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1 ANTOLOGÍA DE CASOS RECOPILADA POR: Enero del 2009

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ANTOLOGÍA DE CASOS

RECOPILADA POR:

Enero del 2009CASO 1 ATLÉTICO MACEDONIO

Un torneo de fútbol En el verano de 1997 el Atlético Macedonio, equipo de tercera división juvenil del estado de Jalisco, estaba a unos cuantos juegos de ganar el título que hacía más de diez años no ostentaba. El Atlético Macedonio era el

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equipo de fuerzas juveniles de un club de segunda división. Ambos equipos eran del mismo dueño, un gran aficionado al deporte que buscaba apoyar el deporte nacional. Ignacio Zertucha, director técnico del Atlético Macedonio, después de estar cuatro años al frente del conjunto, lo había puesto por fin en una posición cómoda para aspirar al título. Faltaban sólo cinco fechas por jugar cuando su mejor delantero sufrió una lesión que lo dejaría fuera de la cancha por meses. Por su buena posición en la tabla, podrían darse el lujo de ganar sólo uno de esos partidos y aún así llegar a las finales. El equipo necesitaba desesperadamente encontrar un buen substituto para continuar en su camino al título. Ignacio Zertucha, director técnico Cuando tomé el mando del Atlético Macedonio hace cinco años pensé que podría llevarlo a la cumbre en una o dos temporadas. Ya llevo cuatro y la vitrina de trofeos del Club está igual que cuando llegué. Debo aceptar que pensé que dirigir un equipo de tercera división sería más fácil. Después de doce años como entrenador en una escuela privada estaba acostumbrado a que los jugadores pusieran el alma en la cancha por puro gusto, o por amor a la camiseta. Pero cuando hay pesos de por medio la cosa cambia. No quiero decir que todo se eche a perder, sino sólo que cambia. Aunque algunos no lo aceptemos, la idea del gran contrato al final del día está presente, y en alguna medida todos fantaseamos con ser estrellas de este deporte que nos apasiona. Yo he llevado con la directiva una buena relación de trabajo, aunque cada vez me presionan más. De los muchachos puedo decir lo mismo; nos llevamos bien pero quieren progresar rápidamente. Creo que poco a poco hemos ido logrando metas cortas, y en suma eso nos tiene ahora muy cerca de lograr el campeonato. Y más me vale que ahora sí lo consiga, pues me han llegado señales que si no logro una gran mejoría este año, puede que me cesen del equipo. Por otra parte, si lograra el título, podría ser que el dueño del equipo me metiera ya en su equipo de la segunda división, y entonces sí que me iría mejor. Yo entiendo, así es esto de los clubes deportivos, de hecho puedo decir que me han tenido mucha paciencia pues esta es mi quinta temporada con el “ya merito”. Precisamente por eso la lesión de mi delantero me ha puesto a temblar, pues él hace todo el trabajo ofensivo. Sé que sin él tenemos muy pocas posibilidades de hacerla en las finales; y sé que con eso mi trabajo está en juego. Sobra decir que sin este trabajo la situación económica de mi familia quedaría muy mermada y quizá hasta el coche tendría que vender. Reclutamiento Por eso cuando me llegó la forma de entrada al Club de parte de Mario Sedeño volví a tener esperanzas; creo que hasta recuperé el color. La mandó junto con un video donde se apreciaba su talento. Quise entrevistarlo al día siguiente y hacerle unas pruebas. Antes de pasar al campo de entrenamiento tuvimos una charla donde nos presentamos y me habló de su experiencia en algunos equipos de Morelia. Buscaba un lugar en nuestro equipo porque su familia se había mudado a Jalisco. Ya en la cancha me demostró que su condición física parecía muy buena; su velocidad superaba por mucho a la de nuestro delantero lesionado, y además hacía unos quiebres que sin duda serían una gran arma ofensiva. Yo estaba muy contento y entusiasmado. Noté que parecía un poco mayor de 21 años, edad límite para nuestros torneos, y se limitó a decirme que no me preocupara. Le pedí que se duchara y que me buscara en las oficinas, y estaba ya ansioso por firmar con él un contrato que sería muy valioso para mí. Tan ansioso estaba que me animé a alcanzarlo en los vestidores. Cuando llegué estaba terminando de guardar sus cosas en el maletín que llevaba, y entonces noté que llevaba un par de cajas de fármacos. A continuación tuvimos la siguiente conversación: —Muy bien, Mario, veo que estás listo y yo también lo estoy. Creo que podremos hacer un buen trabajo en el equipo. Por cierto, veo que estás tomando medicinas... —Ah, pues sí, entrenador. Es un complemento, nada más. Bueno, creo que me da más resistencia en la cancha, pero eso es todo. —¿No será alguna substancia prohibida, eh, Mario? —dije bromeando pues me sentí incómodo por haber preguntado. Él se quedó pensativo por un momento y luego me dijo: —Entrenador, yo pensaba que en la Sub-21 el antidoping era sólo de bajo perfil ( Sólo se detectan abusos de estupefacientes que estimulen el sistema central como mariguana, cocaína, esteroides, etc.) y soltó una risotada mientras ataba su cabellera con una liga.

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Al llegar a la oficina platicando ya sobre el contrato me sorprendió que solicitara un bono extra que superaba el sueldo de cualquiera de los otros jugadores. Pensé que Mario era un poco oportunista, pero en esos momentos yo ya sentía el trofeo en la vitrina, y en sólo unos minutos me había imaginado dirigiendo el equipo en segunda división, llevándome a Mario hasta hacer el equipo más fuerte. Estaba clavado en mis ilusiones cuando por rutina le pregunté la edad y Mario se puso serio por primera vez. —Mire, entrenador —me dijo—, ¿quiere que juegue en su equipo? —Claro, creo que nos harías mucho bien, ya te dije la situación en la que estamos en el torneo. —Bueno, pues entonces tengo 19 años, y a usted le quedan dos años para tenerme en el equipo. —¿Pero cómo que “entonces tienes 19”? —Bueno, pues sí. En realidad soy tres años mayor, pero tengo un acta de nacimiento que dice que tengo sólo 19. Procedió entonces a contarme que hacía unos años tuvo que acudir a la falsificación para evitar el encuartelamiento porque se le había pasado enrolarse en el servicio militar. Me dijo que esa misma acta la había utilizado para la escuela, para sacar su pasaporte y no sé para cuántas cosas más, y aseguró que nunca había tenido ningún problema. Le expliqué entonces que aunque me interesaba mucho, necesitaba consultar a los directivos porque era un asunto delicado. Mario se limitó a decirme: —¿Y para qué lo hace más grande? Yo se lo he dicho a usted aquí entre nosotros, y así se quedaría si usted quisiera. Mejor así, ¿no? Si yo se lo conté es porque quiero ser honesto y porque usted me cayó bien, pero nadie más tiene que enterarse. Piénselo si quiere, pero si me contrata le aseguro que no se arrepentirá. Consejos Me quedé muy sorprendido por la naturalidad con que Mario me contó su situación. Se trataba de un delito. Ni más ni menos, ¿no? No sólo por meter un jugador de “cachirul” (Quiere decir alinear a un jugador de una edad no permitida por el reglamento, usualmente de mayor edad), sino porque sería con un documento falsificado. No sabía siquiera si alguien podría terminar en la cárcel por ello. Después pensé que estaba exagerando; después de todo esto era sólo fútbol. Como seguía con algunas dudas decidí consultarlo con el dueño del equipo, pero fui interceptado por uno de los administradores superiores. Le conté en breve lo sucedido, y su respuesta fue contundente: —Mire Zertucha, usted no está para rechazar ofertas como esas. Sabe que el dueño está muy entusiasmado y esto podría ser el trampolín que le hace falta para llegar más lejos. Es más, no sé ni por qué me lo dijo a mí, cuando estaba en sus manos tomar la decisión. Total, podría poner a jugar al muchachillo ese por un par de añitos y luego crecer juntos. A ver, dígame algo, ¿es tan bueno como dice? ¿Es mejor que el otro delantero? —Pues sí, señor, mucho mejor. —Entonces hágase un favor y no sea burro. Contrate a ese delantero y verá que de su falta de decisión yo no diré ni pío al jefe. Tras esa plática me sentí más tranquilo. El licenciado me había abierto los ojos, o eso creía. Después de todo, eran sólo un par de añitos, ¿no? Y en verdad nunca le habían cachado con ese documento falso... Coincidió que esa noche pasó mi compadre Bernardo a tomarse un café a la casa. Él también ha dirigido equipos de fútbol, aunque desde hacía tres meses trabajaba en una compañía de mensajería porque el último equipo que dirigió lo despidió. Pensando en que aclararía ya todo se lo conté. Bernardo me dijo: —No puedes contratar a ese muchacho. —¿Qué pasó, compadre, qué se trae usted? —Mira Ignacio, te lo digo de buenas. En primera no puedes contratar a un muchacho que tiene un documento oficial falso. ¡Eso es un delito grave! Y en segundo lugar, creo que ese Mario jugó con los Armadillos de Michoacán; lo sé porque mi primo me contó del caso de un muchacho muy prometedor. ¿Tiene cabello chino largo? —Pues sí, medio largo… —Pues lo malo de este jugador es que se metía substancias alegando que en su rama, como no las detectaban, no eran ilegales. Estoy seguro que es él. —Bueno, compadre, pero podrías equivocarte... hay mucho jugadores con el pelo chino. —Pues tal vez tengas razón, pero de lo que estoy seguro es de que estarías haciendo trampa. —Compadre, no me entiende. Con esto podría asegurarme una buena tajada en un equipo mejor. Además, no me irás a decir que nunca has hecho trampa, ¿verdad?

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—Lo que yo haya hecho o dejado de hacer no tiene nada qué ver. Lo que sí te puedo decir es que yo mismo tuve que sacar de mi alineación a más de un muchacho a quien sorprendí inyectándose cosas. Yo creo en eso del fair play. Si no es por las buenas, mejor no ganar. Mi compadre se fue y me dejó con una gran incertidumbre. Veía como él no tenía nada qué reprocharse, pero eran palabras que venían de un ex-director técnico... Comencé a sentir unas punzadas por el estómago y no estaba ya seguro de nada. Finalmente acudí al mayor de mis hijos, contándole el caso como si fuera sólo una ocurrencia, como si lo hubiera oído por ahí... Debo aclarar que mi hijo se ha ganado una beca de fútbol en la universidad, y que es un gran apoyo para su madre y para mí. —Pues yo como compañero de ese chavo —me dijo—, me sentiría muy mal de que pusieran a un cachirul. Sería como si me dijeran que yo no puedo y por eso me necesitan poner a alguien que me ayude. —Oye hijo, pero si con eso se arregla el equipo y se gana... —Pues mira, papá, tú siempre me has enseñado que sólo se pueden hacer grandes cosas con el trabajo. Ya ves tu caso, después de cuatro años ya mero llegas al campeonato. Por eso estoy muy orgulloso de ti. Al escuchar a mi propia sangre decir que estaba orgulloso de mí se me enchinó el cuero. Supuse su respuesta, pero de cualquier forma pregunté: —Gracias, hijo. Pero entonces, ¿contratarías al cachirul o no? —Yo no tomaría a una manzana podrida para ponerla en una cesta con manzanas buenas. Sería como dejar de creer en el deporte, y entonces sí sería cierto todo eso de las mafias del fútbol. Además ese entrenador se haría un tramposo Momento de decidir Esta es mi encrucijada actual. No sé si me tiene despierto el insomnio o el dolor de estómago que siento. Por una parte necesito desesperadamente ganar pues mi futuro puede estar en riesgo. Por otra parte no quiero tener líos con las autoridades. Sigo pensando entonces que esto de los cachirules no es nada nuevo. Es más, tan común ha de ser que hasta ya les inventamos nombre. Cuando pienso en que todo saldría bien me ilusiono. Pero cuando pienso que siempre está la posibilidad de que nos cachen en la movida me da mucho miedo. No sólo mi cabeza rodaría, sino que además podría llevarme entre las patas el prestigio del equipo y quizá hasta el de mi hijo becado. Me consuelo pensando que sólo metería a Mario por unos juegos; pongamos los cinco que quedan más los de final, y luego ya después otro gallo cantaría. Tengo mucho qué perder y mucho que ganar; en verdad no sé qué será lo mejor para mí y mi familia, ni lo mejor para el equipo. De veras que quiero tomar la mejor decisión pero no sé cuál es. Mañana tengo que ver a Mario Sedeño. A ver qué pasa.

CASO 2 DECISIONES AUTÓNOMAS Primera Parte

El Lic. Gerardo Serrano, director de la carrera en administración de empresas, en los últimos días ha comprendido una lección muy valiosa. Ahora se ha unido a los intereses de los que se quieren incorporar en la vida democrática del país: sus alumnos. Pero no sabe cómo ayudarlos.

Un síntoma común: la apatía Se acercaban los últimos días del año y no habíamos pensado cómo organizar una convivencia de despedida, una posada o algo por el estilo. Siempre me lo reprochaban mis alumnos y yo me excusaba con alguna justificación absurda. Pero me quedaba ligeramente avergonzado y no me gustaba que los alumnos sintieran que yo no los apreciaba o que sus opiniones no tenían importancia para mí. De cualquier modo, esto se me pasaba hasta que llegaba nuevamente diciembre. En cuatro ocasiones me ha ocurrido este incómodo término de curso.

Fuera del trabajo era completamente diferente, ya sea mi esposa —en casa— o mi madre —con mis hermanos y sus familias— pensaban la manera de festejar estas fiestas. Yo trataba de apoyar en lo que pudiera, pero mi trabajo me absorbía mucho, entonces les daba dinero suficiente para sus compras y les prestaba mi auto cuando podía. ¡Qué bien arreglaban la casa para las posadas y para la cena de navidad! La

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cena era abundante, mis hijos y todos los niños reunidos jugaban hasta cansarse, y nosotros —los adultos— platicábamos de todo un poco, hacíamos bromas y hasta cantábamos mientras tocaba la guitarra uno de mis cuñados.

La mañana del 29 de noviembre al terminar la segunda clase del día, llamé a Román, el jefe de grupo, y le comenté lo siguiente: ―Román, estoy pensando en que sería muy bueno organizar una posada para celebrar juntos el fin de curso, pero necesito de tu ayuda y la de los otros jefes de grupo para que se pongan de acuerdo. ¿Cuento contigo? El chico se me quedó viendo fijamente mientras le decía mi idea y me respondió serenamente: ―Mire profe, la verdad es que yo siento que eso lo deberían organizar ustedes los profesores. Nosotros [los alumnos] tenemos muchas cosas que estudiar en esta época del año y esto ya sería demasiado. Además ya cada quien tiene planes y dudo que quieran festejar aquí en la universidad. No me quedó mas que decirle: ―Gracias de cualquier modo. Te veo después.

Una discusión cualquiera ―El justo reparto de la riqueza es una de las obligaciones del gobierno― dijo Enrique, mientras se discutía el tema de modelos económicos en clase.

―¿Por qué supones eso, Enrique?, ¿acaso te parece lógico?― contestó el profesor Serrano.

―Pues..., porque..., porque tiene el poder totalmente... Eso lo obliga. Si el pueblo tuviera ese poder que tienen los que gobiernan, pues tendría que hacerse cargo de la administración de los recursos― dijo Enrique, ya con menor convencimiento que la primera vez.

―¿El poder?, ¿alguien me puede decir a qué poder absoluto se refiere Enrique?

Entonces se escuchó la voz de Eugenia, quien pensaba lo contrario ―No, yo creo que hoy en día ya no se puede pensar que el gobierno tiene un poder absoluto. Cada vez es más notoria la opinión pública sobre temas de política. Es más, hasta las críticas que la gente le hace al gobierno se pasan por televisión.

―Bueno, bueno, parece que esto se está poniendo interesante, muchachos, pero esta clase es sobre modelos económicos, no políticos. Quiero regresar a mi tema, por favor.

El profesor Serrano quería disolver un poco la discusión y recapitular su tema. Pero el murmullo de los estudiantes era muy intenso y no lograba silenciarlo.

Entonces Alejandro ―el jefe de grupo― levantó la mano para solicitar la palabra.

―¿Qué pasó, Alejandro, tienes una pregunta?

―No es una pregunta, profe. Es una solicitud. Verá. Es cierto que estamos estudiando una licenciatura en administración de empresas y que los modelos económicos vienen a cuento. Lo que no entiendo o no me gusta es que no tengamos temas de cuestiones políticas. Los temas sobre la democracia, las obligaciones del gobierno, la oposición entre partidos y muchas cosas así se debaten a toda hora. Y yo creo que deberíamos estar más preparados, ¿no cree? Me gustaría que nos impartieran materias que complementen nuestros conocimientos técnicos― dijo Alejandro, mientras sus compañeros bajaban el volumen de su voz y escuchaban con atención la petición expresada.

―Vaya, no lo había pensado antes, Alejandro. No es mala la idea. El problema es que yo no puedo decidir eso, es decir, tengo que consultarlo con mis superiores. Yo soy el director de la carrera de administración, pero una decisión así tiene que ser evaluada por mis jefes. No te preocupes, yo se los diré, porque yo también siento que es necesario estudiar con seriedad esas cosas que a todos nos interesan.

Me llevé una tarea a casa

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Terminó la clase sin que yo pudiera retomar mi tema. No quise imponerme con los alumnos, ellos estaban discutiendo cosas que me parecieron muy importantes. Participé como cualquiera de ellos y escuché sus opiniones. Me sorprendía la claridad que algunos tenían para emitir sus juicios. Aunque también debo reconocer que hubo comentarios infundados que provocaron las contradicciones de otros, pero sentí que esto era natural, los ahí reunidos apenas si sabíamos algo de política.

Lo que más me llamó la atención fue lo que dijo Carlos cuando más escándalo había. La clase efervescía entre voces y ruidos, entonces se escuchó un chiflido como de arriero. Carlos Morales gritó: ―Señores, parece esto un mercado. En lugar de hablar todos al mismo tiempo, pretendiendo imponer las ideas que cada uno tiene, deberíamos hacer un taller de discusión política o algo por el estilo, ¿no creen? Así preparamos temas pero en serio.

¡Cómo era posible que yo no hubiera dicho eso, tan saludable que hubiera sido! Afortunadamente hubo una persona que, con una frase acertada y con buen criterio, rescató la calma del grupo. Me dirigí a mi oficina y pensé qué sería lo mejor para comentarlo en la junta de directores. La propuesta de Carlos de hacer un taller de discusión política sonaba atractiva. ―Estos chicos me han hecho pensar tantas cosas..., y yo he sido tan apático...

Había tanto por hacer que me ilusioné de sólo pensar que mis estudiantes pudieran mantener un diálogo sobre temas de actualidad. Caminando por los pasillos tuve que aceptar: ―¡Caray!, a veces ni los adultos sabemos qué es la democracia y mucho menos logramos ponernos de acuerdo.

El plan democrático Hace un mes me sentía insatisfecho porque no tuve la decisión de festejar con estos jóvenes. Me faltó convicción o entusiasmo para invitarlos a organizar una posada, me faltaron razones o no sé qué cosa, pero no pude expresar mis ganas de celebrar juntos el fin de semestre y un fin de año más. Esa mañana estaba muy nostálgico porque a muchos ya no los volvería a ver, por lo menos aquí en la universidad. Quise aliarme con los jefes de grupo y con los chicos más populares para esta organización, pero como no quisieron a la primera, me rendí y mis ganas se esfumaron. No se me olvida. Siento que debí hacer algo más por ellos y por mí.

Quería llevarle al consejo de dirección académica la solicitud que los jóvenes de 5° semestre me hicieron, pero ya presentía que negarían cualquier cosa que les pidiera: ―Tengo los argumentos muy claros. Pero ¿cómo se los expondré para que se convenzan como yo?

Se me ocurrió una idea. A la mañana siguiente reuní a los coordinadores y a los jefes de grupo para redactar la solicitud. Era una carta en la que escribíamos nuestro sentir, nuestros argumentos y los beneficios que lograríamos. Aunque a ratos me gana el pesimismo, abrigaba muchas esperanzas: ―Estoy seguro que las ideas de estos jóvenes tienen mucho peso, y a decir verdad, necesito de esa pasión que ellos tienen para conquistar sus ideales.

Lo primero era intentarlo con valor y con seguridad, lo que debíamos reunir eran fuerzas, no debilidades. Y yo era el primero que sacaría la cara por este proyecto.

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La carta ha quedado así:

Dr. Heriberto Álvarez Díaz Rector de la Benemérita Universidad Independiente

P R E S E N T E

Respetable Rector de nuestra casa de estudios:

Somos un grupo de estudiantes del quinto semestre de la carrera de administración de empresas y representamos a toda la población de jóvenes de este plantel que están interesados en prepararse como ciudadanos demócratas. Nos hemos dirigido a usted para expresarle una inquietud que estamos seguros que debe ser escuchada.

Con todo el respeto que usted nos merece, y sabiendo que en sus intereses está nuestra formación profesional, le solicitamos una reestructuración en el PLAN DE ESTUDIOS de nuestras carreras administrativas y, si es posible, en todas las carreras que se ofrecen en esta institución.

Aunque parezca infundada, nuestra petición tiene los argumentos suficientes y toda seriedad. Vivimos tiempos de cambios, tiempos en los que la llamada democracia política reclama la preparación de todos sus ciudadanos. Los hombres y mujeres que hoy formamos parte de esta universidad, mañana, en menos de tres años, estaremos tomando posiciones que exigirán nuestra mejor preparación.

Nuestra sociedad demanda hombres y mujeres que aporten todo lo necesario a sus familias, que se desempeñen en las necesidades de sus comunidades, que cumplan exitosamente en sus empleos ―profesionales en su mayoría―, pero también que sepan de política y que actúen como verdaderos ciudadanos. Por estas necesidades le hacemos esta solicitud.

El PLAN DE ESTUDIOS del que hablamos debe contener los conocimientos y las herramientas para poder ejercitarnos como ciudadanos responsables, es decir, conscientes de los problemas de nuestra realidad nacional y participantes en las obligaciones que de nuestros derechos emanan.

Pero ¿cómo vamos a lograr esto si no conocemos las nociones mínimas de la ciencia política?, ¿cómo podemos emitir un juicio que sea prudente y medido?, ¿cómo vamos a confiar en nuestros políticos si no podemos juzgar su trabajo? Sabemos que la democracia que queremos vivir los mexicanos no es un estado de perfecto equilibrio entre el gobierno y el pueblo, sabemos que la democracia no es la solución a todos los problemas que nos aquejan, sin embargo, estamos seguros de que por medio de ésta lograremos llegar a ser un país de gente que viva una madurez cívica. Sólo en un lugar donde se puede dialogar y respetar las diferencias en el modo de ser y de pensar, es posible la democracia. Por eso, necesitamos saber lo suficiente para conducirnos en esta pretensión. Nosotros, como estudiantes, comprendemos que los cambios en la estructura de nuestra carrera universitaria no es algo que se pueda hacer en unos cuantos días, pero sí queremos que ustedes se unan a esta conciencia y que hagamos el compromiso de intentar mejores estrategias, para que en el momento en el que los jóvenes nos preparamos para la vida laboral, también podamos adquirir los conocimientos que necesitamos para ser mejores mexicanos.

¡Basta de quejarnos de los malos gobiernos; también los gobiernos están formados por ciudadanos!

¡Basta de conformarnos con lo que nuestros padres nos han dejado; hay que construir un mejor mañana para nuestros hijos!

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Queremos ser los hombres que necesita nuestro país, así como los que exige la humanidad. Por favor, únanse a nuestra empresa.

Agradecemos cordialmente la atención prestada a esta carta, y les rogamos no hacer caso omiso de ésta.

Cordialmente,

Los estudiantes de esta universidad

c.c.p. Directores Académicos

DECISIONES AUTÓNOMAS

Segunda Parte Sesión del Consejo de Dirección Académica La mañana del viernes 1° de febrero había junta de directores, como cada viernes primero de mes. Después de abordar los puntos que señalaba el orden del día, pudimos tocar otros temas. Yo expuse la carta, no sin antes hacer un breve resumen de lo que había sucedido. ―No sé como sea la relación que ustedes llevan con sus alumnos, yo quiero compartirles una reciente experiencia que me ha dado mil vueltas en la cabeza, y finalmente he decidido tomar cartas en el asunto. Hace más de un mes no logramos organizar una posada porque nadie tomó el liderazgo y todos nos quedamos muy inconformes. Pasó diciembre y ahora en este nuevo curso, ese mismo hecho ha encontrado sentido para mí. A causa de una polémica clase, los alumnos me manifestaron su interés de aprender temas de política y de participar de forma activa en sus deberes como ciudadanos. En un principio yo no comprendía por qué tanto interés, ahora sé que debemos apoyarlos. Tienen mucha razón. Ellos me han pedido que yo haga entrega oficial de esta carta a ustedes. He pensado que no podemos permitir que los ideales de los estudiantes se desvanezcan entre la rutina académica y los procesos administrativos. Les pido toda su atención a esta carta. Por favor. Una de las maestras presentes tuvo la amabilidad de leerla. La entonó con una voz mesurada, pero que reflejaba convencimiento. Yo miraba que los directores y el rector atendían fielmente el mensaje, y pensaba dentro de mí: ―La finalidad de esta carta es tan noble que seguramente ellos apoyarán a los muchachos. La carta llegó a su fin y el rector dijo brevemente: ―Qué interesante. Estoy sorprendido de la iniciativa de nuestros muchachos. Por mi parte no hay ningún inconveniente, sólo tenemos que expresarlo a la Dirección Administrativa, ya que todos estos cambios representan una reestructura que implica muchos gastos. Habría que modificar el PLAN ante la Secretaría de Educación, habría que encontrar a los profesores adecuados y otras cosas más. Además de todo esto, tendríamos que convencer a la Junta de Gobierno de nuestra universidad. Eso es lo que será interesante... ¿cómo lo vamos a hacer? Después de la intervención del rector, los demás nos quedamos un poco cohibidos. Ya no hubo más comentarios. Yo no quería que aquí sucediera lo que me sucedió con la organización de la posada. Esto era realmente necesario. No me cabía la menor duda. Se dio por concluida la sesión y el señor rector me pidió que lo acompañara a su oficina. Ahí me dijo: ―Lic. Serrano, quiero decirle que me ha agradado su actitud. Me hace sentir orgulloso de haberlo elegido hace unos años como director. Lo que usted ha comenzado no es fácil de conseguir, pero yo también creo en eso que ustedes han redactado con las palabras más significativas que tenían. Por favor acompáñeme a la Junta de Gobierno, yo expondré el punto y usted será la voz de los estudiantes. Me sentí muy comprometido y a la vez muy honrado con esa petición. Desde luego que lo acompañé, pero antes junté a los muchachos para informarles de los avances. Con todo y lo nerviosos que estábamos, nuestra esperanza nos hacía sonreír con mucho ánimo. La Junta de Gobierno Yo nunca había asistido a la Junta de Gobierno de la universidad, ni a ninguna otra. Me presentaron a personas que yo no había visto en mi vida. El rector me comentó en voz baja antes de comenzar la asamblea: ―Mire licenciado, con excepción del Secretario General de la universidad y del Vicerrector, algunos de estos personajes no trabajan en esta universidad, se dedican a sus empresas, otros han tenido

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puestos en el gobierno y otros son miembros honorarios porque se les ha reconocido por sus estudios en el extranjero o por su capacidad de decisión. La opinión de estas personas es muy valiosa, ya que sus consejos tienen experiencia y visión. Siéntase cómodo para platicarles lo que se ha propuesto, ellos sabrán escucharlo. Pues para no hacer el cuento tan largo, el rector ―quién presidía la asamblea― introdujo a todos en el tema y me pidió que lo explicara con detalle. Tomé la palabra y comenté a grandes rasgos lo que había sucedido y también lo que yo veía como una inminente necesidad para nuestra institución. Y lo recalqué con esta frase: ―Señores, este proyecto no sólo es importante para nuestros alumnos, ni tampoco es sólo importante para los profesores y directivos: esto es un cambio en la conciencia del mexicano. El primero en responder a mi petición fue el Secretario General. ―Lic. Serrano, todo lo que usted ha mencionado es muy bonito y puede parecer urgente, pero no lo es. La universidad necesita mejores instalaciones, necesita captar más alumnos, necesita mejor administración, necesita muchas cosas que están antes que las inquietudes de estos jóvenes. Usted y los directores lo que deben hacer es explicarles que no es momento para estas cosas. Parecía una gran lista de pretextos. Apenas había hecho un breve silencio cuando el Sr. Márquez ―uno de los dueños de la universidad― interrumpió: ―Discúlpenme que interrumpa. Antes que nada yo pienso que debemos valorar el fondo de esta petición. Creo que no se trata de un capricho de adolescentes, se trata de un proyecto muy ambicioso y a la vez muy necesario. He alcanzado a percibir que los muchachos y el Lic. Serrano lo que buscan es mejor preparación académica, a la cual no nos podemos negar; y por otra parte, el propósito de esa reestructuración en el PLAN DE ESTUDIOS es para lograr que los profesionistas comprendan los problemas de la política, y así puedan actuar como verdaderos ciudadanos. Lo dice la carta. Hay que saber escucharlos, eso es fundamental para mantener el diálogo con ellos. ¿Qué piensan? Yo me quedé sorprendido de que el Sr. Márquez hubiera hablado con tanta emotividad, y más porque salió en defensa de nuestra carta. Confieso haber tenido el prejuicio de que a él sólo le importaban las ganancias de esta escuela, me avergüenzo de haber tenido ese pensamiento sin prueba que lo respaldara. Insistió el Secretario con la misma postura: ―Estoy de acuerdo en que es importante, pero la universidad no tiene el presupuesto que se requiere para sufragar los gastos de esta reestructura. Por otra parte, debemos tomar las cosas con calma, las decisiones en esta institución siempre han sido por etapas. Y por último, no creo que todos los alumnos hayan estado de acuerdo con lo que se dice en esta carta, así que mejor no hay que mover las cosas. Creo que le estamos dando demasiada importancia a una tontería y eso es porque estos muchachos no conocen el respeto a la autoridad. Deben dejarles muy claro que se están tomando un papel que no les corresponde, para eso estamos nosotros. Se hizo un silencio que me dejó muy inseguro de lo que estaba sucediendo. Sin duda este señor que se entercaba para obstaculizarnos tenía mucha autoridad, pero no estaba actuando a favor del bien social. Ni si quiera había reflexionado el problema. ―Qué hombre tan déspota y tan cerrado es lo que pensé. No se abre ni siquiera a dialogarlo. Entonces la Dra. Marmolejo intervino: ―Aquí lo que está sucediendo es algo normal en la política. Sí señores, estamos ante un problema nuevo al cual no nos habíamos enfrentado. Es obvio que cada uno tiene un punto de vista diferente, incluso una actitud diferente. ¿Qué es lo que vamos a hacer? Por principio de cuentas hay que dialogarlo, hay que concientizarnos de la situación de los estudiantes, de la universidad y también del lugar al que pertenecemos y por el cual tenemos que trabajar. Señores, los invito a ser más tolerantes para escuchar las diferentes propuestas, los invito a valorar las opciones viables. Si concluimos esta junta sin abordar este problema, le habremos dado la espalda a las personas que nos reemplazarán a la vuelta de algunos años. Y quizá ellos tampoco estén preparados para decidir con madurez. Hagamos un esfuerzo para resolver este asunto. Por favor. Los rostros cambiaron y se relajó el ambiente. El rector volvió a tomar la palabra y le pidió al Lic. Chávez ― ex-director de la facultad de ciencias políticas y actual escritor de una columna periodística― que nos expresara su opinión al respecto. El viejecito se puso de pie y se colocó junto al pizarrón como si nos fuera a dar una clase: ―Lo que tenemos aquí es una oportunidad, una oportunidad como institución. Me refiero a que debemos aprovechar (1) que los estudiantes han tenido la iniciativa, (2) que están convencidos del cambio que requiere nuestra sociedad y, algo muy importante, (3) que la decisión de comprometerse ha sido “autónoma”.

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Señores, nosotros tenemos una amplia experiencia que, comparada con la de nuestros estudiantes, debería ser aprovechada para beneficiarnos a todos. Durante años hemos vivido bajo el poder totalitario de algunos políticos, aquí no encubramos ninguna clase de autoritarismo. Las diferencias sirven para enriquecer y el poder compartido es más saludable, sobre todo a nivel universitario. Aquí es donde el joven puede ensayar su papel como ciudadano. Después la Dra. Marmolejo solicitó la palabra: ―Estoy de acuerdo en lo que dice el Lic. Chávez, la lucha en la política es pacífica y comienza por la apertura al diálogo. Si todos pensáramos del mismo modo, la democracia no tendría espacio. Pero la realidad es que todos somos diferentes y la única forma de crecer como sociedad es con todo y esas diferencias. La fórmula es el consenso, es decir, la decisión la tomamos todos. Por mi parte, mi voto está a favor de la carta. Muchas cosas más se dijeron en esta junta. Se gastaron casi dos horas en esta discusión. Era evidente que lo que comenzó como una inquietud de clase, había tomado altura. Esto ya era un síntoma de que iba cobrando importancia. El cambio es una decisión autónoma Cuando se anunciaba el final de la reunión, quise agregar mi última aportación antes de que todos se levantaran de su sitio: ―Ayer, mientras regresaba a casa me preguntaba qué pasaría si nadie apoyara a los muchachos. No pude imaginar las consecuencias, porque de verdad que no sé lo que pasará, quizá nada, no lo sé. Lo que sí sé es que el respeto que ellos manifiestan o dejan de manifestar es un respeto que los mayores les enseñamos, así como cada uno de los valores que les enseñamos con nuestras acciones. También sé que cuando uno se siente excluido de las decisiones, uno siente que la sociedad son los demás: y eso es falso, la sociedad somos todos. Les agradezco a nombre de ellos y a título personal el favor de su atención. Esperamos que todo se resuelva de la mejor forma. El rector agradeció la asistencia de todos y propuso que pensaran su consejo para la siguiente junta. Dijo que no era posible tomar una decisión a la ligera pero que él se encargaría de que este tema ocupara el primer lugar en el orden del día para la siguiente sesión. Tenemos un mes para pensar las cosas, un mes para elaborar un proyecto que convenza a los que no quedaron tan convencidos. Estoy seguro de que hasta el Secretario General puede cambiar su postura si nosotros nos mostramos en la actitud correcta. A veces las personas tomamos decisiones como si fuéramos a vivir para siempre, no nos detenemos a considerar que lo que hacemos o dejamos de hacer afecta a todos los que están alrededor, y sobre todo a las futuras generaciones. ―Por lo pronto necesito saber qué haré si no deciden a favor. El cambio está en marcha y el tiempo no espera. La preparación de los jóvenes ―entre ellos mis hijos― no depende de esta Junta de Gobierno.

CASO 3 EL ACCIDENTE *Todos los nombres y apodos han sido cambiados para proteger las intimidades de los personajes.

— ¿Bueno?

— Hola má. Oye, hablo para pedirte un permiso

— ¿Permiso para qué?

— Pues mira, estábamos acá cenando en las hamburguesas cuando nos llamó Yoyis para invitarnos a una fiesta en su casa.

— ¿Vas con Javier y Miguel?

— Sí, má. Mira, la fiesta es para festejar su cumpleaños. No llegaría muy tarde a casa.

— ¿Pero te trae Javier, verdad?

— Sí, má.

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— Bueno, hijo, ándale, ve a tu fiesta. Nada más cuídate mucho, eh.

— Sí, má, no te preocupes. ¡Gracias!

8 de septiembre - 21:25 hrs.

La Sra. Margarita*

no se imaginaba que esa noche iba a recibir una de las peores noticias de su vida: su hijo Lalo había muerto en un accidente automovilístico. Lalo tenía apenas 18 años, acababa de terminar la prepa, y tenía poco tiempo trabajando en una farmacia como mensajero. Lalo quería estudiar una licenciatura pero por cuestiones académicas no pudo comenzar ese semestre, de manera que tomó el puesto de mensajero para ganar unos pesos. Esa noche había quedado de cenar con unos amigos de la prepa, y le había hablado a su mamá para pedirle permiso. Siempre había sido un joven responsable. Ahora le decían a Margarita que el cuerpo de su hijo estaba tirado en medio de una avenida. La noticia dejó a Margarita totalmente paralizada. Nada pudo haberla preparado para un dolor tan grande. ¿Cómo era posible que hacía apenas unas horas le hubiera dicho a su hijo que se cuidara, y ahora ya nunca más pudiera hablarle? ¿Que había sido un accidente? ¿Tenía que presentarse a reconocer el cuerpo? Los hermanitos de Lalo, Laura y José, de 12 y 9 años respectivamente, no sabían qué le pasaba a su mamá, pero intuían que era algo malo. Su mamá no se atrevía a verlos. ¿Cómo iba a decirles que su hermano mayor había muerto? Margarita vivía sola desde hacía un par de años. Tenía 45 años y hacía 2 se había separado de su esposo, quien murió poco tiempo después. Ella era la encargada de una tienda de zapatos en el centro de la ciudad, y con eso apenas le alcanzaba para mantener a su familia. Al colgar el teléfono llamó inmediatamente a su compadre Roberto. Él era perito en la delegación Azcapotzalco y se ocupaba de tomar fotos a las víctimas de deceso en la delegación. El compadre, impactado por la noticia, aceptó ir a tomar fotos —aunque no era su jurisdicción— ; eran las 9:30 pm. 8 de septiembre 20:15 hrs. Lalo se dirigía con Javier y Miguel a una fiesta a la que los habían invitado. Javier y Miguel eran hermanos. Acababan de cenar y estaban contentos por la invitación, que había salido de pronto. Javier iba manejando un auto compacto que les había prestado su papá. Los tres jóvenes decidieron que la mejor ruta era ir por el Eje Central. Javier circulaba por el carril de extrema izquierda, cuando en el retrovisor vio que una camioneta se dirigía a gran velocidad en el mismo carril. Como Javier no se quitó, la camioneta con vidrios polarizados tuvo que frenar de golpe. A Javier no sólo le echaron las altas, sino que el conductor de la camioneta los insultó con el claxon. Javier siguió su camino un poco asustado, dejando la Suburban atrás. Unas cuadras después la camioneta comenzó a pegarse mucho a la defensa del pequeño auto donde iban los tres amigos. Asustado, Javier intentó cambiar de carril y bajar la velocidad, pero la camioneta le dio un golpe directo, no muy fuerte, pero que sí asustó a los muchachos. Javier aceleró y trató de orillarse, pero la camioneta era más rápida y se preparaba para otra embestida. La volcadura se provocó cuando el auto de Javier, tras dar un volantazo, fue golpeado de lado por la camioneta. El conductor de ésta, asustado, intentó frenar. Su camioneta se patinó hasta golpear un coche que estaba estacionado en la lateral. Dentro del auto no había nadie, pero el dueño estaba parado en la banqueta y vio todo. Después de la colisión, de la camioneta se bajaron dos jóvenes —de la edad de Lalo, aproximadamente— en estado de ebriedad. El golpe que le habían propinado al auto estacionado era menor, pero el dueño parecía muy alarmado.

— ¿Qué les pasa? ¿Por qué hacen eso?

— ¡Sólo fue un rasguño! Mejor ni se queje— contestaron los jóvenes.

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— ¿Pero ya vieron lo que hicieron? — y señaló hacia unos metros atrás. El coche de Javier se había incrustado en una pared. Había vidrios por todas partes. En el pavimento, yacía el cuerpo de un muchacho. Era Lalo.

— ¡Te dije que nada más un golpecito! — le dijo el otro.

Espantados, los dos jóvenes escaparon a toda prisa. Un vecino llamó a la ambulancia, y a la policía. Al llegar las patrullas, tomaron la declaración del dueño del coche chocado y de otros testigos del siniestro. Todos estaban horrorizados e indignados. Javier estaba bañado en su propia sangre y tuvo que ser llevado al hospital enseguida. Miguel tampoco daba señales de vida. La patrulla tardó un buen rato en llegar. El dueño del coche que estaba estacionado y al que le chocó la camioneta, llamó a su seguro. Estaba precisamente hablando con el ajustador, cuando vio aparecerse a uno de los jóvenes que conducía la camioneta. Vio que éste se apalabraba con un policía. Algo le dio, pues le permitieron acercarse a la camioneta, sacar unos papeles y nuevamente huir. En cuanto lo reconoció, le dijo al ajustador y alertó al policía. —Mejor ni se meta, señor —le dijo el oficial—, ¿para qué quiere tener problemas si lo de su golpe lo paga el seguro? — Así nosotros ya no podemos hacer nada señor, cuando la policía se mete, nosotros no podemos llegar a ningún lado —le dijo el ajustador. 10 de septiembre En la casa de Margarita se estaba rezando el novenario por la muerte de Lalo, cuando a la mitad de éste tuvo que salir. Tenía cita en el Ministerio Público para darle seguimiento al caso de Lalo. Al llegar a la delegación el agente del Ministerio Público, sacó un fólder con una hoja que describía la muerte de Lalo como accidente. En el expediente no había fotos, ni estaba el informe del peritaje. Sólo había una hoja. Margarita preguntó dónde estaba la información que faltaba y por qué el informe tan escueto que había ahí decía que había sido un accidente. Apenas ayer el expediente contaba con las declaraciones escritas de los testigos, además de las fotografías del perito de la delegación. El agente se molestó por sus observaciones, pero aseguró que esa era toda la información que existía. Más aún: le dijo que el informe estaba terminado, y que se declaraba el asunto como un accidente vial. Margarita se indignó de lo que estaba escuchando, y le reclamó al agente la poca sensibilidad y actitud de prepotencia que tenía. ¿Cómo era posible que el asesinato de su hijo lo despachara como un mero accidente? El agente sonrió y le dijo: Hágale cómo quiera. Más tarde averiguaría que los jóvenes sobornaron también al agente del Ministerio Público y a otros burócratas de la misma agencia. La búsqueda Margarita sabía que no había sido sólo un accidente. La noche en que fue a reconocer el cuerpo, tuvo la oportunidad de platicar con uno de los vecinos quien le relató lo que vio. Ella sabía de los dos jóvenes alcoholizados que bajaron de la camioneta y que huyeron. Ella sabía que había sido un asesinato y no un accidente. Margarita sabía que si habían extorsionado al agente del Ministerio Público, éste no iba a contestar nada. Así que salió directamente a las instalaciones de una radiodifusora importante con el fin de exponer su caso, y denunciar los hechos que vivía. En la estación de radio se interesaron por su caso, y le dijeron que lo único que podían hacer era exponerlo en público. Ellos empezarían sus propias investigaciones y tardarían unas semanas en darle su respuesta. Margarita hizo su denuncia, sin saber ya por qué medio buscar justicia. Se dirigió entonces a la Comisión de Derechos Humanos, la cual también prestó atención. Los abogados tomaron nota de lo que había pasado, pero le dijeron que su caso tardaría un poco pues había que hacer investigaciones y entrevistar a muchas personas, entre ellos al agente del Ministerio Público. Desesperada, Margarita no sabía qué hacer. Ya todo lo que estaba en sus manos lo había hecho. Entonces fue a visitar a la mamá de Javier y Miguel para ver cómo estaban. Javier estaba en estado de coma. Su hermano menor había sufrido serios golpes en la cabeza y los doctores no se atrevían a hacer un diagnóstico de cómo quedaría de sus facultades mentales. La mamá estaba desolada. No sabían tampoco si podrían procurar todos los gastos médicos necesarios. Margarita intentó hablar con los padres acerca de la

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desaparición del expediente, y de lo que había hecho ella para buscar justicia. A los padres de los jóvenes no les interesó nada, prefirieron dejar las cosas como estaban para no meterse en problemas. —¿Para qué pelear si a mis niños no les devuelven la salud? —Para que no les pase a otros —dijo Margarita. —De nada sirve. Prefiero usar el dinero para pagar doctores que para sobornar a un juez —fue la respuesta del padre. Después de esta entrevista, Margarita se dirigió con tristeza a su casa. Escuchando el radio se enteró de que había una instancia del gobierno local encargada de la investigación a servidores corruptos. Decidió ir al siguiente día muy en la mañana. Estando ahí, tuvo la oportunidad de exponer su caso al director y éste se mostró indignado. Hizo algunas llamadas, concretamente al agente encargado del Ministerio Público donde se levantó la investigación. Le dijo en voz de mando que recibiera a la Sra. Margarita y le ayudara en lo que pudiera. Posteriormente Margarita se regresó a la agencia del ministerio público, pero al entrevistarse con el “servidor público” encargado, éste le dijo que no importaba a quién le denunciara lo sucedido, que mejor se olvidara del caso o que le iría muy mal. Margarita le habló al director y le contó lo que había pasado. El director le dijo que le hablara en dos horas, cosa que hizo. En ese momento el director le habló al delegado al que le correspondía esa agencia y le explicó la situación, exigiéndole que actuara. El agente del ministerio público que había desaparecido la información del expediente fue despedido y encarcelado. El juez que cerró prematuramente el caso de Lalo fue sancionado y suspendido. Las fotografías que tomó el compadre de Margarita fueron aceptadas como evidencia para la investigación. Los vecinos y el dueño del coche aceptaron volver a hacer las declaraciones. El caso sigue abierto.

CASO 4 EXXON VALDEZ: UN DESASTRE ECOLÓGICO

Aunque el caso del Exxon Valdez tiene que ver mucho con la actitud negligente del capitán, trasciende por mucho esta actitud. Fue el resultado de una degradación gradual de la vigilancia y prácticas de seguridad que fueron implementadas 12 años antes para resguardar y detener los inevitables errores humanos.[Reporte final de la Comisión de derrames petroleros de Alaska. Publicado en febrero de 1990 por el estado de Alaska] Datos Era el 23 de marzo de 1989, a las 9:12 p.m., en la terminal petrolera de Alyeska, Valdez, Alaska. El barco Exxon Valdez partía rumbo a Long Beach, California, con un cargamento de 200,962,720 litros de petróleo crudo North Slope. Tres horas más tarde el Exxon Valdez se impactó en el Risco Bligh, fracturando 11 de sus tanques de carga, y derramando 40,878,000 de litros de crudo, causando uno de los más grandes y catastróficos accidentes ecológicos en el mundo. No se afectaron vidas humanas, pero la afectación al entorno, la vida animal y el turismo fue inimaginable. Miles de especies animales y vegetales de la región murieron por intoxicación o problemas relacionados con el derrame, muchos kilómetros de playas estaban impregnados por el crudo, y los daños a la industria pesquera fueron incalculables. Descripción del barco El Exxon Valdez era un barco petrolero, de aproximadamente 300 metros de largo y con un peso de 280,000 toneladas (cargado a su máxima capacidad). Era en 1989 el segundo barco más nuevo en la Compañía Marítima de Exxon. Y sólo era maniobrado por 19 tripulantes más el capitán. Relato Durante los 12 años que había empezado a funcionar la terminal petrolera en Alaska, se habían hecho más de 87,000 viajes de barcos petroleros, y hasta la noche del 23 de marzo de 1989 habían ocurrido pocos accidentes. Ningún desastre mayor. El Exxon Valdez arribó al puerto de Alyeska a las 11:30 p.m. del día 22 de marzo. Se le dio tiempo libre a la mayoría de la tripulación, mientras se cargaba el barco. El capitán fue visto tomando bebidas alcohólicas después de la comida en dos diferentes bares, y aun cuando no se tuvieron pruebas contundentes de su

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grado alcohólico en el juicio, el capitán Murphy declaró que había notado aliento alcohólico en el capitán Hazelwood. El barco salió del puerto bajo el mando del piloto del puerto —capitán William Murphy—, el cual era encargado de dirigir los barcos que entraban y salían a través del estrecho de Valdez, un canal de 80 metros de ancho que hay que atravesar para llegar o para salir del puerto de Valdez. Al salir del estrecho pasó el mando al capitán Hazelwood —aquél que había estado bebiendo unas horas antes. Al tomar el mando solicitó permiso a la Guardia Costera para desviar su recorrido. A veces los icebergs del Glaciar de Columbia entran en la zona de tráfico de los barcos y los capitanes tienen la opción de disminuir la velocidad y simplemente empujar los icebergs, o desviarse de la ruta en caso de que no haya mucho tráfico. El permiso le fue concedido. Posteriormente, el capitán Hazelwood pasó el mando al Sr. Gregory Cousins, tercero al mando, y se retiró a su camarote. El Sr. Cousins no tenía licencia para pilotear un barco en los canales cercanos a Valdez, pero era una práctica común el transferir a oficiales sin licencia el mando. Hazelwood había desviado la ruta y encendido el piloto automático. A las 11:55 p.m. el Sr. Cousins ordenó cambiar el curso para regresar a la ruta anterior. No hubo respuesta. A las 12:04 a.m. un oficial en un puente (en lugar del que debía de estar en la estación de la proa) avistó la boya iluminada que marcaba el Risco de Bligh, una roca que emergía solamente 10 metros sobre la superficie. El Sr. Cousins ordenó de emergencia una vuelta a la derecha. Nuevamente no hubo respuesta. Al parecer —según las audiencias posteriores al accidente—, el capitán no informó al Sr. Cousins que estaba activado el piloto automático o el Sr. Cousins olvidó desactivarlo, pues con el piloto automático activado se impide toda maniobra manual. A las 12:08 a.m., el Exxon Valdez golpeó el Risco de Bligh. El casco fue perforado en varios lugares; 260,000 barriles, aproximadamente 40,878,000 litros de petróleo crudo, se derramaron de los tanques dañados. Reacción de Alyeska, la Guardia Costera, ADEC y Exxon. Alrededor de las 3:23 a.m. oficiales de la Guardia Costera abordaron el Exxon Valdez y se dieron cuenta de que el equipo de Alyeska no había llegado. Las compañías petroleras que explotaban el petróleo de Alaska, habían formado una compañía encargada de transportar el petróleo desde los campos petroleros en la bahía de Prudhoe hasta el puerto de Valdez. Una de las responsabilidades de esta compañía era atender cualquier derrame que se produjera para lo cual contaba con buques capaces de desplegar barreras flotantes a fin de evitar posibles consecuencias mayores en caso de accidente. Alyeska debía tener disponibles siempre dos buques de este tipo, y suficientes barreras flotantes para hacer una recolección eficiente de más del 50% del petróleo derramado, en menos de cinco horas después del accidente. Para este efecto Alyeska había sometido a las autoridades federales y a las autoridades locales un plan de acción detallado en caso de derrame. Al momento del derrame, uno de los barcos se encontraba inservible, y su reemplazo aún no había llegado. El otro apenas se había terminado de reparar y las barreras flotantes no estaban cargadas, y se encontraban en la bodega. Para cargarlas no se disponía del personal y del equipo suficiente para hacerlo con celeridad, de tal manera que se llegó al lugar del accidente 14 horas y media después, y no fue sino hasta después de 60 horas que se terminaron las maniobras de acordonamiento. Lo que implicó que gran parte del petróleo derramado se hubiese dispersado en una amplia zona, cerca de 40 kilómetros cuadrados. Se inició el traspaso del petróleo que quedaba en los depósitos al Baton Rouge, barco enviado por la compañía Exxon para este propósito, ante el riesgo de la volcadura del Exxon Valdez, que se encontraba perforado en un costado. La Compañía Alyeska, como hemos descrito, se encontraba imposibilitada para actuar, debido a que no sólo estaba inoperante el equipo, sino que además, algunos años atrás habían efectuado recorte del personal encargado de atender los accidentes. Esto debido a la baja incidencia de accidentes que se había dado y al alto costo que representaba para las petroleras el mantener un equipo de personas aparentemente ociosas. La Guardia Costera se declaró incompetente por no contar con los recursos necesarios —ni económicos ni materiales— para atender la catástrofe, limitándose a dar cuenta de los hechos. Ellos consideraron 72 horas después del accidente que el derrame estaba fuera de control. De esta manera se deslindaban de las responsabilidades que pudiera implicar cualquier intento fallido de limpieza, una vez que Alyeska no había podido actuar oportunamente. El Departamento de Conservación Ambiental de Alaska (ADEC) se limitó a observar y se rehusó al igual que la Guardia Costera, a intervenir directa o indirectamente en las labores de control del derrame, pudiendo esta agencia haber organizado pescadores locales para que ayudaran en las labores de contención. Tampoco

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fue especialmente activa y oportuna al momento de aprobar las diversas propuestas de Exxon para atender el derrame. La Compañía petrolera propietaria del buque tardó mucho en reaccionar, el presidente general de Exxon, Lawrence Rawl, nunca se presentó al lugar del siniestro. Exxon propuso inicialmente el uso de dispersantes, lo que el Sr. Lee Kelso, director de ADEC, no autorizó hasta que se realizaran pruebas para comprobar su efectividad, pues éstos solamente habían sido probados en situaciones controladas, y había una fuerte oposición de parte de la población local, debido a que el dispersante empujaba el petróleo al fondo del mar; y según expertos locales esto solamente trasladaría el problema a las profundidades, y las especies marinas acabarían intoxicándose con el petróleo al ingerirlo en pequeñas partículas. Finalmente, la ADEC y la comunidad local no aprobaron este procedimiento. Exxon también probó quemando el petróleo en la superficie del mar, pero esto fue igualmente rechazado debido a que la densa nube que despidió la prueba fue considerada tóxica para las poblaciones circundantes. Sin embargo, esto nunca se comprobó, e igualmente que con los dispersantes, no dejó de ser una especulación, ya que las pruebas fueron desaprobadas por la ADEC. El Gobierno local de Alaska se vio rebasado por los hechos y se limitó a ser un observador crítico de la situación, pues políticamente no era conveniente involucrarse en ninguna de las labores de rescate. Circunstancias De las investigaciones que el Buró Federal de Seguridad en el Transporte realizó, se pudieron determinar varias circunstancias que propiciaron el accidente así como la tardía respuesta de Alyeska. A continuación enumeramos algunas. + Dentro del barco:

1) Los miembros de la tripulación en el buque trabajaban largos turnos, circunstancia que les impedía reaccionar oportunamente frente a irregularidades. El Exxon Valdez generalmente transportaba una tripulación de 20 miembros, cosa que se consideraba normal para buques grandes, sin embargo, menor para el reglamento de la Guardia Costera y de los requerimientos del sindicato para barcos mercantiles de carga.

2) En investigaciones posteriores al accidente se debatió ampliamente el estado alcohólico del capitán Hazelwood, pero el juicio se centró en los largos turnos que trabajaban los miembros de la tripulación, lo cual pudo haber ocasionado reacciones lentas o inexpertas en el manejo del barco.

3) El oficial Cousins, intentó cambiar el rumbo al avistar el Risco de Bligh, pero dada su inexperiencia nunca se percató de que el capitán Hazelwood había puesto el barco en piloto automático, y entonces sus intentos por cambiar el rumbo fueron infructuosos.

+ De Exxon

1) El director general de la empresa, el Sr. Rawl, había emprendido una fuerte reestructura de personal en la compañía Exxon. De esta manera el buque sólo estaba tripulado por 20 personas al momento del accidente, personal insuficiente para este tipo de buques, lo que provocaba cansancio porque las jornadas de trabajo eran de 18 horas.

+ De la Guardia Costera

1) Ésta perdió de vista al barco en su radar y no lo notificó, pensado que se trataba de una falla del equipo.

2) El capitán Murphy (capitán del puerto) entregó el barco al capitán Hazelwood y nunca reportó que éste tuviese aliento alcohólico.

Posturas ante el accidente:

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Es lamentable que al iniciarse las investigaciones del accidente el Gobierno, las compañías petroleras, Exxon, Alyeska y la sociedad civil centraran toda su atención y su esfuerzo en buscar culpables y no en resolver la crisis que en ese momento se vivía. Exxon trató de ser inculpado lo menos posible, argumentando que las medidas que tomó fueron limitadas por la agencia APEC (Departamento de Control del Medio Ambiente en Alaska). Esta agencia debía aprobar cualquier medida relacionada con el derrame, y así se hacía partícipe de las implicaciones que tuvieran las decisiones tomadas por Exxon. Concretamente hubo algunas medidas que no aprobaron, por sus implicaciones ecológicas: 1) la quema de petróleo, que despediría un humo negro contaminante; 2) el uso de dispersantes químicos, que eran tóxicos para la flora y fauna; 3) y por último, recurrir a los pescadores locales para poner las barreras de contención. Esta última medida era políticamente mal vista. A la sociedad civil no se le dejó actuar, Alyeska no tenía capacidad de respuesta y las otras agencias gubernamentales no querían tomar cartas en el asunto para no verse involucradas. Consecuencias ecológicas Las huellas del derrame llegaron a 1,120 kilómetros de costa, afectando recursos de pesca, refugios de animales salvajes y parques nacionales en una de las regiones con más recursos naturales de Estados Unidos, matando aves marinas, peces y mamíferos en uno de los principales hábitats marinos del mundo. Dos meses después del derrame petrolero, las autoridades de Alaska comentaron que ni un solo kilómetro de playa estaba completamente limpio y que el número de víctimas de aves, peces y mamíferos iba en ascenso: 11,000 aves de 300 diferentes especies, 700 nutrias del Océano Pacífico y 20 águilas calvas, de acuerdo con el reporte del Departamento de Estado de Conservación Ambiental. Los biólogos afirman que el número de víctimas podría ser cinco veces más que las encontradas, debido a que muchas pudieron ser llevadas por el mar o atacadas por depredadores. Grandes manchas de petróleo aun llegaban a las playas de Alaska, localizadas a más de 800 kilómetros del risco, donde el Exxon Valdez encalló el 24 de marzo. En algunas playas, la capa de crudo tenía más de 1 metro de espesor. En una entrevista entre el presidente de Alyeska y la fundación Jacques Cousteau, se le preguntó al presidente si se tenía la infraestructura y la tecnología necesarias para afrontar un problema de la envergadura del Exxon Valdez, la respuesta fue: “No”. Prestige “El 13 de noviembre del 2002, el buque con banderas de Bahamas ‘Prestige’, derramó 4 mil toneladas (40 millones de litros) de petróleo “fuel oil”, de las 77 mil que transportaba, frente a las costas de Galicia, al noroeste de España. El balance oficial es que la mancha de petróleo de 37 kilómetros de ancho por 22 de largo, afecta a más de 300 kilómetros de costa, y los daños económicos ascienden a 42 millones de dólares. El buque tanque, se hundió el martes en el Atlántico Norte, y tiene el doble de capacidad del Exxon Valdez. El barco yace a 244 metros de profundidad con al menos 67 mil toneladas de “fuel oil”, y existe el peligro de que por la presión marina todo este petróleo salga.” [CNI en línea, 21 de noviembre].

CASO 4 HURACÁN

Este caso fue basado en la película The Hurricane, Universal Pictures, Special Edition 2000.

“No estoy en la cárcel por asesinato. Estoy en la cárcel porque soy un negro

en Estados Unidos de América, donde quienes ostentan poder sólo

permitirían a un negro ser un bufón o ser un criminal.”

Rubin Carter, entrevista en 1975.

Corría el año de 1966 cuando la carrera del púgil Rubin “Huracán” Carter subía como la espuma. Al menos dentro del cuadrilátero, pues su condición de negro en Estados Unidos le seguía haciendo sufrir problemas de racismo. En ese mismo año hubo un triple asesinato en un bar cercano en donde el “Huracán” había

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estado esa misma noche. Era el principal sospechoso de las autoridades. Algunas investigaciones apuntaban a su culpabilidad. Era un ex-convicto. Era negro.

Catorce años, y tras conocer la biografía del boxeador, un muchachillo decide estudiar su caso. Tal es su interés y tan poderosas las evidencias que encuentra, que sus esfuerzos abren de nuevo la investigación.

Antecedentes

Mi nombre es Lesra Martin y estudié derecho en la Universidad de Toronto. Soy litigante en Vancouver y me sorprendo cuando las personas me dicen que no hay nada que hacer frente a la corrupción; que los derechos humanos son letra muerta, y que tanto el sistema judicial como la sociedad son agentes pasivos frente a ésta.

Nací en Brooklyn y viví en un barrio violento y peligroso. Tuve una infancia rodeada de alcoholismo —por parte de ambos padres—, crímenes, violencia y sobre todo racismo. ¿Había olvidado decir que soy negro? La historia que ahora cuento comenzó hace más de veinte años.

En 1980 yo tenía quince años y apenas a esa edad estaba comenzando a leer. Iba en una escuela pública y aunque era analfabeta era el 3er mejor alumno de mi clase. Eso fue lo que llamó la atención de Terry, Sam y Lisa, quienes llegaron a mi escuela gracias a un programa de ayuda a gente de escasos recursos. Me sacaron del arrabal donde vivía, me educaron y ahora son mis protectores y amigos. El primer libro que me regalaron y leí era uno en cuya portada aparecía un joven negro tras las rejas. El libro se llamaba: El decimosexto round. Del contendiente No.1 al 45472. Era la biografía de un boxeador: Rubin “Huracán” Carter.

Rubin “Huracán” Carter

Rubin “Huracán” Carter: campeón mundial de peso medio. Leer su biografía fue muy impactante para mí, pues me identifiqué con muchas de las cosas que el Huracán había padecido de chico. Rubin tuvo una infancia difícil. Cuando tenía 11 años un hombre blanco adinerado y viejo se acercó al grupo de amigos de Rubin intentando seducir a uno de ellos —en ese tiempo era muy común que personas adineradas buscaran cometer ese tipo de crímenes, pues los niños negros eran presa fácil. ¿Quién le iba a hacer caso a un niño negro denunciando un abuso sexual de parte de un miembro distinguido de la comunidad? (blanco obviamente). Rubin defendió a su amigo lanzando una botella de vidrio que le pegó en la cabeza al acosador. Ambos forcejearon, pero Rubin huyó tras clavarle una navaja en el brazo. Una semana después lo arrestaron; el policía que lo interrogó —se llamaba Della Pesca—,aprovechó para amenazarlo y humillarlo por ser negro. Llevaron a Rubin a una corte para menores y le dictaron sentencia de permanecer en un reformatorio varonil hasta los 21 años. En ese violento reformatorio aprendió a sobrevivir, entre peleas y abusos sexuales. Rubin se escapó dos años antes de cumplir su sentencia. Se enroló en el ejército y se hizo paracaidista. Superó problemas personales como su tartamudez (por la que lo discriminaban aún más) y se hizo boxeador profesional. Cuando volvió a su pueblo natal era ya campeón de peso Welter europeo. En cuanto pisó de nuevo su territorio Della Pesca, ahora convertido en Sargento, lo encarceló para que cumpliera su condena.

Rubin salió de la cárcel el 21 de septiembre de 1961, tras entrenar mucho para convertirse en boxeador profesional, y al salir juró nunca más volver a pisar una prisión. Contrajo matrimonio con una joven de su vecindario, con quien tuvo un hijo, y al siguiente año fue nombrado púgil del año.

Aún cuando era una figura pública reconocida, sufría por ser de raza negra. Uno de los ejemplos más escandalosos sucedió el 24 de diciembre de 1964, día en que le propinó una paliza al entonces campeón

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mundial de peso medio (Joey Giardello); sin embargo, el cinturón se lo dieron a Giardello después de una deliberación de 35 minutos. El motivo: un negro no podía ganarle a un blanco.

En 1966 ocurrió el suceso trágico que llevó a Rubin a la cárcel: Estaba bebiendo en un bar para relajarse, donde uno de sus fans –John Artis (también negro) – lo reconoce y más tarde se ofrece llevarlo a su casa (aproximadamente a las 2:30 de la madrugada). Ya encaminados, una patrulla los detiene y sin interrogarlos, son forzados a acompañar a los policías. Después se enterarían que se había cometido un asesinato a sangre fría en otro bar, y se reconoció a dos negros en un auto blanco como los agresores. Rubin y Artis eran sospechosos.

Sin decirles la razón por la cual los llevaban detenidos, Rubin y Artis fueron conducidos al bar donde estaban los testigos, quienes aseguraron que ellos no eran los negros que habían visto. Posteriormente los llevaron al Hospital St. Joseph para que una de las víctimas los reconociera, y aunque estaba mal herido aseguró que ni Rubin ni Artis habían sido los agresores (Esta víctima murió poco después a causa del atentado contra su persona). En ese lugar estaba el sargento Della Pesca, quien parecía inducir al herido para que los reconociera. Rubin “Huracán” Carter se dio cuenta que aquel sargento que lo había discriminado y humillado, quería involucrarlos en el asesinato a como diera lugar.

Ese mismo año juzgaron a Rubin Carter y a John Artis, en un juicio lleno de mentiras y prejuicios raciales, condenándolos a tres cadenas perpetuas. Cabe hacer mención que el jurado estaba conformado solamente por hombres blancos.

El encuentro

Al leer su vida y las injusticias que cometieron con el Huracán, vinieron muchos recuerdos de mi vida y automáticamente me identifiqué con él, pues yo fui y sigo siendo víctima del racismo. Me dolieron enormemente los prejuicios raciales en contra de los negros y las injusticias que se cometen cuando alguien no aplica la justicia de igual manera para todos.¿La policía no está para defendernos a todos?, era frustrante que ellos mismos fueran los agresores. Me di cuenta que lo que yo había vivido en mi vida era sólo una muestra de los alcances del odio hacia una raza minoritaria. Aunque son derechos universales la vida, la libertad y la seguridad de la persona, hay quienes pasan sobre ellos impunemente.

Inspirado por su vida e indignado por la injusticia que le habían cometido le escribí al Huracán. Rubin me contestó, y entablamos una amistad por correspondencia que duró meses. Después tuvimos un primer encuentro en la cárcel. Esa plática marcó mi vida, y me impulsó más a encontrar la justicia para ese hombre.

No me enteré hasta después cuántas dificultades tienen los reclusos para recibir visitas familiares, dificultades que rayan en la humillación. Por ejemplo, desnudan a todos los presos que reciben visitas y los “revisan” minuciosamente para que no guarden nada. Sobra decir que los métodos de “buena conducta” que la autoridad administraba no eran sino golpizas, aislamiento, privación de los alimentos, y cosas innombrables. Me pregunto si hay alguna justificación para que se les trate así. ¿Es justicia no tratar a los reclusos como personas? Los delincuentes cometieron un delito, pero ¿cuál es la medida para que la sociedad pase de la justicia a la venganza? Muchas personas piensan que es más fácil encerrarlos y olvidarse de ellos, no importando las condiciones en que vivan, pues si son injustas o deshumanizadas, “se lo ganaron a pulso”.

La investigación

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Yo era sólo un muchacho, pero les pedí a Terry, Sam y Lisa que me ayudaran. Ellos no tenían prejuicios raciales. Dedicamos todo nuestro tiempo y esfuerzos para sacar al Huracán de la cárcel, comenzando por las investigaciones. Visitamos también a los abogados de Rubin, quienes nos recibieron desanimados: llevaban ya una década con el caso del Huracán.

Descubrimos que había personas influyentes e importantes a quienes íbamos a exponer, el tipo de persona que por un prejuicio no se tientan el corazón para destruir la vida de un hombre inocente encarcelándolo. En la investigación encontramos todo tipo de declaraciones falsas e incongruentes con las que se culpaba al Huracán (Aquí mencionamos sólo algunas:

A la hora en la que se llamó para denunciar los asesinatos, Rubin y Artis estaban aún en el otro bar; sin embargo los policías declararon que había sido antes.

Uno de los testigos que estaba en el bar, declaró esa noche que no reconocía a Rubin ni Artis como los asesinos. Sin embargo, como tenía problemas con la autoridad, mintió en el juicio a cambio de su propia libertad.

Patty Valentine —otra testigo—, dijo que el auto en que se alejaban los asesinos era un Dodge Monaco; sin embargo el modelo que conducía Artis era un Dodge Polaro).

. En la cárcel el Huracán volvía a recibir amenazas. En esta ocasión fue el director del reclusorio quien le aclaró que, en caso de que alguien quisiera hacerle daño, él no podría protegerlo. Yo mismo fui amenazado por el sargento Della Pesca, quien ahora había ido en ascenso en puestos públicos. Como ven, las presiones de las autoridades en turno porque no se supiera la verdad eran muy grandes (Durante nuestras investigaciones sufrimos un “accidente”. Al ir por la autopista inexplicablemente se salió una llanta y tuvimos un choque fuerte; la intención era matarnos, estoy seguro).

Dilema

Reunimos pruebas de corrupción policial y ministerial, de los prejuicios raciales de los tribunales que

juzgaron el caso de Rubin “Huracán” Carter ( Todos los jurados eran personas de raza blanca), coerción de declaraciones, y retención y falsificación de pruebas.

Hubo entonces que hacer una elección difícil, pues si se presentaban las pruebas al Tribunal Estatal podrían pasar años antes de la resolución; en cambio, si se presentaban al Tribunal Federal, el juez tendría la oportunidad de rechazar esas pruebas (por saltar al Tribunal Estatal) y entonces se perderían para siempre. Todo dependía de si el juez se daba la oportunidad de revisar las pruebas y de su aceptación.

Teníamos miedo, pues ya en los dos juicios anteriores se había chantajeado a jueces, fiscales y abogados. Todos tenemos derecho a un justo proceso, pero ¿cómo podríamos confiar en las autoridades estatales si había de por medio la idea generalizada de la inferioridad de la raza negra?, ¿podríamos confiar nuevamente en las instituciones judiciales, si no estatales, federales, ante el caso de un negro? No lo sabíamos…

Pero sí sabíamos que de haber justicia, el esfuerzo de civiles comunes y corrientes en busca de la verdad daría fruto. Comprobaríamos que si la ley busca la verdad sin prejuicios, se puede ejercer la justicia; y sobre todo, que denunciando la corrupción se puede realizar el ideal de una sociedad justa. Cualquier persona que

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deje pasar una injusticia, se hace cómplice, pues el silencio o la apatía frente a hechos injustos dañan a la sociedad enormemente. Una sociedad callada y apática frente a la injusticia es una sociedad corrupta.

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Conclusión

En noviembre de 1985 se le da la oportunidad a Carter de presentar las pruebas. El juez, tras revisar las pruebas, le concedió a Carter la libertad inmediatamente. Se reconocieron los elementos de racismo durante el proceso penal. Se reconoció la corrupción de la fuerza policial con la que se coercionaron declaraciones y se manipularon pruebas.

Carter fue puesto en libertad.

CASO 5 MAURICIO En una ocasión me encontraba platicando con una amiga mía (Alma) acerca de mi trabajo. Con el desarrollo de la plática y después de que ella me dio algunas buenas ideas para resolver algunos conflictos en la planta empezamos a platicar de sus problemas.

Empezó hablándome de su jefe: “Él es un individuo profundo y analítico, además es de mente ágil en los negocios y es un empresario exitoso. Desde que él llegó a la compañía, que es una empresa familiar donde también trabaja su hermano, la organización ha progresado mucho en orden, en ventas y en utilidades.”

Y agregó: “Al poco tiempo de que llegó a la compañía, mi jefe fue elegido director general, llegó con ganas de comerse el mundo. No había trabajo que no sacara adelante y su actitud era dócil, abierta y positiva. Aunque sabía que era demasiado joven para ocupar el puesto de director, confiaba en que lo haría bien, ya que además de su inteligencia superior al término medio, su actitud humilde y su gran capacidad de trabajo auguraban un desempeño brillante.”

Alma me contó que el plan de trabajo de su jefe empezó con la colocación de tiendas en lugares estratégicos, para lograr poner los productos justo donde se encontraba su clientela. Después de aplicar unas encuestas y de revisar estadísticas al respecto, logró ubicar una red de tiendas en la ciudad de Monterrey que le están dando éxito. La información del cliente fluye fácilmente de las tiendas a la oficina central y la capacidad de reacción a sus necesidades ha aumentado drásticamente. Hasta este punto yo no entendía todavía cuál era su problema, así que le pedí que me lo comentara más directamente.

La dificultad radicaba en que ella era el brazo derecho de Mauricio (su jefe), es decir, era la contralora, y aunque estaba aprendiendo mucho de él, Alma ya no lo aguantaba. “Su carácter lo pierde” - me dijo. Este comentario me sorprendió, ya que conozco muy bien a Alma y sé que es una mujer prudente y muy paciente.

Alma continuó con su relato: “Son dos cuestiones las que me tienen así: la primera de ellas es que Mauricio se enoja de cualquier cosa y suele gritar y regañar a quien se le ponga enfrente. Ésta siempre había sido la situación, pero de un año para acá, después de que se casó, su genio se ha vuelto insoportable. Al menos antes sólo gritaba, ahora insulta a todo el mundo y cada vez es peor”. Este último comentario me pareció demasiado general y más adelante le pediría que me diera un ejemplo concreto, pero antes de ello, Alma siguió refiriendo su problema.

Alma continuó diciéndome: “El segundo asunto que me tiene molesta es que, al principio de su gestión, Mauricio solía llamar a la gente que dependía directamente de él y le consultaba su opinión, incluso llegó a formar un comité que le asesoraba en los asuntos de la dirección general. Las decisiones que tomó eran las acertadas y pronto se vieron los resultados: las ventas aumentaron, hubo un crecimiento sostenido y el clima de la organización mejoró notablemente. Sin embargo, poco a poco fueron apareciendo algunos

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síntomas que empezaron a preocuparme”. No entendía la razón por la que esto le molestaba, así que le pedí que me comentara más sobre este asunto.

Así que ella me dijo: “la actitud de Mauricio fue cambiando con el transcurso del tiempo. Cada vez escuchaba menos a sus subordinados, daba la impresión de que creía tener todas las respuestas a todos los problemas. Se ha vuelto cada vez más frecuente escucharle comentarios de auto alabanza que además minimizan los logros de los demás. Hace comentarios agresivos del trabajo de otros y no otorga ningún reconocimiento a la gente que ha desempeñado una buena labor. Además, Mauricio se ha vuelto muy susceptible ante los comentarios negativos. Cuando se equivoca no rectifica, sino más bien tiende a inculpar a los demás cuando las cosas no salen bien. En su trato con las personas se ha vuelto bastante altanero y déspota”. Esta segunda cuestión me quedaba muy clara, sin embargo le pedí que me diera un ejemplo sobre el carácter de su jefe. Rápidamente me respondió: “Ayer en la oficina él pidió unos papeles de un embarque de exportación, en un tono desde luego agresivo y altanero. Miriam, su secretaria, acudió a mí para que revisara que todos los documentos estuvieran en orden (debido a que en una ocasión anterior Mauricio la había regañado porque la documentación no estaba completa). Yo le sugerí anexar una lista de precios actualizada y el número de guía de la muestra que habíamos mandado hacía quince días. Cuando ella entró a la oficina alcancé a oír unos gritos reclamándole que se había tardado mucho. Mauricio la insultó diciéndole que era una ‘tonta’ y que más le valía ser más rápida la siguiente vez. Miriam salió llorando de ahí y me dijo que no lo entendía, que ella hacía lo mejor que podía su trabajo, pero que él nunca estaba conforme”.

Alma continuó: “En varias ocasiones, mientras trabajamos juntos en su oficina, procuro estar presente para ver cómo trata a la gente. Por ejemplo, hemos tenido que cambiar de agencia aduanal en dos ocasiones, y el motivo ha sido que ha insultado con palabras mayores a los agentes, debido a retrasos para pasar los pedidos de importación. Desde hace una año yo me hago cargo de esos trámites”.

Al preguntarle qué hacia ella cuando su jefe se enojaba me contestó: “lo mejor es quedarse callada, él es muy gritón y cualquier cosa que dices lo enfurece más. Es preferible esperar a que se le baje el genio y sólo entonces se le puede preguntar o sugerir algo”.

Alma agregó: “Cuando Mauricio se enoja lo único que uno puede hacer es exactamente lo que él dice. En ocasiones así, no importa lo que pase, hay que hacerlo. Recuerdo que hace una año pidió un seguro de vida a la misma agencia que nos aseguraba todo lo de la compañía. En esta ocasión se enojó terriblemente porque llegaron tarde a hacerle el examen médico a la oficina y me ordenó que cancelara todo, absolutamente todo con ellos. Le dije en ese momento que los del seguro siempre nos habían dado un trato preferencial, que teníamos una cuota bajísima y que por un detalle así no valía la pena tomar esa decisión. Él se enfureció y arrojó violentamente unos papeles que tenía en la mano y me dijo que hiciera lo que me estaba mandando. Después se arrepintió, y afortunadamente yo había omitido esa orden, ¡pero en el momento estaba muerta de miedo!”

Ella continuó diciéndome: “desde que las cosas están tan tensas yo he recibido varios regaños exagerados, por cosas que él dice que me ordenó hacer y no es verdad. Me parece que su trabajo en la compañía se está tornando cada vez más tenso para él y para nosotros, y no entiendo la razón, pues la compañía marcha mejor que nunca, las ventas están altas, nos estamos expandiendo y hay más dinero. Creo que la razón es que Mauricio es un perfeccionista”. Alma comenzó a alterarse de sólo recordar esta experiencia, le pedí que lo tomara con calma. Le pregunté que si había intentado hablar con algún superior sobre esta situación.

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Ella me respondió aceleradamente: “Sí, sí, claro. Eso es lo peor del caso. He platicado en dos ocasiones con Gerardo, hermano mayor de Mauricio y presidente de la compañía. Gerardo, a diferencia de su hermano, tiene una simpatía natural, mantiene muy buena relación con todos los directivos, además de ser una persona muy amigable y serena. Sin embargo, no ha querido resolver este problema, ni siquiera quiere hablar con Mauricio”. Me quedé sorprendido, más aún después de observar la expresión de desconsuelo que manifestaba Alma. Noté que ella se encontraba en un momento muy difícil, debido a que ni el presidente de la compañía parecía tomar cartas en el asunto.

Le pregunté si conocía a Gerardo, o si sabía a qué se debía su reticencia, ya que la actitud de Mauricio estaba causando tantos conflictos en la compañía.

Ella me dijo: “Sí, lo conozco desde hace mucho tiempo, te digo que es una persona muy sociable, de conversación agradable y abierto. En muchas comidas de convivencia de la compañía él está presente, casi siempre es el centro de atención; le gusta tocar la guitarra y cantar. Es de espíritu bohemio, y eso es parte del problema, porque tiene exactamente la misma actitud en las cuestiones laborales. Parece que se toma el trabajo a juego. A pesar de ser una persona capaz no es un hombre de oficina; la calle y las relaciones públicas son su fuerte. Como le gusta jugar squash. Es muy común que llegue tarde a juntas importantes, incluso la mayoría de las veces no se presenta, argumentando que tenía un torneo o un partido decisivo. A todo esto súmale que vive en Cuernavaca, ya que dice que ahí todos los días se siente ‘como si fuera fin de semana’. Gerardo es ocho años mayor que Mauricio, ambos mantienen buena relación y se respetan mucho; por eso mismo no entiendo por qué Gerardo no quiere hacer nada al respecto, parece como si todo esto le aburriera”.

Después de escuchar las palabras de Alma me di cuenta que el problema no sólo consistía en la actitud de Mauricio, sino también en el poco interés que mostraba el presidente de la compañía.

Alma me confesó que esta situación era demasiado desgastante para ella, que en las últimas juntas había experimentado fuertes pensamientos de fuga y que pensaba que se iba a enfermar si las cosas seguían así. Me confesó su deseo de renunciar a su trabajo y me pidió que la recomendara en otro lado; también me comentó que era bastante probable que el contador renunciara junto con dos o tres personas más que ella consideraba claves para la organización.

CASO 6 TRES VIDAS ∗ Todos los nombres y apodos han sido cambiados para proteger las intimidades de los personajes.

El día de hoy está lleno de recuerdos de mi vida de trabajo y de las personas a quienes he conocido durante

mi carrera. Hoy se recibe Javo∗

de licenciado en administración; cuando lo conocí era solo un chamaco de apenas 17 años sin rumbo en la vida... parece que fue ayer. Hoy Javo tiene 40 años, dos hijos en un matrimonio estable y es gerente de ventas. Cuando lo conocí era un mensajero atolondrado, sin miedo a nada y sin un proyecto definido. Supe que venía de un barrio bravo y que su padre era zapatero. Platicando con Javo me di cuenta que su padre había sido alcohólico, y aún cuando había superado el vicio, las consecuencias eran notorias en la calidad de vida de su familia. Javo tenía siete hermanos y todos tuvieron que trabajar desde chicos, pues lo que ganaba el padre no les alcanzaba. A Javo lo conocí por Pepe, el contador en la empresa. Requeríamos un mensajero para el área de ventas y Pepe sabía que Javo necesitaba una chambita para poder ayudar en su casa. Después de entrevistar a Javo le di una oportunidad y entró a trabajar con muchas ganas. Uno de los primeros servicios que le pedí fue que

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entregara un pedido urgente; confié en él porque me aseguró que sabía manejar. Fue una suerte que llegara bien la entrega, pues un par de días después, mientras Javo suplía al chofer, me di cuenta que no sabía conducir. Su osadía y disposición para aprender pronto, aunque a veces lo metían en aprietos, le fueron de gran ayuda.

Cuando un par de años más tarde me había cambiado de trabajo y necesité otro mensajero, le hablé de nuevo a Pepe pues su primera recomendación me había servido de mucho. Pepe me recomendó ahora a Mauricio. El nuevo mensajero resultó ser amigo de Javo, eran vecinos de colonia y habían crecido juntos. Pese a su origen común, poco a poco conocí algunas diferencias importantes. Por ejemplo, Mauricio solía animar los lunes con historias de fiestas que él había transformado en trifulcas cualquier fin de semana. Javo en cambio había dejado atrás los ambientes de violencia. Era curioso que la vida hubiera puesto a dos amigos trabajando conmigo en actividades similares pero en lugares diferentes. Pepe, el contador que me recomendó a Mauricio y a Javo, se había quedado en el anterior trabajo, donde lo promovieron a gerente administrativo. Como los padres de Javo y Pepe eran amigos, ambos se frecuentaban y era así como me enteraba de su vida. En ese momento sabía que Pepe tenía un trabajo estable y bien remunerado y que todo parecía sonreírle en la vida.

Hoy me pregunto, a 20 años de distancia, qué hace que unos prosperen y otros no. En ese entonces conocía a tres personas que vivían en un medio social similar, y luchaban por hacerse de un lugar en la vida. Tenían sus diferencias, claro, pues cuando me presentaron a Pepe él ya era licenciado en contabilidad, mientras que Javo y Mauricio eran apenas dos chamacos que todavía iban y venían por la adolescencia. Hoy Pepe está muerto. Mauricio ha estado varias veces en la cárcel, y supe que lo abandonó su esposa por maltrato. En este momento Javo ya ha hecho su protesta como licenciado.

A Mauricio, al igual que a Javo, hubo que mandarlo a clases de manejo. Al igual que a Javo se le insistió en que hicieran la preparatoria. A Javo le costó mucho trabajo, pues no era muy dado al estudio, pero me consta que su empeño dio buenos frutos y pudo terminar la prepa abierta. Mauricio, aunque más listo, estaba menos dispuesto al estudio, y cuando lo mandaba a la escuela, me enteraba que no iba, y que el tiempo que le daba lo empleaba en vagar en la colonia.

Al pasar el tiempo ambos crecieron y se enamoraron de unas chicas. Mauricio se casó primero y Javo un año después. Recuerdo que poco antes de su boda, Javo me aseguró que algún día terminaría una carrera y sería un buen ejemplo para sus hijos. De manera que no me sorprendí cuando Javo decidió probar fortuna y se fue a trabajar a otra empresa; por tener habilidad para las relaciones públicas y ser muy amiguero se fue haciendo camino. En algún momento terminó como vendedor con una camioneta de reparto a su cargo. La camioneta le era cargada en la mañana y él iba de tienda en tienda colocando producto.

Mauricio siguió conmigo. Él era muy amiguero y con bromas se ganaba la estima de sus jefes; sin embargo, conforme tomaba confianza, iba haciendo su trabajo con menor puntualidad, sobre todo los lunes. Una de sus nuevas funciones era recoger la nómina en día de pago. Un día lo asaltaron después de cobrar la nómina en el banco. Llegó golpeado y sin el dinero después de horas de tardanza. Fuimos ese día a la delegación y después de un día muy largo al fin pudimos levantar el acta, misma que enviamos al seguro para reclamar el monto de lo robado. La pérdida no ascendió a más del deducible.

Los problemas de puntualidad de Mauricio se hacían más frecuentes, hasta que llegó el día en que tuve que regresarlo a su casa porque llegó borracho. Fue la primera vez, pero estaba muy lejos de ser la última. El gerente administrativo por aquel entonces le había tomado afecto y le perdonaba todo, hasta que un día llegaron unos judiciales y se lo llevaron. El mismo gerente administrativo lo ayudó a salir de la cárcel; todos

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estábamos sorprendidos. Mandé llamar a Mauricio a mi oficina. Después de un rato de plática, me contó que se lo habían llevado por problemas con su esposa.

— Ire inge....le pego porque no me late que nomás esté ahí en la casa.

— O sea que te demandó por lesiones...

— Sí, ¿usté cree? Esas cosas son de familia y pa que se queden dentro. O usté dígame qué tenía que ir con su papá a denunciarme.

— ¿Has estado tomando, verdad Mauricio? Y ya tomado siempre te pones violento, de seguro. Dime ¿por qué no tratas de dejar el alcohol?

— Trato inge, incluso ya ve que hasta estuve jurado y no aguanté, pues los cuates me jalan duro.

— ¿Eres alcohólico de plano? ¿Sientes que tu cuerpo te pide alcohol para sentirse bien, si no te entra ansiedad?

— No, no es eso. La verdad que lo que me gusta es la baraja y ahí pus nos tomamos algunas copas

— ¿De la jugada sí te has hecho vicioso?

— Vicioso, vicioso no, pero sí me gusta mucho. Cuando quiera dejaré de jugar, en serio.

— ¿Por qué no te alejas de esos cuates que te llevan al alcohol? Sin duda todos esos moretones que a veces tienes se relacionan con ellos, ¿verdad? Mauricio, date cuenta que los verdaderos amigos no te muelen a golpes, ni te bajan tu dinero.

— Sí inge, voy a tratar, se lo prometo por mi mamacita que no vuelve a pasar.

Aunque estaba consciente de que su situación requería ayuda, y no sólo buena voluntad, decidí confiar en él. En lo que pudimos le ayudamos para salir del problema de la demanda de su esposa, y él nos decía que ya se portaba bien. Poco después, de nuevo se apareció una patrulla que quería llevarse a Mauricio. La peor sorpresa fue que lo arrestaron por el robo de la nómina. Las averiguaciones hechas por la policía lo señalaban como el ladrón. Luego supimos que aquel día cobró la nómina sin novedades, pero cuando se encontró a sus amigos de jugada se puso a apostar hasta perder la nómina de la fábrica. Los golpes con los que regresó a la empresa fueron cortesía de sus “amigos”. Cuando me enteré de la verdad era de la opinión de despedirlo, pero el gerente administrativo le dio una oportunidad más después de hacer pagar lo robado. Estaba empeñado en hacerlo un hombre de bien y dedicaba a hablar con él largas horas.

No resultó ser una oportunidad, fueron varias y las cosas iban de mal en peor. La esposa lo abandonó con su hijo, pues pasaba largas horas jugando cartas; se gastaba ahí todos sus sueldos y cuando no, llegaba borracho y le pegaba. El gerente administrativo acabó despidiéndolo aún cuando sabía de él porque le iba a pedir prestado hasta que un día dejó de ir.

Más tarde nos enteraríamos por Javo que acabó en la cárcel culpado por robo y de ahí ya tampoco Javo supo de él, pues abandonó a su familia y a sus amigos de siempre.

Javo regresó a trabajar con nosotros, pues se sentía más a gusto; me platicó sus planes de retomar sus estudios, hablé con los dueños y le dieron el apoyo en tiempo y dinero para que lo hiciera. Habían pasado 10

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años desde que lo conocí, había estado tres fuera de la empresa, tenía ahora dos hijos y una buena esposa. Le tomó 10 años más hacer su carrera, pero hoy se gradúa de licenciado en administración y tiene a su cargo la gerencia de ventas. Yo, que lo he visto de cerca por todo este tiempo, sé de qué pata cojea, pero con todo me siento muy orgulloso de que con sus propios esfuerzos y aprovechando las oportunidades, por fin hoy se reciba de licenciado. En medio de la alegría del examen profesional de Javo, me vinieron a la mente estos recuerdos.

Pepe corrió una suerte trágica. A diferencia de Mauricio y Javo, él ya era Contador Público y Gerente de Administración cuando lo conocí. Ya tenía la vida hecha o bastante bien armada: casado, profesionista, con oportunidades para crecer... Pero a él le dio por las mujeres, era muy enamoradizo. Me contó que comenzó como un juego; jugando empezó a salir con una secretaria de la empresa, primero empezó a darle aventones a su casa, luego se iban a comer juntos y la invitaba cafecitos de camino a su casa hasta que terminaron como amantes. Como era de esperarse, la secretaria se embarazó; ella dejó la empresa al poco tiempo y no la volví a ver nunca. Todo esto pasaba con el desacuerdo de la familia de ella, mientras que los amigos le hacíamos ver a Pepe lo nefasto de su situación. Él se separó de nosotros poco a poco; me daba la impresión de que sus problemas lo ahogaban. Varias veces intenté hacerle ver que cambiaba lo más por lo menos, pero Pepe siempre tenía una excusa para su comportamiento, y pensaba que podía salirse con la suya, que estaba a sólo un paso de solucionar todos sus problemas. Sus soluciones, desde luego, eran sólo paliativos.

Hasta que un día, hace cinco años, me buscó Javo para contarme que habían encontrado a Pepe asesinado de bala en su coche en la calle donde vivía la secretaria. Pepe había llevado por varios años una vida doble. Dejó tres hijos, dos del matrimonio y uno sin apellido. Nunca encontraron al asesino, y como no le quitaron ni un peso, pensamos que fue una venganza de celos.

¿Qué hace que la vida de unos se logre, y la de otros no? Javo y Mauricio eran amigos, habían crecido juntos y en su juventud recibieron las mismas oportunidades; uno termina en la cárcel y otro logra una familia, un trabajo bueno y una carrera. Por otro lado, alguien que viene del mismo medio, pero que recibió la oportunidad antes, la tira por la borda y le acaba costando la familia y su vida.

¿Cuánto influye tener diferentes amigos, diferentes medios sociales, diferente inteligencia? La colonia donde crecieron los tres era en efecto brava, pero los tres cayeron en empresas similares, tuvieron oportunidades y apoyos iguales. ¿Qué hace la diferencia? ¿De qué dependen las diferentes respuestas ante la vida?

Lástima que hoy no tengamos dos graduaciones y tres gerentes.

CASO 7 UNA POR OTRA * Todos los nombres y apodos han sido cambiados para proteger las intimidades de los personajes.

Al terminar el ciclo escolar 2001, el director del Instituto Cultural Progreso renunció por cuestiones de salud, después de 24 años de servicio. Dicha institución escolar había comenzado siendo una secundaria particular a principios de los 70´s, creció hasta ser preparatoria, y desde hacía pocos años también ofrecía tres carreras a nivel superior. Alumnos y profesores pensaban que el nuevo director sería el profesor Leopoldo

Huicochea*

, quien llevaba muchos años en la escuela y era director de preparatoria. Los dueños de la escuela nombraron nueva directora del plantel a la Lic. Ángeles Zúñiga.

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Querido hijo: Si has hablado con tu mamá, ya sabrás la noticia de los cambios en la escuela. La tal Ángeles es nuestra nueva directora general, y yo seguiré en el mismo puesto. Es una injusticia, pues ella tiene menos de tres años aquí; en cambio yo le he entregado el alma al Instituto y me he sacrificado mucho por ese puesto que ahora me niegan. A mí lo único que me queda es renunciar, y pensarlo mucho antes de darle tanto a cualquier trabajo. Sé que esta carta te sorprenderá, sobre todo porque ni siquiera te he escrito uno de esos mails desde que te fuiste a estudiar, pero hay cosas que quisiera decirte. Toda esta situación en la escuela me ha puesto a pensar en lo que he hecho de mi vida y cómo eso nos ha afectado a todos. No sé si mamá te ha contado cómo es que llegué al instituto… Tú sabes que nosotros somos de México, aunque llevamos muchos años aquí en Guanajuato. Cuando nos casamos yo mantenía a tu mamá con mi sueldo de profesor; eran épocas difíciles porque el trabajo no era muy bien pagado, pero al menos nos daba para vivir y además yo lo realizaba con mucho gusto. Al año de casados quedamos a la espera de tu llegada, y con eso el dinero ya no nos alcanzaría. Entonces fue cuando por un amigo surgió la posibilidad de una plaza en la secundaria que estaba por abrirse en Guanajuato. Como tu mamá tenía familiares ahí y el sueldo pintaba bien, decidimos emigrar. Al principio yo daba las clases que me pedían y también trabajaba en la tienda de tus tíos, pero mi idea era dejar eso y dedicarme por completo a dar clases. Yo todavía no completaba el año en la escuela cuando tú naciste. La verdad es que el nuevo trabajo nos permitía tenerte bien atendido, y a tu mamá también le complacía poder estar todo el tiempo contigo. En la escuela me hallaba bien; el Lic. Florines me trataba con respeto pese a que yo no había terminado una licenciatura. Pasaron los meses, comenzó un nuevo año escolar y entonces quedamos de nuevo a la espera de tu hermano Lalo. Cuando nació tuvimos que mudarnos a otro departamento, pues al que habíamos llegado era un lugar muy pequeño, y ya con dos niños era necesario darles su espacio. Entonces comenzó de nuevo a apretarnos un poco la situación económica, pero como estaba por abrirse un grupo más de la secundaria del instituto, le pedí al Lic. Florines que me diera más clases para salir adelante. En ese tiempo también le agradecí a tus tíos el trabajo en su tienda, mismo que dejé. Tú seguramente no te acuerdas pero en esos años tu mamá y yo pasábamos mucho tiempo con ustedes. No sólo eso, sino que en el nuevo lugar donde llegamos a vivir comenzamos a trabar amistad con los vecinos. Eran buenos tiempos, pues como ellos también tenían niños chicos, podíamos pasar tiempo juntos, cenar, cuidar a los hijos y pasar un buen rato. En ese entonces conocimos a los Ocampo, tus padrinos. Nos hicimos muy buenos amigos, y sobretodo la comadrita pasaba las mañanas acompañando a tu mamá y entre las dos cuidaban de ustedes y sus hijos. De veras que eran buenos tiempos, yo tenía una familia feliz, amigos y un buen trabajo. Además sabía que crecería en la escuela; que llegaría a ser un hombre exitoso. Casi tres años después, cuando tú estabas por entrar a preprimaria, supimos de la venida de un nuevo bebé. Aunque el nacimiento de Laura nos alegró mucho, yo de nuevo comencé a preocuparme por cómo iba a mantenerlos. No sólo aumentaban los gastos porque nació enfermita y hubo que procurarle muchos cuidados especiales —en esos días te portaste muy celoso y reclamabas mucho nuestra atención—. Para ese entonces el instituto había crecido un poco, y el Lic. Florines estaba contento con mi trabajo. De hecho él mismo, sin necesidad de que yo le dijera nada, me ofreció más clases todavía, y me habló del proyecto de abrir la preparatoria en unas cuantas generaciones. Me aseguró que si me ponía la camiseta y seguía haciendo bien mi trabajo, siempre contaría con su ayuda. Me gustó la idea. Yo quería ser un hombre de éxito, ser un buen ejemplo, y sabía que sólo lo lograría cuando llegara muy alto en el Instituto. Tú entraste a la primaria, querido hijo, y tu mamá se dedicaba a atender a los otros dos hijos que seguían en casa. Habíamos platicado y decidimos que lo mejor era un colegio de paga. Hicimos cuentas y vimos que sí podíamos librarla. El sueldo nos alcanzaba apenas, pero no nos importaba privarnos de muchas cosas. Seguíamos frecuentando a nuestras amistades, y el compadre y la comadre también nos apoyaban mucho como amigos. Y a mí eso de dar clases me gustaba cada vez más. Tenía que lidiar con chiquillos adolescentes pero llegaba a entenderme muy bien con ellos. Platicábamos, y de vez en cuando me contaban sus problemas de chavos. Me sentía muy contento con mi trabajo. Además, sabía que atendiéndolos bien, podría llegar a ser un buen profesor, y así progresar en mi carrera. Tú en la escuela comenzaste bien, y yo podía ayudarte en las tardes. Tu mamá, mientras tanto, atendía a tus hermanos. Pero entonces el Instituto abrió el turno vespertino y el Lic. Florines me ofreció más clases. Platiqué con tu mamá y vimos que ese dinerito extra nos caería muy bien, pues tu hermana Laura requería

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medicinas costosas; ¿te acuerdas? De manera que acepté las clases y, aunque pagaban menos que en la mañana, pude de nuevo mantenernos bien. El problema es que con las nuevas clases mi tiempo comenzaba a saturarse. Ya casi no podía pasar las tardes ayudándote, pues llegaba un poco tarde, cuando tú ya habías hecho la tarea (muchas veces sin ayuda). Era peor en época de exámenes, pues tenía que calificar muchos grupos. Y después, si no eran los exámenes, eran tareas. Y si no, trabajos. Pero sabía que todo valdría la pena con tal de alcanzar mi meta: un buen puesto directivo. Cuando un par de años después tu hermano entró también a la primaria, yo ya era un profesor consolidado en el Instituto. Mis clases tenían buena fama, el Lic. Florines estaba muy contento. Como la secundaria crecía poco a poco, tenía más posibilidades de tomar más clases. Así, bastaba con que se abriera un grupo más para poder dar tres o cuatro horas más de clases. Cuando tu hermano entró a la primaria, ya no podía ni repasar con él las sumas y restas; el trabajo me tenía muy ocupado. Tu mamá hacía muchas cosas por la casa y por atenderlos, y se apoyaba mucho en la comadre Ocampo. Por ese entonces el trabajo me tenía absorbido, aunque estaba orgulloso de poder mantenerlos bien. Por eso no comprendía los reclamos de tu mamá de que casi no pasaba tiempo con ella, ni la sacaba a cenar, ni hacíamos nada solos. Yo creo que tu memoria te dirá cómo era la vida en esa época. ¿Estabas en quinto de primaria? Finalmente se abrió la dichosa preparatoria del Instituto y me cumplieron dándome unas buenas clases. Aunque me pagaban mejor por hora, tenía que invertir más tiempo en preparar las clases (en secundaria ya me sabía las lecciones de memoria). Hice muchos sacrificios con tal de comprometerme con el Instituto, con tal de convertirme en una pieza clave. Pero ahora sé que en todos esos años me comenzaba a alejar de ustedes. Recuerdo que tu hermano y tú solían reñir mucho, y cuando llegaba a casa no me hacían caso. Era como si no me respetaran. Sin que me diera cuenta, Laura aprendió a hablar, a caminar, a vestirse… Nos mudamos de casa para que la niña tuviera su habitación, y entonces nos hizo más falta el dinero. Tu mamá siguió frecuentando y siendo frecuentada por los compadres, pero yo casi nunca los veía ni platicaba con ellos. Estaba calificando, o haciendo planeaciones de cursos para conquistar mi meta de crecer en el Instituto y ser exitoso. Luego surgió la idea del Equipo Comunitario. Trabajando con los chavos de prepa planeamos un proyecto de una obra de teatro para obtener fondos para una tarea comunitaria. Con este proyecto me vi obligado a pasar más tiempo con ellos, además de todo lo que tenía que calificar. Entonces se juntaron muchas cosas. Laurita entró a la escuela y decidimos darle una educación particular como a ustedes. Tú pasaste a secundaria, pero no querías entrar al Instituto porque me acababan de nombrar director de la secundaria. Creo que me dolió mucho que no quisieras estar conmigo en el Instituto, y me dolió que tu mamá me dijera que tenías todo el derecho, que porque casi ni atención te prestaba. Pero yo sabía que conseguir el éxito en mi trabajo haría que todo lo demás valiera la pena, y que gracias a mis esfuerzos podía ofrecerles el tipo de vida que llevaban. Como sea, no puedo negarte que también de pronto sentía dudas; ¿estaba haciendo lo correcto? ¿Llegaría algún día a sentirme plenamente realizado si me ofrecían un mejor puesto? Un día mi compadre me trató de hacer ver que estaba actuando mal, y que tenía que acercarme más a ustedes. Me hizo ver que para él el tiempo familiar era sagrado, y aunque no tenían los lujos que nosotros nos dábamos, eran felices estando juntos. Creo que cometí un grave error en ese tiempo. Me entregué totalmente al trabajo y los dejé a ustedes. Ya sabes que después me ofrecieron la dirección de preparatoria, misma que tomé originalmente para poder ofrecerles cosas mejores. Daba menos clases, que es lo que más disfrutaba, y tenía más labores administrativas. Pero eso era sinónimo de éxito para mí; después de años de trabajo intenso me reconocían. Pero eso no me bastaba: tenía que llegar más alto, y el sacrificio en el trabajo era el precio que tenía que pagar por ese estimulante de mi vida. Sin embargo, ustedes crecían, y nos íbamos alejando un poco más. Debió ser duro enfrentarte a la separación de tus padres en plena adolescencia… No me extrañó que se fueran con tu mamá, pero sí me dolió mucho. Y entonces me clavé más en el trabajo. Así las cosas, ahora vivo solo. Mi trabajo es mi vida. ¿Pero qué clase de vida tengo realmente? Miro a mi alrededor y sólo veo papeles y libros, mas ellos no hacen compañía. Supongo que esta soledad, esta falta de familia es la misma a la que yo los sometí por estar trabajando, con la diferencia de que yo me la gané a pulso. Ahora con esto de la dirección del plantel, veo que mi carrera está estancada. Los dueños ya no me ven con los mismos ojos. La nueva directora general ha dado señas de que hará cambios en las direcciones de secundaria y prepa, aunque me ha dicho que seguiré con trabajo en la escuela. ¿Pero qué trabajo me correspondería? ¿Volver a ser sólo profesor?

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Otro profesor con el que me desahogué respecto al nombramiento de la nueva directora y a la posibilidad de que quedara solo como profesor, me dijo: es que eres mucho mejor como profesor que como administrador. Estuve a punto de pegarle, pero no lo hice. Y él todavía añadió: Ves cómo tengo razón, no controlas tu genio cuando sucede algo que no te gusta. Siento que desperdicié los mejores años de mi vida, aunque quise ofrecerles siempre lo mejor. Sé que tú estás grande, que te he hecho mucho daño con mi ausencia, pero quiero que sepas que siempre quise hacer lo mejor para ustedes. Siempre. Quiero comenzar de nuevo, sólo que no sé hacia dónde ir. Ahora quisiera al menos pedirte perdón. Ya hablaré con tus hermanos y con tu mamá. Espero estar a tiempo de arreglar las cosas. Te quiere, tu papá.

CASO 8 UN ASUNTO ENTRE COLEGAS Cuando tenía 17 años tenía la firme intención llegar a ser un médico renombrada, conocida por mi calidad, pero por sobre todas las cosas por mi integridad moral. Tenía ilusiones como cualquier adolescente que se entusiasma y no mide sus propias fuerzas, pero además tenía la mente muy clara y como en casa me habían enseñado a vivir enérgicamente los valores, creí que tenía la vida resuelta. Hoy he conseguido lo que en aquellos días me propuse, aunque confieso que no ha sido gratis, mis responsabilidades a veces me impiden darme cuenta de lo feliz que soy y lo más duro: estoy sintiendo que me he traicionado a mí misma.

El origen de mis valores

Soy hija única y eso no es fácil, mi madre ha trabajado siempre y me ha dado todo lo que ha podido. De mi padre prefiero no hablar, pues es como si no lo tuviera. Los primeros doce años de mi vida mi mamá y yo vivimos en casa de mis abuelitos. Ahí vivíamos mi abuelito, mi abuelita, mi tía Andrea, mi mamá y yo.

Mi abuelita estaba al pendiente de la comida y de que la ropa estuviera limpia, además de la casa. Era como mi mamá durante todo el día. Mi abuelito ya no trabajaba por su edad y porque su estado físico ya no se lo permitía. Él era una persona muy noble y comprensiva, platicábamos por horas, yo le decía lo que sentía y él me escuchaba pacientemente. Era mi mejor aliado; yo podía platicarle mis secretos, mis tristezas y todo lo que me molestaba de la vida (aunque fueran cosas pequeñas). Él simplemente se reía haciéndome sentir que era mi cómplice. Yo lo admiraba y lo quería como se debe querer a un papá, bueno eso digo yo, quizá porque no tuve uno de verdad.

Mi tía Andrea era la directora de la primaria en la que la mayoría de mis primos y yo, estudiamos. Ella era quien me ayudaba con mis tareas por las tardes y la que me exigía ser muy responsable en el colegio. Aunque me exigiera tanto, yo sentía su cariño.

El abuelo murió en febrero de 1981 cuando yo todavía no cumplía los diez.

Mi primera edad adulta

En la navidad de 1983, después de la cena en la que estuvieron casi todos mis tíos y mis primos, mi mamá anunció que tenía una buena noticia: “Ya pagué el enganche de mi casa y me la entregan en la primera semana de febrero. Así que están todos ustedes invitados”. Entre risas, felicitaciones y abrazos, lamenté mucho enterarme de esa noticia. Ahora viviría casi sola. Mi mamá tenía muchas deudas y ahora esto. Seguramente casi no estaría en casa.

Ella estaba acostumbrada a trabajar desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde. Yo salía de la secundaria y me iba a casa de mi abuelita a comer. Cerca de las cuatro yo tenía que irme a mi casa, para hacer el aseo, lavar la ropa que se juntaba, preparar algo de cenar y esperar a mamá. Después de ayudarle a

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limpiar la cocina comenzaba a hacer mi tarea. A veces terminaba muy noche, o muy de mañana, pero siempre hacía la tarea. Mi tía Andrea me enseñó que las tareas bien hechas son importantísimas para adquirir hábito de estudio y fuerza de voluntad.

Extrañaba mucho mi vida en la otra casa, sobre todo al abuelo, pero sabía que todo eso era imposible de volver a vivir. Mi mamá y yo no teníamos mucha comunicación, posiblemente porque ella trabajaba mucho y llegaba agotada, tal vez me seguía viendo como a una niña y por eso no me platicaba sus cosas, pero siento que pudimos ser mejores amigas. Total, yo la quería mucho y sabía cuánto se sacrificaba por mí, sólo faltaba disfrutar más de nuestra compañía.

La elección de universidad

Durante el verano del 87, cuando terminé el penúltimo año de la prepa comencé a investigar en las distintas universidades los costos y los planes de estudio. Yo sabía desde niña que lo mío era ser doctor, ahora sólo faltaba saber de cuál universidad. Busqué en tres o cuatro y la verdad es que me percaté de que mi madre no podía pagar una escuela particular. Qué lástima. Yo recorría cada una de las universidades por todos sus rincones y preguntaba todo sobre ellas; me ilusionaba la pequeña esperanza de que mi mamá me dijera que de alguna forma ella me la pagaría.

Al cabo de dos semanas me dirigí a la Universidad Autónoma, la que pertenece al Estado y no cobran más que una cuota anual de recuperación. Me dieron ficha para presentar examen de admisión y me dijeron que tenía que pagar doscientos pesos el día de la entrega de documentos. Le platiqué a mamá todo este asunto. Ella me explicó que aunque pudiera intentar pagarme una universidad privada y yo consiguiera beca por mis buenas calificaciones, era un alto riesgo: “Mira Susy, yo qué más quisiera, y de verdad que puedo intentarlo, pero nadie sabe... Dios no lo quiera que te falte yo un día o que pierdas la beca, y entonces sí que te quedas sin estudios. Mejor vamos a inscribirte a la autónoma, ¿sí?”

¿Qué podía yo responderle a mi mamá?, ella hacia lo que podía. Sería injusto pedirle más de lo que podía dar, o mejor dicho, pedirle más de lo que me había dado sería una manera ingrata de corresponder a todos sus sacrificios. “Pues ni hablar, Mamá”.

Entonces me apunté para el examen de admisión y me hice a la idea.

Toda una novedad

En agosto de 1988 ingresé a la H. Facultad de Medicina, ¡sí que me sentía adulta!, con tantas cosas que estudiar, con las labores de la casa, yendo de un lado para otro con libros y fotocopias. Los primeros días sentí que el cerebro me explotaba de leer y leer, la carga fue incrementando; sin embargo, sentía que aprendía sobre la salud humana, sobre cómo curar enfermedades y muchísimas cosas más. Todo esto me hacía sentir satisfecha.

Casi no veía a mi abuelita ni a mi mamá, yo entraba muy temprano y llegaba muy cansada a casa. Mi mamá tuvo que comenzar a cargar con todas las tareas de la casa. Ahí fue cuando se dio cuenta de todo lo que yo hice sola por más de cinco años. Los fines de semana tratábamos de pasar un rato juntas, pero yo comenzaba a salir con Joaquín; y mi tiempo se disminuía considerablemente. A Joaquín lo conocí desde la preparatoria, pero nunca fuimos novios.

Aunque sentía estar muy enamorada de él, yo me dedicaba 100% a mis estudios, no me podía dar el lujo de perder una clase o de hacer el ridículo frente a alguno de mis maestros. Diario había cosas nuevas que aprender, exámenes por preparar y también necesitaba descansar.

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Los libros de medicina son sumamente caros y para mi mamá era imposible comprarlos, bueno algunas veces sí se podía, sin embargo, ahí fue cuando mi tío Víctor me ayudó. Él también estudió medicina y me prestaba sus libros, incluso me llegó a regalar algunos, y hasta me compraba alguno que no tenía.

Yo sentía mucho compromiso con la gente que me apoyaba en mis estudios; era justo que no fallara en mis obligaciones.

Otra persona importante en mi vida

Por otra parte, conocí a Fausto, un compañero de la universidad. Cuando teníamos que hacer trabajos en equipo para alguna clase, Fausto y yo tratábamos de formar equipo, ya que me di cuenta de que era muy responsable y eso me agradaba bastante. No se distinguía por tener muchos amigos ni por ser muy amable, sin embargo era muy destacado en su desempeño como estudiante.

El padre de Fausto era dueño de unos laboratorios y creo que tenía mucho dinero, pues vivían en una casa muy bonita en una zona muy exclusiva de la ciudad. Independientemente de mi noviazgo con Joaquín, yo llevaba una excelente relación de amistad con mis compañeros de clase, y entre ellos Fausto. A veces comíamos juntos o cenábamos, ya que las horas de estudio eran una eternidad y en algún momento teníamos que comer.

Años más tarde, cuando salí del servicio y pensé bien la especialidad que escogería, el padre de Fausto falleció y él heredó los laboratorios y todo lo que el señor poseía. Entonces Fausto decidió construir un pequeño hospital y reunir a un grupo de especialistas. Me propuso unirme a él y hasta asociarme. Yo no tenía dinero para figurar como socia, pero por supuesto que era atractiva la idea, hoy en día más vale tener un consultorio propio, ya que la consulta privada es lo que deja lana.

Por estas mismas fechas, Joaquín me propuso matrimonio y acepté, ya que la vida para mí había sido muy apurada y nunca me procuré más cariño que el de mi familia, pero en mi familia ya todos eran muy mayores y una tiene que hacer sus propios planes, así que fechamos nuestro compromiso.

El sábado 24 de septiembre de 1996 fue nuestra boda. Nunca me imaginé estar tan contenta. Joaquín ha sido un gran hombre durante todos estos años y me siento muy orgullosa de ser su esposa. Sabía que seríamos una gran pareja.

Mi marido tenía una plaza en el sector público, su sueldo no era gran cosa, por ratos daba consulta en la clínica de Fausto —en mi consultorio— para ganar más dinero. Yo ganaba mejor que Joaquín porque terminé mi especialidad en Ginecología y Obstetricia, por las mañanas yo daba consulta y operaba en un hospital privado —de ahí obtenía la mayor parte de mis percepciones—, y por las tardes consultaba en la clínica de Fausto.

En lo que respecta al aspecto económico no nos podíamos quejar. Lo único en lo que no estábamos muy de acuerdo era en eso del consultorio de Fausto. Joaquín nunca congenió con Fausto porque pensaba que por ser un joven adinerado sentía que podía decidir cualquier cosa sin pensar en las consecuencias. En una sola palabra lo definía con la palabra “utilitario”. Y por el otro lado, Fausto prefería “no lidiar” con Joaquín porque siempre lo consideró un mediocre (aunque no me lo decía desde hacia mucho tiempo). Mi esposo quería rentar otro consultorio para evitarse la pena de convivir con Fausto.

Yo estaba tranquila en términos generales. Sé que Fausto no era ninguna “monedita de oro”, pero a mí me trataba con respeto y sentíamos gran estimación el uno por el otro. Sin embargo, de tanto que Joaquín hablaba de la mala administración de esa clínica y del maltrato a varios empleados, comencé a percatarme de que Fausto era muy déspota con los empleados y eso no me causaba ningún agrado. Si yo no había tenido conflictos con él era porque yo era la más destacada entre su cuerpo de especialistas.

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Pero un buen día, sin que yo estuviera presente, Fausto le reclamó a Joaquín por su manera de vestir y por su irregularidad en el uso del inmueble. Lo acusaba de “no conservar la calidad de su hospital”. No puedo decir que Joaquín se distinga por su belleza, pero sí puedo defender su pulcritud y su buen trato a los pacientes. Esto fue suficiente para que Joaquín decidiera no volver a pisar ese hospital, su indignación desvanecía su capacidad de diálogo cuando yo quería arreglar ese tema. Lo entendía pero yo pensaba que nuestra estabilidad dependía de ese consultorio. Hasta este momento siguen las discusiones en casa. Joaquín siente que yo no lo apoyo, a pesar de que él es un médico muy honorable, dice que me he puesto de parte de Fausto y que él sí que es un aprovechado de las circunstancias.

Soy médico, soy mujer y no me olvido de mi condición humana

Para mayo de 2000 Joaquín y yo nos enteramos de que esperábamos nuestro primer hijo. Esta noticia sorprendentemente cambió nuestra manera de tratarnos, éramos mucho más cariñosos uno con el otro. Él en especial me cuidaba más que de costumbre y me llamaba tres o cuatro veces al día, para saludarme o sólo para saber que estaba bien.

Se puede decir que mi embarazo fue muy saludable, no sentí grandes incomodidades ni mayores complicaciones. Incluso, como ginecóloga puedo decir que fue un muy buen embarazo. Me sentía tan fuerte y tan sana que no dejé de trabajar casi como lo hago normalmente.

Según mis cálculos nuestro hijo llegaría para la tercera semana de febrero aproximadamente, entonces yo pensaba trabajar hasta enero. Mi mamá, Joaquín y tías mías me rogaban que dejara de trabajar, o que por lo menos sólo diera consultas, pero que ya no me exigiera tanto en las cirugías. Les agradecí su preocupación pero de verdad que me sentía muy entera para continuar trabajando. De algo estaba muy convencida: Mientras yo gozara de buena salud y mi hijo no estuviera en riesgo, yo seguiría cumpliéndole a mis pacientes. Ellos me necesitaban porque mi trabajo estaba en permanente contacto con la vida.

Una de mis pacientes tenía programado su parto para la segunda semana de enero y necesariamente recurríamos a una cesárea por su edad. Para esas fechas yo también estaría cerca del nacimiento de mi hijo, por lo que yo no estaba completamente segura de poder realizar esa operación personalmente, pero sí estaría asistiéndola ya que ella contaba conmigo porque sentía una profunda confianza en mi calidad. Recuerdo perfectamente que desde su primera cita ella me dijo: “Doctora, estoy muy nerviosa porque durante muchos años no he podido tener hijos, y ahora que sé que estoy esperando al primero sólo puedo dejarme en sus manos y hacer todo lo que usted me diga. Este es el momento más importante de mi vida”. Valoré profundamente sus palabras.

¿Acaso estoy en un error pensando que mi trabajo es importante para mis clientes?

¿Debería hacer a un lado mi rol de médico porque estoy embarazada?

Mi ética se pone a prueba

La mañana del ocho de enero teníamos todo listo para la cesárea de mi paciente. Le pedí al Dr. Gonzaga que participara como cirujano en esta ocasión y yo lo asistiría. Pero no me sentí del todo bien al llegar al hospital, me faltaba aire y tuve náuseas. De cualquier modo me preparé para entrar y revisar que todo marchara correctamente. Me sentía fatigada pero no creí que pudiera empeorar mi estado físico.

La noche anterior habíamos tenido una discusión seria Joaquín y yo respecto al lugar donde me intervendrían para el parto. No teníamos mucho dinero porque estábamos pagando renta, las mensualidades del auto, un seguro de gastos médicos mayores y todo lo que habitualmente se gasta al mes. Él quería atenderme con amigos del hospital donde él trabajaba —del sector público—, yo prefería que

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fuera en una clínica particular, y por facilidad pensaba en que fuera en la de Fausto. Como no llegamos a ningún acuerdo nos fuimos a dormir muy molestos.

Durante la preparación de mi paciente me vinieron unos fuertes dolores y respiraba con mucha dificultad. Cinco minutos después de entrar al quirófano se me nubló la vista y no supe más. Me desmayé. Cuando desperté estaba acostada en la cama de un hospital, conectada al suero y con un ventilador —para ayudarme a respirar.

Joaquín, que estaba tomándome la mano derecha, me decía que todo estaba bien, que no me preocupara. Yo necesitaba saber sobre mi bebé. Dormí más de 18 horas y cuando volví a despertar le pregunté a una de las enfermeras por mi historial clínico, —siempre que entra uno a urgencias se debe investigar si uno es alérgico a algún medicamento y se asienta en el expediente. Ahí se describía mi proceso:

Presentaba infección de vías respiratorias alta (faringitis). Ellos debían saber perfectamente que yo soy alérgica a la penicilina y me preocupaba mucho saber quién me estaba monitoreando. Pero nadie apareció en el rato que angustiosamente estuve despierta.

En un lapso de pocas horas no supe nada. Alguien mandó a suministrarme cefalosporinas y me causó una reacción cruzada. Dado que estaba trabajando, les pareció fácil administrarme antibiótico por vía intravenosa, junto con un anti-inflamatorio y un mucolítico (para bajar la inflamación).

Debo mencionar que el error de quien me haya medicado de esta manera me provocó un choque anafiláctico, sé que suena muy raro este término médico y por eso mejor explico las implicaciones. Probabilidades: 93% de mortalidad, falla orgánica múltiple (daño en riñones, corazón, hígado, cerebro o pulmones), paro cardiorrespiratorio. Síntomas esperados: edema, bronco-espasmo y urticaria. Necesitaba un tratamiento urgente para sacarme de esa situación ya que no sólo corría riesgos mi vida, sino también la de mi hijo. No podían hacer nada por mi bebé hasta que estabilizaran mis condiciones generales.

Joaquín no dejó de decirme que en cuanto me estabilizara me trasladaría al hospital donde él trabajaba. Yo le dije que no, que estaba decidida a permanecer en aquella clínica —la de Fausto. Pero Joaquín ya había hablado con un abogado para demandar la negligencia de quien resultara responsable.

Fausto corrió a un pasante, acusándolo de haber cometido el error. En el momento en el que yo ingresé a urgencias no había doctor de guardia. Joaquín discutió airadamente con Fausto amenzándolo de meterlo a la cárcel, pues tenía el historial médico y pruebas que demostraban la mala administración del hospital.

Fausto devolvió la amenaza a Joaquín, él lo demandaría por haber robado documentos confidenciales de su hospital, por abuso de confianza y por calumnias.

En este momento en el que estoy por dar a luz, no sé que hice mal. Estoy muy angustiada porque no sé en qué situación legal quedará mi marido. Espero que mi hijo nazca bien y que no haya consecuencias de lo sucedido.

Quiero pedirle a Joaquín que retire la demanda en contra del hospital porque sé que Fausto, por su posición económica, puede perjudicarnos. Pero, ¿qué le responderé a mi esposo cuando me vuelva a decir que no lo he apoyado? ¿Qué puedo hacer si siempre quise ser responsable?

Me doy cuenta de que todo esto es la consecuencia directa de la mala ética que Fausto tiene. Ha sido un hipócrita y ha abusado de muchos empleados. De todo me he dado cuenta, pero me siento una traidora porque sólo en este momento —cuando yo soy la perjudicada— estoy juzgando a Fausto.

¿Qué debo hacer en este momento? ¿Cuál sería la mejor decisión?