"yo no me callo", de esperanza aguirre

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    Hay en los partidos, en todos los partidos, y desde lue-go en el PP, muchos dirigentes y funcionarios que tienenuna actitud de decidido escepticismo, cuando no de des-carado desprecio, a todo lo que se refiere al estudio y ala elaboración de sus bases ideológicas. Sus intervencio-nes en todos los órganos internos de esos partidos se di-rigen siempre a determinar cómo hay que «vender» lamarca o los candidatos antes de las Elecciones y en eldía a día. En el fondo vienen a decir que da lo mismo loque un partido piense o defienda porque lo más impor-tante es cómo se sale en los medios de comunicación y,sobre todo, en la televisión.

    Yo, sin embargo, creo que el andamiaje ideológicode un partido es fundamental. Absolutamente funda-mental. Cuando un partido no tiene claro cuál es suideología, cuáles son sus principios, cuáles son los valo-res que tiene que defender y cuál es el objetivo de su ac-ción política, la consecuencia es que sus militantes y,

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    también, sus dirigentes van como pollos sin cabeza. Yapueden hacer juegos malabares los estrategas de la co-municación que, al final, los ciudadanos, al no saberqué es lo que defiende de verdad ese partido, acabanabandonándolo.

    Esos estrategas de las formas que desprecian el fon-do están minusvalorando terriblemente la capacidad delos ciudadanos a la hora de entender la política. Y, a mimodo de ver, están profundamente equivocados. Por-que los ciudadanos saben de política mucho más de lo queesos funcionarios y estrategas de los partidos creen y es-tán mucho más interesados en la política de lo que pa-rece. Una prueba bastante contundente y significativade esto que digo la tenemos en el éxito que ha logradoun programa comoLa Sexta Noche. A una hora de esasque se llaman de prime time de los sábados por la no-che, cuando todas las cadenas buscan desesperadamen-te aumentar sus audiencias a base derealities o progra-mas similares, la Sexta tuvo la idea de colocar unprograma de crítica política —y de crítica política siem-pre, curiosamente, contra el PP— y con ese programaha logrado en prime time unos resultados impresionan-tes frente a su competencia. Prueba de que a los españo-les les interesa la política mucho más de lo que se creenalgunos políticos.

    Ese interés por la política se traduce en que los ciu-dadanos saben distinguir las ideologías de unos y deotros y en que no es tan fácil darles gato por liebre, esdecir, que no se les puede «vender» cualquier cosa, co-

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    mo creen algunos de esos escépticos que hay en los par-tidos. Desde luego, después habrá que ver cómo se co-munica mejor lo que se ofrece a los ciudadanos, peroantes hay que tener claro qué es eso que se les está ofre-ciendo.

    En esa despreocupación por los contenidos han caí-do muchos partidos en los últimos tiempos y, además,la han acompañado de otro fenómeno que yo consideromuy negativo, y es el de los disfraces. De un tiempo aesta parte, muchos partidos políticos españoles han que-rido aparecer como lo que no son y esos intentos de di-simular su esencia y disfrazarse de otra cosa han recibi-do siempre su castigo electoral.

    He aquí otra demostración de que los ciudadanos seenteran de lo que pasa en la política mucho más de loque creen los estrategas de los partidos. Hay muchosejemplos de esto que digo, pero bastaría recordar lascatástrofes electorales de los socialistas catalanes, de-dicados desde los años del primer Tripartito (2003)a competir con los nacionalistas para ver quién era másnacionalista, y que ha tenido como resultado el de con-vertir al PSC, que llegó a ser el más votado en lasElecciones Autonómicas de 1999, en la cuarta fuerza po-lítica de Cataluña. O el empeño del PSOE por competircon Podemos en propuestas cada vez más a la izquierday más antisistema, que es una de las causas del pobre re-sultado que ha alcanzado en las últimas Elecciones.

    Y no digamos nada de lo que le ha pasado a la bur-guesa y mesocrática CiU, que era el partido delseny y

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    de la moderación y que, lanzado a competir en republi-canismo, en independentismo y en antisistema con ERCy con la CUP, ha acabado diluyéndose.

    ¿Qué le ha pasado al PP respecto a su definiciónideológica? La respuesta a esta pregunta es, a mi enten-der, otra de las claves para explicar la caída de votos enlas últimas Elecciones.

    En la primavera de 2008, como ya he contado aquí,tras la derrota electoral de Mariano Rajoy frente a JoséLuis Rodríguez Zapatero y en las semanas anteriores alCongreso del Partido de Valencia, Rajoy pronunció enElche un discurso ideológico. Él, que nunca se ha carac-terizado por adentrarse en los berenjenales de las ideo-logías, en Elche se decidió a hablar de cuál tenía que serla ideología del PP. Allí definió al PP como «un partidopopular, moderado, abierto e integrador y no un parti-do de doctrinarios». Hasta aquí esta definición no ex-plica gran cosa, porque es perfectamente aplicable a to-dos los partidos democráticos del mundo occidental, yaque ninguno querría definirse como dogmático, cerradoo segregador de nadie.

    Pero no se quedó ahí el Presidente del PP, sino queañadió: «Si alguien se quiere ir al partido liberal o alpartido conservador, que se vaya». Esa frase tan tajantefue interpretada entonces como una invitación —¿o unaorden?— dirigida a todos los posibles liberales y a todoslos posibles conservadores del PP para que lo abando-naran. La realidad es que esa invitación —¿o era unaorden?— no fue seguida por nadie, lo que podría indi-

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    car que en el PP nadie se considera liberal ni conserva-dor o, también, pudo significar que nadie se tomó en se-rio esa tajante invitación del Presidente.

    Entonces, si el PP no es un partido liberal ni es unpartido conservador, ¿qué es? El propio Mariano Rajoy,en aquel mismo discurso insólitamente ideológico, loexplicaba con otras pocas palabras cuando dijo que «elPartido no responde a una sola ideología». Lo que yano explicó es, si es verdad que no responde a una únicaideología, a qué ideologías responde.

    Esta pregunta, para mí, está abierta desde entoncesy como creo que la respuesta no está clara, también creoque esa indefinición es otra de las causas del abandonode votantes. Desde aquel discurso de Elche, no sé bien aqué ideología responde el PP. Aquellas palabras deRajoy fueron para mí como si alguien me quitara el sue-lo de debajo de los pies. Yo había llegado al PP a finalesde los ochenta, procedente del pequeño Partido Liberal,porque vi cómo el PP se iba formando por la agregaciónde una serie de partidos de ideología diversa que com-partían una característica común: no eran socialistas nicreían en la hipertrofia de un Estado intervencionista,que era la ideología dominante en aquellos años de éxi-tos constantes del felipismo.

    Se puede pensar que esta característica del PP queentonces estaba naciendo se expresaba en negativo, esdecir, el PP se definía, en primer lugar, por lo que no era,y es verdad, pero luego el PP fijaba bien sus anclajesideológicos y estos eran los típicos de los partidos euro-

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    peos liberales y conservadores. Alguien puede decir queen aquel PP que se hizo alrededor de José María Aznary del Congreso de Sevilla de 1990 también había unasgotas de socialdemocracia y puede tener razón, pero esque entonces, como ahora, es muy difícil que un partidopolítico se libre de un cierto barniz socialdemócrata,que es la ideología dominante —casi en exclusiva— enlos países occidentales desde el final de la SegundaGuerra Mundial.

    Y no cito el Congreso de Sevilla por casualidad.Alrededor de aquella reunión que tuvo la condición deacoger la llamada refundación del PP, se llevó a cabouna ingente tarea de elaboración de propuestas, proyec-tos y programas para estar en condiciones de ofrecer alos españoles una alternativa completa y articulada degobierno que fuera claramente distinta de la socialista,que era la dominante.

    A partir del Congreso de Sevilla de 1990 con la lle-gada de Aznar a la Presidencia del Partido, el PP impul-sa la actividad de FAES (que ya había sido fundada enValladolid en 1989) como laboratorio de ideas, comothink tank del Partido. Y FAES se volcó en la tarea depreparar toda clase de documentos programáticos sobretodas las cuestiones principales que tiene que afrontarun Gobierno en un país occidental. No hubo materiaque se dejara de tocar: la política internacional, la de-fensa, la justicia, las fuerzas y cuerpos de seguridad, lasanidad, la educación, la cultura, los impuestos, las pen-siones, la política energética, la universidad… Se elabo-

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    raron propuestas para todo, de acuerdo con los princi-pios de lo que era un nuevo partido en el que cabíantodos los que se encontraban extramuros del socialismodominante y en el que se iban articulando los progra-mas alrededor de dos ejes ideológicos que se iban a con-vertir en los principales: la libertad y la idea de Españacomo Nación de ciudadanos libres e iguales.

    La fe en la libertad que preconizamos en el PP trasSevilla nos convirtió en un partido asimilable a todoslos partidos que en Europa tienen al liberalismo comocredo, y nos condujo a ser contemplados en España co-mo un partido que ya había roto los pocos lazos que ala extinta Alianza Popular aún le quedaban con el pos-franquismo, y que constituían plomo en las alas a lahora de enfrentarse al socialismo de Felipe González y ala hora de presentarse ante los españoles sin rémorascon el pasado.

    No diré que el PP se hubiera convertido en un par-tido liberal, pero sí que se había convertido en el másliberal de España. Así era reconocido, y esa faceta libe-ral, ese reivindicar a los ciudadanos frente al interven-cionismo invasor del Estado, fue, sin duda, una de lasclaves de la victoria electoral de 1996.

    Al mismo tiempo, los trabajos de elaboración ideo-lógica y programática tras el Congreso de Sevilla po-dían abordar, sin complejos —sin el plomo en las alasdel posfranquismo—, la reivindicación de España comogran Nación, como un gran proyecto colectivo de vidaen común, la reivindicación de su Historia y sus héroes,

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    y como la mejor garantía de defensa de los derechos ylas libertades de todos, incluidos los que, desde sus re-giones, aspiraban a más competencias.

    Yo recuerdo, por ejemplo, cómo en FAES analizamosel fenómeno de que la enseñanza de la Historia de Españase había convertido en algo que nada tenía que ver con laHistoria de una gran Nación, sino que se reducía a con-tar algunas «cositas» de los campanarios locales que te-nían que ver con acontecimientos de la historia local. Mesorprendió descubrir, en este campo, que a Isabel laCatólica se la estudiaba en Castilla como si fuera célibe.Esto da una idea de cómo FAES afrontó en aquellosprimeros años noventa —hay que decir que con el impul-so de algunos como Miguel Ángel Cortés—, todos losgrandes problemas y todas las grandes cuestiones.

    A mí, por ejemplo, me encargaron la creación delInstituto de Ecología y Mercado, del que fui presiden-ta, dentro de FAES, para dar un enfoque liberal a ladefensa del medio ambiente. Y allí pude poner de mani-fiesto, a través de los papeles que allí se publicaron, que,muchas veces, la defensa del medio ambiente, la protecciónde los bosques, la hacen mejor los propietarios particu-lares, o las asociaciones de los propietarios particulares,que los propios Gobiernos cuando se ponen a gestionarellos.

    Esa ingente e intensa labor de elaboración de pro-yectos y programas no ha tenido, en mi opinión, la con-tinuación necesaria en los últimos años. Y cuando digoúltimos años me refiero a los años que van desde el pri-

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    mer Gobierno de Aznar hasta ahora, es decir, casi veinteaños. Una prueba de lo que digo la podríamos tener enel ya citado discurso ideológico de Rajoy en Elche, quees uno de los pocos en los que le he oído hablar de laideología. Pero la prueba más evidente de que el PP lle-va muchos años sin revisar y sin poner al día sus ejesideológicos y sus propuestas programáticas es que hoyes muy difícil que los ciudadanos sepan con claridad loque el PP propone sobre multitud de cuestiones capi-tales, desde la defensa nacional hasta la educación odesde las pensiones y los impuestos hasta la energía.

    Con esto lo que quiero decir es que el PP lleva desdelos años noventa sin renovar a fondo sus programas,sus ideas, sus propuestas y sus estructuras internas. Y, loque es peor, en estos años, cuando había que tomar al-guna decisión que tuviera relación con las ideas —es de-cir, siempre, porque en política todas las decisiones setienen que tomar desde los principios y los valores quese defienden—, hemos aceptado el paradigma socialista,que es la ideología dominante. Una ideología parala que aumentar el gasto es mejorar el servicio.

    Por ejemplo, en los papeles que el PP tenía prepara-dos para gobernar en 1996, el encargado del Partidoen el área de Sanidad, el doctor Enrique Fernández-Miranda, que era nuestro portavoz en el Congreso,había defendido con sensatez, en un documento que sellamaba «Sanidad en libertad», que un seguro privado,modelo MUFACE, pudiera garantizar, de forma alterna-tiva a la Seguridad Social, la protección sanitaria de los

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    ciudadanos. Pues bien, me consta que no se le hizoMinistro en 1996 porque parecía que aquello iba a serdemasiado cambio respecto a las ideas socialistas.

    Otro ejemplo: las pensiones. Al llegar al Gobierno en1996, ya entonces el socialista Solbes había dicho querecomendaba a todos los ciudadanos hacerse un seguroprivado de pensiones, porque el sistema de reparto quehabía en España llegaría un momento en que ya nopodría afrontar el pago de las pensiones, tal y como eraentonces.

    Aquel sensato aviso de Solbes y su pronóstico no sehan cumplido todavía, y se ha podido seguir afrontandoel pago de las pensiones porque en aquellos años entra-ron cinco millones de trabajadores, que fueron los inmi-grantes, atraídos por la prosperidad española, y eso hi-zo que la Seguridad Social se capitalizase. Vamos a verlo que ocurre a partir de ahora, cuando de esos cincomillones muchos se han tenido que ir.

    Por todo esto me atrevo a defender que otra de lascausas de nuestra pérdida de votantes es la falta de re-novación de nuestras ideas y de nuestras estructuras in-ternas. Esa falta de renovación ideológica es, en mi opi-nión, una de las causas más determinantes del abandonode los jóvenes, que es una realidad indiscutible.

    Los jóvenes, que en los noventa miraron al PP paralibrarse de la omnipotencia de los socialistas, que se ha-

    bían ido esclerotizando en el poder, hace tiempo que noencuentran en el PP nada nuevo que les invite a darnossus ilusiones y sus votos.

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    Ni en programas ni en dirigentes ni en imagen ni endiscurso se ha renovado el PP. Y además, a lo largo de2012, 2013 e incluso 2014, cuando ya la recuperacióneconómica comenzó, la verdad es que ha sido muy dé-bil. Y, además, a los jóvenes no les ha llegado y siguehabiendo un paro juvenil en torno al 50 %. Por lo tan-to, el discurso puramente económico, que el PP ha pro-digado a lo largo de todo el año 2015 y en todas lasElecciones que se celebraron, la verdad es que no ha ca-lado entre los jóvenes. Con esto no quiero decir que nohaya habido mucha gente que valore bien la evoluciónde la economía —de ahí el 29-30 % de votos que hemosobtenido—, pero hemos sido incapaces de atraer a laotra parte de la sociedad, que es la que te da las mayo-rías potentes.

    Y hemos sido incapaces porque un Gobierno, aunen las peores circunstancias, tiene que ejercer el lideraz-go político e ideológico, tiene que generar, no sóloconfianza y certidumbre, sino, sobre todo, respeto eilusión. Con filosofías políticas muy diferentes, en laspeores circunstancias, supieron hacerlo WinstonChurchill, de quien siempre me he declarado fervienteadmiradora, y Franklin Delano Roosevelt. El primeroconvenció al pueblo británico de que, aun completa-mente solos en el mundo, merecía la pena hacer ímpro-bos sacrificios en aras de la libertad, en lugar de firmaruna paz deshonrosa con Hitler a cambio de una tran-quilidad perecedera. El segundo, a pesar de sus graveserrores en política económica, que prolongaron la gran

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    depresión hasta 1940, convenció al pueblo norteameri-cano de que Estados Unidos no podía mirar hacia otrolado mientras la tiranía se adueñaba del mundo.

    Cierto que hoy el mundo está huérfano de líderes deesa talla, o de la talla de Margaret Thatcher o de RonaldReagan, que ganaron la Guerra Fría cuando todo elmundo pensaba todavía que el futuro era soviético, consu empeño y firmeza en señalar una y otra vez la supe-rioridad moral y material de las democracias occidenta-les respecto del comunismo. Pero que no haya hoy líde-res de esa talla no es ninguna excusa para no seguir suspasos y sus enseñanzas en la eterna batalla entre la li-bertad y la servidumbre.

    Digo esto porque me apena mucho ver hoy en el PPsíntomas de resignación ante la marea de movimientosneocolectivistas que hoy hay, veinticinco años despuésde la caída del Muro de Berlín. Y el signo más evidente deesa decadencia y de esa resignación, de esa incapacidadde generar ilusión en los españoles, es el recurso al miedo.Nunca se han formado mayorías sólidas con mensajescomo: «¡Cuidado, que lo que viene es mucho peor!». Leocurrió a Felipe González en 1993, cuando perdió lamayoría absoluta, y le volvió a ocurrir, en edición corre-gida y aumentada, en 1996, cuando los españoles deci-dieron confiar, por primera vez, en el Partido Popularpara gobernar España. Y es que, el Partido Popular, enton-ces, era el partido de la ilusión, de la renovación, de laesperanza, de la no resignación ante lo aparentementeinevitable. Por más que los socialistas se presentaran

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    con un programa electoral de sólo un punto: el famosodóberman, es decir, el intento de provocar el miedo alPP entre los ciudadanos.

    En esto reconozco que también tengo que hacer au-tocrítica: yo misma, en la campaña de las EleccionesMunicipales para el Ayuntamiento de Madrid, caí en latentación de recurrir al miedo a Podemos, en lugar deexplicar a los madrileños qué estaba yo dispuesta ahacer como Alcaldesa para mejorar su calidad de vida,como ya lo hice en el Gobierno de la Comunidad deMadrid. Y, sobre todo, qué ideas y qué políticas lohicieron posible.

    Y el síntoma más evidente de esa decadencia políticae ideológica es el intentar constantemente adelantar a laizquierda por la izquierda, el miedo a los titulares deprensa, el miedo a ser «de derechas», el miedo al discur-so enérgico. En definitiva, ese centrismo acomplejadoque intenta competir con los populistas en eso, en popu-lismo. Un centrismo que equivale, en el toreo, al diestroque, en lugar de plantarse en los medios y mandar con lamuleta, se pasa la faena correteando alrededor del toro.

    Y el mayor triunfo político es, precisamente, deter-minar con las ideas, la acción política, para que todos seorienten respecto de esas ideas. Y como ejemplo de esto,ahí está Margaret Thatcher. Antes de que ella llegara, elcentro, el consenso, era la socialdemocracia clásica, es-tatista, intervencionista y burocrática. Después de ella,el centro era (y sigue siendo hoy, aunque les pese a mu-chos) un liberalismo moderado, partidario de la más

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    eficiente gestión de los servicios públicos. De hecho, ellaborista Tony Blair, del que puede decirse que ha sidoel mejor heredero de Margaret Thatcher, llegó a decirque ningún prejuicio ideológico le impediría ofrecer alos británicos los mejores servicios públicos. Y eso noha cambiado en el Reino Unido.

    Por desgracia, en España sí que ha cambiado, y paramal, porque estamos volviendo atrás. Más atrás inclusoque en la época de Felipe González, que, justo es recono-cerlo, comenzó a desenganchar del Estado muchas em-presas públicas. Y es que, en el PP, no hemos sabido con-trarrestar la demagogia y el oportunismo de los falsosdefensores de «lo público», que dicen defender el interésgeneral cuando se oponen a las externalizaciones de ser-vicios públicos, cuando, en general, el único interés quedefienden suele ser el de sus privilegios laborales, a costadel contribuyente, por supuesto. Un argumento muy pa-recido, por cierto, al que empleaban los aristócratas delAntiguo Régimen en contra de los liberales, para protegera sus vasallos de las perniciosas doctrinas que exaltabanla libertad individual, o al que empleaban los esclavistasafirmando que los esclavos no sabrían qué hacer con lalibertad ni qué hacer con su salario, pues ya les propor-cionaba todo lo necesario el amo.

    Por eso creo que quienes desde el PP hablan de«nuevos PP» o de «viajes al centro», en realidad lo úni-co que están haciendo es aceptar pasiva e ingenuamenteque el centro se ha corrido hacia la izquierda colectivis-ta delante de sus propias narices. Y, al mismo tiempo,

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    declaran, por la vía de los hechos, que no están dispues-tos a hacer nada por evitarlo, sino, más bien, que estándispuestos a sacar todo el provecho que puedan de lanueva situación.

    De ahí que insista en la urgencia, no de renovarnuestras ideas, sino más bien de aprender de nuestroserrores y de nuestras omisiones para reafirmarnos enaquello que siempre ha dado buenos resultados: más li-bertad individual, más España, menos burocracia y me-nos impuestos.

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