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1 DESPUÉS DE LA VIDA.
Después de la vida
Andrea Carolina Rodríguez Salazar
Facultad de Ciencias y Educación. Universidad Distrital Francisco José de Caldas
Rubén Muñoz Fernández
Doctor en literatura
Febrero 12 2021
Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Bogotá
2 DESPUÉS DE LA VIDA.
Tabla de contenido
Resumen…………………………………………………………………………………………...4
Ensayo: vitalidad e intensidad, dos potencias en el cuento. Recorrido por el sentido, significado y
problemáticas del cuento……………………………………………………..................................6
Sentido y significado……………………………………………………..…….6
Elementos dominantes del cuento………………………………………….....14
El universo ficcional, la trama, los personajes…………………………….….16
Tratamiento del lenguaje……………………………………………….…......22
El tema………………………………………………………………………..25
Referencias bibliográficas……………………………………………….…....32
Después de la vida. El miedo y la muerte. El miedo a la muerte……………………………...…34
Mi rubicunda amada …………………………………………………………35
Matilde y Alondra…………………………………………………………….37
El conquistador…………………………………………………………….....44
El velorio de Ana Santos……………………………………………………..51
Destinos opuestos…………………………………………………………….55
Llamada de pánico……………………………………………………......…..59
La bruja…………………………………………………………….…………63
3 DESPUÉS DE LA VIDA.
La decisión de papá………………………………………………….……71
Los ladridos……………………………………………………………….79
La caída de la señorita Constanza………………………………………....85
La venganza de Valdemar…………………………………………………97
Después de la vida.…………….………………………………………....103
4 DESPUÉS DE LA VIDA.
Resumen.
Hablar del cuento es referirse al sinfín de posibilidades que ha ofrecido este género literario
desde sus más remotas bases con la oralidad; pasando del cuento clásico al moderno y
finalizando en la actualidad con el cuento posmoderno y la amplitud de nuevas propuestas
entorno a la minificción y su carácter itinerante.
Una de las notables cuestiones que atañen al cuento, es precisamente aquel tono breve y
tensionante. Pues, en el ámbito de la educación, en la cotidianidad del hombre inmerso en una
sociedad posmoderna, mercantilizada y global, e incluso en la iniciación al mundo de la
literatura, es uno de los géneros al que el docente acude con frecuencia en el aula de clase.
Gracias a las características actuales de la juventud y la niñez, donde la brevedad se transforma
en fundamental para el desarrollo de actividades, así como el aprovechamiento del tiempo en
cualquier ámbito humano. Como género, el cuento puede transformarse en un elemento de
iniciación para la entrada de los jóvenes, adultos e incluso de niños a la literatura. El cuento
como posibilidad de encuentro al gusto de la literatura. Como recurso de apertura, es bastante
práctico en el contexto escolar.
Su importancia se hace evidente a lo largo de la historia, desde la tradición oral se
configuró como uno de los medios más relevantes para el arte de contar, contar historias desde
distintas ópticas; para conservar tradiciones, idiomas, experiencias, mitos y leyendas. En esencia,
como medio para conservar la cultura.
En la actualidad, el cuento ofrece aun más maneras de ser y hacer, la metamorfosis que
ha experimentado en el último siglo le permite incluso trasladarse al mundo del ciberespacio e
interactuar de manera continua con un escritor que se transforma también en lector. No obstante,
la inclinación por este género literario trasciende a las posibilidades que ofrecen la
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posmodernidad. Desde la estructura que ofrece el cuento clásico, la fascinación por este es clara
tanto en lectores como escritores, y es a partir de dicha fascinación que surge la idea de realizar
una antología con un tema tan sustancial, complejo y ampliamente abarcado en distintas
disciplinas como lo es el miedo a la muerte.
Palabras clave: cuento, miedo, muerte, posibilidad
6 DESPUÉS DE LA VIDA.
Vitalidad e intensidad: dos potencias del cuento.
Recorrido por el sentido, significado y problemáticas del cuento
“Existir —dicen los existencialistas— es lanzarse desde nuestra personal circunstancia hacia
un horizonte de posibilidades. Nos han arrojado al mundo sin que lo pidiéramos pero una vez
nacidos nos vamos trazando en la conciencia un programa de acción. No podemos menos de ser
libres, y en cada coyuntura de la vida nos decidimos o no nos decidimos; elegimos esto y
rechazamos aquello; cumplimos o no nuestro propósito; triunfamos o sucumbimos. Pues bien:
esta forma de la existencia moldea la forma del cuento. En un cuento vemos copiado, en
miniatura, uno de los casos de la gran lucha del hombre contra las fuerzas del universo. La
brevedad del cuento se ciñe a los impulsos cortos de la voluntad. A los impulsos cortos de la
voluntad artística del cuentista y a los impulsos cortos de la voluntad vital de los personajes”
(Anderson, 1979, p.22).
“Y cuando ya no exista, ¿qué quedará? No quedará nada. ¿Y dónde estaré
Cuando ya no exista? ¿Es posible que sea la muerte? No, no quiero.”
(Tolstói. 2019. P.54).
Sentido y significado.
Unos de los tópicos claves para desentrañar la fascinación que se mantiene vigente por el
cuento es el sentido y el significado, los cuales han perdurado a lo largo de la historia y en los
autores más notables. Sentido y significado, que evidentemente es variable en cada tiempo y
escritor. Para Lovecratf, por ejemplo, el énfasis yacía en lo fragmentario de las sensaciones,
especialmente lo relacionado con lo maravilloso, lo extraño o lo causante de las emociones
primarias, Lovecraft (2011) afirma:
7 DESPUÉS DE LA VIDA.
La razón por la cual escribo cuentos fantásticos es porque me producen una satisfacción
personal y me acercan a la vaga, escurridiza, fragmentaria sensación de lo maravilloso, de
lo bello y de las visiones que me llenan con ciertas perspectivas (escenas, arquitecturas,
paisajes, atmósfera, etc.), ideas, ocurrencias e imágenes. Mi predilección por los relatos
sobrenaturales se debe a que encajan perfectamente con mis inclinaciones personales;
uno de mis anhelos más fuertes es el de lograr la suspensión o violación momentánea de
las irritantes limitaciones del tiempo, del espacio y de las leyes naturales que nos rigen y
frustran nuestros deseos de indagar en las infinitas regiones del cosmos, que por ahora se
hallan más allá de nuestro alcance, más allá de nuestro punto de vista. Estos cuentos
tratan de incrementar la sensación de miedo, ya que el miedo es nuestra más fuerte y
profunda emoción y una de las que mejor se presta a desafiar los cánones de las leyes
naturales. El terror y lo desconocido están siempre relacionados, tan íntimamente unidos
que es difícil crear una imagen convincente de la destrucción de las leyes naturales, de la
alienación cósmica y de las presencias exteriores sin hacer énfasis en el sentimiento de
miedo y horror. (p.1)
El autor asume el sentido del cuento desde una perspectiva relacionada con el mundo de
lo onírico, de lo casi imposible, y de lo desconocido, sin embargo, relacionado con los
persistentes miedos que coexisten tanto en el individuo como en la sociedad y que son revelados
por medio de monstruos de ultratumba, dioses antiguos, extraterrestres carentes de humanidades
o paisajes imaginados, pero imposibles.
Para Chéjov, por otro lado, su importancia residía en facilidad con la que el cuento y la
brevedad se relacionan “Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad: nada de lo que leo, mío
o ajeno, me parece lo bastante breve”. Característica que desarrolló en la mayor parte de sus
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relatos, cada uno de ellos impregnado del carácter abrasador con el que se configura la vida
misma. Para Poe, a pesar de dedicar su vida y sus deseos relacionados con el quehacer literario,
la creación de cuentos tuvo un importante impacto en el valor monetario y de reconocimiento
que estos recibieron en los momentos críticos de la vida del autor. Sin embargo, el sentido de la
escritura de cuentos puede ser tan diverso y abstracto en cada uno de los autores, donde la
motivación que los condujo a la realización de tan maravillosos trabajos se perpetúa como un
misterio en el mundo de la literatura.
Ya he mencionado algunos de los posibles motivos para la elaboración de cuentos de tres
grandes autores; la sensación, la brevedad, el sustento. En mi caso, lo que me condujo a la
preferencia por la elaboración de este tipo de relatos, reside en mi experiencia lectora y el
impetuoso deseo de lograr producir en tan poco tiempo- tiempo visto desde la experiencia lectora
gracias a la extensión de los relatos- aquel efecto de intensidad que se encuentra en todo gran
cuento y que es independiente del tema, la trama, los personajes inanimados o no, los elementos
fantásticos, terroríficos o ficcionales, etc.
Es evidente que el lector alcanza a sentir cierto grado de reconocimiento de lo que ha
leído en relación con su existencia y su habitar en el mundo. Dicho logro es visible de igual
manera con la poesía, la novela, el teatro; en esencia con cualquier género literario. La diferencia
radica en la intensidad con que se desarrolla en el cuento a diferencia de la mayoría de novelas y
la sencillez- tanto en lenguaje, como en estructura- en relación a la mayoría de poemas. La
intensidad, el ritmo, la sorpresa y las ineludibles consecuencias de acciones cometidas en un
tiempo muchas veces exiguo, configuran la importancia del sentido y significado del cuento. El
valor de dichos elementos tan notables en la configuración del cuento, se hacen aún más notorios
cuando se relacionan con la vida misma; los sentimientos y emociones más sublimes, los más
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míseros e incluso los más irritantes, ocurren con tal potencia y prontitud, que apenas se hacen
notorios en el tiempo, pero dejan marcas tan profundas e indelebles en cada uno de los
individuos a los que han desafiado; vestigios en el alma tales como dejan los grandes cuentos.
Habría millones de ejemplificaciones para referir la fuerza, la carga emocional que puede
traer consigo la lectura de un cuento, para esta tarea me referiré a algunos de mis cuentistas
favoritos, los cuales considero, han dejado marca en otros autores y en la historia misma gracias
a sus relatos. Me referiré a obras específicas cuyos temas son tan diversos como extraños, tan
ordinarios como notables. Obras donde el asunto o el suceso a tratar se transforma en algo
irrelevante, pues en cada una de ellas el lector siente la intensidad de la vida misma, gracias a los
artilugios de los que goza este género.
Hemingway es uno de los mejores cuentistas para reflejar el tratamiento de temas
habituales en los cuentos estadounidenses del siglo XX; en “La breve vida feliz de Francis
Macomber” experimentamos indignados el engaño de la descarada Margot, leemos con ira la
desfachatez con la que Robert Wilson se burla de Francis, sentimos incómodos la cobardía que
acecha al protagonista. Finalmente, compadecemos a la desgraciada y acabada relación ante un
accidente insólito; pero el accidente no es el tema central del cuento, es la desgracia encarnada
en forma de cobardía y traición de un matrimonio, matrimonio que, a pesar de vivir una vida
rodeada de lujos, ha perdido el amor, es la desdicha de comprender la infelicidad de una pareja
adinerada a los que ha abandonado el cariño, la pasión, la alegría de la unión. La situación es
particular, casi anecdótica, su trasfondo sin embargo es un tópico universal en la vida del
hombre; el desamor. “El fin de algo” presenta uno de los temas más triviales; la ruptura, la
desazón a la que se enfrenta el hombre. Descontento que no está únicamente implícito en el
romance, sino en cada uno de los aspectos de la vida. Este cuento aparenta lentitud,
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aburrimiento; pero son solo elementos que configuran parte de la trama para posicionar con más
solidez la atmosfera que rodea la narración, el tedio se siente en las palabras, en el paisaje, en las
acciones desarrolladas. Con Hemingway se percibe los aplastante de las situaciones corrientes de
la vida, en unos primeros momentos aparentan ser insípidas, faltas de emoción; conforme la
trama avanza la situación se transforma, lo ordinario se vuelve abrumador.
Ahora bien, se ha ejemplificado la grandeza de dos cuentos con temas en apariencia
ordinarios, es momento de saltar al punto opuesto; los cuentos que abarcan el imposible, en este
caso historias de ciencia ficción con uno de los grandes autores del siglo XX; Howard Phillips
Lovecraft. En los relatos se configuran universos ajenos al humano, en otros tantos, vincula
varios mundos con el del hombre. En otros pocos suceden los acontecimientos enteramente en el
mundo real, pero con la llegada de personajes o sucesos por completo anormales. En esencia los
cuentos de Lovecraft superan lo ordinario. “El extraño” y “El color de cayó del cielo” son dos
obras tan inverosímiles en el sentido de la acción, como reales en el sentido de evocación de
emoción y sentimiento. La primera se configura en la vinculación de dos mundos, el humano y lo
que se podría llamar el universo de los demonios o la ultratumba. En esta tierra se presenta a un
personaje- al inicio aparenta ser un hombre- que se encuentra ajeno a su propia naturaleza
aberrante, las acciones son mínimas, las descripciones son abundantes, al igual que el torrente de
pensamientos que surgen del personaje principal; la confusión y la soledad se adueñan de todo el
relato y secuestran al lector en relación con la melancolía humana. Un ser espantoso es
consciente de su apariencia física y su disparidad con el hombre al ver su reflejo en un espejo. La
situación es irrisoria si se la compara con la realidad, sin embargo, surge una simpatía entre el
lector y el monstruo, duele su soledad, su rareza cala con profundidad, espanta su confusión. La
imagen de aislamiento y de no pertenecer aflige de manera profunda en el lector; el terror no es
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el monstruo, sino el desarraigo que este siente, y con el que muchos llegan a sentirse
identificados, separación aún más persistente en la sociedad actual. “El color que cayó del cielo”
se desarrolla en un mundo enteramente perteneciente al hombre, donde un suceso extraño
irrumpe de manera abrupta, la caída de un meteorito que trae consigo cambios profundos en la
naturaleza y en los hombres que habitan dichas tierras. El ambiente desde el inicio del relato es
intrigante y desolador. La idea de lo malévolo rodea lo que es ajeno a la tierra, el hombre siente
aquella impotencia y pequeñez de si ante lo desconocido. Su extrañeza se manifiesta en colores,
sabores, aromas. Se siente lo críptico de lo ajeno, al final dicha abrumadora idea de lo
desconocido acaba con todo, el terror toma forma de lo que no es comprensible y aquello que no
es comprensible por el hombre, lo cambia hasta su destrucción. Los cuentos de Lovecraft
plantean situaciones quiméricas, limitan en todos los sentidos con lo imposible, pero sus
trasfondos, su relación con los más sublimes elementos que configuran la realidad humana se
hacen evidentes a lo largo de la trama. En cada uno de dichos relatos, el lector se descubre
abrumado por los sentimientos y emociones surgidos de tan ajenos seres y universos.
El último autor al que se hará referencia es uno de los grandes cuentistas nacido en Rusia;
Antón Chéjov. Las situaciones que Chéjov plantea en sus relatos pertenecen al mundo de lo
posible, de la real en un contexto y tiempo ajenos al nuestro. La verosimilitud de hechos varía en
los tiempos y en los lugares, para Chéjov su contexto era el imperio ruso, donde los ambientes
hostiles, de pobreza y desolación eran pululantes. A diferencia de muchos escritores rusos, él
poco se refiere a la aristocracia en sus historias (específicamente en sus cuentos) sino que hace
un rastreo de la baja sociedad rusa y a todo lo que se podían ver enfrentados en situaciones de
miseria. “¡Chist!”, “El beso”, “Un asesinato”, son tres historias que tocan diversos temas, en
cada uno de ellos la carga emocional es impetuosa, sin importar la situación el lector llega a
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ubicarse del lado del personaje. “¡Chist!” Es quizá una de las situaciones más corrientes que el
autor desarrolla en sus cuentos; Iván, un periodista pide silencio a su esposa en las horas de
trabajo que desarrolla en su hogar, las cuales, según avanza el relato, parecen ser bastantes. En el
contexto que se desarrolla, Iván es el encargado de mantener a su familia, tal como la época lo
prescribía. La necesidad de silencio que evoca el autor se transforma en un artilugio para
evidenciar el agobio al que Iván se ve enfrentado por cuestiones laborales, familiares y maritales.
Necesidad de silencio que es todavía más pertinente en el contexto actual, el deseo de silencio es
en otras palabras, la necesidad de sosiego ante las innumerables distracciones y preocupaciones
existentes en la vida de un trabajador. En “el beso”, nos encontramos con Riabóvich, un militar
que accidentalmente recibió un beso en una velada al que él y sus compañeros fueron invitados
por aristócratas de la zona donde se encontraban. Desde aquel punto, empezamos a anhelar con
Riabóvich la aparición de una idílica dama, lo que era un anhelo se transforma en un ferviente
deseo tanto romántico como pasional de un encuentro que evidentemente nunca se dará. En esta
historia el hombre ve contrapuesta la vida propia con la idea de aventura. Lo idílico configura la
trama de la historia, la incertidumbre genera el ritmo, la necesidad de afecto nos acerca a
Riabóvich. El ansia de ser deseado y amado encarnado en un beso, es lo que siente el lector con
tanta fuerza. En “un asesinato”, una acción extraordinaria es cometida en un contexto donde lo
mundano es la regla. Varka, una jovencita de trece años, obligada a trabajar de manera
despiadada, sin poder gozar un minuto de descanso, comete un asesinato en la búsqueda efímera
de paz. En esta historia nos sentimos afines a Varka, sentimos su melancolía, nos pesa la
injustica de los tratos a los que la niña se ve enfrentada, la injusticia es el tópico central. Al final,
casi perdonamos la acción cometida, pues sentimos el peso de los parpados de la pobre, la
miseria en la que se ve inmiscuida y la cólera de no poder gozar de su infancia. En los tres
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relatos a los que se ha hecho referencia, el lector se ve íntimamente ligado con el personaje
principal (generalmente sucede con el personaje principal) a pesar de ser situaciones, tiempos y
ambientes ajenos a lo que rige nuestras vidas, somos capaces de intimidar con el personaje, de
sentir lo que él siente, e incluso excusamos sus más terribles actos.
Se podrían seguir enumerando infinidad de relatos, unos tan distintos de otros, en los
cuales existe una constante; el lector advierte algún grado de identificación con lo leído, no por
la situación narrada, sino por la intensidad con que emociones y sentimientos son revelados y
pueden ser relacionados con la realidad misma. De igual modo, la sensibilidad evocada por el
texto se hace evidente conforme el lector se adentra en cada una de las palabras referidas por el
narrador y que configuran el universo ficcional de cada relato. Existen, en las diversas formas de
cada autor, la persistente necesidad de evocar la sensibilidad- desde cualquiera de sus aspectos- y
que juega un papel fundamental en la estructura de cualquier cuento. Uno de los más importantes
cuentitas de Argentina, menciona en algunos aspectos del cuento la grandeza de este género
literario, además de su relación y efecto en la naturaleza del hombre. Cortázar (1971) afirmó lo
siguiente:
Un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la
expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal, si se me permite el término; y el
resultado de esa batalla es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez que una vida
sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una
permanencia. (p. 3)
El gran sentido y valor de la creación de cuentos recae precisamente en aquella
fugacidad- agregada a su valor innato de intensidad- tan relevante en este género. La fugacidad,
representa aquel carácter imprescindible que se desarrolla en los momentos más entrañables de
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los cuales goza la existencia; proporciona al lector la intensidad de los momentos más
importantes en la vida de un hombre, está íntimamente relacionado con la fuerza que reside en
las emociones y sentimientos experimentados en los momentos que se configuran con mayor
vileza o nobleza y, que generan una mayor impronta en la memoria de quien es vivido.
A pesar de los innumerables sucesos narrados o temas retratados, todo gran cuento genera
un acercamiento espiritual del lector con lo que está allí expuesto. La situación se transforma en
artilugio para revelar verdades que en la mayoría de los casos son universales: desamor, miseria,
injusticia, soledad, desarraigo, corrupción, entre otros. un sinfín de estados aún vigentes, y que
en la actualidad se hacen evidentes con mayor potencia.
Elementos dominantes del cuento.
Los elementos que conforman la estructura de un cuento son variables. En el cuento
clásico se encuentran la secuencialidad, el arquetipo encarnado en los distintos personajes, la
inevitabilidad, y la epifanía o revelación final. En el cuento moderno el narrador se toma
libertades más grandes, en general no es convencional y tanto tiempo como espacio se
distorsionan en la narración de acuerdo a las necesidades o deseos del narrador. Por otro lado, en
el cuento moderno la segunda historia- siempre existente en los cuentos- puede o no ser revelada,
aquí las historias se constituyen desde un carácter más metafórico, en donde el final
generalmente queda abierto. Los cuentos posmodernos son construidos a partir de la
intertextualidad, se constituyen como textos autónomos que realizan una relectura del cuento
clásico y moderno.
Las características de los cuentos son entonces variables, tanto por la época como como
por el autor, sin embargo, se observan unos elementos que confluyen y dominan la creación del
cuento. Una de estas es la brevedad, circunstancia que alude al carácter vital y raudo de la vida.
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La brevedad, juega un papel crucial- en la mayoría de estos relatos- pues esta acentúa el ritmo y
es constitutiva de la trama. Gracias a esta el cuento se debe configurar desde la economía del
lenguaje en todos los aspectos: descripción, narración, elección de personajes, ambiente y
acciones, etc.
La brevedad del cuento tiene la virtud de ceñirse a los impulsos cortos con que actúa la
vida. El proceso vital, tanto en la planta y el protozoario como en la subconsciencia y la
más lúcida conciencia, está formado por unidades mínimas. Llamémoslas actos. La mente
actúa de diferentes modos. Hay en el hombre una actividad racional, lógica, filosófica,
científica que se propone explicar el universo. Y hay una actividad sentimental, intuitiva,
artística, que se contenta con la expresión personal de instantes de la intimidad. La
literatura es siempre expresión de la vida, pero dentro del género narrativo, el cuento es el
que más cerca está de la espontaneidad de la vida. Tanto es así que la descripción que
biólogos y filósofos hacen de los actos vitales —descarga de energía, fase de desarrollo,
punto de consumación— se parece mucho a la descripción retórica del relato: principio,
medio y fin. La fuerza del cuento está en que tiene la forma de los impulsos de la vida.
(Anderson, 1979, p. 19)
Dicha brevedad y las características implícitas en ella (ritmo, intensidad, economía del
lenguaje) son el punto neurálgico del cuento en sus diversas vertientes, lo que le otorga su
grandeza, y en mi caso el punto específico en donde surge la necesidad y el placer de escribirlos.
La brevedad es entonces, uno de los elementos más significativos en la estructura de los
cuentos, desde el clásico hasta el posmoderno se ha compuesto como una de las características
que definen a este género literario; se observa que el cuento convencional oscila entre las 2.000 y
las 10.000 palabras, no obstante, se encuentran otros tres tipos de cuentos más breves: cortos o
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sudden fiction (de 1.000 a 2.000 palabras), muy cortos o flash fiction (de 200 a 1000 palabras) y
ultracortos (de 1 a 200 palabras). En la actualidad, con las propuestas persistentes en torno a las
microficciones, dicha característica se hace aún más necesaria y evidente.
A la brevedad se enlazan otros elementos; ritmo, intensidad y economía del lenguaje. El
ritmo se desarrolla como una búsqueda constante por parte del autor para impregnar al relato de
intensidad, el ritmo se da desde varios aspectos; primeramente, la elección de acciones que serán
narradas, las que deben ser acordes a la potencia de la globalidad del cuento. Por otro lado, la
elección de personajes, pensamientos y diálogos dentro de las acciones que son narradas.
Finalmente, las descripciones de espacios y aspectos físicos y psíquicos de los personajes, que
deben vigorizar el ritmo de la historia. Como elemento final, y arraigado a los anteriores, pues
parece que juntos se amalgamaran para configurar la fuerza del cuento, se encuentra la economía
del lenguaje, que se desenvuelve como aquella característica que acentúa tanto ritmo como
intensidad: la elección de palabras es contundente en un buen cuento.
El universo ficcional, la trama, los personajes.
Ya se ha hecho hincapié en el interés por la escritura de cuentos y algunos de los
componentes más fundamentales que se relacionan con la inclinación por este género. Ahora, se
analizarán algunos de los componentes que generan mayores problemáticas al momento de
realizar la actividad de creación de un relato.
El trabajo en la escritura de cuentos trae consigo infinitas dificultades, siempre mutables
a lo largo del proceso y carentes de simpatía con el espíritu del escritor. El cuento implica
imaginación, esfuerzo, sincronía, paciencia, inteligencia y, ante todo valentía. Pero, claro está,
todo tipo de texto depende de dichas características, entonces, ¿qué hace diferente al cuento de
los otros géneros literarios?, ¿por qué la importancia de este género?, ¿qué distintas posibilidades
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ofrece? Estos cuestionamientos- y otros tantos- retumbaron significativamente desde el inicio de
mi proceso de creación, las dudas poco a poco iban tomando claridad, y aunque son preguntas de
las cuales en muchos sentidos han quedado pequeños vestigios de dubitación que se van
acrecentando conforme reflexiono sobre el quehacer de la escritura, son cuestionamientos
necesarios y bastante efectivos en los distintos momentos en que se pregunta por el carácter
racional y funcional de la literatura, que en muchas ocasiones se deja de lado al realizar la
actividad de creación, esto claramente entraña un error, pues la creación de cuentos es un
proceso laborioso, continuo y ordenado. Como señala Poe, la búsqueda de la perfección es un
trabajo persistente, no se da como una mera aparición en el despertar de la creatividad y los
sentidos. Poe (2016) afirma:
El hecho reside en que la originalidad (salvo en inteligencias de extraordinario relieve) no
es en absoluto una cuestión de impulso o intuición, como suponen algunos. En general,
no se la consigue sin buscarla laboriosamente, y aunque constituye uno de los méritos
positivos más elevados, exige menos invención que negación. (p.2)
La brevedad contiene un complejo entramado, que hace que cada uno de los elementos
presentes en este sea tan insustituible como el otro. Evidentemente es una ardua tarea, y aunque
la idea de la que se desprende en muchos casos aparezca como una revelación, el trabajo de pulir
cada uno de sus aspectos, desde las descripciones hasta los signos de puntuación, es constante.
Una continua búsqueda del ritmo y la atmosfera perfectos con cada una de las palabras utilizadas
es el trabajo del escritor; ya recordamos a Grand (personaje de la peste) en su búsqueda constante
del inicio perfecto para realizar su libro. La originalidad es una búsqueda siempre pujante en la
vida del escritor. Dicha originalidad está implícita tanto en la estructuración de la trama, como en
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la elección de las palabras, ambos elementos se constituyen como el complejo entramado que
surge de la creación de un cuento.
Brevedad, ritmo, intensidad y atmósfera no son elementos que surgen innatos en los
primeros trabajos de un escritor; se exhiben como sencillos, aunque la realidad está bastante
alejada de aquella impresión. Los anteriores constituyentes del cuento se alcanzan después de
una constante práctica y organización de datos, el cuentista crea todo un universo ficcional en
cada uno de sus relatos y lo encaja en unas pocas páginas, las cuales se organizan como
referentes de toda una ficción.
El cuento –como la mayoría de géneros literarios- trae consigo el deber en la
construcción de un universo ficcional, dicho universo y todo lo que lo conforma, otorga
verosimilitud a lo que está siendo narrado. Esta creación de un universo ficcional probable (al
que se encuentra ligado el papel de la trama) no perdona fallas; es indolente con la falta de ritmo,
rencoroso con el uso de la palabra desmesuradas e inapropiado para el universo creado, frívolo
con los personajes estructurados a medias y sobre todo despótico cuando las acciones no tienen
correspondencia en ese tránsito del inicio y del indiscutible final, que el cuentista desde el primer
atisbo de su construcción ya tiene desarrollados. De dicho final, depende en gran medida que se
de-o no- la esperada satisfacción estética buscada por el escritor. Cortázar (2015) afirma:
He sentido hasta qué punto la eficacia y el sentido del cuento dependían de esos valores
que dan su carácter específico al poema y también al jazz: la tensión, el ritmo, la
pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros pre-vistos, esa libertad fatal que no
admite alteración sin una pérdida irrestañable. (p.5)
El cuentista en dicho sentido se ve enfrentando a innumerables querellas, aunque su
resultado es minúsculo- hablando de extensión y a comparación de otros géneros literarios- el
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trabajo es arduo. La pérdida de ritmo- tan constante en mi experiencia personal- implica la
pérdida de todo lo que se quiere transmitir, la emoción queda inconclusa, la fatalidad del
resultado es evidente. El adorno cansa, la sobre adjetivación distrae. Una mala descripción causa
un efecto adverso al que se quiere generar. Si no se presta atención a los detalles, la pista falla, el
final entonces aparece como un extraño al resto de la historia. Un sinfín de detalles, cada uno tan
importante como el anterior, conformar la creación y la intrincada tarea de escribir un cuento.
Horacio Quiroga en su “Decálogo del perfecto cuentista” señaló uno de los aspectos más
importantes - y en mi experiencia en particular-uno de los más problemáticos en el proceso de
creación. Quiroga (2003):
No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como
si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los
que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento. (p. 3)
Aquel pequeño ambiente al que Quiroga hace referencia, va más allá de la creación de
personajes y espacios; implica colores, tiempos, historias, recuerdos, emociones, sentimientos,
amores… innumerables componentes, cada uno tan fundamental como el otro, que en variedad
de ocasiones no aparecen en el relato, pero deben residir en la mente del escritor, pues dichos
elementos son los que configuran el llamado universo ficcional. Este componente, tan
fundamental, inmiscuye a otros más dentro de sí; el lenguaje, las acciones, los pensamientos, las
emociones. De un universo ficcional bien edificado, depende la eficacia del cuento. La
construcción del universo ficcional que acompaña cada relato, está íntimamente relacionado con
la vida del cuento, que no depende del grado de verosimilitud que se revela al lector- aunque su
importancia se hace evidente- sino de la verosimilitud de cada personaje, suceso o pensamiento
dentro del universo del cuento. El universo creado debe tener vida propia, ser autónomo de la
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realidad del escritor, indiferente a sus cambios y posibles relecturas, por ello debe ser pensado
desde todas las posibilidades de un mundo creíble dentro y fuera de sí. Dicho universo, a pesar
de partir de la realidad en muchas ocasiones, va más allá: el cuento por sí mismo construye su
realidad a partir del avistamiento que el escritor tiene de esta, realidad que funciona de manera
independiente de la ya sugerida, el cuento construye una ficción.
En este contexto general, en las fronteras entre los procesos sociales de significación y
los procesos específicos de significación en la narrativa (literaria o extraliteraria) es
conveniente extender el empleo del término ficción, de acuerdo con una perspectiva
constructivista, para hacer referencia con este término a cualquier construcción de
sentido. Desde esta perspectiva, entonces, toda verdad es una ficción, en la medida en que
es una construcción de sentido que resulta pertinente en un contexto de interpretación
determinado. (Anderson, 1979, p. 7)
Todo cuento revela entonces una construcción de sentido desde la configuración de
determinado universo ficcional.
Sin duda la creación del universo ficcional, infinito en cada historia, a pesar de la
brevedad que esta puede contener, es el trabajo principal del escritor. Cada personaje, con su
historia de vida, sus pensamientos, ideologías, sentimientos y emociones bien pensados y
estructurados, dirigen por si sola la historia y los acontecimientos que en esta se presenten. El
final será entonces inherente a cada acción que se ha tejido a lo largo de la historia.
El valor del cuento recae en su síntesis, en la fuerza que se desprende de unas pocas
acciones desarrolladas por un mínimo de personajes (la trama) la cual enfrenta al lector con
situaciones tan cercanas a sus espíritus, por ficcionales que parezcan. El cuento permanece en la
mente por su agudeza, su ritmo intensifica la emoción, sus limitaciones acrecientan las
21 DESPUÉS DE LA VIDA.
posibilidades de encuentro. El hombre se ve enfrentando por medio del cuento a esa fugacidad e
intensidad de emociones y sentimientos que caracterizan a la naturaleza humana. El cuento es
fugaz, tal como la felicidad, por ello encanta, atrae, por ello es fundamental para los espíritus
adormecidos.
Ahora bien, se ha vislumbrado la necesidad de erguir un universo ficcional verosímil para
el desarrollo del relato, recordemos que dicho universo ficcional está constituido por diversos
elementos, en donde los más relevantes son los personajes, las acciones y el ambiente. De la
configuración de personajes efectivos depende el transcurrir de las acciones y en varias
ocasiones, el ambiente en el que el personaje desarrolle las acciones. Debe haber pertinencia y
coherencia entre la psicología del personaje, acciones y diálogos; esto no implica una ardua
descripción, pues las acciones, los gestos, los diálogos y los ambientes presentados hablan por sí
solos. De dicho universo ficcional depende la trama.
Sin trama no hay cuento. La trama es la marcha de la acción, desde su comienzo hasta su
final; marcha a lo largo de la cual los elementos del cuento se interrelacionan y
componen una unidad que puede ser muy compleja pero que es singular en su autonomía.
La trama organiza los incidentes y episodios de manera que satisfagan estéticamente la
expectativa del lector. Evita digresiones, cabos sueltos, flojeras y vaguedades. Es una
hábil selección de detalles significativos. Un detalle puede iluminar todo lo ocurrido y lo
que ocurrirá. La trama es dinámica. Tiene un propósito porque el personaje que está
entramado en ella se encamina a un fin. Ese personaje, sea que luche con otro personaje o
consigo mismo, con las fuerzas de la naturaleza o de la sociedad, con el azar o con la
fatalidad, nos interesa porque queremos saber cómo su lucha ha de terminar. Un
problema nos hace esperar la solución; una pregunta, la respuesta; una tensión, la
22 DESPUÉS DE LA VIDA.
distensión; un misterio, la revelación; un conflicto, el reposo; un nudo, el desenlace que
nos satisface o nos sorprende. La trama es indispensable. (Anderson, 1979, P.82)
La trama esta dictaminada por el narrador. El narrador elige los sucesos, las acciones y la
manera más óptima para que se lleve a cabo el cuento, dependiendo de la finalidad que persigue,
pues todo cuento este cimentado más allá de un par de breves sucesos, muestra una idea, una
visión de mundo. El narrador juega un papel clave en el cuento, su elección es crucial a la vez
que problemática, pues mientras un tipo de narrador presenta infinitas posibilidades, otro tipo es
más significativo para el propósito sugerido, Ahora bien, para muchos, la elección de este agente
debería ejecutarse desde el inicio, pues la voz y el poder del narrador están implicados
directamente con el propósito del cuento. Sin embargo, al iniciar la realización de un cuento los
caminos se bifurcan; las posibilidades son infinitas. A pesar de tener claro el propósito, incluso
las últimas palabras con la que finalice la narración, las posibilidades que ofrece un cambio de
narrador se hacen evidentes conforme la escritura avanza, narrador omnisciente narrador cuasi-
omnisciente, narrador protagonista, narrador testigo, toda elección del tipo de narrador contiene
un propósito, dicho punto de vista del cual parte y se desarrolla la narración contendrá en si
misma facilidades o dificultades para el lector. Anderson (1979) afirma:
Un cuento nos narra una acción cuya trama podemos resumir; y de esa trama podemos
abstraer —acabamos de hacerlo— la unidad máxima y las subunidades mínimas. Además
de los movimientos que se integran en subunidades y de las subunidades que se integran
en unidades máximas, hay otros elementos que no narran. Podemos pensarlo como
unidades, pero ya no son narrantes. Me refiero a las infinitas puntadas al tejido: formas de
enlace, un rasgo descriptivo, un impulso sin consecuencia, una cualidad del personaje,
indicios, detalles, relieves, articulaciones, descansos, transiciones, pistas, etc. (p. 110)
23 DESPUÉS DE LA VIDA.
Dichas puntadas configuran lo que no ha sido narrado, aquello que no está, pero que por
medio de los elementos que si son visibles en el texto, se intuyen. Universo ficcional y trama son
el conjunto mayor y quizás el más problemático al momento de realizar un cuento.
Tratamiento del lenguaje.
En el recorrido, tal como menciona Poe en su ensayo “Método de composición” el
escritor de cuentos debe inmiscuirse en una continua búsqueda del ambiente perfecto, dicho
ambiente responde al tema y a la trama que se entreteje en los relatos, en este caso el ambiente
debería relacionarse con las motivaciones que persigue cada uno de los cuentos, dichas
motivaciones surgen a partir de los sucesos narrados, pero su razón de ser va más allá de la
narración de un simple suceso, pues en todo suceso, por simple que se manifieste, subyace una
visión de mundo, unos ideales y pensamientos que dirigen la reflexión de elementos
constitutivos de la existencia humana y todo lo que ello implica, en este caso específico el miedo
ante la muerte y todo lo que esta emoción puede generar en distintas situaciones cercanas a la
muerte.
Dentro del ambiente que debe gestarse se vislumbran elementos esenciales tales como los
escenarios, los personajes y los diálogos. Componentes fundamentales que forman parte del
complejo entramado de un cuento, no obstante, se trasladan a un segundo plano al enfatizar en
una cuestión que puede entorpecer el universo imaginado y el ambiente creado al no ser utilizado
de manera óptima para los objetivos perseguidos; el lenguaje, el uso de la palabra, la difícil
elección de figuras literarias, de signos de puntuación; la configuración del ambiente por medio
del lenguaje.
La sintaxis y la semántica; las dos ramas más notables de la gramática en el tratamiento
del lenguaje de un cuento, van de la mano con los fines que se proponen en cada relato, sin
24 DESPUÉS DE LA VIDA.
embargo ,el cuentista a pesar de su deseo de innovación en dichos campos, en la mayoría de
ocasiones, no se puede saltar de ciertas reglas generales y necesarias en la configuración de un
relato, aunque, puede eludir o combinar lo obligatorio con lo progresista: hecho que se da por
ejemplo, en relatos donde el protagonista sufre cierto desequilibrio mental, es preso de algún
delirio o un suceso especifico turba su mente, etc. Reformas realizadas sobre todo en la creación
de cuentos posmodernos, donde hay una constante transgresión de las reglas del discurso.
El narrador, con sus palabras, da por sentada la existencia de un mundo. Ese mundo
puede ser verdadero o falso, real o irreal, observado o imaginado, pero está ahí, en el
cuento, y tenemos que aceptarlo si es que queremos entrar en el juego culto de la
literatura. El relato de ciertas acciones y la desaparición que las hace visibles presuponen
que el narrador está afirmando juicios sobre personajes y cosas en una circunstancia
determinada. En este sentido podemos decir que las palabras del narrador son miméticas:
con ellas imita, representa un mundo. Las consideramos verdaderas (aunque sepamos
que, fuera del arte, analizadas con criterio extraestético, no lo son) (Anderson, 1979,
p.146)
El tratamiento de la palabra depende del mundo construido por el narrador; el lenguaje
es muy distinto en un cuento de ciencia ficción a un cuento histórico, de aventuras y es mucho
más alejado de un cuento infantil. El ambiente al que está ligado el relato es fundamental al
momento de realizar la elección de palabras, más problemático es el asunto de querer comunicar
lo que desde un inicio se edifica en la mente del narrador, ¿el lector realmente asimila lo que he
querido que asimile? O ¿he abusado de la palabra comunicando algo de lo que no estoy
satisfecho? Aquí es el punto donde el escritor se transforma en lector, posicionándose de tal
25 DESPUÉS DE LA VIDA.
manera que con el proceso de lectura se haga evidente si el uso que le ha dado al lenguaje ha sido
el óptimo para expresar lo que ha imaginado.
La continua búsqueda de las palabras correctas fue una de las problemáticas siempre
persistentes en cada uno de los relatos; temía la sobre adjetivación, pero también la disfrutaba,
pues sentía que con ella dotaba de más fuerza lo que estaba narrando o describiendo, por
desgracia solo cansaba y distraía de lo que realmente quería expresar. Fallaba con las
descripciones, tanto de personajes (físicamente) como de los espacios en los quería enfatizar,
pues tenía la imagen, pero sentía que las palabras no eran precisas para aumentar la credibilidad
del lector del ambiente que había creado. Las palabras parecían escapar de mí, se escurrían y se
asomaban erróneas, endulzaban lo que no debía ser endulzado y afeaban lo que debía ser
embellecido, adjetivos, adjetivos, pueden destruir cualquier cuento. Romantizaba las figuras
literarias, en algunos casos parecían abstractas. ¡En fin! Cuantas problemáticas trae consigo el
uso de la palabra, es confuso, lo que parece encantador a los ojos del escritor puede ser
empalagoso a los ojos del lector.
El tema.
El punto final al que hemos llegado es el tema. Iniciaré con la pregunta: ¿por qué un tema
merece ser tratado en un cuento?, ¿existen temas que puedan ser tratados y otros que no?, ¿hay
temas ineludibles en la literatura? En la primera parte se ha recorrido el presente asunto, se han
examinado cuentos con temas tan extraordinarios como ordinarios, hecho que se presenta de
manera continua en el mundo de la cuentística y al que se refiere Cortázar (1971):
A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero
no quiero decir con esto que un tema deba de ser extraordinario, fuera de lo común,
misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente
26 DESPUÉS DE LA VIDA.
trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen
tema atrae todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el
lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que
flotan virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es como un sol, un
astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas veces no se tenía
consciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras, nos revela su existencia. (p. 6)
Es evidente entonces, que lo trascendental de un cuento surge no de la situación narrada,
más bien se da gracias a una serie de elementos dados por el autor: estructura, tratamiento del
lenguaje y uso de figuras literarias, descripción de personajes, detalles, configuración de
espacios, etc. Sin embargo, dicho elemento sustancial tiene una fuerte relación con el trasfondo
presente en cada uno de estos relatos, trasfondo ligado al tema, el cual va más allá del suceso que
se ha narrado. Por ejemplo, en una situación tan corriente como es la caza en la Francia del siglo
XIX, se encuentra una fuerte reflexión acerca del amor, dejando aquella desazón de melancolía
en el lector. (Maupassant, 2019)
No obstante, es necesario preguntarse, ¿cuál es el criterio para diferir un buen tema de un
mal tema? Al realizar un recorrido por algunas de los cuentos y autores más notables, se revela al
lector la realidad- casi universal- de que la mayor parte de temas son dignos de tratar en un
cuento; hay temas tan irrisorios como lógicos, divinos como grotescos, mundanos como
excepcionales. Pues más allá de realizar el tratamiento de un tema cualquiera, el cuentista revela
un juicio, pensamiento, ideología, una filosofía de vida tomando como pretexto temas diversos.
En los cuentos de Oscar Wilde se muestran sucesos fantásticos, con tratamientos de
temas tan mundanos como el amor o la vanidad, su trasfondo sin embargo, es mucho más
intenso. En cada uno de sus cuentos, a pesar de la situación que se desarrolla en la trama,
27 DESPUÉS DE LA VIDA.
subsisten unos valores, una reflexión de la condición humana; del sacrifico por el otro, de los
estereotipos, de la crueldad, del desarraigo del que es distinto.
Claro está, por excelente que sea el tema a tratar, siempre dependerá su éxito o fracaso
del tratamiento que le dé el cuentista.
En la selección de cuentos a la que me refiero, he elegido como grandes temas el miedo y
la muerte, específicamente el primero como consecuencia del segundo, pues son elementos
persistentes en la vida e historia del hombre. A pesar de la diversidad de tópicos que pueden ser
desarrollados en la realización de cuentos, he elegido tanto el miedo como la muerte y la
conjugación de ambos- tan constantes en la literatura- por el impacto que generan en la
conciencia individual como la general, ya sea por los miedos con base en la experiencia, la
tradición, la sociedad e incluso los producidos por los discursos dominantes en cada tiempo
histórico.
La muerte es el camino natural del hombre, lo incierto que toda ella envuelve ha
configurado el miedo ante este acontecimiento, que a lo largo de la historia se ha tratado de
diversas formas
Cuando rastreamos las primeras pisadas de los seres humanos sobre la tierra, los ritos
funerarios aparecen como una de las expresiones culturales más antiguas. Cada pueblo ha
recordado a sus difuntos de acuerdo con su particular cosmovisión y ha manifestado sus
creencias sobre lo que nos espera al traspasar el umbral de la muerte. Visualizo esta
infinita variedad de manifestaciones religiosas y culturales sobre la muerte como si
estuvieran dispuestas en una enorme sala de exposiciones: diseños de las tumbas, objetos
con los que enterraban a los difuntos, ritos, cánticos, procesiones, oraciones, etcétera.
Pues bien, existe una ruptura entre esas tradiciones milenarias que testimonian que la
28 DESPUÉS DE LA VIDA.
realidad de la muerte ocupaba un lugar importante dentro de esas comunidades y la
cultura contemporánea que rechaza toda referencia a la muerte. (Rueda, 2011, p. 15)
Además, es importante recalcar la transformación que ha tenido la concepción del
sentido y del proceso de la muerte en la contemporaneidad, con cuestiones como la enfermedad,
la medicina y la ciencia.
La sociedad desearía que los seres humanos abandonaran el mundo de los vivos en
puntillas, discretamente, sin impresionar a los niños y sin que los adultos se sintieran
amenazados. La negación de la muerte –que implica, igualmente, la negación de la
enfermedad y el dolor– genera problemas muy serios porque no estamos preparados para
afrontar estas realidades ineludibles. Tenemos que reconocer que no estamos dispuestos
para estas situaciones que son parte integral de nuestra condición humana. Cuando
sentimos que flaquea la salud, entramos en pánico; los familiares no saben cómo actuar y
qué medidas tomar; los profesionales de la salud, de quienes se esperaría un claro
liderazgo en estas situaciones, no han desarrollado unas competencias básicas que los
capaciten para un acompañamiento integral de los pacientes y de las familias. (Rueda,
2011, p. 16)
Las connotaciones que se le han dado a la muerte a lo largo de la historia han sido
diversas, en unas el culto es permanente y una visión positiva posibilita la aceptación de esta, en
otras – específicamente en la contemporaneidad- su negación es absoluta; en ellas medicina y
tecnología se confabulan para prevenirla el mayor tiempo posible. Sin embargo, en toda cultura y
momento histórico el miedo a la muerte se ha presentado tomando distintas personificaciones; el
dolor físico de algún tortuoso proceso que finalice en la muerte, es uno de los miedos más
comunes, especialmente en la actualidad, donde el bienestar del cuerpo y de la salud son tan
29 DESPUÉS DE LA VIDA.
continuamente vigilados. La angustia o duda con referencia al más allá es otra de las variantes
más comunes y antiguas, pues en esta juegan un papel fundamental las religiones, en las que
generalmente se prescriben caminos para la salvación del alma inmortal en contraposición al
cuerpo mortal. Por otro lado, se encuentra el miedo a la pérdida de un ser querido, o el vacío en
la existencia propia ante la muerte del otro. También coexiste el miedo a las consecuencias de la
muerte propia, con referencia a aquellos que son dejados. Por último, el miedo al cómo y al
cuándo sucederá el acontecimiento.
Existen muchos más miedos relacionados a la muerte, el poder que esta ejerce sobre el
hombre es ineludible, sin importar la cultura o las concepciones que estas tengan de la muerte, el
miedo persiste y toma personificación desde distintos aspectos. Es factible concebir la muerte
como una realidad- a pesar de que la muerte parezca algo tan lejano en la visión general- sin
embargo, el miedo a esta siempre será persistente.
Este espacio para reflexionar y revelar componentes integrantes de la muerte, se da como
una necesidad manifestada por el impacto de esta sobre la vida, en diferentes circunstancias y en
diversas voces. Ruiz (2011) afirma:
Como afirma Serrés, sin la muerte, sin la conciencia de la muerte, curiosamente, no hay
cultura, no hay vida en el sentido humano (1991). La literatura es, finalmente, a la vez
resultado y expresión de esta conciencia. Como objeto cultural, como práctica discursiva,
la literatura pone tapones a la cara oscura de la muerte. Como expresión de conciencia de
los límites, la literatura es otra forma de darle sentido a nuestra existencia. (p.54)
En esta propuesta la literatura se configura para dar sentido al miedo que imprime la
muerte en el hombre.
30 DESPUÉS DE LA VIDA.
En suma, las posibilidades que el cuento ofrece son diversas, en el contexto
contemporáneo estas se transforman conforme evoluciona la sociedad. Su potencia se ha
mantenido desde su origen oral y se acentuó con bastante fuerza en la literatura con la aparición
del cuento clásico. En la actualidad, su resistencia se hace más evidente gracias a las nuevas
propuestas que abarcan la microficción y a los diversos contextos en donde se le da al cuento un
papel fundamental gracias a su esencia misma.
Los elementos que configuran el cuento están organizados de múltiples maneras, sin
embargo, tienen un punto en común: ofrecen al lector la vitalidad e intensidad de la vida misma.
Allí descansa su mayor atractivo, y es a partir de aquel punto donde el cuento debe construir su
sentido y significado en el universo literario, desde dicho punto se configuró esta propuesta
literaria, en las que se tomaron elementos tan importantes de la realidad humana, como el cuento
lo es en la literatura.
Al realizar la presente propuesta literaria, la necesidad retratar las posibilidades con las
que se enfrenta el hombre respecto al miedo a la muerte, desde distintas ópticas y escenarios se
hizo imperante. Dicho miedo juega un papel fundamental tanto en los momentos más
trascendentales como en la vida cotidiana, el hombre se ve continuamente enfrentado a las
disyuntivas que pensamientos relacionados con la muerte se le presentan a diario, cuando sucede
en general, de manera abrupta, el miedo se intensifica, cuando acontece tras un periodo de
enfermedad y padecimiento se relaciona con la negación y el desagrado, sin importar la
posibilidad de circunstancias o pensamientos en las que se vea encadenado, siempre persiste el
miedo.
Desde la anterior perspectiva el cuento se moldea como el óptimo género literario para
indicar lo significativo y fugaz de la muerte. A lo largo del volumen, el cuento fue aprovechado
31 DESPUÉS DE LA VIDA.
como aquel artilugio que provee la literatura para impactar gracias a la brevedad e intensidad
acontecimientos y padecimientos tanto físicos como mentales, que por sí solos ya tienen una
amplia carga emocional en la vida e historia del hombre, y que por medio del cuento y sus
características imperantes- que incluso en la microficción contemporánea siguen vigentes- se
fortalecen.
32 DESPUÉS DE LA VIDA.
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33 DESPUÉS DE LA VIDA.
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Rueda, José. (2011). La muerte. Siete visiones, una realidad. . Bogotá: Red de editoriales
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Ruíz, Jaime. (2011). Muerte y literatura: Cinco aproximaciones. En J. L. Rueda, La muerte. Siete
visiones una realidad. (Primera edición., pp. 29-54). Bogotá: Red de editoriales
universitarias AUSJAL.
Tolstói, León. (2019). La muerte de Iván Ilich. Madrid, España. Nórdica libros.
34 DESPUÉS DE LA VIDA.
Después de la vida.
El miedo y la muerte. El miedo a la muerte.
35 DESPUÉS DE LA VIDA.
Mi rubicunda amada.
Desde los primeros días de su enfermedad la tentación de llevármela alteraba la
tranquilidad de mi labor saqueadora de cuerpos. Su lozano rostro me atraía, la melena escarlata
que descendía hasta sus pechos nacientes me quemaba las entrañas. La vitalidad que encerraba
aquel esbelto y delicado cuerpo ejercía sobre esto; parca andante, depredadora, justiciera, raptora
de cautos, inocentes y perversos la influencia de la fe ante mi más grande aliado, el miedo.
Cuatro años duró el padecimiento de la pobre muchacha. La cabellera se marchitó, fue
gradual, se opacó, se secó, luego pereció y se negó a un nuevo despertar. Las fuertes uñas se
debilitaron, se degradaron hasta que el mortecino color ocre tomó posesión de cada una. La piel
se agrietó. Los ojos, desvaídos dormitaban frecuentemente. Sin embargo, el rubicundo color de
las mejillas, símbolo de su fuerza, no abandonó nunca a la que ya era mujer.
El deleite de su imagen, a pesar de los trastornos que provocaba mí aliada menor, me
instigaba a visitarla después de cada puesta de sol. Me acomodaba en la esquina de la habitación,
al lado de la cama, allí la observaba por horas, distraído de las obligaciones que aquejaba mi
constante labor. Perdí miles de almas contemplando el candor de aquella virgen. ¿Era la muerte
presa del amor?
Pero el amor implicaba vida. No se puede amar lo que se ha ido, se ama su recuerdo, se
anhela lo que estuvo una vez vivo. Yo nunca estuve, nunca estaré, no estoy. La incompatibilidad
con aquella muchacha anhelante de mí opuesto, me repelía, yo seguía con mis visitas, ella en
cambio gritaba: ¡vida!, ¡vida!, ¡vida!
Para el día mil quinientos sesenta y cinco mi antagonista abandonó el cuerpo de aquella
amada por muchos. Me negué iracundo a lo que mi labor me forzaba, pero, al ver el cuerpo
36 DESPUÉS DE LA VIDA.
desprovisto de vida, el afecto del que era preso desapareció por completo. Aquello, a lo que
ahora debía llevar conmigo era lánguido y opaco, el rubicundo color que con tanto ardor había
deseado, se había escapado cuando fui llamado a su lado.
37 DESPUÉS DE LA VIDA.
Matilde y Alondra.
La mujer de la cama izquierda estaba dormida hace más de seis horas, de los hombros
hasta la punta de los pies, su cuerpo estaba cubierto por una delgada y sudada sábana blanca. El
hombre a su lado, después de más de veinticuatro horas de constante vigilancia, había cedido
ante el cansancio, su rostro arrugado y brillante, a pesar del cansancio, estaba tenso, alerta a
cualquier cambio o necesidad que requiriera la enferma.
Matilde esperaba el despertar de su compañera de habitación, anhelando que fuese más
amable y habladora que el hombre a su lado. La habían traído hace dos días y estaba delirando
gracias a una fiebre muy alta, las primeras horas había llegado con una mujer muy vieja, por el
color casi idéntico de piel, parecía ser la madre, la señora había estado tan atareada calmando a la
enferma que, apenas se había fijado en la compañera de habitación inmovilizada por sus piernas
enyesadas. Horas después había llegado el hombre, quién mostro una artificial cortesía con un
seco saludo. De ambas interacciones con médicos y enfermas, lo único que supo fue el nombre y
la causa de la hospitalización de su compañera; se llamaba Alondra, y estaba allí por una fuerte
gripa.
Matilde ojeaba la televisión con ansias de distraerse, pero se resistía ante la idea de
despertar a sus acompañantes. Tomó el libro que había dejado bajo las cobijas, al lado de su
pierna derecha horas antes, después de terminarlo, releyó sus primeras páginas: “Oyó los
corazones gemelos que le golpeaban los oídos, el tercer corazón que le golpeaba la garganta,
los dos corazones que latían en las muñecas, el corazón real en el pecho. La piel se le abrió en
un millón de poros. — ¡Estoy realmente vivo!, pensó. ¡Nunca lo supe, y si lo supe no
recuerdo!...” entonces, unos suspiros se escucharon, era Alondra, despertaba confundida
38 DESPUÉS DE LA VIDA.
víctima del sopor causado por la enfermedad y las medicinas. Miró a su alrededor, observó a la
señora a su lado, y a pesar de la sorpresa de encontrarse en un hospital, le sonrió. Matilde le
devolvió la sonrisa, llena de alegría pensó que la compañía de la mujer sería bastante grata.
El hombre se levantó de la silla apenas unos segundos después, tocó la frente de la mujer
y un gesto de aparente alegría se vislumbró en su rostro. Presionó el control para llamar al
doctor, el que se hizo presente unos minutos después. La mujer aún no hablaba, pero la
estabilidad parecía apoderarse de su semblante.
Después de algunas revisiones, y comentarios positivos en cuanto a la salud de Alondra,
el doctor se dirigió a Matilde, preguntó por su comodidad y las heridas de la espalda ocasionadas
por el postra miento.
El silencio se hizo presente en la habitación a la salida del doctor, el esposo no soltaba la
mano derecha de la mujer, la que colgaba de la cama, pero, poco a poco iba cediendo ante el
deseo del sueño y la tranquilidad que traía consigo la mejora en la salud de su amada.
- Buenas tardes, sumercé- Alondra tenía un tono de voz juvenil, su apariencia sugería al
menos cuarenta años de vida, pero su voz se asemejaba a la de una chiquilla en inicios de
su adolescencia – disculpe no haberla saludado antes, estaba como perdida, me llamo
Alondra ¿usted?
- ¡Ay, mija! Que alegría escucharla, se veía bien mal cuando la trajeron, ¿Qué tiene?
- ¡Imagínese! Era un gripa normal hace cuatro días, la verdad es que es como esporádica,
hace meses la tengo, pero viene y va, estos cuatro días ha sido bien fuerte, tenía mucha
fiebre el martes, y desde esa madrugada no me acuerdo- suspiro aliviada- pero ya no
39 DESPUÉS DE LA VIDA.
tengo, me siento un poquito mejor, pero aquí- señalaba su pecho- me duele aquí, y las
manos como que me pican.
- Eso está raro, toca que le diga al doctor.
- Me da miedo asustar a César, cuando hagan el cambio de turno le digo al doctor- bajó la
mirada a su mano derecha, que estaba estrechada con fuerza por la morena de su esposo-
él es un poquito dramático. Sumercé ¿y su acompañante?
- No tengo Alondrita, unos días han venido mis amigas, pero ellas tienen vida y también
están viejas.
- Yo creía que el acompañante era obligatorio.
- Lo es, pero no pueden obligar a la familia que no hay- su mirada se concentró en el
techo- ellos han sido muy gentiles en pasarme a una habitación doble, cuando estaba en
esa habitación sola, ¡eso sí era solitario! Lo mal que me sentí esos días… hasta me daban
ganas de llorar. A los doctores les dio pesar ver llorar a una vieja sin familia.
Intercambiaron miradas amistosas un momento, Alondra estaba deseosa de pararse y
seguir hablando, pero su pecho era objeto de aparente molestia, lo estrujaba con fuerza y trataba
de cambiar a una posición más cómoda, sin abandonar la mano de su esposo.
- Mija, ¿segura que no es mejor llamar al doctor de una vez?
- Tranquila, es solo una pequeña molestia, debe ser por todos esos medicamentos.
- ¿Segura? Yo creo que uno no puede ser descuidado, por descuidos es que me pasó esto-
Matilde trató de moverse para realzar sus piernas enyesadas, pero el dolor y el peso le
imposibilitaron la maroma- ahora vea, vieja y además lisiada- la risa broto de sus labios,
era estridente y contagiaba con un cálido ambiente la frialdad del hospital, la risa resonó
en los oídos de Alondra, la cual se había resistido de estallar en carcajadas por respeto a
40 DESPUÉS DE LA VIDA.
la anciana paralizada. las mujeres rieron juntas, compartiendo sus dolencias y lo absurdo
de las situaciones que las habían llevado a la misma habitación de hospital, rieron hasta
ahogarse y con miedo de despertar a la gente del lugar. Rieron con el júbilo de ser
confidentes de enfermedad- vivo en un apartamiento, en el octavo piso, siempre bajo por
las escaleras ¡usted no se imagina cuanto odio los ascensores! Y tengo un perro, un
cocker igual de acabado a mí, pero gruñón como él solo, usted sabe, ya por la edad me
toca sacarlo con cuidado, él medio entiende y cuando bajamos las escaleras es decente,
pero el muy ingrato vio a un gato y me arrastró por todas las escaleras del cuarto piso. Al
principio, tenía malgenio con Manchitas, ahora lo extraño tanto. El pobre está en la casa
de la hija de una amiga, y se queda casi todo el día solo.
- ¿y quién la recogió?
- Mija, yo me desmayé del dolor, un vecino llamó a urgencias, me desperté en la
ambulancia, no sentía ni el dedo meñique de mis pies, cuando llegué aquí. supe el espanto
de accidente, me fracture la tibia y el calcáneo del pie derecho, del izquierdo la rodilla y
también el coxis.
- Mejor dicho, casi se desarma- ambas soltaron una fuerte y nueva carcajada – ¿de verdad
no tiene ningún familiar?
- No- negó con la cabeza, enmudeció un momento y luego continuo- yo me vine sola de
puerto limón en el año sesenta y dos, nunca volví a hablar con mis papás ni con mis tres
hermanos, allá no tenía una buena vida, había mucha guerra y todo era peligro. Llegué a
Bogotá y tuve pocos amigos, soy como muy charlatana, en momentos grosera, también
muy honesta, eso a la gente le disgusta, les fastidia. Me hice profesora, y las tres ancianas
que me visitan fueron mis compañeras de carrera. Me casé joven, a los veintitrés, tuve
41 DESPUÉS DE LA VIDA.
dos hijos, una familia bien bonita, y mis tres amigas que eran lo que me bastaba para
vivir contenta, pero, usted sabe- sus ojos se cristalizaron- esa gente que dice que el
pasado era mejor, miente. Colombia por esa época era aún más desastrosa. A mi familia
me la quitaron en el atentado del noventa y tres…
El silencio, la incomodidad y la melancolía reinaron en la habitación, Matilde lloraba
en silencio, las lágrimas salían sin hacer el menor ruido. Los ojos de Alondra también se
empaparon de aquel líquido amargo, al unísono, el dolor de pecho por la enfermedad y la
desdicha de su nueva amiga se hacía insoportables.
- Lo siento mucho, no quería que usted recordara esas épocas.
- Tranquila, niña. Siempre es bueno recordar el dolor, me hace sentir más viva y cerca de
ellos. Prefiero el dolor al olvido de mi familia- se secó los ojos con la sabana- séquese
esas lágrimas, si su esposo se levanta y la ve así, me va a culpar a mí, y no es que al
hombre le agrade demasiado.
- El con todo el mundo es así.
- ¿Amargado?
- Sí, algo así.
Matilde se calló incomoda, la audacia del juicio de su pregunta fue evidentemente
abusiva, se arrepintió de su imprudencia.
- En fin, después de eso, me hice activista política. He vivido el resto de mi vida entre
lucha y lucha, incluso ahora, voy a algunas marchas.
- ¿No le da miedo? Los gases, las multitudes… a mí me eso me da pánico.
42 DESPUÉS DE LA VIDA.
- No, mija. Después de tanto tiempo las marchas, gritos y pancartas, son como mi hogar,
aunque mis amigas ya casi no me dejan ir. La más intensa vive a dos cuadras, ella y el
esposo se la pasan vigilándome.
- Esa es su familia, la familia siempre quiere proteger, aunque en varios momentos llegan a
fastidiar- con el índice izquierdo señaló a su esposo- él es bien sobreprotector, usted viera
la intenso que es con nuestros hijos.
- ¿Cuántos niños tiene?
- Dos; uno de diecisiete y la niña de once.
- En plena adolescencia, tenga cuidado, entre más los restrinjan más libres quieren ser.
- Ya sé, Sebastián ya tiene muchos problemas con él… últimamente ni se hablan, eso es
más doloroso que nada- Alondra movía sus manos, las cerraba y las abría continuamente-
estas manos sí que me pican.
- Sumercé tiene que ser muy firme con su esposo, no querrán perder al muchacho.
- Eso es lo que me da miedo, pero yo creo que la más complicada será Margarita, ella aún
le hace caso, porque es chica, pero tiene una personalidad bien fuerte, discute siempre
que no está de acuerdo, la niña va a ser todo un desafío.
- Sean amigos de sus hijos, una amistad respetuosa es la mejor manera de ser padres.
- Estoy de acuerdo con usted.
Alondra se tocó el pecho nuevamente, esta vez soltó la mano del esposo, quien despertó
de inmediato.
- ¿Qué tiene?, ¿está bien?, ¿quiere algo?
43 DESPUÉS DE LA VIDA.
Matilde intentó moverse para tener una mejor vista de su amiga, esta se revolvió ofuscada
en la cama mientras oprimía su pecho, quería gritar, pero el aparente dolor solo la dejaba gemir.
El hombre gritaba desesperado por un médico. La mujer ahora desgarraba la camisa, aruñaba su
cuello y sus senos como si en su interior algo la despedazara. En su rostro, parecía haberse
acumulado toda la sangre de su cuerpo.
Llegaron dos doctores acompañados de una enfermera, se estabilizó unos segundos
después. Ella lloraba, el esposo aún gritaba por su vida, Matilde también lloraba en silencio.
Alondra se volvió a agitar, un grito aterrador salió del fondo de su garganta.
- ¡Mis hijos! ¡me necesitan! ¡por favor, no me dejen morir! ¡tengo dos hijos!
Alondra resistió ante la impaciencia de médicos y enfermaras, el espanto del esposo y su
nueva amiga, dos de los tres indolentes infartos que azotaron su cuerpo en tan solo veinte
minutos. El último, no atendió ni las suplicas ni la valentía, Alondra falleció gimiendo de
angustia ante el porvenir incierto de sus dos pequeños.
44 DESPUÉS DE LA VIDA.
El conquistador.
La vida del conquistador no era un misterio. En el barrio todas las mujeres mayores de
cuarenta habían sido blanco de su melosería los últimos catorce años. Sus preferidas eran las
voluminosas, ensanchadas por el paso de los años y el peso de la vida, atiborradas en maquillaje;
afanosas de ocultar las grietas de la vejez. Con prendas excesivas, estrechas y de colores
festivos. Priorizaba a las solteronas, pero el barrio era hogar de familias ordinarias, esposas
sumisas y poco atrevidas, así que sus conquistas eran más bien fallidas, aunque estimadas en
secreto por aquellas mujeres que habían olvidado el sabor de la pasión y las letras del amor.
A pesar de sus cincuenta y ocho años aún era un hombre atractivo; los ojos pequeños y
achinados, estaban rodeados por arrugas poco perceptibles que recordaban la mirada de un perro
envejecido. La piel era morena y evidenciaba el cuidado continuo, al acercarse cada una de
sus amantes y vislumbrar el sello del tiempo en unas pocas manchas del terso y humectado
rostro. Sus cejas eran espesas, pero él las arreglaba cada dos semanas. La melena- antes
azabache- era la única factura que el paso de los años le estaba cobrando; ya estaba pelón en la
parte frontal de la cabeza y a diario algunos pelos sobrevivientes caían sin vehemencia en la
ducha, en la almohada y en el peine. Corría de la vejez, como eludía a la muerte, la disfrazaba
usando ropas juveniles de colores vivarachos, que en variedad de ocasiones causaba las burlas de
sus conquistas; estas se dirigían especialmente a sus distintos suéteres de colores pastel que
usaba colgados al hombro, con un elegante nudo frente al cuello, moda que había copiado de su
compañero Rafael, treinta años menor que él, y que no favorecía a un hombre cercano a los
sesenta cuya calvicie era evidente.
A pesar de sus desaciertos en la moda, sus conquistas eran regulares. Tenía una forma de
adular, que embelesaba con facilidad a las solteronas faltas de amor; como la mayoría de sus
conquistas eran viejas solitarias, abatidas y minimizadas por amores pasados que no llegaron a
45 DESPUÉS DE LA VIDA.
ser, el proceso de seducción generalmente era fácil. Ellas se entregaban ansiosas de un nuevo
amor efímero, y él les concedía momentos furtivos de pasión, que mejoraba con su palabrería
interminable, luego las dejaba, a merced de una nueva soledad, pero con aquel ardor que se
presenta después de un nuevo amor.
Así había operado los últimos quince años el conquistador, aplacaba sus andanzas cuando
la conformista esposa, fatigada de tanto descaro, reclamaba por la proliferación del asco que él
había engendrado, o cuando las hijas olían aquella dicha carnal causada por encuentros que no
pertenecían al templo matrimonial de los padres, entonces paraba unos meses, se entregaba a su
mujer, aunque esta lo despreciara en la cama, aguantaba sus miradas de aversión, su indiferencia
en las mañanas, sus insultos, y hasta la antipatía que lo sacaba del sillón las noches de televisión,
porque sus tres hijas hastiadas de las obscenidades, junto a la esposa se confabulaban para tirarle
un desagradable ambiente de odio que lo mandaba al lado derecho de la cama a dormir muy
temprano. Cuando el clima mejoraba un poco, él volvía a sus andanzas, entonces las niñas más
temprano que tarde volvían a encontrarse con las mañas del padre.
La madrugada del viernes doce de junio, tres meses después de su última andanza, él
esperaba la ruta que pasaba a dos cuadras de su casa. Salía faltando quince minutos para las
cinco, y llegaba a marcar su turno faltando diez minutos para las seis de la mañana. Esto lo hacía
sin faltas y con puntualidad todos los días de la semana, a excepción del domingo que era su día
libre. Aquella madrugada lloviznaba, las pequeñas gotas de agua eran empujadas por la fuerte
brisa a los rostros de las personas, él ponía su paraguas de frente, intentado contrariar el designio
del viento, pero este era potente y volcaba el paraguas hacia la dirección que se le antojaba.
Llevaba esperando poco más de dos minutos cuando una pequeña y voluminosa mujer, de
cabellos negros que bajaban por las redondas nalgas, se hizo a su lado agitada. Llevaba una
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deteriorada sombrilla rosa que se estaba desarmando por los estragos del viento. Trataba de
cubrir sus cabellos y su rostro con el elegante bolso negro; estaba desesperada, evitando que
cayeran gotas de agua en su rostro y cabello.
El conquistador no dudó, de inmediato posicionó el gran paraguas negro de manera
protectora justo encima de la mujer, la había ayudado a bajar el bolso y a desenredar unos
cabellos que habían quedado atascados en el cierre de la sombrilla y en los alambres desnudos,
finalmente se había presentado y observado con fingida calma la imagen de la belleza que ante
sus ojos se posaba. La luz de uno de los postes alumbraba perfectamente su pálido rostro, tenía
grandes ojos, adornados por extensas pestañas. Las cejas eran delgadas, al extremo de la derecha
se asomaba una diminuta verruga, que extrañamente no causaba desagrado. La nariz era
pequeña, muy derecha y sin deformaciones, contrastaba con los gruesos labios. Se llamaba
Amanda. Tenía cuarenta y cinco años, aunque aparentaba treinta. Estaba soltera, con dos hijos de
veinte y veintidós años. Era secretaria en una empresa de textiles y –gracias a la providencia,
pensaba el conquistador- le habían modificado el turno la semana pasada. Llegó tarde aquellos
primeros días, por eso había decidido salir diez minutos antes cada mañana, esos diez minutos
fueron los que le permitieron encontrar su próxima conquista.
Apenas habían intercambiado unas palabras cuando ella se marchó dejando las
zalamerías a medio camino, entre el pensamiento y la pronunciación. El conquistador pensaba en
las vicisitudes de intentar conquistar una mujer como aquella. Amanda era hermosa, demasiado
hermosa para caer. A esas bellezas amor no les falta. A pesar del encanto, se deshizo de la idea
camino a su trabajo. Ya había perdido la dignidad por suficientes rechazos.
Todo el día la mujer de figura ostentosa corrompió sus pensamientos, sin darse cuenta, al
levantarse la siguiente mañana las manos le sudaban, la posibilidad del encuentro le asediaba y lo
47 DESPUÉS DE LA VIDA.
excitaba. Usó una pizca más de perfume y se miró al espejo otras tres veces. Al no encontrarla en
la parada, tal como sus deseos esperaban el asaltó de la decepción fue tan grande que, amargó
todo su día.
El domingo fue espantoso; salió varias veces a la tienda, a sacar al perro, a buscar al
vecino Carlos que le debía un dinero, con el único fin de encontrarse a Amanda. En su ir y venir
se preguntó cómo había ignorado la presencia de esa belleza en el barrio. Al salir la quinta vez, la
menor de las hijas y la más entrometida le pregunto qué le pasaba, así que durante el resto del día
debió dejar el acecho.
Se acostó temprano, soñó con Amanda y sus grandes nalgas, despertó excitado a media
noche, sus deseos buscaron refugio en la mujer que dormía a su lado. Esta lo esquivó, como
siempre, empleando su odio y desagrado en manos de sus nalgas, para tirar con fuerza el cuerpo
hacia atrás, dejando al marido en el piso con las ganas, que iría a dominar en el baño de abajo.
Al siguiente día la encontró, con un vestido rosa y un gabán que le llegaba a las rodillas.
La saludó con la confianza de un muy buen amigo y la besó descaradamente en la mejilla,
dejando sus labios pegados al cachete derecho para aspirar el olor del cuerpo de Amanda, el que
quedó impregnado en él hasta pasado el mediodía. Le aduló el peinado y el vestuario, luego, le
habló del clima y por algún motivo halagó también las piernas, luego sus cabellos, iba a seguir,
pero la incomodidad de ella fue evidente. Hablaron poco más de diez minutos, cuando el
transporte de ella llegó.
Desde ese día, él salió cinco minutos más temprano con la única intención de encontrarla.
Los cinco días siguientes lo logró. Los encuentros no duraban más de algunos minutos, pues
llegaba el transporte de ella o el de él. Las conversaciones eran monótonas, sin sentido, él la
adulaba y ella le preguntaba por la esposa, él le hablaba de vida amorosa y ella preguntaba por
48 DESPUÉS DE LA VIDA.
sus hijas. Él insistía, no se daba cuenta que la costumbre de la mujer era rechazar con ternura. Le
divertía la zalamería, aunque, tenía claro los límites, todo debía ser palabrería, o como lo había
hecho en el pasado, se alejaría.
Para el sexto día de encuentro, la ansiedad por encontrarla era casi vergonzosa. Recordó
la adultez que recorría sus venas y se dirigió con paso lento a la parada. Al verla, un peso de
excitación le oprimía la pelvis, el fingir, el opacar las ansias de su cuerpo en medio de la
ordinaria charla se le hizo insoportable, entonces, de manera abrupta, retomó los elogios y
buscando aquel lujurioso encuentro sacó de su maleta un cofrecito, trató de tomar la mano de la
mujer en la suya, aunque ella lo esquivó, lo miró furiosa; abochornada por la indecencia, pues al
menos tres personas eran testigos de la escena. La rabia enrojeció sus cachetes, frente e incluso
las orejas. Como desahuciando las esperanzas del conquistador, arrebató el cofrecito de sus
manos, para luego tirarlo a la avenida. Mientras ella se alejaba sintiéndose agraviada por el viejo
patético y lascivo del cual le habían advertido, el costoso regalo era aplastado por pesados
vehículos, semejantes al peso de la vergüenza que ahora él sentía.
El resto del día el patetismo provocado por la escena ridiculizo su falsa juventud, en
menos de veinticuatro horas la vejez se posó en su rostro y en varias canas que descubriría al
mirarse en el espejo aquella noche.
Ella se arrepentía del bochorno provocado por el escándalo, le intimidaban los chismes, y
lo que ello haría a su reputación. Luego, sintió pena por el hombre, quería disculparse por su
reacción exagerada, pero tenía dudas, pues era posible que él lo tomara como una invitación.
Al conquistador le pesaba la vergüenza ante aquel desaire tan mayúsculo. Por un lado,
quería volver a hablar con Amanda, a pesar del pisotón a su dignidad, sin embargo, el miedo del
rumor le carcomía la paciencia. Ante todo, el no volver a verla era lo que más le asustaba. Sabía
49 DESPUÉS DE LA VIDA.
que su decisión había sido errada, había sido muy directo, reconoció que hasta precipitado. Pero
por alguna extraña razón, inviable para los orgullosos, en el fondo del conquistador el rechazo lo
había fulminado. Entre pensamiento y pensamiento “¡Que mujerón!” se repetía con constancia y
agrado.
Lo mejor, después de tantas reflexiones, es que ella fuese su amiga. Pensaba en una
disculpa apelando a la compasión de tener una monótona vida. Ensayó su discurso y se felicitó
por su elocuencia. Por último, se preguntó si llorar era necesario, y aquella duda estuvo en su
pensamiento el resto de la noche.
La culpa había perseguido a Amanda el resto del día, en la noche, durante el insomnio, se
preguntaba qué pasaría si alguien rechazara a su hijo con el indecoro que ella había desairado a
aquel hombre. Le dolió el pensamiento. La culpa le pesó en la espalda, la obligó a echarse
nuevamente en la cama y la impulsó a reconsiderar la situación del hombre, entonces decidió
disculparse y perdonar el percance, con la importante advertencia de olvidar un posible amorío.
Durmió incomoda, se levantó soñolienta y de mal humor. Al llegar a la parada no lo vio, a decir
verdad, no quería encontrarlo, pero se impacientó con el paso de los minutos. Temía por el
orgullo del hombre, y la posible idea de no poder enmendar la falta cometida, temía por las
consecuencias y la devastación emocional, y conforme temía, la culpa se hacía más pesada.
Al llegar su transporte dudó si esperar, miró el reloj y notó que no tenía tiempo para
resolver un asunto que no era su culpa. Subió entre indecisa y ofendida. Para colmo, no había
asientos, se instaló en la parte de atrás del bus, miraba a la ventana, mientras esperaban la llegada
de otros pasajeros. Toda la avenida estaba iluminada por los postes con luces amarillas que la
cubrían de un extremo a otro. El bus cerró sus puertas, en ese instante Amanda divisó una figura
que se acercaba corriendo, lo reconoció por el suéter amarillo, corría desesperado evitando el
50 DESPUÉS DE LA VIDA.
avance del bus, pasó la avenida con la locura de un amante al que se le va su amado en un tren de
guerra. El sonido de la trompeta del gigante vehículo retumbó, al mismo tiempo que el cuerpo
del conquistador era lanzado por los aires.
Desde entonces, el peso de la culpa que siente Amanda permanece encima de su espalda,
intenso, como la muerte del patético hombre, indecoroso tal como el acto que la provocó.
51 DESPUÉS DE LA VIDA.
El velorio de Ana santos.
Ana, querida por tantos, había sido reclamada por la muerte en un confuso accidente.
Con envidia la observaba triunfar en cada aspecto de su vida cotidiana. Me fastidiaba su
belleza, amabilidad e inteligencia. Detestaba sus largas piernas, su delgado cuerpo y sus manos
siempre cuidadas y tan delicadas. Su perfume me daba nauseas. Creía odiarla.
Tiempo atrás, durante el periodo de inocencia, bajo el amparo de la simplicidad de la
vida, fuimos amigas.
Ella tenía hábitos fijos; saludaba a todos antes de que terminara la primera clase, incluso
saludaba de beso en la mejilla a cada uno de los maestros, era un gesto que siempre creí
insolente. Su carisma a todos los envolvía, la más mínima muestra era devuelta con el más
grande afecto.
Ana siempre estaba impecable, tenía un gusto exquisito y nunca llevaba demasiado
maquillaje. Se tomaba al menos una hora retocando su rostro y peinando su larga cabellera
dorada. Jamás fue acusada por parecer muy obscena con su aspecto o con su comportamiento,
pues tanto el uno como el otro eran tan delicados como simples. La naturalidad de su proceder
revelaba una originalidad que solo aquellos seres extraordinarios pueden poseer.
Murió una noche, nunca conocí la causa exacta, solo especulaciones de un accidente del
que nadie pudo ser testigo. El cuerpo de ella y el de su novio fueron encontrado horas después.
Supe que la madre fue internada en el hospital por al trastorno provocado por la noticia, la
hermana estalló en aquella clase de llanto que acompaña a un ser melancólico el resto de su vida,
y el padre dejó escapar el don de la palabra. La familia se quebró.
52 DESPUÉS DE LA VIDA.
Nosotros nos enteramos pasado el mediodía. Nunca vi la tristeza en tantos rostros, el
llanto, hasta de aquellos desconocidos, llevados por la pena pública, inundó hasta la hora de la
salida cada rincón del colegio.
La velación fue la siguiente mañana en un enorme cementerio. Llegué con la comitiva del
colegio. Al bajar del bus, me encontré con un cielo despejado, y una enorme casa que colindaba
con un lago lleno de patos. Al formarnos, el llanto de sus más cercanas amigas impregnó el
ambiente, entonces todos los que las acompañamos lloramos al unísono, como si Ana hubiese
sido parte de cada alma.
Nos encontrábamos frente a un pequeño y lustroso edificio de seis pisos, casi todo estaba
hecho de cristal a excepción de las columnas, que estaban pintadas de color azul. Para entrar se
tenía que pasar un corto puente en madera, el que permitía acceder a la vista lago.
Todo estaba recubierto por un fétido olor a muerte, dolor y llanto que eran anubarrados
con incienso. El edificio era mucho más grande por dentro que por fuera, todo era blanco a
excepción de las escaleras y las negras puertas que guardaban destinos desconocidos. La
velación de Ana sería en el tercer piso. En el primer piso velaban a una anciana, los asistentes
eran pocos a comparación del segundo piso, en el cual el estupor era aún más potente, allí se
estaba velando a una niña de apenas siete años.
El tercer piso estaba atiborrado. Al llegar frente al ataúd nos sorprendimos. Las amigas
más cercanas palidecieron del espanto, una a una tomaron sus manos y la contemplaron por
varios minutos, entonces se retiraron al lago buscando olvidar la imagen que habían presenciado.
Los enamorados se acercaban y apenas sostenían la mirada un par de segundos, apurados
volteaban y llevaban sus manos a la boca en señal de desconcierto.
53 DESPUÉS DE LA VIDA.
Siempre supe que la muerte se llevaba la belleza, está vez había usurpado de Ana hasta la
última pizca, para mal de la muerta, la habían maquillado de la manera más burda posible;
pusieron una tiesa capa de base morena sobre la tez del rostro amapola, estaba tan mal aplicada
que le daba una apariencia tosca y áspera. Tenía colorete mal difuminado en lo que antes era dos
rosadas mejillas. Sus labios estaban cubiertos de rojo sangre y los ojos estaban rodeados de una
sombra opaca y mal esparcida. El maquillaje era espantoso, y todos fuimos conscientes de ello
apenas la observamos, esto hizo que la ausencia de vida del cuerpo que algunos presentes tanto
habían adorado se sintiera con más fuerza.
Quince minutos pasaron antes de la llegada de la familia. La pena se había apartado, y
ahora la vergüenza ajena de aquel cuerpo sin vida ocupaba su posición. El padre lucía
cadavérico, ausente por la pérdida, apenas notó la apariencia burda del cuerpo, le echó una
ojeada y desapareció el resto de la velación.
Al llegar Lucía, la hermana; tres años mayor que Ana, el ambiente se tornó incierto. Sus
ojos reflejaban la pena, hinchados y enrojecidos, a cada paso que daba una nueva lágrima caía
por su rostro. Trémula se acercó al ataúd, lo que encontró la descontroló de manera inmediata. El
blancuzco rostro se tornó rojo fuego, sus mejillas demostraron la ira que luego sus labios
revelaron.
- ¡¿Quién le hizo esto?!
No obtuvo respuesta. El silencio se apoderó de la sala, ninguno se atrevía a levantar la
mirada hacía la desdichada. Los siguientes minutos una incomodidad absoluta invadió el
ambiente. Por fin, el primer sonido se hizo perceptible; Lucía había arrastrado una de las sillas
cerca al ataúd, allí dejó su mochila de cuero y de ella sacó un grande estuche de colores
54 DESPUÉS DE LA VIDA.
infantiles; tomó la base, abrió el ataúd de Ana y con el carisma que recordaba de la infancia en
que ella nos maquillaba y nos guiaba en nuestras infantiles problemáticas, maquilló a su muerta
hermana.
Después tanto tiempo, aquel gesto despertó en mí el cariño que una vez sentí por Ana,
mientras Lucia la maquillaba un profundo dolor se hizo latente en mi pecho.
55 DESPUÉS DE LA VIDA.
Destinos opuestos.
Le atraían las posibilidades que traía consigo la ventana del último piso.
Pasaban semanas, Susana no mejoraba. La melancolía abrumaba sus días. Rehuía de la
alegría, dormía más de quince horas, se negaba a ver la luz del día, prefería las pesadillas que
afirmaban los pensamientos de una vida atormentada y vacía. En las noches, apenas se la veía.
Clara, la hermana entraba a diario en la habitación después de la puesta de sol, para mejorar el
ánimo de la desahuciada, traía consigo variedad de dulces: grandes, pequeños y medianos, de
diferentes colores, infinidad de sabores. Charlaban por horas, en ocasiones reían, en la mayoría
se ahogaban en llanto.
Al salir de la habitación Clara notaba su derrota; el alivio había sido momentáneo, y la
desgracia ahora la perseguía, la melancolía la atrapaba gracias a las oscuras palabras de su
hermana.
Susana salió de su habitación una mañana en la que el cielo reflejaba la pesadez con que
ella cargaba. Las gotas pegaban con fuerza en las tejas que quedaban justo al lado de su
habitación, las débiles paredes eran insuficientes; los ruidos penetraban toscos, violentos, con el
aparente propósito de perturbar a la ya perturbada. Susana salió colérica, los ruidos no cesaban,
si los ruidos no cesaban, no podría concebir el sueño. Estaba desesperada.
Clara organizaba la cocina. La presencia de la hermana durante la luz del día la
escandalizó, su aspecto le incomodó. Charlaron durante unos minutos, Susana pidió somníferos,
no había. Ella miraba concentrada a la pared blanca de la cocina.
- Quiero dormir, lo único que quiero es dormir.
56 DESPUÉS DE LA VIDA.
Clara sacó de la nevera una botella de ron. Una botella de ron con tres góticas de
valeriana había sido a inicios de la depresión de Susana lo único que podía calmarla, ante la
constante negativa de esta de ser llevada a revisión.
Se lo tomó calmada, se recostó en sofá frente al comedor y cerró sus ojos.
- No funciona- dijo con los ojos aún cerrados – hoy no voy a poder dormir.
Clara se acomodó a su lado y acarició sus mejillas.
- Quieta.
No le gustaba que la tocaran. Clara por momentos olvidaba el carácter impersonal que su
hermana había adquirido durante el último año.
- Puedo ir a comprar algunos dulces, te haces en la sala mientras hago el almuerzo. Quizá
en la tele haya algo que te guste.
- Bueno.
Clara corrió a su habitación y tomó los pocos ahorros que quedaban, pensaba emocionada
como atiborraría a su hermana en dulces y por primera vez en casi un año verían un par de
películas juntas. La madre seguramente llegaría de su trabajo y lloraría de la emoción, gracias a
su carácter sensible al ver a su hija mayor alejada de la postración. Todos celebrarían la aparente,
aunque ficticia mejoría.
La tienda estaba a dos cuadras de la casa, en menos de dos minutos Clara ya estaba
escogiendo en una bolsa grande y amarilla la variedad de dulces que llevaría, al terminar un
señor con dos bolsas de vegetales le había ganado la fila en la caja. Clara pensó en su hermana,
la había dejado sola solo dos veces después del inicio de la enfermedad, se preguntó si no sería
una imprudencia tal situación, rascó su codo derecho, luego la muñeca. El señor de los vegetales
57 DESPUÉS DE LA VIDA.
estaba a punto de terminar, pasó los dos racimos de cebolla larga y con una lentitud que a Clara
le pareció tiránica, pagó el saldo de veintiocho mil pesos con monedas de mil.
La cajera cambió el papel de la caja, sacó los dulces de la bolsa amarilla y contó uno por
uno. A Clara le pareció toda una burla del destino. La suma daba más de lo que Clara llevaba en
su bolsillo derecho, debió devolver cuatro golosinas. La espera había transformado su energía en
preocupación. Corrió a su casa, y su intranquilidad fue confirmada, cuando escuchó gritos
provenientes de la calle a donde se dirigía.
A pesar del miedo, los pasos de Clara fueron más lentos, al llegar a la esquina, su cuerpo
se congeló. La multitud de personas excedía los cincuenta. Todos gritaban desesperados hacía la
figura que se balanceaba en la ventana del último piso de una de las casas. Sentada en la cornisa
plateada, movía sus pies hacia adelante y hacia atrás; parecía danzar, con la mano derecha se
sostenía del marco de la ventana, con la izquierda de la pared de ladrillo, entonces estiraba su
cuerpo hacia adelante y cerraba los ojos para sentir el rocío de lo que antes había sido un fuerte
aguacero. La gente suplicaba que no se soltará, Susana ahora reía.
El tiránico señor de las cebollas había sido atraído a la escena, quizá por el ruido, quizá
por la multitud de personas que se abalanzaban a vislumbrar el drama, cualquiera pudo haber
sido la razón. Lo único que Clara pudo observar fue su valentía. Al ver a la muchacha, medio
loca, medio borracha, tiró las bolsas de compras al suelo, corrió bajo la ventana y estiró sus
brazos en dirección al cielo justo en el momento de la caída, esta acción fue repetida por dos
hombres más, quienes recibieron a la muchacha en sus brazos, pero la fuerza de la caída
sobrepaso sus esfuerzos, mientras el cuerpo de Susana apenas chocó con el piso de cemento, el
hombre de las cebollas fue empujado hacia atrás en el instante en que la muchacha cayó en sus
brazos, su pie se deslizo hacia la canal en medio del jardín y de la casa, su pie crujió y se dobló,
58 DESPUÉS DE LA VIDA.
su cuerpo de inmediato se derrumbó, la cabeza golpeó con los filosos ladrillos dispuestos en
hilera hacia el cielo que decoraban la esquina de los jardines del barrio.
La envidia brotaba de Susana mientras observaba el cuerpo inerte del metiche salvador.
La rabia la hacía retorcerse aún más del dolor que emanaba su pie izquierdo aparentemente
fracturado.
El hombre de las cebollas había robado su destino.
59 DESPUÉS DE LA VIDA.
Llamada de pánico.
Era una muchacha muy paranoica; revisaba tres veces la puerta, la estufa, la nevera y los
dos grifos de agua de la casa. Temía a los excesos por torpezas, a los accidentes mortales, pero
sobre todo temía a la idea de que alguien pudiese colarse, la atase y la torturase.
Las tres ventanas tenían barrotes. Guardaba dos copias de las llaves del lugar, una a su
lado, encima de la mesa de noche y la otra en el bolso que usaría al siguiente día y que
organizaba meticulosamente después de la comida de las siete, justo antes de cepillar dientes y
cabello. Una lámpara automática de potente luz amarilla estaba ubicada al lado derecho de la
cama, se apagaba después de una hora de ser encendida, a ella la reconfortaba, sus temores iban
más allá de lo que el basto y torpe mundo humano podía ofrecer.
Su celular mantenía con todo el volumen que podía ofrecer para no perder ninguna
llamada. Eran la una cuarentena y cinco de la mañana cuando la primera llamada entró, la
despertó de inmediato, ella tomó el celular entre sus manos, atolondrada, y como de costumbre
temerosa hasta de su propia sombra, deslizó el dedo izquierdo para contestar, dispuso el teléfono
en su oreja, apenas percibió una respiración al otro lado de la línea, cuando se percató que ya
habían colgado.
Se asustó. Verificó el número, era desconocido, además de extraño. Los números no eran
los usuales, empezaba con un cero ajeno a la marca de la nación donde se encontraba y se
multiplicaba como nunca había visto en el registro de los números que habían llamado a su
celular. Su corazón aumentaba el ritmo, casi opacaba el silencio.
Encendió la luz de la lámpara a su lado, se revolvió en su cama, al lado derecho, al lado
izquierdo, el sueño se había disipado, quería dormir, necesitaba sus horas de sueño, pero una
60 DESPUÉS DE LA VIDA.
extrañeza empapaba el ambiente de la habitación. Enojada se levantó de la cama y encendió el
interruptor de las dos bombillas blancas, en el momento en que la luz iluminaba el lugar, el
celular volvió a sonar. Dudosa se acercó y repitió el proceso de unos minutos atrás, el resultado
fue el mismo, el número era diferente. Un halo de valentía dominó su espíritu e intentó devolver
la llamada a ambos números, al momento de recibir la respuesta al otro lado de la línea, la
valentía se transformó en el más puro de los miedos; los números no existían.
Un escalofrío subió de su espalda al cuello, las manos sudaban y temblaban, sentía
aquella ola de frío que abrumaba a cualquiera en los momentos más violentos de tensión, solo
cuando la muerte lanza suspiros de la propia agonía.
Quiso llamar a alguien, pensó en la policía, ¿qué diría?, no, no, la situación parecería
ridícula.
¿Molestaría a sus amigas? Estaba bastante alejada de ellas, evaluó las posibles burlas y
abandonó la idea. ¿Sus padres? No, no quería molestar por un nuevo ataque de pánico.
Necesitaba controlar la situación, tal como aconsejaban su madre y hermana. Mientras
reflexionaba en sus posibilidades el miedo se había disipado un poco, y la cordura la estaba
dominando como de costumbre, en realidad, pensaba ella, sólo quería escuchar un par de frases
reconfortantes y realistas respecto a la realidad de la situación que aún no se había detenido a
evaluar.
Marcó el número de la casa, hizo dos intentos y no recibió respuesta alguna, iba a intentar
un tercero cuando pensó en la senil madre con continuos insomnios, esa sería una de las pocas
noches en las que habría logrado conciliar el sueño, la idea de molestarla entonces le pareció
aberrante.
61 DESPUÉS DE LA VIDA.
Al abandonar la idea de hablar con alguien notó que había recobrado gran parte de su
tranquilidad, observó la pantalla del aparato, habían pasado treinta y cinco minutos, aquella hora
de la madrugada a la que tanto temía a pesar de sus creencias estaba muy cerca, la idea de otra
llamada la aterraba, entonces pensó en la irrefutable realidad de que lo mejor para disipar el
miedo era distraer al pensamiento.
Se rindió ante la extrañeza de la madrugada, abatida salió del cuarto y se dirigió a la
pequeña sala, era claro que no podría reclamar las dos horas y media que le quedaban de
descanso. Encendió la televisión, buscó el contenido más apto y eligió una de las tantas y
repetitivas películas de acción. Se acomodó en el sofá al lado de la ventana, y espero que la cinta
causará aquel efecto de desprendimiento terrenal que solía causar.
La búsqueda apenas había iniciado, cuando el sonido proveniente del aparato que ella no
había soltado le provocó un brincó del espanto, lo tiró al extremo de la sala, justo al lado de la
televisión. Espero, pensaba en ignorar la llamada, pero como evadiendo el funcionamiento de un
celular, el sonido no cesaba. Desesperada lo tomó en sus manos, al ponerlo en su oreja se repitió
lo de las veces anteriores, evaluó el número, esta vez era más largo, al menos quince dígitos más
largos de lo normal. Sus ojos saltaron a la parte superior de la pantalla: eran las tres.
En aquel momento el miedo la domino por completo, intentó marcar a varios números,
primero sus tres amigos más cercanos, luego a aquellos con los que no establecía contacto hacía
meses, repitió el proceso con el número de sus padres, algunas conocidos, entonces tecleó el
número de emergencias; nada, ninguna respuesta.
Se rindió por completo a la ridiculez de la situación de la que era presa. Su vista se
nublaba, había manchas de colores extraños que aumentaban conforme parpadeaba. Sentía como
62 DESPUÉS DE LA VIDA.
la garganta se cerraba, cada respiración ardía, quemaba, la necesidad de aire la ahogaba. Las
manos y pies picaban. La lengua se dormía. Los escalofríos aumentaban. El ataque de pánico
absorbía su cuerpo, el miedo su alma.
Con la poca cordura que le quedaba ahora dirigía sus pasos en búsqueda de las llaves,
primero la mesa de noche, nada. Ahora en el bolso, nada. El líquido ocre mojó sus pantalones,
inundo el suelo.
Los gritos de súplica parecían susurros.
Intentó con las ventanas, tenían barrotes.
Murió del miedo esclava de su soledad.
63 DESPUÉS DE LA VIDA.
La bruja.
Recordaba la risa del chiquillo y su corazón se enternecía, luego recordaba su cuerpo
deforme y el asco mezclado con remordimiento opacaba la imagen de la risa del infante que
guardaba en su memoria.
Álvaro José había cumplido sus cinco años hacía una semana y cuatro días. Ese caluroso
lunes la señora Carlota hizo sancocho de gallina característico en cada celebración. La sopa era
su único regalo, regalo al que le echaban las ganancias de un día completo.
Eran tiempos de carencia; la única vaca estaba raquítica, apenas y daba leche. El caballo
tenía una infección en los dientes que le dificultaba masticar, la debilidad por la falta de alimento
lo tenía al borde de la muerte. Tigre y muñeco habían muerto defendiendo las gallinas de la
finca, la mitad de ellas desaparecieron en el último mes gracias a los ataques continuos de los
zorros. Y la cosecha tampoco resultaba del todo fructífera para la época, al plátano y al cacao los
había alcanzado la plaga. Las naranjas y mandarinas aún no estaban listas para ser recogidas.
A pesar de la situación, el niño, como todo niño de la vereda, zambullido en la llamada
casi miseria, pasó alegre su cumpleaños; estuvo en el rio junto a sus hermanos, almorzó con
entusiasmo y jugó con Jesús y María el resto del día, pues se les había permitido dejar sus
labores en el campo para acompañar al hermano cumpleañero.
Al bajar el sol, los tres niños corrieron a la casa evitando llegar antes de que el cielo se
oscureciera completamente, al acercarse encontraron a Alba, la mayor, escondida detrás de un
árbol de guama a unos metros de la casa. Ella giró asustada y con el dedo índice les indicó que
debían hacer silencio.
- Es la bruja- susurro, acercándose a los pequeños- la bruja está hablando con los papás.
64 DESPUÉS DE LA VIDA.
- ¿Qué quiere? - preguntó María, a lo cual Alba respondió nuevamente haciendo señal de
silencio con el dedo.
Los niños callaron tratando de escuchar la conversación de la cocina, pero el sonido de
las luciérnagas, los sapos e incluso del fogón de leña les impedían seguir la conversación. De vez
en cuando, escuchaban una que otra palabra suelta, lo que excitaba más su curiosidad.
Pasados diez minutos, la bruja salió de la casa tirando la única puerta. Tanto la reputación
como el estruendo de la puerta producidas por la señora les impidieron retornar a la casa de
manera inmediata. Esperando a que ya se hubiera alejado, los niños entraron vacilantes; la
pesada puerta de madera de la cocina estaba cerrada, adentro, los padres murmuraban. Al otro
lado de la casa, en la rejita de madera, que daba acceso a la parte trasera de la casa, estaban
Leonor y Elsy, que llevaba en la mano derecha una vela encendida que alumbraba sus asustados
rostros. Al ver el miedo de ambas, los otros niños gimieron de espanto. Las inesperadas
corrientes de viento que penetraban en la casa hicieron que se aglomeraran junto a la pared del
único cuarto. A la luz de la vela, los seis chiquillos esperaban la salida de los padres. Estaban
inquietos, y se sentían presos de un miedo no experimentado anteriormente, del que culpaban a
la bruja, pues esta nunca se había acercado a la finca, ni a ninguna de los habitantes de la vereda
o del pueblo.
Pasó una hora hasta que Carlos y Carlota destrabaron la puerta de la cocina, dieron paso a
los niños, que apresurados entraron y trancaron la puerta a sus espaldas, sintiéndose con aquel
insignificante gesto como a salvo de lo que ellos creían por lo rumores era magia.
Carlos estaba sentado en la silla principal del comedor, apenas levantó la vista para
verlos, suspiró y nuevamente dirigió la mirada al vacío de la cocina.
65 DESPUÉS DE LA VIDA.
- A ver, a ver. ¿Qué hacen ahí parados en la puerta como tontos? Siéntense a comer, usted
y usted, vengan y ayuden a servir.
Alba y María se acercaron a pasar los platos para la comida, mientras el resto de ellos se
sentaban en las sillas. Primero pasaron el caldo, luego el arroz con el plátano y unas
menudencias, al final el agua de panela. La comida era esplendida a diferencia de lo que tenían
otras noches, pero ninguno comía con esmero, pasaban la cuchara de un lado a otro, probaban un
pequeño bocado y nuevamente ponían a danzar la cuchara en el plato.
- ¿A qué vino esa señora mamá? - habló María, la que todos creían imprudente.
- ¡Estos niños metiches!, ¿qué les importa?, ¡a comer pues!
Se quedaron quietos y en silencio, ya ni las cucharas danzaban.
- Mija- Carlos dirigió la vista hacia Alba, los compasivos ojos azules del anciano
produjeron tranquilidad a la muchacha- ¿usted se ha visto con el muchacho ese, hijo de la
señora Agripina?
- ¿Gustavo? ¡no! Es bien raro.
- Tranquila mija, yo quiero saber porque el muchacho ese dice estar enamorado de la niña.
Alba abrió sus ojos sorprendida, bajó su mirada tratando de pensar en las veces que había
visto al moreno muchacho que recordaba con asco.
- Una vez lo vi en el rio y lo saludé de lejos- después de hablar, estalló en llanto – me dio
pesar, siempre estaba solo. Después lo volví a ver los domingos en el pueblo- se detuvo
para respirar, el llanto la ahogaba- también lo saludaba, pero cuando éramos chiquitos.
- ¿y usted nunca le habló?
- No, señora.
66 DESPUÉS DE LA VIDA.
- ¿El intentó acercarse a usted?
La niña pensó y luego negó con la cabeza, todos callaron por otros minutos.
- La vieja Agripina quiere que usted se case con el muchacho.
Se produjeron varios gritos provenientes de todas las niñas, Alba cubrió su rostro, ahora
lloraba con más fuerza, casi gritando, entre sollozos suplicaba que no la obligaran a casarse con
alguien tan feo. Las hermanas se hicieron a su lado tratando de consolarla, mientras los dos
chiquillos contagiados por el espíritu de horror chillaban sentados en sus sillas.
- Tranquila, mija- Carlos tomaba la única presa de pollo servida en la comida mientras la
despresaba- ya le dijimos a esa vieja que usted está muy chiquita para casarse.
Pese a lo pronunciado por el padre, Alba seguía inconsolable tirada en el piso, recordaba
a la vieja Agripina saliendo de la casa, le asustaba. Los rumores en el pueblo decían las cosas
más oscuras de ella, si el hijo quería casarse con ella, la vieja seguramente la hechizaría.
Después de una semana y cuatro días, el alboroto producido por la propuesta había
abandonado la mente de los hermanos, menos la de Alba y la de ambos padres. Ella se cuidaba
de no estar sola en la escuela, ellos procuraban no mandarla al campo sin compañía de uno o
varios hermanos.
Era un caluroso viernes, la viscosidad producida por el sudor se pegaba a la camisa y al
pantalón de Alba. El cuello y el busto le quemaban. El desaliento característico de las tres de la
tarde arremetía con toda su fuerza a los niños de la escuela llegando la hora de la salida. Un
grupo decidió refrescarse en el rio. Alba se negó a pesar de sus deseos, pero María, Elsy y
Leonor la convencieron de no dejarla sola ni por un momento.
67 DESPUÉS DE LA VIDA.
Eran un grupo de veinte, entre adolescentes e infantes caminaron al rio que quedaba a
treinta minutos de la escuelita. A pesar del clima, estaba turbio.
Jugaron y nadaron por más de una hora, hasta que Alba tratando de alcanzar a María, fue
llevada por la corriente. Nadie se asustó, ocurría con frecuencia, el rio solo los llevaba unos
metros, máximo un kilómetro adelante, la víctima entonces caía a un espacio menos turbulento y
regresaba a pie al lugar donde sus compañeros estaban. Eso siempre había ofrecido unos minutos
de risa, ahora, mientras Alba salía del rio para retornar con sus compañeros, sentía que el
corazón se le iba a salir del pecho, miraba cada esquina esperando encontrar a la bruja y que esta
la raptará o encontrarse con Gustavo y que este la violará. Mientras más pensaba en el posible
encuentro. más rápido corría.
Al escuchar el bullicio su corazón se tranquilizó, sus pies descalzos, un poco lastimados,
sintieron el alivio del paso lento, pero todo se disipó. En un árbol, trancando su camino, estaba
Gustavo con camisa dominguera y una rosa en su mano derecha. Alba quiso gritar, pero no salía
sonido alguno de su garganta.
El muchacho se acercó con la cabeza gacha, tomó su mano y depositó la flor en ella.
- Alba. Yo la quiero.
Ella dio un paso atrás, estaba asustada, también indignada de las pretensiones de lo que
ella creía era un ser inferior, entonces tiró la rosa al suelo.
- Déjeme pasar.
- Alba, cásese conmigo.
- Váyase.
68 DESPUÉS DE LA VIDA.
El muchacho recogió la rosa, y acercándose de nuevo la puso en sus manos.
- Alba.
- ¡Cállese! Déjeme ir. Yo no lo quiero.
- ¿No me quiere?
- ¿Quererlo? Es raro, y es feo. ¡Yo le tengo miedo!
Gustavo se alejó unos pasos y por fin buscó los ojos de alba.
- Si usted no se casa conmigo mi mamá la va a lastimar.
Ella enrojeció de la rabia y del susto que provocaba la amenaza, pero el orgullo de mujer
agraviada le dio la valentía para lanzar la rosa al rostro del muchacho, empujarlo y salir
corriendo.
No dijo nada de lo sucedido, los días siguientes temió a la muerte o a las dolorosas
enfermedades que la acompañan. Nada pasó. Tampoco volvió a ver a Gustavo ni a la bruja.
Las burlas de sus amigas por lo sucedido ya eran parte del día. Había cometido el error de
divulgar la propuesta de matrimonio a las amigas, quienes lo habían comunicado a los padres, y
así, el rumor se había esparcido por el pueblo, en donde todo el mundo se burlaba del valor del
muchacho por pretender a una de las niñas más bonitas.
Quienes vieron por última vez a Gustavo, decían que la bruja llegó a salvarlo después que
los muchachos del pueblo lo cogieron a patadas mientras se burlaban de su gallardía.
Una noche varios zorros atacaron la finquita de la familia. Mataron hasta la última gallina
y los trece polluelos que había. Además, degollaron al perro nuevo y espantaron al caballo que
69 DESPUÉS DE LA VIDA.
apenas se reponía de su enfermedad. Esa misma noche, bajo la violencia del aguacero, Álvaro
José cayó enfermo.
Al día siguiente, el niño estaba en un grave estado de convalecencia, la fiebre lo mantenía
delirando; gritaba palabras extrañas, se aruñaba la cara y desgarraba sus ropas. Para la llegada
del doctor, había sido amarrado para evitar que se hiciera daño.
No se encontró la causa que provocaba la fiebre y el dolor. El doctor simplemente no
supo que hacer, decidieron entonces trasladarlo al hospital.
El rio se había salido de su cauce provocando la inundación de cualquier posible vía, la
única manera de salir de la vereda era cruzando a pie por un atajo. La ambulancia llegaría hasta
la siguiente tarde. Mientras tanto, al menos dos de los hijos se debían ocupar del cuidado del
pequeño. Al ser el turno de Alba, esta se tiró al lado del chiquillo llorando inconsolable. No dijo
a nadie lo que ya sabía. Besaba el cuerpo de su hermanito en busca de redención.
Pasadas unas horas los gritos cesaron, Álvaro José no volvió a respirar. Desataron su
cuerpecito, lo limpiaron y mientras las lágrimas lo cubrían, pusieron sus mejores ropas.
Durante la velación, observaron con miedo como el cuerpo antes pequeño iba creciendo
en tamaño de forma desmesurada.
Al cuarto día, el del entierro. El cuerpo debió ser acomodado en un ataúd para un hombre
grande. Sus extremidades se habían hinchado y alargado. Su rostro parecía a punto de explotar.
El cuerpo se había expandido hasta alcanzar cinco veces su tamaño. Toda su pureza había
desaparecido.
70 DESPUÉS DE LA VIDA.
Padres e hijas apenas pudieron enterrar al pequeño hijito sin sentir la misma repulsión
que el pueblo había arrojado antes sobre el hijo de la bruja.
71 DESPUÉS DE LA VIDA.
La decisión de papá.
Mamá hacía el almuerzo, mientras la profesora de matemáticas aparecía en la pantalla,
frente a un pequeño tablero dibujando una ecuación. Julián dormía tratando de cubrir su rostro,
mientras fingía escuchar la clase.
Yo trataba de controlar los berridos de Clarita, cuando mamá estaba muy estresada, debía
tapar y apretar la boca de la bebita para que no se molestará, ella se ahogaba en sus propios
berridos, hasta que aprendía del castigo; entonces callaba, pero las silenciosas lágrimas seguían
cayendo por el infantil y ultrajado rostro, al que tratada de consolar por medio de ridículas
muecas.
Papá estaba en el trabajo, solía llegar antes del anochecer, impregnado por el hastío del
trabajo y la llegada a su problemático hogar.
Sandrita babeaba y hacía pucheros mientras miraba la televisión, yo la observaba
distraída, casi ida. Cuando a Julián le tocaba el computador, yo no podía tener mis clases,
entonces la vida era más aburrida. Julián lo usaba los martes y los viernes, yo lo usaba los lunes,
miércoles y jueves. A él no parecía importarle la inequidad con la que compartíamos el aparato,
su único anhelo era el sueño.
Julián roncó, tomé el cuaderno que tenía al lado y se lo lancé a la cabeza, volteó
confundido y sacó su lengua, luego el dedo de la mitad. Por un momento pensé que me iba a
lanzar el estuche metálico que tenía en sus manos, pero se arrepintió ante la posible golpiza que
habría desencadenado; ella siempre estaba de mal humor.
Desde que había dejado de vender sus arepas en la esquina de la avenida y estábamos en
casa todos los días, la perseguía una irritación constante ante la vida. Esta mañana había peleado
72 DESPUÉS DE LA VIDA.
con papá; la ira la había llevado a romper un espejito, con marco de madera oscura que una
amiga le había regalado en su cumpleaños. Creo que se lo lanzó, creo que él lo esquivó. Después
de la pelea, nos levantó de la cama y obligó a hacer planas. Eran las cinco de la mañana, las
clases aún no empezaban, pero a ella le molestaba vernos en paz y dormidos, ella quería que
todos padeciéramos algún sufrimiento.
A la doce y media Julián terminó sus clases, se fue, quizás con sus planes cotidianos de
seguir durmiendo, pero, esta vez- como solía pasar en sus peores días- lo jaló del saco,
arrastrándolo a la cocina, lo puso frente al fregadero y lo obligó a lavar los trastes desgastados y
arrumados. Cada vez que dejaba algún utensilio a medio lavar, lo azotada con el trapo de cocina
en la espalda o en las nalgas. Él berreaba desesperado, de sus lágrimas se desprendían las mismas
ansias de venganza, que cada noche aparecían en los silencios desgarradores de mi padre.
Media hora después una amiga la llamó, estuvo hablando casi por dos horas mientras me
bramaba la tripa. Yo quería servir el almuerzo, pero se enojaría. La quería interrumpir, le quería
gritar. Iba a robar algo de la olla de lentejas, pero ella estaba en la cocina. Así que espere, la
espera era la mejor medicina para cada uno de los berrinches de mamá; la espera, bajar el rostro
como un borreguito herido y no mencionar una sola palabra. Nuestra existencia, enmarcada por
los ruidos que pudiésemos proferir, le recordaba con más fuerza el asco que le causaba su
realidad.
Casi a las tres de la tarde, el almuerzo por fin estuvo servido. Se notaba la mejoría de su
ánimo, incluso nos preguntó la cantidad que queríamos en nuestros platos, eso solo pasaba
cuando hablaba con sus amigas, o con alguno de sus amantes. A veces nos mandaba al cuarto
para hablar por celular, hablaba bajito o se encerraba en un baño y siempre salía de buen humor.
73 DESPUÉS DE LA VIDA.
Sí, seguramente tenía uno, tal vez varios amoríos. Mientras comía, me preguntaba cuál sería su
amante; sin duda debía ser alguien joven y bien parecido, pues ella era joven y bien parecida,
solo tenía unos kilitos de más, la dureza de la calle enmarcada en la resequedad de la piel, y la
maternidad en las estrías de las piernas. Pero era bella, sin duda la más bella del barrio.
Pensé en cada uno de los amigos que había traído a casa en el pasado, todos eran feos y
aún más pobres que nosotros, abandoné esa posibilidad. Estaba entonces el antiguo jefe, tenía
algo de dinero y era rubio, aunque un poco gordo, tenía esposa ¿por eso la habrán despedido?,
quizás. Luego vinieron a mi cabeza los clientes frecuentes de las arepas, había varias
posibilidades, pero todos eran pobres ¿tendría un amante más pobre que nosotros?, lo dudaba.
Estaba evaluando la posibilidad de que su amante fuera uno de los esposos de sus amigas, pero,
fui interrumpida por la llegada de papá.
Nadie lo saludó, el enojo de ella implicaba el enojo por parte de toda la familia, además,
había llegado temprano lo que señalaba implicaba algún error. Julián y yo dejamos de comer, él
se fue al baño y comprendimos por la habitual mirada de advertencia que ella nos lanzaba que
era hora de irnos a nuestro cuarto, tomé a mi hermanita de la silla, cuando Julián entró tras de mi
espantado, cerré la puerta con llave.
Unos minutos después, él salió del baño. La gritería empezó. Hoy era día de paga, y ella
esperaba ansiosa ese dinero, pues el último alimento de la casa, habían sido aquellas lentejas
rancias. Lo primero que hizo fue pedir el dinero a gritos, mientras preguntaba por qué estaba en
casa tan temprano. Por cinco minutos, la única voz que retumbaba era la de ella pidiendo
explicaciones sin dejar que él las diera. Él articuló un par de palabras. Al parecer, el pago se
había atrasado por problemas en la fábrica, por ello también llegaba temprano, apenas y
74 DESPUÉS DE LA VIDA.
terminada su explicación cuando escuché el sonido de un plato contra el piso, luego insultos, más
insultos, las manos de mamá resonaban contra el rostro de papá, ahora su cabeza, luego su pecho.
Más insultos, entonces el silencio dominó. Ahora, la puerta se abría, ella salía, la tiraba con
fuerza y huía de su miserable vida.
Sandra se ahogaba en llanto, notaba la ausencia de la mujer que la obligaba a callar. La
tomé entre mis brazos y la acuné esperando que durmiera, sus chillidos me estaban
desesperando, tenía miedo de que ella volviera, aunque, era poco probable que lo hiciera. Pero, la
niña estaba desesperada del hambre, no había leche, la íbamos a comprar cuando papá llegará
con el dinero. Pero el dinero no llegó. Estuvo chillando hasta que oscureció, se había dormido
con los ojitos llenos de lágrimas, su panza bramaba del ardor provocado por el hambre, la
habíamos acariciado toda la tarde esperando que el cariño mitigará el deseo de comida.
Al terminar el llanto de la pequeña Juli y yo, entre indecisos y asustado salimos del
cuarto. La televisión estaba prendida y papá parecía muerto echado en el sofá. Mandé a mi
hermano a que tratara de arreglar un poco la casa, pues él no se había atrevido a levantar ni los
vidrios rotos. Se opuso, el pánico lo dominaba, pero yo tenía que encontrar a alguna vecina que
me diera dinero para la leche. Lo convencí diciendo que él no despertaría, pues su sueño era
profundo. Lo tomé de la mano para acercamos al rostro del viejo, estaba ensangrentado y ya
tenía un ojo hinchado, le prometí que no despertaría si él no hacía ruidos fuertes. “También
puedo pedir para la leche de Sandra” fue su último argumento, negué con la cabeza, me erguí y
salí con autoridad de la casa, dejé la puerta abierta temiendo que algo malo sucediera.
Lo cierto era que no me quería quedar con él. Era un extraño para nosotros, nunca
hablaba, nunca sonreía, nunca insultaba. Solo comía y veía la televisión. Casi siempre miraba a
75 DESPUÉS DE LA VIDA.
la nada, y cuando estaba en casa parecía que su mente estuviese en otro lugar. A Julián y a
Sandrita nunca les dirigía la mirada, a mamá la esquivaba o agachaba la cabeza. Últimamente
conmigo era diferente. Lo había descubierto mirando mis piernas, me miraba fijamente con
continua antipatía, luego buscaba el rostro de mamá y en el suyo se dibujaba una mirada de
malicia. No lo soportaba, me asqueaba, pero el temor que me inspiraba iba más allá de aquel
rostro que reflejaba un afán más lejano que el deseo.
Pedí dinero en las dos casas de al lado. Ya teníamos mala fama en el barrio, así que me lo
negaron. Fui a donde la señora Gloria, era anciana y tal vez si lloraba se podría apiadar de la
situación. En el camino pasé por la taberna de la cuadra, me silbaron, apresuré mi paso.
Salí de la casa de la señora Gloria con buen dinero, había sido honesta y le había pedido
que no le contara a mamá, sabía que ella me pegaría si supiera que andaba en aquellas andanzas.
La vieja aceptó mis ruegos y le prometí que un día me escaparía de la casa para ir a hacerle el
aseo, el trato fue justo. Corrí a la tienda y compré la leche, un tarro mediano, sobraron unas
monedas, las gasté en unos panes.
Al llegar a casa Julián había recogido casi todo el reguero, él seguía tirado en el sofá. Se
respiraba un aire más tranquilo. Hicimos agua panela, comimos el pan y despertamos a Sandra
para darle su leche; casi parecía aliviada, la tomó con rapidez y con una leve sonrisa en sus
diminutos labios, volvió a dormir.
Estuve despierta toda la noche, esperando con angustia la llegada de ella. El sonido de la
puerta me despertó, era papá que se iba a trabajar, ella todavía no llegaba.
76 DESPUÉS DE LA VIDA.
Me levanté y me bañé, di de comer a mis hermanos y los acomodé nuevamente en la
cama. Entonces, evadiendo el rugido de mis tripas y la desgraciada realidad a la que me había
visto forzada a resolver, me dirigí al computador para tomar las clases.
En la tercera hora, pasadas las nueve de la mañana, sonó la puerta. Ella entró y la tiró con
violencia. Voltee para saludarla, pero ella me ignoró, se encerró en su cuarto y no salió hasta
pasadas la una de la tarde.
Teníamos hambre, pero a excepción de la leche de no había nada que comer en la casa.
Cuando salió, ella arrojó al piso unos paquetes de papas, y se metió al baño.
Los paquetes no hicieron mucho efecto, pues el sonido de nuestros estómagos opacaba de
cuando en cuando el ruido de la televisión. En toda la tarde, ella no se atrevió a mirarnos ni una
vez. Observó el tarro de leche que estaba en la cocina, pero decidió ignorar el hecho por el que
tantas veces me había golpeado.
Llegaron las seis y él no llegó. Ella ignoraba el hecho, pues desde hace una hora hablaba
como una lora por celular. Al colgar, un rato después cayó en cuenta del asunto, su furia se hizo
evidente, empezó a maldecir el nacimiento de cada uno de nosotros, luego el haberlo conocido.
Maldecía a sus padres, a las vecinas y a su vida. Reiteraba su odio al amor adolescente que la
habían hecho caer en la vida conyugal y gritaba pidiendo clemencia para que un omnipotente le
devolviera lo que habría sido un futuro diferente.
Durante una hora gritó enfurecida, luego asustada, al final solo lloraba. Y así se durmió,
esperando despertar con dieciséis años. ¿Habría alguien que la escuchara?
“¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué sigues en silencio?” recordé ese fragmento, la profe
Estela lo había mencionado unas clases atrás. ¿Realmente habría alguien que escuchará nuestras
77 DESPUÉS DE LA VIDA.
plegarias? Necesitaba de alguien que me escuchará, y que la escuchará a ella. Así que recé, recé
para que me quitaran el hambre y el miedo, recé para que Sandrita tuviera leche todos los días,
supliqué para que me dieran una madre y un padre a los que no les tuviera miedo. Rezando y
llorando, caí dormida.
No supe cuánto había dormido, el grito de ella me despertó, le daba la bienvenida a él con
sus fuertes insultos. Abrí la puerta, solo un poco, quería ver si el traía algo en sus manos, el
hambre le ganaba al espanto.
Se tambaleaba, estaba ebrio, ella lo notó y lo insultó con más fuerza. Le lanzó un puño a
la cara, luego una cachetada, lo cogió de los cabellos y lo empujó. Esta vez, él subió la mirada, la
fijo en ella, lanzó un puño con su mano derecha, este impactó en su rostro lanzándola a unos
metros. Julián tras de mi empezó a llorar. Las manos me temblaban; sudaban, mis pálpitos
llegaban a mis oídos. Estaba petrificada. No podía parpadear. Las lágrimas se aproximaban.
Mi madrecita no se movía, él se dirigió a la cocina, volvió unos segundos después,
llevaba el único cuchillo viejo y oxidado en su mano derecha. Caminaba lento, ya no se
tambaleaba. Al llegar frente a ella su mirada se dirigió a la nada por unos minutos, un momento
después se agachó y clavó el cuchillo cerca de su pecho, luego en el estómago, en su garganta, en
su bella cara. La sangre cubría sus manos y parte de su rostro había quedado salpicado. Sandrita
se había despertado, chillaba esparciendo el escándalo, chillaba como queriendo dar aviso de la
tragedia. Julián la imitaba. Yo seguía helada frente a la puerta.
Lo miraba fijamente sin poder controlar mis acciones. Debería haber cerrado la puerta.
Debería haber trancado con las camas, o las mesas. Debería haber puesto una barrera.
78 DESPUÉS DE LA VIDA.
Minutos después, el volteó quedando justo frente a nuestra puerta. Subió su rostro y
mantuvo sus ojos en los míos mientras se acercaba con el cuchillo ensangrentado en su mano
derecha.
79 DESPUÉS DE LA VIDA.
Los ladridos.
Adoraba ser despertada para observar el reloj y tener el placer de saber que aún me
quedaba unas horas de sueño, por ello disponía de tres alarmas a distintas horas de la noche y la
madrugada.
El sueño era el placer más grande del que mi insípida vida podía disponer. El letargo que
traía consigo era fascinante. La perdición, la calma, la creación. El aturdimiento y el
ensimismamiento eran lo único que me mantenía cuerda. Las ocho horas de sueño eran el
narcótico que me otorgaba aguante para las siguientes horas en las que me tenía que enfrentar a
la realidad.
Desgraciadamente mi goce se había visto afectado en los últimos días por los ladridos y
gruñidos de mi perro cada madrugada, un criollo azabache de mirada inexpresiva. Y que,
extraordinariamente mis padres afirmaban no escuchar, pues su habitación se encontraba en el
último piso y se aislaba del resto de la casa gracias a una gran puerta de cedro.
Los sucesos habían iniciado hace cinco días, el lunes seis de abril, entre las dos y las tres
de la mañana. El perro dormía en el segundo piso, en una cama hecha a su medida, que se
ubicaba en el pasillo, justo al lado de mi habitación. Lo primero que me despertó, fueron sus
rugidos, el desespero avivó manso, apenas perceptible los primeros minutos, pues los profería
desde su cama, algo que había hecho en situaciones anteriores al sentir gatos próximos a la casa.
Cerca de quince minutos después, los sonidos continuaron, lo siguiente que escuche fueron sus
pesadas patas golpear contra las catorce escaleras, luego el peso de su cuerpo contra la
gran puerta principal de acero, finalmente sus estruendosos ladridos que se extendieron hasta la
primera luz del alba, a pesar de las continuas reprimendas que recibía debido a los ataques de ira
que me provocaban sus ladridos
80 DESPUÉS DE LA VIDA.
Al otro día, mi irritación fue evidente durante la hora del desayuno. Cuando madre me
interrogó, le conté fastidiada sobre el asunto. Dudó de mí, luego se burló diciendo que un simple
chancletazo habría servido para callar al animal. ¿Un simple chancletazo? ¡Pero claro que lo
había hecho! Salí al menos diez veces durante la noche, en las primeras le pegué en el rabo con
mis pantuflas, él se calmó durante unos segundos y luego volvió a bajar furibundo
Las siguientes dos noches todo había sucedido de manera similar; el rugido del perro
desde su cama, el escándalo al bajar por las escaleras y los estruendosos ladridos que profería
hacia la puerta. En ambas ocasiones salí de la habitación gritando insultos y asestando golpes, él
regresaba a su cama con la cabeza gacha y el rabo entre la patas, se comportaba unos minutos, y
justo cuando estaba conciliando el sueño, retornaba con el alboroto. Al tercer día no pude
levantarme de la cama a la hora de ir al trabajo, me tomé una licencia de una hora más de sueño.
Pese a mi rigurosa rutina, no me arreglé, ni desayuné, aun así, llegué quince minutos tarde a
recibir mi turno en la librería.
Ese ocho de abril, durante las ocho horas de trabajo el interrogante sobre las razones por
las que el animal hacía semejante escandalo obsesionaba el transcurrir de mis pensamientos.
Los tres días revisé la casa, y sus alrededores buscando rastros de gatos, roedores,
cucarachas o algún animal que desequilibrara la atmosfera de tranquilidad: no encontré nada. El
silencio solo era perturbado por el sonido del mecanismo de la nevera, todo estaba en orden, los
muebles, la televisión, el cuadro que representaba la icónica escena del Quijote de la mancha
atacando los molinos de viento, los jarrones metálicos con rosas y claveles artificiales, el tapete
de bienvenidos… todo seguía igual, nada. Ahora la causa era lo que más me intrigaba, pues el
animal había vivido ocho años a nuestro lado y jamás se había comportado de aquella manera.
Rugía y ladraba con las molestias de chiquillos o vendedores que se acercaban a la puerta, pero,
81 DESPUÉS DE LA VIDA.
se calmaba con un par de gritos; nunca había sido tan testarudo y escandaloso como los últimos
días. Su existencia había pasado casi desapercibida.
Junto con dos compañeros nos dirigimos a almorzar. Mi rostro pálido y ojeroso había
causado incertidumbre, así que fue primer tema del día mientras esperábamos la llegada de la
comida. Los miré con rencor, cómo los odiaba por metiches, pero la máscara de cortesía me
obligó a mencionar el tema como algo ordinario, minimicé el asunto y omití aquellos episodios
de furia contra el animal.
Durante el recorrido a casa tome la decisión de dormir en la sala esa noche, creía que de
esa manera podría averiguar qué molestaba al canino o disuadirlo con mi presencia de que no
hiciera el escándalo. También pensé en sacarlo, dejarlo a la deriva en algún lugar lejano
¿regresaría?... no debí haber comunicado el asunto a mis padres, seguramente la sospecha se
posaría en mí.
La última vez que ojeé el reloj eran las once de la noche, un rato después me quedé
dormida. Eran cerca de las tres de la madrugada cuando los ladridos me despertaron, lo primero
que hice fue gritar el nombre del perro, pero mis gritos eran opacados por los malditos ladridos,
me quedé en la oscuridad, intentaba escuchar el trasfondo, la causa del bullicio, nada llegaba a
mis oídos a excepción de los ladridos. Esperé durante varios minutos, en silencio, inmóvil,
quizás de esa manera descubriría la causa, nada. Solo la nada de la oscuridad se hizo presente,
fije mi mirada en el techo esperando develar los secretos de la noche, pero, la profundidad de la
oscuridad me invadió, me incomodó, casi me asustó. Entonces, fui nuevamente consiente del
escándalo, y la furia se apoderó de mí. Tomé el florero metálico que se encontraba encima de la
mesita del centro de la sala y lo lancé con fuerza a donde creía estaba ubicado el animal, para
desgracia de este, mi puntería fue acertada, pues de inmediato los ladridos fueron remplazados
82 DESPUÉS DE LA VIDA.
por insoportables chillidos. Inmediatamente la furia de la que era presa desapareció, encendí la
luz y lo encontré tirado al lado de la puerta, con el jarrón a su lado, intenté levantarlo, pero solo
conseguía que chillara con más fuerza, invadida por el pánico, subí a pedir ayuda a mis padres.
Le palpamos el cuerpo, su tortura se hacía más fuerte cuando pasábamos la mano por el
estómago, de seguro la herida estaba allí. Dos horas después no lo habíamos logrado calmar,
tomamos la decisión de llevarlo al veterinario, en donde madre mencionó que la causa del
desastre era una caída por las escaleras.
Eran las cinco y treinta de la mañana. El canino estaría en observación varias horas y mis
padres debían irse a trabajar. Era evidente que yo debía cargar con la culpa. Al despedirse madre,
sentí aquella pizca de aversión que se había presentado en varias ocasiones, cuando ella, ajena a
los pensamientos de su hija, me encontraba en situaciones que turbaban su tranquilidad.
A las ocho de la mañana supe que le habían hecho una ecografía, exámenes de sangre y
hasta una biopsia –todo lo anterior debía ser sacado de mis insípidos ahorros- supe también que
lo habían vendado, dormido y aplicado antinflamatorios para la herida, se estaba a la espera de
los resultados de los exámenes para ver la realidad de la herida. El veterinario creía que no era
nada grave. Después de una breve charla me dirigí a tomar desayuno en la primera cafetería que
encontré. Mientras comía desganada, me preguntaba como zafarme de aquel incomodo asunto
con mis padres. Nunca adoré a los animales, a aquel negro azabache nunca le dirigí una caricia,
palabra o mirada de cariño. Lo aguantaba como castigo de mis anormales comportamientos en el
periodo de la infancia y parte de la adolescencia. Sin embargo, el animal siempre fue tranquilo,
nunca estorbó en mi vida o buscó mi cariño. Era mimado y adorado por mis padres, y ante el
repudio que yo parecía emanar, el perro se alejaba y evitaba molestias. Solo lo sacaba a pasear;
era el precio que pagaba por cada una de las comodidades de las que disfrutaba.
83 DESPUÉS DE LA VIDA.
Mis padres habían tratado de mitigar la rareza de su hija con la presencia de algo que
ellos consideraban puro y noble. Cuando notaron su fracaso, aceptaron la realidad de mi
naturaleza. Fueron padres ordinarios, faltos de coraje. Encontraron en un perro azabache el amor
que nunca quise darles.
Cuatro horas después me informaban los resultados de los exámenes, el animal no tenía
nada grave, pero debía permanecer en observación esa noche para vigilar la inflamación.
Dormí sin interrupción por más de once horas. Me levanté fresca y recompuesta, lo
recogí en la veterinaria a tempranas horas de la mañana, el pagó de la cuenta me ofendió hasta lo
profundó de mis entrañas.
Al llegar a casa mis padres me recibieron con cierta sequedad. La necesidad de mejorar el
asunto era imperante, pues las repercusiones de la repulsión que seguramente sentían ahora
podían ser terribles para mis futuros planes. El perro se encontraba al lado de ellos, envuelto en
una de mis cobijas. Subió las orejas al sentir mi presencia y se acurruco con apariencia
enfermiza.
La noche fue igual al resto de las noches; la comida, una charla, un baño, una lectura,
luego, el sueño. Me acomodé en la cama a las once y cuarto de la noche, horas después los
rugidos se hicieron presentes nuevamente, las patas, los ladridos, las babas de la furia.
No abrí los ojos. La rabia ya se había apoderado de mi cuerpo, ráfagas me recorrían,
primero por el cuello, bajaban por la espalda, subían a la cabeza y a las orejas y luego a las
manos. Las yemas de los dedos estaban frías, los brazos y piernas daban pequeños saltos, saltos
de cólera. Mi cuerpo se hizo ajeno a mis deseos racionales, en cambio, aquellos que disputaban
su puesto desde mi infancia ganaron la contienda. Me dominaba la emoción que salpicaba de
furia cada uno de mis movimientos. Ahora estaba corriendo, bajando las escaleras con el mismo
84 DESPUÉS DE LA VIDA.
ímpetu del canino los cinco días anteriores. Tomé el mismo jarrón de metal con que
anteriormente lo había herido y escuché con alegría sus chillidos de suplicio, uno a uno se
desvanecían para dar paso al anhelado silencio.
Por fin, calma.
85 DESPUÉS DE LA VIDA.
La caída de la señorita Constanza.
No siempre se habían comportado de aquella desagradable manera, los primeros días del
año anterior le dieron la bienvenida con ternura y lo que parecía ser respeto. Los más perspicaces
notaron la flaqueza de la nueva profesora casi de inmediato, para el primer mes toda la clase era
consciente de la ventajosa situación. Para el segundo mes los niños de primero a se
transformaron en criaturas incontrolables cuyo dominio era completo.
Los mimaba con exageración, los enaltecía, los amaba con la pureza que solo concede
una madre. El tierno proceder de la señorita Constanza, era para los chiquillos muestra de
debilidad y patetismo, proceder que desató aquella perversión que surge en sociedades corruptas
fascinadas ante la idea de explotar al más endeble.
Su pensamiento era extravagante; la manera como enseñaba dependía en gran medida del
amor que fuese capaz de otorgar, siempre el afecto, nunca la reprimenda. La candidez y nobleza
le habían nublado la vista muchos años atrás; ahora, al enfrentarse a las criaturas metamórficas
con las cuales se encontraba, sus ideales empezaban a ceder, la ilusión estaba siendo estropeada
por chiquillos que aún no sabían leer y, aquellos solidos muros que había construido durante su
educación estaban siendo derrumbados con la velocidad que ejerce el miedo sobre el hombre.
“Toda relación tiene límites Constanza, todos debemos aprenderlos, ¡Esos niños te van a
volver loca!” repetía metódicamente su compañera Myriam, ella insistía en usar el castigo y la
sanción como métodos fundamentales para la enseñanza. Constanza apenas escuchaba, al
finalizar cada discurso débilmente lanzaba unas palabras de comprensión y disculpa. Aquellas
charlas terminaban con un abrazo de su robusta compañera, que al verla tan débil en espíritu y en
apariencia se compadecía de su flaqueza. “Son niños querida, necesitan reglas, necesitan límites”
era la frase que continuamente repetía mientras bebía un café muy cargado cada mañana.
86 DESPUÉS DE LA VIDA.
Ella era la única que le dirigía la palabra, los demás acaso la saludaban en las mañanas.
La falta de carácter y rigidez exasperaron a sus compañeros apenas unos meses después de haber
iniciado el año escolar. Para empeorar la situación, la problemática empezaba a tener
repercusiones en toda la institución, cuya desorganización y alboroto se hacían cada día más
notables por los padres, cuyas quejas llegaban continuamente de las directivas, por medio de
notas o llamadas, haciendo evidente el atraso académico y actitudinal de los chiquillos.
La vida de Constanza se transformó en un tortuoso suplicio, por un lado, chiquillos
incontrolables, por el otro, adultos cuya lógica no comprendía el engorroso método al que se
había encomendado. Padres y compañeros la observaban a diario con desprecio, negando la
posibilidad de un cambio, empujándola a la soledad.
Desde sus primeros pasos se había caracterizado por ser una chiquilla vigorosa y tenaz.
Someterse a la perdida de ideales forjados durante tanto tiempo no era una opción. A pesar que el
cansancio estuviese atiborrando su cuerpo y alma, estaba decidida a no dar un paso atrás. De esta
manera se embarcó en un camino de negación, fluctuante de resignación; eran chiquillos,
Antonio el más pequeño de la clase apenas tenía cinco años y medio ¡solo cinco años! día a día
se repetía que la senda faltante debía ser larga y difusa, como todos los caminos correctos por
recorrer en la vida, pero, en definitiva, aquel método funcionaria con el paso de los años, de
aquello estaba segura. Tendría adultos afectuosos, pacientes, humildes y comprensivos gracias a
dicha idea que tanto se esforzaba en promulgar; una enseñanza con buenas dosis de cariño era la
solución y el medio más efectivo para un buen aprendizaje, aquel precepto le había casi
obsesionado con el paso del tiempo.
Cada mañana, antes de iniciar sus lecciones, la señorita Constanza hacía esfuerzos
sobrehumanos para mostrarles, de diferentes maneras la importancia del amor; ellos convertían
87 DESPUÉS DE LA VIDA.
cada lección en un motivo burla. Al llegar a clases los infantes se transformaban en el señor
Hyde, se arrimaban al salón con sus pisotones bestiales y un ruido que se asemejaba a las
trompetas del apocalipsis. La malicia de los niños se manifestaba con tal suspicacia que,
únicamente hacían su berrinche al llegar al aula la señorita Constanza. Durante el primer año
fingieron con impecable gracia frente a todos aquellos que no fuesen Constanza., cuando ella
estaba; rompían, empujaban, pateaban. Cada mañana quebrantaban ideas, destrozaban guías,
empujaban sillas, pateaban zapatos y ridiculizaban cada principio que vislumbraban. Mientras
más calma ella exterioriza, peor se comportaban. Cada esfuerzo que ella demostraba era para
ellos sinónimo de burla. La habían convertido en un ser inferior, carente de fuerza, blanco de
mofas, un ser tan bajo que no merecía la más mínima cortesía.
A pesar de la terquedad que demostraba con sus comportamientos, su juicio flaqueaba.
Unos meses atrás hubiese defendido con la fuerza de su espíritu la pureza de los niños. Para ella
todo niño nacía bueno, aquella idea era infranqueable, antes. Ahora, dudaba. La duda dominaba
sus miedos. ¿Cómo podrían hacer flaquear los preceptos arraigados a su espíritu con tanta fuerza
criaturas tan pequeñas y en tan poco tiempo?
Tanto era el caos albergándose en su interior, cuyo malestar se evidenciaba en su
descuidado y enfermizo aspecto físico, que estaba empezando a alojar en si otro tipo de
conclusión, a la que ahora, tenía más cercanía. La sociedad en definitiva dispone límites, muchos
innecesarios, otros relativos y los que ella había ignorado en su afán de innovar; aquellos
insustituibles. Dicha necedad de aquellos importantes términos, serían los que transformarían a la
clase de primero a en una copia de Jack y su sequito de indomables, Piggy sería ella sin saberlo.
La peor era Adelaida, de seis años, sufría de enanismo, no obstante, tenía un
comportamiento tan intenso y penetrante que la hacían parecer de mayor edad. La niña había
88 DESPUÉS DE LA VIDA.
tomado el mando del curso. A los ojos de cualquiera asemejaba ser una chiquilla muy dulce;
apenas llegaba a los 62 centímetros de altura, su cuerpo y rostro parecían tener forma cuadrada.
Los hombros se llevaban la atención de cualquiera que la observara, pues eran tan anchos y
grandes que parecían no encajar con el resto del cuerpo. Su torso era desmesuradamente largo a
comparación de sus piernas, las cuales eran abultadas, voluminosas y cuneiformes, los pies eran
diminutos al igual que las manos; sin embargo, sus dedos eran rechonchos y gruesos, las uñas
apenas eran visibles. En esencia, Adelaida era desagradable. Su corta edad hacía de aquella
situación algo poco notable. A diferencia del cuerpo, el rostro de Adelaida se podía apreciar
como angelical, sus ojos lucían como dos grandes girasoles; las pestañas eran los pétalos y los
discos de flores eran esos enormes hoyos similares al ébano que se producía en las más intensas
noches. La tez se asemejaba al plumaje de los cisnes, los labios eran delgados, casi
imperceptibles, al igual que su nariz. Tenía los cabellos sedosos y abundantes y tenía un par de
arrugas en su frente que se acentuaban cada vez que se impacientaba. Verla producía ternura, su
presencia manifestaba la sensación que produce un ser indefenso.
Adelaida era consciente de sus talentos físicos, desde que la luz de la razón había
alumbrado su pensamiento. Era así como amansaba con una seguridad inaudita a cualquier
adulto con el que tuviese contacto, ellos se derretían ante el encanto y así, desde una corta edad
manejaba a su antojo los senderos de la vida. ¡Semejante malicia con la que se enfrentaba
Constanza!
El año había terminado dejando a Constanza abatida y al borde del abismo. Los
chiquillos habían sacado hasta la última pizca de su ponzoña durante los dos últimos meses de
clases, aquello cuarteó por siempre sus ideales, dejando famélicas sus ganas. Aunque
persistentemente, lo negaba.
89 DESPUÉS DE LA VIDA.
Al finalizar aquellos pavorosos meses, todos los docentes de la institución se reunieron
para aclarar asuntos referentes al año siguiente y la organización de la institución; los que la
conocían le lanzaban distintos tipos de miradas: unas de repulsión, otras de inclemencia y odio,
las peores eran de compasión. Ese día, al nombrar asuntos que requerían de inmediata atención,
el horror de Constanza se hizo evidente, bajó la mirada devastada, y el escaso color que quedaba
en su rostro, de inmediato menguó. El asunto era innegable, además era bochornoso, el desorden
que provocaban los chiquillos de primero a era insostenible. La rectora iba a pronunciar un
discurso fuerte y sin disyuntiva alguna, sin embargo, las miradas comparecientes en la sala y la
presencia de la señorita Constanza, una muchacha tan sagaz en otros tiempos la hicieron
tambalear, al fin y al cabo, pensaba ella, los infantes por aquellas edades son terribles. Titubeó al
dar un veredicto despótico, resolvió en primera medida preguntar a la maestra.
“¿Desea usted seguir con los mismos niños el próximo año?” Constanza pareció
estremecerse en su asiento, la sola idea le producía tanta aversión como espanto, pero la
terquedad dominante en su espíritu se hizo presente ante la situación. Observaba con temor el
posible abandono de sus ideales, el negarse a seguir sería un abandono sin retorno. Tuvo que
morderse la punta de la lengua para poder proferir una respuesta.
“Me gustaría seguir con mis niños, si no les molesta” los otros la miraron casi hastiados,
su tenacidad se había convertido en un asunto oficialmente embarazoso, solo había que observar
su rostro ojeroso y cadavérico para notar que aquella aventura la estaba extinguiendo, luego
estaba el asunto de sus dedos temblorosos. Para aquellos que la observaban con más cuidado
había un sudor que bajaba por su cuello cubriendo la parte superior de su camisa. Myriam
impaciente tomó la mano de su compañera, aquel gesto se revelaba como una exhortación clara
para que se rindiera, Constanza la acalló tomando una posición ineludible.
90 DESPUÉS DE LA VIDA.
El fin del año escolar daba paso a las ansiadas vacaciones, durante aquellos dos meses
Constanza mejoró tanto física como mentalmente. Las ganas de enseñar se reactivaron después
de dos semanas de descanso, para cuando se cumplió el mes ya estaba organizado el itinerario
del año. Restableció su calendario, adelantó actividades, se informó continuamente sobre nuevas
posibilidades de enseñanza para niños de primaria, su creatividad se desplegó como una ráfaga
inexorable. Aquellos días, olvidó por completo la dificultad primordial a la que se vería
subyugada en los días de retorno al colegio; el carácter depravado en aquellos niños.
Fueron nombrados segundo a, gritaron con aparente alegría cuando se dijo que la señorita
María Constanza Guzmán Ojeda sería la docente a cargo. Se comportaron con una parsimonia
engañosa durante el día de bienvenida. Para el segundo día, se presentaron serenos ante la
rectora, contuvieron al bárbaro mientras los altos mandos daban advertencias afanosas,
exactamente veinte minutos después de que se esfumaran, en tanto la señorita leía un discurso de
bienvenida; estallaron. Suspendió su discurso al ver semejante turba, resolvió repartir los
pequeños postres que había horneado la noche anterior, tal como había previsto reaccionaron
como animales hambrientos. Al único estimulo que habían respondido el año anterior eran las
golosinas, y esto aparentemente se mantenía.
Después de gritar lo que estaba próxima a regalar, si cada estudiante se dirigía a su
respectivo asiento, con un vigor e impulso que habían surgido gracias a sus días de descanso,
Constanza suspiró serena, se dirigió a la primera fila para repartir los pequeños postres, casi
todos eran arrebatados de sus manos al contacto. Al terminar la tercera fila, sintió un impacto de
algo viscoso en la nuca, quedo perpleja por un segundo ante la inminente acción cometida por
alguna de los niños. Escuchó el estrépito ensordecedor proveniente de las risas flotantes, luego,
el encuentro irreversible con los otros pastelitos, como balas agudas al resto de su cuerpo. La
91 DESPUÉS DE LA VIDA.
señorita se había convertido en blanco de humillación, alaridos, burlas y ahora de los pastelitos.
Estaba pasmada, volteó lentamente, entonces observó encima del escritorio a Adelaida. No reía,
ni gritaba como los otros niños, solo estaba allí, imperturbable y perversa… de pronto sus
delgados labios se ondularon y sus ojos le lanzaron una mirada de auténtica malicia, la pequeña
disfrutaba de su agonía. Constanza salió horrorizada del lugar.
Dos hechos más condujeron hacia aquel fatídico día.
Después de tres meses de iniciado el año, le había comenzado un tic nervioso en el
parpado del ojo izquierdo, este saltaba inquieto a cada minuto del día. Su peso no pasaba de los
cuarenta y cinco kilos, además, bajaba desproporcionadamente cada semana. Su rostro adquiría
una apariencia cada vez más mortecina conforme transcurrían los días. Los pequeños huesos de
sus dedos y manos se vislumbraban al punto de parecer esqueléticos. El amarrillo se había
adueñado de sus uñas y del color rojizo que antes tenía su boca. El cabello, pestañas y cejas
desaparecía con frecuencia, se quedaba en el cepillo, en las almohadas e incluso en las endebles
manos de la señorita Constanza. En esencia, su aspecto era deplorable, en los días en que incluso
olvidaba combinar sus conjuntos y peinar sus cabellos, espantaba sin pretensión alguna a los
otros chiquillos de la institución.
Aquel día la maestra se encontraba sumida en un desasosiego imposible de describir.
Myriam se había visto forzada a dejar de asistir a la institución por unos días pues, un accidente
le había ocurrido dos semanas atrás, la añoranza de una charla tranquila le carcomía el alma. Era
martes, el peor día de la semana para enfrentarse a los chiquillos; aquellos días, solo impartía las
lecciones necesarias, enunciaba de manera tenue y débil lo que se disponía en el currículo
para los niños de segundo de primaria, luego, enclenque distribuía unas guías que neciamente
diseñaba cada noche. En ocasiones reproducía un filme o algún material audiovisual que
92 DESPUÉS DE LA VIDA.
mostraba dos veces por semana. Todo aquello lo realizaba consiente de que no tendría fruto
alguno. En las jornadas donde se mostraban misericordiosos, los infantes corrían y gritaban
impacientes por el salón, quizá proferían algunos golpes entre ellos o algún insulto grotesco, esos
eran sus días pacíficos, eran pocos. Los días regulares sus comportamientos oscilaban entre los
anteriores y búsquedas del tesoro por las instalaciones del colegio menos vigiladas, peloteras en
el parque, el cual, para desgracia de Constanza estaba ubicado frente al salón, y proliferación de
gritos incesantes en las aulas más cercanas. Los días más fatales; en estos las descortesías que
proclamaban los transformaban en impúdicos seres sensibles a cualquier arrebato de furor y
cólera, eran puercos, soeces y toscos; jugaban y dejaban sus desechos en cualquier parte del aula.
La mayor parte de dichos días acontecía los martes, por alguna causa que nunca llegó a conocer.
Ese día con el espanto pujante recorriendo sus venas amedrentadas por los días que no se
detenían, la maestra llevaba una cinta; una de esas populares y que deslumbraban
transitoriamente. La turbación y el vértigo la habían estado dominando la noche anterior y en la
mañana se presentaron inclementes, Constanza se había apresurado al baño más cercano, sentía
como los líquidos saldrían de su cuerpo en un próximo momento; no sucedió, descansó por unos
escasos minutos contemplando su imagen fatigada frente al espejo, enjuagó su rostro y el agua
serenó un poco sus sentidos. Recordó a los infantes y se estremeció, al llegar al salón sus temores
fueron evidentes; los dos aparatos que con recelo aseguraba cada vez que tenía la osadía de
presentarlos frente a la jauría estaban completamente destrozados; ambos estaban tirados en el
piso cubiertos un líquido viscoso y rojo, parecían haber sido aplastados por gigantes y algunas
partes estaban desprendidas en diferentes esquinas del salón. Nadie prestó atención cuando la
maestra descubrió el espectáculo, la ignoraron con la inclemencia que los caracterizaba, cuando
se tiró al piso y empezó a proferir susurros de algo ineludible. Estuvo tirada en el suelo, con sus
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piernas contenidas firmes a sus brazos, la mirada quebrantada y sacudidas variables en distintas
regiones de su cuerpo. En aquel ultrajante estado estuvo durante cuarenta y ocho minutos,
momento en el cual la coordinadora se presentó ansiosa ante la exagerada gritería del salón.
El evento anteriormente narrado le concedió Constanza tres semanas de libertad, tres
diagnósticos de enfermedades graves y dos que estaban a punto de serlo, entre ellas se
destacaban sus afecciones referentes al corazón; en año y medio de calvario, su corazón, el de
una mujer cerca a los treinta y un años se había transformado en el órgano de un vejestorio. Su
sistema digestivo colapsaba con rapidez, y los niveles de azúcar estaban por los aires. Aquellos
diagnósticos ordenaban de manera inmediata su renuncia, sin embargo, no sucedió. La profesora
estuvo el primer día de la tercera semana puntual y firme en el despacho de la rectora durante
tres horas, nadie nunca supo que se discutió, pero, al salir y de manera indescifrable la rectora
tenía como decisión irrevocable la continuación de la señorita como profesora a cargo de
segundo a lo que quedaba del año escolar. Todos se helaron ante la decisión.
Veinte días después de su retorno, las miradas se posaban sobre ella; en tres días se
celebraría la festividad anual de la institución, esta precisaba la participación cada uno de los
cursos, presentado una muestra artística al resto de la institución, que incluía los familiares de
estudiantes, maestros y administrativos. El desafío era evidente, con la ayuda de Myriam, la cual
no despegaba la atención de su amiga, se organizó lo más concreto y sencillo; disfraces hechos a
mano para cada chiquillo, ponerlos a recitar el himno de la institución frente a los padres,
mientras realizaban unos sencillos pasos. Además, los disfraces se presentarían como
presuntamente realizados por ellos, y, lo más crucial; era una presentación corta la cual no daba
espacio para una turba.
94 DESPUÉS DE LA VIDA.
Eran las diez y cuarenta y cinco de la mañana, los infantes acababan de entrar de recreo,
durante el cual había organizado los asientos en media luna para la realización de una actividad
lúdica después de una breve lectura. Se encontraba tan entusiasmada por el resultado de los
últimos días, que había olvidado por completo la conducta retorcida de los chiquillos. Cuando
entraron al salón de clases el espíritu salvaje se hizo perceptible nuevamente en el aire,
desorganizaron los puestos y procedieron de nuevo a hacer el desorden matutino. El deseo de
Constanza apareció vehemente, profirió entonces una orden estruendosa y profunda:
“¡Se callan ya! ¡Todos sentados!”
Hubo silencio, por un momento la muchedumbre pareció temerosa. Los menos
intrépidos, tomaron asiento con ínfulas de resentimiento, otros, solo observaban medio aturdidos,
el resto buscaban en Adelaida un amparo para producir un accionar. La pequeña niña dirigía una
mirada solemne a la profesora. La osadía que se había atrevido a realizar segundos atrás no
tendría reparo alguno. Constanza se impacientó, al transcurrir los minutos fue dejada a un lado,
todos dirigieron su vista hacia Adelaida, quien, calmada, aún no profería mandato alguno.
“Sentémonos, por favor” trato de arreglar Constanza mientras sentía como la sangre
hervía por sus venas. Nadie le prestó atención. Los infantes parecían estatuas en espera palabras
mágicas. La mirada de Adelaida se situó en las pinturas del estante derecho, luego a los trajes
colgados en la parte superior del fondo del salón, así, sin palabra alguna, su orden se hizo
palpable. Las veintidós criaturas se apresuraron a los pupitres al estante, con velocidad cada uno
tomo su arsenal en un tiempo imperceptible, cuando Constanza fue consiente de la decisión, ya
estaban lanzando las pinturas sobre los trajes que con tanta dedicación ella había confeccionado
las últimas semanas. La escena era monstruosa; los colores flotaban a las prendas, a los pupitres,
a toda la instalación, en un momento los lanzamientos tomaron dirección hacia el televisor y el
95 DESPUÉS DE LA VIDA.
tablero, entonces, se lanzaron hacia ella, en una danza impura, gestos agrestes y palabras
indecentes mientras tiraban la pintura al rostro despavorido de la señorita Constanza;
así prosiguieron por unos instantes perpetuos. Ahora cantaban el himno con voces entre roncas y
chillonas, algunos tomaron los vestidos y desgarraban partes como arrancar carne del pescuezo
de una cebra. Otros yacían en el piso siguiendo la melodía disonante.
Las manos de Constanza se hicieron pesadas, un hormigueo las aguijoneaba, pronto se
elevó a los brazos, codos, hombros, finalmente al cuello. La respiración ahora era lejana. La
puerta estaba a unos veinte pasos, pero sus piernas no respondían orden alguna, para cuando el
ardor se posicionó cerca de su pecho, cayó al piso. El dolor se hizo insoportable, unos minutos
después la consumió imponente. La señorita Constanza apenas pudo producir un leve sonido de
terror.
Instantes después los infantes moderaron su tono de voz y comportamiento. Adelaida
ordenó a aquellos que se encontraban cubiertos de pintura ir a lavarse sin que fuesen notados.
Sabían el estado de la señorita Constanza, todos eran conscientes, a pesar de ello, ni una mirada
se disparó al cuerpo inerte. El timbre declaraba la hora de la salida, al conjunto tomaron sus
respectivas maletas y corrieron fuera del salón.
Myriam desde su puesto de vigilancia, notó cómo algunos chiquillos se dirigían a la
salida de la institución con manchas evidentes en sus uniformes, fijó su mirada en tres de los
estudiantes, conocía esos rostros irreverentes. Se precipitó al salón de Constanza, la puerta estaba
cerrada, dio tres toques sin recibir respuesta alguna hasta que se impacientó, entonces pateó la
puerta. La imagen la horrorizo, Constanza yacía tendida en el piso cubierta de pintura. Corrió
hacia su querida amiga y observo lo irreparable. Tenía los ojos abiertos, lucían inmensos ante el
96 DESPUÉS DE LA VIDA.
evidente terror de sus últimos minutos de vida. El cuerpo estaba áspero y compacto, sus labios
morados, había sangre en su lengua y las uñas estaban marcadas en las muñecas.
97 DESPUÉS DE LA VIDA.
La venganza de Valdemar.
El miedo tocaba a su puerta nuevamente, había hurgado incesante los últimos años de
vida desde el acontecimiento, turbaba cada proyecto cotidiano. Aquello provenía de la voz, y la
voz aparecía en cada momento que le complacía.
El señor P había procurado establecer un calendario para comprender aquellas acciones,
actos, comportamientos, pensamientos, emociones, sentimientos, personas o situaciones que
convidaran a la voz a sus aposentos, a pesar del esfuerzo, no había logrado entender el más
mínimo detalle relacionado con la manifestación de aquel sonoro espanto. Con la apariencia de
un decrepito anciano; escasos cabellos, además de secos, arrugado y con el cansancio
arremolinado en forma de oscuras bolsas, bajo uno ojos cuya expresión siempre era sombría; el
señor P preparaba su café matutino, rascaba la descuidada barba medio adormilado y
completamente fatigado, anhelando, como todas las mañanas aquella armonía que le había sido
arrebatada hace tanto tiempo.
Terminó su café e ignoró el desayuno que había preparado el ama de llaves y se arregló
con aquel esmero característico de su persona.
Cada mes, los tres hijos contra la voluntad del anciano, insistían en hacer una visita, y
para mayor descontento traían a los tres vigorosos nietos. Verlos le causaba tal nostalgia, que
días después de la visita apenas salía de su habitación. La juventud de los retoños le recordaba a
la vejez y decadencia en la que él se encontraba... aquella viveza, de la que él ya carecía se le
asemejaba al esplendoroso amanecer; era memorable, lo añoraba, pues había escapado de sus
manos cuando su cuerpo gozaba de ella; todo era luz, todo era vida… ahora todo lo opacaba su
contrario.
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El constante interrogante de si aquella voz era solo producto de su imaginación; o sí por
el contrario sería el castigo que su amigo le haría padecer por la tortura que el soportó en sus
últimos momentos, quizás interminables horas de vida, le obsesionaba tanto como el sonido de la
voz. La duda de la causa era fuente de mayor preocupación, incluso más que el mal en sí
mismo.
La culpa también despertaba una continua congoja, pues los traumas generados a aquellas
personas que desafiaron el temor a lo desconocido, acompañando su experimento habían sido
irrevocables, muestra de ello era su querido y trastornado amigo Theodore, por el cual oraba a
diario, con la esperanza que su alma tuviese salvación. A aquello había tenido que recurrir
nuestro trastornado protagonista; adolecer la misericordia de un ser al que rehusó por
años. Quizás, desde aquella perspectiva, la miserable vida que llevaba el viejo hace tanto tiempo
era bien merecida; había condenado no solo el alma del señor Valdemar, sino la de todos
aquellos que presenciaron el acontecimiento. Así es como voz y culpa se transformaron en los
villanos de esta historia, ambas potentes, ambas insolentes.
Cada mañana se preguntaba cómo había podido resistir tanto tiempo en tan precario
estado emocional, físico y social. Era un ser aislado, sus enfermedades se hacían más vigorosas
con el paso de los días, el aspecto era deplorable para un hombre de su edad, su carne, aún viva
emanaba la putrefacción de su condenada existencia.
Lo peor; su familia lo visitaba el último domingo del mes; El señor P aborrecía los
domingos. La presencia de la familia importunaba sus reflexiones, sus costumbres y el continuo
ensimismamiento al que ya se había habituado. Además, recordaba el abandono emocional al
que su familia y amigos lo habían sometido después de los ataques de pánico que surgieron los
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primeros años. Todos los seres humanos, a excepción de su esposa fallecida, el ama de llaves y
de aquellos con los que estaba en deuda eran insignificantes para el señor P.
Para su desgracia, se cumplían veinte cinco años del acontecimiento y unos fanfarrones
con ínfulas de investigadores y periodistas lo habían molestado toda la semana anterior. Uno de
ellos, tres días atrás, justo para la llegada de la noche, con la evidente ansia de entrevistar o al
menos echar una ojeada al charlatán, que tanto furor causó años atrás y de cuyo degradante
aspecto toda la sociedad del periodismo hablaba, se metió a la casa por la parte de atrás con el
sigilo de un profesional. Ya adentro, evitando el uso de la vela, buscó el cuarto del anciano, al
encontrar todas las puertas cerradas, notó lo arbitrario de su accionar, buscó a tientas la puerta
por donde había entrado, pero, efecto de los nervios que poco a poco lo habían dominado, quizás
por la rareza con que estaba impregnada el ambiente, quizás por el olor entre vejez y
putrefacción, el sigilo lo abandonó, y en el camino a la cocina, justo en el pasillo que daba a la
puerta trasera chocó con uno de los estantes de las vajillas, causando costosos y ruidosos daños.
El señor P se encontraba en uno de esos pocos días en los que podía concebir un sueño tranquilo
y libre de pesadillas, pero acostumbrado a la impertinencia de la voz, su despertar fue inmediato,
saltó de su cama persiguiendo el ruido, al ver la sombra de un joven la cólera tomó el puesto del
miedo, corrió por su revólver y de no haber escapado el muchacho a tiempo, le hubiese pegado
un tiro.
Mientras el muchacho huía, había dejado tirada una agenda con todos los informes
correspondientes a la investigación del señor Valdemar, el encontrarlos tirados en el pasillo le
ocasionó un doloroso letargo del que apenas acababa de salir.
100 DESPUÉS DE LA VIDA.
A las diez en punto- como de costumbre- sonó el timbre de la casa, el ama de llaves se
apresuró a dar paso a la familia a la sala de visitas, esperaron inquietos unos segundos hasta que
el anciano apareció.
Dos mujeres y un varón de mediana edad, esos eran sus hijos. Solo la mayor estaba
casada y tenía ya tres hijos, dos niños y una niña. La hija del medio- que había quedado viuda
hace ya dos años a causa de una tuberculosis- ¡maldita enfermedad que lo perseguía! - y el hijo
menor, estudiante de medicina.
La mayor pidió a sus hijos que saludaran a su abuelo. Los niños tímidos, siempre
horrorizados por el aspecto del abuelo, se acercaron, tomaron su mano y de inmediato la
retiraron. Él, como de costumbre recibía el gesto con el disgusto dibujado en su rostro. De nuevo,
el tormento llegó, el frio se esparció por todo su cuerpo y por medio de susurros la voz se hizo
presente: “¡Muerto, muerto, no dormido, no, no, no quiero morir!” El anciano se puso rígido y
lívido, los nietos se alejaron asustados mientras los hijos llevaban al padre a su silla.
Generalmente, la voz molestaba unos minutos y lo dejaba un par de horas tranquilo, sin
embargo, este día, durante las dos horas que llevaba la visita no se había detenido ni un
momento. El señor P estaba ondeando entre la oscuridad y fragmentos de realidad. Apenas les
echaba una ojeada, cuando los imprudentes hijos decidieron comentarle la decisión de enviarlo a
un nuevo hogar para personas mayores inaugurado en Londres, lugar que estaban dispuestos a
pagar. Aquellas palabras lo sacaron de la escena en la que se encontraba, los miró entre perplejo
y enojado, ¡quieren deshacerse de mí!, ¡malditos egoístas! Pensó, ¿qué hacen por mí? Para la
única persona que representaba un estorbo era para su ama de llaves, pues aquella prole se
esfumó temerosa de la locura que lo aquejaba y rencorosa, porque gracias a ello la renta del
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padre había disminuido considerablemente. Dichas visitas eran una formalidad. Cada uno recibía
el poco dinero que de su fortuna aún quedaba. ¿Qué querían?, ¿la casa? ¡Bastardos codiciosos!
No dijo palabra alguna durante diez minutos, finalmente, se levantó de su asiento con la
voz todavía titilante en su oído derecho. Los miró sin expresión alguna, después de un breve
momento pronunció con aparente calma: “largo de mi casa” la mayor iba decir algunas palabras
para argumentar la decisión ante el padre, cuando el menor la detuvo, el viejo estaba
encolerizado en aquel instante y lo mejor, según su juicio, era no contradecir nada en aquel
momento tan crucial. Todos miraron con compasión al demacrado hombre y salieron de la casa
rápidamente.
El señor P no supo que hacer. Durante un momento la voz se calmó, aunque, ello no era
señal de parsimonia. Sabía que a final de cuentas la decisión de los hijos sería la que se
consumaría, lo abandonarían. Ahora, no solo su mente estaría sumida en las tinieblas sino
también su cuerpo. La poca libertad y los pequeños, aunque extraños placeres serian suprimidos.
En aquellos lugares la muerte era aún más palpable, seguramente desacostumbrados a sus ideas y
a sus episodios de terror lo relegarían al completo plano de la locura. Todos lo mirarían con
desagrado. ¡Todo por sus ingratos hijos que nunca comprendieron su situación!, ¡y cuantas veces
la había explicado!, cuantas veces el anhelo de pasar su tormento opacó su cordura…
Entonces la realidad se le reveló, el camino que seguía a continuación sería el de su
querido y viejo amigo Valdemar, al fin y al cabo, tenía una deuda y él mismo saldaría sus
cuentas con la muerte.
Exactamente veinte días después del deceso, la hija mayor escuchó como su hijo gritaba
de miedo, corrió para verificar que sucedía, cuando lo encontró tendido en el piso con sus manos
tapando sus pequeñas orejas, el niño no quería decir palabra alguna solo gritaba
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“¡cállate!” Mientras lloraba y pataleaba. Inmediatamente mandó a llamar a su hermano, unas
horas más tarde le avisaron de la terrible situación; su querido hermano se había lesionado los
oídos de manera tan fatal que se encontraba en el hospital del centro de la ciudad esperando no
morir, la descripción del acontecimiento por parte del médico era absurda, pues nadie sabía lo
que había sucedido realmente; estaba en su despacho cuando escucharon unos horripilantes
gritos, al llegar al sitio el joven ya estaba herido, y con evidente locura pronunciaba las mismas
palabras que su padre repitió tantas veces en vida “¡La voz, la voz no se calla! ¡Cállenla!”
103 DESPUÉS DE LA VIDA.
Después de la vida.
Los primeros meses después del entierro apenas sentí atisbos de asombro y fastidio
respecto de mi penosa situación, al pasar lo que creía era un año, la desesperación sentenciaba la
claridad de mi juicio. Mi mente divagaba en torno a las continuas dudas que surgían. Estaba allí,
confinado en un ataúd de cerezo, hecho a la medida de mi cuerpo cuya descomposición y
putrefacción eran evidentes. El hambre, sed y sueño eran unos tortuosos, aunque soportables
martirios, a diferencia del olor, el maldito olor a muerte que sofocaba mi nueva y no corpórea
existencia.
No era carne, no era hueso, no era venas, ni arterias… pero estaba allí, dominado por
todas las necesidades y anhelos que residen en un cuerpo al que ahora soy ajeno. A pesar de que
en vida no pertenecí a aquellos cuyos deseos corporales se acrecentaban, merced de una sed
inacabable de deleite, o cuyos caprichos ondeaban entre lo burdo y desmesurado, ahora, mi ser
inmaterial pedía a gritos por el disfrute de aquello a lo que me negué en vida, a pesar del tiempo,
sigo sin entenderlo.
No tengo manos, ni dedos, no tengo pies, no tengo cabeza, no poseo uñas para rasgar la
inmensa caja en la que estoy preso. Solo tengo ideas, soy un ser de constituido solo por ideas.
Primera idea: extraño el azul y el gris del cielo. Extraño el viento y sus ondas circundantes en el
mes de agosto, extraño caminar por horas bajo el cobijo de la lluvia. Segunda idea: quiero pasta,
la pasta del restaurante cuya vista daba al parque central, cuyo lugar, si no hubiese sido por la
pasta, solía detestar, allá trabajaba mamá… ahora los recuerdos, con las ideas vienen los
recuerdos, recuerdos que me absorben, me inquietan, y que ahora, me olvidan ¿la pasta tenía
pimientos o tomates? ¿Ese sabor era el del ajo o el de la cebolla?... ¡en fin!... ahora divago, es
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que tengo tanta hambre… tengo el hambre de alguien que no se ha alimentado en más de doce
meses. Sigo en el recuerdo, ahora percibo el olor del ajo, el repulsivo olor del ajo que se esparcía
en la casa, cuando Valeria cocinaba. La muerte apesta a las comidas de Valeria. Valeria, maldita
Valeria, por culpa de esa es que estoy aquí, padeciendo. Sí, quizás este sea el infierno del que
todos hablan, quizás no son los nueve círculos de Dante, solo esto, la putrefacción infinita. Tal
vez este es el castigo solo para los suicidas. Acaso solo sea mi castigo. ¿Será eterno?, ¿si
hubiesen chamuscado hasta el último de mis huesos, habría escapado al cielo o al infierno?
¡Maldito entierro! ¿Estaré aquí hasta la descomposición absoluta?... ¿Cuánto tardará aquello?
Trato de recordar, datos, datos… tenía tantos y ya los he olvidado. ¿Me cambiaran de
ataúd algún día?, ojalá entierren a mi familia a mi lado, quizás, de esa manera sufriría Valeria lo
que me quedan todos estos años. ¡Maldita Valeria!, bueno, al menos ahora carga con la
obstinación de un niño de doce años que siempre cumplió su palabra.