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1 OtroLunes Revista Hispanoamericana de Cultura NO. 22 - AÑO 5 MARZO 2012 DOSSIER “LOS ESCRITORES CUBANOS Y LAS DOS ORILLAS

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OtroLunes Revista Hispanoamericana de Cultura

NO. 22 - AÑO 5 MARZO 2012

DOSSIER

“LOS ESCRITORES CUBANOS Y LAS DOS ORILLAS”

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TAN CERCA Y TAN LEJOS Literatura cubana en el exilio

Las claves de un debate

principios del mes pasado, dentro de las actividades de la Feria Internacional del Libro de la Habana, los escritores Reynaldo González, Leonardo Padura y

Senel Paz participaron en un panel titulado “Tan cerca y tan lejos. Literatura cubana de autores residentes fuera del país” en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Los escritores coincidieron en que era necesario entender la literatura nacional como la que escriben los cubanos, más allá de posiciones políticas discrepantes, e incluso, Padura dijo que la literatura de una nación, “con independencia de lo que pueda decir una Constitución, está por encima de las coyunturas políticas determinadas que existan en momentos específicos”.

Llama la atención la respuesta inmediata al panel a través de artículos que aparecieron en los días siguientes, en diversos medios en el exterior, pues la realidad apunta a que sin esos artículos el tema hubiese pasado por completo desapercibido y, como en otras ocasiones, hubiera muerto al paso de los días.

Y esto responde a un motivo fundamental: el ya largo y escabroso debate de la autonomía del escritor y del intelectual en las condiciones de la Cuba actual.

Más allá de la esfera de la literatura, o más acá si se prefiere, lo que en estos momentos ha tocado a los articulistas del exilio es precisamente la posición del escritor dentro de Cuba.

Obviamente la capacidad de ninguno de los tres para decidir qué sé publica y qué no se publica en la isla no es muy grande, pero sí lo es la de asumir una postura de autonomía, que es en última instancia inseparable de la libertad. Desde aquí el papel del escritor, del intelectual, y especialmente de aquel intelectual o escritor que es una figura pública, toma una dimensión distinta al mero productor de obras de mayor o menor calidad, entra en la dimensión del ciudadano, y quiéralo o no se topa contra una elección ineludible: la elección de una postura ética, la elección de la libertad. Teniendo en mente esa referencia es que el debate debe continuarse, ampliarse, y siguiendo lo que los propios panelistas piden, incluirles dentro del espectro de opiniones y posturas que hacen el panorama del discurso sobre Cuba, es decir, llamarles a la consecuencia con sus propias palabras, y traerlos a la esfera pública donde su palabra encuentre el eco de la libertad.

Esto es una tarea que se hace imperiosa en la actualidad. Los debates que ocasionalmente se producen en relación a los asuntos de Cuba, suelen quedarse limitados a series de artículos, o intercambios de mensajes sin que se traduzcan en una real asunción de las posibilidades de acción, usando palabras marxistas, en una praxis.

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Padura reconoce que “todos los cubanos que escriban, dondequiera que escriban, con la tendencia política que escriban, son escritores cubanos”. Pero también reconoce que “el hecho de su difusión, de su recepción, es lo que ha complicado esta historia y la ha hecho mucho más polémica, mucho más problemática, mucho más dramática”.

Queremos tomarle la palabra y abrir y sostener el espacio de debate y difusión sobre el papel del intelectual en Cuba. Ese espacio de debate debe implementarse, como una exigencia ética, como una consecuencia con el propio hecho de ser intelectual. Y eso es justo lo que OtroLunes propone en estos momentos: que todo lo publicado, escrito o dicho hasta ahora sobre el tema, no se quede en los archivos de aquellas publicaciones que nos hemos hecho eco del asunto y que, desde “la calidad y el respeto”, como dice González, lancemos la plataforma para abrir el debate, sostenerlo, y convertirlo en criterio de acción.

Arturo G. Dorado Director Editorial

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LA NOTICIA PUBLICADA EN DIARIO DE CUBA

Tímido debate en la UNEAC sobre la inclusión de los escritores exiliados

12 de febrero de 2012

Leonardo Padura afirma que ‘no hay ninguna razón’ para las exclusiones y atribuye el problema a ‘una ruptura política bastante fundamentalista de parte y parte’.

Escritores de la Isla protagonizaron un tímido debate sobre la inclusión en el circuito oficial de los colegas que viven y publican en el extranjero, informaron medios gubernamentales y corresponsales de DIARIO DE CUBA.

Reynaldo González (1940) y Leonardo Padura (1955) integraron el panel “Tan cerca y tan lejos. Literatura cubana de autores residentes fuera del país”, presentado por el narrador Senel Paz (1950) en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Según la agencia oficial Prensa Latina, los tertulianos “sustentaron la posibilidad de tender puentes sobre la base de la identidad común”.

González, Premio Nacional de Literatura (2003), afirmó la pertenencia de todos los autores cubanos, “donde quiera que estén”, al ámbito literario del país, “más allá de la politización extrema”.

Llamó también al diálogo y a abandonar posturas “no constructivas”, como el patrioterismo y la politiquería, diferentes del patriotismo y la política verdaderos, los cuales constituyen extremos que “en una guerra sorda y sucia” laceran la “ya inobjetable” cultura nacional de la Isla.

Los panelistas coincidieron en entender la literatura nacional como “la que escriben los cubanos”, más allá incluso de posiciones políticas discrepantes, y expresaron que existe una voluntad de tender puentes entre todos los exponentes de la cultura del país, añadió el periódico oficial Trabajadores.

González analizó la tradición de sucesivas diásporas, desde la época colonial hasta la actualidad, lo cual invita a “tomar con ecuanimidad, serenidad, el asunto de tener escritores, pintores, bailarines, dramaturgos dentro y fuera del país”.

En alusión a la revista literaria que dirige, La Siempreviva, González aseguró que sus páginas están abiertas a todos los escritores de la diáspora, “en tanto sus textos cumplan con los raseros de la inclusión, el respeto y la calidad”.

Leonardo Padura, por su parte, señaló que la literatura de una nación, “con independencia de lo que pueda decir una Constitución, está por encima de las coyunturas políticas determinadas que existan en momentos específicos”.

“Nosotros hemos sido testigos, lamentablemente, de una ruptura política bastante fundamentalista (de parte y parte), con respecto a la literatura que se ha escrito en los últimos 50 años dentro y fuera de la Isla”, expresó el autor de la saga de Mario Conde, según reportó Orlando Luis Pardo Lazo.

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Padura insistió en que “no hay ninguna razón” para las exclusiones a la hora de hacer recuentos sobre quienes pertenecen o no a la literatura cubana.

El laureado novelista reparó en la “polarización política extrema” que se produjo a la llegada al poder de Fidel Castro, e incluyó entre sus factores los “compromisos políticos previos al triunfo revolucionario”, recogió el corresponsal de DDC.

“Las revoluciones, en sus primeros momentos, tienden a ser muy radicales en cuanto a determinadas posturas. Tienen que serlo, si no, no pueden lograr sus propósitos revolucionarios precisamente”, justificó Padura.

“Pero, con el tiempo, estas cosas necesitan de una cierta revisión. Y en el caso de la literatura cubana, esa revisión demoró bastante en comenzar”, señaló a continuación.

Desde el público, Ambrosio Fornet apuntó que la identidad cultural de una obra “está determinada en un 94%” por el idioma en que está escrita.

“Sobre todo en poesía, donde es casi imposible una traducción que suscite el tipo de lectura que suscita el original”, dijo.

Fornet repitió la idea de que escritor cubano es “todo aquel que, esté donde esté, nacido o no en Cuba, haya hecho su fe de vida, su fe de identidad cubana, y que además escriba en el idioma de los cubanos para poder dirigirse a ellos sin necesidad de intermediarios”.

DIARIO DE CUBA publicará próximamente otros detalles de este encuentro.

Títulos de escritores residentes en el exterior expuestos en la Sala Villena de la UNEAC: María y la virgen, de Ricardo Arrieta. Las derrotas, Alberto Rodríguez Tosca. Todo eco fue voz, de Manuel Sosa. Esther en alguna parte, de Eliseo Alberto. Órbita de Lino Novás Calvo, colectivo de autores. Órbita de Eugenio Florit, colectivo de autores. María Virgina está de vacaciones, de Sindo Pacheco. Festín de los patíbulos, de Abel González Melo. Aguas y otros cuentos, de Achy Obejas. El mediodía y la sombra, de Alberto Serret. Amores desalmados, Ronaldo Menéndez Carroza para actores, de Karla Suárez. Duro de roer, de Damaris Calderón. Parábolas, de Cira Andrés. Virgilio Piñera en persona, de Carlos Espinosa. Cronología del vértigo y del naufragio, de Luis Marimón. Tuyo es el reino, de Abilio Estévez. Nomeolvides, de Ariel Ribeaux.

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RESPUESTAS DESDE “LA OTRA ORILLA”

1.- Se ha avanzado mucho en la eliminación de las barreras que dividen a la literatura cubana que se hace en la isla de la que se escribe en el exilio, es una de las tesis manifestadas en este panel. ¿Hasta dónde crees que sea cierta esa afirmación?

Antonio Álvarez Gil: He leído o escuchado casi todo lo que se ha escrito o dicho en torno a la última mesa redonda celebrada en La Habana sobre los escritores cubanos residentes en el exterior, y la verdad es que me ha llamado la atención el argumento de las barreras y los puentes que debemos cruzar (¡nosotros!) para sentirnos de nuevo parte de la literatura patria, o de algo que en ese evento recibió el nombre de cepa de la nación. Y aunque es evidente que el discurso de nuestros colegas de la Isla se ha vuelto más audaz que antaño, aún me parece muy poco enjundioso. Por eso no creo que haya motivos para albergar esperanzas de cambios sustanciales en el seno de la intelectualidad local.

Es evidente que hay un conflicto; pero este no es entre colegas, compañeros de oficio -y hasta hace poco amigos- de dentro o fuera del país. El conflicto existe entre el régimen totalitario que gobierna en Cuba y los creadores que en cierto momento de su vida se resistieron a plegarse a la censura y decidieron abandonar su tierra. Los que no lo hicieron tampoco se libran del problema; ellos también sufren con la falta de libertades y tratan de ganar espacios en el terreno de la expresión individual, en el uso de las nuevas tecnologías y en la puesta al día de su información sobre el mundo más allá de las fronteras nacionales.

Sobre las barreras: es cierto que las hay; pero no somos nosotros quien las ha construido en toda la periferia de la Isla. Aun así, más que de barreras yo hablaría de una valla de contención mental que impide que los escritores cubanos del país evolucionen al ritmo de sus colegas en el mundo exterior, ya sean estos cubanos o no. Quienes implantan restricciones de todo tipo para evitar la libre circulación de personas, libros e ideas en general son las autoridades cubanas, no los escritores que viven allí; y mucho menos los que vivimos y trabajamos dispersos por el mundo. Comprendo, sin embargo, que sería demasiado pedir a los participantes en la mesa redonda que en su próxima actividad se refirieran a ello y llamasen a las cosas por su nombre.

Alberto Lauro: Hay autores que se han publicado ya en la isla aunque fallecidos. Así Lydia Cabrera con "El Monte", que es un libro fundamental de la cultura cubana y la poesía de Gastón Baquero, para citar dos nombres imprescindibles... Mal que bien a la larga esto es beneficioso, a pesar de todo. Ojalá se extendiera a otros autores, pero hay intereses de un lado y de otro. Demasiado. ¿No será una fiesta la edición cubana de "Tres tristes tigres" de Cabrera Infante cuando esto suceda??? Claro que sí. Pero la literatura cubana siempre ha estado dividida... José María Heredia en México, la Avellaneda escribió toda su obra relevante en Madrid, y José Martí en Madrid y Estados Unidos. La lista sería interminable. Arnoldo Tauler: Esta manifestación oculta un elemento fundamental: ¿cuáles son esas barreras? Al obviarse la causa se diluye el efecto en una expresión ambigua, que tiene, sin embargo, la malvada intención del reconocimiento a priori, o sea, la admisión como cierta de que entre la literatura libre del exilio y

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la esclavizada de la Isla existe una división cuyos obstáculos se han ido eliminando de manera positiva.

La literatura que se hace en Cuba tiene dos vertientes. Una, la plebeya, la sumisa, la dedicada al ditirambo de una dictadura anacrónica, al reconocimiento de sus errores como virtudes. Es una literatura lacaya. La otra, la que comulga con la realidad, la que refleja la verdad de un pueblo y sus habitantes, esa, la que no se publica, es otra. Es la literatura que para ver su pensamiento plasmado en letra tiene que acudir al extranjero. Ya allí, se da la mano con la del exilio, puesto que entre ambas no existen barreras.

Félix Luis Viera: Primero, el régimen no le facilita a nadie una sala, micrófonos y público para una reunión. De modo que esto es “orientado”. Ya veremos por qué...

“Las barreras que dividen la literatura cubana” en realidad no se han movido. Según las informaciones que llegan, los libros que se han exhibido, a propósito de la Feria, de escritores cubanos en el exilio, son libros “mansos”. Buenos libros de buenos escritores, pero “mansos”. Así, tanto la literatura que se hace dentro como fuera de Cuba, se publicará en la Isla siempre que sean libros “mansos”, y sobre todo, que subviertan la cadena, pero no al portador de esta.

Ojalá me equivoque.

Jesús Hernández Cuéllar: Con el paso de los años, las nuevas generaciones de escritores cubanos han entendido mejor que no deben ser herramientas manipulables, al paso de los huracanes políticos. Eso ha permitido un acercamiento entre ciertos escritores de "las dos orillas" cuando se encuentran. Pero una cosa es ese encuentro espontáneo entre escritores y otra muy diferente, el trato que podrían dar a los escritores cubanos residentes en el extranjero, los organismos oficiales cubanos, encargados de administrar, financiar y supervisar la literatura. Y, por supuesto, de censurar la literatura.

Joaquín Badajoz: Se ha avanzado hasta el límite de nuestra propia ignorancia y mediocridad. Las barreras que dividen los cuerpos de una misma literatura son artificiales, resultado del comadreo entre esas madrastras tutelares que son la política y la ideología. Vivimos coartados y plagiados por ellas. Y nótese que he escrito plagiado y no secuestrados: hay mucho de voluntad y de prebenda en el (auto)secuestro. He dicho en otras oportunidades que la política y la ideología cubanas son muy elásticas, se acomodan a conveniencia. ¿Pero no es acaso esta resiliencia una condición natural de la política y la ideología en todas partes? Por eso es difícil determinar cuando el hombre político hace un gesto o asume una actitud.

El avance es notable, por supuesto, considerando que muchos de los actores de las viejas políticas aún están vivos y los más jóvenes también hemos sufrido esos desplantes, o sido cómplices. La complicidad es un mal nacional universal, ya lo decía Jürgen Habermas. Y aunque no sabemos si esos aduaneros ideológicos dan su visto bueno, al parecer, al menos observan pacientes. Pudiera ser una señal, pero no lo sabremos a ciencia cierta hasta que pase un tiempo y se aprecien iniciativas concretas. Creo que lo fundamental es que se ha ganado en conciencia social de vacío, certeza de que nuestra literatura está condenada a no ser sin el aporte de esos imaginarios dispersos. Y eso, sin dudas, es un gran paso. Me aterra ver como Cuba construye (o cava) en el abismo, reescribiendo una historia de la

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literatura y la cultura plagada de pecaminosas y graves omisiones. Sobre los abismos solo pueden construirse puentes, no es aconsejable un salto de garrocha. Sin embargo, hasta donde alcanzo a ver, todavía se aprecia esta supuesta apertura como una suma de voluntades puntuales e individuales. Y eso para ser franco, siempre ha existido. Somos esencialmente un país de hombres buenos, así que han abundado escritores de buena voluntad hacia aquellos que no comparten su credo. Ahora, la bondad y el compromiso ético intelectual no siempre son sinónimos, aunque deberían.

Hace algunos años le escuché decir a Oswaldo Payá Sardiñas una frase que siempre se me ha quedado gravitando: “La lucha entre el exilio y la nación es como apuntar a la otra mitad de nuestro corazón”. Ese pensamiento debería ser el punto de partida de cualquier reflexión. Cuba es un país estatalizado y centralizado. Aún cuando queramos ver a esas voces como representantes de un cambio de conciencia, los escritores esperan por una voluntad institucional y no por el carisma de apertura que pueda ofrecer determinado funcionario o intelectual. Sabemos que la cultura en Cuba es un asunto de estado. ¿Cómo creer que se están derrumbando muros sin que se deje entrever una posición oficial? Y no es cuestión de majaderías, ni de terquedad mental, sino de sentido común.

Joel Franz Rosell: Indudablemente hay una mejoría respecto a los años 60, 70 u 80, épocas de radical amputación; pero resulta poco en comparación con lo que falta para una completa abolición de la incongruente barrera levantada entre la literatura producida en la Isla y la generada por la Emigración. En su oleaginosa respuesta a la posibilidad de invitar autores emigrados a la Feria Internacional del Libro de La Habana, el propio Reynaldo González confirma la ruptura: afirma que no nos conoce, pero se permite considerar que en el exterior hay demasiados “escritores” sin obra que los avale (yo diría que en proporción similar a los que en Cuba mal justifican su condición de autores). El problema es, entonces, no solo de ignorancia sino de prejuicios. De hecho, es difícil que un Liborio del montón (no es el caso de González) conozca aunque sea remotamente la realidad de la literatura cubana fuera de sus fronteras. Pero ¿qué sabe el emigrado lector de la literatura en la isla? A juzgar por las manifestaciones de escritores emigrados muy mediáticos, en Cuba no habría literatura.

Otro carácter tiene la reflexión de Padura acerca de la literatura escrita en inglés por cubanos residentes en Estados Unidos. La idea de que la substancia identitaria de una literatura es la lengua no es concluyente. Argentinos y uruguayos hablan y escriben el mismo castellano, y sin embargo, sus respectivas literaturas no se substituyen la una a la otra. Tampoco el ejemplo de un escritor catalán que no por ello deja de ser español es buena, puesto que España siempre fue un territorio multilingüe. Por otra parte, un escritor de Cataluña puede escribir en catalán y en castellano y en ambos casos su obra será incuestionablemente española, pero… ¿serán ambas literatura catalana? El caso de un autor emigrado es diferente: yo escribo actualmente en castellano y en francés. En algunos casos he traducido simplemente y en otros he rescrito en francés un texto concebido en español, pero también me ha ocurrido que el texto venga primero en francés y solo después (de la publicación en Francia, incluso) haya hecho la versión en mi lengua natal. No existiendo diferencias esenciales entre las obras escritas en castellano y las escritas en francés, tampoco hay razón para separar estas últimas de mi producción, que sigue siendo, por supuesto, cubana.

Es algo mucho más sutil y profundo que la lengua o el lugar de residencia lo que determina la identidad de una obra literaria: valores, sensibilidad, compromiso con los destinos de la Nación, cierto tipo de imaginario y hasta una determinada manera de tratar la lengua literaria (que no debe reducirse al idioma, que en

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nuestro caso es internacional y practicado por 30 millones de personas en Estados Unidos). Recordemos que Martí, cuando vivía en Nueva York, escribió en inglés e incluso en francés sin que a nadie se le ocurra separar esos textos de su obra cubanísima… de emigrado casi permanente.

En resumen, que tampoco la “extranjeridad” de la lengua utilizada por algunos autores (forzosamente emigrados) venga a servir de machete para, una vez más, podar groseramente la literatura cubana (no hay árbol de tronco poderoso sin copa frondosa). Aunque me inclino a creer que la reflexión de Padura no pretende seccionar sino provocar un debate que, en términos de ciencia literaria, no puede sino enriquecernos.

Para llegar al meollo de la pregunta de OtroLunes, debo precisar que no dispongo de información precisa sobre los autores emigrados presentes en la edición cubana; pero como viajo al país con cierta regularidad y me asomo con frecuencia a su panorama literario, creo poder afirmar que raros son los emigrados que publican en Cuba (libros enteros, o cuentos, poemas, piezas dramatúrgicas y ensayos en revistas y antologías). La experiencia me permite opinar que la decisión de publicar a un emigrado se estudia caso a caso, valorando la posición política del autor y el contenido del libro en cuestión, y no su calidad literaria global. Estoy seguro, además, que el paso inicial suele darlo el autor expatriado y no el home club.

De la veintena de libros que he publicado en España, América Latina, Francia y otros países, solo tres han sido editados en Cuba desde que me fui en 1989. Esos tres títulos salieron en 1996, 1999 y 2011 por Ediciones Capiro, de mi casi natal ciudad de Santa Clara. En cambio, ninguno de los libros -avalados por ediciones extranjeras y buenas críticas- que he propuesto a las editoriales capitalinas Gente Nueva y Unión, y a las editoriales provinciales Oriente y Cauce han sido, hasta ahora, aceptados, y en muchos casos ni siquiera he recibido respuesta alguna. Todos mis intentos por publicar en las revistas nacionales artículos sobre literatura infantil -campo en el tengo cierto crédito internacional- se saldaron en completo fracaso. ¿Hemos de concluir que solo me otorgan su confianza mis antiguos amigos-paisanos de Villa Clara? No, puesto que algunos de mis cuentos han sido incluidos en antologías de Unión, Gente Nueva y Abril, y en el portal electrónico Papalotero, de la Biblioteca Nacional, mientras la comunicación que presenté en un Encuentro de literatura infantil de Sancti Spiritus fue uno de los trabajos incluidos en la selección El sueño y la luz (Ediciones Luminaria, 2006). Es poco en comparación con mis bibliografías española, francesa argentina.

No me detendré en las diversas iniciativas que he emprendido para evitar mi completa desaparición del panorama literario de mi país. Solo diré que he sido de una paciencia y perseverancia en las que pocos me reconocerían. Cada quien actúa según principios, condiciones y objetivos que a nadie es dado juzgar, y probablemente no son muchos los colegas expatriados que comparten mi postura; sin embargo, hay que ser ingenuo o hipócrita para afirmar que si pocos autores de Afuera han publicado en Cuba es simplemente por su falta de interés. El interés debería ser de ambas partes, pues si como acierta Reynaldo González, un escritor no debe renunciar a su público natural: sus compatriotas, tampoco un país debe renunciar a sus escritores naturales: los que han nacido bajo su cielo. Pero digo más: si el orgullo personal de un autor le impidiese andar insistiendo, el interés nacional dispensa de similar escrúpulo al representante de una editorial o publicación periódica cubana consciente no solo de la valía de un escritor emigrado, sino de la necesidad de reflejar la auténtica variedad de nuestras Letras. En este terreno hay que reconocerle a Enrique Pérez Díaz un par de antologías de cuentos infantiles donde se codean “tirios” y “troyanos”.

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Alguien dirá (ya me lo han dicho) que a mí realmente no me hace falta publicar en Cuba. Tengo el privilegio de haber publicado de manera continua y estable en varios países y lenguas, de vivir (modestamente) de mi obra, de haber recibido elogios y premios en lugares diversos, empezando por mi Francia adoptiva. En situación parecida o mejor se encuentran otros muchos escritores cubanos de la diáspora; pero la cuestión no está en la falta que pueda hacernos a nosotros el público original, sino la falta que le hacemos nosotros a los niños y adultos cubanos. Lo que me hace pasar por encima de otras consideraciones (y, con Elena Burke y Portillo de la Luz, “persistiré…”) es pensar que nosotros, los autores que tenemos la oportunidad de ser leídos bajo otros cielos, no debemos dejar solos a quienes solo pueden leer los libros que se publican bajo nuestro primer cielo.

Michael Hernández Miranda: Nada se ha avanzado en la superación de esas barreras. La publicación de los exiliados en Cuba sigue siendo una práctica excluyente y selectiva, que, como sabemos, es rigurosamente filtrada por oficinas y agentes alejados de lo cultural y cercanos a la omnipresente policía política. Que recuerde, y por poner un ejemplo, en la Isla hay sólo un par de concursos abiertos a los extranjeros, uno es el Casa de las Américas, un certamen gestionado para potenciar el turismo de revoluciones y la legitimidad que ello implica para el aparato cultural de La Habana; y el otro es el Julio Cortázar de cuento. Fuera de ellos, todos son cerrados al espectro insular.

Rolando Jorge: Es cierto. Se han venido publicando obras de escritores que están en el exilio que anteriormente ya publicaban en Cuba. Siguen siendo los mismos.

Santiago Méndez Alpízar (Chago): Cierto. Ya hay algunos creadores en Cuba a los que permiten hablar de escritores censurados en público.

Pero me gustaría agregar algo: mira, esto de que la literatura, cultura cubana es una solamente, eso nace en el exilio. Es una idea de defensa y preservación, según lo entiendo, ante la constante ausencia y negación del gobierno de los hermanos Castro a todo el que dejó la isla, se le opuso, opone, disiente.

Toda la literatura cubana puede ser una misma, una solamente. Pero sin embargo tiene la Literatura Cubana, una otra Literatura del Exilio, con sus singularidades y grandes exponentes, por supuesto. Un detalle de esta literatura del exilio, uno de ellos que en lo personal me hace mucha curiosidad, es que a la vez que se ha ido adaptando al nuevo medio, sobreviviendo en ejercicios, casi, siempre de memoria, conservando sabores y olores, casi, con tendencias museísticas, por lo obligatoriamente extenso del viaje, ha generado una -otra- literatura autóctona, casi siempre distante de la tradición o canon cubano. Pienso en autores nietos, bisnietos de cubanos que han nacido en otros países , y que no conocen más que los cuentos de casa y a los que ni remotamente les interesa nuestros asuntos. Esa literatura es un resultado de la literatura del exilio que es parte de la cultura cubana. Una especie de subproducto cubiche a la vez que autóctono mestizaje! Bueno, ahí lo dejo, esto para los estudiosos, yo solamente observo que la cultura cubana en el exilio también ha sido capaz de generar eso.

Entonces el tiempo puso en su sitio la evidencia, y cuando desde el discurso oficial isleño se asumió, siempre con mucha hipocresía, claro, y ahora se insiste en reconocer la redondez del globo, supongo que el exilio, o algunos del exilio, corrieron a distinguir aspectos singulares, particularidades o diferenciaciones y características únicas entre una literatura, cultura, creada fuera de su espacio natural, y otra en la diáspora, el exilio.

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En fin, ya esto no es importante, francamente no. Me refiero al debate, tendría que ser otro, y sobre todo, otros muchos, todos... No los que ya sabemos pueden hablar.

Waldo Pérez Cino: La verdad de esa afirmación empieza y termina en cada título concreto, en la práctica literaria de cada autor concreto, si la afirmación atañe a lo literario. Y si no atañe a lo literario, pues bueno, es tan cierto y tan irrelevante como que ni las gallinas ni los peces comen brócoli. Remitida a lo literario, a los textos, es cierta sólo en la medida en que cada vez más autores y obras pueden leerse sólo desentendiendo esa lectura del anclaje a lo meramente referencial o geográfico, sin que eso quiera decir que se lo soslaye u omita. Que no precisan de ese anclaje para ser leídos. Si se mira en términos estadísticos o panorámicos, sí, algo de eso hay. Lo cual, todo sea dicho, ni quita ni pone con relación a la literatura cubana. Hay algo de ocioso, de estéril en la afirmación misma, si no se la remite a lo que constituye esa literatura; si se queda como la constatación de que «algo» se está moviendo en las políticas de exclusión que han administrado durante décadas la circulación de los textos escritos por autores cubanos.

2.- ¿A qué razón atribuyes que exista (y sea mencionada varias veces por los panelistas) esa intolerancia hacia "la otra orilla" tanto dentro de los escritores cubanos de la isla como dentro de los escritores cubanos del exilio?

Antonio Álvarez Gil: Yo pienso que plantear el asunto en los términos de “intolerancia mutua” es un modo de desviar el centro de gravedad del debate y sacarlo del sitio en el que debería estar. No puede haber equidistancia entre esas “dos orillas” a las que se refieren con recurrencia en Cuba. Hay una sola orilla, con cientos de escritores que, con dignas excepciones, no se atreven a expresar lo que sienten. No pueden hacerlo, por mucho que traten de demostrarnos lo contrario. Enfrente no hay otra orilla, sino muchas, todo un mundo, el mundo real donde la gente vive y lucha sin padrinos ricos, donde nadie te premia con viajes ni casas ni coches ni puestos de ningún tipo. Si alguien te da una beca o un premio literario, será con toda seguridad porque tu obra o tu trabajo lo merecen. Y es muy poco probable que te exijan filiación política. Podría citar ejemplos de mi experiencia personal; pero no quiero hacerlo. En ese mundo, el mundo de verdad, hay que ganarse las cosas trabajando, fundamentalmente en la soledad de tu cubículo, que es donde se gesta la obra, con la lamparita de mesa encendida y el ronroneo del ordenador recordándote que esa pantalla debe ser llenada de palabras, y que espera por ti. Aquí la única ley que vale es la del esfuerzo constante; en esta “orilla” la vocación se pone a prueba cada día. Y dicho sea de paso, sin mecenas ni editores de izquierda que acudan al rescate de tu obra, como tantas veces han hecho los intelectuales europeos con los creadores de la Isla. En el mundo donde vivimos los escritores del exilio triunfa casi siempre aquel que, de un modo u otro, demuestra fuerzas para luchar, resistencia para llegar y confianza en sí mismo para sobreponerse a los múltiples reveses que lo desgastan en su camino de narrador o de poeta.

Alberto Lauro: A la ignorancia de un bando y de otro, lo cual es un fundamentalismo estúpido entre nosotros los cubanos. Pero esta idiotez parece endémica entre los humanoides... Rusia se perdió la obra de Mijail Bulgakov, Nina Berberova, Irène Némirosvki, Solshenitzen, Anna Ajmátova y Maria Stvetaieva por muchas décadas. Esta lista es inmensa de autores rusos. Nosotros los cubanos la

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de Dulce María Loynaz durante casi treinta años hasta que España vino a rescatarla con el Premio Cervantes... Y Chacón y Calvo murió en el olvido en Cuba. Y Félix B. Caignet. Y Lezama Lima. Y Virgilio Piñera... En fin, a la imbecilidad humana y al fanatismo que es una lepra humana al parecer incurable.

Arnoldo Tauler: Ampliando el punto anterior debo expresar que si alguna intolerancia existe entre la literatura del exilio y la de Cuba, hay que referirla no al que expresa su pensamiento con valentía y decoro, que es dueño de su palabra y de su pensamiento y no lo vende al oportunismo, al escritor libre dentro de una dictadura; sino al tolerante, al adulón, al comprometido con un régimen que le brinda las migajas de la sumisión y el vasallaje, y claro, la oportunidad de ver sus escritos en blanco y negro para consumo de su miserable ego.

La razón de esta intolerancia es de carácter democrático y humano. No se puede ser tolerante con quien es capaz de arrodillarse ante una banda de forajidos que han asaltado la República para beneficio propio y para masacrar a su pueblo.

Félix Luis Viera: A la incomprensión humana.

Jesús Hernández Cuéllar: La intolerancia hacia "la otra orilla", cualquiera de las dos, que hemos vivido durante muchas décadas, está estrechamente relacionada con el grado de radicalismo político que las esferas oficiales cubanas impusieron a la sociedad, inmediatamente después del triunfo revolucionario de 1959. Las palabras de Fidel Castro a los intelectuales cubanos en 1961 en la Biblioteca Nacional explican el fenómeno: "con la revolución todo, sin la revolución nada". Un elemento que fue fundamental para el encarcelamiento, aislamiento y censura del poeta Heberto Padilla en 1970, además de su poesía contestaria, fue su amistad con Guillermo Cabrera Infante, exiliado en Londres. Durante décadas, las nuevas generaciones no supieron que existía un extraordinario poeta cubano en España, llamado Gastón Baquero, o un extraodinario pintor cubano en Puerto Rico, llamado Cundo Bermúdez. O un extraordinario compositor de música dodecafónica en Estados Unidos, llamado Aurelio de la Vega. Todos estos escritores y artistas cubanos fueron borrados de la historia del arte y la literatura de Cuba. Con la censura y el radicalismo, vino también el miedo de muchos escritores cubanos de la isla. Nadie quería vivir las experiencias carcelarias de Padilla y de Reinaldo Arenas, ni siquiera la de los "parametrados" de los 70, como Pepe Triana, Antón Arrufat y otros tantos que pasaron largos años fuera del esquema oficial. La doble moral atrapó también a los escritores. Y todo esto se reflejó en la obra y en la conducta de mucha gente.

Joaquín Badajoz: No creo en intolerancias colectivas que no estén dictadas por el poder. Lo que llamamos intolerancia, que varía en grado según las personas, depende de la ceguera mental y la mediocridad. Ahora, cuando la intolerancia se convierte en política de estado ya estamos hablando de algo más serio que adquiere carácter colectivo. No creo por tanto que se pueda hablar de la intolerancia como una suma de intolerancias personales —de hecho, a mi personalmente me importa un bledo que ideología, credo religioso o filiación estética tenga alguien, siempre y cuando no pretenda imponérsela a los demás—. En mi caso no he sentido nunca intolerancia en un debate serio, atrincheramientos que partan de un principio de honestidad de criterios. Lo que sucede es que en el tema cubano —¿debería decir el

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problema cubano, sabiendo que efectivamente estamos frente a un problema?—, en algunos casos pesa más la filiación política que el desempeño intelectual. La intolerancia es esa máscara de bravuconería con que se disfrazan los cobardes, los que temen salirse de un guión que alguien ha escrito de antemano para que ellos interpreten. Mientras exista una política que nos desune —y los escritores sigamos el juego—, existirá “intolerancia” entre los que manejan las intrigas políticas y los más miserables, mezquinos y resentidos de ambas orillas. En el exilio existe, como en cualquier país “normal”, una descentralización institucional que permite una amplia gama de intereses y filiaciones, así que es prácticamente imposible decretar “la intolerancia”, como los “intercambios culturales” y los viajes continuos de artistas cubanos al “bastión del exilio” ponen de manifiesto; pero, en cuanto a Cuba, mientras la política sea un renglón para evaluar a un escritor o intelectual se seguirá generando un clima de intolerancia patentizado en regulaciones institucionales, libros prohibidos, autores censurados, diccionarios incompletos, estudios vetados. Entiendo que a veces existen razones bien concretas para alimentar animosidad o rencor, pero estamos hablando de la intolerancia como concepto, como marca sociológica o sicológica de un gremio total, el de los escritores dentro y fuera de Cuba. Me parece exagerado hablar de intolerancia entre escritores, entre hombres inteligentes que no sean rameras de algún concepto fundamentalista y excluyente. La intolerancia es un fenómeno reproducido por los ejecutores y creadores de políticas culturales. Esos son, a fin de cuentas, los únicos artífices y los máximos responsables del juego de la intolerancia.

Joel Franz Rosell: No creo que exista ni la sombra de una duda respecto a porqué la literatura cubana, a diferencia de la de otros países, donde las fronteras son meras circunscripciones administrativas, está dividida: la intolerancia político-ideológica y la tendencia a reducir la literatura a un vehículo de ideas es la única causa; todo lo demás son ingredientes secundarios o condimentos de una sopa amarga e indigesta. El escritor que se opone a la continuidad y/o proyecto del régimen político en vigor en Cuba, o del que se teme una manifestación en tal sentido, queda excluido de toda existencia literaria en su patria, sean cuales sean el valor literario y/o el signo ideológico de su(s) obra(s). Como en la otra banda nos publican empresas privadas (situadas en diversos países) y por tanto sin control centralizado “de arriba”, no puede pretenderse una situación equiparable; sin embargo, no le neguemos ninguna racionalidad a las suspicacias de la Isla: los escritores emigrados que temen ser considerados por “la Comunidad” amigos o “tibios” respecto al estado de cosas en Cuba, descartan cualquier posibilidad de ser asociados al panorama literario en el territorio que le vio nacer.

No me parece racional que en pleno siglo XXI se pueda considerar –en Cuba o en la Florida- que por el hecho de publicar en el otro lado, un autor se convierte automáticamente en seguidor, instrumento o vocero del susodicho. El escritor que así lo desee, puede militar contra el régimen castrista o a favor de la Revolución (como dirá cada bando) desde su obra literaria o desde fuera de ella, manifestarse públicamente o en privado, radicalmente o con circunspección y hasta con contradicciones. Nada de ello debería pesar en la decisión de publicar a dicho autor en un lado o en el otro (suponiendo que no hay más que dos lados, como si viviésemos en un mundo bidimensional como el de los viejos cartoons).

En cierta época, Cabrera Infante podía acusar de boicot a los medios culturales franceses de izquierda; la última vez que vino a Francia, pudo comprobar que ya no era tan así. Espero que más temprano que tarde en La Habana y en Miami (en Ciudad México y en Madrid, etc) se alcancen la madurez y la serenidad necesarias para superar extrapolaciones, y se acepte que un escritor, independientemente de su obra, pueda expresar, con franqueza aunque con respeto para su anfitrión

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(editorial, revista o evento), su desacuerdo con determinada conducción política… sin que la cosa acabe en riña, en trifulca (¿en qué? pregunta el sordo… y concluye: ¡Ah, entonces no era tan niña!).

Mientras las comunidades emigradas más coherentes, fuertes y radicales no admitan “en el seno de la cultura cubana libre” al escritor que “se vende” al Castrismo (pudiendo ensalzar al autor de un libro que pierde trascendencia estética en su obsesión por ajustar cuentas… con injusticias que pueden ser flagrantes) y mientras la literatura sea tratada como una cuestión de Estado y como un instrumento político (negándole honradez y calidad literaria a quien no suscriba la llamada -con mayúscula proselitista y no ortográfica- Revolución), la tolerancia respecto a opiniones discordantes será imposible (decía Máximo Gómez: “el cubano, cuando no llega; se pasa”) y nuestra literatura, como nuestra Nación, seguirá escindida.

Pero que el árbol no nos impida ver el bosque y las pícaras ardillitas que viven en sus ramas. En los años de más intensa emigración no faltó en Cuba quien supiera aprovechar el lugar dejado vacante para instalarse, y este protagonista precario no ve con buenos ojos al que no “se janeó” los peores años del Período Especial y ahora vendría a disputarle su lugarcito al sol. Que los emigrados tengamos nuestro propio saco de miserias no impide que, cuando viajamos a Cuba, los que se quedaron se sientan inclinados a culparnos de no haber sufrido lo que ellos, como si en lugar de víctimas diferentes fuésemos un órgano vital del victimario común.

Para decirlo claramente: no es solo la Institución sino algunos de sus componentes aislados los que pueden revelarse peores enemigos de la reconciliación literaria cubana.

Michael Hernández Miranda: El tópico de esa "intolerancia" entre escritores es relativo. El exilio no es homogéneo, como sabemos. Hay autores que no permiten la edición de sus libros mientras estén estos militares en el poder. Otros piensan que puede obviarse ese impedimento y que los lectores cubanos al fin y al cabo pueden tener acceso a otra voz, lo cual redundaría en beneficio mutuo. Tampoco entre los autores que residen en la Isla hay homogeneidad. Muchos piensan que al final un libro se publica y nadie lo ve, como se sabe que ha sucedido y sigue sucediendo. Si alguna intolerancia existe es resultado del estado de cosas que impera en Cuba, donde un puñado de generales y muy pocos doctores han acaparado las decisiones incluso sobre qué se publica, qué circula y qué no, han hecho su particular "índex" y si bien luego del caos pos-Muro y la llegada de Abel Prieto al Ministerio se intentó airear un poco el discurso (permisos de residencia en el exterior, premios nacionales a los parametrados, edición de libros de Lydia Cabrera -El Monte-, Severo Sarduy -De dónde son los cantantes-, Gastón Baquero -La patria sonora de los frutos-, libros sobre el propio Gastón como el Premio Uneac de Walfrido Dorta y el Premio Carpentier de Duanel Díaz sobre Jorge Mañach y otros que olvido), la realidad es que se sigue censurando, excluyendo y encarcelando por motivos de opinión. Y ese es un hecho que conocen desde Leonardo Padura y Reynaldo González hasta la muchacha que hizo preguntas en el video del debate en la Uneac. De sobra es conocido que para vivir en Cuba bajo una dictadura la mayoría ha interiorizado que hay que pagar peaje, es decir, callar, jugar con la cadena sin mencionar el nombre del mono, rebajarte a la condición de testigo mudo. Desgraciadamente otros van mucho más allá y escriben/difunden vergonzosas manifestaciones de humillación y pusilanimidad que condena a sus autores al más incorruptible olvido.

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Rolando Jorge: Esa intolerancia existe porque hay muchas heridas en los que huyeron y una gran posición acomodaticia dentro de la mediocridad en los de adentro. Actitudes irreconciliables.

Santiago Méndez Alpízar (Chago): Por supuesto hay una muy variada diversidad de gusanos, ya somos muchos los que vivimos fuera de la isla: los hay históricos, historiadores, deportistas, comandantes, ingenieros, matemáticos, revolucionarios, comunistas, policías, liberales, doctores, diletantes, super star,...ceñir la intolerancia de unos cuantos histéricos a una totalidad de la diáspora no es serio, aunque sí ha sido y sigue siendo rentable. Lo otro sería continuar en eternas acusaciones que terminan en las mismas comparaciones; allá son más que aquí y viceversa...La vida ha demostrado que el exilio ha sido no solamente el tonto útil de ambos bandos. Y me refiero a la mayoría de familias, cubanos que constantemente y pese a dificultades, siempre, y digo siempre, han estado ayudando a los que dejaron en el país. Alrededor de mil millones de dólares llegan desde la intolerancia, han estado llegando anualmente para contribuir al desarrollo de la dictadura, a conciencia pues nadie obliga al envío de remesas, más bien siempre las obstaculizan. No estoy seguro, pero sin el soporte que es el exilio, en muchos sentidos, no solamente en el económico, el gobierno de los Castro Brother no hubiera podido tener una vida tan larga...

Estoy convencido que el día que los cubanos podamos entrar y salir libremente del país, todas estas supuestas intolerancia s, tantas veces -siniestramente- útiles para muchos, serán apenas perceptibles.

Waldo Pérez Cino: Las razones son diversas, en abanico que incluye desde las más circunstanciales, triviales a veces, hasta otras muchas más de fondo. Pero lo que las recorre todas, pienso, es la creencia, por lo general compartida por los de adentro y los de fuera, de que el otro lado no puede –no es capaz, simplemente–, de entender o leer o pensar o narrar la realidad cubana, y que no puede precisamente por aquello que lo constituye como lado, es decir, justo por estar «dentro» o «fuera». Por supuesto, esas posiciones simétricas de dentro y de fuera, ambas ancladas a una concepción de la literatura como discurso, vendrían a hacer de la literatura cubana una imposibilidad técnica; no la podrían escribir –ni leer– los de adentro, justo por estar dentro, condicionados por la falta de libertades, rehenes del complejo entramado de una circunstancia social o política que les impediría toda objetividad; no podrían escribirla –o leerla– tampoco los de afuera, justo por estar fuera, condicionados por su condición escindida de exilados, por la lejanía y el desconocimiento sobre el terreno de una realidad a diario cambiante.

Bajo ambas posiciones se esconde un absurdo raigal: que ser cubano –condición ineludible para estar dentro o fuera en esta peculiar acepción– impide escribir o leer la literatura cubana. En lo que tiene de paradójico el fenómeno –es absurdo, no conduce a ninguna parte, pero no deja de haber cierta verdad en ambas posiciones, a la que ambas «orillas» se aferran y dan prioridad cuando leen a la otra– se cifra buena parte, si no toda, de la imposibilidad cubana. Y en ésas estamos.

3.- Reynaldo González, ante la pregunta de que ¿por qué no se invitan escritores cubanos del exilio a la isla? dijo, entre otras cosas, que "si tuviéramos empezar a invitarlos, no es así", "la patria es esta...", reduciendo el asunto a que los escritores que viven fuera tienen primero que manifestar el interés de ir y publicar en su "público natural": Cuba. Padura, entretanto, dice

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que, más importante que traer a un autor es que sus libros circulen en la isla. Ambos, en diversos momentos, insistieron en que la literatura va más allá de posiciones políticas distintas y aseguraron que, entre todos los exponentes de la cultura del país, existe una voluntad de unir ambas orillas. Subrayo la frase porque deja la pelota en terreno del exilio. ¿Qué dirías sobre este tema?

Antonio Álvarez Gil: La frase “todos los exponentes de la cultura del país” me suena en extremo presuntuosa. No imagino, francamente, quién puede decidir los nombres de los candidatos a cruzar los puentes. Sí sé, en cambio, que habrá guardianes a la entrada de estos, vigilantes celosos pidiendo documentación, exigiendo fidelidades a “la patria”, certificando tu pertenencia a la “cepa”. Por otra parte, la fábula sobre la “voluntad de unir orillas” es algo que se repite cada cierto tiempo, como los ciclones que surcan los mares tropicales o las olas de frío siberiano que asolan buena parte de Europa. Si de verdad esos funcionarios –o autoridades- quisieran que nuestras obras se leyeran en Cuba, no tienen más que dirigirse a las editoriales que producen los libros y comprar algunos para ponerlos a la venta en el país. Podrían hacerlo, aunque fuera en las tiendas de moneda fuerte; podrían vendérselos a los turistas que buscan algo para leer, o a los europeos o norteamericanos que llegan continuamente a Cuba preguntando por los escritores cubanos (¿somos o no somos?) para promoverlos en sus países respectivos. Y para que nos conozcan mejor –según se infiere de las palabras del panel, no es fácil recordar nuestros nombres- podrían divulgar en la prensa cubana las noticias de nuestros premios, publicaciones y demás triunfos literarios, de todo eso que nos ocurre fuera de la patria y lejos del lector cubano. Y, por supuesto, no olvidarse de incluir en ellas algunas líneas sobre los contenidos de nuestros libros. Sería, por cierto, un buen modo de mantener actualizado a ese “público natural”, al que se refieren ellos. El día en que veamos algo de eso podremos hablar de voluntad de recuperar a escritores vivos, de ver como un ente único el corpus de la literatura cubana actual. Mientras eso no ocurra, pienso que es inútil tratar de instrumentar cualquier debate serio sobre el tema. Alberto Lauro: Si esto es cierto -que hay motivos para dudarlo- hay que reenviar los restos de los poetas José Mario, David Lago, Amando Fernández, José Ángel Buesa y tantos que han fallecido fuera, que lo que deseaban era descansar en Cuba. Al poeta exiliado Jesús Barquet le han publicado un libro de poemas en La Habana. Ojalá este gesto no sea excepcional. ¿Por qué no hacen un encuentro de escritores cubanos exiliados en La Habana como ya se hizo en Suecia o en España? Que publiquen en Cuba la antología de poetas cubanos de Cuba y que viven fuera de Cuba editada por Felipe Lázaro y Vladimir Zamora en Editorial Betania de Madrid. Creo en la buena intención de Reynaldo González y de Leonardo Padura. Pero no puedo dejar de recordar a la cantante italiana Mina con su canción "Parole, parole"... Demasiadas son las palabras y lo que cuentan son los hechos... Perdonen mi poco optimismo. Como Santo Tomás, ver para creer... Arnoldo Tauler: Resulta risiblemente irónica la propuesta de que los escritores del exilio deben ir a la Isla para publicar ante su "público natural". Me pregunto: ¿el régimen cubano permitiría que en Cuba se publique lo que los escritores del exilio escriben? No me hagan reír. Ni siquiera dejan entrar los libros ya publicados y que, claro, según ellos constituyen una amenaza para la estabilidad del régimen dictatorial.

Para unir las denominadas "dos orillas", idea muy positiva, no hay que secar el estrecho de la Florida, sino acabar de sacar del poder a la dictadura que

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las separa con un mar de sangre, torturas, fracasos económicos y el total desconocimiento de los derechos humanos.

Aunque, entre nosotros, la literatura digna, la rebelde, la humana de la Isla y la de los cubanos exilados en todo el mundo, extienden sus raíces por debajo de océanos y continentes para unirse en un abrazo de hermandad intelectual que nada ni nadie puede evitar y en el que prevalece un principio de extraordinario valor: la dignidad cubana.

Félix Luis Viera: Sí, la patria es aquella, pero no porque así lo queremos estamos lejos de ella. El “público natural” nos lo quitaron. Del régimen depende que logremos recuperarlo. Sé de no pocos escritores que estarían dispuestos a ir a Cuba a presentar sus libros, editados allá, y que renunciarían si fuera preciso a los honorarios por derechos del autor. O que, si bien no pudiesen ir a la Isla, estarían de acuerdo con que sus libros circulasen allá, y renunciarían a las ganancias de las ventas. Ahí les dejo la bola en su terreno.

“La literatura va más allá de posiciones políticas”... Esto debería decirlo el régimen existente en la Isla, y aplicarlo. Pero no es tan así, toda literatura es política. Si no, pregúntenle a Víctor Hugo, Tolstoi, Bécquer, Walt Withman, Carlos Montenegro, Enrique Serpa, Labrador Ruiz. Hasta la obra de Julio Verne, un gran escritor de libros “mansos”, es política, si no, lean la crítica al centralismo en Los quinientos millones de la begún.

Y para finalizar y para adelantarme a las objeciones: he utilizado con todo propósito el término “régimen” en las respuestas, porque mientras a mí me sigan llamando “gusano”, “vendepatria”, “pro imperialista”, “apátrida”, etc., no me voy a referir al orden establecido en Cuba como “Gobierno” ni a quienes lo dirigen como “Presidente”, “General”, etc.

Jesús Hernández Cuéllar: Es alentador que González y Padura insistan en que la literatura va más allá de las posiciones políticas, y de que haya una voluntad de unir ambas orillas. Así debe ser, así funciona el mundo normal. El punto es que las visas de entrada y las condiciones para visitar Cuba, no las dan, ni las ponen los escritores. La Seguridad del Estado y otros organismos oficiales deciden todavía quién puede entrar en Cuba y cómo debe comportarse el visitante en términos políticos. Esto es lo desalentador. Ningún ciudadano del mundo libre tiene que pedir permiso para entrar en su país. Su país es su casa. Pero Cuba es diferente. Me entristece pensar que los escritores cubanos, sin importar "orillas", simplemente los escritores cubanos, la literatura cubana, hayan estado a merced de los vientos huracanados de la política por tanto tiempo. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez por qué no tenemos un premio Nobel de Literatura, de ninguna "orilla"? Y me deprime pensar que quienes otorgan las visas de entrada y vigilan a los visitantes, son los mismos que organizan los peligrosos actos de hostigamiento político contra las Damas de Blanco, ganadoras del Premio Sajarov del Parlamento Europeo, y contra una figura como Yoani Sánchez, ganadora de múltiples premios internacionales y una de las 100 figuras más influyentes de 2009, según la revista Time.

Joaquín Badajoz: Es bien simple. No se puede hablar a estas alturas de un exilio monolítico, sino de una suma de cosmovisiones. Así que la pelota está en una cancha amplia y a veces ajena. No dudo de la voluntad personal de ciertos autores de “unir ambas orillas”, pero como diría un viejo comentarista deportivo, la bola está ensalivada. En primer lugar, la patria es una entelequia que siempre responde

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a la ideología en el poder. Demostrar una voluntad anticipada de volver es aceptar de antemano que estás dispuesto a hacer ciertas concesiones con esos poderes. Una invitación es otra cosa. Se traduce, en mi estrecho cerebro protocolar de conservador de centro derecha, en el respeto al invitado. Como se dice en Estados Unidos, cuando uno invita acepta “the whole package”, con todos sus encantos y sus lastres. Una invitación, cuando es honesta, nunca viene acompañada de condiciones. Hay un riesgo calculado, por supuesto, pero al mismo tiempo una distancia intelectual y una voluntad emocional. Cuando uno se (auto)invita, aunque tenga el derecho natural de regresar a su país, cambian las perspectivas. Sobre todo porque ese derecho natural de regresar a tu país no está aún resuelto y por otro lado porque tú patria puede ser una suma de geografías dispersas. Hay muchas circunstancias de la política migratoria cubana que niegan en principio este asunto de que “la patria es esta” o “es de todos”. Antes de aceptar esa perogrullada tendría que existir una reforma migratoria total. La patria será aquella, pero hasta hoy unos son más cubanos que otros, incluso dentro de los ridículos estatus migratorios que tienen los emigrantes. Por otro lado, ¿cómo pueden preparar foros de intelectuales de izquierda para que aplaudan a la revolución y no facilitar un intercambio entre autores cubanos de diferentes ideologías? Porque aún les interesa más la política que la nación, cortejar acólitos que resolver los problemas de una nación fracturada por el exilio. Aún los que viven fuera de Cuba siguen siendo “extraños” o son “recuperados” simbólicamente al margen de la cultura nacional. A mí me salta dentro de ese comentario la vieja perspectiva de que invitar a un autor exiliado sigue siendo como convidar al enemigo a cenar en casa. Esa sí es una barrera que hay que eliminar. Y en ese aspecto los exiliados políticos a veces hemos sido más generosos. Que un autor aséptico decida viajar a La Habana, luego de negociar las condiciones de su presencia en la isla, no es señal de nada. Ni siquiera es un acercamiento con la gran literatura del exilio. Pero lo curioso es que no sé a qué le temen: los escritores no tumban revoluciones, ¿o sí?

Joel Franz Rosell: Pese a una posición un poco más franca, Padura yerra al pretender que lo que importa es publicar nuestros libros y no invitarnos a la FILH (y a otros eventos literarios en el territorio nacional) puesto que ambas cosas son una en la vida literaria cubana actual. ¡Como si alguien ignorase que hoy todos los libros insulares se publican para la Feria y que libro que no se presente en ella es libro muerto, y su autor un espectro! Por supuesto que hay que publicarnos, pero también han de dejarnos subir a la palestra (ocasiones he tenido de ver cómo escamoteaban la silla desde la cual tenía yo derecho a ventilar mi libro, y que me había sido prometida… ¿en un momento de debilidad?). Pero ¿qué responsable literario de la Isla corre el riesgo de quitarle el cascabel al gato? Nuestro eventual anfitrión se vería obligado a pagar por las declaraciones incómodas que pudiésemos hacer (y que nos serían también descontadas del permiso a volver a visitar el país aunque solo fuese como simple cubano-residente-en-el-exterior).

Por otra parte, ¿por qué los escritores emigrados deberíamos aceptar en la patria un tratamiento diferente al que reciben los escritores residentes en Cuba que sí son invitados a toda clase de eventos en otros países? Si de vez en cuando los organizadores de esos eventos evitan, por iniciativa propia o por presiones de La Habana, convertir una mesa en bello ejemplo de unidad y lucha de contrarios, también he tenido la ocasión de compartir evento con compatriotas de cuyas ideas disiento y hasta de ver al propio Padura junto a paisanos-colegas de otra opinión política sin que nadie se ofendiera ni se autocensurase… en demasía.

Es obvio que Cuba, más que cualquier otro país, tiene la obligación de invitar, publicar y estudiar a sus escritores emigrados. Si nadie puede negar que la

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Emigración es un componente esencial de la realidad cubana contemporánea desde el punto de vista demográfico o económico, ¿cómo pretender que la literatura en emigración no sea un componente esencial de la cultura cubana posterior a 1959? Incluso aquellos que disponen, como en Estados Unidos, México o España, de un grupo numeroso de colegas cubanos y hasta de cierto “público”, no pueden prescindir de la escena insular; como dicha escena no puede autorizarse el despilfarro de prescindir de parte tan notable y complementaria de su cuerpo intelectual… aunque no sea más que porque muchos libros que se estrenan en el exterior fueron concebidos en Cuba poco antes (¿Cuál es la diferencia entre un cubano de Cuba y un cubano de Afuera? Que el cubano de afuera ya se fue). Algunos escritores, funcionarios y escritores-funcionarios podrían coger la opinión de Padura por las hojas y aceptar que nos publiquen (a algunos), pero no nos inviten a palestras prestigiosas como la Feria del Libro o programas de televisión. Saben que esto implicaría, a la larga, la cuestión de porqué los escritores emigrados no somos tenidos en cuenta por la crítica y las autoridades culturales, y ningún residente en el exterior ha recibido el Premio de la Crítica y mucho menos el Premio Nacional de Literatura. Si acaso nos dan “premios de consolación”; como cierta escritora cuya novela -publicada en la Isla- fue finalista del Premio de la Crítica o, como este servidor, que ha visto seis de sus libros (solo uno de ellos publicado en Cuba) recompensados con el imperceptible Premio La Rosa Blanca de la Sección de Literatura Infantil de la UNEAC. Por supuesto, tanto la escritora que no nombro como el abajo firmante viajamos a menudo a Cuba y no decimos cosas demasiado incómodas en momentos o lugares inoportunos. La falta de recursos materiales es una buena excusa. Es comprensible que Cuba no nos abone derechos de autor en moneda convertible; que no nos paguen pasajes de avión, hotel y restaurante en caso de una eventual invitación oficial a eventos prestigiosos; pero eso no nos hace percibir aún más la presencia de intelectuales extranjeros, en su mayoría latinoamericanos (los que integran cada año el premio Casa de las Américas, por poner un ejemplo). Tengo entendido que en los últimos años (de crisis) esos “invitados” corren con la casi totalidad de sus gastos. Pero tanto hoy como en tiempos de bonanza la mayoría de esos escritores han compensado su estancia en la Isla con la moneda de la solidaridad y/o de la reciprocidad que ha permitido a tanto residente en Cuba –escritor con obra o mero “culturoso”- ser calurosamente acogido y/o publicado allende nuestras fronteras. ... En fin, que junto a tanta gloriosa bandera ondea, en las dos bordas de nuestro común barco, no poco trapo sucio. Bien haríamos en arriar algunos estandartes y conversar como civilizados. Dije arriar estandartes, no arriar conciencias y corazones. Todo el que ha sido herido profundamente, todo el que considera que su lucha no puede ser librada sino en la cruda trinchera, tiene el derecho y hasta el deber de mantener su posición. Pero alguien debe ir a la mesa de negociaciones. Como la economía, terreno en el que el presidente Castro (Raúl) se muestra dispuesto a empezar la apertura, la literatura puede servir de “tierra de nadie”, es decir, de tierra de todos en la cual sembrar la Cuba reunificada del futuro. Michael Hernández Miranda: La pelota nunca ha estado en terreno del exilio. Lo creo hoy que vivo en Texas y lo creía firmemente cuando vivía en la calle Carralero en Holguín, muy cerca de mis grandes amigos los narradores y poetas Rafael Vilches y Juan Isidro Siam, escritores cubanos que han sido víctimas en algún momento de la censura más despiadada. O mi hermano del alma Luis Felipe Rojas, poeta y periodista independiente, varias veces encarcelado y golpeado por la policía en presencia incluso de sus dos hijos pequeños. Es decisión de un gobierno desideologizar/descentralizar la toma de decisiones en materia editorial y no poner

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trabas a la libre circulación de las novelas de Cabrera Infante y Arenas, a los libros de Lorenzo García Vega, a los volúmenes historiográficos y memorias que van desde las de Hubert Matos (Cómo llegó la noche) hasta las de Fausto Canel (Ni tiempo para pedir auxilio) y de tantos otros que han muerto en el exilio y que morirán sin que sus libros lleguen a sus destinatarios esenciales. Estoy absolutamente seguro que cuando el discurso de fondo cambie, ese que continúa intacto por parte de los gobernantes cubanos que execra a los exiliados aunque sepan que son nuestros dineros los que sostienen aquello, y sea verificable una transformación radical de la tradicional actitud revanchista y chantajista que hasta ahora mantienen por orientación expresa de quienes ocupan las pulcras oficinas del Palacio de la Revolución, los escritores del exilio sabrán que el momento del regreso de sus libros al país natal ha definitivamente llegado. Rolando Jorge: Estoy de acuerdo con Padura, la obra es lo importante, que circulen los libros. Cuando no se podía leer a Kafka en su país, nosotros lo leíamos en Cuba. No creo que exista por parte de las autoridades y los intelectuales de la UNEAC voluntad alguna de unir ambas orillas. Sencillamente manipulan, espigan y tergiversan porque temen. Santiago Méndez Alpízar (Chago): ¿No tienen que ser invitados los cubanos que en Cuba viven para viajar al extranjero? ¿Qué tiene de extraño que el Ministerio de Cultura de un país invite a determinados creadores suyos a participar en una Feria, o lo que fuere? ¿No realizan estas funciones los gobiernos? Sería, además, un gesto de buena voluntad, una manera real de establecer un puente sobre la sangrante diferencia que ya nos cunde por más de medio siglo. Hay que aprender a domar la soberbia, calmar los egos. Esto lo saben muy bien los tres panelistas de la UNEAC, y nosotros también. Con relación al otro aspecto de la pregunta, por supuesto que es muy bueno que se publique, no solamente la obra de los cubanos, toda la literatura prohibida que importa y a la que no tiene acceso el lector isleño. Igual de importante es que pueda llegar el autor con su obra, o la obra con el autor, como prefieras. Digo que si se sigue negando la entrada al país a determinados creadores y a la vez publican su obra, entonces estaríamos alimentando una doble moral, una manera insana de curar el asunto. Tiene que existir naturalmente el derecho a regresar al país de uno, aunque luego se haga uso de otro derecho; no ir.

Waldo Pérez Cino: Que no hay pelota, ni política o estrategia cultural, del tipo que sea, que pueda arreglar lo que tendría que arreglarse solo. Y de hecho es lo que irá pasando, o está pasando ya. Quiero decir: que cualquier evolución en la manera en que se lee y circula la literatura cubana de ambas partes siempre deberá más a esa literatura, a lo que sea esa literatura en tanto obra, que a los buenos o malos propósitos de cualquiera. De más está decir que sería la mar de saludable eliminar trabas, abrir lo más posible lo que se pueda, instalar un espacio de cordialidad donde no lo ha habido, etcétera. Y eso, socialmente, políticamente, vendría muy bien. Pero sería precisamente eso, no más pero tampoco menos: un espacio de tolerancia cívica. Y de lo que se trata es del sentido que los textos, que la propia literatura, consigan imponer como necesario, como entidad que por sí misma precisa ser leída, comentada, realizada, más allá de tal o más cual orilla. Pensar que eso pueda ocurrir por voluntad política, o sustituir el problema de lo que sean en sí mismos los textos por esa voluntad política es mera ortopedia, me parece a mí. Saludable, sí, cómo no, pero ortopedia al fin y al cabo.

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OTROS ESCRITORES OPINAN: El desmonte del comunismo cubano

Alberto Müller

l debate en la UNEAC sobre intolerancias y cismas culturales en ambas orillas –la Isla y el Exilio- definitivamente fue tardío, pero no deja de tener aspectos

positivos. No siempre llegar tarde a un lugar hay que definirlo como una insinuación de Satanás.

Lástima que el encuentro no se haya efectuado en Estado de SATS o en otros escenarios más relajantes y menos comprometidos con la intolerancia oficial de más de medio siglo. Pero como diría el refranero popular, ‘del lobo un pelo’.

Los regímenes totalitarios comunistas -‘dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada’- generalmente tienen un desmonte lento. Al menos así lo muestra la historia del siglo XX con la desaparición de la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín y el fin del comunismo en toda Europa del Este.

Y este panel de Senel, González y Padura en la UNEAC hay que verlo como parte de ese desmonte del comunismo cubano que, se va expresando en lo cultural con El hombre que amaba a los perros y en un film tan admirable y apabullante como ‘Madagascar’.

También en lo económico ese desmonte se palpa con la entrada en la escena productiva de la iniciativa privada, llamada eufemísticamente ‘cuenta propismo’; y en lo religioso, por destacar solo tres aspectos, el que la imagen mambisa de la Virgen de la Caridad haya recorrido toda Cuba recibiendo muestras multitudinarias de devoción y fe popular, en preparación a la conmemoración de los 400 años de su hallazgo en la Bahía de Nipe y a la visita de su Santidad Benedicto XVI próximamente a Cuba.

Por supuesto, que hubiese sido mejor que en el panel sobre las dos orillas en la UNEAC, hubiesen estado conjuntamente otros exponentes, como Yoani Sánchez, Antonio José Ponte, Orlando Luis Pardo, Manuel Ramy, Uva de Aragón, Dimas Castellanos y Carlos Alberto Montaner, entre otros.

Confiemos que pronto llegaremos a ese cruce dialéctico del desmonte, en donde todos puedan opinar y viajar sin cortapisas ni miedos íntimos. Entonces todos, unos y otros, de adentro y de afuera, de izquierdas y derechas, liberales, democristianos y marxistas, disfrutarán de la libertad plena.

***** ¿Podríamos?

Ihosvany Hernández

Cuáles son los autores cubanos de "afuera" que hoy se publican "adentro"? ¿Y cuáles son los que viven dentro pero que sólo se le publican fuera? ¿Significará

E

¿

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que, a raíz del debate en la Uneac sobre literatura cubana habrá dentro tolerancia hacia todo tipo de obra creada por los de afuera, es decir, por los que desde años, décadas, radican en el exilio, y en él permanecen creando.

Han transcurrido muchos años. Muchos han muerto en su dolor y hasta en su olvido (Heberto Padilla, Gastón Baquero, Reinaldo Arenas). Pero mi opinión es en general. Aunque ahora mismo por mi cabeza corren varios nombres, tanto de escritores fallecidos o vivos, cuya obra, desgraciadamente, es desconocida por los cubanos de dentro.

Hoy me pregunto si podríamos juntarnos en nombre de la razón, la verdad, la obra, la literatura, la vida misma que nace cada día. ¿Se podría gozar de un reconocimiento sin límites ni censura ni prohibiciones ni objeciones?

Pero, ¿y el pasado?, ¿cómo se solucionan los problemas, las penitencias dadas atrás y que dejaron una innegable surco de antipatías, odios, enemistades? ¿Habrá manera, cura, forma, de sanar heridas que han permanecido abiertas durante décadas?

Pienso ahora en un padre, o una madre, que manda al hijo o a la hija a vivir en la calle, que se largue de la casa a cause de alguna insatisfacción familiar. Pero al cabo de los años se percata aquel padre o madre, que ha perdido lo más valioso de su vida: el hijo o la hija. Y le solicita que regrese de vuelta, que le tiende la cama para que duerma en paz y hasta le sirve una cena con una sonrisa de oreja a oreja como si "aquí no ha pasado nada". ¿Cómo sonreírle nuevamente al padre o a la madre que intenta enmendar el daño después de tanto tiempo de rechazo e ignorancia? ¿Se solucionará el asunto de la noche a la mañana? ¿Cuánto costará el regreso a casa? ¿Podríamos sentarnos juntos a la mesa y pedirnos disculpas unos a los otros por el daño hecho? ¿Podría ser? ¿Podría hacerse? ¿Podría olvidarse el sufrimiento, los años pasados fuera, en la calle, quiero decir, debajo de cualquier puente, cuando en la casa no se acordaban ya del expulsado? ¿Podríamos aceptar al amigo que nos hizo una mala jugada? ¿Podríamos perdonarle o olvidar su golpe bajo?

Podríamos intentar la reconciliación. ¿Sería todo posible si se quiere? Podríamos, se podría lograr un debate democrático que ayude a liar las partes, a dialogar sobre el pasado, el presente y el futuro de nuestra literatura, admitiendo, la pluralidad. Pero bien podría de adentro hacia fuera, como un ejercicio de actuación, como los actores montan un personaje, para que sea creíble y auténtica la puesta en escena Desde bien adentro, hacia fuera, admitiendo que no hay por qué ser idénticos, iguales, porque pensamos y existimos --y escribimos-- sobre la realidad que nos ha limitado, y nos ha dividido.

***** El afiebrado reclamo de la nostalgia

José Lorenzo Fuentes

uando se menciona el tema de la literatura cubana de "adentro" y de "afuera", y de la imperiosa necesidad de derribar las barreras entre los que escriben en la

Isla y fuera de ella, vale la pena de hacer un poco de historia.

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En 1996, durante la semana del 29 de enero al 6 de febrero, se efectuó en Madrid, en las sedes de Casa de América y la Universidad Complutense, el evento "La Isla Entera", al que fuimos invitados varios escritores cubanos de las dos riberas, que desde años no habíamos vuelto a vernos las caras.

Auspiciado por la Secretaría de Estado para la Cooperación Internacional y para Iberoamérica, del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, el encuentro debía servir para establecer un necesario diálogo abierto. Sin embargo, aquel que fue acaso el primer intento de acercamiento, lamentablemente se frustró. De modo que desde esa fecha, debieron haberse establecido lazos de interés común, para mayor riqueza de la literatura como parte esencial de la historia.

Leonardo Padura declaró hace poco que más importante que invitar a Cuba a los escritores del exilio sería facilitar que sus libros circulen en la Isla. Opino como él. Sería el primer paso para que los que vivimos alejados de las costas cubanas, empezáramos de nuevo a ser leídos por quienes deben ser los primeros en acercarse a nuestros textos -novelas, cuentos o poemas- escritos al afiebrado reclamo de la nostalgia.

***** ¿La isla entera en el 2012

José Prats Sariol

ace nada menos que diecisiete largos años, entre el 21 y el 25 de noviembre de 1994, se celebraron en Madrid las Jornadas de Poesía Cubana: La Isla

Entera. Los asistentes fuimos alojados en la Residencia de Estudiantes y un hotel cercano. Las jugosas sesiones se efctuaron en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid (mañanas) y en la Casa de América (tarde y noche). Participamos veinticuatro escritores cubanos (doce de dentro y doce de fuera). De los que entonces vivíamos en la isla, estuvimos: Guillermo Rodríguez Rivera, Rafael Alcides, José Prats Sariol, Cleva Solís, Jorge Luis Arcos, Efraín Rodríguez Rivera, Pablo Armando Fernández, César López, Delfín Prats, Reina María Rodríguez, Enrique Saínz y Bladimir Zamora. Del exilio: Manuel Díaz Martínez, Felipe Lázaro, Alberto Lauro, Mario Parajón, Gastón Baquero, Orlando Rossardi, Heberto Padilla, Pío E. Serrano, José Kozer, José Triana, Nivaria Tejera y León de la Hoz. El fraternal evento fue organizado por la Secretaría de Estado para la Cooperación Internacional y para Iberoamerica (Ministerio de Asuntos Exteriores español).

El 19 de noviembre aún no sabíamos si el gobierno nos daría el permiso de salida. Varias presiones "bajadas " del "cielo ideológico" revoloteaban en el ambiente. Algunos de los que íbamos tenían más informaciones que otros. Sin previo aviso, la mañana del 19 de noviembre se me aparecieron en casa el presidente de la Asociación de Escritores de la UNEAC (Francisco López Sacha) y la miembro del Ejecutivo (Marilyn Bobes). Recibieron el encargo de Abel Prieto y de Carlos Martí de visitarnos, convencernos de renunciar al viaje, al encuentro. Por supuesto, me negué a aceptar aquel acto de sectarismo, aquella ofensa a la cultura cubana. Decenas de llamadas telefónicas se cruzaban entre Madrid y La Habana. Presiones desde Madrid y algunas voces infuyentes dentro de la nomenklatura, consiguieron que por fin nos dejaran ir. Aún la mañana del vuelo estuvimos visando los recién otorgados pasaportes en el Consulado español...

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Antes de la Isla Entera se había celebrado un pequeño encuentro en la Universidad de Bergen (aún hoy poco divulgado), al que asistí, y el de Estocolmo, con escritores de las llamadas "dos orillas".

De nuevo: ¿Es verosímil la "buena fe" de que en el 2012, precisamente antes de la visita del Papa, se autorice que tres escritores hablen en la UNEAC de los exiliados, de la necesidad de observar la cultura cubana sin escisiones o fronteras ideológicas o políticas? ¿Por qué dejarse manipular por un extemporáneo lugar común? ¿Acaso los "ponentes" ignoraban los antecedentes malogrados, aplastados por un sectarismo consustancial al Poder? ¿Por qué otorgarle al gobierno y al único partido la representatividad de la cultura cubana?

No hay el menor acto de valentía en esa reunión. Lo que parece sobrar, por parte de las autoridades que lo organizaron, es socarronería, picaresca, estafa.

Quizás uno de los insalvables problemas de la Cuba actual sea la falta de credibilidad, porque, ¿cómo a estas alturas creerle a los mismos que despedazaron la familia cubana? La crisis de credibilidad exige cambios reales, sin edulcoraciones ni aceptaciones de lo obvio, sin más demagogia barata.

Prestarse a la farsa es una forma de complicidad, aunque haya sido hecha con las mejores intenciones ecuménicas.

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ARTÍCULOS PUBLICADOS EN OTROS MEDIOS

DOSSIER

“LOS ESCRITORES CUBANOS Y LAS DOS ORILLAS” OtroLunes – Revista Hispanoamericana de Cultura

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“No de nuestra parte”

Andrés Reynaldo

Publicado en Diario de Cuba, el 15 de febrero de 2012

ace unos días, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), debatió en un panel con título de bolero, Tan cerca y tan lejos, la posibilidad de publicar

en la Isla a creadores del exilio. Aunque escandalosamente tardío y bastante vago en sus términos, el gesto pudiera alentar en algunos la certeza de que Cuba vive un proceso de aceleradas reformas. Bajo la audaz conducción del general Raúl Castro, dirían esperanzados, la nación avanza triunfalmente de la era de Fidel a la era de Jruschov.

La iniciativa del panel la llevaron los escritores Senel Paz, Reynaldo González y Leonardo Padura, con una intrépida participación desde las gradas de Ambrosio Fornet, entre otros, quien advirtió que la lengua determina el 94 % de la identidad de una obra. (¿El 6 % restante será de sodio?)

La UNEAC es un organismo oficial controlado por la Seguridad del Estado. Lo mismo reúne firmas para saludar una ronda de fusilamientos que organiza eventos para conmemorar el aniversario de Palabras a los intelectuales, la energúmena comparecencia con que Fidel fusiló las libertades de expresión en 1961: "Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada". La Revolución, por supuesto, es él. Pistola sobre la mesa. No se trata de un quinquenio gris, sino de medio siglo de oscuridad. A la entrada de la UNEAC debía rezar el comentario del inmortal Virgilio Piñera en aquella infame cita: "Yo tengo mucho miedo".

Nada más loable que abogar por el reencuentro de las dos orillas de la cultura cubana, dividida por la omnímoda voluntad del dictador. Solo que la tarea sobrepasa el marco de la UNEAC. Pertenece, por lógica, al Estado de Derecho. Extirpada la dictadura y restituidas las libertades, desaparece el problema. Por arte de magia. Cada cual escribe, pinta o canta lo que le viene en gana. Cada quien entra y sale de su patria sin necesitar la aprobación de las autoridades. Si los miembros de la UNEAC no pueden o no quieren expresarlo así, sus razones y/o sus miedos tendrán. Pero que no vengan con el repugnante eufemismo de que el cisma ha sido provocado por la intolerancia de parte y parte.

Esta tendencia a equiparar a los defensores a ultranza de las libertades con los defensores a ultranza de la dictadura es uno de los capítulos más execrables de la inteligencia oficial. De esta suerte, según ellos, irían de la mano de la culpa el ilustre buenazo de José Lezama Lima con el semianalfabeto canalla de Armando Hart, Reinaldo Arenas con Carlitos Martí, Yoani Sánchez con Lázaro Barredo y, en un caso de morboso y cuántico desdoblamiento espacio-temporal, el Miguel Barnet que fue vetado, humillado y aterrorizado, con el Miguel Barnet que hoy preside la UNEAC y sirve de papagayo en las delirantes presentaciones de Fidel.

González, Padura y Paz ejemplifican un género de intelectual cubano que paga su cuota de silencio y ambigüedad con tal de permanecer en el establishment sin llegar a disfrutar, dicho sea en su descargo, de un excesivo favor oficial. De visita en el extranjero, si alguien se interesa por saber de qué lado andan, se retuercen en evasivas convulsiones porque ellos, juran una y otra vez, no son políticos. A esta pícara neutralidad panglossiana, que no se atreven a observar en la Isla (en realidad tienen exhaustivas opiniones políticas sobre todo lo que sea castristamente

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correcto), agregan la desfachatez de acusar de fundamentalistas atascados en el discurso de la Calle Ocho a quienes levantan su voz desde el exilio, tal como la dictadura acusa de mercenarios a quienes la levantan en Cuba.

En un descocado paralelismo, Reynaldo González observa que él no pudiera publicar en Miami una opinión contraria al sentir de los exiliados. Basta una visita a cualquier librería en esta ciudad para encontrar en inglés y español desde la autohagiografía de Fidel transcrita por Ignacio Ramonet hasta la última novela de Padura que, a la UNEAC lo que es de la UNEAC, sí es un hombre de talento.

Los escritores seducidos por esta cruzada reconciliatoria, promete González, tendrían abiertas las páginas de su revista La Siempreviva (¡y vaya con los títulos!). Eso sí, debían guardar unas normas de respeto hacia "el sistema". O sea, que Antonio José Ponte y Raúl Rivero pudieran volver a publicar en Cuba a condición de que se convirtieran, digamos, en Marilyn Bobes.

Es muy probable que la franca intención de este esfuerzo sea abrir caminos, romper barreras, arrancarle a la dictadura desde adentro un margen de legitimidad para la creación de la diáspora. Pero estas batallas hay que darlas sin doblez, de cara al toro. De lo contrario, a estas alturas, no pasan de ser unos macabros juegos florales, una performance de onanista transgresión adolescente. A las cosas por sus nombres. Cuba padece la más larga y recalcitrante dictadura en la historia de las Américas, en alianza con una anacrónica y esperpéntica internacional de demagogos, ladrones y terroristas. En ese tren que ruge hacia el abismo no hay asiento para la auténtica creación libre.

De cualquier modo, quizá ya la cultura cubana esté irremediable y felizmente dividida. Creo que debe quedar una muy clara memoria de esa trágica fractura. Recordar que hubo escritores y artistas que resistieron el adocenamiento, la mentira, la cobarde trivialidad y la militante complicidad. Algunos, como Piñera y Lezama, callaron con aleccionadora decencia. Otros, como Rivero, sufrieron el escarnio y la prisión. Esos son los héroes del espíritu que honraron su estética con su ética, mientras los otros se hacían las uñas en una desamueblada torre de marfil tambaleándose sobre un charco de estiércol. Lo demás son paneles.

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“¿Cómo gestionar desde La Habana la literatura del exilio?”

Antonio José Ponte

Publicado en Diario de Cuba, el 17 de febrero de 2012.

uando leí el anuncio de que Reynaldo González, Leonardo Padura y Senel Paz iban a juntarse en un panel titulado "Tan cerca y tan lejos. Literatura cubana

de autores residentes fuera del país", supuse que esos tres escritores hablarían de libros, citarían nombres, ofrecerían (aunque fuese incompleto o inexacto) un panorama de cuanto publican los escritores exiliados. Sin embargo, las filmaciones del panel que he visto desmienten tal suposición. Antes que de literatura, el debate trata de políticas editoriales. Allí se habla, no de la literatura de autores residentes fuera del país, sino de la gestión de esa literatura desde La Habana. "¿Cómo gestionar la literatura del exilio?", debió ser titulado.

González, Padura y Paz, ¿desde dónde hablan? Al parecer, ninguno de ellos figura en la mesa como escritor. Actúan, no como lectores de las obras de colegas lejanos (con toda la generosidad o rispidez que quepa en la lectura entre colegas), sino como posibles editores, censores o impresores de esas obras. Consideran los modos de acercar al lector en Cuba libros de exiliados, advierten lo complicado de la gestión: derechos de autor, billetes de avión, invitaciones… Forman, antes que una mesa de debate, una junta de importadores.

González, Padura y Paz son voceros de la política cultural, comisarios culturales. Aunque afirmar que defienden una ejecutoria oficial de más de medio siglo, sería difamarlos. Hablan institucionalmente, sí, pero en nombre de nuevas costumbres, de una política de acercamiento y no de exclusiones. Lo aclara desde el inicio Reynaldo González: "Dentro de Cuba se está viviendo realmente una búsqueda de cambios saludables para el país". Y puntualiza: "El país implica a todos los cubanos, a la larga".

Padura lo explica mejor: "Es inadmisible desde cualquier punto de vista considerar que la política o la filiación política de un escritor como un invalidante para su pertenencia nacional". Allí donde González intenta ser esperanzador, Padura se muestra tajante. No admite justificación alguna para las exclusiones, y en un momento del diálogo alude a derechos que están por encima de la actual Constitución. (Senel Paz modera débilmente. Podría aventurarse que hay diferencias entre los de la mesa, aunque ninguno objete al otro, ninguno contradiga abiertamente. El debate arroja, más bien, unanimidades.)

"Todos los cubanos que escriban, dondequiera que escriban, con la tendencia política que escriban, son escritores cubanos", sostiene Padura. La cultura cubana es una sola, se ha dicho desde las oficinas ministeriales. Sin embargo, la fórmula se vuelve problemática a la hora de gestionar esa cultura. Él lo reconoce: "El hecho de su difusión, de su recepción, es lo que ha complicado esta historia y la ha hecho mucho más polémica, mucho más problemática, mucho más dramática".

Las dificultades de administrar una circulación tan esquiva hace que González y Padura recurran a viejos discursos. A viejos discursos falsos. Padura: "Nosotros hemos sido testigo, lamentablemente, de una ruptura política bastante fundamentalista de parte y parte con respecto a la literatura que se ha escrito en los últimos 50 años dentro y fuera de la Isla". Y más adelante: "Lo más triste de esta historia es que ese fundamentalismo político muchas veces está tanto dentro como fuera de Cuba".

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González entra en la anécdota de algunos escritores exiliados a los que ha pedido textos para publicar y "se acogen a una actitud política del gobierno de Estados Unidos". La de imponer condiciones políticas antes de publicar en Cuba. La de entablar "un discurso Calle Ocho cuando yo estoy hablándole de acercarse a su lector natural, y a un escenario natural más que político-económico".

Padura y González entienden el tema que los convoca —el exilio literario— como si se tratara de una institución. Solo así resultan equiparables la intransigencia de una política oficial y la intransigencia de gente dispersa. Visto así, tiene que haber un Ministerio de Cultura del exilio enfrentado a un Ministerio de Cultura del país, implacables uno y otro. Y ha de existir en el exilio un Ministerio del Interior con tareas no muy distintas a las de su homólogo en la Isla.

Reynaldo González encarama a los exiliados de su anécdota en el cajón de bacalao de los mítines republicanos, y los arrima a Washington. Entiende determinadas exigencias de esos escritores como presunciones del gobierno estadounidense sobre la política de la Isla. Pero, ¿acaso el exiliado de una dictadura no tiene, por sí mismo y por descabelladas que éstas sean, reclamaciones pendientes? ¿O son forzosamente mercenarios en sus anhelos, del mismo modo que resultan mercenarios todos los opositores dentro de Cuba?

Entender desde la institución a los escritores exiliados conduce a sospecharles un ministerio o un gobierno extranjero detrás. (Una hipótesis tan paranoica es directamente proporcional a la ambición de administrar desde La Habana las escrituras del exilio.) Por ello González resuelve sus tropiezos con exiliados mediante las razones oficiales de La Habana para el embargo estadounidense: pura intromisión de Washington y de Miami. O Padura se acoge a la explicación más neutra del embargo: intransigencia de una y otra parte. Los dos hablan en el lenguaje de la Guerra Fría. En lo que queda de él.

Llegado el turno de preguntas, una joven pregunta por qué la Feria del Libro no invita a escritores del exilio. Pregunta para puros gestores, a tono con la mesa. Aunque, a juzgar por la reacción de los tres, se trata de una cuestión embarazosa. El moderador Paz murmura que habría que preguntar a los organizadores de la Feria. González suelta un discurso que ha sido comparado por su torpeza con el de Ricardo Alarcón frente al estudiante Eliécer Ávila, aunque es todavía peor: son los bandazos y perogrulladas del Fidel Castro decrépito encontrables en YouTube.

Transcribo a continuación sus palabras, sin ahorrar titubeos y errores de gramática:

"No tenemos, eh, yo no recibo gente, eh, algunos han venido, hay cubanos que están en el exterior y vienen. Yo no sé, ah, si-si tuviéramos uno que empezar a invitarlos. No es así, es otra cosa. Hay que mostrar un interés, porque yo-yo tampoco tengo un censo de quiénes son los escritores, además sé que hay muchos. Co-como en todas partes, aquí también hay muchos escritores. No todos sobresalen tanto como para conocerlos. Es muy difícil la tarea de que nosotros tomemos la iniciativa de invitarlos. Nosotros podemos recepcionarlos cuando tengan una-un interés en venir. Es que a veces se-se-se vira la tortilla creyendo, mira, ya sabemos el amor patriótico, ya sabemos el interés, porque la patria es ésta, vamos a ver, el-el-la cepa de la patria es ésta, si usted tiene un interés. Yo conozco de muchos cubanos que tienen interés, pero sé de muchos cubanos que puedan tener interés y no se hacen notar. Eso debe nacer del otro lado. Aquí hay una feria del libro que convoca. Ustedes han visto la cantidad de gente que hay, las editoras que hay, etc. Esas editoras han mostrado interés. Invitarlos, ¿qué significaría? ¿Decirles 'te voy a pagar el pasaje, la estancia'? Yo no entiendo bien. ¿Qué es invitar a aquellas personas que yo no sé que escriben, que no sé que son escritores ? Yo sé de gente que destaca, pero yo de gente que no está, que a lo mejor son buenísimos, quiero

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decir, que la calidad no es por el destacar. Porque hay gente que escribe toda la vida maravillosamente y no tiene renombre, no destaca, pero yo no puedo ir 'tin, marín de dos pingüé', que eso es muy cubano."

EN EL CENTRO DEL MUNDO

Tan objetable como el esquema de enfrentamiento país-exilio es la idea de lo patriótico sagrado que aparece en el fondo del debate. González anuncia, bíblica y vitícolamente que "la cepa de la patria es ésta". Padura usa frases constitucionalistas: "Nosotros, en tanto sede y espacio de la nación cubana, espacio en el que vive la mayoría de los ciudadanos cubanos, no tenemos derecho a ese fundamentalismo que nos impida a nosotros, como cubanos, tener contacto con una cultura que se esté haciendo en otra parte del mundo, pero que es parte de la cultura cubana".

Reynaldo González habla del cubano como lector natural para los escritores exiliados. ¿Acaso son la escritura y la literatura actos naturales? Puede que exista la mayor de las complicidades entre un escritor y sus lectores coterráneos, pero, tratándose de un sistema editorial como el cubano, en cualquier momento la censura política destroza tanta intimidad. Y se hace necesario entonces recurrir a otros lectores, por artificiales que parezcan. (La búsqueda del lector natural puede conducir, en algunos casos, a la desnaturalización de la obra. Mi reseña del último libro de Padura intenta hacer ver cómo, con tal de que su novela se publicara dentro de Cuba, el autor prefiere desatender el punto central de la historia que cuenta.)

El debate celebrado en la UNEAC menciona apenas las relaciones entre lengua y literatura nacional, a propósito de los cubanos que escriben en inglés. Padura convida entonces a hablar a Ambrosio Fornet, que se encuentra entre el público y asegura conocer el tema. Fornet (a quien va dedicada esta edición de la Feria) lanza la estadística siguiente: "La identidad cultural de la obra está determinada en un 94 % por el idioma en que está escrita".

Cepa de la patria, sede y espacio de la nación cubana, lectores naturales y porcientos de identidad: el debate sobre la literatura del exilio convoca a los guardianes de las esencias. Hablan desde el centro del mundo. Desde el centro de un mundo del cual puede uno alejarse, pero al que tiene que volver si de veras desea alcanzar cumplimiento. Curiosamente, nada se habla en la mesa de aquellos que, viviendo en Cuba, publican únicamente en el extranjero. Claro que eso implicaría aludir a la censura política... (Lástima, porque Ambrosio Fornet podía haber indicado qué porciento de exiliado hay en cada uno de esos escritores.)

Cuando Reynaldo González se quejaba de la respuesta politizada ("discurso Calle Ocho") que recibiera a cambio de ofrecer a cierto autor del exilio una oportunidad de edición, se consideraba a sí mismo apostando por un "escenario cultural, más que político-económico". En un momento del debate, él confiesa su disgusto por el cariz extremadamente politizado de las publicaciones periódicas cubanas de dentro y de fuera. Advierte que en la revista que dirige no se aceptan textos explícitamente políticos.

Pese a tantas cautelas, él y Leonardo Padura y Senel Paz no hacen más que hablar de economía y de política en el debate celebrado en la UNEAC. Nada hay, por supuesto, de reprochable en que lo hagan. Reprochable es que lo disimulen. Reprochable es lo anacrónico de esa política y de esa economía. Porque la primera no alcanza a desprenderse del nacionalismo más supersticioso, y la segunda no existe si no es controlada completamente por las autoridades.

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Por último, no dudo de que algunos de los que aparecen en estas filmaciones leerán lo anterior como una prueba más del fundamentalismo del exilio, como un acto más de intransigencia y quién sabe si como avanzadilla de un ministerio o un gobierno a la sombra. De entenderlo así, no hacen más que llamar con esos nombres a un derecho poco practicado y muy poco permitido en Cuba: el de la crítica.

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“Dos Cubas muy duras y más”

León de la Hoz

Publicado en su blog Habeas Corpus, el 17 de febrero de 2012.

ace unos días escribí en mi blog sobre la comparecencia de los escritores cubanos Leonardo Padura y Reynaldo González en una mesa redonda

presidida por Senel Paz, dedicada a las relaciones de los escritores del exilio con la literatura nacional y las exigencias de la misma o más bien de la política cubana. Dicha mesa, que se puede ver en un video colgado en la revista Diario de Cuba, ha recibido la contestación variada, desigual y no menos heterogénea del exilio en la propia revista y otros medios. Lo que sigue es una versión ampliada de mi artículo “Dos Cubas muy duras”.

Escritores cubanos de dentro y fuera han hablado alejados de los corros de complicidad y confidencia que existen y donde se conforman islas no del todo ajenas al conflicto político cubano, hablan sin mirarse a los ojos y siguen hablando, unos en Cuba y otros en la diáspora desvirtuando el posible diálogo que podría producirse si de verdad hubiera interés por resolver el problema que nos tiene separados, aunque comunicándonos a hurtadillas y de contrabando. Hablan, monologan sobre lo mismo, los cubanos casi siempre nos repetimos desde hace más de cincuenta años. Los cubanos siempre estamos hablando no importa si lo hacemos solos, aunque no recuerdo quién dijo que la inteligencia del hombre se mide por el silencio de quien escucha. Sabemos desde hace mucho que nadie escuchaba, ni escucha, ni quiere escuchar. El motivo de esta cháchara es una vez más la relación de los escritores de fuera con los de dentro y viceversa, una relación política determinada por un trauma político que no ha sido resuelto, aunque a los de dentro no les guste y se quiera obviar. A más de cincuenta años no hay relación desde Cuba, dentro de Cuba o hacia Cuba, que no descanse en los problemas políticos que generó primero la Revolución y luego la evolución de la misma. En el fondo de todas las relaciones del cubano está la política, omnipresente, castradora y frustrante, que lo condiciona todo de manera directa o indirecta, en la vida doméstica o pública. Diría más, todos somos de una u otra forma el producto de esa maldita circunstancia. Es muy difícil que alguien pueda escapar a esta trama para poder tener una conversación o un monólogo coherente y aportador al margen de las fobias y las filias. Lo que oímos hoy ya lo hemos vivido y está latente dentro del contexto de enajenación que vive la nación.

Lo nuevo de esta discusión es que está siendo originada desde donde siempre se ha condicionado el diálogo cuando no se ha mutilado. Después del primer descongelamiento de las relaciones entre el exilio y la Cuba interior con la legalización de lo que se quiso llamar “la Comunidad” para evitar cualquier alusión discrepante, el próximo evento relevante de tipo cultural, esta vez dirigido a establecer y formalizar puentes culturales, fue el encuentro “La Isla Entera” (Madrid, 1994), organizado por la cancillería española en coordinación con otras instituciones españolas. Como consecuencia de ese evento se publicó la antología poética Poesía cubana: La isla entera (Betania, 1995) de Felipe Lázaro y Bladimir Zamora, donde se reúne a 54 poetas cubanos: 27 de dentro y 27 del exilio. Otros vínculos de índole académica se han mantenido y desarrollado a lo largo de los

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años. El segundo de dichos encuentros fue cancelado de forma imprevista por las autoridades de la isla. Como suele suceder, dichos encuentros estuvieron precedidos de intrigas, especulaciones, reyertas, emboscadas, sediciones, mentiras, insultos, suspicacias, manipulaciones de un lado y del otro. Intentos particulares de conciliación entre las dos partes, como pueden ser libros, exposiciones conjuntas, por ejemplo, también han sido contestados de igual manera, aunque que los márgenes de tolerancia se han incrementado en ambas direcciones a veces con intereses espurios. Aún recuerdo las críticas políticas a mi antología La poesía de las dos orillas, de manos de escritores y periodistas de dentro y fuera que obligaron a Gastón Baquero a escribir a alguno de renombre pidiéndole que dejara de comer catibía, que en buen cubano es otra cosa. Lo peor de cuanto se ha hablado y se habla hoy mismo es que siempre se está discutiendo en la periferia, con un lenguaje y un razonamiento absolutamente ordinarios e incluso insolentes, o sea, hablando catibía, cuando se debería ir a lo que se supone la razón que da origen a tanta confusión que genera el monólogo en un lado y otro.

Lo que dicen mis colegas desde La Habana es razonable aunque ingenuo, puede que interpreten una visión personal y honesta aunque con la anuencia oportunista de un gobierno que pone y dispone según sus intereses coyunturales. Ahora es un enfermo terminal que intenta sobrevivir automedicándose anticatarrales y al que yo no le daría ni crédito ni medicina. Así de claro. Desde dentro, públicamente, se elude hablar de lo que hay qué hablar y se condiciona al interlocutor, la elipsis que en otros regímenes dictatoriales parió obras monumentales, en Cuba se ha convertido en un pobre y socorrido recurso de supervivencia de las élites. Hay temas, asuntos e incluso palabras que no se pueden pronunciar sin despertar la suspicacia. Es comprensible, una gran parte de los que ahora vivimos en el exilio también desarrollamos gran parte de nuestras vidas y carreras dentro asumiendo en poco o mucho los códigos de la conservación. Sin embargo es imposible poder hablar y establecer un diálogo que supone omitir parte de la realidad. Es como querer hablar de un cadáver sin mencionar al muerto. Un hombre que vive sin libertad no puede decirle a otro que la disfruta que no hable libremente. Escritores que quieren hablar de literatura sin algunas palabras. Creo que ese tiempo de hablar como si no pasara nada ya se acabó, el problema lo arreglamos nosotros o lo dejamos a las generaciones venideras que no podrán entender el absurdo de una herencia caótica arrasada por la política. Mutatis mutandis igual que en el terreno de la política real. Por otro lado, no es la primera vez que aparentes e incluso valientes intentos personales de cambio se han visto frenados por la maquinaria del poder. Hasta dónde podemos creer que esta actitud es una cosa u otra es totalmente imposible de saber. Lo que leo tanto dentro como fuera, salvo excepciones, son medias verdades y tópicos en muchas ocasiones fundados en la ignorancia y el rencor –razonamientos y análisis convencionales y manidos– que dan pábulo a la creencia que el régimen inocula en la psicología del cubano de dentro sobre el exilio. Y no es así, el exilio, diversificado y estratificado es más que esa visión maniquea.

Últimamente se está poniendo de moda un espíritu de vendetta literaria. Desde afuera se asumen posturas que no se justifican para quienes vivimos en una democracia de la cual ya debíamos haber aprendido algo más que ir al mercado. También se hizo desde dentro y algunos de los que ahora enjuician a sus colegas fueron cómplices, victimarios o víctimas, pasivos y activos. Casi todo el mundo ha tenido su minuto por acción u omisión. El odio, el rencor, el desprecio y el insulto personal son similares a las posturas que la dictadura cubana alimenta, haciéndonos rehenes de un código genético de intolerancia que parecía superado con el declive de las generaciones originarias radicalmente opuestas en el conflicto fundacional de la Revolución. Supongo que la rivalidad literaria, la personalidad, la mediocridad, inextricables razones freudianas y todo tipo de motivo extraliterario

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también influyan en la actitud de algunos de los que desde fuera, sin ser así, al parecer representan a la comunidad de escritores, académicos e intelectuales. De cualquier modo es un error querer matar al mensajero con viejas y se supone superadas posturas discriminatorias hacia quienes viven dentro, haciendo poco caso de la ética cuando se olvida que pertenecemos a una misma comunidad, una familia rota por el odio político. Hay quienes olvidaron cómo se vive en esa casa. Sin decirlo reclaman un lugar que a veces no se han ganado todavía. Repiten el modelo defensivo que la dictadura ha impuesto en todas sus acciones que es también el de la indefensión y el victimismo que se sostiene en la invención de enemigos para sobrevivir. Los escritores de dentro no tienen por qué ser enemigos aunque piensen diferente y quieran resolver los problemas de un modo distinto. Un hombre que vive en libertad no le puede pedir a otro que hable libremente si no la disfruta. Tampoco nosotros deberíamos ser enemigos. No hay que ver el asunto como un solar de escritores que se pelean para determinar un nombre en el diccionario, sino el fondo político de la diferencia. Son dos Cubas aparentemente muy duras enfrentadas pero que llevan en el alma la bayamesa y un reservorio de transfuguismo, oportunismo e hipocresía. Dos Cubas en el mismo plato.

La política es algo meramente coyuntural que en el caso de Cuba se ha enquistado por más de 50 años adulterando gravemente el desarrollo lógico de la literatura y la vida. Ojalá los cubanos pudiéramos abordarla de otra manera, tanto la literatura como la política. A pesar de ello habrá futuro a la poca buena literatura que se hace en ambas orillas con el permiso o no de las dos Cubas para estar como se quiera en una literatura u otra. Es tan antinatural escribir de Cuba desde fuera como hacerlo dentro con la libertad condicionada, sin embargo ambas maneras son igualmente lícitas y necesarias. Ahora bien, si lo que está en tela de juicio es la actitud política de los escritores tendremos que hablar de política en cubano, hagámoslo, convoquemos un encuentro de escritores para hablar abierta, seria y responsablemente de política. Sería un buen paso para dar credibilidad a las reformas que se subrayan tan enfáticamente y retomar aquellos encuentros de Madrid, pero esta vez para hablar a fondo de la Cuba que se quiere, cada uno desde sus amores. Si al gobierno de Cuba le interesa realmente reconocer a los escritores que viven fuera tiene que abrirse a todos porque nuestra relación tiene que ver con la libertad y la política, no se puede vivir y pensar desde fuera sin tener una actitud crítica hacia dentro. A mí personalmente no me interesa hablar de literatura. Lo he dicho otras veces, la literatura es demasiado aburrida para hablarla si no se puede escribir y hablar libremente. Amigos míos, hay muchos escritores muertos entre las dos Cubas que jamás pudieron escribir esto, algunos insepultos, obligados por la intolerancia política. Esos merecen un respeto. No mareemos la perdiz.

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“Despetalando la margarita”

Heriberto Hernández Medina

Publicado en Diario de Cuba, el 19 de febrero de 2012.

e seguido con atención el tema de la "literatura cubana de autores residentes fuera del país", que de un modo recurrente deja ver las orejas en cuanto medio

toca el tema de Cuba. El más reciente capítulo de esta saga, propiciado por el video de un debate en la UNEAC sobre escritores cubanos en el exilio, ha sido comentado aquí por Andrés Reynaldo y Antonio José Ponte, desde puntos de vista que podría suscribir sin dudarlo. En los comentarios del artículo este último, alguien que lamentablemente protege su lucidez bajo un seudónimo, se limita a transcribir esta cita pronunciada en mayo de 1980 por Fidel Castro: "Los que no tienen el coraje, los que no quieren adaptarse al esfuerzo, al heroísmo de la revolución, que se vayan, no los queremos, no los necesitamos".

Aunque la fractura, el cisma, podría fecharse veinte años antes, vale a manera de referencia. Dice el supremo: "no los queremos, no los necesitamos", y los verbos "querer" y “necesitar” piden a gritos atención. Pero definamos los actores. ¿Tienen autoridad y libre albedrio suficiente los tres nombres que protagonizan el video para poner una mesa en algún lugar de la Isla y decir libremente lo que "quieren" y "necesitan"? ¿Pueden contradecir lo que ya alguien dijo en sus nombres hace cinco décadas y repitió con énfasis en la cita hace tres? Claro que pueden, pero lamentablemente no es el caso. No es su mesa. Es la mesa de la UNEAC. Aclarado esto, no vale la pena mencionar sus nombres.

Considerando los interlocutores reales (gobierno cubano/ autores residentes fuera del país), volvamos a las palabras, que como decía Samuel Beckett, "son todo lo que tenemos" para negociar. Dada la naturaleza del régimen cubano, es una verdad de Perogrullo abundar en lo molesto que pueden ser los escritores independientes y por tanto no hay que abrigar muchas ilusiones de que puedan "quererlos". En cuanto a necesitarlos, el asunto es más complejo. ¿Se ha producido un cambio? ¿Algo es diferente en esta relación? Un "panel" con este tema era inimaginable hace unos años. Un país que "suda sangre" cada año para encontrar a quien darle el Premio Nacional de Literatura, también. Un país con un gran porcentaje de sus escritores exiliados, activos en los medios y haciendo una obra que las nuevas tecnologías no permiten negar o silenciar, tiene por fuerza que reconsiderar la "necesidad" de reconocerse en ellos. De ahí que despetalar la margarita impone otra pregunta y pierde todo su halo romántico, dando paso a otro asunto.

¿Precisan, "necesitan" los autores residentes fuera del país negociar con el régimen? Esa es la madre del cordero. Hemos asistido con asombro un largo proceso en que la intelectualidad cubana residente en la Isla (con las conocidas excepciones) ha dado muestras, primero aisladas y en años más recientes escandalosas, de lo que en psicología se conoce como "identificación con el agresor". Impedidos de competir (por razones lógicas) o escapar (por razones respetables pero incomprensibles) se produce un proceso de identificación que apenas pueden apreciar y les permite sentarse en una mesa a hacer el ridículo de hablar por otros creyendo que lo hacen de motu proprio.

¿Nos "quieren"? No lo dudo. ¿Nos "necesitan"? Lo entiendo. De que nosotros los "queremos" hablan la miles de publicaciones que de sus obras hemos propiciado de una manera u otra y la cordialidad generosa con que los hemos recibido en

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nuestras casas dispersas por el mundo. Pero no tenemos "necesidad" de apresurarnos. Podemos esperar a que nos inviten a conversar sentados en "una mesa nuestra". Podemos esperar a no tener que pedir permiso a otros para aceptar su invitación.

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“El debate intelectual”

Roberto Madrigal

Publicado en el blog Diletante sin causa, el 19 de febrero de 2012.

l reciente monólogo a tres voces perpetrado durante la reciente Feria Internacional del Libro, por los corifeos Leonardo Padura, Reynaldo González y

Senel Paz, melodramática y escamoteadoramente titulado “Tan cerca y tan lejos. Literatura cubana de autores residentes fuera del país”, no solo ha suscitado numerosas y merecidas respuestas, sino que ha puesto en la palestra, una vez más, el tema de la posibilidad de un debate intelectual entre las mal llamadas “dos orillas” de la cultura cubana. Hay dos dificultades fundamentales que habría que vencer primero para que el debate tuviera sentido. La primera de ellas es que en Cuba, a no ser los disidentes, no hay intelectuales en la definición amplia del término. Stefan Collini ha hecho una de las definiciones más universalmente aceptadas del concepto de intelectual. En primer lugar está el hecho subjetivo: un intelectual es aquel que lee mucho, le interesan las ideas y se dedica a “la vida del pensamiento”. Es a lo que la mayoría de la gente se refiere cuando hablan de un tipo intelectual. El segundo aspecto es el hecho sociológico, que describe a cualquier persona con un título universitario. Es lo que define el diccionario, las personas que se dedican profesionalmente al estudio o a actividades que requieren un empleo prioritario de la inteligencia. Hasta aquí, muchos cumplen con la definición. Pero el tercer aspecto, que es el más importante para los asuntos que nos interesan, es el papel cultural. Dice Collini que un intelectual es alguien que primero obtiene un nivel de logro creativo, analítico o académico y que a partir de ahí usa los medios de difusión para comprometerse con las preocupaciones de un público más amplio, convirtiéndose en una voz reconocida. Es quien se involucra en la discusión pública de los asuntos de política pública. Este aspecto de la definición no la cumple ningún escritor o artista oficial, porque como bien señala en un artículo reciente Antonio José Ponte en Diario de Cuba, ”hablan... desde el centro de un mundo del cual uno puede alejarse, pero al que tiene que volver si de veras desea alcanzar cumplimiento”. O sea, hablan desde la institución, a la cual representan. Qué discusión se puede llevar a cabo, con honestidad en una mesa en la cual de una parte participen Haroldo Dilla, Emilio Ichikawa, Ernesto Hernández Busto, Alejandro Armengol, Rafael Rojas, Arturo López-Levy, Iván de la Nuez y el propio Ponte, así como Yoani Sánchez, Dagoberto Valdés y Orlando Luis Pardo Lazo, y de la otra se encuentren Padura, Paz, Miguel Barnet y Reinaldo González. Los primeros no representan más que sus propias opiniones y difieren bastante entre ellos mismos, mientras que los últimos aceptan vender una posición institucional y esa no es otra que la institución del estado, regulado por un partido único con directivas muy precisas. El segundo problema fundamental es la falta de espacio público. En Cuba “la calle es de los revolucionarios”, o sea, los espacios públicos y posibles foros de discusión están controlados por el gobierno y sus instituciones. ¿Por qué hay que esperara a que la UNEAC o el Ministerio de Cultura convoquen a un coloquio? Esa falta de espacio público es la que impide que Yoani, o si quiere el mismísimo Padura por su cuenta, alquilen un local y organicen un evento de discusión de cuestiones de

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interés político o cultural sin tener que pedirle permiso al gobierno, como sucede en cualquier sociedad democrática. Que una organización no gubernamental patrocine un coloquio en el cual se intercambien ideas libremente, sin que ningún ministro o ningún gendarme cultural tenga que estar presente en las mesas de debate. Que participe como parte del público si lo desea. Desde esta orilla las puertas siempre están abiertas. El espectro de las opiniones es bastante amplio y estas no están apoyadas por una maquinaria represiva. El verdadero debate no radica en que exista un intercambio cultural más igualitario, sino en que las ideas fluyan libremente de un lado a otro. No creo que estos dos grandes escollos sean salvados en un futuro cercano. No son los únicos. Como bien señala Ichikawa, “cuando las autoridades cubanas lanzaron la ‘batalla de las ideas’ dieron el primer paso dentro de la misma, manipulando el nombre del proceso” y es cierto que el debate no es necesariamente el mejor ejercicio para producir obras intelectualmente valiosas, pero de alguna forma hay que responder, aunque sea con el silencio porque como dijo Abraham Heschel, lo opuesto al bien no es el mal, sino la indiferencia.

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“Acércate más”

Rafael E. Saumell

Publicado en Diario de Cuba, el 20 de febrero de 2012.

ientras escuchaba a los tres panelistas del conversatorio “Tan cerca y tan lejos”, auspiciado por la UNEAC, recordé la famosa canción de Osvaldo Farrés

(Quemado de Güines, Cuba, 1902-North Bergen, New Jersey, EEUU, 1985) que lleva el título de este trabajo. También me vino a la mente otra melodía suya, quizás porque, de cierta manera, responde a la anterior: “Quizás, quizás, quizás”.

A estas alturas todo el mundo sabe que el objeto de aquella reunión consistió en hablar de los escritores cubanos en el exilio, de la conveniencia en renunciar a toda forma de fundamentalismo, tanto desde la Plaza de la Revolución en La Habana, como desde la cafetería del restaurante Versailles, en Miami. Me pareció entender que al menos los escritores encargados de presentar la tarea --Reynaldo González, Leonardo Padura, Senel Paz-- sienten la necesidad de ponerles punto final a los agravios ocurridos en el gremio durante los últimos cincuenta y tres años. Con mayor o menor gravedad ellos mismos han padecido las mordidas del sistema.

Por eso pienso que ante la invitación para acercarnos más y más y más habría que responder, por el momento, con una sola palabra repetida tres veces: “quizás, quizás, quizás.” No niego que se trate de una tarea noble pero para llevarla a cabo se requiere de la participación no sólo de los tres mencionados autores y de la audiencia cautiva que los escuchó y participó en la discusión. Se necesita también y, en buena medida, de los lectores, de las instituciones educacionales, de las empresas que fomentan la divulgación de libros y revistas, de la prensa no especializada y de los monstruos que uno de los panelistas no quiso meter en la sopa de letras cocinada o a lo mejor solamente servida en la UNEAC: los mayimbes, o sea los responsables de la maldita circunstancia de la política nacional que controla toda la isla desde el lejano e interminable 1959.

Una señora a quien no identifico habló o más bien preguntó por qué no se invitaba a los exiliados a participar en la Feria del Libro de La Habana. Reynaldo González respondió que los interesados, es decir los “afuerinos”, deberían mostrar interés en participar en ese acontecimiento. Debo confesar que, luego de escucharlo, me pregunté: “¿Será que si yo muestro el deseo de lanzar mi libro En Cuba todo el mundo canta (Madrid: Betania, 2008) ante mis lectores naturales, el Ministerio de Cultura me dará un espacio para hacerlo?”

Tiene razón Reynaldo, es imposible que una sola persona lleve un censo exhaustivo de los escritores cubanos y sus libros publicados en el extranjero donde radican. La respuesta a ese razonamiento legítimo, digo yo, sería la siguiente: ¿A quién hay que dirigirse para hacer una muestra variada de editoriales y autores exiliados interesados en comunicarse con los lectores de Cuba, frente a frente?

Yo sí que vendería mis libros en moneda CUC para ayudar a mis hermanos Robertico y María de los Ángeles con los ingresos obtenidos. Así podrían comprar lo que ellos necesiten en las tiendas disponibles. No hay que preocuparse por derechos de autor ni por los gastos de viaje. Trabajo y con mi sueldo puedo pagar los costos. El alojamiento está garantizado. Me quedaría en el apartamentico de Buenavista (Robertico) o en el de la Villa Panamericana (María).

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Además, conozco demasiado bien la fortaleza San Carlos de la Cabaña. Allí estuve preso en la Zona 1 por el delito de “Propaganda Enemiga”, debido al contenido contrarrevolucionario de mis textos literarios, según dictaminó la Sala de los Delitos contra la Seguridad del Estado del Tribunal Provincial de La Habana, Causa 63 de 1981. Tendría la inmensa oportunidad de comprobar los cambios ocurridos en el lugar, de revisitar mi pasado carcelario, de pararme frente a las galeras donde antes conviví hacinado con otros compañeros, algunos fusilados por cierto. Sería el sitio perfecto para acercarme a un espacio represivo que hoy, gracias a una política de rectificación, ha sido convertido en la sede de una importante actividad de la cultura nacional.

Imagino que a los asistentes al hipotético lanzamiento podré leerles los párrafos donde menciono a “La Cabaña” para luego llevarlos, literalmente de las manos, a los fosos, a las antiguas celdas de castigo, a las galeras, a la enfermería donde me salvaron la vida, al techo donde nos sacaban a tomar sol una vez a la semana y por dos horas. Todas esas cosas estaría dispuesto yo a realizar con tal de acercarme a mis hermanos, a mis colegas de profesión, a los antiguos conocidos y a quienes podré tratar por primera vez.

Además, me encantaría regalarle un ejemplar dedicado al ministro Abel Prieto, aficionado como yo a los chistes, a quien empecé a tratar en la época en que había regresado de Isla de Pinos donde hizo su servicio social. Ambos escuchábamos las grabaciones de Guillermo Àlvarez Guedes en mi casa de Marianao, tan cerca de la suya y la de su hermana Iliana, ex compañera de trabajo en la programación infantil de la TV cubana. El programa donde colaborábamos se llamaba “Tiempo que contar.”

Por otro lado, siempre inspirado en las declaraciones que escuché en el video, propondría que una manera de ponernos al día acerca de nuestros trabajos, o sea para resolver el tema del censo, consistiría en que los colegas residentes en la isla pudieran publicar, si lo desearan, en las revistas del exilio y que la misma oportunidad se concedería a gentes como yo, y así tener acceso igual, solamente basado en términos estrictamente literarios, como diría el fallecido Lisandro Otero, a las publicaciones impresas y digitales del país, digamos desde Granma hasta La Jiribilla.

En pocas palabras, que los ‘interesados’ (insisto, palabras de Reynaldo) lleguen a los lectores a través de cualquier publicación o medio masivo de difusión controlado por el estado o sus agencias oficiales y oficiosas. De esa manera, abiertamente, deberían predominar, de forma exclusiva, en la recepción de colaboraciones y en las decisiones editoriales, los criterios universales de calidad de la escritura, apego a las normas de estilo de cada publicación, responsabilidad por el uso rigoroso de los datos y las fuentes utilizadas y por las opiniones vertidas sobre personas y personajes, reales o ficticios.

Finalmente, sugeriría que en cada hogar, escuela, oficina, hotel, cibercafé, etc., los lectores cubanos tuvieran libre acceso a la red mundial de información. ¿Es mucho pedir? ¿Es éste un discurso fundamentalista, de calle 8, con una taza de “colaíto” en la mano?

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“El exilio de Calibán”

Alejandro Armengol

Publicado en Cubaencuentro, el 21 de febrero de 2012.

n panel organizado en el marco de la XXI Feria Internacional del Libro Cuba 2012, donde se conversó con brevedad y tibieza sobre la divulgación de las

obras de escritores y artistas cubanos que viven en el extranjero, su integración a la cultura nacional y el rechazo al fundamentalismo político, ha provocado diversas reacciones airadas por parte de escritores exiliados.

Lo curioso es que esta reacción resulta desproporcionada ante el hecho de que los panelistas no solo estuvieron muy lejos de asumir una actitud agresiva hacia los escritores y artistas que viven fuera de Cuba, más bien todo lo contrario, sino que tampoco dijeron nada nuevo ni hicieron propuestas políticas e ideológicas que impulsaran a algunos a sacar la bandera cubana del cajón del exilio y lanzarse a la calle.

Tampoco quienes hablaron son figuras que despierten un odio particular. Los tres escritores que formaron el panel, Reynaldo González y Leonardo Padura como expositores y Senel Paz como moderador, nunca han sido lo que podría considerarse comisarios políticos, funcionarios culturales o perseguidores de intelectuales. No los consideraría intelectuales “orgánicos” —ni kosher ni adulterados—, sino escritores, y ya es bastante. Podría apuntarse que la realidad ha transitado la senda contraria. González especialmente fue una de las víctimas del mal llamado “quinquenio gris”. También hay que apuntan que no han sido críticos públicos del sistema, sino que simplemente han sobrevivido dentro de la Isla —entre diversas estancias en el extranjero en los últimos veinte años aproximadamente— en esa especie de nebulosa, indefinición o espera que caracteriza la vida de la mayoría de los que habitan en Cuba. Al mismo tiempo, ambos expositores han realizado una obra que con más o menos éxito, —mayor o menor valor artístico— llena un estante de cualquier biblioteca.

Señalados estos datos elementales, no es raro que provoque asombro la irritación con que en el exilio algunos han reaccionado frente a los comentarios de los panelistas. Del ataque personal a la burla, prácticamente se ha lanzado una carga de caballería contra unas declaraciones por momentos bastante aburridas. Al final uno está tentado de darle la razón a los panelistas de la Isla, y concluir que hay talibanes en ambas costas, fanáticos en las dos orillas e intransigentes ―o la adopción de poses oportunas de intransigencia― regados no solo por Cuba sino por varios países. Al parecer, también Calibán ha marchado al exilio.

Sin embargo, no vale entrar en pugnas o comadreos ―como quiera mirarse― y tratar de avanzar un poco más allá de quien lo dice y cómo lo dice. El panel celebrado en la sede de la UNEAC no solo se caracterizó por balbuceos, premisas forzadas e intentos de justificación. También hubo palabras firmes ―en especial por parte de Padura, quien afirmó que resulta “inadmisible desde todo punto de vista” invalidar el vínculo o excluir por razones política a los escritores radicados fuera de la Isla―, se hicieron preguntas fuertes y por lo que se ha visto en video reinó un ambiente de inclusión y no de exclusión. Es verdad que no fue el conversatorio que uno ―desde la comodidad del exilio― preferiría ver y escuchar. Esa es nuestra razón como exiliados, pero no la única. Más allá de las diferencias naturales y ficticias

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―que, por otra parte, siempre acompañan a cualquier reunión de escritores―, no hay motivos para entrarle “a cañonazos” a la sala. Por supuesto que cada cual tiene sus motivos, y la mayoría con válidos, pero ni Padura, ni González ni Paz fueron jueces, carceleros o guardias. Así que resulta mejor guardar los reproches para otros.

Si a los tres panelistas se les achacan esas culpas es por una asociación con el régimen que no es tal. Más bien se confunde al escritor que no ha sido contestatario desde el punto de vista político ―que ha preferido hablar de las injusticias pasadas obviando las presentes o que incluso ha acatado con pasividad― con el escritor funcionario, cómplice o delator. La aplicación de criterios extremos no deja de evocar la posibilidad del argumento de que los exiliados, de llegar al poder, tendrían la tendencia a considerar como colaboracionista ―en el sentido que el término adquirió durante el nazismo y la II Guerra Mundial― a todo aquel que no hizo más que sobrevivir por décadas bajo un gobierno totalitario.

La cuestión central en todo este asunto, por lo demás complejo y apenas iniciado, es el mirar hacia adelante y no encerrarse en el pasado. No se trata de olvidar, sino de evitar confundir a quienes tuvieron que participar de un sistema ―por el hecho de vivir en él― con los protagonistas de éste. No es tampoco trasladar la culpa de las instituciones a todos los miembros de una institución, en el caso de organizaciones que no fueron ni cárceles, ni cuarteles, ni centros de tortura.

Que estas sirvieron a la represión y que militares o agentes de la Seguridad del Estado tuvieron una participación destacada en ellas es cierto. Al igual que en cualquier ministerio. Que existe la posibilidad que esta situación no haya cambiado, también es casi seguro ―desde el exilio estas afirmaciones siempre resultan riesgosas―, dado el hecho de que la naturaleza perversa del régimen no ha cambiado.

Sin embargo, lo anterior no impide señalar que en Cuba se han publicado libros de autores que viven en el exilio, que estos han participado en este tipo de evento, que nombres que antes solo se pronunciaban en un susurro ahora se repiten sin temor y que en específico en esta Feria del Libro se leyeron y comentaron obras de autores de teatro que viven en el exilio. Esto también es parte de la realidad actual en Cuba. Omitir esa información es meter la cabeza en la mitad del vaso vacío. Por supuesto que lo mejor es que éste estuviera lleno. Pero, ¿hay que detenerse a esperar que ello ocurra, cruzar los brazos y limitarse a hablar mal de los otros?

INDIVIDUO, INSTITUCIÓN Y CULTURA

Un análisis que intente superar una animosidad zafia debe señalar que buena parte de lo que se conversó en 17 y H, en el Vedado, el sábado 11 de febrero, tuvo un desarrollo en tres planos de referencia. El primero podría considerarse personal. Es lo que se ha enfatizado hasta este momento. Ahora bien, que los tres panelistas expresaran un punto de vista, que desde el exilio se puede apoyar o criticar, no pone fin a la discusión. Todo lo contrario, la reduce y rebaja.

Hay un segundo plano que es puramente institucional. De los artículos publicados sobre el evento (aparecidos en Diario de Cuba), vale destacar el de Antonio José Ponte por no limitarse al sarcasmo y señalar algunos puntos fundamentales. Dice Ponte:

“Padura y González entienden el tema que los convoca —el exilio literario— como si se tratara de una institución. Solo así resultan equiparables la intransigencia de una política oficial y la intransigencia de gente dispersa. Visto así, tiene que haber un Ministerio de Cultura del exilio enfrentado a un Ministerio de Cultura del país,

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implacables uno y otro. Y ha de existir en el exilio un Ministerio del Interior con tareas no muy distintas a las de su homólogo en la Isla”.

Solo que Ponte es igualmente implacable en su razonamiento, y pasa por alto la existencia de grupos de presión en el exilio que actúan como si estuvieran a cargo de cualquiera de los dos ministerios. Si no logran su propósito es precisamente por su condición de exiliados. Miami ―y hablo del exilio de Miami porque es el único que conozco, además de ser el único que cuenta en este tipo de análisis― tiene un largo historial de intolerancia que no se puede omitir. Soy el primero en sostener que no hay comparación entre la falta de libertad de expresión en Miami con su carencia en la Isla. Soy, además, un ejemplo de esta tolerancia: publico semanalmente en esa ciudad opiniones que por lo general no son del agrado de buena parte de la comunidad exiliada. Pero siempre agrego el señalamiento que esa libertad de expresión se debe, en primer lugar, a mi país de adopción, Estados Unidos. También a un aprendizaje adquirido ―casi siempre a regañadientes durante una vida de exilio― por aquellos que al final logran comprender que un debate da mejores frutos que muchas peleas.

El otro aspecto que también queda fuera del análisis de Ponte es que en esta ciudad existen otras formas de censura, que no conspiran contra la libertad de expresión de forma directa sino que dificultan ―o que para muchos hacen imposible― la difusión de una obra. No vale la pena ahora repetir las conocidas quejas en este sentido.

Así que mejor que destacar la falta de un Ministerio de Cultura en el exilio, valdría la pena criticar la carencia de instituciones con un interés cultural genuino. La realidad es que a lo largo de décadas ha existido una tentación, que lleva a algunos a intentar publicar en Cuba lo que no logran publicar en Miami. Sucumbir a esa tentación es un problema personal. Lograrlo depende de muchos factores, y la necesidad de pagar un precio queda a la conciencia de cada cual. Es en este sentido que, a lo largo de los años, muchos escritores residentes en la Isla han preferido mantenerse en Cuba, sobrevivir, e intentar desarrollar una obra. Para algunos, la decisión ha valido la pena, para otros ha sido una vida de frustraciones. Sin embargo, reiniciar o iniciar una carrera literaria en el exilio continúa siendo una proeza.

Todo lo anterior explica en parte una prepotencia que siempre ha explotado el Gobierno cubano, respecto a los escritores, a la cual no es ajena el panel de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Esa potencialidad de publicar mientras se vive en la Isla, incluso en editoriales extranjeras, ha sido ―y en parte sigue siendo― un factor determinante para muchos escritores cubanos.

Lo que resulta bueno enfatizar es que esa potencialidad editorial de la Isla cada día se reduce más, no solo por las limitaciones propias de la crisis económica perenne en que vive el país, sino por las nuevas tecnologías, que han facilitado ―y lo que es más, democratizado― la publicación de un libro. Así que las élites intelectuales en la Isla han ido perdiendo espacio y el conversatorio de la UNEAC no está libre de cierto tufo de antiguo. El replanteamiento entonces vendría dado en la necesidad ―tanto en Cuba como en el exilio― de buscar nuevos espacios, a través de Internet principalmente, en que tuvieran cabida todos los escritores cubanos. Se puede argumentar que el Gobierno cubano intenta mantener un coto cerrado en este terreno, lo cual no ha logrado impedir una porosidad cada vez mayor. Una de las peticiones que puede hacerse a los panelistas es que, al tiempo de que se manifiestan a favor del reconocimiento de la labor de los escritores del exilio, publiquen ellos en los principales sitios de Internet del exilio que cuentan con secciones culturales. Cierto, como argumenta González, que la política prepondera en estos sitios, pero también es verdad que en más de uno no hay barreras para

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publicar trabajos literarios de escritores que viven en Cuba. La respuesta está en manos de La Habana.

Por último, queda un aspecto que es fundamental en toda la discusión, y tiene que ver con el modelo cultural ―que actúa como un canon― que por años se ha tratado de imponer a la literatura exiliada: el centro de la literatura cubana que radica en la Isla.

Esta especie de camisa de fuerza tuvo su formulación más conocida en el concepto del Aleph literario cubano, formulado por Ambrosio Fornet, uno de los asistentes al evento.

Según Fornet, el Aleph de la cultura cubana se encuentra en la Isla. La afirmación fue formulada como un afán para establecer un lugar ideal, donde radica la totalidad de las posibilidades de los creadores, las que confluyen sin confundirse y son vistas desde todos los ángulos; el sitio en que converge y se almacena íntegra la diversidad artística; el universo que contiene todos los bordes y fronteras y cuyo centro no es un punto sino una circunferencia infinita.

Esa letra —que más que un alfabeto es una enciclopedia— está en una nación que siempre ha escapado a las definiciones: una nebulosa en vez de una esfera; un país pequeño y limitado por aguas profundas en busca de la otra costa; una imagen que aspira a ser un concepto y no termina de definirse. Apenas una idea.

El Aleph fue un recurso de urgencia, que buscó apoderarse del argumento de un cuento del argentino Jorge Luis Borges, para al igual que en la narración intentar encerrar el universo en un sótano y permitir decir al que lo poseyera: “No soy el dueño del mundo, ni soy una parte ajena o cercana de ese mundo: soy el dueño del centro al que confluye el mundo”.

De esta forma, se trató de aplicar, en el plano literario, un reduccionismo que no era más que una justificación de un proceso que, desde su nacimiento, pretendió ir más allá de sus fronteras. Primero geográficamente, con la definición colegial de un libro de texto —la Geografía de Cuba, de Antonio Núñez Jiménez— donde se afirmó que no bastaba hablar de la Isla de Cuba, ya que lo correcto era referirse al Archipiélago Cubano. Luego en su vertiente guerrillera, con la conversión en un foco de irradiación de la violencia. Después imperialista, con el empleo de las fuerzas armadas transformadas en un instrumento de guerra extraterritorial en África. Globalizadora por último, con la exportación de médicos, maestros y técnicos a diversas naciones.

Un reduccionismo fundamentado en una vieja idea colonialista: todo esfuerzo literario, gráfico y musical fuera de la metrópolis no es más que un apéndice —a veces válido pero secundario— condenado a girar de acuerdo al poder dominante. La gravitación no como una fuerza de atracción recíproca, sino como una relación de causa y efecto.

En Cuba este reduccionismo ―disfrazado con el ropaje de un plan abarcador― ha tratado de sortear el egocentrismo bajo el disfraz de la asimilación cultural: reconocer la existencia de una literatura del exilio, una plástica internacional y una música caribeña que trascienden las fronteras del país, pero que no dejan de ser limitadas en sus logros y dependientes de la raíz. La nación no como fuente nutritiva sino como campana bajo la cual respirar.

El concepto estereotipado de la patria como madre, agrandado al endiosamiento del Estado —padre para los residentes en la Isla, padrastro para quienes viven en el exterior— todopoderoso, vigilante y ceñudo.

Así, y desde hace años, las instituciones del régimen se han otorgado el privilegio de ser las depositarias de toda actividad creadora —incluso las desarrolladas en las

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antípodas del espectro ideológico— al considerarse investidas de la autoridad necesaria para decretar lo que vale y brilla —o lo que no vale y no brilla— en la cultura cubana, dentro y fuera de la Isla.

Al fracaso del intento de edificar un canon revolucionario siguió la voluntad de adopción de criterios más amplios, que permitieran el reconocimiento de los logros estéticos de lo que hasta entonces se consideraba la cultura del enemigo, pero a partir de una definición que mantenía inalterable el centro del poder. De ese canon revolucionario, que por décadas midió, a la literatura cubana, se pasó a un canon patriótico y nacionalista.

Mencionar a Borges se convirtió en la exhibición más colorida de ese ideal de rectificación: un abandono de la intransigencia salvaje y la ferocidad de Calibán en favor de una incorporación de la habilidad y la brillantez de Ariel.

La emoción de la rebeldía fue —más que un disfraz de la envidia—la justificación del envidioso durante la etapa “calibanesca”. Luego predominó un Calibán más refinado, pero que no había abandonado por completo ese sentimiento original, porque por mucho tiempo formó parte de su existencia.

El problema actual en Cuba es que se ha desmoronando ese edificio que sustentaba la prepotencia imperial, y lo que impera es una sobrevivencia entre escombros. Uno de los problemas del exilio es que, paradójicamente, algunos insisten en mantener vivo ese espíritu imperial.

Por supuesto que la realidad es mucho más compleja. Durante mucho tiempo, el escritor, pintor y músico exiliado se vio privado de sus principales lectores o espectadores, lo que justificaba el planteamiento de un público primordial en la Isla. Lo que imperaba —y aún se intenta― era la utilización de ese eje con fines ideológicos, en una tergiversación de la verdadera función de protección cultural de un Estado.

Sin embargo, el concepto de lector y literatura nacional avanza hacia la extinción ―o al menos hacia una redefinición tan amplia que deja fuera el nacionalismo cultural. Fue precisamente un miembro del público asistente al conversatorio en la UNEAC el que señaló esta ampliación de las fronteras literarias. Y hay que señalar que el público asistente en ocasiones desbordó los razonamientos de los panelistas, lo que no deja de ser un signo de esperanza.

Los organismos del Gobierno cubano aún practican criterios políticos como puntos de definición a la hora de catalogar a los intelectuales y artistas que viven en el exterior. Es en el rechazo de esta actitud en que las palabras de Padura adquieren mayor importancia.

La necesidad de ampliar estas fronteras literarias no estuvo ausente del conversatorio en la UNEAC, aunque de nuevo fue un tema apenas esbozado. El problema de la lengua, en particular los escritores cubanoamericanos que escriben en inglés merece una atención especial. Como dato a señalar, fue Rine Leal el que primero lanzó una definición audaz al respecto, al considerar que esta literatura escrita en inglés merece también ser reconocida como parte de la literatura cubana.

“¿Precisan, ‘necesitan’ los autores residentes fuera del país negociar con el régimen?”, se pregunta Heriberto Hernández Medina. Y se responde que no hay necesidad de apresurarse. Añadiría que no hay tampoco necesidad de despreciar el encuentro, y mucho menos desdeñar a quienes intentan acercarse a nosotros.

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“Los profesionales del odio”

Leonardo Padura

Publicado en Café Fuerte, el 2 de marzo de 2012.

a se sabe que las épocas turbulentas generan pasiones que no suelen ser turbulentas. En medio de esas alteraciones, disputas y luchas por la

preeminencia individual o la subsistencia de un status, la posible focalización del interés público en una determinada coyuntura social o política tiende a propiciar que afloren, con mayor intensidad de lo habitual, las miserias humanas.

Una de las más comunes manifestaciones de esas actitudes es la búsqueda de protagonismo y hasta de soñadas dosis de poder y, con ellas, que los individuos traten de colocarse lo más cerca posible de ese reflector alimentado por la energía de la turbulencia, pretendiendo adquirir una corporeidad con la cual jamás habrían podido soñar en épocas y sociedades normales. O, cuando menos, que tales personajes se aprovechan de las circunstancias que, en la atmósfera turbia del temporal, les permiten detentar una cercanía a la luz que en otras condiciones jamás tendrían, una posición desde la cual se erigen fiscales, aunque solo sea para crear sombras sobre quienes tienen mayor posibilidad de brillar.

Una de las estrategias más lamentables y socialmente más miserables que suelen practicar esos personajes es la de azuzar el odio desde una supuesta o pretendida pureza propia; la de reclamarle a los otros lo que el reclamante, en igual posición o disyuntiva, jamás se habría atrevido a poner en práctica. Por lo demás, no importa que la denigración sea falsa, injusta, traída por los pelos: lo importante es que la acusación salga al ruedo y circule, generando cuando menos sospecha sobre el denigrado y, de paso –algo muy ansiado- resalte la supuesta integridad del denigrante.

De las artes mezquinas y otras historias

Los cubanos sabemos mucho de estas artes mezquinas. Una de nuestras historias de odio y envidia más ejemplares ocurrió cuando apenas comenzábamos a ser cubanos. Su clímax se produjo entre los meses finales de 1836 y los primeros días de 1837 (lo cual, para una nación tan joven, constituye muestra de una larga práctica histórica), cuando el poeta romántico José María Heredia, desterrado en México por sus ideas independentistas, pidió un permiso a las autoridades coloniales para realizar la que sería su última visita a Cuba, deseoso de ver a su madre antes de morir.

Fue entonces cuando el gran mecenas pero mediocre poeta Domingo del Monte, con quien Heredia había compartido una cercana amistad en los días de la juventud, luego de un fugaz encuentro, se negó a entrevistarse con el bardo llegado del exilio.

En una carta enviada a otro de los poetas menores de aquel tiempo, Del Monte exponía las razones de su distanciamiento respecto a Heredia, y con toda intención las revestía de consideraciones de carácter político: nunca, expresaba el muy acaudalado Del Monte, Heredia debió haberse rebajado a pedir una autorización al gobierno colonial para visitar a Cuba. "...Vino a La Habana \[decía en aquella misiva] solicitando antes permiso \[...] por medio de una carta \[…] que no me gustó ni ha gustado a ninguna persona de delicadeza; \[Con tal acto de sumisión,

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Heredia] Perdió un prestigio inmenso poético-patriótico, tanto que la juventud esquivaba el verle y tratarle. Él, sin embargo, dice y cree que no ha cometido ninguna acción villana que lo rebaje, y extraña que se lo juzgue con tanta severidad."

Como muchas veces suele ocurrir, el en apariencia vertical Domingo del Monte sería el mismo que unos pocos años después de haber escrito estas cartas, temeroso ante el rumbo tomado por los acontecimientos en Cuba, se vería envuelto en la denuncia de la existencia de un complot inglés para promover la independencia. Según algunos historiadores, su delación (que parece no haber sido la primera) dio lugar a la llamada Conspiración de la Escalera, que costó la vida a cientos de negros cubanos, presuntos confabulados, cruelmente reprimidos.

Devaneos y oportunismos políticos

Mientras la isla se removía con ejecuciones y encarcelamientos, Del Monte huyó a Europa, a pesar de que nunca fue formalmente acusado como conspirador y de que, en varias ocasiones, se manifestó públicamente contrario a cualquier intento independentista. En Europa vivió como un príncipe, hasta el fin de sus días.

En realidad, detrás de aquellas palabras y actitudes de Del Monte se escondían dos poderosas y muy mezquinas razones: la primera, la más peligrosa, era que precisamente Heredia conocía de los pasados devaneos y oportunismos políticos del ahora gran mecenas de la literatura cubana, una historia que provenía de los días lejanos en que Heredia se había enrolado en una conspiración independentista y Del Monte -descubierto aquel complot, ese sí real- se había esfumado del mundo civilizado para ir a esperar el paso de la tormenta en un pueblo todavía hoy remoto, en el casi despoblado confín occidental de la isla.

La razón de su actitud de 1836, obviamente, implicaba una estrategia de ocultamiento de pecados propios a través de la exhibición lacerante de posibles deslices ajenos, criticados con acritud en misivas y charlas que, él bien lo sabía, trascenderían al espacio público.

La segunda razón es que José María Heredia era considerado por entonces la más importante voz lírica de Cuba, una de las más notables de América y del ámbito de la lengua española, mientras del Monte solo había llegado a ser un pergeñador de versos mediocres. Esta otra motivación, en aquella época y todavía hoy, se llama envidia y se manifiesta a través del odio y sus múltiples explosiones encaminadas a escamotear la grandeza a la que resulta imposible aspirar por méritos propios: un sentimiento que germina silvestre en los mundillos culturales. Y con especial fertilidad en los cubanos, donde resulta más fácil hallar vituperios que elogios. Dentro y fuera de la isla.

Si me detengo en una historia lejana en el tiempo, propia de unas circunstancias ya inexistentes en sus detalles, es porque su contenido humano tiene no solo un carácter ejemplar, sino, sobre todo, permanente. Más aun: espantosamente actual.

La estrategia de atacar “al otro” para, con esa cortina de humo, ocultar biografías bochornosas, miedos vividos, valentías nunca mostradas, participaciones que luego resultan molestas dentro de la nueva biografía re-creada, ha sido una práctica a la que han acudido personajillos de las más diversas filiaciones políticas y cataduras morales.

El recurso de esgrimir purezas ideológicas, supurar odios viscerales como si se tratase de urgentes actos de justicia, y vomitar toneladas de envidia por el éxito del otro, por la actitud más limpia, por la consecuencia y el valor del riesgo y el sostenimiento de la verdad (siempre del otro), forman parte de una realidad con demasiados representantes dentro y fuera de la isla, profesionales del odio y el

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ataque artero, al estilo delmontino. Personajes hoy muy abundantes, especializados en el ataque, la difamación y la creación de rumores.

El tiempo de la plaga

La “democratización” que ha favorecido la Internet, con los sitios webs y los blogs, han propiciado el florecimiento de una plaga de estos individuos. Cierto es que estos medios, en efecto más democráticos por su accesibilidad (acceso más que complicado y nada democrático dentro de la isla), han propiciado una vía de expresión a personas honestas y valientes que, incluso, en ocasiones han puesto muchas cosas en riesgo por expresar sus opiniones.

Pero también es innegable la abundancia de oportunistas de toda laya que, gozando de disímiles protecciones (incluso de grupos de poder), o escondiendo la propia identidad tras seudónimos, se dedican a la denigración de quienes, con su trabajo y obra se les oponen, molestan o ponen en evidencia. O simplemente a aquellos a los que envidian y, peor aun, odian, por razones similares a las que movieron, en su momento, a Domingo del Monte. Esos Del Monte de hoy saben ellos mismos quiénes son y por qué actúan como actúan.

Por eso, creo que no debe resultar extraño que en su célebre “Himno del desterrado”, poema que por sí solo bastaría para inmortalizar a su autor, José María Heredia haya debido exclamar, pensando en el destino de su patria y, seguramente, en las actitudes de algunos de sus compatriotas –de ayer y hasta de hoy, lejanos y cercanos:

¡Dulce Cuba! ¡en tu seno se miran En su grado más alto y profundo, La belleza del físico mundo, Los horrores del mundo moral!

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“Carta abierta a Leonardo Padura”

Andrés Reynaldo

Publicado en Diario de Cuba, el 3 de marzo de 2012.

Estimado Padura:

Ha circulado recientemente una nota tuya titulada “Los profesionales del odio”. Considerando que eres miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), un organismo estrictamente controlado por la Seguridad del Estado, que suele apoyar a la dictadura lo mismo para un fusilamiento que para elevar el perfil literario de las energúmenas reflexiones de Fidel Castro, podía pensarse que se trata de una autocrítica.

Pero no. La nota concierne aparentemente a quienes desde el exilio hemos comentado tu participación en un panel que conjeturaba la posibilidad de que los escritores de afuera publicaran adentro, siempre que se guardara el debido respeto hacia "el sistema". Digo "aparentemente" porque en tu nota eludes de manera tan soberana como torpe el tema de la discusión. (Es necesaria una coletilla de editor para situar el contexto.) O sea, que tu nota no contiene un punto de vista sino un punto suspensivo.

Puesto que no me gusta hablar a nombre de nadie, voy a lo que me toca, en singular. Estableces una metatránquica parábola entre José María Heredia y Domingo del Monte. Como todos sabemos, Heredia, un gran poeta, fue atacado por haber solicitado permiso a las autoridades coloniales españolas para visitar a su madre enferma en la Isla. Del Monte, un poeta mediocre, fue uno de sus críticos. La Historia ha situado a Heredia en el múltiple panteón de la Patria y la Poesía. Sobre Del Monte todavía recae (según tú y algunos historiadores) la sospecha de haber cometido horrendas delaciones que costaron no pocas vidas, así como crueles represiones.

En esa alambicada construcción te adjudicas el papel de Heredia y supongo que a mí (o a otro, o a todos tus críticos) tocan los ropajes del infame Del Monte. Tengo por disciplina ignorar los mensajes sesgados, crípticos e intimidatorios. Yo hablo y escribo con nombres y apellidos. En mi ya larga y fatigosa carrera periodística, he sido acusado de agente de la Seguridad del Estado por la extrema derecha y de agente de la CIA por la extrema izquierda. Pero voy a prestarte atención, en aras del reencuentro nacional. Te pido, a cambio, que me hables claro.

Te emplazo a que me digas cómo es que me sirve el sayo de Del Monte, en caso de que haya sido conmigo la pulla parabólica, a fin de despejar esta triple duda: 1) sabes algo de mí que crees que yo no quiero que se sepa, lo cual es una modalidad del chantaje; 2) no sabes nada de mí pero quieres callarme la boca, lo cual es una modalidad de la censura; 3) estás lanzando una cortina de humo sobre la discusión que nos trae hasta aquí, lo cual es una modalidad de la impotencia.

Dadas tus circunstancias (al fin y al cabo vives a merced de un dictador que no tiene mucha tabla para estos regodeos literarios) las tres variantes son políticamente prudentes, aunque ética e intelectualmente reprobables.

De todos modos, debes tener en cuenta la fragilidad de tu parábola. Aunque yo, o cualquier otro, o todos los que comentamos desde esta orilla sobre el panel de la

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UNEAC, seamos el mismísimo Del Monte, eso no te convierte en Heredia. Más bien empantana la discusión en la retórica ambigua, escurridiza, bonchista y paranoica del más rancio pensamiento totalitario. Pasamos del debate sobre Cuba a las páginas de Cubadebate.

Los otros comentarios escolares sobre la envidia y los intentos de escamotear la grandeza (¿estarás hablando de la tuya, no?) me tienen sin cuidado. Te juro que tú no figuras en la lista de los escritores que envidio. Dicho sea de paso, creo que si leyeras a los escritores que envidio acabarías por escribir un poco mejor. Aun así, reconozco que has hecho una obra de notable mérito en el ámbito de la literatura antillana y que eres (para decirlo con tu imaginería decimonónica) el Príncipe de las Letras Oficiales.

Ahora, una reconciliadora exhortación. ¿Por qué no debatimos sobre los problemas del escritor en Cuba? ¿Por qué no hablamos sobre los conflictos de conciencia del escritor trabado en la maquinaria de una execrable dictadura? ¿Puedes hablar de esos temas? ¿Tienes alguna parábola para explicar cómo te las arreglas cuando se muere un preso político en una huelga de hambre? ¿Vas y te quejas en la UNEAC cuando las Brigadas de Respuesta Rápida le caen a patadas a las Damas de Blanco? ¿Cómo te sientes publicando en un país donde a los periodistas independientes se les envía de cabeza a la cárcel o, si tienen suerte, les parten la cabeza a cabillazos?

De eso se trata la discusión, amigo Padura. No puede existir, como tú propones, "un acercamiento necesario entre todos los escritores cubanos, por encima de las coyunturas políticas", porque la coyuntura política de la dictadura es insalvable, a menos que uno pierda la memoria y la vergüenza. Si tú puedes escribir sin estas valiosas herramientas, es tu problema. Como diría Ambrosio Fornet con esdrújulo énfasis (¿puedes creer que le han dado el Premio Nacional de Literatura?): tu intrínseca y autárquica dinámica engarzada en el flujo fenomenológico de tu actualidad.

Yo no estoy dictándote una moral. Simplemente acuso recibo de la mía, con el consabido margen de error. Es la práctica habitual del hombre libre. Has tomado como una deleznable presunción de alzarme en juez el cotidiano ejercicio de mi derecho a ser parte. De ahí a ser un profesional del odio hay una larga y envilecida distancia. La puedes medir, minuto a minuto, palmo a palmo, con solo poner la radio, con solo leer un periódico, con solo abrir la ventana, en la triste isla que habitas.

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PARTICIPAN EN ESTE PUNTO DE MIRA:

Alberto Lauro (Cuba, 1959) Poeta, escritor y periodista. Autor del poemario Con la misma furia de la primavera (1987) y de los libros para niños Los tesoros del duende (1987) y Acuarelas (1990), todos premiados en Cuba, además de los poemarios Parábolas y otros poemas (1977), El errante (1994), Cuaderno de Antinoo (1994). En el año 2004 fue galardonado en España con el VI Premio Odisea de Literatura por su novela En brazos de Caín. Obtiene en 2011 el XVI Premio Internacional de Poesía Luys Santamarina-Ciudad de Cieza por su poemario Hijo de mortales.

Alberto Muller Escritor y periodista. Profesor de la asignatura Periodismo: Ética y Leyes en la Universidad de Miami. Fundador del Directorio Revolucionario Estudiantil, que luchó contra la dictadura de Castro, por lo que sufrió 15 años de prisión política en las cárceles de Cuba. Autor de una amplia obra literaria y ensayística, entre sus libros: la novela Monólogo con Yolanda y los ensayos históricos El proyecto Varela y Retos del Periodismo.

Andrés Reynaldo Por más de 20 años ha mantenido una presencia en periódicos y revistas de Estados Unidos, América Latina y España. Nacido en Cuba en 1953, ha vivido desde 1980 entre Miami, San Juan de Puerto Rico y New York. Desde 1989 es columnista habitual de El Nuevo Herald. Además de los asuntos de actualidad local, nacional e internacional, escribe sobre arte y literatura. Ha ganado varias distinciones por su labor periodística. Actualmente dirige la sección dominical Séptimo Día de El Nuevo Herald.

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Antonio Álvarez Gil (Cuba, 1947). Ha publicado Una muchacha en el andén (1986), Unos y otros(1990), Del tiempo y las cosas (1993), Fin del capítulo ruso (1998), Las largas horas de la noche (2000 y 2003), Naufragios (2002), Delirio nórdico (2004), Nunca es tarde (2005), La otra Cuba (2005). Desde 1994 reside en Estocolmo. Acaba de publicar las novelas Después de Cuba en la editorial española Baile del Sol y Perdido en Buenos Aires (2010), con la que obtuvo el Premio Internacional “Mario Vargas Llosa” 2009.

Antonio José Ponte (Cuba, 1964). Poeta, ensayista y novelista. Obtuvo el Premio de La Gaceta de Cuba en 1998. Ha publicado, entre otros: Asiento en las ruinas, (poesía) 1997; Los ensayos Ramón Alejandro, Art Tribus´s, Angers, 1999 y Un seguidor de Montaigne mira a La Habana / Las comidas profundas, Verbum, Madrid, 2001; In the cold of the Malecón & other stories, San Francisco, 2000, y Cuentos de todas partes del Imperio, Deleatur, Angers, 2000, y la novela Contrabando de sombras, Random House-Mondadori, Barcelona, 2000. Su libro más reciente es Villa Marista en plata (Colibrí, 2010).

Arnoldo Tauler López Licenciado en Letras por la Universidad de Oriente. Fue miembro de la UNEAC, investigador literario de la Academia de Ciencias de Cuba y director y escritor de programas de televisión. Ha publicado, entre otros libros, las novelas: Los siete pasos del sumario, Los centinelas de la aurora, Cagüeyro, La puesta en marcha y El general sombra. Sus últimas publicaciones en este género son Shahida (2009); Chat Room (2009) y Batalla contra el Eclipse (2009).

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Edgar London (Cuba, 1975). Escritor. Ha recibido el Premio Internacional de Ensayo Agustín Espinoza, México, 2008; Premio Nacional de Cuento Criaturas de la noche, México, 2007; Premio Nacional Eliseo Diego en Narrativa, Cuba, 1998; Premio Nacional 13 de Marzo en Narrativa, Cuba, 1998 y el Premio Nacional Fronesis en Narrativa, Cuba, 1997. Actualmente es profesor en varias universidades de México y columnista del periódico "10 minutos". Ha publicado los libros de cuentos: A escondidas de la memoria (2008), (Pen) últimas palabras (2002) y El nieto del lobo (2000).

Félix Luis Viera (Cuba, 1945). Poeta, cuentista y novelista. Ha publicado, entre otros, los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983), En el nombre del hijo (1983) y Precio del amor (1990); así como las novelas Con tu vestido blanco (1987), Serás comunista, pero te quiero (1995), Un ciervo herido (2003), Inglaterra Hernández (1997) y El corazón del Rey (2010). Su libro de cuentos Las llamas en el cielo es considerado un clásico de la literatura de su país. En México, donde reside desde 1995, ha colaborado en diversos periódicos con artículos de crítica literaria y de contenido cultural en general, ha impartido talleres literarios y conferencias, y asimismo se ha desempeñado como asesor de variadas publicaciones periódicas.

Heriberto Hernández Medina (Cuba, 1964) Poeta y Crítico de arte. En 1987 se gradúa de Arquitectura. Ha publicado los libros de poesía: Poemas (1991), Discurso en la Montaña de los Muertos (1994), La Patria del Espejo (1994), Los Frutos del Vacío (1997, 2006 y 2008), Verdades como templos (2008) y Las sucesivas puertas, el frágil aire eterno (2009). Ha recibido el Premio "DAVID" de la UNEAC, 1989, y el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” 2006. Reside en Estados Unidos desde donde escribe el blog “La primera palabra”, uno de los sitios de poesía más interesantes y serios de internet en la actualidad.

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Ihosvany Hernández González (La Habana, 1974) Poeta y narrador. Por casi una década escribió programas dramáticos y de orientación para la radio. Sus últimos premios son: Finalista del Premio Internacional de Poesía Desiderio Macías Silva (México), por el poemario: Días despavoridos como ciervos, 2006; Finalista del Premio Jiménez Campaña (categoría del premio internacional Artífice de relato corto y poesía, Granada, España) por el poemario: Un sitio para este otoño, 2008 y Premio de Reseña Literaria, Azafrán y Cinabrio Ediciones (México), por el trabajo: “Boitel: entre la noche y la palabra” (sobre el poemario No llames en la noche, del poeta cubano Luis Manuel Pérez-Boitel), 2008. Desde el 2004 reside en Canadá.

Jesús Hernández Cuéllar Periodista y dramaturgo. Director y editor de Contacto Magazine, revista latinoamericana que se edita en Los Ángeles, California, desde 1994. Autor de las obras teatrales "Invierno en Hollywood" (1989) y "Gente de aquí, gente de allá" (1991), y de la novela finalista del premio Letras de Oro de la Universidad de Miami, "Morir a manos del fuego" (1992).

Joaquín Badajoz Poeta y Ensayista. Miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Entre otros ha publicado los ensayos Excursión de Thor a Utgard (1996); Reinaldo Arenas a las puertas del delirio, “Locura y éxtasis en las letras y artes hispánicas”, Cuadernos de ALDEEU, Vol. XVI, No.2, Nueva York, Marzo 2000; Exilio y Nacionalidad. La nación y la emigración en la encrucijada de los estados postnacionales, “En el centenario de la República de Cuba”, Instituto de Estudios Cubano (2004); España Regurgitada (una lección de antehistoria, un artista cubanoamericano del spanglish y una aventura neosurrealista en la ciudad sitiada), “Hispanos en los Estados Unidos: tercer pilar de la hispanidad” (2004). Es editor ejecutivo de la revista Cosmopolitan en español. Reside en Miami, Estados Unidos.

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Joel Franz Rosell (Cuba, 1954). Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas, ha trabajado como animador literario, como profesor y periodista. Entre otros títulos ha publicado: Los cuentos del mago y el mago del cuento El pájaro libro, Javi y los leones, Pájaros en la cabeza, Don Agapito el apenado y La bruja Pelandruja está malucha (todos de cuentos) y las novelas Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes; Vuela, Ertico, vuela; La tremenda bruja de La Habana Vieja, Mi tesoro te espera en Cuba, La leyenda de taita Osongo y Exploradores en el lago. Su obra ha sido distinguida con varios premios internacionales y traducida al francés, al portugués, el gallego, el vasco, el coreano y el inglés.

José Lorenzo Fuentes (Cuba, 1928). Escritor y periodista. Se graduó como periodista en La Habana. Ha publicado: El lindero, cuento (1953); Maguaraya arriba, cuento (1963); El sol, ese enemigo, novela (1963); El vendedor de días, cuento (1967); Después de la gaviota, cuento (1968); Viento de enero, novela (1968); Mesa de tres patas, cuento (1980); La piedra de María Ramos, novela (1986); Brígida quiso soñar, novela (1987); Los ojos del papel, novela (1990); El hombre verde y otros relatos, cuento (2005) y Meditación (2001).

José Prats Sariol Hizo estudios de Literatura en la Universidad de la Habana con José Lezama Lima. Crítico literario, novelista, ensayista y profesor universitario, ha publicado una extensa obra entre la que se cuentan las novelas Mariel (1997, 1999), Guanago Gay (2001) y los Estudios sobre poesía cubana (1988), Criticar al crítico (1983) y Fabelo (1994). Hizo parte del grupo de críticos literarios que preparó la edición cumbre de Paradiso, la novela de José Lezama Lima para la UNESCO en 1988. Ha ofrecido conferencias en universidades y centros culturales de Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania, Holanda, Italia, México, Noruega, Rusia, España, Suecia, Suiza, Estados Unidos y Venezuela.

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León de la Hoz (Cuba, 1957). Escritor. Ha publicado Coordenadas (poesía, La Habana, 1982); La cara en la moneda (poesía, La Habana, 1987); Los pies del invisible (poesía, La Habana, 1988); Preguntas a Dios (poesía, Madrid, 1994); La poesía de las dos orillas. Cuba (1959-1993) (poesía, antología, Madrid, 1993); Cuerpo divinamente humano (poesía, Madrid, 1999); La semana más larga (novela, Madrid, 2007). Ha ganado, entre otros, los premios David y Julián del Casal, ambos de la UNEAC. Dirigió la revista La Gaceta de Cuba, en La Habana.

Leonardo Padura (La Habana, 1955). Escritor y periodista. Además de una larga obra periodística, es especialmente conocido como escritor de novela policiaca y entre lauros ha ganado en dos ocasiones el prestigioso premio Dashiell Hammet, que se otorga cada año a la mejor novela negra escrita en lengua española. Su tetralogía “Cuatro estaciones” es muy famosa: (Pasado perfecto, de 1991; Vientos de cuaresma, de 1994; Máscaras, de 1997, y Paisajes de otoño). Recientemente volvió a impactar la crítica literaria a su favor con la novela El hombre que amaba a los perros.

Michael Hernández Miranda Poeta, narrador, periodista y editor. Actualmente reside en Canadá. Durante su vida en Cuba fue editor de Ediciones Holguín, del Centro Provincial del Libro, y editor de la revista Diéresis. Colaboró asiduamente con diversas revistas y publicaciones periódicas cubanas y extranjeras, entre las cuales pueden citarse La Gaceta de Cuba, El Caimán Barbudo, Cubaliteraria, SIC, La letra del escriba, Dédalo y Ámbito. Tiene publicados los libros: Viejas mentiras de otra clase (2001), Las invenciones del dolor (2002) y En óleos de James Ensor (2003), todos de poesía. Fue fundador de la revista independiente Bifronte, censurada en Cuba.

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Rafael E. Saumell (Cuba, 1951). Escritor y profesor. Graduado de las universidades de La Habana y de Washington University, Saint Louis, Missouri, EE.UU. Ex-guionista de radio y televisión, antiguo miembro de la UNEAC. Ha publicado en Unión, El Caimán Barbudo, Revista Iberoamericana, Encuentro de la cultura cubana, Revista Hispano Cubana, Research in African Literatures, The Texas Review, Hispanic Poetry Review, MELUS, Linden Lane Magazine, Revista de Estudios Hispánicos, L’Ordinaire Latino-Americain y Cuba in Transition, entre otras. Autor de varios ensayos sobre literatura recogidos en antologías sobre José Martí, Mario Vargas Llosa y Alejo Carpentier, entre otros. Miembro de Número de la Academia Cubana de Historia en el exilio.

Roberto Madrigal (La Habana 1950) Autor de una novela: Zona congelada (2005); co-autor de una recopilacion de ensayos: Voces del silencio (1996); editó una revista literaria: Termino (1982-84) y ha publicado diversos artículos en varias revistas y diarios de los Estados Unidos. Aficionado obsesivo de la literatura, el cine y la pelota. Profesional solamente de la psicología, de la que dice “vivo, pero no para la que vivo”.

Rolando Jorge (Cuba, 1955). Poeta y ensayista. Obtiene menciones en los concursos de poesía David y Julián del Casal (1985), ambos en Cuba. Reside en Miami, donde ejerce de lector y poeta full time. Su libro de diarios Ido a hurgar se publicó en 2012 por Ediciones Silueta, en Miami.

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Santiago Méndez Alpízar / Chago (Cuba, 1970) Poeta. Tiene publicados: Plaza de Armas (1996), Rockason con Virgilio Piñera (1996), ¿Entonces, qué? (2008) y Bagazo: poemas iberos (Efory Atocha ediciones- 2010, Madrid). Autor del conocido blog Efory Atocha, desde donde realiza una importante y sostenida labor de promoción cultural e información sobre la cultura cubana en el exilio.

Waldo Pérez Cino (La Habana, Cuba, 1972) Narrador y ensayista. La demora, su primer libro de relatos, se publicó en La Habana en 1997. Desde entonces reside en Madrid. Es también fotógrafo, otra manera de indagar en la ficción. Ha publicado además el poemario Cuerpo y sombra (2010) y el libro de cuentos La isla y la tribu (2011).