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CARLOTA, la aventura de crecer. Carlota, una chica de 12 años ha llegado a una nueva casa, conocerá nuevos amigos, y a su primer amor... Acompáñala en sus aventuras en el colegio fantasma...

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Patricia Valenzuela

CARLOTALA AVENTURA DE CRECER

CARLOTA, LA AVENTURA DE CRECERAutora: Patricia Valenzuela

Editorial ForjaRicardo Matte Pérez N° 448, Providencia, Santiago de Chile.Fono: [email protected]

Foto Portada: Samuel Bronstein, [email protected]

Dibujo Interior: Héctor [email protected]

Fotografía autor: Richard Rebolledo [email protected]

Primera Edición: septiembre, 2011.Prohibida su reproducción total o parcial.Derechos reservados.Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o trasmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

Registro de Propiedad Intelectual N°: 208.386ISBN: 978.956.338.054-5Editado en Chile / Impreso en Chile.

A todos aquellos que creen en un futuro mejor,en la fuerza de la inspiración

y en la luz del amor que renace cada día…

Gracias a mis Padres, mis hermanos y a los tesoros que he encontrado en mi camino,

Tali, Sami y Abraham. Lovya4evr

CAPÍTULO I

La primera mañana de Carlota

Carlota está empezando una nueva etapa: cumplió 12 años y acaba de llegar a una nueva casa, una nueva vida, y a esa edad, conocerá algo muy sig-nificativo e idealizado: “Un nuevo colegio”.

Un dibujo literario diría que ella es una niña si-lenciosa, tranquila y soñadora. Uno de sus pasatiem-pos favoritos es imaginar cómo será su vida adulta, la que supone similar a la de los personajes que percibe en sus películas favoritas: los musicales románticos. Entonces ella disfruta de una vida de pantalla donde no existen complicaciones, todo es lindo, armonioso, de colores brillantes y siempre el amor se convierte en alguna canción.

A la hora de ir a acostarse, se lleva a escondidas una radio donde escucha música hasta quedarse dor-mida y así logra extender la fantasía hasta sus sueños.

Su rostro es armonioso; su cuerpo, delgado y de baja estatura para su edad. Le gusta la categoría de niña o infante, porque no quiere enfrentarse a las dificultades de la adolescencia. Tiene 12 años pero parece de 10, situación que le acomoda bastante.

Se podría decir que Carlota es una fiel repre-sentante del síndrome de Peter Pan. Centrándonos en el área positiva, acotemos que es una idealista que siempre quiere ser una niña.

La noche anterior Carlota pasó largo rato mi-

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rando su uniforme nuevo, oliéndolo, guardando en su memoria cada detalle del color, lo impecablemen-te planchado que lucía, como si fuera ropa de cartón y, más que nada, el reflejo de la luz en los zapatos negros de colegio, que guardaba en una caja blan-ca bajo su cama. ¡Qué bien olía lo nuevo! Algo que nunca había visto la luz del sol, cobraría vida a la mañana siguiente y, como amigos inseparables, la acompañarían todo el año.

Mientras miraba, olía, pensaba y sonreía…, re-petía “buenas noches uniforme…”.

Estaba aún oscuro azulino, con muchos toques de bostezos relajados y sábanas tibias de sueños tran-quilos… como solo duermen los niños, cuando sonó el despertador, era la hora de levantarse: 6:30 de la mañana, todo listo y preparado para el gran día.

No tenía amigos todavía, y su aceptada timidez le hacía pensar que le costaría un poco más que al res-to, pero Carlota, desde muy pequeña, sintió fuerzas para reponerse de sus temores y fracasos, así es que con un fuerte respiro, infló su pecho y caminó a paso firme hacia adelante, como siempre. El viento frío de la mañana de marzo le refrescaba los pensamientos.

Había mucho desorden, niños y niñas de todos los tamaños y colores corriendo a su lado; algunos, los más pequeños, llorando por el primer día de cla-ses; ella, en silencio, al lado de su madre.

Su madre era alta, esbelta, muy bonita e inteli-gente, pero tenía un defecto, común en muchas ma-dres: era sobreprotectora. Esa actitud le regalaba a Carlota una cuota de nervios por lo desconocido, que se traducía en silencio o timidez.

La madre de Carlota rápidamente eligió a otra

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niña, tan pequeña como ella, para endosarle una gran responsabilidad.

‒Niña, ¿puedes cuidarla? ‒dijo señalándola a ella como si fuera una bicicleta.

La niña asintió, como lo hacen los niños al man-dato de un adulto, y se quedó muy quieta a su lado.

¿Que me cuide? ¿De qué, o de quién? ‒pensó Carlota‒. ¡Tal vez algo me pasará si me quedo sola!…

Rápidamente olvidó el cuestionamiento. No importa ‒se dijo‒, lo dejaré pasar. Así es mi mamá, ella solo quiere ayudarme, no quiere que me aver-güence, no importa… la entiendo.

El “adiós mamá” pareció llegar muy pronto y Carlota miró con una sonrisa de amor a su esbelta madre, quien se alejaba dando largas zancadas con sus largas piernas, enfundadas en pantalones.

Cuando al fin se sintió sola, Carlota investigó a su alrededor con mirada curiosa; lentamente de iz-quierda a derecha sus ojos escaneaban el recinto para acostumbrarse al nuevo paisaje escolar.

A su lado estaba su “pequeña cuidadora” de primer día de clases, con ojos amistosos pero tími-dos. Carlota, en tanto, sentía que la inquietud no le permitiría esperar a ver quién daría el primer paso, así es que inmediatamente le preguntó:

‒¿Cómo te llamas?La niña respondió, con voz apenas audible: ‒Mi nombre es María Paz, pero me dicen Paly, por

lo delgada que soy, y por las piernas flacas que tengo.Es simpática, aunque algo tímida ‒pensó Car-

lota, pero no le importó, porque parecía tierna…–Hola, Paly, mi nombre es Carlota.Las niñas se estrecharon las manos, acompaña-

das de una sonrisa.

12 / Carlota, La aventura de crecer

Todos los alumnos estaban formados en filas esperando para entrar a las salas, pero algo raro pa-saba, algo anormal ocurría a los 200 alumnos en ese peladero, en especial a Carlota, la recién llegada.

–¡No hay colegio! –gritó una niña grande y gorda, que parecía otra mamá con uniforme azul–. ¡¡No hay colegio, no hay colegio!! –vociferaba la niña mientras corría entre pedruscos y pasto seco, como un caballito salvaje levantando polvareda.

–¡Calma, calma! –pidió una voz por unos par-lantes que chicharreaban.

En medio del patio, sobre una silla de madera, estaba una señora con evidente aspecto de profesora.

Paly dijo: –Ella es la señorita Teresa, es la directora del

colegio y también enseña botánica, o bueno, enseña cómo plantar papas y tomatitos. Ella dice que adora la naturaleza, pero es un poco contradictoria porque fuma todo el día como maestro zapatero. Muchos le han preguntado por qué le gusta tanto fumar si pro-duce tan mal olor, y ella dice que lo aprendió de su padre, que en paz descanse, y que el cigarro, como a él, la llevará a la tumba.

Carlota levantó ambas cejas, sorprendida, es-taba impactada con la rapidez y facilidad con que salían las palabras, una detrás de otra, de la boca de Paly… Uf, apenas si respiraba.

La directora Teresa tenía la voz muy raspada y casi con tono de hombre; su tos era espesa y daba miedo, porque parecía que se le escapaban los pul-mones por la garganta.

–¡Silencio!, ¡silencio, alumnos!, –dijo la directo-ra, haciendo equilibrio sobre una silla que, tambalean-te, parecía que iba a romperse en cualquier momento.

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Continuó con su discurso… –Este año habrá un cambio en nuestro sistema

educacional. Las autoridades nos han prometido ter-minar nuestro colegio para el próximo semestre… o mejor dicho… ¡comenzar su construcción! Confia-mos en Dios y en nuestro Presidente que así será.

Un largo silencio apagó el patio, o cancha, o peladero; podría haber sido cualquiera de las tres alternativas o, como dicen los profesores: “Todas las anteriores”. Los niños se miraban boquiabiertos, conteniendo la real alegría de no tener clases en todo un semestre, “según el presidente”.

El ambiente se fue relajando, las filas se desar-maron, los niños alzaban su voz con vítores de triun-fo, mientras decían:

‒¡Viva! ¡No hay clases nunca más!Cuando estaban a punto de lanzar los cuader-

nos y colaciones por el aire ‒en cámara lenta, cual película hollywoodense‒ la profesora agregó aquella palabra que marcaría el fin de la alegría y el comien-zo de la aventura:

‒Pero…‒¿Pero?… ¿Pero qué?En ese momento, todos miraron a la antigua y

huesuda profesora, con traje de dos piezas color ver-de, y un pañuelo amarillo al cuello que volaba con el viento matutino y el sol, que inclemente le pegaba en los lentes de marco negro hasta enceguecerla de luz. Levantaba insistentemente la mano.

Nadie entendía sus señas, que más bien pare-cían brazadas de ahogado, pero ella seguía señalan-do hacia el fondo del patio. Entre la luz del sol, las profesoras, inmóviles y de todos colores, parecían extraídas de un cuadro de Picasso.

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‒¡Qué mañana!Carlota otra vez levantaba sus cejas, pregun-

tándose: ¿Hasta dónde se puede llegar con este estilo tan extravagante?

Guiados por las incesantes señas, los niños len-tamente comenzaron a girar sus cabezas.

En silencio los doscientos alumnos caminaron, estilo zombi, hacia el fondo del patio, hasta topar con los árboles, que hacían de rejas naturales, o cerco de castillo, según como cada uno quisiera verlo.

Cuatro gigantes, descoloridos y oxidados, bu-ses de transporte público se encontraban uno al lado del otro.

La profesora Teresa dijo:‒Queridos educandos, estas serán las aulas es-

colares que cobijarán la perenne carrera del aprendi-zaje… este año…

Tratando de descifrar el florido lenguaje, Car-lota rápidamente asumió que los buses estaban con-vertidos en improvisadas salas de clases.

Aunque la improvisación no era tal, puesto que cada bus llevaba un gran letrero con el nombre de la sala. Una letra mayúscula de color amarillo agru-paba a los niños de diferentes cursos. Se leía de la siguiente manera:

A, de Primero a Tercero básicos; B, de Cuarto a Sexto básicos y C, Séptimo y Octavo básicos que, por ser los cursos más grandes, era importante darles mayor espacio.

Además, con los grandes nunca se sabe. Po-dría haber algún niño desadaptado que no encuentre nada más entretenido que hacer bullying.

Carlota pensó que a los peleadores, abusivos y grandotes, había que darles más espacio para que

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fueran mejorando la conducta. Estaba de acuerdo con la distribución.

El cuarto bus era la Sala de Profesores. No tenía letra identificadora, pero, tenía una moderna máqui-na de café…

Y ahí estaban, los buses contra niños…, los ni-ños contra buses y los niños sin saber qué hacer, ni qué decir.

El instante de silencio se hizo eterno, hasta que se escuchó el molesto acople del micrófono y la voz rasposa de la directora:

‒¡Bienvenidos a su nuevo colegio!…‒dijo antes de toser. Enseguida continuó‒: Sabemos que esta es una situación incómoda, pero momentánea, por lo cual les pedimos la mayor cooperación.

Los rostros de los niños se veían entusiastas. De alguna manera, esta desafortunada “situación” era la mejor forma de empezar el año, porque los gigantescos buses, más que un típico y aburrido co-legio, les recordaban a un entretenido y misterioso parque de diversiones.

Todos los niños corrieron hacia sus nuevas salas.

Carlota, luego de un reprimido impulso por devolverse a su casa, sintió la curiosidad y la energía necesarias para hacer frente a lo desconocido. Pensó que todo eso era parte de la entretención de ser niña y, de un salto, se unió al grupo que corría, mientras Paly la miraba indecisa.

–¡Vamos, Paly, lleguemos antes que los demás para escoger nuestros puestos! –le gritó con fuerza Carlota.

Ella sabía que el asiento en la sala de clases era de suma importancia, porque era pequeña y le costa-

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ba ver al pizarrón. Paly era del mismo tamaño, así es que entendió las coordenadas inmediatamente.

De frente al bus tipo elefante africano, pero con olor a gasolina, se encontraron las dos niñas, con la firme decisión de ser las primeras en subir a ese mis-terioso lugar.

A la cuenta de tres y con el pie derecho pisaron la escalinata de metal de tres peldaños, como la de los trenes.

Con mucha ansiedad, subieron, pensando en-contrar los típicos asientos de color naranja al lado de las ventanas y los pasamanos de metal brillante al centro, pero no fue así.

Había treinta sillitas con mesa, una al lado de la otra que formaban tres filas. ¿Cómo cupieron en ese espacio? gran incógnita, pero la verdad es, que se acomodaban perfectamente.

Frente a ellas, en el puesto del chofer, estaba la mesa del profesor, tan pequeña como la de los alum-nos, pero pintada de reluciente blanco, con la pintura aún fresca, porque se podía ver un montón de bichi-tos voladores pegados a la cubierta.

En el sector del parabrisas, cerca del techo, col-gaba una pizarra verde oscuro, de esas donde se es-cribe con tiza blanca.

Carlota, que era muy imaginativa, inmediata-mente pensó que era la oportunidad perfecta para vivir una aventura.

–Seré una gran decoradora de interiores y to-dos se sentirán a gusto estudiando entre estos fie-rros… –le confidenciaba a Paly, mirando los detalles arquitectónicos de los buses que, a esa hora de la mañana, le parecían las mejores salas escolares del mundo.

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Paly tenía espíritu de secretaría ejecutiva y lo hacía perfecto. Anotaba cada idea de Carlota, sin cuestionarla y muy segura de que juntas desarrolla-rían ese proyecto.

–¡Acá!... –dijo indicando al lado de la pizarra negra‒ pondremos un mapamundi. En la ventana del fondo; un paisaje de la selva, eso sí que con jira-fas, para que dé un aspecto pacífico. En la ventana de los niños traviesos, esa del fondo, bien al fondo, pondremos el afiche de su grupo de rock favorito y en el lado de las niñas habrá plantas de cartón, pero plantas al fin y al cabo –decía entusiasmada Carlota.

Paly levantó la mano, como era su costumbre cuando quería decir algo.

–¡Yo puedo traer algo de mi casa!, un macetero con una planta real, pero pequeña. Cada dos meses florece y la flor, de color blanco, dura como una se-mana en buen estado, luego se cae y sus pétalos se pueden usar como semillas para plantar en la tierra fuera de los buses, pero debemos regarla todas las mañanas, porque quedará en las noches encerrada aquí sola.

–¡Buena idea! –dijo Carlota, luego de levantar las cejas.

Carlota miraba aquel viejo montón de fierros y sonreía porque, apretando los ojos para ver borroso, ya comenzaba a vislumbrar aquel oxidado bus, como un salón universitario donde todos los del curso apren-derían muchas cosas y harían cuanto se propusieran.

La imaginación para Carlota era fundamental, ella podía transformar lo feo a bonito, lo frío en cálido, lo amargo en dulce, era una especie de opción de vida que, sin proponérselo, había decidido hacer suya.

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Carlota siempre se cuestionaba todo, la vida, la riqueza, la pobreza, los buenos, los malos, lo lindo, lo feo, y al final llegaba a una conclusión, que, a su edad, la dejaba con el corazón en paz, razón por que compartió con Paly su frase secreta:

–Todo el mundo quiere ser bueno y quiero dis-frutar del mundo, este será el lema de mi vida, Paly –le confió a su nueva amiga.

Al ver los ojos de la chica, continuó entusias-mada:

–La respuesta está en lo que me haga feliz, sin culpas, sin sobresaltos. Creo en la gente… espero que ellos crean en mí.

Carlota se acercaba a la adolescencia, y al ver a los “grandes” tan complicados con todo, no le ha-cía ilusión crecer. Se vestía como una niña, se peinaba como una niña, jugaba como una niña, y cada vez que alguien le preguntaba por algún novio, Carlota se ha-cía la sorda, sintiendo que ese adulto era muy male-ducado al pretender hurgar en sus cosas personales.

CAPÍTULO II

Un gran problema

Carlota nunca pensó que el primer día de cla-ses sería tan azaroso, como diría don Quijote de la Mancha, pero así fue.

Una constante lucha por ver la vida color de rosa, cuando en verdad lo estaban pasando color de hormiga, la convertía en la heroína de su película que, hasta el momento, avanzaba de sorpresa en sorpresa.

Sentada en un tronco del patio con un grupo de niñas, entre ellas Paly, sintió una repentina inquietud…

–Chicas…, ¿dónde está el baño?Todas se miraron sin dar ninguna respuesta.

Paly levantó la mano.–¡Sí, dinos! ‒dijo Carlota expectante…Paly tomó aire…–Cuando venía llegando, bajé del auto de mi

papá y al entrar al colegio me fijé que las únicas estruc-turas firmes son estos cuatro buses y no tenemos más remedio que hacer una fila como de ocho metros…

–¿Fila? –indagó Carlota y la miró sin enten-der–. ¿De qué hablas?

Paly indicó hacia el costado derecho.Desde la reja, hasta el medio del patio, se ex-

tendían dos filas, una de niños y la otra de niñas. Car-lota no entendía la ecuación:

Se preguntaba adónde llevarían las dos puer-titas al centro… una fila para allá, otra para acá…

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Sentía curiosidad por saber de qué se trataba. Por un momento pensó que era una caseta donde vendían tickets para el cine…pero, como esta idea le pareció imposible, decidió indagar

Carlota respiro inflando su pecho y caminó con la frente erguida, como siempre.

Sin dejar de creer en la humanidad y con un gra-do total de tolerancia se acercó a un niño y le preguntó:

–¿Para qué es esta fila?El niño la miró con sarcasmo y le dijo:–Es para comprar entradas al cine…–¡Lo sabía! –dijo CarlotaTodos los niños la miraron y reventaron en una

risa muy burlona.El niño continuó:–¡No, tontita!… Es para hacer “pipí” como di-

cen ustedes las niñitas, o lo que más te apremie, es a elección –aseguró el chico y todos rieron.

–¡¿Pero tú qué haces aquí?! ¡Eres una niña y vas del otro lado! Si quieres “hacer pipí” ponte en la fila ¡pero de las mujeres! ¡Ah! y debes traer ¡¡tu propio papel higiénico!! Y algo de música, mira que estos baños son muy sonoros.

El niño se rio a carcajadas junto a sus amigos.Carlota estaba sin habla, tiesa, sorda, y no po-

día pestañar de la vergüenza. En la cabeza le reso-naba: “Tu propio papel higiénico, hacer pipí, fila de ocho metros” …De pronto escuchó la voz del niño, que arremetía como un toro salvaje en esas corridas horrendas donde los maltratan.

–¡Bueno y qué esperas!, ¡sal de acá!, en esta fila no podemos hacerte pasar, a no ser que tengas un… tú ya sabes, –dijo el niño toro, en tanto los demás chi-cos reían estrepitosamente.

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Carlota estaba colmada de vergüenza y fue ese el comentario que le desató el fuego en su cara y en su corazón. Como no podía dejar su mochila en la sala, por temor a los robos, la levantó y le dio con toda ella en la cabeza del niño toro.

Las amigas la miraron horrorizadas…:‒¡Para que aprendas a tratar a una niña! –dijo

Carlota y caminó a tomar un lugar en la fila que le correspondía.

El niño la miraba desde lejos y, mostrándole el puño, le hacía señas de violencia, pero ella sin temor, le devolvía la mirada de perro rabioso y la señal de golpiza a la salida.

Paly levantó la mano. –Dime, Paly –dijo Carlota, a punto de desma-

yarse, a juzgar por los latidos de su corazón tras la experiencia vivida.

–Bueno, primero que… ¡te felicito, eres muy valiente!... Lo que pasa es, que ese niño se llama Es-teban y es uno de los más temidos de este colegio; te enfrentaste a él como nadie lo ha hecho, ni siquiera los profesores. Y segundo, contarte que el año pasa-do él mismísimo Esteban iba en séptimo grado, pero es repitente y ahora es nuestro compañero.

–¡Genial!, ¡grandioso!, –exclamó Carlota, con los ojos redondos de huevo frito–. O sea que me lo voy a encontrar en la sala…

–Sí, ¡todos los días!, es nuestro compañero y te está mirando mucho, mejor vas preparada –le dijo, entregándole una hoja de cuaderno arrugada que es-condía una piedra.

–¿Y esto? –preguntó Carlota…–Es para que la uses en caso de emergencia,

uno nunca sabe… Conozco unas historias de ese

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Esteban que son ¡para parar los pelos!De tanto hablar de terror, Carlota sintió un frío

que acrecentó su necesidad biológica de ir al baño. Miró hacia adelante y aún quedaban unos seis me-tros que avanzar.

De pronto sonó la campana y la directora Tere-sa pasó caminando por las filas diciendo:

–¡Niños, quedan 5 minutos!¡Uf!, espero que esta fila avance más rápido.

¡Por favor!… pensó Carlota. Pero la fila no avanza-ba… no avanzaba y no pensaba avanzar… Carlota sentía que su vejiga iba a explotar.

Paly le dijo:–¡Te espero en la sala!Carlota con la frente sudando, y sin ganas de

pronunciar palabra, solo la miró y asintió.La fila avanzaba tan lentamente que Carlota

alcanzó a repasar toda su vida ante sus ojos. Ya que-daban como tres niñas cuando se acordó de que no traía papel higiénico.

¡No importa!, voy a ocupar el pañuelo de tela con mis iniciales que me regaló la abuela, o en caso de emergencia, el delantal, total solo es pipí –pensó.

Al decir la palabra “pipí”, se le apareció en su cabeza la imagen de Las Cataratas del Niágara con toda la fuerza melódica de esa tremenda cantidad de agua que, imparable, le obligaba a evacuar el área.

En un fallido intento por retener aquel océano, ya no tuvo más fuerzas, y como un tsunami, que deja pasar la energía rompiendo todo límite de resisten-cia, corrió el agua, por sus piernas, mojando falda, calcetas y zapatos, dejando la zona de desastre con una elevada cuota de vergüenza.

Carlota suspiraba mirando en el suelo, ese

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charco de humedad culpable… Lo único grandioso del momento fue que ya era la primera en la fila.

Con resignación y pensando cómo arreglar aquel desorden, por fin entró a la caseta… Esa fue otra función, de circo de fenómenos que no se esperaba.

Cuando ingresó a la caseta, se encontró frente a frente con algo que nunca había siquiera imagina-do…: era, sin ponerle ni quitarle, un “hoyo” oscuro y maloliente.

Con terror, se atrevió a mirar hacia el fondo y lo que observó fue mucho peor: era la viva imagen de las llamas del infierno, que mostraban restos de una civilización perdida en un abismo indefinible. Un condominio de moscas y bichos raros dominaba el lugar. Tapado con un cuadrado de madera al que, por inspiración divina del arquitecto del proyecto, se le agregó una tapa de W.C., también de madera, que guardaba intactos todos los elementos biológicos a los que había sido expuesta hasta ese momento. Me-nos mal que las tablas que hacían de muro estaban algo separadas, pues por ahí entraba un poco de oxí-geno, que renovaba apenas el ambiente.

Carlota aguantó la náusea y continuó, casi sin respirar, llevando a cabo la faena que precisaba para disimular el desastre. Se quitó los zapatos y las cal-cetas, se puso la camiseta como ropa interior, miró con temor el marco cuadrado que mostraba el fondo del infierno, el hoyo, y lanzó el delantal mojado hasta el fondo del caldero del diablo. Se amarró el chaleco azul a la cintura y salió al patio, adoptando el gesto protagónico de niña tranquila a la cual todo le resul-taba bien.

Corrió a pie descalzo hasta su sala. Respiró pro-fundo, subió los peldaños y a modo de anuncio de su

24 / Carlota, La aventura de crecer

ingreso a la sala de clases, dijo:–Permiso profesora…–¡Alto ahí!, –le respondió la profesora de mate-

máticas, mirándola de arriba a abajo.Carlota, con los zapatos en la mano y el corazón

en la boca pensó que la descubrirían…La profesora continuó: –¿Dónde está su insignia?Carlota recordó que estaba pegada en el delan-

tal que recién había lanzado al mismísimo “hoyo de la muerte”.

–Aún no la he comprado profesora –dijo sal-vando el momento.

La profesora, en silencio, siguió la inspección. –Y ¿por qué trae sus zapatos en la mano?–Porque… porque…Para rematar el día, Carlota miró al fondo de la

sala y ahí estaba él… Esteban, su promesa de golpizas y burlas. No podía ser peor… Carlota se desplomó en una silla casi sin aliento.

–¡Yo sé por qué!, –se escuchó decir desde el fon-do del bus, pero aun así retumbó en toda la sala.

Carlota no quiso mirar hacia atrás y escondió su cabeza entre los brazos que apoyaba en la pequeña mesa.

Se escucharon pasos firmes y largos en el silen-cio, de respeto obligado, del curso entero.

Carlota vio pasar por su lado unos delgados pantalones plomos y escuchó una voz que ya cono-cía…: era Esteban.

–¡Yo sé por qué…! –repetía.–Muy bien, estamos esperando que nos cuente

qué pasó –dijo la profesora.Esteban la miró en forma desafiante y le dijo: –¡Porque yo lancé sus zapatos al desagüe!…

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¿Algún problema?–¿Cómo que algún problema? ¡Niño insolente!

–exclamó horrorizada la maestra.–¡Venga acá y me firma el libro de anotaciones!

Tendrá dos puntos menos en la próxima prueba y se irá suspendido dos días por faltar el respeto al pro-fesor a cargo.

Carlota levantó la cabeza y ahí estaba él… Es-teban, con su cara de pocos amigos, dándole una mi-rada desafiante, que Carlota supo sostener, mientras pensaba en lo raro que era que alguien que la había puesto en ridículo frente a todo el colegio ahora le sal-vara la vida… Esteban le pareció muy, muy extraño.

Se miraron fijamente, con cara de boxeadores en el ring, hasta que ambos desviaron la mirada. Car-lota sintió alivio al saber que Esteban se iría suspen-dido por dos días… Al mismo tiempo le quería dar las gracias por salvarla, pero no lo hizo, por miedo y vergüenza.

CAPÍTULO III

Presidenta de Curso.

Pasaron los días de esa semana tan difícil. El ánimo de Carlota había sufrido un quiebre, ya no se sentía tan optimista y animada como antes, menos para ser la decoradora de interiores que había con-cebido como su primer proyecto. Sabía que ese tipo de molestias emocionales le duraban un par de días y luego eran eliminadas de su sistema, recuperando las ganas de vivir.

A pesar del drama “shakesperiano” que se vive a esa edad, ella esperaba tranquila, sin apurarse y sa-biendo que pronto se sentiría mejor. Por el momento, no tenía ganas de hacer nada.

El último día, el viernes, se realizó un inespera-do consejo de curso.

Carlota, que se sentaba al lado de la ventana, dejaba volar su imaginación recorriendo otros luga-res en su mente. Ni matemáticas, ni historia, ni len-guaje, ramos que ella disfrutaba mucho, pudieron sacarla de su viaje irreal, excepto un incidente:

Comían la colación, sentadas en unos neumá-ticos que hacían de bancas de parque, cuando Paly se acordó de que pronto se elegiría la directiva del curso. Levantó la mano.

–¿Qué pasa, Paly?… –dijo desganada Carlota.Paly tomó aire antes de decir:–Hoy se elige la directiva del curso y recordé

28 / Carlota, La aventura de crecer

que, desde cuarto básico, se me elige como secreta-ria, por mi rapidez para escribir y mis buenas ideas para organizar el paseo o baile de fin de año. Tengo todo anotado y este año espero ser reelecta, pues es una labor que disfruto mucho y, además siento que la realizo muy bien… ¿No lo crees?

Carlota con las cejas arriba y la boca abierta por tanta pasión le dijo:

–Seguro…, pero recuerda que soy nueva en este colegio.

–¡Ay!, ¡sí, lo había olvidado! ¡Ser elegida sería el mejor premio de la semana!

–Y, ¿a qué hora hacen eso? ‒preguntó Carlota.–¡Hoy! ¡A la última hora!

Sonó la campana para volver a las salas. Paly apuró el paso, Carlota la siguió desganada.

En la sala se veía todo listo y dispuesto para el consejo de curso. En la pizarra estaban escritos algu-nos de los puntos a tratar:

*Elección de:–Tesorero–Secretaria–Presidente.–Cuota de curso–Paseo de curso–Baile de fin de año.

Carlota, que pasaba por un cuadro medio depre-sivo, leyó el acta y pensó: “Aún no tenemos ni los cua-dernos y ya están pensando en la fiesta de fin de año”.

Ella sabía que era una actividad obligada, así es que se sentó en su puesto a esperar que pasaran los sesenta minutos. Fijaba su mirada en todo lo que

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ocurría fuera de la sala, a través de la ventana, cada vez más desinteresada en las elecciones.

La profesora estaba en su mesa, en silencio, pues no podía participar en la vida política infantil y era algo así como un dirigente invisible.

Carlota escuchaba y miraba a ratos. En la piza-rra había unos nombres y unos palitos para contar los puntos.

Carlos González era candidato a tesorero, pero estaba empatando con Juan Figueroa. Había que po-nerlos a prueba.

Carlos González era un poquito competitivo, así es que para ganar puntos ofreció un show con canciones mexicanas. “Ese lunar que tienes cielito lin-do…”, cantó y con eso arrolló, y fue elegido tesorero.

Carlota se sorprendió, por el ángel televisivo que tenía Carlos González, pero Paly le comentó al oído que Carlos cantaba a cada rato, en todos los ac-tos. Como una forma de confirmarlo en el cargo, le hicieron entrega oficial de una caja de cartón y la ra-nurita para meter las monedas.

Bien, ya queda menos… –pensaba Carlota, a medida que pasaba la hora.

Para Secretario nadie se hizo problema y solo, por protocolo, le preguntaron a Paly si deseaba con-servar el puesto.

Paly gritó: “¡Sí, acepto!” como si fuera el día de su matrimonio y, como símbolo de anillo, sacó un documento tamaño oficio, en donde todo el curso de-bía poner al día sus datos: nombre, dirección, teléfo-no, celular, e-mail…, en fin, todo.

La reelecta secretaria estaba feliz, y Carlota, que miraba a ratos el evento, también esbozó una sonrisa por la alegría de su amiga.

30 / Carlota, La aventura de crecer

Llegó la hora de la elección del presidente de curso. Había tres cupos y faltaba un nombre para iniciar la votación. Era la una de la tarde, y todos se sentían hambrientos y cansados.

Carlota miraba por la ventana, pensando en el almuerzo que le esperaba en casa, pan crujiente con mantequilla, comida casera, calientita preparada por su madre. Sentía tan vivo el perfume de tal ambrosía, que añoraba su casa, con sus reconocibles y queridos aromas y colores. Se le escapó un suspiro visionario, cuando, de pronto, sintió unas voces apagadas, mur-mullos y risas detrás de ella…

Se dio vuelta y a su lado estaba él, Esteban, tan cerca que casi le roba un beso.

Carlota, con cero experiencia cerca de algún niño, quedó paralizada. Todos se rieron mucho, has-ta la profesora.

–¡¿Carlota?! –dijo la profesora–, hace mucho rato que te estamos preguntando si quieres ser can-didata a la presidencia del curso.

–¿Yo? –preguntó Carlota–Pero ¿por qué? ¿A quién se le ocurrió?–¡A mí! –exclamó Esteban, escandalizando a

todo el curso, volviendo a su puesto en el fondo de la sala.

Esteban la miraba con una cara que ella no fue capaz de codificar, pero quiso hacer frente al desafío de aquel molestoso niño, y aceptó.

Comenzó la cuenta. Los alumnos iban suman-do puntos y más puntos, divididos entre los tres nombres que aparecían en la pizarra.

¡Primera vuelta empate entre Cristian Gálvez y Carlota!

La profesora habló:

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–Alumnos, debido al empate entre Cristian y Car-lota, comenzaremos una nueva ronda de votaciones.

Carlota pensó: “Bueno, unos minutos más y ya me puedo ir a casa, ¡por fin!”.

Se escuchó una voz “Carlota”, otra “Carlota”, otra “Carlota”… y así continuó sucesivamente todo el curso sumando y sumando votos a “Carlota”.

Intrigada, la candidata miró hacia atrás, y ahí estaba él… Esteban, poniéndole cara de pirata malo a todos y cada uno de los alumnos, obligándolos a decir “Carlota”

¡Sorpresa! Ganó Carlota. Presidenta del curso, la recién llegada Carlota.

Paly repartía sonrisas y saludos. ¡Felicidades, felicidades!, se le oía decir. En tanto, todos esperaban el discurso de su nueva líder.

Carlota, que era un poco tímida, sentía un nudo en el estómago, pero se repuso, respiró profun-do, infló su pecho y caminó al frente como siempre. Sin alternativa viable, comenzó su discurso:

–Gracias por sus votos, los representaré lo mejor que pueda y delegaré funciones a cada uno de uste-des, para hacer de este bus una bonita sala de estudio.

La profesora la miró complacida. Carlota con-tinuó:

–Lo único que quisiera saber es por qué me eli-gieron a mí.

Todo el curso quedó en silencio, como si estu-vieran castigados. Nadie habló, al contrario, miraban por las ventanas o empezaban a guardar sus cuader-nos, sin responder. Carlota al frente del curso, no sa-bía qué pensar.

Desde el fondo del bus, donde estaba un poco oscuro, alguien se levantó y tomó con brusquedad

32 / Carlota, La aventura de crecer

sus cuadernos, se abrió un ruidoso paso entre las pe-queñas sillas hasta llegar al frente donde estaba Car-lota. Era aquel niño bravucón. Sin mirarla y antes de bajar del bus dijo…

–Porque eres bonita… ¿Algún problema?, –dijo y todos los niños rieron…

“Porque eres bonita”… ¿Será un elogio o una ofensa… ?, se dijo Carlota y se quedó pensativa, mi-rando la delgada silueta de Esteban salir del colegio.

CAPÍTULO IV

Lunes…

07: 30 de la mañana, Carlota iba caminando ha-cia el colegio, muy concentrada en sus pensamientos, recorriendo con su mente lo bien que lo había pasado el fin de semana, jugando en la cancha de básquet o con sus amigas en las carreras de patines.

Pasaban y pasaban las calles. Carlota apuró el paso para sentir algo de calor, porque la mañana esta-ba un poco fría. Ella disfrutaba mucho caminar, así es que su ánimo estaba inmejorable. El montón de niños de azul le indicaba que estaba muy cerca del colegio.

¡Oh, oh!…, qué dolor de estómago, se dijo cuando pensó en la elección de presidente. ¡Ay, no…! , pensó para sí, pues había olvidado ese estú-pido puesto de presidenta de curso, que tontamente aceptó por obligación. ¿Qué se supone que tengo que hacer?, se preguntaba.

¡Nada! ¿Por qué tendría que hacer algo? ‒se res-pondió‒. ¡Soy una estudiante!, debo preocuparme de los estudios antes que nada…, así es que mejor lo ol-vido y hago de cuentas que esto nunca ocurrió. ¡¡Eso!!

–¡Señorita presidenta!, buenos días. ¿Qué tiene preparado para hoy? –se escuchó la voz de la direc-tora Teresa que, a esa hora de la mañana, ya venía fumando–. Me contaron que fue elegida, ¡en forma unánime!, presidenta de curso, ¡felicidades!

Carlota sonreía muda.

34 / Carlota, La aventura de crecer

–Después del primer recreo, pasaré por la sala para ver su desempeño ¡Prepárese!

–¡Gracias! –expresó Carlota, viendo alejarse a la profesora, envuelta en la nube ploma de su cigarrillo y oliendo a mezcla de cenicero con pasta de dientes.

Definitivamente, no es la forma de empezar el día lunes, un día de tan mala reputación… y ahora me doy cuenta porqué, pensó.

Dio la vuelta y se encaminó hacia su sala… per-dón, hacia su bus.

Los niños debían hacer una fila para entrar en orden al salón. Era una fila de niñas y otra de ni-ños. Las niñas entraban primero y se ubicaban en sus puestos, luego lo hacían los niños, que eran más desordenados. Carlota miró atentamente a cada uno, pero Esteban no apareció.

Carlota experimentó alivio y pensó que tal vez lo habían suspendido esta semana también, pero en-seguida intentó cambiar de pensamiento porque se sintió un poco culpable por aquel deseo.

Comenzó la clase pero algo faltaba, algo que le daba cierta motivación a estar sentada en ese lugar. Su tormento, su miedo, sus nervios y su ansiedad…, era él, Esteban.

Paly arremetió: –¿Qué te pasa, Carlotita?, estás en otro mundo.Carlota la miró y se repuso, pues su amiga te-

nía razón:–¡Nada!, no alcancé a tomar desayuno, eso

debe ser, tengo hambre.–Toma aquí tienes, yo siempre vengo prepara-

da para casos de emergencia.Paly le regaló una barrita de cereal. Carlota la

aceptó con la esperanza de que esta calmara su dolor de estómago.

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La campana marcó la salida al recreo con nor-malidad. El problema era que había una deuda pen-diente para la vuelta del recreo. Carlota recordó la anunciada visita de la directora para ver su desem-peño como presidenta de curso, así es que se quedó en la sala y, sacando lápiz y papel, hizo una lista de temas importantes, hasta que apareció uno que llamó su atención, por la utilidad que prestaría en su sala y, desde su punto de vista…, su necesidad en el mundo.

La campana tocó el llamado de vuelta. Mien-tras los niños entraban a tomar su lugar, Carlota se sobresaltó por el futuro encuentro, se imaginaba frente a muchos micrófonos, en una rueda de pren-sa, en donde el secretario de gobierno, en este caso Paly, presentaría a la ‘nueva adquisición’ del curso. Sonreía al pensar que en algunos minutos el colegio se conectaría a cadena nacional. Desde el umbral del bus, un grupo de niñas, de las más grandes, se acer-caron y con tono agresivo se abalanzaron sobre ella.

Eran cuatro súper desarrolladas niñas, que for-maban una especie de banda juvenil. No se destaca-ban por sus calificaciones, ni comportamiento, pero sí lo hacían por su desempeño en atletismo.

Eran muy bonitas, especialmente Evelyn, la jefa del grupo, que tenía el pelo claro, la piel tostada y los ojos verdes. Pero, al mismo tiempo, estas niñas eran tan peleadoras que su mala energía opacaba esa belleza natural. El curso les tenía respeto, o mejor di-cho, ¡miedo!

–¡Para qué te preocupas!, si ya tienes la mitad ganada, recuerda que te eligieron por “bonita”, no por tus dotes de dirigente, menos por inteligencia y ¡ni hablemos de personalidad! –dijo Evelyn.

Carlota no supo qué contestar, porque les en-contró cierta razón, y se quedó en silencio mirando

36 / Carlota, La aventura de crecer

cómo las niñas grandes se alejaban entre risas malin-tencionadas.

“Voy a demostrar lo contrario”, pensó, mien-tras tomaba un vaso de cartón y sacaba agua de la botella de diez litros que estaba al lado de la mesa del profesor.

El curso se veía aún más desordenado.“¿Cómo voy a hacer para que me escuchen, si ni

siquiera están mirando hacia el frente? ¿Será verdad que no soy capaz?”, dudaba con un poco de angustia.

En ese momento el desorden era extremo, los papeles volaban por el aire, los niños gritaban y reían como si fuera una fiesta.

Carlota miraba a la profesora a cargo, y la co-municación telepática era muy clara y precisa. “De-bes solucionarlo tú sola”.

Tocaron a la puerta, Carlota fue a abrir. La di-rectora entró confiada:

–¡Buenos días ni…!No terminó su frase de entrada, cuando recibió

un papel en la cabeza que dejó a todos en la sala sin habla, mientras la profesora a cargo se tapaba la boca de asombro.

La directora se puso medio colorada y tiritona. Abrió su cartera en busca de su mal habido auxilio. Intentó sacar un cigarrillo de su cigarrera, pero se dio cuenta de que sería lo menos adecuado para ese momento, pésimo ejemplo de descontrol total… Lo pensó mejor y arrepintiéndose, guardó la cigarrera plateada en su cartera.

Todo el curso estaba sentado, esperando el jus-to regaño que merecían. Nadie le daba la cara a la señorita Teresa, y ocultando la vergüenza, aprove-chaban de mirar el gran desorden que habían dejado en el suelo.

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La directora los miró por unos minutos y les habló:

–Niños… he venido para observar el desempe-ño de la nueva presidenta del curso –dijo, con voz baja y calmada–. Espero que esta primera impresión haya sido un error, y no se vuelva a repetir.

Carlota pensó que la directora era muy empá-tica y condescendiente. Le agradeció su reacción con una sonrisa, que la directora no contestó.

Siendo la primera vez de discursos para Carlo-ta, e inmersa en esa situación tan incómoda, era muy difícil saber por dónde comenzar.

Carlota tomó una tiza blanca y escribió en el pi-zarrón: “Convivencia”. Todos miraban atentos. Ella pensó que los momentos pasan una vez en el tiempo, así es que aprovechó cada segundo de ese instante.

–He elegido este tema, porque creo que somos capaces de llevarnos bien, no importa que seamos de diferentes edades, diferentes tamaños, colores, credos o gustos. No podemos ser todos grandes amigos, pero es importante ser buenos compañeros –afirmaba Car-lota–. Mi tema a tratar es este, “Convivencia”, para seguir en forma amistosa el resto del año. ¿Qué les pa-rece? –preguntó más segura y entusiasta.

Todos los niños, incluso los grandes desorde-nados y las niñas pesadas, tenían buena cara, al pare-cer hubo buena acogida. La directora Teresa miraba agradada y la profesora a cargo escribía en su libro de clases anotaciones positivas.

El ambiente estaba extrañamente amable, al punto de hacer vibrar la desconfianza. La directora señaló que la convivencia era un tema muy impor-tante y los felicitaba por tomarlo en cuenta… los ni-ños miraban con cara de ángeles.

38 / Carlota, La aventura de crecer

–Bueno, niños, los dejo en buenas manos, me voy tranquila… ‒dijo la directora–. ¡Hasta luego, niños!

–Hasta luego, señorita –se despidieron a coro, dando pestañazos de muñeca antigua que más que semejar “niños buenos”, los hacían ver como “Chuc-ki, el muñeco diabólico”.

La profesora a cargo tomó su libro y caminó junto a la directora hasta salir de la sala.

La puerta se cerró de un portazo, porque el marco metálico estaba un poco oxidado.

Carlota quedó frente al curso en soledad, sin resguardo ni protección. Miró a los niños y se dio vuelta hacia el pizarrón para seguir escribiendo y continuar con su tarea de presidenta.

En silencio, tomó la tiza, y al empezar a escribir sintió un fuerte golpe en su espalda.

Las carcajadas de los niños acompañaron el do-lor y, al darse vuelta, sintió otro fuerte y vergonzoso golpe en el pecho, que le rozó la cara dejándola man-chada de blanco.

Eran dos almohadillazos para borrar el piza-rrón, que alguien lanzó contra ella y dejaron su uni-forme azul manchado con polvo, aún flotante.

Desde el fondo de la sala, se encontró con la cara de él… Esteban, riendo junto a las niñas pesadas.

Esteban, quien aparecía y desaparecía de su vida, como un fantasma torturador, ¡estaba ahí!, ¡en la sala! presenciando la humillación.

Carlota tragó su impotencia, limpió su unifor-me y siguió escribiendo.

El curso, poco a poco bajó la intensidad del ruido, hasta que se escuchó la tiza de Carlota, como rasgando el pizarrón, donde escribía:

‒Convivencia en la cancha: próximo viernes‒Traer comida y bebidas para compartir.

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Sonó la campana para salir al segundo recreo y el curso desapareció rápido. Mientras ella estaba al frente del pizarrón, se acercó una de las niñas gran-des y con la mano borró lo escrito.

Carlota la miró agotada emocionalmente, pero firme, y le dijo:

–Creo que alcanzaron a leer el mensaje, eso es lo que importa.

La niña grande quedó con la mano entizada.Carlota caminaba hacia el patio y se pregunta-

ba, si valía la pena todo el esfuerzo, o si estaría po-niendo todo su esfuerzo. Tal vez no, tal vez algo fal-taba para sentir que sus ideas podrían ser un aporte. También se dio cuenta de que las ideas le duraban más de dos segundos en su cabeza… ¿Estaría cre-ciendo o madurando como una fruta al sol? No lo sabía, pero una extraña inquietud le hacía continuar y continuar. Creo que debe ser lo que llaman “moti-vación”, se dijo.

El sol era cada mañana un poco más débil, el ve-rano se había ido y estaban frente al año escolar que comenzaba en otoño y de una manera muy inusual.

–¿Por qué harían eso?, ¿Por qué se portan así? ¡Yo no les pedí ser elegida!

–¡Todo por culpa de ese Esteban! –le decía Paly–. Quizás deberías renunciar a tu cargo…

–Tal vez –dijo Carlota–, pero siento que es de-masiado pronto para claudicar, y demasiado cobar-de arrancar al primer problema.

–Por lo menos te queda un consuelo, Carlota…–¿Cuál? –preguntó con esperanza.–¡El hecho de ser elegida por bonita!… eso es

una gran cosa…A Carlota le pareció un comentario tan inma-

40 / Carlota, La aventura de crecer

duro que, más que un consuelo, era definitivamente una tontería. ¿Es que acaso me estaré volviendo seria y amargada como adulta?, se preguntaba Carlota.

Respiró profundo inflando sus pulmones, libe-ró la energía acumulada de un soplido y sintió que algo debía hacer para demostrar que ella sí era capaz.

–Adiós, Paly, nos vemos mañana –dijo a la sa-lida del colegio.

Caminó en soledad, hasta la reja, y cuando le-vantó la mirada ahí estaba él… Esteban, junto a su fans club de las cuatro grandes y desarrolladas niñas.

Carlota tenía que pasar entre el grupo, así es que afirmó el paso y caminó segura frente a ellos.

–Hasta mañana, presidenta –dijo Esteban, pero Carlota no contestó.

Las niñas pesadas rieron y la rodearon.–¡Espera!, tenemos algo para ti… –dijo la más

grande, mirándola como cincuenta centímetros más arriba de su mirada.

–Toda presidenta necesita una condecoración –dijo Evelyn, mientras le pegaba un papel adhesivo en su chaleco, que tenía escrito “Marciana”.

Todas rieron, muy burlonas y desagradables.–¡Eres tan baja y extraña que pareces marciana!

¡Pase su majestad, “la presidenta marciana”! –decían las otras tres niñas, queriendo agradar a su líder.

Carlota caminó y miró hacia atrás, con lágri-mas de impotencia reprimida pero, con dignidad, las guardó al borde de las pestañas.

Lo extraño fue, que él… Esteban, no sonreía desfachatado, como las otras, él estaba serio.

–¡Lo odio!, lo odio… –se repetía Carlota, mien-tras caminaba rumbo a su casa, repasando cada ins-tante vivido en este colegio que, hasta el momento, no era nada agradable.

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Al llegar a casa, recordó que su mamá no esta-ba, pues había salido de compras. Buscó las llaves en su mochila y entró. La casa estaba fría y silenciosa, caminó arrastrando la mochila con un aire de derro-ta, como futbolista sudado que baja a segunda divi-sión. Al levantar la mirada hasta la mesa del come-dor, encontró un mensaje con la letra de su madre.

“Carlota, en el refrigerador hay comida, no ol-vides comer primero la ensalada”.

Lo leyó en voz alta, tratando de imitar la me-lodiosa voz de su mamá. Sonrió y guardó esa cartita que le pareció muy cariñosa, al lado de lo que había vivido en aquel colegio.

¡Qué apetitoso!, ensalada y algo más… pero, no tengo hambre, pensó Carlota.

Fue obediente y sacó la ensalada. Como estaba sola, quiso comer en su pieza. Puso en la radio su música favorita y subió al segundo piso, con el plato en una bandeja.

Cuando estaba en el baño, lavándose las ma-nos, se miró al espejo… allí estaba la condecoración, un papel arrugado que decía “Marciana”. Se tomó el pecho y sintió que ese trozo de papel le estaba dicien-do algo… “Marciana… Marciana…”.

Se miró a los ojos frente al espejo y se imagi-nó verde y con antenas, pero aun así, se encontraba bonita. ¿Qué tiene de malo ser marciana?, se pregun-tó…, y la respuesta fue…: ¡Absolutamente nada! Es más, ¡me encantaría conocer alguna vez a un marcia-no!, o mejor dicho, a un extraterrestre, no me importa de cuál planeta venga. ¡Hacernos amigos!, viajar por toda la galaxia y poder hablar en forma telepática, ¡conocer mundos inexplorados!, ir de vacaciones ¡a la Luna!

42 / Carlota, La aventura de crecer

Hablaba en voz alta y recorría el segundo piso, bailando con un entusiasmo renovador. Carlota se sentía fuerte, se sentía su mejor amiga, y aprobaba sus pensamientos.

Quitó el papel de su chaleco y lo guardó entre las páginas de Mi amigo Ami, su novela favorita. Re-cordó que siempre le ha gustado ese libro, lo ha leído varias veces. Su hermano, en cambio, es fanático de los cómics alienígenos a lo mejor, esa es la razón de que ella sea un poco diferente…

Tal vez, las niñas pesadas tengan razón. ¡Sí! Me gustan los marcianos y quiero que todo el mundo lo sepa… ¿Qué puedo hacer…¿Qué puedo hacer? De pronto tuvo una idea brillante. ¡Ya la tengo! Propon-dré hacer una fiesta de disfraces, con esa temática: “los marcianos”, y todos deberán vestirse de… mar-cianos, pensó Carlota, mientras se echaba a la boca una gran hoja verde de espinaca.

Y todos serán verdes, verdes… ¡como en las pe-lículas! ¡Y como esta espinaca!, se decía y reía, mien-tras se le escapaban gotitas de limón por los labios.

Carlota se sentía bien… estaba contenta, al punto de reír a carcajadas y en soledad, porque de un estado depresivo y malhumorado, supo dar un vuelco de ciento ochenta grados y concebir una idea completamente positiva y genial.

Este será mi proyecto de la semana –dijo en voz alta Carlota. Para eso soy “La presidenta”. Y se echó a reír sobre su cama, donde aún llegaba el calor del otoño.

Carlota se quedó dormida, en la tibieza, con su cara brillando por los rayos de sol que entraban por la ventana.

CAPÍTULO V

La fiesta Marciana

Era martes en la mañana y Carlota entraba al colegio, con un alto de revistas. Dejó la carga en el suelo y sacó su celular.

–Atenta, Paly, voy a entrar por la puerta del cuidador para guardar el cargamento.

–Entendido, fuerte y claro, presidenta, aquí es-toy esperándola, al lado de la casita del perro.

–¡Pero en ese lugar van a quedar malolientes! –dijo Carlota.

–¡No se preocupe!, señora presidenta, el perro murió hace como tres años; está vacía…

–¡Muy bien, allá nos vemos!… ¡¡Paly, escucha!!–¡Sí, señora presidenta!, dígame.–¿Podrías tutearme por favor? ¡Recuerda que

tenemos solo doce años!–¡Ah…, claro…, era para ponerle el dramatis-

mo necesario a la situación…, no se preocupe!Carlota levanto las cejas y sonrió. –¡Ok!…, ¡cambio y fuera!Manteniendo su papel de “misión imposible”,

Carlota se puso unos lentes oscuros, tomó el carga-mento y partió a la entrada del guardia, en busca de la casita del perro muerto.

–¡Alto ahí! –se escuchó.Carlota frenó su sospechosa caminata y giró

para ver quién la detenía. Era la inspectora.

44 / Carlota, La aventura de crecer

Una mezcla de alemán con falda y señora con bigotes. Era muy alta y usaba trenzas rubias, una jar-dinera color café, camisa blanca con flores bordadas en el cuello, calcetas blancas hasta las rodillas y un par de bototos negros con cordones.

Aun así, eso no era su mayor característica, la inspectora poseía algo que la identificaba a gran dis-tancia. Era un mostachito a cada lado de su boca. Le decían Sincera, no por su forma de ser, sino porque no se depilaba “con cera”, entonces era “sin cera”. Era un apodo que Carlota ya manejaba con fluidez. La inspectora se llamaba Henrietta y hablaba con acento europeo y cuando la sílaba de su palabra era algo ruda, como la “T” o la “P”, ella simplemente es-cupía a su interlocutor, sin proponérselo claro está.

–Señorita Carlota, ¿qué hace a esta hora de la mañana con lentes oscuros, dentro del colegio?

Carlota no podía explicarle sus planes.–Y, además, con ese montón de revistas y dia-

rios –continuó Sincera.Carlota pensó rápidamente una respuesta muy

conveniente.–Como usted ya debe saber, fui elegida presi-

denta de curso. Por lo tanto, debo ser responsable con mi deber y no solo ofrecer la famosa demagogia políti-ca, sino que hechos concretos. Para ello, estoy organi-zando una actividad que beneficiará al colegio entero.

–¡Qué bien! –dijo Sincera. ¿Podría contarme de qué se trata?

Carlota arremetió con seguridad:–Por supuesto, eh… eeeestamos organizando

la fiesta de inicio de clases, en donde se elegirá al me-jor grupo de cada bus –afirmó Carlota con su cabeza.

La inspectora la miraba con curiosidad.

Patricia Valenzuela / 45

–¡Continúe…!Rápidamente Carlota sintió que sus ideas se ilu-

minaban y comenzó una detallada descripción de la actividad. Las palabras fluían de su boca, como si hu-biese estado programada para responder lo que fuera.

–El próximo viernes tendremos una fiesta, aquí, en la cancha del colegio, con el propósito de conocernos mejor, y compartir un sano momento de entretención. Traeremos comida y bebidas. Comien-za a las 20:00 hrs. y termina a las 23:00 hrs –dijo–. Ten-dremos todo el año para desarrollar una actividad muy importante: “recolectar diarios y revistas para llevarlas al reciclaje”. El curso que junte más kilos de diarios y revistas, será el ganador y podrá coronar a su Bus como “El mejor bus del año” –agregó–. Me falta un detalle… la fiesta del viernes es de disfraces, se llama “La Fiesta Marciana” y están todos cordial-mente invitados, incluidos profesores e inspectores. Y el anuncio del concurso de reciclaje estará bajo su cargo señorita Since…, digo..., Inspectora.

La inspectora Sincera casi quedó en estado de shock.

–Muy bien, pase adelante… –le dijo, mientras acomodaba tanta información entre sus trenzas.

Carlota siguió a paso firme hacia su destino, mientras sonreía, pensando en la buena idea que ha-bía concebido, y analizaba lo rápido que actúa el ce-rebro, en las situaciones de emergencia.

Paly la esperaba preocupada. –¿¡Qué pasó!? ¿Por qué se demoró tanto, seño-

ra presidenta?Carlota la miró con paciencia y le dijo: –Paly, primer cambio en el gabinete: te designo

Senadora… Este es un importante cargo, y la relación

46 / Carlota, La aventura de crecer

queda a nivel casi paralelo, en nuestro caso “súper paralelo”, lo que significa, que me puedes tratar de tú a tú cuando quieras, nunca más el término “usted” o “señora presidenta”.

Paly saltó de felicidad, porque le encantaban los cargos públicos.

–¡Sí…!–¡Shiiiiit, silencio! –dijo Carlota, mientras metía a la

fuerza el paquete de revistas en la casa del perro muerto.–Aquí están los modelos, estos trajes los pode-

mos copiar para ser marcianas entretenidas. Las re-vistas, con todas estas ideas, se las saqué a mi herma-no, que lee cómics de alienígenas –dijo Carlota.

De su mochila apareció tela verde, plásticos, cin-tas plateadas adhesivas y un sinfín de elementos de trabajo manual, que les servirían para armar su disfraz.

–Paly, todos los recreos que queden, desde hoy hasta el día de la fiesta, serán el momento del trabajo –dijo Carlota, y ambas cruzaron los dedos meñiques, en señal de “trato hecho”.

Sonó la campana.Estaban en clases de Geometría, midiendo, su-

mando y restando ángulos.Carlota terminó su trabajo rápidamente, para

ocupar su energía en una labor que la urgía más.–Ahora, ¡manos a la obra!, que tengo una gran

idea –señaló–: debo diseñar el volante para repartir por los buses, y así todos se enterarán de la fiesta y sus requerimientos.

Ocupó una hoja de block de dibujo, y diseñó la invitación con lujo de detalles. Al salir al recreo fue interceptada por las niñas grandes, quienes amena-zadoras le hablaron.

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–¡¡Hola, marciana!!Carlota estaba tan ocupada, pensando en cosas

importantes que, sin darles mayor valor, les respon-dió con un amistoso “¡Hola!”.

Las niñas grandes quedaron molestas, viendo a Carlota entrar al bus de los profesores.

El bus de los profesores era otro mundo. Cor-tinas, no muy bonitas, pero que entibiaban el am-biente, una mesa de centro con las tazas de café listas para ser usadas, varios termos con agua caliente y otro con leche, un canastito con galletas y una estu-fa… era un paraíso.

Carlota y Paly suspiraban al ver tal espacio de relajación, pero continuaron firmes sin perder el ob-jetivo de su meta.

–Paly, ¡este es el volante, aquí dice todo, revísalo!Paly leyó en voz alta: –“Gran Fiesta Marciana”. Te esperamos este vier-

nes a las 20:00 horas, para compartir en el colegio una entretenida convivencia bailable, el requisito es venir dis-frazado de Marciano.

No olvides tu cooperación en comida y bebidas. Ha-brá un anuncio sorpresa a cargo de la inspectora Henrietta.

¡No faltes!

–¡Está buenísimo!, claro, preciso y, además, muy bonito –decía Paly muy entusiasmada.

El volante estaba bien colorido, con dibujos de marcianos y platillos voladores por todos lados. Car-lota había cortado las letras plateadas de los anuncios de las revistas de su hermano. Se sentían orgullosas del trabajo que estaban realizando.

Carlota miraba la maquinaria donde los pro-

48 / Carlota, La aventura de crecer

fesores copiaban sus pruebas, y analizaba los botones para saber por dónde comenzar. Había un computador, una impresora y una máquina de fotocopias, también suficiente papel, como para hacer unos 200 volantes.

Ya decididas a empezar, pusieron el diseño en la máquina y empezaron a copiar volantes… Unas tras otras caían las hojas con el dibujo y las letras que anunciaban que el proyecto ya estaba en marcha.

Eran niñas organizadas, una ponía la hoja para la impresión, mientras la otra recibía las copias para cor-tar la hoja en cuatro. En ese trabajo, juntaron un alto de volantes, que iban dejando sobre la mesa del profesor.

Carlota y Paly estaban tan preocupadas de ter-minar rápido, que no se dieron cuenta de que las ni-ñas pesadas estaban mirando por la ventana, quienes vieron la oportunidad perfecta para acusar a Carlota, por estar profanando el santuario del café.

Sonó la campana para vuelta a clases, Paly y Carlota corrieron hasta la puerta del bus del profe-sorado. A punto de bajar, se dieron cuenta de que venía la directora, el profesor de historia y la inspec-tora Henrietta, junto a las niñas pesadas, caminando directamente hacia ellas.

–¡Rápido!, por la puerta de atrás. –dijo Carlota.Alcanzaron a bajar, justo en el momento en que

el grupo inquisidor iba subiendo al bus. Era como un paradero de locomoción colectiva en días de lluvia. Apenas bajaron, pusieron el pie en el acelerador y corrieron hasta su sala.

Cuando el grupo de profesores entró al bus no halló nada anormal.

–Bueno, ¿qué cosa era lo malo que estaba pa-sando en la sala de profesores? –preguntaba la direc-tora a la jefa del grupo de niñas pesadas.

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Las cuatro niñas no supieron qué contestar. Evelyn dijo:

–Discúlpenos, señorita Teresa, debió ser un gato el que entró a este bus. Nos confundimos.

En cuanto dijo eso, clavó su mirada en el alto de volantes que estaba sobre la mesa, al lado de la im-presora, parecía un fajo de billetes de casino, que, al igual que una lotería, le prometían el premio mayor: la venganza. Evelyn hizo una contraseña de pandi-llero y las chicas salieron en silencio, como gatos, casi flotando de ahí. Los profesores no se dieron cuenta, y se sintieron tentados de tomar el café número cator-ce, antes del mediodía.

Camino al bus para su próxima clase, “la jefa” ya tenía otros planes.

CAPÍTULO VI

La Venganza

Las niñas pesadas caminaban hacia la sala y Evelyn les dijo:

–En el próximo recreo, el de las 12:00, nos pa-raremos en la puerta del bus de los profesores, y no dejaremos que esas marcianas entren a sacar sus pa-pelitos. Quiero saber cuál es el gran secreto que se traen esas dos. Además, nos vengaremos por dejar-nos en ridículo frente a la directora.

Las otras tres niñas reían conspiradoras. Entra-ron a la sala y mirando fijamente a Carlota, sonrieron en forma malévola…

–¿Te diste cuenta cómo nos miraron? –dijo Paly susurrando.

–Sí… en cuanto suene la campana del recreo de las doce, corremos a la sala de profesores a sacar los volantes.

–Trato hecho. ¡Cambio y fuera!Carlota levantó sus cejas, al darse cuenta de

que Paly tenía, también, espíritu de agente secreto.

Durante toda la clase de matemáticas, las niñas pesadas ejercieron una presión psicológica muy fuer-te en Carlota, quien ya sentía algo de una chifladura asustadiza, pues miraba hacia atrás a cada minuto. Las niñas pesadas se reían como cómplices de Al Capone.

La campana señaló el momento del recreo, y

52 / Carlota, La aventura de crecer

Carlota, seguida de Paly salió del bus corriendo, en dirección a la máquina impresora a rescatar sus 200 volantes. Cuando iban llegando, se encontraron con las cuatro niñas, sentadas junto a la puerta de la sala de profesores.

–¿Qué te pasa, marciana? ¿Buscabas algo? ¿Por qué no agarras tu platillo volador y te echas a volar junto a tu mascota? ¿Ah?

Estaban desarmadas, no tenían nada que hacer ante esas cuatro niñas grandes, tampoco podían acu-dir a la directora, o a la inspectora, porque eran ellas las transgresoras de las leyes del colegio. Quedaron atónitas por un momento, y declarándose derrota-das, se devolvieron a la sala.

–¿Qué vamos a hacer, Carlota? El montón de volantes quedó dentro de la sala de profesores. ¡Y las niñas no nos dejarán entrar!

–Tengo un plan… –dijo Carlota, con mirada vi-sionaria, y caminando de un lado hacia otro, con los brazos cruzados en la espalda, como abuelito cuenta cuentos–. Después de la última clase, que es botánica, dictada por la directora… nos metemos debajo del bus de los profesores, a esperar que todo el colegio se retire. Cuando esté todo en silencio y casi a oscuras, aprovechamos de entrar por una de las ventanas del bus y ¡rescatamos los volantes para repartirlos maña-na! ¡¿Qué tal?!

Paly agrandó los ojos, asustada por la idea y disposición de su amiga. Se sentía como protagonista de una película de policías y ladrones.

–¡No! No creo que sea una buena idea, Carlota, pensemos algo menos arriesgado.

–¡Tienes razón! –dijo Carlota–. ¡¿Qué me pasa?! ¡Estoy perdiendo el control!

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–Presidenta, como Senadora me dirijo a usted, perdón a ti, para apoyarte en la derrota. Debemos aceptarlo, esta vez hemos fallado.

Carlota pensaba y repensaba la manera de sa-car esos folletos de la sala. Quería fervientemente realizar esa fiesta, pero Paly tenía razón: aceptar la derrota era la salida más heroica a su fallido plan, para conseguir publicidad marketera.

–Vamos, presidenta –dijo, tomándola por los hombros–, traje galletas y jugo de colación; comá-moslas ahora, para apaciguarnos este mal paso.

Carlota la miró y sonrió por su adulta forma de ocultar los fracasos… “comiendo”.

¿Habría que cuidarla? ¡Seguro que sí!, Paly se veía como una sería candidata a la obesidad cuan-do fuera grande… Carlota había escuchado que los adultos eran seres muy amargados y decepcionados, por sus continuas derrotas.

Paly habló:–Mi mami dice que debemos cuidarnos desde

chiquitas, así es que me envió jugo recién exprimido y galletas de avena… son muy ricas.

Carlota sintió una dualidad: alivio, pues ¡su amiga no sería gorda cuando grande!, y desagrado. ¡¿Galletas de avena?!

En clase de botánica, se dedicaron a comer los tomatitos recién cosechados, y a jugar entre el barro y las plantas del invernadero artesanal que la direc-tora había inventado.

Carlota olvidó por un momento el fracaso de su proyecto y, sin darse cuenta, se dedicó a ser feliz, reír y jugar. Disfrutar al aire libre, preocupándose solo de ser una niña; esto le hizo sentir alegría y pudo dejar de lado

54 / Carlota, La aventura de crecer

el problema, que ya parecía de menor importancia.Quienes no compartían ese estado de paz, eran

las niñas pesadas, que habían ideado una estrategia para poner en la palestra de acusados a Carlota, la marciana enemiga.

Su líder, Evelyn, les indicaba el plan.–Cuando todos los alumnos y profesores se

hayan ido y esté todo en silencio, a punto de oscure-cer… nosotras ingresaremos por una de las ventanas del bus de los profesores a sacar esos folletos. ¡Ya sa-brán que conmigo, nadie se mete!

Las amigas se frotaban las manos en espera de tan delicioso momento de desquite.

Una de ellas, era un poco temerosa, tan grande y fuerte como las demás, pero con alma de niña, pues apenas tenía once años. Ella preguntó:

–Pero, ¿dónde nos ocultaremos?–En el baño. ¡¿Dónde más?!–¿En el baño? ¡¡No!! –gritaron a coro las inte-

grantes de la banda.–¡Sí, en el baño!, solo será por unos minutos,

no sean cobardes. ¡Todo!, por saber qué se trae entre manos esta enanita marciana.

Las cómplices pusieron cara de resignación, pero apoyaron el plan.

Sonó la campana del fin de la jornada, los niños tomaron sus mochilas y salieron tranquilos. Carlota miró hacia el bus de los profesores con entereza y suspiros. Su mejor amiga se dio cuenta y quiso darle el ánimo final para olvidar el problema, así es que salió corriendo y le dijo: “Pinta”. Carlota entendió la buena intención y agradecida sonrió, y soltando el problema de sus pensamientos la siguió en el juego.

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Mientras todo el colegio salía del territorio es-colar, las niñas pesadas iban en dirección contraria: hacia el baño que, como era un pozo séptico, no po-día tener buenas condiciones de higiene. Para peor, este era un pozo en ¡terribles condiciones!

Apelotonadas dentro del cubículo, con miedo a resbalar hacia dentro del “pozo voluptuoso”, cubrían sus bocas y nariz con pañuelos perfumados con alco-hol gel para no sentir el hedor. Hacer antesala en esas condiciones era indigno, pero era la única opción que ellas tenían para cumplir con sus planes.

Cuando estuvo todo en silencio Evelyn habló:–Muy bien –dijo–, ¡salimos de aquí corriendo

hasta la sala de profesores, entre todas, me levantan para poder entrar por una de las ventanas y listo, una vez dentro del bus cojo los papeles. ¡La marciana y su mascota sabrán lo que es bueno!

Las otras tres consintieron apuradas, esperan-do salir de su encierro lo antes posible.

El colegio quedó por fin vacío y en silencio. Cuando no se oía ni el caminar de un gato, las niñas pesadas salieron del baño, ahogadas y con una to-nalidad verde en sus rostros, porque a una de ellas se le había ocurrido marearse y vomitar. En silencio tuvieron que aguantar el festival de arcadas. Una vez repuestas, corrieron hasta el bus de los profesores.

Al parecer el ambiente del pozo séptico tenía serias consecuencias secundarias y las cuatro niñas se portaban como drogadas; estaban con ataques de risas realizando la tarea.

–¡Tiren, tiren! –gritaba Evelyn, al no poder pa-sar por la ventana.

Una de ellas lo pensó mejor y dijo:

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–¡Empujen, empujen! –y así lo hicieron, hasta que resultó.

Evelyn cayó como un saco de papas dentro del salón. Se levantó rápidamente y se dirigió hasta la impresora y allí estaban, como el gran botín, los 200 ejemplares del trabajo hecho por su enemiga “la mar-ciana Carlota”, quien había captado la atención de su eterno amor: “Esteban, el matón del colegio”. Había estado enamorada de él desde el kinder; jugaban fút-bol juntos, veían lucha libre, jugaban al gallito, pues eran del mismo tamaño, y aunque él solo la veía como camarada o aliada en sus maldades, ella sentía que eran tal para cual, estilo “Bonnie and Clyde” y por eso no iba a permitir que una recién llegada se lo arrebatara de su lado.

Bueno, después de este flash back romántico, Evelyn procedió: buscó un ventilador, lo puso en la mesa frente a la ventana, tomó el montón de volan-tes y los puso al frente. Estaba todo listo y dispuesto para lograr su cometido, solo faltaba la escapatoria de la escena del crimen.

Evelyn, como ya sabemos, era grande y desarro-llada, así es que puso mucho esfuerzo para pasar por la ventana, sin la ayuda de sus amigas empujando. Al estar, casi totalmente afuera, decidió lanzarse al vacío, pero, su vestido escolar quedo enganchado en un pes-tillo de la ventana y este imprevisto accidente la dejó colgando como un racimo de nísperos maduros.

Sus colegas explotaron en carcajadas que les quitaban las fuerzas que precisaban para descolgar a su amiga, que gritaba de rabia, mientras colgaba como una piñata, dejando ver su calzoncito rosado, pintado con pequeñas flores blancas.

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–¡Bájenme rápido! ¡¡Tontas!! Dejen de reír, o me las van a pagar ustedes también.

Evelyn gritaba tan alto y las niñas reían tan es-candalosamente, que el colegio dejó de ser el lugar se-guro que las resguardaba en su plan. Con los gritos y el alboroto, comenzaron a aullar los perros y eso dejó a las cuatro niñas mudas, pues veían desde lejos, que se acercaba la linterna del cuidador, portero, encarga-do de lavar autos y maestro chasquilla, “don Pedro”.

Decían que don Pedro era muy rudo, porque, según cuenta la leyenda… una vez concursó en “Sá-bados Gigantes”, en una sección que se llamaba “Muéstrenos su gracia”. Esa tarde, obligadamente, todo el colegio había visto a don Pedro aparecer en sus televisores como el participante número tres, mostrando una gracia increíble:

Don Pedro, podía levantar cualquier cosa, de cualquier tamaño y peso ¡con los dientes!: un saco de cemento, un balón de gas, una bola de boliche, dentro de una bolsita claro, una silla, todo, absoluta-mente todo, solamente con la fuerza de sus dientes. Desde ese día, quedó bautizado por toda la comuni-dad escolar, como “El Súper Diente” y, aunque no ganó, todo el colegio sabría siempre de su talento.

Bueno, y este Súper Diente venía raudo, cami-nando con su linterna en mano, a investigar qué es lo que estaba pasando, cuál era el motivo de tamaño griterío dentro del colegio.

Caminaba a marcha firme, alumbrando como Darth Vader de “La guerra de las galaxias”, con su espada láser: una linterna amarilla, que usaba cuatro pilas gruesas, y que había obtenido por compras de TV en las increíbles ofertas del “Llame ya”. Así es que, estaba seguro de que esa noche nada fallaría, y el podría cumplir con su labor.

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Como era una linterna, justamente del “Llame ya”, por tanto, de dudosa reputación, así de la nada, se le acabó la batería. Don Pedro, después de largar un “rosario” de garabatos, debió volver a su puesto de co-mando a recargar el preciado dispositivo de seguridad.

En ese momento, las niñas pesadas aprovecha-ron de continuar el rescate de su jefa, y a la cuenta de tres tiraron con fuerza para rescatarla, pero, con la violencia y desesperación del momento, el tirón fue muy enérgico y le rasgó el vestido a Evelyn, dejando un trozo de tela pegado en la ventana, y los calzones con flores a la vista del público.

–¡Miren lo que hicieron! ¡Tontas!, –gritaba Evelyn, mientras se escuchaba la voz de Súper Diente…

–¿¡Quien anda ahí!?El imaginar ser descubiertas por el portero de

dentadura inclasificable, les pareció una imagen pa-vorosa, así es que horrorizadas salieron corriendo, como si estuvieran en una maratón, arrancando de aquella leyenda viviente o fantasma con premolares de acero que las podía descubrir.

Al otro día, el miércoles, en la puerta del co-legio, Carlota y Paly se encontraron frente a frente con las niñas pesadas. Era como un duelo, de pelí-cula de vaqueros.

De pronto escucharon:–¡Ya puesh niñash!… ¡Entren de una wuena

vesh!…, wuenosh díash…Era la voz del Súper Diente, que les sonreía

muy amable, dejando ver que tenía en su boca una especie de bombardeo letal, que dejó una mezcla rara de diente por medio, reflejo de un pasado glorioso, que ahora solo eran ruinas de museo.

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Por una vez en el año, Carlota, Paly y las cuatro niñas pesadas se unieron en un pensamiento: había que recordar lavarse los dientes después de almuerzo.

Una de las niñas, se tocaba los frenillos y pen-saba “Oh, muchas gracias, brackets”.

Entraron en silencio al colegio, cada una de ellas, con su secreto.

Les tocaba educación física las dos primeras horas y, hasta ese instante, todo iba con normalidad. Precalentamiento, abdominales, gimnasia rítmica y lo último era, el Test de Cooper, momento en que todo el colegio, incluido el profesor de gimnasia, co-rría y corría, dando vueltas como un carrusel loco, sin parar en ningún momento. En cada vuelta, que tenía como eje el pozo séptico, estaban todos más y más agotados.

En una de las vueltas, Carlota fue literalmente succionada detrás de los matorrales por Paly y otras dos niñas, que ya no daban más con el fastidioso test: se quedarían escondidas, hasta que terminara.

Muy calladas y casi sin aliento, esperaron el pitazo final. Por fin sonó, y todos los estudiosos del físico, especialmente las niñas pesadas, aplaudían su labor, con las caras rojas, el pelo despeinado y el traje blanco de gimnasia pegado por todas partes, estilo pan de molde con manjar blanco.

El profesor de gimnasia dijo:–¡Buen trabajo!, ¡felicitaciones! ¡Vamos, vamos

que se puede!Carlota y sus amigas oían desde los arbustos.–Alumnos… vayan a tomar agua, y continua-

remos con la segunda parte del test. Yo, voy a la sala de profesores a refrescarme un minuto –continuó.

El profesor de gimnasia se llamaba Ignacio, y era

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como el prototipo de personaje de teleserie sensiblera: alto, cabellera rubia, pero medio pelado, y con un bigo-tón, estilo bandido mexicano, que le tapaba toda la boca.

Algunas de las profesoras le ponían buena cara cuando pasaba con su buzo ajustado y su silbato. Tenía un tic o amuleto conquistador, que lo repetía, muy seguro de sí mismo: se pasaba la mano por el pelo rubio, lentamente desde adelante hacia atrás.

Todas suspiraban, aunque en cada pasada de su mano, se le caía un pelo más, por eso estaba me-dio pelado.

Al parecer la táctica le daba resultado, porque decían que se había casado tres veces y que cuando joven había sido modelo de pasarela.

Cuando entró a la sala de profesores, había solo mujeres. Ellas lo miraron enamoradas y, sin ha-cer caso a la taquicardia que tal varón les causaba, las profesoras corrieron a atenderlo. Una le sirvió agua helada de la botella, otra le paso una toalla para el su-dor, y a otra no se le ocurrió nada mejor, que prender el ventilador para que se refrescara…

Recordemos que la noche anterior, había que-dado el ventilador apuntado al montón de volantes que había impreso Carlota.

–¡Oh, gracias…! –dijo el profesor Ignacio–. ¡Qué refrescante! –exclamó en tanto se pasaba la mano por su cabellera.

En ese momento, un volante se le apegó a la frente sudada y le cubrió hasta la mitad de la cabeza.

Con el ventilador prendido, comenzó la lluvia de papeles por todo el patio. Se escuchó un grito ge-neralizado y se vio a todos los niños corriendo, para alcanzar aquellos papeles.

Carlota y sus amigas aún seguían detrás de los ar-

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bustos cuando sintieron curiosidad por tanta algarabía. Quedaron con la boca abierta. En el aire, como cayendo desde el cielo, se veían todos sus volantes, anunciando la fiesta y llegando a cada rincón de colegio.

Todos los alumnos tenían un papel en la mano y leían entusiastas el aviso de “Fiesta en la cancha”, mientras, seguían y seguían cayendo los papeles, como confeti de recital salsero.

Se podía ver a todas las pedagogas rodeando al profesor Ignacio, quien las tenía abrazadas para protegerlas del peligro, incluso una de ellas explotó en un llanto sonoro que a Carlota no le pareció de pá-nico, sino de frescura, pues no cesaba de llorar, mien-tras el profesor la consolaba y las demás maestras la miraban con envidia.

Ese fue un momento inolvidable para Carlota, porque consiguió su objetivo, justo cuando ya em-pezaba a olvidar todo el esfuerzo que había puesto para lograrlo.

Desde este momento, se dijo Carlota, ocuparé este plan de vida. Cada objetivo tiene un proceso de realización, y debo confiar en que así será. No debo estresarme… solo relajarme… que lo que tú quieres, vendrá a ti… se repitió.

Era un regalo doblemente valioso, que le de-volvía las fuerzas para continuar con su proyecto.

Las niñas pesadas apuntaban desde lejos a Carlota, mientras la inspectora Sincera, anotaba en su libreta de acusaciones unas letras estilo garabatos europeos, pero a ella no le importó, solo disfrutaba del primer momento agradable que pasaba en ese in-quieto colegio.

CAPÍTULO VII

La lección de baile

Carlota y Paly ocupaban el recreo, y todas sus horas libres para confeccionar el traje que usarían en la fiesta del día viernes. ¡La fiesta de disfraces! Can-taban ilusionadas a cada momento.

Habían reunido telas, esponja para rellenar cada traje, unos ojos de cartón muy grandes y unas antenas que hicieron con bombillas de plástico. Los trajes estaban muy buenos y divertidos, que era la idea central.

–¡Vamos a ser unas marcianas chistosas!… –de-cía Carlota.

–¡Y que sea un diseño innovador y diferente!, súper fashion alienígena… –decía Paly.

Ambas amigas disfrutaban mucho de la con-fección y de analizar los planes que tenían para su primera fiesta del colegio.

–¡Yo sé bailar, rock and roll, me enseñó mi mamá!, también chachachá y tango, que me enseñó mi abuelo… –decía entusiasmada Paly.

–La verdad, no creo que toquen esa música. La directora dijo que hará el papel de DJ, y que a ella le gusta la onda disco, de la época de John Travolta.

–Yo no sé como se baila eso, dijo Paly.Carlota la miró con entusiasmo y se levantó

para enseñarle.–¡Te puedo enseñar!, pero yo debo ser el hom-

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bre, porque así me enseñó mi mamá. Yo solo se guiar –dijo Carlota.

–¡No importa! Enséñame por favor –dijo Paly–. Yo pongo la música desde mi celular.

–Mira, es como un rock and roll, pero más mo-vido –decía Carlota, mientras repasaba los pasos.

Comenzaron a girar de la mano, en un baile de pareja, en donde Carlota era la líder. Reían mucho al darse cuenta que se les hacía fácil seguir el ritmo.

Estaban en pleno ensayo de baile onda disco, cuando alguien interrumpió.

–¡Bravo!, ¡Increíble! Se escuchaba, acompaña-do de aplausos solitarios.

¡Oh, oh!, No, otra vez no, por favor…, qué hu-millación –pensó Carlota.

–¡Bravo, bravísimo!Era él…, el mismísimo Esteban, que hacía su

aparición para arruinarles el día.–Me dijo mi amiga Evelyn que tú eras la cul-

pable…, la responsable de la fiesta del viernes… ¿Es verdad? –dijo Esteban.

–¡Sí! ¡Es verdad! ¿Algún problema? –preguntó Car-lota, ocupando el mismo sistema agresivo de Esteban. La diferencia, es que Carlota empezaba con su taquicardia nerviosa y el silabeante anuncio de tartamudez.

–¡Sí! ¡Hay un problema que tú provocaste y ahora tú me vas a solucionar! –arremetió Esteban apuntándola con el dedo.

Carlota respiró profundo, infló su pecho y en-frentó la situación.

–¡Mira, Esteban! o como te llames… –Carlota se detuvo, porque se dio cuenta que no debía caer tan bajo–. Perdón…, Esteban…, yo no tengo nada en tu contra, lo único que te pido es que me dejes tranquila.

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–¡No quiero!… –dijo Esteban, desfachatada-mente.

Carlota y Paly se asustaron ante tal declaración. Carlota dio un paso al frente, dejando a su amiga en resguardo, tras su mesa de costura.

–¿¡Por qué no quieres!? ¿Qué te he hecho yo? ¿Quieres pelear? Bueno, ¡no te tengo miedo!, yo tam-bién sé dar unos golpes que te sorprenderían, mi papá estudia karate y me enseñó hartas maniobras, así es que, si yo fuera tú…, lo pensaría mejor.

–¡¿Ah sí?! ¿Y desde cuándo que te enseñó kara-te tu papito? –dijo el chico y rio con burla.

–¡Desde los tres años…! –contestó Carlota, co-menzando una danza de box a su alrededor.

–Bueno. Todos los papás enseñan de alguna forma, a mí el mío también me enseñó a los tres años y me dejó un ojo morado, sí, conozco esa forma de enseñar de los padres… la conozco muy bien.

Carlota lo miró queriendo no entender lo que había escuchado. ¿El papá de Esteban lo golpeaba?

No pudo más que bajar la guardia y sentir com-pasión por él, pero Esteban continuaba en su plano de matón.

–¡Para que sepas, yo aprendí a pelear en la ca-lle, en peleas de verdad! ¡Sé pelear kárate, lucha libre, box!…, lo que me pidan.

–Bueno…, te felicito… ¡Podrías matarme en-tonces! –dijo Carlota.

–Exactamente… –dijo Esteban, acercándose a ella, como león a punto de cazar a su cebra–. No ne-cesito más peleas de práctica… necesito que… ¡tú!, como responsable de meter al colegio entero en este lío del baile, me ayudes en algo a… ¡mí!

Carlota estaba perpleja; Esteban, el matón, pi-

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diendo ayuda. Era muy extraño…–Y te guste o no la idea, ¡lo harás! –dijo Esteban.–En eso estás equivocado, Esteban…, así nun-

ca llegaremos a ser amigos –decía Carlota, mientras Paly miraba incrédula, casi oculta entre la tela verde.

–¡¿Y quién dijo que quiero ser tu amigo?! No me hagas reír. ¡No me interesa ser tu amigo, ni de nadie! –dijo Esteban.

–A mí menos… –respondió Carlota–, pero de-bes pedir las cosas como corresponde y, si en algo puedo ayudarte, lo haré.

Paly miraba con admiración a su presidenta, que se estaba sacrificando por todo el colegio, cual elegida para ser lanzada por el volcán indígena en ritual pidiendo lluvia.

Esteban la miraba con desconfianza; al parecer nadie era amable con él, entonces, no sabía como res-ponder a esta nueva experiencia.

–¿¡Quién te crees que eres ¡? –dijo Esteban, echando humo por la nariz.

–Yo…, soy Carlota.Diciendo esto, le extendió la mano en señal de

saludo de adultos responsables, como los de la ofici-na de su papá.

Esteban miró la mano por lo menos treinta se-gundos y, en forma muy brusca, le extendió la suya.

–Yo… soy Esteban –dijo el chico, moviendo tan fuerte la mano, que dejó a Carlota con dolor de hombros.

–¡Esteban!, ¿qué necesitas?, ¡dímelo! –dijo Carlota.–Yo…, y te juro, que si lo comentas te va a pe-

sar…Yo… no sé bailar. Quiero que me enseñes a bai-lar, así como le enseñabas a tu amiga.

Paly miraba a Carlota, como si fuera un mi-lagro inesperado. Se produjo un silencio, no breve,

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nadie sabía por dónde empezar. Ellos parados, uno frente al otro.

Paly levantó la mano para hablar. –Dinos, Paly, pidió Carlota.–En mi celular tengo música; podemos iniciar

la primera clase ahora mismo.Comenzó a sonar una canción lenta. Esteban y

Carlota estaban muy nerviosos, pero ambos, sin des-pegarse los ojos de encima, asintieron con la cabeza.

A Carlota se le ocurrió otra de sus brillantes ideas.–¡Esteban! –dijo Carlota–, en tus peleas…

¿cómo das el primer golpe?–¡Así! –dijo Esteban, pasando un puño casi ro-

zando la mejilla de Carlota quien, luego de tragar saliva del susto, le pidió que repitiera la maniobra, pero lentamente. Esteban lo hizo, y cuando tenía el puño cerca de su cara, Carlota lo tomó, le abrió la mano y llevó las dos manos del chico hasta su cin-tura. Ella, puso ambas manos en los hombros de él, tomando cierta distancia.

–Así empieza cualquier clase de baile. Yo he acompañado a mi mamá a sus clases de todo lo que se le ocurre, y cuando ha sido de baile, siempre empieza así.

Esteban la miraba con el rostro de un niño pe-queñito, que comienza a caminar.

Carlota no podía creer que este era su primer baile con el sexo opuesto.

–Sigue mis pies, pero no mires el suelo 1, 2, 3… 1, 2, 3… 1, 2, 3… esos son los pasos básicos, debes practicarlos antes de continuar con la segunda lección.

Desde lejos se escuchó la voz de algunos estu-diantes que se acercaban… Esteban soltó a Carlota, de un empujón, y salió corriendo del lugar. La chica se desplomó en el suelo, asustada y conmovida con lo que había sucedido.

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–Carlota, ¡eres muy buena profesora!, si no fue-ra así, este niño jamás te habría pedido que le enseña-ras… ¡Nadie creería esta anécdota! ¡Sigamos con los trajes, nos queda solo un día!

Para Carlota había sido algo más que una anéc-dota y quería hacer algunas meditaciones antes de volver a la rutina con su amiga.

¿Cómo las situaciones pueden tener tan dis-tintos colores de un momento a otro?, se preguntaba Carlota. Era algo que ella estaba aprendiendo, por-que veía una luz de cambio que le mostraba un nue-vo compañero de curso… a un nuevo Esteban.

Carlota sintió una fuerte necesidad de comen-zar una especie de bitácora de vuelo con los proyec-tos: fracasos, amigos, enemigos, triunfos y derrotas de su nueva vida, pero, lo que más la motivaba, era la sensación de optimismo que dejó en ella la comuni-cación, casi en campo minado, que había tenido con ese niño, tan diferente a ella.

¿Por que las personas, somos tan diferentes, unas de otras?, se preguntaba constantemente, cuan-do recordaba a los personajes de aquel colegio.

Todo era lo mismo, y al mismo tiempo… nada lo era...

Ella vivía en una nueva casa, asistía a un nue-vo colegio, su hermanito ya no era un bebé, sus pa-dres, ya no estaban siempre, ya tomaba decisiones, como por ejemplo, qué alimentos comer al almuerzo, a quiénes escoger como sus amigos, qué ropa usar... Y ya tomaba riesgos, como la locura de hacer esos panfletos, o la valentía de enfrentar a Esteban.

¿Qué hace cambiar a las personas, si todos los recién nacidos se ven iguales?, se preguntaba. ¿Las cosas buenas que te ocurren?, ¿las cosas malas, que

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no quieres que te ocurran?, ¿las personas que apare-cen y desaparecen de tu vida?, ¿las caídas, las levan-tadas, el miedo, el disfrute, el amor o el desamor?, se decía con frecuencia, aunque en realidad se siente aún muy niña para hablar de amor, de ese amor de las películas. Lo más cercano al amor, en ese momen-to era Esteban.

Vivamos su contexto para tratar de entenderla:La familia de Carlota es muy bonita. Su mamá,

una exbailarina de ballet, muy alta y bella de largos brazos y piernas es, además, muy gentil. Tiene el ca-bello oscuro y largo, le gusta la gimnasia y andar en bicicleta. Tiene muchos admiradores, por su belleza, puesto que la de ella no corresponde a la belleza tí-pica de una mamá. Gloria, así se llama, es una gran mujer, pues aunque pasa gran parte del año en so-ledad, dedicada a sus hijos y sus clases de todo lo aeróbico que se le ponga por delante, sabe organizar armoniosamente su hogar con sus intereses persona-les y maternales.

Su padre, un exmúsico rockero, a quien le gus-ta mucho viajar, por eso siempre consigue trabajos donde lo mandan a recorrer el mundo, es muy feliz y realizado, a pesar de que no ve mucho a sus hijos. Al parecer, esto no afecta su apego por el hogar, por-que su gran amor es Gloria y, estar en comunicación con ella, lo mantiene cerca de la familia, aunque se encuentre al otro lado del mundo.

Cada seis meses, se escucha la voz de Gloria di-ciendo su nombre: “¡Tito!”, cuando llega de sus via-jes, y entra a la casa cargado de regalos para todos: ju-guetes, perfumes, chocolates, revistas de cómics para el hermanito y alguna revista de adolescentes para

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Carlota. Todos los tesoros bien guardados y presen-tados en las típicas bolsitas amarillas de “Duty Free”.

A veces, Carlota se mira al espejo, y se encuen-tra tan parecida a su padre que se peina como él por un ratito: el cabello hacia el lado, un copete estilo Elvis Presley, y se pinta unas patillas… “igualita”, piensa, pero al final, se encuentra más bonita con su cola de caballo y su cara de niña.

Falta el hermano de Carlota. Es menor que ella.Carlota siempre recuerda, que cuando fue a co-

nocerlo a la clínica, se asombró mucho, porque era el primer recién nacido que veía de cerca. Era tan peque-ñito, que su mano no lograba tomarle el dedo meñique.

Era un pedacito de cielo, algodón de azúcar, helado de vainilla…, en fin, todo lo que ella relaciona con lo suave y dulce.

Ahora, su hermano Daniel estaba más grande, ya tenía diez años, y se creía muy malo, pero en el fondo, bien al fondo… ahí estaba todavía ese pedazo de nube celeste, que vino a completar esta familia.

Bueno, bitácora familiar completa, tickeó Car-lota en su libreta de anotaciones, que desde ese día bautizo como “Mi bitácora”.

–¿Qué tanto escribes? –dijo Paly sentándose a su lado.

–Descubrí que me gusta escribir, sobre las co-sas, el mundo, las personas, el pasado, el futu… ¿Paly? ¿¡Paly!?

En ese momento de discursos, se encontró con la cara de Paly y sus inmensos ojos abiertos como pla-tos de sopa.

–¿Qué pasa? –le dijo, mientras Paly levantaba la mano con el dedo índice apuntando algo que, al parecer, no era nada bueno.

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Carlota siguió la mira del dedo, y se encontró con Evelyn y su banda, con unos bates de béisbol en las manos.

¡Dolor de estómago, frío y calor, miedo, terror!, todo pasaba por sus emociones, agotamiento tam-bién, por esta especie de ”Roller Coster”, de la que quería bajar de una vez.

–¿Así es que ahora eres profesora de baile? ¡Marciana, enana!

El clan reía amenazante, mientras se acercaban y las rodeaban como tiburones a su presa.

–¿Con cual empezamos?, da lo mismo, son iguales… fáciles de aplastar, como gusanos…

–¡Gusanos marcianos! –dijo una y todas rieron por varios segundos.

Carlota y Paly tenían el corazón en la boca.De pronto sonó un celular; todas se miraron ex-

trañadas por el ruido fuera de contexto que venía del bolsillo del delantal de Evelyn. Evelyn contestó.

–¿Aló?… sí, mamá… no, mamá… como tú quieras… no importa, yo vuelvo caminando…, ¿lle-gas mañana? Ah… bueno, yo veré dónde me puedo quedar… sí…, tengo dinero, no te preocupes… Adiós.

Cortó.Las niñas habían escuchado la conversación, y

todas se dieron cuenta, que fue algo que afectó el ros-tro de Evelyn. Las amigas de Evelyn habían bajado los bates de béisbol, ya no tenían fuerzas para pelear.

–¿Qué les pasa? ¿Acaso vieron un fantasma? ¿Qué les pasa? ¡Tontas sentimentales! ¿Ya se acobardaron? ¿Por qué siempre todo lo tengo que hacer yo misma?

Evelyn se acercó a las marcianas, con cara de búfalo del infierno, tomó todo el impulso y lanzó con fuerza un golpe. Carlota apretó los ojos para no ver,

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pero sintió el ruido del golpe, no el dolor, sí, el ruido del golpe…, pensó que ya había muerto, y que tenía el poder de los ángeles, de no sentir dolor. Abrió len-tamente los ojos, esperando encontrarse en el cielo, pero no, ahí estaba aún, en el colegio, ¡qué alivio, no he muerto!, qué bueno por mi mamá… –pensó Car-lota– … pero, ¿qué pasó?

Una polvareda levantó el golpe que había dado Evelyn en el suelo, con tanta fuerza, que dejó una huella. Entre la nube de tierra sintió al lado de su oreja la voz de Evelyn.

–¡Aléjate de él, o el próximo golpe será en tu cabeza! ¿Entendido? –dijo la jefa, haciendo una re-tirada, como tractor cargado con espinas de cactus.

Lentamente, se alejó sin darle la espalda, hasta desaparecer.

Carlota y Paly respiraban con dificultad; am-bas rompieron en un llanto angustioso.

Esa noche, Carlota no podía dormir, no llevó, como de costumbre, su radio a escondidas para escuchar música y relajarse; esta vez tenía la necesidad de pensar, meditar sobre lo ocurrido y así, hallar alguna solución.

Resonaba en su cabeza una y otra vez, la con-versación que Evelyn tuvo con su mamá por celular…

“No importa, yo vuelvo caminando… ¿llegas mañana? Ah, bueno, yo veré dónde me puedo que-dar… sí…, tengo dinero”.

Al parecer, Evelyn andaba a esa hora de la noche, en la casa de alguien que la hubiera querido recibir, y con ese carácter, no debe ser tarea fácil en-contrar alguien que te quiera…, pensaba Carlota con preocupación.

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Su mamá no está para cuidarla, por eso ella es así, ¿debo temerle o debo sentir pena? No lo sé, se decía.

Sus ojos comenzaban a cerrarse de cansancio, pero su cabeza seguía repitiendo el episodio “Aléjate de él… aléjate de él…”. Carlota saltó en la cama de miedo, y no pudo seguir acostada. Se fue a la pieza del computador, y empezó a navegar en busca de infor-mación, que le ayudara a calmar sus preocupaciones.

Entró a la página del colegio, y encontró el anuario escolar del año anterior, buscó la foto de Evelyn y sus amigas hasta que las encontró: allí esta-ban, tan grandes y rubias como siempre, solo que un poco menores.

Evelyn Aguirre: hija menor de una familia de cinco hermanos.

No era una gran información, pero en su mente de guionista, Carlota descifró, a su manera, la situación.

Evelyn, es la hija menor de una familia de cin-co hermanos, sus padres, deben estar aburridos con tanto hijo, o tal vez, no tienen tiempo para ella, tra-bajan mucho, o están separados… ¡Ahí se detuvo!… eso era… su intuición se lo decía: sus padres estaban separados, y su madre reconquistó la irresponsabili-dad de la soltería, pensó Carlota. Y ella, Evelyn, al ser la menor, ha tenido menos protección, y sus papás ya no están para regalonearla con tiempo de calidad, como dice mi mamá ‒reflexionó Carlota.

Pero, ¿¡qué culpa tengo yo!?, pensó sin empatía.Esteban… Esteban… ¡ese es el problema que ella

ve en mí! No quiere perderlo y piensa que yo soy un obstáculo… pero ¿yo? ¿Por qué? Ah…, sí, porque Es-teban dijo que yo era bonita… aunque fue por moles-tar, creo, aun así… fue el primer piropo de mi vida… bueno, pero estamos en otra cosa, discurría Carlota.

74 / Carlota, La aventura de crecer

Un bostezo, y la sombra de su mamá en pija-mas, le hicieron parar de inmediato la investigación.

–¡¡Qué haces a esta hora en el computador, Carlota!! –dijo su mamá enojada.

Carlota la miró y se sintió tan agradecida que corrió a abrazarla…

–¡Nada, mamá!, discúlpame, me acuesto ahora mismo… ¡Te amo…, gracias! ¡Estás cada día más joven!

Ya no sabía qué decir para agradarla, su mamá se rio y le dio un beso en la cabeza despeinada…

–Duérmete rápido, hija, para que duermas más… –era un dicho familiar que en ese minuto so-naba tan tierno como la sonrisa de su madre.

Carlota se quedó dormida, pensando en la for-tuna de algunos y la tristeza de otros… ¿Será cícli-co?... ¿A todos nos tocará la tristeza en algún momen-to? ¡No importa!, hoy disfruto mi fortuna… ¡Gracias! …y buenas noches.

CAPÍTULO VIII

La vie en rose

Después de un exquisito sueño reparador de casi nueve horas, como solo los niños saben dormir, Carlota despertó muy contenta y con ganas de de-mostrarle al mundo su felicidad.

Empezó por la ducha tibia que la energizó, luego, cuando percibió el aroma de las ricas tostadas de su mamá, que anunciaba el incomparable té con leche, que, humeante, la esperaba en la mesa de la cocina, sintió que en su vida todo era perfecto.

Su mamá estaba linda, tenía una clase de reiki y había preparado el desayuno cantando; su herma-no, “el malo” de la casa, estaba fragante y sonriente, pues tenía una invitación a un cumpleaños desayu-no, anómalo, pero moderno, y ella, Carlota, sentía que podía sostener el peso del mundo en sus hom-bros, a sus doce años.

–¡Qué linda es tu sonrisa, Carlota! se diría que dormiste con los angelitos –dijo su madre.

–Sí, lo sé, dormí increíble y hoy me siento de maravillas. Tengo tantos proyectos, mamá, y la ener-gía para llevarlos a cabo, que es lo más necesario –dijo Carlota con alegría.

–¡Es que Carlota está pololeando! –dijo su her-manito riendo.

–Ni siquiera tus bromas pesadas podrán dañar mi ánimo, ¡oíste, hermanito! Hoy, soy la superhéroe del ánimo.

76 / Carlota, La aventura de crecer

–¡Ay, las endorfinas! –acotaba la mamá, mien-tras cantaba y bailaba con la bandeja de tostadas.

Los hijos la miraron y se rieron mucho, conta-giados por todo ese buen humor y sentimiento, que la hacía cantar en francés, una canción bonita, pero chistosa, donde las palabras parecían hechas de gár-garas de miel con limón, de esas que dan las abueli-tas cuando los nietos tienen flema.

–Ay, las endorfinas ponen la vie en rose… y más ggggggrrrr!!! –decía la mamá.

–¡Ay, las adolfinas! –decía el hermanito.–¡No! las edelfinas –decía Carlota, mientras su

mamá sonreía por las equivocaciones.–No, hijitos, escuchen bien, dije las ¡endorfi-

nas!, que son unas neuronas de nuestro cerebro que se liberan cuando hacemos ejercicio, comemos bien, dormimos bien y somos felices…estas endorfinas nos hacen aun más felices, así es que hoy, en que todos nos sentimos bien, ¡vamos a extender la buena racha el resto del día!, ¿ok?

–Tú, al colegio, tú, a tu desayuno cumpleaños y yo, al gimnasio, para continuar con el buen ánimo.

Los tres subieron al auto, la mamá siguió can-tando esa canción muy antigua, de la época de su abuelita, La vie en rose, en francés.

–Mamá ¿Por qué cantas esa canción? –pregun-taron los niños.

–Por la letra –dijo la mamá y continuó infor-mando–: habla de los momentos bonitos de la vida, que te hacen ver el mundo color de rosa, momentos de amor. Canta una señora muy antigua, francesa, su nombre es Edith Piaf.

–Piaff! Piaf!! –replicó el hermanito–. Piaf!! Piaf!! –decía y todos reían y, sentían que el ánimo era soñado.

Patricia Valenzuela / 77

–Estas canciones son de amor –acotó la mamá.–¡Pero, mamá!, ¿qué sabemos nosotros de

amor? –dijo Carlota.–¡Tú sí sabes!, estás pololeando –dijo el hermanito. Carlota lo miró sin darle importancia.–Segunda vez que tu hermano dice que estás

pololeando… ¿Es verdad, hija?–No, mamá, es solamente un compañero que

me molesta, eso es todo, ¡no es amor!–Hijos…, la amistad también es amor… Por

ejemplo tú… Tú no te enojaste con tu hermanito, ¿te das cuenta?

–¿De qué me tendría que dar cuenta, mami?–¡Del amor! ¡Vive l’amour!… Hijos escuchen

esto…: el amor está en todos lados, en tu despertar tan lindo, en estar con ánimo para empezar el día, en que no estás peleando con tu hermanito… eso es amor.

Carlota pensó que su mamá era una loca idea-lista, pero tenía razón, esa sensación de paz, era tan agradable, que nunca quería salir de ahí. Ella amaba su casa, su desayuno, a su mamá, y se dio cuenta de que también amaba a su hermanito. Lo miró y le dio un abrazo.

–¡Ven para acá, niñito cochinito…, te quiero! –dijo y le dio un beso en su mejilla, con un apretón.

El hermano menor se la sacaba de encima, como si se tratara de una araña gigante, y, dando gritos, reía entre las cosquillas de Carlota, secándose los besos con la manga del chaleco, una reacción que hizo reír a carcajadas a los tres en ese auto.

–¡Adiós, que tengan lindo día! –decía Carlota, mientras veía alejarse el auto de la mamá.

Dio la vuelta y entró tarareando la canción La vie en rose decidida a estirar su felicidad al máximo.

78 / Carlota, La aventura de crecer

–¿¡Dónde crees que vas, marcianita!?Sonó en su cabeza la voz de Evelyn, volvien-

do el color rosado, al frío y realista color azul, de las ocho de la mañana. Carlota la miró con seriedad, pero, al mismo tiempo recordó su trabajo de investi-gación, donde, con sus dotes de psicoanalista, había llegado a la conclusión de que Evelyn era una niña a quien no había que temer, sino comprender.

–¿¡Qué pasa!?, ¿te comió la lengua algún Alien?–No, Evelyn… nada de eso, solo es… que no

tengo ganas de discutir contigo, ni con nadie… hoy es un día color de rosa… –dijo Carlota, mientras me-tía la mano en el bolsillo de su delantal–. Toma, te regalo un dulce para el recreo.

Evelyn lo tomó, lo miró y lo lanzó fuerte contra el suelo, rompiendo el caramelo en mil pedazos. Car-lota metió su mano al bolsillo, sacó otro y se lo ofreció:

–Toma, ¡pruébalo!, es de manzana… si no lo quieres, dáselo a una de tus amigas. ¡Adiós!, –dijo Car-lota, mientras se alejaba tranquilamente hacia la sala.

Las amigas de Evelyn se lanzaron por el dul-ce, pero esta levantó el brazo, para que no lo alcan-zaran, mientras en su interior sentía cómo se desar-maba su berrinche.

Con el minuto que perdió con la jefa de la ma-fia, Carlota llegó atrasada a la sala, pero, como esta-ba pasando un trance pacífico, no le importó, y entró cantando, casi flotando, sin darse cuenta que la pro-fesora la esperaba.

–Buenos días, señorita Carlota, la estábamos esperando para comenzar la clase.

–¡Oh qué amables, muchas gracias!, –dijo ino-cente Carlota.

Los niños rieron, esperando el reto o la anota-

Patricia Valenzuela / 79

ción de la profesora, pero no sucedió así, la energía que emanaba de la niña era tan fuerte, que a su paso dejaba un halo de paz, que contagiaba al resto. Las risas callaron, la profesora tomó una tiza y empezó su trabajo de la mañana.

Carlota miraba por la ventana, y se complacía al notar que los colores del día estaban más intensos, los pajaritos cantaban más fuerte, los suspiros se le escapaban; era amor, puro amor por la vida.

Estaba tan tranquila, que se paró y caminó ha-cia el fondo del bus con una firme intención: hablar con Esteban. Todos seguían su paso, incluso la profe-sora. Carlota se detuvo al lado del asiento de Esteban y le dijo:

–Esteban, te espero hoy, después de la clase de lenguaje, en el primer recreo.

Y guiñándole el ojo a modo de complicidad, volvió a su puesto.

Esteban miraba a sus compañeros que estaban con una expresión diferente, se podría decir que casi desilusionados del proceder del matón del colegio, quien por primera vez, no se sintió con la fuerza para reprimirlos y, molesto, bajó la mirada.

Llegó el momento. Ahí estaban Carlota y Paly, en el recreo de las diez, esperando a Esteban.

Paly buscaba la música en el celular, mientras Carlota repasaba su primera lección de baile.

Apareció Esteban furioso, como caballo de ca-rreras, le salía humo por la nariz, agitado y muy rojo.

–¿¡Por qué tuviste que acercarte a mí!? ¡Yo sa-bía que no podía confiar en ustedes!

Carlota lo miró y le tomó las manos.–Tranquilo… para bailar debes estar relajado y

en calma… Repite después de mí…

80 / Carlota, La aventura de crecer

–¡Pero!, ¿¡acaso no me escuchas!? ¡Me dejaste en ridículo!

Carlota no soltó las manos de Esteban.–¿Recuerdas la primera lección? 1, 2, 3… 1, 2, 3…–¡Escúchame!–¡No!, escúchame tú, el baile es mañana, si no

te preparo con un curso intensivo, no podrás bailar. Concéntrate en lo que quieres hacer, en tus metas, no en lo que piensen los demás –dijo Carlota convencida.

–1, 2, 3… 1, 2, 3… Es tu opción, yo me compro-metí a ayudarte, y eso haré, –dijo Carlota–. Ahora solo falta, que te comprometas tú… 1, 2, 3… 1, 2, 3…

Como después de un pase mágico, Esteban se rin-dió, pues se dio cuenta de que Carlota tenía razón, era una ayuda desinteresada, que él no iba a desaprovechar.

Le tomó firme la mano y empezó la lección nu-mero 2 y 3 y 4, porque ese día, Esteban aprendió a bailar, se relajó y rio sanamente junto a las dos niñas y, aunque escondidos del resto del colegio, se sen-tían libres y muy contentos. Ya no había miedos ni presión, ya no había promesas de golpes ni miradas amenazantes. No, en ese momento solo existió la paz suficiente para comenzar a ser amigos.

–¡Gracias, niña tonta! –dijo Esteban, y ambos rieron.

Paly levantó la mano.–Dinos, Paly, qué sucede, –preguntó Carlota.–Ahora solo falta encontrar la compañera de

baile para Esteban.Carlota y Esteban se miraron y abrieron los

ojos, redondos y grandes como dos lunas llenas.–¡Tengo una gran idea! –dijo Carlota–. ¡Tú solo

espera!, pues ya tengo todo solucionado.Sonó la campana que señalaba el fin del último

Patricia Valenzuela / 81

recreo y la entrada a los buses. Los tres corrieron an-tes de ser descubiertos en su escondite.

En clase de música, la profesora hacía un anuncio:–Niños, les tengo una gran sorpresa. La próxi-

ma semana, los llevaré a disfrutar de un concierto de piano, fuera de la ciudad, en un lugar paradisíaco, llamado “La Escuela del Futuro”. Ahí conocerán las bondades de la práctica musical, y tendrán el pri-vilegio de escuchar a un niño prodigio que hará su concierto para colegios como este, con niños como ustedes que, lamentablemente, están bastante aleja-dos de las artes.

Lo dicho por la profesora dejó a los niños con una sensación amarga. La gran noticia no había sido tal, porque con esa clase de comentarios, ella había puesto al curso entero en predisposición negativa ante el concierto, ante el colegio ejemplar, y, más aún, ante un niño considerado prodigio.

Debe ser un estirado, debe ser un aburrido, debe ser un niño que no querría ser nuestro amigo… –comentaban molestos los niños entre sí.

Muchos prejuicios causó el comentario irres-ponsable e insensible de la profesora que, en ese mo-mento, había mostrado toda su frustración, pues le dolía no haber llegado a ser considerada buena can-tante lírica, razón por la que no había sido integrada al coro del Teatro Municipal. Nunca se conformó con ser profesora de un colegio municipal.

–Bueno… veo que no les entusiasmó mucho la sorpresa…, me lo esperaba. Pero, les advierto que esto corresponde a una actividad curricular, por lo tanto, como tendrán una prueba con nota a fin de semestre, les aconsejo que no falten. Será por su propio beneficio.

La profesora tomó una carpeta y aparecieron

82 / Carlota, La aventura de crecer

unas cuantas fotos, tipo póster, las que afirmó con grapas en la pizarra. Tomó sus cosas y, despidiéndo-se en forma breve, salió del bus.

Los niños se acercaron para ver la foto.Para pesadumbre de los hombres, y beneficio de

las mujeres, la foto reflejaba a un niño de quince años, sentado al piano. Era alto y tenía el pelo largo, no como les obligaban a llevarlo en el colegio de buses. Tenía puesto un terno moderno, y su rostro era lim-pio y delicado, sus manos muy cuidadas y su cabello brillaba… Un suspiro salió del corazón de las niñas, mientras que los niños lo miraron con desprecio y co-menzaron a burlarse del supuesto afeminado pianista.

¡Seguro que tiene una limusina con chofer!… ¡Y almuerza caviar!… ¡Y jamás jugaría futbol!… ¡Ay, no!, se estropearía la manicure, comentaban los mu-chachos con franco y descalificador antagonismo.

Rieron por mucho rato.Mientras los chicos se divertían mostrando su

inseguridad, Carlota tomó la foto del pianista, y, al verla, encontró que sería un sueño inalcanzable al-guna vez conocer y ver de cerca a un niño tan bello por fuera. Pero, ¿será lindo por dentro?, se preguntó al instante. No pudo evitar, darse cuenta de que sus compañeras tenían razón: quizá era un niño presun-tuoso. Reservadamente, Carlota guardó la foto para analizarla después, con calma, ya que había descu-bierto la razón de su desinterés en el sexo opuesto y ahora se veía destinada a la soledad, porque había elegido el amor de un príncipe, como el de los cuen-tos, y que, además, era pianista de un colegio de otro mundo. Simplemente ese chico no era para ella.

Camino a casa, pensaba en cómo sería un futu-ro sin amor. De pronto escuchó a alguien correr para

Patricia Valenzuela / 83

alcanzarla. Era Esteban que, como un niño renacido, se acercaba a ella con entusiasmo.

–¿Por qué vas tan triste, Carlota?–¿Triste? Para nada… solo voy pensativa, es

uno de mis pasatiempos.–¿Cuál? –preguntó Esteban sin entender.–¡Pensar! –respondió Carlota, mirando a la cara

a su nuevo amigo, quien demostraba que no entendía una palabra, nada; tal parecía que le estaban hablan-do en arameo.

–No importa –dijo Carlota–, concentrémonos en tu problema, ¡que sería el problema número dos que te ayudo a solucionar! –ambos rieron.

–¿Por qué tengo que ir con pareja al baile? –pre-guntó Esteban.

–No lo sé, siempre es así en las películas. Debe ser una formalidad, o algún trámite que trae la ado-lescencia; siempre están pensando en las parejas.

–¿Y tú?..., ¿no piensas en eso? –preguntó Esteban.–¡No! en realidad… no –confesó Carlota, mien-

tras pensaba en aquel mítico pianista adolescente.–¿Has pensado en la alternativa de ser una mar-

ciana de verdad? –le preguntó Esteban riendo.–¿La verdad?… ¡Sí!… Evelyn tiene algo de ra-

zón… Soy un poco diferente.Al nombrar a Evelyn, cambió el ambiente; todo

se volvió silencio y tensión.Carlota se dio cuenta, y miraba a su amigo con

curiosidad. Esteban apagó la risa y se puso muy serio y pensativo. Caminaron así por un par de minutos.

–¡Ya lo descubrí! –dijo Carlota riendo.–¿¡Qué cosa descubriste!? –preguntó Esteban

intrigado.–¡Estás enamorado! –dijo, y reía por el descu-

brimiento–. ¡No lo puedes negar!

84 / Carlota, La aventura de crecer

Esteban paró de caminar y miró a Carlota dis-frutar del descubrimiento, como si fuera una dulce venganza de los malos ratos que él le hizo pasar.

–¡Ya! ¡Para!, no es divertido.–¡Sí, sí lo es! –continuaba Carlota.Pero, al mirar a su amigo, sintió que lo estaba

hiriendo, y decidió proteger a este nuevo ser que co-menzaba a mirarla con desilusión. Carlota reaccionó.

–Pero, ¡espera Esteban! Lo divertido no eres tú, sino que debo decirte que Evelyn también ¡está ena-morada de ti!

–No te burles, ¿cómo podrías saber eso tú? –preguntó Esteban, esperanzado.

–Porque ella me odia; yo no lo entendía, hasta que me di cuenta de que ella estaba asustada pensan-do que yo le quitaría tu exclusividad –dijo Carlota.

Esteban volvió a poner cara de pregunta.–¡Esteban, créeme! Evelyn será tu compañera

de baile mañana, ¡confía en mí!Una vez más sellaban un compromiso de amis-

tad con un apretón de manos, como los adultos. En la esquina, cada uno tomó su rumbo, caminando en ese atardecer sin mirar atrás.

Al otro día, empezando la clase, Carlota se ase-guró de ser la primera en subir a su sala y, apurando el paso, llegó hasta el fondo del bus. Enseguida puso un papel en el puesto de Esteban y otro en el asiento de Evelyn.

–¿Qué haces? –dijo intrigada Paly.–¡Aplico mis técnicas de superhéroe, y doy so-

lución a tres problemas con una sola estrategia –refi-rió Carlota.

–¿Cuál estrategia? –preguntó Paly, mientras veía la sonrisa de picardía en el rostro de Carlota, quien contestó:

Patricia Valenzuela / 85

–“El amor”.Poco a poco, el bus-sala comenzó a llenarse de

niños. Cada uno ocupó su lugar de siempre, incluso Esteban y Evelyn.

Pasaba y pasaba el rato y no había señales de la lectura de los papelitos. La actitud de ambos chi-cos llegó al punto de poner ansiosa a Carlota, pues ella no veía ninguna reacción de los implicados en el complot romántico.

Las dos horas de la primera jornada pasaron y nada, Carlota no advertía ningún atisbo de haber con-cretado su plan. En el instante en que ella y Paly sa-lían al recreo, pasó Evelyn por su lado, procurándole el empujón diario, que casi la bota. Era más que claro: su plan no se había concretado, algo había fallado.

Carlota miró al fondo del bus, y ahí estaba Es-teban, quien le hacía señas, a lo mimo de parque con cara blanca, preguntándole: ¿cuál había sido su pro-yecto de ayuda?

Otra revelación: ¡ninguno de los dos había en-contrado el papel!

Cuando el bus estuvo vacío, Carlota se lanzó al suelo, mirando debajo de los asientos, hasta que en-contró el papel de Esteban.

–¡Toma, esto es para ti!… léelo ahora mismo –le dijo apenas estuvo otra vez junto a él.

Mientras Esteban leía su cartita, Carlota divisó a Evelyn, que caminaba con sus amigas por el patio del colegio con el papel de hoja de cuaderno o con la misiva de amor, pensó ella, pegado a la falda.

Carlota partió rápidamente ante la mirada atónita de Paly, quien la veía correr a las fauces del monstruo.

–¡No, Carlota, no vayas! Espera… –gritó Paly, sin ser escuchada.

86 / Carlota, La aventura de crecer

Carlota corría a enfrentar a su enemiga y pen-saba en la forma como diría a Evelyn lo de la carta.

Paró en seco, como frenada de motocicleta cuan-do levantan polvo, y al analizar la situación, se le ocu-rrió otra gran idea, de la que no tenía claridad sobre sus consecuencias. Pero, entre hacer algo o quedarse con las manos cruzadas, prefirió correr el riesgo.

Del bolsillo, sacó un montón de hojas de cua-derno y las arrugó formando una pelota.

Con decisión, tomó la bola y la lanzó con fuer-za, directo a la cabeza de Evelyn y, para su sorpresa, ¡dio en el blanco!

Se pudo escuchar a kilómetros el “UUUH” del colegio entero, y, después, el silencio de los alumnos que seguían esta secuencia, tipo drama de reality show.

Pronto los alumnos se entusiasmaron y comen-zaron a apoyar la pelea… ¡Pelea, pelea, pelea! grita-ban, esperando ver el final de esta historia, con un damnificado al menos, no importaba cuál. Lo cruel de los niños, era que no les importaban los daños, mientras hubiera pelea y un perdedor a quien abu-chear, cual Circo Romano sin sentimientos, ética ni moral alguna.

Evelyn miró desde lejos a Carlota, que, en so-litario, se paraba a desafiarla como una vaca loca, de esas que atacan con los ojos abiertos, porque las va-cas no cierran los ojos para embestir, son inteligentes y eligen mirar a su punto de cornada.

Evelyn corrió a unos sesenta kilómetros por hora para agredir a Carlota. Cuando estuvo cerca, la tomó del pecho levantándola en el aire, arrasando con chaleco y delantal a cuadritos hasta hacerla cho-car contra la muralla.

Carlota aguantó valiente el golpe que la dejó

Patricia Valenzuela / 87

sin aire, porque ella tenía un objetivo que le daba fuerzas, para llegar con todo esto a buen final.

Con voz ahogada por el apretón, Carlota pro-nunció algunas palabras:

–Mira en tu falda…, busca atrás de tu falda.Evelyn la miraba como volviendo en sí, en tan-

to, Carlota insistía haciendo señas. Con voz ahogada le repetía:

–Busca detrás de tu falda…Evelyn soltó a Carlota, quien cayó al suelo, me-

dio ahogada pero preocupada de cumplir su come-tido. Evelyn se tocó la falda y ahí estaba la cartita. Torpemente la abrió y leyó:

“Evelyn, sé que somos amigos desde hace años, pero sería un gran honor que aceptaras ser… mi pareja de baile.

Si tu respuesta es sí, te espero al lado de la casa del perro.

Esteban”

Mientras Evelyn leía y releía la carta sin poder creerlo, Carlota se paraba del suelo, afirmada en la mu-ralla que le ayudaba a sostenerse. Evelyn esbozó una tímida sonrisa y, conteniendo la emoción, le dijo…

–Pero, ¿por qué tú?, te prometo que si esto es una broma ¡me las vas a pag…!

–¡No es una broma! Es verdad –se escuchó de-cir a Esteban.

Esteban se acercó a las dos niñas y extendió su mano derecha a Carlota. Ella la tomó y, por tercera vez, estrecharon los lazos formales de una relación de amigos.

–Gracias, Carlota –dijo Esteban–. Ahora pode-mos continuar solos.

Evelyn y Esteban se sonrieron mutuamente y,

88 / Carlota, La aventura de crecer

juntos, caminaron en silencio, cruzando el patio y re-sistiendo todas las miradas de alumnos y profesores, quienes sentían que la era del caos y el miedo había terminado, y nada menos que combatiéndola con lo que nunca habían utilizado ni imaginaron: el amor.

Cuando cruzaron el patio entero hasta perder-se rumbo a la casa del perro, todo el colegio saltó de alegría, mezclando gritos de felicidad con un poco de inmadurez, ante la inesperada sensación de “nuevos novios” en el curso.

Paly corrió hasta su amiga.–¡Carlota, me asustaste! ¿¡Por qué no me con-

taste lo que tenías planeado!?–¡No lo sé!, tal vez, porque ni yo sabía que re-

sultaría –respondió Carlota sonriendo.Ambas se abrazaron felices, ya no tendrían la

sombra del niño molestoso sobre ellas y tampoco la de la niña de las golpizas; ahora se sentían libres de transitar por el patio sin esconderse de nada. Se mi-raron y recordaron que ya se les venía casi encima ¡la fiesta marciana!

Esa tarde todos los alumnos se entretuvieron mucho decorando el patio; algunos hicieron unos platillos voladores de cartón, que colgaban de los ár-boles; otros ponían las guirnaldas del árbol de pas-cua en las fachadas de los buses, para que parecieran naves intergalácticas; los más grandes pintaban las caritas de los de primero, segundo y tercero básico –los del bus A–, para que parecieran mini alienígenas;, mientras que otros ya estaban con su disfraz listo, es-perando que se diera comienzo a la fiesta. En tanto, Esteban y Evelyn ensayaban el 1, 2, 3… 1, 2, 3…

–¡Listo, Carlota!, estos trajes quedaron genia-les, ¿cómo me veo? –dijo Paly.

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Carlota, con la cara entera verde, se dio vuelta y la vio, con unas antenas pegadas entre su pelo.

–¡Te ves genial, Paly!, solo falta tu cara verde.–¡Oh, no!… yo seré una marciana rosada, para

variar; además el verde ¡no me favorece!Las amigas rieron mucho al verse vestidas de mar-

cianas, era muy bonito haber ocupado un sobrenombre, para buscar un motivo de entretención colectiva.

Todos felices empezaron a escuchar la música. La directora que hacía de DJ, decía por micrófono:

–Y esta es la canción del momento: Staying alive de la película Fiebre de Sábado por la noche.

Paly preguntó:–¿¡Cuál canción!?Carlota se rio y le dijo:–No importa, mientras tenga ritmo. Eso es lo

que vale, ¡poder bailar!–¡Sí! ¡Me gusta, me gusta!... –dijo Paly, y co-

menzó a bailar sola, muy divertida.La directora DJ insistía en la animación del

evento:–Y está la cancha lista y dispuesta, para los

primeros valientes de la noche, ¡quienes serán, quie-nes serán…!

Se veía una fila de sillas a cada lado de la can-cha, como límite fronterizo. En una estaban sentados los hombres, y en otra estaban las mujeres. Ambos grupos permanecían en sus puestos sin dar los prime-ros pasos, y todos se veían muy tímidos, casi sin habla.

Los más grandes, y los más gorditos, aprove-chaban para llenar sus platos con todas las golosinas que habían sido traídas por ellos mismos, con el es-fuerzo y la cooperación de sus mamás.

Todos miraban la decoración con orgullo, y co-

90 / Carlota, La aventura de crecer

mían la colación compartida, que estaba repartida en mini platitos de cartón en una mesa larga, con mantel de plástico que volaba con el aire tibio de esa noche de otoño.

De pronto, se escucho un “OOOH”. Carlota miró, no lo podía creer… era Esteban que llevaba a Evelyn de la mano hacia el centro de la pista. Las am-polletas del pasillo se convirtieron en un foco segui-dor de teatro, las luces de guirnaldas se convirtieron en estrellas, y los marcianos chicos eran ángeles que cantaban una romántica canción para la bella pareja, que bailaba sobre una nube celeste…

–¡Despierta, Carlota!, ¿¡dónde estás!? –dijo Paly–. ¡Mira lo que está pasando!

Todo el colegio disfrutaba el baile de la pri-mera pareja al centro de la cancha: era la inspectora Sincera y el portero Súper Diente, que en forma impe-cable, demostraban su talento como bailarines onda disco, porque era de su época de juventud, entonces, no tenía secretos para ellos.

Todo el colegio aplaudía y gritaba entusiasma-do. Poco a poco, los demás empezaron a salir a bai-lar, hasta que la cancha estuvo repleta, y todos los niños de diferentes tamaños, colores, credos y eda-des, compartieron una noche inolvidable, la primera fiesta en los buses.

Cerca de las once de la noche, cuando se acerca-ba el término de la celebración, los niños aún seguían disfrutando como si recién hubiese comenzado.

La directora, los profesores y la inspectora Sin-cera acordaron alargar la jornada hasta la mediano-che, pues veían que los papás que estaban ahí, para recoger a sus hijos, también podrían disfrutar un mo-mento de diversión.

Patricia Valenzuela / 91

La inspectora dijo:–Aprovecho la ocasión para felicitar a todo el

profesorado y alumnos por esta fantástica idea y por su colaboración.

Mientras la inspectora hablaba, todos aplaudían.–Antes de retirarnos un último aviso –continuó

diciendo la inspectora–: Desde el próximo lunes, co-menzaremos una recolección de diarios y revistas, para ser llevadas a reciclaje… pero, eso no es todo. El bus que junte más diarios y revistas a fin de año, será merecedor de coronar a su bus-aula como el “Rey del colegio”.

Todos los niños se alegraron mucho, y los va-rones desordenados elegían diferentes excusas para faltar a clases, en favor del reciclaje.

Esteban, en cambio, ya había hecho su elección y no pensaba faltar a clases, pues quería estar con Evelyn, su amiga de siempre, con quien tomaba he-lados de chocolate. Se les veía sentados como dos tór-tolos, conversando felices y tranquilos.

Carlota los miró desde lejos. Esteban se dio cuenta y sin que Evelyn se inquietara, le lanzó un beso por el aire. Un guiño de ojos, entre los dos, selló esa amistad para siempre en el recuerdo de Carlota. En su memoria quedarían una noche de otoño, un puñado de niños, un grupo de adultos reunidos en el extraño colegio, donde los marcianos eran los invitados de ho-nor y el motivo de unión en esta mini galaxia.

CAPÍTULO IX

El concierto de piano

Llegó la clase de música, dirigida por la profe-sora Clara Silva, quien era una aficionada a la música clásica y quería que su curso también lo fuera.

–Bueno, niños, tomen sus mochilas que ya de-bemos partir –anunció la profesora entusiasmada–. Un bus nos espera a la salida del colegio, para lle-varnos a esa hermosa comunidad educativa, llamada “La Escuela del Futuro”. No podrán creer la realidad de ese establecimiento, su construcción, la calidad de los alumnos que a ella asisten, y, por supuesto, al final del recorrido, disfrutaremos de un concierto de De-bussy, a cargo del niño prodigio Alan Braunshtefein.

Los niños no entendieron el nombre. ¿Alan? ¿Broshtivai?… ¿Prushmedin?… ¿Frankenstein?… –decían y reían con ganas.

–¡Ay!, cómo se nota la diferencia de clase… –insistía en decir la profesora, quien, al parecer no se daba cuenta de que todos sus comentarios eran una pésima influencia para la autoestima de los ni-ños del colegio, el cual, por ser un colegio de buses, no tenía nombre y ni siquiera un número.

Al salir del colegio, todos montados en el bus, pasaron por su barrio. Las casas, los almacenes, los kioscos de frutas y verduras o los que venden el dia-rio: todo les era muy familiar.

94 / Carlota, La aventura de crecer

Mientras el bus avanzaba, el paisaje comenzaba a cambiar: eran otras casas, ya no había puestos de ver-duras, los colores eran más claros y todo se veía limpio.

Siguió avanzando el paisaje, y los niños se adentraban a un mundo nuevo: grandes rascacielos, puentes metálicos, autos último modelo, la gente, los niños, las mascotas, el aroma. Todo era diferente, en cierta forma más bonito, pero también frío y distante; percibían una energía distinta que los llegaba a inco-modar. Cerraron las cortinas y se pusieron a jugar cartas en el suelo, al medio del bus. Carlota iba ano-tando todo en su bitácora de viaje.

A la llegada, los recibió un inspector muy ama-ble que les abrió las puertas del colegio.

Estas eran tan altas y gruesas como las puertas del Jurasic Park, pero de metal.

Cuando los niños lentamente ingresaron, se en-contraron con un terreno enorme. Pasto de un color verde muy verde, que jamás habían visto, una fuen-te de agua al centro, que incluso tenía peces rojos, bancas de parque con fierro forjado, donde los niños leían, estudiaban o conversaban, en sus impecables uniformes. Al fondo había una inmensa jaula para canarios amarillos y catas celestes y rosadas, que da-ban el marco musical a aquella visión de cielo.

Los niños de la escuela de buses iban apiñados y con la boca abierta, mirando todo aquel paraíso que nunca imaginaron antes, ni en fotografías.

–¡Bienvenidos a la Escuela del Futuro!, esta-mos muy contentos de verlos y atenderlos. Pueden pasear por el prado, jugar en el gimnasio con todas las máquinas de ejercicio. Espero que hayan traído

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traje de baño, para que disfruten de la piscina tempe-rada y luego, alrededor del medio día, los estaremos esperando en nuestro casino escolar numero tres, en el tercer piso del ala oriente. Allí les ofreceremos un rico almuerzo, que consta de tres platos, más postre. Espero que lo disfruten.

Fue el entusiasta saludo de bienvenida, que les daba el director del colegio, y que auguraba una ma-ñana feliz, quizás la más feliz de sus vidas… hasta ese momento.

Mientras los niños de la “Escuela del Futuro” estaban en clases, los niños del “colegio de los buses” se sintieron libres, para correr, disfrutar y admirar todo el lugar con esas grandes estructuras, donde había estatuas, columnas, ventanales con mariposas traídas desde África. Era realmente mejor que un parque de diversiones. Carlota tomaba notas en su bitácora, para más adelante ver cómo haría para de-corar los buses en ese estilo. Paly corría por el pasto verde, olvidada de sus deberes de secretaria.

Lamentablemente, nadie les avisó que llevaran traje de baño, así es que no pudieron probar la rela-jación de la piscina temperada. Por otro lado, había tanto que ver, que no les importó; ellos disfrutaban el momento, como lo hace la gente simple, como tiene que ser.

Se escuchó un timbre muy delicado y una voz que a la profesora Clara Silva le gustó mucho, pues parecía como de azafata de aeropuerto.

–Niños, es la hora del almuerzo, la “Escuela del Futuro” se enorgullece en ofrecer una rica degusta-ción de sabores, aromas y colores, traídos desde los más recónditos lugares de nuestro país, con el único objetivo de agasajarlos a ustedes, nuestros invitados.

96 / Carlota, La aventura de crecer

Los niños se frotaban las manos de ansiedad, porque algunos ya tenían hambre, pues habían sali-do de casa sin desayunar.

Continuó la voz de locutora:–Primer plato: machas al ajillo, con crema o sal-

sa mil islas. Segundo plato: medallón de filete, con champiñones rústicos, salteados en mantequilla, cu-bierto de flequillos de pimentón rojo, verde y ama-rillo. Tercer plato: un calzone relleno con espinaca, bañado en pesto, con camarones sobre tierna cama de rúcula fresca.

Los niños estaban un poco extrañados, pues ellos esperaban comer algo rico y apetitoso, como hamburguesas con papas fritas o un hot dog o un chu-rrasco por último, pero no, esos platos tan raros, que hasta calzones tenían para comer.

La profesora de música los miraba avergonza-da. Los niños trataban de disimular su decepción.

Se volvió a escuchar la voz de la secretaria del almuerzo.

–Y de postre… –los niños ahí pusieron cara fe-liz–, y como postre –continuó anunciando la voz–, tenemos, castañas en almíbar, o papayas cocidas con canela, tres estaciones.

–¡¿Qué?! ¿¡Ni siquiera un postre rico!? Así no vale, ¡¡estafa!! –reclamaban los más osados.

La profesora de música, no aguantó más la ver-güenza y les dijo:

–¡Bueno, bueno, ya está bien de malos moda-les!, dirijámonos al recinto del casino y ahí todos ca-llados se comen los platos que, por primera y última vez, verán ante ustedes, ¡oyeron!

–Bueno… –dijeron desganados los niños–, por lo menos nos comeremos el pan.

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Cuando entraron al casino, se encontraron con cuatro mesas cubiertas con un mantel rojo y una car-petita blanca encima; había un candelabro al centro de cada una de las mesas, y unos cubiertos que pare-cían de plata. Era todo tan bello que a los niños se les olvidó el berrinche de la comida extraña y se senta-ron a disfrutar de la atención.

Había cuatro garzones vestidos de negro, camisa blanca con humita y un paño blanco en el brazo; ellos repartían el pan, y lo tuvieron que hacer varias veces. Los niños estaban felices con su pan con mantequilla.

Carlota recorría con su mirada todo el casino, tomando nota de los adornos que ahí había.

De pronto, se abrió la puerta del lujoso casino y entró un adolescente alto, de pelo largo y brillante, vis-tiendo un terno moderno, que debía ser de una marca muy costosa. Caminaba con tanta elegancia que flota-ba cuando cruzó el casino, casi en cámara lenta, cada tanto recogía el pelo color miel que caía en sus ojos, con sus blancas manos y dedos largos de pianista.

–¡¡El pianista, el pianista!! –dijo Paly–. ¡¡¡El pianista!!!

Todas las niñas dieron un suspiro muy sonoro.Carlota se quedó inmóvil… era el pianista, el

niño prodigio, pero tan alto que ya parecía un hom-bre… no, ¡parecía un príncipe!, mucho más bello que en las fotos.

Carlota estaba muda, lo único que podía hacer era seguir con la mirada a aquel inalcanzable mucha-cho que le hacía latir el corazón, aun cuando él estaba a muchos metros de distancia de ella.

Alan, ese era el nombre del pianista, se acercó a un mesón y pidió un trozo de pastel y un jugo de naran-ja. Su voz era elegante, suave y varonil al mismo tiempo.

98 / Carlota, La aventura de crecer

–¡Perdóname, linda, pero este chico no tiene quince años, parece de dieciocho ! –dijo Paly.

–¿Perdóname, linda? ¿A qué se debe esa forma de hablar? –preguntó Carlota.

–Estoy jugando a que somos niñas elegantes también…, el estar aquí pone elegante hasta a niños como nosotros –dijo Paly sonriendo.

–¡Oiga, mozo! ¡Tráiganos más pan con mante-quilla, no nos gustó esta cuestión!, –dijo uno de sus compañeros, mientras jugaban a lanzarse migas de pan entre las mesas, y otros hacían peleas de espada-chines con el pan grissini.

Alan, el pianista, miró hacia el sector de las me-sas de los inusuales invitados, atraído por el bullicio que de ahí venía.

Carlota abrió los ojos de terror, y se metió rá-pidamente debajo de la mesa. Al bajar con descuido, arrastró el mantel y un par de platos cayeron al suelo.

Carlota no podía creer que algo así le estuviera pasando. Debajo de la mesa, se sentía tonta y aver-gonzada, se tapaba la cara con ambas manos, dándo-se cuenta de la situación tan embarazosa en la que se encontraba y preguntándose por qué razón no podía enfrentar los hechos en forma más inteligente. No en-tendía por qué no podía mirar de frente su realidad.

Carlota escuchaba las risas de sus compañeros, y los gritos de la profesora de música que aprovecha-ba de mostrar sus dotes líricas:

–“¡Sileeeeeencio!” –les decía, en un “do” sobre agudo, tono de soprano, estilo “Carmen de Sevilla”.

De pronto, el mantel rojo se empezó a levantar frente a ella… y ocurrió lo más inesperado en la vida de Carlota:

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Lentamente, apareció la cara del pianista, que la miraba justo a ella, porque no había nadie más de-bajo de la mesa, era a ella. Carlota no sabía si era un sueño o una pesadilla.

–¿En qué te puedo ayudar? –preguntó Carlota.–Me parece que… esto es tuyo… rodó hasta

mis pies –dijo Alan, entregándole el lápiz de la bitá-cora de apuntes de decoración.

–Gracias… sí, es mío.Alan sonrió en forma leve, y se alejó del mantel

rojo, hasta dejarla otra vez en soledad. Carlota metió su cabeza entre las rodillas, pensando en lo increíble de la situación y en la vergüenza que estaba pasando.

Cuando Carlota salió de debajo de la mesa, lo buscó por todos lados, pero Alan ya no estaba. Mira-ba a sus compañeros, incluso a Paly, y los sentía tan ajenos a lo que ella pensaba, tan distantes a lo que ella estaba sintiendo que aumentó su sensación de soledad. Eran niños, disfrutando un paseo escolar… justamente lo que ella quería ser: ¡una niña disfru-tando un paseo escolar!, sin ningún pianista que le hiciera latir el corazón… ¡no!… no quería, pero era inevitable lo que estaba sintiendo, una mezcla de in-comodidad y curiosidad que la hacía sonrojar.

Carlota volvió a su puesto y guardó la bitácora de decoración, pues ya no tenía ganas de seguir escribiendo.

Los delicados platos quedaron servidos, pues a los niños no les pareció el mejor menú; lo único que disfrutaron fue el pan que decían que era pan fran-cés, mientras se lo guardaban en bolsillos y mochilas y hacían planes para comerlo viendo el show.

–Muy bien niños, ahora conocerán un audi-tórium de música clásica, espero sepan guardar la compostura –decía aterrada la profesora de música.

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Justo como aparecía en la tarjeta de invitación, el concierto empezó puntual a las dos de la tarde.

El teatro estaba repleto con niños de enseñanza media y mucha gente adulta, quienes ocupaban los asientos desde la mitad hacia atrás de las butacas.

Fue muy especial ver unos letreritos en las prime-ras cuatro filas del teatro, en los que se leía: “Reservado”.

Todos los niños, como invitados de honor o de buena voluntad, tendrían los mejores puestos del es-pectáculo. Había que dar gracias por la condescen-dencia con esos humildes niños.

–Muy bien –dijo la profesora–, ¡mantendremos las filas de la misma forma en que lo hacemos en nuestro colegio! ¡Formarse, por favor!, ¡tomar distan-cia! y ahora las más pequeñas adelante –señalando la fila donde estaban Carlota y Paly.

Las niñas pasaron felices a la primera fila; Car-lota estaba un poco apagada.

–¡Nos tocó el mejor puesto, Carlota! –dijo Paly. Carlota asintió con un leve movimiento de cabeza.–¿Qué te pasa? –preguntó Paly.–¿Acaso no viste que el pianista nos vio hacer

todo ese ridículo en el casino?–¡No! Yo solo vi que fue muy amable contigo y

te devolvió el lápiz –dijo Paly, moviendo la cejas en forma pícara.

–¡No seas desagradable, Paly. ¿Cómo se te ocu-rre que él…?

–A mí no se me ocurre nada –interrumpió Paly–, solo digo… que es lindo –agregó y argumen-tó su punto de vista–: mi mami dice que cuando un adolescente es lindo, significa que cuando mayor será todo un actor de cine y, por supuesto, un rom-pecorazones que de alguna forma te enamorará, y luego te hará sufrir…

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Carlota miró impresionada a Paly.–¡Shiiiiit! –se escuchó desde atrás. Ambas niñas guardaron silencio.Se apagaron las luces, y el teatro quedó com-

pletamente a oscuras. Se encendió una luz que venía desde el techo, como un seguidor, y se pudo ver un piano muy elegante; la profesora dijo que se llamaba piano de cola. Era negro y se veía tan brillante que parecía como si le hubieran sacado lustre hacía solo dos minutos. En ese instante, cuando todo estuvo lis-to y dispuesto, se produjo un gran silencio.

Hasta el frente del escenario, caminó el direc-tor de la “Escuela del Futuro” y dijo:

–Señoras y señores, con ustedes Alan Braunshtefein.

Se escuchó un gran aplauso, casi ovación, para aquel adolescente tan delgado y alto como nunca se había visto en los barrios de la escuela de buses.

–¡Bravo! –se oyó, desde atrás, la voz de un adulto…, tal vez su padre, pensó Carlota.

Alan caminó hasta el piano, y se sentó en un ban-quito negro sobre un cojín dorado tan elegante como él.

El teatro estaba en completo silencio cuando comenzó a sonar la primera melodía: Claro de luna de Debussy, decía en el programa.

Una melodía tan bella y romántica que era im-posible abstraerse de ese ambiente, tan perfumado y diferente al que Carlota estaba acostumbrada.

Era una mezcla de temor y ansiedad, porque sentía que había descubierto un mundo nuevo, un mundo al que ella no pertenecía, pero que le mos-traba tantas posibilidades: crecer, ser mejor, estudiar, vivir tranquila, vivir feliz, sin miedo al futuro…, pero al que ella, en definitiva, no pertenecía.

102 / Carlota, La aventura de crecer

La pieza terminó, y el teatro aplaudió con tanto cariño y admiración por aquel adolescente, que aun sus rudos compañeros no tuvieron más remedio que ponerse de pie y ovacionar a aquella delgada figura, que con sus dedos sobre las teclas blancas y negras había tocado sus almas poco acostumbradas a las cosas bonitas. Tanto se emocionaron los chicos que hasta habían aflorado lágrimas en sus ojos.

Alan, el pianista, se acercó a la orilla del esce-nario y agradeció en forma humilde.

Al levantar la mirada, se encontró con los ojos de Carlota que estaba en primera fila. Alan se detuvo en ella, por un segundo, y sonrió levemente… Car-lota quedó paralizada. Paly miraba la escena con la boca abierta.

–Carlota, ¿viste lo que yo vi? –murmuraba Paly–Sí, pero calla, por favor… –rogaba Carlota.Ambas permanecieron hasta el último segun-

do en que Alan estuvo sobre el escenario y, admira-ron la forma elegante como caminó hacia un lado de la cortina roja hasta desaparecer… para siempre.

Carlota y Paly se quedaron sentadas en aquellas butacas hasta que en el teatro se prendieron las luces por completo. Las dos sabían, que estaban viviendo una experiencia nueva e irrepetible, en todo sentido.

Era claro que el mundo estaba repleto de cosas lindas que llenan la espiritualidad de todas las per-sonas, sin importar su origen. El punto está, se dijo Carlota, en que depende de cada uno alcanzarlas.

Carlota y los niños del curso no supieron cómo pasó tan rápido ese día, lleno de actividades y tan en-tretenido. Se dieron cuenta de que la vida va mucho más allá del tierno cobijo de los cuatro buses. Y como lo sintieron transitorio, quedaron inspirados para

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ser mejores, estudiar más; trabajar más, en el caso de otros, pero, sobre todo, sintieron que deseaban ser todo lo mejor que cada uno podría llegar a ser.

El camino de vuelta fue acompañado de mú-sica. La profesora Clara Silva, puso un CD de lo que habían escuchado: Claro de luna de Debussy. Luego se sintió inspirada y habló por unos minutos:

–Sabían ustedes que este niño, Alan, recorre todo el país en giras, dando recitales en los teatros más importantes. Además, está becado para seguir sus estudios de concertista en piano. Ganó una beca en el extranjero que, de seguro, lo llevará a ser el pia-nista más reconocido del mundo, ¡y a corta edad!, solo tiene quince años. Es increíble, toca el piano con el estilo romántico y sutil de Claudio Arrau.

Viaja por el mundo dando conciertos, pensaba Carlota. ¡Oh!, claro, esta revelación no pudo haber sido más trágica. Y como le era habitual, se pregun-tó: ¿por qué las personas eran tan diferentes unas de otras, si cuando nacían eran todas iguales?

No lo conozco, pero me siento feliz por él, se confesaba Carlota. Creo que cada persona tiene un propósito en esta vida… solo que algunos afortuna-dos lo descubren a temprana edad, se dijo pensativa.

Carlota miraba a sus compañeros y los imagi-naba en diferentes oficios o profesiones, deseando que lo que hicieran, lo realizaran con el corazón. La música de Debussy era en ese momento una gran inspiración humana, o mejor dicho celestial, pensó.

Los niños iban en silencio, repasando cada se-gundo vivido en aquel paraíso; algunos se quedaron dormidos, otros comentaban lo lindas que eran las niñas de ese colegio, y todas las niñas estaban orga-nizando un fans club de Alan, el pianista adolescente.

104 / Carlota, La aventura de crecer

Carlota escuchaba la música de Debussy y re-cordaba su breve sonrisa y sentía el aroma que envol-vía ese recuerdo.

CAPÍTULO X

El futuro

Nada era lo mismo; todo era mejor. No había guerras, ni sobresaltos, Carlota se había acostumbra-do al colegio de los buses, es más, lo quería mucho, tal como era y con todo, aun con ese óxido entre los fierros. Se empeñaba en ser un aporte para su sala, ordenándola, llevando plantas, y fotos, tal como ha-bía sido su primer proyecto, su primera impresión… pero, algo había cambiado en ella, era como si de un golpe se hubiera saltado miles de proyectos de infancia, pues de pronto se veía preparada para en-frentar proyectos de toda una adolescente. Su actitud era calmada, como siempre, pero destilaba aroma a mujer, como diría el narrador de la novela El perfume.

Una noche como muchas que pasó cerca de su mamá, la observó quitarse el maquillaje y ponerse sus cremas humectantes. Su madre se veía como una modelo frente al espejo, y Carlota, sin darse cuenta, imitaba todos los movimientos en su rostro.

–Mamá, ¿crees que algún día me enamore? –se atrevió a preguntar.

–Claro, hijita, y de un joven alto y apuesto, como tu príncipe de las películas… Estoy segura.

–¿Por qué? ¿Cómo puedes estar segura?, –de-cía Carlota con curiosidad.

–Porque las mamás sabemos lo que va a pasar, y deseamos lo mejor para nuestros hijos, y yo sé que

106 / Carlota, La aventura de crecer

lo mejor para ti sería un príncipe que te entienda y te ame por siempre.

–En mi colegio no hay príncipes… –dijo Carlo-ta aproblemada.

–Tu príncipe está esperando en algún lugar de tu camino... ¡Confía!

Sí, lo sé, está en ese colegio, que queda a años luz del mío…, pensó Carlota.

–¡Mamá!..., tú quieres al papá?–Por supuesto, hijita, claro que lo quiero.–¿Y…, él te quiere?–¡Claro que sí, Carlotita!–¿Cómo lo sabes, si casi nunca lo ves?–Porque el amor es así, es invisible, es inconta-

ble, y lo sientes, aunque la otra persona esté al otro lado del mundo, como tu padre. El amor no tiene ba-rreras, distancia, ni tiempo; el amor se siente aquí, en el corazón, y te hace feliz, aunque tengas que pasar algún tiempo sola. Sé que él llegará uno de estos días, ya verás, y al verlo lo querré igual que siempre.

Su mamá mostraba los ojos brillantes y la pera temblorosa, a punto de llorar. Carlota no sabía si la emoción era de alegría o de pena, y la miró preocupada.

¡Qué romántica es mi mami!, pensó Carlota, mejor me voy poniendo bien dura, sin corazón, sin sentimientos, como un robot, porque no quiero vivir esas emociones, que parecen tan complicadas. No sé si el amor es feliz o triste, así es que mejor prefiero no “sentir nada”.

¡Sí, eso haré! Desde hoy, seré un robot, que no tendrá sentimientos, por lo tanto, no tendré nada, ni a nadie por quien sufrir.

–¡Buenas noches, madre!, –expresó Carlota y se alejó sin darle su beso de buenas noches.

Patricia Valenzuela / 107

La mamá la miró extrañada.–¿Madre?...

A la mañana siguiente, Carlota se miró al espe-jo y encontró que esa sonrisa no tenía nada que ver con la imagen de un robot. Ensayó por unos minutos su nueva cara, sin expresión.

Me gusta mi proyecto, no creo que alguien lo entienda, pero es suficiente para mí, pensaba.

En el colegio, se sentó alejada de los demás, mientras Paly la miraba preocupada.

–¿Qué te pasa, Carlota? ¿Estás enojada? –No soy Carlota, soy un robot –dijo, imitando

las voces del computador.Paly la miró y rio.–¡No lo puedo creer! ¿Aún estas afectada por

el pianista?–¡¡No!!, ¿de dónde sacas eso? –contestó Carlo-

ta, queriendo ocultar lo que sentía.Su amiga la miró y le dijo:–Carlota, desde la vuelta del paseo al concierto,

ya no has sido la misma. ¿Dónde está la bitácora de decoración?, ¿dónde están los proyectos de presiden-ta de curso?, ¿dónde están nuestras salidas en bicicle-ta o a la cancha de patinaje?

–¡No exageres, Paly!, solamente… me he senti-do cansada.

–Bueno, avísame cuando quieras pasarlo bien otra vez… te voy a estar esperando. –dijo Paly, y mi-rándola con tristeza se alejó de ella.

Carlota vio con pena cómo su mejor amiga se distanciaba de su lado y, corriendo por el patio, se reunía con otras niñas.

¿Tendrá razón?, ¿estaré equivocada en mi pro-

108 / Carlota, La aventura de crecer

ceder?, ¿podría volver atrás con solo proponérmelo?, o más bien… ¿avanzar, hacia un nuevo día, igual de entusiasta que antes?

Por un momento, olvidó que ella quería ser un robot. Salió al patio, en soledad, y desde lejos vio lo felices que eran Esteban y Evelyn, caminando de la mano. Ambos la saludaron con cariño a la distancia. Ella devolvió el saludo, pero ellos, ya no la estaban mirando. Se estaba quedando sola, como ella quería, sola, como un robot.

Ese día, Carlota pensó mucho si su decisión era o no la correcta.

En la noche, su mamá le pidió algo inesperado.–Carlota, lo siento hija, pero necesito que ma-

ñana me ayudes en un trámite con tu hermanito.–¿Yo? –dijo sorprendida.–¡Sí, tú! Debes llevarlo a la biblioteca, y ayu-

darlo a sacar unas fotocopias de un material que le pidieron para una carpeta.

–Pero, mamá, ¡mañana no puedo, es sábado!, quiero salir, ¡quiero juntarme con mis amigas!

–No es lo que he escuchado las dos últimas se-manas, ¡robotito! –dijo su mamá–. Mañana tengo que ir a la casa de tu abuelita. Tú acompaña a tu hermano a la biblioteca; no te tomará más de un par de horas.

–¿¡Un par de horas!? ¡¡Pero, mamá!!–¡Pero nada!, agradezco tu comprensión y ayu-

da. En la tarde los espero en la casa de los abuelos para tomar el té con ellos.

Su hermano la miraba y se reía de ella, pero, con burlas muy divertidas.

Carlota sentía que su familia ya la veía como adulta, responsable, y, peor aún, de esos adultos que

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adoran los trámites en el centro. ¡Qué horror! ¿Qué ropa me pondré? –se preguntaba.

–¡Mamá!, ¿puedo ir con jeans o debo ponerme uno de tus trajes?

–¡Con jeans, por supuesto! –respondió su ma-dre, mientras reía en silencio.

Al otro día, en cuanto despertó fue a la pieza de su hermano.

–¿Te bañaste?–Sí.–¿Por qué demoras tanto?–Estoy jugando con el Wii.–¿Ahora? ¿¡Pero, no sabes que tenemos que salir!?–Sí, lo sé…–¡Entonces! ¡Apúrate!–¿Oye? ¡Mi mami no me trata así! ¡Te voy a

acusar!–Ay, ¡cállate y apúrate!–Si me prometes algo–No te prometo nada –dijo Carlota–Entonces no me apuro.–Bueno, dime qué quieres, ¡dímelo de una vez!–Después de la biblioteca… ¡quiero ir a tomar

helados!–¡Olvídalo!–¡¡Por favor, hermanita linda, preciosa, bella,

hermosa, dulce, encantadora, miss universo!!De un segundo a otro todo se volvió divertido,

y Carlota sonreía, después de dos semanas de acti-tud robótica. Era muy agradable sonreír otra vez. Le pareció que ahora incluso sentía algunos de los mús-culos de su cara, que estaban dormidos por la falta de uso.

110 / Carlota, La aventura de crecer

–Te quiero loquito chico y… ¡¡bueno!!, después de la biblioteca, nos vamos a tomar helados –prome-tió Carlota.

Su hermano la abrazó riendo y rápidamente la soltó, antes de que algún vecino viera esas muestras de amor, que le perjudicarían en su reputación de “chico malo”.

En la biblioteca, Carlota olvidó su robot inter-no, y disfrutó de un momento muy entretenido ayu-dando en las tareas a su hermano, mirando viejos libros y antiguas pinturas de la época de la colonia.

Esos trabajos le recordaban las tareas, que ella solía hacer, un par de años atrás, cuando era más chi-ca, pero que en ese momento, era como si hubieran pasado veinte años.

Su hermano reunió el material que necesitaba y una vez que hubo guardado todo en su mochila, partieron fuera de la biblioteca, en busca de una rica heladería.

Abrazados como dos compinches, iban por la calle jugando a las adivinanzas, a contar los autos de un mismo color, a no tocar la división de los pastelo-nes de la vereda.

Esa tarde, Carlota se sintió una niña otra vez, y compartió muchos momentos divertidos con su her-mano, que ya estaba de su mismo tamaño.

–¡Oye!, ya no crezcas más, espérate a que yo sea la más alta –le decía Carlota, bromeando.

Divisaron una heladería muy antigua, que pare-cía sacada de una revista de los años 50’, o de alguna escena de esas películas de Doris Day y Rock Hudson.

–Muy bien, al parecer, esta es la única heladería que existe por este sector, además no nos podemos alejar mucho; no tenemos opción, entraremos aquí y

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compraremos los helados, pero rápido ¿ya? para no atrasarnos con el té de la mamá y los abuelitos –reci-tó de corrido Carlota.

Cuando cruzaron el umbral, encontraron un ambiente diferente: era como un salón de té, con mú-sica relajada, como la del ascensor del edificio donde su mamá los llevaba al pediatra.

Había muchas mesitas chicas y señoras anti-guas comiendo galletitas, acompañadas de sus espo-sos o sus hijos…

Le llamó la atención una mesa, donde había una señora muy linda, rubia, con el pelo corto y con crespitos, muy elegante, con guantes blancos, que se los quitaba para tomar el té con su acompañante, que les daba la espalda. La señora la miró y sonrió. Carlo-ta devolvió la sonrisa, mientras la linda señora le de-cía a su acompañante que mirara hacia atrás. Carlota sintió familiar la espalda y el pelo del acompañante, pero… ¡no!…

Cuando el acompañante se dio la vuelta, Carlo-ta sintió que se desmayaba… Era él, el pianista pro-digio de aquel colegio del futuro, que ella pensó que nunca más volvería a ver en su vida y de quien al parecer, se había enamorado.

El muchacho la miró con extrañeza, y trató de reconocer a esa niña frente a él.

El chico le sonrió y se levantó. Carlota pensó que se le acercaba un gigante, porque a cada paso que él daba, ella se sentía más y más pequeña.

–Hola… ¿te acuerdas de mí?, soy Alan, tú fuis-te a mi colegio.

Su voz, era cálida y acariciaba como el ter-ciopelo; su aroma, de un perfume indescriptible, la transportaba a ese día del concierto.

112 / Carlota, La aventura de crecer

–Sí, claro, –dijo Carlota, sin poder mirarlo a los ojos.

Se produjo un minuto de silencio que a Carlota le pareció una eternidad.

–¡Carlota, cómprame el helado o te acuso! –de-cía su hermanito.

–¿Por qué la vas a acusar? –preguntó Alan.–¡Porque no podemos hablar con extraños! y

Carlota está siendo desobediente, solo podemos ha-blar con nuestros amigos –contestó el chico.

Carlota no podía pronunciar palabra, y sentía que su cuerpo se había convertido en una especie de momia congelada, que no podía ni pestañear.

–Pero, yo soy un amigo de tu hermana… ¿ver-dad? –dijo y miró a Carlota.

–Sí, claro, –respondió Carlota.–¡Carlota, cómprame el helado o grito!!–¿Carlota? –dijo Alan.–Sí, ese es mi nombre.–Encantado de conocerte otra vez, Carlota. Mi

nombre es Alan.–Sí, lo sé, –dijo Carlota–. Quiero decir…, en-

cantada de conocerte otra vez… o de verte…, quiero decir, de verte otra vez…

Carlota sentía que su pecho estaba apretado, que las palabras le salían ahogadas y pedía a gritos algún milagro que la rescatara.

–¡Alan! –llamó la señora bonita.–¡Voy en seguida, mamá! ¿Me acompañan, lue-

go de comprar sus helados? –preguntó el pianista.–Sí, claro… –dijo Carlota.¡Oh no!, parezco una tonta, pensó, y esa señora

bonita era su mamá, qué atroz, ¿estaré soñando? Se dio un pellizco y no: era la realidad ante sus ojos.

Patricia Valenzuela / 113

Los tres caminaron hasta el mostrador de hela-dos y, mientras elegían los sabores, Carlota no podía pronunciar palabra.

–¿Te gustó el concierto?–Sí, claro…–¿Es lo único que sabes decir? –comentó Alan,

en tanto la miraba sonriendo.Carlota no podía pensar en nada más inteligente,

porque en su cabeza daban vueltas millones de ideas.Todos estos días, en los que había estado pensado

en él, como algo inalcanzable, parecían haberse borrado en un segundo. La vida está envuelta en un pañuelo, como decía algún abuelo recordando su juventud.

Quiso ser un robot para olvidarlo, se distanció de sus amigos, estaba totalmente desadaptada y aho-ra lo tenía frente a ella. Ahí estaba Alan, como una aparición inesperada, tal como lo dijo su mamá, “él aparecerá en tu camino”.

Era verdad… ahí estaba… era real. O tal vez, esta realidad era un sueño.

–¡Alan! –llamó la señora rubia–. ¡Ven, presénta-me a tus amigos!

Los tres se acercaron a la mesa.–Ella es Rosita, mi mamá –dijo Alan–. Y ella

es… una amiga –le dijo a su madre.–¡Buenas tardes! –dijo Carlota– este es mi her-

manito menor y mi nombre es Carlota. Conocí a su hijo en un concierto de la “Escuela del Futuro”, es un gran pianista.

–¡Oh, pero qué bien hablas para ser tan chiqui-tita! –dijo la mamá de Alan.

Se produjo otro silencio incómodo y muy largo.Rosita, la mamá de Alan, rompió el hielo.–Conozco una juguetería muy buena aquí al

114 / Carlota, La aventura de crecer

lado, muy cerca, quieres ir conmigo –decía Rosita al hermano menor de Carlota.

–¡Sí! Me encantaría. ¿Puedo ir, Carlota?–Sí, claro… quiero decir… sí, tienes permiso,

por un ratito. Recuerda que debemos ir a la casa de los abuelos.

Rosita y el pequeño niño salieron de la helade-ría con rumbo a la tienda de juguetes, que estaba bas-tante cerca. Alan y Carlota salieron también a la calle.

–Qué amable es tu mamá, –dijo Carlota.–Sí, es muy tierna y le encantan los niños, debe

ser porque yo no tuve hermanos, y ella se quedó con deseos de seguir ocupándose de niños pequeños.

–¿Y tu papá? –preguntó Carlota.–Trabaja todo el día… pero el fin de semana

nos acompaña a la playa… a veces.–¿Y tus amigos? –continuó Carlota.–No tengo muchos… es que… con las clases

de piano, tenis, inglés, francés, más los viajes, no me queda mucho tiempo…

Ambos se quedaron pensativos, mientras avanzaban hasta la juguetería, que llegaba veloz has-ta ellos.

Carlota se dio cuenta de que Alan era un poco solitario, muy ocupado, como un adulto. Cumplía con sus deberes y más incluso: llenaba un espacio de cariño para su madre. Alan era un niño bueno.

Caminaron lo suficiente como para conversar de sus vidas y sentirse un poco más relajados. Sin darse cuenta, estaban en la puerta de la juguetería y, por el vidrio de la tienda, se veían las figuras de Rosita y su hermanito que venían acercándose. Era hora de partir.

Patricia Valenzuela / 115

Mientras Rosita ayudaba al hermanito a guar-dar en su mochila un juguete que le había comprado, Carlota y Alan hablaban por última vez.

–¿Crees que podamos vernos de nuevo? –pre-guntó Alan.

–No lo sé… yo vivo muy lejos de aquí.Rosita se acercaba a paso firme. –Encantada de conocerte, Carlota, y a tu her-

manito también. Espero volver a verte, en alguno de los conciertos de Alan.

–Sí, claro, –respondió Carlota, dándose cuenta de que el aire se le acabaría en unos segundos.

–Ahora debemos irnos, hijo, ¡tu padre debe de estar por llegar! –decía la señora, mirando fija-mente a Alan.

–¡Adiós, niños! –dijo y comenzó a caminar.–Alan se acercó a Carlota, y le dio un beso en

la mejilla.–Sería genial verte en alguno de mis conciertos

–le dijo, muy cerca del oído.–Sí, claro –continúo Carlota–. Quiero decir…

en alguno de tus conciertos me apareceré.–Bueno… ¡Adiós!, –dijo Alan, mirándola a los

ojos por última vez.–¡Adiós!… –respondió Carlota, mientras mira-

ba cómo se alejaba… sin que ella nada pudiera hacer.Alan y su mamá caminaban hacia el oriente y

Carlota y su hermano caminaban hacia el ponien-te: eran dos mundos distintos, que iban en rumbos opuestos o paralelos.

–¿Quién era él, Carlota? –preguntó el herma-nito–. Su mamá me compró un juguete de Alien. Era muy simpática.

–Un amigo…, en realidad no es un amigo…

116 / Carlota, La aventura de crecer

Creo que es… nada.–Bueno, ese “nada” te tenía muy nerviosa, –

dijo el pequeño.–¡Oh, ya, cállate! Mira, ahí viene la micro, ¡co-

rre! ¡Aún llegaremos al té con los abuelos!

Esa tarde, Carlota sintió que la vida le traería muchas sorpresas, que no debía perder la fe, al con-trario, debía permanecer en un estado positivo, espe-rando encontrar en su camino miles de experiencias que le harían latir el corazón, y que le regalarían mo-mentos inolvidables.

Doce años le pareció muy poca edad como para amargarse; al contrario, sintió que era el inicio de una vida, el comienzo de amistades, amores, des-amores, ilusiones, romances platónicos…, era una inmensa gama de posibilidades que, si lo pensaba mejor, no iba a poder disfrutar si optaba por tener un corazón de robot.

Carlota sonrió y aprendió que, ante todo, ella quería sentir, sentir de todo, sin miedo lanzarse al vacío de la aventura que era esta vida, y mejor aun era “vivirla” llena de alegrías, penas, risas, lágrimas, entusiasmo, ilusión, pero, disfrutando cada segundo, paso a paso, todo a su tiempo, como alguna vez dijo su abuelito Ramón: “Despacito Pilintruca”, que era el apodo que su abuelo le puso. “Un pedal da vueltas una rueda, el otro pedal te hace flotar sobre la bici-cleta… despacio”.

Después de la deliciosa comida con su mamá y sus abuelos, el hermano menor se quedó dormido. Su mamá lo llevó en brazos hasta el auto y se fueron a casa, donde llegaron cerca de las diez de la noche.

Patricia Valenzuela / 117

–¡Buenas noches, hijita!, mañana irás a la can-cha de patinaje con Paly, ¡no lo olvides!

–¡No, no lo olvidaré nunca más!Ambas se abrazaron y rieron felices. Cuando esta-

ban a punto de acostarse, la familia recibió una sorpresa. De pronto… ¡Ding dong!... Era el timbre. Unas

llaves sonaron en la entrada de la casa.Las dos bajaron corriendo, porque ya sabían lo

que significaba ese sonido.–¡Tito! ¡Mi amor!–¡Papá… llegaste!Al sonido de los gritos, Daniel, el hermanito

menor, despertó y bajó corriendo las escaleras hasta el primer piso.

–¡Papá! –gritó Daniel–. ¡Te quiero! –Y se lanzó en un piquero, a sus brazos.

–Yo también los quiero y los he extrañado mu-chísimo. ¡Amores míos!…, –dijo el papá–. Creo que este fue mi último viaje.

–¡Ay, Tito!… siempre dices lo mismo… –decía su mamá, mientras lo miraba tan profundamente que re-pasaba cada detalle de su rostro, como reconociéndolo.

La familia se abrazaba con tanto amor, que pa-recía como si nunca hubiese estado separada.

Mientras volaban por el aire, las miles de bol-sas amarillas de Duty Free, con todos esos regalos maravillosos que el papá les traía de cada viaje, Car-lota había empezado a sentirse diferente.

Algo había cambiado ese año, algo movió las piezas de ajedrez que Carlota solía jugar. Ya no le lla-maban la atención las bolsas de regalos, se sorpren-día más con la emoción del momento. Carlota pensó, que su mamá era muy sabia y recordó sus palabras:

“El amor es así, es impalpable, es incontable, es misterioso y lo sientes aunque la otra persona esté al

118 / Carlota, La aventura de crecer

otro lado del mundo. El amor no tiene barreras, dis-tancia, ni tiempo. El amor se siente aquí, en el corazón, y te hace feliz. Sé que él llegará uno de estos días“.

Carlota corrió a su pieza y, de debajo de la al-mohada, sacó una foto del pianista prodigio, la miró y pensó:

El ayer, pasó y el mañana aún no existe. Creo que la vida dura un día, y hoy, en mi hoy, espero volver a encontrarte en mi camino…

Carlota guardó la foto en su libro favorito; es-peraba abrirlo algún día en la página correcta. Grabó ese instante para siempre y, llena de esperanza, co-rrió a unirse a su familia.

FIN