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DIRECTORIO

Dr. Juan de Dios González Ibarra Rector El Colegio de Morelos

Mtro. Felipe Balcázar Carmona Secretario General

Dr. Adrián Cabral Martínez Coordinador de Docencia, Investiga-ción y Difusión de la Cultura

Lic. Jesús Antonio Hernández Flores Coordinador Administrativo

SECCIONES

La revista DIAPHORA publica artículos, notas y re-señas alrededor de las líneas de investigación derivadas de los cuatro centros de la institución y sus programas aca-démicos: Centro de Estudios de la Complejidad, Centro de Estudios de la Cultura, Centro de Estudios Educativos y Centro de Estudios para la Gobernanza. Dichas líneas son: Complejidad socioambiental, Sistemas complejos, Cultura y Sociedad, Hermenéutica del Sujeto, Literatura y Cultura, Grupos Operativos en la Enseñanza, Cooperación Interna-cional, Estudios de Territorio, Administración Pública.

General

La sección general se compone de artículos de investi-gación con una propuesta inédita o una manera profunda de abordar alguna problemática derivada de las líneas de investigación de los diferentes Centros. La convocatoria es permanente.

Todos los artículos son sometidos a dictamen siguien-do la modalidad de doble ciego.

Debate

Publica artículos y notas de divulgación, cuyo propó-sito es transmitir a un público amplio y no necesariamente especializado ideas, conceptos y descubrimientos sobre te-mas de actualidad relacionados con las líneas de investiga-ción de la institución.

Reseñas

Las reseñas no están limitadas a los libros de reciente edición sino a diversas formas de expresión artística, tales como el cine, danza, pintura, etc. Asimismo se aceptan re-señas de autor.

EQUIPO EDITORIAL

Director Dr. Ricardo Tapia Vega

Consejo editorial

Dra. Elsa Cross (FFyL, UNAM) Dr. Cristina Girardo (El Colegio Mexiquense) Mtro. José Carlos Melesio (DEH, INAH) Dr, Prudencio Mochi (CRIM-UNAM) Dr. Pedro Orozco Gómez (UNAM)

Consejo científico

Dr. Avelino Blasco Esteve (Universitat de le Illes Balears) Dr. Ludolfo Paramio Rodrigo (Consejo Superior de Investigación Científica) Dr Nicanor Ursua Lezaun (Universidad del País Vasco) Dr. Juan Manuel Vega Gómez (Instituto de Investigaciones Jurídicas UNAM)

Diseño editorialEfraím Blanco

FormaciónIxshel Morales

Reserva de Derechos al Uso Exclusivo número 04-2017-081413580400-203 e ISSN en eversión electrónica 2594-0104, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. ISSN en versión impresa en trámite.

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ÍNDICE

Editorial ...........................................................................................................4

GENERAL

Emiliano Zapata y la instrucción pública en el estado de Morelos durante la revolución mexicana.

Héctor Omar Martínez Martínez ...................................................................8

El liderazgo político-militar de Emiliano Zapata.

Ángel González Granados ............................................................................35

La Revolución olvidada. Emiliano Zapata en la memoria de los pueblos del Sur.

Armando Josué López Benítez .....................................................................69

El libro Zapatista “México revolucionario. A los pueblos de Europa y América, 1910-1918”.

Marco Velázquez Albo, Jaime Inti Domínguez Gallardo ........................104

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NÚMERO 5| ENERO-JUNIO 2019 | EL COLEGIO DE MORELOS | ISSN 2594-01044

EDITORIAL

La revista DIAPHORA presenta en este número la temática referente a Emiliano Zapata y el Estado de Morelos, recordando que 20191 fue decretado por el Presidente de la República como año de Emiliano Zapata Salazar, ilustre caudillo morelense de la Revolución Mexica-na y pilar del agrarismo y las causas sociales; y recordando también el sesquicentenario de la creación del Estado de Morelos.2

Parafraseando al historiador inglés Thomas Carlyle, la historia de los pueblos es la biografía de sus grandes hombres, y de alguna mane-ra esto ocurre con Zapata y el Estado de Morelos, pues la vida y obra de aquél constituye sin duda parte importante de la historia de éste.

Como lo ha puesto de relieve Carlos Fuentes: "todos los habitantes del valle de Morelos, desde los viejos veteranos de la revolución hasta los niños de escuela, creen que Zapata sigue viviendo. Y acaso tengan razón: pues mientras los pueblos luchen para gobernarse a sí mismos de acuerdo con sus valores culturales y sus convicciones más profun-das, el zapatismo vivirá.”3

En cuanto al contenido de la revista, ésta inicia con un artículo del Dr. Héctor Omar Martínez Martínez, titulado Emiliano Zapata y la instrucción pública en el estado de Morelos durante la revolución mexicana que aborda un tema poco estudiado, referente al funciona-miento y los problemas a los que se enfrentó el sistema educativo en el estado de Morelos durante la revolución mexicana en el lapso de 1920 a 1921. En esta investigación el autor da a conocer, con base en interesantes datos estadísticos e históricos, las acciones emprendidas por Zapata y sus colaboradores para mantener abiertas las escuelas en el estado de Morelos, la atención dada por éstos respecto a las so-licitudes y quejas de la población y maestros para seguir brindando el servicio educativo en sus zonas de dominio.

1 Centenario de la muerte de Zapata, acaecida el 10 de abril de 1919.2 Mediante decreto de 16 de abril de 1869, que entró en vigor al día siguiente.3 Fuentes, Carlos, El espejo enterrado, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 331.

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Posteriormente, se presenta el trabajo del Maestro Ángel Gonzá-lez Granados: El liderazgo político-militar de Emiliano Zapata, que esboza algunos elementos de la formación del liderazgo político-mi-litar del caudillo del sur antes de la etapa más densa de la revolución mexicana. La investigación muestra una parte de la experiencia de Zapata como niño y adolescente frente al despojo de tierras, el acom-pañamiento que dio a litigios por tierras, una campaña electoral, su elección como cabecilla del calpulli y una serie de acontecimientos coyunturales que finalmente desembocarían en la convocatoria a la revolución mexicana.

Después, encontramos el ensayo del Maestro Armando Josué López Benítez, La Revolución olvidada. Emiliano Zapata en la memo-ria de los pueblos del Sur, en el que muestra una imagen crítica tridi-mensional de Zapata: la primera, es una visión racista que demerita su lucha, la otra desde el Estado, fomenta un nacionalismo y lo equipara con sus enemigos; y la tercera y más importante desde la perspectiva de los pueblos que conformaron el Ejército Libertador del Sur. La fi-gura de Zapata en las comunidades campesinas más cercana a la cos-movisión mesoamericana, permite según el autor, formular una nueva interpretación a partir de conocer la región suriana y los elementos culturales que dieron sentido a las relaciones sociales enmarcadas en lo más profundo de la memoria colectiva de los pueblos.

A continuación, el Dr. Marco Velázquez Albo y el Maestro Jaime Inti Domínguez Gallardo, presentan más allá de una reseña, un estudio del contenido de la obra de Jenaro Amezcua que es referida en el traba-jo, este estudio es designado como El libro Zapatista “México revolu-cionario. A los pueblos de Europa y América, 1910-1918”. Este trabajo se estructura en dos secciones: la primera busca analizar brevemente el contenido del Proyecto Nacional Zapatista, describiendo las leyes y reformas que editó Amezcua en su libro, entendiendo que el objetivo fue de carácter propagandístico; la segunda sección tiene como punto central, el identificar y dar conocer, como se publicitaron e internacio-nalizaron las propuestas revolucionarias contenidas en dicho proyecto agrario, recurriendo a las habilidades de difusión política de Amezcua como representante zapatsta en Cuba, quién logró concentrar en un li-bro las principales propuestas revolucionarias de los zapatistas.

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Así, DIAPHORA y El Colegio de Morelos siguen cumpliendo su labor contributiva al avance y mejor aprovechamiento de las ciencias sociales y las humanidades, así como a su difusión, cumpliendo ade-más con la encomienda del Rector Juan de Dios González Ibarra, de posicionar a dicho colegio como referente nacional de saber y cultura.

Finalmente, se vuelve a destacar que DIAPHORA ha obtenido la indexación en el sistema denominado Latinindex y ha mejorado sus ediciones, lo cual es fruto del trabajo de nuestro equipo edito-rial, dentro del cual destaco el trabajo y agradezco su disposición a Efraím Blanco Salazar e Ixshel Morales González.

Dr. Ricardo Tapia VegaDirector de DIAPHORA

Cuernavaca, Morelos a 23 de julio de 2019

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GENERAL ——————---------------—

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Emiliano Zapata y la instrucción pública en el estado de Morelos durante la revolución mexicana

Emiliano Zapata and public education in Morelos state during the Mexican revolution

Héctor Omar Martínez Martínez1

ResumenEste trabajo tiene como principal objetivo mostrar el funcionamiento y los problemas a los que se enfrentó el sistema educativo en el estado de Morelos durante la revolución mexicana (1910–1921). La razón de esta investigación reside en conocer las acciones emprendidas por Emiliano Zapata y sus principales colaboradores para mantener abiertas las escuelas en el estado de Morelos. Este tema no ha sido objeto de estudio a pesar de contar con documentación de la época que refleja un funcionamiento intermitente de la instrucción pública.

La información recopilada abarca quejas y solicitudes que autoridades locales y maestros morelenses dirigieron a los principales jefes zapatistas, así como las respuestas y acciones emprendidas por este grupo revolucio-nario para seguir brindando el servicio educativo en las zonas que domi-naron militarmente.

Palabras clave: archivos, revolución, historia de la educación, maestros, zapatismo.

AbstractThis work will show how the Mexican public education system worked and its main problems in Morelos state during the Mexican revolution (1910–1921). The main reason for this research knowing the actions for Emiliano Zapata did and his main collaborators and how they did keep Morelos schools were opening during this violence period. This topic has not studied yet as research still there are files, documents about this time where they represent how the public education really worked.

1 Historiador y doctor en educación por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Profesor en la Escuela Particular Normal Superior del Estado. Autor del libro Instrucción pública en el estado de Morelos durante el Porfiriato 1882–1912.

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Emiliano Zapata y la instrucción pública

The compiled information has complaints and some applications from local authorities and how Morelos state teachers managed to the main Zapata lea-ders. It has answers and actions from this Mexican revolution group where they kept the education service on in areas where they controlled.

Keywords: files, Mexican revolution, history education, teachers, Zapata, zapatismo.

Introducción

Uno de los personajes que se incorporó al ejercito zapatista, Antonio Díaz Soto y Gama, señala en su obra (1960): “Uno de los aspectos menos conocidos de la personalidad del general Emiliano Zapata, es el relativo al empeño que siempre mostró porque no se desatendiera la educación de la niñez en la zona por él dominada” (p. 269). Esto se debe a que Zapata y el Ejercito Libertador del Sur ejercieron su do-minio en el estado de Morelos y por lo tanto, emitieron leyes y docu-mentos sobre instrucción pública desde su cuartel general, ubicado en la localidad de Tlaltizapán. Sin embargo, en la historiografía del zapatismo escrita por Ávila (2009), se puede constatar que los estu-dios sobre algún aspecto relacionado con la instrucción pública para el periodo 1910–1921, son prácticamente inexistentes en el estado de Morelos.2 Esto resulta contradictorio porque en las filas del ejército zapatista existieron maestros morelenses que se incorporaron y par-ticiparon del algún modo con este grupo revolucionario.

Debemos preguntarnos ¿cuál fue la situación que prevaleció con la instrucción pública en el estado de Morelos durante la revolución? Lo que pretende este trabajo es mostrar que las escuelas de nuestra zona de estudio siguieron funcionando bajo la dirección de los zapatistas. Es necesario conocer en primer lugar el tipo de escuelas que existieron en territorio morelense antes de los acontecimientos revolucionarios. Posteriormente, señalar las circulares, leyes y documentos emitidos por Emiliano Zapata, que contenían aspectos sobre instrucción pú-blica. Por último, debemos acercarnos a los maestros morelenses de

2 El periodo de tiempo elegido para este trabajo abarca el inicio de la revolución mexicana encabezada por Francisco I. Madero en 1910, hasta la fundación de la Secretaría de Edu-cación Pública (SEP) durante el año de 1921.

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Emiliano Zapata y la instrucción pública

aquella época y observar los problemas que enfrentaron en las escuelas donde prestaron sus servicios. A través de sus testimonios podemos mirar el proceso revolucionario en México desde otras perspectivas.

La información para la elaboración de este trabajo proviene principalmente de los archivos municipales de Mazatepec, Tla-yacapan, Cuautla, Tlaquiltenango y Cuernavaca, en el estado de Morelos. Debo señalar al lector que la importancia de estos lugares radica, principalmente, en sus acervos documentales sobre ins-trucción pública, los cuales no habían sido explorados por los in-vestigadores del zapatismo. Esto se debía a dos razones; en primer lugar, a la creencia de que la revolución en Morelos había destruido los archivos municipales y por lo tanto había que recurrir a otras fuentes como los testimonios orales. El segundo factor es que los archivos mencionados no se encontraban clasificados y su consulta estaba restringida para el público en general.

Con estas fuentes municipales, es que empleamos el método his-tórico propuesto en la obra de Ruiz (1997), mediante el cual contras-taremos la documentación de los archivos consultados y a partir del análisis y la crítica, conocer la situación de la instrucción pública en Morelos durante la revolución, particularmente dentro del zapatismo.

La imagen del maestro morelense en la revolución mexicana

Enrique Florescano (1994) señala que hacia las últimas décadas del si-glo XX surgió una revisión historiográfica sobre la revolución mexica-na. Principalmente sobre sus causas, caracterizaciones y significados en torno a los hechos, ideas y personajes involucrados. En cambio, para Alan Knight (1989), la revolución ha tenido diversas interpretaciones revisionistas, las cuales se relacionan con generaciones de escritores y especialistas que aparecieron en diferentes momentos del siglo XX.

De esta revisión, Ávila (2018) menciona que se ha prestado interés a las clases subalternas y algunas de ellas plasmaron por medio de la pa-labra escrita preocupaciones, deseos, así como sus necesidades a varios

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Héctor Omar Martínez Martínez

jefes zapatistas. Sin embargo, encontrar documentación que refleje las situaciones por las que atravesó el sistema educativo morelense -preci-samente en esa época- es poca en los archivos existentes de la entidad.

Esto representa un problema porque a pesar de los testimonios que sobre la figura de Zapata y sus principales dirigentes existe todavía es necesario explorar las experiencias históricas de aquellas personas cuyas actividades tan a menudo se ignoran o desconocen, como es el caso de los maestros. Lo cual implica un esfuerzo mayor porque mientras más se remonten los historiadores en la reconstrucción de la experiencia de los de abajo tanto más se reducirá el ámbito de las fuen-tes disponibles (Sharpe, 1996). Pues éstas se pierden en el olvido, ya sea por las inclemencias del tiempo, desastres, o la simple indiferencia de las autoridades. Hay que recordar también que algunos documentos fueron dirigidos a instancias oficiales. Por lo tanto, su búsqueda se dificulta todavía más si no existe un interés por conservarlos.

Para James D. Cockcroft (2005), entre los intelectuales que contri-buyeron al proceso de la lucha revolucionaria en México destacan los licenciados y maestros de primaria. Este último grupo, en opinión de Cockcroft, se distingue por la imagen de confianza y respeto que di-versos sectores sociales le han atribuido y de acuerdo con datos pro-porcionados por Mílada Bazant (1982). Hacia 1900 el magisterio era la profesión con más personal en los estados del país. Por lo tanto, al ser el grupo profesional más numeroso, debemos pensar en los maestros como protagonistas de los procesos y problemas educativos, por sus posturas frente a las políticas educativas, condiciones de trabajo junto con otras actividades que llevaba a cabo de acuerdo a la región o loca-lidad donde prestaba sus servicios. Debido a estas situaciones, se ubica entre “discursos y prácticas, en contextos o coyunturas específicas o bien en su vida cotidiana” (Civera, 2003, p. 234).

Cabe destacar que en la bibliografía consultada se encontró una imagen del maestro morelense comprometido con la revolución. Así lo menciona Alberto Morales Jiménez (1987): “Sin hipérbole, se pue-de afirmar que todos los maestros del estado de Morelos engrosaron las filas revolucionarias y aún más, desde fines del siglo pasado y principios del presente conspiraron contra el régimen del llamado pacificador Porfirio Díaz” (p. 167).

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Emiliano Zapata y la instrucción pública

Sobre este aspecto, Fausto E. Martínez (2007), señala que durante las primeras décadas del siglo XX, el maestro “en forma excepcional y de manera generalizada”, tuvo un papel protagónico como lucha-dor social y precursor en la gesta revolucionaria. Incluso, Mílada Ba-zant (2002) señala que cuando los zapatistas se filtraron en la parte sur del estado de México, los maestros fueron los primeros en “sim-patizar” con el movimiento rebelde (p. 311).

Con estas aseveraciones, estaríamos hablando del sector profesio-nal más comprometido con la revolución zapatista. Sin embargo, no tenemos las evidencias que nos permitan probar la supuesta simpatía de los maestros hacia la lucha y en cambio, creemos, como Arnaut (1998), que la participación de éstos durante la revolución fue diversa.

La irrupción zapatista en el estado de Morelos, a partir de 1911, al-teró de distintas maneras la vida de los habitantes de esta zona del país de acuerdo con lo expuesto por Pineda (1997). Siendo el sistema educativo uno de los afectados. Carlos Gallardo Sánchez (2004), en una búsqueda de fuentes primarias para comprender qué sucedió con la educación, los maestros y escuelas de Morelos en aquella época, se-ñala que entre los mitos generados por la revolución, se encuentra el de los maestros como defensores de las causas revolucionarias, plasmado principalmente en la literatura novelesca y durante la época de oro del cine mexicano. Su obra realizada en la exploración del archivo muni-cipal de Mazatepec y con libros de ediciones difíciles de conseguir en las librerías, aporta detalles de docentes que se mantuvieron ajenos a los acontecimientos revolucionarios y desempeñaron sus actividades escolares cuando las circunstancias lo permitían. En cambio, también expone que existieron otros que se adhirieron a la causa revoluciona-ria y aquellos que fueron hostiles a ésta. Menciona además que se debe prestar atención a la visión zapatista que tenían sobre la educación, pero desafortunadamente advierte que los trabajos históricos en torno a temas educativos para el estado de Morelos son “esporádicos y salvo alguna excepción, resultan producto del interés o la motivación perso-nal de quienes los realizan” (p. 15).

En un trabajo previo de investigación (Martínez, 2015), pude constatar esta afirmación de Gallardo. Pues en un balance de bús-queda que agrupó la producción historiográfica educativa para el

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Héctor Omar Martínez Martínez

estado de Morelos, en la década 2002–2012, arrojó como resultados que existen pocos trabajos y de estos tenemos épocas en la historia educativa estatal que prácticamente no han sido explorados por los investigadores, de acuerdo con los datos de las siguientes gráficas.

Las tesis consultadas para la elaboración de la gráfica 1 fueron pro-ducidas en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos a través de su Facultad de Humanidades e Instituto de Ciencias de la Educación.3 En total son catorce tesis repartidas del modo siguiente: tres para ob-tener el título de licenciatura en historia, tres para títulos de docencia; cinco para obtener el grado de maestro en investigación educativa, dos para el grado de maestro en historia mundial contemporánea y sola-mente una para el grado de doctor en educación. La mayoría fueron producidas en el 2006 y desde entonces se han presentado trabajos de

3 Esta gráfica se basa en la periodización por décadas empleada por el Consejo Mexicano de Investigación Educativa para balances sobre historiografía de la educación en Méxi-co: 1982–1992, 1992–2002 y actualmente 2002–2012. Debo advertir que la información recopilada en esta investigación sólo corresponde a lo producido en el estado de Morelos, los datos fueron proporcionados por algunos investigadores del campo de la educación, de libros que surgieron en la década mencionada y presentaciones de investigaciones en congresos. Por lo tanto no descartamos la probable existencia de trabajos elaborados en otras instituciones para nuestra zona de estudio en la década mencionada. Si bien la grá-fica marca un mayor número en los artículos, muchos de ellos fueron publicados en los libros que aparecen en los datos de la misma.

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Emiliano Zapata y la instrucción pública

este tipo, con excepción del año 2010, lo cual resulta paradójico por tratarse de una fecha simbólica caracterizada por los festejos del bi-centenario de la independencia y centenario de la revolución.

Lazarín (2002) señala que los estudios de historia de la educa-ción en México adoptaron una periodización política, ejemplos de ellos son el porfiriato, 1876–1910 y la educación que “surge con la revolución a partir de 1917”. Esto resulta contradictorio, pues si bien la historia de la educación no es ajena a lo político, se acerca más a lo social y cultural. Esta periodización ha sido utilizada en algunos trabajos históricos de la educación para el estado de Morelos como se expresa en la gráfica 2.

Gráfica 2. Épocas que abarca la producción histo-riográfica de la educación en el estado de Morelos (2002 – 2012)

Si bien es cierto que en la última gráfica los periodos históricos corresponden a los principales acontecimientos de la vida política de país, la historia de la educación tiene sus propios procesos y rupturas que en ocasiones no coinciden con estas periodizaciones. Es decir, pueden seguir ritmos distintos, y por lo tanto, abarcar tiempos di-

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Héctor Omar Martínez Martínez

ferentes a los aquí establecidos. Para Pilar Gonzalbo Aizpuru (1991) esta periodización política había obstaculizado que se estudiaran procesos educativos con líneas de continuidad.

Pero lo ocurrido en la revolución con el sistema educativo en el estado de Morelos, sólo se reduce a la participación de los maestros Pablo Torres Burgos y Otilio Montaño en el Ejercito Libertador del Sur de Emiliano Zapata. Recientemente el trabajo de Flores (2012) y Martínez (2013) han mostrado que los maestros y maestras de Mo-relos durante la revuelta armada atravesaron por momentos difíci-les en su vida cotidiana y condiciones de trabajo. Por lo tanto, esa imagen del maestro comprometido con la revolución debe mirarse a través de nuevas fuentes históricas, siendo los archivos municipales herramientas clave para este proceso.

Las escuelas del estado de Morelos antes de la revolución

Nuestra zona de estudio posee sus propias características geográficas, culturales e históricas. El estado de Morelos se encuentra ubicado cer-ca de la ciudad de México y es una zona de paso hacia el puerto de Acapulco o santuarios religiosos como la catedral metropolitana. Esto hace del territorio morelense un punto estratégico para las relaciones comerciales del centro del país, siendo el cultivo de la caña de azúcar a finales del siglo XIX y principios del XX, una de las principales activi-dades de la agroindustria local.

El estado de Morelos se encontraba dividido en la primera década del siglo XX en seis distritos políticos: Cuernavaca, Yautepec, Morelos (ahora Cuautla), Jonacatepec, Tetecala y Juárez. Para el año de 1910 en que inicia la revolución mexicana, encontramos en el Semanario Oficial del Gobierno del Estado de Morelos la cantidad de 240 escuelas registradas por el gobierno estatal, tal como aparecen en el cuadro 1.

Los datos proporcionados por el Semanario Oficial del Gobier-no del Estado de Morelos no precisan si las escuelas de niños y niñas compartieron el mismo edificio. Tampoco mencionan si los alumnos de las escuelas mixtas estaban juntos en un mismo espa-cio o fueron separados en aulas distintas dentro del plantel.

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Emiliano Zapata y la instrucción pública

Cuadro 1. Escuelas en el estado de Morelos, 1910.

Distrito Direc-ción e

Inspec-ción

Esc. de adul-

tos

Esc. de

Pár-vulos

Esc. de niños

Esc.de niñas

Esc.mixtas

Total

Cuernavaca 1 1 1 15 15 24 57Yautepec 8 8 17 33Morelos 1 10 10 24 45Jonacatepec 13 13 10 36Juárez 8 7 19 34Tetecala 10 11 14 35

Total 64 64 108 240

Fuente: elaboración propia a partir del presu-puesto de gastos para el año fiscal 1910 – 1911 publicado en el Semanario Oficial del Gobierno

del Estado de Morelos.

Estos espacios educativos no fueron los únicos que existieron en nuestra zona de estudio. También tenemos referencias del funciona-miento de escuelas particulares, eclesiásticas y dentro de las hacien-das morelenses. A pesar de que numéricamente no tuvieron gran peso, este tipo de escuelas marcaron la pauta en diferentes momen-tos de la historia del estado de Morelos.

Tenemos datos de las escuelas particulares y eclesiásticas que existieron en nuestra zona de estudio en 1911. En ese año el gobierno morelense envió a la secretaría del despacho del Instrucción Pública y Bellas Artes la remisión acerca de las escuelas oficiales y particula-res que existían en el estado para la formación de una Carta escolar general de la república. La elaboración de este material estuvo a car-go del profesor Miguel Salinas (véase cuadro 2) en donde podemos observar la ubicación, categoría y algunos nombres de este tipo de escuelas que impartían enseñanza a la niñez morelense.

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NÚMERO 5 | ENERO-JUNIO 2019 | EL COLEGIO DE MORELOS | ISSN 2594-0104 17

Héctor Omar Martínez Martínez

Cuadro 2. Escuelas particulares y eclesiásticas en Morelos, 1911.

Distrito Municipalidad Nombre Categoría

Cuernavaca Cuernavaca

Xochitepec

Instituto Pape CarpentierColegio Santa InésColegio San Luis

Nuestra Señora de los ÁngelesEscuela CatólicaEscuela Católica

La Purísima

Escuela Parroquial

NiñosNiñasNiñosNiñasMixtaNiñasMixta

Niñas

Yautepec Yautepec

Tlayacapan

Escuela Parroquial La Purísima

Escuela Católica

Niños

No se especifica

Morelos Cuautla

Yecapixtla

Colegio de Santa CeciliaColegio Nicolás Bravo

Colegio Particular

Escuela Particular

NiñasNiñas

No se especifica

No se especifica

Jonacatepec Jonacatepec

Zacualpan

Tepalcingo

Escuela ParticularEscuela Particular

Escuela Particular

Escuela MorelosEscuela Particular

MixtaNo se especifica

No se especifica

No se especificaNo se especifica

Tetecala Miacatlán Escuela ParroquialEscuela Parroquial

NiñosNiñas

Juárez Jojutla

Tlaquiltenango

Tlaltizapan

Parroquial Siglo XXColegio Particular

Colegio La LuzEscuela Particular

Particular Altamirano

Escuela Particular

NiñosNo se especificaNo se especifica

Niñas

Niños

Niñas

Fuente: elaboración propia a partir del Archivo General de la Nación (México), Fondo Instruc-ción Pública y Bellas Artes, expediente 33, 1911.

En este cuadro de escuelas particulares y eclesiásticas notamos que sólo tres de ellas tenían nombres de personajes históricos: Nico-lás Bravo, Morelos y Altamirano (posiblemente en honor del escritor Ignacio Manuel Altamirano), mientras que una llevaba el nombre de la pedagoga María Pape Carpentier.

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Emiliano Zapata y la instrucción pública

A pesar de contar con trabajos que aportan aspectos sobre la situación económica, técnica y agrícola que prevaleció en las ha-ciendas morelenses, la presencia y el funcionamiento de escuelas en dichos lugares es un tema que no ha sido abordado. Poseemos las impresiones de algunos viajeros y documentos de archivo que hablan sobre la existencia de escuelas en haciendas morelenses.

La ley orgánica de instrucción pública del estado de Morelos de 1910, decretada por el gobernador y propietario de la hacienda de At-lihuayán, Pablo Escandón, establecía que los dueños de ingenios que tuvieran a su servicio menores de edad debían arreglar las labores de estos para que pudieran recibir “por lo menos” 15 horas semanarias de instrucción. Además, dicha ley señalaba al Director de Educación Pú-blica (cuando el gobernador lo autorizaba para ello), procurar excitar el “patriotismo o la filantropía de los hacendados” a fin de que funda-ran y sostuvieran escuelas en sus respectivas fincas o cuando menos “ayuden al fomento de las existentes” (Ley Orgánica de la Instrucción Pública del Estado de Morelos, 1910, Art.11 y 19). A raíz de esta ley se decretó establecer una escuela mixta en la hacienda de El Puente, per-teneciente a la municipalidad de Xochitepec del distrito de Cuernava-ca (Semanario Oficial del Gobierno de Estado de Morelos, 23 de julio 1910). Asignando a la directora una contribución mensual de $237.25.

Debemos advertir que el hecho de que existieran estos espacios para la instrucción de los niños en las haciendas morelenses no es ga-rantía suficiente para suponer que funcionaron debidamente, ya que la necesidad de los padres de familia por obtener recursos económicos obligaba a emplear a sus hijos en diversas labores del trabajo agrícola.

Zapata y la instrucción pública en Morelos durante la revolución

Existieron distintos tipos de escuelas en el estado de Morelos que pro-porcionaban educación a la niñez morelense. Con el inicio de los acon-tecimientos revolucionarios algunas de estas tuvieron que suspender sus actividades. Esta situación se manifiesta principalmente en 1913, cuando el gobernador interino Benito Tajonar informó al congreso es-

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tatal que de 240 escuelas existentes en el estado de Morelos4 se encon-traban vacantes 85 por clausura o falta de maestro.5 De acuerdo con datos proporcionados por López (1981), Tajonar atribuía tal situación a que estaban situadas en pueblos “donde la excitación revolucionaria es mayor.” Anunciaba también la suspensión de pagos a directores “que pasan ya de 12”, así como la supresión desde octubre de 1912 de los Inspectores de Instrucción Pública “hasta la completa pacificación del Estado.” Indicaba además una asistencia media de 1719 niños y 1871 niñas, pero creía que el número pudo haber sido mayor debido a que varias escuelas no remitieron oportunamente sus noticias de movi-miento escolar por la interrupción de las comunicaciones. (pp. 43-45)6

En ese mismo año de 1913, en el distrito de Yautepec, la directora de la escuela de niñas de San José, Francisca Salazar, reportaba en los Estados Mensuales un censo escolar de 21 alumnas, con una asisten-cia media diaria de 7 y 8 alumnas para los meses de febrero y marzo respectivamente (AHT, 1 de febrero de 1913 y 1 de marzo de 1913). Mientras que en Mazatepec el director informaba que 33 niños falta-ron sin causa justificada algunos hasta diecinueve días (AHMM, Fondo Instrucción Pública, 6 de marzo de 1913).

No obstante, la clausura de escuelas en Morelos y la inasistencia escolar ocasionada por los acontecimientos revolucionarios que se desarrollaban a nivel estatal y nacional, encontramos que algunos vecinos junto con autoridades locales se organizaron para abrir sus propios establecimientos escolares solicitando la ayuda del general Emiliano Zapata. En Tepalcingo, el presidente municipal escribió a Zapata que en virtud del tiempo “que mal emplean los pequeños de este pueblo he pensado en establecer una escuela” (Archivo Ge-neral de la Nación (AGN). Fondo Emiliano Zapata, 26 de octubre 1914), aunque señalaba que los padres de familia y el propio ayun-tamiento carecían de los elementos necesarios. Por lo que solici-

4 12 de primera clase, 40 de segunda, 185 de tercera, una de párvulos y 2 de adultos5 El gobernador Tajonar proporciona la misma cantidad de escuelas aunque con una cla-sificación distinta respecto con nuestro cuadro número (1). 6 Posteriormente el gobernador Tajonar fue depuesto de su cargo y aprehendido junto con otros miembros de los poderes ejecutivo y legislativo estatal.

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taban la aprobación para la apertura y una gratificación mensual al director. Al margen de este documento se encuentra escrita la respuesta aprobatoria para establecer la escuela.

Esta misma situación se refleja en Tetela del Volcán, en donde “por acuerdo de varios vecinos de este pueblo” (AGN, 26 de octubre 1914), se deseaba establecer una escuela para niños y niñas. Sin em-bargo, el ayudante municipal Ignacio Mendoza, explicaba que debi-do a no tener el apoyo de ninguna superioridad, se dirigía a Zapata para conseguir su ayuda en lo que fuera necesario: “para poder llevar a feliz término lo que desean mis vecinos” (AGN, 24 de noviembre de 1914), solicitando también útiles que pudieran proporcionarle.

El tema de la educación no pasó desapercibido para el Ejercito Liber-tador del Sur, pues entre sus integrantes se encontraban maestros que ejercieron en las escuelas de Yautepec, Cuautla y Villa de Ayala; como Pablo Torres Burgos, Otilio Montaño y Carlos Pérez Guerrero.7 Además, Emiliano Zapata consideraba que la libertad municipal era lo más im-portante de las instituciones democráticas. Por lo tanto, los municipios tenían el derecho de arreglar por sí mismos los asuntos de su vida en común para resolver lo que mejor convenía a sus intereses y necesidades locales. Esto quedó expresado en la Ley General sobre libertades mu-nicipales, emitida el 15 de septiembre de 1916, en Tlaltizapán, Morelos.

El municipio, en dicha reglamentación, estaba representado y regido por un ayuntamiento o corporación municipal electo po-pularmente entre los vecinos de la localidad. Entre sus responsa-bilidades se estipulaba, en el artículo 18 de dicha ley la necesidad de establecer escuelas primarias, aunque esta medida comenzaba a regir después de la entrada de las tropas zapatistas en las poblacio-nes que iban ocupando militarmente.

7 El maestro Pablo Torres Burgos apoyó a Francisco I. Madero para iniciar la revolución en el estado de Morelos. En cambio, Otilio Montaño tenía una relación de compadrazgo con Zapata y se le atribuye la redacción del Plan de Ayala, principal documento donde se expone la lucha agraria por la recuperación de las tierras de los pueblos morelenses. En lo que respecta con Carlos Pérez Guerrero, él se incorporó a las filas zapatistas en 1913 y fue designado por Emiliano Zapata como secretario del ramo de instrucción pública del departamento de justicia e instrucción pública del Cuartel General del Ejercito Liberta-dor del Sur en 1917. Al finalizar la revolución retomó sus actividades docentes y ocupó diversos cargos directivos del sector educativo en Morelos.

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Contar con habitantes de los municipios ejerciendo funciones en los ayuntamientos podía ocasionar que éstos desconocieran la ma-nera de administrar los diversos rubros. Debido a esta situación, Za-pata expidió el 20 de abril de 1917 la Ley Orgánica de los municipios. En el capítulo cuarto se establecen las obligaciones de los ayunta-mientos en el ramo de instrucción pública:

I.- Estrechar por medio del presidente, del regidor del ramo, de los ayuntamientos municipales, a los padres de familia para que man-den a sus hijos a las escuelas con la puntualidad debida; y vigilar la conducta de los preceptores, conforme a las leyes y reglamentos.

II.- Formar anualmente el padrón general de los alumnos que deben concurrir a las escuelas públicas, con vista de los padrones particu-lares que han de formar los ayudantes municipales de cada sección.

III.- Procurar la conservación y el mejoramiento de los edifi-cios destinados a la enseñanza pública.

IV.- Concurrir en corporación o por medio del regidor del ramo, a los exámenes de las escuelas públicas.

V.- Fomentar y proteger en cuanto sea posible, todo lo perte-neciente a la Instrucción Pública, proponiendo al Gobierno del Estado, cuanto sea conducente.

VI.- Cumplir las obligaciones que les imponen el Artículo 18 de la Ley General de Libertades Municipales, de establecer el mayor número de escuelas primarias sostenidas por el muni-cipio, sin perjuicio de las que en la misma jurisdicción esta-blezca la Federación y el Gobierno del Estado.

Un aspecto que debemos resaltar, es el hecho de que esta ley, emiti-da por Emiliano Zapata desde su cuartel general en Tlaltizapan, no es una reglamentación propia de este grupo revolucionario, solo se están retomando las obligaciones que en los diversos ramos de la adminis-tración municipal tenían que ejercer las autoridades locales de acuer-do con la Ley Orgánica de Ayuntamientos de 1888. La única diferencia radica en el inciso VI que no aparece en la legislación de 1888.

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Notamos que la educación durante la etapa revolucionaria en Morelos queda en poder de las autoridades locales de los ayun-tamientos. Si bien es cierto que se hace referencia al gobierno del Estado en el inciso V, la realidad fue que los pueblos tenían que dirigirse a la autoridad municipal respectiva: al cuartel general de Emiliano Zapata o con algún jefe militar.8

La apertura de establecimientos educativos en zonas bajo control zapatista se debió a la necesidad de brindar educación a los niños en sus respectivos lugares de origen, ya que un decreto se declara-ba la obligación de ilustrar a las masas, “particularmente a esa raza indígena” (AGN, 27 de noviembre de 1915). John Womack Jr. (2004) señala que los zapatistas durante los años 1916–1917, llevaron a cabo una campaña alfabetizadora a través de donativos particulares e “impuestos especiales”, con los cuales “se establecieron o restablecie-ron escuelas primarias probablemente en quince o veinte pueblos” (p.273). En 1917, el General Zapata, en circular número 14 del depar-tamento de Justicia e Instrucción Pública, exhortaba a sus principa-les jefes militares, como Genovevo de la O, para que:

Se sirva designar a una persona que, dentro de la zona que Ud. opera, pueda instalar el mayor número de escuelas primarias pues no se escapa a la penetración de Ud. que la generación de mañana está recibiendo grandes prejuicios que serán del todo irreparables si no se remedia el mal en este tiempo pues la época en que un individuo puede y debe concurrir a la escuela no es en cualquier momento de su vida sino precisamente en la niñez.

Además, recomendaba que propusiera a la persona que pudie-ra ser un “instalador” en la zona y que no era necesario que dicho instalador “sea profesor o haya servido en las escuelas”, pues sólo se buscaban “auxiliares de este Departamento para la instalación de los referidos planteles” (AGN, 22 de agosto, 1917).

8 La suspensión de clases o cierre de planteles escolares tuvo distintas causas como las condiciones de inseguridad por los enfrentamientos entre tropas de Zapata y fuerzas del gobierno. Aunque la falta de pago a los maestros y la poca asistencia de alumnos también propiciaron la suspensión de las actividades escolares.

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Sobre este punto, existieron personas que aprovecharon la ausen-cia de profesores en las localidades y ofrecían sus servicios, en los ayuntamientos o con las autoridades correspondientes, para tomar el puesto vacante de maestro e incluso abrir sus propias escuelas. El profesor Proceso Sánchez (1996) refiere al respecto un suceso ocurri-do en el pueblo de Jumiltepec, del municipio de Ocuituco: “todavía en plena efervescencia revolucionaria, viniera el Dr. Alfredo C. Or-tega y su señora Esperanza Martínez procedentes de Zacapoaxtla, Puebla, venían huyendo de la persecución gobiernista por susten-tar ideas zapatistas, sobre todo el hijo era buscado incesantemente, como egresado del Colegio Militar se le consideraba desertor”.

Podemos observar la influencia del zapatismo en zonas cercanas a su área de dominio en el estado de Puebla, también controla-ban partes del estado de México, Guerrero y en el Distrito Federal, donde llegaron hasta Xochimilco. Continuando con el relato del profesor Sánchez, éste refiere que el joven militar Alfredo B. Orte-ga: “estableció en 1917 una escuela particular con la aprobación del Gral. Zapata que lo gratificaba con un peso diario que él mismo iba a cobrar hasta Tlaltizapán, Mor. (...) el vecindario correspondía al maestro con tortillas y frijoles” (p. 72).

En ese año de 1917, el ejército zapatista tenía el control de 95 es-cuelas en el estado de Morelos repartidas del modo siguiente: 36 de niños, 25 de niñas y 34 mixtas. La mayor parte ellas se encuentran en zonas que abarcan en la actualidad los municipios de Tepoztlán, Yautepec, Jiutepec y principalmente Cuernavaca. Las escuelas pri-marias que suspendieron sus labores para el año de 1917 fueron 145 de un total de 240 establecimientos escolares registrados por el go-bierno del Estado de Morelos a finales de 1910.

Sin embargo, una proporción de las escuelas en nuestra zona de estudio fueron destruidas y otras abandonadas por sus maestros. En los archivos consultados encontramos documentos que mencio-nan la pérdida de planteles escolares, al igual que en las cartas que fueron dirigidas a Emiliano Zapata por habitantes de distintas re-giones del estado de Morelos. Por ejemplo, en Xoxocotla, Gregorio Canales (AGN, 17 de junio de 1915) señaló que la escuela del lugar

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fue quemada y solamente quedaron algunas tejas disponibles. En otro caso, la maestra Sandoval señaló que antes de tomar posesión del cargo como directora —no especifica en el documento la ubica-ción ni la categoría de la escuela donde prestaba sus servicios— se hicieron las reposiciones necesarias al plantel: “la compostura de 12 bancas y colocación de 44 papeleras, cinco pizarrones, 24 pies de gallo, 7 docenas de argollas y 12 barillas [sic] de las ventanas” Pero todo esto quedó destruido “por efecto del mismo sitio” que habían hecho los revolucionarios zapatistas en Cuautla (Archivo Municipal de Cuautla (AMC), 16 de octubre de 1911).

Aunque también hubo escuelas que fueron ocupadas como cuarteles militares, lo cual ocasionó el robo y la destrucción del material esco-lar disponible. De hecho, una circular dirigida desde Cuernavaca ha-cia todos los ayuntamientos morelenses da conocimiento que en varias escuelas los libros y útiles se extraviaban, el motivo era porque los esta-blecimientos escolares “son ocupados por individuos de tropa” (Archi-vo Histórico de Tlayacapan (AHT),18 de enero 1912). Esto también trajo como consecuencia la suspensión de las labores dentro de las escuelas, así lo comunicó el maestro de Cuautlixco al presidente municipal de Cuautla en un oficio con fecha de 1912. Señaló que en virtud de “estar ocupado el local destinado para la enseñanza por la fuerza de rurales”, por disposición del ayudante municipal se habían suspendido las acti-vidades escolares. Por lo que solicitaba una respuesta “para no seguir perdiendo el tiempo” (AMC, 18 de septiembre de 1912).

No tenemos datos precisos para determinar el número de escuelas que sufrieron daños durante esta época, pero al parecer fueron la ma-yoría en el estado de Morelos. Esto se desprende de la sesión ordinaria que tuvieron los integrantes del ayuntamiento de Cuernavaca, el día 14 de septiembre de 1920. Pues se leyó un oficio enviado por la Secretaría General de Gobierno, en el cual se recomendaba hacer: “todo lo posible por que en los pueblos se vayan reparando los locales que sirven para escuelas” (Archivo Municipal de Cuernavaca (AMCM), Morelos, 14 de septiembre de 1920). Con esta medida se buscaba que los niños recibie-ran su instrucción “lo más pronto posible” y se pedía a los ayudantes municipales poner todos los medios disponibles para llevar a cabo lo propuesto por la superioridad (AMCM, 14 de septiembre de 1920).

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Como podemos observar, el sistema educativo en algunas zonas del estado de Morelos siguió funcionando durante el periodo revolu-cionario. Por una parte, tenemos habitantes que se organizaron para mantener en funcionamiento sus escuelas locales, ante la falta de una autoridad competente se dirigían a Emiliano Zapata para pedir la aprobación de sus solicitudes. Aunque se muestra un interés por parte de los zapatistas en brindar educación a los niños del estado de Morelos la situación revolucionaria vino a interrumpir de algún modo la vida escolar, los documentos de archivo a los que tuvimos acceso señalan una serie de problemas que enfrentaron los maestros morelenses en aquellos momentos. Por lo que es necesario explorar esta información que los investigadores del zapatismo han dejado relegada de los estudios especializados.

Dificultades de los maestros morelenses en las escuelas durante la revolución

Una pregunta que debemos hacer es: ¿cuántos maestros tenía el esta-do de Morelos antes de la revolución? En la gráfica siguiente, elabo-rada a partir del presupuesto de gastos para el año fiscal 1910–1911, podemos apreciar la cantidad de hombres y mujeres que trabajaban en las escuelas primarias del estado de Morelos.

Gráfica. Maestros, maestras y ayudantes de las escuelas de Morelos en 1910

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Para el año de 1910, encontramos 173 escuelas primarias que te-nían a una maestra al frente de un plantel escolar, aunque para ese mismo año tenemos a 5 profesoras para la escuela Porfirio Díaz del distrito de Cuernavaca y 7 subdirectoras en otros planteles, lo que da un total de 185 mujeres en el servicio educativo morelense. En esta gráfica los ayudantes (87) sobrepasan a los hombres (80), pero en los datos obtenidos del Semanario Oficial del Gobierno del Estado de Morelos no se especifica el género de los ayudantes, creemos que la mayoría pudieron ser mujeres por encontrarse en escuelas bajo la dirección de una maestra principalmente.

Existieron maestras que se incorporaron a la lucha armada de los zapatistas. López (2003) expone el caso de la profesora Dina Queri-do Sámano, originaria de Alpuyeca en el municipio de Xochitepec, Morelos; ella apoyó a las fuerzas del general Genovevo de la O., su participación se orientó a fundar escuelas y guarderías para los hijos de los soldados del ejército zapatista. El profesor Castañeda (1990) expone los datos de dos mujeres que “entregaron su vida” a la re-volución. Una de ellas era originaria de Yautepec y se llamó Juanita Sánchez. De ella escribió: “dedicaba sus horas hábiles a impartir en-señanza gratuita a algunos niños que acudían a su domicilio y por las noches en una covacha de adobe, piedra y tejamanil se las pasaba en vela haciendo parque para los revolucionarios.”

Probablemente, las municiones eran para los zapatistas, pero al ser descubierta en estas actividades recibió “tan despiadado castigo que quedó inválida de una mano” (pp. 123–125). De ahí en fuera es poco lo que sabemos de la participación de la maestra Juanita Sán-chez pues al final del conflicto armado se dedicó a impartir clases en la escuela Mariano Matamoros de Yautepec.

Si bien es cierto que tenemos el funcionamiento de algunas es-cuelas bajo el dominio de los zapatistas, los archivos consultados mostraron una serie de acontecimientos a los que se enfrentaron los maestros y maestras, principalmente la falta de pago de salarios y algunas dificultades con las autoridades encargadas de brindar el sistema educativo durante la revolución en Morelos.

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Los problemas de pago de salarios provocaron renuncias y cam-bio de personal, lo que a su vez perjudicó la asistencia y el aprovecha-miento de los escolares. La mayoría del personal docente del estado de Morelos recibía una contribución diaria de 65 centavos diarios en el año de 1910, aunque en ocasiones se hacía en especie. Esto se re-fleja principalmente durante los años de la lucha revolucionaria. Por ejemplo, en Mazatepec, Paula Alaníz en su calidad de directora de la escuela de niñas, firmó un recibo por la cantidad de 100 litros de frijol como sueldo correspondiente del 15 de mayo al 15 del siguiente mes de 1916 (Archivo Histórico Municipal de Mazatepec (AHMM), fondo Instrucción Pública, 1916). En la zona sur del estado de Mo-relos, en la población de Tlaquiltenango, Aurelia del Valle recibió del presidente municipal del lugar, un recibo fechado en junio de 1917, en el cual se especifica lo que recibió como sueldo: doce litros de maíz, un cuarto de kilo de arroz, tres cuartos de litro de frijol, un huevo, tres aguacates y diez y siete centavos en efectivo. Notamos que recibió más productos que la maestra de Mazatepec, sin embar-go, al mes siguiente sus ingresos en especie disminuyeron, pues so-lamente le fue entregado medio litro de maíz, tres centavos de frijol, un huevo y ochenta y nueve centavos como pago por el puesto de di-rectora de la escuela de niñas de Tlaquiltenango (Archivo Municipal de Tlaquiltenango (AMT), fondo Instrucción Pública, 1917).

Dicha situación también se presentó en Cuernavaca. López (1984) en una entrevista llevada a cabo al maestro Agustín Güemes, éste re-cordaba que cuando los zapatistas entraron a la capital del estado los profesores acudían al Palacio de Cortés y allí les daban provisiones de arroz, maíz, manteca, etc. “Ese era el sueldo” (p. 7).

En algunas ocasiones, los zapatistas obtenían recursos para pagar a los maestros a través de las multas que aplicaban a sus prisione-ros. Por ejemplo, los coroneles Miguel Zamora y Domitilo Ayala, al no querer fusilar ni aplicar actos “en los que tengamos que imitar a Huerta” determinaron imponer una contribución de guerra por va-lor de $150 pesos al “voluntario” Emilio Gutiérrez que distribuyeron de la siguiente forma: $100 pesos para el general Genovevo de la O , $20 para el director de la escuela de niños y otros $20 para la direc-tora de la escuela de niñas (sin especificar el destino de los $10 pe-

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sos restantes). Pero el recibo que anexan firmado por Ma. de la Luz Cervantes, directora de la escuela de niñas de Miacatlán sólo es por $11 pesos y lo mismo sucede en el caso del director Vicente Cortés, director de la escuela de niños. Aunque los coroneles no explican el por qué de esta medida, se enorgullecían en escribir que habían:

determinado reanuden sus labores los Profesores de las Escue-las y ya invitamos de una manera cordial a todas las familias para que ordenen a sus chicuelos pasen a recibir sus clases y así comiencen a sentir de hecho los beneficios de la revolución (AGN, 31 de mayo, 1914)

Hubo maestras que a pesar de colaborar con los zapatistas se quejaban de la apatía de las autoridades por solucionar los proble-mas relacionados con el ámbito escolar. En la localidad de Huaut-la, del municipio de Tlaquiltenango, la directora M. Luisa Arana de la escuela particular mixta Josefa Ortiz de Domínguez, exponía al presidente municipal de ese lugar en enero de 1918, que el estable-cimiento de enseñanza fuera exclusivamente para ese fin. Debido a que “hoy que veo se destina a otros fines, perjudiciales y que hacen graves inconvenientes a los niños.” Aprovechaba esta maestra para quejarse de los niños “vagabundos que permanecen casi constantes en la entrada de la Plaza y sin miramiento ninguno arrojan piedras y profieren injurias a los niños y niñas cuando entran o salen del Es-tablecimiento.” De cualquier manera, días después la maestra Arana comunicaba la clausura de la escuela particular mixta a causa de “no ser posible mi sostenimiento por la escasísima asistencia de alum-nos” (AGN, 5 de enero de 1918).

La inasistencia escolar fue un problema ocasionado por el trabajo infantil y la desidia de los padres de familia por llevar a sus hijos a la escuela.9 Los maestros se quejaban de esta situación constantemente y en la ciudad de Cuautla, el maestro Carlos Pérez Guerrero señalaba al ayuntamiento del lugar que la mayor parte de los niños en edad

9 La edad escolar para asistir a la escuela, de acuerdo con la Ley Orgánica de la Instruc-ción Pública [del Estado de Morelos] de 1910, comprendía a todos los niños de siete a catorce años de edad.

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escolar no concurrían a la escuela y se dedicaban “a vagar por las calles y algunos otros a la venta de periódicos o a limpiar calzado” (AMC, Fondo Instrucción Pública, 13 de julio de 1912).

Sin embargo, también se dieron casos de inasistencia por parte de los maestros e incluso algunos de ellos abandonaron sus actividades docentes. Por ejemplo, en 1920 el presidente municipal de Tlayaca-pan escribía al de Yautepec que las escuelas primarias sin profesora-do en esa municipalidad, eran las de niños de Tlayacapan y Atlat-lahucan; la escuela de niñas de Atlatlahucan, además de las escuelas mixtas de San Miguel, Texcalpan, San Andrés, San Agustín y San José de los Laureles. También señalaba que la escuela de niñas de esa cabecera comenzaba a funcionar por acuerdo del ayuntamiento estando como directora y ayudante las señoritas Benita Ramírez y Clotilde Ramírez. Aprovechando que estas dos mujeres eran nativas del lugar, además de tener “algunos conocimientos” se dirigieron a ellas para que la primera ocupara el puesto de directora (AHT, Fondo Instrucción Pública, Noticias, 1.° de enero de 1920).

Sobre este punto, durante la revolución en Morelos la clausura de escuelas fue aprovechada por algunas mujeres para abrir estableci-mientos educativos en sus hogares y recibir niños y niñas a quienes impartían enseñanza a cambio de una cuota que debían satisfacer los padres de familia. Al ser derrotado el zapatismo dichas escuelitas tuvieron que sujetarse a los preceptos legales “para su buena marcha y para salvaguardar los intereses de la sociedad.” Así lo comunicaba en julio de 1921, el Director General de Educación Pública, Carlos Pérez Guerrero al presidente municipal de Mazatepec, a lo que éste contestó que no existía en su jurisdicción ninguna escuela particu-lar. (AHMM, fondo Instrucción Pública, 29 de julio de 1921)

ConclusiónHemos observado en este trabajo que el Ejército Libertador del

Sur, bajo las órdenes del General Emiliano Zapata, dominó el estado de Morelos durante la lucha revolucionaria. Sus acciones en torno a la instrucción pública se reflejaron en leyes y circulares dirigidas a sus principales jefes militares y autoridades locales para el funciona-miento de las escuelas en las zonas que estaban bajo su control.

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Emiliano Zapata y la instrucción pública

A pesar de estas acciones, el trabajo en los archivos consultados mostró que la apertura de escuelas en zonas zapatistas del estado de Morelos, se enfrentó a una serie de problemas que determina-ron de alguna forma su buen funcionamiento. La falta de pago al personal docente y la ocupación de edificios escolares limitaron la asistencia escolar. Sin embargo, pudimos dar cuenta que Emiliano Zapata tuvo interés por seguir proporcionando el sistema educati-vo a la niñez y sus acciones sobre este tema deben ser valoradas por los investigadores del zapatismo.

En el caso de los maestros, la imagen de estar ellos “comprometi-dos” con la revolución debe verse ahora a través de nuevas miradas, si bien es cierto que cooperaron con los zapatistas para mantener en funcionamiento las escuelas en Morelos, se entinede que lo hicieron porque eran la fracción revolucionario que dominaba en el Estado, y por lo tanto eran las autoridades a quienes debían dirigir sus quejas y peticiones relacionadas con el ámbito escolar. Lo cual no significa en los hechos, que todos los maestros -hombres y mujeres- de la enti-dad se hayan levantado en armas para defender los ideales zapatistas como lo han expresado algunos autores.

Aunque este trabajo se centró en el estado de Morelos, sería inte-resante indagar en los archivos de la parte norte del estado de Gue-rrero y la parte sur del Distrito Federal, así como en los estados de México, Tlaxcala y Puebla. Lugares que fueron dominados por los zapatistas y que permitirán acercarnos a una visión más general del funcionamiento de las escuelas bajo su dominio. Cabe mencionar que aún faltan archivos por rescatar y clasificar en el estado cuya in-formación será de suma utilidad para comprender la reorganización de la educación a partir de 1921 con la instauración de la Secretaría de Educación Pública y seguir las vidas de los maestros y maestras sobrevivientes de la revolución así como su trabajo escolar antes de la implementación de la educación socialista en el país.

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El liderazgo político-militar de Emiliano ZapataThe political-military leadership of Emiliano Zapata

Ángel González Granados1

ResumenEn este texto se esbozan algunos elementos de la formación del lideraz-go-político militar de Emiliano Zapata antes de la etapa más densa de la revolución mexicana. A considerarse aquí, se plasma parte de la trayectoria de Zapata y algunos zapatistas antes del liderazgo formal de quien fuera jefe supremo de la revolución del sur, una parte de la experiencia de Zapata como niño y adolescente frente al despojo de tierras, el acompañamiento de litigios por tierras, una campaña electoral, su elección como cabecilla del calpulli y una serie de acontecimientos puente que finalmente desem-bocarían en la convocatoria a la revolución mexicana.

Palabras clave: Emiliano Zapata, liderazgo político, revolución

AbstracThis text outlines some elements of Emiliano Zapata’s leadership-political military formation before the most dense stage of the Mexican Revolution. To be considered here, part of the trajectory of Zapata and some Zapatistas before the formal leadership of who was supreme head of the revolution of the south, part of the experience of Zapata as a child and adolescent against the dispossession of land, the accompaniment of litigation for land, an elec-tion campaign, his election as ringleader of the calpulli and a series of bridge events that would eventually lead to the call for the Mexican revolution.

Key Words: Emiliano Zapata, political leadership, revolution.

1 Maestro en Sociología Política y Doctorando en Historia Moderna y Contemporánea por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Es miembro del Seminario Nacional de Movimientos Estudiantiles y colabora con la Red Mexicana de Estudios de los Movimientos Sociales con líneas de investigación en: Representación política, movi-mientos sociales e Historia oral.

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El liderazgo político-militar

Conceptualización del liderazgo político-militar

La adjetivación del líder como proceso social y político -liderazgo político- (Zamorano, 2008, p. 19), es un acercamiento desde el ám-bito descriptivo y analítico que nos ayuda a desentramar formas de liderazgo para su estudio en particular (Edinger, 1990, p. 512). Pero partiremos desde el principio para poder ir avanzando con seguri-dad en la exploración de esta categoría.

El fenómeno al que se refiere el liderazgo es en general difícil de delimitar puesto que, en primera instancia se habla de liderazgo -y sus distintas acepciones- en diferentes estratos y en múltiples espa-cios como el centro de trabajo, dentro de las empresas, en las estruc-turas gubernamentales y hasta en nuestras propias emociones. Para ser más precisos, los ámbitos que abarca el concepto se han desplaza-do desde “referentes geográficos, históricos, políticos, profesionales” (Delgado, 2004, p. 7). Incluso a finales de los años cincuenta, Browne y Cohn, concluyeron que la literatura existente en ese entonces sobre liderazgo parecía “una masa de contenido desprovista de sustancias aglutinantes que la agrupasen o la coordinasen estableciendo inte-rrelaciones” (Delgado, 2004, p. 8). El grado de dispersión del concep-to de liderazgo es un buen punto de partida para su estudio. En un texto reciente de la Universidad de Oxford (2014) en donde se reú-nen estudiosos del liderazgo político, R.A.W. Rhodes y Paul t’Hart abren la reflexión concluyendo que:

no existe una teoría unificada del liderazgo. Hay demasiadas definiciones y hay demasiadas teorías en demasiadas discipli-nas. No están de acuerdo en el significado del liderazgo, sobre cómo estudiarlo o incluso por qué lo estudiamos. El tema no es solamente acosado por dicotomías, es multifacético y esencial-mente disputado. (Rhodes y t’ Hart, 2014, p. 1)

Como respuesta práctica a este problema que representa la teori-zación y esquematización del concepto “liderazgo político”, se puede ofrecer partir de identificar “la noción de líder (…) con la posibilidad

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de dirigir a un grupo, de representarlo y, con ello, de ejercer algún tipo de poder sea éste simbólico, institucional, religioso, social o po-lítico” (Bassols et al., 2008, p. 10).

Esta idea de las distintas esferas del liderazgo político que entran en interacción una con otra, arroja pistas de las técnicas y meto-dologías que pueden servir para avanzar en el tema. Por ejemplo, acompañándose siempre de una identificación básica de los objeti-vos medulares del estudio del liderazgo político en un caso específi-co, para así impedir una exploración innecesaria o una visita desa-fortunada a un laberinto sin salida en donde todo se pueda mezclar indistintamente con tal de recorrer un trecho e intentar salir de allí. En este caso, abordar el tema del liderazgo político de Zapata desde una perspectiva no individualista. La función social del liderazgo adquiere una importancia preclara aunque eso no debe de termi-nar por disociar definitivamente “el conjunto de aptitudes y recursos con los que cuenta el líder” (Zamorano, 2008, p. 38), y “el contexto, los miembros del grupo, comunidad u organización sobre las que opera la función de líder” (Zamorano, p. 38).

Dotar de cuerpo al liderazgo político de Zapata, a quien se analiza aquí, puede hacerse a través de una tipología diseñada en la década de 1980 por el politólogo francés Jean Blondel. En ésta se distinguen dimensiones elementales, clasificatorias y descriptivas que se refieren a la extensión o alcance del liderazgo y a la profundidad o intensidad del mismo (Delgado, 2004, p. 14). Por consiguiente, la extensión se refiere a la “amplitud de los ámbitos del dominio público” y la profun-didad, al “grado de producción de efectos deseados, la contribución al cambio atribuible al líder político y al grado de cumplimiento de programas políticos” (Delgado, 2004, p. 14). Así es como Blondel llega a clasificar el tipo de alcance de los líderes políticos en grande, mode-rado, pequeño y especializado, tomando como principio el impacto que causa en el sistema político (Delgado, 2004, p. 14).

Aunque en el despliegue teórico original Blondel parece no in-volucrar la geografía política dentro de sus criterios o dimensiones para la descripción y análisis del liderazgo político, si se toma en cuenta para el caso del liderazgo de Emiliano Zapata; dado que la

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El liderazgo político-militar

revolución mexicana es un mosaico de rebeliones y movimientos armados y cada uno de estos tuvo distintos impactos y flujos en las distintas regiones del país. Por lo tanto, la cobertura efectiva que ten-dría el liderazgo político de Zapata y la movilización e influencia del zapatismo en el resto del país son coordenadas de ubicación que nos han ayudado a diferenciar dos etapas básicas del liderazgo político de Zapata: como líder local y como líder revolucionario; si se quiere ver de otro modo, dos estadios que se modifican cualitativamente y cuantitativamente –número de simpatizantes o agregados-, en am-plitud y en magnitud. Esta es una distinción básica que se puede bosquejar con ayuda del esquema de Blondel.

En el caso de Zapata y como va sugiriendo en la argumentación correspondiente a esta sección, el liderazgo político es indisociable del liderazgo militar pues las acciones militares llevaban en sí un ori-gen político y porque además de dirigir políticamente la revolución del sur, Zapata dirigía un ejército en términos tácticos y operativos. El atributo militar dentro de este proceso social conocido como li-derazgo remite el uso de la fuerza y de las armas como herramienta de lucha política, de una forma emparentada con las tradiciones mi-litares rebeldes mexicanas, incluso en su técnica y en ocasiones a la ofensiva. Un líder militar tiene una función mucho más específica y contundente que un líder político; su liderazgo depende de la efec-tividad con la que organiza y hace la guerra a los enemigos. Si no es capaz de hacerlo, la practicidad y materialidad de la guerra simple-mente no le permite avanzar más.

Trayectoria política de Zapata antes del liderazgo formal

Es necesario justificar antes de entrar en materia, que la trayectoria política de Zapata como líder no comienza necesariamente al asu-mir el liderazgo local con investidura en Anenecuilco. Su liderazgo está marcado por las condicionantes de su individualidad, el con-texto histórico, las experiencias de vida, sus experiencias de lucha política y por dos capacidades políticas fundamentales: involucrarse en política y adaptarse-aprender de lo enfrentado.

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La primera de estas dos capacidades refiere al involucrarse en po-lítica, entendiendo por política lo siguiente:

aquella actividad práctica de un conjunto de individuos que se agrupan, más o menos orgánicamente, para mantener, re-formar o transformar el poder vigente con vistas a conseguir determinados fines u objetivos. En la política se pone de mani-fiesto la tendencia a conservar, reformar o cambiar la relación existente entre gobernantes y gobernados. (Sánchez 2007 p. 8)

De modo que trasciende una evidencia de que, para los siguientes momentos que se describirán, había distintas formas de involucrarse en política dentro de la comunidad morelense y una más o menos homogénea en toda la zona del centro del país donde el zapatismo tuvo influencia. El tomar la decisión de involucrarse en política en el contexto de despojo de tierras no era una actividad del todo normal.

La segunda capacidad individual que logró posicionar a Zapata localmente y regionalmente para incluso marcar el futuro del movi-miento zapatista es su habilidad para adaptarse y aprender de lo en-frentado. En la primera etapa del movimiento zapatista, el liderazgo de Emiliano Zapata es una habilidad que se puede apreciar parcial-mente, aunque definitivamente no se parecen mucho el Zapata de 1911 o 1912, al Zapata de 1916 que en términos militares comandaba más tropas, tenía mayores retos políticos y mayores limitaciones de manio-bra diplomática, pues para ese año los carrancistas habían penetrado Morelos y el zapatismo tendría de retroceder. Esta habilidad de apren-dizaje-adaptación empujó al Zapata que tenía una reputación de una especie de rebelde (Brunk, 1995, p. 19) a un líder responsable, primero de las disputas de su pueblo y luego de una rebelión armada.

Así, en la antesala de la explosión revolucionaria que fungiría como contexto general de la insurgencia campesina encabezada por Zapa-ta, se pueden localizar al menos tres acontecimientos como puntos importantes para la comprensión de la trayectoria política del líder morelense. Su niñez y adolescencia, la iniciativa legal que señalo como periodo en el cual se inició formalmente en actividades políticas y fi-nalmente su paso por la campaña política de Patricio Leyva.

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Pasemos pues a señalar estos acontecimientos que remiten a la intervención de Zapata en política antes de ser un líder formalizado por las convenciones culturales de Anenecuilco.

Zapata de niño y adolescente frente al despojo de tierras

El primero de estos acontecimientos es la anécdota que hiciera refe-rencia Sotelo Inclán en su obra fundante del estudio del zapatismo. Esta referencia aparece también en el texto Vida de Emiliano Zapata de Baltasar Dromundo y finalmente es retomado por el texto princi-pal de John Womack Jr. La anécdota refiere el momento en el cual al padre de Zapata le son despojadas algunas tierras:

Los de Anenecuilco se acordaban de una historia de su niñez, según la cual, siendo niño, había visto a su padre llorar de rabia por causa de la usurpación que la hacienda local había hecho de un huerto que pertenecía al pueblo, y había prometido que su padre recuperaría la tierra. Si ocurrió el incidente, debió te-ner entonces nueve años de edad (Womack, 2011, p. 4)

Si este incidente ocurrió o no el ambiente que prevalecía desde 1879, año en el que se registra el nacimiento de Zapata, ya era de por sí hostil a los campesinos de la zona aledaña a Anenecuilco y a muchas otras zonas del país. Como esta referencia aparece insuficientemente docu-mentada sigue formando parte de la mitología del zapatismo y entre otras cosas puede estar reflejando cierta sensibilidad que sí expresó Zapata para con sus tropas y simpatizantes. Brunk le llama a este atri-buto, empatía y atención, reflejado en la tarea que Zapata desarrollaba con sus células guerrilleras, visitándolas y “demostrando que compar-tía con ellos las dificultades de la vida de revolucionario”(p. 75).

A la par de la infancia de Zapata existe la referencia de Salvador Rueda Smithers (2013), a la participación de Zapata en política a sus dieciséis años, fecha que coincide con la muerte de su madre y once meses después con la muerte de su padre (López, 1991, p. 699). La ubicación de este dato corresponde a un dicho del propio Zapata que proviene del encuentro de éste con Francisco Villa en Xochimilco el 4

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de diciembre de 1914 y en realidad refiere a la edad de dieciocho años. Al encuentro le sobrevive la versión taquigráfica tomada por Don Gonzalo Atayde reproducida en los Cuadernos Zapatistas de 1979:

Francisco Villa: ¿Sabe usted cuánto tiempo tengo yo de pelear? Hace 22 años que peleo yo con el Gobierno.

Emiliano Zapata: Pues yo también, desde la edad de 18 años. (López, p. 13)

Es importante considerar esta mención del propio Zapata, por-que precisamente es una indicación autorreflexiva, que a pesar de no estar mencionada in extenso en otra parte de la entrevista con Villa, puede ser considerada, de haber sido cierta, como una etapa intermedia en la participación política de Zapata, quien a partir de su adultez vería acrecentado en tipo y magnitud el involucramiento político con su comunidad.

La iniciativa legal

Entre la infancia, la casi desconocida adolescencia y la adultez de Zapata hay un periodo en el cual el futuro líder morelense y algu-nos pueblos cercanos a Anenecuilco entendieron que las posibili-dades de resolver los conflictos de posesión de tierras se antojaban imposibles a través de la vía jurídica.

De 1902 a 1905 Zapata “jugó un pequeño rol en la iniciativa legal de Yautepec contra la hacienda de Atlihuayán” (Brunk, p. 15). En 1906 como resultado del tratamiento burocrático -después de dos años- intervendría el gobernador Manuel Alarcón para llamar a re-presentantes de la hacienda Hospital, pobladores de Anenecuilco y Villa de Ayala y el jefe político de Cuautla, con el fin de atender las quejas de pobladores de Anenecuilco. Allí se registra con seguridad la presencia de Zapata (Brunk, p. 16).

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Conviene tener presente que de esta reunión no hubo resultados favorables para los pobladores y por lo tanto en 1907, la gente de Anenecuilco intentaría acercarse a Díaz, quien se encontraba en la región por cuestiones de salud. Los pobladores lograrían ser atendi-dos únicamente por los funcionarios del presidente (Brunk, p. 16).

Resuelta factible pensar que esta experiencia no se resumió solo en un antecedente para quienes participaron en las comisiones y ór-ganos de gobierno comunitario. Había entre los órganos encargados de defender la tierra una rendición de cuentas que se hacía en asam-blea. Por lo tanto, es muy probable que el contacto fallido de esta generación con el gobierno y con la ley, los llevara a localizar un ho-rizonte donde finalmente la movilización ideológica del pueblo haría cambiarles de tácticas para defender y recuperar sus tierras.

Lo primero que hay que aclarar, en el mismo orden que aparece en el párrafo anterior (movilización ideológica y luego tácticas de de-fensa y recuperación de tierras), es que “una movilización ideológica lograda siempre se traduce o se manifiesta en prácticas de moviliza-ción política” (Therborn 1987 p. 93). Y que la movilización ideológica tal como la plantea el sociólogo Göran Therborn está posibilitada a través de procesos diferenciados por la base de la que parte; desde el pasado, desde el presente (o movilización) y la movilización del fu-turo contra el presente. Independientemente del “tipo” de moviliza-ción ideológica que suceda, sin descartar la mezcla de características de una con las otras, plantea:

la movilización ideológica comprende el establecimiento de un orden del día común para una masa gente, es decir, la evalua-ción o aspectos dominantes de la crisis, la identificación del objetivo decisivo –la esencia del mal-, y la definición de lo que es posible y de cómo debería lograrse. (Therborn, p. 93)

En ese sentido la confluencia de coyunturas políticas, moviliza-ción ideológica y factores socioeconómicos irían tomando un rumbo propicio para que la base social de lo que sería después el zapatismo, respondiera a través de la acción colectiva como salida del conflicto. O en palabras del sociólogo sueco:

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Las posibilidades de un cambio revolucionario se derivarán más de la probabilidad de una crisis económica y política, y de la existencia de alternativas materialmente organizadas, que del estado de ánimo de una clase (Therborn, p. 90).

Por cierto, a esta altura del análisis conviene resaltar que la con-cepción de ideología y movilización ideológica que aquí toma en cuenta, procede de una concepción no ortodoxa del marxismo, constructo teórico del sociólogo antes mencionado:

Las ideologías, contrariamente a la concepción tradicional en la historia de las ideas, funcionan realmente con un cierto des-orden. No funcionan como cuerpos de pensamiento que po-seamos y que apliquemos a nuestras acciones, ni como textos elaborados que presenten el pensamiento de grandes inteligen-cias que otras inteligencias deben examinar, memorizar, acep-tar o rechazar, como si se tratara de visitantes pasando ante los objetos expuestos en un museo (Therborn, p. 64).

Para el caso del zapatismo, la importancia del trato de la ideología es un punto de apoyo para el análisis porque tratándose de repenti-nas “oscilaciones entre la conformidad y la revuelta” como procesos colectivos, se niega la posibilidad de entender estos cambios como individuales (Therborn, p. 64). La consecuencia de ello es que la ideología tiene una función social, organizativa y política respecto al poder y a la transformación de la sociedad. Es por esa razón que echamos mano de los planteamientos de Therborn y del historiador Georges Rudé, porque su concepción se acerca a una definición no ortodoxa desde el marxismo que evalúa la significación positiva para la transformación social y política. Por eso la ideología comprende no solo “constructos” finamente estructurados (producto de intelec-tuales) sino que parte también de la cotidianeidad, de la conciencia sobre cierta problemática, del enfrentamiento con esa problemática y por supuesto de concepciones preexistentes.

En el caso de la revolución del sur, de algún modo, la intermedia-ción fallida con el gobierno para intentar recuperar las tierras, segu-ramente ya formaba parte de “ideas subyacentes” (Rudé, 1981, p. 7).

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Revuelta popular y conciencia de clase, España, Crítica / Grupo edi-torial Grijalbo que venían de todos los conflictos a largo plazo que Anenecuilco y los otros pueblos ya habían enfrentado. Pero también las ideas subyacentes se iban nutriendo de las experiencias políticas que la población y sus representantes irían enfrentando a corto pla-zo; “mezcla de tradiciones populares, mitos y experiencia cotidiana” (Rudé, p. 7). En este caso es posible agregar a las creencias inherentes e ideas subyacentes presentes en este campesinado –y seguramente en el de buena parte del país de aquél entonces- la pertenencia de la tierra en su forma individual o comunitaria (Rudé, p. 37) en oposi-ción a la hacienda como despojante de las tierras y las autoridades políticas como intermediarios ineficientes.

Uno de esos mitos que cruzaba transversalmente la experiencia cotidiana y las complicaciones políticas que agudizaban las condi-ciones materiales para la supervivencia de los campesinos era la tie-rra como una representación simbólica de implicaciones políticas:

En la conservación de la tierra y de los bienes comunales que impulsó las rebeliones agrarias del siglo XIX estaba conteni-da la resistencia de un mundo de la vida que se negaba a ser disuelto: con su entramado de costumbres y reglas morales, su relación sagrada con la naturaleza, una vivencia lúdica del trabajo ajena al ethos puritano y una noción del tiempo ligada más a los ritmos de la cosecha que al tiempo lineal del “progre-so”. Pero estaba también contenida una lucha de las comuni-dades agrarias por derechos y jurisdicciones. (Roux 2011, p. 14)

En lo sucesivo una de las luchas a desarrollarse sería recuperar potestad no solo sobre la tierra sino sobre los derechos de las comu-nidades agrarias. Por eso emergería el Plan de Ayala como una arti-culación ideológica; germen y fruto revolucionario empujado desde dentro del zapatismo y del campesinado insurrecto para explicar las razones y los objetivos que en lo general tenían sus adherentes.

Avancemos sobre el siguiente momento de la trayectoria política de Zapata antes que asumiera el liderazgo local formalmente.

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Campaña política y el leyvismo

El tercer momento en el que Zapata se involucra en cuestiones po-líticas concretas se explica alrededor de una campaña política y la imposición de Pablo Escandón dentro del gobierno morelense. Fue así como se aglutinó cierta oposición alrededor de Patricio Leyva hijo del exgobernador Francisco Leyva quien optaba por la guber-natura. (Ávila, 2001, p.91) Como bien lo señala Felipe Ávila, exper-to en zapatismo, muchos de los líderes del primer cuadro dirigente zapatista estarían involucrados en torno al clan de los Leyva, entre algunos de ellos Zapata, Torres Burgos, Merino, Montaño, de la O, Tepepa y Franco. Este grupo leyvista que llevaba el nombre de “Mel-chor Ocampo” (Womack, p. 28.) se constituyó según la referencia de Sotelo Inclán (Sotelo 2011, p. 477).

Se presume que esta campaña particularmente tuvo cierto arrai-go dentro de la población morelense debido a algunas de las arengas y reclamos utilizados muy a la par de la situación local que acumu-laba para aquél entonces ya agravios añejos. A pesar de ello para me-diados de marzo de 1909, Escandón fue declarado ganador (Brunk, p. 18) sincronizando su presencia en el gobierno estatal con los inte-reses (Womack, p. 9.) de los hacendados.

Los “rudimentos organizativos” (Ávila, p. 94) que proveería la ex-periencia del leyvismo al futuro cuadro de dirigentes zapatistas es determinante en el desarrollo y “resurgimiento” del grupo de Ayala que encabezaría después la rebelión abierta contra el gobierno de Díaz en consonancia con el maderismo.

Esta coyuntura electoral serviría para hacer explícitos los agravios que iban acumulando las comunidades morelenses. De alguna mane-ra se puede hablar de una habilitación política que incluía la protesta de los integrantes del club ante un posible fraude electoral y “llamados a recuperar y proteger tierras y aguas de los pueblos” (Brunk, p. 18) he-chos por líderes ya incorporados, pero como señala Ávila, (p. 94) que surtirían efecto al incluir a los jefes locales del futuro grupo de Ayala.

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De modo que estos rudimentos organizativos no fueron dispuestos para el aprendizaje y asimilación solamente de Zapata. El primer cuadro de dirigentes del zapatismo al estar presente allí, pudo haber descubierto la posibilidad de que la organización política trascendiera una campaña electoral. Y lo más importante, era posible enfrentar a la elite local, que había revelado la fragilidad en la que se encontraba. Es probable que incluso la ideología inherente de los campesinos, esa memoria política de largo plazo fuera macerada con demandas más programáticas procedentes del contexto electo-ral, brindadas por quienes conocían el ámbito político, los Leyva. Esta afortunada mezcla de la “ideología tradicional del pueblo llano” y una “ideología enmarcada hacia el futuro”, dice George Rudé (p. 11) que esa se constituye como una característica de las revoluciones.

El ejemplo que nos ofrece se refiere sobre todo a la interacción de los artesanos y pequeños comerciantes del París revolucionario con la burguesía (Rudé, p.11).

Pero en el contexto zapatista, a modo del caso que expone Rudé, antecede a la influencia maderista el ambiente que generó la campaña política de los Leyva y probablemente la presencia de uno de los prime-ros “intelectuales populares” que acompañaría la emergencia del Ejérci-to Libertador del Sur, Otilio Montaño, profesor formado en Cuautla, a quien se le atribuye la redacción conjunta con Zapata del Plan de Ayala.

Entiéndase por intelectual popular la siguiente conceptualización:

a aquellas personas que –formalmente educados o no- tratan de entender a la sociedad para cambiarla, con los intereses de las clases populares en la mente. Buscan definir los problemas de los grupos subalternos, articular sus quejas y enmarcar sus demandas políticas y sociales (Michiel, 2004, p.2)

¿Zapata tendría las características suficientes para que bajo esta conceptualización fuese considerado también un intelectual popu-lar, además de líder político y militar?

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Liderazgo político-militar

Es claro que el líder morelense no se convertiría en jefe local ni en lí-der revolucionario gratuitamente, hay detrás de él todo un conjunto de capacidades y recursos que lo respaldan; un capital de liderazgo que está compuesto culturalmente, socialmente, simbólicamente y por supuesto políticamente. En estos componentes del capital de li-derazgo, Zapata lograría una alta compenetración con la base social del zapatismo, situación que después repercutiría en la legitimidad suficiente para estar al frente del mando de las tropas revoluciona-rias en el estado de Morelos, siendo elegido por sus propios jefes. En un estamento como el campesino, donde la posibilidad de construir un liderazgo viene necesariamente respaldada por el tradicionalis-mo es todavía mucho más clara la “interacción dialéctica de las ma-sas” (Erickson y Clifford, 2006, p.2) y el líder, que finalmente se ve reflejada en la designación y reconocimiento de Zapata.

A pesar de que el tradicionalismo funja como un punto de parti-da afortunado que dota de un vínculo social cercano y activo proce-dente de la comunidad a la relación entre liderados y líder, no todos los líderes tradicionales procuran una relación sana con sus subal-ternos, el ejemplo que nos proporciona Allan Knight con los tipos ideales de rebeldes durante la revolución es muestra de ello.

En ese sentido, por supuesto que hay un avance cualitativo respecto a conocimientos y respecto a la forma de tomar decisiones de Zapata. De ese mismo modo, las comunidades que deciden apoyar al zapatis-mo van aprendiendo formas de adaptarse al entorno revolucionario que en muchos casos significaría durante el gobierno de Madero y de Huerta, la intensificación en la brutalidad de las campañas militares no solo contra combatientes sino contra poblaciones enteras.

Sobre la designación de Zapata en Anenecuilco como encargado principal de los asuntos de la tierra hay por lo menos dos aspectos a considerar. El primero es uno de status económico-afectivo y es se-ñalado por Samuel Brunk. El tipo de vida que llevaba Zapata como determinante para causar admiración entre la población electora; activo económicamente, benefactor de las fiestas (Brunk, p. 21).

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El segundo aspecto a considerar es el político. Pareciera que Brunk alude al status económico-afectivo de Zapata casi equiparán-dolo con la popularidad, utiliza la palabra admiración para ensalzar el comportamiento del líder morelense y las razones por las cuales sería elegido como líder político en primera instancia. No se tradu-ce de modo mecánico la popularidad en legitimidad ni tampoco, al contrario. En el caso de la elección de Zapata como líder de su pue-blo, había ya una larga historia viva que involucraba el despojo de las tierras y los distintos intentos por recuperarlas por la vía jurídica. De modo que la cohesión social y el conocimiento de los pobladores en-tre sí (Womack, p. 5), pudieron ocasionar que los votantes eligieran a alguien que tenía experiencia y por ocasión excepcional, a la altura de los tiempos en curso, un joven (Brunk, p. 19). La experiencia po-lítica para Zapata –aunque seguramente limitada- ya incluía haber encabezado a hombres que defendían su pueblo firmando protestas, adhiriéndose a las comisiones que dialogarían con el jefe político y “ayudando a mantener elevada la moral del pueblo” (Womack, p. 3).

Zapata sería investido de manera simbólica a partir de los usos y costumbres propios de Anenecuilco como líder de la comunidad. El primer periodo de su liderazgo va de la mano con una buena parte del primer flujo revolucionario. En esta primera etapa de su ascenso como líder político y abruptamente militar, el grupo de Ayala y otros rebeldes de estados aledaños como Puebla, aún se adherían al Plan de San Luis. En este periodo la rebelión contra el régimen de Díaz se formaliza en Morelos, Zapata es elegido como líder del movimiento en el estado, surge el Ejército Libertador del Sur y finalmente, la gen-te de Morelos se escinde del maderismo para desarrollar con fuer-za sus ideas, objetivos políticos, formas de combate y por supuesto su propia revolución. Este periodo es importante porque finalmente comprende la emergencia de cierto sujeto, concentrado socialmente e históricamente como se mencionó en el primer capítulo de este trabajo. En esa emergencia hay formas de lucha y niveles de orga-nización específicos que permitirán conocer cómo se configuraban las relaciones de fuerzas y la conciencia de clase(Millán, 2009, p. 61).

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Liderazgo local

Fue un domingo 12 de septiembre de 1909 cuando Zapata a sus 30 años sería elegido como cabecilla de su población (Brunk, p. 19). La posición que pasaría a ocupar Zapata sería como presidente del con-cejo comunal. Bajo estas circunstancias sería investido a través de usos y costumbres, como el pináculo del calpulli: Más que ser un

"resabio" cultural prehispánico (...) era una organización cam-pesina basada en relaciones clánicas, al que la guerra ensanchó y le dio movilidad: la defensa de la posesión comunal y de la idea de pueblo que le era inherente se practicaron como parte de una misma relación social. (Rueda, 2000, p. 253)

Tuviera o no una carga histórica profunda el calpulli, las labores de los revolucionarios morelenses, y en realidad de una importante zona en el centro del país, pasaron a sustituir el gobierno constitui-do progresivamente. (Rueda, 2000 p. 254) Por eso llama la atención que, a pesar de esta discusión sobre el calpulli como herencia viva al momento de ser elegido Zapata, hay algunas características inte-resantes de esta forma de organización, cuando se le considera una unidad de producción comunal:

Autonomía. Su gobierno dictaba normas particulares basadas en las costumbres locales.

Autarquía. Poseía su gobierno propio emanado de sus miembros, conforme a las normas particulares establecidas en cada comunidad.

Autosuficiencia. Podía bastarse a sí mismo con sus propios re-cursos económicos.

Territorialidad. Necesitaba poseer en propiedad soberana una fracción de territorio rural o urbano. (Alcántara, 1994, p. 442)

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Como puede verse claramente, estas características, finalmente son funciones políticas y gubernamentales. Otorgar normas, elegir a sus gobernantes, dotarse de recursos económicos y hacerse de un territorio, independientemente si fuese autárquica o no. Todas estas funciones y actividades fueron puestas en marcha en distintos nive-les y con diferentes ritmos durante la presencia efectiva del zapatis-mo. Son características que estarían presentes desde estos momentos de emergencia de los órganos militares y políticos que coordinarían la revolución del sur, hasta ese entonces adherida al maderismo.

Parece ser que resultaría lógico pensar que un liderazgo que se recarga sobre una organización preexistente, como el calpulli o los usos y costumbres locales o las relaciones sociales, multiplica la po-sibilidad de engendrar mayor éxito en la movilización política. Entre más alineaciones entre la comunidad liderada y el capital de lideraz-go existen, se multiplican las posibilidades (Erickson y Clifford, p. 1). Para los autores citados en la oración anterior es incluso previsible que los líderes emerjan de estas instituciones pre-existentes.

El precedente de una movilización política encuentra relación en un proceso anterior también colectivo que está constituido por la movilización ideológica:

Las movilizaciones político-ideológicas no sólo están fijadas en interpelaciones de clase y “democrático-populares”. Su éxi-to depende en gran medida de su capacidad para explotar y aprovechar las dimensiones existenciales de la subjetividad humana. (Therborn, p. 93)

Y continua más adelante:

Las figuras clave de los procesos de movilización ideológica no son los teóricos y los escritores, sino los oradores, los predica-dores, los periodistas, los panfletistas, los políticos y los inicia-dores de acciones prácticas audaces. (Therborn, p. 95)

¿Cuántas interpelaciones sería capaz de construir Zapata en rela-ción con su capital de liderazgo?

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Vistas estas interpelaciones de clase como exclusión e inclusión de determinados sujetos (Therborn, 1987, p. 64): el campesino y su relación con la tierra despojada, el gobierno ausente, la vinculación social en forma de relaciones sociales “clánicas”, “lealtades persona-les”; una guerrilla familiar.(Rueda, 2000, p. 253).

En Anenecuilco, los conflictos por la tierra continuaron. Des-pués de que a finales de mayo de 1910 las gestiones burocráticas del pueblo por resolver los problemas de tierras con la hacienda Hospital resultaran fallidas, Zapata ya siendo presidente municipal -elegido por la asamblea de su comunidad- acompañado por 80 hombres armados, amagó a la gente de Villa de Ayala y a la guardia de la hacienda (Womack, p. 63).

Este tipo de acciones colectivas serían reconocidas por los po-bladores locales del pueblo de Zapata y también por los de los al-rededores, incluso por la gente de Cuernavaca (Womack, p. 63). De esta manera se seguía poniendo en marcha una batalla ideológica en donde “lo que está en juego es la reconstitución, de sometimiento o resometimiento y recualificación de los sujetos ya constituidos, o su reproducción ante un desafío” (Therborn, p. 65). Estos momentos de conflicto iban formando parte de aquellas “oscilaciones entre la conformidad y la revuelta”, procesos colectivos que son puestos en marcha por los líderes, y por lo tanto no son cambios individuales (Therborn, p. 65). Recuperando los planteamientos de Gladys Lang y Kurt Lang, se identifica a los líderes como creadores de ímpetu para los movimientos, a través de ejemplos de acción, la dirección de la acción y por supuesto definiendo problemas y respondiendo con soluciones (Morris y Staggenborg, 2002, p.5).

Para noviembre de 1910 Emiliano Zapata era el presidente del co-mité de defensa de algunas poblaciones aledañas de Anenecuilco, como Villa de Ayala y Moyotepec, como señala Womack (p.68). Se en-tiende que para aquel momento Zapata era ya más que un líder de su localidad, sino que tenía reconocimiento fuera de su población frente a otros líderes que también conservaban influencia sobre pequeñas zonas del estado de Morelos. En el caso de Torres Burgos, Womack apunta de una manera interesante una división entre el líder nominal,

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Burgos, nombrado por el mando maderista, y el líder real Zapata, la diferencia para el estudioso estadounidense radicaba en la capacidad de Burgos para hablar. Estos fueron algunos de los acercamientos or-ganizativos que irían clarificando un horizonte revolucionario donde una coordinación mínima le daría sustento a una rebelión motivada localmente con la rebelión que se pretendía nacional.

Acontecimientos puente y la rebelión abierta

El estallido de la revolución no fue un suceso que llevó inmediatamen-te a la reunión de las distintas facciones alrededor de Madero. Habían sucedido al menos tres intentos del líder norteño para comenzar la revolución (Pineda, 2014, p. 43). No fue hasta marzo de 1911 cuando por fin se lograría alcanzar acumular en ese solo mes 140 acciones armadas a lo largo del país (Pineda,2014 p.74). La irrupción Zapatista 1911, México, Ediciones Era. Por otra parte, a partir de febrero en Mo-relos se levantaría en armas Gabriel Tepepa (Taracena, 1991, p.298), en Tepoztlán Lucio Moreno, en Puebla Francisco Mendoza, en Guerrero Jesús H. Salgado y los hermanos Figueroa (Pineda,2014 p.76).

Esa serie de levantamientos armados en la zona, había llevado a los pobladores locales y a las redes de apoyo que se habían ido cons-truyendo desde 1910 a que en diciembre de ese mismo año Pablo Torres Burgos hiciera contacto con Madero para que finalmente a mediados de febrero de 1911 regresara con órdenes de éste (Brunk, p.30). Torres, Zapata y Rafael Merino, primo de Emiliano, se reuni-rían el 10 de marzo de 1911 en el contexto de la feria de Cuautla para por fin encausar bajo un programa –el Plan de San Luis- y dentro de los símbolos y signos adecuados la rebelión regional. Tomando de nuevo a Therborn como base para el análisis y la interpretación, este puede ser considerado como el segundo momento en donde las ideas inherentes y una ideología “hacia el futuro” serían sintetizados por los pobladores del grupo de Ayala; finalmente aprovechados para poner los sellos adecuados a su contexto.

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El siguiente día, 11 de marzo de 1911, a modo de copia actuali-zada de la lucha independentista que también había pasado por la región, el grupo de Ayala se levantó abiertamente en armas. Torres Burgos leería el Plan de San Luis en el quiosco de Villa de Ayala, el comandante de la policía no opondría resistencia y se uniría a la re-belión (Pineda, 2014 p.78).

Esa noche se invocaría en actos concretos la tradición revolucio-naria de la guerra de independencia de un siglo atrás; “levantarse a las once de la noche, abrir la cárcel y arengar a la población en la plaza” (Pineda, 2011 p.59). Al mismo tiempo, seguramente para conservar la ventaja táctica, se interrumpirían las comunicaciones telegráficas y telefónicas. Otilio Montaño lograría condensar la exi-gencia central bajo la consigna “Abajo haciendas. Viva Pueblos”(Pi-neda, 2014, p.78).

La oportunidad de utilizar el pasado como una base práctica para empujar la rebelión es un mecanismo de movilización que abreva de las ideas subyacentes de las que habla Rudé y que Therborn comple-menta enlistando no solo ideas:

experiencias, valores y símbolos […] experiencias pasadas de organización, lucha y formación ideológica que han permane-cido latentes u olvidadas a causa de las derrotas y la represión, o de las victorias y periodos de esplendor disfrutados por el enemigo. (Therborn, p. 97)

Liderazgo regional; Jefe supremo del Movimiento Revolucio-nario Del Sur y nacimiento del Ejército Libertador del Sur

Después de su regreso del norte, con órdenes del maderismo, Torres Burgos era el hombre que iba a la cabeza de la rebelión en Morelos con el reconocimiento de los convocantes de la revolución nacional. Tal vez prematuramente, pues la revolución había apenas comenza-do, ya habiendo experimentado algunos combates al lado de los jefes locales, Burgos decidió renunciar a seguir al frente de la rebelión.

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Fue a finales de marzo de 1911 cuando tras la entrada de las tropas de Gabriel Tetepa a Jojutla se desobedecerían órdenes de Burgos sa-queando comercios. (Womack, p. 76) De este modo Pablo Torres re-nunciaría a la jefatura estatal de la revolución y al siguiente día de su renuncia sería ejecutado por las tropas federales. (Taracena, p. 314)

Estas son las circunstancias históricas que dejaron vacante la je-fatura estatal de la revolución.

Habiendo probado sus habilidades como jefe militar, con la estra-tegia de la guerra de guerrillas consignada por Womack como una obra probablemente de Zapata, el levantamiento armado tenía ne-cesidades y la más próxima en esos momentos era ocupar la vacante dejada por Burgos. En términos militares un avance de las tropas y la toma de poblados que careciese de la mínima coordinación, no po-dría aspirar a crecer ni a emprender acciones de mayor envergadura. Es extraordinario que a pesar de que Tepepa tuviese un mayor arrojo en combate e incluso mayor experiencia militar, él no fuera elegido como la cabeza de los líderes morelenses. (Brunk, p.32.) Zapata sería designado en Puebla, el 25 de marzo de 1911 por algunos jefes locales como “Jefe supremo del movimiento revolucionario del sur” (López, p. 302) en sustitución de Burgos y aparentemente sin rivales fuertes quienes le confrontaran (Womack, p. 77). —ni Tepepa, ni Merino-.

Fue en la misma reunión de jefes locales donde también se deci-dió elevar de rango militar a catorce jefes del grupo y en esa ocasión, probablemente la primera, se designaron como Ejército Libertador del Sur. Para esas fechas ya se contaban alrededor de 800 alzados en las filas de este órgano militar popular (Pineda, 2014, p. 85).

Es importante entender que el mando militar y político del tramo que llevaba recorrida la revolución en el estado de Morelos no sería una asignatura sencilla, en caso de que los jefes locales no estuvie-ran de acuerdo con el nuevo “jefe supremo”, la consecuencia natural sería no movilizar sus tropas. (Womack, p. 77) Por lo que respecta a Zapata no sucedió así.

El núcleo de esta “guerrilla familiar” eran estos “mecanismos secretos de familias extensas de campesinos” dice Rueda Smithers (2000, p. 253):

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Lazos de parentesco, compadrazgo y amistad, así como el de obligaciones religiosas y de política interna, anudaron los hilos de respeto, la solidaridad y la afinidad de intereses: esta lógica nos descubre a la dirigencia del Ejército Libertador en el centro de Morelos como una familia investida de poderes.

Una familia que, por cierto, no guardaba similitud con la forma de relacionarse de la élite política que hasta aquel momento se venía perpetuando en el poder a través de singulares formas de patrimo-nialismo y que durante la modernización porfirista había ido de la mano con el poder económico. Por la vía de los hechos representa-rían una forma alterna -quizás subalterna- de representación po-lítica, que desde el principio intentó alejarse de la hegemonía militar sobre lo político. Al ser elegido Zapata por sus propios jefes locales, se daba una muestra de la determinación que tenían los pueblos y la necesidad de gobernarse en tiempos de guerra.

Como las herramientas de análisis de estos fenómenos políticos y sociales sigue siendo escasa, al menos en el contexto de estudio mexicano, a continuación, me permitiré agregar un caso en forma comparativa para ilustrar y empatar algunas características pareci-das que presenta el caso de los partisanos y partisanas italianas.

La misma médula de estas formas de organización no solamente se ha visto en el caso específico del zapatismo. En el caso de muchas otras guerrillas o ejércitos populares a lo largo de la historia estos lazos son los que unen por dentro al movimiento. El historiador ita-liano Valerio Romitelli coincide de una forma similar a la que Rueda Smithers describe y analiza la importancia de los lazos de “parentes-co, compadrazgo y amistad”, entre otras, reflejado no en el contexto de la revolución mexicana sino en de la ocupación nazi de Italia:

Cuando se habla de los partisanos italianos, estamos hablan-do de cerca de 200,000 jóvenes, en su momento de máxima expansión, que por iniciativa propia, durante unos 20 meses, entre septiembre de 1943 y abril de 1945, se constituyeron en bandas armadas (más o menos coordinadas pero también con fracturas entre ellas, o bien aisladas) con el objetivo de comba-

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tir al ocupante nazi y a los colaboracionistas de la República de Saló. (Romitelli, 2015)

Aunque el fenómeno de los partisanos italianos comparado con los zapatistas duró mucho menos tiempo en guerra frente a la ocupa-ción nazi y su nivel de organización no alcanzó un proyecto político determinado, cosa que los expulsó del “proceso de reconstrucción del nuevo Estado republicano” (Romitelli), tiene otras particulari-dades que son de interés para poner frente a frente con el zapatismo.

Más allá de la interpretación de Rueda Smithers sobre el zapa-tismo y de la interpretación de Romitelli sobre los partisanos, hay expresiones literales de los protagonistas de estas historias que en-cuentran a ambos casos de una manera afortunada para el análisis.

Ada Gobetti, periodista y partisana decía que “la amistad era la clave de la batalla partisana” (Romitelli) y en un eco reflexivo Romi-telli acusa:

El caso de los partisanos italianos es particularmente instruc-tivo. El que pretendía combatir a los nazis aisladamente o mal organizado estaba abocado a desaparecer rápidamente y sin dejar rastro. De donde se deduce que la amistad, el amor es-trechamente compartido por la misma causa, es la condición prioritaria de cualquier experiencia política (que implica tam-bién, por supuesto, el odio y el conflicto). (Romitelli)

Más allá de las afectividades involucradas en las relaciones socia-les que ha descrito con anterioridad Rueda Smithers, quizá la im-portancia de estas formas de cohesion política no fueron expresadas explícitamente solamente por los partisanos, sino también por el propio Zapata, quien sabía que uno de los componentes posibles del crecimiento del Ejército Libertador del Sur eran esos lazos. Durante la promulgación del Plan de Ayala, Gildardo Magaña, historiador y jefe local de la revolución del sur, recogería un relato del teniente de caballería del ELS, Macedonio García, describiendo dichos de Zapata durante aquel acontecimiento:

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Y ya luego que terminó el Plan de Ayala y el juramento, nos dijo a nosotros el general Zapata, dice, váyanse pa’sus pueblos ya no estén aquí, váyanse y por allá van a hacer la revolución, con el compadre, con el amigo, con el que sea pero quiero que cada [uno levante] movimiento por allá. (Pineda, 2014 p.194)

Y no solamente se constituía como un componente de la posibi-lidad de hacer crecer el Ejército y la revolución en el sur y centro del país. Conforme las relaciones productivas cambiaban en la región como resultado del despojo de las tierras o de la integración de los locales al trabajo dentro de las haciendas, estos lazos desde los fami-liares hasta los afectivos, de los cuales habla Romitelli, iban siendo más necesarios para poder desarrollar la lucha política.

En un contexto mucho más contemporáneo pero que se enmarca también en la misma dinámica del capitalismo en donde la “desva-lorización del mundo humano va en razón directa a la valorización del mundo de cosas” (Marx, 1844, p. 26). Manuscritos económicos y filosóficos, Biblioteca de Autores Socialistas [en línea], Obtenido de, la tarea opuesta del rompimiento del tejido social es la reproducción social. En ese sentido los zapatistas no tuvieron necesidad de teori-zarlo porque lo practicaron en la vía de los hechos, procurando ese “mecanismo secreto familiar” (Rueda, 2000, 253).De nuevo, tratan-do de trascender la discusión sobre qué tan activa estuvo la herencia prehispánica en el zapatismo, se puede deducir que ese “mecanismo secreto familiar” (Rueda, 2000, 253) hacia fluir una valoración hu-mana distinta de par a par entre los zapatistas. Esta valoración no excluía el conflicto por supuesto, aunque en este trabajo poco espa-cio hemos dejado para exponer las tensiones internas del zapatismo, se trata de darle mayor visibilidad a los lazos solidarios entre los re-volucionarios porque eso se ancló como una posibilidad del origen y desarrollo de la resistencia que sostuvieron durante varios años.

Regresando a la cronología que hemos seguido respecto al zapa-tismo, finalmente el 4 de abril de 1911 se reestablecería de facto la vinculación con el maderismo a través de Andrew Almazán quien nombraría a Zapata, Jefe de la Revolución en Morelos. (Womack, p. 33) Reconocimiento que por cierto ya le había sido dado por los

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propios jefes locales y que confería un peso político distinto al mo-vimiento revolucionario del sur. En tanto que la figura de represen-tación militar estaba vacía, primero el ocupar ese “puesto” era una cuestión de urgencia, tal vez para no romper la cadena de mando y continuar con una centralización creciente de la coordinación de las acciones militares. Es importante recalcar que los jefes locales al momento que Torres Burgos renunció, probablemente tuvieron la oportunidad de abandonar la coalición regional que se había forma-do a partir del Grito de Ayala. No lo hicieron porque entendían la importancia de formar parte del reacomodo político del país.

Toma de Cuautla

El avance de las tropas zapatistas continuó durante el mes de abril. En algunos casos con la ocupación parcial de Izúcar de Matamoros o en la medida de las posibilidades avanzando y retrocediendo con prudencia. (Taracena, p. 323). Para aquél entonces se puede identi-ficar dentro la estrategia de los guerrilleros dos formas de combatir, la fija, en forma de guarnición y la móvil, a través de columnas dis-puestas para la persecución (Pineda,2014 p. 87). Al tiempo que cre-cían las filas del Ejército Libertador del Sur, el armamento empleado por el ejército federal iba en escalada, utilizando ametralladoras y artillería (Pineda, 2014 p. 88). A finales de abril, el maderismo inten-taría poner control sobre el avance zapatista y sus conflictos con la jefatura de los Figueroa en Guerrero, quienes terminarían por reve-lar finalmente su duplicidad militar y política al negociar un armis-ticio y faltar a un compromiso estratégico para la toma de Jojutla. (Pineda, 2014 p. 116)

A más de un mes de haber declarado la rebelión abierta en contra del régimen porfirista, las operaciones militares zapatistas ya per-mitían prever -como fuera que sucediera- trampas de la hechura de los Figueroa. La logística militar mínima que permitía que la in-formación respecto a la indolencia de las tropas de Figueroa frente a los federales llegara al mando zapatista requería de dos elementos:

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prudencia y mensajeros de las tropas zapatistas o espías de las pobla-ciones que llevaban la información, aunque no fueran parte de las tropas digamos formales.

A este momento se pueden identificar en dos planos las modificacio-nes que traería la presencia de la guerra revolucionaria dentro de Morelos.

La primera, en el ámbito social-económico. Como bien se sabe uno de los condicionantes de la guerra campesina era la siembra y cosecha, por lo tanto en su forma de vida, para la alimentación de es-tos campesinos, tanto el autoabastecimiento -a partir del “complejo milpa”-, constituían “el soporte de la vida y, a la vez, la base material de su libertad” (Pineda, 2013, p. 88). Por eso al momento de atacar las haciendas, los zapatistas estaban atacando y transformando las rela-ciones sociales hacia dentro de estos enclaves económicos. Invitando a quienes sostenían relaciones de dependencia dentro de las hacien-das a que se les unieran en combate y evitando destruir las máquinas de ingenios que tiempo después serían utilizadas para reorientar las ganancias de su producción (Pineda, 2013, p. 88).

La segunda, en la estrategia de guerra que inevitablemente iba creciendo en acciones militares y que buscaba entre otras cosas des-pués de cada enfrentamiento multiplicar las posibilidades de pertre-charse con mejor armamento que incluía artillería y carabinas Win-chester y Savage (Pineda, 2013, p. 88). Evidentemente para el tiempo relativamente poco que llevaban en combate los zapatistas, tendrían que aprender a utilizar este armamento y poco a poco combinar estrategias o innovar militarmente. La primera etapa en la que los zapatistas se rebelaban utilizando armamento de fabricación propia -a excepción de la dinamita-, estaba siendo superado por la adqui-sición de nuevos pertrechos y por una estrategia más efectiva que saboteaba las comunicaciones y transporte de las tropas federales (Pineda, 2013, p. 222).

Mayo vino acompañado del inicio de la capitulación del gobier-no porfirista y el avance de las tropas zapatistas sobre Jonacatepec y Yautepec alcanzando a abarcar su presencia en poblados como Metepec y Atlixco, Puebla. Pineda (2014, p. 127), menciona que en esta zona sería donde un contingente de alrededor de mil quinien-tos obreros se incorporarían a las filas zapatistas, agregando de ese

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modo más elementos al contenido multiclasista en combatientes y seguramente anexando también futuras reivindicaciones plasmadas en el ideario zapatista que se fue desarrollando. Bajo estas circuns-tancias, a principios del mes, “se estableció el Cuartel General de los zapatistas en Yecapixtla, concentrando cuatro mil rebeldes con miras a atacar Cuautla” (Pineda, 2013, p.223). La ciudad se encontra-ba fortificada y defendida por el 5° Regimiento o “Quinto de Oro”, parte del 19° Batallón o “Batallón de la Muerte”, Cuerpos Rurales y policía por lo tanto” la batalla en Cuautla comprendería el cambio de estrategia” (Pineda, p. 2013, 224).

Probablemente esta sería la primera ciudad grande que enfren-taría a tropas federales con zapatistas, mostrando con su victoria el 21 de mayo de 1911 que la capacidad de aprendizaje de los mandos militares y “la mucha o poca disciplina de los combatientes revolu-cionarios podía hacer frente a cuerpos militares entrenados y forti-ficados” (Ávila, p. 84).

El sitio de Cuautla probablemente responde a una de las hipótesis que lanza Eric Wolf en 1987, los campesinos durante una revolución se apoyan en los esquemas tradicionales, pero también propician el aban-dono o transformación de los antiguos esquemas del campesinado.

Rompimiento con el maderismo y autonomización de la re-volución del sur

Para mediados de abril de 1911, la influencia de esta coalición revolu-cionaria que ya tenía nombre para entonces, dirigía a su alrededor a jefes locales que se movilizaban a los límites de Morelos con Puebla y Guerrero y en el centro del estado, desde Yecapixtla y hasta Tlaltiza-pán aunque todavía había zonas del estado donde no había autoridad efectiva sobre rebeldes e incluso algunos de ellos obedecían más bien a los designios de los hermanos Figueroa, caciques guerrerenses que se hacían pasar por revolucionarios (Womack, p. 77).

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Seguramente los movimientos efectuados a principios de mayo por las tropas federales replegándose a las plazas más importantes, “terminarían por fortalecer el dominio local sobre las poblaciones de Morelos y también en otras latitudes donde se desarrollaba la revolu-ción” (Pineda, 2014 p. 12).

El mismo día que los zapatistas se apoderaban de Cuautla, se fir-marían los Tratados de Ciudad Juárez que conseguirían la dimisión de Porfirio Díaz y la cesión de la presidencia en su modalidad de interinato a León de la Barra para que a continuación las elecciones se desarrollaran.

A partir de mayo de 1911 se abriría un periodo en donde los con-flictos de la revolución del sur y el maderismo se irían distanciando. El 26 de mayo Madero declaraba en un manifiesto “no se pueden satisfacer en toda su amplitud las aspiraciones contenidas en la cláu-sula tercera del Plan de San Luis Potosí”, refiriéndose evidentemente al despojo de tierras del que hablaba el documento (Womack, p. 88).

Esta cerrazón del maderismo fue acortándose cada vez más al acercarse al grupo de hacendados que había desmovilizado a los campesinos. La interacción directa entre Madero y Zapata parecía tener un gesto de negociaciones interesadas sobre todo en el desarme de los campesinos y en una especie de pacificación de la región. Para mediados de agosto cuando Madero visitaría a Zapata, la ruptura se asomaría cada vez más clara, el líder norteño sería recibido con exclamaciones tales como “muerte a Madero” (Brunk, p. 56).

Al llegar a Cuautla, Zapata puso en marcha una estrategia polí-tica que hacía efectiva la representatividad de los intereses agrarios y concretamente de las poblaciones dentro del movimiento. Llamó a sus jefes locales para que le expusieran a Madero las problemáticas de sus vidas cotidianas, evidentemente presionando a Madero para que respondiera directamente sobre las jefaturas locales, para aquél entonces las tropas estaban molestas y reclamaban a los jefes los ries-gos de que sus reivindicaciones fueran acalladas. (Brunk, p. 56)

Los siguientes meses transcurrieron entre el arresto de Abraham Martínez, jefe del Estado Mayor de Zapata, conflictos entre las tro-pas revolucionarias y federales –algunos de ellos en el contexto de

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las elecciones estatales- y finalmente a principios de agosto, soldados federales se movilizarían a Cuernavaca y Jonacatepec al mando de Arnoldo Casso, acompañados por la policía de Ambrosio Figueroa quien se dirigiría a Jojutla (Womack, p. 117). El primero de septiem-bre Casso y Huerta ocuparían Cuautla.

El conflicto se seccionaría en cuatro partes. El gobierno interino, como representante de las élites porfiristas y contrincantes de la con-solidación del maderismo, Madero quien tal vez tenía la voluntad de conciliar y finalmente los mandos federales que presurosos busca-ban por fin aniquilar a los rebeldes del sur (Ávila, p. 154).

Y finalmente Zapata y los zapatistas, reacios a aceptar las prebendas del gobierno interino (Ávila, p.154). La campaña militar emprendida por el gobierno interino terminaría por ocasionar una conversión que marcaría el curso de los siguientes años de la guerra: “Al abusar de los maderistas rurales, los convirtió en zapatistas […] la denominación apareció solamente a mediados de agosto” (Womack, p. 118).

Todo septiembre transcurrió en una etapa que después se volvería una forma de combate y tal vez de organización militar y política para los zapatistas, una estrategia retráctil donde bajo las circunstancias necesarias la tropa se seccionaría en células guerrilleras para después reabastecerse y volver a las montañas. Esta sería una de las primeras campañas militares que en los ánimos de aniquilamiento de comba-tientes y población cohesionaría aún más a las comunidades y sus re-laciones sociales para resistir varios años más en una guerra.

A principios de octubre, agravando la crisis y confrontando a las jefaturas revolucionarias más poderosas de la región, Ambrosio Fi-gueroa tomaría posesión y el avance guerrillero de los zapatistas de-sarrollaría una maniobra ofensiva peligrosa y probablemente ines-perada; el 22 de octubre ocuparían Topilejo, Tulyehualco, Nativitas, San Mateo y al día siguiente Milpa Alta (Pineda, 2014 p. 184).

Cuando las tropas federales daban respuesta a esta maniobra mi-litar de los zapatistas estos ya habían regresado a Morelos, logrando de nuevo replegar al ejército federal sobre las ciudades en donde te-nía guarniciones, entre otras cosas sin asumir la defensa de posicio-nes (Pineda, 2014 p. 185).

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Los últimos intentos de negociación entre Madero, ahora como presidente electo, y Zapata fallaron. En el marco de las celebracio-nes que continuaban en honor al recién electo presidente el 25 de noviembre se reunieron algunos jefes rebeldes en Ayoxuxtla para es-cindir de una vez por todas al zapatismo del maderismo y para el 28 del mismo mes promulgar el Plan de Ayala.

El Plan de Ayala sería producto de la maduración ideológica, “espe-cialmente de la ideología popular de protesta” y al mismo tiempo una necesidad táctica que haría visible el núcleo de la rebelión maderista en Morelos y el núcleo campesino de la revolución en muchos estados de la república mexicana a través de sus reivindicaciones (Rudé, p. 105).

Dentro del cuerpo de este texto se van plasmando algunos de los objetivos, principios y formas de operar del zapatismo. El mismo Za-pata identificaría el Plan de Ayala como el punto de partida de la re-volución agrarista en una carta que respondía a la correspondencia enviada por Francisco Vázquez Gómez, revolucionario tamaulipeco fechada el 31 de marzo de 1913:

La revolución que nació en un rincón del estado de Morelos, pro-clamando el Plan de Ayala, ha invadido a once entidades federati-vas: ha propagado sus ideales contenidos en estas palabras: tierra y libertad; ha luchado desesperadamente para implantar su programa de ideas, y seguirá luchando más todavía, aun a costa de mayores sacrificios si necesario fuere, para llevar a la vía de la realidad los principios que sostiene (Vázquez, 2010, p. 473).

Por otra parte, el Plan de Ayala en efecto es producto de la articula-ción ideológica y fruto de la maduración política del movimiento. Es el resultado más acabado de los inicios de la constitución del zapatismo desde el liderazgo de Emiliano Zapata significa también una represen-tación de algunas de las labores que desempeña un líder y que hemos revisado a lo largo de la investigación; sintetizar, exponer, convencer, ofrecer objetivos y resolver formas de conseguir esos objetivos.

Confiando de nuevo en la interpretación que nos ha acercado el sociólogo Therborn, no se debe de entender por articulación ideoló-gica lo mismo que articulación teórica o farragosa. Mucho de lo ex-

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presado en el Plan de Ayala es resultado de las experiencias acumu-ladas de los campesinos insurrectos en combinación con la hechura de una revolución que condensó su “mundo de vida”.

Una de esas experiencias acumuladas es la producción misma de los planes, “documentos de contenido político- revolucionario-mi-litar” que formaban parte de una práctica difundida entre grupos rebeldes durante el siglo XIX y XX (Barreto, 2013 p.114).

Entre otras cosas, en el contexto de las prácticas de grupos rebeldes que producían los planes políticos, el Plan de Ayala marcaría un hito porque las reivindicaciones contenidas en él se establecían desde la ex-periencia y los saberes de la gente del campo. (Barreto, p.115)Estos inte-reses y principios que hubiesen sido difícil de entender y de hecho fueron difíciles de conciliar para quien no pertenecía a la realidad campesina.

Conclusión

Hemos recorrido una parte de la trayectoria política de Emiliano Zapata procurando analizar en clave sociohistórica algunos elemen-tos. Aquí se ha expuesto lo que en algún sentido podría procurar las bases mínimas para el lanzamiento de Zapata como líder de la re-volución mexicana más allá de las fronteras morelenses. En el orden cronológico, las fechas y acontecimientos que vienen después de los planteados en este artículo son los más ricos e interesantes porque son los que sugieren a Zapata no solo como líder político-militar sino como un auténtico líder revolucionario.

En este texto hemos fluctuado entre considerar capacidades o ha-bilidades individuales de Zapata y condiciones sociohistóricas que propiciaron su empuje como líder primero local y luego regional. La conclusión más fuerte que se puede extraer de este tipo de análisis es la oportunidad de considerar la historia y la historia de los movimientos sociales y revolucionarios no como una excepcionalidad, sobre todo no considerar que los individuos son singulares y son ellos quienes se insertan en nuestros destinos para modificarlos, discusión que Mi-chael Löwy ha llamado “El mito del salvador supremo” recuperando planteamientos del astrónomo francés Joseph Lalande. Al contrario,

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el desarrollo del liderazgo de Zapata se puede observar como un con-junto de relaciones sociales que definieron las posibilidades de acción individual, no al contrario. Por esa razón en este texto se pueden ob-servar una serie de acontecimientos que giraron en torno a la revolu-ción y a Zapata que le permitieron seguir avanzando en su liderazgo, aunque en estricto sentido si Zapata no hubiese sido quien finalmente sintetizara agravios y esperanzas, hubiese surgido otro líder que toma-ra esa función dadas las circunstancias.

Para finalizar es necesario recordar la importancia de tomar el estudio de Zapata en nuestras manos para enriquecer las investiga-ciones que ya existen, sin una intención revisionista, sino para res-tituir el origen de su aparición y trayectoria política desde una pers-pectiva no individualista y para abonar a apartarse de lo que Fran-cisco Pineda ha llamado, operaciones de poder, como por ejemplo la institucionalización de la revolución y el renombre de la acepción del liderazgo zapatista hacia el de un caudillo.

Sigue quedando pendiente para el caso de la revolución mexica-na una tipificación o la discusión teórica de los diferentes tipos de liderazgos que ejercieron quienes estaban al frente de sus facciones (Madero, Villa, Carranza). Aunque Allan Knight ha hecho un in-tento por enriquecer esa parte, sigue existiendo un vacío respecto a esa reflexión que esperemos en el caso del zapatismo, una nueva generación se decida a explorar.

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La Revolución olvidada. Emiliano Zapata en la memoria de los pueblos del Sur

The forgotten Revolution. Emiliano Zapata in the memory of the villages of the Sur

Armando Josué López Benítez1

Resumen:La imagen de Emiliano Zapata se analiza desde tres puntos de vista diver-gentes: la primera, es una visión racista que demerita su lucha; otra desde el Estado que fomenta un nacionalismo y lo equipara con sus enemigos; y la tercera y más importante desde la perspectiva de los pueblos que con-formaron el Ejército Libertador del Sur. La figura de Zapata en las comu-nidades campesinas más cercana a la cosmovisión mesoamericana nos ha permitido formular una nueva interpretación a partir de conocer la región suriana y los elementos culturales que dieron sentido a las relaciones socia-les enmarcadas en lo más profundo de la memoria colectiva de los pueblos.

Palabras clave: racismo, nacionalismo posrevolucionario, memoria colec-tiva, pueblos surianos, resistencia

Abstract:The image of Emiliano Zapata is analyzed from three The image of Emi-liano Zapata is analyzed from three divergent points of view: the first is a racist vision that deserves his struggle; another from the State that foments a nationalism and equates it with its enemies; and the third and most important from the perspective of the peoples that made up the Ejército Libertador del Sur. The figure of Zapata in the peasant communities closest to the Mesoamerican worldview has allowed us to formulate a new inter-pretation based on knowing the southern region and the cultural elements that gave meaning to the social relations framed in the deepest part of the collective memory of the villages.

1 Licenciado en Historia, Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma Me-tropolitana unidad Iztapalapa y Candidato a Doctor en Estudios Mesoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México.

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La Revolución olvidada

Keywords: racism, post-revolutionary nationalism, collective memory, southern villages, resistance.

Introducción

Partiendo de la premisa: para entender un movimiento social es pri-mordial explicar el contexto y la cultura de la que emana. El zapatis-mo fue la representación de los pueblos de la región del Sur, autoads-cripción heredada por los menos desde la época de independencia por José María Morelos y Pavón, en la época de 1800 por Juan Álva-rez y retomada por el Ejército Libertador del Sur y Emiliano Zapata. Esta región está conformada mayoritariamente por pueblos de tra-dición mesoamericana, dedicados primordialmente a la agricultura, con una cosmovisión propia y distante a la mercantilista de las elites liberales y los hacendados. El espacio para los pueblos surianos era concebido no sólo como un bien material sino también uno simbóli-co, cumpliendo con funciones de autosustento y relaciones sociales, es entonces que podemos hablar de territorio: un lugar al que se tiene arraigo y se valora a través de la memoria colectiva. Por ello, echa-mos mano de la memoria de los pueblos surianos para acercarnos a la figura de un Emiliano Zapata más próximo a la población que lo conoció y apoyó en su lucha armada, profundizar en el mito cons-truido desde el Sur es el objetivo primordial de este escrito.

Diversos autores se han acercado al estudio de la figura de Emi-liano Zapata como mito, referiremos solamente a los que han pre-sentado una construcción del mito desde la óptica propia de los pueblos, en principio tenemos a Robert Redfield (1946, pp. 170-204), durante su trabajo etnográfico en Tepoztlán en 1927, a través de en-trevistas, observación y recopilación de algunos corridos encontró que a Emiliano Zapata se le tenía como un personaje sobrehumano, incluso halló un testimonio de la “no muerte”, elementos sin duda abundará a lo largo de la región. Por su parte, Jesús Sotelo Inclán (2012, pp. 415-456), que a escasos años del asesinato del General en Jefe entrevistó a familiares cercanos, entre ellos a la hermana María del Jesús Zapata Salazar, que refirió datos que ya se contaban en la

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región desde el mismo momento del asesinato, por ejemplo, que el cuerpo que se presentó en Cuautla el 10 de abril de 1919 no era su hermano, ya que carecía de una marca de nacimiento: una manita en el pecho. Aunque el autor no prestó importancia al comentario dejó en claro la formación del mito, siendo además quien le otorgó el títu-lo de calpuleque2 a Zapata, que es más bien un título prehispánico. El tema fue ignorado por los posteriores investigadores, como John Womack, sin embargo, con la conformación del equipo comandan-do por Alicia Olivera, donde se encontraban jóvenes investigadores como: Laura Espejel, Salvador Rueda, Carlos Barreto Mark, en-tre otros, recopilaron un excelente archivo de tradición oral del que se desprendieron fabulosas publicaciones, como: “¿Ha muerto Emiliano Zapata?”, de Alicia Olivera (1975, pp. 43-52), en el que a través de la voz de viejos combatientes zapatistas se puede ahondar en la predestinación de Emiliano, sus características en vida y la “no muerte. Esta una publicación trascendental debido a que a partir de entonces surge la pregunta ¿por qué los zapatistas pensaban que no ha-bía muerto Zapata? La respuesta es aparentemente obvia, se negaban a aceptar que su jefe había muerto y la idea de que no murió les otorgaba consuelo. Sin embargo, años más tarde, Salvador Rueda (2000, pp. 251-264), comprendió la importancia de la cosmovisión mesoamericana sugerida por Serge Gruzinski (1988, pp. 195-211) y vinculó a la figura de Emiliano Zapata con la figura del hombre-dios, concepto a su vez tomado de Alfredo López Austin. Ello fue fundamental para trabajos posteriores, destacando el de Víctor Hugo Sánchez Reséndiz (2006 y 2019), el más importante y hasta ahora el más completo en cuanto a la presencia del pensamiento mesoamericano en la vida cotidiana de los pueblos surianos, sus representaciones sociales, la vida comunitaria construida a través del devenir histórico en oposición a las haciendas, fiestas, danzas, peregrinaciones. Por último, Berenice Granados (2018) realizó una compilación de testimonios sobre la percepción actual de Emiliano Zapata, la mayoría son narraciones de descendientes de za-patistas, por lo que recibieron estas historias de primera mano.

2 N.e: Vocablo nahua que significa señor o guarda de un barrio

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El Atila del Sur. La versión racista sobre Emiliano Zapata y el Zapatismo

El racismo ha sido históricamente un arma de exclusión y coloniza-ción ejercida contra los pueblos dominados. En la época Colonial el sistema legal de castas separó a la población en calidades a las razas, otorgando facultades y obligaciones a cada una con cierta autonomía; entre españoles, indios, negros y las posteriores combinaciones resul-tantes de estas. El pensamiento racista no se esfumó con la llegada de la Ilustración, por el contrario, acentuó más la diferencias ya que, según esta nueva concepción, el hombre debía ser guiado por la racio-nalidad, sin cabida para ninguna otra forma de cosmovisión, “(…) el hombre y las sociedades debían ser regidos por la Razón, y que esta Razón, definida a partir de la cultura y la identidad de los hombres blancos europeos de clase alta, era la única y universal” (Navarrete, 2006, p. 68). De esta forma, al consumarse la Independencia de Mé-xico, las élites, tanto liberales como conservadoras, que se disputaron el poder político, consideraron necesario tomar como ejemplo a las naciones del “Viejo Continente”. Entonces, la Razón y la civilización eran la base fundamental de la nación moderna, de tal suerte que la diversidad cultural no tenía cabida en el proyecto nacional. Al con-solidarse liberalismo económico, que fue la bandera del colonialismo mundial, el discurso del progreso y la modernidad se consolidó arre-metiendo contra una diversidad de naciones, comunidades y pueblos que fueron sometidos, saqueados y masacrados a lo largo del mundo, con el pretexto de llevarles la civilización, como explica Francisco Pi-neda (2014, p. 51); “El racismo es un pilar fundamental del capitalismo histórico que opera como ideología; que justifica la jerarquización de la fuerza de trabajo, al afirmar que los que están económica y política-mente oprimidos, son cultural y racialmente inferiores”.

México no fue la excepción, al concretarse la victoria de los libe-rales otorgaron la ciudadanía tanto a los mestizos, indígenas y de-más grupos sociales. El naciente Estado mexicano contemplaba que su función era llevar la civilización “a las masas ignorantes y hacerlas abandonar sus costumbres, valores e ideas tradicionales y equivoca-

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das. De no estar dispuestos a aceptar la verdadera civilización y la auténtica cultura, estos grupos debían ser combatidos y eliminados, como enemigos de la patria” (Navarrete, 2006, p. 68). De esta mane-ra y bajo esta concepción los gobiernos comprendidos desde Benito Juárez hasta Porfirio Díaz, cimbraron en lo más hondo de las co-munidades campesinas e indígenas. La mayoría de ellas, no estaban dispuestas a perder o fraccionar su espacio productivo, sin embargo, las haciendas y el progreso fueron creciendo, con ellos el ferrocarril, el telégrafo y la diversa maquinaria que facilitaba la producción a niveles industriales. En cambio, la gente libre paulatinamente fue perdiendo su territorio y tenía que alquilarse por un sueldo en ha-ciendas o el ferrocarril, perdiendo autonomía. A diferencia de la pro-ducción agrícola que generaba autosustento debido a la diversidad de frutos, vegetales, cereales y animales que se encontraban a lo largo de la geografía y los diversos ecosistemas que ayudaban a la subsis-tencia. Por lo que los mercados en ferias y días de plaza fueron fun-damentales en la construcción de regiones como la región suriana, con su propia dinámica, lazos sociales, económicos y culturales, que fueron el sustento y vida de la Revolución zapatista.

Los lazos de parentesco y amistad importantes para la generación de solidaridades entre barrios, pueblos y comunidades a través de fiestas y rituales compartidos; indujeron una fuerte identidad entre la gente que se autonombraba como suriana más allá de las fron-teras políticas del estado de Morelos. De tal suerte que no fue raro que la personalidad de Emiliano Zapata se identificará como líder carismático, conocido por pertenecer a una familia notable de la re-gión, buen jinete, afecto al jaripeo, agricultor de sandía, hombre de fe que seguramente había recorrido el sistema de cargos (Sánchez Reséndiz, 2006, p. 308). Por ello, no fue casual que ese sistema de alianzas familiares, rituales y amistosas estallarán en conjunto para conformar el Ejército Libertador del Sur, como un conglomerado de poblaciones que pelearon y se agregaron a la lucha para derrocar al poder que representaba Porfirio Díaz, logrando el objetivo de inme-diato, en principio, y apoyando a Francisco I. Madero (1911) hasta el mismo momento en que en la prensa de la ciudad de México, acu-saba al recién nombrado jefe de la Revolución del Sur: “Zapata es el

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moderno Atila”. Con ello, los medios de comunicación al anima-lizar y otorgarle características salvajes demostraban una supuesta inferioridad intelectual, así la prensa denominó a Emiliano Zapata el Atila del Sur y llamó a los surianos horda de bandidos, caníba-les, asesinos, ignorantes e incultos, entre otros adjetivos peyorativos. Con ello se justificaba el sometimiento, cuestión que se hizo patente cuando fueron traicionados por el propio Francisco I. Madero desde que tomó la presidencia, olvidando sus promesas de restitución de tierras. En un intento de sujetar al zapatismo con una actitud racista declaró abiertamente cual sería en adelante su visión y objetivo: “La única bandera de las chusmas surianas es el bandidaje. (…) estoy resuelto a desplegar toda mi energía, pienso acabar con ese movi-miento de retroceso inmotivado y anormal” (Madero, 1912).

El periódico Nueva Era fundado por Gustavo A. Madero, y por obvias razones, lo que en él se escribía era lo que emanaba del ré-gimen de su hermano Francisco. Su lema era; “Nuevas costumbres, nuevos ideales, nueva raza”. Así, en ese mismo periódico se dio pri-mer visto de las intenciones del presidente Madero para llevar a cabo el exterminio, que después implementarían Huerta y Carranza.

Para quienes de un imposible hacen una causa de su rebe-lión y la llevan hasta azolar toda una zona, usando horren-dos actos propios de caníbales y declaran que no transigirán con la razón, no hay otro procedimiento que el exterminio, como no hay para la salvación de un enfermo cuando una parte de su organismo está gangrenada otro remedio que la separación de la carne putrefacta en defensa de la vida que reclama la parte sana. (Madero, 1912)

Esa actitud de desprecio será una constante por ostentadores del poder en turno durante la guerra, al parecer las reivindicaciones que proponía el Plan de Ayala con respecto a la restitución de tierras, montes, aguas y la construcción de una nación desde abajo, donde los pueblos serían el punto primordial de la misma limitando los pode-res centrales del Estado, fue una postura que no encajó tampoco con la ideología de Venustiano Carranza y el constitucionalismo, quien de inmediato a la derrota de Victoriano Huerta se autoproclamo pre-

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sidente de la república. La posición racista que tenía el carrancismo sobre Zapata y el zapatismo, dio continuidad a la visión de Madero, Huerta y las élites en el poder, cuestión que se hizo manifiesta en la convención a principios de 1915, cuando los zapatistas propusieron y apoyaron el derecho al voto directo para todos los ciudadanos. El delegado Marines Valero, representante de un General de Carranza, repuso enfáticamente: “¿Un indio qué sabe quién es bueno para presi-dente de la República? ¿Qué será para un indio ignorante que no co-noce más que sus burros, su leña y sus montes?” (Pineda, 2013a, p. 63). Precisamente esta óptica hasta nuestros días sigue pesando mucho, se imagina a los pueblos campesinos e indígenas, incapaces de tener una visión política y nacional, se les señala estar aislados y desconocer el exterior de tal suerte que son susceptibles de recibir asistencia social.

El constitucionalismo, al igual que las élites decimonónicas, tenían la

convicción absoluta de que la cultura occidental era superior y de que las élites dueñas de esta cultura tenían derecho a gobernar a su nombre un país que consideraban ignorante, atrasado y bárbaro, así como a modificar la cultura del resto de la población” (Navarrete, 2004, p.90).

En otras palabras, aniquilar pueblos y regiones enteras por ello, así lo señala sin vacilación el carrancista José de la Luz Valdés, quién militó bajo las órdenes del general Francisco Coss

durante nuestra prolongada lucha contra el zapatismo, nos fui-mos dando cuenta que (…) no sustentaba ideales de ninguna naturaleza y que muchos de sus jefes eran inhumanos, crueles y ladrones, (…) eran un mal social que había necesidad de ex-terminar. (Valdés, 1974, p. 22).

Efectivamente el carrancismo, apoyado con arsenal otorgado por el ejercitó de los Estados Unidos, llevó a cabo una guerra de exterminio contra la población civil de los pueblos que sufrieron las embestidas, reconcentraciones y masacres que se llevaron a cabo a largo del terri-torio suriano. Mostrando así su carácter contrarrevolucionario (Véa-se López Benítez y Sánchez Reséndiz, 2018), debido a la ineficacia de

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Pablo González para poder eliminar a Zapata durante el año de 1916. Tres años después, en abril de 1919, cuando se confirmó el asesinato del General en Jefe del Ejército Libertador del Sur, el 11 de abril de 1919 el periódico El Demócrata apuntaba:

Emiliano Zapata, “Atila del Sur”, semejante por sus críme-nes al rey de los Hunos que saqueó Roma; Zapata el errante merodeador que desde 1910 conmoviera a la República en las Montañas de Morelos y llenara de luto tantos hogares, (…) superior en sus atentados al Atila histórico; (...) el destructor de Morelos, el volador de trenes, el sanguinario que bebía en copas de oro, por su idiosincrática cobardía personal a quien tantas veces ha matado la crónica periodística, pagó ya su tri-buto a la Naturaleza, a manos del coronel Jesús Guajardo, en combate cerca de Chinameca

Manifestándose ahí con ahínco la supuesta animalidad del suria-no, sin embargo y tras efectuarse la estratagema de Pablo González y Jesús Guajardo, la imagen de Zapata alcanzó el reconocimiento del nuevo Estado que estaba gestándose en manos de Álvaro Obregón, quien le otorgó indulto y un pase de entrada al panteón de los héroes nacionales, lo que no implicó que todos simpatizaran con ello, sobre todo saliendo a la luz publicaciones que negaban el carácter revolu-cionario de Zapata, acusándolo siempre de tener un veta conserva-dora por ser agrarista, como lo hiciera Alfonso Taracena (1974, p. 93-101) al denominarlo: “Rebelde pero no revolucionario”, destacando siempre facetas de carácter intransigente y hasta salvaje por negarse a negociar con el carrancismo. Pablo González hijo fue otro que en sus publicaciones resaltaron la irracionalidad de la Revolución del Sur, en clara defensa de su padre, señalaba a Emiliano como traidor y como “una bestia feroz”, con respecto a su imagen de héroe nacio-nal suscribía: “¡Si se sabe historia, solamente los degenerados, los de-magogos y los inmorales convenencieros políticos aceptan al bestial Zapata como mártir y apóstol del agrarismo en México!” (González, 1971, p. 843). Continuando con la postura antizapatista enfrascada

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en señalar la ignorancia de los “campesinos” que se levantaron en armas Armando Ayala Anguiano (1991, p. V) remarca el atraso civi-lizatorio en el que vivían debido a su cosmovisión:

Los campesinos podrían haber obtenido el agua cavando norias o haciendo represas y jagüeyes para almacenarla. Sólo que los cam-pesinos estaban habituados a esperar que el líquido cayera del cie-lo, y si no caía, el único remedio al alcance de sus conocimientos consistía en hacer procesiones, quemar cohetes y dirigir plegarias a san Isidro Labrador, el Tláloc católico. En cuando a conocimien-tos técnicos, los campesinos comuneros poseían sólo los de hacer un hoyo en el suelo con la coa y arrojarle una semilla.

Otro lado de la misma moneda lo encontramos en el trabajo de John Womack, quién se hizo mundialmente conocido por su obra Zapata y la revolución mexicana, misma que tomó nuevos bríos por el recién corregido error de traducción al español, que decía: “Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y por eso hicieron la revolución” (Womack 1985, p. XI). La nueva versión rectificada explica: “Este es un libro de una gente del campo que no quería irse de donde era y que, por eso mismo hizo una revolución” (Womack, 2017, p. 45), en el que pone de manifiesto que nunca ha señalado la visión regional que tuvieron los zapatistas y que por el contrario, si fueron capaces de articular un pensamiento coherente, además de tener una idea de nación que fue derrotada por el carran-cismo. Sin embargo, consideramos que cae en el mismo error al ver en la población que mantenía herencia de tradición mesoamericana incapaz de realizar una revuelta armada a gran escala al remarcar:

no sólo soy escéptico de esta visión de la Revolución del Sur, sino que me opongo rotundamente a ella. Es cierto que mu-chos “indios” se unieron al Ejército Libertador del Sur, lo apoyaron, esperaron que ganara. Pero los pueblos de More-los que eran principalmente indígenas no fueron su columna vertebral en lo económico, político o militar; de hecho, tam-poco lo definieron culturalmente, más allá de lo que otros hayan pensado, ya sea en ese entonces o ahora, a favor o en contra de esa idea (Womack, 2017, p. 21-22).

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El argumento central es que la conformación del Ejército Liber-tador del Sur no pudo haberse dado sin la presencia de las personas negras, descendientes de esclavos de las haciendas, suscribe,

Sólo los hijos del Morelos ‘afro’, el Morelos mestizo-mula-to-moreno-pardo, pudieron hacer la Revolución del Sur, unir las revueltas locales y hacerlas cooperar (…) la fuerza viva revolucionaria, amplia expansiva e impulsora, en busca de justicia a nivel nacional de 1911 a 1920, fue la del Morelos afro-mestizo (Womack, 2017, p. 42).

Nuevamente negando la capacidad de las comunidades campesi-nas e indígenas de articular una posición completa más allá de sus pueblos, como lo hiciera el citado Marines Delgado en plena conven-ción, al enmarcar que “un indio no conoce más que sus burros y mon-tes”. Cerrando esta temática contemplamos una cuestión que nos pa-rece importante señalar, el autor parece extrapolar la esclavitud y se-gregación racial que se llevó a cabo en su estado natal, Oklahoma, y lo observa en la zona cañera de la región suriana, señalando tácitamente:

los esclavos directos de la plantación nacían, crecían, vivían y trabajaban sometidos a cambios continuos e inevitables, pero imprescindibles, que siempre los sorprendían donde estuvie-ran o donde o donde tuvieran que ir y los obligaban a despla-zarse a menudo, de modo que no sólo eran extraños a donde fueran sino básicamente desarraigados; los nativos de un pue-blo, en cambio, nacían, crecían, vivían y trabajaban pertene-ciendo siempre y exclusivamente al mismo pueblo, definido localmente, continuamente asediados por las plantaciones, pero perdurando como herederos y testadores, básicamente opuestos a la enajenación y a lo ajeno, vinculados en esencia [sólo] entre sí, ahí donde estaban arraigados al lugar al que pertenecían (Womack, 2017, pp.36-37).

Reiteramos nuestra postura el subrayar que los habitantes de la región zapatista, más allá de un fenotipo indígena, negro, español o mestizo, se circunscribían con la endónimo de surianos, ya fueran tra-bajadores temporales o permanentes en las haciendas, arrendatarios,

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trabajadores libres del campo o alguna otra actividad. No pocas inves-tigaciones han remarcado la inserción de personajes “no indígenas” en las comunidades debido al matrimonio exogámico, aparceros que sembraban tierras de la comunidad y los hogares en vecindad.3 Lo que Womack no pudo observar, es que en la región suriana se encontraba una diversidad cultural consolidada previa al periodo revolucionario, que nos permite contrariar su postura del supuesto aislacionismo de los pueblos y esa distinción racial segregacionista como se presentó en los Estados Unidos, ya que en el ciclo festivo y ritual se encuen-tran elementos de los tres posibles orígenes, todas ellas adaptadas a los contextos específicos que las preceden y que se adecuaron a través del tiempo, por ejemplo: españolas como la veneración a los santos con fiestas, peregrinaciones, carnavales y danzas: la de Moros y Cristianos, por ejemplo; de la tradición africana como la creencia en levantar “la sombra” de un difunto que no muere de forma natural, danzas donde se representa personajes de tez morena como, las negritas, los tizna-dos y la danza de los cañeros; y de la tradición mesoamericana, donde la ritualidad se muestra vinculada a los cerros y manantiales con la creencia en entidades anímicas vinculadas a ambos elementos, tales como “los aires”, el charro negro, la llorona y las danzas de petición de lluvias como los tlacololeros, tecuanes y chinelos; siendo la última la más visible debido a la importancia del ciclo agrícola del maíz.4 Sin olvidar, desde luego, una cultura política participativa representada en asambleas, sistema de cargos, trabajo comunitario, una historia larga de participaciones en revueltas armadas que definieron la historia na-cional y una estratificación social interna consolidada desde la época colonial. Todo en conjunto fue pieza clave para la organización social del Ejército Libertador del Sur, comandado por Emiliano Zapata. Los mismos pueblos que fueron capaces de articular el pensamiento más radical en la Revolución, enriquecido aún más con los intelectuales que se adhirieron al movimiento, durante el tiempo que duró la Sobe-rana Convención al lado de los villistas legislaron en materia agraria, obrera, civil (matrimonio, divorcio, concubinato, entre otras), nacio-nalización del petróleo y el subsuelo, el municipio libre como base de

3 Véase Von Mentz 1998; Sánchez Reséndiz, 2006; Luna Fierros, 2016.4 Véase Morayta 2011; Sánchez Reséndiz, 2006; López Benítez, 2016, Cortés Palma, 2018.

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la nación que además limitaría el presidencialismo con un sistema parlamentario, pero sobre todo la libertad como base de primordial de la división del trabajo (Pineda, 2013a, p. 45-85). A partir de estas propuestas hechas por los salvajes e incivilizados, podemos observar que el mito de su ignorancia y su aislamiento se viene abajo.

El Caudillo de la Revolución. El héroe constructor del Estado nacional

El presente apartado pretende hacer notar que la reivindicación que el Estado naciente hizo de la revolución del Sur, y se alejó completa-mente de la visión que los pueblos tenían de Emiliano Zapata. Los sonorenses tomaron la batuta para la reformulación del nuevo apa-rato de gobierno tras llevarse a cabo la fractura interna en el carran-cismo. Al derrocar a Carranza, Álvaro Obregón encontró de utilidad recordar la figura de Zapata desde otra óptica, de tal suerte que para el sonorense fue útil formar una alianza con los sobrevivientes zapa-tistas y los integró al poder, primordialmente a algunos viejos jefes al ala intelectual (Brunk, 2000, pp. 372-373), entre los que destacaron Antonio Díaz Soto y Gama, José Parres, Genovevo de la O, Forti-no Ayaquica y el sucesor de Zapata: Gildardo Magaña; mismos que al negociar con los sonorenses tuvieron cabida en el nuevo sistema, entonces la imagen del General en Jefe tuvo una nueva perspectiva pero también una nueva disyuntiva, los zapatistas que encumbraron al zapatismo y la gente de los pueblos quedó fuera del reparto del poder, cuestión que es magistralmente apuntada por Adolfo Gilly (1982, p. 309).

Del jefe campesino intransigente al jefecillo pequeñoburgués conciliador, la sucesión marca todo el retroceso del zapatismo oficial, la cual la política magañista le abría un camino para ne-gociar e incorporarse como punto de apoyo al poder burgués, a cambio de concesiones de éste especialmente para los dirigentes. En cuanto al zapatismo de las masas, ese nunca aceptó ni desig-nó a Magaña, ni reconoció otro jefe que el jefe Zapata.

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Con la oficialidad de la Constitución de 1917 refrendada y entrada en vigor, se decía que entre otras cosas revalidaba la postura agrarista del zapatismo, sin embargo, en su artículo 27 señalaba: “La propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional, corresponde originariamente a la Nación, la cual (…) tiene el derecho de transmitir el dominio de ellas a los particulares, cons-tituyendo la propiedad privada”.5 Encumbrando a Estado nacional y posteriormente la política partidista, quitándole a los pueblos, comu-nidades y regiones, la posibilidad de decidir sobre su propio espacio productivo y social, además de que convirtió a los campesinos zapa-tistas en aspirantes del territorio que había sido parte de comunidades que la historia en documentos y la memoria de la tradición oral, les indicaba era suyo como explica Francisco Pineda (2018, p. 14):

Durante décadas el imperio de la reforma agraria -naci-da de la guerra de exterminio- produjo un desplazamiento significativo. El Estado, su partido y sus discursos aparecie-ron imaginariamente como “revolucionarios”; mientras los campesinos que hicieron la revolución, fueron convertidos en “solicitantes”. De esta forma, se estableció la subordinación y la dependencia de los trabajadores del campo hacia el Estado. Así, bajo el régimen emanado de la contrarrevolución, genoci-da y racista, el Estado puedo capitalizar para sí mismo el bene-ficio político de la reforma agraria.

El Demócrata, el periódico que había alabado el asesinato del “Atila del Sur”, tres años después, el 10 de abril de 1922, cambiaba ra-dicalmente su postura al publicar: “Zapata humilde hijo del pueblo, llevaba en su corazón el anhelo de todos los oprimidos, de toda una generación de esclavos ”. Con ese cambio de perspectiva los discur-sos desde el poder no se hicieron esperar, en 1923, el propio Álvaro Obregón ponderaba a Zapata y a los zapatistas diciendo: “los mejores representantes de uno de los ideales surgidos de la Revolución y ese es el ideal agrario” (Ávila, 2018, p. 322). Los antiguos jefes zapatistas que tuvieron acomodo en el nuevo sistema político tampoco se que-daron atrás en los discursos y alabanzas para la conciliación de las

5 Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, febrero de 1917.

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figuras de los líderes regionales que en adelante tomarán el mote de “Caudillos”, dejando atrás así a la población y soldados de a pie que los encumbraron en sus respectivas revueltas para concentrarse en dos imágenes; Emiliano Zapata asesinado en 1919 y Álvaro Obregón asesinado en 1928, entonces, serán medidos con la misma bandera teñida de bronce con respecto a sus ideales agrarios, ejemplo claro de ello es el libro de Gildardo Magaña: Ofrenda a la memoria de Emilia-no Zapata, publicado en 1938, que en ese entonces se ostentaba como gobernador del estado de Michoacán:

De obregón hemos dicho ya que no se le ha hecho justicia ple-na. Algún día se hará el balance fiel de sus servicios y de sus virtudes. El zapatismo no sabrá olvidar que el estableció la-zos de vinculación entre los revolucionarios del Plan de Agua Prieta y los surianos, ni tampoco dejará de tener presentes los esfuerzos de Obregón para iniciar la resolución del problema de la tierra (Magaña, 2018, 19).

En la década de los años treinta, señala Castro (2010), se convir-tió en una obligación para el presidente y gobernadores en turno visitar el sepulcro de Zapata los días 10 de abril, desde entonces se convirtió en una especie de Santuario donde cada año se le rin-dió tributo a su memoria (p. 548). La repetición constante del rito político de asistir a la tumba de Emiliano en Cuautla, con la os-tentación del poder frente a los campesinos y pobladores de la re-gión que históricamente han sido segregados de la cercanía de los políticos y autoridades, pero a los que se les ha dejado asistir a las conmemoraciones para conminar que, “a los subordinados se les recuerda repetidamente su identidad de subordinados mediante ri-tuales y medios de regulación moral, y no sólo a través de su opre-sión concreta y manifiesta” (Joseph y Nugent, 2002, p. 49), aleján-dose completamente de ese carácter revolucionario y rebelde que aún seguía vivo en los pueblos y no en la política ni en el Estado.

Sin embargo, las cosas no eran tan agraciadas como el Estado, los zapatistas oficialistas y el discurso posrevolucionario pregonaban. Des-de la misma década de los años veinte, en la otrora región del Sur, en algunos pueblos de los estados de Guerrero, Morelos, Distrito Federal,

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México y Puebla hubo una cantidad importante de resistencia cultu-ral y rebeliones armadas que hacían frente al discurso desde el poder, disputas por el espacio productivo, el social, el político y la dignidad de ser zapatista que no se conformaban con las migajas que soltaba el poder central del país. Rebeliones como la los hermanos Hernández de Tepoztlán, Enrique Rodríguez “el Tallarín”, Daniel Roldán Pérez, los hermanos Barreto, José A. Inclán y Rubén Jaramillo, continúan con incursiones armadas, algunas más sobresalientes que otras, pero todas con una línea semejante: eran antiguos zapatistas que estaban inconformes, ya fuera con el reparto agrario o la manera en que la po-lítica se llevaba a cabo bajo los preceptos del partido hegemónico que implementó poderes caciquiles regionales, no pocas veces bajo la tute-la de exzapatistas oficialistas. En tales revueltas van siendo eliminados paulatinamente por el Estado (Véase Domínguez, s/f, pp. 37-60).

En el Periodo en el que se dio el estreno de los sexenios presidenciales bajo la batuta de Lázaro Cárdenas, ocurrió por primera vez el mayor reparto de tierras tomadas de la “Reforma agraria”, patrocinadas por la constitución carrancista de 1917. Uno de los lugares predilectos del pre-sidente Cárdenas fue Tepoztlán, en donde en 1935 de inmediato comen-zó con la “repartición” desde la óptica del Estado concesionario, dueño del espacio productivo que otorga. Siguiendo los lineamientos de la ley, nos dice Oscar Lewis (1976, p. 83).

La posesión ejidal y la posesión privada son prácticamente idénticas, excepto en que la privada puede comprarse y ser vendida, y el ejido sólo puede permanecer en manos de una misma familia por muchos años y pasar de padre a hijo si se puede probar, suficientemente, que existe la necesidad de aquella tierra. Las posesiones privadas consisten mayormente en terrenos que se emplean para la agricultura y el ganado (…).

Con el Cardenismo se apuntaló la hegemonía del partido en el poder, pero también, el nacimiento de instituciones encaminadas a fortalecer la identidad nacional y transitar hacia el camino a la mo-dernidad, fortificando la sujeción de los diversos actores sociales productivos, campesinos y obreros primordialmente. De esta mane-ra surgen: el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Instituto

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Politécnico (IPN), Nacional, Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el Banco Nacional de Crédito Ejidal (BNCE), Confe-deración de Trabajadores de México (CTM), Confederación Nacional Campesina (CNC) y Petróleos Mexicanos (PEMEX), previa aplicación de la nacionalización del Petróleo, (Gilly, 1982, pp. 351-383) que por cierto, fue propuesta por primera vez en la Soberana Convención en febrero de 1915 por los zapatistas como señala Pineda (2013a p. 71).

Posteriormente imágenes, murales, estatuas serían colocadas a lo largo y ancho del país, mostrando así como la historia de bronce un Zapata estático e indefenso, que se convirtió en un símbolo del Esta-do que buscó llevar sus restos mortales al Monumento a la Revolu-ción durante el gobierno de José López Portillo, sin embargo, algunos viejos zapatistas excluidos del régimen, familiares y organizaciones campesinas independientes se negaron rotundamente, dado que se-rían colocados a la par de los de Carranza, teniendo que conformarse con inaugurar la estatua que se encontraba en la colonia Buenavista en Cuernavaca frente a su gabinete, los 31 gobernadores y 35 jefes de

Lázaro Cárdenas en Tepoztlán, 1935 FUENTE: Fototeca Tepoztlán en el Tiempo, Colección Mario Martínez Sánchez

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las zonas militares.6 Tras años de aparecer como el Caudillo, con una figura bronceada, en 1994 su figura tomó un revés y fue enarbolado y retomado por el Ejército indígena autonombrado de Liberación Na-cional, mostrando que la supuesta Revolución que ganaron los carran-cistas-sonorenses estaba muy lejos de haber cumplido sus promesas de dotar a los pueblos de autonomía, y a través de ella y de sus conoci-mientos ancestrales y modernos emprender la defensa de su territorio, tarea pendiente por parte del Estado Mexicano.

La historia nacional nos ha enseñado lo suscrito por Guillermo Bonfil Batalla (2007, p. 233): “la historia de los pueblos (…) o se man-tiene ignorada, o se distorsiona en función de los requisitos de la historia de los grupos dominantes que crearon la idea de la nación mexicana”. Esa historia de los pueblos, ignorada es que la que nos interesa resaltar y lo intentamos hacer a continuación.

Miliano; el mito y la memoria desde los pueblos

La región del Sur (hoy prácticamente olvidada), fue un espacio ha-bitado primordialmente por comunidades de tradición náhuatl, que no se perdió como identidad cultural a pesar de que a lo largo de la época Colonial y el siglo XIX sufrieron cambios y adaptaciones, nunca permanecieron estáticas, ni aisladas, por lo que en su devenir histórico han mantenido relaciones de intercambio desde tiempos inmemoriales fortaleciendo una fuerte identidad cultural. Al res-pecto, nos dice Catherine Héau (1990, p. 90):

La complementariedad geográfica (regiones de simbiosis) e histórica de la región de Morelos facilitó, a través de sus ca-minos al pie de los volcanes (Nevado de Toluca, Ajusco, Po-pocatépetl, Malinche y Pico de Orizaba), el paso de los inter-cambios culturales y comerciales y, más tarde la organización política y militar mexica”.

6 Véase Ávila, 2018, p. 340.

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Tal señalamiento lo realiza para explicar un elemento fundamen-tal de la región: el corrido suriano, presente en la región desde el si-glo XIX en las ferias de cuaresma y parte fundamental de la identidad zapatista, la misma autora señala:

Es notable cómo las mayores ferias de Morelos tienen lugar has-ta nuestros días en pueblos de marcada relevancia prehispánica. Son los antiguos centros ceremoniales precolombinos, sobre los cuales los misioneros construyeron sus santuarios siguiendo la estrategia de sustitución, los que se convirtieron en las redes de las ferias más famosas de la región; Mazatepec, Tepalcingo, Cuautla, Amecameca, etcétera (H. de Giménez, 1990, p. 90)

Siguiendo la misma lógica, Francisco Pineda explica la región su-riana a través del mapa de difusión del corrido suriano y el zapatismo:

Si se examina el mapa de difusión de los corridos zapatistas, al poniente hasta el valle de Toluca, al oriente el estado de Puebla, al norte el valle de México y al sur hasta la Costa Chica de Gue-rrero, señala que corresponde no sólo a con el área de extensión del zapatismo, sino con un territorio cultural de habla náhuatl, por lo que llama la atención para que se valore la identidad cul-tural en la interpretación del zapatismo (Pineda, 2014, p. 62).

Por ello, entendemos a la región suriana partiendo del centro del actual estado de Morelos y las zonas adyacentes que lo rodean, el sur de la ahora Ciudad de México, suroriente y surponiente del estado de México, el occidente del estado de Puebla y el norte del estado de Gue-rrero. Dada la influencia cultural de su raíz mesoamericana náhuatl, en la misma región no sólo encontramos elementos culturales simila-res, sino contextuales, como el crecimiento desmedido de las hacien-das que acarreó serios problemas de autonomía y subsistencia. Este es el mismo espacio donde personajes importantes en la historia nacio-nal tomaron un papel relevante a nivel regional en diferentes momen-tos históricos: José María Morelos y Pavón, Juan Álvarez y Emiliano Zapata, siendo de suma relevancia el que todos los personajes men-cionados hayan tenido en común su autoadscripción como surianos.

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Así, desde el momento en que los pueblos surianos se levantaron en armas la arenga fue enfática: ¡Abajo haciendas y Arriba pueblos!, pensando en colectivo los pueblos que conformaron el Ejército Li-bertador del Sur pusieron por escrito su programa revolucionario que contenía demandas ancestrales y su mira al futuro: el Plan de Ayala, firmado en noviembre de 1911 en Ayoxuxtla, Puebla. En ade-lante la defensa del mismo será la razón de ser del zapatismo, en él se manifestó la importancia de su memoria y la conciencia que habían adquirido a lo largo de siglos. Así el zapatismo y su propuesta políti-ca era una mezcla de “liberalismo y prácticas cotidianas campesinas, reyes virreinales y de modernidad” (Rueda, 2013, p. 39), cuestión que fue asimilada a través de años de dominio colonial por parte de la Corona española y posteriormente por los gobiernos liberales; quie-nes reinterpretaron la doctrina cristiana y la alejaron de la ortodo-xia eclesiástica, siendo más funcional en sus prácticas rituales y sus experiencias comunitarias a partir de la posesión colectica otorgada desde la entrega de sus títulos primordiales. En cuanto al liberalismo político, estos aprendieron a manejar un lenguaje jurídico debido a los constantes procesos legales en defensa de su territorio, asimila-ron población de otras castas que lograban su libertad desde por lo menos el siglo XVIII, sin embargo, un elemento que nunca dejó ser importante fue el autosustento, cuestión que habían entendido se podía lograr con el maíz, ya que

En la historia de larga duración, el cultivo del maíz ha operado como eje de autoorganización en la comunidad campesina de Mesoamérica. Y desde una perspectiva mayor, fue soporte de uno de los procesos civilizatorios de la humanidad. En esa his-toria se puede identificar la raíz profunda de la Revolución del Sur. Una cualidad decisiva del maíz es que no acapara los nu-trimentos de la tierra sino que, por el contrario, otros cultivos, como el frijol, la calabaza y el chile en unidades que también producen tubérculos, cereales, agaves, hortalizas o frutales. El autoabastecimiento de los bienes necesarios, (…) ha sido una barrera de resistencia a la monetarización y mercantilización de todo (Pineda, 2013b, p. 217).

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Precisamente la ritualidad del maíz conminó a darle continuidad a una cultura de tradición mesoamericana, donde los santos, vírge-nes y cristos, tenían el mismo peso que las entidades que moraban los montes, manantiales y ríos; como los aires, el charro negro y la llorona, que todos en conjunto formaban parte del complemento de los rituales de los pueblos y con su poder lograban atraer a la lluvia, por eso el territorio era fundamental para poder realizar fiestas pere-grinaciones y demás ofrendas que evocaban la fertilidad de la tierra y el ciclo agrícola, que por sí mismo otorgaba autonomía, pues era común que el sistema de cargos para honrar a los santos y los demás rituales hayan estado en manos de gente notable de los pueblos y que, generalmente, eran los representantes de los mismos. Personas que invariablemente se convirtieron en jefes al conformarse el Ejército Libertador del Sur, entre ellos Emiliano Zapata, llevaron esa historia de larga duración a cuestas: la continuidad de la necesidad del maíz y su ritualidad a través de entidades anímicas (incluyendo los santos), con el agregado de los discursos liberales donde términos como; Jus-ticia, Ley, Liberal, Patria, se hicieron cotidianas y tan cercanas a los pueblos; entendiendo que también se nutrieron de la cultura de los

Mapa 1. El Sur o la región suriana FUENTE: Realiza-ción propia

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dominadores en virtud de que “la cultura popular no es un dominio autónomo, auténtico y limitado, y tampoco una versión ‘en pequeño’ de la cultura dominante” (Joseph y Nugent, 2002, p. 46).

Por el contrario las múltiples imágenes de Emiliano Zapata en-marcadas desde la cultura popular, a diferencia de la cultura de las élites nacionalistas que ostentan una historia oficial; descansan irre-mediablemente en la memoria colectiva, misma que según nos apunta Maurice Halbwachs (2011, p. 129): “Es una corriente de pensamiento continuo, de una continuidad que no tiene nada de artificial, por lo que sólo retiene del pasado aquello que está todavía vivo, o que es ca-paz de vivir en la conciencia del grupo que lo conserva”, siendo los mitos parte fundamental del pensamiento social con base primaria en la tradición oral, por eso los relatos son tan importantes para escuchar a los actores sociales que nos delegan su particular visión del proceso.

Emiliano Zapata al convertirse en un líder regional y el General en Jefe de la Revolución del Sur, se convirtió en un mito para los pueblos. Los mitos, nos dice Alfredo López Austin (2016, p. 26), “Se forman, (…) en las repeticiones que se integran con partículas no-vedosas, sorpresivas. Los verdaderos creadores de los mitos nunca saben que siempre están haciéndolos”. Complementando este punto, nos dice Claude Lévi-Strauss (2012, p. 70) que una de las finalidades del mito: “consistía en emplear las tradiciones legendarias para fun-damentar reivindicaciones contra los blancos (…)-reivindicaciones territoriales, políticas y otras-”. Precisamente Zapata se convirtió en pieza fundamental de esas reivindicaciones para los pueblos y co-menzó a ser considerado más que un hombre; un héroe cultural de esos que desde mediados del siglo XIX se narraban en la región, tales como el Tepoztécatl y Agustín Lorenzo, con el que sería empalmado posteriormente. No es casual que según la información recabada por Jesús Sotelo Inclán con la familia Zapata Salazar sobreviviente al tér-mino del movimiento armado recordara con entusiasmo:

El niño al que comenzaron a llamar Miliano, escucharía de sus abuelos las consejas que junto al tlecuil relataban las madres y las abuelas a los pequeños, mezclando los mitos indígenas y los ogros de lejanas tierras. Así oiría la leyenda del héroe niño Te-

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pozteco, que mató al dragón de Xochicalco y combatió a quienes querían capturarlo. (…) Más tarde el niño oiría en los corrillos que se forman en los velorios, las hazañas de Agustín Lorenzo, el bandido que asaltaba a los ricos en Taxco y Puebla, para soco-rrer a los pobres: tenía un gran tesoro escondido en una gruta, y esperaba que lo fueran a desencantar. Había una loa que contaba sus aventuras de ese héroe popular de quien hace falta un estu-dio de folklore y el recuerdo de la región (Sotelo, 2012, p. 419).7

Al igual que al Tepoztécatl y Agustín Lorenzo, a Emiliano Zapata se le comenzó a relacionar con la redención y la libertad de los pobres y los pueblos sometidos, es así que, en él “se plasmaron los arquetí-picos, prometían una y otra vez la salvación, la justicia, la redención de los hombres” (Sánchez Reséndiz, 2006, p. 310). En esa aspiración de justicia y dignidad a Zapata se le comenzaron a atribuir hazañas que sobrepasaban las características humanas, reproducimos una anécdota narrada en Jolalpan, Puebla; donde llegó el General en Jefe, tras sufrir una derrota en Atlixco, en el mismo estado. El relato dice:

Nos dimos cuenta que cuatro soldados perseguían a Emiliano, corríamos a un lado no tan cerca de él, dijimos entre nosotros, -lo van a atrapar ahí adelante, porque la barranca es muy pro-funda y no se puede pasar, el puente se llama “Paso del Muerto”, es muy alto, solo pasa el tren y una que otra persona atrevida por necesidad o por locura y lo hace a gatas, un jinete de a caba-llo jamás lo cruzará, la madera de los durmientes está muy lisa y los fierros que la sostienen también. Un poco distantes, nos detuvimos para ver lo que pasaría, vimos con sorpresa, cómo Emiliano pasaba muy erguido con su caballo, cuarenta metros tenía el alto del puente el río Tlancualpicán o también conocido como el Atoyac. Los soldados que lo perseguían se detuvieron repentinamente, gran rato observando cómo Zapata cruzaba el puente, porque ellos no se atrevieron a cruzarlo. Cuando ya Zapata estuvo a salvo, se sacó el sombrero y dijo adiós a sus per-seguidores, esto es lo que relataron (Sánchez Javana, 2016, p. 56).

7 Una de las variantes del mito del Tepozteco contada desde el siglo XIX, la encontramos en la narración de Ángel Zúñiga Navarrete (2013, pp. 43-71), un testimonio importante sobre el mito de Agustín Lorenzo que tomó importancia en la segunda mitad del siglo XIX, lo encontramos en Miguel Salinas (1924, pp. 166-119), sobre ambos personajes, encontramos la fantástica investigación de Víctor Hugo Sánchez Reséndiz (2006, p. 143-240).

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A Emiliano Zapata se le recuerda como un hombre enérgico y como un gran líder, muy estricto con sus generales, pero también como un hombre generoso y afectuoso, un ejemplo de ello es el testi-monio recogido por Julio Glockner por una granicera, o especialista ritual, nacida en 1901, a la que guarda el anonimato poniéndole por nombre doña Teófila de Hueyapan, municipio de Morelos en fronte-ra con Puebla, y quien describe lo siguiente:

Zapata tenía aquí a sus soldados y nomás venía a vigilarlos. Cuando venía yo le molía tantito así para echarle sus tortillas (…), las volteaba yo en el comal, las volteaba, las volteaba ¡y a comer!, ¡le andaba de hambre! Conmigo era cariñoso, (…) pero quién sabe con los soldados. Era muy buena gente. Ya que se va, ve que acarreo agua, me deja mis centavitos, me da dos centavos y me dice: “Ahí acarreas agua, niña, y cuando venga yo te doy tus centavos. La comida que comían ellos [los zapatistas] la comía yo, no me lo escondían. Comían arroz y trigo, azúcar tenían harto. Comían epazote así crudo. Comían huazontles, no crea usté que con huevo, crudos se los comían (Glockner, 2012, p. 42).

Un testimonio similar nos los ofrece, doña Diega López Rivas de Tlaltizapán, donde el Ejército Libertador del Sur estableció su Cuartel General a partir de 1914, recuerda con entusiasmo un relato similar.

si no hubiera sido un hombre, un hombre muy enérgico, no hubiera llegado a ser lo que fue. Pero dicen que era un hom-bre compasivo, porque cuando la gente no tenía que comer, venían al Cuartel y él les daba de comer a toda la gente. Que se formaban unas grandes colas y todos les daba frijol, maíz, arroz o lo que él tenía en las bodegas, pero nunca desampa-ró a nadie (Granados, 2018, p. 196).

La importancia regional de Miliano y también los lazos de pa-rentesco, que en la región van más allá de la localidad de origen y de generaciones cercanas, sale a relucir en un nuevo testimonio que fue relegado por la historia oral y que reproduce don Ángel Rojas, “El Diablo”, habitante de Tlayacapan:

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Mi padre me contaba que Zapata venia mucho y seguido por San Carlos (Yautepec), por Oacalco, por San Diego, por aquí se le miraba visitando unos famosos Salazares que hasta el pre-sente existen. Nadie sabía cómo él de ganado y de caballos, y los ricos lo llamaban para pedir consejo. El Salazar de acá se llamaba Gabino. Era un hombre riquísimo. (…) Zapata no fue un desconocido. Ni de aquí, ni en todo el rumbo. Defendió sus derechos y defendió los nuestros. Él nunca fue gañan. Tenía sus propias tierras, sus cabezas de ganado sus monturas. Tam-bién era Salazar, por su madre Doña Cleofas. Puede que hasta pariente del propio don Gabino (Gaona, 1997, p. 42).

El mito de Zapata trasciende y se consolida, ya que es capaz de so-brepasar la muerte y convertirse en una entidad sagrada, por ello las narraciones y la memoria colectiva de la región permiten la eficacia en su difusión como mito entre la gente que lo acompañó a lo largo de su lucha. Por ello desde el mismo momento en que se efectuó su asesinato en Chinameca, y posteriormente llevado a Cuautla para su exhibición pública, entre los pobladores de la región se comenzó a difundir la noticia de que el cadáver expuesto no era el del General si no de otra persona, no ostentaba el lunar característico en la mejilla, ni la manita en el pecho como marca distintiva desde su nacimiento, misma que no fue encontrada por sus familiares en el reconocimiento del cadá-ver, como explicó su hermana María de Jesús Zapata años más tarde a Jesús Sotelo Inclán, según apunta el autor; “ no la vieron, por lo que se afirmaron en la creencia de que el muerto no era Emiliano.” (Sotelo, 2012, p. 416). Pocos años después, en 1927, Robert Redfield al realizar trabajo etnográfico en Tepoztlán recogió un testimonio semejante de un campesino que fue combatiente zapatista, mismo que señala:

No se sabe si Zapata sigue vivo o si realmente fue asesinado como se notificó. Algunos dicen que está en Arabia y que re-gresará cuando sea necesario. Por mí mismo, creo que aún vive. Sé que tenía una cicatriz en la mejilla, y el cadáver que trajeron de Chinameca no tenía cicatriz. Yo mismo lo vi. Se dice que Zapata sabía el peligro que corría, y otro se puso su ropa y salió a morir por él. Él mismo está escondido, y aún vive. Volverá cuando sea necesario (Redfield, 1946, p. 204).

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Describía el mismo autor sobre dicha narración: “La historia es ahora más que un recuerdo, más que una leyenda; es un mito” (Re-dfield, 1930, p. 204). Elemento que trascendió los años y continuó reproduciéndose ya que, a mediados de la década de los años setenta Elena Azaola y Esteban Krotz rescataron el testimonio de don Juan, habitante de Tepalcingo, mismo que es descrito por ambos.

A don juan le contaron que Zapata no había muerto en la em-boscada, pues éste y un compadre, enterados de la traición que se había preparado, cambiaron sus ropas, y al que mataron fue al compadre. En aquella ocasión el pueblo atestiguó que sí ha-bía muerto Zapata “porque el gobierno les pagó para que dije-ran eso”. Don Juan piensa que probablemente Zapata regresó años más tarde a Anenecuilco y ahí murió de “tristeza al ver su movimiento fracasado…” (Azaola y Krotz, 1976, p. 46).

En muchas versiones sobre la “no muerte” de Miliano, se dice que fue uno de sus compadres quien ocupó su lugar, la tradición oral se-ñala en primer lugar al General Agustín Cortés, oriundo de Tepozt-lán, mismo que efectivamente murió en Chinameca el mismo día y a la misma hora que su compadre Zapata (Martínez, 2017, p. 81), el segundo personaje señalado que se ostentaba como su compadre, era el General Jesús H. Salgado, oriundo de los Sauces, Teleolapan, en el estado de Guerrero; que murió en combate en la barranca de Los encuerados en Tecpan de los Galena, en el mismo año de 1919 (López González, 1980, pp. 241-242). Ahora bien, en concordancia con lo dicho por María de Jesús Zapata a Jesús Sotelo Inclán, un testimonio que es interesante es el de Emilia Espejo sobrina de Josefa, esposa de Emiliano Zapata, misma que en el lecho de muerte confesó:

Zapata no jue el muerto. El muerto jue mi compadre Jesús Sal-gado. Era idéntico a Zapata, nomás que le faltaba el lunar (al compadre que tenía Zapata). Dice, pero el general no jue, hija, se lo llevó mi compadre el árabe, el padrino del niño. Le dijo Jesús Salgado, allá en el rancho Los Limones, cuando se iba a presentar en Chinameca con Guajardo: -Compadre quítate el traje y yo me voy a presentar. Y que le pasa su ropa al general Jesús Salgado. Él fue guerrerense, Jesús Salgado. Y que le da

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trámite y se cambia, y que se lo pone y que se va con su gente. Era idéntico a Zapata, nada más le faltaba, decía mi mamá, el lunar. Y Zapata de señas tenía: el dedo de la mano derecha se lo voló, la reata en los toros en Moyotepec, un seis de enero. Entonces el muerto tenía los dedos completos. Ahí está la foto. Ahí está. Ese muerto tiene los dedos completos. Y Zapata le fal-taba el chiquito. Y no jue el general. Él se lo llevó su compadre para Arabia (Granados, 2018, pp. 279-281).

En tal testimonio encontramos elementos capturados por la me-moria y la tradición oral de los pueblos que ciertamente no están tan errados, por el contrario, hay elementos históricos que hay que men-cionar, el primero es otra característica física de Miliano, no son po-cos los testimonios en los que se menciona la falta de un dedo debido a que lo perdió en una fiesta patronal, pues bien, Lucino Luna (s/f, p. 18). a través de información recabada por Amador Espejo y material fotográfico, han mostrado que a la persona que le faltaba el dedo meñique era a Eufemio Zapata, hermano de Emiliano, siendo este uno de los posibles orígenes del relato al ser confundidos o entrela-zados los personajes al compartir el apellido. Por otro lado, también abundan narraciones donde aparece el compadre árabe que se lleva a Zapata hacia su tierra natal en el oriente. El personaje señalado es Moisés Salomón, nacido en Ekret en la frontera con Líbano, llegando a México a principios del siglo XX vendiendo ropa y manta, estando temporalmente en Cuernavaca, Buenavista de Cuellar, en Guerrero, y Xoxocotla, tenía como destino Jojutla al estallar la Revolución, fue además el padrino de Bautizo del hijo de mayor de Emiliano: Nicolás (López González, 1980, p. 245). Por su parte Víctor Hugo Sánchez ha encontrado que efectivamente en Jojutla hubo una pequeña comuni-dad de origen árabe que practicaba el cristianismo, llegando familias de apellidos Barud, Atala, Assad, Abdala y Salomón, hoy comunes en la región (Sánchez Reséndiz, 2006, p. 327-330). Parece ser que es-tas narraciones dejan en claro la importancia de la memoria de los pueblos, al respecto nos dice nuevamente Maurice Halbwachs (2004, pp. 215-216): “la ley del pensamiento colectivo reside en sistemati-zar, desde el punto de vista de sus actuales concepciones, los ritos y creencias provenientes del pasado y que no han desaparecido”.

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Una cuestión que queremos subrayar es el pensamiento de tradi-ción mesoamericana, puesto que desde la perspectiva de los pueblos, diversas entidades anímicas están en contacto con la población y son parte de la vida cotidiana, muchas de ellas presentes en ciclo anual en el complejo ritual de la milpa, es así que en octubre de 1914, en plena Revolución, apareció un artículo en el Diario del Hogar fir-mado por D. León y que llevaba por título “Cuentos surianos”, en el que se pretendía mostrar el supuesto atraso y superstición de las comunidades zapatistas, sin embargo, es interesante remarcar que dichas entidades anímicas son parte de ese pensamiento agrícola de raíz indígena en el Sur, a la que los antropólogos han denominado dueños del lugar, reproducimos un fragmento:

hay multitud de creencias en el numen de esas gentes. Que pintan una cruz de ceniza al metate por la parte trasera, no se lo lleva el nahual. Que figurando en el patio una cruz de ce-niza también cuando hay tempestad, ésta se quita luego. Que pintando una cruz en la bala que se va a disparar al nahual, éste se muere; no poniéndosela es ineficaz. Que no barrien-do los rincones de la casa, en ellos se oculta el diablo. Que llamando por su nombre a la persona que se quiere, con un grito fuerte dentro de una olla de nixtamal, la persona acude pronto. Que poniendo la escoba detrás de la puerta, se ausen-ta luego la persona que no nos es grata. Que los brujos, para ir hacer sus fechorías, dejan sus pies en el “tlecuil” y luego se transforman en bolas de lumbre, que “tiran volido” y se van a otra parte. Que los duendes se paran en las ruedas de los trapiches y paralizan los trabajos en los ingenios de azúcar. (…) abrigamos esa bella esperanza de que no esté lejano el día en que la luz de la razón se haga en los cerebros de nuestros coterráneos, y así puedan desechar de su cabeza las creencias que tienen sobre la existencia de la Llorona, Agustín Lorenzo, de la Tlanchana y del Nahual. (León. 1914).

Los dueños del lugar son entidades que “viven” en las cavidades de los montes y corrientes de agua, pensando en ello consideramos que fueron señalados por el Plan de Ayala en su artículo número seis. Los dueños, nos dice Alfredo López Austin (2012, p. 272)

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Otros seres menos perceptibles rodeaban al hombre e influían en su vida, ya en forma benéfica, ya perjudicialmente. Algunos de los personajes divinos que en sus tiempos y zonas particula-res visitaban la superficie de la tierra o las capas bajas del cielo, o que vivían permanentemente en ellas; otros eran enviados sus mensajeros; otros, los guardianes o dueños custodios de animales, vegetales, de fuentes y corrientes de agua, oqueda-des; otro encerrados en las rosas, o quienes desde el cielo ame-nazaban con su terrible descenso.

La figura de Miliano al trascender más allá de la muerte, y de mis-ma forma que en vida, se convirtió en un dueño del lugar asociado por su manera de vestir en vida al Charro Negro o la imagen de Agus-tín Lorenzo, protector de tesoros, ambos simbolizan la abundancia, al igual que el agua que hace germinar la prodigalidad vegetal de la tierra, al respecto, Esteban Soriano de Quilamula, Morelos narra:

Dicen que aquí en Quilamula está una parte donde hallaron armas y esas las dejó Zapata. Y está un ojo de agua bien bonito, ahí en Quilamula. Y ese dicen que lo cuidaba, de un agua bo-nita, dicen. Aja, sí (Granados, 2018, p. 319-320).

Así, Emiliano Zapata se ha convertido en una entidad anímica que protege el lugar donde le ha tocado residir, a veces asustando a la gente otras más simplemente manifestándose a algunos elegidos, teniendo como característica el ser un señor o dueño del monte que están más allá de los principios humanos, ya que “no son buenos, pero tampoco son del todo malos, se entiende que ‘hacen su trabajo’. Es decir, cuidan sus posesiones que son fundamentalmente, las del monte” (Romero, 2018, p. 69). Como en la siguiente narración de Lucino Luna en Anenecuilco:

Se ha dicho de personas que aseguran que lo han visto por los túneles, los cerros de Anenecuilco, (…). Hay personas que aseguran que lo han visto a don Emiliano cabalgando por ahí. Y que es él, con sus carrilleras, con su treinta-treinta. Va en su caballo y que de pronto se les desvanece, se desaparece (Granados, 2018, p. 319).

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Para culminar nuestro escrito, mostramos la narración de doña Julia Jiménez González, quien pasó a ser reconocida como Luz Jimé-nez, en un testimonio bastante nutrido de información que pone de manifiesto que, a pesar de no darle importancia, la cosmovisión de tradición mesoamericana ha sido un elemento primordial para que los pueblos surianos, tanto en la Revolución como en la vida cotidia-na y a pesar de que en ocasiones tuvieron dificultades entre ellos, se reconocíeran por la afinidad ritual y recorrer los mismos caminos en peregrinaciones, acudir al mismo cerro o manantial a dejar su ofrenda, asistir a los mismos mercados. Lo que se pone de manifiesto es que la gente de Milpa Alta no se veía diferente a la de Morelos, los rasgos en común que eran más visibles: explotación y despojo, en cuestiones de identidad y memoria esas posibles diferencias fueron tan importantes como nos lo permite observar el relato siguiente

Lo primero que supimos de la revolución fue que un día llegó un gran señor Zapata de Morelos. Y se distinguía por su buen traje. Traía sombrero ancho polainas y fue el primer gran hom-bre que nos habló en mexicano. Cuando entró toda su gente traía ropa blanca: camisa blanca, calzón blanco y huaraches. Todos estos hombres hablaban el mexicano. Cuando todos es-tos hombres entraron a Milpa Alta se entendía lo que decían. Estos zapatistas traían sus sombreros; cada uno traía el santo que más amaba en su sombrero, para que lo cuidara. Venían todos con un santo en el sombrero (Horcasitas, 2000, p. 105).

A través de todos los testimonios y lo analizado a lo largo del escri-to, nos queda clara la importancia de entender el complejo cultural y social, para percibir las causas y desarrollo de un movimiento armado como el Zapatismo, que enarboló la bandera del Plan de Ayala, pro-grama político redactado por Otilio Montaño con apoyo de Emiliano Zapata, el jefe Miliano, según lo recuerdan en la región. El mismo que apoyó a los pobres, les dio de comer, los defendió, que estaba predes-tinado, no murió y se convirtió en un señor del lugar, defensor del espacio productivo y, es simbólico, en palabras de Francisco Pineda:

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El territorio es el marco inicial y más concreto, en que se ob-serva la vinculación de la cultura y la guerra; y sobre todo, el punto de partida para entender el significado de la demanda zapatista, que no fue de parcelas de labor, sino siempre y enfá-ticamente; tierras, montes y aguas, en una palabra territorio, le llamaron también: To tlalticpac-nantzi mihtoa patria, nuestras madrecita tierra, la que se dice patria (Pineda, 2014, p. 67).

ConclusionesLa memoria colectiva es una herramienta fundamental para

comprender los procesos políticos y sociales regionales, en nuestro caso, conocer la cultura local-regional de los surianos, nos permite proponer una nueva perspectiva de análisis a través de fiestas, ferias, danzas y mitos. Podemos reconocer la organización y aspiraciones de un movimiento social de gran trascendencia histórica como lo fue la Revolución zapatista, para ello es primordial no caer en los de-terminismos implementados desde una visión racista que ha visto en los pueblos campesinos una masa ignorante que es preciso educar y dar asistencia pública; de igual forma es importante tomar distancia de la óptica nacionalista que otorga un agrarismo escueto, sujeto al Estado, quitando a los pueblos la capacidad de ejercer su autonomía y sus formas de organización a partir de una cosmovisión propia. De tal suerte que, nuestra perspectiva fue la de dar voz a los pue-blos que acompañaron a Emiliano Zapata y conformaron el Ejército Libertador del Sur, a través de narraciones hechas en las localidades donde aún se recuerda la presencia de Miliano, sus acciones, carác-ter, su no muerte, su salida hacia Arabia y su transformación en due-ño del lugar, elementos que están íntimamente ligados con la cultura regional, pero también con las aspiraciones revolucionarias, carga-das de elementos mesoamericanos, complementadas por una visión moderna de acuerdo al contexto que vivían, ello, nos permitió com-prender la profundidad de la lucha de los surianos; su territorio y au-tonomía. Cuestión que ha sido olvidada por los estudios académicos y por la historiografía que ha dominado el panorama nacional.

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El libro Zapatista México revolucionario. A los pueblos de Europa y América, 1910-1918

Dr. Marco Velázquez Albo1 Mtro. Jaime Inti Domínguez Gallardo2

Resumen:Este escrito se estructura en dos secciones: la primera busca analizar breve-mente el contenido del Proyecto Nacional Zapatista, aquí se describen las leyes y reformas que editó Jenaro Amezcua en su libro, entendiendo que el objetivo fue de carácter propagandístico. La segunda sección tiene como punto central, el identificar y dar conocer, como se publicitaron e interna-cionalizaron las propuestas revolucionarias contenidas en dicho proyecto agrario. Con la finalidad de lograrlo se recurre a las habilidades de difusión política de su representante en Cuba: Jenaro Amezcua, quién logró concen-trar en un libro las principales propuestas revolucionarias de los zapatistas.

Palabras clave: Proyecto nacional zapatista, Zapata, Jenaro Amezcua, Plan de Ayala.

Resumen: This article is structured in two sections: the first seeks to analyze briefly the content of the Zapatista National Project, here the laws and reforms that Jenaro Amezcua edited in his book are described, understanding that the objective was propagandistic. The second section has as a central point, to identify and make known, how the revolutionary proposals contained in said agrarian project were publicized and internationalized. In order to achieve this, he resorts to the political diffusion skills of his representative in Cuba: Jenaro Amezcua, who managed to concentrate in a book the main revolutionary proposals of the Zapatistas. 1 Profesor-investigador del Doctorado en Investigación e Innovación Educativa y De-cano del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. Entre sus publicaciones se encuentran: Mestizaje and Musical Nationalism in Mexico, en coautoría con Mary Kay Vaughan, en The Eagle and the Virgin. Nation and Cultural Revolution in Mexico (2006) entre otros. 2 Licenciado en Historia de la BUAP y de la Maestría en Historia Internacional del Centro de Investigación y Docencia Económicas. Ganador del Premio para Investigación Histó-rica 2018 del INEHRM, y reconocido con la Beca de Excelencia del Programa de Becas de Educación Superior 2011 de la SEP.

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Marco Velázquez Albo...

Key words: Zapatista national project, Zapata, Jenaro Amezcua, Plan de Ayala.

Introducción

En 1916, el General Emiliano Zapata nombró a Jenaro Amezcua y a Octavio Paz Solórzano como sus emisarios en el extranjero, con dos misiones por cumplir. La primera fue obtener armamento y reco-nocimiento internacional; la segunda consistió en difundir a nivel internacional, el proyecto zapatista desde el extranjero. Un año más tarde, el Cuartel General del Ejército Libertador del Sur recibió las primeras noticias enviadas por Amezcua. El General Jenaro Amez-cua viajó a la ciudad de la Habana, Cuba; durante el transcurso de la segunda mitad del año 1916, persiguiendo, en todo momento, dar cumplimiento a la encomienda; en esa época La Habana constituía uno de los puertos más importantes del hemisferio Norte, era la ruta más directa hacia Europa.

El proyecto zapatista

Durante el preámbulo a la guerra civil, el Cuartel General del Sur otorgó gran importancia al trabajo que los intelectuales imprimían en la lucha zapatista. Entre los que más destacaron se encontraban: Antonio Díaz Soto y Gama, Miguel Mendoza López Shwertfegert, Luis Zubiría y Campa, Gildardo Magaña, Manuel Palafox, Oti-lo Montaño, Octavio Paz Solórzano y Jenaro Amezcua.3 Con este grupo de intelectuales revolucionarios el Ejército Libertador logró unificar los reclamos del pueblo y enmarcarlos dentro de su postura

3 Antonio Díaz Soto y Gama, fue un revolucionario de ideología anarquista que parti-cipó en el Partido Liberal y en la Casa del Obrero Mundial, en 1913 se unió al Ejército Libertador del Sur en donde militó hasta 1920, cuando fundó el Partido Nacional Agra-rista; Miguel Méndez López Shwertfegert fue un revolucionario mexicano, también de tendencia anarquista que participó en el Gobierno Convencionalista. Otilo Montaño fue un intelectual zapatista que participó en la redacción del Plan de Ayala en 1911, y por ser profesor tuvo el cargo de Secretario de Instrucción Pública en el Gobierno Convenciona-lista; Jenaro Amezcua fue un militar e intelectual zapatista que participó en el Gobierno

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El libro Zapatista México revolucionario

política, expresándolos a través de leyes y disposiciones sociales sis-tematizadas en una Constitución y en un Proyecto Nacional propio, pero basado en el conceso popular.

El Proyecto Político Nacional del zapatismo surge a partir del Plan de Ayala. Para Porfirio Palacios los postulados de este plan le “dieron el contenido social a la Revolución Mexicana.” (Palacios. p. 5).4 Fue el primer plan que incluye contenidos políticos y sociales que representaron los intereses de la mayoría de los mexicanos y que sur-ge durante el periodo revolucionario. Durante casi 10 años el Plan de Ayala constituyó la bandera política de los zapatistas. Se trata del primer plan con contenido verdaderamente revolucionario, es decir planteaba una transformación en la estructura económica y organi-zativa de todo el país. En él se fundían los saberes del pueblo (Pineda p. 213) y sus reclamos ante la incapacidad de mejorar sus condicio-nes de vida, establecía soluciones para evitar la monopolización cen-tralizada de la producción ejercida por los hacendados, científicos o caciques que poseían todos los bienes: las tierras, la industria, la agricultura, los montes y aguas. Plan de Ayala en. (Silva. p. 33)

Los zapatistas propusieron también, un sistema de gobierno de acuerdo a su cultura política que consistía en la creación de una jun-ta revolucionaria para elegir al nuevo gobierno que debía emerger de la revolución. La conformación de un nuevo gobierno y la desmo-nopolización del país serían los principales ideales revolucionarios de los zapatistas y las claves de su pensamiento revolucionario. La lógica del pensamiento político zapatista en palabras del investiga-dor mexicano Francisco Pineda (p. 236) sería “un sistema abierto, dinámico y complejo.”

La Constitución Zapatista se conformó a partir de oficios, decre-tos, leyes, pertenecientes al Cuartel General de la Convención Revo-lucionaria y a su Consejo Ejecutivo, estos documentos fueron elabo-rados entre los años 1915-1916. Durante ese lapso hubo un cambio trascendental en la perspectiva política del Ejército Libertador del Sur, quien se convertiría dentro de su estructura y de sus aliados, en

Convencionalista; Luis Zubiría y Campa fue un político mexicano encarcelado durante el gobierno de Victoriano Huerta, a la derrota de éste se afilió al Ejército Zapatista. 4 Porfirio Palacios. El Plan de Ayala, p. 5.

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el Ejército Libertador de la República Mexicana y el General Emi-liano Zapata Salazar en el líder del mismo. Además, se eliminaría la elección del poder ejecutivo y se constituirá un Consejo Ejecutivo como órgano rector de la nación mexicana, al cual se integrarían los principales intelectuales zapatistas.5A partir de la promulgación de esta constitución, el zapatismo eliminaría por completo su discurso de aspecto regional y transformaría su política en un movimiento revolucionario nacional.

Con la creación de su propia constitución, el zapatismo accedió a la posesión de un Proyecto Nacional original, auténtico y cuyo con-tenido social lo ubica como uno de los más avanzados del continente latinoamericano. Para Pedro Salazar Ugarte, (2006, p. 72), la defini-ción de constitución es “cualquier conjunto de reglas que dan iden-tidad a un ordenamiento jurídico y el constitucionalismo implica una forma particular de concebir a dicho conjunto de reglas.” De acuerdo con esta definición no hay duda que la legalidad zapatista en el Gobierno de la Convención de Aguascalientes conformó una Constitución.6

Las leyes dictadas por el gobierno Convencionista durante el úl-timo cuarto de 1915 y los primeros meses de 1916, estuvieron a car-go del gabinete del poder ejecutivo convencionista representado por los principales intelectuales zapatistas: Manuel Palafox a cargo de la función de agricultura, Otilio Montaño en Instrucción Pública, Ma-nuel Mendoza López en Justicia, Luis Zubiría y Campa en Hacienda, y Jenaro Amezcua en Guerra.(Ávila, p. 500). Es a través de estos inte-lectuales y del gobierno de la Convención por quienes se produce la legislación anterior y alterna del Constituyente de 1917. Sin embargo, hasta ahora se desconoce algún estudio profundo y sistemático de la misma, lo que significa un hueco historiográfico en el estudio de la Revolución Mexicana y de las constituciones mexicanas. (Fondo Jenaro Amezcua, Carpeta 3, legajo 196, foja 1) Las Leyes que retoma-mos son las siguientes:

5 En un inicio serían: Manuel Palafox, Otilio Montaño, Manuel Mendoza López, Luis Zubiría y Campa y Jenaro Amezcua.6 Las leyes y el programa político zapatista se encuentran en el Fondo Emiliano Zapata del AGN.

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La ley sobre las Juntas de Reforma Revolucionarias.

La proyección del poder nacional en un inicio era a través de una junta de revolucionarios, que a su vez debía elegir al represen-tante del poder ejecutivo para gobernar la nación. La organización que diseñarían para la formalización de la constitución zapatista se-ría mediante un comité rector del poder ejecutivo y de este comité emergería una figura principal, pero finalmente la responsabilidad recaería sobre todos los integrantes.

Los legalistas zapatistas a través de este comité formarían Juntas de Reformas Revolucionarias en las cabeceras municipales de toda la nación con la finalidad de reproducir las reformas sociales y guber-nativas que se establecieran. Estas juntas estarían conformadas por individuos de las clases productoras y se reunirían una vez a la sema-na para gobernar su jurisdicción. Este comité estaría en contacto con los ciudadanos para que la voluntad del pueblo se ejerciera de manera directa siguiendo una proyección nacional. Esta forma de gobierno estaba diseñada para satisfacer las necesidades del pueblo, el cuál ejer-cería una presión sobre los gobiernos con la lógica del derecho natural.

El Proyecto de la ley del Trabajo.

Este consta de 4 puntos y 15 artículos.

Puntos: Primero, todo hombre tiene derecho conforme a las leyes de la naturaleza, sobre el producto de su trabajo ya sea por su esfuerzo físico o intelectual.

Segundo: el objeto del Estado es la felicidad y el perfeccio-namiento del pueblo por lo que está obligado a garantizar a todos los trabajadores los beneficios de su trabajo, así como a respetar las organizaciones de las sociedades cooperativas que formen las clases productoras.

Tercero: La herencia sólo se permitirá a personas allegadas o cercanas por parentesco o amistad, pero estará prohibido a parientes lejanos, en dicho caso los bienes serán intestados.

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Cuarto: Al estar en proceso de constituir el estado social que se anhela, se adoptaran medidas que suavicen el malestar que sufren las clases productoras en el régimen inhumano y an-tieconómico del capitalismo.

Dentro de los artículos se establece que la nación reconoce el de-recho que tiene el hombre de aprovechar el producto de su trabajo; que los bienes intestados serán para emancipación económica de los trabajadores; las industrias que sean monopolio y que perjudiquen al pueblo serán ingresadas al patrimonio municipal a juicio del Mi-nisterio del Trabajo. Los ayuntamientos tendrán la responsabilidad en su cabecera municipal, de las fábricas y talleres para distribuir la carga de trabajo dentro de su jurisdicción. Las jornadas de trabajo no serán mayores a 8 horas, con descanso dominical. El salario no será menos a la cantidad base a la subsistencia de los trabajadores. Se pro-híbe el trabajo nocturno o subterráneo a mujeres y niños menores de 14 años, los cuales deberán recibir instrucción educativa. La va-gancia está prohibida y penada, las personas que vivan de sus rentes se les considerara vagas ya que deben estar ejerciendo una profesión productiva para lo sociedad. Los patrones deberán mantener sus es-tablecimientos en condiciones de salubridad y ejecutar obras para proteger a sus empleados de las enfermedades y del agotamiento pre-maturo. El ministro de trabajo o de las Juntas de Reformas Revolu-cionarias y de las autoridades municipales vigilará la aplicación de estas normas. La ley general del trabajo es de observancia para toda la República. (Fondo Jenaro Amezcua, Carpeta 3, legajo 196, foja 1 y legajo 207, doc 1)

Ley sobre la generalización de la enseñanza del Consejo Eje-cutivo de la Nación.

Esta Ley, que probablemente fue redactada por el profesor Otilo Montaño, tiene semejanza con el Plan de Ayala, sostiene que la edu-cación debe de ser competencia del Gobierno Federal de los Estados Unidos Mexicanos, es decir con la enseñanza nacional. Debe ser gra-tuita, laica y obligatoria a través del Ministerio de Educación Públi-

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ca y Bellas Artes. Este ministerio se encargará de fundar la Escuela Nacional en todo el territorio mexicano. (Fondo Jenaro Amezcua, Carpeta 3, legajo 241, foja 1).

Ley sobre el matrimonio.

Consta de 4 puntos y 7 artículos. Los principales establecen que: el Estado tiene la obligación de garantizar estabilidad y desarrollo a la familia y la unión de sus miembros por el afecto y la estimación. Siendo la mujer la parte más vulnerable del matrimonio se le debe de proteger de una manera especial para emanciparla de la tiranía nupcial. Por la igualdad humana queda prohibido la diferenciación de hijos naturales, legítimos o espurios y queda prohibido cualquier tipo de denigración. Ante el matrimonio ni el hombre ni la mujer debe sacrificar su libertad por lo que los esposos son libres para vivir unidos, separados o impedientes entre sí; la separación o ausencia de alguna de las partes por más de cinco años se establecerá como divorcio a petición de alguno de ellos. El divorcio rompe la unión marital pero el hombre queda obligado a dar alimento a la mujer mientras que no se vuelva a casar y viva honestamente sin que se perjudiquen los derechos a los hijos ni los esposos que, como pa-dres, deben proveer subsistencia y educación a los mismos. La unión constante y carnal de un hombre y una mujer durante 5 años signifi-cará matrimonio natural y aunque no haya habido autoridad que lo legitime será considerado como legítimo para todos sus efectos. Se permitirá la investigación de la paternidad de los hijos. Por último, para proteger a los menores de la tiranía paterna se podrá remover la patria potestad a cuyos padres golpeen e injurien gravemente y cuyos padres serán gravemente castigados.

El documento termina con las rúbricas de Miguel Mendoza López Shwertfegert, Luis Zubiría y Campa, Manuel Palafox, Jenaro Amezcua y Otilo Montaño. La fecha del documento data del 11 de diciembre de 1915, en Cuernavaca, Morelos (CEHM, Fondo Jenaro Amezcua, Caja 3, legajo 221, doc. 1).

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El México Revolucionario zapatista.

A finales de 1918 se publicó el libro México Revolucionario. A los pueblos de Europa y América, 1910-1918. El 30 de diciembre de ese mismo año, el General Emiliano Zapata felicitó al General Amezcua por su trabajo como propagandista y por la publicación que logró realizar desde La Habana, En palabras de Emiliano Zapata:

También recibí el interesante libro que usted ha formado con tanta diligencia como esmero; por lo que le envío mis felicita-ciones, pues no se me escapa hasta qué punto su circulación siga usted con igual fe y entusiasmo

He quedado muy complacido con todos los trabajos de propa-ganda que usted ha seguido efectuando, y espero que los pro-siga usted con igual fe y entusiasmo. (Fondo Jenaro Amezcua, VIII-2 J.A. 4. 349.1)

Portada de la primera edición de México Revolucionario a los pueblos de Europa y América.

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El libro Zapatista México revolucionario

El libro ha sido poco estudiado y conocido. Probablemente se sabe de él por la correspondencia de Jenaro Amezcua. Estas cuestiones se deben en primer lugar a que el libro no está firmado por el autor y que su título y la portada no se tiene ninguna referencia al zapatismo. Además, no cuenta con ninguna introducción, prefacio o advertencia. Por lo que el título de esta obra: México Revolucionario. A los pueblos de Europa y América, 1910-1918, es el preámbulo del Plan de Ayala.

Con esto el autor desea transmitir, específicamente a los pueblos de América y Europa, que el México revolucionario es el zapatismo y el Ejército Libertador del Sur, y que la base del proyecto revolu-cionario es el Plan de Ayala. El General Amezcua presentó su obra como la verdadera Revolución Mexicana, no dio explicaciones, pre-sentaciones, o justificaciones, las primeras partes de su texto son el Proyecto Nacional zapatista. En la primera parte se encuentra el Plan de Ayala, la ratificación del mismo y la Ley agraria que repre-senta el corazón de su ideología. Se introduce con un Manifiesto a la Nación, y con el Programa de Reformas Sociales y Políticas realizado por los intelectuales zapatistas en la Soberana Convención Revolucionaria. (Amezcua, México revolucionario, p. 31)

A continuación, se encuentran las principales leyes revoluciona-rias que emitió el Ejército Libertador del Sur. Le siguen decretos y manifiestos de Emiliano Zapata, mismos que ya habían sido publi-cados en territorio mexicano; la intención era darlos a conocer en el extranjero y con ello ganar adeptos a la causa zapatista. La tercera parte está formada por un conjunto de artículos políticos proceden-tes de periódicos de México, Cuba, y Montevideo; la finalidad era presentar la opinión que otros grupos políticos tenían acerca de la Revolución del Sur. Iconográficamente el libro es muy simple. Se pre-sentan los retratos de Emiliano Zapata Salazar, Antonio Díaz Soto y Gama, Jenaro Amezcua y una representación de los revolucionarios mexicanos dirigiéndose a América Latina y el Caribe.

La cuestión agraria proponía destruir los latifundios, devolver a los pueblos las tierras y el agua de los cuales habían sido despojados, pro-fesionalizar el campo estableciendo escuelas regionales de agricultu-ra; en la cuestión obrera se habla de leyes sobre accidentes de trabajo,

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pensiones de retiro, reglamento de horas de trabajo, disposiciones de garantías de higiene y seguridad en los talleres, minas, etc. Se plantea el reconocimiento a los sindicatos, a otorgar garantías a los trabajado-res, el reconocimiento al derecho a huelga y de boicot, y por último suprimir la tienda de raya. En cuanto a las reformas sociales se parte de garantizar la protección de los hijos naturales y a las mujeres que sean víctimas de la seducción masculina, así como el Artículo 11 que tiene como objeto “Favorecer la emancipación de la mujer por medio de una juiciosa ley sobre el divorcio, que elimine la unión conyugal sobre la mutua estimación o el amor, y no sobre las mezquindades del prejuicio social”. Las reformas administrativas incluián: mejorar la educación en el país, evitar la creación de toda clase de monopolios, reformar la legislación minera y petrolífera, regular las compañías ex-tranjeras; en cuanto a las reformas políticas: respetar la independencia de municipios, adoptar el parlamento como forma de gobierno; imple-mentar el voto directo, supresión del vicepresidente, jefaturas políticas y el Senado. Reformar el poder judicial.

La segunda parte del libro se centra en reproducir los manifiestos de Emiliano Zapata y publicaciones del periódico El Sur que dirigía Soto y Gama. En ellos se reproducen los documentos sobre el objetivo de su lucha y sobre los engaños de Carranza al pueblo mexicano. El motivo central que tuvo Amezcua para reproducir estos manifiestos fue contrarrestar la política anti zapatista que el carrancismo publica-ba en el extranjero. Además, buscaba el apoyo a su causa a través de di-fundir las ideas zapatistas a distintos grupos políticos en el extranjero.

Conclusiones

A través del análisis de las reflexiones aquí planteadas es posible afir-mar que el zapatismo logró realizar un proyecto de orden nacional, que fue sistematizado en el Plan de Ayala y en la Ley Agraria como su Programa de Reformas Sociales y Políticas. En ningún momento el plan se dirige a un contexto regional. Incluso dentro las reformas que realizaron entre 1915-1916, el Ejército Libertador del Sur se auto-nombró como el Ejército Libertador de la República Mexicana.

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Con este Proyecto Nacional como base, Emiliano Zapata enco-mendó a Jenaro Amezcua trabajar como representante zapatista en el extranjero, para obtener armamento militar y realizar propaganda prozapatista, así como para obtener información política de primera mano desde el extranjero. El General Amezcua editó un libro, con el objeto de internacionalizar el proyecto zapatista y contrarrestar la propaganda carrancista en el extranjero, en él reunió los documen-tos más representativos de la ideología zapatista. La anterior afir-mación se puede confirmar a través de su correspondencia con el Cuartel General, en las que consta que nunca lo amedrentaron por omitir ciertas leyes o decretos, por el contrario, lo felicitaron por su publicación, sin embargo, la misión propagandística tuvo un relativo éxito, pero su misión de obtener armamento militar no, de acuerdo a lo muestran que las fuentes analizadas.

Referencias

Archivo:

Archivo General de la Nación: Fondos: Genovevo de la O, Emiliano Zapata, Cuartel General del Sur.

Centro de Estudios de Historia de México, Fundación Carlos Slim, CEHM: Fon-do Jenaro Amezcua.

Fondo Emiliano Zapata del AGN. Las leyes y Programa político zapatista.

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