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Centro Argentino de Estudios Internacionales www.caei.com.ar Programa Historia de las RRII 1 América Latina y la política de seguridad norteamericana: continuidades Por Silvina M. Romano 1 En el siguiente trabajo, proponemos rastrear los discursos y hechos que permitan establecer una relación entre la Doctrina Monroe (1823), la Alianza para el Progreso (1961), el Informe Rockefeller (1969), el Informe Kissinger (1974) y el Plan Santa Fe I (1980). Si bien es cierto que cada uno de estos documentos es susceptible de un ser estudiado en profundidad, resultan necesarios para responder al interrogante de en qué medida se puede pensarse en una continuidad en la política exterior norteamericana. La suposición que orienta este trabajo se basa en la idea de que pueden hallarse indicios de una continuidad en los discursos y acciones del gobierno estadounidense respecto de América Latina, desde mediados del siglo XIX hasta el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. A su vez, la persistencia de algunas características de la política exterior norteamericana se articularía en torno el eje de la “seguridad”, que de acuerdo con los discursos oficiales y extraoficiales del gobierno norteamericano, sería uno de los aspectos fundamentales en sus relaciones internacionales y en particular, con América Latina (Moniz Bandeira, 2004; Mecham, 1961; Moneta, 1973; Selser, 1972 y 1973). Intentaremos establecer la relación entre los documentos a partir de una primera diferenciación en dos tipos de doctrinas: aquellas que al parecer manifestaban directamente la necesidad de que Estados Unidos lograra y mantuviera una hegemonía continental como lo expresan claramente los discursos de Monroe, Truman y el Plan Santa Fe I; aquellos discursos como el de la Alianza para el 1 Lic. en Historia y Ciencias de la Información en la Universidad Nacional de Córdoba. Becaria de CONICET. Doctoranda del Doctorado en Ciencia Política del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba.

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América Latina y las políticas de Estados Unidos

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América Latina y la política de seguridad

norteamericana: continuidades

Por Silvina M. Romano1

En el siguiente trabajo, proponemos rastrear los discursos y

hechos que permitan establecer una relación entre la Doctrina

Monroe (1823), la Alianza para el Progreso (1961), el Informe

Rockefeller (1969), el Informe Kissinger (1974) y el Plan Santa Fe I

(1980). Si bien es cierto que cada uno de estos documentos es

susceptible de un ser estudiado en profundidad, resultan necesarios

para responder al interrogante de en qué medida se puede pensarse

en una continuidad en la política exterior norteamericana. La

suposición que orienta este trabajo se basa en la idea de que pueden

hallarse indicios de una continuidad en los discursos y acciones del

gobierno estadounidense respecto de América Latina, desde

mediados del siglo XIX hasta el período posterior a la Segunda

Guerra Mundial. A su vez, la persistencia de algunas características

de la política exterior norteamericana se articularía en torno el eje de

la “seguridad”, que de acuerdo con los discursos oficiales y

extraoficiales del gobierno norteamericano, sería uno de los aspectos

fundamentales en sus relaciones internacionales y en particular, con

América Latina (Moniz Bandeira, 2004; Mecham, 1961; Moneta,

1973; Selser, 1972 y 1973).

Intentaremos establecer la relación entre los documentos a

partir de una primera diferenciación en dos tipos de doctrinas:

aquellas que al parecer manifestaban directamente la necesidad de

que Estados Unidos lograra y mantuviera una hegemonía continental

como lo expresan claramente los discursos de Monroe, Truman y el

Plan Santa Fe I; aquellos discursos como el de la Alianza para el

1 Lic. en Historia y Ciencias de la Información en la Universidad Nacional de Córdoba. Becaria de CONICET. Doctoranda del Doctorado en Ciencia Política del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba.

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Progreso, el Informe Rockefeller y el Informe Kissinger, que desde el

comienzo se presentaron oficialmente dirigidos a la cooperación y el

desarrollo de América Latina.

Además de profundizar en estas dos clases de doctrina y de

política exterior, intentaremos esbozar los intereses subyacentes a

estas estrategias del gobierno norteamericano, considerando el

contexto en el cual han sido elaboradas, comparando entre discursos

oficiales y secretos (desclasificados con posterioridad a su

producción), teniendo en cuenta particularmente la injerencia de

estas políticas en América Latina.

La Doctrina Monroe para la “defensa” de los países americanos

independientes

La Doctrina Monroe de 1823 (pronunciada por el presidente

James Monroe 1817-1825) puede ser considerada como la primera

declaración explícita del gobierno norteamericano en lo relativo a

política exterior continental, orientando la mayoría de las políticas del

gobierno norteamericano respecto de América Latina. Varias de las

intervenciones del gobierno norteamericano en países de América

Latina en el plano de lo económico, lo político o lo militar, contaron

con el respaldo de los mandatos de Monroe. Así es que en

determinadas oportunidades, la doctrina era invocada cual

mandamiento divino, mientras que en otras situaciones era dejada

completamente de lado. Veremos a continuación el contenido de la

doctrina de 1823, su justificación, los conflictos en los que fue

invocada a favor del gobierno norteamericano, y las situaciones en

las que esta doctrina fue ignorada completamente.

La política expresada en la doctrina Monroe, puede resumirse

en las siguientes palabras: “No hemos intervenido ni intervendremos

en las colonias o dependencias de cualquier potencia europea; pero

cuando se trate de gobiernos que hayan declarado y mantenido su

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independencia, y que después de madura consideración, y de

acuerdo con justos principios, hayan sido reconocidos como

independientes por parte del gobierno de Estados Unidos, cualquiera

intervención de una potencia europea, con el objeto de oprimirlo o de

distinguir de alguna manera sus destinos, no podrá ser vista por

nosotros sino como la manifestación de una disposición hostil hacia

Estados Unidos. Cuando reconocimos a esos nuevos gobiernos,

declaramos nuestra neutralidad entre ellos y España; hemos seguido

y seguiremos esta política, siempre que no haya un cambio que, a

juicio de las autoridades competentes de este gobierno, hagan

indispensable para nuestra seguridad un cambio correspondiente en

la política de los Estados Unidos” (Pereyra, 1959:47).

Esta nueva política del gobierno norteamericano intentaba

mostrarse como una estrategia solidaria con respecto a los demás

países del continente recién independizados, posicionando a los

Estados Unidos como “defensores” o “hermanos mayores” de las

demás naciones recién independizadas, que carecían de los recursos

necesarios para “defenderse solas”. En esta situación, el gobierno

norteamericano estaba dispuesto a luchar por ellas contra la “tiranía”

de las potencias europeas. Esto nos indica que la Doctrina Monroe se

presentó, en principio, como un discurso “defensivo”: en caso de que

algún país fuera atacado por un Estado exterior al continente, el

hermano del Norte estaría dispuesto a defenderlo.

A partir de aquel momento, la “seguridad” comenzó a constituir

la clave de los discursos y las políticas de relaciones exteriores

norteamericanas

Más allá del discurso, en los hechos la Doctrina Monroe adquirió

tantos significados como gobiernos se sirvieron de ella. En varias

oportunidades fue utilizada como justificativo de intervenciones de

diferente tipo en países latinoamericanos (particularmente México y

la zona del Caribe). Algunos documentos nos dan cuenta de esta

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operacionalización de las premisas de Monroe, lo que explica a su

vez, la “universalidad” que adquirió.

En primer lugar, la Doctrina fue realizada en base a la amenaza

que implicaba la presencia europea en el continente, en especiilla de

la Santa Alianza2. Pero en la declaración del Secretario de Estado Mr.

Clay3 a la cámara de representantes, se presentaban algunas dudas

respecto a la certitud de este peligro, ya que declaraba que no era

necesario llamar la atención sobre ese asunto debido a que “los

acontecimientos demostraban que si alguna vez hubo un plan serio

para atacar la independencia de la América Española, este había sido

abandonado, y que el hecho de votar la resolución en ausencia de

pruebas suficientes de un designio de agresión, se consideraba poco

amistoso, si no es que ofensivo” (Pereyra, 1959:29). Asimismo,

desde diferentes perspectivas se niega la posibilidad de un certero

ataque Europeo a las ex-colonias para reconquistarlas, teniendo en

cuenta que la Santa Alianza no contaba con el apoyo de Gran

Bretaña, que en ese entonces era la única potencia capaz de

asegurar una victoria (debido a su poderío naval) (Kossok, 1968).

Por otra parte, lo interesante del discurso de Monroe es que

trataba el tema de la defensa del continente de manera general, y ni

el Parlamento ni el Poder Ejecutivo consideraron conveniente traducir

este mensaje a “frases más concretas”; es decir, desde un principio

se percibió la potencialidad de esta doctrina siempre y cuando se

mantuviera en el plano de lo general (Perkins, 1964: 307-308). Así

es que en varias situaciones en que los países latinoamericanos

consideraban indispensable la aplicación de la Doctrina Monroe, el

2 La Santa Alianza fue una respuesta al peligro que significaron la Revolución Francesa y Napoleón para las viejas monarquías europeas. Fue concertada el 14 de septiembre de 1814 entre Alejandro I de Rusia, Francisco I de Austria y Federico Guillermo III de Prusia como un “pacto religioso” para establecer lazos fraternales entre reyes y súbditos de acuerdo con los principios cristianos, y se invitó a firmarlo a todos los soberanos europeos. Así lo hicieron Francia, España, Portugal y Suecia. Sin embargo, este pacto religioso tomó un carácter totalmente distinto en manos del canciller austriaco Metternich convirtiéndose en una sociedad de socorros mutuos de los reyes contra los países sublevados (Morales Manssur, 2005) 3 Secretario de Estado de John Quincy Adams y a su vez, secretario de Estado del gabinete de Monroe al momento de redacción de la Doctrina (Pereyra, 1959:56).

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gobierno norteamericano decidió no inmiscuirse acudiendo a

diferentes argumentos. Por ejemplo, el gobierno norteamericano

evitó aplicar la doctrina en ocasión del bloqueo al Río de la Plata

perpetrado por Francia fines de 1830, tampoco le dio importancia a

la participación de Inglaterra como “mediadora” de la declaración de

la independencia uruguaya (agosto 1828), como resultado del

enfrentamiento entre Brasil y Argentina (Pereyra, 1959: 80). A su

vez, durante los conflictos entre estos dos últimos países, las

directivas del gobierno norteamericano a través del ministro Forbes,

fueron las siguientes: “1) la negativa a invocar la Doctrina Monroe

según la interpretación de Henry Clay; 2) declaraciones contra el

bloqueo de Brasil; 3) un rechazo de mala gana de la solicitud

argentina requiriendo la mediación de los Estados Unidos…”

(Peterson, 1970: 103). Tampoco se tuvieron en cuenta las premisas

de la Doctrina en acuerdos como el de Clayton-Bolwer, firmado con

Gran Bretaña en junio de 1850, que otorgaba a ambas partes (una

de ellas europea) el derecho exclusivo sobre el canal de Panamá

(Peryra, 1959: 84).

Los hechos señalados, nos conducen a pensar que

probablemente, la razón por la cual fue elaborada y posteriormente

legitimada esta doctrina (la “defensa” de la independencia del

continente americano), quizás no fue realmente el “motor” ni de esta

doctrina, ni de la política exterior norteamericana en general. No

obstante, estas premisas se instalaron en los discursos y la práctica

de relaciones exteriores estadounidenses y fueron utilizadas de

acuerdo a los intereses de los gobiernos norteamericanos de turno.

Este “pragmatismo” cristalizó en la aplicación de la Doctrina Monroe,

que si en ciertos casos no tenía poder de injerencia, en otros,

casualmente, constituía la base del accionar del gobierno

norteamericano. Por ejemplo, esta doctrina permitió la justificación

al interior de Estados Unidos de la anexión de territorios que desde la

conformación de los Estados Unidos habían estado en la mira de

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algunos políticos por resultar fundamentales para el desarrollo del

país. Thomas Jefferson, en una carta del 22 de octubre de 1823

manifestaba: “Pero tenemos que preguntarnos primeramente si

deseamos adquirir para nuestra confederación, alguna o algunas de

las provincias españolas. Confieso ingenuamente que siempre he

considerado a Cuba como la adición más interesante que pudiera

hacerse a nuestro sistema de Estados. El dominio de esta isla junto

con la punta de la Florida, nos daría sobre el Golfo de México y los

países e istmos que lo limitan, lo mismo que sobre todas las aguas

que en el desembocan, llenaría la medida de nuestro bienestar”

(Pereyra, 1959:25). En este sentido, vemos que la doctrina permitía

presentar la anexión de territorios como algo necesario y legítimo. La

justificación se hallaba en que cualquier acción de Estados Unidos

sería a fin de mantener la seguridad interna de la Confederación.

A pesar de la universalidad que fueron adquiriendo estas

premisas, en ocasiones se llamaba la atención sobre esta

generalización en lo referido a la situación en que debía ser aplicada.

De acuerdo a declaraciones de Calhoun (Secretario de Guerra del

gobierno de Monroe), el manifiesto de Monroe no tenía por qué ser

general u obligatorio, sino que podía ser tenido en cuenta como la

opinión particular del Ejecutivo en un caso particular (Pereyra,

1959:63; Mols, 1985: 192). Pero lo interesante es que Calhoun se

resistía a pensar a la Doctrina Monroe como el único principio de

relaciones exteriores, porque planteaba que había casos en los que

los Estados Unidos debían intervenir militarmente, más allá de los

preceptos de Monroe, por ejemplo el caso de Cuba: “Mientras Cuba

permanezca en poder de España, potencia amiga, potencia a la que

no tememos, la política del gobierno será (…) dejar Cuba como está,

pero con el designio expreso, que espero no ver nunca abandonado,

de que si Cuba sale del dominio de España, no pase a otras manos

sino a las nuestras. Y esto no por ambición, no por el deseo de

extender nuestros dominios, sino porque la isla es indispensable a la

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seguridad de los Estados Unidos (…) en la misma categoría

mencionaré otro caso: el de Tejas; si hubiera sido necesario,

habríamos resistido a un apotencia extraña” (Pereyra, 1959: 64).

Lo que cabe señalar aquí es que con o sin Doctrina Monroe, la

anexión era un aspecto fundamental de la política exterior

norteamericana y que el manifiesto de Monroe, la mayoría de las

veces –a pesar de las quejas de Calhoun- se presentó como universal

y se sirvieron de él de acuerdo a las necesidades del establishment

norteamericano, siempre apoyado en la excusa de la seguridad de la

Confederación. Resultó un instrumento indispensable para la

estrategia expansionista, debido a que le otorgaba una fachada

“legal” a acciones de clara intervención en la soberanía en los

Estados latinoamericanos.

Las relaciones de Estados Unidos respecto a los países al sur de

su frontera queda clara en el caso de Cuba. De acuerdo a lo expuesto

por Calhoun, mientras Cuba permaneciera en manos de España, no

habría problemas. Pero en 1854, la actitud de Estados Unidos no era

ya de tanta serenidad, en un informe realizado por los ministros de

Estados Unidos en Londres, París y Madrid, aclaraban: “Nuestra

historia nos impide adquirir Cuba sin el consentimiento de España,

excepto en el caso de que a ello nos veamos compelidos por la gran

ley de la propia conservación… Si después de haber ofrecido a

España por la isla de Cuba un precio superior a lo que ésta vale,

resulta nuestra oferta rechazada, habrá llegado el momento de

considerar hasta dónde Cuba española pone en peligro nuestra paz

interior y la existencia de nuestra amada Unión. Si este peligro

existe, estaremos justificados, dentro de toda consideración de

derecho divino y humano, a arrancarla del dominio, siempre que

podamos hacerlo” (Pereyra, 1959: 139-140).

En esta declaración aparecen varias cuestiones que hacen a la

estrategia exterior norteamericana. En primer lugar, plantean que

sólo podrían apoderarse de Cuba en caso de amenaza a la seguridad

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de Estados Unidos –como lo sostiene la Doctrina Monroe. Si esto no

sucediera, de cualquier manera intentarían obtener la isla por otros

medios, como el dinero. En caso de que España no cediera ante esta

oferta, los Estados Unidos se verían obligados a intervenir

militarmente para quedarse con ella, amparándose en la amenaza

que la presencia de España implicaba para la seguridad

norteamericana. En síntesis: la Confederación necesitaba el territorio

de Cuba, apelando en primera instancia a la Doctrina Monroe para

justificar el hecho, pero si los acontecimientos no se daban como el

gobierno norteamericano lo esperaba, intervendrían militarmente la

isla.

En 1889, la Cancillería de Washington aseguraba: “Hoy los

Estados Unidos son de hecho los soberanos del Continente

Americano, y su voluntad tiene fuerza en las materias que crean

conveniente hacer objeto de intervención ¿Por qué? No por la

amistad desinteresada en que se inspiran, ni porque hayan llegado a

un excesivo grado de civilización, ni porque sus actos estén

invariablemente penetrados de sabiduría, justicia y equidad, sino

porque, además de otros motivos, la enormidad de sus recursos,

agregada a su aislamiento, hace de ellos los dueños de la situación”

(Pereyra, 1959: 128).

En tales afirmaciones quedaba claro que Estados Unidos

apelaba a la Doctrina Monroe cuando le era conveniente a sus

intereses, pero que estas premisas no eran el único mecanismo para

llevar a cabo sus objetivos. El anterior párrafo da cuenta de la suerte

de “omnipotencia” que se le atribuía a esta nación, lo cual justificaba

la intervención en cualquier espacio del continente. A partir de este

tipo de premisas, se fue configurando una relación notablemente

asimétrica entre Estados Unidos y América Latina: el gobierno

norteamericano estaba habilitado para intervenir en cualquier

circunstancia, y no sólo en los casos en los cuales se amenazara su

seguridad interior. De cualquier manera, en general, los Estados

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Unidos apelaron a la cuestión de la propia seguridad (como vimos

hasta aquí y como veremos más adelante) para justificar sus

acciones.

A principios de siglo XX, Theodore Roosvelt, aseguraba: “Todo

país cuya población se conduzca correctamente podrá contar con

nuestra cordial amistad. Cuando una nación haya dado pruebas de

razonables capacidades y de cierta decencia en sus negocios políticos

y sociales, no tendrá que temer ingerencias de parte de Estados

Unidos. Pero un desorden crónico, una impotencia constante para

mantener los vínculos que unen a las naciones civilizadas de América

como en todas partes, podrán requerir la intervención de alguna

nación civilizada, y en este hemisferio la fidelidad de los Estados

Unidos a la doctrina de Monroe, podría obligarlos, aunque eso les

repugne, a ejercer un poder de policía internacional, en caso

flagrante de tales desórdenes o de semejantes impotencias”

(Pereyra, 1959: 193). Aquí queda claro que Estados Unidos debía

“ser temido” en caso de que las cosas no se hicieran al modo que

esperaba el gobierno norteamericano, particularmente en lo relativo

al “orden”. En caso contrario, el “hermano” del Norte se vería

obligado a ejercer su poder de “policía internacional” para actuar en

pos del “orden y la paz”.

La Doctrina Monroe se materializó en otras doctrinas y

prácticas en el marco de las relaciones exteriores norteamericanas,

que implicaron diferentes formas de intervención (política, económica

y militar) en los países de América Latina desde mediados del siglo

XIX hasta la Segunda Guerra Mundial: la anexión de Texas (1836-

1845); la guerra contra México, la ocupación militar de su capital y la

toma sin retorno de un inmenso territorio (1845-1848); el

establecimiento del recurso ideológico del “Destino Manifiesto”

(1845) y las posiciones teórico-estratégicas sobre las necesidades del

poderío marítimo-militar de Alfred Thyer Maham (1890); la ocupación

de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, etc. (1898) luego de la guerra contra

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España; el levantamiento insurgente de la empresa constructora del

Canal de Panamá contra el gobierno de Colombia para su secesión,

invocando para ello algo parecido a la “autodeterminación de los

pueblos” (1903); la injerencia de Estados Unidos en la soberanía de

diferentes Estados latinoamericanos, haciéndose cargo de las

“responsabilidades internacionales en América Latina” siguiendo el

corolario Roosvelt (1904); el montaje definitivo de una política

externa de “intervencionismo preventivo” sumado a la “diplomacia

del dólar” de la administración de W. H. Taft (1909-1913), que

conduciría a numerosas y reiteradas intervenciones militares de

Estados Unidos en el área del Caribe y de Mesoamérica. El respaldo

del gobierno norteamericano a las dictaduras más reaccionarias que

se instalaron en América Latina como la de Trujillo en República

Dominicana (1930-1961); la de F. Batista en Cuba (1934- 1959) y la

de los Somoza en Nicaragua (1936-1979) (Boersner, 1982; Gil,

1975; Halperín Donghi, 1998).

La Doctrina Truman y la Seguridad Hemisférica

Después de la Segunda Guerra Mundial, la estrategia de

relaciones exteriores del gobierno norteamericano respecto de

América Latina –e incluso respecto “al mundo”-, fue cristalizada en la

Doctrina Truman (1947).

El 24 de febrero de 1947, los ingleses, retiraron su apoyo al

gobierno de Grecia, que en ese momento estaba ferozmente

enfrentado a las “guerrillas”: “La respuesta inmediata de Estados

Unidos fue la Doctrina Truman. Esta proclamó un protectorado

americano sobre Grecia y Turquía y anunció que ‘la política de

Estados Unidos debe ser la de apoyar a los pueblos libres que estén

resistiendo los atentados de subyugación de minorías armadas o de

presiones exteriores” (Baran y Sweezy, 1969: 150). Este discurso, al

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igual que la Doctrina Monroe, se manifestaba como “defensivo”, pero

a su vez se planteaba explícitamente como “ofensivo”. Las premisas

de Truman expresaban de manera directa la oposición a la

subversión y al comunismo, es decir, esta meta no se hallaba

“implícita” o entre líneas, sino que constituían el núcleo de la

Doctrina.

Señalábamos que la Guerra Fría se desató, entre otras

cuestiones, debido a los conflictos en Grecia, que generaron el

enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS. Ante estos

acontecimientos, el gobierno norteamericano comenzó a manejar una

serie de alternativas. Entre ellas, la de mayor peso era la de llevar a

cabo una intervención directa en Grecia (militar, política y

económica), justificada en la defensa de la democracia y basada en

la amenaza que esto implicaba para la seguridad a Estados Unidos.

De acuerdo con esta idea, el discurso del presidente Truman tenía

que focalizar y dejar en claro las intenciones políticas de Estados

Unidos: “El tema de nuestro nuevo enfoque debe ser que la

seguridad de los Estados Unidos depende de la defensa a todos y

cualquier gobierno democrático. Tomy Thompson dijo que

deberíamos incluir esto en la declaración presidencial. No vamos a

apoyar a ningún país agredido, pero vamos a ayudarlos a defenderse

por su cuenta (...) Nuestra línea debe ser que la guerra contra los

soviéticos no es inevitable, pero que si el comunismo se propaga a

todas las áreas críticas que amenaza ahora, la guerra será inevitable.

Esto debe ser presentado como una forma de evitar la guerra”

(Doctrina Truman, 1947, Truman presidential Museum & Library).

La Doctrina Truman condujo a nivel continental a la

continuación del tipo de relaciones exteriores establecidas por la

Doctrina Monroe, e incluso quizás pueda asimilarse aún en mayor

medida al Destino Manifiesto4, por su alto contenido político-

4“El término Manifest Destiny es uno de los conceptos que mejor reflejan esta identidad [la identidad política de Estados Unidos]; su uso data de los años cuarenta del siglo XVIII, cuando la violenta expansión territorial del

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ideológico explícito, más allá de las metas económicas (presentes en

todas las estrategias de relaciones exteriores de Estados Unidos,

desde el siglo XIX).

Pero en los años de posguerra, el gobierno norteamericano

tuvo que implementar una estrategia muy diferente al

“unilateralismo” de la Doctrina Monroe, era necesario que el país del

Norte “demostrara” que la ayuda y el apoyo que prestaran los países

latinoamericanos era clave para la seguridad continental en la

cruzada contra el comunismo. En verdad, lo que inquietaba a Estados

Unidos era la “seguridad norteamericana (más que la de los demás

países americanos), pero para ello resultaba indispensable mantener

la seguridad continental. De allí surge la estrategia de la Seguridad

Hemisférica y la firma del Tratado Interamericano de Asistencia

Recíproca (TIAR, 1947). No obstante, no sería conveniente

considerar que debido a esta acción “continental” el gobierno

norteamericano dejó de lado el unilateralismo (e incluso el

intervencionismo) que caracterizó a la mayoría de las políticas

exteriores desde la Doctrina Monroe (TIAR, 1947, art.1).5

Este tratado era ante todo, una alianza defensiva contra

posibles ataques provenientes del interior o del exterior del

continente: “Un ataque armado por cualquier Estado (continental o

extracontinental) se considerará un ataque contra los Estados

americanos, y por consiguiente, cada una de las Partes Contratantes

colonialismo europeo y las matanzas de los pueblos indígenas que la acompañaron, requerían de una ideología justificadora. Las almas de los piadosos puritanos se quedaron redimidas al descubrir el editor neoyorquino John O’Sullivan en 1845 que los colonialistas solo cumplían con un designio divino, cuando hacían proliferar sus instituciones en el hemisferio occidental y, aun, en el mundo entero. Se trataba del ‘cumplimiento de nuestro Destino Manifiesto de cubrir el continente asignado a nosotros por la providencia para el libre desarrollo de nuestros millones [de pobladores- H.D] que se expanden cada año’ formulaba O’Sullivan el credo expansionista, que de hecho había regido la política de los colonialista europeos que tocaron tierra en Virginia en 1607 y Massachussets en 19620” (Chomsky en Dieterich, 2004: 199). 5 Decimos que el inetrvencionismo formó parte en “general”de la política exterior del gobierno norteamericano, porque desde algunas perspectivas, la presidencia de Franklin Roosvelt (1933-1945) puede considerarse una excepción, ya que implementó una política de no intervención en el continente, apelando a la buena vecindad; entre otras cuestiones, anuló la Enmienda Platt y adelantó la evacuación de Haití. Es importante contextualizar este deseo de no “ocuparse” de los asuntos de los países del continente: el presidente Roosvelt, en el discurso de inauguración de su mandato advirtió sobre la necesidad de orientar toda la acción del gobierno federal hacia el interior del país, teniendo en cuenta las consecuencias de la crisis desatada en el año 1929 (Duroselle, 1965).

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(habrán de) emprender la ayuda para rechazar el ataque” (Gil, 1975:

182). Los firmantes de lo acordado en Río de Janeiro se

comprometían a condenar formalmente la guerra y se obligaban, en

sus relaciones internacionales a no recurrir a la amenaza ni al uso de

la fuerza en cualquier forma incompatible con las disposiciones de la

Carta de las Naciones Unidas, o las presentes en el mismo TIAR.6

En el marco de esa política, se aprobó la “Ley de Seguridad

Mutua” que implicaba un mayor vínculo con América Latina, al menos

en el plano militar, ya que permitía la venta de armamentos a

aquellos países que desearan contribuir con la defensa del hemisferio

–como lo solicitaba el TIAR. Debemos señalar que el planteamiento

de Truman sobre la seguridad de Estados Unidos y del continente, la

alianza defensiva, se asimilaba en buena medida a los postulados de

Monroe. John Saxe-Fernández, sostiene que la Doctrina Truman

constituyó la “universalización de la Doctrina Monroe”, sentando las

bases del intervencionismo global de la posguerra, revitalizando el

proceso de militarización (Saxe-Fernández, 1975: 16). La Doctrina

Truman, nos permite observar, a su vez cómo los Estados Unidos se

servían de los acuerdos y tratados para fortalecer su hegemonía en el

continente, apelando a ellos cuando les era conveniente (por

ejemplo, en los conflictos con Cuba) y desentendiéndose de tales

normas cuando contradecían las acciones emprendidas en pos de la

“seguridad hemisférica”.

Precisamente, fue en ese período en el que se dio origen a los

Programas de Asistencia Militar (PAM) para América Latina, que

implicaban el préstamo o la venta de armas y el entrenamiento de

militares latinoamericanos (Veneroni, 1971). En un mensaje al

Congreso, Eisenhower, sucesor de Truman, afirmaba en lo relativo a

las relaciones con América Latina: “La asistencia militar debe ser

6 Este tratado fue ratificado el 2 de septiembre de 1947 por todos los países latinoamericanos, con la excepción de Nicaragua y Ecuador.

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contenida, la asistencia técnica debe ser mantenida. La asistencia

económica puede ser reducida” (Mecham, 1961: 372).

A su vez, la Ley de Seguridad Mutua, tenía una contraparte

económica que descansaba en la “Mutual Security Act” de 1951, la

cual implicaba el compromiso de diferentes gobiernos

latinoamericanos en asegurar las inversiones norteamericanas que

fueran realizadas a partir de aquel momento. El primer firmante fue

el gobierno de Haití, en abril de 1953: “Dicho acuerdo hizo posible las

garantías del Acta de Seguridad Mutua, protegiendo los inversores

norteamericanos de las irregularidades monetarias y de la

expropiación que fueran posibles en dicho país” (Mecham, 1961:

361). Vemos entonces, que la estrategia militar se hallaba vinculada

a los objetivos económicos oficiales y “privados” de Estados Unidos

en la región.

Este tipo de táctica continental se enmarcaba en una estrategia

de contención del comunismo a nivel mundial, lo cual implicaba entre

otras cosas, la habilitación de operaciones encubiertas en tiempos de

paz, nunca autorizadas por el gobierno norteamericano

anteriormente. Hasta el momento resultaba injustificable el

“espionaje” a menos que se llevara a cabo en el marco de una

guerra, pero al parecer el avance de los comunistas rusos obligó al

Departamento de Estado a cruzar los límites “éticos”, como figura en

los documentos del Departamento de Estado norteamericano en lo

relativo al “Psychological and political warfare” de final de los ‘40

(United States Department of State. Psychological and Political

Warfear 1945-1950. Doc. 241; 270; 280; 290; 301; 241; 250; 260).

El staff de Planificación de Políticas del Departamento de Estado

norteamericano consideró varios aspectos de la "political warfare,"

[asuntos de guerra] y el 3 de mayo de 1948 aprobó un documento

titulado "The Inauguration of Organized Political Warfare," que

proponía un programa de apoyo para "liberation committees,"

[comités de liberación] "underground activities behind the Iron

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Curtain," [actividades secretas detrás de la Cortina de Hierro] y

"support of indigenous anti-Communist elements in threatened

countries of the Free World." [apoyo a las fuerzas indígenas

anticomunistas en los países del mundo libre bajo amenaza] (United

States Department of State. Psychological and Political Warfear

1945-1950. Doc. 269).

La psychological warfare (guerra psicológica), también fue

gestada en los años ’40 y constaba de diferentes tipos de

propaganda y acciones en contra del comunismo, abiertas o

encubiertas, y programas de información nacionales e

internacionales. La guerra psicológica permitía realizar operaciones

encubiertas en tiempos de paz, bajo el control y la coordinación del

Estado norteamericano. La justificación de este tipo de accionar, aún

no habiendo guerra, era la de enfrentar las “actividades inspiradas

por el bloque soviético que constituyan una amenaza a la paz y a la

seguridad mundial, o que estén destinadas a desacreditar y vencer a

Estados Unidos en su esfuerzo por promover la paz mundial”. (United

States Department of States. Psychological and Political Warfear

1945-1950. Doc. 257). En medio de una disputa de jurisdicciones

entre el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) y la Agencia de

Inteligencia (CIA), logró imponerse la necesidad de implementar los

“black methods” (métodos encubiertos) como medio indispensable

para enfrentar al comunismo.

Realizada esta breve reseña acerca de la Doctrina Truman, sería

interesante indagar en el aspecto “ideológico” subyacente a tales

premisas. En teoría, los lineamientos del gobierno norteamericano

para enfrentarse al comunismo y al socialismo se apoyaban en las

idea de liberalismo y democracia, “un mundo libre”. Pero ¿Qué

prevalecía en la política exterior norteamericana? ¿Eran ciertamente

la paz y la libertad los objetivos “finales” del establishment

norteamericano, o eran considerados como “medios” para otro fin?

Frecuentemente se piensa (no siempre de manera equivocada) que

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16

de hecho resultaría muy complejo realizar una descripción de “las

intenciones” sobre las cuales descansa la ideología de la política

exterior de un gobierno. No obstante, en el caso de los gobiernos

norteamericanos de posguerra (incluido el de Kennedy, como

veremos a continuación), la teleología de las acciones puede

identificarse claramente en discursos como el siguiente, relativo a las

causas que llevaron a Estados Unidos a comenzar la Guerra Fría:

“Las guerrillas griegas suman 12.000 voluntarios. La armada griega

no está preparada para enfrentar esto. Grecia es el único país en los

Balcanes que no está bajo el dominio soviético. Si Grecia cae, la

presión soviética en Turquía será inevitable. Si Grecia y Turquía caen,

la zona al este del Mediterráneo, con sus recursos petroleros, será

insostenible para las democracias” (Doctrina Truman, 1947, Truman

presidential Museum & Library).

Más allá de la generalización que podría hacerse o no de estas

líneas, queda claro que a fin de comprender las decisiones y acciones

del gobierno norteamericano durante la Guerra Fría (y también

quizás de los posteriores gobiernos hasta la actualidad) es necesario

indagar en aquello que hacía las veces de “guía” en la política

internacional, que al parecer se hallaba estrechamente ligado al

poder económico.

Para comprender la importancia del petróleo para el gobierno

norteamericano en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial,

podemos decir, siguiendo a Noam Chmosky, que Oriente Medio se

transformó en una zona crucial para los intereses norteamericanos,

la “zona del mundo de mayor importancia estratégica” (Chomsky,

1996: 244). Esto nos permite reafirmar la vitalidad de lo económico

en el comienzo de la Guerra Fría (y por qué no de los

acontecimientos actuales en la zona del Líbano).

Pero no sólo observamos el predominio de los objetivos

económicos en lo relativo al petróleo, sino que como hemos señalado

anteriormente, estos objetivos se ven reflejados asimismo en la

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vitalidad que adquirió la “seguridad” para las inversiones

norteamericanas en América Latina, que en el discurso oficial era

asociada a la “seguridad continental”. Dean Acheson, secretario de

Estado de Truman, enumeraba las principales metas del

Departamento de Estado (en septiembre 1949) para América Latina

de la siguiente manera: lograr la seguridad de Estados Unidos y del

hemisferio; apoyar a las instituciones de la democracia

representativa y cooperar en el campo económico. En relación a lo

tercero, la política oficial de préstamos no sería aplicada cuando

hubiera capital privado disponible. Los fondos públicos serían solo

‘suplementarios’ a los esfuerzos del capital privado. Para aumentar el

flujo de capital privado era recomendable que se otorgara una

seguridad razonable a los inversores, al tiempo que protegieran la

seguridad de los países (Mecham, 1961: 359).

La Alianza para el Progreso y la Seguridad Interna

Después de la revolución cubana (1959) se pasó de la Doctrina

Truman a una estrategia centrada en la “solidaridad y la cooperación”

de Estados Unidos con América Latina, cristalizada en la Alianza para

el Progreso (1961). Este “giro” implicaba aparentemente el paso de

una política exterior “dura” a relaciones menos tensas, centradas en

el “desarrollo” económico y social de América Latina.

Los principales objetivos de la Alianza para América Latina se

hallan en la Carta de Punta del Este (1961). La Conferencia de Punta

del Este (agosto de 1961), contó con la presencia de la mayoría de

los presidentes Latinoamericanos. En el Preámbulo de dicha Carta, se

hace referencia al progreso económico, la justicia social, la dignidad y

la libertad política. Las metas planteadas en el primer capítulo

proponían disminuir la brecha entre los países industrializados y

Latinoamérica, redistribuir el ingreso, diversificar las economías,

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acelerar la industrialización, aumentar la productividad agrícola,

impulsar la reforma agraria, entre otros (Carta de Punta del Este,

1961: 735).

En este documento, hay asimismo, escasos indicios de la

continuidad de la política “intervencionista” norteamericana iniciada

por la Doctrina Monroe, tampoco predominan los párrafos dirigidos

explícitamente a la necesidad de “unir fuerzas” en contra del avance

del comunismo, como lo planteara Truman.

No obstante, en uno de los documentos de Relaciones

Internacionales del Departamento de Estado (en ese momento

secreto) referido a la función y objetivos de la Alianza para el

Progreso, se proponían los siguientes objetivos: lograr que los países

latinoamericanos accedieran a gobiernos “democráticos” y

representativos, apoyados por economías viables capaces de

participar en la comunidad mundial, posicionándose del lado de las

“democracias” occidentales en la lucha de poder dada por la Guerra

Fría.; que lograran satisfacer las necesidades de justicia y bienestar

de los pueblos; concientizar a los pueblos y gobiernos acerca de la

“amenaza comunista”, especialmente ejemplificada en Cuba y

asegurar la capacidad y habilidad de Estados Unidos para vencerla. A

fin de lograr estas metas, proponían: atacar las causas de

descontento social asistiendo a aquellos países que se esforzaban por

lograr el progreso económico y social; fortificar la voluntad y

capacidad de los gobiernos –haciendo énfasis en la seguridad

interna– para vencer las fuerzas aliadas o auspiciadas por el

comunismo internacional o por el régimen de Fidel Castro.

Asimismo, el gobierno norteamericano proponía reforzar la

solidaridad hemisférica mediante el liderazgo efectivo de Estados

Unidos, respetando todos los compromisos interamericanos

establecidos, apoyando fuertemente a la Organización de los Estados

Americanos (OEA), consultando a los países del continente antes de

llevar a cabo acciones que pudieran afectarlos; fomentando acciones

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colectivas e individuales contra el bloque comunista mediante el

control de las actividades, el comercio y las representaciones

comunistas; buscando todos los medios posibles, incluyendo las

medidas de la OEA. Estos objetivos se complementaban con los de

debilitar, aislar y lograr la caída del régimen de Castro en Cuba y

establecer acuerdos de seguridad especialmente en el área del Caribe

para vencer posibles intentos del régimen castrista destinados a

subvertir los gobiernos del área.

A continuación de estos objetivos político-militares, se

planteaban los económicos y sociales: dar prioridad a la ayuda a

América Latina para mejoras en salud y educación, para lograr una

reforma en sus sistemas impositivos y administrativos, mejoras en

las viviendas, una mejor y mas equitativa utilización de la tierra,

construcción de caminos, establecimiento de empresas productivas y,

finalmente, una mejor distribución del ingreso (United States

Department of State. Foreign Relations. 1961-1963. Vol XII. Doc. 15.

Guide Lines Paper)

Podemos observar que al interior del gobierno norteamericano,

los objetivos de la Alianza presentaban una cierta continuidad con

respecto a las premisas de la Doctrina Truman. La meta era evitar el

avance del comunismo. Pero, retomando las “motivaciones” del

accionar del gobierno norteamericano ¿Por qué y para qué evitar el

predominio del comunismo? ¿Por cuestiones ideológicas, por

objetivos políticos, por metas económicas?

Una de las posibles respuestas se halla relacionada con la

Doctrina de Seguridad interna impulsada por el gobierno

norteamericano que respondía al deseo de “seguridad” en toda

América, más allá de este aparente altruismo, esto obedecía a los

intereses del establishment norteamericano. La estrategia contra el

comunismo se debía en parte al distanciamiento ideológico, pero

desde algunas perspectivas se insiste en que la “seguridad” era

necesaria fundamentalmente para mantener los intereses

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económicos norteamericanos en el área. Por un lado la idea

“socialista” de organización política, económica y social se presentaba

como claramente opuesta al libre mercado y el capitalismo. Por otro

lado, aunque tales premisas no llegasen a imponerse, las

insurrecciones armadas ponían en peligro la seguridad de las

inversiones norteamericanas en América Latina, por ello (y debido a

la inestabilidad económica de los países latinoamericanos) el

gobierno de los Estados Unidos cumplía el rol de garante de las

cláusulas de los contratos de inversión con los países

latinoamericanos. Como garante, el gobierno de los Estados Unidos

presionaba a los gobiernos locales para que cumplieran con las

medidas iniciales. A los países que se opusieran a este mecanismo se

les retiraría la ayuda económica. El gobierno norteamericano

garantizaba las pérdidas por expropiación o convertibilidad. Incluso,

los inversores solicitaban al gobierno que se ampliara la protección a

riesgos por motines (Morray, 1973: 105). De hecho, uno de los

golpes militares en la Argentina se dio casualmente después de un

importante conflicto entre el presidente Arturo Illia y el gobierno

norteamericano, debido a la “amenaza” de expropiación a las

compañías petroleras estadounidenses (Rapoport y Laufer, 2000;

United States Department of State. Foreing Relations, 1964-1968.

Doc 121-122). Aparece aquí, una vez más, el estrecho vínculo entre

la importancia de la seguridad militar y los objetivos económicos del

establishment norteamericano.

La Doctrina de Seguridad Interna se instaló a continuación de

los acontecimientos de Cuba, había que evitar a toda costa una

nueva Revolución Cubana, más no por las consecuencias en los

países latinoamericanos, sino por el peligro que esto implicaba para

los Estados Unidos: “Latinoamérica es un área que contiene bases y

recursos estratégicos de los que dependemos en la paz y en la

guerra. La experiencia cubana deja claro que la caída de otra nación

latinoamericana bajo el bloque Sino-soviético, arriesgaría el sistema

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interamericano en su totalidad, y que el establecimiento de fuerza

militar de los poderes del bloque, constituirá una amenaza directa a

los Estados Unidos mismos” (United States Department of State.

Foreign Relations. 1961-1963. Vol XII. Doc. 76. Draft Paper Prepared

in the Department of Defense; las cursivas son nuestras). Esta

doctrina se basaba en eliminar al “enemigo interno”, no solo en

América Latina sino en las demás áreas claves para la estrategia

político-económica norteamericana a nivel mundial (Oriente Medio,

Italia, etc.) (Chomsky, 1996: 247).

En el anterior párrafo advertimos que el gobierno

norteamericano apeló nuevamente a la seguridad, a su seguridad, a

la seguridad de su mercado, de su economía, pero esta vez

sustentado en un discurso de “paz y progreso” para América Latina.

Vale la pena agregar que a nivel de discurso oficial, la Alianza para el

Progreso no sólo otorgaba un mínimo lugar a las operaciones del

Departamento de Estado con las FFAA latinoamericanas (que de

hecho fueron el eje de la política exterior norteamericana en los ’60),

sino que ocultaba asimismo las “black operations” destinadas a

aniquilar la subversión.7

A su vez, la Alianza para el Progreso mantenía una cierta

continuidad con la Doctrina Monroe, en tanto se aferraba al avance

comunista como “excusa” para la intervención política, económica o

militar en el continente, a pesar de que, al igual que la “amenaza de

la Santa Alianza” en el s. XIX, el peligro del comunismo no era

necesariamente “inminente”(Chomsky, 1996: 247; Selser, 1972:

103; Selser, 1971: 89-90; García Lupo, 1971: 23; Carella, 1973:

247). Según estimaciones de la CIA con respecto a la situación de

América Latina: “Aún si abarca un período más largo, no creemos

que estas [las insurgencias de estos tres países] o insurgencias

similares que puedan concretarse, sean el motor principal de la

7 Existe documentación de la CIA recientemente publicada que contiene en detalle el tipo de operación encubierta que se llevaba a cabo, por ejemplo, manuales de interrogación para extraer información de los supuestos detenidos “comunistas” (CIA. Kubark Counterintelligence Interrogation ).

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revolución en América Latina. Los factores y fuerzas capaces de

generar revoluciones serán más complicados y variarán ampliamente

de país en país en forma y carácter. Porque el descontento no se ha

transformado en algo organizado, y hay una falta de liderazgo

revolucionario efectivo, parece poco probable que se lleve a cabo una

revolución en cualquier país de América Latina en los próximos años.

Esto quizás pueda darse en la próxima década” (United States

Department of State. Foreign Relations. 1964-1968. Vol XXXI.

Doc.70. National Intelligence Estimate; las cursivas son nuestras).8

No obstante, este “amenazante avance” del comunismo en el

continente implicaba la posibilidad y la “obligación” de intervención

por parte de Estados Unidos ante cualquier indicio de amenaza a la

seguridad del “continente”, según John F. Kennedy: “Cualquier

intervención americana unilateral, en ausencia de un ataque externo

contra nosotros o cualquier aliado, sería contrario a nuestras

tradiciones y nuestras obligaciones internacionales. Pero esta

restricción no es insuperable. Si bien la política americana de la no

interferencia solamente implica una política de la no-acción, en caso

de que las naciones de este hemisferio fallen en lograr su

compromiso contra la penetración del comunismo exterior, entonces,

quiero que quede claro que este gobierno no dudará en cumplir con

sus obligaciones primarias, relativas a la seguridad de nuestra

Nación” (United States Department of State. Kennedy Administration.

Address before de American Society of Newspaper Editors,

Washington, april 1961).

Teniendo en cuenta lo desarrollado hasta aquí, parecería ser

que el intervencionismo constituía una de las características

intrínsecas de las políticas exteriores norteamericanas, se hallaba

8 Incluso Paul Baran y Paul Sweezy citan a uno de los más fervientes opositores a la URSS, Walter Lippmann, para demostrar que el bloque soviético no era realmente la amenaza pretendida por Estados Unidos: “Un partido de guerra consiste en un conjunto de gente que conspira y agita para iniciar una guerra en la que creen que el país ganará beneficios y gloria. Sería muy difícil encontrar un norteamericano que piense que cualquier gran guerra actualmente tendría muchas ventajas de gloria. El partido que abuchea la guerra consta de gentes que suponen que, independientemente de lo que hagamos, los rusos no irán a la guerra” (Baran y Sweezy,1968: 148).

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“naturalizado”, más allá de su presencia directa o indirecta en los

discursos y “doctrinas” del establishment norteamericano.

La Misión Rockefeller, el Informe Nixon y el “avance comunista”

Mas allá del discurso de progreso, crecimiento y desarrollo para

América Latina propuesto por la Alianza, los resultados no fueron

positivos para Latinoamérica. A pesar de que no se lograron las

metas “sociales” y “económicas” de este programa, por el contrario sí

hubo importantes logros en la contención de la “subversión”. Sin

embargo, desde la perspectiva del gobierno norteamericano, aún

persistía la amenaza del comunismo en los países al sur de Estados

Unidos. Esto llevó al gobierno de Richard Nixon (1969-1974) a

impulsar nuevos “estudios” sobre la situación latinoamericana, para

definir de qué manera debía actuar su gobierno respecto del

subcontinente. En orden a estas necesidades, se llevó a cabo la

“Misión Rockefeller”, comandada por Nelson A. Rockefeller (en ese

momento gobernador de Nueva York), que tenía por objeto realizar

un “diagnóstico de la situación económica, social, cultural y política

de los diferentes países de América Latina, para mejorar las

relaciones de Estados Unidos con dichos países, para que Estados

Unidos sepa que hacer y cómo para ayudar a Latinoamérica”

(Informe Rockefeller en Selser, 1971).

El Informe hace referencia a diferentes aspectos de la realidad

latinoamericana: vivienda, salud, educación, sindicatos, estudiantes,

comercio, industria, agricultura, etc. Pero a su vez, presta bastante

atención a lo relativo al avance comunista, advirtiendo su

importancia y la necesidad urgente de operar al respecto (Informe

Rockefeller en Selser, 1971).

El avance del comunismo y la subversión, según los redactores

del Informe, se debía a la baja calidad de vida de los

latinoamericanos, lo que generaba celos, resentimientos, desilusión y

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nacionalismo, constituyendo un terreno fértil para la subversión

(Informe Rockefeller en Selser, 1971: 374, 375, 360). Esto nos

explica de alguna manera las intenciones de la Alianza para el

Progreso, es decir, aún en el discurso oficial de promoción del

desarrollo y la paz, probablemente el objetivo era generar un

crecimiento económico que demostrara que el libre mercado y el

capitalismo eran las únicas alternativas para mejorar la calidad de

vida. Justamente, las propuestas del Staff de Rockefeller se

centraron en cuestiones como vivienda, salud, educación, trabajo,

etc., como pilares de la lucha contra el comunismo, lo que dejaba

suponer que si los latinoamericanos satisfacían tales necesidades, no

tendrían por qué plegarse al comunismo o pedir ayuda al bloque

soviético (Informe Rockefeller en Selser, 1971).

Señalábamos que una de las mayores sorpresas de Rockefeller

fue el grado en que había avanzado el comunismo tanto en el campo

como en las ciudades (“terrorismo urbano”), abrazando el

“castrismo” y hasta el maoísmo, lo cual demostraba que

“evidentemente la opinión que se tiene en Estados Unidos de que el

comunismo ya no es factor de importancia en el hemisferio occidental

es totalmente errónea” (Informe Rockefeller en Selser, 1971: 381).

Esto generaba la necesidad de retomar la “Seguridad

Hemisférica” (debido al “fracaso” de la Doctrina de Seguridad

Interna) que asegurara la posición de Estados Unidos en el

Continente. Según Rockefeller, esta estrategia era indispensable ya

que “las fuerzas de la anarquía, el terror y la subversión se han

desatado en América. Más aún, durante un lapso excesivo se le ha

prestado escasa atención a este hecho en los Estados Unidos”

(Informe Rockefeller en Selser, 1971: 399). Es interesante como el

funcionario norteamericano destaca que se había prestado poca

atención al avance del comunismo en América Latina, cuando este

aspecto fue nuclear al menos desde la Doctrina Truman, y no sólo

para las relaciones con América Latina, sino con respecto a los demás

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países del globo. Más aún, Nelson Rockefeller había formado parte de

la oficina de Asuntos Interamericanos durante la presidencia de

Truman, lo que nos conduce a pensar que conocía de cerca el énfasis

puesto en la lucha contra el comunismo a partir de la finalización de

la Segunda Guerra Mundial.

Retomando lo relativo a su viaje por América Latina, uno de los

ítems del informe aconseja especialmente que Estados Unidos

cooperara con otras naciones del hemisferio occidental para adoptar

medidas que fortalecieran la seguridad interna. Asimismo proponía

que cambiaran los Programas de Asistencia Militar (PAM) por un

“Programa de Seguridad del Hemisferio Occidental” (Informe

Rockefeller en Selser, 1971: 402).

La insistencia en un sistema de seguridad mayor se debía a que

el Staff de Rockefeller consideraba que hasta entonces, el gobierno

norteamericano no había tomado con suficiente seriedad la amenaza

comunista: “Hace más de dos décadas, ante una abierta amenaza

mundial de la Unión Soviética, los Estados Unidos reaccionaron con

flexibilidad y ajustándose a la realidad. En el hemisferio occidental,

incluso se entrenaron y equiparon fuerzas de seguridad para la

defensa hemisférica” (Informe Rockefeller en Selser, 1971: 400). Es

interesante aquí la noción de “flexibilidad”, ya que entonces, una

Doctrina absolutamente estructurada y muy clara en sus objetivos

contra el avance del comunismo, como la de Truman, para algunos

funcionarios norteamericanos resultaba “flexible” y “ajustada” a la

realidad.

Pero aquí surge un cuestionamiento: si como hemos señalado

más arriba, se pensaba que las condiciones de vida precarias de los

países latinoamericanos eran el principal “móvil” del avance de las

ideas comunistas, ¿por qué se le dio entonces tanta importancia al

reforzamiento de las Fuerzas Armadas latinoamericanas? Tanto el

gobierno de Kennedy como el de Johnson y el de Nixon se

manifestaron proclives (más allá del discurso) a apoyar ante todo la

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seguridad continental, que sólo sería asegurada si se contaba con

Fuerzas Armadas preparadas para enfrentar la subversión. En

general, el cumplimiento de este objetivo resultó más inmediato y

necesario que el logro del “desarrollo económico y social” de América

Latina.

La continuación de recomendaciones del tipo de las de

Rockefeller, puede observarse en el Informe Kissinger, que fue

entregado por la Secretaría de Estado a la Casa Blanca el 9 de agosto

de 1974 tras el escándalo Watergate (debemos aclarar que este

material fue “desclasificado” recién el 7 de julio de 1989, lo que

entre otras cuestiones, da cuenta de su importancia para el gobierno

y de la no conveniencia de su publicación al momento de su

elaboración).

Este documento se realizó en un contexto interno y externo

adverso para Estados Unidos, agobiado por los movimientos sociales

de protesta en su territorio, la pérdida en Vietnam, la crisis del

petróleo y la “expansión del marxismo” en diferentes gobiernos del

continente e incluso en África, lo que llevó a Kissinger a realizar un

diagnóstico sobre la situación de Estados Unidos y de los países

subdesarrollados. El tema principal era el crecimiento demográfico,

considerado como factor problemático para la “seguridad” de Estados

Unidos (Informe Kissinger, 1974; Martin, 2005).

Asimismo, era indiscutible el avance de la “subversión” que

inspiraban las guerrillas urbanas en diferentes puntos de América

Latina. Esto se complementaba con la “amenaza” de gobiernos como

el chileno, el boliviano, el peruano o el venezolano que habían

tomado medidas para nacionalizar sus recursos naturales en la

década de 1960 y a principio de los ‘709. El acceso a los recursos

9 En Perú, el gobierno de Alvarado mantuvo arduas controversias con la IPC (Internacional Petroleum Company) debido a las intenciones del gobierno de nacionalizar el petróleo (Selser, 1971); en Bolivia, Alfredo Ovando y su equipo proponían, a principios de los ’70 nacionalizar el petróleo, lo cual se cristalizó en la nacionalización de la compañía norteamericana Gulf (Solíz Rada:2005); en Chile, Salvador Allende había propuesto y aprobado la ley de nacionalización del cobre por medio de una modificación en la constitución nacional (Caputo y Galarce, 2006); el venezolano Betancourt a principios de los ’60 ya había iniciado el proceso de nacionalización del petróleo, que fue

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naturales constituía la gran preocupación de Henry Kissinger

(debemos recordar el contexto crítico generado por la “escasez” de

las reservas de petróleo norteamericanas). El crecimiento

“desmedido” de la población en los países del Tercer Mundo (dueños

de la mayoría de los recursos naturales) implicaría un aumento en el

consumo de estas fuentes naturales, amenazando la posibilidad de

extracción de los mismos por parte de Estados Unidos10.

En este marco, los alimentos eran considerados por el gobierno

de Estados Unidos como un “arma”, en tanto se asistiría con

alimentos sólo a aquellos países que se subsumieran a las

necesidades de Norteamérica, en este caso, a controlar la natalidad

(que era un aspecto “clave” para la seguridad futura de Estados

Unidos). Podemos entender esta estrategia como un mecanismo de

intervención “indirecta” a nivel económico y político, que tenía por

objetivo asegurar la obtención de recursos naturales para satisfacer

las necesidades de Estados Unidos (Martin, 2005). A estos fines, no

sólo era necesario el control poblacional, sino lograr una estabilidad

política en el área capaz de asegurar las inversiones norteamericanas

(como bien quedaba expresado en la misma Alianza para el

Progreso).

Documento Santa Fe I: preservar la seguridad continental

paulatino, dejando en manos del Estado la mayor parte de la extracción y comercialización de petróleo, en 1975 se lleva a cabo la nacionalización por medio de una ley impulsada por el ejecutivo y avalada por el congreso; el gobierno de A. Illia, en Argentina amenazó asimismo con expropiar a las compañías petroleras norteamericanas a mediados de los ’60 (United States Department of State. Foreing Relations, 1964-1968. Doc 121-122). Lo interesante, es que tanto el intento de Perú, como el de Bolivia, el de Chile y Argentina de “expropiar” a las compañías extranjeras (la mayoría estadounidenses) contaron con represalias por parte del gobierno norteamericano que “intervino” a favor de sus empresas a través de mecanismos económicos -como la enmienda Hickenlooper- políticos -como la desestabilización de estos gobiernos “nacionalistas”- y militares –como el apoyo del gobierno del Norte a las Fuerzas Armadas en pos del “orden”-. 10 Kissinger, identificó el crecimiento de la población en los países del tercer mundo (Lesser Developed Countries - LDCs) como "un asunto de máxima importancia" y alegó que tal situación ponía en peligro el acceso a minerales y a otras materias primas que los EE.UU. necesitaban y que, por lo tanto, constituía una amenaza para su seguridad económica y política (Martin, 2005).

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En base a advertencias como las presentes en el Informe

Rockefeller o en las recomendaciones de Henry Kissinger, y

continuando con la política planteada ya en la Doctrina Monroe, el

gobierno norteamericano intervino en el derrocamiento de Salvador

Allende en Chile y en el Golpe de Estado de Uruguay a principios de

la década de 1970 (National Security Archive: “Nixon on Chile

inetrvention…” febrero 2004; National Security Archive: “Nixon:

Brazil helped rig in uruguayan elections”, 2002). Fue precisamente

Kissinger quién advirtió al gobierno norteamericano sobre la

peligrosidad de Allende11.

Después de estos acontecimientos y en el contexto dado por la

crisis del petróleo que comenzó a “sentirse” en la periferia a fines de

los ’70, un documento clave acerca de los objetivos del establishment

norteamericano con respecto a América Latina, fue el Documento

Santa Fe I, realizado en mayo de 1980.

Debemos recordar que a fines de la década de 1970 y

principios del ’80, el gobierno de Jimmy Carter mostró una imagen

“sensible” de Norteamérica con respecto a América Latina, basando

parte de su política exterior continental –a nivel oficial- en la defensa

de los Derechos Humanos. No analizaremos aquí las intenciones o el

posible oportunismo subyacente a estas acciones, sólo lo

mencionamos porque el Documento Santa Fe I fue confeccionado por

un sector opuesto a la política de “distensión” de Richard Nixon

(1969-1974) y Gerald Ford (1974-1977), y a la política de Derechos

Humanos de Jimmy Carter (1977-1981) suponiendo que tal

11 “Nosotros somos fuertes en la diplomacia del apoyo a la autodeterminación y respeto de la libre elección; Ud. está firme en la diplomacia de la no intervención en los asuntos internos de este hemisferio, y en la aceptación de las naciones ‘como son’. Por eso, sería muy costoso para nosotros actuar de determinadas maneras que aparenten violar los principios, y los latinoamericanos y otros en el mundo verán nuestra política como un test de credibilidad de nuestra retórica. Por otra parte, nuestro fracaso en la reacción ante esta situación, probablemente sea percibido por Latinoamérica y Europa como indiferencia e impotencia, ante un claro desarrollo adverso en una región por largo tiempo considerada de nuestra influencia”. Kissinger agregaba que el gobierno de Allende “implicaría amenazas a nuestros intereses y posición en el Hemisferio” Esto afectaría gravemente las inversiones norteamericanas en Chile, que se transformaría en un país opositor en el sistema interamericano y un legitimador de la “subversión” en América Latina. El éxito del gobierno “marxista” impactaría y serviría de precedente para otras partes del mundo, la imitación del fenómeno afectaría el equilibrio mundial y la posición norteamericana dentro del mismo (United States. National Security Archive. 1970 H. Kissinger).

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estrategia finalmente conducía a “apoyar” a los gobiernos comunistas

de la región (Documento Santa Fe I, 1980, Introducción)12.

Al igual que lo expuesto en la Doctrina Truman, los documentos

extraoficiales de la Alianza para el Progreso y el Informe Rockefeller,

la preocupación para este grupo de norteamericanos seguía siendo la

“subversión” y el comunismo en la región, que al parecer cada vez

avanzaba con mayor fuerza. El documento comienza con la siguiente

afirmación: “El continente americano se encuentra bajo ataque.

América Latina, la compañera y aliada tradicional de Estados Unidos

está siendo penetrada por el poder soviético” (Documento Santa Fe I

, 1980, Introducción).

Inmediatamente después de esta sentencia, se plantea que en

esta situación la Doctrina Monroe adquiere vigencia, en tanto se

trataba de la lucha de Estados Unidos contra las fuerzas del “Viejo

Mundo”. El Comité de Santa Fe planteaba que en tiempos de la

Doctrina Monroe “El objetivo de seguridad de Estados Unidos era

prevenir que cualquier poder europeo en expansión obtuviera

avances estratégicos en el Nuevo Mundo, como resultado de las

guerras, alianzas o revoluciones en el Viejo Mundo”. Tales

acontecimientos resultaban similares a la “amenaza” del comunismo

después de la Segunda Guerra Mundial. La misión de Estados Unidos

era, una vez más, resguardar la seguridad del continente, para

reforzar su seguridad interna.

La primera parte del documento está dedicada a “la amenaza

militar externa”, y contiene propuestas como la de revitalizar el

sistema de “seguridad hemisférica” apoyando el TIAR. Revivir el

12 “Y las premisas de la distensión posteriores a Vietnam desarrolladas por los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford (de que incluso una Unión Soviética intransigente y disruptiva carecía de la capacidad para desarticular un sistema internacional con una distribución más plural de poder , y en el que China aparecía como un aliado de facto de Estados Unidos en la contención de la Unión Soviética) se transformaron en la base de Estados Unidos (…) el presidente Carter reflejó esta actitud [el pluralismo ideológico] en su discurso de Notre Dame en 1977, cuando declaró que Estados Unidos había superado un ‘temor desproporcionado’ al comunismo (…)Estados Unidos está cosechando las consecuencias de dos décadas de negligencia, miopía y autoengaño” (Documento Santa Fe I, introducción).

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Tratado de Río de Janeiro (1947) resultaba indispensable para

enfrentar la amenaza comunista, particularmente en Cuba y el

Caribe; asimismo era necesario estimular acuerdos de seguridad

contra posibles amenazas extracontinentales y reactivar las

“tradicionales” vinculaciones militares con el continente a través del

entrenamiento militar y ayuda a las Fuerzas Armadas (Documento

Santa Fe I , 1980, Primera Parte) (De acuerdo con lo desarrollado

hasta ahora acerca de la política exterior norteamericana

consideramos muy pertinente lo de “tradicionales vinculaciones

militares”).

La segunda parte del informe aborda “la subversión interna”,

en la cual el Comité de Santa Fe aclara la necesidad de reconocer la

vinculación entre la subversión interna y la agresión externa

(desarrollada en los primeros párrafos del documento). Debían

llevarse a cabo estrategias de propaganda claras, diferenciadas de

los mensajes presentes en los medios de comunicación y en

diferentes instituciones, en general “hostiles a Estados Unidos”. El

caso de la iglesia católica se presenta como paradigmático en

materia de subversión (lo cual ya había sido “advertido” en el

Informe Rockefeller).

En un tercer apartado, el informe alberga lo relativo a “las

políticas económicas y sociales”, recomendando el desarrollo de la

energía nuclear, el petróleo, etc., particularmente el apoyo

tecnológico de Estados Unidos en lo referido a energía nuclear. A su

vez, entre otras cuestiones se propone impulsar el desarrollo agrícola

y la reducción de aranceles y subsidios norteamericanos a los

productos primarios de la región (lo cual ya había sido propuesto a

mediados de los ’60, si recordamos la “Ronda Kennedy”)13; la

13 La Ronda Kennedy (1964) tuvo como objetivo iniciar las negociaciones para la rebaja de aranceles por parte de los países industrializados a productos de los países en desarrollo. La idea era llevar a cabo una rebaja del 30% por parte de Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea para productos industriales. Esta política, sin embargo no fue aplicada a los productos agrícolas (que por cierto, eran el tipo de producto que en general exportaban los países periféricos) y en general no cumplió con los objetivos planteados en un primer momento (Grunwald, Wionczek y Carnoy, 1973: 174).

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modernización de ciertos sectores económicos evitando el

“imperialismo cultural”; la educación (como aspecto fundamental

para “controlar” la “determinación” del pasado y, por consiguiente,

del futuro); la necesidad de capital privado, el libre comercio y la

inversión directa, como únicos medios capaces de generar el

desarrollo (Documento Santa Fe I, 1980, tercera parte).

Otro de los puntos analizados en detalle es el de

endeudamiento de los países latinoamericanos, y aquí es interesante

tener en cuenta que los préstamos canalizados a través de Bancos

Multinacionales constituían una de las metodologías a través de las

cuales el gobierno norteamericano podía intervenir en la economía de

los países latinoamericanos: “Las propuestas acerca del problema de

la deuda latinoamericana que se hacen en Estados Unidos,

generalmente sugieren incrementar el flujo de fondos públicos

estadounidenses a los bancos multinacionales (BMN), y renegociar o

alargar los plazos de pago de la deuda privada” (Documento Santa

Fe I, 1980, tercera parte); además, piden al Congreso incrementar

su contribución a los bancos multinacionales y proporcionar fondos

directos en casos de cesación de pagos. La participación de tales

entes, debía ser complementada con la presencia del Banco Mundial:

“El Banco Mundial ofrece una gran cantidad de dinero a muchos

países. Pero su preocupación principal no es América Latina. El

Congreso debería seguir utilizando su influencia, e instando al Banco

Mundial a que apoye a las naciones hispanoamericanas que buscan la

autonomía la cooperación con Estados Unidos (…) Una reafirmación

del Congreso en estos asuntos sería bien acogida, no simplemente

porque es el causante norteamericano quien proporciona fondos

sustanciales para estas instituciones, sino también porque el

Congreso necesita evaluar la eficiencia general de estos programas y

coordinar las políticas económicas directas e indirectas de Estados

Unidos” (Documento Santa Fe I, 1980, tercera parte). En el párrafo

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citado, el Comité de Santa Fe manifiesta explícitamente la función

que debería cumplir el BM y la estrecha relación de este organismo

con Estados Unidos. Esta propuesta se llevó a la práctica y fue el tipo

de política de intervención económica “indirecta” norteamericana

que generó cambios fundamentales en las economías

latinoamericanas, incapaces posteriormente de afrontar los “altos

intereses” de la deuda adquirida que precisamente “se dispararon” en

parte debido a desequilibrios en la economía estadounidense.

(Calcagno y Calgano, 1999:40). Vale la pena agregar que tanto el BM

como el Banco Interamericano de Desarrollo, desde su surgimiento

parecieron responder a los intereses del establishment

norteamericano más que a las cuestiones de desarrollo económico y

social (García Lupo, 1971: 138-139).

El orden de prioridades presente en este informe es similar al

de los documentos “extraoficiales” de la Alianza para el Progreso, que

en lugar de plantear como primordial el “desarrollo económico y

social”, consideraban fundamental la estrategia militar de seguridad

interna y continental y los medios para lograrla. Por último, el

Documento Santa Fe I hace referencia en su Cuarta y Quinta parte a

“los derechos humanos y el pluralismo ideológico” en América Latina:

“Estados Unidos debería cesar de dirigir hacia sus aliados su

inequitativamente aplicado actual programa de derechos humanos”

(Documento Santa Fe I, 1980, cuarta parte). Lo anterior se

complementa con la idea de que el “pluralismo ideológico”, fue

aplicado a favor y en apoyo de los regímenes de izquierda: “El

Departamento de Estado parece considerar como idénticos al

pluralismo ideológico y a los regímenes internacionalistas de

izquierda, por lo que elimina automáticamente a los partidos

nacionalistas de derecha o aun a los de centro. Esta aplicación

desigual de una doctrina esencialmente correcta, simplemente ha

servido para fortalecer el dominio de la Unión Soviética y de sus

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sustitutos en el Caribe y en América Central” (Documento Santa Fe I,

1980, cuarta parte).

Podemos sintetizar el contenido del informe en el objetivo de

consolidar la seguridad de Estados Unidos, a fin de “mantener la

posición global de poder de Estados Unidos, la cual descansa sobre

una América Latina segura y soberana” (Documento Santa Fe I,

1980, introducción). Si tal seguridad contara con algún tipo de

amenaza directa hacia Estados Unidos o indirecta (o sea en cualquier

país del continente) por fuerzas exteriores, el gobierno

norteamericano se vería en la obligación de intervenir; pero no debe

malinterpretarse está “predisposición” de los Estados Unidos, ya que

“no desea perseguir una política de intervención en los asuntos

internos y exteriores de cualquier nación latinoamericana, a menos

que los Estados iberoamericanos sigan políticas que ayuden e

instiguen la intrusión imperialista de poderes extracontinentales” por

ello “Estados Unidos debe desarrollar una política hacia América

Latina que fomente la seguridad norteamericana e iberoamericana,

que se base en la independencia nacional mutua y en la dependencia

interamericana…” (Documento Santa Fe I, Introducción).

Conclusiones

Al comienzo de este trabajo, señalábamos que la “seguridad”

de Estados Unidos se constituyó en uno de los elementos claves de la

política exterior norteamericana. En los diferentes documentos y

discursos abordados pudimos identificar la vitalidad de este elemento

para el gobierno norteamericano, aunque también pudimos observar

la amplitud y ambigüedad implícitas en el término “seguridad”

¿Seguridad para qué y para quién? ¿Cuándo? ¿Cómo o a través de

qué mecanismos? Aparentemente la seguridad era para Estados

Unidos y el continente, pero de acuerdo a lo revisado en este

artículo, los demandantes y beneficiarios de la “seguridad” al modo

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en que era promovida por el gobierno norteamericano, al parecer era

sólo un grupo selecto compuesto por norteamericanos y

latinoamericanos favorecidos por este tipo de política. A su vez,

escudriñando en alguna medida los discursos y los hechos, hemos

llegado a la conclusión de que esa “seguridad” tan general como

ambigua puede reducirse a la seguridad económica, es decir a la

necesidad de una elite14 de la sociedad norteamericana de asegurar

la instalación y reproducción de la economía liberal-capitalista a lo

largo del continente, con el propósito de articular y llevar a cabo sus

intereses en un corto, mediano y largo plazo.

A partir de 1823, con la Doctrina Monroe, la seguridad de

Estados Unidos se centraba, aparentemente, en la amenaza que

suponía Europa para los recientes países independientes del

continente. Las premisas de Monroe, se suponía, eran una respuesta

a la Santa Alianza. No obstante este objetivo de “defensa” de los

demás países del continente frente a una posible invasión extranjera,

el gobierno norteamericano se sirvió de esta doctrina para llevar a

cabo tanto anexiones territoriales como intervenciones económicas,

políticas y militares en diferentes países de América Latina,

particularmente en el área del Caribe. También hemos observado que

en muchos casos el gobierno del Norte no apeló a estas premisas,

aunque los países sudamericanos en conflicto lo solicitaran. A su vez,

remarcábamos que tales anexiones e intervenciones se llevaron a

cabo “con o sin Doctrina Monroe”, es decir, estos lineamientos fueron

utilizados por cada gobierno norteamericano adaptándose a

determinados intereses, de manera tal que si los mandatos de

Monroe no daban los resultados esperados, se apelaba a la

“diplomacia” o a otro tipo de mecanismo más directo.

La continuidad de esta política exterior con la Doctrina Truman

puede vislumbrarse en los principios de la Seguridad Hemisférica

14 Ver: Wright Mills 1987, La élite del poder. México: FCE.

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formulados a partir del enfrentamiento con el bloque comunista. Este

discurso era directamente defensivo-ofensivo, planteaba sin

demasiados rodeos la necesidad del hemisferio occidental de

imponerse ante la avanzada del comunismo, el socialismo, e incluso

del nacionalismo. A partir de ese momento el comunismo devino una

“excusa” (más allá de haber constituido o no una amenaza real) que

dio al gobierno norteamericano un poder indiscutido en el plano

internacional y particularmente en las relaciones con América Latina.

Esta doctrina “dura” de enfrentamiento directo al comunismo,

fue reemplazada por la política de la Alianza para el Progreso de

principio de los ’60. Aparentemente, esta Alianza se centraba en el

desarrollo económico y social de los países latinoamericanos y en la

instauración de regímenes democráticos. No obstante, los hechos

demostraron el doble discurso del gobierno norteamericano a lo largo

de los años sesenta, cuando se focalizó la política exterior en la

Seguridad Interna. El apoyo del gobierno norteamericano a las

Fuerzas Armadas latinoamericanas para lograr reducir la “subversión”

al interior de cada país fue uno de los principales mecanismos para

asegurase no sólo la propia integridad territorial, sino para

resguardar las inversiones norteamericanas en el subcontinente y

asegurar la reproducción de los “ideales” liberarles-capitalistas en los

países latinoamericanos.

Ya a finales de aquella década y principio de los años ’70, el

Informe Rockefeller y el Informe Kissinger expresaban cada vez más

desesperadamente la necesidad de frenar el avance del comunismo

en la región. A su vez, estos discursos también se centraron en lo

económico-social, en los planes para el desarrollo de América Latina,

para lo cual, se señalaba claramente, era sumamente necesario

extirpar el “nacionalismo” imperante en muchos países de América

Latina, reflejado por ejemplo en la creciente demanda de

nacionalización de los recursos naturales, objetivo que generaba

demasiados problemas para las empresas y el gobierno

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estadounidense. Incluso, tanto en los consejos del staff de

Rockefeller como en las aseveraciones de Kissinger, observamos

como se plantea la necesidad de “controlar” factores como los

recursos naturales o la natalidad, que afectaban directa e

indirectamente la “seguridad” (económica) de Estados Unidos.

El Documento Santa Fe I, retoma el discurso directo de

aniquilación del comunismo y la “subversión” en el área, como

principal objetivo. Es difícil comprender el énfasis que se le dio al

avance del comunismo justamente a principio de los ’80, cuando a lo

largo de los ’60 y ’70 ya se había “contenido” a toda agrupación,

persona, organización, etc., que se hallara vinculada con la

propagación de ideales comunistas, socialistas, nacionalistas, etc. No

obstante estos hechos, de acuerdo al contenido de este documento

(y a la perspectiva del grupo que lo elaboró) el comunismo seguía

siendo una excusa funcional para la política exterior norteamericana.

A fin de resumir, podemos decir que la estrategia de Estados

Unidos respecto a América Latina desde la Doctrina Monroe se basó

en instancias “legales” e “ilegales-legítimas”. Las doctrinas como la

de Monroe, otorgaban legalidad a los actos de intervención

norteamericanos, al interior de su establishment. Los acuerdos y

tratados con los países latinoamericanos eran un recurso legal tanto

para los Estados Unidos como para los demás países del continente,

pero si los lineamientos de estos acuerdos contradecían los intereses

del gobierno norteamericano, eran dejados del lado y reemplazados

por prácticas ilegales e ilegítimas para el resto de los Estados

(intervención económica, política y militar), pero aparentemente

legítimas para el país del Norte.

Siguiendo a Alberto Moniz Bandeira, podemos decir que la

estrategia de política exterior norteamericana se centraba en primer

lugar, en la intervención económica para lograr luego una

desestabilización política que “justificara” una intervención armada

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(directa por parte de las Fuerzas Armadas norteamericanas, o

indirecta apoyando al ejército de cada país) (Moniz Bandeira, 2004).

Para finalizar, diremos, a partir de lo trabajado en este artículo,

que la “seguridad” presente en la política exterior norteamericana de

mediados del siglo XIX, mantenía un estrecho vínculo con la

seguridad económica, con la seguridad en la reproducción de un

sistema que resultaba funcional a los intereses de la clase dominante

norteamericana. Este objetivo, como hemos revisado, debía ser

llevado a cabo ante todo, y a cualquier precio.

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