para creer lo contrario. Es por ello por lo que, tomando en consideracin la estratgica situacin de la seorita Ogle en las comunicaciones, escrib, en lugar de telefonear, para decirle a Bernard que creamos que no haba el menor obstculo en nuestra colaboracin, siempre que pudiramos recibir una seguridad con respecto a un par de detalles. En su respuesta, Bernard nos propuso concertar una entrevista para cuando furamos en nuestro prximo viaje a Londres. Su carta no contena nada que hiciera suponer una urgencia, y simplemente nos peda que mantuviramos los ojos bien abiertos mientras aguardbamos. Eso es lo que hicimos. Pero no observamos gran cosa. Dos semanas despus del Da Negro, la placidez de Midwich no se haba turbado ms que por algunos vagos remolinos. La pequea minora que pensaba que los Servicios de Seguridad les haban rehusado el convertirse en una gloria nacional y el aparecer con fotos en los peridicos se haba conformado: el resto se senta feliz de que la interrupcin de sus hbitos no hubiera revestido la menor importancia. La opinin local estaba tambin dividida con respecto a la

Granja y sus ocupantes. Una parte sostena que este lugar tena que tener alguna relacin con el suceso, y que, si no fuera por sus misteriosas actividades, el fenmeno no hubiera visitado jams Midwich. La otra parte consideraba la influencia de la Granja como una especie de bendicin. El seor Arthur Crimm, O.B.E., el director de la Granja, tena arrendada una de las propiedades de Zellaby, y Zellaby, al encontrarlo en una ocasin, expres la opinin ms extendida afirmando que el pueblo deba mostrar su reconocimiento hacia su departamento. - Sin su presencia, y consecuentemente el inters de los servicios de Seguridad - dijo -, sin duda hubiramos tenido que sufrir una serie de tribulaciones mucho ms inoportunas que el Da Negro. Nuestra vida privada hubiera sido arrasada, nuestras susceptibilidades hurgadas por las tres furias modernas, esa horrible asociacin de la palabra impresa, la palabra grabada y la imagen. Es por eso por lo que, haya pasado que haya pasado, puede al menos estar usted seguro de nuestra gratitud por el hecho de que Midwich haya visto su ritmo de vida sin cambios y prcticamente intacto. La seorita Polly Rushton, que era casi la nica persona que se hallaba de visita en la regin en aquellos momentos, permaneci hasta el fin de sus vacaciones en casa de sus tos, y regres luego a su casa en Londres. Alan Hughes se enfureci al saber no solo que haba sido transferido al norte de Escocia, sino que adems haba sido incluido en una lista de desmovilizacin mucho ms tarda de lo que haba esperado. Y pasaba una gran parte de su tiempo all, disputando, documentos en mano, con el secretario de su regimiento, mientras pasaba el resto de su tiempo manteniendo al da su correspondencia con la seorita Zellaby. La seora Harriman, la mujer del panadero, despus de haber pensado en una montaa de circunstancias poco convincentes que explicaran el descubrimiento del cadver de Herbert Flagg en su jardn, se refugi en un ataque de histeria y atormentaba a su marido con todo su pasado conocido o sospechado. Casi todos los dems reanudaron su ritmo de vida habitual. As pues, tres semanas ms tarde, aquel asunto no era ms que un incidente histrico. Incluso los monumentos funerarios que lo jalonaban hubieran podio - al menos, una buena mitad de ellos - no sorprender a nadie, ya que haban recibido inmediatamente explicaciones naturales. La nica viuda recin creada, la seora Bankhart, super bastante bien la tragedia, y no mostr la menor intencin de dejarse deprimir o que su carcter se agriara ante su nueva condicin. De hecho, Midwich se haba simplemente removido - en unas circunstancias algo inhabituales tal vez - por tercera o cuarta vez en el transcurso de su milenaria somnolencia. Y ahora llego a una dificultad tcnica, puesto que este libro, como ya he explicado, no es mi historia sino la de Midwich. Si tuviera que consignar aqu mis informaciones en el orden en que estas llegaron hasta m, tendra que dar saltos hacia adelante y hacia atrs en el tiempo, cuyo resultado sera una mezcolanza casi incomprensible de incidentes desordenados en los que los efectos preceden a las causas. Es por ello por lo que debo disponer mis informaciones olvidando completamente los momentos y las fechas en que llegaron hasta m, y situarlas en un estricto orden cronolgico. Si este mtodo tiene por efecto dar la impresin de una sobrenatural e inquietante presciencia en el narrador, ruego al lector que lo acepte con la seguridad de que no se trata, en este caso, ms que del producto de una visin retrospectiva de los hechos. Por ejemplo, no fue la observacin cotidiana sino la investigacin que se realiz ms tarde la que revel que, poco despus de que el pueblo hubiera vuelto a la normalidad, algunas crisis localizadas y algunos desarreglos interrumpieron su caracterstica tranquilidad. Se podra situar este hecho hacia finales de noviembre e incluso principios de diciembre, aunque tal vez en algunas zonas se produjo antes. Es decir, aproximadamente en el momento en que la seorita Ferrelyn Zellaby mencion, en el

devenir de su correspondencia casi diaria con el seor Hugues, que una sospecha al principio frgil se haba precisado en ella de forma inquietante. En una carta que no se podra calificar de muy coherente, explic - o tal vez debera decir dio a entender - que no saba cmo haba podido ocurrir, y que de hecho, segn todo lo que haba aprendido, era imposible - y era por eso precisamente, por lo que no lo comprenda en absoluto -, pero no por ello dejaba de ser menos cierto que, de alguna misteriosa manera, pareca que en su interior se haba iniciado la gestacin de un beb. Sin embargo, a decir verdad, la palabra pareca no era en realidad el trmino adecuado, ya que en el fondo estaba absolutamente segura de ello. Es por ese motivo precisamente por el que le peda solicitara un fin de semana de permiso, deba confesar que aquel era un motivo realmente serio para que ambos tuvieran una profunda conversacin. CAPTULO VII - ALGO OCURRE EN MIDWICH De hecho, la investigacin demostr que Alan no fue el primero en tener noticias de Ferrelyn. Ella se haba sentido ya intrigada y preocupada durante un cierto tiempo, y dos o tres das antes de que le escribiera decidi que haba llegado el momento de desvelar el asunto a su familia: en primer lugar, necesitaba imperiosamente consejos y explicaciones que ninguno de los libros que consultaba pareca poderle dar; por otro lado, estimaba que actuar as era ms digno que callarse esperando a que alguien lo adivinara. Anthea, decidi, era la primera persona a la que tena que poner al corriente; su madre tambin, por supuesto, pero un poco ms tarde, cuando hubiera tomado ya una decisin, ya que aquella era una de las circunstancias en las que su madre poda mostrarse demasiado intransigente. La decisin, de todos modos, haba sido ms fcil de tomar que de decidir ponerla en marcha. Por la maana del mircoles, Ferrelyn haba dado forma a su decisin. En un determinado momento del da, en el transcurso de una hora tranquila, tomara a Anthea suavemente aparte para explicarle lo que la atormentaba. Por desgracia, a lo largo de aquel mircoles pareci no haber ni un solo momento en que nadie estuviera realmente tranquilo. Por una u otra razn, el jueves por la maana no se mostr propicio, y por la tarde Anthea tena una reunin de la liga femenina, de la que regres con aire cansado. Hubo un momento propicio el viernes, pero sin embargo no se trataba realmente de un tema que se pudiera plantear mientras su padre haca los honores del jardn a un invitado a comer, antes de conducirlo a tomar una taza de t. Fue as como, pese a su buena voluntad, Ferrelyn se levant el sbado por la maana con su secreto an para ella sola. Es absolutamente preciso que hable con ella hoy, incluso si todo se opone a ello. No se puede ir arrastrando una cosa as durante semanas y semanas, se dijo firmemente mientras se arreglaba. Gordon Zellaby estaba terminando su desayuno cuando ella se sent a la mesa. Acept distradamente su beso matutino, y se fue como de costumbre a dar un rpido paseo alrededor del jardn para dirigirse luego a su estudio a fin de proseguir su Obra. Ferrelyn comi6 su cereal, bebi un poco de caf, y acept un huevo con tocino. Tras dos pequeos bocados, rechaz el plato con una tal decisin que Anthea vio interrumpidas sus propias reflexiones. - Qu ocurre? - pregunt Anthea, al otro extremo de la mesa -. El huevo no es fresco? - Oh, no! El huevo no est malo dijo Ferrelyn -. Simplemente, no siento demasiado apetito hacia los huevos esta maana. Aquello no pareca interesar excesivamente a Anthea. Ferrelyn haba esperado vagamente que Anthea se preguntara por qu. Una voz interior pareca susurrarle a

Ferrelyn: Por qu no ahora? Despus de todo, el momento no tiene nada que ver con el asunto, no? As pues, contuvo el aliento y, para conducir suavemente a la otra mujer al tema dijo: - Sabes, Anthea? Esta maana no me he sentido muy bien. - Ah, s? Realmente? - dijo s