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19Teorico Moderna 19 2012 CampagneTRANSCRIPT
Materia: Historia ModernaCátedra: Campagne Teórico: 19 Fecha: 18 de octubre de 2012Tema: La reforma protestante en el continente (V). El calvinismo: apuntes biográficos sobre Calvino; la expansión del calvinismo por Occidente; la doctrina calvinista: la doble predestinación.Dictado por: Fabián Alejandro CampagneRevisado y corregido por: Fabián Alejandro Campagne
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Profesor Fabián Campagne: Voy a desarrollar durante la clase de hoy y la de mañana el tema del
calvinismo. Como hicimos con Lutero, voy a ofrecer primero una serie de apuntes biográficos sobre
el personaje.
Jean Caulvin, Cauvin o Chauvin, nace el 10 de julio de 1509. Es por lo tanto un hombre de una
generación posterior a la de Lutero (es 26 años más joven que el reformador alemán). Alcanzada la
edad adulta latinizará su nombre y apellido, como era moda entre los humanistas de la época, y se
hará llamar Joannes Calvinus. Quiere decir que el nombre “Calvino” que utilizamos en español no
es sino la castellanización de la latinización del apellido original.
Calvino nace en la ciudad de Noyon, en la Picardía francesa. Hasta fines del siglo XVII, la Picardía
fue la provincia más septentrional del Reino de Francia. Existían provincias francófonas al norte de
Picardía, como el Artois, pero hasta las primeras guerras que libra Luis XIV fueron posesión
española. Nuestro personaje es por lo tanto un hombre de la Francia del norte, como Lutero era un
hombre de la Alemania del este.
¿Cuál es el medio socioeconómico al que pertenecía Calvino? Era un hombre de extracción urbana.
Así como dijimos en su momento que por las venas de Lutero corría sangre campesina, por las de
Calvino corría sangre burguesa, citadina. Es hijo de un letrado, de un abogado, de un jurista,
1
Gerard Caulvin, un hombre ambicioso y muy relacionado con los principales poderes fácticos de la
ciudad. Se desempeñó primero como escribano, como notario de la corporación municipal, del
cabildo secular. Después como fiscal del tribunal del obispo. Y finalmente como representante legal,
como procurador del cabildo de la catedral de Noyon. Ustedes saben que en el Antiguo Régimen
todas las catedrales contaban con concejos asesores del obispo, los cabildos eclesiásticos (las
canonjías que conformaban estas instituciones estaban dotadas con rentas económicas realmente
importantes; de ahí que se tratara de cargos muy codiciados).
El obispo de Noyon tomó bajo su protección a la familia de Gerard Caulvin y a sus hijos. Es el
obispo el que decide que el pequeño Jean, el futuro Calvino, debía dedicarse en la edad adulta a la
carrera eclesiástica. Calvino estaba destinado desde su más tierna niñez, pues, a la sinecura
eclesiástica, a convertirse en lo que mayormente era el clero alto y medio antiguorregimental, un
rentista del suelo. Tal es así que a los 12 años recibe de manos del obispo su primera renta
eclesiástica, y a los 18 años la segunda. El objetivo de estos emolumentos era sufragar sus estudios
de teología en París, en la principal universidad de Europa, en la Sorbona.
En París, donde se traslada a los 18 años, Calvino comienza a estudiar teología en dos colegios de la
universidad local, el Collège de la Marche, donde perfecciona el latín, y el más prestigioso Collège
de Mointagu. Nos ubicamos entonces en la margen izquierda del río Sena. Ustedes saben que el
París tardomedieval y temprano-moderno constituía tres ciudades en una: a) en primer lugar, la
Cité, esa enorme isla que se encuentra a mitad del Sena, donde todavía se levanta la catedral de
Notre Dame; era el territorio del obispo de París por antonomasia; b) sobre la margen izquierda del
Sena estaba la universidad, el territorio de la Sorbona; c) y sobre la margen derecha se hallaba la
ciudad propiamente dicha, el territorio dominado por la corporación municipal, por los burgueses de
París. Sobre las tres ciudades dominaba el Preboste, un funcionario designado por el rey de Francia.
En París, a fines de la década de 1520, Calvino aprende el luteranismo. ¿De qué manera? Por dos
vías. La primera resulta particularmente paradojal. Toma contacto con el luteranismo porque se lo
enseñan sus muy ortodoxos profesores de teología de la Sorbona. Calvino tenía profesores muy
antiluteranos, que para rebatir punto por punto las tesis del Reformador alemán primero tenían que
explicar su sistema. Y lo hacían con enorme consistencia. Tan bien lo explicaban que Calvino
aprendió el luteranismo de boca de sus enemigos.
Con frecuencia las prácticas represivas ensayadas por la Iglesia Romana surtían el efecto contrario
que pretendían: terminaban publicitando los discursos que deseaban cancelar. Ésta es de por sí una 2
de las características intrínsecas del discurso escolástico. La escolástica era en esencia un método
dialéctico. La principal herramienta del discurso escolástico era la quaestio disputata. Las grandes
obras de la filosofía y la teología tardomedievales no son sino listados interminables de quaestiones
disputatae, por ejemplo, la Summa theologiae de Tomás de Aquino. La quaestio disputata consistía
en listar todos los argumentos a favor de una posición y todos los argumentos en contra. Luego el
autor desempataba y tomaba partido, e intentaba neutralizar los argumentos opuestos a la postura
que él defendía. Pero los argumentos en contra quedaban expuestos en el texto. Allí permanecían
para siempre. Quiere decir que el discurso escolástico contenía en germen los principios de su
propia refutación.
Algo similar sucedía con los autos de fe de la Inquisición española. El Santo Oficio fue establecido
en España en 1480 con el objetivo inicial de suprimir lo que se conocía como la herejía judaizante,
para solucionar el problema del criptojudaísmo, ésto es, cristianos nuevos, de origen hebreo, que
aunque bautizados, aunque católicos, aunque asistían a misa todos los domingos, en el secreto de
sus hogares practicaban clandestinamente su antigua religión. Técnicamente eran apóstatas. Cuando
la Inquisición los condenaba, los convictos del crimen de herejía judaizante debían enfrentar un
auto de fe público, durante el cual se leían las sentencias que describían con lujo de detalle las
ceremonias judías que los reos habían supuestamente practicado en secreto en sus hogares. En otras
palabras, el auto de fe inquisitorial funcionaba en España como caja de resonancia del judaísmo.
Muchos cristianos nuevos ibéricos que sentían nostalgia por su cultura atávica, muchos conversos
que deseaban judaizar y no sabían cómo hacerlo –porque tras la expulsión de 1492 en teoría no
existen más judíos en España–, aprendían a hacerlo porque se los enseñaba el Santo Oficio,
publicitando las ceremonias y las prácticas hebreas durante los autos de fe (ceremonias que en
realidad pretendían conseguir el objetivo contrario: extirpar el judaísmo peninsular).
La segunda vía por la cual Calvino conoce el luteranismo en París a fines de la década de 1520 es
gracias al contacto que establece con los círculos humanistas locales. Creo que alguna vez yo ya he
dicho que gran parte del humanismo europeo se sintió seducido por el programa de reforma
religiosa luterano, y los humanistas franceses no fueron la excepción. En síntesis, Calvino aprendió
el luteranismo en la capital del reino tanto por boca de sus detractores como por boca de sus
defensores.
En 1529 tiene lugar un acontecimiento que cambia para siempre la vida de Calvino, un
acontecimiento que resulta perfectamente equivalente a aquella tormenta eléctrica por la que había
atravesado Lutero en 1505, que también tuerce su destino. En 1529 Calvino recibe una 3
comunicación de su padre. Desde Noyon, Gerard Caulvin le ordenaba abandonar la Facultad de
Teología, abandonar la Sorbona y la carrera eclesiástica, y trasladarse a la Universidad de Orleáns
donde debía continuar sus estudios pero en la Facultad de Derecho. ¿Qué había sucedido? Gerard
Caulvin se había enemistado con sus empleadores, con el cabildo de la catedral de Noyon, que lo
acusaba de corrupción, de malversación de fondos, y que lo había excomulgado. Gerard Caulvin se
venga torciendo la vocación eclesiástica de su hijo. Fíjense cómo en este aspecto las biografías de
Calvino y Lutero se invierten a la perfección. El reformador alemán estaba destinado a convertirse
en abogado, y terminó ordenándose sacerdote. El reformador francés estaba destinado a ordenarse
sacerdote, y terminó recibiéndose de abogado. No es un detalle menor. Lutero, antes de convertirse
en el reformador religioso más famoso de la historia europea, fue sacerdote de la Iglesia católica
durante muchos años. Celebró misas en innumerable cantidad de oportunidades. Calvino jamás fue
sacerdote. Nunca celebró misa. El dato no es menor. Vamos a recordarlo seguramente mañana
cuando veamos la postura que Calvino adopta respecto de la eucaristía, sustancialmente diferente de
la de Lutero. Calvino era mucho menos propenso que Lutero a creer en la presencia material de la
sustancia divina en la materia ritual consagrada.
Calvino pasa a la Universidad de Orleáns, pero a los pocos meses termina recalando en su tercera y
última alma mater, la Universidad de Bourges, en el Berry, una provincia del centro de Francia. Allí
finalmente se recibe de abogado. Graduado en derecho y muerto su padre (Gerard Caulvin fallece
excomulgado, y por lo tanto, para poder enterrarlo en sagrado, la familia tuvo que prometerle al
cabildo pagar la suma que el difunto había supuestamente desfalcado), Calvino regresa finalmente a
la capital del Reino donde instala su residencia permanente. Su objetivo no era ejercer la profesión
liberalmente sino continuar formándose como humanista. Después de todo podía vivir de rentas (la
disputa entre su padre y el cabildo de la catedral de Noyon no había afectado sus sinecuras
eclesiásticas). Por lo tanto, cual diletante, Calvino decide retornar a París para estudiar griego y
hebreo. La formación erudita del Reformador francés era bastante más sólida que la de Lutero. El
alemán era un ingenioso teólogo pero no tenía una formación profunda en materia humanística (su
conocimiento de las lenguas muertas era precario). Calvino perfecciona su conocimiento de las
lenguas griega y hebrea en una institución que el rey Francisco I acababa de fundar en 1530: la
Academia Trilingüe. La Academia de las Tres Lenguas es la precursora directa de una institución
que todavía existe en Francia, el extraordinario Collège de France. El Collège no sólo no tiene
parangón en el resto de Francia sino probablemente tampoco en el resto del mundo. No es una
universidad, porque no expide títulos habilitantes. Es sin embargo una institución científica
sostenida por los fondos del erario público. El estado francés contrata a varios de los más
destacados sabios franceses de cada momento (tanto del área humanística como de las ciencias 4
naturales o físico-matemáticas) para que dediquen de manera excluyente su tiempo a la
investigación, y para que todos los años dicten cursos en el Collège en los que den a conocer los
avances de su trabajo. Es por ello que cada año el curso en cuestión debe ser diferente. Es una
institución gratuita. No se requiere siquiera inscribirse previamente para oír las conferencias.
Cualquier “ciudadano de a pie” puede ingresar a los salones para escuchar a alguno de los mejores
científicos del país, pagados por el estado francés, transfiriendo conocimiento de punta. En el
presente el Collège de France cuenta con cerca de 60 académicos (el listado puede consultarse en
Internet). Entre los historiadores más conocidos que actualmente integran esta institución cabe
mencionar a Roger Chartier y a Pierre Rosanvallon. Ahora bien, ¿por qué Francisco I se ve obligado
a fundar la Academia Trilingüe en 1530? Para compensar las falencias que por entonces comenzaba
a tener la Universidad de Paris. La Sorbona continuaba siendo la principal universidad europea,
pero empezaba a anquilosarse y a descuidar una serie de disciplinas a las que no prestaba la
necesaria atención. El rey de Francia funda la Academia para priorizar precisamente las áreas
olvidadas por la Sorbona, tales como el griego, el hebreo o la matemática.
No resulta posible fechar con precisión el momento en que Calvino se convierte en protestante, en
que abandona el campo católico. Se trata de una decisión que remite a la más secreta intimidad de
las personas, allí donde el método historiográfico no llega, no alcanza. Pero existen algunos indicios
que demostrarían que para 1533, a sus 24 años de edad, Calvino ya es un convencido luterano. A
comienzos del año siguiente renuncia a todos sus beneficios eclesiásticos, aquellos que alguna vez
le había concedido el obispo de Noyon. Lo cual tiene sentido. Si Calvino íntimamente despreciaba a
la Iglesia Romana, seguramente sentiría una profunda violencia moral cada vez que percibía los
ingresos que le habían sido concedidos por dicha institución.
En la noche del 17 y 18 de octubre de 1534 tiene lugar un evento central en la historia del
protestantismo francés en general, y de la vida de Calvino en particular: el célebre affaire des
placards, el escándalo de los pasquines. La mañana del 18 de octubre París amanece empapelada
con gran cantidad de cartelones, afiches de gran tamaño, que contenían un extenso texto que
atacaba en duros términos la misa católica y defendía la tesis luterana de la consubstanciación. Pero,
audacia entre las audacias, uno de dichos pasquines apareció en la antecámara del dormitorio en el
que había pasado la noche el rey Francisco I.
Se trataba, evidentemente, de una operación de prensa del partido luterano parisino, que tuvo sin
embargo consecuencias funestas. El monarca francés, que hasta entonces había tenido una actitud
relativamente complaciente con los protestantes, tomó el affaire como un ataque personal e impulsó 5
como contrapartida la primera oleada represiva antiluterana en la historia del reino. A causa del
escándalo de los pasquines se encienden en Francia las primeras hogueras en las que mueren los
primeros mártires protestantes. La facción evangélica pasa a la clandestinidad. A fines de 1534
Calvino se ve obligado a abandonar Paris, y a comienzos del 1535 no tiene más remedio que
abandonar el reino, que marchar hacia el exilio.
¿Dónde halla refugio? En el oeste de la Confederación Helvética, en una ciudad que ustedes ya
conocen, porque exactamente un siglo antes, en la década de 1430, había sido sede de un concilio
ecuménico: Basilea. Si un siglo antes Basilea había sido uno de los epicentros de la rebelión
conciliarista, desde finales de la década de 1520 se había transformado en uno de los bastiones del
evangelismo en el centro de Europa. El líder carismático que estaba impulsando la reforma religiosa
en Basilea –un cantón autogobernado en el marco de la laxa Confederación Helvética– era Johannes
Hausschein, mucho más conocido por la latinización de su nombre y apellido: Joannes
Ecolampadio. Me detengo adrede en este personaje porque fue uno de los grandes reformadores
religiosos del siglo XVI. Uno encuentra en los malos manuales de historia moderna, ni que hablar
en los libros del colegio secundario, la idea de que la revolucionaria reforma religiosa del siglo XVI
fue la obra excluyente del binomio Lutero-Calvino. Con un poco de suerte se incluye en el relato a
una tercera figura destacada, Zwinglio. Pero a pesar de esta corrección, sigue siendo una postura
extremadamente reduccionista. Ustedes se imaginarán que la Reforma no hubiera logrado jamás
expandirse de la forma en que lo hizo si no hubieran existido decenas de líderes religiosos, muchos
de ellos pensadores tan sutiles, profundos y originales como Zwinglio, Lutero o Calvino. Cada una
de las ciudades suizas que rompió con Roma, cada una de las ciudades alemanas que hicieron lo
propio, necesitaron su propio profeta, su propio líder carismático. Cada monarquía territorial que
rechazó la supremacía papal –Escocia, Dinamarca, Suecia– necesitó su propio escuadrón de
predicadores y teólogos evangélicos.
En el año 1535, ni bien instalado en el exilio en Basilea, Calvino, con apenas 26 años, redacta la
primera versión de su opus magnum: la Institutio Religionis Christianae (Institución de la religión
cristiana). No se trata solamente del libro más importante de Calvino, sino del tratado más
importante en la historia de la reforma protestante europea. No hay en toda la producción de Lutero
un texto que en profundidad o densidad puede equipararse a la Institutio. Fue el libro de una vida.
Calvino continuó reescribiéndolo hasta poco antes de morir, a tal punto que el texto contó con cinco
ediciones en vida de su autor, cada una de ellas revisada, aumentada y corregida. La quinta y última
de la serie, por caso, es varias veces más extensa que la primera. La Institutio es realmente una
Summa protestationis, una “Suma de la protesta”. Es al credo evangélico lo que la Suma teológica 6
de Tomás de Aquino fue a la escolástica bajomedieval: la obra máxima, la obra suprema.
La primera edición de la Institutio incluía un largo prólogo dedicado a Francisco I, rey de Francia,
soberano directo de Calvino. El joven reformador no perdía las esperanzas de cooptar para el bando
protestante al monarca francés, tal como Lutero había hecho con su propio soberano directo, el
elector de Sajonia. Calvino fracasará en su intento. Francisco I nunca se decidió a dar el salto. Pero
la pretensión del joven exiliado no resultaba disparatada. Apenas dos años antes, en 1533, otro
importantísimo monarca occidental, el rey de Inglaterra, había roto lazos definitivamente con el
papado. Si lo había hecho el rey inglés por qué no iba a poder hacerlo el francés.
En agosto del 1536, después de un año y medio de destierro, Calvino toma la decisión de visitar
otro de los grandes centros difusores de la Reforma en la región renana: Estrasburgo, en Alsacia.
Por entonces Alsacia no era una provincia francesa, sino una serie de principados y ciudades libres
en el seno del Sacro Imperio Romano Germánico. Estrasburgo era una pequeña polis
autogobernada, de hecho. Tenía un elemento en común con Basilea: ambas se contaban entre las
grandes capitales del libro renacentista. Estrasburgo se halla al norte de Basilea, por lo que lo lógico
hubiera sido que Calvino enfilara en esa dirección. Pero por entonces continuaba desarrollándose le
perenne guerra entre Carlos V y Francisco I. Por lo tanto se vio obligado a hacer un largo rodeo
para llegar a su destino, y por ello no tuvo más alternativa que enfilar hacia el sur. Es así que
Calvino recala accidentalmente en Ginebra, capital del cantón suizo más pequeño de toda la
Confederación, ubicado en el extremo suroeste del territorio helvético.
Ginebra acababa de romper con Roma ese mismo año de 1536. El reformador religioso que estaba
llevando adelante el cambio, que estaba creando un nuevo tipo de Iglesia no católica en el territorio
bajo jurisdicción de la señoría ginebrina, era otro francés, Guillaume Farel. Farel era un personaje
de estatura mítica. Había fundado en París, unos años antes, la primera iglesia protestante en suelo
francés. Al igual que Calvino tuvo que escapar de su patria a causa del Affaire des placards. Cuando
Farel se entera que el joven autor de Institutio estaba de paso por Ginebra, lo contactó de inmediato
con la intención de convencerlo para que se quedara para ayudarlo a imponer la reforma en la
ciudad. Calvino acepta, y suspende su viaje a Estrasburgo. De 1538 en adelante, Ginebra quedará
estrechamente ligada a la persona de Calvino. Un poco como Lutero y Wittenberg.
Esta primera estancia de Calvino en Ginebra dura menos de un año y medio. A comienzos de 1538
tiene lugar un golpe de estado en la ciudad-estado. El poder pasa a manos de una facción favorable
a la Reforma pero enemiga de los franceses. En abril de dicho año Farel y Calvino son entonces 7
desterrados del cantón. Calvino aprovecha el incidente para concretar su interrumpido viaje a
Estrasburgo, donde lo recibe otro de los grandes reformadores europeos del siglo XVI, Martin
Bucer, el segundo Martin de la Reforma como por entonces se lo llamaba (en obvia alusión a
Lutero, que era el primer Martin). Aprovecha Calvino su estancia en Estrasburgo para publicar en
1539-1540 una segunda edición corregida y ampliada de la Institutio. Al mismo tiempo, y para
facilitar su difusión, el propio reformador realiza una versión en francés del tratado.
En el verano de 1540 recupera el poder en Ginebra el partido protestante pro-francés. Guillaume
Farel recupera su puesto, y vuelve a convocar a Calvino. En 1541 el autor de la Institutio acepta la
invitación y esta vez se instala de manera definitiva en la ciudad que ya no abandonaría nunca más.
Moriría en Ginebra 25 años más tarde. De 1541 en adelante Ginebra se transforma en la tercera
capital religiosa europea, después de Roma y de Wittenberg.
Las relaciones entre la flamante Iglesia calvinista de Ginebra y el poder civil fueron muy malas en
un comienzo, por lo menos hasta el año 1554. El motivo de las fricciones entre el estado y la iglesia
locales era el espinoso problema de las excomuniones. La excomunión era la máxima sanción que
el máximo órgano de gobierno de la Iglesia calvinista ginebrina, el Consistorio, podía aplicar a los
miembros rebeldes de la comunidad. Los problemas surgían porque en Ginebra la Iglesia calvinista
era una organización de pertenencia compulsiva, no de pertenencia optativa. En la Ginebra de
Calvino no existía libertad de conciencia. No se podía no ser calvinista. No se podía abrazar el
luteranismo o el catolicismo. Los católicos o luteranos debían auto-exiliarse o sufrir el destierro que
les impondría el poder político local. Por lo tanto, cuando el Consistorio, el máximo órgano de
gobierno de la Iglesia, dictada sentencia de excomunión contra un habitante de la República, ello
suponía para dicho individuo una suerte de muerte civil transitoria, la conculcación de sus
principales derechos, principalmente los políticos. En un estado sin libertad religiosa como era
Ginebra, la excomunión tenía un impacto directo sobre la ciudadanía política. Y es por ello que el
estado local, la Señoría ginebrina, también quería opinar y decidir en materia de excomunión, pues
consideraba que amén de un problema eclesiástico era un problema de orden temporal. Calvino no
estaba de acuerdo. Consideraba que era una sanción eclesiástica, y que por lo tanto la Iglesia debía
gozar de total autonomía a la hora de imponer dicha clase de sanciones. En 1554 gana las elecciones
en esta república oligárquica una facción muy afín a Calvino, con lo cual durante sus últimos diez
años de vida el Reformador pudo imponer sus puntos de vista en lo que a las relaciones estado-
iglesia se refiere. Nunca antes ni después la Iglesia de Ginebra gozaría de semejante libertad. Con la
muerte de Calvino en 1564 el poder político local se tomaría revancha, y de allí en más sometería
plenamente a la Iglesia local al poder político del estado, siguiendo los principios de esa suerte de 8
neo-cesarismo protestante tan típico de los siglos XVI y XVII, y que tan funcional resultaba al
proceso de formación de los estados modernos.
En el 1559 Calvino publica la quinta y última edición de la Institutio, cinco veces más extensa que
la primera. Había habido previamente una tercera y una cuarta ediciones, menos trascendentes (la
tercera en 1543 y la cuarta en 1550). Es recién en la última edición de 1559 donde aparece
plenamente desarrollada la famosa teoría de la doble predestinación, tan estrechamente asociada al
pensamiento de Calvino.
Calvino muere finalmente el 17 de mayo de 1564, a los 54 años de edad. Fue enterrado en una
tumba sin identificar, porque las autoridades locales temían que el sepulcro se convirtiera en objeto
de peregrinación y que el cadáver funcionaria como un repositorio de reliquias. Se temía que lo que
los protestantes denominaban “supersticiones papistas”, las prácticas católicas todavía latentes en el
ámbito rural, reemergieran. Como dato anecdótico, se trata del mismo cementerio en el que está
enterrado Jorge Luis Borges, que como ustedes saben muere en Ginebra en 1986.
* * * *
¿Por qué regiones europeas y extraeuropeas logró expandirse el calvinismo? Se acuerdan que dije la
semana pasada que el calvinismo tuvo un potencial expansivo realmente muy superior al del
luteranismo. Ello sin dudas guarda relación con los bloques de poder sobre los que eligió
sustentarse cada reformador. Lutero optó por aliarse con los poderes feudales de Alemania, una
autoridad afincada en la tierra, un poder basado en la propiedad del suelo, y como tal poco
itinerante, poco nómada. El calvinismo siempre fue, por el contrario, una ideología más
abiertamente burguesa, ligada a las ciudades, al comercio, a la moneda, a lo que se mueve y circula,
al capital mercantil, a los barcos. No es casualidad que la confesión reformada que finalmente logró
cruzar el Atlántico sea la calvinista y no la luterana
El calvinismo comienza expandiéndose por Suiza, como es sabido. La Confederación Helvética es
la cuna de esta confesión específica, aún cuando su fundador haya sido francés. Nunca logró
dominar plenamente el cien por ciento del territorio suizo. El centro del territorio, más atrasado en
términos económico-sociales, siguió siendo irreductiblemente católico (hasta el presente lo es).
También algunos cantones del sur, que lindaban con Italia, lograron resistir los avances del
evangelismo calvinista. En la actualidad se estima que el 40 % de la población de Suiza es católica
9
y que otro 40 % profesa el calvinismo. Siguen siendo calvinistas sobre todo las grandes ciudades:
Zúrich, Basilea, Berna, Ginebra.
Fuera de Suiza, la confesión de Calvino penetra con mucha fuerza en Holanda. De hecho, el
calvinismo fue uno de los grandes impulsores de la independencia holandesa, el que motoriza la
rebelión contra la metrópoli colonial. El calvinismo es, en definitiva, el inventor del estado
independiente de los Países Bajos del Norte. Tras la muerte de Calvino Suiza dejó de funcionar
como la locomotora del calvinismo internacional, y dicho rol pasó a ser ocupado por Holanda.
Cuando a comienzos del siglo XVII se celebra el primer concilio universal de la Iglesia protestante
europea (que fue un concilio calvinista), la asamblea no sesiona en una ciudad suiza sino en una
holandesa. En Holanda esta confesión tenía una peculiaridad que hay que resaltar. Pese a que desde
comienzos del siglo XVII el calvinismo era la Iglesia mayoritaria, no se la consideraba una
organización de pertenencia compulsiva. A diferencia de lo que pasaba en Ginebra, en Holanda no
era obligatorio ser calvinista. Las Provincias Unidas eran la única región europea, hasta muy
entrado el siglo XVIII, donde existía una genuina libertad de conciencia, si no de iure por lo menos
de facto. Era prácticamente el único ámbito europeo donde los anabaptistas podían ejercer su
religión sin que ello les fuera la vida. Era una de las pocas regiones europeas donde los judíos,
expulsados de gran parte del resto del continente, gozaban de libertad de culto. Era una de las pocas
regiones protestantes donde los católicos podían mantener su antigua creencia sin recibir sanciones
efectivas (en la Inglaterra protestante los católicos no tuvieron libertad de culto hasta el siglo XIX).
El calvinismo penetra en Escocia, donde se lo conoce con el nombre de “presbiterianismo”. Escocia
durante todo el siglo XVI es un reino independiente de Inglaterra. La unión dinástica o personal
entre Escocia e Inglaterra recién se concreta en 1603, cuando muere la última monarca de la Casa
Tudor, Isabel, y es sucedida por su pariente más cercano, el rey de Escocia Jacobo VI, que se
convierte entonces en Jacobo I. Aludo a una unión dinástica porque no se trata de una genuina unión
institucional. Simplemente de 1603 en adelante Escocia e Inglaterra tienen el mismo monarca. La
unidad institucional recién tiene lugar en 1707. Sólo entonces nace lo que hoy conocemos como
Reino de Gran Bretaña. Pero en el siglo XVII Escocia es una monarquía independiente. Pues bien,
es en este contexto que en 1560 el parlamente escocés adopta una profesión de fe calvinista,
redactada por el máximo reformador local, John Knox. A partir de entonces el calvinismo se
convierte en la religión oficial del reino. John Knox es otro de los grandes reformadores de la
Europa del siglo XVI, hasta el punto de que ocupa un lugar preeminente en el monumento a los
reformadores erigido en la Universidad de Ginebra a comienzos del siglo XX. El monumento
resulta extremadamente austero, sobrio y severo. En otras palabras, resulta típicamente calvinista. 10
Consiste en una serie de bajorrelieves esculpidos sobre una pared blanca carente por completo de
adornos. Las cuatro figuras principales, monumentales, que dominan el frontispicio son: Calvino,
Guillaume Farel, Teodoro de Beza (el sucesor de Calvino al frente de la Iglesia de Ginebra) y John
Knox, el reformador escocés. Cada una de estas estatuas posee cinco metros de altura. A uno y otro
costado de este imponente cuarteto central aparecen representadas con un tamaño sustancialmente
más reducido otras figuras del protestantismo internacional: Cromwell, Guillermo de Orange,
Gaspar de Coligny, Federico Guillermo de Brandenburgo y Roger Williams. Resulta interesante
constatar que los máximos referentes de la reforma no calvinista, Zwinglio y Lutero, aparecen en un
lugar bastante poco privilegiado del monumento: en los dos extremos del friso, donde sendas estelas
recuerdan su memoria. Ninguna representación corpórea les ha sido concedida. Hará cuatro o cinco
años, en la primera década del siglo XXI, se incorporaron en el monumento menciones que
recuerdan a los precursores medievales de la Reforma renacentista: Jan Hus, John Wyclif y Pedro
Valdo.
El calvinismo penetra fuertemente en Inglaterra, donde se lo conoce con el nombre de puritanismo.
Ustedes saben que la Iglesia protestante oficial de Inglaterra es el anglicanismo. Es Enrique VIII el
que comienza a sentar las bases de esta institución, pero es Isabel I, su hija, la que termina de
edificarla. Se trata de una Iglesia muy particular. Posee un criterio de organización y algunos
aspectos cultuales externos muy cercanos al catolicismo, pero se basa en una doctrina de cuño
calvinista. El anglicanismo es una suerte de iglesia calvinista con ropajes pseudo-católicos. En
algún sentido se queda a mitad de camino, y por ello siempre fue muy criticada por los calvinistas
ingleses puros (de ahí la expresión puritanismo). Estos calvinistas puros le cuestionan a la Iglesia
anglicana la tibieza de la reforma propuesta, el no haber abolido la dignidad episcopal, y el no
haberse atrevido a organizar la iglesia inglesa siguiendo los parámetros del modelo impuesto por
Calvino en Ginebra (donde no son los obispos sino los consistorios y los sínodos los que dominan la
estructura eclesiástica). Los puritanos fueron perseguidos con más o menos severidad, de manera
más o menos continúa, durante las últimas décadas del reinado de Isabel y durante los reinados de
los dos primeros Estuardo. De todas maneras, el puritanismo inglés logró crecer y fortalecerse, a tal
punto que terminó provocando una revolución. La Revolución de la década de 1640, la verdadera
primera gran revolución moderna, es una revolución calvinista. Jamás los luteranos lograron
provocar una revolución en Europa. Los calvinistas, en cambio, pudieron hacerlo. Cromwell era
calvinista, el New Model Army era calvinista, y el Parlamento que juzga a Carlos I y lo condena a
muerte en 1649 también lo era (con sus respectivos matices, claro; se trataba de un calvinismo
particular, que favorecía cierta tolerancia religiosa, pero calvinismo al fin). Los motivos por los
cuales el calvinismo se convierte en la primera ideología revolucionaria de la historia europea los 11
van a hallar en el clásico libro de Michael Walzer, La revolución de los santos, una selección de
cuyos capítulos tienen que leer para el examen final. Después de 1660, después de la Restauración,
la Iglesia anglicana, suprimida por la Revolución, es restablecida. Incluso lo fue la dignidad de
obispo. Pero esta vez, y cada vez más a medida que fueron avanzando las décadas, en el contexto de
una genuina tolerancia religiosa para las sectas protestantes no anglicanas, para las sectas llamadas
disidentes.
Gracias a las persecuciones que tenían lugar en Inglaterra el calvinismo cruza el Atlántico y llega el
Nuevo Mundo, a América, a Nueva Inglaterra. Ustedes conocen el episodio fundacional de la
historia oficial norteamericana. En septiembre de 1620, una mítica nave, el Mayflower, zarpa del
puerto de Plymouth, en el sur de Inglaterra. Llevaba a bordo 35 calvinistas holandeses que habían
embarcado en Leiden, y 67 puritanos ingleses que escapaban de las persecuciones de Carlos I.
Llegan a la costa de lo que después sería Massachusetts el 11 de noviembre de 1620. Cumplido un
año del arribo, y para celebrar el éxito de la primera cosecha obtenida en el suelo americano, los
colonos organizaron una solemne comida de acción de gracias, dando nacimiento a uno de los
íconos de la cultura americana contemporánea, el Thanksgiving day, el Día de Acción de Gracias,
que se celebra el cuarto jueves de noviembre (creo que los canadienses lo festejan en octubre, pero
no estoy seguro).
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El calvinismo penetra con mucha fuerza en Francia. A tal punto que también allí provoca una
guerra civil, ochenta años antes de la que estalla en Inglaterra en el siglo XVII. Los calvinistas
franceses reciben el nombre despectivo de hugonotes. Se han ensayado decenas de explicaciones
sobre la etimología de la palabra, pero ninguna resulta consistente. En rigor de verdad aún no se
sabe de dónde proviene la expresión. El calvinismo francés logró penetrar con mucha fuerza en la
nobleza, tanto en la baja como en la alta. Obtuvo apoyos, incluso, entre representantes de la altísima
aristocracia: la Casa de Borbón, por caso, por cuyas venas corría sangre real, se convierte
masivamente a la confesión de Calvino. El calvinismo atrajo también a amplios sectores del
funcionariado intermedio y de la alta burocracia del estado. Muchos magistrados de los parlamentos
se convirtieron al calvinismo. Todas estas circunstancias explican por qué estalla una guerra
intestina en la segunda mitad del siglo XVI en el territorio francés, las terribles Guerras de Religión,
que se extendieron entre 1562 y 1598. Fueron en realidad ocho guerras diferentes encadenadas. Si
por algo se caracterizaron fue por la increíble brutalidad con la que los bandos enfrentados se
trataban mutuamente. Aunque para ser honestos, ningún daño que los hugonotes pudieron inflingir a
los católicos puede compararse con la terrible Noche de San Bartolomé, del 23 al 24 de agosto de
1572, una verdadera masacre. Esa noche un desquiciado Carlos IX, rey de Francia, ordenó a los 12
gritos a su guardia de corps que ejecutaran a todos los calvinistas que por entonces residían en París,
ancianos y niños, hombres y mujeres, sin ningún tipo de juicio previo o formalidad por el estilo, y
allí donde se los encontrara (caminando por las calles, cenando, durmiendo, en sus lechos de
enfermos). En el lapso de pocas horas murieron asesinadas cerca de 2 mil personas (la cifra debería
duplicarse si tomáramos en consideración los asesinatos en masa que esa misma noche tuvieron
lugar en otras ciudades importantes del reino). Las Guerras de Religión técnicamente culminan en
1598, cuando el primer monarca Borbón, Enrique IV, publica el célebre Edicto de Nantes. Para
convertirse en rey de Francia Enrique IV debió abjurar de su calvinismo (de ahí el famoso dicho:
“París bien vale una misa”). El edicto de Nantes concedía a los hugonotes libertad de culto con la
condición de que la ejercieran sin grandes ostentaciones, en la privacidad de sus templos y hogares,
y sin intentar predicar en público o conseguir nuevos prosélitos. Debían también respetar las fiestas
católicas y pagar el diezmo a la Iglesia romana. Este edicto de tolerancia, al que quizás cabría
calificar mejor como edicto de convivencia, fue toda una rareza en una Europa temprano-moderna
extraordinariamente intolerante en materia religiosa. Pero este oasis de paz religiosa duró muy poco
tiempo. En 1685, Luis XIV, en el apogeo de su régimen absolutista, decidió revocar el edicto de
Nantes y entonces los hugonotes franceses se enfrentaron a una opción de hierro: o retornaba a la
Iglesia católica o se exiliaban. La gran mayoría decidió abandonar Francia. Los emigrados hallaron
refugio en Inglaterra, en Holanda y en Prusia. La revocación del edicto de Nantes provocó la tercera
gran migración masiva por motivos religiosos que conoció la Edad Moderna; las otras dos tuvieron
como escenario a España: me refiero a la expulsión de los judíos de 1492, y a la de los moriscos a
partir de 1609.
¿Qué pasa con el calvinismo en Alemania? En el Sacro Imperio el calvinismo siempre fue tercera
fuerza, detrás de la segunda fuerza que era el catolicismo, y muy detrás de la primera, que era el
luteranismo. Sin embargo existen dos excepciones que confirman la regla y que vale la pena
mencionar. La primera se relaciona con el único principado territorial importante, de envergadura,
cuya casa reinante y cuya población abrazó mayoritariamente el calvinismo. Me refiero al Condado
Palatino del Rin, un importante principado occidental cuya capital era Heidelberg, sede de una
importantísima universidad desde el siglo XIV. En la segunda mitad del siglo XVI, la Universidad
de Heidelberg funcionó como una de las usinas intelectuales del calvinismo internacional, a tal
punto que el primer catecismo oficial del calvinismo europeo fue redactado por profesores de dicha
casa de estudios. La segunda excepción resulta muy curiosa, y se relaciona con uno de los máximos
bastiones del luteranismo en el seno del Sacro Imperio: Brandeburgo. Ustedes saben que el
Margraviato de Brandeburgo en 1701 se convertirá en el Reino de Prusia, y que en 1870/71 el reino
de Prusia dará nacimiento al Segundo Reich alemán. Pues bien, la casa reinante en Brandeburgo-13
Prusia es la de los Hohenzollern. A comienzos del siglo XVII estos príncipes se convierten al
calvinismo, a pesar de que la abrumadora mayoría de sus súbditos eran piadosos luteranos. Durante
siglos los Hohenzollern siguieron practicando el calvinismo en la intimidad de sus palacios, en la
esfera privada, sin intentar la menor estrategia aculturizadora ni pretender reducir las áreas de
influencia del luteranismo dentro de su reino. He aquí otro extraño e infrecuente ejemplo de
convivencia interconfesional en la intolerante Europa moderna: una casa calvinista que reinaba
sobre un principado ciento por ciento luterano.
* * * *
A partir de ahora podemos pasar a analizar en detalle el contenido de la doctrina calvinista, en
particular, sus diferencias con el modelo luterano.
Antes de ser “calvinista” Calvino fue luterano. Calvino es simplemente un luterano que va más allá
del Reformador alemán en algunos puntos de doctrina. Calvino sería algo así como un luterano de
segunda generación. Por ello acepta y coincide con las principales tesis luteranas: la justificación
por la sola fe, la reforma de los sacramentos, el sacerdocio universal de los fieles, la libre
interpretación de la Biblia, la negación de la supremacía papal, la supresión del monacato y la
abolición del culto a los santos.
Existen, sin embargo, dos puntos de doctrina en los cuales Calvino se aparta decididamente de su
predecesor e innova de manera radical: la cuestión de la predestinación y la cuestión de la presencia
real en la eucarística. Hoy vamos a analizar el primero de ellos, y dejamos para mañana el segundo.
El punto de partida de la soteriología de Calvino es el mismo que el de Lutero, sólo que exagerado.
El punto de partida de la soteriología de Calvino es una radicalización, una exageración, de la
distancia ontológica que existe entre la divinidad y los hombres, entre Dios y el colectivo humano,
casi hasta su mismísimo límite lógico, casi hasta el punto de implicar la disolución de la noción
misma de religión (que inevitablemente requiere algún tipo de ligazón entre el orden metafísico y el
mundo material). Una clara prueba de esta radicalización de la distancia entre la divinidad y el
colectivo humano es el calificativo que Calvino inventa para dar cuenta de la radical corrupción de
la naturaleza humana provocada por la Caída: depravación total. Pero también puede considerarse
una demostración de la exageración de la distancia antológica de la que hablamos los adjetivos a los
que Calvino recurre para describir a su Dios; para el Reformador francés la divinidad es una entidad
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inefable, insondable, misteriosa, oculta, incomprensible, inconmensurable, majestuosa, inabarcable.
Por momentos, el numen al que adora Calvino nos recuerda a la severa y celosa divinidad del
Antiguo Testamento, está mucho más cerca de aquel Dios informe, irrepresentable, incognoscible y
totalmente trascendente del Antiguo Testamento, la zarza ardiente con la cual se encuentra Moisés
en el desierto del Sinaí, que del Dios más humano, cotidiano y accesible que nos ofrece el Nuevo
Testamento.
Esta exacerbación de la distancia entre el orden natural y el orden sobrenatural que ensaya Calvino
tiene inmediatas implicancias soteriológicas.
o En primer lugar, permite realzar la gravedad del pecado original, un pecado de soberbia en
el que incurren dos amasijos de fango y barro –pues así describe Calvino al primer hombre y
a la primera mujer–, dos seres insignificantes que ningún motivo de orgullo tenían de cara a
una divinidad de semejante gloria y majestuosidad.
o En segundo lugar, permite realzar la justicia del castigo posterior. Si tan grave había sido el
crimen, muy justo resultaba el terrible castigo que la divinidad airada había impuesto a los
hombres (un castigo que consistía en cerrarles para siempre las puertas de ese orden
trascendente de eterna felicidad, más allá del tiempo, del espacio y de la muerte).
o En tercer lugar, permite realzar la grandeza de la misericordia divina posterior, porque a
pesar de la gravedad del delito cometido y de la justicia del castigo aplicado, pese a todo
ello, la divinidad se apiada de los hombres y decide hacer algo por ellos.
¿Por qué desde la perspectiva calviniana tan grave y perverso resultaba el pecado original? Por tres
motivos.
o Porque el pecado original que conllevó la expulsión del Edén supuso para la raza de Adán
no sólo la pérdida de los dones sobrenaturales que el primer hombre y la primera mujer
gozaban en el Paraíso –la gracia–, sino también la degradación de los dones naturales: es a
causa de la expulsión del Edén que los hombres mueren, cuando antes habían sido creados
para no morir; es a causa de la Caída que el hombre envejece, cuando antes había sido
creado eternamente joven; es a causa del pecado original que el hombre enferma o que el
medio ambiente lo agrade (a través de las fieras salvajes, las plantas venenosas, los
minerales tóxicos, los fenómenos climáticos), cuando originalmente había sido concebido en
plena armonía con el universo que lo rodeaba. La Caída también es responsable de que la
inteligencia del hombre natural se nublara. Desde un punto de vista estrictamente intelectual,
el hombre caído padece de idiotismo. Es a causa de esta inteligencia degradada que se
explican fenómenos históricos como la idolatría (a causa de su inteligencia opacada, el 15
hombre caído confundió las grandes creaciones de la divinidad con la divinidad misma, por
ejemplo).
o En segundo lugar, el pecado original es tan grave desde la perspectiva de Calvino porque no
se trató de un pecado individual sino de un pecado colectivo: estropeó, malogró a todo un
linaje, desfiguró a toda una especie, degradó a la totalidad de los descendientes del primer
hombre y de la primera mujer hasta el infinito, destruyó a toda una raza.
o En tercer lugar, el pecado original es grave porque fue cometido por un ser débil pero
totalmente libre. El primer hombre, la primera mujer, incurrieron en el pecado original en el
total y pleno ejercicio de su libre albedrío. Es cierto que fueron inducidos a pecar, pero no
fueron obligados. Podrían haber dicho no y quisieron decir sí.
Ahora bien, se pregunta Calvino, ¿resulta justo destinar al hombre natural, a este hombre expulsado
del Edén, librado a sus propias fuerzas, sin ayuda de la gracia, a la eterna perdición, al fuego del
infierno, siendo que por la depravación de su naturaleza caída no puede sino obrar el mal? Calvino
va a responder afirmativamente a este interrogante. Sí, resulta justo. Y ello por dos motivos.
Primero, porque aún cuando el hombre caído sólo puede obrar el mal, sigue siendo libre. Resulta
evidente que Calvino no concibe a la libertad como la posibilidad de elegir entre opuestos. Por el
contrario, todo indica que tiende a identificar a la libertad con los actos de voluntad, con el acto
volitivo. Es por ello que cree que el hombre natural sigue siendo libre aun cuándo solo puede
disponerse el mal. De lo contrario, razona Calvino, se seguiría que la divinidad no es libre porque
solo puede obrar el bien, o que los animales que nadan no son libres porque no pueden volar, o que
las aves no son libres porque no pueden respirar debajo del agua. Es la naturaleza de cada ser la que
establece los parámetros dentro de los cuales ejercen su libertad. En síntesis, para Calvino el
hombre natural, que sólo puede obrar el mal, es tan libre como Dios, que sólo puede obrar el bien, o
tan libre como las aves del cielo, que sólo pueden volar, o como los peces del mar, que sólo pueden
nadar.
El segundo motivo por el cual resulta justo condenar al fuego eterno al hombre caído, es porque su
naturaleza depravada no sólo obra el mal, sino que lo disfruta. La depravada naturaleza del hombre
se siente atraída por el mal, consciente en él, está fascinada por él, le gusta cometerlo, lo goza. La
voluntad humana acoge los frutos del mal con satisfacción. Por eso, afirma Calvino, esta naturaleza
humana totalmente depravada no puede sino resultar abominable a los ojos de Dios.
Continuemos con los interrogantes típicamente calvinianos: ¿Quiso la divinidad la caída de Adán?.
Cuando Calvino formula esta pregunta no está pensando en la posibilidad de que Dios indujera o 16
empujara al hombre a pecar. Está pensando en un hecho en extremo paradójico: siendo omnisciente,
la divinidad judeo-cristiana no podía ignorar lo que el primer hombre y la primera mujer iban a
hacer, y sin embargo los creó de todos modos. Si la divinidad todo lo sabe, no podía desconocer que
Adán y Eva iban a cometer el pecado original, ni las consecuencias que ello acarrearía para el
género humano. Manejando esta información, la divinidad podía no haber creado a la pareja
atávica, y sin embargo le dio vida. Desde esta última perspectiva, Calvino dirá que la divinidad
quiso, efectivamente, la caída de Adán, para que fuera motivo de humildad para todo su linaje.
Ahora bien, a pesar del tono trágico que permea su antropología, Calvino era un pensador cristiano,
y como tal creía en la posibilidad de la salvación cristiana, creía que a pesar de este desastre
ontológico que hemos descripto los hombres podían eventualmente alcanzar el orden trascendente
del que ya hemos hablado. ¿De qué manera? En tanto pensador cristiano Calvino comparte los
fundamentos de la soteriología clásica, del ABC soteriológico, que presentamos la semana pasada.
Acepta que la divinidad, para ayudar a los hombres, envió un avatar de su propia sustancia eterna e
increada al orden de la materialidad, para que se encarnara, y para que voluntariamente se sometiera
a un cruento sacrificio que le permitiría reunir méritos infinitos para los hombres.
Calvino suscribe luego el fundamento de la soteriología luterana: lo único que el hombre puede
hacer en pos de su salvación es desesperar de sí mismo y depositar toda su confianza en una justicia
que resulta por completo externa a él. Está de acuerdo con Lutero, pues, en que el hombre no se
salva por sus méritos, se salva por los méritos de otro; el hombre no se salva por su propia justicia,
se salva por la justicia de otro.
Pero a partir de este punto Calvino comienza a innovar. A partir de aquí su pensamiento adquiere
una notable originalidad. ¿Por qué? Porque la pregunta soteriológica que más parece haber
interesado a Calvino era diferente de la que más parecía haber interesado a Lutero. ¿Cuál era en
definitiva el dilema que obsesionaba a Lutero? Lutero deseaba comprender quiénes se salvaban y
por qué, cuáles eran los caminos posibles para alcanzar la salvación, para merecer la misericordia
divina. El dilema que enfrentaba Calvino era otro. A él no le importaba tanto comprender cómo y
por qué se salvan los hombres [en algún sentido, este problema ya lo había resuelto Lutero] sino
cómo y por qué se condenan a los hombres, no tanto cómo puede el hombre merecer la misericordia
divina sino por qué algunos hombres no llegan a merecerla jamás.
Calvino es consciente de que desde la perspectiva luterana la gracia, el estado de justificación,
siempre es puro regalo. Pues bien, se pregunta Calvino: si la gracia es donación pura e inmerecida 17
¿por qué la divinidad les hace el regalo a algunos y a otros no? Se trata de una pregunta muy
sencilla para un teólogo luterano, quien de inmediato respondería que ello sucede porque algunos
tienen fe y otros no, unos logran construir una creencia sólida en las verdades principales del
cristianismo (en la divinidad de Jesucristo, en la eficacia de su plan de salvación, en los méritos que
acumula para los hombres) y otros no lo consiguen nunca.
Pero a Calvino no le resultaba plenamente consistente esta respuesta. Desde su perspectiva, esta
respuesta generaba nuevos interrogantes. Si ésto es así, si la divinidad regala la gracia, la
justificación, a quienes creen, y se la niega a quienes no creen ¿por qué entonces algunos pueden
creer y otros no? Siendo que el cristianismo se predica indiscriminadamente por todo el orbe ¿por
qué en algunos prende la fe cristiana y en otros no? ¿Por qué algunos creen tan fácilmente y a otros
les cuesta tanto? ¿Por qué algunos no dudan nunca y otros dudan siempre? ¿Por qué algunos
mueren convencidos de las verdades cristianas y otros mueren dudando de ellas?
Desde la perspectiva calvinista también resultaba llamativa la cuestión de aquellos hombres y
mujeres que habían vivido antes del nacimiento de Jesucristo, o de aquellos que vivieron después de
la Encarnación pero que jamás oyeron hablar ni de Cristo ni de su Evangelio. Desde la perspectiva
de Lutero este conjunto de individuos estaba irremediablemente condenado a la perdición, porque
en el luteranismo la salvación es un subproducto del creer, y el creer es un subproducto del conocer.
Si tan misericordiosa resultaba la divinidad ¿por qué no ordenaba predicar el Evangelio por el
mundo entero, para otorgar a todos los hombres la oportunidad de conocer el cristianismo, de creer
en él, y consecuentemente de salvarse?
¿De qué manera resuelve Calvino estos dilemas que Lutero no se plantea? La respuesta de Calvino
en un principio escandaliza. Lo que Calvino sostiene es que el hombre-dios del cristianismo, el
Mesías cristiano, no murió para la salvación de todos los hombres. Jesucristo no es, en rigor de
verdad, el Redentor de la humanidad. El Verbo encarnado no se dejó supliciar para salvar al
colectivo humano en su conjunto. Se dejó matar para reunir méritos para un pequeño grupo de
privilegiados, de elegidos, de predestinados. Con esta doctrina de la expiación limitada ingresamos,
de hecho, en el núcleo duro de la famosa doctrina calvinista de la doble predestinación.
¿Cómo razona Calvino? En algún momento de la eternidad, que los hombres nunca podrán precisar,
la divinidad tomó una doble determinación. Por medio de un designio secreto, que desde la
perspectiva humana siempre resultará caprichoso, incomprensible, arbitrario, y a través de un
decreto eterno e inmodificable, cuyo contenido no puede ser alterado por nada que los hombres 18
hagan o dejen de hacer durante sus existencias terrenales, la divinidad confeccionó dos listados.
Eligió, por un lado, a aquellos a quienes regalaría la gracia, y por el otro a aquellos a quienes jamás
se las regalaría, hicieran lo que hicieran durante sus vidas; aquellos a quienes ayudaría a orientarse
hacia el bien y aquellos, la mayoría, a quienes jamás ayudaría; aquellos a quienes regalaría el estado
de justificación y a quienes no se los regalaría; a quienes concedería la llave que abre las puertas del
orden trascendente y a quienes no se la concedería. En definitiva, por medio de estos decretos la
divinidad individualizó a aquellas personas a quienes, más allá de cómo se comportaran durante sus
existencias terrenales, destinaba a la eterna salvación, a la beatitud sin fin más allá del tiempo y del
espacio, y ello incluso antes de que hubieran sido concebidos en el vientre de sus madres, antes de
que sus más lejanos antepasados hubieran sido concebidos, incluso quizás antes de que Adán y Eva
hubieran sido creados. De la misma manera, por el mismo decreto, Dios individualizó a aquellas
personas a quienes había destinado, aún antes de que nacieran, y sin importar el comportamiento
que tuvieran durante sus vidas, al fuego eterno del infierno.
Con esta decisión irrevocable, inmodificable, la divinidad fabricaba dos colectivos imaginarios
cristalizados (por ello se habla de una doble predestinación):
1. un primer grupo, el más reducido numéricamente hablando: el colectivo de los santos, de los
justos, de los elegidos, de los predestinados a la eterna felicidad.
2. un segundo grupo, el más numeroso: el colectivo de los impíos, de los réprobos, de los no
elegidos, de los predestinados a la eterna perdición.
Fue para reunir méritos para los primeros y no para la salvación de todos los hombres, que el
hombre-dios se dejó matar en tiempos del procurador Poncio Pilatos. No fue para la salvación de la
humanidad sino para la redención del primer grupo, constituido como tal desde la eternidad, que el
Mesías murió en la cruz.
La escolástica posterior a Calvino llegó incluso a preguntarse si esta doble predestinación, estos dos
listados, fueron confeccionados por la divinidad antes de la creación misma de Adán y Eva.
Nacieron así dos posiciones. La postura fundamentalista, fanática, recibió el nombre de
supralapsarismo (de lapsus, que en latín significa caída). Esta primera interpretación sostenía que en
función de su presciencia, en función de que conoce todo lo que ha de acaecer, la divinidad
confeccionó estos listados aun antes de haber creado a Adán y Eva. Por el contrario, la posición
menos extremista, el infralapsarismo, sostuvo que la divinidad no sólo esperó a que Adán y Eva
cobraran existencia sino que aguardó a que el pecado original se consumara antes de sellar la doble
predestinación.
19
Ahora sí Calvino puede responder la pregunta que yo planteé hace unos minutos: por qué en
algunos hombres prende la fe y en otros no, por qué algunos llegan a creer y otros no, por qué a
algunos les es tan fácil y a otros tan difícil aceptar las verdades del cristianismo. Esta divergencia se
produce, razona Calvino, simplemente porque algunos fueron creados para creer y otros no. Los
predestinados a la eterna perdición, aunque se esfuercen por conseguirlo, nunca podrán construir
una fe sólida y verdadera. No están fabricados para creer. Podrá parecer en un determinado
momento que aceptan el cristianismo, quizás durante semanas, meses o años, pero
indefectiblemente la duda reaparecerá, y morirán confundidos e incrédulos. No pueden creer aunque
quieran hacerlo. Los predestinados a la eterna felicidad, por el contrario, creen con extrema
facilidad. Simplemente porque están hechos para éso. Aún cuando contratáramos al mejor
predicador de la cristiandad y lo enfrentáramos a una enorme multitud reunida en un estadio de
fútbol, sólo creerán genuinamente en su palabra, en sus argumentos, aquellos que pueden hacerlo,
los predestinados a la eterna beatitud por un decreto divino eterno a insondable. Los restantes, más
allá de las habilidades retóricas o dialécticas del predicador, no lograrán nunca afianzar su fe ni
conservarla en el tiempo. Vemos cómo, en definitiva, Calvino ha provocado un sutil deslizamiento
en la lógica salvífica luterana: si para Lutero se salvan los que creen, para Calvino creen los que ya
están salvados.
Calvino insiste en que la doble predestinación es una doctrina intrínsicamente misteriosa. Desde la
perspectiva del hombre, la decisión adoptada por la divinidad siempre va a resultar caprichosa y
arbitraria. Después de todo, la naturaleza caída de los individuos ubicados en el listado A (el de los
predestinados a la eterna felicidad) resulta tan radicalmente depravada como la naturaleza de los
individuos incluidos en el listado B (el de los predestinados a la eterna condenación). ¿Por qué,
entonces, se los destina a distintos finales, si ambos grupos comparten la misma naturaleza
degradada? Para Calvino no existe manera de responder a este interrogante. Hay que contentarse
con aceptar que detrás de la doble predestinación se halla una justa y misericordiosa decisión de la
divinidad. Una vez más el Reformador francés se refugia en la idea del misterio. Es más, advierte:
pretender indagar demasiado en los motivos que tiene la divinidad para realizar estas elecciones
resulta en sí mismo sacrílego y blasfemo.
Calvino sostiene que las autoridades de la Iglesia debían animarse a enseñar a los fieles esta
doctrina de la predestinación. No hacerlo por temor a aterrorizar, a escandalizar a las almas débiles,
sería falsear la verdad profunda de la teoría de la salvación cristiana.
Calvino estaba convencido de que con su doctrina de la doble predestinación no contradecía los 20
fundamentos de la soteriología luterana. Por el contrario, pensaba que le otorgaba a la teología
luterana una consistencia de la que carecía. ¿Por qué? Lutero enseñaba que el hombre debía
desesperar de sí mismo, y depositar toda su confianza en una justicia que resulta por completo
externa a él. Pues bien, dice Calvino, no existe doctrina que mejor enseñe al hombre, que mejor
ayude al hombre a depositar su confianza fuera de él mismo que la doctrina de la predestinación.
Esta tesis sostiene que la justicia, que la salvación del hombre depende de un eterno decreto firmado
por la divinidad, cuyo contenido no puede ser modificado por nada que haga o deje de hacer el
hombre durante su existencia terrenal. No hay forma de colocar más afuera del hombre los motivos
de su salvación. Tan afuera del hombre están las causas de la salvación que el estado de
justificación depende de una decisión de la divinidad que no se puede modificar. Ahora quizás se
comprenda mejor aquella afirmación de Calvino, que sostenía que la divinidad quiso la caída de
Adán para que sirviera de motivo de humillación para todo su linaje. En efecto, no existe doctrina
que humille más al hombre que la doble predestinación, afirma Calvino. Es la doctrina que más
obliga al hombre a bajar la cerviz, que mejor deja en claro que el hombre no tiene motivo alguno
para enorgullecerse por su salvación, absolutamente ninguno.
La doctrina de Calvino puede parece en principio un tanto desmovilizadora, paralizante. ¿Qué
sentido tendría salir a evangelizar, por ejemplo, si todo esta decidido por la divinidad desde la
eternidad? ¿Qué sentido tendría predicar el cristianismo si la suerte de cada hombre ya esta echada
incluso antes de su nacimiento? Para el calvinismo tiene sentido movilizarse y difundir el mensaje
cristiano por el orbe entero por varias razones. En primer lugar, para mayor gloria del Dios
cristiano. El cristianismo debe explicarse, debe difundirse “ad maiorem Dei gloriam”, como dirían
los jesuitas. Hay que contar esta historia de salvación y redención pergeñada por la sabiduría
divina.. Es una forma de enaltecer a este Dios justiciero y simultáneamente misericordioso. Pero
también existen motivos de índole práctica para salir a predicar el Evangelio: porque la fe y la
gracia destinadas a los elegidos pueden activarse en cualquier momento de sus vidas, en la niñez, en
la edad adulta, en el lecho de muerte. Los cristianos, sobretodo aquellos que tienen la convicción de
contarse entre los elegidos, deben salir a predicar se fe por todo el orbe para colaborar con el plan
de salvación divino. Deben enseñar el cristianismo porque ellos no saben qué hombres y mujeres de
su auditorio se encuentran entre los elegidos y quiénes no. Por éso se requiere que se predique de
manera indiferenciada la fe de Jesucristo, para que cuando los elegidos escuchen las verdades
cristianas experimenten cómo se activan la gracia y la fe que les han sido destinadas desde la
eternidad.
Esta difícil doctrina de la predestinación impacta de forma directa sobre la noción de gracia, obliga 21
a repensar esa categoría clave de la teoría de la salvación cristiana. ¿Por qué? Porque Calvino dirá
explícitamente lo que antes San Agustín había sugerido de manera un tanto ambigua: que la gracia
sobrenatural es un don irresistible. Los hombres y mujeres predestinados a la eterna felicidad no
pueden rechazar la gracia. La gracia se impone sobre ellos, incluso contra su voluntad. Han sido
elegidos para ser salvados y se salvarán. A diferencia de lo que pensaba Tomás de Aquino, Calvino
sostiene que la gracia no puede rechazarse. Y a diferencia de lo que pensaba Lutero, Calvino
sostiene que la gracia no puede perderse (Lutero sostenía que el estado de justificación se alcanzaba
gracias a la fe; se desprende de ello que si la fe se perdía, que si no se perseveraba en la creencia, el
don de la gracia se evaporaba). Calvino considera que es imposible que se produzcan ambas
circunstancias. Por ello sostiene que no le es dado al hombre decidir sobre su propia regeneración.
Para Calvino, la gracia conlleva un segundo don sobrenatural colateral, el don de la perseverancia,
que induce en el elegido una creciente convicción en la fe y un genuino arrepentimiento ante la
comisión de faltas y pecados graves. El predestinado a la salvación muchas veces durante su vida
podrá dudar de las verdades del cristianismo, pero siempre saldrá fortalecido de estas crisis de
conciencia, y morirá absolutamente convencido de las doctrinas que le han enseñado, sin un ápice
de duda. El elegido, el predestinado a la eterna felicidad, puede cometer pecados graves, crímenes
atroces incluso. Porque la predestinación, el estado de elección, no implica un estado de
impecabilidad. Cuando Calvino llama “santos” a los predestinados utiliza la palabra en un sentido
radicalmente diferente de como la emplean los católicos. Para los católicos los santos son aquellos
pocos hombres y mujeres que durante sus existencias terrenales experimentaron las grandes virtudes
cristianas de manera heroica. Los santos calvinistas son diferentes. Se los califica con dicho rótulo
simplemente para denotar que la divinidad, al haberlos predestinado a la eterna salvación, los toma
por tal. Pero no por ello dejan de ser pecadores. Pueden cometer incluso terribles crímenes. Pueden
ser incluso asesinos seriales. Pero como se cuentan entre los elegidos y poseen el don de la
perseverancia, indefectiblemente se arrepentirán, alcanzarán una contrición perfecta, un genuino
arrepentimiento por las atrocidades cometidos, y morirán con una fe incólume, absolutamente
convencidos de las verdades de la religión cristiana. Sus acciones pueden merecer desde la
perspectiva de la ley positiva la pena de muerte; pero como cuentan con el don de la gracia y de la
perseverancia, subirán al cadalso con una seguridad y un arrepentimiento genuinos, plenamente
convencidos del destino de eterna felicidad que les aguarda. Es por ello que Calvino sostiene que
los elegidos puede incurrir en pecado por ignorancia o debilidad, pero nunca pecar por malicia,
entendiendo por pecado de malicia el que se comete disfrutando del mal que se ocasiona. Esta clase
de falta queda reservada a los hombres naturales, aquellos que no ha sido predestinados a la eterna
beatitud, y cuya naturaleza se encuentra por lo tanto fascinada por el mal. El predestinado a la 22
salvación no puede cometer este tipo de desviación: si peca lo hace por ignorante o por débil, nunca
por malvado. El santo calvinista es un hombre predestinado a la salvación, destino al que accederá
con independencia de las acciones y actitudes adoptadas durante su existencia, pues la gracia que le
ha sido concedida lo orientará indefectiblemente hacia el alto destino que tiene asignado
Para repasar lo que hemos visto en la clase de hoy vamos a ensayar una comparación entre el dios
católico, el dios luterano y el dios calvinista. Si tuviéramos que imaginar a dichas divinidades en el
rol de juez ¿de qué manera se desempeñarían en sus respectivos juzgados? ¿Qué tipo de magistrado
serian?
o El dios católico puede ser imaginado como titular de un juzgado que funciona de manera
permanente, que no cierra jamás, que opera las 24 horas de los 365 días de todos los años de
la historia del mundo, un tribunal que constantemente incorpora nuevas evidencias en los
legajos de cada uno de los hombres que han existido, existen y existirán, tanto a favor como
en contra, un tribunal que recién baja el martillo y dicta la sentencia final, absolutoria o
condenatoria, en el último instante de vida de cada hombre o de cada mujer. Para el
catolicismo, el grueso de la responsabilidad y el mérito por la salvación individual de los
creyentes sigue residiendo en la divinidad, pero recuerden que existe un porcentaje
minoritario que el hombre debe poner de su parte, y que este tribunal divino está allí para
velar que el hombre cumpla con su parte del trato, que se esfuerce por obrar el bien y
colaborar con la gracia. Hay mérito real en las buenas obras de los hombres regenerados por
la gracia, y es por ello que las acciones de los seres humanos son observadas por el
magistrado celestial, quien no puede entonces dictar sentencia hasta que cada persona lanza
su último suspiro. El dios católico es, sin dudas, el más activo de los tres que tenemos que
analizar.
o El dios luterano, por el contrario, es un juez que se niega a trabajar como tal, que se niega a
abrir su juzgado, que lo cierra. Porque sabe que si lo tiene que abrir y debe comenzar a
juzgar a los hombres, si realmente quiere obrar en rigor de justicia, los tendrá que condenar
a todos, porque todos son culpables en función de sus corrompidas naturalezas caídas, que
no cesan de pecar ni aún cuando duermen. Si abre el juzgado tendría que realizar una
masacre judicial. Entonces prefiere suspender el juicio, cerrar el palacio de justicia, y
regalarle la absolución, el dictamen absolutorio, a aquellos hombres y mujeres que por lo
menos se reconocen culpables de manera voluntaria, que espontáneamente aceptan su
culpabilidad, que se asumen reos, que desesperan de sí mismos, y que depositan toda su
confianza en la buena predisposición que hacia ellos tiene el magistrado, que se muestran
seguros de que el magistrado sabrá cómo actuar, sabrá como ayudarlos. El dios luterano 23
probablemente sea el más misericordioso de los tres que debemos comparar.
o El dios calvinista es el más severo de los tres. Es un magistrado que abre la audiencia por
única vez, y que a lo largo de aquella única jornada resuelve en forma sumaria todos los
expedientes de los hombres que fueron, son y serán. A algunos, los menos, los absuelve. A la
mayoría, los condena. No existe en este tribunal derecho alguno de apelación, derecho de
revisión de las causas. Este magistrado no muestra a nadie los fundamentos de sus
decisiones. No explica ni las sentencias absolutorias ni las condenatorias. Y al concluir su
tarea cierra para siempre la corte, y no la vuelve a abrir nunca más.
Para evitar que sus seguidores se sumergieran en un estado de desesperación por no saber en qué
colectivo se encontraban, para evitar que la predestinación se convirtiera en una suerte de
terrorismo existencial, Calvino ofreció a los fieles algunos signos que permitirían sospechar de qué
grupo se formaba parte. No resulta posible alcanzar plena certeza en materia de salvación, reconoce
Calvino. En lo que respecta al estado de gracia, la plena seguridad es atributo excluyente de la
divinidad. A mediados del primer milenio San Agustín afirmaba al respecto: “multa corpora
sanctorum venerantur in terris quorum animae cruciantur in inferno” (“muchos cuerpos de santos
se veneran en la tierra, cuyas almas están crujiendo en el infierno”). Los hombres pueden creer que
una persona es santa y la elevan a los altares, y sin embargo ha sido destinada por la divinidad a los
infiernos. O pueden creer que una persona se fue al infierno y se encuentra sin embargo en el
Paraíso. La divinidad es la única que en última instancia conoce el destino de cada hombre. Aun así
Calvino cree que los hombres pueden alcanzar cierto conocimiento probable y conjetural en materia
de gracia, que les permitiría sospechar el estado en que se halla la propia alma o incluso las almas
de terceros. ¿Cuáles son los signos de la elección que identifica el Reformador francés?
1) Que el cristianismo nos haya sido predicado, es decir, que hayamos nacido en un espacio
civilizatorio en el que el cristianismo predomine.
2) Que recibamos con mansedumbre lo que se nos predica, que no nos cueste creer, que
aceptemos con facilidad y naturalidad los dogmas cristianos.
3) La perseverancia: que superemos siempre las dudas y que podamos emerger fortalecidos de
nuestras crisis de fe, llegando al final de nuestras vidas plenamente convencidos de las
enseñanzas del cristianismo.
4) La esperanza de contarnos entre los elegidos: si tenemos la fuerte convicción de que somos
uno de los elegidos, es muy probable que lo seamos. Aquí Calvino se instala en ese tipo de
razonamiento circular que se muerde la cola característico de la soteriología de matriz
agustiniano.
En definitiva lo que Calvino hace es convalidar el fanatismo religioso, el fundamentalismo, el 24
destierro de la duda, transformados en uno de los principales indicadores del estado de elección de
una persona. Pocos indicadores subjetivos más seguros de encontrarse entre los elegidos que ser un
convencido y consecuente calvinista.
Hay que tratar de comprender que una doctrina como la de la predestinación no generaba
desesperación en la Edad Moderna. Surtía el efecto contrario: provocaba alivio. La angustia y la
duda son sentimientos que en realidad nosotros tendemos a proyectar hacia el pasado a partir de
nuestro presente secularizado, que tendemos a adjudicar a sociedades pretéritas que la mayoría de
las veces no las experimentaban. Las sociedades de los siglos XVI y XVII estaban pensadas para
fabricar fanáticos religiosos, para crear fundamentalistas. Eran sociedades basadas en la intolerancia
religiosa. En aquellas sociedades a los niños se les enseñaba a odiar lo que no eran antes de
enseñarles a amar lo que eran. En la mayoría de las regiones europeas las personas transcurrían sus
vidas tomando únicamente contacto con individuos de su mismo credo. La abrumadora mayoría de
los españoles sólo conocía católicos durante sus existencias. La abrumadora mayoría de los
ginebrinos sólo conocía calvinistas durante sus vidas. Los niños crecían viendo a sus progenitores, a
sus abuelos, a sus hermanos, a sus vecinos, a sus maestros, a sus sacerdotes, a sus magistrados,
actuando como luteranos, católicos, calvinistas y zwinglianos todas sus vidas. En un mundo con
estas características no resultaba difícil creer, aventar las dudas, alcanzar certezas más o menos
absolutas. Todo el proceso de socialización primaria y secundaria apuntaba a ello. Pues bien, la
predestinación era una doctrina que premiaba a los que no dudaban en sociedades que fabricaban
personas a quienes les resulta muy sencillo no dudar. Es por ello que decimos que la teoría de la
doble predestinación generaba alivio en la Edad Moderna. En Ginebra no era difícil ser un fanático
calvinista: ¡cómo no serlo, si no se conocía otra religión, si no se podía enseñar otra religión, si no
podían circular libros católicos o luteranos, si los dirigentes de las confesiones rivales no podían
predicar sus respectivas versiones del cristianismo!
Para ayudar a recordar los principios fundamentales de la soteriología calvinista, los historiadores
anglosajones han inventado un regla mnemotécnica que al mismo tiempo funciona como un
homenaje al calvinismo holandés, el más pujante en la Edad Moderna. Esta regla mnemotécnica se
basa en la palabra tulipán, en extremo asociada a la cultura de los Países Bajos del Norte. .
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Total depravity
Unconditional election
Limited atonement
Irresistible grace
Perseverance of the elect
Total depravity (depravación total): remite a la absoluta corrupción de la naturaleza humana
postlapsaria.
Unconditional election (elección incondicional): alude a que la divinidad ha elegido a hombres y
mujeres para la eterna felicidad sin razón aparente, sin ninguna relación con ninguna acción que
dichos seres humanos hayan hecho o dejado de hacer durante sus vidas. Se trata de una elección sin
porqué. Desde la perspectiva del hombre no tiene explicación.
Limited atonement (expiación limitada): el dios encarnado no muere por todos los hombres, no se
deja supliciar para la salvación de la humanidad, sino solamente para reunir méritos para un
reducido grupo de elegidos. No es el Redentor del mundo sino de los predestinados a la salvación
Irresistible grace (gracia irresistible): para los elegidos, la gracia resulta irresistible. Se trata de un
don sobrenatural que los predestinados no pueden rechazar ni perder. No le es dado al hombre
decidir sobre su propia salvación.
Perseverance of the elect (perseverancia de los elegidos): los elegidos podrán atravesar crisis de fe
o conciencia, pero irremediablemente recuperaran la confianza, y su convicción resultará cada vez
más sólida y robusta.
Desgrabado por Adrián Viale
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