barberá, carmen - juana la loca

Upload: adrianna-tomala

Post on 18-Jul-2015

164 views

Category:

Documents


7 download

TRANSCRIPT

Mujeres Apasionadas

Las grandes historias de amor suelen tener como protagonistas a mujeres apasionadas, que hicieron de su vida lo que la posteridad ve a modo de verdaderas novelas, pero que fueron dramas reales y muy intensos que compiten ventajosamente con las ficciones ms famosas de la literatura. Nadie hubiera podido imaginar heronas amorosas con una personalidad tan fuerte, tan patticas y arrebatadas como las que conocemos con todo lujo de detalles por las crnicas de tiempo atrs; desde los sentimientos ms sublimes del amor divino hasta la venalidad de las clebres cortesanas de antao, sin desdear la voluptuosa atraccin que es posible sentir por el poder, el arte o la ciencia, toda la gama de las inclinaciones del corazn femenino. En esta coleccin se recogen de forma a un tiempo rigurosa y amena, con la seriedad de un punto de vista objetivo e histrico, pero tambin con la maestra de los buenos escritores, las apasionantes vidas de estas mujeres que hicieron de su nombre un smbolo del amor que, segn el poeta, mueve el mundo y las estrellas.

2

3

Carmen Barber

JUANA LA LOCA

Planeta

4

COLECCIN MUJERES APASIONADAS/1 Direccin: Rafael Borrs Betriu Consejo de Redaccin: Antonio Padilla, Cristina Pags, Marcel Plans y Carlos Pujol 1992, Carmen Barber 1992, Editorial Planeta, S.A. Crcega, 273-279, 08008 Barcelona (Espaa) Ilustracin y cronologa al cuidado de Antonio Padilla Diseo coleccin y cubierta de Hans Romberg Ilustraciones cubierta: anterior, Juana la Loca, por M. Michel, coleccin Duque del Infantado, Sevilla (foto Oronoz); posterior, Doa Juana la Loca ante el fretro de su esposo, por F. Pradilla Museo del Prado; Madrid (foto AISA) Procedencia de las ilustraciones: Archivo Editorial Planeta, Archivo Mas Depsito Legal: B. 32.578-1992 ISBN 84-08-00091-8 Composicin: Foto Informtica, S.A. (Aster, 10, 5/11) Primera reimpresin (Argentina): mayo de 1993 Hecho el depsito que prev la ley 11.723 ISBN 950-742-333-8 Reimpresin para Editorial Planeta Argentina S.A.I.C. Independencia 1668 Buenos Aires (Argentina)

5

Impreso en la Argentina

6

ndice

CAMINO DE FLANDES....................................................................................................11 CAMINO DE CASTILLA...................................................................................................57 CAMINO DE BRUSELAS...............................................................................................111 CAMINO DE ESPAA....................................................................................................126 CAMINO DE TORDESILLAS.........................................................................................171 CAMINO INTERRUMPIDO............................................................................................209 BIBLIOGRAFA...............................................................................................................236 CRONOLOGA.................................................................................................................237

7

8

A mis hijos Cary y Jorge, que con tanto coraje sostuvieron el mo para la realizacin de este libro. Y a mi amiga Elena Salvador, viuda de Puigvert, que me contagi su apasionado entusiasmo.LA AUTORA

9

No s si sera posible encontrar, de todo el conjunto de los mortales, a uno cualquiera que est cuerdo a todas horas, sin estar posedo por alguna clase de sinrazn. DESIDERIO ERASMO DE ROTTERDAM

10

CAMINO DE FLANDES

Siendo yo muy pequea, y al explicarle a la reina el asombro que me causaba encontrarla en el jardn cuando apenas un momento antes la haba dejado en mi habitacin, pregunt: Y qu haca yo all? Bordabas. Eso fue ayer, Juana. Y si fue ayer, por qu acabo de verte ahora? Porque tienes memoria. Qu es memoria, madre? La facultad de reproducir en la imaginacin cosas pasadas. A partir de aquel instante el ejercicio de la memoria fue un divertido entretenimiento durante mi infancia y la salvacin de mi equilibrio espiritual cuando la soledad y la traicin me destrozaban el alma. Nacida para reina, los tres seres ms queridos de quienes yo pude recibir ayuda usurparon mis derechos al trono sin el menor remordimiento y me obligaron a llevar la ms desgraciada de las existencias. Sin duda alguna la concertacin de mi boda, el obligado regreso a Espaa, mi ineludible permanencia en la pennsula y el forzado ingreso en el castillo de Tordesillas, donde iniciara un mal disimulado cautiverio, fueron intereses de Estado ante los cuales nadie vacil en hacerme vctima. Al ser mi madre soberana de Castilla, de Len, de Granada, Toledo, Valencia, Galicia, Mallorca, Sevilla, Cerdea, Crdoba, Crcega, Murcia, Jan, los Algarves, Algeciras, Gibraltar y de las islas de tierra de Canaria, condesa de Barcelona, seora de Vizcaya, y de Molina, duquesa de Atenas, de Neopatria, condesa de Roselln y de Cerdea, marquesa de Oristn, y de Gociano..., y pasando dichos ttulos a mi poder por voluntad suya, as expresada en el testamento donde me nombraba heredera universal, era penoso comprobar que ninguna de tantas dignidades me permitieron ejercer, reduciendo el podero de mis extensos dominios al disfrute de un inhspito castillo, una hija de dos aos y un cadver insepulto. En estas condiciones mis

11

veintiocho aos no tienen futuro. No obstante, tengo memoria. Gracias a ella puedo revivir momentos enternecedores capaces de aliviar la dureza de mi destino. Momentos como el de aquella tarde en que, sentada en la poltrona que usaba mi madre para descansar, iba yo observando el cielo a travs de la ventana, cuyo bello arco lobulado festoneaba las nubes. Contemplar nubes festoneadas era un lujo en la austera corte de mis padres, dados al sayal ms que a las sedas y brocados. Me gustaba fantasear y as lo estaba haciendo en la primera tarde de un verano a punto de avasallarnos. La reina me llam la atencin por dos veces de manera disimulada. Una, por ocupar su silla. Otra, por dar la espalda a la reunin. Al no hacerle caso y desagradndole amonestarme en presencia de extraos, renunci a insistir guardando para despus una severa regaina. No era frecuente coincidir la familia completa en ratos de ocio, as que pareca una fiesta. Sin embargo aquel da lo dedicaron a discutir extremos de nuestra educacin. Estuvieron presentes algunos preceptores de inconcreto recuerdo. Tal vez nos acompa el preferido de mi madre, Alexandro Geraldini, oriundo de Amelia, bello pueblo de la Umbra italiana cuyos habitantes siempre presumieron de que all predic san Francisco. Al menos as nos lo contaba el prelado don Alexandro, de tan buena memoria como sus paisanos. Posible fuese tambin la presencia de doa Beatriz Galindo, la Latina, por aquel entonces recin casada o a punto de casarse con Francisco Ramrez, secretario de mi padre. O quin sabe si nos hizo compaa el mdico alemn Jernimo Mnzer, recin llegado a Castilla fascinado por la epopeya de nuestro pueblo en marcha, el cual calific a los reyes y a su prole de humanistas, adjetivo que encant a la reina. Ms rara pero factible, sera la visita del confesor del rey y preceptor de mi hermano Juan, fray Diego de Deza, de la orden religiosa de Santo Domingo y profesor de teologa en la Universidad de Salamanca. Sin embargo, no les prest la menor atencin gracias a mi facilidad de abstraerme. Hasta que mi madre orden: Juana, retrate a tus aposentos. El sobresalto fue maysculo y comprend lo evidente de mi mala conducta. Segura de la severa reprimenda que me aguardaba, supliqu al cielo misericordia. Ya en mi habitacin, ech mano de los castigos corporales, us cilicios y acab tendida en el duro suelo para aplacar las malas inclinaciones de mi nimo. Ni las punzadas del fro invierno, ni la incmoda dureza del pavimento en cualquier poca del ao

12

conseguan disminuir las ansias de ser la mejor a los ojos maternos. Con prcticas tan austeras y sacrificios voluntarios, me gan buena fama de pertenecer a la raza de los msticos. Aquello me halagaba. El fin primordial de mi madre en este mundo no era acercarse al mundo de Dios? A mi manera, acercarme a Dios significaba acercarme a mi madre. Por lo menos cuando la reina buscara a Dios, me encontrara a su lado. A la fuerza haba de preferirme. Qu haces, Juana? Puesta en pie de un brinco, busqu con la mirada el lugar de donde sali la voz. Maduraban los frutos, se abran los capullos de las flores, crecan las mieses en alguna parte de Castilla, y aquel espesor de miel hecho de vida, produca en la atmsfera una luz compacta contra la cual, en el centro de la puerta abierta, resaltaba la silueta de mi madre. Su brazo alzado sostena la espada de las batallas. Una espada idntica a la que tuvo el Cid Campeador, aunque libre de adornos innecesarios. Quieres contestarme, hija? Qu haces? Como en anteriores ocasiones la espada, fruto de mi imaginacin, desapareci. A fuerza de repetirse, el hecho comenz a ser molesto. Quiz era producto de mi terror al suponerla capaz de cortar cabezas, atravesar corazones, eliminar vidas humanas? La imagen guerrera de la reina casaba muy mal con su autntico fervor religioso y la idlica estampa de madre amantsima. Sigo el ejemplo dije de las vidas de santos que me mandis leer. A tu edad, esos sacrificios perjudican la salud. Los santos practicantes eran adultos. Te has propuesto conseguir la santidad, hija? Repara que es un camino muy abrupto. Llegar a santa es fcil. Pues cmo? Te levantas por la maana, olvidas la voluntad propia y pasas la jornada cumpliendo lo que te ordenan. Obedecer es lo principal, y para evitar tentaciones, se llena el pensamiento con una retahla de plegarias. La responsabilidad se deja a los otros. Eso s que me costara, madre! Pero ser santa es muy fcil. Comprob con placer que la reina sonrea y aprovech en mi favor la circunstancia de su aparente debilidad. Vas a reirme? Debiera.

13

... pero no? No. Hay otro asunto primordial. Algo que te concierne muy especialmente. Encantada por el protagonismo inesperado, trat de hacer que mi madre se explicara. De qu se trata? Qu ocurre? Es algo bueno? iba yo diciendo mientras la reina sentbase a mi lado en el divn. Se trata de tu boda. Eso no es bueno. Antes de emitir un juicio, debes reflexionar. Cmo sabes que es malo si desconoces los detalles? Porque el nico detalle que s me desagrada. Y cul es el detalle? Si me caso no vivir contigo. Los ojos verdes de mi madre, que de costumbre me recordaban los valles de Castilla, se iban transformando en mar con el diminuto oleaje de sus lgrimas. Puso ambas manos encima de mis cabellos y a su contacto sent la crispacin de una raz a punto de arrancarse. La observ ansiosa. Cierto, Juana. No podrs vivir conmigo. Porque eres reina? Tu alto nacimiento te exige determinados servicios a la patria. Los reyes hacemos historia al vivir y debemos ser conscientes. Pero si t no fueras hija de quien eres, la situacin no cambiara. Cuando un hijo toma estado, se aparta de sus mayores y funda una nueva familia. Como mi hermana Isabel? Exacto. Durante mi infancia senta un cario muy exclusivo por Isabel, mi hermana mayor. Cumplidos veinte aos cuando yo tena once, desapareci de mi lado para casarse con el prncipe Alfonso de Portugal, hijo del rey Juan II. Ocho meses ms tarde, ya viuda, regres a casa transformada en una joven entristecida. Seis aos despus volvi a contraer matrimonio. Esta vez con el rey de Portugal, Manuel el Grande, pariente de su primer marido. Dime, madre pregunt resignada. Quin ser mi esposo? Felipe de Habsburgo, rey de Borgoa y Pases Bajos desde el fallecimiento de su madre, adems de nico heredero del emperador Maximiliano I de Alemania. Un rey...? Debe de ser viejo!

14

Sabes tu edad, Juana? mi madre sonrea. Diecisis aos y medio puntualic exultante. Felipe tiene diecisiete. Result definitivo. Algo ntimo se calm. Algo lnguido y exigente a la par. Qu pasar con mis hermanos cuando yo me marche, madre? surgi en seguida el apego a la familia. Te recordarn, desde luego. Y si te refieres al futuro, todo est previsto. De momento, Isabel defender nuestra divisa en Portugal. A la pequea Catalina la destinamos para introducirnos en Inglaterra. Tu hermano Juan heredar nuestros reinos, adems de casarse con la hermana de quien ser tu esposo. Es decir: tu cuada, Margarita de Habsburgo, futura reina de Aragn y Castilla, como t lo sers de Borgoa, Flandes y Austria. Las alianzas matrimoniales fuera de la pennsula contribuyen al pacfico mantenimiento de nuestra poltica exterior. Te haces cargo, Juana? Busqu en los trazados cartogrficos el significado de un comportamiento tan minuciosamente calculado. Mi dedo resigui fronteras a punto de inclinarse a los pies de los Reyes Catlicos, incansables en la ampliacin de su reino. Pero ni una sola vez mi trmulo ndice tropez con la diminuta interrogante que se iba formando en mi corazn de muchacha: le gustara yo a Felipe? Dime, madre. Cmo era mi abuela, tu suegra Juana Enrquez? De carcter muy luchador. En lo fsico, de facciones menudas, ojos rasgados color de miel y cabellos castaos bastante claros. Si en los momentos de humor te llamo suegra es por vuestro gran parecido. Entonces soy as de guapa? Eres as de vanidosa. Y la vanidad te alejar de Dios. Aunque yo no pensaba en Dios. A menos que Dios se llamara Felipe.

El caballero detuvo el furioso galope de su alazn a pocos metros de la reina. Con gran pericia oblig a la bestia a cuadrarse. Luego salud militarmente, anunciando: Alteza, llegamos a Laredo. Llegar a Laredo significaba para m sentir en el pecho aquel zarpazo brutal. Siempre cre que el peor dolor de nuestra existencia lo

15

producira la muerte. Por lo menos, era un estado del cual nadie se recuperaba. Pero mi capacidad de sufrimiento consegua cumbres tan altas que, a menudo, supuse que sufrir sera peor que morirse. As pues, nunca supe diferenciar la muerte del dolor, viviendo en una constante duda. Madre, me muero. Otra vez, Juana? Ahora estoy segura. Me muero de veras. Es un sufrimiento insoportable! Al embarcarme perda mi infancia, mis hermanos, los cilicios, mis ansias de santidad y las bromas de los reyes acerca de las granadas aadidas al escudo castellano. La reina posea la enorme habilidad de captar la atencin hacia lo que consideraba importante y yo crec en el convencimiento de que en la vida no habra de faltarme su voz orientadora o la voz de alguien aleccionado por ella. En cambio, me enfrentaron sola a mi primera navegacin lejos de la pennsula, escoltada por una flota de veintids barcos y un nutrido ejrcito, para casarme con un desconocido y reinar en un pas del cual ni siquiera saba su idioma. Hubiera dado todo cuanto tena por quedarme. De momento, las eventualidades atmosfricas actuaron en mi favor. El psimo tiempo aconsej retrasar la salida. Hasta cundo? pregunt. Nunca se sabe. Pero nos acercaremos a rezar a Nuestra Seora de la Asuncin. La iglesia es del siglo XIII, verdaderamente magnfica. Quiero que la conozcas. Y qu pedirs a la Virgen, madre? Que apacige el temporal. Nuestra Seora de la Asuncin complaci los ruegos de la reina cuarenta y ocho horas despus. Aquello signific dos noches al lado de mi madre. Si no cantaba nanas, lo pareca. Inexorable, lleg el momento de separarnos. As lo anunci el almirante de la escuadra don Fadrique Enrquez. Alteza, amain el temporal. Es hora de partir. Mi madre se estremeci. Bien, hija dijo. Debemos despedirnos. Confo que te comportes dignamente. No creas que me pasa inadvertida tu angustia. Tambin yo la siento. La tuya nace de ignorar lo que te espera. La ma de conocerlo demasiado. Pero ambas cumpliremos con nuestro deber.

16

T no lo cumples siempre, madre lanc a la desesperada, como si aquel mnimo reproche tuviera el poder de interrumpir mi viaje. A qu te refieres, Juana? A la austeridad. Siempre la predicas y ahora haces un alarde excesivo de naves, soldados, damas de honor, incluso mi ajuar casi llena un barco. Tanto te alegra que yo me marche? La reina disimul la hondura de un suspiro antes de responder: El fin primordial de concertar a la vez tu boda con don Felipe de Habsburgo y la de tu hermano Juan con Margarita fue evitar gastos. En primer lugar convinimos suprimir ambas dotes. Era igual ofrecerlas equivalentes que no dar ninguna. Asimismo se pact que la manutencin del squito de cada princesa correra a cargo de sus maridos. En cuanto a los viajes, en vez de organizar uno hacia Flandes y otro hacia Espaa, decidimos aprovechar la flota que te conduca a tu nuevo pas para traer al nuestro a quien ser tu cuada. De veras, hija, te parece poca austeridad? De sbito ced. Cuando alc la vista para mirar a la reina, yo slo era una nia tmida y paciente. Advirti mi madre el desamparo y me abraz. Apoyada mi cabeza en su pecho, sus palabras eran un rumor maternal. Mndame noticias, dime cualquier queja, explcame penas y dichas, no me ocultes nada. Reza a la Virgen y suplcale su ayuda. Sobre todo, Juana, ama a tu esposo, querida hija. Abandon el barco a tientas, incapaz de ver a travs de las lgrimas. Estuvo en la playa hasta que la nave traspas el horizonte de Laredo. Las maniobras de salida fueron lentas y me sobr tiempo para anegarme en la pena. La esbelta procesin de velas izadas rasgaba el azul pursimo del cielo. Bajo el ardiente sol del verano brillando en el agua, el viento en popa y un cierto alborozo espumado a babor y estribor de las naves, comenzamos a navegar por el mar que de un lado nos conduca a Flandes y, del opuesto, a las playas recin descubiertas de las Indias. Exactamente, dos meses y once das antes ancl Cristbal Coln en el mismo puerto al regreso de su segundo viaje de aventura. El Almirante desembarc agobiado de acusaciones y calumnias. En sus manos traa un emotivo regalo para su alteza la Reina Catlica doa Isabel I de Castilla. Es decir: una ciudad apenas nacida en ultramar, bautizada en su honor con el nombre de Isabela. A semejanza de Coln, tambin yo emprenda el asalto a los reinos de

17

Flandes con el propsito de espaolizarlos. Aun ignorndolo, iba a promover grandes movimientos polticos, ingentes luchas entre naciones. Los dems aprovecharan las circunstancias para enarbolar su ambicin. Respecto a m, pese a la apariencia de contar con un futuro esplendoroso, pronto sentira en la piel los tremendos zarpazos de la fatalidad. De manera sutil se me acercaba el infortunio a la salida de Laredo en el da 22 de agosto del ao 1496. Al apartarme de la patria, todo fueron desgracias. En realidad, despegu de los lmites geogrficos de mi tierra como del prieto amor de mi madre. Fue un verdadero desprendimiento de placenta. Un volver a nacer. As de herida me somet a la curacin de mi espritu maltrecho mediante pcimas de olvido. Pasaba la jornada oteando el paisaje, las extensiones desconocidas, los fantsticos saltos de los peces siguiendo en manada la estela del navo. La noche transcurra peor. Dorma mal y de manera intermitente. Despertaba sobresaltada en mitad de horribles pesadillas, siempre en el instante de sorprender la puerta del camarote al cerrarse detrs de mi madre que hua. Qued convencida de que la reina estaba conmigo, vigilndome y dispuesta a desaparecer en el crucial momento de la realidad. La congoja me rompa el corazn, pero resist aferrada al recuerdo de las noches transcurridas en Laredo. Por qu ahora me esquivaba? Agotada mi resistencia, al fin claudiqu soltando las amarras de la infancia y entregndome de lleno a la propia responsabilidad. Nunca hice algo tan a tiempo. La borrasca, amainada en apariencia, al cabo de dos das se alz contra nosotros en el centro del canal de la Mancha. La envergadura de las olas alcanzaba tamaos escalofriantes. La flota se zarandeaba indefensa. Fue un caos pavoroso, difcilmente superable. La furia del mar volcaba las embarcaciones. Se arriaron los botes para la salvacin de nufragos. Mstiles y velas se amorraban peligrosamente en el agua. Los barcos buscaron refugio a la desesperada. El nuestro ech anclas en el puerto de Portland. Instalada en el castillo de la ciudad, recib la protocolaria visita de los nobles ingleses deseosos de conocer a la infanta de Espaa y futura archiduquesa de Austria. Me agradaron sus atenciones exclusivas a mi persona, en la primera actuacin ma de infanta independiente, pues ni el archiduque ni mis padres estaban conmigo. Al cambiar el viento reemprendimos la ruta, pero cuando la nave enfil la inesperada anchura del Escalda en busca de Amberes contempl con orgullo el

18

soberbio mascarn de proa. La tormenta no haba conseguido vencernos. Tmese la archiduquesa esta infusin azucarada me deca alguien. Me hallaba en Amberes, situada a orillas del Escalda, ciudad perfilada por redondas colinas, mesetas, valles fluviales, bosques y pastos. Hospedada en la impresionante residencia de Carlos el Temerario, desde mi llegada me mantuve arropada en el suntuoso lecho que me acogi al caer vctima de un catarro muy adecuado a los avatares de la travesa. El difunto Carlos, duque de Borgoa y conde de Charolais, fue padre de doa Mara de Borgoa, esposa de Maximiliano y madre de Felipe. Ambos, Carlos y Mara, tuvieron un desenlace inesperado. A los cuarenta y cuatro aos muri Carlos en un estanque helado y Mara de Borgoa falleci de una cada del caballo a la temprana edad de veinticinco. Sus fantasmas me recibieron en Amberes con la persistencia propia de los muertos cuanto mayor es la ausencia de los vivos. Y Felipe no estaba. Acongojada por mi soledad, me esforzaba en conservar el catarro para seguir ocultndome en el refugio de las sbanas. Le sent bien la infusin a la archiduquesa? Lo peor del catarro fue todo excepto el catarro. Aquel pas destinado a ser el mo no se pareca a mi pas. Para comenzar, las medidas del ro Escalda suscitaban la duda de que, tal vez, fuese mar. En tierra firme la ambigedad continuaba, pues las gentes se referan indistintamente a Flandes, Brabante, Baja Alemania o Blgica, aumentando mi confusin. Rindindome pleitesa, los notables del reino pretendan informarme en francs, alemn, flamenco y latn. En presencia de cuatro consejeros de los Estados Generales quise saber de dnde eran mis sbditos. Los cuatro contestaron a la vez: Somos belgas. Valones. Frisones. Flamencos. La gran decepcin al llegar a Amberes haba sido la ausencia de mi futuro esposo. No faltaron banderines, gallardetes, msica y mltiples seales de fiesta en ambas orillas del ro. Abundaron los suntuosos recibimientos. Altas personalidades acudieron a saludarme. Con el alma callada y los labios mudos, yo espiaba el instante de conocer a Felipe. Pero Felipe, que tan prximo senta, era una mentira.

19

Siempre habra de ser una mentira. Y se hallaba lejos en un lago llamado Constanza, cuyo nombre aceler mi pulso al confundirlo con el de una mujer. Enterada Margarita de nuestra diferida llegada culpa de la accidentada travesa, vino a mi encuentro desde la ciudad de Nemur. Junto al lecho en que yo tosa extenuada de fiebre, asom su rostro juvenil. Me complaci en extremo conocerla y sent vivo placer al comprobar que era tan desenvuelta y complaciente. Arrebujada en un montn de cobertores, observ a la hija del emperador Maximiliano. Fijamente. Se te ofrece algo, Juana? pregunt. Nada pero estaba segura de que alguna de aquellas facciones habran de repetirse en las facciones de su hermano. No... Nada. En cuanto te encuentres bien, iremos a Lier. All esperaremos a Felipe. Tampoco en Lier mejoraron las cosas. Estuve instalada en un apacible convento de hermoso claustro, oyendo msica religiosa y los cnticos de las monjas. El fro apretaba demasiado, excesivamente. Caa el sol en la noche anticipada y yo estaba segura de que alguien retena la tarde para impedirle brillar. La aoranza me impuls a pedir un ramito de espliego y aspirar, en su denso perfume, recuerdos montaraces. Espliego...? Qu es espliego, seora? Y cmo sera un pas que no conoce el espliego?, pens asombrada. Margarita me distrajo la tristeza con el minucioso relato de mi cercana boda. La celebracin sera en Bruselas. La mejor catedral abierta a la mejor plaza para celebrar las nupcias del archiduque de Austria don Felipe de Habsburgo, llamado el Hermoso, con doa Juana de Castilla, hija tercera de los insignes Reyes Catlicos. Acudiran el emperador Maximiliano, los familiares directos y entenados, nobles, cargos honorficos, autoridades militares y de la Iglesia. Una corte considerada la ms elegante de Europa, ya en vida de la fallecida Mara de Borgoa. Todos los pases se disputaban el honor de merecer la invitacin de los emperadores con el fin de aprender la cultura cortesana y caballeresca de la monarqua flamenca, aplicndola despus a sus respectivos pases. Marco de las fiestas y celebraciones de tan grato enlace sera el suntuoso palacio real. En la superficie de los bellsimos espejos venecianos repartidos por sus salones habra de reflejarse la frgil figura de la jovencita esposa, mayormente quebrada su silueta despus del catarro sufrido.

20

Ser maravilloso termin el relato Margarita. Por qu se retrasa tanto? me refer a Felipe. La razn de su ausencia era muy simple. Obstculos imprevisibles hicieron que el archiduque recibiera dos correos el mismo da. En uno, se le comunicaba nuestra salida de Laredo. En el otro, la llegada del cortejo nupcial a Blgica. A marchas forzadas emprendi viaje y mientras l cruzaba fronteras velozmente yo, que lo ignoraba, desfalleca de inquietud. Estbamos en pleno octubre, pero me pareci tan duro como el invierno de vila. El fuego encendido en la habitacin levantaba en mi nimo rescoldos de melancola. Me mantuve erguida como si no fuera preciso apoyarme en alguien, ignorando hasta qu punto me sostenan los recuerdos. Dej que la noche me envolviese sin cambiar de postura. Arrimada a la cristalera de mis aposentos, supla la quietud fsica con la movilidad visual. Mis ojos contemplaban los rboles del jardn azotados por el viento. Me esforc en recuperar sus nombres mientras la lluvia resbalaba en el cristal a pequeos trompicones de lneas quebradas. El impulso fracasado de las gotas, por avanzar aprisa y sin torceduras, me record el torpe esfuerzo de mis hermanos pequeos decididos a caminar solos antes de su primer aniversario. En lugar del nombre de los rboles, acudieron los suyos a mi mente. Me pareci orlos: Juana, soy Mara. Yo, Catalina. Y yo soy Juan. Voces antiguas salidas de la fantasa. Aunque otra voz, muy concreta, son a mi espalda. Yo soy Felipe. T eres Juana? Durante aos estuve detenida en el pasmo de aquel instante, bien arrimada al cristal mojado de lluvia en una ciudad extranjera, mientras la magnificencia de la vida se verta en mi alma castellana al escuchar: Yo soy Felipe. T eres Juana? S. Yo soy. Apel a las numerosas vrgenes protectoras de mi madre. A las santas a quienes me ensearon a encomendarme. A los mrtires de la religin y las nimas del purgatorio. La peticin de ayuda surti efecto, pues consegu alzar la vista y mirar. La antesala era una luminaria. En contraste con las sombras de mi habitacin, descubr en el umbral la elegante silueta de un hombre alto, esbelto, de apariencia arrogante y juvenil. Obedeciendo una orden suya, entraron los criados portadores

21

de lujosos candelabros, los depositaron sobre los muebles y, cumplida su misin, se retiraron. El ltimo cerr la puerta y entre nosotros se qued el temblor de las velas. Felipe avanz despacio. Me observaba. Y all donde su curiosidad se detena, iba yo cubrindome de rubor. De veras fue bella la suegra de mi madre? De veras que mis ojos rasgados, los cabellos castaos y las menudas facciones eran atractivas? Y dnde naca la perentoria necesidad de gustarle? Me avergonzaban mis ansias de recibirle, adelantndome a su espantosa lentitud. Cuando le tuve cerca, su mano alz mi barbilla y hube de mirarle. Dentro de m, la que yo era se fue atrs. Atrs en la distancia y en el tiempo, con el furor desesperado de quien huye de lo que anhela. Pero hasta all me siguieron sus brazos, restituyndome a la realidad, a la noche de otoo, al convento de Lier. Felipe era un muchacho bellsimo, enjuto, elegante de movimientos, de facciones perfectas al servicio de una seduccin y una inteligencia especial para cautivar voluntades, como estaba cautivando la ma. Haca rato que Felipe hablaba, pero yo no consegua escucharle. Me expliqu bien, Juana? Ests de acuerdo conmigo? Mientras recuperaba la serenidad, dije s. A todo. A cualquier cosa. En cierta manera yo meditaba. Desde Laredo a Lier cre que haba transcurrido una distancia de aos, aunque apenas pasaron dos meses. Vamos a casarnos, querida Juana la voz no consenta espera. Ya me inform Margarita dije aturdida que la ceremonia ser en Bruselas y... Bruselas? Ser ahora mismo! Una especie de terremoto sacudi el convento y a sus habituales moradores. Los ventanales del edificio se iluminaron todos, vertiendo su luz en las calles dormidas de Lier. Prepararon la capilla. Las tocas de las monjas pasaban veloces detrs de la celosa del coro, esforzndose en santificar con sus himnos religiosos la urgencia gensica del archiduque. El ltimo en comparecer fue el sacerdote. Traa preparado un sermn destinado a disuadir al monarca de su imprudente proceder, pero la negativa terminante de Felipe le impidi pronunciarlo. Sin embargo hubo una ceremonia inaplazable. El joven Habsburgo accedi a la presentacin de los caballeros castellanos, la corte civil y la corte eclesistica, que me acompaaban. Quedaron mis paisanos satisfechos de la gentileza, comentando entre sonrisas la simptica prisa del archiduque convertido en muchacho enamorado.

22

Nuestra infanta le sedujo de inmediato. Parece enajenado, verdad, seores? murmuraban a mi paso. Cuando ambos quedamos solos para gozar del mutuo encantamiento, sufr un violento trastorno. La enseanza ms traumtica de mi infancia estuvo en la prohibicin de contemplar el propio cuerpo bajo amenaza de pecado grave. Sin embargo, enfrentarme a mi desnudo en aquel momento, adems de inminente resultaba inevitable. A la vez que Felipe, tambin yo me descubr al mirarme en la luna del espejo. Observa tu propia maravilla, Juana. Y, por favor, mame. Al da siguiente no tuve despertar, sino deslumbramiento. Recostada en el montculo de las almohadas, vino a mi memoria un hecho insignificante. Yo tena cinco aos. El invierno se anunciaba tan duro, que la reina decidi pasarlo en Sevilla. Llegamos a la ciudad en los primeros das de octubre. Abrumados por el rigor climtico de Castilla, el otoo sevillano nos pareci una primavera amansada, cumplida. Y en el jardn colmado de perfumes, Isabel, Juan, Mara y yo nos entregamos al frenes de nuestros juegos. Llam poderosamente mi atencin el vuelo de dos mariposas. Sus alas de purpurina, plata y azabache se movan inquietas aire arriba. Posadas en el vrtice de los ptalos y baadas de sol, giraban en espiral hasta rozarse. Rpidamente separadas, reemprendan el vuelo buscndose otra vez. Qu hacen? pregunt, fascinada. Alguien me cuenta lo que estn haciendo? Las mariposas realizaban su danza nupcial. Lo supe luego, all en Lier, al descubrirme a m misma, al descubrir a Felipe, al orle decir: Observa tu propia maravilla, Juana. Observa y mame. Fue entonces cuando tuve noticias de mis padres, preocupados por la falta de las mas. Ya en las primeras lneas la reina aluda al temporal de Portland y solicitaba un relato minucioso que menguara su inquietud. Luego, descartado el comprensible inters por el buen trmino de los planteamientos polticos, la reina se expresaba en el tono coloquial tan clido para sus hijos. Adems de mi preocupacin por el estado de tu nimo, mi querida Juana deca, ando de lleno en la preparacin de los esponsales de nuestro muy amado heredero Juan y tu cuada Margarita. Tambin preparamos la segunda boda de tu hermana Isabel, de nuevo aliada a Portugal en su condicin de Reina. Por mediacin suya y tuya, por vuestros enlaces y el de Catalina que habr de casar con Arturo, Prncipe de Gales, las miles de almas cobijadas en todos

23

estos reinos acabarn perteneciendo al Dios Todopoderoso, Gobernador Universal del Cielo y de la Tierra. Y tengo para m que habr de ser as su voluntad, como lo fue el fallecimiento de mi madre en el mismo da de la Asuncin de la Virgen. Desde que se extingui en la paz del Seor, encuentro difcil apartarla del pensamiento. Me consuela la certeza de que muri enajenada y, por lo mismo, en estado de gracia. Su turbado entendimiento habr encontrado la serenidad en su sepulcro de Arvalo. Se quejaba, adems, del largo debate mantenido con los portugueses a raz de haber otorgado el papa Alejandro VI a mis padres el ttulo de Reyes Catlicos de Espaa. A este respecto el rey de Portugal mostraba gran resentimiento por considerarse a s mismo tan rey y tan catlico como Isabel y Fernando. Tambin aada su satisfaccin porque Gonzalo Fernndez de Crdoba hubiera sido nombrado Gran Capitn a causa del herosmo desplegado en sus batallas italianas. Me elogi su gnero de guerra, que aturda y desconcertaba al ejrcito enemigo, y se maravillaba de la inteligencia demostrada por don Gonzalo en la formacin de los campamentos. Construidos en forma de paralelogramos regulares, en seis calles situaba los peones, cuatro capitanas anexas al cuartel general, los almacenes de armas y bastimentos junto a las tiendas de los empleados de justicia y administracin. A continuacin colocaba el depsito de raciones y talleres, caballera ligera y hombres de armas, en cuyo centro ubicaba la tienda del general. A la reina le entusiasmaba aquella manera de racionalizar el caos de la guerra, admirndole tanto que despert en su esposo el rey un amago de envidia. Me resultaba fcil imaginar sus preocupaciones, especialmente por la profunda herida de mi abuela Isabel de Portugal. Era indudable que acababa de morir una reina de Castilla, nieta de Jaime I de Portugal, viuda de don Juan II de Castilla, instigadora de la decapitacin del impertinente valido don lvaro de Luna, que adems vivi cuarenta y dos aos recluida en la villa de Arvalo aquejada de cruel demencia, heredada de su familia portuguesa. Todo ello era bien cierto, tanto como lo inservible de las lecciones que mi madre me ense. La gran reina Isabel la Catlica, su oposicin a consentir negativas y lo rgido de sus conceptos morales se fueron al garete al terminar la increble navegacin iniciada por m en su regazo, y acabada en el subyugador puerto de mi primera noche de bodas. En realidad, aunque me agradaba recibir noticias apenas las apreciaba. Ni en una de sus lneas

24

apareca el nombre de Felipe. Y sin Felipe, jams entrara yo en ningn paraso.

Desde el antepecho de la barandilla de piedra que cercaba las amplsimas terrazas de palacio, antesala del jardn donde yo paseaba antes de que Felipe y la maana despertaran, las nubes detenidas en el horizonte de Bruselas me recordaban las de Toledo cuando yo oteaba el paisaje desde las almenas. Eran nubes de un rojo vivo, de pura y encendida sangre. Prescindiendo del tiempo, se haca fcil confundir el alba con el ocaso, y el sentimiento de eternidad derivado de esta confusin me fascinaba. Sera posible eternizar mi enamorado xtasis? Tal vez s, pues al parecer bastaba iniciar un solo gesto de felicidad para que ste se ampliara continuamente, como las ondas de un estanque cuando tiramos una piedra. Por qu nunca aprend estos ademanes en mi patria? Desde mi nuevo pas la vida apareca distinta y Espaa era un lugar perdido al final de Europa. Perdido y oculto por el gran teln de los Pirineos. En su recinto se concentraban mltiples divergencias, precisamente aquellas que los Reyes Catlicos deseaban paliar. El reino de Aragn, que comprenda el territorio de su nombre, los de Valencia y Catalua y las islas de Mallorca, Cerdea y Sicilia, se asomaba al mar que aumentaba su fuerza. Mientras, la gran Castilla, de doble extensin territorial, se ahogaba en s misma hasta el momento en que la conquista de Granada abri una brecha de respiracin con su salida al Mediterrneo. En tal situacin y comprendiendo las necesidades del Estado, mis padres se propusieron realizar la unidad poltica, disciplinando a la anrquica nobleza e interviniendo en los municipios; la unidad territorial, expulsando a los rabes, y la unidad religiosa, instaurando la Inquisicin y desterrando a los judos. El proyecto alcanzaba tal magnitud que, desde el primer momento, contaron con nuestra cooperacin y esfuerzo. Por ello, la educacin que recibimos, aparte de severa, iba dirigida a nuestra condicin de hijos de reyes. En trminos generales fuimos instruidos en gramtica latina y castellana, historia espaola y extranjera, historia sagrada, catecismo, herldica, filosofa, dibujo, msica y canto. A Juan, muy especialmente, se le imparti una verdadera educacin de prncipe, mientras que a las hermanas, considerando el rango de futuras reinas consortes, nos instruyeron en la misin de colaborar,

25

comprender, manejar y, si se terciaba, influir en el posible esposo para que inclinara su poltica hacia la de nuestros padres, su mensaje ideolgico y la absoluta defensa de la religin catlica. Con este estado de nimo fui al encuentro de Felipe. Se trataba de ejercer un acto de seduccin negociable a beneficio del Estado. Pero nadie me inform acerca de la necesaria seduccin del hombre mediante los estmulos de mi esencia femenina. Naturalmente, desconoca el significado de la seduccin. Con los cabellos recogidos a manera de corona en lo alto de la cabeza, la toca cubrindolos, el vestido de corte monjil, el escote cerrado en torno al cuello y las telas en tonos oscuros, fue milagro que gustara a Felipe. Sin embargo as sucedi y mi esposo no se cansaba de repetrmelo: Llova. Te acuerdas, Juana? Y me subyug tu melancola de nia perdida bajo la lluvia. Menuda y blanca, los ojos rasgados y tu frgil indefensin ante el porvenir me cautivaron. Vena a cumplir con mi deber y me cay en las manos la ms extraordinaria de las dichas. Nunca lo olvidar, Juana. Tampoco yo olvidara nuestra boda secreta en el convento de Lier ni la ceremonia del enlace oficial en Bruselas. Los actos programados en mi honor, honor derivado del prestigio de mis padres, fueron dignos del rango del contrayente. En cuanto a m, las fiestas me sirvieron para descubrir, sumergida en una felicidad sin lmites, determinadas particularidades de mi pas adoptivo. A cada momento surga, espontneamente, la comparacin. Acostumbrada a la desnuda belleza de la piedra y el rgido aspecto de los interiores tan monsticos como el alma castellana, mi asombro se hizo deslumbramiento al residir en el magnfico palacio real cubierto de damascos, brocados y tapices. Mullidas alfombras protegan el suelo. El lujo de las chimeneas, los muebles de talla, jarrones de oro y porcelana, relojes de sobremesa y bellsimos cuadros, llamaban la atencin. Los jardines, infinitamente cuidados, se prolongaban lo suficiente para convertirse en cotos de caza, lagos, estanques, extensos bosques de propiedad real. Semejante suntuosidad necesitaba un tropel de funcionarios capaces de mantener a punto la hermosa residencia. En compaa de Felipe conoc Delf, Leiden, La Haya, Harlem y la ya querida Bruselas. En Amberes, ciudad imposible de conocer en el primer viaje, los arquitectos Waghemaekere, padre e hijo, luchaban por terminar la catedral de Nuestra Seora, iniciada un siglo antes. Pero la ciudad ms cautivadora fue Brujas. Llegamos a la cada de la tarde, muy cerca del

26

crepsculo que ya doraba las viejas murallas. En su interior iba creciendo la noche, segmentada por las encantadoras callejas irregulares, en un claro intento de asomarse a los canales. La sombra de los rboles se tumbaba en el suelo, invadida de un sueo irresistible. Un sueo como el de Carlos el Temerario y su hija Mara de Borgoa, dormidos en sus tumbas de la iglesia de Notre-Dame. Haba estrellas cuando acabamos el paseo. Por alguna vereda invisible llegaba un plpito de mar. Ningn batir de alas en el aire. Ni un rumor humano. La quietud era magnfica. Te sentirs orgulloso al saberte rey de esta paz dije en un susurro. El rey de Brujas no soy yo, Juana. Es el silencio. Dicen que en alguna parte hay dos leones de piedra que, una vez al ao, levantan la cabeza, escuchan, se convencen que todo sigue en orden y reanudan su postura de siglos sobre el pretil del puente. En el silencioso corazn de la madrugada continu mi enamorado coloquio con Felipe, llamado el Hermoso. Los rboles de Brujas rozaban con sus largas ramas nuestras siluetas reflejadas en las aguas del canal.

El trato con mi cuada era cordial y sin problemas pero, absorta en mi absoluta felicidad, ni siquiera me vino a las mientes su compromiso nupcial. Se acabaron en los diecisiete Estados del territorio las fiestas en honor de mi llegada, las celebradas durante la boda del archiduque y los festejos para despedir a Margarita de Habsburgo. La flota que me condujo a Flandes deba regresar a Espaa con la princesa. Sin embargo, al retrasar la partida se present un contratiempo inevitable: el invierno. El fro insoportable, las nieblas y el furor de los mares nrdicos desaconsejaron la travesa. Margarita hubo de quedarse ms tiempo del calculado y as comenzaron mis vicisitudes. En el da de nuestra llegada, el Consejo, con gran acompaamiento de signos de contrariedad claramente aduladores, declar no hallarse preparado para recibir una escuadra tan importante en barcos como numerosa en squito y, por consiguiente, no poda alojarla ni hacerse cargo de su mantenimiento. Si en la fecha prevista la flota se hubiera hecho a la mar rumbo a Espaa, el asunto no habra trascendido. Pero el gobierno flamenco estaba obligado a prevenir tal

27

contingencia pues en el contrato matrimonial se comprometan ambos prncipes a mantener la flota de sus futuras esposas. Las tripulaciones abandonadas a su suerte carecieron de lo indispensable. Pasaron fro y hambre. Sufran desesperanza. Moran sin ayuda. Cuando, vencido el mes de febrero, retornaron a su patria los desalentados espaoles, muchos haban quedado enterrados en los cementerios de Flandes. Ha sido culpa ma! Por qu? protest Felipe. No debes culparte. T no hiciste nada, Juana. De eso me quejo. Eran gentes de mi flota y no los proteg. En tales condiciones cost muy poco convencerme de que el prncipe de Chimay, nombrado mi caballero de honor, poda tomar a su cargo el gobierno de mi corte, con lo cual era de esperar no sucederan omisiones tan lamentables. Acept encantada. Al lado de mi madre aprend muy pronto a rendirme a su mandato pues donde estaba su voluntad no caba otra. En aquel aprendizaje, bueno para la disciplina y deplorable para la formacin de la personalidad, perd mis ansias combativas y me hice muy vulnerable. Delegu, pues, en el prncipe de Chimay responsabilidades no deseadas, entregndome, de manera harto perniciosa, al incansable placer de amar a Felipe, de vivir para Felipe. A conseguir xito en la tarea, y con servil inters, me ayud madame de Halewin. La gobernanta de los hijos del emperador Maximiliano, muy arteramente, empez aconsejndome acerca de la etiqueta palaciega de Borgoa, incidiendo, sobre todo, en lo tocante al vestir. Demasiado bien saba madame que por tal camino no hallara oposicin. Ser preciso, mi seora, que adecuis vuestro aspecto al rango que os confiere ser esposa de nuestro archiduque. Desde luego, muy alto y noble y muy glorioso es el rango que os corresponde por ser hija de quien sois. Pero llamo vuestra atencin dijo con aduladora sonrisa acerca de que vos sois nicamente el reflejo del esplendor de vuestros padres. En cambio, alteza, aqu brillaris por mritos propios. Seris reina como en Espaa lo es vuestra madre. Fomentaris la prosperidad del pueblo, daris herederos al trono y felicidad al archiduque. Incluso ms que felicidad. Ms que felicidad? me pareci imposible. Qu puede haber ms que felicidad? En casa cuando se hablaba de algo ms nos referamos a ms all de Espaa, ms all de Gibraltar, ms all de la mar, ms all de la

28

vida... Todos ellos, lugares inaccesibles. La felicidad nunca se mencionaba. Tampoco se presenta. En realidad, se ignoraba. Y con razn. Qu poda significar aquella palabra en una existencia entregada al trabajo, las obligaciones, el estudio, el sacrificio por un ideal y un acatamiento absoluto a las normas religiosas? Quiz habamos suplido la felicidad por la satisfaccin del deber cumplido? A mi parecer debi de ser un error, pues el deber cumplido no tuvo la menor relacin con la extraordinaria emotividad de mi noche de bodas. Yo no cumpl ningn deber al acostarme con Felipe. En cambio descubr la felicidad y su inmediata consecuencia: la turbadora sensacin de lo ntimo. A las criaturas mutuamente felices les corresponda acceder a un mundo privado. Por qu yo no busqu antes la intimidad? Por no sentirme feliz? Y, sobre todo, a qu se refera madame de Halewin al apuntar que tal vez yo le diese a Felipe algo ms que felicidad? De vuestra mano, seora, pueden llegarle ttulos, riquezas, reinos. Hice un resumen silencioso de propiedades y honores. Me sent demasiado pobre para adornar aquel amor tan encendido. Recriminndome por mi pobreza fsica. No me hall hermosa y la falta de belleza me humill. Madame de Halewin dijo: Obtener vuestra confianza sera una extraordinaria distincin. Me gustara aconsejaros. Vestida y arreglada al modo de Flandes vuestra hermosura deslumbrara. Me concedis este privilegio? Se lo conced. Qu otra cosa mejor poda yo desear pensando en mi esposo? Pasaron por mi mente las hermosas damas, las jvenes coquetas, las atractivas adolescentes de la corte. Un arsenal de peligrosas competidoras. Era increble comprobar hasta qu punto dolan las miradas lnguidas, los escotes provocativos, las esbeltas cinturas quebrndose al paso de Felipe. Slo la tremenda fuerza del amor apasionadamente expresado de mi esposo mantena mi serenidad. Sin embargo, madame de Halewin murmur como un lamento , debis reconocer que el hecho de intentar mejorarme significa que estoy en desventaja. No soy bella, verdad? Si no fuerais hermosa, seora, me tendra yo por ilusa al pretender cambiar la naturaleza. Vuestra persona no es modificable ni lo necesita. Aunque s el entorno, los trajes, las joyas, los peinados. Precisamente aquello en que ninguna dama de la corte os podr

29

superar. Sois la ms rica, la ms prestigiosa, la elegida de nuestro joven monarca. Por qu no demostrarlo? Los trajes castellanos, las telas recias, los escotes cerrados alrededor del cuello, los camisones de lienzo, el sayal de las batas desaparecieron como por encanto. En principio, aquel alarde me pareci pecaminoso. Pese al tacto de madame de Halewin, romper las antiguas normas representaba un continuo dolor. Somos o nos hacemos?, pens. Porque algo de m habra en las antiguas costumbres puesto que me dola modificarlas. Y algo de m iba surgiendo entre lo nuevo, cuando tan felizmente me adaptaba. De acuerdo a mis principios cristianos, entregarme de lleno al inmenso placer del amor en los brazos de Felipe me produca remordimientos. Siempre andaba disculpndome ante m. Siempre intentando mantenerme entre las enseanzas de la infancia y las nuevas experiencias. Quise confesarme. Con todo el recogimiento del cual era capaz, expliqu al sacerdote mis cuitas. Estaba muy apenada al no poder convivir con mi esposo de acuerdo a sus deseos y mis creencias. Caba la posibilidad de compaginar ambas cosas? No, alteza. No se puede poner una vela a Dios y otra al diablo. Debemos ser conscientes de nuestra esencia cristiana y permanecer fieles a ella. El fin primordial del matrimonio son los hijos. Y los hijos deben engendrarse santamente, aceptando la descendencia en el instante que Dios disponga enviarla. Si os mantenis modesta, vuestro esposo comprender sus errores y, con el ejemplo de vuestra virtud, le conduciris hasta la casa del Seor. De rodillas en el confesionario frente al clrigo espaol, arrodillado tambin ante mi alcurnia, intent el ltimo recurso. Creo que la obligacin de una mujer casada es obedecer al marido. A menos que las rdenes del marido inciten al pecado. En tal caso, alteza, estis libre de obediencia. Antes que vuestro esposo, cuenta la salvacin del alma. Primero, siempre, es Dios. La sentencia cay sobre m como un anatema. Anteponer Dios a mi esposo me result demasiado fuerte. Hijo de una tierra impregnada de religiosidad, donde hasta el sol a punto de ocultarse pareca apoyado en el cliz de la tarde, quiz el sacerdote exageraba. Y si expusiera mis dudas a los sociables curas de Blgica? Decidida a ganarme el derecho de cumplir con Felipe sin renunciar a Dios, me reun con un sacerdote de la corte en el recogimiento del oratorio real.

30

El clrigo era polglota, y el profundo recogimiento religioso que se apoderaba de m en las iglesias disminuy al comunicarnos en el idioma galo, de uso frecuente en las fiestas de palacio. Por ser joven, de talante agradable y sin pizca de severidad, la intencin confesional se diluy en un ambiente de dilogo. El sacerdote perdon mis pecados con el aire de quien no tiene nada que perdonar, pero lo hace como un favor solicitado. Antes de darme la absolucin, todava repiti las palabras tan necesarias a la tranquilidad de mi nimo. No os preocupis, seora, al acceder a los requerimientos de vuestro esposo. La negativa quiz indujera al archiduque a buscar esos requerimientos fuera del matrimonio. Entonces s que sera responsable vuestra alteza de sus actos pecaminosos. Aligerada del peso terrible de mis sentimientos religiosos, comparaba la diferencia entre el sacerdote espaol y el francs. Las gentes catlicas de mi entorno no despreciaban las fiestas, banquetes o bebidas. En los bailes, las damas actuaban en completa libertad sin fingir modestia, mientras los hombres se alegraban al consumir un lquido rubio y espumoso que llamaban cerveza. En definitiva, lo ms chocante por mi educacin era ver a clrigos y frailes actuando como seglares. Ensimismada en estas cavilaciones que tambaleaban la solidez de mis rgidos principios, lleg la fecha de un gran baile de gala ofrecido por Felipe a su padre Maximiliano I de Habsburgo, archiduque de Austria y emperador de Alemania. Aunque el monarca aludi al deseo de vernos, a nosotros no se nos ocult el verdadero motivo de la visita. El emperador sentase harto molesto por el modo de llevar su hijo la poltica. Continuamente recibamos su correo con apremios, peticiones de apoyo para la defensa conjunta de los reinos, o la inmediata puesta en marcha de sus planes estratgicos. Mi suegro pensaba que Felipe y yo andbamos trastornados con un amor no incluido en los acuerdos previos a la firma de nuestros esponsales. Aquello era una media verdad, pues en lo tocante a Felipe, trat en vano de cumplir los deseos de su padre. Por dos veces haba reunido los Estados Generales de sus territorios exponiendo sus proyectos polticos, pero los consejeros se negaron a nuevas guerras. Sus preferencias se inclinaban hacia el desarrollo comercial de la nacin y, en definitiva, Felipe no gobernaba, sino el Consejo. Tambin a m me llegaban innumerables cartas de mi madre, de los embajadores espaoles, del mismo rey de Inglaterra, reclamando mi intervencin en asuntos de Estado. Estas misivas quedaban sin respuesta. El hecho de

31

saber tan lejos a mi madre me despreocupaba de ella, pero empezaba a temer la anunciada visita de mi suegro. Estar muy enfadado? Temo que s. Desde que nos casamos hemos descuidado nuestros deberes polticos. Mi padre debe de estar muy molesto. Lleg el momento de tener entre nosotros al emperador. Las ms grandes personalidades del reino acudiran a la recepcin en honor a mi suegro, sin contar los hombres eminentes de su squito y los nobles espaoles que componan el mo. Ni un solo error deba deslizarse en el suntuoso recibimiento, pues los ojos del emperador seran tambin los ojos de los Reyes Catlicos y le faltara tiempo a Maximiliano para contarles lo que viera. Sumida en tantas preocupaciones, apenas prest atencin a madame de Halewin quien, encantada al no encontrar oposicin, dirigi a su gusto mi arreglo personal. Por vez primera el escote de mi vestido superaba en audacia a cualquier otro. Sobre la rubia piel refulgan los rubes. En el encaje de la tela se dispersaban pequeas perlas. Hermosas pulseras pertenecientes a la madre de mi esposo tintineaban sobre los brazos desnudos. Estbamos en esa delicada hora del anochecer cuando, en el interior del palacio, comenzaban a brillar los cristales de las lmparas, la plata de los candelabros y el fuego de las chimeneas. Camin intimidada por la galera de retratos hasta llegar al enorme saln atestado de insignes personajes. Apenas aparec en lo alto de la escalinata, Felipe interrumpi su conversacin con el emperador Maximiliano y vino a mi encuentro extendiendo sus brazos en ademn de recibirme. Juana, cre que eras muy hermosa pero hasta hoy no he sabido cunto. Todo saldr bien sonri. Reinos, fortuna, ttulos, poderes, gobiernos y cuanto pudiera pertenecerme se los entregara de buen grado. Entre el archiduque y yo, jams consentira la intromisin de nadie ni de nada. Mi nica finalidad en esta vida sera Felipe. Sin ninguna duda, bien llamado el Hermoso.

Con la misma pompa que lleg, se fue el emperador Maximiliano. Vindole partir bajo la sombra de los rboles en los jardines palaciegos, tuve la inquietante impresin de que iba directamente a escribir a sus consuegros. Adems de la suya, otras cartas se recibiran en Espaa. Y

32

ninguna para bien. Desaparecidos los trajes de gala, las recepciones, los conciertos de msica y, esclarecido el ambiente, surgieron hechos nada gratos; pequeas maquinaciones ocultas por el alborozo de las fiestas y puestas de relieve al terminarse. Mi confesor espaol me reprochaba constantemente haberle postergado, confiando la gua espiritual de mi alma a un cura de Pars, adems de honrar con mi amistad a monjes, frailes y clrigos disolutos. La situacin era molesta pero, al menos, el religioso me interpelaba cara a cara, procedimiento inusual en la mayora de los cortesanos. Por de pronto, el mayordomo mayor don Rodrigo Manrique, los maestresalas don Hernando de Quesada y don Martn de Tavera, el jefe de caballerizas don Francisco Luzn y otros preclaros espaoles que ocupaban los cargos ms importantes de mi corte haban sido destituidos de sus puestos, sin solicitar mi parecer, en favor de caballeros borgoones. A mi alrededor ni siquiera se hablaba castellano, a excepcin de Martn de Moxica, tesorero nombrado por mi madre. Pero Martn de Moxica mostr sospechosas inclinaciones hacia los intereses de Flandes, negndose a efectuar donaciones propias de mi alcurnia, o bien impidiendo que se hicieran efectivos los sueldos de la servidumbre espaola, sumida en graves aprietos pecuniarios por el retraso de varios meses en el cobro. Moxica manejaba las finanzas de forma tan peculiar que realizaba los pagos segn sus conveniencias. Conveniencias acordes al pas de Felipe y as lo confirmaba el hecho de no serle nunca discutido su puesto de tesorero. Mi caballero de honor, prncipe de Chimay, se ocupaba del gobierno general de mi corte como si yo no existiera. Y en cuanto a la sagaz madame de Halewin, ni siquiera se le ocurra pedir consejo para resolver los problemas domsticos, cuya responsabilidad asumi forzada por el abandono de mis obligaciones. Pero si madame de Halewin no pudo consultarme, circunstancia que luego le agrad, tampoco yo, cuando el desorden se hizo ley, saba a quin dirigirme en busca de orientacin o ayuda. Las ausencias de Felipe, despus de las severas amonestaciones del emperador, iban repitindose con mayor frecuencia. En realidad, su amor por m lo comparta con los asuntos de Estado y, al regreso de sus viajes, yo no le planteaba ninguna dificultad capaz de enturbiar nuestros apasionados encuentros. Entonces opt por exponerle a mi madre la molesta situacin en que me hallaba. Estaban usurpando mi autoridad. La reina Isabel, quien jams cedi un pice de la suya ni siquiera a mi padre, me dara indicaciones convenientes y justas. Sin embargo, antes de enviarle mi carta,

33

llegaron las de Espaa y, dado el cariz de las noticias, cre prudente posponer mis quejas. El primer correo lo firmaba mi cuada Margarita. Con el jocoso tono caracterstico en ella, expona sus apuros de navegacin: Tambin yo, querida Juana, pas un mal rato en el canal. No s si la tempestad que puso en peligro tu vida fue como la ma, pero el aprieto sufrido me impuls a escribir mi propio epitafio. Acordndome de mis cuatro infantiles aos, cuando estuve prometida al futuro Rey de Francia y siendo, por el momento, la inminente esposa de tu hermano Juan, se me ocurrieron estas rimas: Aqu yace Margarita, la gentil doncella que tuvo dos maridos y muri soltera. Trabajo intil, pues llegu sana y salva al puerto de Santander, razn suficiente para que tan inspirados versos jams sean conocidos. Mi cuada explicaba tambin sus impresiones sobre mi patria, quejndose de la severidad excesiva en lo concerniente a la moral y la religin. El protocolo de Castilla exige que los prometidos no se hablen ni se den la mano hasta el da de la boda. La Reina Catlica as nos lo hizo cumplir deca Margarita. No obstante me pareci causar grata impresin a Juan, pues cada vez que le miraba le sorprenda observndome. Te confieso sin reparo mis ansias de tenerle cerca y escuchar sus palabras de amor. En seguida record el tartamudeo de mi hermano, tan gracioso en un nio y tan inadecuado para enamorar a una jovencita. Quiz destruiran sus ilusiones los balbuceos silbicos de Juan? En fin conclua la futura reina de Espaa, nos casamos en Burgos el domingo de Ramos con gran pompa y algaraba. Ofici el arzobispo de Toledo y nos apadrinaron el almirante don Fadrique y su madre doa Mara de Velasco. La Reina Isabel dio orden de que prevalecieran en mi casa las costumbres de los Habsburgo, orden que recib como un obsequio. Tambin tuve regalos materiales. Joyas de gran belleza y valor, prendas de vestir, piezas necesarias a la casa, candelabros, cuadros, perfumes, ropa blanca y dos braseros de plata. La Corte venida conmigo desde Blgica qued asombrada de la austeridad castellana, en contraste con la regia esplendidez de tu madre. Ciertamente la Reina Catlica lleva con merecimiento su fama de justa y de sabia. Recibe mis plcemes por los padres que tienes,

34

Juana, y no te felicito concluy con su humor de siempre por tu hermano porque ya no lo tienes. Ahora me pertenece y somos muy felices. Recibe un abrazo de la princesa de Asturias. No. No le import el tartamudeo de Juan y saberlo me hizo muy dichosa. Por otra parte, era fcil advertir la viveza intelectual de mi cuada, capaz de lograr su pronta adaptacin a cualquier circunstancia. En su carta daba los detalles de la boda como una experta castellana, considerndose de inmediato princesa de Asturias. Todava me volvi a escribir y su carta, esta vez, era un tratado de normas sociales. Acostumbrada a la simplicidad de la nobleza belga girando alrededor del rey a quien servan, me refera su desconcierto ante la lucha de mis padres frente a los orgullosos nobles del pas, cada cual rey en sus propios dominios. No te extrae mi preocupacin por estos temas, pero forman parte de mi educacin como futura Reina. Sin embargo, Juana, te confieso que encuentro complicadsimas estas instituciones. No te imaginas cunto me cost aprender la divisin de mis futuros vasallos, catalogados en hombres libres y siervos; subdividindose los libres en nobles y plebeyos. Al parecer los nobles poseen grandes territorios, gozando de independencia dentro de sus dominios. Son llamados condes y pueden desnaturalizarse. Esto es, marcharse a otro reino cuando se sienten agraviados por su rey. Clase secundaria de los nobles son los infanzones y caballeros, denominndose caballero a cuantos mantienen un caballo de silla para guerrear y, por tal concepto, gozan muchos privilegios, adems de hallarse libres de impuestos. En definitiva: un embrollo tremendo al cual he dispensado mi atencin por considerarlo el precio de tener a Juan tan arrobado. La princesa de Asturias prometi escribirme de nuevo pero no pudo cumplir su promesa. Ojal que la exuberante salud de Margarita hubiera influido en la probada debilidad del pobre Juan. Para fortalecer su endeble naturaleza, lucharon los mdicos desde el mismo instante de su nacimiento. La primera consigna fue buscar todas las tortugas existentes en el territorio espaol para conseguir un tnico vigorizante. Tartamudo y con el labio leporino, era un dolor sin alivio para quienes le ambamos pues nunca consigui mejorar. Culto y dulce de carcter, bien mereca que mi cuada le cediera parte de su potente vitalidad. Me hubiera gustado seguir el proceso de su estado fsico. Tambin el de sus relaciones con la esposa. Pero, ya dije, Margarita no volvi a escribir. Record nuevamente la urgencia de solicitar a mi madre consejo para recuperar la autoridad sobre los componentes de mi

35

corte. Me acord, si bien no lo hice, pues antes lleg correo de la reina. Sus lneas rezumaban resignacin y cansancio. Queridsima hija, muy aorada Juana: el quince de agosto pasado, da de la Asuncin de la Virgen, se concert la boda de tu hermana Catalina con Arturo, Prncipe de Gales, hijo del Rey de Inglaterra. Con esta alianza, el nombre de Espaa tan loado en el mundo entero continuar exaltando el poder del Seor de los Ejrcitos Universales, nuestro Dios. Espero que, cuando llegue el momento, la pequea Catalina, apenas de once aos, sea tratada en su nuevo hogar como merece su infancia, si bien, por los acuerdos tomados, la boda no se celebrar antes de haber cumplido ella los quince. Me preocupa tu hermano, enamoradsimo de Margarita y tan pendiente de su esposa, que olvida comer. Debera cuidarse y, lo antes posible, tener descendencia asegurando la dinasta. Por contra, casi no cumple sus obligaciones de prncipe y pasa la vida recluido en la alcoba. Mi nio Juan, mi ngel querido, soporta una carga enorme de sensibilidad y Margarita es demasiado bella. Faltan pocos das para la boda de Isabel. En esta ocasin le deseo mejor suerte pues la he visto sufrir demasiado cuando, a los pocos meses del primer matrimonio, su esposo el prncipe Alfonso muri al caer del caballo. Ahora ha pedido su mano don Manuel de Braganza, pariente del fallecido Alfonso. Se enamor de Isabel al formar parte del squito que la acompa hasta Lisboa en ocasin de la primera boda y ahora le ofrece el ttulo de Reina de Portugal. Respecto a ti. Juana, me tienes muy pesarosa. No me escribes. En cambio, recibo constantes quejas de tu vida en Blgica. Lamentar que no cumplas tu deber, olvides tu servicio a nuestra patria y no seas feliz. Pero, sobre todo, lamentar que te apartes de la religin. Tu alma es lo primero y, salvndola, lo dems se te dar por aadidura. Supongo habrs cado en la cuenta de que el mismo da de concertar la boda de Catalina, fecha de la Asuncin de la Virgen, fue el aniversario del fallecimiento de mi madre. Me acerqu hasta Arvalo. Adems de ella, all est enterrada mi infancia. Arrodillada delante de su tumba tuve la impresin de que alguien muy querido habr de morir este mismo ao. Escrbeme, Juana. No sientes necesidad de comunicarte conmigo? Recibe un fuerte abrazo. Yo, la Reina. Su dignidad real y su fervor religioso le dominaban. En vez de Yo, la Reina, hubiera preferido Tu madre. Pero con Isabel de Castilla era preciso aceptar lo que ofreca. Con gran extraeza tuve inesperadas noticias de doa Beatriz Galindo, la Latina. En ellas me daba buena cuenta del compromiso de Isabel. Se encontraron

36

contaba en Valencia de Alcntara, de Extremadura. All estuvieron tres das los Reyes Catlicos y all acudi el Rey don Manuel de Portugal. Vuestra hermana ser dichosa pues don Manuel es gran y educado caballero, de lo cual me congratulo. Sigue practicando el latn mi muy digna alumna la Archiduquesa de Austria? Estas noticias me causaron bienestar y cierta euforia, prometindome escribir a mi madre para, al fin, explicarle mis dificultades de gobierno. Entonces tuve una misiva ms: No sabiendo cmo explicarme deca el obispo Diego de Deza, me permitir Su Alteza le incluya una copia de la ltima carta dirigida a vuestros padres, los muy altos y muy poderosos Rey y Reina, nuestros seores. Carta que informar a Vuestra Alteza doa Juana, Archiduquesa de Austria, acerca de los avatares de salud de vuestro hermano el prncipe Juan. Mi escrito dice as: Desde mi anterior misiva, el seor Prncipe estuvo ms alegre, gracias sean dadas a Nuestro Seor, y con algunos zumos que han dado a menudo a Su Alteza, ha estado hasta ahora (que son las seis despus de medioda) ms esforzado. Ha dormido lo que convena con buen sueo. Ahora dieron a Su Alteza de cenar y comi, como suele, con el apetito perdido, media pechuga de pollo. No quiso probar unos morcillos de brazo de carnero ni pierna de carnero y estando escribiendo sta lo ha devuelto todo. El mayor trabajo del mundo es ver su apetito tan cado y que Su Alteza se ayuda mal. Si esta enfermedad sucediera en tiempos que VV. AA. no tuvieran tanta necesidad de estar ausentes, sera todo el remedio de su mal, porque se esfuerza ms cuando VV. AA. estn delante y con ms obediencia toma las medicinas. Les suplico provean VV. AA. qu se debe hacer estando el Prncipe en tal disposicin pues estoy tan preocupado que no s lo que es mejor. Lo que acuerdan estos Fsicos es darle muchas veces de da y de noche algo que tome en zumos o en un manjar. La vida y Real Estado de VV. AA. guarde Nuestro Seor muchos aos. De Salamanca, hoy viernes a las siete despus de medioda. Capelln y servidor de VV. AA. que besa sus reales manos, Epscopus Salmanticensis. Despus de escrita sta, han venido a S. A. algunas congojas y se halla muy decado. Todos los que aqu estamos suplicamos a VV. AA. vengan ac, que ser muy gran remedio de su salud. En tal necesidad no esperamos el mandamiento de VV. AA. para llamar al Doctor de la Reina y a otros Fsicos. Por faltarle tiempo a mi seora doa Isabel de Castilla prosegua el relato dirigindose a m, vuestra madre me orden os mandara esta copia con el fin de teneros al corriente de la mala salud del Prncipe Juan. Os

37

pido disculpas, mi Seora Archiduquesa, al ser portador de tan desagradables noticias y beso vuestra mano con el mayor de los respetos. Diego de Deza, obispo de Salamanca. Revisando la correspondencia anterior, encontr indicios premonitorios de la actual situacin. Por lo visto nadie consegua separar a Juan de Margarita. Los mdicos se alarmaban ante la palidez del prncipe y su decaimiento. Se dedicaron a vigilarle y, celebrados varios concilibulos, convinieron en informar a la reina. Apenas come, no descansa y, sin sueo ni alimento, se agota del constante y abusivo uso del matrimonio. La salud del prncipe siempre reclam cuidados. Por otra parte, la princesa Margarita ya est embarazada. Por qu no los obliga vuestra alteza a descansar? Convendra separarlos. Lo que Dios ha unido, nadie lo podr separar fue la tajante respuesta de mi madre. La salud de mi hermano me mantuvo abstrada durante largo tiempo. Y si los mdicos tuvieran razn? Tres das ms tarde, fecha del anunciado regreso de Felipe, tuve noticias de la reina de Portugal. Cre que en su carta me traera buenas nuevas y pequeos detalles felices de su matrimonio con el rey Manuel el Grande, duque de Beja. En cambio contena un cruel dolor. Mi querida hermana: la ilusin de mi boda se enturbi al comparecer en Extremadura un mensajero del Obispo de Salamanca, la ciudad que con tanto entusiasmo y grandes pruebas de afecto recibi a Juan y Margarita. Detenidos en la capital por una de las frecuentes indisposiciones de Juanito, fue una desagradable sorpresa la premura de su Ilustrsima en solicitar la presencia de los Reyes a la cabecera del enfermo. Parti nuestro padre al galope quedndose conmigo la Reina Isabel que no cesaba de preguntarse: A los tres das de llegar a Salamanca cae enfermo. Trece das despus est grave. Cmo es posible en plena juventud? Mi contento iba diluyndose y desapareci completamente al regreso del Rey. Inclinado ante su esposa, murmur apenado: Juan ya no est entre nosotros. Falleci de consuncin. Con la entereza acostumbrada, la Reina supo resignarse: Dios me lo dio, Dios me lo ha quitado. Alabado sea el Seor! Supongo que esta amarga noticia me dispensar ante ti de cualquier otro comentario. Jams olvidar la fecha: el da cuatro de octubre de 1498, ambas perdimos a Juan. Te abraza tu hermana Isabel. Mi desesperacin super la medida del antiguo afecto infantil. Todos los rostros de Juan se agruparon a mi

38

alrededor. Era un Juan de diversas edades, montones de pequeos Juanitos empeados en tocarme, en llegar a m, en agarrarse a mi mano fraterna y quedarse conmigo. Llena de espanto por la aparente realidad de aquella alucinacin, le vea agonizar y adquirir la inmovilidad de las estatuas. Definitivamente ptreo, mi querido hermano jams volvera a tartamudear. Al pensarlo, se me acentu la pena. Por qu me importaba tanto aquel detalle? Por qu entre tantos motivos rotos por el bito del heredero slo me pareci dramtico el hecho de que Juanito no volviera a tartamudear? Necesitaba ver a Felipe. Me urga contarle que durante su ausencia recib numerosas cartas. Explicarle que dentro de una de ellas me haba llegado la muerte de Juan. Alteza... Descubr a madame de Halewin desfigurada por las lgrimas que llenaban mis ojos. Decidme apremi. Un emisario de vuestro esposo os hace saber que su alteza el archiduque no llegar hasta maana. Dispuesta a descargar mis penas echndome en brazos de Felipe, su retraso en volver fue un dolor tan agudo que grit desgarradoramente. El grito supla al desahogo. No cesaba de chillar. Madame de Halewin llam alarmada a los sirvientes. Reclam su ayuda. Qu sucede, madame? Aprisa, avisad a los mdicos! No veis cmo grita? Est enloquecida! Lleva usted razn, madame de Halewin. Parece que a su alteza le haya dado el mal de la locura! Quiz tuvo algn disgusto? pregunt una joven camarera. Ninguno. Enterarse que el archiduque llegar con retraso no creo que sea motivo. Pues que santa Gdula proteja la salud de la seora. Ya no grit ms. Ni opuse resistencia. Me dej conducir hasta el lecho. Una vez acostada intent dominar mi agitacin, convencida de la necesidad de protegerme contra las habladuras de gentes hostiles en un medio tambin hostil. Con semejante comportamiento, peor an si lo repeta, daba pie a mis enemigos para la calumnia y las malas interpretaciones. Era necesario aprender los mtodos de la corte. A mi pesar, yo formaba parte del complicado engranaje y slo Dios saba

39

cuntos ojos vigilantes estaban puestos en m para manejarme en su provecho. All en Laredo, antes de embarcar, mi madre intent explicarme lo que acababa de aprender cuando escuch decir a madame de Halewin: No os cmo grita? Parece enloquecida! La noche result muy larga y transcurri bajo el signo de una trinidad estremecedora: el recuerdo obsesivo del castillo de Arvalo, mi abuela materna y cuarenta y dos aos de enajenacin. Eran tantas las obligaciones de Felipe de Habsburgo, conde de Charolais, que no pudo venir al da siguiente ni al otro. Tard casi dos meses en regresar. Tiempo suficiente para aadir otra desgracia a las muchas ocurridas en el ao a punto de terminarse. Pese a estar mis padres con el gran cuidado de asegurar la sucesin, no dudaron en recluirse a llorar en soledad la pena de haber perdido a su querido hijo. Antes de considerar el futuro de los reinos hicieron una pausa en sus proyectos hasta que mi cuada Margarita diese a luz. El bueno de Juan, incapaz de irse de este mundo abandonndonos a nuestra suerte, tuvo la delicadeza de entregarnos un nido de esperanza en la redonda curva del vientre de su mujer embarazada. En aquella promesa estaba Juanito y lo estara an ms cuando naciera la criatura. Los reyes aguardaron impacientes el fausto acontecimiento. Y en Alcal de Henares, donde pasaron el invierno, acabaron sus ilusiones. La nuera malpari una hija, con lo cual mis padres y cuada sufrieron, por segunda vez, la prdida del heredero. Ese deseado hijo pstumo del prncipe ni siquiera lleg a ser pstumo. No fue nada. Solamente el colofn de la desafortunada vida de mi hermano. El fsico defectuoso, la mala salud y lo poco que disfrut del privilegiado rango no consiguieron amargar su corta existencia. Y ahora, qu suceder? pregunt Felipe. Sin otro varn en la familia, ser heredera mi hermana mayor. Te refieres a la reina de Portugal? A quin sino? Mi padre envi un mensaje al rey Manuel de Braganza comunicndole que, vacante la lnea sucesoria, le correspondan los reinos de Espaa por razn de esposa, instndoles a que se personaran ambos en Castilla para ser jurados por los nobles, segn costumbre. Mi hermana y su esposo entraron por la frontera de Badajoz, donde los aguardaban el duque de Alba, los duques de Medina-Sidonia y otros muchos seores. En presencia de Isabel y Fernando, recibieron el juramento. Algo verdaderamente emotivo para

40

mis padres, pues al estar casada su hija con el monarca de Portugal quedaban unidos los reinos de la pennsula. Celebrada esta ceremonia, mi hermana ya era princesa de Asturias. Por cierto record al pronto , que la reina me expres su disgusto por haber usado nosotros indebidamente el ttulo de prncipes de Asturias y me ha hecho saber su terminante prohibicin de utilizarlo. Por qu...? protest arrogante Felipe. Tambin t eres hija de los reyes. Conforme a la ley de Castilla, el ttulo de prncipe de Asturias pertenece al hijo o hija mayor que, adems, sea heredero. Conforme a la ley de Castilla o a la ley de tu madre? Dime la verdad, Juana. Quin manda en la familia, el rey o la reina? Su divisa proclama que: Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando. Entonces no queda otro remedio que obedecer y esperar mejores tiempos. A qu te refieres, Felipe? Fjate en lo ocurrido: se casa Juan con Margarita y a los seis meses de la boda muere el prncipe. Nace antes de tiempo su hijo y tambin muere. Se casa Isabel con Alfonso, su primer esposo, y l muere a los ocho meses del enlace. En este segundo matrimonio tal vez muera ella sin descendencia. Y ya seras princesa de Asturias! Tambin yo llevara el ttulo y al faltar tus padres nos convertiramos en reyes de Espaa. Los monarcas ms poderosos de la tierra! Felipe era feliz gracias a m y sus risas lo demostraban. El roce de sus manos y la agitacin de su pecho al rer me enternecieron. Ms all de su hilaridad, detrs de las vestiduras, al fondo de la propia piel, el corazn le lata igual que en nuestros momentos apasionados. Inesperadamente me asalt una duda. Y si para Felipe fuera ms importante la ambicin que el amor? Y si le interesaran las coronas y los ttulos ms que yo? Le mir sombramente, como si no mereciera la sorpresa que iba a darle. Ests seguro de quererme, Felipe? Ms que nada en el mundo. Ms, incluso, que el hijo que espero? La impresin le puso lvido, con aquella malsana claridad de la aurora interrumpida. Luego, repentinamente sofocado, me abraz hasta hacerme dao. Ests embarazada, Juana?

41

Lo estoy. Se dej caer en el lecho, cerca del cual estbamos, y me arrastr consigo. Ambos quedamos boca arriba, dichosos y alegres. Por encima del cobertor, la mano de mi esposo busc la ma y yo me as a la suya con vehemencia. A su contacto cerr los ojos, quedndome prisionera de la oscuridad acompaada de mis sueos.

El jueves veintitrs de agosto del ao 1498 llova en Bruselas. Sumergida en la noche, la ciudad comenz a vislumbrarse cuando el alba fue soltando su fina luz violeta, anticipo de un da prodigioso. Pero apenas la claridad se hizo ms hiriente, acudieron en tropel un montn de nubes y el ambiente se encapot. En seguida llegaron otras nubes dispuestas a cubrir las primeras, repitindose la operacin hasta que el espesor del nublado oscureci el cielo por completo. La gran torre del Ayuntamiento, con sus noventa metros de altura, edificada por Van Ruysbroeck, perdi su hermosa cpula puntiaguda al clavarse en la tupida atmsfera. La cerrazn anunciaba una buena tormenta, y encendieron todos los candelabros de la residencia real. Con el desagrado propio de un pjaro cautivo en la lujosa jaula del palacio empec a languidecer. El mal tiempo dur siete das. Y si me acuerdo tan minuciosamente de los detalles es porque no se trataba de una lluvia cualquiera, sino de una de esas tan especiales que, adems de la tierra, mojan los recuerdos. Los empapan hasta incrustarlos en la piel de la memoria. Durante la interminable semana de tormenta me mantuve incmoda, sintiendo la desagradable impresin de que, en algn lugar al otro lado del aguacero, alguien sufra. Casi en seguida supe la triste noticia. El sol que no consigui lucir en Blgica resplandeci en Toledo ese mismo da veintitrs de agosto de 1498 con la fuerza del esto toledano. Las callejuelas tortuosas, empinadas, los estrechos pasajes y los callejones sin salida estaban desiertos. El calor, duro como las piedras, retena a los habitantes de la villa en la fresca penumbra de las casas. Tampoco volaban los pjaros. El aire quemaba. Era una quietud de muerte y nunca mejor dicho. En la residencia de mis padres imperaba el silencio, pasos cautelosos, murmullos y una reprimida agitacin. La reina de Portugal acababa de dar a luz a su primer hijo, un varn a quien impusieron el nombre de Miguel. Un nombre que mi hermana jams pronunciara. Un nio a quien nunca

42

vera el rostro ni podra acariciar. Todo cuanto supo de l fue el alivio sentido al lanzarlo al mundo. Aquel repentino descanso al expulsarlo como si no le quisiera. Como si no hubiera soado tantsimo en tenerlo. Luego suspir hondamente y el trnsito de la vida a la muerte apenas dur una hora. Despus, Isabel ya no era. No estuvo. Jams haba estado? Mi madre, con la anuencia de su yerno el rey de Portugal, asumi la tutora del recin nacido. Mucho debi de dolerle la prdida de hija tan amada, la que ms cumplidamente le prest obediencia y tanto se le pareca, pues para acceder a casarse impuso al futuro esposo la condicin de expulsar de Portugal a los judos. Con su dolor a cuestas, Isabel de Castilla segua una senda familiar en contraposicin a la senda de sus xitos polticos. La ms grande, la ms audaz, la ms inteligente y ejemplar de las reinas, era la ms infeliz de las mujeres. ltimamente, la desgracia se hizo implacable. En pocos meses arruin su salud, vio morir a su madre, se qued sin Juan, naci muerto su primer nieto y, por ltimo, acababa de fallecer su primognita. Sin embargo, la fe religiosa era la columna vertebral de su alma indestructible y, en mitad de la congoja, tras intensa meditacin, descubri el mensaje de Cristo en aquel hurfano recogido en el regazo. No era su nieto, no. En el halda sostena al futuro rey de Castilla, Portugal y Aragn. Al fin, la unin de Espaa. Dios la haba elegido como adelantada de los ejrcitos celestiales para la defensa y expansin de su reino espiritual. Deba obedecer. Y aquella actitud, traducida por los dems como entereza o capacidad de sacrificio, era la simple aceptacin de la voluntad divina. Desde las honras fnebres por el alma de Juanito la reina vesta de luto, costumbre jams abandonada. Guiado por la mano de su enlutada y augusta abuela, el pequeo Miguel iniciara la ruta de su peripecia personal. Mi madre senta por el nio una ternura indecisa. Le amaba confusamente. Sin entregarse. Sin inhibirse. Siempre cargada con aquel afecto, entre dolido y gozoso, que no saba demasiado bien si dedicaba al nieto o a la hija muerta. Cosa rara pues la duda no entraba en sus costumbres. Duea de un espritu tajante, en ocasiones me deca: La gente est viva mientras vive y muerta cuando muere. Si la gente vive, la tenemos. Si muere, la prdida es definitiva. Pero cundo se pierden los hijos? A veces, los perdemos en vida. A veces, ni siquiera muertos. Algo de la propia eternidad se lo dimos al engendrarlos y quiz dependa de este seuelo misterioso la imposibilidad de romper las ataduras. No quiero perderte en vida, Juana. Entindelo bien: no

43

quiero. Y como segn mi parecer bien la entend siempre, no me enga la repentina llegada a Bruselas del comendador Londoo, acompaado del subprior de Santa Cruz, fray Toms de Matienzo. Mi madre, creyndome perdida, me buscaba. Y con razn. Cmo pude consentir un tan largo silencio de casi dos aos? Desde mi salida de Laredo fueron muchas las misivas llegadas a mi corte desde la corte espaola. Despus de leerlas, las guardaba sin contestar y bajo llave en una caprichosa arquita, obsequio de mi difunto hermano. La medida exacta del arca con los amados papeles, el recuerdo de Juan y mi propio pasado dentro era todo el espacio que mi lejana patria ocupaba en los extensos territorios de los Austria. As de mnimo se haba vuelto mi corazn? Con semejante conducta no me extraaba que trascendiera tanta indiferencia por mi pas. La presencia en el palacio de Bruselas de fray Toms de Matienzo, sin ningn cargo oficial, era una prueba irrefutable. En realidad, fray Toms formaba parte de la plyade de clrigos que, repartidos por el continente, informaban en secreto a los Reyes Catlicos. Conoca el procedimiento y me enfureci ser motivo de argucias polticas. Por qu usaba mi madre tan solapados mtodos conmigo? Hubiera sido mejor que fray Toms de Matienzo, dirigindose a m abiertamente, me reclamara noticias para tranquilizar las ansias afectivas de la reina. Segura de su espionaje le mantuve a distancia, negndome a proveer sus necesidades en la creencia de que, abandonado a sus recursos, regresara a Espaa. Pero el enviado de mi madre soport el mal trato. Ni siquiera se quej. Cansada de la sorda oposicin del clrigo, decid recibirle. Que venga el subprior de Matienzo. Entre los dos esplndidos balcones que se abran al lado ms agreste de los jardines de palacio, arda el fuego de una regia chimenea, construida en tiempos de Carlos el Temerario. Septiembre se iniciaba amable en una atmsfera de perfumes detenidos antes de extinguirse y bastaban unos leos ardiendo para alejar la amenaza de fro. El fulgor de las llamas se extenda a oleadas por encima de las alfombras. La punta de mis chapines rojos parecan flores de fuego. Cuando la puerta se abri, los ojos del recin llegado se pasearon desorientados por la elegancia de mi vestido de raso blanco, las joyas que brillaban en el escote, los dedos, los brazos. Erguida detrs del canap, las manos apoyadas en el borde del respaldo, habl dispuesta a defenderme: Fray Toms de Matienzo...

44

Alteza... al inclinarse tem que rozara el suelo con la frente. Os basta y sobra dije molesta por la exageracin con besar mi mano. No estamos en audiencias oficiales, guardad nicamente las distancias y dejad de lado el protocolo. A qu habis venido a Blgica, subprior? Vuestra alteza estar bien informada. Quiero decir que, adems de conocer los motivos de mi visita, sabris quin soy, seora. Sois un espa lanc con audacia antes de arrepentirme, est muy claro. Y vos, fray Toms, sabis quin soy yo? Sois, alteza habl tratando de dominar su asombro, la hija de mi reina doa Isabel y de mi rey don Fernando. La servil sonrisa apenas iniciada se le hel de sbito al escucharme: Imperdonable error que os invito a corregir. Estis en presencia de la archiduquesa de Austria, doa Juana de Castilla, esposa de Felipe de Habsburgo. Os sugiero que no lo olvidis. Pido perdn a vuestra alteza. Todo haba salido segn yo quera. Excepto la contrariedad producida al ser identificada como hija de los Reyes Catlicos. En seguida adivin en la memoria del fraile algn antiguo recuerdo. El hombre debi de conocerme cuando yo formaba parte del revuelo de nios reales corriendo por los pasillos de palacio. Comprenda el esfuerzo de fray Toms por reconocer en aquella adolescente, ataviada a la suntuosa manera de Flandes, la criatura agarrada a las faldas de su madre. Sin embargo, no deba enternecerme. Por amables que fueran sus maneras, estaba en Blgica investigando mi conducta y la marcha de mi matrimonio. Y, desde mi corazn, Felipe era intocable. Le hice tomar asiento. Sabris, fray Toms, que vuestra presencia en palacio no me causa ningn placer. No encuentro en mi humilde persona motivos para agradaros. Pero os ruego consideris que estoy aqu por privilegio y mandato de vuestra augusta madre. Aquel empeo en imponerse a travs de la reina me empuj a zaherirle. Por qu habra yo de admitir, incluso estando lejos, la influencia de cualquiera que invocase el nombre de Isabel la Catlica? Quin poda asegurarme la correcta transmisin de sus rdenes o, en caso contrario, asegurarle a ella la justa interpretacin de mi conducta?

45

Por mediacin de un tercero, nada mejorara entre mi madre y yo. En el colmo de la irritacin dije: Acaba de fallecer en vila el poderoso inquisidor general del Reino, Toms de Torquemada. Acaso mi augusta madre, como vos la llamis, os nombr sucesor? No soy inquisidor, seora. Ni vengo como tal su voz sonaba sumisa. Vuestro largo silencio epistolar hizo temer a nuestra reina que vuestra alteza sufriera posibles dificultades. Y por si en esta corte os faltara algn alivio, me orden serviros en lo que dispusierais. Un vientecillo iniciado con la tarde aument su fuerza al cabo de las horas. En aquel instante remova las ramas de los rboles y una dorada lluvia de hojas desprendidas rayaba el cristal de los balcones. En mi alma se extendi una sonrisa secreta, confortable. Con el invierno llegara tambin mi primer hijo. El espa Toms de Matienzo no estara all para verlo. Me estorbaba. Seguro que me complacerais? pregunt. Estoy a vuestra completa disposicin, alteza. Entonces regresad inmediatamente al lugar de donde habis venido. Lo lamento, seora no trat de ocultar su contrariedad. Es la nica orden que me impidieron obedecer. Bruscamente me puse en pie. Podis retiraros, fray Toms. Y tened en cuenta que al abandonar estas habitaciones, considerar que abandonis el palacio. Decdselo as a la reina. Cancelado el trance, me sent eufrica. Haba conseguido sobreponerme al temor de enfrentarme a los adultos. Ninguno me aventajaba en rango, pero bastaba su presencia para sentirme despojada de ttulos y autoridad, quedndome reducida a la condicin de muchacha tmida, enamorada y sin experiencia. En la entrevista con el clrigo trat de actuar de acuerdo a mis intenciones. Tuve xito. Y hubiera logrado expulsar de mi corte al fraile, de no ser porque dej de prestarle atencin al nacer mi primognita el da quince de noviembre del feliz ao de 1498. Recuerdo muy bien el primer desasosiego y la inmediata reaccin de Felipe reclamando la presencia del mdico. En cuanto el hombre confirm el inminente nacimiento, madame de Halewin, seguida de varias damas y un nutrido grupo de camareras, se pusieron a sus rdenes. Cre que iba a morir. Estaba tan asustada por la persistencia de aquel dolor intraducible que, al primer sntoma de

46

apremio, una terrible punzada me hizo gritar despavorida. En mi interior algo extraordinario se agitaba. La amenaza no vena de fuera, estaba dentro. Acumul con rabia mi energa y a mi alrededor todo se esfum. Al abrir los ojos descubr a Leonor, la hija de Felipe. Es bonita, verdad? murmur maravillada. Pero Felipe de Habsburgo, el emperador Maximiliano y los Reyes Catlicos sufrieron una cruel decepcin. Leonor lleg en lugar del heredero y tardaran en perdonarle haberse adelantado. No pudo esperar? Resentida por lo que yo consideraba injusto desamor, la quise intensamente. Me entregu a su cuidado con todas las fuerzas, descartando en su favor cualquier intervencin ma en la vida palaciega. Por fortuna, las intrigas y ambiciones inherentes al poder se desarrollaron a distancia. Los ecos de la bulliciosa corte, doblemente bulliciosa sin la represin de mi presencia, se detenan a la puerta de mi feudo particular. Y no slo los ecos. Tambin las personas. En cierta manera llevaban razn, pues Juana de Castilla, asomada a una cuna donde ni siquiera dorma el heredero, qu falta les haca? En estas condiciones, conseguida audiencia, apareci a mi lado fray Toms de Matienzo. Me alegr de verle y todo cambi entre nosotros. Le hice mi consejero. Nunca me dijo, ni por entonces supe, la puntual correspondencia mantenida con mi madre. Durante los seis meses vividos en Bruselas, fray Toms no tuvo otra ocupacin excepto escribir a la reina. De nada se priv, ni le tembl la mano al confiar en sus escritos la indiferencia ma por los parientes y amigos espaoles, adems de no comulgar ni asistir a misa los das festivos. El lujo con que me exhiba, la falta de modestia en los vestidos, mi pasin por asistir a los bailes tampoco tranquilizaran a mi madre. Pero al tratarme, el subprior debi de modificar su opinin, pues el correo a mi nombre se volvi ms afectuoso y menos amonestador. Al ampliarse la confianza que yo le otorgaba, el clrigo crey intuir las tremendas dificultades de mi poca edad, nula experiencia, entorno opuesto a mi niez, falta de apoyo afectivo y, por si fuera poco, la traidora alianza de mi tesorero Martn de Moxica con madame de Halewin, a quien Felipe adoraba. La agudeza y el talento de fray Toms le permitieron descubrir un peligro mayor. As lo confi a mi madre: El amor apasionado por el Archiduque es una amenaza para la salud de su alma. A la menor duda pierde la serenidad, se arrebata, no es duea de s y cae en tal confusin que, falta de freno, puede cometer cualquier locura. Lo peor, Alteza, es el gusto de don Felipe por comprobar el

47

poder que tiene sobre su esposa y, adrede, le provoca celos. Al cabo de algn tiempo le lleg al clrigo el momento de partir y vino a despedirse en compaa del embajador. Nunca pude imaginar, recordando lo desagradable de nuestro primer encuentro, que lamentara tanto su ausencia. Cuando l no estuviera, a nadie podra confiarme. La corte ya se acostumbr a mi aislamiento, fray Toms dije con cierta melancola. A veces pienso que la llegada de Leonor puso las cosas en su sitio. Os habis fijado? Vuelvo a ser Juana de Castilla, la espaola retrada y seria. Sin acompaarle yo, Felipe es el archiduque de costumbre. Alegre con los amigos