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CRIMINALIDAD ORGANIZADA. LOS MOVIMIENTOS TERRORISTAS Manuel Avilés Gómez 2004

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CRIMINALIDAD ORGANIZADA. LOS

MOVIMIENTOS TERRORISTAS

Manuel Avilés Gómez2004

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Título: Criminalidad organizada. Los movimientos terroristas.

Autores: © Manuel Avilés

I.S.B.N.: 84-8454-339-0Depósito legal: A-238-2004

Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 63C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)www.ecu.fm

Printed in SpainImprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)[email protected]

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

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CRIMINALIDAD ORGANIZADA. LOS MOVIMIENTOS TERRORISTAS.

INDICE

AGRADECIMIENTOS ................................................................................. 7

PRÓLOGO de ANTONI ASUNCIÓNEx Ministro de Interior, Ex Secretario de Estado de Asuntos Penitenciarios ................................................................................................ 9

PRÓLOGO de JUAN ALBERTO BELLOCHMagistrado. Alcalde de Zaragoza. Ex ministro de Justicia e Interior.......................................................................................................... 11

PRÓLOGO de BERNARDO DEL ROSALCatedrático de Derecho Penal Universidad de Alicante. Sindic de Greuges de la Comunidad Valenciana ........................................................ 15

I. ACLAREMOS PREVIAMENTE ALGUNOS CONCEPTOS ................ 19

II. EL HECHO DELICTIVO. ..................................................................... 35II. 1.- Primeros intentos de explicación.-................................................ 35II. 2.- Un factor importante: Se descubre el medio ambiente.- .............. 38II. 3.- Más teorías sociológicas. La importancia del medio y del confl icto social.-...................................................................................... 49II. 4.- Conductas abiertamente enfrentadas al orden establecido.Los tipos de Eric Hobsbawm.- .............................................................. 58

II. 4. 1.- El bandolerismo social.- ..................................................... 61II. 4. 2.- La mafi a.- ............................................................................ 63II. 4. 3.- Los movimientos milenaristas.- .......................................... 64II. 4. 4.- La turba urbana.- ................................................................ 65II. 4. 5.- Intentemos recapitular y avancemos.- ................................ 66

III. INTENTEMOS UNA TIPOLOGIA CRIMINAL Y HABLEMOS DE LOS CRIMINOLOGOS.-...................................................................... 77

III. 1.- ¿ Hay rasgos específi cos de personalidad criminal? ................... 89III. 2.- Un intento de tipología criminal actualizada.- .......................... 100

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III.2.-1.- Delincuentes contra el patrimonio por escasa fuerza de resistencia contra los estímulos crimonógenos del ambiente.-........ 101III. 2. 2.- Delincuentes por agresividad.-......................................... 105III. 2. 3.- Delincuentes por crisis ..................................................... 141

III. 2.3. A.- Delincuentes juveniles organizados. La Kale Borroka.- .................................................................................... 146III. 2. 3. B- Delincuencia por crisis y Sectas criminales.- ....... 162

III. 2. 4.- Delincuentes por reacciones primitivas.- ......................... 176III. 2. 5.- Delincuentes por falta de dominio sexual.-...................... 185III. 2. 6.- Delincuentes por falta de disciplina social.- .................... 240III. 2. 7.- Delincuentes profesionales.- ............................................ 245III. 2. 8.- Delincuencia juvenil, delincuencia marginal y delincuencia de enfermos mentales.-.............................................. 304

IV. DELINCUENTES POR CONVICCION. HABLEMOS DE MOVIMIENTOS TERRORISTAS............................................................ 319

IV. 1.- ¿Hay un concepto claro de terrorismo? ..................................... 319IV. 2.- Terrorismo revolucionario, reaccionario y utilitarista- ............. 340IV. 3.- Terrorismo religioso.- ¿Existe?.................................................. 439

IV. 3. 1.- El Cristianismo.-............................................................... 446IV. 3. 2.- El Judaísmo y el el problema con Palestina .- .................. 451IV. 3. 3.- El terrorismo Islámico.-.................................................... 467

IV. 4.- Terrorismo étnico – nacionalista. EL terrorismo de ETA.-........ 486IV. 4. 1.- Hagamos un poco de historia.- ......................................... 486IV. 4. 2.- Nace el nacionalismo vasco y nace ETA.- ...................... 524

V.- UNA NOTA DE URGENCIA SOBRE LA MASACRE DE MADRID ................................................................................................... 577

BIBLIOGRAFIA UTILIZADA................................................................. 587

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A Verónica, mi mujer.A Natalia y Ana, Santiago y Gonzalo.

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Dicen que uno de los modos como se mide la calidad con que se ha vivido la vida es evaluando la naturaleza de los amigos. Si es así, tengo que estar contento con la mía. Son muchos y buenos los que tengo.

Doy las gracias sobre todo a Francisco Sevillano y a Verónica López Yagües, profesores titulares de la Universidad de Alicante que me ayudaron en todo momento a mejorar lo escrito. A Enrique Orts Berenguer, catedrático de Derecho Penal de Valencia que leyó el manuscrito íntegro, me corrigió y me animó a darlo a la luz. A Juan Alberto Belloch, a Bernardo del Rosal y a Antonio Asunción que hicieron un hueco en sus muchas obligaciones para leer el manuscrito y escribir un prólogo. A Mª Angeles Tena, jurista y jefa del gabinete técnico del Conseller de Justicia, sin cuyo ánimo y observaciones siempre acertadas, no habría escrito lo que tienen entre manos. A Juanjo Díez, decano de la Facultad de Derecho de Alicante, A Monserrat Navarro, a Manrique Tejada, Luis Antonio Soler y a Joaquín Delgado, magistrados, que me hicieron correcciones oportunas y me dejaron hurgar en sus bibliotecas. A Felipe Renart e Ignacio Pérez Valero, también profesores de Derecho Penal cuyas sugerencias siempre estuvieron cargadas de sabiduría. A Ruth Alonso, buena juez y mejor persona, con la que discuto y discrepo mucho pero a la que siento como mi hermana.

A Ignacio González, Director de Vigilancia aduanera, que me enseñó, con el artículo que cito y con otra bibliografía, mucho sobre blanqueo de dinero, al Inspector de Aduanas, Arturo Marcos y a los abogados del Estado de Alicante –Víctor Murcia, Hilda Pérez y Mª Luisa Camí- que me pusieron en contacto con él. A Jorge Pérez, psiquiatra, con el que he discutido sobre la supuesta locura de criminales y terroristas de toda clase, aprendiendo algo en cada pelea. A todos los autores cuyas obras cito, que todos me han enseñado y con todos estoy en deuda por la riqueza de su pensamiento .

A Mariano Sánchez Soler, José Luis Barbería, Ángeles Escrivá, Pedro Nuño, Ángeles Cáceres y Sonia Martín –que saltó a la fama después de que Trillo le diera un euro al preguntarle por la guerra de Irak-, periodistas que me avisaron de algún gazapo y más de una defi ciencia de estilo. A Paqui Alfonso, maestra de prisiones y gran arabista, con la que he discutido y aprendido mucho sobre el Islam. A todos mis compañeros de Instituciones Penitenciarias de los que he aprendido en tantos años mucho más de lo que les he enseñado.

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PRÓLOGO

He recibido con sorpresa y con agrado la invitación que me ha hecho Manuel Avilés para escribir unas líneas y presentar su libro “Criminalidad Organizada. Los Movimientos terroristas”.

Hace bastantes años que dejé la vida pública, pero cuando uno está implicado en temas como los que trata esta obra –la delincuencia, las conductas gravemente lesivas, la seguridad ciudadana, el terrorismo …-, nunca se olvida del todo estas cuestiones que afectan de lleno a la vida de cualquier ciudadano.

Seré muy breve, porque lo que interesa no es la presentación, sino el trabajo que se presenta, y este libro, que he leído con auténtico placer, contiene muchas afi rmaciones, muchas teorías y muchos argumentos sumamente interesantes para cualquier persona que pretenda saber sobre el delito, la criminalidad organizada y el complejo mundo de la violencia terrorista.

Conocí a Manuel Avilés en el otoño del año 89. Diseñábamos y ejecutábamos por entonces desde el Gobierno, los planes de dispersión y reinserción de los terroristas de ETA.

He de decir en honor a la verdad, que cuando nuestro trabajo de meses e incluso de años comenzó a dar los primeros frutos, cuando presos de ETA comenzaron a cuestionar las directrices de la organización, incluso haciéndolas públicas, y a separarse de la misma, todos fuimos objeto de sus acciones terroristas, todos fuimos puestos en su punto de mira. Nunca vi a Manuel escurrir el bulto o eludir responsabilidades, en la lucha que manteníamos contra el terrorismo, por miedo a los riesgos o por cualquier otra motivación personal.

Cuando recibí la llamada de Manuel, pidiéndome un prólogo para su libro he de confesar que me inquieté en un primer momento. He leído muchas cosas de las que se suponía que habían sido objeto de mi estricta responsabilidad, que no las he reconocido.

El libro que tengo entre manos me ha parecido sumamente interesante en su totalidad. Habla de delitos y delincuentes en general, repasa las teorías

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académicas sobre los mismos, habla de delincuentes contra el patrimonio y de corruptos de toda clase en busca del enriquecimiento rápido. Trata certeramente a los delincuentes contra la libertad sexual, a los agresores domésticos, a las redes de criminalidad organizada o a los delincuentes marginales y a los delitos cometidos por enfermos mentales. No obstante lo anterior, es al tratar del terrorismo cuando el autor se suelta más y pone de manifi esto su profundo conocimiento de la materia.

Recuerdo, allá por el otoño del 89, cuando llamé a Manuel Avilés para nombrarlo Director de la cárcel de Nanclares de la Oca, que me argumentó lo que sigue para rechazarlo: “No tengo ni la más mínima idea de terrorismo, no he estado nunca en Euskadi y no sabría ni por donde empezar”. El tiempo me dio inmediatamente la razón en mi elección, a la vista de los frutos de la misma. Yo no trataba entonces de buscar un especialista. Trataba de encontrar trabajadores para el Estado con vocación y entrega, que supieran hasta qué punto es importante servir a la sociedad y estuviesen dispuestos a hacerlo.

Me siento honrado por la invitación de Manuel para escribir estas líneas de presentación de su excelente trabajo.

Antoni Asunción Hernández

Valencia, Enero de 2004.

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PRÓLOGO

La función y sentido últimos de las penas de privación de libertad son materia de un debate permanente entre los especialistas y en el seno mismo de la sociedad, donde a menudo conviven con difi cultad la buena intención de favorecer la rehabilitación del delincuente con la a veces irrefrenable necesidad emocional de un castigo ejemplar para aquellos que más gravemente han atacado los valores que conforman nuestro orden social.

La discusión es real, aunque huelga decir que en la misma no debe perderse en ningún caso la perspectiva de que es nada menos que un mandato constitucional el dar a las medidas de seguridad y de privación de libertad una orientación hacia la reeducación y la reinserción social. Aceptado ese principio –toda persona puede hacerse acreedora a una segunda oportunidad para reencaminar sus pasos extraviados-, la controversia, sin embargo, no se agota. Porque de forma recurrente nos enfrentamos con la cuestión de si la cárcel tiene realmente algún éxito en esa difícil misión de reeducar y reinsertar. No hay más que recordar la polémica que suele acompañar a la concesión del tercer grado o de la libertad condicional en los casos de condenados de alguna notoriedad, o el escándalo producido cuando tales medidas se han aplicado a quienes las han aprovechado para volver a delinquir, a veces para cometer atrocidades que a todos nos conmueven hasta lo más hondo.

Desgraciadamente, ni esas alarmas sociales ni esas equivocaciones –equivocaciones que sólo devienen tales a posteriori, no se olvide- pueden ser eliminadas de forma radical. El más prolijo sistema de garantías y contrapoderes no evita que el margen de decisión que la Justicia concede a los hombres y mujeres que la administran se convierta ocasionalmente en una resolución desacertada, dados los numerosos factores de incertidumbre o impredecibilidad que son inherentes a toda decisión vinculada con la conducta de una persona, más aún si se trata de alguien que ha pasado por la traumática experiencia de la detención, el juicio y la cárcel.

De todos modos, sería incurrir casi en la negligencia creer que nada puede hacerse para evitar esas zozobras. Porque hay técnicas y conocimientos científi cos que sirven para minimizar en lo posible ese riesgo –la reincidencia- inherente al proceso de reeducación de los delincuentes. Una de esas herramientas es la criminología y a su reivindicación como instrumento de

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máxima utilidad para que el sistema penitenciario cumpla la fi nalidad prevista en la Constitución está dirigido en cierto modo este libro. Su autor, Manuel Avilés Gómez, es un profesional de rica y dilatada experiencia en el análisis y la gestión de la realidad carcelaria de nuestro país -incluido ese particular y denso mundo de los presos terroristas-, a quien tuve la oportunidad de conocer durante mi paso por los Ministerios de Justicia e Interior.

Ese profundo conocimiento “a pie de obra” de los distintos perfi les de la delincuencia le permite abordar con determinación y proximidad su estudio de las tipologías criminales, sus bases teóricas y su coincidencia o contraste con la cruda realidad observada durante tantos años en las prisiones. En su caso, la experiencia no es sólo un recurso literario para trufar su exposición de interesantísimas anécdotas y casos reales conocidos a lo largo de su trayectoria, sino una garantía científi ca, porque, como sostiene Manuel Avilés, la criminología debe ser ante todo una ciencia empírica, a ser posible blindada “contra las manifestaciones grandilocuentes que sirven de catarsis colectiva”.

El empirismo, en este caso, apunta de forma inequívoca hacia la individualización que el diagnóstico criminológico exige como factor imprescindible para tener alguna posibilidad de éxito. “Cuanto más conoces a los delincuentes –escribe- y cuantos más delincuentes conoces, más conciencia tomas de que es imposible aplicar los clichés, las tipologías o los esquemas previos de forma automática, porque toda persona es un poliedro con mil caras, mil motivaciones, mil infl uencias y mil justifi caciones a la hora de actuar”.

Entender el tratamiento criminológico de esa forma ayuda, sin duda, a comprender y dirigir mejor los procesos de reinserción, que en defi nitiva debería ser el objetivo fi nal, la medida de efi ciencia de nuestro sistema penitenciario. Individualizar; no dejarse arrastrar por los sentimientos –”son poco científi cos”, advierte- por legítimos que parezcan; dejar de considerar los permisos, tercer grado, etc., como benefi cios penitenciarios que el recluso se “gana” y en su lugar verlos como elementos que forman parte del correcto tratamiento rehabilitador. Son refl exiones de un profesional conocedor como pocos de la realidad humana que se esconde detrás de cada historial penitenciario. Refl exiones y recomendaciones que, a mi entender, tienen una actualidad permanente a la hora de enjuiciar el trabajo de reinserción de las prisiones.

Como decía al principio, es un debate permanente que también ha alcanzado a la política antiterrorista y a los cambios introducidos en la

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misma en los últimos años en diversos frentes. Hoy el Estado cuenta con más instrumentos legales para defenderse de manera efi caz de la principal amenaza que, de forma reiterada y cruel, intentar colapsar nuestro sistema democrático. Compartiendo plenamente la conveniencia de afrontar con fi rmeza el desafío etarra y conociendo de primera mano las difi cultades y riesgos de esa tarea, debo señalar que en los últimos tiempos quizás se esté desaprovechando la oportunidad de utilizar plenamente la política penitenciaria para colaborar en la derrota de los terroristas además de para servir a los preceptos constitucionales de reinserción.

El trabajo en las prisiones no debe ser reducido nunca a la simple aplicación de castigos ejemplarizantes, incluso si no existieran dudas sobre la verdadera efi cacia disuasoria de las penas de muy larga duración. En el caso de esa trama de delincuencia organizada que es ETA y que el autor de este libro tipifi ca con análisis preciso, la importantísima función que desempeña el colectivo de sus presos supone una razón añadida para combatir a la organización terrorista también en ese frente. Y nada más debilitador para ella que un sistema penitenciario capaz de habilitar caminos de reinserción para quienes, de forma inequívoca y tras haber cumplido su pena, están dispuestos a abandonar para siempre la violencia. Caminos que no son el punto de partida de la reinserción, sino la etapa fi nal de procesos más sofi sticados y personalizados puestos en marcha mucho tiempo antes de que se pueda llegar a ese objetivo deseado.

En cualquier caso, el libro de Manuel Avilés Gómez representa una documentada y valiosa refl exión sobre esa cuestión crucial de si es realmente posible la rehabilitación del delincuente.

Juan Alberto Belloch Julbe

Zaragoza, septiembre de 2003

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PRÓLOGO

Con estas breves líneas introductorias respondo a la amable y generosa invitación del autor para prologar la obra que el lector tiene ahora en sus manos, y lo hago honrado y con sumo gusto por el afecto que profeso a Manuel Avilés, a quien conozco hace ya algunos años.

Debo advertir, no obstante, que ni mi condición de penalista y de diplomado en Criminología, ni el haber dirigido durante cuatro años el que de hecho y durante más de veinte años, fue Instituto de Criminología de la Universidad de Alicante (hoy lamentablemente desguazado), me autorizan a considerarme un experto o un científi co de la Criminología, por más que ésta sea para mí un objeto de lectura preferente y que me sienta especialmente atraído por su conocimiento. Mi opinión, por tanto, sobre el libro y su calidad científi ca sólo es la de un afi cionado, y en calidad de tal me aventuro a darla. Me apresuro a pedir disculpas de antemano a quien pudiera hacerlo con más rigor y mejores conocimientos.

Hecha la advertencia, comenzaré por decir que he leído con placer la obra de Manuel, primero, porque el autor, aunque no sea un riguroso académico o un científi co ortodoxo (ni él lo pretende), sí que tiene mucho que aportar al mundo del conocimiento que integra el objeto de la Criminología, en sentido amplio. Porque tiene una experiencia profesional extremadamente valiosa como trabajador de Instituciones Penitenciarias, porque la ha adquirido en puestos defi nitivamente estratégicos para el tema que nos presenta y porque esa experiencia se ha desarrollado (y de ahí que sea tan valiosa) con una gran preocupación por el saber y con una curiosidad extrema por conocer. Se dice que hay quien pasa por la vida, pero que la vida no pasa por ellos, porque son insensibles al conocimiento y a la comprensión del mundo que les rodea. En el caso de Manuel Avilés, su paso por el mundo de Instituciones Penitenciarias ha sido como el de una “esponja preguntona”, que no sólo absorbe el líquido de lugar en el que habita sino que, además, luego indaga e investiga cuáles son los componentes de ese líquido y por qué están donde están y no en otro sitio. Además, quien conozca a Manuel Avilés, conversador infatigable, polemista dialogante y con una memoria que para sí la quisieran los elefantes, se dará cuenta de que el libro es él, sin trampa ni cartón. Y digo esto en el

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sentido más positivo que se le puede dar a esa afi rmación; es decir, el libro, como su autor, es, fundamentalmente, honesto, sincero y valiente. Quizás, en ocasiones, en la virtud está el vicio, y esa sinceridad, valentía y honestidad le lleven algo lejos en el riesgo y la prudencia, intentando revisiones de categorías criminológicas (me refi ero a la de las tipologías criminales) que sería preferible dar por superadas, por más que no deje de tener razón el autor en que determinados rasgos de la personalidad son compartidos por personas que cometen hechos delictivos similares. Él mismo, al aclarar algunos conceptos previos, nos señala cómo los terroristas que él ha conocido, aunque comparten el hecho de ser asesinos, tienen diferencias de personalidad muy palpables unos de otros. En cualquier caso, y aún con esta cariñosa crítica, he de decir que en el desarrollo de esas categorías revisadas, el autor consigue aportar elementos que son sumamente interesantes para la refl exión.

Nos advierte el autor que él no pretende hacer un libro autobiográfi co y que, conscientemente, ha huido de narrar algunos episodios de su experiencia profesional que son motivo de curiosidad para todos los que le conocemos. Él, nos aclara, que quiere, en la medida en que lo posibiliten sus conocimientos, integrar esas experiencias vividas en los esquemas teóricos de refl exión de la Criminología, aportando, incluso, elementos para la innovación de esos esquemas teóricos. Hace así bueno el hecho de que la Criminología es, sobre todo, una Ciencia empírica, cuyos esquemas teóricos tienen que extraerse de la experiencia práctica y, desde ella, someterlos a revisión y crear nuevos esquemas que superen los viejos. Pero lo cierto es que el autor jamás hubiera podido escribir una obra tan interesante como ésta si no es gracias a su particular biografía profesional. Su experiencia es, en este sentido, impagable y su generosidad al quererla compartir y someter al debate público todas las refl exiones a que le han llevado esos años de trabajo es digna de encomio, luego, sin querer contradecirlo, por fortuna, la obra de Manuel Avilés tiene mucho de biografía personal porque en ella ha volcado sus vivencias, sus sentimientos, sus anhelos, sus frustraciones y sus aspiraciones de hacer del mundo carcelario un mundo mejor, más racional y más humano.

El libro es, además, una reivindicación de la Criminología y del conocimiento científi co puesto al servicio de la toma de decisiones en el ámbito de la política criminal y de la política legislativa y es, por tanto, una denuncia de la improvisación y de la falta de refl exión con la que a veces se adoptan resoluciones o se confeccionan las leyes y reglamentos. Y esto hace que la obra tenga mucho valor añadido.

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En resumen, y por no alargar más estas prometidamente breves líneas introductorias, el lector interesado en el mundo del delito y de la delincuencia tiene en sus manos un trabajo con el que va a disfrutar y va a aprender mucho y, por eso, como profesional del mundo del Derecho penal, no puedo por menos que agradecerle a Manuel Avilés que haya tenido el acierto y la constancia de escribir este concienzudo trabajo y que, además, me haya permitido a mí el privilegio de prologárselo.

Bernardo del Rosal BlascoCatedrático de Derecho penal de la Universidad de Alicante

Síndic de Greuges de la Comunidad Valenciana

Alicante Enero de 2004.-

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I

ACLAREMOS PREVIAMENTE ALGUNOS CONCEPTOS

La profesora Mª José Segura me propuso impartir un Practicumel curso 2002-03 en el Instituto de Criminología de la Universidad de Alicante. Sabía de sobra, antes de hacerme esa propuesta, que no soy un “criminólogo de salón”. Valoro en todo lo que vale el trabajo de despacho, la refl exión sosegada, el amontonamiento de más y más bibliografía, la discusión teórica y la consulta de obras raras y lejanas paridas, a lo mejor, hace decenas de años. Todo eso es importante, esencial para poseer un cierto nivel de conocimiento. Es fundamental el trabajo de despacho, de archivo y biblioteca. Es imprescindible para conseguir una cierta altura científi ca pero –con modestia lo digo, sin erigirme en autoridad- no me parece sufi ciente en el complicado terreno de la criminalidad.

La Criminología pese a ser prácticamente siempre ignorada, ninguneada muchas veces y casi nunca tenida en cuenta- es una ciencia. Pero no es una ciencia especulativa, de mera elucubración, como puedan ser, por ejemplo, la fi losofía, la teología, la moral o la ética. La Criminología es una ciencia fundamentalmente empírica. La que más me gusta de las defi niciones que conozco es la de Hans Göppinger. Este profesor alemán le añade, al defi nirla, dos notas esenciales: Empírica, porque ha de pisar el suelo constantemente, pegarse a la realidad y alimentarse de la experiencia, e Interdisciplinar porque debe echar mano, sin el menor pudor y conservando su independencia, de cualquier ciencia que le sirva. Debe nutrirse de la medicina, la psicología, la sociología o el derecho, aunando los conocimientos que estas disciplinas le ofrecen y para emplearlos en su objetivo fundamental: saber cómo y por qué tienen lugar los delitos, saber qué características peculiares tienen los delincuentes para ser – en muchas ocasiones de manera empecinada e ininteligible para el común de los mortales- lo que son, saber si es posible y cómo, afrontar el problema y saber, por último, si tiene algo que hacer o algo que decir en lo que se refi ere a las víctimas. Debe echar mano ineludiblemente de la antropología y de la historia porque detrás de todos los delitos hay hombres con unas circunstancias y en un contexto determinado que hay que tener en cuenta. Tanto es así que no me atrevería ahora mismo a decir si este libro –que surgió fundamentalmente de lo impartido en ese Practicum- es sólo de criminología, o pretende ser también de antropología e

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I.- Aclaremos previamente algunos conceptos

incluso de historia.Entiendo que el encargo de impartir las clases sobre “Delincuencia

Organizada y Movimientos Terroristas”, me fue hecho por una trayectoria profesional, durante la cual he mantenido un contacto más que estrecho con estos fenómenos. No se trata, no obstante, de endosarles ningún currículo. No es ese el objeto, ni de las clases, ni del libro posterior. Tal relato carecería del más mínimo interés.

He tenido la posibilidad de conocer directamente una parte esencial del fenómeno terrorista y episodios relevantes de criminalidad organizada. Omitiendo cualquier nombre o circunstancia particular, pues me parece censurable el dedicarse a contar cosas y más cosas de personas con las que se ha tenido una relación profesional, las posibles conclusiones generales obtenidas, serán motivo de refl exión de esta obra.

Destinado a fi nales de la década de los ochenta, como director, a la prisión de Nanclares de la Oca, permanecí allí algunos años. En aquella cárcel había una cantidad importante de presos de ETA y de los Comandos Autónomos Anticapitalistas. Estos últimos, eran etarras como los primeros. Nunca supieron –ni siquiera ellos mismos - explicar la diferencia entre unos y otros. La única diferencia palpable que vi bastantes veces, más por rencillas personales –más importantes de lo que parece en todas las organizaciones, sean delictivas o no- que por diferencias ideológicas o políticas, es que comían en mesas separadas. Vi que, en muchas ocasiones, se miraban por encima del hombro y de reojo, pasaban unos al lado de los otros, mirando al suelo o al cielo, o al techo como los pollos sagrados de los arúspices, aquellos a los que César estaba obligado a consultar antes de emprender una batalla y de los que habla Thorton Wilder, en “Los Idus de Marzo”.

Después de mucho observar -la criminología es ciencia empírica, necesitada del contacto directo con la realidad criminal- y de observarlos, era casi obligado concluir que eran una ETA menor, como de segunda división, como ordenanzas de los primeros, como los hermanos legos en relación con los reverendos padres que tienen estudios y órdenes sagradas. Una ETA más proletaria y más analfabeta. Nos estamos refi riendo a la ETA de los setenta y los ochenta, porque la de ahora la considero analfabeta al completo, sin capacidad de análisis y sin proyecto alguno que no sea la mera supervivencia en pésimas condiciones, como veremos sobradamente.

Los Comandos Autónomos dejaron de actuar a mediados de los años ochenta. Su última acción sonada y espectacular fue el asesinato del senador socialista Enrique Casas y, disueltos de hecho, aún deben estar deliberando y mandándose mensajes de acá para allá, a ver si adoptan por unanimidad,

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Manuel Avilés Gómez

la decisión de disolverse y la hacen pública para conseguir su último minuto de gloria. Estos autónomos, y los etarras igual, estaban obsesionados por la unanimidad en sus decisiones, por el acuerdo total en cualquier tema que se debatiera. Esa obsesión –ininteligible para cualquiera que se mueva en parámetros democráticos- es visible para cualquier observador imparcial: En los debates “armas sí, armas no”, “lucha armada sí (terrorismo), lucha armada no”, siempre ganan los más duros, los que proponen las salidas más arriesgadas, más sanguinarias y más descerebradas. Quienes proponen parar, quienes proponen otras vías, quienes dicen que no merece la pena ni es posible seguir matando, quienes analizan la situación social y política y captan el anacronismo o lo ilógico de tal postura, quienes, simplemente, ven la inviabilidad de ese camino, son acusados de blandos, de liquidacionistas y de haber sido derrotados por el sistema –a la historia me remito- y son expulsados sin contemplaciones con la etiqueta de traidores, cuando no de colaboracionistas. Tal etiqueta, en este mundillo subcultural – lo digo en el sentido en que utilizan la palabra Wolfgang y Ferracutti en su obra “La subcultura de la violencia”- es sumamente peligrosa y, en ocasiones, incluso mortal. Vean, como ejemplo verifi cador de lo dicho, los asesinatos de Mª Dolores González Catarain – Yoyes- o el de Eduardo Moreno Bergareche- Pertur - aún desaparecido.

Aquellos autónomos anticapitalistas, imagino, deben seguir debatiendo aun si se disuelven o no. No hemos leído la noticia, no la hemos oído y creo que no la leeremos ni la oiremos. No está para acordar nada relativo a la “lucha revolucionaria”, ni está para despertar pistas o viejos fantasmas quien vive mullemente en algún país sudamericano, casado con alguna caribeña o quien gestiona sus negocios hosteleros, aunque de cara a la galería pretenda seguir siendo un luchador por las libertades proletarias y por la autodeterminación. No cito nombres, pero a cada una de estas situaciones podríamos adjudicarle un par como mínimo.

Esto nos pone en la pista de otra de las cuestiones abordadas necesariamente en las clases y en el libro, consecuencia de las mismas: El utilitarismo personal que se esconde muchas veces en estos movimientos bajo la capa o el barniz de conducta revolucionaria. Marx lo avisó hace más de un siglo: “La infraestructura económica determina la superestructura ideológica”, o sea que la manera de pensar, de argumentar y de expresarse, siempre está dirigida y condicionada por el tema económico y todo el mundo tiene tendencia a cuidar “el huerto que se ha montado” para vivir más o menos bien o incluso para sobrevivir solamente.

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I.- Aclaremos previamente algunos conceptos

Había en aquella cárcel alavesa –buen cóctel visto en la lejanía del tiempo- algún interno del antiguo y extinguido Batallón Vasco Español, y también pasó por allí, creo recordar –ahora pienso que con una cierta dosis de imprudencia- para acabar de arreglar aquel cóctel más que explosivo algún interno relacionado con los asesinatos que llevó a cabo el tristemente famoso GAL.

Salí de Nanclares a la fuerza. La marcha se produjo más rápidamente de lo que hubiese deseado. Los etarras –los de fuera más que los de dentro- tuvieron la culpa de un traslado fulminante e inapelable ordenado por Antoni Asunción – a quien le agradezco que cuidara de mí como lo hizo- pero dado que no pretendo unas memorias y mucho menos un panegírico, no entraré en detalles sobre tal evento. Si alguien tiene interés en conocer un episodio que ciertamente tuvo alguna importancia en ese mundo del terrorismo y de la lucha antiterrorista –en España- puede leer alguna bibliografía sobre ese tema: “ETA. La derrota de las armas” de Irujo y Arqués; “El camino de vuelta”, de Ángeles Escrivá; “Negociar con ETA”, de Carlos Fonseca; el más reciente de los periodistas Díaz Herrera y Durán, “ETA, El saqueo de Euskadi” o uno más docto y académico recién editado. Me refi ero a la tesis doctoral de una profesora de Derecho Procesal de la Universidad de Alicante, Verónica López Yagües, que ha disertado en ella sobre la inviolabilidad de las comunicaciones entre abogados y reclusos y las posibilidades de intervención de las mismas. En todos esos sitios pueden ustedes encontrar ese episodio y, con toda seguridad, cuestiones mucho más interesantes que la aludida. Pido disculpas si a veces escribo en primera persona. Escribo sobre delincuencia en general y sobre terrorismo en particular apoyándome –además de en la bibliografía- en lo vivido durante muchos años de trato con el fenómeno. Hablo de delincuencia y de terrorismo desde la bibliografía y desde la experiencia personal y directa, aunque sin chismorreos, ni revelaciones de programa basura y sensacionalista, como en más de una ocasión me han propuesto y siempre he rechazado.

La precipitada marcha de Nanclares no cortó los contactos con el mundo del terrorismo. Los intensifi có. Intentaré explicarme para los no iniciados en asuntos funcionariales: La Administración, también la penitenciaria, pretende –para resolver los problemas a que tiene que hacer frente- utilizar de la mejor manera posible a sus peones. Los funcionarios siguiendo una elemental ley de economía de fuerzas se resisten - nos resistimos, por aquello de que “tenemos el puesto fi jo y el destino asegurado y del sitio no nos mueven ni a cañonazos, etc…etc…”. Alguien un día… no se sabe por qué, conoce que tú existes y te llama. Cuando a un funcionario, que jamás ha tenido contacto alguno con lo

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que ahora se llama “el poder político”, lo llama su Director General y le dice que se presente en la sede del Ministerio tal día a tal hora, lo primero que piensa es que ha hecho algo muy gordo y que se la va a cargar. Se presenta ese funcionario –aún sin nombre- en la sede del Ministerio, un edifi cio solemne de la calle San Bernardo, en Madrid, plagado de cuadros, muebles, tapices y personas antiguas y… le empiezan a “dorar la píldora”, como vulgarmente se dice, y yo traigo la expresión aquí para que se me entienda.

Te explica la Administración – Antoni Asunción, entonces- “...necesitamos de tus servicios, das el perfi l idóneo para hacer frente a lo que hemos pensado encomendarte, es una tarea sencilla que sólo durará ocho o diez meses y luego te volverás tan tranquilo a tu anterior destino –o a cualquier otro que elijas- con la satisfacción del deber cumplido y con el agradecimiento eterno del Estado al que habrás prestado un servicio esencial e impagable”.

Para saber el sitio, primero, había que dar la conformidad. Así funciona esto, o funcionaba, que ahora no sé cómo lo hacen porque fi nalizaron mis contactos con las esferas del poder o con cualesquiera otras que no sean mis vecinos de la puerta de al lado. Como dirían Virgilio, Horacio o Fray Luis de León, disfruto la descansada vida del que huye del mundanal ruido y sigue la senda, por donde han ido, los pocos sabios que en el mundo han sido.

En este punto –cuando te hacen el ofrecimiento- las sensaciones suelen ser contradictorias y lo normal es que uno se haga un pequeño o un gran lío. Te sube el ego y te regodeas disfrutando de una agradable sensación de vanidad: “Soy bueno en mi trabajo. Soy un gran profesional y me lo están reconociendo”. Eso puede no corresponderse con la realidad – seguramente no se corresponda-, pero ese punto de vanidad inherente a todo ser humano, hace que uno se lo crea, porque todos estamos dispuestos a creernos aquello que nos resulta placentero. Por otro lado, como diría ese orador y futbolista que acuñó la expresión, te entra el miedo escénico junto a una gran curiosidad: ¿Para qué me querrán? ¿Cuál será ese perfi l idóneo, que desconocía y que dicen que doy? ¿Pero de qué perfi l hablan, si uno sólo es un funcionario que pretende una vida cómoda y con las menos complicaciones posibles?

Bien…. Creo que esto va tomando tintes indeseados de autobiografía y

ya avisamos que no se trataba de escribir nada de eso. Abreviemos. Aterrizas en Nanclares de la Oca un día frío, lluvioso y desapacible. Como son casi todos los días allí, que por eso alguien dijo una vez que Vitoria tiene dos estaciones, la de invierno y la del tren. Bajas a comer, tras sobreponerte a la impresión del Centro Penitenciario sobre esa colina abrazada por el río

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I.- Aclaremos previamente algunos conceptos

Zadorra, y ya empiezas a sentir los primeros síntomas paranoides: detrás de cada boina, en ese pueblo frío, oscuro y casi permanentemente nublado, o incluso sin ella, ves un etarra.

La ignorancia es atrevidísima. Confesémos, por experiencia propia en este caso, que uno no iba a ser especial ni a hacer malo el dicho popular. Con el atrevimiento del ignorante, tomé posesión de la dirección de la cárcel de Nanclares sin saber nada, absolutamente nada, de terrorismo, salvo lo que oía en los telediarios. Es decir, sin saber nada. No tenía la más mínima idea sobre el ambiente social del País Vasco, no sabía nada sobre política penitenciaria, no sabía nada especial sobre los terroristas etarras, había oído hablar –de lejos, evidentemente- de la dispersión de presos, de la reinserción y… con respecto a los atentados, pensaba, como casi todo el mundo, que esas cosas nunca le pasan a uno, que siempre les ocurren a los otros.

Trabajé en Naclares durante un tiempo y me fui –obligado- de un día para otro y sin posibilidad de negociar ni una mínima prórroga. Más que irme, me echaron, que ahora y desde hace algún tiempo, está de moda hablar del exilio en este terreno. Me echó la Administración empujada por los etarras.

Nanclares de la Oca, lugar en el que aterricé sin tener ni la más remota idea de la cuestión terrorista, despertó –como no podía ser de otra forma, como habría sucedido en cualquier persona con un mínimo de curiosidad- el interés por el problema. Comencé a leer, sin demasiada orientación porque tampoco había nadie fi able para darla, cualquier cosa relacionada con este problema en un intento por comprender qué pasaba por las cabezas de algunos de los inquilinos tan peculiares de aquella cárcel. Había en aquella prisión gente aparentemente normal, había otros incluso con cierta presencia física, gente joven y menos joven que podría pasar en cualquier sitio por maestro, mecánico, futbolista, carpintero y hasta profesor universitario. Había algunos con muy pocas luces, algún acomplejado, alguno con trastornos de personalidad más que evidentes, algún otro con lo que ahora se llama personalidad antisocial –psicópata de libro- e incluso alguno que –dicho directamente y sin rodeos- mejor habría estado en un hospital psiquiátrico o en un Cottolengo. El mundo de los etarras en la cárcel era un mosaico muy similar al que conforma cualquier otro colectivo. No tenían –aparentemente- ninguna característica especial, distinta de cualquier grupo humano que tomáramos al azar en algún sitio, pero algo deberían tener para encontrarse todos bajo el común denominador de ser penados por acciones terroristas.

Tras Nanclares continuaron mis contactos con el mundo etarra. Desde la Secretaría de Estado de Asuntos Penitenciarios y, posiblemente por la experiencia acumulada, por los resultados o por el simple hecho de

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haber desempeñado el anterior trabajo, visité casi todas las prisiones del país y entrevisté cara a cara a más presos de ETA de los que hasta ahora ha entrevistado nadie –o eso creo-. No sé el número exacto, pero fueron muchos.

En su momento elevé informe escrito de todas y cada una de las entrevistas. No pretendo un libro formado a base de “historias de etarras” con el mayor o menor morbo que pudieran añadir, porque me parece contrario a la ética profesional más básica. Nunca me dedicaré a contar conversaciones, entrevistas o vivencias con tipos que han sido primera página de muchos medios de comunicación por sus crímenes. Como el título del libro de Pablo Castellano, “Yo sí me acuerdo”, pero la revelación de cuestiones puntuales, personales y concretas conocidas por razón del trabajo, además de delito, creo que constituyen una indignidad. Desistan, por tanto, todos los que me han pedido, directamente o a través de intermediarios, contar las visitas a etarras, lo que en ellas se hablaba y las actuaciones posteriores que generaban tales entrevistas. Cosa bien distinta es la posible ciencia criminológica –no sé si mucha o poca- que haya podido acumular tamizando, refl exionando o extrayendo conclusiones de esas experiencias. Si de ahí se puede extraer alguna ciencia, sería inmoral no exponerla a la luz en un foro de estudio, lo mismo que sería inmoral “contar batallas” en tanto foro sensacionalista, cutre y teatral como ahora se estila.

Éste no es un libro de memorias, ahora que todo el mundo, hasta los que no tienen nada que decir, las escribe. Pretende ser un libro con contenido académico e intenta aportar algo en el estudio de la realidad sobre la que versa. He discutido con muchos amigos que me han ayudado y corregido sobre cómo debe ser una obra de estas características. Me han aconsejado un libro sencillo, con defi niciones, apartados y sub apartados, que diseccione los conceptos, masticándolos para hacer más fácil su asimilación y posibilite su uso como libro de texto. No es tan fácil. He intentado ser claro sin simplifi car en exceso, pretendiendo también no caer en el simplismo. La criminalidad, el terrorismo, son realidades muy complejas. Ahí, dos y dos no son siempre cuatro. Dos más dos serán cuatro dependiendo de otras muchas circunstancias. Hablamos de una realidad que se nos vela y se nos desvela por momentos, a la que hay que acercarse en círculos concéntricos, evitando afi rmaciones categóricas, porque casi todo es matizable en este terreno. Cuando creemos que hemos llegado a una conclusión, a una verdad “clara y distinta” como la cartesiana, la realidad nos vuelve la espalda y nos quita la razón. Son muy difíciles, en este terreno, las verdades indubitadas, los esquemas inamovibles, las simplifi caciones exageradas.

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La pretensión de explicar desde un primer momento porqué la profesora Segura me invitó a dar esas clases y porqué surgió este libro tras ellas, no obedece a la intención de hacerles tragar ningún curriculo. De no justifi car el porqué de estos folios, en ustedes mismos podría surgir la pregunta lógica: ¿Con base en qué, este señor, se dedica a hablar de delincuencia o de terrorismo? De criminalidad y terrorismo se puede hablar basándose solamente en bibliografía, pero les aseguro que el trabajo de campo, viendo la cara al hombre concreto y oyendo sus explicaciones, no puede ser sustituido por ninguna biblioteca por muy bien surtida que ésta sea. Sería injusto no compartir el posible bagaje criminológico que necesariamente tiene que surgir de la experiencia del contacto directo, frente a frente, con tantos presos que cumplían condena por los más diversos motivos y por crímenes terroristas.

En los años 94 y 95, la entonces Secretaria de Estado de Asuntos Penitenciarios, Paz Fernández Felgueroso, con afán de protección como el entonces llamado biministro Juan Alberto Belloch, se empeñaron ambos –y a los dos les estoy agradecido por sus cuidados- fundamentalmente para que me perdieran la pista los etarras que, al parecer, continuaban profesándome un especial cariño, en que tomara parte con otros funcionarios en un programa de colaboración que mantenían en aquella época los Ministerios de Exteriores y de Justicia e Interior de España, con el Ministerio de Justicia y del Derecho de Colombia.

Es moneda común – y la Administración se porta como una madre y no como una madrastra- cuando piensan que uno ha prestado un servicio al país de cierta entidad, y piensan que tal servicio conlleva algún riesgo serio, le ofrezcan alguna “canonjía” a modo de prejubilación o retiro, o le ofrezcan irse al extranjero, hasta que “se enfríe el asunto” y olviden los amenazadores la cara del susodicho funcionario.

En las cárceles colombianas, lugar difícil donde los haya, en La

Modelo y en La Picota de Bogotá, en sus zonas de máxima seguridad, tuve la suerte –por ser una experiencia enriquecedora- de conocer y hablar, no tan detenidamente como con los etarras, con presos de las FARC –Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-, las del comandante Manuel Marulanda, más conocido popularmente como “Tirofi jo”, ese que siempre sale en televisión con uniforme de campaña, con un sombrero arrugado de camufl aje y una toalla blanca al hombro. Conocí a presos del ELN –Ejército de Liberación Nacional-, más conocidos allí como los guerrilleros del “Cura Pérez”, un sacerdote aragonés llamado Manuel Pérez que llegó como misionero, se empapó de teología de la liberación, la mezcló con marxismo-

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leninismo y con una cierta dosis de mesianismo y acabó organizando una guerrilla revolucionaria que, al fi nal, se le fue de las manos, como sucede en todos los casos.

La razón es fácil, repetida mil veces a lo largo de la historia -¿he dicho ya que la criminología necesita de la historia sin ningún género de dudas?-Todos los movimientos, todas las organizaciones adquieren una dinámica propia que nunca controlan sus fundadores. Hay que fundar, por tanto, el menor número de organizaciones posible, porque, sabemos su inicio, pero es difícil controlar su desarrollo e imposible saber cómo acabarán. El cura Pérezmurió hace pocos años, de una hepatitis y sin ver realizada su utopía marxista ni su paraíso igualitario porque las utopías y los paraísos son realidades para ser soñadas. Jamás se han visto hechas realidad. Después hablaremos de paraísos, al hablar de los mitos tribales, “del vasco antiguo feliz y bucólico” y del terrorismo en España.

Con los terroristas de las FARC y del ELN se podía hablar poco. No se prestaban con facilidad y en eso me pareció hallar una similitud con los etarras. Se sentían –como éstos- miembros de un “ejército” y precisamente por eso eran poco dados a hablar con ningún extraño sobre cuestiones políticas, sobre análisis de la realidad o sobre las motivaciones de su acción y sus proyectos de vida. Se limitaban a mirar de reojo con curiosidad y a cuchichear entre ellos sobre quiénes eran aquellos extraños que andaban de visita por aquellas cárceles caóticas. Hablar en público, o fuera de los cauces que estén previamente establecidos, es una conducta proscrita en las organizaciones terroristas, en las militaroides y en general en todas las organizaciones con poco nivel de democracia interna: hay que tener cuidado con lo que se dice, remitir al portavoz, al interlocutor, al que está autorizado para hablar. Los demás, silencio.

Hay en Colombia otro tipo de terror violento, el que se conoce hoy como Narcoterrorismo. Poblaban las prisiones numerosos sicarios del narcotráfi co. Pertenecían al Cártel de Medellín, el del famoso y entonces recién muerto Pablo Escobar Gaviria, o a cualquier otro de los que pueblan el mundo, que todo lo que genere un enorme benefi cio económico – el tráfi co de drogas en este caso- hace surgir como hongos las organizaciones que se dedican a ello. Estos eran mucho más expansivos y charlatanes. Lógicamente hablaban de lo que querían o les interesaba, y lo hacían aunque sólo fuese por pasar el rato con una visita de extranjeros. No tenían la presión de una organización detrás que les obligara a mantener una actitud hostil ante todo lo que oliera a poder estatal o asimilado. Las mafi as tienen su ley de silencio, pero no impiden una familiaridad superfi cial, una broma utilitarista o una conducta simplemente

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I.- Aclaremos previamente algunos conceptos

lúdica, siempre que quede claro que uno está en el bando que está, que no se va a cambiar de acera y que, mucho menos, va a traicionar o a decir algo que no convenga a la organización.

Uno que se identifi caba como jefe de los sicarios de Pablo Escobar, era –o al menos así se manifestó- un psicópata desalmado que daba el tipo, punto por punto, del que ha defi nió Kurt Schneider , un tipo sonriente, simpático, expansivo, buen conversador, que hablaba de lo importante que era para él el amor, mientras se jactaba de tener en su haber doscientos cincuenta muertos por sus propias manos y unos miles a manos del grupo que había liderado. Todo sin el mínimo asomo de remordimiento, sin sentir una pizca de dolor por el mal ajeno. Ese es un trabajo como otro cualquiera y debe hacerse para mantener operativa la empresa, afi rmaba sin perder la sonrisa. La vida es así. Aquellos grupos narcoterroristas, durante gran parte de la década de los noventa, presionaron al gobierno colombiano para que no accediera a las pretensiones norteamericanas y no extraditara a aquel país, para que fuesen juzgados y encarcelados, a los capos de la mafi a, a los líderes de los cárteles de la cocaína.

La presión no era política o diplomática - el terrorismo es fundamentalmente un modo, un método de presión violenta sobre los Estados para que cedan a las pretensiones de quienes manifi estan su fuerza no con palabras sino atentados-. La presión consistía en acciones espectaculares –cada vez menos espectaculares porque la gente acaba acostumbrándose a todo- y perfectamente planeadas para poner al gobierno de la nación, literalmente contra la pared, y obligarle a aceptar sus postulados.

Lo que perseguían los cárteles colombianos de la droga estaba claro: el Presidente de la República, Virgilio Barco, debía anular la declaración del estado de sitio y derogar los decretos gubernamentales que posibilitaban, en contra de la decisión de la Corte Suprema de Justicia que dejó sin efecto el tratado de extradición de 1979 entre Colombia y Estados Unidos, la entrega de narcotrafi cantes a la justicia federal estadounidense. Los capos del narcotráfi co, para lograr sus objetivos, no se paraban en barras: Secuestraron - en compañía del famoso Negro Pabón, jefe de esos operativos- en enero del 88, al candidato a la alcaldía de Bogotá Andrés Pastrana para que su padre, el ex presidente Misael Pastrana, presionara para acabar con las extradiciones. Secuestraron, dirigidos por los mismos, en las mismas fechas y con la misma fi nalidad, al Procurador General de la Nación, Carlos Mauro Hoyos, “una especie de cruzado anticorrupción, que propugnaba la confi scación de bienes de la mafi a y otro soporte del gobierno en lo que tenía que ver con el restablecimiento de la extradición y con los autos de detención

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que el Ejecutivo había dictado contra la cúpula del cártel de Medellín”, según el editor del periódico “El Tiempo”, Edgar Torres. Explosionaron aviones en vuelo llenos de pasajeros, como el caso del 27 de noviembre del 89, cuando los narcoterroristas explosionaron en vuelo el Boeing 727 de Avianca, que hacía el trayecto Bogotá – Cali con 107 personas a bordo.

No aludo a estos delincuentes por un afán anecdótico o porque tuviese la oportunidad de ver en las prisiones colombianas a estos sicarios, a jefes y jefecillos de múltiples cárteles. Los cito porque son un fenómeno de terrorismo, moderno y prolongado en el tiempo. Sin base ideológica, nacionalista, revolucionaria o religiosa. Sin ningún tipo de convicción que no sea su propio benefi cio económico, pero terrorismo en su más pura acepción. Estos delincuentes, perfectamente organizados y apoyados por el enorme potencial económico que generan sus actividades de narcotráfi co, sin el mínimo escrúpulo ante ninguna norma legal o moral, no sólo han marcado profundamente las últimas décadas de ese país latinoamericano, sino que han conseguido infl uir y usufructuar las sociedades más poderosas de la tierra, desde Estados unidos y Japón, hasta España, Francia, Italia o Inglaterra en la Unión Europea.

Un detalle que da fe del potencial económico de esta gente, es que el propio Pablo Escobar, cuando fue detenido, pretendió costear la cárcel de Envigado, en Medellín, la infraestructura y los vigilantes. ¿Puede un Estado de Derecho soportar esa situación sin quebrar de manera grave y defi nitiva la confi anza de los ciudadanos? El mismo capo narcotrafi cante ofreció –sin que atendieran por fortuna su petición- pagar la deuda pública de Colombia. He dicho bien, pagar toda la deuda pública externa de Colombia, siempre que se le permitiese conservar el dinero ilegalmente acumulado, se le dejase tranquilo, sin “molestias” judiciales y con el compromiso –que expresó en público y que no habría mantenido- de dedicar su inteligencia y sus capacidades empresariales a otro tipo de negocios.

Las nuevas situaciones –el hecho de plantearse un curso para estudiantes de criminología, por ejemplo y el intentar ponerlo por escrito después- arrojan luz sobre los acontecimientos anteriores y los dotan de un signifi cado nuevo que no se captó en su momento. Friedrich Niestzche ya dijo hace mucho tiempo que el hombre es el ser de más larga memoria. En ella he rebuscado y no ha sido demasiado difícil encontrar más terroristas a lo largo de una dilatada trayectoria penitenciaria.

He tenido oportunidad de llegar a interesantes conclusiones criminológicas tras tratar con miembros de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre, conocidos como los GRAPO. Este

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es un movimiento que se parece a los citados Comandos Autónomos Anticapitalistas. En la última etapa del gobierno socialista hubo también algunos tímidos intentos de hacer pública la inviabilidad de subsistencia de una organización terrorista en la Europa de fi nales del siglo XX y la renuncia, por eso mismo, a continuar con sus actividades. Ello, a cambio de medidas individualizadas y paulatinas de reinserción. Siempre hay un “duro” que discrepa y que dice ser depositario de las esencias proletarias, revolucionarias, sacrifi cadas y profundamente altruistas del movimiento. Ese mismo es el que acusa a los demás de “vendidos al poder”, “burgueses acomodados” o “cánceres liquidacionistas”, afi rmando que procede la continuidad de la lucha en pos de ese paraíso inexistente y, por eso mismo, intangible.

Los miembros de los GRAPO, se parecían bastante a los etarras en lo que a convicciones inamovibles se refi ere y si me apuran eran aún más fanáticos. Con motivo de la huelga de hambre que protagonizaron a fi nales de los ochenta –con el mismo fi n de presión al Estado que cuando llevaban a cabo un atentado- y que costó la vida a un médico de prisiones, tuve ocasión de hablar largo y tendido con uno de sus líderes ideológicos – o al menos él se consideraba eso-. Era lo mismo que hablar con la pared. No había quien lo sacara de tres o cuatro axiomas indiscutibles e indemostrables: “este es un estado corrupto que debe ser destruido. La revolución tiene que venir de las masas proletarias que se alzan de manera imparable contra el capital. Tal situación ya está en marcha y no tiene vuelta atrás. Los muertos que ocasionamos al enemigo sólo son aldabonazos en la conciencia del pueblo para que despierte de su letargo, se levante y luche… y una serie de frases rebuscadas totalmente alejadas de la realidad cotidiana”. Repetían, como románticos anacrónicos –tal romanticismo alejado de la realidad y del tiempo, no habría tenido mayor trascendencia de no ser por los muertos que ocasionaban- frases de Georges Sorel, “el arma de los trabajadores es la violencia” o “la función de la violencia proletaria no es la agresión sino la resistencia”, con el mismo fervor, la misma convicción e idéntica sensación de verdad infalible, que una monja de clausura repite la última carta o alocución papal.

Fuera de la realidad, no se han dado cuenta aún que es imposible la revolución en un país en el que lo que más abunda son las clases medias. La revolución, el anarquismo, el comunismo libertario, etc… requiere de masas hambrientas y esa no es nuestra realidad hoy.

Hablar con una de estas personas te transportaba inevitablemente varias décadas atrás en el tiempo. Cuando conseguías salir de su verborrea socialista, comunista, antifranquista, ácrata y llena de proyectos igualitarios e irreales, te

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dabas cuenta de que estabas delante de un individuo alienado en el más pleno sentido de la palabra. He aquí un elemento fundamental de estudio en este problema: Los miembros de organizaciones terroristas totalizantes, lo son en tanto en cuanto que personalidades sectarias, en tanto que integrantes de una secta –porque te exigen la entrega total, todo tu tiempo, toda tu actividad, toda tu persona, toda tu vida –. No te piden que cometas tal o cual acción, que colabores con tal o cual compromiso puntual. Te piden que seas terrorista y se entiende el verbo ser en el sentido orteguiano del término, como cualidad permanente que defi ne a la persona y forma parte de ella. No llevas a cabo un acto de terror. Eres un terrorista a jornada completa. Asumes un compromiso vital que no admite lagunas, no hay vacaciones, no hay años sabáticos, no hay tiempo libre, ni hay descanso hasta que se consiga el objetivo que se persigue.

Hurgando en la memoria encontré más terroristas. Hoy no tienen la

mínima importancia, pero en su momento consiguieron poner al país en situaciones más que difíciles. Eran terroristas revolucionarios a su manera. Pretendían una revolución para que nada cambiara, para que todo siguiera igual o, mejor dicho, para retroceder un par de décadas en el tiempo, una revolución involucionista. Me refi ero a los miembros de las que se llamaron tramas negras de la ultraderecha. Los ultraderechistas pretendían, no subvertir el orden Constitucional –como pudo intentar en su momento Tejerocon el Golpe de Estado, afortunadamente fallido, el 23 de febrero de 1981-. No podían ir contra la Constitución porque no existía. Pretendían impedir que el país se encaminara, en una evolución normal, por sendas de libertad, de pluralidad política y de democracia. Practicaban el terrorismo en el más puro sentido de la expresión porque a través de actos violentos, con objetivos delimitados y planifi cados a conciencia, pretendían perpetuar en algún militar, que viera nuevamente la necesidad de salvar a la patria, la dictadura que había fi nalizado unos años o unos meses antes con la muerte del general que la encabezó tanto tiempo.

Hablo de los autores de la matanza de abogados laboralistas de la calle Atocha en Madrid, ocurrida en enero de 1977, y del asesino de Yolanda González, militante del PSP del profesor Tierno Galván, muerta de un tiro en la sien, en la cuneta de una carretera madrileña, tras secuestrarla y darle “el paseíllo” al más puro estilo del año 36. No incluyo en el terrorismo reaccionario a los del Batallón Vasco Español porque estos eran considerados y se consideraban a sí mismos un terrorismo de respuesta –todos, a fi n de cuentas, consideran su violencia de respuesta-, una reacción a algo que les

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venía dado, como afi rmaba uno cerca de su excarcelación: “¿Sabe lo que hicimos? Nosotros no teníamos una ideología previa, lo único que hicimos fue ponernos a su altura, hacer lo mismo que ellos nos estaban haciendo”.

El libro y las clases tienen el mismo título y éste puede parecer más que ambicioso. Se me antoja difícil desmenuzar todo lo que encierra en veinticinco horas y después ponerlo por escrito en unos cientos de páginas.

Comenzaremos hablando del fenómeno delictivo, de los rasgos y las características de la personalidad criminal. Repasaremos una tipología delictiva que ha caído en desuso, inmotivadamente a mi entender, porque es útil con las necesarias correcciones y adaptándola a la realidad actual. Se publicó hace más de cuarenta años y el tiempo no pasa en balde, ni siquiera para las tipologías criminológicas. Hablo de Ernesto Seelig. Su tipología recoge y describe a los delincuentes por convicción, a los profesionales y a los delincuentes por agresividad, por crisis y por reacciones primitivas. De ellos individualmente, mezclados entre sí y de algunos otros, participan los miembros de bandas delictivas organizadas y los terroristas de todos los signos.

Para adentrarnos en el estudio de los movimientos terroristas concretos, tendremos que intentar una defi nición de terrorismo, un recorrido por los distintos tipos de terror, diferenciados a mi entender más que en sus modos de manifestarse, en sus motivaciones. No es lo mismo, como salta a la vista el terrorismo independentista etarra que el terrorismo religioso y fundamentalista islámico, por poner un ejemplo.

No queda más remedio, pues es un fenómeno importante en sí mismo, que hacer una referencia extensa y expresa al terrorismo en España. Hablar hoy en España de terrorismo, aparte de los movimientos antes dichos que son todos residuales, es hablar de terrorismo etarra. Para intentar un acercamiento y una comprensión de ese problema, que hunde sus raíces bastante más allá de las primeras manifestaciones violentas en la década de los años 60, hay que estudiar el nacimiento y la conformación del Estado, el nacimiento de los nacionalismos, los mitos e invenciones fabuladas sobre la raza, el origen, la pureza, la intangibilidad, y otras falacias acerca del hecho diferencial vasco. Finalizaremos, como no podía ser de otra forma, con un capítulo expresamente dedicado a la organización terrorista ETA.

No vale sólo la experiencia personal para llegar a conclusiones válidas. En todos los apartados es imprescindible usar los conocimientos de otros, hace falta la bibliografía. A menudo repetiré: “si quieren saber más sobre este asunto, lean éste o aquel libro”, citando después al autor y su obra. Es una

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forma de citar –muchos nombrados en la bibliografía fi nal la han usado y no por eso son sus obras menos académicas-. Me resulta preferible a la forma tradicional de hacerlo con números y llamadas, con letra pequeñísima a pie de página, que en muchas ocasiones nadie lee. De todos los autores citados soy deudor. Me daré por satisfecho si la lectura de lo que ahora tienen en sus manos, les induce a tomar contacto con las obras de ellos, sin duda, más interesantes que esta.

Este libro se acabó de escribir en Las Alpujarras granadinas en Agosto de 2003. (Luego ha habido que rescatarlo para realizar las imprescindibles actualizaciones motivadas por las reformas legales y por los terribles atentados que conocemos).