david hume - de la identidad personal

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Fragmento del Tratado de la naturaleza humana, de David Hume

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De la identidad personalDavid Hume (1711 - 1776)Algunos filsofos se figuran que lo que llamamos nuestro YO es algo de lo que en todo momento somos ntimamente conscientes; que sentimos su existencia, y su continuidad en la existencia, y que, ms all de la evidencia de una demostracin, sabemos con certeza de su perfecta identidad y simplicidad. La sensacin ms intensa, la ms violenta pasin, en vez de distraernos de esa contemplacin -dicen- lo nico que hacen es inculcarla con mayor intensidad, y llevarnos a advertir la influencia que tienen sobre el yo, sea por dolor o por placer. Querer aducir ms pruebas sera debilitar su evidencia, pues no existe prueba derivable de un hecho de la que podamos ser tan ntimamente conscientes, ni queda nada de lo que podamos estar seguros si dudamos de nuestro propio yo. Desgraciadamente, todas esas afirmaciones son contrarias a la experiencia misma abogada en su favor; no tenemos idea alguna del yo de la manera que aqu se ha explicado. En efecto, de qu impresin podra derivarse esta idea? Es imposible contestar a esto sin llegar a una contradiccin y a un absurdo manifiesto. Y sin embargo, esta es una pregunta que habra necesariamente que contestar si lo que queremos es que la idea del yo sea clara e inteligible. Tiene que haber una impresin que d origen a cada idea real. Pero el yo o persona no es ninguna impresin, sino aquello a que se supone que nuestras distintas impresiones e ideas tienen referencia. Si hay alguna impresin que origine la idea del yo, esa impresin deber seguir siendo invariablemente idntica durante toda nuestra vida, pues se supone que el yo existe de ese modo. Pero no existe ninguna impresin que sea constante e invariable. Dolor y placer, tristeza y alegra, pasiones y sensaciones se suceden una tras otra, y nunca existen todas al mismo tiempo. Luego la idea del yo no puede derivarse de ninguna de estas impresiones, ni tampoco de ninguna otra. Y en consecuencia, no existe tal idea. Pero, todava ms: en qu tendran que convertirse todas nuestras percepciones particulares, de segur esa hiptesis? Todas ellas son diferentes, distinguibles y separables entre s, y pueden ser consideradas por separado y existir por separado: no necesitan de cosa alguna que las sostenga en su existencia. De qu manera perteneceran entonces al yo, y cmo estaran conectadas con l? En lo que a m respecta, siempre que penetro ms ntimamente en lo que llamo m mismo tropiezo en todo momento con una u otra percepcin particular, sea de calor o fro, de luz o sombra, de amor y odio, de dolor o placer. Nunca puedo atraparme a m mismo en ningn caso sin una percepcin, y nunca puedo observar otra cosa que la percepcin. Cuando mis percepciones son suprimidas durante algn tiempo: en un sueo profundo, por ejemplo, durante todo ese tiempo no me doy cuenta de m mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo. Y si todas mis percepciones fueran suprimidas por la mente y ya no pudiera pensar, sentir, ver, amar y odiar tras la descomposicin de mi cuerpo, mi yo resultara completamente aniquilado, de modo que no puedo concebir qu ms haga falta para convertirme en una perfecta nada. Si tras una reflexin seria y libre de prejuicios hay alguien que piense que l tiene una nocin diferente de s mismo, tengo que confesar que ya no puedo seguirle en sus razonamientos. Todo lo que puedo concederle es que l puede estar tan en su derecho como yo, y que ambos somos esencialmente diferentes en ese particular. Es posible que l pueda percibir algo simple y continuo a lo que llama su yo, pero yo s con certeza que en m no existe tal principio. Pero dejando a un lado a algunos metafsicos de esta clase, puedo aventurarme a afirmar que todos los dems seres humanos no son sino un haz o coleccin de percepciones diferentes, que se suceden entre s con rapidez inconcebible y estn en un perpetuo flujo y movimiento. Nuestros ojos no pueden girar en sus rbitas sin hacer que sus percepciones varen. Y nuestro pensamiento es an ms variable que nuestra vista. Todos los dems sentidos y facultades contribuyen a este cambio: no existe un solo poder del alma que permanezca inalterable, siquiera por un momento. La mente es una especie de teatro en el que distintas percepciones se presentan en forma sucesiva; pasan, vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan en una variedad infinita de posturas y situaciones. No existe en ella con propiedad ni simplicidad en un tiempo, ni identidad a lo largo de momentos diferentes, sea cual sea la inclinacin natural que nos lleve a imaginar esa simplicidad e identidad. La comparacin del teatro no debe confundirnos: son solamente las percepciones las que constituyen la mente, de modo que no tenemos ni la nocin ms remota del lugar en que se representan esas escenas, ni tampoco de los materiales de que estn compuestas. David Hume, Tratado de la naturaleza humana, Libro I, Parte IV, Seccin VI