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“La crueldad de abril”
Este texto fue publicado en el catálogo “Tierra Baldía” de los artistas Marcela
Duharte, Tomás Fernández y Constanza Alarcón. Curaduría Sebastián Vidal. Sala
de Arte CCU en Marzo del 2011.
Abril
Tres espíritus acudieron a mí
y me condujeron
donde las ramas del olivo
yacían desgajadas sobre la tierra;
pálida carnicería bajo la niebla brillante.
Ezra Pound
Entre 1913 y 1915 el poeta norteamericano Ezra Pound escribió un pequeño poema
titulado Abril. Un trabajo desarrollado en su período londinense que se enmarca en
un compilado de poemas breves (a modo de Haiku japonés) llamado Personae. Con
esta serie de pequeñas líricas, Pound intentó redefinir una nueva estrategia,
moderna y rupturista, basada en los estudios de estilos clásicos como el provenzal,
el latín y la poética oriental, con los que intentó transitar por la necesidad de
condensar el deleite del exceso romántico con la insostenibilidad moderna de su
propio abuso. Es en ello, donde la síntesis de recursos se vuelve clave. Pound
convierte su ejercicio en una apuesta eminentemente moderna para su época, un
gesto sumamente consciente e hiper-sensible de la memoria activada en su
necesidad de reconocimiento del presente. En Abril, Pound esbozó el sentimiento
de inmanencia puesto en tensión con la propia materialidad dela naturaleza. Un
espacio poético en que lo sublime da paso a la caída por medio de aquella
incomprendida relación entre la modernidad asimilada como conquista del mundo
natural y también como aquella razón que posibilita la inhibición de los fantasmas
del espíritu.
Pocos años después, en 1922, el premio Nobel de literatura, T.S. Eliot escribe
célebre obra poética llamada Waste Land / Tierra Baldía. Un trabajo desgarrador y
oscuro en el que desata los tormentos de la vida en directa alusión con los códigos de
la muerte, la desolación moderna y el paisaje perdido. El primer poema de Tierra
Baldía se llama “El entierro de los muertos” y comienza con los siguientes versos:
Abril es el mes más cruel entre los meses,
hace que nazcan lilas en la tierra muerta,
mezcla recuerdos y deseos,
sacude raíces perezosas con lluvias vemales.
Ambos autores comparten una similar lectura sobre la despiadada condición del
mes de abril. Quizás dicho mes representa mucho más que la evocación perdida de
un luto siniestro que soslaya el recuerdo de un tiempo mejor. Es por otra parte, el
momento de conducción de un estado del arte y la literatura que se enfrenta al frenesí
del caos cimentado por inclemencia de la condición moderna. Un grito desgarrador
sobre la posibilidad remota del reencuentro de lo perdido: El arte yla vida. Comobien
es sabido, Pound ayudó a Eliot a editar Tierra Baldía. Un ejercicio de síntesis (casi el
doble en la versión original) sobre una obra extensa que posteriormente se publicó
íntegramente. El trabajo editorial de Pound -según la mayoría de los críticos-
impulsó beneficiosamente la obra de Eliot. Es decir, la culminación reconocida
históricamente corresponde, en parte, a la visión poética y editorial de Pound sobre
el extenso texto de Eliot. Una colaboración que nos estregó una de las piezas más
completas de la poética universal.
La desolada vida moderna es el tópico central de Tierra Baldía. La naturaleza, el
frío y la muerte son las imágenes contrastantes de una condición citadina (Londres)
perdida entre el horror de la guerra y la pestilencia fabril. Estos códigos serán los
mismos patrones visuales que Tomás Fernández, Marcela Duharte y Constanza
Alarcón utilizan para establecer un trabajo plástico que apunta a rasgar la corteza
del arte bajo la mirada del oficio, la manualidad y el objeto tradicional del arte
(pintura-escultura). La cita a Eliot, y por consiguiente a la prosa de Pound, constituye
un punto de partida no sólo con la retórica de la melancolía y el conflicto con el
paisaje, sino que también como un inicio para proclamar críticamente lo yermo del
estado del arte, ensombrecido hoy, por las tendencias de modelos apropiacionistas e
hiper-conscientes que han saturado la escena durante los últimos años. Al igual que
en la poética de Pound y Eliot, estos jóvenes artistas proponen una vuelta al oficio
más primario y sensitivo del arte, aquel que nos obliga a mirar fijamente a la grieta
interna del alma humana. Una mirada a la gélida muerte de la naturaleza por la
imposición contrastada de una razón irruptiva que constantemente entra en crisis y
que sobre su marcha logra imponer, una y otra vez, sus criterios otorgándonos una
aparente noción de claridad y seguridad.
Tomás Fernández
¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
ha comenzado a retoñar? ¿Florecerá este año?
¿O la inesperada escarcha remueve su arriate?
T.S Eliot – Tierra Baldía
En el trabajo de Tomás Fernández es frecuente ver el uso de técnicas tradicionales
de óleo y caballete. En esta oportunidad él abordó su pintura desde el
desplazamiento hacia la escultura de cuerpos que representan osamentas de
humanos y animales en pequeño y mediano formato. Utilizando telas endurecidas
con resina, Fernández imprimirá con óleo -enfatizando un marcado gesto expresivo-
las cuencas de los ojos y las cavidades nasales, en las cuales simultáneamente se
activan precisos focos de iluminación desde el interior provocando un choque de
recursos como metáfora recursiva de la muerte, del perpetuo del abismo de la carne
y la imposibilidad del hombre por superar su castigada finitud. Una interesante
relación con este trabajo en particular la podemos encontrar en la tradición de la
pintura de Flandes y Holanda de los siglos XVI y XVII, donde muchos pintores
utilizan como tópico las “vanitas”. Las “vanitas” son un tipo de arte simbólico (de
herencia medieval) utilizado comúnmente para advertir melancólicamente al
hombre acerca de las debilidades mundanas y sobre aquello que se aleja de la vida
espiritual. Un constantememento mori en el que las calaveras eran generalmente el
eje central en estos bodegones barrocos. Estas “vanitas” se han utilizado también en
el arte contemporáneo como un modo de resignificación hacia dialécticas que
utilizan la imagen y su efectismo simbólico crítico de la sociedad de consumo.
Ejemplo de lo anterior, es la serie de “vanitas” de Andy Warhol o las calaveras del
artista británico Damien Hirst.
La operación de Fernández radica en ubicar en el piso de la sala diversos huesos,
tal como una “vanitas” contemporánea que nos invita a reflexionar sobre la oquedad
de la trascendencia en un mundo donde el materialismo técnico ha consolidado la
lógica y la producción por sobre la falta de asombro y un conformismo prosaico
acerca de los enigmas que han constituido los grandes relatos. La luz por su parte se
transforma en un modelo que remarca la pintura de las piezas teatralizando la
escena, la que es consumada en su contraparte con el paisaje presentado por el muro
de grecas de Duharte y las colosales montañas de Alarcón.
Marcela Duharte
¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas
brotan de este cascajo? Hijo de hombre,
tú no puedes decirlo, ni imaginarlo, pues sólo conoces
un cúmulo de imágenes donde reverbera el sol.
T.S Eliot – Tierra Baldía
Marcela Duharte ha trabajado durante los últimos años conjugando la pintura con
sus obsesiones acerca de la iconografía religiosa y el neobarroco. La pintura es
utilizada, por ella, como un canal para proyectar una particular mirada sobre aquello
que solemos reconocer como parte de una otredad alterna a nuestra post-
modernidad: tumbas, íconos religiosos y fotografías antiguas. El universo de su
trabajo se divide entre la representación de estos objetos-estados y su tratamiento
material (de esto último se cuenta el enterrar cuadros, rasgarlos o saturarlos de luz).
La pintura de Duharte se reconquista no sólo en pro de una cosmética pensante de
su representación, sino que también por el aciago más profundo de su exceso en la
imagen.
En Tierra Baldía, Duharte ha desarrollado un trabajo que surge de una experiencia
personal. En su antiguo taller en el barrio Matucana parte del muro de la vieja casona
de adobe comenzó a sufrir grietas (entre el desvencijado papel mural existente y el
barro del muro). Ella misma las acrecentó con una gubia. De este ejercicio
comenzaron a aparecer formas abstractas las que comenzó a iluminar para provocar
un efecto sombrío que le sugiriera un plano estético desolador. De este acto obsesivo
con el decorado, y su frágil e intencionada descontrucción, es que intentó
posteriormente controlar el despliegue de esta fractura utilizando un muro falso de
cartón en el que imprimió diversas grecas con formas de hojas de variados estilos.
Es así, como el muro real es suplantado por uno falso, en el cual el despliegue de la
tensión violenta adquiere otra connotación ala original. Estatensión es mucho más
dirigida e impuesta, y también altamente efectiva en su visualidad, ya que las formas
no surgen del azar, sino por el oficio del troquelado y la perforación, incluso
afectándola físicamente al tallar cada fragmento bajo un minucioso control
figurativo. Así mismo, el muro falso propuesto por Duharte es iluminado
teatralmente generando un juego de sombras que pone en relieve el mundo
inconsciente que alguna vez pudo tener su modelo de papel mural y barro original.
Constanza Alarcón
No hay siquiera soledad en las
montañas, sino foscos y enrojecidos rostros que gruñen y miran con desdén desde
las puertas de las casas de adobe agrietado.
T.S Eliot – Tierra Baldía
Constanza Alarcón ha investigado permanentemente el blanco. El blanco sobre su
condición volumétrica. Los cordones cordilleranos y las extensas tierras patagónicas
han sido fuente de inspiración para su trabajo. Bajo una mirada tectónica del espacio
ha plasmado en grandes bloques de madera la tensión orgánica de lo gélido y silente
del paisaje natural local. El frío y la inmutabilidad de aquellas eternas masas de fría
piedra connotan una visión del arte que consuma el acto acumulativo bajo la idea de
contención temporal del espacio y el tiempo. Los enormes bloques de madera blanca
con sus sinuosos cortes evocan la tensión irregular por sobre la simetría
característica del arte mínimal. Una extensión geográfica que no da indicios de vida,
sino que nos invitan a contemplar el vacío en un blanco acumulado, en el que la vida
parece detenerse a observar la desolación de un lugar imposible.
En Tierra Baldía, la blanca cordillera de Alarcón inunda la sala desde su formación
en el muro de la sala hasta la fragmentación de pequeños bloques blancos que se
despliegan dispersos en el piso. La fría luz que los inunda aumenta la sensación de
elipsis, aún cuando el ruido de la muerte ronda su contención debido a que las
osamentas de Fernández observan la marcha de los bloques, como queriendo
respetuosamente saludar al inanimado cortejo. Por su parte, las hojas y ramas de
Duharte que iluminan el fondo de la galería contraponen, como dice Pound, un
gruñido seco desde la grieta del yermo adobe, que rompe el silencio inmaculado del
monumental bloque glacial.
Tierra Baldía, nos propone un universo ambiguo y descalzado, un montaje en el que
la entrada es una constante salida simbólica a lo absoluto de un paisaje hostil. Un
acto de escape a al interior del sujeto moderno a través del paisaje. Un sujeto que
mira con ansias una libertad estética que lacera lentamente la calma cotidiana de la
vida misma. En Tierra Baldía, los espíritus de Pound se hacen presentes. La crueldad
de abril remueve el campo de hojas desgajadas, nos somete a mirar fijamente el
blanco frío de montañas infinitas y nos devuelve la muerte como retoño permanente.
Abril es, sin lugar a dudas, el mes más cruel de todos.
Sebastián Vidal Valenzuela
Historiador del Arte
Austin, TX. Febrero 2011.