a 40 años del último golpe de estado militar en argentina...
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Dirección General de Cultura y Educación – Subsecretaría de Educación
Dirección Provincial de Educación Primaria.
A 40 años del último Golpe de Estado militar en Argentina.
Semana de Memoria y Reflexión en la EP: 24 de marzo- 2 de abril.
Anexo I.
Eje Temático: Familia y vida cotidiana.
Propuesta de materiales y orientaciones de trabajo.
Testimonio Nº 1, de María:
“A los siete años me contaron la historia tal como fue. Yo vivía con mis abuelos paternos y con
mis tíos. [...] Mi otra abuela Haydée me llevaba a la Plaza de Mayo para los actos.
En el Pozo de Banfield, en agosto, nace mi hermana. Y un sargento o teniente de policía, o
cabo, no sé bien cuál era el rango, que trabajaba ahí y estuvo presente en el parto de mi
mamá, se quedó con ella. Después contó que primero se quiso quedar conmigo, pero que lo
convencieron de que no porque yo ya tenía un año y medio y tenía documentos, que más le
convenía esperar a que naciera mi hermana, que total era de los mismos padres. Así que a mí
me devolvieron, pero a mi hermana se la quedó esa mujer.
Mi abuela Haydée fue la que se ocupó de buscarla, y la encontró. Cuando la ubicaron, mi
hermana ya tenía siete u ocho años. La volvimos a perder cuando se la llevaron a Mar del
Plata, pero después la localizaron otra vez. Por suerte el juez hizo todo muy rápido, los análisis
de sangre y todo, así que en tres días ya María José estaba en mi casa. Mi hermana tenía diez
años cuando volvió a mi casa, y yo estaba por cumplir doce. Primero me parecía algo irreal,
como si fuera una historia fantástica, como esas películas que pasan por televisión de
hermanos que se separaron y después de veinte años se vuelven a encontrar. No porque no
supiera, yo sabía que tenía una hermana y que la estaban buscando, incluso conocía a otras
chicas que habían sido restituidas, pero igual me parecía irreal cuando me pasaba a mí.”
Fragmento del testimonio de María En: Graciela Montes, El golpe y los chicos, Editorial Gramón-Colihue, Buenos
Aires, Primera reimpresión, 2001.
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Testimonio 2:
“Los vecinos dejaron de mirarnos, dejaron de saludarnos, nos daban vuelta la cara. Y habían
sido muy amigos los vecinos, pero después de ese día (se refiere al día de la desaparición de su
hijo), pasaban y nos daban vuelta la cara. Decían que mi hijo era subversivo. Como todo el
mundo decía que eran los subversivos los que estaban desaparecidos, que por eso se los
llevaron, los vecinos repetían que era subversivo. Pasado el tiempo, cuando se supieron las
cosas cómo fueron y todo, parece que la gente reaccionó. Ahora vienen acá como si tal cosa
los vecinos”.
Ana, madre de un joven desaparecido.
Testimonio brindado al Archivo Oral de Memoria Abierta.
Testimonio 3:
“Al principio era peligroso acercarse a nosotras (se refiere a las madres de desaparecidos). La
gente tenía miedo de escucharnos. Si yo me paraba en la carnicería de mi barrio, en la
verdulería o en el almacén y les contaba que a mi hijo lo habían secuestrado, que yo había
averiguado que, en los regimientos, pasaba tal cosa, a los cinco minutos, no quedaba
absolutamente nadie ahí escuchando, todos escapaban y todos me miraban como algo
peligroso. La gente no quería tampoco enterarse…”.
Haydeé, madre de un joven desaparecido.
Testimonio brindado al Archivo Oral de Memoria Abierta.
Citados y extraídos de: Carnovale, Vera y Larramendy, Alina (2010). Enseñar la historia reciente
en la escuela: problemas y aportes para su abordaje. En Siede, Isabelino (coord.) Ciencias
sociales en la escuela (págs. 251-252). Buenos Aires: Aique.
Testimonio 4. Santiago, un soldado argentino que combatió en las islas Malvinas en
1982.
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- ¿Cómo fue el viaje y la llegada a las islas?
- Viajamos primero a Río Gallegos y después, en un Boeing, a Malvinas. Llegamos como
a las siete de la tarde del 11 de abril. Nos quedamos un buen rato en el aeropuerto, y
ahí nos dieron algunas bolsitas con raciones frías y cigarrillos, chocolate, papel
higiénico, jabón. Metimos todo en los bolsones y como a las cuatro de la mañana
empezamos a caminar. Llegamos a una zona, como a tres kilómetros del aeropuerto, y
nos ordenaron armar ahí las carpas. En mi sección éramos 52, y armamos las carpas
muy cerca unos de otros. En ese momento, salvo el frío, que además todavía no era
tan fuerte, no había problemas. Nos daban de comer y teníamos, también, las bolsitas
con las raciones frías. Pasamos ahí el día 12, y el 13 a las seis de la mañana nos
despertaron, armamos de nuevo el bolsón y nos llevaron a una nueva posición, en la
isla Soledad, casi a la orilla del mar, como a 9 o 10 kilómetros de Puerto Argentino.
Pasamos ahí la noche y al otro día, cuando ya habíamos empezado a cavar nuestras
posiciones, llegó la orden de no cavar más. Nos dijeron que teníamos que ir un poco
más atrás, un poco más alejados del mar, porque si ellos desembarcaban en donde
nosotros estábamos iban, primero, a tirar con la artillería. Nos iban a hacer pelota si
nos quedábamos ahí. Otra vez armamos los bolsones y empezamos a caminar, con la
mala suerte de que justo en el momento en que llegábamos a la nueva posición nos
agarró una lluvia tremenda. Apenas si nos pudimos proteger un poquito, atrás de una
pared de piedra, pero no hubo más remedio que esperar a que parara la lluvia.
Quedamos todos enchastrados y tuvimos que empezar a hacer los pozos. Mientras
algunos cavaban, los otros salían a buscar chapas y maderas para hacer los techos. A
mí me tocó compartir mi posición con un cabo, un soldado amigo mío, y otro pibe al
que no conocía, un pibe que se había anotado para seguir la carrera militar y lo habían
llevado como voluntario a las Malvinas. Nos íbamos turnando, dos hacían el pozo, y
dos buscaban chapas y maderas. Una vez que conseguimos todo seguimos cavando,
mejorando la posición, dos o tres días. Teníamos que enmascarar bien la posición para
que no se viera desde el aire.
- Y en ese pozo pasaste prácticamente toda la guerra.
- Sí, casi hasta el final. Ahí tuvimos la experiencia fea de los primeros bombardeos
ingleses, el 1º de mayo. Fue muy feo, porque cuando empezamos a escuchar las
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primeras bombas nosotros no sabíamos qué estaba pasando. En ese momento yo
pensé que se estaba por terminar todo.
Fuente: Daniel Kon, Los chicos de la guerra. Hablan los soldados que estuvieron en
Malvinas. Buenos Aires, Galerna, agosto de 1982. Extraído de www.biblioteca.educ.ar
recuperado el 25 de febrero de 2014.
Testimonio 5 de Daniel Ares.
Daniel Ares fue corresponsal de la prensa argentina que cubrió la guerra de Malvinas desde
la Ciudad de Rio Grande. En su libro “Banderas en los balcones” describe cómo fueron sus
días allí y cómo se vivió la guerra en las comunidades más próximas al teatro de
operaciones.
“Un grueso hule negro que se vendía por metro lo fue tapando todo. Ventanas y puertas y
tragaluces y claraboyas. Al principio los ponían recién por la tarde, cuando Defensa Civil
daba la orden por radio. Pero un día los oscurecimientos se decidieron hasta nuevo aviso y
los hules negros se quedaron para siempre. Y desde ese día, todos los días, a las seis de la
tarde, borrábamos la ciudad de la faz de la tierra.”
“Algunos pobladores de las localidades costeras de Santa cruz se trasladaron con sus
familias hacia el interior de la provincia, por previsión a que el conflicto de las Malvinas
tuviera repercusión en el continente”.
“Nosotros estábamos en Río Grande, atentos a lo que pasaba, mirábamos la TV que
trasmitían en directo, no me voy a olvidar nunca esa campaña que se hizo y en la que
después se robaron toda la plata, una maratón que condujeron Cacho Fontana y Pinky,
donde iban todos los famosos y la gente a donar dinero, joyas, etc. era una realidad
totalmente esquizofrénica, todos lloraban, y vos pensabas: ‘acá suenan tres veces por
noche las sirenas de alarma, pueden caer un bombazo, y allá a 3000 km, la gente llorando’,
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era una expresión humana que no se condecía con un momento tan desesperante como el
que se vivía en el sur, donde la cercanía con la guerra era real; yo veía a los riograndeses
caminando perfilados contra el viento en una suerte de resignación, pero estoicamente,
viviendo la situación con preocupación y concentración pero sin derramar una lágrima, y
por otro lado toda esa cosa loca, mediática, la gente agitando las banderitas, y Galtieri
hablando pelotudeces todos los días.”
Citado en Lorenz, F. (2012) Las guerras por Malvinas. 1982-2012. Buenos Aires: Edhasa, p.
86-87
Testimonio Nº 6: Mario Markic.
“La guerra es devastadora y cruel, y aquel pasaje de argentinos lo sabe, pero es poco
probable que la mayoría de los ciudadanos ni siquiera lo intuya así; las dramáticas
experiencias de hace casi una década fueron desiguales; excepto para los habitantes
de la lejana Patagonia y para aquellos que tenían a sus hijos o hermanos en Malvinas,
la guerra del Atlántico Sur es sólo un recuerdo ingrato, una guerra loca y el fin de la
dictadura militar.”
Mario Markic, Jardines de Piedra, en Noticias, marzo de 1999. Citado en Lorenz, F.
(2012) Las guerras por Malvinas. 1982-2012. Buenos Aires: Edhasa, p. 265.
Testimonio nº 7.
Sandra era un bebé cuando su papá fue a pelear a Malvinas y allí murió. Su cuerpo está
enterrado en el Cementerio Darwin en las islas, y ella pudo, junto con otros jóvenes, visitar la
tumba de su padre hace algunos años atrás.
-¿Qué viniste a buscar Sandra?
-¿A buscar? A buscar, nada. Vine a sentir. El cuerpo de mi papá nunca fue encontrado. Su
tumba es un símbolo. Vine a sentirlo, porque él está en todas estas islas. Hay un pedacito de
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él en todas partes (…)
Citado en Lorenz, F. (2012) Las guerras por Malvinas. 1982-2012. Buenos Aires: Edhasa, p.
266.
Testimonio Nº 8: Fragmento de la entrevista realizada al Ex combatiente Daniel
Verón por alumnos del C.E.N.S 451 Juana Azurduy, Benito Juárez, Villa Cacique en el
marco del concurso “Malvinas en 1 minuto”
Regreso eterno
-¿Cómo fue la llegada a tu casa? ¿te la imaginabas?
-De mercedes a Merlo nosotros teníamos que tomar un tren. Y claro, esas máquinas no
son tan ligeras. Y bueno... salir de vuelta a la sociedad... imagínense que nosotros
estuvimos setenta y pico de días sin ver gente civil.... y el tren no era tan rápido. Yo
quería que el tren fuera más rápido, era como que querías bajarte del tren y salir
corriendo y llegar más rápido... una ansiedad de llegar a tu casa. Y llegar a mi casa creo
que fue como... me emociona mucho cada vez que me acuerdo de eso. Yo tenía una
forma de golpear...
-¿Sabían que vos estabas volviendo?
-No, no, no. Ellos no sabían que yo estaba vivo realmente. Mi madre se entera en el
momento que yo golpeo la puerta. Y fue un solo grito: ¡Daniel! Así fue la llegada a mi
casa.
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Texto 9
Texto 10
Cuando Carlos Almada, de 19 años, estaba a punto de embarcarse en el Crucero General
Belgrano, le escribió la siguiente carta a su madre, contándole sus expectativas sobre el
desenlace de la guerra y sus ganas de compartir a la vuelta unos ricos mates y comida
casera. Pero el deseo fue truncado: Almada fue uno de los 323 marinos que murieron en el
hundimiento del Belgrano.
15 de abril
Hola mamá:
Espero que estés bien, te escribo porque como nos vamos a movilizar después ya no
podremos hacerlo. Estoy contento porque nos transportaran en un crucero que se llama
ARA General Belgrano.
No me imagino pelear con otra persona y no creo que tengamos que hacerlo. Quiero
decirle a todos lo importante que son para mí y cuánto los quiero, y a ti mamá… ¡Te quiero
tanto! ¡Nada me pasará! Extraño tus comidas y tus mates, decile a mis hermanos que se
cuiden que cuando vuelva a casa voy a contarle muchas cosas.
Te cuento que a veces no puedo soportar ver a mis compañeros, algunos tienen miedo y se
acuerdan de sus madres con lágrimas en los ojos, mami pido en mis oraciones que todos
volvamos a casa pronto, todo pasará.
Antes de dormir tu rostro es la última imagen que recuerdo. No sé lo que nos aguarda pero
me cuidaré mucho. Y espero que todo esto pase pronto para estar con vos.
Quiero que estés orgullosa de lo que estoy haciendo y tengas fe en mí. Solo quiero que me
disculpes por cualquier cosa que haya hecho mal o te haya lastimado.
Todo lo que aquí haga será por vos MAMÁ, te quiero y… VIVA LA PATRIA!
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“Hacía ya seis meses que las Madres de Plaza de Mayo habían convertido la orden
policial de ‘circular’ en ‘La Ronda de los jueves’, verdadero símbolo de coraje cívico.
También habían golpeado muchas puertas: ministerios, cuarteles, comisarías, iglesias,
hospitales. La respuesta en todos los casos era un silencio cómplice. Aquel jueves de
1977 una madre se apartó de la ronda y preguntó: `¿Quién está buscando a su nieto, o
tiene a su hija o nuera embarazada?’ Una a una fueron saliendo. En ese momento,
doce madres comprendieron que debían organizarse para buscar a los hijos de sus
hijos secuestrados por la dictadura. Ese mismo sábado, 22 de octubre, se juntaron por
primera vez para esbozar los lineamientos de su búsqueda e iniciar una lucha colectiva
que sigue hasta hoy. Las mujeres se bautizaron como Abuelas Argentinas con Nietitos
Desaparecidos, más tarde adoptaron el nombre con que el periodismo internacional
las llamaba: Abuelas de Plaza de Mayo.”
Abuelas de Plaza de Mayo. La Historia de Abuelas. 30 años de búsqueda. Buenos Aires,
2007.
Extraído de Ministerio de Educación y Abuelas de Plaza de Mayo. Las Abuelas nos
cuentan. Cuadernillo para docentes. De
http://www.abuelas.org.ar/educacion/LasAbuelasCuentan.pdf. recuperado el 22 de
febrero de 2014.
Texto 11
“DNI” Miguel Vitagliano
En julio de 1977 cumplí dieciséis años pero dejé pasar unos meses antes de iniciar los
trámites para obtener mi DNI. La demora obedecía a un compromiso con un amigo:
nos habíamos propuesto tener números consecutivos en nuestros documentos. Como
si fuera poco, llegado el día nos cortamos el pelo de igual manera y posamos para la
foto con camisas idénticas, la misma corbata y el mismo saco. No recuerdo haber
pensado algo especial para ese gesto, aunque creo que el hecho hablaba por sí solo:
quería escribir una marca personal en el librito del DNI que se imponía como un todo
ya finiquitado.
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La foto siguió recordándome aquel día mucho tiempo después, cuando ya había
llenado una página de la sección “cambios de domicilio” y mis amigos no eran los
mismos. En realidad, todo había cambiado a mi alrededor en el ’82, menos el DNI que,
aunque un poco ajado y con la tapa deshilachada, seguía siendo igual a sí mismo. Era lo
único invariable, y el único objeto que me había acompañado todos los días, minuto a
minuto. Ni mi reloj era el que había sido, tampoco mis zapatillas rojas ni mi morral; en
cambio el DNI insistía con su presencia obligatoria, siempre debía estar conmigo. Lo
tanteaba en el bolsillo antes de salir de mi casa para asegurarme que estaba allí.
Porque la policía podía exigírmelo en la calle, o un retén militar mientras viajaba en
colectivo, o en el cine –como me había sucedido ya una vez - en plena función cuando,
de golpe, las luces se encendieron y los soldados aparecieron apostados junto a las
butacas. En cada uno de esos casos no hacía más que entregar mi DNI y poner ‘cara de
nada’, lo mejor que podía. Una cara en la que nadie pudiera leer lo que pensaba, una
cara en la que deseaba no ser yo el yo que buscaban, o el que hacía que buscaban.
¿Todavía me parecería a la foto? ¿El de la foto se parecía a mí? ¿Habría algún yo
parecido al yo de la foto?
El pánico de esos momentos sólo fue comparable al orgullo de ver estampado el sello
por mi primer voto en octubre del 83. La misma sensación experimenté al año
siguiente con el sello que confirmaba mi participación en la consulta popular por el
litigio limítrofe con Chile, y meses después con el registro de mi voto ante las
elecciones de legisladores.
Contemplaba las páginas finales de mi DNI y estaba convencido que en cada uno de los
sellos estaba yo, no un yo detenido sino en movimiento, libre, cambiante en cada voto.
Podía recorrer los últimos años de mi vida en cada voto, aquello que había creído y ya
no creía, lo que nunca había creído, y lo que nunca quería dejar de creer, por eso vacilé
poco en el 87, en el momento de iniciar la renovación de mi DNI (me resisto a llamarlo
‘duplicado’), y arranqué la página con mis votos para guardármela. Apenas si volví a
mirar aquella foto de los dieciséis que había pasado lluvias, pascuas y primaveras, sólo
tuve atención para esa página incompleta que habría de continuarse en el nuevo DNI.
Como suele suceder en estos casos, terminé por guardarla tan bien que no la volví a
encontrar. No me preocupa, pienso que lo peor sería tener la necesidad de buscarla.
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MECyT (2006) Treinta ejercicios de memoria. A treinta años del golpe. Extraído de
file:///C:/Users/Usuario/Documents/ETR/Curso%20febreo%202014/30%20ejercicios%
20de%20memoria.pdf recuperado el 15 de febrero de 2014.
Texto 12
El Negro de París
Osvaldo Soriano
El Negro es un gato tranquilo, distante, tosco a veces, sin ser grosero. Mi papá y yo
fuimos a buscarlo una tarde a la Sociedad Protectora de Animales de París. Habíamos
llegado tiempo atrás a Francia, y yo me sentía muy solo, sin entender por qué
habíamos dejado Buenos Aires con tanto apuro.
Mi papá y mi mamá me explicaron muchas veces que corríamos peligro mientras los
militares gobernaran en el país y que sería mejor que yo creciera y fuera a una escuela
en un lugar donde me enseñarían a vivir en libertad. Cuando nos fuimos de Buenos
Aires no tuvimos tiempo de llevarnos nuestras cosas; yo tuve que dejar un triciclo y un
largo tren eléctrico que hacía marchar entre montañas, bosques y ríos que cabían
sobre la mesa del comedor. Pero lo que más me dolió fue dejar a Pulqui, que dormía
conmigo hecha una bolita tibia, acurrucada entre mis piernas, hasta que me
despertaba a la mañana, siempre a la misma hora, para ir al colegio.
Cuando llegó el momento de ir a tomar el avión, mi tío Casimiro vino a buscarla y me
dijo que no estuviera triste, que él la cuidaría y cuando volviéramos iría con ella a
buscarnos al aeropuerto. Me lo prometió, esperó que la acariciara un rato y después la
metimos en una canasta de mimbre. La oí maullar mientras mi mamá me abrazaba y
me apretaba muy fuerte y me decía que pronto volvería a verla.
Llegamos a Francia y tuve que hacer nuevos amigos que hablaban un idioma cantarín y
engolado que al principio no entendía. Todo era nuevo para mí: el idioma, pero
también la nieve, las calles que terminaban enseguida y si uno doblaba una esquina, se
perdía, porque en París es imposible dar la vuelta a la manzana. Les muestro el plano
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de mi barrio y díganme ustedes cómo harían para ubicarse en este enjambre de
callecitas.
¡Lindo lío! No sé cómo se las arreglará el cartero para ir y venir por ese jeroglífico, pero
de vez en cuando traía una carta de mi tío Casimiro para papá y mamá y una foto
de Pulqui para mí.
Pero la foto no me bastaba. Yo quería acariciarla y jugar con ella, y tanto la extrañaba
que un día mi papá me propuso que le buscáramos un amigo. Un lindo gato que
pudiera recorrer las calles de París sin perderse y que alguna vez llevaríamos con
nosotros a la Argentina para que se reuniera con Pulqui y le contara cómo es esta
ciudad vista desde los techos.
Entonces una tarde fuimos en ómnibus a la Sociedad Protectora de Animales y
encontramos al Negro.
Había muchos gatos y perros y gente que los miraba y hablaba. Daban lástima, ahí
encerrados esperando que alguien viniera a buscarlos. Yo hubiera querido llevármelos
a todos, perros y gatos, pero tenía razón mi mamá cuando me dijo que no había lugar
en casa para todo el mundo. Nuestro departamento era muy chiquito y hubiera sido
un lío tenerlos a todos sobre la cama, sobre el ropero, en la bañadera y hasta en los
cajones de los armarios.
Así que estuvimos mirando hasta que vi al Negro. Estaba sobre un tronco largo que
atravesaba la jaula, echado, con la mirada distante como si soñara. No bien lo vi con
esos ojos redondos como cacerolas y esos bigotes largos como cañas de pescar, me
pareció que lo conocía de toda la vida. Me dije que a Pulqui le gustaría que le
lleváramos un amigo así. Lo llamé a través del alambre, mish, mish, mish,, mishmish, y
tardó un rato en mover la cabeza y mirarme como diciendo: “Callate, no hagas el
ridículo ¿querés?” De modo que cerré la boca, sonreí, lo señalé con el dedo y le dije a
mi papá:
-Ese todo negro, llevemos ese que tiene cara de zonzo.
Lo traté de zonzo a propósito, como para que viera que no me iba a impresionar con su
mirada de arrogancia. Yo los conozco muy bien a los gatos, que como se saben gráciles
y hermosos quieren impresionar a la gente con la indiferencia y la coquetería. En el
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fondo son unos tímidos holgazanes que no saben vivir solos como los leones, o los
elefantes, o los pájaros.
Nos lo entregaron en una caja de cartón a la que sólo le faltaba el moño. Como los
franceses son muy prolijos, nos dieron su cédula de identidad en la que figuraba su
nombre que ya no recuerdo y que él no respondía. También su certificado de vacuna y
un papelito que decía que lo habían encontrado perdido en la calle y que tenía seis
meses de edad.
Mientras íbamos en el taxi hice la cuenta: estábamos en junio, y si el Negro –yo ya lo
llamaba así- tenía seis meses quería decir que había nacido, como yo, en enero.
Decidí, entonces, que cumpliéramos años el mismo día. De esa manera, cuando mis
papás me hicieran la fiesta de cumpleaños yo tendría que invitarlo a soplar conmigo las
velas de la torta y hacerle un regalo como para un gato.
En poco tiempo de juegos y miradas que valían más que palabras, me di cuenta de que
el Negro tenía un carácter calmo, distante, rudo cuando se lo molestaba, aunque
nunca llegó a ser grosero. Cuando venían visitas, por ejemplo, echaba una mirada a la
gente y si advertía que iban a hablar de cosas aburridas me miraba y con los ojos me
decía: “Vámosnos a otra pieza, que estos son unos plomos”. Y nos íbamos a jugar o a
charlar a otro lado.
Yo no hablaba con él como hacían los otros chicos, o como mi papá y mi mamá. Nos
bastaban gestos, guiños, miradas, movimientos de la cabeza. A veces agregábamos
una palabra o un maullido para subrayar, pero en general no hacía falta. Los gatos
tienen un lenguaje que no comprenden quienes no aceptan el misterio.
A medida que pasaron los años fuimos aprendiéndonos mejor.
El Negro salía por las noche y a veces volvía débil y mal entrazado. Traía los bigotes
desaliñados y algunos rasguños que le quedaban de una pelea, tenía amores
temporarios y tormentosos que a veces lo ponían de malhumor, pero cuando pasaba
el tiempo de celo volvía a ser amable y cariñoso y se quedaba a dormir en mi cama,
apretado a mí, como antes solía hacerlo Pulqui. Estaba impaciente por conocerla, y
hasta un poco celosote saber que no era el único gato que contaba en mi vida.
Entretanto yo había aprendido a hablar y escribir en francés y tenía buenas notas en la
escuela. Lentamente, sin darme cuenta casi, Buenos Aires empezó a ser para mí una
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curiosidad que mis padres nombraban con pasión y a veces con miedo. Mis amigos del
colegio no sabían nada de la ciudad en la que yo había nacido. Desconocían el mate,
las pastillas de menta, los clásicos entre Boca y River, la factura, la planta de ruda, el
dulce de leche, el guardapolvo blanco de la escuela, la campaña de San Martín y las
tortas fritas.
También yo empezaba a olvidarme de aquel mundo lejano. Pulqui era un recuerdo
lejano plasmado en una foto y empezaba a darme cuenta de que quizá podía vivir sin
ella y ella sin mí.
Por supuesto que me encantaba la idea de poder volver a verla y jugar con ella. De
presentarle al Negro e imaginar que saldrían juntos a retozar por los patios, las veredas
y los techos.
Cuando a fines del 1983 los argentinos restauraron la democracia, mi papá y mi mamá
hablaban todos los días de volver a Buenos Aires. Decían que había que regresar para
hacer un lindo país, una nación donde yo, que estaba terminando la escuela, pudiera
vivir en libertad, con justicia y sin miedo. Para que nunca tuviera que irme como ellos.
Por las noches, mi papá desplegaba un gran mapa de la Argentina sobre la mesa y me
contaba cosas que yo no había aprendido en el colegio francés. Recorría con su gran
dedo índice ese triángulo que se terminaba en la Antártida y me contaba de las
provincias cálidas de la Mesopotamia, de Cuyo y de la Patagonia fría y rica. Me
relataba las batallas de la Independencia, me hablaba de la Primera Junta, de Moreno,
de Belgrano, de San Martín, de Rosas, de Sarmiento, de Irigoyen y de Perón. Empezó a
darme algunos libritos que al principio me aburrían, pero como él me explicaba con
infinita paciencia y a veces hasta me hacía reír, fui leyéndolos y aprendí desde muy
lejos a conocer el país en que había nacido.
No había en la Argentina dragones, ni elefantes no leones de gran melena; pero había
tigres de los llanos, peludos gorilas, salvajes unitarios, caciques y hombres de a caballo.
Poco a poco, mi papá me fue contando una historia larga de desalientos y de utopías y
me decía que yo debía heredar, sobre todo la esperanza.
Mientras mi papá me hablaba, el Negro nos miraba como si la conversación le
interesara. De vez en cuando le acariciábamos la cabeza o le rascábamos el cogote,
bajo la trompa, y podíamos oírlo ronronear.
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Poco a poco empecé a soñar con ese país misterioso y mío que mi papá y mi mamá me
hacían revivir todas las noches. No era tan extraño y ajeno como el de Sandokán, ni tan
fantástico como el de Tarzán, ni había en él islas con tesoros escondidos. Pero era el
mío y ahora podíamos volver y mi curiosidad se había despertado.
Fragmento de El negro de París, Osvaldo Soriano, Seix Barral, Bs. As., 2010.
Orientaciones generales de trabajo:
La selección de textos aquí sugerida responden al eje de trabajo Familia y vida
cotidiana y están pensados para trabajar con distintos grados de complejidad tanto en
primer como en segundo ciclo de la EP. Cada una de las fuentes escritas permite
desarrollar algún aspecto de este tópico. Algunos recursos resultan más complejos que
otros, por tanto es el docente quien deberá decidir cuál de ellos resulta más apropiado
para el trabajo en cada año según los grupos de niños y niñas. Sugerimos trabajar con
dos o tres textos que dialoguen entre sí. A su vez, el trabajo con ellos se constituye en
una nueva puerta de entrada para abordar, ampliar o problematizar otros temas a
partir de la búsqueda de información sobre algún hecho, institución o persona que
aparece en cada fuente. Se podrá finalizar las jornadas de trabajo con algún tipo de
producción colectiva, escrita, gráfica, multimedia, etc. y socializar en la muestra
institucional al finalizar la Semana de Memoria y Reflexión.
Las situaciones de enseñanza planificadas por los/as docentes a partir de estos textos
incluyen prácticas de lectura, escucha y oralidad. Al respecto, antes de comenzar a
analizar el contenido temático que los mismos permiten abordar, es muy importante
poder identificar junto a los niños y niñas, de qué tipo de texto se trata en cada caso,
quién escribe, cuándo y en dónde, como así también poder describir y analizar el
contexto sociopolítico en el que estos textos fueron escritos o a los que hacen
referencia.
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1- El fragmento del texto de Abuelas de Plaza de Mayo La Historia de Abuelas. 30 años
de búsqueda (Texto 10), puede trabajarse en relación con el testimonio Nº 1 de María
para pensar desde otra mirada el tópico Familia a partir de las siguientes consignas:
¿Por qué les parece que María vivía con sus abuelos? ¿Qué pasó con su hermana?
María dice que su hermana, como otras chicas, fue restituida. ¿Qué significa esa
palabra? ¿Por qué habla de restitución?
¿Qué relación encuentran entre el testimonio de María y el texto de Abuelas de Plaza
de Mayo?
Investigar en grupos sobre la historia de las Abuelas de Plaza de Mayo: ¿Por qué les
parece que ese grupo de mujeres decidió formar la Asociación Abuelas de Plaza de
Mayo? ¿Cuántos nietos han recuperado hasta el momento? ¿Cuántos faltan recuperar
aún?
2- El relato de Miguel Vitagliano, “DNI” (Texto 11), permite abordar otros
aspectos de la vida cotidiana en el país durante la última dictadura militar. A partir de
este recurso se puede indagar con los niños/as los siguientes aspectos.
¿Por qué Miguel debía estar siempre con su documento?
¿Por qué llenaba las páginas de cambios de domicilio?
¿Por qué las últimas de ellas en donde se registraban los votos estaban vacías?
¿A partir de cuándo pudo comenzar a llenarlas?
¿Por qué esas páginas serán tan significativas para él?
¿Por qué todos los ciudadanos tenemos un DNI? ¿qué datos aparecen allí? ¿Para qué
sirve? Puede armarse una lista entre todos con los usos que se le da al DNI en
democracia.
¿Qué es la identidad? ¿Viste alguna vez tu DNI? Dibujalo.
Inventar un Documento de Identidad con los datos que vos consideres importantes
sobre tu persona: nombre y apellido, domicilio, familia, mejores amigos, mascota,
comida preferida, juegos, películas, dibujitos, música, etc.
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3- “El Negro de París” (Texto 12) de Osvaldo Soriano, es una muy buena puerta de
entrada para abordar el tema del exilio durante la última dictadura militar desde la
mirada de un niño. ¿Qué pasó con las familias que tuvieron que exiliarse? ¿Por qué
tuvieron que hacerlo? ¿Cómo y en qué aspectos cambiaron sus vidas? ¿Cómo siguió la
relación con los familiares que quedaban en Argentina? Son algunas de las posibles
preguntas que el cuento permite formularse junto a los niños/as.
4- En relación a la guerra de Malvinas, los primeros años pueden trabajar con la carta
de Carlos Almada (Texto 9), el testimonio Nº 7 de Sandra y el testimonio Nº 8 de
Daniel Verón.
En estas fuentes es importante poder identificar quién escribe y quién testimonia.
En el caso de la carta se podrá profundizar el estudio sobre el hundimiento del crucero
ARA General Belgrano, mientras que con el testimonio de Sandra, sobre el Cementerio
de Darwin en las Islas. ¿Cuándo se construyó? ¿Cómo? ¿Por iniciativa de quiénes?
Una propuesta de actividades luego de la lectura y análisis de los testimonios consiste
en poder reflexionar en torno a:
El significado de la guerra de Malvinas para las familias de aquellos soldados que
fueron a pelear a la guerra, los que pudieron volver y los que no pudieron hacerlo.
Trabajar sobre las diferencias que existen entre resolver un conflicto a través de la
violencia o por una vía pacífica ¿Con qué cosas relacionan la guerra? ¿Con qué cosas
relacionan la paz?
5- En Segundo ciclo, sugerimos trabajar con los testimonios Nº 4 y 5 para abordar la
cotidianidad durante la guerra. Por un lado, a partir del testimonio de Santiago, la
cotidianidad en las Islas, y por otro lado, con el testimonio de Ares, la cotidianidad en
el continente, diferenciando a su vez por regiones. Estos testimonios permiten concluir
que la guerra no se vivió de la misma manera en las Islas, en Buenos Aires o en la
Patagonia, y esto puede ser una puerta de entrada para pensar, en diálogo con el
Testimonio Nº 6 de Mario Markic, las diferentes experiencias y memorias que pueden
existir en torno al conflicto bélico.
Dirección General de Cultura y Educación – Subsecretaría de Educación
Dirección Provincial de Educación Primaria.
¿Cómo se vivió la guerra de Malvinas en las islas desde la experiencia de un soldado?
¿Cómo se vivió la guerra de Malvinas en el continente? ¿Se vivió de igual manera en
los pueblos y ciudades de la Patagonia que en Buenos Aires?
¿Recuerdan de la misma manera un habitante de Río Grande que uno de Buenos Aires
los días de la guerra?
¿Recuerdan y piensan la guerra de la misma manera un ex soldado que peleó en ella,
un familiar de un caído, y alguien que sólo participó del conflicto como espectador?
Actividad para la casa. Hacer una pequeña entrevista a algún integrante adulto de la
familia sobre sus recuerdos de la guerra de Malvinas y llevarla a la escuela para
compartir. ¿Qué recordas de la guerra de Malvinas? ¿Cómo te enteraste? ¿Cuánto
años tenías?; etc. Es conveniente trabajar previamente en el aula y entre todos las
preguntas a realizar.
De vuelta en clase, leer las entrevistas y realizar una puesta en común con el objeto de
evidenciar las distintas memorias en torno al conflicto.