El mundo cristiano hacia el año 300
EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO DESDE SUS INICIOS HASTA EL CONCILIO DE NICEA
CAPÍTULO VII
DISENSIONES EN LA COMUNIDAD CRISTIANA
DISENSIONES EXTERNAS: LOS DIFERENTES CENTROS DE GOBIERNO (JERUSALÉN, ROMA,
ANTIOQUÍA Y ALEJANDRÍA) Y OTRAS CIUDADES (CARTAGO, EDESA, SELEUCIA-CTESIFONTE)
Vistas las disensiones internas de la comunidad
cristiana, es conveniente ahora analizar otro foco
proveniente de las diferentes corrientes doctrinales que se
dieron en las grandes ciudades. Distinguiremos las mismas
en dos grandes tipos:
Las que, de alguna forma, gobernaron o trazaron
una opinio importante, decisiva para la futura
organización de la propia comunidad. Fueron
Jerusalén, Roma, Antioquía y Alejandría; y
Las que influyeron más débilmente en tal
organización. Entre ellas, Cartago, Edesa y Seleucia-
Ctesifonte.
JERUSALÉN
La primera comunidad cristiana de la que tenemos
noticia es Jerusalén. Es patente su importancia real y
simbólica tanto en el mundo judío cuanto en el cristiano.
Tras la muerte de Jesús, aparece un grupo dentro del
judaísmo que se conoció como la secta de los nazarenos.
Este primer movimiento quedaba perfectamente encuadrado
en el cuadro cultural judío: lengua, arte, costumbres,
estructura social, tradición religiosa… Jerusalén era su centro
neurálgico.
Jerusalén. Foto del autor
Pero una serie de circunstancias cambiará radicalmente
el previsible rumbo de la primera ciudad del cristianismo, merced a controversias surgidas dentro del mismo grupo de
la secta de los nazarenos como consecuencia de que parte de ellos, los de origen y cultura helénicos, solamente mantienen la observancia de algunas de las prescripciones
de la ley mosaica y ello terminará con la persecución de ellos por parte de las autoridades judías. Como ejemplo, la
lapidación de Esteban y poco después (62-63 d.C.), la de Santiago, jefe de la comunidad cristiana estrictamente judía de Jerusalén.
A estos acontecimientos hay que unirle otros de corte externo: las insurrecciones de los judíos contra los romanos.
Éstas tienen un origen tan antiguo como desde que estos conquistan Palestina. Baste señalar, vía ejemplar, los
intentos de Calígula (37-41 d.C.) de instalar en el templo judío su propia estatua. Las relaciones dominantes-dominados fueron cada vez más tensas hasta que Tito Livio,
como respuesta a la insurrección judía, destruye el templo y buena parte de Jerusalén (70 d.C.). Y no sólo Jerusalén sino
toda la región, que quedó muy devastada, disminuyendo la población hasta un tercio. La comunidad judía de seguidores
de Jesús no desapareció del todo, pero quedó muy menguada y perdió su importancia con relación al resto de comunidades cristianas esparcidas fuera de Palestina.
La ciudad antigua de Jerusalén. Foto del autor
Pero el golpe de gracia llegó de manos de Adriano, el cual no sólo prohibió la reedificación del templo judío sino que concibió y puso en ejecución la idea de construir sobre
los restos de Jerusalén una ciudad helenístico-romana, a la que llamó Aelia Capitolina en su propio honor (se llamaba
Publio Aelio Adriano) y en honor del Júpiter Capitolino romano.
Plano de Aelia Capitolina
Siguieron después las insurrecciones, una de ellas capitaneada por Simón bar Kochba, que finalizó en un
derramamiento de sangre a finales del 135 d.C. Si esto sucedió con la región y sobre todo con
Jerusalén, el cambio en la población fue aún más radical, si cabe. El Senado Romano decretó bajo pena de muerte la
prohibición de personas circuncidadas en Aelia Capitolina y sus alrededores, lo que excluía de ella tanto a los judíos ortodoxos como a los seguidores de Jesús. Por lo tanto, la
nueva ciudad se colonizó con elementos étnicos no judíos. Eusebio de Cesarea (HE IV,6-4) lo describe así:
«Así, la ciudad llegó a quedar totalmente vacía del pueblo judío y a perder sus antiguos habitantes. Gentes de raza extranjera vinieron a habitarla […] La iglesia de la ciudad también estuvo compuesta por gentiles, y el primero después de los obispos de la circuncisión que recibió allí el ministerio, fue Marcos…»
Así las cosas, ni la Aelia Capitolina ni su comunidad cristiana podían aspirar ya a ocupar el lugar preeminente de
la antigua Jerusalén. Cuando, con el transcurso del tiempo, la Iglesia se jerarquizó, el obispo de Aelia Capitolina quedó
sometido a la jurisdicción del de Cesarea de Palestina quien, a su vez, lo estaba al de Antioquía de Siria, aunque nunca
llegó a perder el prestigio moral que por su historia tenía. Y así permanecieron las circunstancias hasta que el emperador
Constantino el Grande (13 de septiembre del 335 d.C.) realizó la solemne consagración de la iglesia del Santo Sepulcro.
ANTIOQUÍA DE SIRIA
A unos 25 km de la desembocadura del río Orontes,
Seleuco I Nicátor (vencedor, en griego) construyó una
ciudad en el año 300 a.C. a la que, en memoria de su padre
o de su hijo, que ambos se llamaban Antíoco, dio el nombre
de Antioquía. Estaba destinada a ser capital de su reino ya
que era paso obligado en la comunicación entre Siria y Asia
Menor. Ciudad helenística por su fundación, atrajo también a
gentes de otras lenguas y culturas, principalmente a sirios, a
judíos, persas, armenios y árabes.
En el año 64 a.C. fue conquistada por Pompeyo y
convertida en capital de la provincia romana de Siria. Su
importancia no decayó. Siguió siendo una ciudad
cosmopolita, importante políticamente, culta y lo
suficientemente extensa y poblada como para ocupar el
cuarto puesto entre las grandes ciudades del mundo
entonces conocido. Solamente le antecedían Roma,
Alejandría y Seleucia-Ctesifonte. En el imperio romano,
Antioquía fue la capital de Oriente hasta la construcción y
puesta en marcha de Constantinopla. Su esplendor declina a
partir del 526 d.C. cuando es arrasada por los persas.
Actualmente es una insignificante población de Turquía que
apenas conserva de su pasado algo más que su antiguo
nombre, evolucionado en Antakya.
Antioquía en la actualidad
Si mis investigaciones son exactas, Antioquía de Siria
quedará marcada para siempre como la ciudad en la que por
primera vez se llamó cristianos a los seguidores de Jesús, el
Cristo, es decir, el Ungido, el Mesías. El primer texto bíblico
que utiliza el término cristiano es Los Hechos de los
Apóstoles, en donde aparece dos veces. La primera:
«Et annum totum conversati sunt ibi in ecclesia: et docuerunt
turbam multam, ita ut cognominarentur primum Antiochiæ
discipuli, christiani.» (Act 11,26).
«Y se congregaron allí todo un año con la iglesia: y enseñaron
a mucha gente, y a los discípulos se les llamó cristianos por
primera vez en Antioquía.»
La segunda vez dice así:
«Agrippa autem ad Paulum: In modico suades me
christianum fieri.» (Act 26,28).
«Entonces Agripa dijo a Pablo: Por poco me persuades a ser
cristiano.»
Antioquía fue también la primera metrópoli del
cristianismo después de la efímera primacía de Jerusalén. Y
la primera ciudad en la que se despojó al cristianismo de
elementos culturales estrictamente judíos, abriéndose así las
puertas a su universalismo. De Antioquía partieron
propagadores del cristianismo desde los tiempos de Pablo.
Sobre la comunidad cristiana de Antioquía tenemos
abundancia de datos. Antes del año 40 d.C. debieron ya de
llegar a ella los primeros propagadores del cristianismo,
judíos helenistas dispersados por la lapidación del
protomártir Esteban. Fueron los primeros que osaron
predicar el evangelio a sus conciudadanos griegos y
admitirlos a la comunidad cristiana sin exigirles la
circuncisión como incorporación previa al judaísmo. Un judío
helenista, Bernabé, llegó a Antioquía enviado por los de
Jerusalén para que examinase la nueva situación creada. No
sólo la aprobó, sino que llamó como cooperador suyo y fue
el motor principal de este movimiento, a Pablo de Tarso, que
allá por el año 45 d.C. recorrió Chipre, Asia Menor y Grecia.
El cosmopolitismo de Antioquía se manifestó también
en la comunidad cristiana, que llegó a formar los siguientes
grupos:
1. Cristianos judíos y paganos convertidos, a los que se
les exigía la plena observancia de la ley mosaica,
circuncisión incluida (ultraconservadores).
2. Cristianos judíos y paganos convertidos, a los que
no se les exigía la circuncisión pero sí algunas
observancias mosaicas, especialmente en materia
alimentaria (conservadores moderados). Esta
tendencia fue propia de Santiago, a la que se
acomodaría también Pedro en un principio. Fue la
que primeramente prevaleció.
3. Cristianos judíos y paganos convertidos a los que no
se les imponen ni la circuncisión ni ninguna
observancia mosaica. Esta postura fue defendida
por Pablo y sus seguidores.
4. Cristianos judíos y paganos convertidos que
prescinden de toda observancia judía, más radicales
que Pablo. Como modelo podría ser Esteban.
Con motivo de la destrucción de Jerusalén (año 70
d.C.) y la persecución de los judíos por parte de los
romanos, muchísimos de aquellos llegan a Antioquía y en no
muchos años los cristianos de ésta son en su mayoría de
origen pagano.
Antioquía fue cuna o sede de escritores cristianos. Es
posible que el Evangelio de Marcos surgiera allí y también el
de Mateo. También parece que surgió en esta ciudad la
llamada Didajé o Doctrina de los Doce Apóstoles,
recopilación anónima realizada en el s. I. También han
llegado hasta nosotros varias cartas de Ignacio, obispo de
Antioquía, muerto mártir en Roma hacia el año 117 d.C.
ALEJANDRÍA DE EGIPTO
Alejandría nació por obra de Alejandro Magno en el
año 331 a.C. A su muerte, tocó en suerte a Ptolomeo I Sóter
(salvador, en griego) hacer de la ciudad el gran centro
intelectual y cultural del mundo helenístico. Ptolomeo I creó
el célebre Museon1de Alejandría, auténtica escuela o
universidad. En su famosa Biblioteca aneja se reunieron
millares de volúmenes y allí trabajaron, aprendieron o
enseñaron maestros como Arquímedes, Euclides —el gran
maestro de la geometría—, los geógrafos Eratóstenes y
Claudio Ptolomeo, etc. En ella se gestaron grandes avances
de la humanidad en la física, geometría, trigonometría,
medicina, astronomía y ciencias aplicadas. Obra del primer
Ptolomeo fue también el Faro, la gran torre-guía para
navegantes y una de las siete maravillas del mundo antiguo,
1 El Museon era un templo dedicado al culto de las Musas, al cultivo de todas las ramas del saber.
construida en la isla de Faros, topónimo que pasó a ser el
nombre genérico de tales construcciones. Ptolomeo III
Evergetes (benefactor, en griego) terminó la construcción
del gran templo a Serapis, el Serapeon, que albergó una
importante biblioteca. En el año 30 a.C. entra Octavio en
Alejandría y Egipto queda convertido en provincia romana.
El Faro de Alejandría
Se discute mucho sobre el origen exacto del
cristianismo en Egipto y especialmente en su capital,
Alejandría. La corta distancia que separa Jerusalén de
Alejandría, la abundancia de judíos en ésta y sus contactos
frecuentes con los judíos palestinos convertidos al
cristianismo hacen muy creíble la hipótesis de una muy
temprana influencia cristiana en Alejandría. La discusión se
plantea sobre qué clase de judíos palestinos fue la que
influyó, si la de los judaizantes de Santiago, jefe de la
comunidad de Jerusalén, o la de los helenistas del
protomártir Esteban y de los misioneros Bernabé y Pablo.
Uno de los que llevaron el evangelio a esta ciudad
pudo ser Marcos el Evangelista. Es una tradición que ya se
recoge en la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea:
«Se dice que este Marcos fue el primero en ser enviado a
Egipto y que allí predicó el Evangelio que él había compuesto,
y que fundó iglesias, primeramente en la misma Alejandría.»
(HE II,16-1).
También se han encontrado restos de evangelios
apócrifos como el Evangelio de los Hebreos (s. I/II) o el
Evangelio de los Egipcios (s. II).
Conviene señalar dos peculiaridades de la iglesia
alejandrina: su organización jerárquica y el importante papel
de la filosofía griega como auxiliar de la fe cristiana. En
cuanto a la primera, existen numerosos textos que han dado
pie a la idea de que en los primeros tiempos la iglesia de
Alejandría, como en otras comunidades, estaba regida por
un colegio de presbíteros, los cuales elegían entre sí a uno y
lo ordenaban como obispo presidente. San Jerónimo lo
describe así:
«En Alejandría, desde Marcos el Evangelista hasta los obispos
Heraclas y Dionisio, los presbíteros siempre elegían a uno de
entre ellos, designándolo para un grado superior, y lo llamaban
obispo…» (Ep. 146).
Esta forma colegial de concebir la jerarquía no fue
óbice para que, bastante pronto, el obispo de Alejandría se
convirtiera en el obispo metropolitano con más poder
absoluto en toda la región bajo su jurisdicción, hasta el
punto de que se llegase a compararlo con los antiguos
faraones.
La segunda de las peculiaridades —el recurso a la
filosofía griega como auxiliar de la fe cristiana—, surge como
consecuencia de ser Alejandría la ciudad culta por
excelencia. El primero de los maestros cristianos que nos es
conocido fue Panteno, del que tenemos pocas noticias. De
excepcional importancia es Clemente de Alejandría (ca. 140-
215 d.C.), nacido en Atenas y residente en Alejandría hasta
finales del s. II.
Clemente de Alejandría
Para Clemente, la fe cristiana es la verdadera filosofía,
la perfecta gnosis, pero la filosofía griega es también
búsqueda de la verdad. Fue el pensador cristiano que más
honda y explícitamente abordó en la antigüedad el problema
de la relación entre fe y cultura, abriendo el camino para la
gran obra de Orígenes de Alejandría (185-254 d.C.), el más
profundo pensador del mundo griego que, en los últimos
años de su vida, ejerció en Cesarea de Palestina.
ROMA
En el occidente del imperio romano destaca muy
pronto, en el mapa de la implantación del cristianismo y
desempañará un importantísimo papel en él, Roma. Por ser
la capital de imperio romano y por sentirse sus obispos
sucesores en la cátedra del apóstol Pedro, el protagonismo
de la ciudad eterna en el desarrollo del cristianismo universal
es crucial. Baste recordar que la presencia del cristianismo
en Roma está perfectamente atestiguada, al menos, desde
mediados del s. I, ya que Pablo, probablemente desde
Corinto, dirige una carta a la comunidad romana en el año
58 d.C. en la que les dice que «vuestra fe es alabada en
todo el mundo» (Rom 1,8) y les asegura que «deseo
vivamente desde hace muchos años ir donde vosotros»
(Rom 15,23).
También hay muchísimos testimonios de escritores
paganos que confirman la antigüedad del cristianismo
romano, como Tácito, que relata:
«Y así Nerón, para divertir esta voz y descargarse, dio por
culpados de él, y comenzó a castigar con exquisitos géneros de
tormentos, a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus
excesos, llamados comúnmente cristianos. El autor de este
nombre fue Cristo, el cual, imperando Tiberio, había sido
ajusticiado por orden de Poncio Pilato, procurador de la
Judea…» (Anales 15,44).
También Suetonio, contemporáneo de Tácito, en su
Vida de los doce césares, dice así:
«Hizo expulsar de Roma a los judíos, que, excitados por un tal
Cresto (sic), provocaban turbulencias…» (Claudio 25,4).
Consta explícitamente la presencia de Pablo en Roma
al menos durante dos años, a principios de los 60 d.C. No
sabemos cuándo llegó Pedro, con mucha probabilidad no
antes del 58 d.C., año que escribe Pablo a los romanos y no
hace alusión a él. Existen antiguos testimonios del martirio
de Pedro en Roma (¿año 65 d.C.?) y en alguno de ellos se le
asocia en el martirio a Pablo (¿año 67 d.C.?)
Eusebio de Cesarea afirma:
«Que los dos sufrieron martirio en la misma ocasión lo afirma
Dionisio, obispo de Corintio, en su correspondencia escrita con
los romanos, en los siguientes términos: “En esto también
vosotros, por medio de semejante amonestación, habéis
fundido las plantaciones de Pedro y Pablo, la de los romanos y
la de los corintios, porque después de plantar ambos en
nuestra Corinto, ambos nos instruyeron, y después de enseñar
también en Italia en el mismo lugar, los dos sufrieron el
martirio en la misma ocasión”…» (HE II 25,8).
La loba Luperca amamanta a Rómulo y Remo (bronce etrusco ca. 500 a.C.)
Casi toda la cristiandad reconoció siempre a Roma su
preeminencia espiritual. En primer lugar, por ser la capital
del imperio romano y la ciudad más grande e importante del
mundo conocido. Decía al respecto Cipriano de Cartago:
«Plane quoniam pro magnitude sua debebat Carthaginem
Roma præcedere…» (Ep., 52,2,3).
«Es evidente que por su tamaño debía Roma ir antes que
Cartago…»
En segundo lugar, por su prestigiosa tradición
apostólica que se remontaba a Pedro y Pablo, dándose
pronto por sentado que ellos fueron sus fundadores, cosa
históricamente incierta. A Pedro se le llegó a considerar
como el primero de sus obispos, lo cual resulta aún más
anacrónico. Por estas razones, la doctrina y la disciplina
litúrgica vigente en Roma servían de referencia a otras
muchas iglesias de Oriente y Occidente, pero nada prueba
que en los siglos I y II se le reconociera un rango o
autoridad superior a otras iglesias. Por el contrario, sí
constan documentadas las diferencias entre Roma y otras
iglesias, como por ejemplo, cuando el obispo de Roma,
Aniceto (ca. 150 d.C., el 10.º obispo de Roma según la
relación de Eusebio de Cesarea), mostró su contrariedad
porque algunos cristianos de Asia celebraban la Pascua el día
14 de Nisán (por lo cual eran llamados cuartodecímanos),
siguiendo en esto el calendario judío. La iglesia de Roma y
otras muchas, en cambio, no observaban esta festividad o lo
hacían el domingo siguiente. Aniceto y el obispo Policarpo de
Esmirna tuvieron serias desavenencias sobre este asunto y
no llegaron a ningún acuerdo. Incluso otro papa posterior,
Víctor (189-199 d.C.) intentó con más acritud imponer a
otras iglesias la doctrina y usos romanos con motivo de la
celebración de la fecha de la Pascua. Eusebio de Cesarea nos
lo cuenta así:
«Víctor, que presidía la iglesia de Roma, intentó separar en
masa de la unión común a todas las comunidades de Asia y a
las iglesias limítrofes, alegando que eran heterodoxas, y
publicó la condena mediante cartas proclamando que todos los
hermanos de aquella región, sin excepción, quedaban
excomulgados. Pero esta medida no agradó a todos los
obispos, quienes, por su parte, le exhortaban a tener en
cuenta la paz y la unión y la caridad para con el prójimo. Se
conservan incluso las palabras de éstos, que reconvienen a
Víctor con gran energía.
»Entre ellos está Ireneo […] que aunque opina que es
necesario celebrar únicamente en domingo el misterio de la
resurrección del Señor, sin embargo, con muy buen sentido,
exhorta a Víctor a no amputar iglesias de Dios que habrían
observado la tradición de una antigua costumbre, y añade
textualmente lo que sigue: “La controversia no es solamente
acerca del día, sino también acerca de la misma forma del
ayuno, porque unos piensan que deben ayunar durante un día,
otros que dos y otros que más […] Nunca se rechazó a nadie
por causa de esta forma, antes bien, los presbíteros, tus
antecesores, que no observaban el día, enviaban la eucaristía a
los de otras iglesias que sí lo observaban. Y hallándose en
Roma el bienaventurado Policarpo en tiempos de Aniceto,
surgieron entre los dos pequeñas divergencias, pero […]
mutuamente se comunicaban entre sí, y en la iglesia, Aniceto
cedió a Policarpo la celebración de la eucaristía, por deferencia,
y en paz se separaron el uno del otro…» (HE V 24,9-17).
Roma. El Coliseo, lugar de martirio de miles de cristianos
Fueron, pues, muchos los fieles que se enfrentaron a
semejante pretensión uniformadora y le recordaron a Víctor
que esta diferencia había sido admitida fraternalmente por
sus antecesores y que la fecha del 14 de Nisán fue seguida
por los apóstoles Juan y Felipe, así como por numerosos
mártires y obispos de Asia.
Ireneo de Lyon, que comulgaba con las costumbres de
Roma, nos dice:
«Pero como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de
todas las iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las
de las más antiguas y de todos conocidas, la de la iglesia
fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos
apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los apóstoles conserva la
Tradición y la fe anunciada a los hombres por los sucesores de
los apóstoles que llegan hasta nosotros […] Es necesario que
cualquier iglesia esté en armonía con esta iglesia , cuya
fundación es la más garantizada —me refiero a todos los fieles
de cualquier lugar—, porque en ella todos los que se
encuentran en todas partes han conservado la tradición
apostólica.» (Adversus hæreses, III 3,2).
Pero ni Aniceto, primeramente, ni Víctor, después,
consiguieron sus propósitos. Y vuelve a renacer la polémica
de imposición de la doctrina y liturgia de Roma a las demás
iglesias de manos del obispo de ésta, Esteban (254-257
d.C.), aunque esta vez no va dirigida a las iglesias de Oriente
sino a las del norte de África y el tema discordioso viene
referido al bautismo de los herejes. Cipriano, obispo de
Cartago, se opuso frontalmente aunque justificaba
teológicamente la primacía de Roma en su tratado De
unitate ecclesiæ, dado que Jesús se la había concedido a
Pedro cuando le bendijo diciéndole «tú eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi iglesia» (Mt 16,18). Sabemos esta
oposición merced a una carta que el obispo Firmiliano de
Cesarea (de Capadocia) le envió a Cipriano a finales del año
256, que dice así:
«En lo que se refiere a la afirmación de Esteban de que los apóstoles prohibían que se bautizara a los que vienen de la herejía y que transmitieron esta observancia a los venideros, habéis respondido perfectamente que no hay nadie tan necio que crea semejante tradición de los apóstoles, puesto que consta que las herejías execrables y detestables existieron más tarde [...] Cualquiera puede saber que los de Roma no observan en todo la tradición original, y vanamente alegan la autoridad de los apóstoles; y puede verse esto en lo relativo a la celebración de los días de la Pascua y sobre otras muchas cuestiones y ritos religiosos en los que tienen alguna divergencia y no observan allí todo de la misma forma que en Jerusalén; como en otras muchas provincias varían muchos puntos según los lugares y las personas, sin que por esto se haya roto alguna vez la paz y la unidad de la Iglesia católica.» (Carta del obispo Firmiliano a Cipriano de Cartago, Ep. 75 V,1-
VI,1).
Como vemos, tampoco Esteban consiguió esta
pretensión, debiendo pasar bastantes años hasta su logro.
Ldo. Pedro López Martínez