claus tl grande y claus el pequeno hans christian andersen

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CLAUS EL GRANDE Y CLAUS EL PEQUEÑO HANS CHRISTIAN ANDERSEN

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  • C L A U S E L G R A N D EY C L A U S E L

    P E Q U E O

    H A N S C H R I S T I A NA N D E R S E N

    Diego Ruiz

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    En cierta aldea vivan una vez dos paisanos delmismo nombre. Ambos se llamaban Claus, perouno de ellos tena cuatro caballos y el otrosolamente uno. Y para distinguirlos, la gentellamaba al dueo de los cuatro caballos Claus elGrande y al que slo posea uno Claus elPequeo. Ahora os contar lo qu les ocurri aesos dos hombres, pues sta es una historia verdica.

    Durante toda la semana, el pobre Claus elPequeo tena que arar la tierra para Claus elGrande y prestarle su nico caballo, pero una vezcada siete das -el domingo- Claus el Grande leprestaba a l sus cuatro caballos. Y con qu orgulloClaus el Pequeo haca restallar el ltigo, cadadomingo, sobre aquellos cinco animales! Porque eseda era como si fueran realmente de su propiedad.

    El sol brillaba esplendorosamente, las campanasde la iglesia taan alegres, y la gente pasaba, vestidacon sus mejores galas y llevando bajo el brazo sulibro de oraciones. Y todos miraban a Claus el Pe-queo que araba con sus cinco caballos. Y l sesenta tan orgulloso que restallaba el ltigo y deca:

    -Arre, mis cinco caballos!

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    -No has de decir as -rezong Claus el Grande-,porque slo uno de ellos es tuyo!

    Pero Claus el Pequeo olvid pronto lo que notena que decir, y cada vez que vea pasar a alguiengritaba con toda su fuerza:

    -Arre, mis cinco caballos!-Tengo que insistir en que no lo digas otra vez

    -repiti Claus el Grande-. Si lo haces, le pegar, a tucaballo en la cabeza, de tal modo que caer muertoen el sitio. Y ya no podrs decir que tienes ninguno.

    -Te prometo no decirlo de nuevo -respondi elotro. Pero en cuanto alguien se acercaba y lo salu-daba con un movimiento de cabeza o un Buenosda, Claus el Pequeo se senta tan complacido detener cinco caballos arando en su campo que gritabauna vez ms:

    -Arre, mis cinco caballos!-Yo arrear los caballos por ti -dijo Claus el

    Grande. Y tomando una maza le dio en la cabeza alnico caballo de Claus el Pequeo, de manera que elanimal cay muerto.

    -Oh, ahora no tendr ningn caballo! -exclamllorando Claus el Pequeo. Pero un rato despusdesoll al caballo muerto y colg el cuero al airepara que se secara.

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    Luego meti la piel en un bolso, se ech ste alhombro y emprendi viaje hacia el pueblo ms pr-ximo para venderla. Pero el camino era largo, yhaba que pasar por un bosque oscuro y sombro.

    Mientras cruzaba el bosque, sobrevino unatormenta y Claus el Pequeo perdi su camino. Lanoche se ech encima, faltaba mucho para llegar yya estaba demasiado lejos para volverse a casa antesde que oscureciera.

    Junto al camino haba una granja, con lospostigos cerrados pero que dejaban filtrar luz porlas rendijas.

    Puede que me dejen entrar aqu a pasar lanoche -pens Claus el Pequeo. Se acerc a lapuerta de la granja y llam.

    Abri la puerta la esposa del granjero, pero alenterarse de lo que deseaba el visitante le indic quedeba retirarse. Su marido no estaba en casa y noquera extraos en ella.

    Entonces tendr que echarme ah afuera -sedijo Claus el Pequeo, mientras la mujer delgranjero le cerraba la puerta en la cara.

    Prxima a la casa haba una gran parva de heno,y entre sta y el edificio principal un pequeo co-bertizo con techo de paja.

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    Me acostar ah arriba -dijo Claus el Pequeo-.Ser un lecho magnfico, y ojal que esa cigea quetiene su nido en el tejado de la casa no se baje apicarme las piernas.

    As, pues, Claus el Pequeo se trep al techo delcobertizo. Mientras se revolva para ponersecmodo, observ que los postigos de madera nollegaban hasta el borde superior de las ventanas,sino que dejaban un espacio libre que permita verel interior de la habitacin. Y vio una amplia mesaservida con vino, asado y un pescado esplndido.Sentados a la mesa estaban la mujer del granjero y elsepulturero del pueblo. Nadie ms. La mujer estaballenando el vaso del otro y sirvindole abundanteracin de pescado, que pareca ser el plato favoritodel hombre.

    Si pudiera alcanzar yo tambin un poco... -pens Claus el pequeo. Y estir el cuello hacia laventana; entonces vio tambin una hermosa y su-culenta torta. En realidad poda decirse que la parejatena un magnfico festn por delante.

    En ese momento se oyeron los cascos de un ca-ballo que galopaba por el camino hacia la granja. Elgranjero regresaba a su casa.

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    Este era un buen hombre, pero tena una pre-vencin singular: no poda soportar la vista de unsepulturero. En cuanto vea a uno le acometa un te-rrible acceso de ira. Y por ese motivo el sepulturerohaba elegido la ausencia del granjero para visitar asu esposa. La buena mujer lo estaba obsequiandocon lo mejor que tena en la casa.

    Al or llegar al granjero ambos se asustaron te-rriblemente, y la mujer pidi al sepulturero que seintrodujera en un amplio cofre que haba en un rin-cn. El hombre no se hizo de rogar, pues conocabien la aversin del pobre granjero a la vista de unolos de su oficio. La mujer escondi rpidamente lasviandas y el vino en el horno, porque su maridohabra hecho preguntas incmodas en caso de vertodo aquello en la mesa.

    Oh, qu lstima! -suspir Claus el Pequeo,sobre el techo, al ver desaparecer la comida.

    -Hay alguien ah arriba? -inquiri el granjero,alzando la vista y mirando a Claus el Pequeo-.Qu ests haciendo t ah arriba? Ser mejor quebajes y entres en la casa.

    Claus el Pequeo le inform entonces de cmohaba perdido su camino y pregunt si le sera per-mitido pasar all la noche.

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    -Claro que s -respondi el granjero-. Pero antesser mejor que comas algo.

    La mujer los recibi a los dos muyamablemente; puso la mesa y sirvi una cazuela depotaje para los dos. El granjero traa hambre ycomi con buen apetito, pero Claus el Pequeo nopoda menos de aorar el excelente asado, elpescado y la torta, que saba estaban ocultos en elhorno. Haba colocado debajo de la mesa, a suspies, la bolsa con el cuero del caballo, pues serecordar que iba de camino hacia el pueblo paravenderlo. No le gustaba el potaje, y por ello ideuna artimaa: pis con fuerza la bolsa haciendo queel cuero seco chirriara perceptiblemente.

    -Chist! -orden Claus el Pequeo como si ha-blara con la bolsa, y al mismo tiempo la oprimims con los pies haciendo chirriar al cuero decaballo con ms fuerza que antes.

    -Qu diablos tienes en esa bolsa? -pregunt elgranjero.

    -Es un duende. Dice que no tenemos necesidadde comer potaje, pues l con sus encantamientos hallenado el horno de asado, pescado y torta.

    -Qu dices? -estall el granjero, y abriendo pre-cipitadamente la puerta del horno vio las lindas

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    cosas que su mujer haba escondido. Y crey queera el duende quien las haba materializado para suespecial beneficio.

    Sin atreverse a decir nada, la mujer sirvi todasaquellas exquisiteces, y los dos hombres se dieronun hartazgo de asado, pescado y torta. Luego, Clausel Pequeo oprimi de nuevo la bolsa con los pies yvolvi hacer chirriar el cuero de caballo.

    -Qu dice el duende ahora? -pregunt el gran-jero.

    -Dice -respondi Claus el Pequeo- que tam-bin ha formado por arte de encantamiento tres bo-tellas de vino dentro del horno.

    La mujer se vio obligada a sacar tambin el vino,del cual bebi abundantemente el dueo de casahasta ponerse muy alegre. Y dijo que le habragustado tener un duende para l, como el queposea Claus el Pequeo.

    -Puede ese duende hacer aparecer al diablo?-inquiri el granjero-. Me gustara verlo, ahora queestoy de tan buen humor.

    -Oh, s! Mi duende puede hacer todo lo que sele pida. No es verdad? -agreg dirigindose a labolsa, que chill ms fuerte que nunca-. No oyes

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    cmo dice que s? Pero el diablo es tan feo que sermejor que no lo veas.

    -Pues no tengo miedo en absoluto. A qu separece?

    -Bueno, pues el duende te lo mostrar bajo laforma de un sepulturero.

    -No, por favor! Te dir que no puedo soportarla vista de un sepulturero. En fin, no importa. Yosabr que se trata slo del diablo y as no me horro-rizar tanto. Me siento con todo mi valor. Pero queno se acerque mucho.

    -Le pedir ese favor a mi duende -prometiClaus el Pequeo, oprimiendo la bolsa y acercandoel odo como para escuchar lo que deca el duende.

    -Qu dice?-Dice que puedes abrir ese cofre que est en el

    rincn, y vers al diablo medio adormilado en laoscuridad. Pero sostn con fuerza la tapa, no seaque trate de escaparse.

    -Me ayudars a sostenerla? -requiri el granjero,acercndose al cofre donde su mujer haba es-condido al sepulturero, que temblaba de miedo es-cuchando la conversacin. Tras de lo cual levantapenas la tapa del cofre y espi por la rendija.

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    -Ah! -chill, dando un salto hacia atrs-. S, vi eldiablo. Se pareca exactamente a nuestro se-pulturero. Una visin horrible!

    Despus de lo cual necesit beber un trago; y asiestuvieron los dos hombres, sentados a la mesa ybebiendo hasta bien entrada la noche.

    -Tienes que venderme ese duende -dijo el gran-jero-. Pide cunto quieras por l. Te dar un talegolleno de dinero por l.

    -No; no puedo. Recuerda que el duende me re-sulta muy til.

    -Oh, pues a m me agradara mucho tenerlo!-insisti el granjero, y prosigui suplicando.

    -Est bien -admiti finalmente Claus el Peque-o-. Has sido tan bueno conmigo que no veo msremedio que drtelo. Lo tendrs por un talego dedinero, pero quiero que est bien lleno.

    -As ser. Eso s, quiero que te lleves contigo elcofre. No podra verlo en mi casa ni una hora ms.Nunca podra saber si est l adentro o no.

    De modo, pues, que Claus el Pequeo entregsu bolsa con el cuero seco del caballo y recibi enpago un talego de dinero, bien lleno. El granjero ledio tambin una carretilla grande para que acarrearael dinero y el cofre.

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    -Adis! -se despidi Claus el Pequeo, y particon su dinero y el gran arcn en cuyo interior estabael sepulturero.

    Ms all del bosque corra un ro ancho y pro-fundo, de corriente tan fuerte que era casi imposiblenadar contra ella, y sobre la cual haban construidoun amplio puente. Al llegar a la mitad de ste, Clausel Pequeo dijo en voz alta, de modo que elsepulturero pudiera orlo:

    Qu estoy haciendo yo con este estpidoarcn viejo? Por lo que pesa, bien podra estar llenode adoquines. Y eso de llevarlo en carretilla todo elcamino se hace demasiado pesado; mejor sertirarlo al ro.

    -No, no! Por favor! -grit el sepulturero-. D-jame salir!

    -Hola! -exclam Claus el Pequeo, fingiendosentirse asustado-. Vaya, si est aqu dentro! Ya locreo que ser mejor echarlo al ro y que se ahogue.

    -Oh, no! No! Te dar un talego lleno de dinerosi me dejas salir!

    -Bueno, eso cambia de aspecto -aprob Claus elPequeo abriendo el cofre. El sepulturero sali in-mediatamente, arroj al agua el vaco cofre de unempujn, y luego fue, a su casa y entreg a Claus el

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    Pequeo un talego bien lleno de dinero. La carretillaestaba ahora rebosando, pues, como se sabe, habaya en ella otro talego procedente del granjero.

    Reconozco que ha sido un buen precio por elcaballo -se dijo al llegar a su casa, mientras volcabael dinero de la carretilla en el suelo, donde form unimponente montn-. Qu rabia le dar a Claus elGrande cuando sepa lo rico que acabo de hacermecon un solo caballo! Pero no le dir la verdad.

    Y envi un muchacho a casa de Claus el Grandepara pedirle prestada una medida de las de medirgranos.

    Para qu la querr? -pens Claus el Grande. Yfrot el fondo de la medida con un poco de sebo,de modo que, fuera lo que fuera lo que se midiese,quedara algo adherido al metal. Y as fue, pues,cuando la medida volvi haba pegadas al fondo trespequeas y relucientes monedas de plata.

    Qu es esto -se pregunt Claus el Grande, ycorri directamente a casa de Claus el Pequeo.

    -De dnde diablos sacaste tanto dinero?-Oh, no fue sino por el cuero de mi caballo, que

    vend anoche!-Un cuero bien pagado, en verdad! -exclam

    Claus el Grande. Y volvi a toda carrera a su casa,

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    tom un hacha y mat a sus cuatro caballos de unhachazo en la cabeza a cada uno. Luego los desolly se fue al pueblo con los cueros.

    -Cueros! Cueros! Quin compra cueros? -vo-ceaba recorriendo las calles de un lado a otro.

    Todos los zapateros y curtidores del pueblo seacercaron corriendo a preguntarle cunto peda porellos.

    -Un talego de dinero por cada uno respondiClaus el Grande.

    -Ests loco? -respondan todos-. De dndecrees que sacamos nosotros el dinero?

    -Cueros! Cueros! Quin compra cueros? -vol-vi a gritar Claus el Grande.

    Los zapateros asieron sus hormas y loscurtidores sus delantales de cuero, y corrieron agolpes por todo el pueblo a Claus el Grande.

    -Cueros! Cueros! -voceaban remedndolo-. Yate vamos a dar cuero nosotros! Fuera del pueblo!

    Y Claus el Grande tuvo que correr cmo nohaba corrido nunca. Ni tampoco haba recibidonunca semejante paliza.

    Claus el Pequeo me las pagar -se prometi alllegar a su casa-. Lo matar.

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    La anciana abuela de Claus el Pequeo acababade morir en casa de su nieto. En verdad haba sidobastante malvola y poco amable con l, pero Clausel Pequeo sinti mucho su muerte. Tom elcadver y lo coloc en su propio lecho caliente, porver si acaso la anciana no estaba muerta an deltodo y se reanimaba. Se propuso dejarla all toda lanoche; l dormira sentado en una silla, en el rincn,como ya haba dormido antes ms de una vez.

    Durante la noche, mientras Claus el Pequeodorma as sentado, la puerta se abri y entr Clausel Grande con su hacha. Saba dnde estaba la camade Claus el Pequeo, y se dirigi a sta. Alz elhacha y descarg con toda su fuerza un golpe en lafrente del cadver, creyendo que se trataba de Clausel Pequeo.

    Veremos si vuelves a burlarte de m ahora-dijo.

    Y regres a su casa.Qu hombre malo y perverso! -se dijo Claus

    el Pequeo-. Quiso matarme. Y ha sido una suerteque la pobre abuela estuviera ya muerta; de lo con-trario la habra asesinado".

    Visti de nuevo a la anciana abuela con sus me-jores galas de domingo, pidi prestado un caballo a

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    un vecino, lo unci a unci a un carricoche y senta la abuela en el asiento trasero de modo que nopudiera caerse con el movimiento del vehculo.Luego emprendi camino a travs del bosque. Alsalir el sol se encontr a la puerta de una granhostera, adonde entr en busca de algo de comer.

    El dueo era un hombre riqusimo y ademsuna excelente persona, pero de carcter irascible,como si estuviera hecho de pimienta y tabaco.

    -Buenos das! -dijo a Claus el Pequeo-. Te haspuesto tu mejor traje muy temprano esta maana!

    -As es. Voy al pueblo con mi abuela, que estsentada en el carricoche ah afuera. No he podidoconvencerla de que entre. No querra llevarle hastael carricoche un vaso de limonada? Tendrs, que ha-blarle a gritos, pues es sumamente dura de odos.

    -De acuerdo, se lo llevar -aprob el hostelero, ysirvi un buen vaso de limonada con el cual salidel establecimiento para llevrselo a la abuela queestaba en el carricoche.

    -Aqu tienes un vaso de limonada que te enva tunieto -dijo el hostelero, pero la abuela muerta sequed, naturalmente, quieta y sin pronunciar unapalabra-. No me oyes? Un vaso de limonada quete enva tu nieto!

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    Dijo eso a gritos, y sigui gritando ms y ms,pero al ver que la anciana no se mova acab porponerse furioso y le lanz la limonada a la cara,hacindola caer del carricoche, pues Claus el Pe-queo no se haba tomado el trabajo de atarla.

    -Ah! -grit Claus el Pequeo, saliendo a todaprisa de la hostera y aferrando al hostelero por elcuello-. Has matado a mi abuela! Mira qu enormeherida le has hecho en la frente!

    -Oh, qu desgracia! -exclam el hostelero retor-cindose las manos-. Eso me pasa por mi tempera-mento irascible. Mi estimado Claus el Pequeo: tedar un talego de dinero si no dices nada acerca deesto; adems, har enterrar a tu abuela tan digna-mente como si hubiera sido la ma. De lo contrariome cortarn la cabeza, y eso es cosa muydesagradable.

    Y as. Claus el Pequeo se vio en posesin deotro talego de dinero, y el hostelero sepult a laanciana abuela como si hubiera sido la suya propia.

    Cuando Claus el Pequeo lleg a su casa nueva-mente con todo su dinero, envi al muchacho otravez a casa de Claus el Grande a pedir prestada lamedida para granos.

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    Qu? -se dijo Claus el Grande-. Acaso noest muerto? Ir a cerciorarme.

    Y se dirigi l mismo a llevarle la medida a Clausel Pequeo.

    -Me pregunto de dnde sacaste tanto dinero-dijo, con los ojos agrandados de asombro ante loque vea.

    -Fue a mi abuela a quien mataste en lugar dematarme a m -repuso Claus el Pequeo-. La hevendido, y me dieron por ella un talego lleno dedinero.

    -Pues te la han pagado muy bien -respondiClaus el Grande. Y regres precipitadamente a sucasa donde tom el hacha y mat a su propiaabuela.

    Luego la coloc en un carricoche y se dirigi enl al pueblo; busc la casa del boticario y pregunt aste si quera comprar un cadver.

    -De quin, y de dnde procede? -inquiri elboticario.

    -Es mi abuela. La mat por un talego de dinero-fue la respuesta.

    -El cielo nos proteja! Ests hablando como unloco. Por favor, no digas esas cosas! Podras perderel juicio.

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    Y trat de hacerle entender cun horrible accinhaba cometido, y qu perverso era, y cmo merecaser castigado. Claus el Grande se asust de tal modoque sali corriendo de la botica, salt al carricoche,arre el caballo y no par hasta su casa. Tanto elboticario como todos los dems presentes creyeronque estaba loco, y no hicieron nada por detenerlo.

    Esta me las pagars! -exclamaba Claus elGrande por el camino-. Esta me las pagars, Clausel Pequeo!

    En cuanto lleg a casa tom la bolsa ms grandeque pudo encontrar, fue de nuevo en busca deClaus el Pequeo y le dijo:

    -Me has engaado otra vez. Primero mat miscaballos, y luego a mi abuela. Todo es culpa tuya,pero no tendrs otra oportunidad de burlarte de m.

    Asi a Claus el Pequeo por la cintura y lometi dentro de la bolsa. Despus se lo carg a laespalda y le grit:

    -Ahora voy a ahogarte!Tena que recorrer un largo camino hasta el ro,

    y Claus el Pequeo no era un peso fcil de llevar. Elsendero pasaba por delante de una iglesia de la cualsalan las notas del rgano, y de un himno cantadopor el pueblo. Claus el Grande deposit la bolsa en

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    el suelo, junto a la puerta de la iglesia, y se le ocurrique sera agradable entrar y or un himno antes deseguir adelante. Como Claus el Pequeo no podasalir de la bolsa, y toda la gente estaba en el interiordel templo, Claus el Grande no vacil y entr ltambin.

    -Oh, por favor, por favor! -solloz Claus el Pe-queo, retorcindose en el interior de la bolsa envanos intentos por deshacer el nudo. Precisamenteen ese instante un viejo vaquero de caballo blanco ycon un grueso bastn en la mano se acercarreando una vacada. Los animales chocaron con labolsa donde estaba Claus el Pequeo y loderribaron.

    -Oh, por favor! -se quej Claus el Pequeo-.Soy tan joven para ir ya al cielo!

    -Y yo -dijo el vaquero-, soy tan viejo, y nopuedo ir todava!

    -Abre la bolsa! Mtete en m lugar, y podrs iral cielo directamente!

    -Eso me conviene -respondi el vaqueroabriendo la bolsa y dejando salir a Claus elPequeo-. Ahora ocpate t del ganado -aadiintroducindose en la bolsa. Claus el Pequeo at elnudo y ech a andar arreando la vacada.

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    Un rato despus, Claus el Grande sali de laiglesia. Se ech la bolsa a la espalda y sin duda laencontr ms liviana, pues el viejo vaquero nopesaba ni la mitad que Claus el Pequeo.

    Qu liviano parece haberse puesto! Eso ha deser porque yo entr en la iglesia y rec misoraciones -se dijo.

    Luego se dirigi al ro, que era ancho yprofundo, y arroj al agua la bolsa con el viejovaquero dentro.

    Ya no te burlars ms de m! -le grit, cre-yendo que se trataba de Claus el Pequeo.

    Y se volvi a su casa, pero al llegar a la encruci-jada se encontr con Claus el Pequeo que venaarreando sus vacas. -Qu significa esto? -exclamClaus el Grande-. No te haba yo echado al ro?

    -S -asinti Claus el Pequeo-. Hace justamentemedia hora que me arrojaste.

    -Pues, de dnde sacaste todos esos esplndidosanimales?

    -Son vacas del mar. Te contar toda la historia, yen verdad te agradezco de corazn el que hayas in-tentado ahogarme. Estoy ahora en excelenteposicin; puedo decirte que soy muy rico. Tuvetanto miedo cuando me vi dentro de la bolsa! El

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    viento me silbaba en los odos mientras caa al aguadesde el puente. El agua estaba fra; me hundenseguida hasta el fondo, pero sin hacerme dao,pues en ese lugar hay musgo de exquisita blandura.La bolsa se abri al instante, por manos de unahermosa doncella vestida de blanco y con unacorona de algas verdes en el pelo. La joven metom de la mano y dijo:

    Ests ah, Claus el Pequeo? Aqu tienesalgunas cabezas de ganado para ti; y media leguams all, en el camino, encontrars otra vacada quetomars tambin como obsequio mo. Entonces vique el ro era una gran carretera por la que sepaseaba la gente del mar, de un lado a otro, entre laboca del ro y su nacimiento. Haba flores preciosas,y un csped tan fresco! Los peces pasaban nadandojunto a m, como pjaros en el aire. Qu buenasgentes son aqullas, y qu magnfico ganado!

    -Pero, por qu volviste de nuevo aqu,entonces? -pregunt Claus el Grande-. Yo no lohabra hecho en tu lugar, si me hubiera encontradotan bien all.

    -Oh, eso fue una pequea treta ma! Recuerdasque te repet las palabras de la doncella, acerca deque media legua ms lejos, en el camino, encontrara

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    mas ganado? El camino quera decir para ella el ro,pues no puede ir a ninguna otra parte. Bien, pues yoconozco cada curva del ro, y s perfectamente quela distancia es mucho ms corta si vas por tierra ytomas los atajos. Se ahorra as mucho tiempo, y yopodra alcanzar el ganado ms pronto.

    -Vaya, eres un hombre afortunado! Y no creesque yo tambin podra hacerme de unas vacas sibajara hasta el fondo del ro?

    -Estoy seguro que s. Pero yo no podra llevartedentro de la bolsa hasta el ro. Pesas demasiado param. Si quieres ir por tu pie hasta all y luego meterteen la bolsa, yo te echar al agua con el mayor placerdel mundo.

    -Gracias! -respondi Claus el Grande-. Pero sino encuentro ningn ganado cuando llegue all, tenen cuenta que te dar una tanda de latigazos.

    -No seas tan malo conmigo! -suplic Claus elPequeo.

    Y ambos se fueron hacia el ro. En cuanto lasvacas vieron el agua se precipitaron a beber, puestenan mucha sed.

    -Mira qu prisa tienen -hizo notar Claus el Pe-queo-. Estn impacientes por volver al fondo otravez.

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    -Bueno, aydame ahora! -exigi Claus el Gran-de-, o te pegar.

    Y se meti en el interior de una bolsa que veniasobre el lomo de una de las vacas.

    -Pon dentro una piedra de buen tamao -agre-g-, no sea que la bolsa no se hunda.

    -No tengas miedo de eso -respondi Claus elPequeo. Y tras colocar un gran trozo de rocadentro de la bolsa, le dio un empujn. Y all fue labolsa, con Claus el Grande dentro, al medio del ro,donde se hundi hasta el fondo en un santiamn.

    Lo que temo es que no encuentre el ganado-se dijo Claus el Pequeo mientras se alejabaarreando sus vacas.