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INVIERNO 2000-2001 • REVISTA DEL INSTITUTO ALICANTINO DE CULTURA "JUAN GIL-ALBERT"« NUM. 43 • 2.800 pías.
EL SIGLO XIX EN ALICANTERafael Zurita Aldeguer
Jesús Millan Pedro Díaz Marín
Rosa Ana Gutiérrez Lloret Rosa Castells
Fernando Polo Villaseñor Daniel Sanz Alberola
Salvador Palazón Ferrando Josep Bernabeu Mestre Enrique Perdiguero Gil
José Ramón Navarro Vera Gregorio Canales Martínez
Fermín Crespo Rodríguez Alicia Mira Abad
Ana Melis Maynar
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■mmraimi««DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE ALICANTE
"CANELOBRE" es una publicación del Instituto Alicantino de Cultura "Juan Gil-Albert",
Organismo Autónomo de la Diputación Provincial de Alicante
Número 43 Invierno 2000-2001
2.800 pías.
Depósito Legal: A. 227-1984I.S.S.N. 0213-0467
CANELOBRE
DIRECTOR:JORGE A. SOLER DÍAZ
SECRETARIA:CARMEN MARIMÓN LLORCA
CONSEJO ASESOR:CAYETANO MAS GALVAÑ
ROSA Ma CASTELLS GONZÁLEZ ROSA Ma MONZÓ SEVA
JORDI COLOMINA I CASTANYER JOSÉ PAYÁ BERNABÉ
JOSÉ MANUEL PONS AGUILAR ÁNGEL L. PRIETO DE PAULA
DISEÑO:JOSÉ PIQUERAS LLOREN^ PIZÁ
Este número de Canelobre, tituladoEL SIGLO XIX EN ALICANTE
ha sido coordinado por Rafael Zurita Aldeguer.
Agradecimientos:El coordinador expresa su agradecimiento por la aportación
de información documental y fotográfica a:José Huguet, Susana Llorens, Carlos Mateo, Francisco Moreno,
Ma Jesús Paternina, Rafael Poveda y Roque Sepulcre
EL PAISAJE RURAL
Gregorio Canales Martínez
Fermín Crespo Rodríguez
EL PAISAJE RURALGregorio Canales ! Fermín Crespo
La agricultura de la primera mitad del siglo XIX sufre las adversidades derivadas de la Guerra de la Independencia. El inmovilis- mo general, consecuencia de las secuelas del Antiguo Régimen, se va a prolongar durante las primeras décadas, si bien las medidas liberalizadoras introducidas a par- tir de las Cortes de Cádiz y las disposicio
nes generadas años después, fueron la causa de un cambio radical que se hará realidad en la segunda mitad dels¡glo.
No hay que olvidar las modificaciones que se introdujeron en la propiedad y régimen de la tierra tras las leyes abolicionistas, desvinculadoras y desamortiza- doras propias de esta centuria. Las primeras convirtieron a los antiguos titulares de señoríos en grandes hacendados agrícolas al tiempo que permitieron a muchos colonos y enfiteutas transformarse en propietarios de pleno derecho; mientras que las desvinculadoras y desamorti- zadoras dieron lugar a que las tierras amortizadas en manos de la iglesia, de los municipios, la nobleza, la corona y otras instituciones, salieran al mercado libre y fuesen adquiridas por diversos grupos sociales, diseñándose así una nueva estructura en la propiedad de la tierra. También hay que tener presente la importante repercusión que tuvo para el agro alicantino, sobre todo para las tierras de secano y aquellas todavía improductivas la Ley de Colonias Agrícolas, cuyo objetivo aunaba por un lado la puesta en cultivo y el asentamiento de población campesina en áreas deshabitadas.
Además de los aspectos jurídicos hay que tener presentes otras transformaciones que se producen en este periodo y que serán la base del desarrollo del sector agrícola entrado el siglo XX. Entre ellas hay que tener en cuenta el paulatino abandono de las creencias religiosas como principio explicativo de determinadas adversidades meteorológicas, a favor de las teorías científicas, aspecto que se pone de manifiesto en la larga tradición popular de las rogativas. Continúa el impulso colonizador que emprendió el reformismo borbónico durante el setecientos coincidiendo con la Ilustración, como se pone de manifiesto con la desecación de la laguna de Villena. La intensificación de los cultivos y la transformación del secano va a ser un objetivo estratégico, que conllevará la construcción de un buen número de obras hidráulicaspara abastecer de caudales los campos. Asimismo el agua adquirirá un gran protagonismo debido a la aridez propia de la geografía alicantina unida a la ampliación de la superficie regada, será el origen de importantes conflictos y de demanda de nuevos aportes hídricos para mantener la riqueza creada. En el espacio rural la burguesía terrateniente construyó grandes mansiones residenciales destinadas al ocio, antecedente de una actividad que se desarrollará en la centuria siguiente coincidiendo con el turismo de masas. El fenómeno de las casas de recreo lo
vincula Madoz a mediados del siglo XIX a la presencia de una clase social alta que veraneaba en quintas de su propiedad. Cita el autor explícitamente las situadas en las inmediaciones de Alicante, El Campello, Muchamiel, Busot y Aguas de Busot, entre otras muchas poblaciones, dotadas de excelentes jardines.
Breves apuntes de Agricultura, de Esteban Forcadell y Calzada, 1894.
Las dificultades agrícolas de principios de siglo
El estancamiento de la agricultura alicantina durante la primera etapa del siglo XIX se recoge en el análisis elaborado por Roca deTogores y Carrasco titulado Memoria sobre el estado de la agricultura en la provincia de Alicante, publicado en 1848, que muestra el estado de decadencia general que padecía. La crisis de las primeras décadas sumió a las principales áreas agrícolas en una economía de autoabastecimiento agudizada por la carencia de alternativas laborales para los jornaleros, debido fundamentalmente a la falta de modernización de las estructuras industriales. Incluso el flexible sector de la artesanía sintió esta recesión, ante la decadencia de la manufactura sedera, de los productos elaborados con esparto y los derivados de la barrilla. De manera que las condiciones de vida se endurecieron con relación a las registradas a finales del siglo XVIII, hecho que motivó la toma de conciencia de clase por parte del creciente proletariado campesino.
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El trabajo del esparto. (Dibujo original de Pepe Gutiérrez).
Las penurias que pasaba este colectivo la refleja Roca de Togores en tres aspectos fundamentales. Baja retribución económica, larga jornada laboral y una alimentación inadecuada. En este sentido indica "la comida ordinaria de los labradores en todos los pueblos y distritos rurales de este partido (huerta de Alicante) es pan de cebada ó de maiz, cebollas, ajos, pimientos y tomates crudos, una sardina el día en que cavan ó hacen faena pesada, y los domingos y alguna noche entre semana, ensalada de nabo, col, acelga, etc., cocida. De esta ley no se escapa en la actualidad ningún labrador que no cuente con otro recurso que la labranza del pais". Pobre dieta para un colectivo sometido a intenso trabajo agrícola que se desarrolla de sol a sol, con una hora de descanso en invierno y dos en verano, además de los pequeños descansos de algunos minutos para fumar. Para buscar trabajo se organizaban en cuadrillas de ocho a diez personas, a cuyo frente se situaba un jefe que según la zona recibía distintas denominaciones (mayoral, manejero o capataz), que era el encargado de dirigir los trabajos y contratar la faena.
Ante esta situación de precariedad la única salida circunstancial consistía en la emigración temporal a otras regiones, incluso países. Así, eran frecuentes los desplazamientos de los braceros alicantinos a los campos de La Mancha y Aragón para la siega de los cereales, a la recolección de arroz en la vecina provincia de Valencia, incluso viajes de mayor duración a lugares más distantes, como el norte de Africa, donde existía una fuerte demanda de mano de obra en las colonias francesas. El exceso de brazos disponibles para las faenas agrícolas motivaba, según frases de Roca deTogores que "los obreros y trabajadores no tan sólo no faltan, sino que sobran, Hoy día hay más de 2.000 en el África francesa y se van sin cesar, y á poderlo hacer por tierra saldrían
10.000. En tiempo de siega salen para Andalucía, Extremadura y Castilla, de 2.000 á 2.500".
La carestía de los productos de primera necesidad, especialmente los cereales, se hizo patente en esta época, debido sobre todo al desarrollo de otros cultivos mediterráneos como la vid, la barrilla, y el cáñamo, fundamentalmente dirigidos a la exportación. La constante falta de trigo local en los mercados provocaba la adquisición del producto en otras zonas, aspecto que redundaba en que los precios fuesen prohibitivos para el campesinado. Esta situación lejos de mejorarse se agravaría en la segunda mitad del siglo XIX al intervenir una nueva variable: las altas tarifas ferroviarias. Su impacto en los costes fue determinante en el encarecimiento del trigo que, curiosamente era más económico si se traía desde el extranjero que transportarlo dentro de España de una provincia a otra.
De la tradición a la ciencia
A lo largo del siglo XIX todavía perviven en el mundo rural una serie de prácticas religiosas a modo de súplicas colectivas que se utilizaban para implorar la mediación divina y así superar las adversidades que afectaban a la agricultura. Se trata de las rogativas, dirigidas en cada localidad a la advocación religiosa protectora de la comunidad y en ocasiones a las específicas del sector agrícola. La celebración de este tipo de ceremonias pone de manifiesto una notable preocupación por parte de los organismos civiles y eclesiásticos y, en definitiva, del pueblo en general, que se volcaban en la organización del acto, lo que dio lugar a una conducta pautada y ritual que se manifestaba frente a las calamidades provocadas por sequías, plagas, inundaciones y terremotos, entre otros.
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EL PAISAJE RURALGregorio Canales ! Fermín Crespo
La siega. (Dibujo de Ortego, Museo Universal, 1868.)
Las rogativas seguían un esquema secuencial estructurado en fases, que en rara ocasión era alterado y que obedecía en una lógica basada en los convencionalismos y el funcionamiento burocrático de la época. Las etapas que jalonan este proceso eran las siguientes: ante el peligro que se perdiesen las cosechas, los labradores transmitían su preocupación al ayuntamiento; entonces esta institución trasladaba el malestar a las autoridades eclesiásticas. Entonces la iglesia decidía la oportunidad de la misma y la fecha de celebración.
El ritual de ceremonia por el que se optase en cada momento, permitía evaluar la gravedad de la crisis. La documentación historiográfica nos permite dividir en cuatro niveles, que van de leve a muy grave, la intensidad de la catástrofe: en el primero de los casos se procedía a la solicitud de oraciones públicas, mientras que en el caso extremo se culminaba con la procesión del intercesor por las calles de la población; entre ambos quedaban las calificaciones de moderada, cuando se realizaba una colecta en el interior de las iglesias, y grave cuando se exponía a la advocación religiosa protectora.
A lo largo de esta centuria se produce un cambio de mentalidad. Frente a la creencia de que los riesgos naturales eran castigo divinos debido a las malas acciones realizadas en algún momento por la comunidad, la ciencia abandona esos planteamientos y comienza a defender causas de tipo climático, biológico o de origen geológico. En este último grupo podemos señalar el terremoto de 1829 que afectó con gran intensidad a la Vega Baja del Segura, donde destruyó varias poblaciones que tuvieron que ser reedificadas de nuevo, como Almo- radí, Torrevieja, Benejúzar y Guardamar, entre otras. Ante una hecatombe de esa magnitud, las publicaciones religiosas explican el desastre como un escarmiento a los comportamientos humanos, fruto de la mano vengadora de un Dios Justiciero.
Un tartanero. Dibujo de Gustavo Doré.
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El espacio regado y la propiedad del agua
Rafael Altamira Crevea definió a la provincia de Alicante como un territorio pobre en aguas y escasamente lluvioso. Esta circunstancia motivó que desde antiguo se utilizasen los escasos recursos hídricos, principalmente procedentes de cauces con escaso caudal, de los numerosos ríos ramblas, así como de las irregulares aguas pluviales, todo ello motivó la construcción de pantanos, balsas y otras obras hidráulicas, para lograr un mayor rendimiento agrícola. Altamira, en su obra publicada en 1905 Derecho consuetudinario y economía popular de la provincia de Alicante, hace una detallada valoración de las formas de administración del agua en el pasado siglo. Su trabajo se centra especialmente en el hecho jurídico de la adscripción del agua de riego, y distingue dos niveles. Por un lado señala aquellas poblaciones en las que la propiedad del agua está separada de la tierra, y por tanto constituye un bien en sí mismo. Frente a esos núcleos individualiza aquellos en los que la propiedad del agua es inseparable de la propiedad de la tierra, este grupo está formado fundamentalmente por los municipios que forman la huerta del Segura.
A la hora de buscar las explicaciones de por qué se produce la disociación de dominio entre el agua y la tierra, aduce varias reflexiones: en unas ocasiones se debe a la desproporción entre el área regable y el volumen disponible de caudales superficiales, lo que alentó la búsqueda de nuevos alumbramientos de agua con un objetivo meramente mercantilista; en otras, partiendo de una situación inicial de vinculación entre el agua y la tierra, la escasa rentabilidad de los cultivos provocó su abandono por lo que el propietario prefirió negociar con los caudales de riego y conseguir un beneficio mayor que el obtenido con la explotación agrícola; y por último, en algunos casos hubo creación administrativa de lotes de agua separados desde un primer momento de la tierra.
La disgregación entre las propiedades del agua y la tierra, es especialmente significativas en las áreas regadas de la Huerta de Alicante, en Elche, Novelda, Petrer, Elda, Monforte, Crevillente, Ibi y Tibí, entre otras localidades. La venta de agua era una actividad diaria que se realizaba mediante boletos o subasta, de tanta importancia que en algunas de estas localidades era el propio alcalde el que dirigía las transacciones. El incremento de la presión de la demanda sobre los caudales de riego, provocó la constitución de sociedades, comunidades, que publicaron sus reglamentos para evitar conflictos y disputas entre los usuarios. A título de ejemplo se puede citar el Reglamento para el aprovechamiento de las aguas (1849) de la huerta de Alicante, modificado por las ordenanzas del Sindicato de Regantes (1865), que recoge la existencia de dos clases de agua, las viejas, no sujeta a la tierra, y las nuevas que sí lo estaban. De tal manera que en el artículo 7 del reglamento se señala que "no podrá legarse, donarse, venderse, permutarse, empeñarse, arrendarse ni transmitirse de ningún modo cantidad alguna de agua vieja á persona que no tenga nueva, ni cantidad alguna de ésta separadamente de las tierras que la tienen aneja". Pese a quedar recogido de forma expresa la vinculación del agua nueva a la tierra, la práctica habitual contradecía lo fijado jurídicamente.
De las áreas regadas existentes en la provincia de Alicante, la más importante tanto en extensión como en producción es la de la Vega Baja del Segura, espacio desarrollado a lo largo del río que le da nombre. Sus poblaciones son las que Altamira señala como prototipo de aquellas en las que el agua es inseparable de la tierra. Las Ordenanzas de Riego de la Huerta de Orihuela, que entraron en vigor en 1844, consignan con toda claridad en varios artículos la sujeción inquebrantable de los caudales a la superficie agrícola. En este marco, durante el siglo XVIII se realizaron importantes ampliaciones en la red de riego, actuaciones que sirvieron para consolidarlo y reducir los terrenos de almarjal que todavía existían. Un dato significativo del auge que cobra la superficie regada se pone de manifiesto si comparamos el recuento de la misma que aporta Cavanilles en 1757, con 124.331 tahúllas, cifra que crecería hasta 172.014 tahúllas, según se recoge en la detallada memoria elaborada por Juan Roca de Togores y Alburquerque y publicada en 1832. Para esa fecha ya se había completado la expansión de regadío en el llano aluvial del Segura. La terminación de la acción colonizadora supuso la definición de la estructura espacial de la huerta de Orihuela en cuanto a poblamiento, paisaje agrícola, red viaria e infraestructuras hidráulicas. Con respecto a este último aspecto, es de destacar la peculiaridad del sistema que organiza la distribución de las aguas en una densa red de riego y avenamiento debido a la existencia de un manto impermeable a escasa profundidad que impide la filtración del agua. Este doble circuito hídrico al que Madoz llamó confuso laberinto se establece en función de la distribución que se hace entre aguas vivas y muertas. Las primeras conducen las aguas de riego a través de multitud de acequias y las segundas recogen las aguas de drenaje y sobrantes en la red de azarbes. La profusión de canales que surcan la huerta llamó la atención de todos aquellos que describieron la comarca, que muestran la vega como una verde alfombra o como el jardín de España.
El abastecimiento de agua a la huerta de Alicante tuvo que hacer frente durante el siglo XIX, por un lado, a los problemas derivados de las sequías, y por otro, a las usurpaciones que del exiguo caudal del río Monegre hacían los regantes mediante presas ¡legales. Aunque se intentaron arbitrar soluciones que remediaran esta situación, como fue la construcción de un estanque en la entrada de la huerta -El Pantanet- y la búsqueda de nuevos aportes hídricos para el riego, no será hasta la centuria siguiente cuando estos problemas se resuelvan. Hay que destacar, sin embargo, los intentos por alumbrar aguas hipogeas y los proyectos irrealizados, de trasvasar caudales procedentes de las fuentes del Algar, así como del río Júcar, resucitando en este caso un viejo anhelo de tiempos de los primeros austrias. El proyecto del trasvase del agua del Júcar fue redactado por el arquitecto Juan Bautista Peyronet, quien presentó el estudio completo el 3 de septiembre de 1859 al gobierno de la nación . Según señala Altamira este trabajo no prosperó por la "oposición de los valencianos, y los alicantinos, particularmente los de la zona central (pues los de la ribera del Segura y los del montañoso N. están mejor dotados en este punto) han quedado reducidos á sus escasísimos medios naturales".
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Situada en el río Vinalopó se encuentra la presa de Elche, infraestructura hidráulica creada a finales del siglo XVI. Dos siglos después se encontraba en un lamentable estado de conservación, debido a que los légamos habían colmatado gran parte del vaso y por los daños que sufrió como consecuencia de una gran avenida acaecida en 1793. El pantano permaneció inservible hasta que el Ayuntamiento ilicitano decidió su reconstrucción en 1841. Estas obras se terminaron unos años después y aportó durante la segunda mitad del XIX una mayor seguridad al regadío de la zona, si bien a finales de esa centuria volvía a estar relleno de fango. Procesos similares por saturación de lodos conocieron otras presas como la de Elda que, construida a finales del siglo XVII, se encontraba inservible y arruinada antes de que concluyera el siglo siguiente. A pesar de que los regantes intentaron reconstruirla varias veces, no tuvieron éxito por falta de recursos económicos.
La colonización agrícola en zonas lacustres
El impulso de ganar nuevos terrenos para la agricultura emprendido por la monarquía borbónica en la segunda mitad del siglo XVIII al compás de las ¡deas de los fisiócratas va a tener su continuación durante el siglo XIX con un gran logro, que fue la desecación de la Laguna de Villena, extenso aguazal desecado en 1803 El saneamiento de este espacio pantanoso culminó una vieja aspiración de las poblaciones de Villena y Elche. Para la primera representó la erradicación del paludismo debido al estancamiento de las aguas y la conquista de 1.500 hectáreas para el cultivo; por el contrario la segunda conseguía incrementar las disponibilidades
EL PAISAJE RURAL Gregorio Canales / Fermín Crespo
hídricas para su espacio regado. La Real Cédula de Carlos IV autorizó a que Juan de Villanueva ejecutara las obras de desagüe. La obra de mayor envergadura fue la excavación de la acequia del Rey que enlaza con el Vinalopó.
La laguna de Salinas, próxima a la anterior, ha conocido, hasta su desecación definitiva, diversos proyectos de saneamiento. A mediados del siglo XVIII la población de Salinas quedó inundada por una crecida extraordinaria de la laguna. A raíz de este acontecimiento el caserío de Salinas fue reedificado por su titular, el conde de Puñoenrostro, en un nuevo emplazamiento y con ayuda de los vecinos se inició el primer proyecto de desecación, que consistía en realizar un canal subterráneo hacia el Vinalopó. Dificultades técnicas hicieron fracasar este proyecto y otros emprendidos con posterioridad. La perforación de pozos realizada en el siglo XX para la venta de agua, fue la solución para secar la cubeta endorreica.
Otros espacios lacustres de pequeño tamaño ubicados en la provincia también tendrían que esperar hasta esa misma centuria para tener una solución similar, a pesar de la insalubridad que representaba para las poblaciones de su entorno. El impulso definitivo se produjo con la entrada en vigor de la Ley de Aguas aprobada el 3 de junio de 1879, en cuyo artículo 62 se recogía que las personas competentes en materia sanitaria, así como particulares podían denunciar la existencia por nocivas a la salud de las áreas encharcadas con el fin de erradicar ese problema. Muchos de los expedientes desarrollados a partir de entonces tardarían varias décadas en culminar el proceso de saneamiento. Este es el caso del Barranco de la Albufereta en Alicante.
Bosque de Elche.
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La desamortización civil y eclesiásticaorigen del cambio en la propiedad de la tierra
Durante el siglo XVIII amplias capas de la sociedad comienzan a cuestionar el inmenso poder económico y político que la Iglesia había acumulado durante años. La burguesía y las clases populares comienzan a cuestionar los privilegios de las comunidades religiosas, exentas del pago de tributos sobre sus propiedades. Estos planteamientos con un trasfondo social fueron recogidos por los Ilustrados y plasmados en sus escritos en los que señalaron que la propiedad amortizada era el mayor obstáculo para el progreso económico del país, ya que la agricultura, a la sazón base de la riqueza nacional, estaba poco desarrollada debido a que las llamadas manos muertas poseían grandes predios cultivados de forma tradicional y con rendimientos muy bajos. Todo este malestar culmina con las leyes desa- mortizadoras, las primeras dictadas antes de que concluyera esta centuria, se completarían con nuevas disposiciones que vieron la luz durante la primera mitad del siglo XIX, y que afectaron no sólo a las propiedades del clero, sino también a las de la nobleza, los municipios, la corona y otras instituciones.
Fruto de la actividad desamortizadora se pondrá a la venta en el mercado libre gran cantidad de tierra que fue adquirida por grupos sociales que hasta ese momento no habían invertido en haciendas, con lo que se crea un nuevo colectivo de propietarios con otra visión de la explotación agrícola. Así, surgió una nueva burguesía con formación y espíritu comercial que se nutre tanto de las profesiones liberales como de quienes detentaban el poder político. Esta situación contradice el planteamiento teórico de que la desamortización iba a servir para que pequeños y medianos campesinos, e incluso arrendatarios y aparceros accediesen a la propiedad de la tierra.
Pero el verdadero detonante de la desamortización fue la deuda pública que había acumulado el Estado por la crónica escasez de ingresos dado que, como indicaba Iriarte, los eclesiásticos tenían todo el reino de los cielos y dos terceras partes de la tierra amortizada en España. A esto hay que sumar los ingentes gastos generados por las numerosas guerras en las que la corona se embarcó en la recta final del XVIII y primera décadas de XIX (una contra Francia, otra con Portugal y dos conflictos armados consecutivos con Inglaterra). La caída del comercio internacional con América fue otro elemento que privó a la Hacienda Pública de unos recursos necesarios para la salud financiera del Estado.
La urgencia económica desvirtuó la filosofía fisio- crática de impulsar con la desamortización la creación de un grupo numeroso de pequeños propietarios que estructurasen y equilibrasen la sociedad, al tiempo que se convertían en una fuente constante de caudales para el erario público. El sistema de adjudicación mediante subasta pública de los inmuebles y predios sin fragmentar en lotes, fue una traba que impidió el acceso de las clases menos pudientes a la titularidad de las fincas rústicas y urbanas.
El desmoronamiento de la propiedad amortizada se consumó a lo largo de cinco etapas, cuya incidencia fue muy dispar, en función de la necesidad recaudatoria de la corona en cada momento:
• Se inicia este proceso con las leyes desamorti- zadoras de 1798 y 1807. La primera de ellas determinaba "se enajenen todos los bienes raíces pertenecientes a hospitales, hospicios, casas de misericordia, de reclusión y de expósitos, cofradías, memorias, obras pías y patronatos de legos, poniéndose los productos de estas ventas, así como los capitales de Censos que se redimiesen pertenecientes a estos establecimientos y fundaciones, en mi Real Caja de Amortización, bajo el interés anual del 3 por 100". Mientras que en la de 1807 se permite la venta de "la 7a parte de los predios pertenecientes a las iglesias, monasterios, conventos, comunidades, fundaciones y otros cualesquiera personas eclesiásticas, incluso los bienes patrimoniales de las cuatro Órdenes Militares y la de San Juan de Jerusalén" y de la misma manera que en la anterior, se compensa a los dueños con el 3% del valor de los bienes.
• El escaso periodo de vigencia que tuvo el mandato de Las Cortes de Cádiz (1811-14), no permitió grandes avances en el proceso desamortizador, ante la vuelta del absolutismo de Fernando Vil que acaba con la etapa constitucional. No obstante en este tiempo se sentaron unos principios básicos que se plasmarán en momentos posteriores, como fueron que los bienes desamortizados se consideran como nacionales, que serían vendidos en pública subasta y que sus licitadores pudieran pagarlos con títulos de la deuda, lo que prefijaba quienes iban a ser los potenciales compradores en el futuro.
• Con el Trienio Liberal (1820-23) se avanza en las medidas legislativas respecto a la desamortización. Una de las claves fue el Proyecto para el Arreglo del Clero, aprobado por las Cortes en 1820, que apostaba por la secularización de los religiosos que lo desearan, la supresión de los conventos y monasterios que no reunieran ciertas condiciones y la venta de los bienes que poseían. Pese a la fugacidad de este periodo histórico, las medidas legislativas que se tomaron marcaron el proceso desamortizador posterior. La aplicación de la Ley representó para la provincia de Alicante la supresión de 42 casas religiosas, de las que 9 estaban en Orihuela y 7 en Alicante.
• La etapa siguiente comprende las acciones emprendidas entre 1834 y 1844. En este intervalo se recrudecen las medidas desamortizadoras, muy especialmente con la vuelta al poder de los liberales y sobre todo con las normas dictadas bajo el mandato de Men- dizabal. Entre ellas destaca la Ley de 14 de febrero de 1836 que afectó no sólo al clero regular al determinar la venta de los bienes adscritos a los conventos y monasterios suprimidos, sino que se extendió a las posesiones del clero secular. Con esta acción el gobernante pretendía sanear las arcas públicas sacudidas por las guerras carlistas y los levantamientos radicales, además de crear una masa de propietarios cercanos a las propuestas liberales. Entre 1838 y 1844 más de 2.200 fincas rústicas y urbanas de la provincia de Alicante pertenecientes a estos colectivos engrosaron los Bienes Nacionales, y proporcionaron al Estado más de 55 millones de reales. Aunque la venta del patrimonio del clero regular se mantuvo hasta 1850.
• Por último, con la llegada al poder de los progresistas se acentuó el anticlericalistamo del Estado.
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Convento desamortizado en Jávea.
Fruto de esta tendencia se promulgó la Ley General de Desamortización de 1 de mayo de 1855, diseñada por Pascual Madoz. La gran aportación de esta norma fue la venta de los bienes de propios y comunes de los municipios, así como los que estaban en poder del Estado. La cantidad de propiedades afectadas la convirtió en la ley desamortizadora más importante de la historia de España. Las fincas se vendían en subastas públicas y los pagos se realizaban siempre en metálico, en 15 plazos a cubrir durante 14 años. El dinero ingresado se destinó a paliar las necesidades financieras del Estado como en otras ocasiones, pero además introduce la novedad en su segundo año de vigencia que la mitad de estos fondos se invirtieron en sufragar obras públicas para actualizar las infraestructuras del país. Los resultados de la aplicación de esta ley privó a la masa de campesinos del disfrute de los bienes comunales, que eran de aprovechamiento colectivo y gratuito, con lo que se agravó su precaria situación económica y provocó un estado de desánimo por cuanto no sólo perdieron un derecho tradicional, sino que tampoco pudieron convertirse en propietarios por falta de recursos. Por el contrario los grandes beneficiados con la enajenación de los recursos municipales fueron las haciendas locales, por cuanto el Estado entregaba el 80% de su valor a los ayuntamientos en títulos de la deuda al 3%. Para situar en su contexto la acción de Madoz, baste señalar que en la provincia de Alicante se
declararon sujetas a enajenación 75.2555 hectáreas de monte, lo que suponía el 10% de la superficie total. Un caso diferente se constató en Jalón, donde la duquesa de Almodóvar testó a favor de los que fueron sus colonos la propiedad comunal que le pertenecía.
La incidencia de la actividad desamortizadora en las comarcas de la provincia fue dispar y estuvo marcada por la presencia de instituciones religiosas en cada una de ellas. En el primer tercio del XIX la mayor presencia del clero secular se registraba en Orihuela y Alicante, aunque también eran importantes en las poblaciones de Elche y Alcoy. Mientras que el clero regular se concentraba en Orihuela por su condición de cabeza de diócesis, con 13 conventos y un seminario, le seguía en importancia Alicante con 9 y Elche, Almoradí y Alcoy, con dos conventos. Por este motivo la desamortización fue más intensa en estas poblaciones en las que además de su sede tenían sus tierras.
Ante esta legislación que debilitaba el poder económico y social de la iglesia, sus dirigentes reaccionaron de forma contundente oponiéndose frontalmente a las propuestas liberales. Especialmente beligerantes resultaron los obispos de Orihuela, Simón López y Félix Herrero Valver- de. Su oposición al cumplimiento de las normas desamor- tizadoras que desposeían a la institución religiosa de las propiedades con pastorales y sermones, unidas a su alineamiento con las instancias más conservadoras del país, les
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supusieron enfrentamientos con el gobierno de turno, que en ocasiones se saldó con el destierro de estos prelados.
Pese al duro golpe que sufrió la iglesia, a finales del siglo XIX todavía Orihuela contaba con una numerosa presencia de instituciones religiosas, como corrobora la visión que de esta ciudad realizó Julio de Vargas, al señalar que esta concentración imprime a Orihuela un sello de misticismo tan característico y especial como quizás no se observe en ninguna otra de las ciudades españolas. La ocupación religiosa se plasma en su aspecto externo con una profusión de iglesias cuyos campanarios sobresalen sobre los tejados. El escritor describe el perfil de la urbe donde se yerguen sobre la masa irregular de los edificios los campanarios de sus veintidós iglesias. El carácter devoto se plasma en el aspecto interno de la sociedad, cuyo sistema educativo gira en torno al seminario y a otras entidades eclesiásticas que imparten docencia. En realidad la función religisa daba vida a la población, como precisa Julio de Vargas, cuando indica que la ciudad está al servicio de la iglesia... si cupiese la comparación, podría decirse que los oriolanos constituyen una congregación poderosísima, con el trabajo por norte y la religión por guía.
Pérdida de poder de la clase nobiliariacomo resultado de la abolición de los señoríos jurisdiccionales
En un siglo marcado por la disminución del poder de los estamentos privilegiados a favor del Estado, las Cortes de Cádiz también acometieron la promulgación de normas que acabaron con la jurisdicción en manos de particulares. Los señoríos tuvieron una gran relevancia en la provincia de Alicante, como demuestra el nomenclátor de 1834, en el que la clasificación de las entidades de población se señala que existían 171 villas y lugares de señorío habitadas por 221.854 almas, frente a tan sólo 28 de realengo y 4 ciudades de jurisdicción real, que unidas congregaban 150.406 almas. Estos datos ponen de manifiesto el predominio de población residente bajo el control de los señores.
Las leyes emanadas de las Cortes de Cádiz en su afán por sentar las bases para un estado moderno, abolieron la jurisdicción señorial y acabaron con el denominado Antiguo Régimen. El decreto que abrió este camino se promulgó el 6 de agosto de 1811. En su articulado se recoge que con él quedaban incorporados a la Nación todos los señoríos de cualquier clase y condición que fueran; asimismo suprimían los dictados de vasallo y vasallaje y los abusos derivados del mismo; terminaba con los privilegios exclusivos, privativos y prohibitivos unidos al señorío que quedaban al libre uso de los pueblos, con arreglo al derecho común.
La falta de concisión en la formulación del decreto originó una serie de litigios entre los señores y los habitantes de las poblaciones, que se negaron a continuar satisfaciendo las cargas económicas que tenían impuestas. El Tribunal Supremo resolvió el litigio del Conde de Altamira con las villas de su propiedad, Crevi- llente y Elche, eximiéndole de presentar los títulos de propiedad para demostrar la existencia del señorío territorial. Esta sentencia se convirtió en norma que se aplicó al resto del territorio nacional.
Torre Reixes. San Juan.
Otra medida que contribuyó a mermar el poder territorial de los grandes propietarios fue la Ley de Desvinculación de Mayorazgos de 1820. En su articulado suprimía la unión indivisible de las haciendas con su concesión al primogénito y abría la posibilidad de la fragmentación por herencia a todos los hijos o la venta, lo que activaba el mercado de la tierra.
Con ello se ponía fin a la acumulación de tierras en pocas manos, lo que representaba un obstáculo para la modernización agrícola, puesto que al recibir el heredero único las tierras vinculadas, en ocasiones no disponía del capital suficiente para una explotación adecuada ni podía recurrir a la hipoteca o venta de una parte del terreno para mejorar el otro.
Salvado el paréntesis de la vuelta de Fernando Vil al poder, durante el reinado de Isabel II se asestó el golpe definitivo para la disolución del régimen señorial. El día 26 de agosto de 1837 se publicó una nueva ley para la supresión definitiva de los señoríos. El espíritu del articulado recogía íntegramente los postulados de la norma de 1811. Es de destacar que en ningún momento durante este periodo se pretendió atentar contra el derecho de propiedad. El diputado liberal Martínez de la Rosa resume el objetivo de esta ley al afirmar que hay que arrancar hasta las raíces del feudalismo, sin dañar para nada el tronco de la libertad y la propiedad.
Como ha señalado el profesor Gil Oleína una serie de causas, además del marco legal creado por las disposiciones abolicionistas y desvinculadoras, motivaron el rápido retroceso de la propiedad agraria de origen señorial; cabe resaltar las siguientes: desvalorización de determinadas rentas, supresión de diezmos, dificultades cada vez mayores en la percepción del canon anual por un clima de reivindicación campesina creciente, progresiva falta de arraigo y vinculación afectiva de la nobleza
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Molinos llamados de la Mina, en Alcalá de Guadaira. Dibujo de Jenaro Pérez de Villaamil, 1865.
a sus tierras, ruina de alguna de las más poderosas casas nobiliarias, incertidumbres políticas y pérdida de significado del dominio directo de la tierra.
Un claro ejemplo de este proceso fue la desintegración del patrimonio señorial que la casa de Altamira- Astorga poseía en el Marquesado de Elche. Una vez promulgado el Decreto de abolición de los señoríos afloró un fuerte sentimiento de oposición antiseñorial entre los enfiteutas, que se negaron a satisfacer sus obligaciones. Esto supuso una merma cuantiosa en los ingresos de esta prestigiosa familia, situación agudizada con la desaparición de las regalías (monopolios de molinos, almazaras, tiendas y hornos, entre otros), así como la supresión del tercio diezmo que percibía el noble. La situación de bancarrota a la que se vio abocado dio paso a una progresiva y rápida liquidación del señorío territorial que el titular poseía en el marquesado de Elche. Con anterioridad ya se habían detectado signos de debilidad económica en esta hacienda señorial, cuando en 1807 el conde de Altamira vende a favor de Manuel Ruiz García de la Prada los censos correspondientes a la partida de almarjales.
Más tarde, en 1851 Vicente Osorio de Moscoso y Ponce de León, titular del patrimonio, cedía a Francisco Estrada y a sus herederos todos los censos que le pertenecían en la Baronía de Aspe y Marquesado de Elche- Crevillente con los demás pueblos de su agregación en la provincia de Alicante. Éste, consciente de la dificultad que entrañaba recuperar las pensiones atrasadas de los censos enfitéuticos, ofreció a los censualistas del conde de Altamira, la posibilidad de redimir los censos con un aplazamiento de diez años y en unas condiciones ventajosas. La extinción del señorío territorial se produjo por una doble vía: mediante la redención del dominio directo está documentada una superficie de 1.892 hectáreas
Villa Marco (San Juan): en primer plano "La Noche", obra de Bañuls. (Archivo INFORMACIÓN).
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Estación de la Colonia Santa Eulalia. Museo Etnográfico Jerónimo Ferriz. Villena.
en la que adquirieron la plena propiedad 165 agricultores; mientras que la segunda, que agrupa a los que no se acogieron a la oferta, acabaron consolidando, con el tiempo, los dominios por desaparición registral del directo o prescripción legal.
Diferente trayectoria siguieron las propiedades que en pleno dominio conservaba la Casa de Altamira en Elche y territorios adscritos. Se trataba de un amplio grupo de instalaciones que en su día constituyeron las denominadas regalías. Estos bienes fueron inscritos en el registro de la propiedad de Elche y adquiridos por diversos compradores entre 1868 y 1897, con lo que quedaban enteramente extinguidos los residuos de un patrimonio señorial que conformó una de las primeras casas de la Grandeza.
Aunque el desmoronamiento de la enorme concentración de propiedad señorial se produjo básicamente entre 1840 y 1900, dando paso a una pequeña y mediana propiedad, hubo excepciones, como se pone de manifiesto en un informe oficial realizado en 1904, en el que se especifica que la propiedad territorial está muy dividida en toda la provincia, si se exceptúa la huerta de Orihuela, donde existen algunas fincas que ocupan todo un término; como, por ejemplo, el de Formentera, que pertenece al marqués del Bosch; el de Jacarilla, del barón de Petrés; el de Rocamora, del conde de Vía- Manuel, y el de Algorfa, del marqués de igual título; pero estas propiedades sólo en parte son llevadas por sus dueños y lo demás está repartido entre un número mayor o menor de renteros.
Las colonias agrícolas como elemento de colonización y repoblación
Hecho de especial trascendencia para el secano alicantino fue la promulgación de la Ley de 3 de junio de 1868 sobre Colonias Agrícolas. Esta Ley concedía amplios beneficios fiscales a los propietarios que efectuaran mejoras en sus fincas, entendiendo éstas por la introducción de determinados cultivos y la realización de nuevas roturaciones, así como por la instalación de asentamientos humanos. Las exenciones fiscales podían abarcar hasta un periodo de cincuenta años, según fuese la naturaleza de las reformas llevadas a cabo en la explotación. Dado que los cultivos que se primaban eran los predominantes en la zona -almendro, olivo, vid y algarrobo, entre otros- los propietarios no tardaron en acogerse a esta normativa tan ventajosa económicamente, y una oleada de mejoras de extendió por el secano provincial.
La puesta en explotación de estos predios se realizó mediante contratos de corta duración, tanto de arrendamiento como de aparcería si bien esta última predominó como resultado del fuerte crecimiento demográfico del siglo anterior, que trajo consigo la mayor disponibilidad de mano de obra, con la consiguiente repercusión de las duras condiciones del colonato. Este hecho contrasta con los establecimientos enfitéuticos practicados en las centurias precedentes, cuando la voluntad de favorecer la expansión de las tierras cultivadas se realizó utilizando como señuelo el sistema de propiedad compartida.
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Con la Ley de Colonias Agrícolas se pretendió solucionar la grave situación del campo español, provocada por una serie de factores que se pueden agrupar en cuatro apartados: unos de orden físico, como los desequilibrios hídricos, contrastes de suelos y falta de infraestructuras; otros de carácter legal, entre los que se debe citar la concentración de tierras en grandes terratenientes y los privilegios de los ganaderos; el tercer grupo lo comprenden los de tipo económico, basados en la falta de capitalización para modernizar la explotación agrícola; y por último, los de ámbito social, puesto que la gente prefería vivir en las concentraciones rurales antes que en casas diseminadas . Con estas premisas la Administración se enfrenta al problema de crear un marco legal adecuado que, mediante la concesión de múltiples ventajas, haga atractiva la inversión en zonas de campo con escasa ocupación y con aprovechamientos económicos mínimos. Para ello, en la segunda mitad del siglo XIX se publicaron leyes (1849, 1855 y 1866) que dan un nuevo enfoque a la política colonizadora en España, con el que se busca la dispersión de la población por las áreas deshabitadas del país, mediante el asentamiento de colonos en un hábitat rural no concentrado. Todos estos textos legales se refunden en la Ley de 1868. Pese a primar el hábitat rural disperso, este proyecto no abandona la ¡dea que hasta el momento había marcado las actuaciones del Estado tendentes a la construcción de aldeas y poblados agrícolas de gran tamaño. Así, el artículo 19 de la Ley manifiesta que en las colonias que cuenten con 100 o más casas construidas en una finca a una distancia superior a 7 kilómetros de una población, los servicios
religiosos, sanitarios y educativos, serían pagados durante una década por la Administración.
En este sentido hay que destacar la aparición en la provincia de Alicante de la Colonia de Santa Eulalia, a caballo de los municipios de Sax y Villena, uno de los núcleos de poblamiento más importantes nacido al amparo de esta Ley. Este poblado creado por el Conde de Alcudia se planificó de forma hipodámica alrededor de una espaciosa plaza cuadrada, cerrada por la iglesia, la tienda, la cantina, la estafeta de correos y las casas de los colonos. En sus inmediaciones se levantaban las fábrica de harina y de aguardiente, las restantes dependencias agrícolas (almacenes y cuadras), el palacio construido por su titular como residencia particular y un teatro de estilo modernista. Por último, más alejado, el apeadero del tren de la línea Alicante-Madrid .
Especial mención merece la colonización llevada a cabo por el político Ramón de Campoamor, quien a finales de la década de los años cuarenta adquirió parte de la denominada Dehesa de San Ginés, en la que durante la centuria anterior los mercedarios de Orihuela intentaron, con escaso éxito, el asentamiento de campesinos, mediante censo enfitéutico y la transformación agrícola. Su proyecto se materializó con la construcción de una residencia de verano para su familia y la división del terreno en ocho lotes con casa, para la roturación de cañadas y plantación de arbolado en los montes. Fue el proyecto de colonización más grande desarrollado en toda la provincia con una extensión de 2.600 hectáreas.
Al analizar los resultados de las acciones a las que dio lugar la Ley de Colonias Agrícolas se llega a la
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conclusión de que, a pesar de que hubo núcleos importantes nacidos al amparo de esta legislación, la efectividad se debió fundamentalmente a la construcción de casas de labor dispersas en grandes predios, desde las que se dirigía la colonización del espacio colindante circunscrito a cada una de ellas.
El atractivo principal de la Ley se basaba en la exención tributaria que concedía a los propietarios agrícolas tanto por la edificación de casa de labor como por la mejora de los cultivos introducidos en la finca. Los beneficios fiscales que obtenían eran superiores en virtud de la distancia que separaba el nuevo hábitat de la población más próxima, así como por las características del aprovechamiento desarrollado.
Estas ventajas consiguieron atraer a un buen número de terratenientes alicantinos que se acogieron a las disposiciones para roturar y mejorar los rendimientos de algunas de sus propiedades. Con la proliferación de casas de labranza lograron una dispersión de la mano de obra, que al estar más próxima al terreno que tenían que cultivar, contribuía al desarrollo agrícola.
Los resultados de la colonización apoyada en la Ley de 1868 fueron visibles hasta que finalizaron las exenciones fiscales que promovía, puesto que en muchas ocasiones fueron llevadas a cabo más como una acción para mejorar la imagen social de los propietarios que como una empresa verdaderamente rentable.
El inventario existente en el Ministerio de Agricultura sobre las colonias concedidas en la provincia de Alicante, nos permite corroborar que se acogieron a los beneficios de la Ley 54 fincas, repartidas de forma desigual, con una fuerte concentración en la comarca del Bajo Segura, donde se registran la mitad (27 colonias). Le siguen en importancia el Campo de Alicante, con 8 colonias ( lo que representa el 14,8%), y el Bajo Vinalopó, con 6, (el 11,1% del total provincial); con menor incidencia quedan las comarcas del Medio y Alto Vinalopó, con 5 y 4 fincas, respectivamente. En la Marina Alta se contabilizan 2 y tan sólo una en las comarcas de la Foia de Castalia y la Marina Baja. Es de destacar que l'Alcoiá- Comtat es la única comarca que no aparece en la relación de fincas beneficiadas, según la fuente ministerial. (Cuadro 1).
La promulgación del texto legal se realizó en un momento idóneo por cuanto en las décadas precedentes en España se produce un colosal trasiego de fincas, como consecuencia de la desamortizaciones eclesiástica y civil, así como por la desvinculación de los mayorazgos. La liberalización del mercado de la tierra provocó de nuevo una concentración de grandes extensiones de terreno en manos de nobles y burgueses. Por todo ello, la Ley pretende favorecer la inversión en el desarrollo agrario, concediendo ventajas e incentivos a quienes se acogiesen a su articulado.
El hecho de que cuando desaparecieron estas ventajas se abandonasen gran parte de las colonias, es el síntoma inequívoco de que muchos terratenientes optaron a la colonización para aprovecharse de ellas, o sólo por un interés de prestigio social. No obstante, la aplicación de la Ley sirvió para la formación de una población agrícola dispersa en el medio rural, lo que representó un factor decisivo, no sólo para el desarrollo agrario, sino también para humanizar el deshabitado espacio rural alicantino. Fue precisamente la población agrícola estable la que logró roturar terrenos improductivos y optimizar los rendimientos de los cultivos, con lo que se incrementó notablemente la producción nacional.
Crisis y revalorización de la agricultura alicantina a finales de centuria
En la segunda mitad del siglo XX las modificaciones legales van a motivas un cambio radical en el panorama agrícola provincial. A los aspectos jurídicos hay que añadir las mejoras de las infraestructuras de transporte, los avances técnicos en los procedimientos agrícolas y la introducción de nuevos cultivos potenciados por ventajosos aranceles comerciales con países extranjeros. En este nuevo marco comenzó a gestarse el modelo de una agricultura capitalista especializada y comer- cializadora que alcanza una notable expansión en el último tercio del siglo XIX, relacionada con la vid, tanto para la elaboración de vino (preferentemente en la huerta de Alicante y en el Valle del Vinalopó) como de la pasa (marquesado de Denia); y en menor medida los cítricos y los productos hortícolas en la Vega Baja del Segura.
CUADRO I.- DISTRIBUCIÓN COMARCAL DE COLONIAS AGRÍCOLAS Y SUPERFICIE BENEFICIADA
(+) falta añadir a estas cifras la superficie de una finca de cuya extensión no hay constancia
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Cartel publicitario de la compañía Tomás Abad y Hermano. Finales del siglo XIX.
El espacio rural alicantino experimentó en el siglo XIX cambios importantes con respecto a la centuria anterior. La distribución de los cultivos evoluciona de forma muy distinta. La morera se arrancará masivamente debido a la crisis de la producción de seda que se arrastra desde finales del setecientos y a las enfermedades endémicas del gusano -la pebrina- que terminará por arruinar esta industria. El espacio ocupado por la morera se destinará a partir de entonces a otros árboles frutales. En la huerta del Segura los cítricos van a ganar cada vez más espacio.
El cultivo de la barrilla, planta barbechera de gran interés por su utilización en la industria textil, se hunde a mediados del siglo XIX, cuando se generaliza el uso de la sosa cáustica obtenida por medios químicos. Su espacio lo cubre la cebada, debido a su mejor adaptación al medio edafoclimáticos que el trigo. La vid conocerá un desarrollo espectacular en la segunda mitad del siglo, coincidiendo con el ataque de la filoxera a los viñedos y el establecimiento de un tratado comercial franco-español, muy favorable a los vinos nacionales. Las facilidades que ofrecía el régimen arancelario y los deseos de obtener rápidos y cuantiosos beneficios, llevó a los agricultores a la plantación de vides en sus tierras, sustituyendo a los cultivos allí existentes. Los más perjudicados fueron el almendro y el olivo, arrancados ante el avance del viñedo.
Viga de lagar, (¿a Ilustración Española y Americana, 1890).
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En ese sentido, durante los veinte últimos años se producen hechos claves que van a modificar el panorama en la agricultura alicantina. El auge de población provoca una mayor demanda de productos alimenticios, con el consiguiente aumento de precios. Con estos parámetros se origina una crisis agraria más profunda que supera las de subsistencia tradicionales, ya que pone de relieve las deficiencias e incapacidades estructurales de la agricultura, no sólo provincial sino española. La causas de las dificultades que vivió el campo a partir de 1880 se pueden dividir en dos grandes apartados: las primeras tienen su origen en males que perviven desde el pasado y las segundas son circunstancias coyunturales que aparecen en ese momento.
Entre las heredadas resaltan: la escasez de abonos orgánicos ante el retroceso de la ganadería, el aumento del precio de los jornales, crecimiento del precio de los pastos por la roturación de las dehesas tradicionales, subida incesante de las contribuciones, competencia extranjera, precios bajos, falta de competitividad para la exportación, falta de solvencia económica de los propietarios que se materializó en gran cantidad de embargos, acaparamiento de la propiedad por unos pocos y falta de innovación tecnológica.
Por otro lado, en el apartado de las causas de nuevo cuño destacan la agricultura capitalista y la aparición de la filoxera. La aplicación del modelo económico basado en el mercado y el desarrollo de la industria y los servicios provocó un cambio en la explotación familiar, hasta ese momento apoyada en la producción para el consumo con abundante mano de obra, evoluciona hacia un sistema más mercantilista que provoca el abandono del campo. Con respecto a la filoxera, es preciso apuntar que la llegada de esta plaga a los viñedos franceses en 1868 hizo que España asumiera el monopolio mundial sobre el comercio de vino, sobre todo en el decenio que va de 1882 a 1892, lo que repercutió en una extraordinaria expansión de viñedos por toda la geografía española.
El paisaje agrícola de la segunda mitad del XIX va a estar caracterizado por la progresiva expansión que adquirió el cultivo de la vid por todas las comarcas alicantinas. Su auge está íntimamente ligado al ataque de filoxera que sufren los viñedos del país vecino. Esta circunstancia provocó una intensa demanda de vino español para el mercado francés, lo que se plasmó en un
acuerdo comercial que era favorable a los agricultores españoles, lo que va a desatar una auténtica fiebre de plantación de vides que llegaron a colonizar espacios baldíos o marginales e incluso a sustituir cultivos como cereales u olivos. Su repercusión fue tal que la exportación de caldos por el puerto de Alicante se multiplicó por catorce hasta al alcanzar los 83 millones de litros entre 1870 y 1884.
Los altos precios alcanzados por la producción y el comercio vitivinícola animaros a la burguesía a una gran actividad inversora que se centró en la aplicación de nuevas técnicas de explotación de la vid, con la incorporación de sistemas de mecanización tanto en el campo para el cultivo como en el proceso de obtención de vino. Paralelamente se desarrolló un activa industria auxiliar de tonelería, botería y prensa. Fue tanta la importancia que alcanzó la producción vitícola alicantina, que por Real Orden de 10 de septiembre de 1888 se creó en Alicante una estación de enología.
En 1892 comienza el declive de esta actividad debido a la finalización del tratado comercial con Francia, a la recuperación del viñedo tanto en este país como en Argelia, a lo que se sumó la generación de los alcoholes industriales. Todo ello conllevó la retirada de los agentes comerciales franceses que años atrás se habían instalado en la zona para comprar los vinos a pie de lagar. La invasión filoxérica de principios del siglo XX, unida a una crisis agrícola general, va a tener un fuerte impacto social, puesto que las malas cosechas de esos años provocaron un alza de los precios de los artículos de primera necesidad, de manera que sus efectos se dejaron sentir como a principios de la centuria anterior con la mendicidad, bandolerismo, delincuencia y sobre todo emigración a las colonias francesas del norte de Africa.
La crisis agrícola finisecular y la entrada de la filoxera en los viñedos alicantinos en 1904 provocaron que los agricultores tuvieran que buscar nuevas alternativas para sus tierras. Entre estas cabe destacar la replantación de los viñedos con cepas americanas, sobre todo en el Alto y Medio Vinalopó, así como en el Marquesat, quedando estas dos zonas como típicamente vitivinícolas. En el resto de las tierras alicantinas el viñedo quedó relegado a un mero símbolo y cedió su espacio a otras plantaciones más rentables como el almendro, el olivo, los agrios y los frutales.
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