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Envuelta en las brumas de la leyenda hasta que la arqueología
comenzó a darle forma, la mítica cultura de Tartessos, el fabuloso
reino de Argantonio, va desvelándose a los investigadores,
aunque todavía esconde muchos de sus misterios
LA LEGENDARIA
TAR TESSOS
El fabuloso reino de ArgantonioManuel Bendala Galán
Una cultura llena de enigmasSebastián Celestino Pérez
El armamento tartésico Fernando Quesada
Los vaivenes de la leyendaJorge Maier Allende
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Manuel Bendala GalánCatedrático de ArqueologíaUniversidad Autónoma de Madrid
EL REY TARTÉSICO DE NOMBRE ARGAN-tonio, que recibió a los griegos focenses yles ofreció tierras donde establecerse o bie-nes con los que fortificar su ciudad ame-
nazada, sirve de referencia en la que personificar,con la aureola de poder y de prestigio con que lopinta Heródoto, la fase de apogeo de la cultura tar-tésica, que se extiende desde fines del siglo VIIIa.C. al siglo VI, en el que entra Tartessos en una fa-se de crísis y de cambio histórico. El proceso ci-mentado en su etapa formativa, férreamente vigila-do por la casta retratada en las estelas de guerre-ros, daría un giro espectacular con la llegada de loscolonos orientales, sobre todo los fenicios, a cuyainfluencia se deberá el carácter orientalizante que
Collar de oro con
restos de esmalte
(izquierda) y
brazalete del mismo
metal. Las dos
piezas, procedentes
del tesoro de El
Carambolo (siglo VI
a.C., Camas,
Sevilla), se cuentan
entre las más
refinadas del arte
tartésico (Museo
Arqueológico de
Sevilla).
adquiere la cultura tartésica, la única consideradatartésica hasta hace no muchos años.
La llegada de los feniciosHoy sabemos que sus raíces son más antiguas,
y que sólo por la existencia de la etapa formativade Tartessos pudo darse con la efectividad que lohizo la propia colonización de los semitas. Acu-dieron éstos, en efecto, con sorprendente dili-gencia, a sacar partido de las posibilidades quelos tartesios habían empezado a poner en valor enlas feraces tierras del Mediodía español y sus am-bientes geográficos próximos o accesibles desdeellas, sobre todo en la obtención de metales y desus productos. Era explotar las posibilidades ex-traordinarias de la región, según eran percibidasen la Antigüedad, tal como dirá después el grie-go Estrabón. Este, hablando de la Turdetania –laantigua Tartessos– destacaba, además de su ri-
El fabuloso reinode Argantonio
El rey que ofreció a los griegos focenses tierrasdonde establecerse y bienes para fortificar suciudad amenazada personifica el apogeo deTartessos
Detalle de un jarro
tartésico de estilo
orientalizante
(Museo Lázaro
Galdiano, Madrid).
En la página anterior,
el llamado BronceCarriazo, que
representa a una
divinidad
equiparable a
Astarté (Museo
Arqueológico,
Sevilla). El dibujo
que se emplea como
pase en el dossier
reproduce la estela
de Solana de
Cabañas, que
aparece en la
página 72.
T ARTESSOS ES UN NOMBRE CARGADOde atractivo, una cultura mitificada en laAntigüedad, que en los tiempos moder-nos se mantuvo con la misma aura de le-
yenda porque era difícil salir de la bruma con laspocas luces que arrojaban las ciencias históricasy por una necesidad de fascinación que ha existi-do y existe siempre, se reconozca o no, si los vien-tos de la cultura, en el caso último, prestigianmás la racionalidad o la verdad que el sueño o ladelectación por el mito.
Leyenda y realidad daban a lo tartésico una cor-poreidad doble y contrapuesta, como la de tantosespecímenes de la fauna fabulosa con que los an-tiguos poblaron los campos de la Literatura y delArte. Tartessos era una quimera, un monstruo hí-brido de realidad y fantasía, que, como todos, seresistía a entrar en el rebaño de las criaturas reales,y no digamos en el de los animales domésticos, losque conviven sin violencia, ni mental ni física, conlos humanos, que los hacen suyos.
Su parte más irreal creció con inusitada enver-gadura cuando los historiadores quisieron domesti-carla, desentrañar sus miste-rios y, de leyenda tal vez de-sazonadora pero general-mente apacible, se convir-tió en una fiera historiográfi-ca, una bestia a veces enfu-recida que enfurecía tam-bién a quienes disputabansobre el método de hacerlacaer en la red de la Historia.
Filólogos, paleogeógrafos,historiadores, arqueólogos...acercaban al monstruo sus ar-mas para frenar los zarpazos de suirrealidad. Todos fueron mermandola fuerza turbadora de su anatomíamítica, pero fue cobrando un parti-cular prestigio combativo la concien-cia de que la única manera de batir-la definitivamente era robustecer di-rectamente la parte real de su cuer-po... y el alimento que lograba eseprodigio era la Arqueología.
Con ella se podía dar enverga-dura a su cuerpo histórico y con-trarrestar el desequilibrio anató-mico de la fantástica criatura.
Con las cautelas de toda labor de lucha o de doma,la quimera tartésica ha ido creciendo del lado realcon enorme vigor en los últimos decenios, empeque-ñeciéndose el peso de su lado mítico, apenas ya unapéndice casi atrofiado de su robusta anatomía ar-queológica e histórica. Perdido el explicable temorde antaño, se contempla ahora su parte fabulosa conun punto de nostalgia, de casi melancólica compli-cidad con su fascinante irrealidad.
Pero –¡cuidado!– el cuerpo histórico ha reveladoque también contiene un punto de sorpresa, a vecescon respuestas tan inesperadas o tan inentendiblescomo las de su cuerpo legendario. Por todo ello, loadecuado era poner barrotes forjados también con laArqueología a una criatura de la Historia y de la le-yenda con la que seguimos conviviendo con proble-mas. La tenemos bien a mano, sometida bajo unaclara posición de dominio científico para seguir es-crutándola, pero a sabiendas de que sigue siendo unser peculiar, que aún no podemos llevar al apacibleredil de las criaturas domesticadas de antiguo.
Y salgamos ahora del campo de las metáforas pa-ra, lacónicamente, hacer ver al lector que encontra-
rá, en los tres artículos que in-tegran este dossier, en primerlugar, una aproximación a laépoca de esplendor y menos
discutida, en la que Tartessos al-canzó, como consecuencia de lacolonización fenicia, la fasemás brillante de su desarrollocultural e histórico; a conti-nuación, una lectura sintéticade las últimas aportaciones ar-
queológicas acerca de cómo seformó la cultura tartésica, en lo
que sigue habiendo aspectos os-curos y discutibles, que podríansuscitar un diálogo con coinciden-cias y discrepancias entre los re-dactores mismos de estas páginas;en tercer lugar, uno de los múlti-ples capítulos que pueden anali-zarse dentro de esta cultura, el ar-mamento tartésico y, por último,una sucinta aproximación a latrayectoria historiográfica deTartessos y una bibliografía co-mentada.
Manuel Bendala
2
La quimera enjauladaSumida en la bruma de la leyenda durante siglos, la culturatartésica va cobrando perfiles cada vez más reales, gracias alas aportaciones que la arqueología va sacando a la luz
5
Barco fenicio de
comercio y corso,
según una litografía
de M. Pujadas
(1877), abajo.
Anverso y reverso
de una moneda
fenicia de cobre,
acuñada en Cádiz,
derecha.
con cautela, conscientes tal vez de que podían su-poner una competencia incontrolable o un verdade-ro peligro de suplantación. Y lo que podía barrun-tarse por pura lógica, o por las pocas y lejanas noti-cias de los textos antiguos, va encontrando confir-mación en el flujo de novedades arqueológicas quehacen percibir una actividad fenicia dirigida a con-trolar cuanto fuera posible la red económica de lostartesios y la estructura política que la aglutinaba.
La visita de los griegosLos griegos siguieron de cerca los pasos de los fe-
nicios, pero no desarrollaron en el ámbito tartésico,ni en general en este extremo occidental de la cuen-ca mediterránea, un programa colonizador compara-ble al de éstos. Su actividad se limitó, fundamental-mente, a la fundación por los focenses de Massalia(Marsella), de la colonia de Emporion en la costa ge-rundense, cerca de la cual, en Rosas, se situó otrocentro griego menor, el de Rhodes, aunque su pre-sencia comercial y su peso cultural, más trascen-dente si cabe, impregnó toda la costa mediterránea,y no dejó de tener incidencia en la historia y la cul-tura de Tartessos.
El mismo Heródoto se hizo eco de algunos episo-dios de gran interés, que tratan de la relación de sumundo con el tartésico. Aparte de la citada relacióncon los focenses, quizá una forma de contrarrestar laactividad casi monopolística de los fenicios, sucedióantes un acontecimiento destacable. Ocurrió hacia el630 a.C., en que un navío de Samos –ciudad e islatambién de la Jonia griega, como Focea–, capitane-ado por un tal Coleo, navegaba hacia Egipto cuandofue arrastrado por vientos apeliotas del Este más acáde las Columnas de Hércules hasta arribar a Tartes-sos; calurosamente acogido por los naturales de
aquí, obtuvo beneficiosque superaron los de cual-quier otro comerciante,excepción hecha –puntua-liza Heródoto– de un egi-neta de nombre Sóstratos.De regreso a su patria, de-dicó Coleo a la diosa Heraun riquísimo exvoto en ac-ción de gracias: un monu-mental caldero de bronce,adornado con cabezas deanimales fantásticos –degrifos–, y sostenido portres gigantes que, arrodillados, medían siete codosde alto (unos tres metros).
El relato, adornado con tintes novelescos, esaceptado como verosímil y cuenta con apoyaturas ar-queológicas, puesto que, aparte de que el hallazgode multitud de productos griegos de la máxima cali-dad en el ámbito tartésico prueba el contacto co-mercial con los centros de producción helénicos, enla misma Samos han sido hallados marfiles de origentartésico correspondientes a las fechas del viaje deColeo. Pudieron ser parte de un botín de vuelta de unviaje como el narrado por Heródoto, perfecta expre-
Las rutas del
comercio de
metales
procedentes de
Tartessos se han
trazado según el
modelo de Claude
Domergue. Abajo,
cubos de ruedas de
carros rituales,
procedentes de la
necrópolis de La
Joya, Huelva. Los
felinos de fauces
abiertas eran un
símbolo de las
fuerzas protectoras
de que se revestían
los carros
funerarios rituales.
queza agropecuaria, “la abundancia de minera-les..., motivo de admiración, pues si toda la tierrade los iberos está llena de ellos, no todas las regio-nes son a la vez tan fértiles y ricas..., ya que es ra-ro se den ambas cosas a un tiempo y que en unapequeña región se halle toda clase de metales”(Estr. III,2,8).
Desde fines del siglo IX a.C. empieza la Arqueolo-gía a seguir la pista de una presencia fenicia que seharía firme a partir del inicio del siglo VIII a.C. Fun-daron entonces –según los textos, fue aún antes– lacolonia de Gadir (Cádiz), acompañada de un rosariode asentamientos menores y factorías que puntea-ban toda la costa sur de la Península, mediterráneay atlántica. No es casualidad que el centro operativobásico de Gadir se ubicara en la boca del río Gua-dalquivir, la arteria principal de navegación y verte-bración de la región nuclear de Tartessos, el río que,sobre una realidad cargada de valores metafóricos,describía Estesícoro como “de raíces argénteas”.
A poca distancia de su ribera derecha, se yerguenlas suaves alturas de Sierra Morena, con sus ricascuencas mineras, ya intensamente explotadas enépoca tartésica, como se comprueba en la actualprovincia de Huelva, gracias a las investigaciones lle-vadas a cabo en las cuencas de Riotinto, Aznalcóllary otros lugares. Demuestran un intenso laboreo parala obtención de plata, en una regiónen la que era ya milenaria la meta-lurgia del cobre y en la que abunda-ba el oro y tenía a la mano el inesti-mable estaño.
La investigación moderna de-muestra que la implantación de losfenicios no se conformó con cen-tros isleños y factorías que desdela costa sirvieran de apoyo a susnegocios comerciales. Se conoceahora un afán de control que, ade-
más de fuertes establecimientos en la costa, comoel gran poblado fortificado del Castillo de DoñaBlanca (en el término de El Puerto de Santa María),se proyectó con gran fuerza hacia el interior, en unrápido proceso que pudo resultar casi asfixiante pa-ra los tartesios, puesto de relieve en estos últimosaños.
Grupos de fenicios se trasladaron diligentemen-te al interior, donde tomaron plaza muchas vecesformando colonias de comerciantes y artesanos en,o junto a, los asentamientos tartésicos, como debióde ocurrir en Carmo (Carmona, Sevilla), una plazaprincipal para el control del bajo valle del Guadal-quivir, apoyo de la vía terrestre –la famosa Via He-raklea– que por el valle seguía el curso del río; opropiciando la creación de centros nuevos, como sesospecha ahora que fue el caso de la misma Spal(Hispalis en época romana, la actual Sevilla), en laAntigüedad un centro portuario junto al lago inte-rior que ocupan las marismas del Guadalquivir y enla misma desembocadura, entonces, del río; o ha-ciendo valer una fuerte presencia en los ambicio-nados centros desde los que se controlaban las ac-tividades minero-metalúrgicas, como pudo ocurrircon el importante asentamiento de Tejada la Vieja(en Escacena del Campo, Huelva).
Los modernos datos arqueológicos parecen con-firmar una presión fenicia que pu-do conducir a fricciones o conflic-tos abiertos con los tartesios, comolos que comentan algunos historia-dores de época romana, que re-cuerdan batallas emprendidas porlos tartesios contra Gadir, en un ca-so encabezadas por un rey de nom-bre Therón, que se saldaron siem-pre, significativamente, con eltriunfo de los fenicios. No es extra-ño que los tartesios los recibieran
ET
RU
RIAIB
ERIA
TARTESSOS
Lixus
GADIR
MassAlia
Emporion
Cartago
FocEa
LaUrión
Chipre
Tiro
Samos
Pecios con cargamento de metalRuta griegaRuta sardo-chipriotaRuta tiriaRuta cartaginesa El comercio tartésico del metal
�
4
7
El hallazgo del
tesoro de El
Carambolo (Camas,
Sevilla) en 1958 fue
definitivo para
incrementar el
interés y la
investigación sobre
Tartessos. Estaba
oculto en una
cabaña y pudo
servir de ornato a
una imagen de
culto, tal vez de
madera (Museo
Arqueológico de
Sevilla). Abajo,
anverso y reverso
de una moneda
fenicia de cobre,
acuñada en Cádiz.
se hizo imprescindible para la regulación y fijaciónde precios de un mercado inmenso y en desarrolloimparable, y debió de contribuir poderosamente ala multiplicación de las primeras grandes acuña-ciones monetales en plata, como se supone paralas llevadas a cabo por las activas ciudades griegasde Sicilia.
Tartessos, en fin, se vio aupada por el empuje deuna coyuntura favorable al desarrollo de una eco-nomía de gran rentabilidad, controlada por dirigen-tes de una sociedad muy jerarquizada, de cortearistocrático, que demandaban los conocidos pro-ductos de prestigio de marfil, bronce y metales pre-ciosos que, por su rareza, por la materialización dela más alta tecnología de la época, eran expresiónde su exclusividad y de su rango. Los fenicios fue-ron principales agentes de la obtención de esasmercancías tan simbólicas y preciadas, sea por elcomercio, sea por la aportación de una tecnologíaque desarrolló su actividad en talleres directamen-te actuantes en Tartessos, regentados por fenicios opor tartesios adiestrados en las mismas prácticas
artesanales. De unos o deotros, sus productos cons-tituyen la más conspicuaexpresión del brillo de Tar-tessos en esta etapa demadurez, la prueba mate-rial de lo que había llega-do a ser una especie deantiguo Eldorado en el Oc-cidente del Mediterráneo.
Jarros y páteras, cande-labros, armas, adornos decarros y arreos de caballos,todo un repertorio de lujo-sos productos de broncequedaría amortizado entumbas y santuarios, testi-monio de un mundo de pompa y ceremonia en elque se reconocían y con el que se presentaban ensociedad los poderosos aristoi que la encabezaban.Y no digamos las joyas, sobre todo las de oro y otrosmateriales preciosos, que condensaban en su rare-za, en el alarde preciosista de sus técnicas –concostosísimas decoraciones de granulado o de fili-grana– la idea de la pertenencia a una esfera supe-rior.
Había cosas, igualmente relacionadas con la ima-gen de los poderosos, de las que no quedan vestigiosmateriales, como los suntuosos vestidos, de pañostejidos y bordados, que constituían, como acreditanlos textos, una de las principales mercaderías de losfenicios. No en vano los llamaron los griegos preci-
Pectoral de oro del
tesoro de El
Carambolo. Abajo,
vista aérea de las
excavaciones del
complejo de
Cancho Roano.
sión de la afamada riqueza de Tartessos enestas fechas centrales de la época orientali-zante, plataforma de magníficos negocios,asociados además a los productos de presti-gio más característicos de entonces, comolos objetos suntuarios de bronce ricamentedecorados, expresión de la gente de poder–los aristoi, según el término griego de aris-tócratas– en los ambientes privilegiados delos santuarios, las tumbas o los palacios.
Tiempos de expansión y riquezaEl hecho es que la sólida implantación
territorial de Tartessos desde su etapa for-mativa, puesta de manifiesto por la am-plia repartición de las estelas de guerre-ros y la difusión de sus otros productos caracte-rísticos hasta muy adentro de la Península, tuvo elcomplemento de una ágil salida al mar y al co-mercio internacional proporcionada por los feni-cios. Producción y comercialización –con ámbitosde acción repartidos y en progresiva competen-cia– se complementaron eficazmente por la cali-dad de la primera y la sorprendente capacidad de
los mercaderes semitas para servir deagentes a un comercio regular y a una es-cala geográfica extraordinaria para suépoca. Visto desde fuera, la actividad entorno a Tartessos llenó en este extremodel Mediterráneo el plato de la oferta deuna balanza que tenía en el otro extremoel de una demanda cada vez más exigen-te, sobre todo de metales. Ese papel equilibrador, en la medida enque fue capaz de responder con sus pro-ductos al peso ingente de la demanda delas grandes civilizaciones del Mediterráneooriental, dió a Tartessos la dimensión míti-ca, de verdadero país de fábula, que mu-chos textos conservados le otorgan. El
bronce tartésico, por el uso de la mejor materia pri-ma y por el aprovechamiento de experiencias y téc-nicas tan punteras como las desarrolladas en el ám-bito del Bronce Atlántico, debió circular entre suscompradores –según se colige de algunos testimo-nios– con el marchamo de calidad de bronce tarté-sico, verdadera denominación de origen que garan-tizaba el mejor producto. Y lo mismo la plata, que
6
EL SANTUARIO DE CANCHO ROANO
El complejo arquitectónico, orientado al solnaciente, se levantó en una pequeña vagua-da junto al arroyo Cagancha, en el término
municipal de Zalamea de la Serena (Badajoz). Suorigen se remonta a los inicios del período orien-talizante, cuando sobre una cabaña ovalada se eri-gió el primer edificio, ya con una técnica de clarainspiración mediterránea. Sobre este primer mo-numento se construyó un segundo, del que cono-cemos su planta, en la que se han documentadohasta tres altares de adobe, dos de ellos en formade piel de bóvido. Por último, a mediados del si-glo V a.C., se decidió clausurar este segundo san-tuario para edificar el ahora visible, muy bienconservado.
Se construyó con un sólido basamento de pie-dra y alzados de adobe, y fue enlucido por el ex-terior con arcilla roja, como los suelos de las ha-bitaciones, mientras que el interior fuetotalmente encalado. Para realzar aúnmás el cuerpo principal del santuario,se construyó una terraza de piedra degran tamaño, también encalada, que lorodea por completo. Al cuerpo princi-pal se accede por un patio cuadrado,con un pozo en el centro, que aún hoymantiene su nivel de agua. La entradaal edificio se realiza mediante una es-calera de piedra construida en la es-quina septentrional del patio, que con-duce a una estancia que, a su vez, co-munica con un gran ambiente trans-versal, que cruza todo el edificio y sir-ve de distribuidor a los espacios del
fondo. Se disponen en tres cuerpos independien-tes en la zona meridional, almacenes en los que sehallaron ánforas y orzas que contuvieron cerea-les, aceite, vino, miel y otros productos alimenti-cios, así como una gran cantidad de objetos debronce –calderos, recipientes rituales, jarros,arreos de caballo, etcétera–; la septentrionalconsta de una habitación alargada, en cuyo fondohabía un telar, a la que abren tres pequeñas es-tancias en las que se halló gran parte de los ma-teriales de importación que caracterizan al yaci-miento: alabastrones, copas griegas, cuentas depasta vítrea púnica, escarabeos egipcios, marfiles,sellos de lidita, cuentas de ámbar y cornalina ybuena parte de las joyas de oro del santuario. Enel eje central del edificio se erigió la habitaciónprincipal, verdadero lugar sacro del complejo, encuyo centro se levantó un gran pilar rectangular
que haría las veces de altar. Tal vez lo más sobre-saliente de este espacio principal es que el pilar sealza sobre los respectivos altares de los dos edifi-cios anteriores. Por último, el monumento estárematado, a modo de torres, por dos habitacio-nes: la de la entrada, donde se construyó una es-calera para acceder a la terraza y a la planta su-perior hoy perdida, y la suroriental, tal vez lugarde residencia.
Rodea el edificio una serie de estancias peri-metrales, seis por cada lado, donde se deposita-ron ricos ajuares a modo de ofrendas. Todo elcomplejo monumental está rodeado por un fosoexcavado en la roca, que en algunos puntos bus-ca los niveles freáticos para mantener siempreuna lámina de agua que ensalce la construcción.En la zona oriental, por donde se llega al santua-rio, se construyó una pequeña muralla con dos
torres poligonales en el centro queflanquean la única entrada posible ala construcción.El edificio fue intencionadamente in-cendiado, destruido y posterormentesellado con tierra antes de ser aban-donado, echándose en falta tan sólolos elementos sacros, seguramenterecuperados para mantener el cultoen otro lugar. El continuo cauce deagua del arroyo Cagancha, aún enépocas de fuerte sequía, así como laconstrucción de pozos en el interior,avalan el papel primordial que debiójugar el agua tanto para la construc-ción como para el culto en el lugar.
9
Figura de bronce y
oro hallada en
Cádiz, que
representa a una
divinidad, siglos
VIII-VII a.C. (Museo
Arqueológico
Nacional, Madrid).
y legitimaba, por el prestigio de la divinidad, la pre-sencia y el quehacer de sus promotores.
Joyas de cultoHa sido, por lo demás, una sorpresa constatar que
la forma de los altares debió de convertirse en signode una alta significación religiosa, que se repite enlos descubiertos después en otros santuarios orien-talizantes –como el recientemente excavado en Co-ria del Río (Sevilla)–, o en ambientes sagrados y fu-nerarios ibéricos, una prueba de la continuidad deaspectos sustanciales de la cultura tartésica en laibérica que la siguió. Con estos nuevos datos se en-tiende mejor el significado religioso de las joyas delfamoso tesoro de El Carambolo, puesto que los dospectorales que forman parte significativa del mismose amoldan a esta forma sagrada basada en la pieldel bóvido.
Creo, con otros investigadores, que las joyas deeste singular tesoro no son otra cosa que adornos pa-ra una imagen de culto, seguramente una estatua demadera como las que eran habituales en las etapasarcaicas de las culturas mediterráneas. Ellas forjaronuna tradición de prácticas religiosas, que incluían elornato ritual de las imágenes, que perdurará congran fuerza en culturas posteriores, antiguas –comola ibérica o la romana– o más recientes, hasta al-canzar nuestros propios días.
Crisis y ocaso de TartessosConviene hablar brevemente de la crisis y ocaso
de Tartessos para quitar importancia a un fenóme-no que no fue, en ningún caso, un final que me-rezca el largo informe que parecería propio de laautopsia a un cuerpo muerto para indagar las cau-sas del radical cambio que supone pasar de la vidaa la muerte. Lo que entendemos por Tartessos ex-perimentó una crisis notable en el siglo VI a.C. porla combinación de una serie de factores no del to-do conocidos que determinaron un cambio de co-yuntura, un sesgo a la trayectoria histórica anterior.Pero, pese a algunos traumas, puede entenderse enalguna medida como una crisis de crecimiento, yno tanto de acabamiento.
La crisis de Tiro, en este caso con el fin de su im-portancia como metrópoli cabeza de un Imperio co-lonial, por los golpes de asirios y babilonios; la im-posición de Cartago como nuevo líder de los semitasde Occidente, que intensificaría el afán de control yde dominio territorial de los fenicios en la nueva eta-pa púnica; la creciente imposición de la metalurgiadel hierro y otros fenómenos determinaron el paso auna etapa distinta.
El mundo tartésico se perpetuaría en el turdetano,con un nombre que habla por sí sólo de las diferen-cias y de la continuidad. Las primeras tuvieron entresus determinantes una cada vez más intensa pene-tración territorial de los púnicos –hasta el punto deque Estrabón llegará a decir que la mayoría de lasciudades de la Turdetania y de las regiones vecinasestaban pobladas por ellos–; y, también, una ascen-dente presencia de célticos en el occidente de lastierras tartésicas. Pero, tanto en el ámbito estricta-
mente púnico como en el turdetano, se observa unarápida recuperación del pulso cultural y económico,y una gran actividad a partir de la inflexión del sigloVI. Lo mismo que ocurriría en la Alta Andalucía y elSureste de la Península, donde el germen de la cul-tura tartésica, extendido ampliamente en este ámbi-to durante la etapa orientalizante, promovió el pro-ceso formativo de la personal cultura ibérica clásica.
En resumen, la trayectoria histórica y cultural tar-tésico-fenicia de la época orientalizante, se transfor-mó en la ibérico-púnica que caracterizó a la Españamediterránea –con gran influencia en los demás te-rritorios– hasta los tiempos de la conquista romana.
Boca trilobulada del
jarro de Valdegamas
(Don Benito,
Badajoz). Se asoma
a ella una diosa de
los animales,
representada en
forma de busto
entre dos leones
echados.
samente phoinikés –el nombre por el que los deno-minamos, distinto del de cananeos que a sí mismosse daban–, que quiere decir los hombres de la púr-pura, por haberse hecho especialmente famosos co-mo mercaderes de paños teñidos de rojo, con el tin-te que obtenían de un conocido molusco de la fami-lia de los múrices, las populares cañadillas.
Una sociedad muy jerarquizadaCon todo ello componían el perfil de su clase do-
minante, bajo la cual, seguramente con pocos es-calones intermedios, se hallaba una amplia masasocial casi desprovista de derechos –campesinos,artesanos, mineros–, base de un sistema calificadopor algunos investigadores como de servidumbrecomunitaria. Se trataría, más que de una fórmulade esclavismo puro, de un sistema en el que los po-derosos no tendrían la propiedad directa de las per-sonas, sino de los medios de producción y del pro-ducto mismo, que controlaban para el comercio y lodistribuían a los productores para su sustento ymantenimiento.
En la cúspide de la estructura social se hallabala figura de un monarca, como el citado Argantonio,representante de una forma suprema de poder quelos estudios modernos tienden a caracterizar comomonarquía sacra, esto es, un poder sacralizado quese transmitía en el seno de una dinastía familiar, le-gitimado por prácticas de culto dinástico, conoci-das también en las primeras etapas históricas deotras culturas principales del Mediterráneo, comola etrusca, con la que la tartésica tiene muy estre-chos parangones.
Uno de los acontecimientos arqueológicos másimportantes de los últimos años, en relación con lacultura tartésica, ha sido el hallazgo y la excavaciónde un sorprendente edificio en la periferia de Tartes-sos, en tierras del municipio de Zalamea de la Sere-na, en Badajoz, que pudo ser residencia o centro derepresentación y de culto de un soberano sacraliza-do del mundo tartésico. Se trata del llamado palacio-santuario de Cancho Roano, un edificio singular porsu forma y su contenido, referente de una actividadde alto significado político, religioso o simbólico.
De su rica y compleja realidad puede destacarsela existencia de una capilla central que cubre una es-tancia en la que se hallaron altares con una formacaracterística, de piel de buey abierto o de lingote decobre de tipo chipriota –que imita el esquema de lapiel del buey–; son los elementos más significativosde este ambiente central, especialmente vinculado aceremonias cultuales, quizá con una dimensión deculto dinástico que aseguraba, remitiéndose al planode lo divino, el poder del soberano y la continuidadfamiliar del mismo.
Los altares y la estructura del edificio respondena modelos orientales, sirios, fenicios o chipriotas,una expresión particularmente intensa del tonoorientalizante general que impregna la cultura de laépoca y las estructuras sociológicas y políticas que lasustentaban. Se han puesto en relación los altarescon prácticas sacrificiales de novillos o bóvidos, biendocumentadas entre los fenicios, asociadas, porejemplo, al culto al dios Baal. Relacionada, entreotras facetas, con la navegación y el comercio, supresencia en un santuario como el de Cancho Roanohace pensar, también, en la posible función que es-tos centros sagrados cumplían en el mundo antiguo,y desde luego en el oriental y fenicio, que es servirde referencia a una actividad económica y comercialque se realizaba al amparo de la protección del dios
8
HERÓDOTO Y TARTESSOS
Algunos de los más importantes textos sobre Tartes-sos se deben a Heródoto, quien menciona la ciu-dad como asombrosa fuente de riquezas al evocar
el viaje de un comerciantes de Samos (4, 152):“Acto seguido los samios partieron de la isla y se
hicieron a la mar ansiosos de llegar a Egipto, pero sevieron desviados de su ruta por causa del viento deLevante. Y como el aire no amainó, cruzaron las Co-lumnas de Hércules y, bajo el amparo divino, llegarona Tartessos. Por aquel entonces ese emporio comercialestaba sin explotar, de manera que a su regreso a lapatria, los samios con el producto de su flete, obtu-vieron que nosotros sepamos con certeza muchos másbeneficios que cualquier otro griego...”.
En otra parte de su Historia, al hablar de los viajes delos focenses a Occidente (1, 163) refiere:
“Los habitantes de Focea fueron los primeros grie-gos que realizaron largos viajes por mar y son ellosquienes descubrieron el Adriático, Tirrenia, Iberia yTartessos. No navegaban en naves mercantes, sino enpentecónteras. Y al llegar a Tartessos hicieron granamistad con el rey de los tartesios, cuyo nombre eraArgantonio, que (como un tirano) gobernó Tartessosdurante ochenta años y vivió un total de ciento vein-te. Pues bien, los focenses se hicieron tan amigos deeste hombre que, primero los animó a abandonar Jo-nia y a establecerse en la zona de sus dominios queprefiriesen, y, luego al no poder persuadirles sobre elcaso, cuando se enteró por ellos de cómo progresabael medio, les dio dinero para rodear su ciudad con unmuro”.
11
Reconstrucción
ideal de un poblado
tartésico, que debió
ser muy similar a
los del Bronce Final
en el Suroeste de la
Península: cabañas
de techumbre y, en
ocasiones, paredes
de material vegetal,
emplazamiento
junto a corrientes
de agua y uso de
animales de
tracción y arado
para roturar los
campos.
turales desde la desembocadura delGuadiana hasta la del Segura. Se ampa-ran para ello tanto en las fuentes histó-ricas, principalmente en la Ora Maritimade Avieno, así como en la presencia dealgunos materiales arqueológicos recogi-dos en la costa levantina y la provinciade Granada, análogos a los aparecidosen el Suroeste peninsular.
No obstante, los rasgos que definenclaramente la cultura tartésica se cir-cunscriben, al menos en su origen, alnúcleo principal que, grosso modo, se correspondecon el triángulo que forman las actuales ciudadesde Cádiz, Sevilla y Huelva, si bien, a medida quetranscurre el tiempo y la colonización mediterráneahace acto de presencia, la cultura tartésica lograpenetrar hasta la Meseta Sur, la Baja Extremaduray la costa meridional portuguesa hasta la desembo-cadura del Sado.
Este territorio jugó desde los primeros momentos
un papel fundamental para el desarrollo socioeconó-mico de Tartessos, de tal forma que sólo así podemosentender la rápida orientalización que sufrió esta pe-riferia geográfica tras la llegada de los fenicios y grie-gos a las costas meridionales de la Península, hastatal punto que tras la decadencia de Tartessos –tressiglos después– esta zona limítrofe fue la encargadade mantener las raíces culturales heredadas, hastasu definitiva desaparición a fines del siglo V a.C.,
Placa de marfil con
una escena de lucha
entre un guerrero y
dos animales, un
grifo y un león.
Siglos VII-VI a.C.,
procedente de
Bencarrón, Sevilla.
Sebastián Celestino PérezProfesor de ArqueologíaUniversidad Autónoma de Madrid
SE SIGUE CONSIDERANDO A TARTESSOSuna cultura enigmática tanto por las contra-dictorias interpretaciones que se han hechode las fuentes históricas, como por las dife-
rentes hipótesis sobre el marco geográfico que ocu-paba en sus distintas fases históricas o el momen-to en que se configuraron sus rasgos culturales. Pe-ro también es verdad que otras cuestiones se hanido resolviendo a medida que la Arqueología ha idocorroborando o desechando algunos de sus aspec-tos más confusos.
Por ello, adentrarnos en la cuestión del origen deesta cultura, tan opulenta para unos y dependientede la colonización fenicia y griega para otros, re-sulta cuanto menos espinoso, porque si no hay
avenencia para definir sus rasgos más característi-cos, mayor dificultad supone exponer las causasque originaron su constitución y desarrollo. No obs-tante, y para no desalentar al lector, se pueden ex-poner algunos hechos arqueológicos que ayudan acomprender la formación de la cultura tartésica.
Un triángulo entre Cádiz, Sevilla y HuelvaUna vez admitida la imposibilidad de que Tar-
tessos se deba identificar con un centro urbano do-minador de un amplio territorio político, el proble-ma estriba en acotar un espacio geográfico que re-úna una serie de características mínimas que losingularice culturalmente. Aunque el núcleo de lacultura tartésica se desarrolló en un marco geográ-fico muy concreto, que se correspondería con el va-lle del Bajo Guadalquivir, la campiña gaditana y elsur de la provincia de Huelva, existen otras versio-nes que, aunque lógicamente parten de la eviden-cia de que el foco de la cultura tartésica se situabaen el territorio aludido, extienden sus dominios cul-
10
Una culturallena deenigmasAún hoy, después de casi un siglode estudios y una intensa tareainvestigadora por parte defilólogos, historiadores yarqueólogos, seguimos sinencontrar conclusiones aceptadasunánimemente
13
Figurilla votiva de
guerro sardo, en el
que destaca el
descomunal yelmo
con cuernos. Se ha
asociado esta clase
de guerreros con
los shardana, uno
de los Pueblos del
Mar con los que tal
vez también
guardan relación
los guerreros de las
estelas tartésicas.
neo, como otros aspectos de mayor importancia so-cial como son el sistema económico, la apariciónde las incineraciones en el ritual funerario o laaceptación de una nueva religión.
Sin embargo, es evidente que puede hablarse decultura tartésica con anterioridad a la llegada de losprimeros colonizadores, ya que rasgos arqueológi-cos como los anteriormente señalados no parecendejar muchas dudas en este sentido. Por lo tanto,debe situarse el origen de Tartessos en el BronceFinal, lo que algunos han definido como Bronce Fi-nal Tartésico, un momento histórico que actual-mente se intenta concretar cronológicamente, peroque en ningún caso debe llevarse más lejos del si-glo XI a.C., si bien los rasgos más definitorios de laincipiente cultura tartésica solamente se apreciancon claridad a partir del siglo IX a.C., coincidiendocon un importante aumento demográfico de toda lazona afectada.
Teorías disparesEl repentino aumento de población que experi-
mentó el territorio tartésico, bien detectado por laArqueología, ha servido en muchas ocasiones paraaventurar las hipótesis más dispares sobre el origen
de la población que lo con-formó: indoeuropeos, cel-tas, norteafricanos o levan-tinos. Quizá la hipótesismás atractiva sea la queelaboró Schulten en losaños cuarenta, tras la faltade éxito de una primeravaloración, igualmente su-ya, en la que justificaba laexistencia de Tartessosgracias a la llegada degentes minoicas proceden-tes, por consiguiente, delEgeo. En su segunda incursión sobre el tema,Schulten repara en las consecuencias que tuvieronlas incursiones de los denominados Pueblos delMar en todo el Próximo Oriente, así como la poste-rior dispersión de estos pueblos por el Mediterrá-neo, pudiendo haber llegado hasta las costas de laPenínsula Ibérica uno de ellos, concretamente elque las fuentes nombran como tursha, y dondeSchulten cree reconocer el origen etimológico de lapalabra Tartessos.
Todas estas teorías estaban marcadas por unfuerte componente difusionista que hoy práctica-mente ha desaparecido de la bibliografía sobre eltema. Pero en absoluto se puede desechar la exis-tencia de impulsos externos de carácter cultural,seguramente gracias a puntuales contactos comer-ciales, que ayudaron al progreso del foco tartésico.En este sentido, sí es importante señalar las dife-rentes hipótesis que se muestran más proclives ajustificar la cultura tartésica gracias a diferentescomponentes culturales que pueden tener un ori-gen atlántico o indoeuropeo para unos, o bien unainfluencia netamente mediterránea. En este caso,las opciones son más variadas, pues los autores sedividen entre los que proponen contactos de proce-dencia egea y quienes sugieren los de origen sirio-fenicio, chipriota o del Mediterráneo central.
Analogías con Sicilia y CerdeñaHablar en la actualidad de contactos entre la
Península Ibérica y el Mediterráneo previos a lacolonización fenicia es algo totalmente superado,
TA
RTESSOS
Cádiz
SevillaHuelva
Territorio de TartessosZona de influencia máxima
Los Alcores
Setefilla
Cancho Roano
TejadaSan Bartolomé
El Carambolo
tartessos
Río Se gura
Río Guadalquivir
Río Sado
Tres dibujos
sintéticos de estelas
tartésicas del tipo
más complejo, con
figuras humanas
acompañadas de su
armamento y el
carro para el viaje
al más allá. El de la
izquierda
corresponde a la
Estela de Ategua.
cuando lo ibérico ya había definido claramente susrasgos socioculturales.
Para delimitar el territorio tartésico en sus oríge-nes, se cuenta con dos elementos arqueológicos bienrepresentados, las cerámicas decoradas con retícu-las bruñidas, consistentes en líneas irregulares enzigzag, y las pintadas o tipo Carambolo, que aunquetambién aparecen dispersas por algunos yacimientosde las zonas limítrofes, sólo se han podido docu-mentar en momentos posteriores. Por el contrario,otro factor a tener en cuenta para centrarnos en el fo-co de la cultura tartésica, es la ausencia de elemen-tos que aparecen precisamente en esas áreas del en-torno geográfico de Tartessos, caso de las estelas deguerrero, las estelas diademadas, la rica orfebreríadel Bronce Final o algunos grupos cerámicos bien di-ferenciados en su forma y estilo decorativo de los delnúcleo principal.
Más difícil, por el momento, es encontrar los ras-gos más importantes que definen una cultura, comoson los tipos de asentamiento que ocuparon, el ritualfunerario empleado o el sistema religioso imperante.Sin embargo, sí se aprecia claramente un aumentode población, principalmente en Huelva, muy desdi-bujado en la fase inmediatamente anterior. Los po-
blados, siempre de modesto tamaño, se ciñen prin-cipalmente a los valles de los grandes ríos, dondebuscaban un buen sistema de comunicación y re-cursos agrícolas importantes. Tampoco parece quesea esta una época precisamente conflictiva si nosatenemos a la ausencia de fortificaciones y a la si-tuación de los poblados a media altura, caso de losdocumentados en El Carambolo, Huelva, San Barto-lomé, Valencina de la Concepción o Los Alcores.
Cabañas de entramado vegetalEran pequeños establecimientos con un escaso
número de habitantes, repartidos en cabañas cir-culares u ovaladas con paredes de entramado vege-tal y sin orden aparente; además, en ningún caso sehan localizado edificios públicos que sugieran unafuerte actividad colectiva. Tan sólo puede atisbarseuna cierta complejidad social, al menos tibiamentejerarquizada, que debió permitir una organizacióncapaz de recibir en las mejores condiciones deequidad a los comerciantes fenicios; de hecho, al-gunos historiadores sólo consideran la existencia dela cultura tartésica a partir de la llegada de los fe-nicios, cuando la población indígena asumiría tan-to las innovaciones técnicas traídas del Mediterrá-
12
LAS ESTELAS DE GUERRERO
Las estelas de guerrero o delSuroeste, llamadas indistinta-mente así por las figuraciones
que presentan y el marco geográficoque ocupan, son sin duda alguna elelemento más característico delBronce Final meridional, aunqueperduran en el tiempo hasta el Perí-odo Orientalizante, cuando toda lazona queda impregnada por la cul-tura del Mediterráneo Oriental. Portanto, aparecen hacia el siglo XI ydesaparecen en el VII an-tes de nuestra Era, mo-mento en las que se laspuede denominar co-mo estelas tartésicas.Las estelas se puedenagrupar en cuatrograndes zonas geo-gráficas diferencia-das: sierra de Gata,Montes de Toledo;valle medio delGuadiana y valledel Guadalquivir;aunque se vanperfilando doszonas bien dibuja-das: el Sureste fran-cés y el Algarve portu-gués. Los monumentos másantiguos coinciden con las zonas
más septentrionales, donde sólo serepresentan las armas del guerrerosobre soportes rectangulares quesirvieron para tapar tumbas de inhu-mación; las armas no obedecen a ti-pos foráneos, lo que evidencia el in-digenismo del fenómeno. A partir dela zona del Tajo los monumentos su-fren grandes transformaciones: lossoportes se erigen para ir hincadosen el suelo, aparece dibujada la fi-gura del guerrero y se representanarmas de origen atlántico y numero-
sos objetos de adorno de clara pro-cedencia mediterránea; a medidaque nos acercamos a la zona másmeridional, esos objetos de adornoo de prestigio social –peines, espe-jos, instrumentos musicales, pinzaso imperdibles– aumentan en detri-mento de las armas, momento queademás coincide con la introduc-ción de la incineración en el ritualfunerario.
El mejor ejemplo de esta últimafase de las estelas es el monu-
mento de Ategua, en la provincia deCórdoba, donde se puede apreciarla complejidad tanto escénica comosocial que adquieren estos monu-mentos en el Período Orientalizante.En ella se aprecian tres escenas biendiferenciadas; en la superior, se re-presenta al guerrero con coraza yrodeado de sus armas y objetos deadorno personal; en el centro, la es-cena se centra en la muerte del gue-rrero, tumbado sobre la pira funera-
ria y acompañado por los la-mentos de sus seres más que-
ridos; el carro asido por elguerrero, símbolo del
viaje al más allá, pro-tagoniza la escena
inferior de la este-la, donde dosgrupos de an-tropomorfosrealizan unadanza ritualpara facilitar latravesía. Lacomposición es-cénica de la este-la no deja dudade la complejidadsocial que adqui-
rió la sociedad tarté-sica en estos momentos.
15
Broche de bronce
para cinturón,
procedente de El
Acebuchal. A la
derecha, figurita de
bronce de Astarté
hallada, al parecer,
en El Carambolo. La
diosa, sedente y
desnuda, de estilo
egiptizante, apoya
los pies en un
escabel con
inscripción fenicia
que alude a una
Astarté de la cueva.
Ambas piezas se
exhiben en el
Museo Arqueológico
de Sevilla.
da, son las estelas de guerrero o del Suroeste. Através de ellas, se puede vislumbrar la progresióngeográfica de las gentes de la periferia hacia el fo-co principal de Tartessos, en cuyo entorno inme-diato aparecen los monumentos más evoluciona-dos y, a la vez, más complejos, ya contemporáne-os a la llegada de los colonizadores mediterráne-os, por lo que se las puede denominar en este úl-timo momento y sin ningún tipo de complejos co-mo estelas tartésicas.
La figura del guerreroEn efecto, los monumentos más antiguos, que
aún se utilizarían para tapar cistas de inhumación,aparecen en zonas geográficamente alejadas deTartessos, fundamentalmente en el entorno de lasierra de Gata y el valle del Tajo, sin que se aprecieentre su decoración la presencia de objetos foráne-os, lo que incide en su marcado carácter indígena.Sólo a partir de esta zona se representaron algunoselementos atlánticos –concretamente las armas– ymediterráneos, caso de las fíbulas acodadas o loscarros, frecuentes en los monumentos que apare-cen en torno al valle del Guadiana, momento que,a la vez, coincidió con la generalización de objetosde origen mediterráneo, con la inclusión de la figu-ra del guerrero y con el cambio del soporte, pues apartir de entonces serían auténticas estelas creadaspara ir hincadas en la tierra.
Con el transcurso del tiempo, las estelas se es-parcieron por las inmediaciones del núcleo tartési-co, otorgando a los objetos de prestigio social ma-yor valor en detrimento de las armas, a la vez queofrecían escenas de una alta complejidad social,muy en sintonía con la corriente orientalizante queya había asimilado Tartessos tras la colonizaciónmediterránea. En aquellos monumentos se repre-sentaron los ajuares funerarios de personajes so-cialmente destacados y de carácter guerrero, dondeaparecen elementos de importación desde momen-tos que coinciden con el cambio del milenio ante-rior a nuestra era, un dato fundamental que evi-dencia la existencia de contactos con el Mediterrá-neo previos a la colonización.
Los personajes representados en las estelas ten-drían, por tanto, capacidad para aportar esa mano
de obra necesaria para eldesarrollo de Tartessos–no se sabe si en régimende esclavitud– a la vezque podrían facilitar otrosproductos afines al territo-rio donde aparecen las es-telas, caso de la ganaderíay sus derivados, sin quepor el momento se tengala más mínima prueba dela importancia minera deestas zonas, que sólo estábien atestiguada en el nú-cleo tartésico.
Por tanto, el incremento de población del Suro-este hacia mediados del siglo IX es una conse-cuencia de la aportación demográfica de las zonaslimítrofes de Tartessos, es decir, del Algarve, la Ba-ja Extremadura, el Sur de la Meseta y el valle me-
Este conjunto de
signos de época
tratésica
orientalizante está
elaborado según J.
Untermann. Abajo,
vaso ático con
bailarines hallado
en Huelva,
producido en torno
al 570 a.C. Es un
buen ejemplo de los
objetos de prestigio
aportados por los
griegos y muy
ambicionados por
los aristócratastartesios.
confirmándose así las primeras hipótesis lanzadasen los años setenta por Bendala y Almagro Gor-bea, si bien éstos defendían diferentes áreas geo-gráficas para justificar el origen de esas primerasrelaciones, el Egeo para el primero y la zona sirio-fenicia para el segundo. Pero últimamente, ba-sándose en las afinidades arqueológicas docu-mentadas, se están considerando otros focos queactuarían de intermediarios de esos contactos;ese el caso del Mediterráneo Central y, más con-cretamente, de Sicilia y Cerdeña, donde cada díason más amplias las analogías arqueológicas conla zona suroccidental de la Península.
En este sentido, cobra valor el hallazgo realiza-do en la ría de Huelva, donde se recuperó unagran cantidad de armas de tipo atlántico y otrosobjetos de adorno personal procedentes de las is-las centrales del Mediterráneo, lo que ha hechopensar en la importancia estratégica de la zonaonubense como catalizadora del comercio entre elMediterráneo central y las costas atlánticas dePortugal y Francia, donde igualmente se docu-mentan estos objetos.
Por tanto, hablar de contactos comerciales agran escala con el Mediterráneo, dado el tipo y lacantidad de material recuperado, puede parecercuanto menos una falta de ponderación del hechoy, más aún, cuando buena parte de las actividadescomerciales del Suroeste tuvieron un alto compo-nente atlántico, como lo demuestran las armas debronce o la orfebrería, por poner los ejemplos másestudiados. Por lo tanto, la presencia mediterrá-nea previa a la colonización debería considerarsecomo puntual y discontinua en el tiempo, apre-ciándose una intensificación en los momentosprevios a la llegada de los fenicios. Sin embargo,aunque contribuyeron a introducir paulatinamen-te algunos cambios en la base cultural de los in-dígenas, no fueron lo suficientemente intensoscomo para garantizar en el área tartésica los avan-ces técnicos que ya se habían desarrollado enOriente bastantes años atrás.
El Mediterráneo Central sí parece que ejercióun papel de cierta importancia en el intercambiocomercial con el Sur peninsular, precisamente entorno al siglo IX, época de la que se detecta no só-
lo una alta gama de objetos arqueológicosanálogos, sino incluso la presencia físicade esas gentes, cuyo mejor exponente es latumba de Roça do Casal do Meio, halladacerca de la ciudad portuguesa de Sesimbray donde aparecieron dos inhumaciones consus respectivos ajuares bien fechados entrelos siglos X y IX y que se corresponden conlos que aparecen decorados en las estelasde guerrero; la construcción de la tumba,de falsa cúpula, recuerda poderosamente alas documentadas en el Mediterráneo cen-tral, donde también se ha recuperado algu-nos objetos análogos.Por tanto, el aumento demográfico de lazona tartésica a partir del siglo IX pudo de-berse a la necesidad de adquirir o explotar
excedentes agropecuarios ante la intensificacióndel contacto con el Mediterráneo central y el áreaatlántica, aunque la eclosión de poblamiento nose produjo hasta el siglo VIII. Entonces, una vezconsolidada la colonización, Tartessos necesitómano de obra para explotar sus recursos mineros,así como los excedentes alimenticios necesariospara soportar ese aumento de población.
Estos recursos, hombres y alimentos principal-mente, pero sin descartar otros como pieles o ar-mas, debieron provenir de las zonas periféricas,fundamentalmente de las tierras que se extiendenal sur de la cuenca media del Guadiana, zona quedesde un primer momento mantuvo una relaciónmás o menos sostenida con el foco tartésico, in-tensificándose a partir del siglo VII, cuando esasrelaciones con Tartessos se extendieron hasta elvalle del Tajo, donde se han documentado nume-rosos restos de origen tartésico que sirven paraavalar esta consideración.
Uno de los documentos de mayor relevancia ar-queológica de que se dispone para poder recons-truir los primeros momentos de Tartessos, así co-mo su propia formación como cultura singulariza-
14
PRIMER SIGNARIO DEL SUROESTE
Fernando Quesada SanzProfesor titular de ArqueologíaUniversidad Autónoma. Madrid
E STUDIAR LAS ARMAS DE LOS TARTE-sios implica al menos cuatro cosas: pri-mero, analizar el arma-mento del Bronce
Final precolonial, conoci-do sobre todo por el con-junto de losas de piedragrabadas que llamamosestelas del Suroeste ypor los famosos lotes dearmas dragados hace yamuchos años en la ría deHuelva; después, describir ycomprender las modificacio-nes tecnológicas y tipos de armas traídasa la Península por los fenicios (en especial la ex-tensión de la metalurgia del hierro); tercero, deter-minar si la presencia de comerciantes helenos su-puso algún cambio militar significativo; por último,definir en qué medida el armamento ibérico (queaparece como tal a principios del s. V a.C.) recogióherencias de la panoplia tartésica.
Sólo parcialmente y con problemas serios pue-de responderse a estas preguntas, debido a que lacantidad de información varía mucho de una fasea otra, y también a que es muy difícil saber si elhallazgo de algunos ejemplares de armas importa-das llegó a tener algún impacto sustancial en lapanoplia tartésica.
Panoplia aristocráticaLas armas representadas en las estelas del Suro-
este reflejan una panoplia aristocrática propia deguerreros de fines de la Edad de Bronce y, quizá, losmomentos iniciales de contacto colonial. Incluye unarmamento ofensivo basado en lanzas de larga pun-ta, probablemente empuñadas y no arrojadizas, y es-padas de bronce cuyo tipo es difícil de precisar, da-do el esquematismo de las imágenes, pero compati-bles con los tipos conocidos arqueológicamente: es-padas tajantes de hoja pistiliforme en las estelasmás antiguas, quizá también espadas de función
El armamentotartésicoUsaban lanza, espada y arco, protegiéndosecon capacetes y escudos de cuero... armamentoligero apto para la lucha individual
17
En torno al s. VII a.C.,
un guerrero
contempla dubitativo
un tipo de casco
griego importado.
Sus armas y su estilo
de lucha no están
demasiado en
consonancia con este
tipo de arma
defensiva que limita
mucho la audición y
la visión, y que es
realmente útil sólo
en el combate de la
falange griega. Su
escudo está hecho
con discos de cuero
secados sobre un
molde; flexible y
ligero, constituye una
protección mejor de
lo que pudiera
parecer. La espada es
de un tipo de hierro
que imita prototipos
de bronce, y no tuvo
mucho éxito entre
los tartesios. La
pesada lanza tiene
todavía punta de
bronce.
Bajorrelieve del
templo de Medinet
Habu, que
representa a
prisioneros filisteos
derrotados por
Ramsés III. Los
filisteos, junto a los
licios, libios y
dorios, formaban
parte de los Pueblos
del Mar. Abajo,
parcial del cinturón
del tesoro de
Aliseda (Cáceres).
dio del Guadalquivir. Son gentes sin cuyo concursosería difícil entender ese auge del poblamiento ne-cesario para llevar a cabo la explotación económi-ca, fundamentalmente de tipo minero, que consoli-dó cultural y económicamente la zona tras la colo-nización histórica.
Al mismo tiempo, esa migración permite justifi-car la temprana presencia de los rasgos culturalestartésicos en la propia periferia, donde se manifes-taron con creciente intensidad las innovacionestécnicas y ciertos cambios en los comportamientossociales y religiosos; y, también, –como proponeRuiz-Gálvez– pudieron existir alianzas de tipo ma-trimonial entre las élites sociales de ambos territo-rios. Sería una prueba más que evidente de la con-solidación de esas relaciones y del interés econó-mico mutuo por mantenerlas.
Quedaría por resolver la contra-dicción que existe entre la Arqueo-logía y las fuentes históricas cuan-do éstas sitúan la colonización dela Península por los fenicios enel 1100 a.C. Se sabe que losprimeros materiales feniciosdocumentados en el Sur penin-sular no se pueden subir crono-lógicamente más allá de finalesdel IX, por lo que hay más de dos-cientos años de separación entre
ambos hechos. Es muy probable, no obstante, quesea aproximadamente en esas fechas cuando co-miencen a llegar los primeros contactos precolonia-les, como parece atestiguarlo, por ejemplo, tanto lapresencia de objetos mediterráneos en las estelasmás antiguas como la aparición de los primeros ob-jetos de hierro.
Es muy posible que las fuentes históricas, to-das de origen griego, se estén refiriendo con esafecha tan antigua a los primeros agentes proce-dentes del Levante, denominando fenicios a todopueblo procedente de la costa oriental del Medi-terráneo, independientemente del lugar concretode su origen. Por consiguiente, cuando los feni-cios se asentaron en la Península ya conocían lasposibilidades que les ofrecía el lugar, gracias a lasnoticias que les habrían proporcionado esos pri-
meros agentes mediterráneos. Sin estas premisas es difícil en-tender la colonización fenicia,pues parece obvio que para laexplotación comercial, particu-larmente minera, necesitabanque la población con la queiban a tratar tuviera una organi-zación social mínimamente de-sarrollada, con mecanismos dejerarquización que permitieranprecisamente esa explotación.
16
LOS PUEBLOS DEL MAR
Se entiende por Pueblos delMar un importante movimien-to de gentes que, en torno al
año 1200 a.C., lograron desestabili-zar política y económicamente lasregiones del Mediterráneo Oriental.Sólo los egipcios han dejado cons-tancia de su existencia, al mencio-narlos en las fuentes como "los queproceden del medio del mar", refi-riéndose así a las campa-ñas bélicas que Ramsés IIIdebió emprender contraellos para defenderse de lainvasión. La irrupción deestos pueblos coincide,pues, con la época detransición entre las Edadesde Bronce y de Hierro,una época muy inestableque derivó en un nuevoequilibrio político en todoel Mediterráneo. La drásti-ca desaparición de las cul-turas del Egeo, y sobre to-do de la pujante culturamicénica, sumerge a la zo-na en la denominada épo-ca oscura, que coincide
con el hundimiento del Imperio Hi-tita tras la destrucción de Hattusa, sucapital. La destrucción de Ugarit su-mió en el cataclismo a otros centrosimportantes del área palestina, don-de se asentaron nuevas gentes queintrodujeron, como rasgo culturalmás significativo, el rito de la cre-mación, desapareciendo del Medite-rráneo Oriental la inhumación, ca-
racterística durante toda la Edad deBronce.
Sólo Merneptah y más tardeRamsés III pudieron contener lasacometidas de los Pueblos del Mar,que en última instancia tuvieron quedispersarse por el MediterráneoCentral y, tal vez, por algunos puntosdel Occidental, y muchas veces sólola etimología de sus nombres ha ser-
vido para identificarlos en diferenteslugares del Mediterráneo. Entre losque se instalaron en el Levante des-tacan los peleset, los filisteos de laBiblia que ocuparon Palestina, dedonde derivarían sus respectivosnombres. También los lukka per-manecerían en la zona más septen-trional, identificándose con los li-cios históricos. De mayor interés
son los pueblos que se dis-persaron por el Mediterrá-neo, como los akawasha,identificados con los aque-os; los shardana, que de-sembocarían en la isla deCerdeña; los shekelesh,que llegarían a Sicilia; o lostursha, que algunos identi-fican con los etruscos yotros –como Schulten oMontenegro– que identifi-can con los tartesios, he-cho difícil de aceptar, aun-que sí parece clara la re-percusión que todos estosmovimientos debieron te-ner en Occidente de mane-ra indirecta.
19
necrópolis onubense de La Joya, en el Palmarón deNiebla y en otros yacimientos; con todo, el tipo deritual funerario no favorecía la deposición de armasen las tumbas, como sí ocurriría mucho más tarde,a partir de fines del s. V a.C. en el mundo ibérico.
Pese a lo que en alguna ocasión se ha escrito, nohay escudos hoplitas de bronce de tipo griego en lanecrópolis de La Joya (se trata de una gran bande-ja circular de bronce), pero en cambio sí existendos o tres cascos griegos, corintios, de buena cali-dad procedentes de la zona de Huelva-Cádiz y fe-chados en los siglos VII y VI a.C. Aunque suelen serinterpretados como ofrendas de navegantes griegosa dioses de las aguas, también cabe la posibilidadde que algunas de estas piezas fueran regaladas ajefes locales, junto con otros productos de lujo; locierto es, sin embargo, que este tipo de casco di-señado expresamente para la táctica de falange ho-plita (formación cerrada y disciplinada de una mili-cia ciudadana) no debía ser adecuado para los ti-pos de combate aristocrático entre campeones quedebieron predominar en el mundo tartésico, y locierto es que no se ha encontrado hasta ahora unsolo ejemplar claro de armas defensivas griegas entumbas orientalizantes.
Abunda extraordinariamente sin embargo en nu-merosos yacimientos andaluces, fenicios e indíge-nas, y ya desde el s. VIII a.C., un tipo de punta deflecha de bronce conocido como de arpón lateralque probablemente llegó a Iberia a través del mun-do semita, y que indica una cierta importancia delcombate a distancia, quizá por parte de tropas demenor status.
¿Hasta qué punto recogió la primitiva panopliaibérica la tradición tartésica del período Orientali-zante? Es muy difícil precisarlo habida cuenta dela escasez de datos; parece que la más antiguapanoplia ibérica contaba con tipos de escudo (co-mo los representados en el monumento escultóri-co de Porcuna) similares a los de las estelas delSuroeste más tardías; también los tipos de lanzaibéricos más antiguos, muy largos y pesados, pa-recen derivar de tipos anteriores; en cambio, lasespadas son, como se ha dicho, totalmente dife-rentes, y tampoco parece que la abundancia depuntas de flecha del Orientalizante perdurara enel mundo indígena de la Segunda Edad de Hierro.Hay, pues, más elementos de ruptura que de con-tinuidad en el panorama que hasta ahora, y tenta-tivamente, podemos dibujar.
Sección de la muralla
(1) Base de roca virgen. (2) Relleno
de tierra. (3) La muralla consta de
dos lienzos de mampostería a
plomada (las hiladas inferiores con
piedras de hasta un metro de largo)
que emparedan un relleno de tierra
y piedras sueltas. No hay
cimentación, lo que presenta
problemas de estabilidad.
(4) Por eso, a la pared exterior se
adosó otro muro ataludado que
sirve de contrafuerte. Su apariencia
es similar a la del lienzo principal,
aunque con piedras de menor
tamaño. (5) El terreno pendiente
frente a la muralla puede ser
aterrazado y sostenido con muros
para evitar el deslizamiento del
suelo. (6) Sobre la estructura de
piedra (quizás, cinco o más metros
de altura) había un tramo más de
adobe. (7) La pared exterior (lienzo
principal, talud y alzado en adobe)
estaba revocada con barro y
enlucida con cal. (8) Al interior de
la muralla se adosarían las primeras
casas del poblado.
FORTIFICACIÓN TARTÉSICAEsta muralla está inspirada en la del s. VII a.C. del
yacimiento de Puente Tablas (Jaén). Sus bastiones
servían de defensas y de contrafuertes para unos
lienzos asentados sin cimientos. El revestimiento de
barro y cal aseguraraba la unión de los muros
(trabados sin argamasa) e impedía la escalada del
enemigo aprovechando las grietas en la
mampostería.
83
6
21
5
7
4
Conjunto de
espadas halladas en
la ría de Huelva.
Son de tipología
atlántica y una
magnífica muestra
de las relaciones y
la importancia de la
metalurgia
inherentes al
mundo tartésico. A
la derecha, Estela deSolana de Cabañas,
con la panoplia
típica del
combatiente
tartésico (espada,
lanza, escudo),
junto con el carro
para viajar al más
allá. El contenido
esquematizado de
esta estela se ha
usado como pase de
este dossier.
más punzante del tipo de lengua de carpa similaresa las halladas en el depósito de Huelva. A juzgar porlas estelas y los hallazgos arqueológicos, el arco y lasflechas eran empleados, posiblemente no sólo en lacaza sino también en la guerra.
El armamento defensivo parece consistir en capa-cetes –posiblemente de cuero, quizá broncíneos– delos que el tipo más reconocible es el decorado condos largos cuernos ondulados, tipo ya visto por elMediterráneo desde siglos antes y que aparece re-presentado en figurillas chipriotas y sardas. Junto aestos cascos, el elemento más característico es el es-cudo circular de mediano tamaño (quizá en torno alos 60 cm. de diámetro), hecho de una o varias ca-pas de cuero de distinto diámetro encoladas entre síy apretadas en húmedo contra un molde de piedra omadera para darles forma, y con una empuñadurasimple central.
Muchos de estos escudos aparecen dibujados conuna escotadura en forma de V cuya función se dis-cute, ya que las interpretaciones oscilan entre laspuramente simbólicas y las funcionales; según estasúltimas, la escotadura podría haber servido para fa-cilitar la construcción del escudo durante el procesode secado y contracción del cuero, pero también, enel combate, para facilitar el manejo de lanza (si eralateral) o la visión (si era superior). Este tipo de es-cudo es conocido tanto en el Mediterráneo como enel Bronce Final de las áreas atlánticas.
Las estelas no permiten distinguir ningún tipo deprotección corporal y los datos arqueológicos sonmudos en este sentido, por lo que cabe pensar quesi la hubo, debía tratarse de jubones o coletos decuero o acolchados. Los carros de dos ruedas tiradospor caballos que aparecen en muchas de estas este-las, de tipo egeo, no pueden ser considerados en el
contexto peninsular como vehículos de guerra, sinocomo símbolo del transporte del difunto al más allá.
Durante este período previo a los primeros asen-tamientos fenicios aparecen algunas armas metáli-cas de origen oriental, que no debieron ser ni muynumerosas ni significativas desde el punto de vistamilitar, aunque sí desde el del status; por ejemplo:los cascos metálicos, con paralelos chipriotas, halla-dos en la ría de Huelva.
Nueva tecnologíaEl contacto colonial supuso para Tartessos, des-
de el punto de vista de la tecnología armamentísti-ca, ante todo la introducción de la metalurgia delhierro. Los escasos datos arqueológicos disponiblesindican que los artesanos trataron al principio dereproducir en hierro los tipos de espadas de hojalarga y estrecha propios del Bronce Final (tumbasde Cástulo y Niebla), aunque con escaso éxito: latemprana tecnología del hierro no debía permitirdemasiadas alegrías con las láminas de hierro for-jado y lo cierto es que, pese a algunos intentos du-rante el s. VII a.C., estos tipos de espada desapa-recieron. Cuando, siglos más tarde, vuelve a con-tarse con armas abundantes en los ajuares funera-rios, la tradición propia del Bronce Final ha sidodesplazada por otra muy diferente de espadas cor-tas y de ancha hoja típica del mundo ibérico de laSegunda Edad de Hierro.
Desde otro punto de vista, en el período Orienta-lizante Tartésico, las armas no son abundantes enel registro funerario, aunque tampoco están, comoa veces se ha dicho, ausentes: hay algunas en la
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El arqueólogo Jorge
Bonsor junto a
diversas cerámicas
tartésicas. Abajo,
soportes en forma
de carrete de la
necrópolis de La
Joya; eran elemento
característico del
lujoso mobiliario
litúrgico de las
tumbas principales.
te grave problema histórico no siempre fue tratadodesde el mismo punto de vista en nuestra historio-grafía y ha sido necesario recorrer un arduo caminopara precisar con más o menos nitidez el valor histó-rico de esta que hemos creído conveniente denomi-nar civilización tartésica. Es, por tanto, en este pro-ceso historiográfico sobre el que nos centraremos enlas páginas siguientes.
Tartessos surge ya como un problema que nos le-garon los historiadores y geógrafos griegos y latinos–entre los que cabría citar a Estesícoro de Himera,Anacreonte, Heródoto, Estrabón, Plinio el Viejo, Ru-fo Festo Avieno, Pomponio Mela, Justino o PompeyoTrogo, entre otros– al mencionar la existencia de laciudad, cabeza de un reino en el litoral occidentalandaluz, vagamente identificada, pero de una pros-peridad y grandeza como ninguna otra. Así, la prin-cipal línea de investigación, si así puede ser deno-
minada, entre los anticua-rios humanistas fue la de lalocalización de esta próspe-ra y afamada ciudad delOccidente europeo. A estaconfusión se refiere ya unode los anticuarios sevilla-nos de mayor autoridad eneste campo, Rodrigo Caro(1573-1647), al decir ensu obra Antigüedades yPrincipado de la Ilustrissi-ma ciudad de Sevilla yChorographia de su Con-vento Iuridico, o antigua Chancilleria (1634): “Aytanta variedad de opiniones en los autores antiguos,sobre qual fuesse las isla de Gades, Tartesso, y Eryt-hia, que no poca turbación, y tiniebla causa en estasletras, pues confunden los nombres de todas tres,dando a las unas lo que no les toca.”
Pero quizá lo más relevante de Caro, al margen deque pensara que la ciudad de Tartessos se encontra-ra bajo las aguas del Océano, sea su planteamientode que Tartessos era no sólo el nombre de una ciu-dad, sino también el de un río, el Betis de los roma-nos, el actual Guadalquivir y, al mismo tiempo, elnombre de toda la región que este caudaloso río ba-ñaba, esto es, la Bética romana, la Andalucía actual,aproximadamente.
Así, entre la erudición del Renacimiento y Siglode Oro, las opiniones son variadas, situando unos laciudad en Cádiz; otros, en Sanlúcar de Barrameda,Jerez de la Frontera, Medina Sidonia o, incluso, enla antigua población púnico-romana de Carteia. Ellono obedecía sino a la caprichosa interpretación quese hacía de las fuentes clásicas, único apoyo con elque se contaba, pues no auxiliaban en este asunto nila epigrafía ni la numismática, con más o menos crí-tica según el autor de que se tratase. Eso sí, servíatodo ello para engrandecer la antigüedad de cadauna de estas ciudades o para utilizarla en disputassobre los límites de las diócesis eclesiásticas.
Las naves del rey SalomónPor otra parte, los numerosos comentaristas de
los textos bíblicos establecieron una correlación quese ha mantenido durante mucho tiempo. En variospasajes del Antiguo Testamento se hace referencia alas naves de Tarshish, del rey Salomón, que porta-
Jorge Maier AllendeInvestigadorReal Academia de la Historia
T ARTESSOS ES UNA CIVILIZACIÓN PRO-tohistórica fundamental que además actúacomo catalizador de las colonizaciones fe-nicia y griega a las que se halla íntima-
mente vinculada. A Tartessos corresponden fenóme-nos de gran importancia cultural, como son el origende la escritura, el desarrollo de una agricultura su-perior y el origen de la ciudad; en definitiva, el de lacivilización urbana, con sus implicaciones sociales,políticas, económicas e ideológicas.
Por ello, la cuestión de Tartessos ha sido un temasiempre presente en nuestros historiadores y eruditosdesde al menos el siglo XVI, especialmente, como eslógico, entre los de origen andaluz. Sin embargo, es-
Los vaivenesde la leyenda
Esta civilización a la queconocemos por su sonoro yfamoso nombre griego deTartessos es uno de los capítulosmás sugestivos e importantes denuestra Historia Antigua, por loque durante cuatro siglos ha sidocapaz de generar pasionesencontradas de muy distinto signo20
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trabajos sobre Tartessos, había llegado a España unjoven licenciado en Bellas Artes de origen anglofran-cés llamado Jorge Bonsor Saint-Martin (1855-1930). Tras cortas estancias en algunas ciudades denuestro país se estableció en Carmona (Sevilla), don-de residió y desarrolló toda su actividad profesionalcomo arqueólogo. Hoy la acción de Bonsor mereceuna consideración de especial relevancia, pues le ca-lifica como el verdadero pionero de la arqueologíatartésica. Uno de los aspectos fundamentales de suconcepción de la investigación arqueológica era laprospección sistemática del territorio, combinadacon la fe ciega en el positivismo arqueológico.
Es necesario establecer distintas etapas en la in-vestigación del arqueólogo anglofrancés. La primerade ellas es la exploración –entre1894 y 1898– de Los Alcores,una serie de colinas de origen ter-ciario en las que encuentran suasiento las poblaciones de Carmo-na, Mairena del Alcor, El Viso delAlcor y Alcalá de Guadaira. En elcurso de esta exploración, identifi-có varios yacimientos, asenta-mientos y necrópolis tartésicas,hoy ya míticas en la historiografíade esta civilización.
Las islas del estañoLa segunda etapa de su investi-
gación sobre Tartessos se centraen la identificación de las Cassite-rides. El objetivo principal de estaexploración, que llevó a cabo entre
1899 y 1902, era encontrar pruebas arqueológicasque demostrasen la presencia de los fenicios o de loscolonos fenicios de la Península Ibérica en las islasScilly, archipiélago situado frente a la península deCornwall (Cornualles), en el Suroeste de Inglaterra ytradicionalmente identificado en la historiografía bri-tánica con las Cassiterides de la Antigüedad. Bonsor,sin embargo, no pudo ver culminados los objetivosde su investigación. En las islas Scilly no había ni unsolo elemento que delatara la presencia fenicia.
Entre 1900 y 1911, aunque en distintas fases in-termitentes, Bonsor continuó la excavación de los ya-cimientos tartésicos de Los Alcores ya localizados enla primera exploración.
En las primeras décadas de este siglo, también seplantearon otros puntos de vistaque luego encontraron cierto arrai-go entre los arqueólogos españo-les. En 1905, Manuel Gómez-Mo-reno publicó el artículo Arquitec-tura tartesia: la necrópolis deAntequera, en el que expuso latesis de que lo tartesio se co-rrespondía con el Neolítico.
Contrastar la BibliaPero fue tras la Primera GuerraMundial cuando la cuestión deTartessos alcanzó uno de suspuntos culminantes. El papel deBonsor fue fundamental, comose ha señalado, pero quien que-daría indisolublemente unido aesta cuestión fue el alemán
El alemán Adolf
Schulten presentó a
Tartessos como un
gran Estado
centralizado, rico y
poderoso, que
habría sido el
primer centro
cultural de
Occidente. Su
hipótesis fue bien
acogida por Ortega
y Gasset y los
intelectuales
germanófilos.
Modelo de una
birreme fenicia,
reconstruida según
un bajorrelieve del
palacio de
Senaquerib en
Nínive (Museo
Británico, Londres).
En barcos como
éste los fenicios
dominaron el
comercio en el
Mediterráneo.
Joaquín Costa fue el
primer investigador
español que dio
contenido histórico
a Tartessos en
ensayos publicados
a finales del s. XIX.
Abajo, el arqueólogo
anglofrancés Jorge
Bonsor Saint-
Martin.
ban en su seno grandes riquezasexóticas obtenidas en lugares leja-nos. Así, estos comentaristas in-tentaron identificar la Tarshish bí-blica con la Tartessos greco-latina,porque interpretaron que el nom-bre de estas naves era el de su lu-gar de destino. Pese a esta últimacircunstancia, nunca se relacionóa Tartessos con los fenicios, si setiene en cuenta que aún se man-tendrían candentes sentimientosantisemitas.
No se observa ningún cambiosustancial en la forma de abordarla cuestión de Tartessos en la críti-ca arqueológica de los eruditosilustrados del siglo XVIII, pese a que la diferenciafundamental entre la arqueología humanista y lailustrada reside en el mayor rigor de esta última, pre-ocupada sobre todo por la veracidad de las fuentesdocumentales o arqueológicas, para expurgar las na-rraciones fabulosas que se derivaban de la utiliza-ción de los denominados falsos cronicones, que sepropuso erradicar como primera y principal tarea laReal Academia de la Historia, fundada por Felipe Ven 1738.
Serán, pues, ahora los individuos de la Real Aca-demia Sevillana de Buenas Letras los que abordencon este nuevo espíritu crítico la ubicación de la ciu-dad. Entre éstos debe destacarse a Livinio IgnacioLeirens, por su Disertación sobre el sitio moderno dela antigua Tartessos (1757) y, sobre todo, a AntonioJacobo del Barco y Gasca, quien redactó Problemahistórico geográfico sobre si fue la Bética el Tarsis de
las flotas de Salomón. Este último,que también escribió una diserta-ción sobre la situación de la antiguaOnuba, redactó un interesante ma-nuscrito titulado Discusión geográ-fica sobre si existieron en lo antiguolas islas Cassiterides. Y si deben re-ducirse a las Sorlingas (1774).
El origen de la escrituraSon de especial importancia estostrabajos porque ponen de relieve elpapel de Tartessos en el comerciode los metales en la Antigüedad y,por lo tanto, en conexión directacon los fenicios, pueblo por el queen general se muestra un paulatino
interés en el Siglo de las Luces, pues a ellos se lesatribuyó el origen de la escritura peninsular, comoplanteara Luis José Velázquez, marqués de Valdeflo-res (1757) y después, coincidiendo con el auge delorientalismo, Francisco Pérez Bayer y José AntonioConde, que convierten a España en uno de los focosculturales más antiguos de Europa, como defendióJuan Francisco Masdeu en su Historia crítica de Es-paña y la cultura española (1783).
Con la mayor profesionalización de la erudiciónhistórica a lo largo de la segunda mitad del siglo XIXy la progresiva institucionalización de la Arqueologíacomo disciplina científica, la cuestión de Tartessosserá abordada de nuevo por rigurosos historiadorescon criterios más objetivos y científicos. Pero si aúnla Arqueología no ofrecía por el momento serias ga-rantías, sí lo hacía la Filología desde un análisis crí-tico, exhaustivo y sistemático de las fuentes clásicas.Entre los investigadores que se dedicaron con más omenos intensidad a examinar la cuestión tartésicadesde este punto de vista, puede citarse a FranciscoFernández y González, Fidel Fita, Aureliano Fernán-dez-Guerra, Juan de Dios de la Rada y Delgado, Jo-sé Oliver y Hurtado, Manuel Rodríguez de Berlangay, sobre todo, Joaquín Costa.
Los trabajos de éste último son de gran relevan-cia, pues fue el primero en dar contenido histórico aTartessos. Costa publicó una serie de artículos, en-globados bajo el título genérico de El Litoral Ibéricodel Mediterráneo en el siglo VI-V antes de J.C., en larevista La Controversia, firmados bajo el seudónimode Mortuus Quidam, entre 1892-1893, que añosdespués aparecieron junto a otros relativos a los ibe-ros en un volumen titulado Estudios Ibéricos (1895).Costa, a través de un análisis eruditísimo de lasfuentes, trasciende de la visión geográfica hacia unaplenamente histórica, situando a Tartessos en eltiempo y el espacio.
Sin embargo, el análisis desde un punto de vis-ta filológico exclusivamente no era de ningún mo-do suficiente para esclarecer el enigma tartésico.La Arqueología, que experimenta un avance es-pectacular en las últimas décadas del siglo pasa-do, abrió enormes perspectivas en relación con es-ta cuestión secular.
Poco tiempo antes de que Costa escribiera sus
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LA PRIMERA VISIÓN MODERNA
La obra más conocida de Bonsor y,aun hoy día, salvando las distan-cias, de obligada consulta es: Les
colonies agricoles prerromaines de laVallée du Betis, que apareció en la RevueArchéologique de París, en 1899. Es, portanto, la primera obra moderna que seposee en España sobre la civilización tar-tésica. En ella, Bonsor, no sólo dio a co-nocer importantes aspectos de la culturamaterial y de sus costumbres funerariasprincipalmente, sino que subrayó la im-portancia, desde el positivismo arqueoló-gico, que la colonización fenicia tuvo enla conformación de los pueblos ibéricos.Y que la colonización no se restringía só-lo a la fundación de ciudades costeras, si-no que alcanzó el interior de Andalucía ytuvo aquí un móvil agrícola, como indicael título de su obra.
Pero, como ya hemos indicado opor-tunamente, Bonsor aún no habla de cul-tura tartésica propiamente dicha, aunque
ya planteó que la ubicación de la ciudadde Tartessos, fundada por los fenicios,pasaba por el conocimiento y examen dela evolución geológica del terreno.
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Cerámica
orientalizante del
siglo VII a.C.,
procedente de Lora
del Río. Abajo, jarro
de bronce tartésico.
Se usaba en rituales
funerarios del
mundo tartésico
orientalizante para
libaciones u otras
funciones rituales.
Ambas piezas se
hallan en el Museo
Arqueológico de
Sevilla.
conocimiento de la arqueología protohistórica de laEspaña meridional era francamente pobre.
La revelación de El CaramboloHe aquí pues el nuevo rumbo que habría de seguir
la investigación sobre Tartessos: la necesidad de sudefinición cultural desde un punto de vista material.Se considera que la concienciación de este hecho seprodujo a finales de la década de los cincuenta, pe-ro especialmente a raíz del descubrimiento del Teso-ro de El Carambolo (1958) y las consiguientes exca-
vaciones que se desarrolla-ron en este emblemáticoyacimiento sevillano a car-go de Juan de Mata Carria-zo. Pero el caso es que ungrupo de investigadores,entre los que cabría desta-car a Antonio Blanco Frei-jeiro, Juan Maluquer deMotes, Antonio García yBellido, Emeterio Cuadra-do, Antonio Tovar, ManuelPellicer y José María Bláz-quez, comenzó desde dis-tintos puntos de vista a definir lo tartésico.
Al respecto cobra una especial relevancia la defi-nición de un arte orientalizante que fue posible gra-cias a importantes descubrimientos arqueológicos enAsia Menor y Grecia pero especialmente a partir delestudio de la orfebrería y bronces de Etruria y el La-cio que permitieron definir como tartésicos a susequivalentes peninsulares, que hasta entonces sehabían considerado de importación oriental; el desa-rrollo de las técnicas de excavación, en especial dela estratigrafía, proporcionaron secuencias culturalesmás fiables, que ayudaron no poco a ir conociendolos materiales cerámicos y a poder contar con crono-logías relativas más seguras, generalizándose los tra-bajos de campo en distintos centros tartésicos y fac-torías fenicias del litoral; los importantes trabajos deManuel Gómez-Moreno sobre las escrituras ibéricasabrieron el camino al conocimiento de la tartésica.
En fin, todas estas iniciativas confluyeron en elSymposio que tuvo lugar en Jerez de la Frontera en1968, que ponían ciertamente fin a toda una épocade investigación y abrían otra nueva más objetiva,empírica y globalizadora, no exenta ni mucho menosde nuevas controversias aunque ya de otra índole, deuna civilización clave para la comprensión de los ras-gos culturales de la antigua Iberia.
Para saber másLa bibliografía sobre Tartessos es muy extensa. Pueden consultarse, comoobras de conjunto (las más antiguas algo superadas, pero interesantes), lossiguientes estudios: J. M. Blázquez, Tartessos y los orígenes de la coloniza-ción fenicia en Occidente, Salamanca, 1975 (2ª. ed.); J. Maluquer, Tartes-sos. La ciudad sin historia, Barcelona, 1970; A. Blanco, Historia de Sevilla,I.1, La ciudad antigua, Sevilla, 1979; M. Bendala, “Tartessos”, en HistoriaGeneral de España y América, I.1., Madrid, 1985. Reúnen diferentes traba-jos sobre Tartessos, el V Symposium Internacional de Arqueología Peninsu-lar, dedicado a Tartessos y sus problemas (Jerez, 1968), Barcelona, 1969;y el celebrado recientemente para conmemorarlo: Tartessos 25 años des-pués. 1968-1993, Jerez de la Frontera (1993), 1995. También: Mª. E. Au-bet (ed.), Tartessos. Arqueología protohistórica del bajo Gaudalquivir, Saba-dell, 1989; J. J. Enríquez y A. Velázquez (eds.), La cultura tartésica y Ex-tremadura, Cuadernos Emeritenses, 2, Mérida, 1990.Las fuentes literarias antiguas, aparte de las interesantes pero superadasFontes Hispaniae Antiquae, están siendo reeditadas y comentadas en la se-rie Testimonia Hispaniae Antiqua, editadas (desde el vol. II) por la Universi-dad Complutense y la Fundación de Estudios Romanos, de Madrid, a partirdel año 1994.
Cámara de
mampostería de
una tumba
monumental de la
necrópolis tartésica
de Setefilla (Lora del
Río), excavada por
Jorge Bonsor en
1926.
Adolf Schulten (1870-1960), quien había comenza-do a interesarse por Tartessos en 1910, con una in-vestigación promovida por el emperador Guillermo II,que deseaba conocer la ubicación de la Tarshish bí-blica. Para ello, Schulten solicitó la colaboración yasesoramiento de Bonsor.
Por otro lado, el interés por Tartessos se revitalizótras la publicación, en 1909, de El periplo de Hi-milco (siglo VI antes de la Era cristiana), según el po-ema de Rufo Festo Avieno, titulada Ora Maritima.Avieno fue un poeta latino tardío, pero se detectóque había utilizado fuentes más antiguas para sudescripción del litoral peninsular.
La revisión e interpretación de este texto dio piepara que se tratara de localizar de nuevo la ciudadmás antigua de Occidente. Es muy conocido el he-cho de que, tanto Bonsor como Schulten, primeropor separado, realizaron prospecciones en la regiónde la desembocadura del Guadalquivir –donde el Pe-riplo situaba a Tartessos– para después practicarconjuntamente una serie de excavaciones en el Cotode Doñana, que no tuvieron éxito.
Bonsor fue el primero que trató de definir arque-ológicamente la civilización tartésica, precisando sucronología, exponiendo su delimitación territorial ysu cultura material, así como sus costumbres fune-rarias. Mantuvo la existencia de una cultura indíge-na preexistente en el Valle del Guadalquivir, que severía influenciada por la colonización fenicia duran-te el Bronce Final, de la que se originaría la civiliza-ción tartésica, que alcanzó su apogeo durante la pri-mera Edad del Hierro y, al final de este período, so-portó las invasiones celta y cartaginesa.
La obra de Schulten, por su parte, presentaba Tar-tessos como un gran Estado centralizado, rico y po-deroso, el primer centro cultural de Occidente esta-blecido por una inmigración de tirsenos –uno de losPueblos del Mar relacionados en las fuentes egip-cias– . Fue una visión filohelénica, contraria a las te-sis semitas, bien acogida por la Revista de Occiden-te –y apoyada personalmente por José Ortega y Gas-set– y muy aceptada en los sectores germanófilosque dominaban por entonces el panorama intelec-tual español.
Frente a estas interpretaciones, la tesis de Gó-
mez-Moreno de encontrar las raíces culturales deTartessos en las primeras culturas metalúrgicas y elfenómeno megalítico andaluz obtuvo eco en el cír-culo de sus colaboradores. Se trataba de otorgar unorigen autóctono a la civilización tartésica, hipótesisque representa el precedente de posturas que tienenhoy día alguna vigencia.
Tras el fallecimiento de Bonsor en 1930, la in-fluencia de las teorías de Schulten fue aplastante enla arqueología española de la posguerra. Todo ellocontribuyó a que la investigación se centrara de nue-vo, como si nada hubiera ocurrido en siglos de in-vestigación, en la localización de la capital de estefabuloso reino.
Pero al margen de las investigaciones sobre la ca-pitalidad de Tartessos, basadas en análisis filológico-topográficos y en ideas preconcebidas, se fueronabriendo paso otras que no tenían aún muy en cuen-ta la cultura material conocida o que minusvaloraronel papel del colonialismo fenicio. Tales son los tra-bajos de Antonio García y Bellido Fenicios y Cartagi-neses en Occidente (1942), una obra con gran in-fluencia durante mucho tiempo para el primer caso,o los de Martín Almagro Basch, al estudiar la crono-logía de las últimas etapas de la Edad de Bronce apartir del depósito de armas y otros utensilios debronce hallados en la ría de Huelva (1940) o al in-terpretar como célticos (1956), tanto los ritos fune-rarios como muchos de los elementos de los ajuaresde las necrópolis que Bonsor había excavado en elBajo Guadalquivir, para el segundo.
Si bien estos trabajos tuvieron como fundamentoel análisis de materiales arqueológicos, la investiga-ción sobre la civilización tartésica llegó a desvirtuarhasta tal punto la definición de Tartessos que sor-prende la afirmación del profesor Luis Pericot en1950: “Por desgracia la Arqueología no sirve en ab-soluto para este caso, pues no existe un cultura tar-tésica que haya aparecido en los niveles de excava-ciones”. Es decir, se plantea la necesidad de la defi-nición de Tartessos como cultura arqueológica. Pesea que Bonsor y Luis Siret ya habían iniciado esta lí-nea de investigación, e incluso se habían llevado acabo excavaciones en un centro tartésico, como eraAsta Regia, por Manuel Esteve Guerrero (1942), el
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UN ANTICUARIO DEL SIGLO DE ORO
Rodrigo Caro (1573-1647), céle-bre por su Canción a las ruinasde Itálica, nació en Utrera, en una
familia oriunda de Carmona, y fue uno delos más distinguidos anticuarios sevilla-nos del Siglo de Oro. Aunque defendió aultranza a los falsos cronicones de Dextroy Máximo, desarrolló una particular obje-tividad en sus estudios arqueológicos, alconsiderar los restos de la Antigüedad co-mo inestimables documentos históricos yal tener como preceptiva arqueológicaque "quanto importa que los ojos regis-
tren lo que ha de escrivir la pluma". Es-te es uno de los principales valores de suobra más famosa, Antigüedades y Prin-cipado de las Ilustrísima ciudad de Se-villa y Chorographia de su ConventoIuridico o antigua Chancilleria, puesCaro visitó muchos de los lugares que ci-ta, práctica nada habitual en su época, yasí pudo enmendar la localización de nopocas poblaciones del Bajo Guadalqui-vir, que amplió años mas tarde en susAdiciones al libro de las Antigüedadesy Principado de Sevilla.
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