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Hacia el Adán BuenosayresPor Jorge LafforgueLeopoldo Marechal: Obras Completas Volumen III "Las Novelas".Editorial Perfil Libros, 1998, 676 páginas.Edición Coordinada por María de los Angeles Marechal. Buenos Aires: ciudad de Dios; ciudad del mismísimo diablo. Los simples mortales nos deslizamos por esta urbe sin pensar en escalas tan altas. A lo sumo cuando pisamos una baldosa floja y ha llovido fuerte podemos exclamar "¡al diablo!" o ante el paso de una muchacha que nos distrae más de la cuenta "¡mi dios!".Claro que con mucha furia algunos pueden llegar bastante más lejos: nadie está exento de ser un asesino, y halar así al demonio sobre los adoquines porteños. Pero lo de Dios resulta más arduo; aunque los poetas suelen caer en la tentación...Leopoldo Marechal cayó en ella, pues fue un gran poeta, uno de los mayores nacidos en estas tierras, concretamente en el porteño barrio de Almagro, junto con el siglo. Él amó profundamente a su ciudad natal e impiadoso, también la maltrató en Cacodelphia. Dios y el diablo convivieron en sus entrañas o el poeta los vio tras las fachadas y los rostros de la gente. Sin Buenos Aires el canto de Marechal no hubiese sido —o, al menos, no hubiese sido el que fue—, pero tampoco la recíproca tendría el sentido que hoy tiene: el canto marechaliano fue fundador ¿o acaso no fue su Adán Buenosayres?Porque los poetas son artífices, más que el cemento y los ladrillos, más que las casas y las calles, del destino de sus ciudades. Ellos delinean su secreto trazado. Habitantes exaltados, recorren sus vericuetos subterráneos, asedian los viejos portales, demoran sus barrios, se distraen en sus parques. Descendientes de Platón, persiguen la Belleza tras el humo y la neblina de sus calles.Así fue escrito este libro, este Adán Buenosayres, por un poeta de nuestra lengua, para exorcisar sus propios demonios, sí; pero también los de la joven ciudad que habitara.LA CIUDAD Y LAS LETRASMentamos este siglo, nuestra lengua y esta ciudad hecha de barro y de sueños. Se afirma que ella fue fundada por sucesivos adelantados españoles en diversos lugares a orillas del ancho río más de cuatro siglos atrás, pero comienza a ser escuchada mucho después, cuando se convierte en capital del Virreinato del Río de la Plata. Pasan los años y las gestas: el aceite hirviendo detiene a los ingleses; los españoles ceden sus fueros a los criollos; federales y unitarios se ensañan mutuamente; los inmigrantes desplazan a los nativos. La ciudad se transforma: de gran aldea pasa a poderosa cosmópolis.Y entonces, no por azar, un gran poeta nicaragüense llegado de allende los Andes aviva ese fuego, que él llamará raro y profano. Las huellas de Rubén Darío se advierten en Lugones y Carriego, en Fernández Moreno y Güiraldes; su voz, su canto traza la primera inflexión profunda de la literatura latinoamericana toda: su entrada en la modernidad. La segunda inflexión fuerte se produce durante los años veinte y sus protagonistas no serán otros que los escritores de vanguardia: en el continente, Vallejo, Neruda, Carpentier, a orillas del Plata, Girondo, Borges, González Tuñón. La tercera se despliega después del medio siglo y recibe una denominación ruidosa e inexacta: el boom. julio Cortázar, Gabriel García Márquez, José Donoso, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, entre otros, la han de nutrir.En la encrucijada de estas tres inflexiones, que marcan a fuego el derrotero de nuestra literatura, se sitúa protagónicamente Leopoldo Marechal. Se inicia con aprontes modernistas, es un vanguardista convicto y confeso, y su obra está en el arranque de las innovaciones narrativas que definen a la nueva novela latinoamericana.Maestro desde 1921, "francotirador literario de Villa Crespo", bohemio y poeta, Marechal no tarda en vincularse a los jóvenes vanguardistas porteños, con quienes compartirá fervores y búsquedas. Colaborador asiduo de las revistas Proa y Martín Fierro, amigo de Borges, de Scalabrini

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