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Psicología, sociedad y Nación.
Proyectos y usos de la primera psicología en la A rgentina.
Ana María Talak
Universidad de Buenos Aires
Panel: Nación Psi: Psicología, cultura y sociedad en Colombia sidad Nacional de Colombia, Bogotá D.C., 9 de agosto de 2010.]
1. Los nuevos desar rollos de la historia de la psicología
Desde mediados de la década de 1970, la historia de la psicología ha tenido una
transformación renovadora (Furumoto, 1989). La sociología del conocimiento,
principalmente (Buss, 1975, 1979), y luego los nuevos estudios de historia cultural y
algunas categorías conceptuales elaboradas por Michel Foucault, permitieron considerar
de otra manera la disciplina psicológica y su historia (Vezzetti, 2007).
Previamente los estudios históricos mostraban en general los grandes éxitos de la
investigación experimental, y cómo, gracias al ingenio de algunas mentes brillantes que
diseñaron formas de contrastar empíricamente las hipótesis psicológicas, la psicología
había avanzado como ciencia. A partir de la década de 1970 comenzaron a identificarse
otras dimensiones de la psicología que exigían ser estudiadas (Harris, 1999). Empezó a
reconocerse la presencia de la dimensión institucional, social y política, no solo en la
aplicación de los conocimientos, sino también en la misma investigación y producción
del conocimiento psicológico. Comenzó a destacarse la dimensión profesional de la
psicología, y la tecnología que esta producía e implementaba para intervenir en la
solución de los problemas, para lo cual los psicólogos profesionales eran convocados.
Pero esta dimensión tecnológica no solo estaba presente en las intervenciones
profesionales, sino también en la misma producción del conocimiento. El examen
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psicológico, las técnicas de medición de las diferencias humanas, y el lenguaje mismo
elaborado para hablar de ellas y de la subjetividad humana en general, comenzaron a ser
examinados desde el punto de vista de su participación en el conocimiento psicológico y
en tecnologías humanas más amplias que incidían en la formación de las subjetividades
(Rose, 1990, 1996). El lugar de los psicólogos como expertos en el alma humana se hizo
cada vez más importante a lo largo del siglo XX en las sociedades occidentales. De esta
manera, la renovación historiográfica de estas últimas décadas indagó y puso de
manifiesto estas nuevas dimensiones, y sobre todo la relación de la psicología con la
sociedad y su forma de intervenir en los problemas sociales, de carácter práctico, cuya
definición se realizaba por fuera de las fronteras disciplinares y de la terminología
psicológica específica. Se hizo central el análisis de los contextos en los cuales se
producía e intervenía la psicología, y de allí la importancia de las historias locales, las
cuales ya no se concibieron como el simple registro de las variantes de un desarrollo
universal progresivo de la psicología como ciencia. Las historia locales de la psicología
comenzaron a mostrar la incidencia clave que el contexto histórico, social y político, tuvo
en la definición de los problemas que valían la pena investigar, a cuáles se les daba
prioridad y a cuáles no, e incluso en la forma en que la propia sociedad interpretaba los
problemas. También comenzó a mostrarse cómo incidían los contextos locales en la
forma de leer, discutir y reelaborar las teorías producidas en otros ámbitos académicos
extranjeros y en los modos de utilizarlas para resolver los problemas propios.
2. E l estudio histórico de los comienzos disciplinares.
Dentro de estos nuevos desarrollos de la historia de la psicología, la indagación
histórica sobre los comienzos disciplinares en los diversos contextos locales constituye
un tópico que plantea ventajas y desafíos propios.
En primer lugar, los comienzos son indagados en su pluralidad, más allá de los
mitos de origen que pretendían encontrar en un evento de fundación institucional (por
ejemplo, un laboratorio de psicología), en la obra de un autor individual o en la
aplicación de un tipo de metodología experimental, identificada en general con el método
científico, el origen único que suponía una ruptura con el pasado especulativo y no
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científico, y el comienzo germinal de la ciencia psicológica. La indagación de la
pluralidad ha favorecido desplegar una mirada más amplia sobre esos orígenes; más que
alimentar historias continuistas, ha promovido cuestionamientos a las lecturas
unificadoras del estado actual de la disciplina basadas en la consideración de un criterio
único, y en la deslegitimación de desarrollos alternativos, y también, ha contribuido a los
cuestionamientos de las historias basadas en obras y autores canónicos. La tematización
de la pluralidad de orígenes de la psicología ha favorecido entonces una comprensión
más profunda de la pluralidad vigente en la disciplina actual, y una reflexión sobre el
estatus científico que recoge tanto los aportes de los estudios sociales como los debates
de la nueva filosofía de la ciencia (véase por ejemplo: Danziger, 1990, 1997; Smith,
1997; Koch, 1992; Woodward y Ash, 1982; Flanagan, 1981; Woodward, 1980).
En segundo lugar, el estudio de los comienzos desde estas nuevas perspectivas
historiográficas y la superación de la construcción de mitos de origen, permite
comprender las contingencias, los azares, las luchas desde las cuales emergieron y se
fueron definiendo nuevos proyectos (Foucault, 1997), y nos exige distinguir en el nivel
del conocimiento histórico entre proyectos y realizaciones, no tomar las interpretaciones
de los actores históricos como expresión de lo logrado sino como indicio de las
complejidades, ambigüedades y contradicciones que se conformaron, que no siguen en
general una lógica coherente, racional e iluminista. La trama de discursos, prácticas de
investigación, prácticas de intervención y desarrollos institucionales exige enfrentar los
problemas de articular teorías y prácticas, desarrollos internos y contextos sociales,
valores epistémicos y no epistémicos presentes en esos orígenes. Un desafío para los
historiadores que indagan los comienzos disciplinares entonces es el de no imponer una
lógica disciplinar ya conformada, ya racionalizada, a un momento en que tal vez actuaban
otras lógicas. Constituye un problema historiográfico encontrar formas específicas y
originales de dar cuenta en forma discursiva (ya que el trabajo histórico termina
produciendo una narración histórica) de esas diversas lógicas, de su naturaleza, de su
emergencia y desarrollo, que entraman componentes que van mucho más allá de los
discursos y de los problemas conceptuales.
En tercer lugar, esa pluralidad y contingencia de los orígenes va en contra de
buscar en un origen una esencia cuyo despliegue dé identidad a la disciplina. Se trata en
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cambio de poner entre paréntesis los propios límites disciplinares actuales ya establecidos
o presupuestos para indagar los procesos de conformación de las nuevas fronteras de un
conocimiento que tuvo que definirse en relación a otros conocimientos científicos ya
reconocidos. De allí la importancia de indagar en estos comienzos plurales los logros de
consensos sobre conocimientos, sobre formas de investigación y publicación pero
también las relaciones que se fueron construyendo con otras disciplinas ya reconocidas y
sus miembros. En la definición de los límites disciplinares ocupa un lugar muy
importante la identificación de los problemas teóricos que llegaron a verse como propios
de la disciplina y las formas de solucionarlos que se consideraron legítimas. Los debates
teóricos e intelectuales entre quienes comenzaban a considerar el nuevo saber como un
ámbito diferente a otros y como la base propia para responder a estos problemas,
constituyen casos fundamentales para comprender desde la historiografía la
conformación de los límites disciplinares. Los debates muestran tanto los puntos en
común, la plataforma aceptada desde la que se discute, como los márgenes para aceptar
las diferencias. Si en ninguna disciplina hay uniformidad total, es importante analizar los
tipos de disidencia que se permiten y las diferencias que son consideradas marginales, o
bien, ya externas a la disciplina. También es importante aquí examinar los mecanismos,
epistémicos o no, que actúan para favorecer esos consensos o para definir y expulsar las
heterodoxias (Tucker, 2004; Solomon, 2001).
En cuarto lugar, la vertiente práctica de la psicología llevó al desarrollo de
prácticas de intervención basadas en conocimientos psicológicos, que terminaron
identificándose como prácticas psicológicas, y ll psicólogos o psicologistas a
quienes usaban predominantemente esos conocimientos psicológicos. Esto fue así en un
momento en donde solo anacrónicamente se podría hablar de profesionalización, ya que
esta involucra una serie de procesos conjugados de institucionalización, acreditación y
creación de una demanda y un público más amplio, que en la mayoría de los países llevó
bastante tiempo. Salvo en los Estados Unidos, en donde el proceso de profesionalización
de la psicología comenzó rápidamente, y, en el otro extremo, un país como Alemania, en
el cual fue temprano el desarrollo académico y disciplinar de la psicología pero la
profesionalización tuvo que esperar varias décadas más (Geuter, 1992 [1984]), en la
mayoría de los países se dio primeramente un desarrollo disciplinar a nivel académico, y
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aplicaciones de esos conocimientos y procedimientos psicológicos en diferentes áreas,
como la educación, la clínica psicoterapéutica y la criminología. Sin embargo, esos usos
de los conocimientos psicológicos no fueron meras aplicaciones. Esos ámbitos se
constituyeron en verdaderos contextos de producción de conocimiento, en los cuales los
problemas específicos brindaban ya ciertas metas y terminología, y la indagación
psicológica debía apuntar a resolver esos problemas, mayormente de carácter práctico,
aunque también se daba la posibilidad de profundizar problemas teóricos y contrastar
ideas ya establecidas. Por eso, más que ser los antecedentes de la profesionalización de la
psicología, los usos de esos conocimientos en diferentes ámbitos muestran la forma en
que la psicología comenzó a participar interdisciplinariamente en la solución de
problemas que eran definidos como tales por actores externos a la disciplina misma. Fue
aquí sobre todo en donde la psicología tuvo que interactuar con los representantes de
otras profesiones y con actores sociales no académicos, promoviendo el desarrollo de una
forma de comunicación común, de entendimiento de lo que consideraban problemas, de
formas de interpretar el comportamiento humano. La consideración de la subjetividad
humana en términos psicológicos en múltiples ámbitos sociales (escuela, criminalidad y
cárcel, trabajo, la conducta de las masas, la misma historia de la nación), contribuyó a la
conformación de una grilla interpretativa en donde poco a poco muchas cuestiones
humanas pasaron a leerse en una terminología propiamente psicológica. La comprensión
de la construcción del conocimiento psicológico exige investigar cómo se formaron
ciertas redes en las que operaron tácticas de negociación entre autoridades académicas y
autoridades sociales, tácticas de formación de modos de percibir ciertas entidades,
eventos o procesos, la utilización de un lenguaje específico y la forma de conectar
problemas y soluciones. Nikolas Rose habla de la formación de una
en la cual ciertos problemas, temas o prácticas, se volvieron inteligibles en términos
psicológicos (Rose, 1996: 41-66). Si bien fue después de la Segunda Guerra Mundial y
sobre todo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX que la psicología, a través de sus
expertos en diferentes ámbitos, llegó a ocupar un lugar decisivo en la sociedad (véase
Rose, 1990; Herman, 1995), la primera mitad del siglo XX y antes aún, muestran
procesos parciales y más acotados en donde la relación entre psicología y sociedad
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comenzó a ser clave tanto para el desarrollo de la disciplina, como para el desarrollo de la
sociedad, aunque nunca unidireccionalmente.
Todas estas cuestiones muestran las precauciones que hay que tomar en el estudio
histórico de los orígenes de la psicología, que se convierten a la vez en desafíos a
remontar. Pero también nos muestran las posibilidades de los estudios históricos de los
comienzos, en cuanto a los diálogos que pueden favorecer con el presente, al efecto
crítico que pueden promover en los psicólogos practicantes de la psicología en la
actualidad. Los orígenes suelen verse como muy lejanos, sin poco para aportar a las
prácticas actuales. A veces se ensalza un aspecto de esa historia para enfatizar aspectos
que se buscan consolidar valorativamente en el presente. Sin embargo, un estudio que
muestre: 1) la pluralidad (en oposición al mito del origen único), 2) el azar, la
contingencia y la conformación de nuevas lógicas (en oposición a la necesidad de origen
de una lógica que se identifica con la vigente), 3) la trabajosa y paulatina definición de
las fronteras disciplinares (en oposición a la extrapolación de las fronteras disciplinares
actuales o una supuesta identidad esencial basada en autores y teorías canónicas), 4) los
usos variados de la psicología (en oposición a la idea de una profesionalización
temprana), 5) y el papel de los contextos en todos estos procesos, favorecería una mirada
sobre el desarrollo de la psicología actual y un análisis del lugar que ocupa ella en la
sociedad, y la sociedad en ella. Un estudio de los orígenes orientado desde estas
preguntas podría convertirse en un espejo perturbador en el cual podríamos mirar
nuestras prácticas actuales, y de esta manera, tomar conciencia de cómo estamos
atrapados en nuestra historia (Foucault, 2001 [1982]), y de que esta no se ocupa solo de
lo que pasó, sino de cómo construimos nuestras prácticas, nuestro conocimiento sobre
nosotros mismos, y de cómo estos procesos nos hacen ser y vivir de determinadas
maneras, y participan en los tipos de sociedades que vamos conformando. Contribuiría a
devolverle al pasado la incertidumbre del porvenir, de la misma manera que es incierto el
porvenir en nuestro presente.
3. La primera psicología en la A rgentina. Psicología, sociedad y nación.
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Una revisión de la primera psicología en la Argentina guiada desde estas
cuestiones y precauciones, podría servir de base para un diálogo con los trabajos que se
presentarán a continuación sobre la psicología en Colombia.
3.1. Presentación general: la psicología como disciplina académica.
La primera psicología que se desarrolló en la Argentina, desde los primeros años
del siglo XX, fue sostenida en la creación de cátedras universitarias de psicología en la
Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de La Plata. Estos cursos de
psicología formaban parte de una formación universitaria más amplia. En el caso de la
Universidad de Buenos Aires, formaban parte de la carrera en Filosofía y Letras, en la
Facultad del mismo hombre creada en 1896, y en el caso de la Universidad Nacional de
La Plata, formaban parte de la sección pedagógica, que se creó junto con la misma
universidad, en 1906, para formar como profesores a los egresados de las carreras
universitarias de esa institución. Anexados a estos cursos se fundaron laboratorios de
psicología, en los que se trataba de reproducir los tipos de experimentos que se realizaban
en Europa: experimentos de psicofisiología realizados en el laboratorio de Leipzig con
los aparatos de bronce, estudios antropométricos, medición de tiempos de reacción,
experimentos clínicos usando el hipnotismo, según la tradición psicopatológica francesa,
y estudios psicopedagógicos que usaban diferentes tipos de tests y cuestionarios (Talak,
1999).
A grandes rasgos se ha caracterizado este período como positivista, (Terán, 1987;
2000; 2008) incluyendo allí el pensamiento intelectual de la época y las diversas ciencias
empíricas que se comenzaban a promover en el país a través de una organización
institucional universitaria, que buscaba promover el
embargo, si tenemos en cuenta la variedad de positivismos presentes en la historia, desde
el positivismo de Augusto Comte, el de Herbert Spencer, el de Ernst Mach hasta el
positivismo lógico del siglo XX, puede resultar un término que, en vez de aclarar,
simplifique y confunda, y obstaculice con ese rótulo tratar las cuestiones fundamentales.
Creo que una caracterización más apropiada de esta primera psicología se podría
dar a partir de los componentes que llegaron a definir el marco teórico de la disciplina:
naturalismo, evolucionismo, monismo energetista y determinismo (Ingenieros, 1946
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[1919]). La construcción de ese marco teórico se logró durante la primera década del
siglo XX, se mantuvo con cierta estabilidad durante la segunda década, aunque alrededor
de 1915 y 1916, comenzaron a difundirse ideas de crítica a una concepción que solo
valoraba la ciencia natural, y a buscar formas de promover articulaciones entre la ciencia
y la filosofía, otorgándole a esta última un lugar privilegiado. Ya la década de 1920
anunciaba otros desarrollos disciplinares (Talak, 2000).
Otra característica que definió a esta primera psicología fue el proyecto de
practicar una nueva psicología, empírica, científica, que dejara atrás las especulaciones
filosóficas alejadas de la experiencia. Esta psicología era nueva en varios sentidos.
Por un lado, en la Argentina desde hacía pocos años la psicología comenzaba a ser
estudiada en relación con las ciencias naturales y la investigación experimental. En el
ámbito de la educación secundaria, un médico, Carlos Rodríguez Etchart comenzó a usar
en la enseñanza de la psicología en el Colegio Nacional de Buenos Aires, los libros del
autor italiano Giuseppe Sergi (Psicologia fisiologica, 1881) y del francés Fréderic
Paulham (Physiologie de l´Esprit, 1880), ambas en traducciones al español. Esa
orientación fisiológica sería continuada en 1898 por el médico argentino Horacio G.
Piñero, en el mismo establecimiento y luego en la Facultad de Filosofía y Letras. Víctor
Mercante, también había iniciado investigaciones en el área de la psicología pedagógica
en San Juan, desde 1892, estudiando diversas aptitudes en los alumnos de la Escuela
Normal bajo su dirección. Llevo a cabo las primeras investigaciones sistemáticas en
psicología del país. Su libro La educación del niño y su instrucción, de 1897, recogió
esos primeros resultados. La formación de maestros en las Escuelas Normales,
principalmente a partir de la tarea educativa y difusora de Pedro Scalabrini en la Escuela
Normal de Paraná, fue uno de los ámbitos de la primera recepción de las ideas
positivistas y evolucionistas que favorecieron el enfoque naturalista de la psicología. Esta
nueva orientación también fue impulsada por el impacto que tuvo entre los propios
autores argentinos la obra del naturalista Florentino Ameghino en el terreno de las
ciencias naturales. Además, diversos estudios de psiquiatría o de psicología social
planteados en términos de patología mental, que se venían publicando, incluían entre sus
categorías interpretativas términos y explicaciones de carácter psicológico, tales como La
neurosis de los hombres célebres en la historia argentina (1875), o bien las Lecciones
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clínicas sobre enfermedades nerviosas y mentales (1893), ambas de José María Ramos
Mejía; South America. Ensayo de psicología política (1894) de Agustín Álvarez;
Hombres de presa (1888) de Luis María Drago, que iniciaba la lectura psicológica de los
problemas de la delincuencia; Pasiones. Estudios médicos sociales (1893) de Lucas
Ayarragaray. Estas producciones fueron de carácter disperso, y respondieron a las
iniciativas de figuras individuales por conocer y usar las ideas extranjeras que se
identificaban con un nuevo clima de ideas. No había todavía un estudio diferenciado ni
en la cátedra ni en la producción escrita que reflejara claramente la nueva identidad de la
psicología, y su relación con las otras ramas del saber.
Por otro lado, los que se dedicaban a la psicología en Europa y en Estados Unidos,
promovían nuevos enfoques y modos de investigación empírica, que consideraban
esenciales para constituir una psicología de carácter científico. Numerosos trabajos
históricos han abordado esas múltiples producciones de la psicología en la segunda mitad
del siglo XIX, analizando en qué medida los diversos procesos involucrados
contribuyeron más o menos a la autonomización de la disciplina. En Alemania, la obra de
Gustav Theodor Fechner en psicofísica (1860) y las de Wilhelm Wundt en psicología
fisiológica o experimental (1874), y en sus relaciones con la filosofía y con una
psicología de los pueblos (1892, 1900) habían fundado nuevas formas de investigación en
psicología que no solo se basaban en la aplicación de un método objetivo, sino que
implicaban una reformulación integral de la psicología en relación a un nuevo proyecto
de ciencia (Danziger, 1990). En Francia, fueron significativos en la conformación de una
tradición psicopatológica y evolucionista en el abordaje de la psicología, los aportes de
Hippolyte Adolphe Taine en el estudio de la mente en relación con su base biológica (De
l´intelligence, 1870) y en la caracterización psicológica de las masas (Les origines de la
F rance contemporaine, 5 volúmenes publicados entre 1875-1893), de Jean Martin
Charcot en la concepción fisiológica y en la clínica de las enfermedades nerviosas
(Leçons sur les maladies du système nerveux faites à la Salpêtrière, 3 volúmenes
publicados entr 1885 y 1887) y de Théodule-Armand Ribot en la concepción de la
psicología como rama de la biología y no de la filosofía, sobre la herencia psicológica
(L´hérédité psychologique, 1873), y sus trabajos sobre la atención (1889), los
sentimientos (1896), la imaginación creadora (1900), y sobre las enfermedades de la
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memoria (1881), de la voluntad (1883) y de la personalidad (1885), entre otros (Carroy,
1991; Plas, 2000; Carroy, Ohayon & Plas, 2006). En Italia, fueron importantes en este
proceso, por un lado, los primeros trabajos de Giuseppe Sergi sobre la psicología
fisiológica (Principi di psicologia, 1874), la teoría fisiológica de la percepción (Teoria
fisiologica della percezione, 1881), las emociones (Dolore e piacere. Storia naturale dei
sentimenti, 1894), y por el otro, la teoría de Cesare Lombroso sobre el delincuente
atávico (L´uomo delinquente, 1876), y los desarrollos que continuaron Enrico Ferri en
criminología, Enrico Morselli tanto en la clínica psiquiátrica como en la lectura de
algunos problemas como el suicidio, la prostitución y el magnetismo animal, y Scipio
Sighele sobre la muchedumbre delincuente (La folla delinquente, 1891). En Inglaterra,
los aportes más relevantes provenían del empirismo y el asociacionismo (John Stuart
Mill, Alexander Bain) y el evolucionismo propuesto por Herbert Spencer (Principles of
Psychology, 1855). Luego Francis Galton aportaría el uso de cuestionarios y las
estadísticas para medir diferencias individuales, iniciando la psicología diferencial
(Hereditary Genius 1969;) y la eugenesia (Inquiries in Human Faculty and its
Development, 1883) (Smith, 1997). En Estados Unidos, William James publicaba en
1890 The Principles of Psychology, que la definían como ciencia natural, y en 1892, se
fundaba la American Psychological Association (APA), primera asociación de psicólogos
en el mundo. En estas décadas, se fundaban también en Europa los primeros laboratorios
de psicología experimental, y en algunas cátedras de filosofía comenzaba a darse
psicología desde una orientación naturalista, experimental o clínica.
La primera psicología en la Argentina tomó como referencia sobre todo las
diversas tradiciones europeas de investigación, pero lo hizo desde los problemas prácticos
que eran relevantes en el país y desde la inserción profesional de quienes estuvieron a
cargo de los primeros cursos universitarios de la psicología. Quienes dictaban los cursos
de psicología eran sobre todo médicos, en segundo lugar había profesores o maestros, y
en tercer lugar, algunos abogados. Esta inserción profesional no fue una cuestión menor.
Justamente la psicología tuvo un desarrollo teórico, promovido desde las cátedras
universitarias, que se plasmó en la publicación de artículos y libros, y a través de los
intercambios con los centros académicos internacionales, y un desarrollo práctico a
través de los usos tecnológicos de la psicología, en la solución de problemas concretos,
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en el ámbito de la educación, la psicoterapia y la criminología, y un uso hermenéutico en
la interpretación de la sociedad y la historia argentina.
Los comienzos de la psicología como objeto de indagación histórica se
constituyen en un objeto huidizo y paradójico, ya que su propia delimitación se hizo por
medio del establecimiento de relaciones estrechas con otros saberes disciplinares, como
las ciencias naturales y la clínica, y de allí su inserción plena en la nueva criminología, en
las prácticas educativas, y en la interpretación de la historia y los problemas sociales. La
psicología pudo constituir su propia identidad solo a partir de sus íntimos enlaces con
otras disciplinas ya reconocidas, o bien, que se estaban conformando, pero tenían una
aplicación práctica que jerarquizaba su relevancia (como la educación o el estudio de la
criminalidad).
Dentro de este proceso de legitimación institucional, los practicantes de la nueva
disciplina, tanto en la Argentina como en otros países, fueron construyendo
discursivamente una justificación del carácter científico y de su valor práctico para
persuadir a un público no científico más amplio. Este segundo aspecto se evidenció en la
Argentina en un intento de vincular el desarrollo de la psicología con los problemas
sociales locales que preocupaban a los intelectuales, a los funcionarios y a un público
educado en general. Este aspecto práctico de la psicología no fue una dimensión aplicada
posterior y externa a la producción del conocimiento psicológico, sino que formó parte
inherente del proceso de configuración de la disciplina en la Argentina, y un componente
fundamental de los proyectos que se formularon para la psicología. Esos diferentes
ámbitos que apelaron a los conocimientos psicológicos fueron fuentes de problemas
nuevos y específicos para la psicología, y promovieron también la producción de
conocimientos psicológicos.
De allí la fuerte vinculación que el desarrollo de este saber disciplinar tuvo con los
problemas de la cuestión social de la época (Suriano, 2000). Quienes se ocuparon de la
psicología ofrecieron programáticamente una psicología que constituiría la clave de la
interpretación y la intervención en los diferentes problemas sociales, y que contribuiría
decisivamente, sobre bases científicas, a la consolidación del país y al logro de la
nacionalidad argentina, entendida esta como un problema que exigía la implementación
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de políticas públicas sobre la constitución racial de la población, su salud física y moral,
sus costumbres y su identidad cultural (Talak, 2008).
En este punto se ve cómo la posibilidad de desarrollo de una psicología así
entendida se vinculó al movimiento higienista que en las décadas previas había extendido
su presencia en la sociedad y en el estado argentinos. Este movimiento higienista, que
logró su consolidación durante el último tercio del siglo XIX (Armus, 2000), creó y
desenvolvió un vocabulario sobre la salud de la población que combinó términos
psicológicos y valoraciones morales para referirse a las conductas y las costumbres de la
población, entendida a veces como la totalidad de los habitantes, y otras, más frecuentes,
como los sectores trabajadores y carenciados en general. Este optimismo en la posibilidad
de intervenir y transformar la sociedad confió en los poderes de la ciencia natural para
acompañar un progreso que se veía como necesario.
Por consiguiente, si partimos de las ideas de que los científicos son también
miembros de múltiples ámbitos del discurso intelectual y sociocultural, y de que
participan tanto en las disciplinas en las que contribuyen como en los vínculos culturales
más amplios, que incluyen representaciones compartidas y metáforas organizadoras, la
relación entre la ciencia, y la cultura y la sociedad, no puede plantearse en términos de
relaciones exteriores o de simples influencias en un sentido o en otro. En los momentos
inaugurales de las disciplinas se explicitan las metas que se persiguen, pero a la vez se
buscan estabilizar las normas más específicas de la disciplina y el sentido y la relevancia
que la producción de conocimiento tiene en esa área en formación.
Por otra parte, los criterios de demarcación mismos no involucraron solo
cuestiones de carácter teórico y espistemológico. Incluyeron también procesos
institucionales, valoraciones compartidas acerca de los modelos de ciencia a seguir, e
intereses prácticos relacionados con la intervención sobre los seres humanos y la
organización social.
Al hablar de disciplina académica la entiendo como un conjunto de relaciones
entre saberes, articulados en producciones discursivas y prácticas de enseñanza, que
tienen como fin explícito promover esa área del saber, principalmente a través de la
producción de nuevos conocimientos, de los debates más significativos y de la difusión
de conocimientos de la disciplina. Estos saberes académicos pueden tener o no
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conexiones con prácticas profesionales específicas, relacionadas entre sí a partir de
procesos de reconocimiento entre quienes se consideran partícipes en la producción de
los saberes y quienes desarrollan otros saberes ya reconocidos. Esto es, puede haber
desarrollo de una disciplina académica sin la constitución de una práctica profesional
específica asociada a ella.
Entre los indicadores más significativos de la institucionalización de una
disciplina, pueden considerarse los siguientes1:
1. la producción de libros de textos, en la medida que estos se vuelven portavoces de
problemas y herramientas conceptuales y metodológicas comunes;
2. la enseñanza de la disciplina como un tema mayor, no como una materia más, por
profesores especializados, que han dedicado su formación a esa área y no, en cambio, que
ejercen la docencia de esa disciplina solo como una actividad complementaria de otra
actividad profesional;
3. la existencia de revistas especializadas, en las que los practicantes de la disciplina
puedan publicar en vez de hacerlo en revistas que se dedican a otros temas o áreas más
amplias, no específicas;
4. el financiamiento de la investigación y la organización administrativa necesaria a tal
fin;
5. y la aparición de sociedades científicas, que promuevan un espacio común de
producción y aplicación del saber.
Esos indicadores aparecieron solo parcialmente en los primeros pasos de
organización institucional y producción de la psicología en la Argentina. Si bien no se
cumplieron la totalidad de estas condiciones, hubo pasos en dirección a una
institucionalización en el contexto de las posibilidades locales.
La noción de disciplina académica alude entonces a una división del saber
reconocida como disciplina de conocimiento, que tiene su propio orden interno en la
organización de los contenidos y en los criterios que otorgan relevancia a ciertos
problemas, a la vez que permiten formularlos. Pero este sentido no se puede separar, por
otro lado, de la idea foucaultiana de las disciplinas como dispositivos, que establecen
1 Retomo aquí los indicadores que Alejandro Blanco ha tenido en cuenta en el estudio de la institucionalización de la sociología en la Argentina, inspirado a su vez en Edward Shils (1970). Tradition, Ecology, and Institution in the History of Sociology, Daedalus, vol. 99, Nº 4, 778. (Blanco, 2006: 51-80)
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redes de relaciones específicas, no necesariamente estructurantes, entre elementos
heterogéneos, tales como proposiciones científicas y filosóficas, representaciones
sociales, prácticas institucionales de investigación y enseñanza, formas de intervención
profesionales, reglamentaciones, etc. (Foucault, 1989 [1975]; 1995 [1976]). De esta
manera, la noción de disciplina involucra indisolublemente las dimensiones discursivas y
prácticas de los saberes, así como la cuestión de los límites disciplinares, los criterios de
demarcación y los criterios y procesos de legitimación de esos saberes.
Durante las dos primeras décadas del siglo XX, en la Argentina, se formuló un
proyecto de ciencia para la psicología, un proyecto que integraba categorías conceptuales,
pero también técnicas y procedimientos que se usaban para poner de manifiesto los
objetos de conocimiento psicológico, modos de prueba y de justificación para legitimar
esos conocimientos. La conducta de las personas, de los grupos, de las multitudes,
psicológica, que fue creando una especie de matriz a partir de la cual se convirtió en
objeto de cálculos y especulaciones por parte de los intelectuales o teóricos de la
psicología y por parte de los funcionarios o autoridades sociales. Este proceso formó
parte de la disciplinarización de la psicología, como disciplina de conocimiento (en el
sentido de lograr cierta estabilización en el orden del saber) pero a su vez, con sus
técnicas de conocimientos y con prácticas de intervención que se promovieron intervino
en la disciplinarización de sujeto humano como objeto de conocimiento e intervención.
Mi tesis es que los mencionados cursos universitarios de psicología constituyeron
una especie de plataforma o suelo desde el cual se produjeron operaciones discursivas y
prácticas que definieron la psicología en tanto saber académico. Este saber académico se
definió como saber científico, de acuerdo con ciertos marcos conceptuales, y utilizó
criterios epistémicos específicos para legitimar el saber producido localmente,
apoyándose en los desarrollos europeos y norteamericanos contemporáneos. La
producción realizada desde esos cursos dependió también de los desarrollos
institucionales de los ámbitos académicos en los cuales se insertaron (por ejemplo, en la
UBA predominó una orientación clínica, en la UNLP en cambio una orientación
educativa) y de los aspectos sociales, culturales y académicos que favorecieron u
obstaculizaron la conformación de un campo intelectual en la Argentina durante las dos
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primeras décadas del siglo XX. Los profesores de esos cursos de psicología resultan
referencias insoslayables: Horacio G. Piñero y José Ingenieros, principalmente, y también
Víctor Mercante, Rodolfo Senet, Félix Krueger, Carlos Rodríguez Etchart, Francisco De
Veyga, Horacio Areco y Antonio Vidal. También contribuyeron a este proceso de
disciplinarización otros autores que utilizaron terminología y concepciones psicológicas
para abordar problemas de sus áreas específicas, tales como José María Ramos Mejía,
Carlos Octavio Bunge y Eusebio Gómez, entre otros.
Los primeros desarrollos de la psicología en la Argentina se caracterizaron
entonces por un interés en fundar un saber que fuera científico, en el sentido que lo eran
las ciencias naturales de la época, y que brindara respuestas a ciertos problemas de
carácter teórico, relacionados con la comprensión de las capacidades psicológicas de los
seres humanos y su relación con las demás especies animales, y a ciertos problemas de
carácter práctico, relacionados con el momento histórico que vivía la Argentina y con los
problemas del rápido crecimiento urbano. Fue en relación a estos problemas que se
proyectó una psicología como un saber fundamental, como una ciencia primera, que un
país moderno que se incorporaba al orden mundial como la Argentina, debía tener y usar
para organizar mejor su sociedad y para participar en la producción internacional del
saber científico. En la conformación de la identidad disciplinar, entonces, las operaciones
discursivas pretendían justificar su relevancia a partir de su carácter de saber
fundamental, primero desde el punto de vista teórico y práctico.
Desde el punto de vista teórico, la psicología parecía ocupar un lugar clave en la
división intelectual de las áreas del saber científico: al reconocer que todas las ciencias
empíricas se basaban en la experiencia humana, la psicología aparecía como la ciencia
que se ocupaba de establecer el carácter de esa experiencia, y las relaciones entre
subjetividad y objetividad. De esta manera, la psicología era postulada como un puente
entre las ciencias y la filosofía, a la vez que parecía serle inherente una doble naturaleza
científica y filosófica. La forma de enfrentar y asumir la ambigüedad de esta doble
naturaleza marcó gran parte de los debates acerca de su identidad disciplinar, definida
como evolucionista, monista y determinista. Los problemas de la gradualidad del
desarrollo de las funciones psicológicas en el evolución filogenética, su relación con la
fisiología del sistema nervioso, el surgimiento de la consciencia como propiedad de
16
ciertas funciones psicológicas y el problema de la memoria, definida en términos
materiales y vivenciales, condujeron a definir el estatus de la psicología como una ciencia
biológica, que legitimó la extensión del lenguaje de la física y de la biología a la
interpretación de los fenómenos sociales e históricos (Ingenieros, 1946 [1919]; Senet,
1916 [1909]).
Se lograron niveles relativamente altos de consensos en ese espacio
interdisciplinario de cruces con la biología evolucionista, con la perspectiva energética
como concepción filosófica de la física y con la fisiología experimental. Estos cruces
disciplinares le otorgaron problemas y conceptos teóricos para abordarlos. Pero así como
la psicología recibió de estas disciplinas muchas respuestas ya elaboradas, estas mismas
teorías constituyeron los límites en el logro de nuevos desarrollos teóricos, con mayor
especificidad en las herramientas conceptuales. La mayor dificultad de estos desarrollos
fue que no permitieron abordar la incidencia de lo cultural y lo social en la constitución
misma de la subjetividad humana. Desde esta operación fundamental de naturalización de
los valores de la propia época y del propio grupo social, es que se pueden entender los
desplazamientos conceptuales constantes desde los postulados de las ciencias naturales
hacia la comprensión de lo humano y lo social (como la identificación de la historia con
la evolución) y desde categorías de comprensión de las sociedades hacia los fenómenos
de la naturaleza (como la identificación de la evolución en el mundo natural con el
progreso) (Talak, 2009).
La aplicación de las interpretaciones naturalistas a las cuestiones de la psicología
humana reforzó en algunos casos representaciones de sentido común (por ejemplo, las
diferencias entre los roles sociales del hombre y la mujer como características naturales
de la identidad masculina y femenina) o representaciones dogmáticas de la formación
médica (por ejemplo, el uso de las nociones de atavismo, regresión y degeneración). La
fisiología le brindó a la psicología provechosas herramientas de investigación y esquemas
conceptuales, pero a la vez, esta quedó limitada por estos mismos recursos en la
resolución de algunos problemas como el de la memoria y el de la conciencia (Talak,
2001). No hubo una coherencia global total en la producción teórica y empírica. Por otro
lado, los desarrollos teóricos y los usos de los conceptos de degeneración, atavismo y
regresión, en la educación, la psicoterapia y la criminología, muestran la mayor debilidad.
17
La relación entre la herencia y la experiencia, y la creencia en la herencia de las
modificaciones adquiridas, constituyeron otro problema fundamental, vinculado a las
nociones de evolución y progreso, cuyas implicancias prácticas fueron enormes. La
psicología, al tomar como objeto de conocimiento al ser humano, en sus relaciones con el
resto de los seres naturales, ha tenido que describir, clasificar y explicar las diferencias
humanas. En esos procesos de descripción y comprensión se encuentran valoraciones que
exigen ser abordadas filosóficamente, desde un punto de vista ético, político y
epistemológico.
La Sociedad de Psicología de Buenos Aires, creada en 1908, y que funcionó hasta
1913, cumplió un papel significativo en la construcción de la identidad disciplinar
siguiendo la misma orientación ya señalada. Contribuyó a establecer los límites
disciplinares, en su producción, en sus aplicaciones y en su enseñanza, pero en la apertura
hacia disciplinas y profesiones diferentes que pudieran contribuir a ella. Los primeros
relatos históricos de la psicología, de esos años, también recurrieron a esta operación de
delimitación y apertura, en los mismos cruces disciplinares, acentuando los aportes en
una y otra dirección, y los componentes del marco común que unía la psicología con
todas las ciencias (naturales y humanas). (Talak, 2002)
3.2. Los usos de la psicología: higienismo, cuestión social y Nación.
Desde el punto de vista práctico, la psicología se proponía como un saber que
prometía intervenciones eficaces en la conducción de individuos, grupos y pueblos,
basadas en la interpretación y en el abordaje de problemas de carácter individual y social,
definidos en función de la percepción contemporánea de los procesos de modernización
de la sociedad y de construcción de la identidad nacional.
La conformación del estado nacional durante el último tercio del siglo XIX
coincidió con el fortalecimiento y la expansión de la creencia de que el progreso tenía
como uno de sus componentes fundamentales la racionalización de las prácticas políticas,
institucionales y sociales, proceso en el que cumplía un papel clave la aplicación del
saber científico. Viejos y nuevos problemas eran leídos a través de esa idea básica, que ya
no veía los males, los obstáculos al progreso, como algo inevitable, sino como aquello
18
sobre lo cual se podía y se debía intervenir. Varios trabajos han puesto de relieve el rol
del saber médico y de la figura del médico en este proceso. Fue durante el último tercio
del siglo XIX que la profesión médica logró consolidarse en la Argentina, a la vez que
expandió su campo de intervención a todo el cuerpo social, a través del movimiento
higienista (Vezzetti, 1985 [1983]: cap.1; Weinberg, 1998; Nouzeilles, 2000).
Si la higiene tuvo presencia en el país desde mediados del siglo XIX, fue en el
último tercio del siglo cuando sus ideales quedaron incorporados plenamente en el
proyecto modernizador. La expansión del este movimiento higiénico coincidió con la
visibilidad que cobraron los problemas de la cuestión social a fines del siglo XIX y
principios del siglo XX (Zimmermann, 1995; Suriano, 2000). La expresión cuestión
social alude a los problemas sociales, laborales e ideológicos suscitados por la
industrialización y la urbanización, que incluyeron tanto los problemas de la cuestión
obrera como los problemas asociados a la pobreza, la prostitución, la vivienda, la
criminalidad, los problemas de género, suscitados por el rol de la mujer como trabajadora
y madre, y la cuestión indígena. La ideología higienista y el saber médico como modelo
epistemológico (González Leandri, 2000) se convirtieron en la matriz hegemónica en la
interpretación de estos problemas. La justificación de la psicología desde un punto de
vista práctico se desenvolvió desde esa mirada médica, ya extendida, legitimada y
naturalizada, de los problemas sociales.
El problema crucial residía en determinar qué papel podía cumplir el medio
ambiente en la formación de la nacionalidad argentina y en el proyecto civilizador. En
este contexto, la intervención pedagógica o psicoterapéutica debía apoyarse en los
conocimientos científicos que marcaran sus posibilidades y a la vez dirigieran su
accionar. Desde una concepción evolucionista, el desarrollo físico y psicológico normal
suponía un tipo de evolución dirigida orgánicamente, que el medio no hacía sino
favorecer. El desarrollo anormal suponía una involución o degeneración, cuya etiología
quedaba confusamente determinada, como tara hereditaria, proveniente de la sífilis, las
psicopatías y el alcoholismo de los padres, o bien por haber sufrido en su primera
infancia trastornos cerebrales debidos a traumatismos o enfermedades infecciosas (Senet,
1906; Piñero, 1916; Bunge, 1918).
19
La psicología, entonces, tomó del modelo médico la forma de interpretar los
problemas en términos de normalidad y patología, como grilla interpretativa de sus
propios objetos de estudio, viendo como natural el uso de esos criterios para evaluar
todos los fenómenos psicológicos y psicosociales. Y tomó del higienismo la voluntad de
intervenir en los problemas prácticos desde el saber académico, legitimando así la
extensión de su campo de acción. Pero a la vez, el higienismo, en esa operación de
ampliación del objeto de intervención de la medicina a todo el cuerpo social, entendiendo
la salud en términos corporales y de costumbres y formas de vida, legitimó el uso de una
terminología psicológica y sociológica en la interpretación pretendidamente biológica de
los problemas urbanos.
En el ámbito médico, también se usó la psicología para abordar los problemas
relacionados con la comprensión y el diagnóstico de conflictos psicológicos que suponían
patologías leves, intermedias, modificables. Estos trastornos no exigían la internación y
exclusión del enfermo, como la demencia o alienación mental, sino que motivaban otro
tipo de intervenciones, que se llamaron psicoterapias (Ingenieros, 1904; Vezzetti, 1996:
cap.1). Estas intervenciones clínicas fueron justificadas teóricamente de diversas
maneras, y tomaron muchas veces la forma de prácticas sugestivas, educativas, o
recuperadoras, y estuvieron fuertemente marcadas por concepciones moralistas propias
de la ideología de clase de los intelectuales y profesionales que las usaron.
El modelo médico higienista impactó también enormemente en el ámbito del
derecho a través de la formación de una nueva disciplina, la criminología. El nacimiento
de esta disciplina incorporó como esencial a su definición la necesidad del estudio del
delincuente, desde una grilla interpretativa medicalizada. La creación de la antropología
criminal por parte de Cesare Lombroso, la cual se proponía identificar los estigmas
físicos que diferenciaban a los delincuentes de los hombres honestos, suponía no solo una
etiología biológica del delito, sino también una mirada clínica, individualista, que
invisibilizaba las cuestiones sociales, económicas y políticas, de carácter estructural,
presentes en los desarrollos de la modalidades delictivas en cada sociedad en cada
momento histórico. Esta mirada clínica, individualista, que veía la conducta delictiva
como una patología, fue la marca que dio identidad a la nueva disciplina. La psicología
fue incorporada a la criminología dentro de esta matriz de interpretación, y reforzó el
20
modelo médico de lo normal y lo patológico que tenía para el abordaje general de sus
temas de estudio (Ramos Mejía, 1904; Ingenieros, 1953[1916]; Talak, 2006).
Médicos y abogados que se dedicaron a la psicología, interpretaron y elaboraron
los contenidos de la disciplina desde la perspectiva que identificaba los problemas
sociales con patologías individuales, y por lo tanto, promovieron el examen de las
personas, para establecer diagnósticos y pronósticos. La misma idea de prevención, tan
extendida y valorada durante esos años, mantenía la concepción de que el ambiente
favorecía o perjudicaba lo que ya estaba en el individuo, y desde allí se proponía las
medidas moralizadoras y disciplinadoras sobre la población.
La interpretación psicológica en esta mirada examinadora individualista e
individualizadora, cumplió un papel fundamental. Aún cuando perduraron las referencias
a las causas orgánicas (herencia, degeneración) y la identificación de estigmas físicos de
la patología, cada vez más se tendió a buscar las explicaciones etiológicas en los
conflictos internos individuales vividos por los sujetos examinados. El examen
psicológico o psicopatológico se convirtió en el principal instrumentos de producción de
conocimiento sobre los seres humanos. Ese conocimiento desembocaba en una identidad
fijada en la clasificación, acorde a los saberes que se sostenían en la época. Basta revisar
anarquista preside (Ingenieros, 1937 [1900]: cap. V). Se
trataba de un conocimiento que individualizaba, pero a su vez lo fijaba en la grilla
interpretativa general de las verdades legítimas vigentes.
Esta matriz de interpretación e intervención del higienismo que incluyó a la
psicología, se vinculó muy estrechamente con los problemas de construcción de la
nacionalidad, a partir de la formación de un nuevo sujeto argentino, según ideales de
creación de una nueva raza argentina, que incluía componentes biológicos y culturales, y
tomaban diversas posiciones sobre la integración de los inmigrantes.
Un tercer ámbito que estimuló en gran medida la producción y uso de los
conocimientos psicológicos fue el de la educación. Allí fueron educadores (como Víctor
Mercante y Rodolfo Senet), no abogados o médicos, los que iniciaron y continuaron la
investigación en psicología y sus usos en las cuestiones prácticas de didáctica,
21
organización institucional y curricular, entre otros aspectos. Además, la escuela pública
fue uno de los ámbitos privilegiados de intervención del movimiento higiénico, ya que
era desde allí donde se podía educar al nuevo sujeto argentino en las normas de la vida
higiénica, y a través de él, modificar las costumbres de las familias. Así, observamos que
se crearon cátedras de higiene escolar, para formar a profesores y maestros. Además,
predominaba en el ámbito educativo los componentes del clima de ideas de la época: el
mito del progreso, las diferencias entre varones y mujeres como diferencias naturales, la
participación de la herencia en la determinación de la identidad, pero a la vez una
creencia en el papel transformador de la educación (Senet, 1908, 1911; Mercante, 1909,
1918).
Por último, dentro de los usos de la psicología, también se apelaron a los términos
de la patología mental, a las nociones de degeneración, de evolución y de herencia en la
interpretación de los problemas sociales y la historia argentina. La psicología se proponía
como aquella que permitiría comprender las sociedades, los grupos, el pueblo, que se
buscaba disciplinar y dirigir. Los problemas relacionados con las conductas de las
multitudes, y la relación entre los dirigentes y el pueblo, así como el papel del trabajo, o
la mala vida, en relación con la herencia y el tiempo necesario para lograr
transformaciones estables, fueron los problemas que más acapararon las reflexiones (por
ejemplo, Veyga, 1902, 1905; Gómez, 1908, 1933; Ayarragaray, 1912; Ingenieros, 1918,
1913]; Ramos Mejía, 1915 [1878], 1933 [1896], 1944 [1907], 1952 [1899], 1955 [1904]).
La medicalización de los abordajes de los problemas sociales, estuvo presente
entonces tanto en los usos de la psicología como en los planteos teóricos, ya que se trató
de un proceso por el cual cierta grilla interpretativa (cuyos componentes hemos señalado:
la visión clínica de los problemas, la consideración individual de los mismos y la del
medio como simple facilitador u obstaculizador, entre otros) se extendió a la
comprensión de todos los problemas humanos, sean estos teóricos (la conciencia, la
memoria, etc.) sean estos prácticos (la criminalidad, la educación, las patologías
mentales, los conflictos sociales, etc.).
La psicología participó así de un proceso histórico más amplio, social y político,
en donde los procesos en marcha en diferentes ámbitos e instituciones compartían
22
algunas cuestiones de la época y a su vez tenían ciertas especificidades, y de esta manera,
la psicología intervino en las tecnologías humanas de producción de subjetividades.
Entonces, más allá del lugar que ocupó como asignatura en el plan de estudios de
la universidad, la psicología era vista como una disciplina clave en el panorama de las
diversas ciencias sociales y la filosofía, y vinculada a diversas prácticas profesionales.
Pero gran parte de la producción académica de los saberes psicológicos en la Argentina
en estas primeras décadas, y por tratarse de un momento inaugural en el que no había
todavía especialistas en el área, se hizo desde esas diferentes disciplinas y profesiones
(educación, medicina, clínica y psiquiatría, criminología, la historia y las ciencias
sociales) que orientaron la comprensión psicológica de los problemas, y las lecturas que
se realizaron de autores europeos y norteamericanos, determinando la importancia teórica
y práctica de ciertos abordajes frente a otros.
Los problemas de las tradiciones de investigación psicológica extranjeras
actuaron en la Argentina definiendo el suelo de conceptos y de lenguaje aceptables para
cualquier conocimiento psicológico creíble. Por eso, no se trató de la construcción de una
supuesta lógica interna de un campo. Fueron fundamentales las lógicas de los otros
ámbitos disciplinares o profesionales desde los cuales se realizó su producción y su
enseñanza universitaria. Los problemas y los objetos de conocimiento cobraron forma y
adquirieron relevancia en esos entramados de relaciones discursivas y prácticas.
En suma, en las dos primeras décadas del siglo XX, se intentó desarrollar un saber
nuevo en varios sentidos y prometedor en sus proyecciones teóricas y prácticas, en
relación a una ideología del progreso presente transversalmente más allá de las divisiones
disciplinares y en un ideal que abarcaba los anhelos de los intelectuales y políticos. Sin
embargo, el proyecto de la primera psicología en la Argentina como una psicología
empírica, naturalista, experimental y clínica, como ciencia primera, no puede dejar de
confrontarse con los logros acotados de la psicología durante estas dos décadas.
Varios trabajos de historiadores contemporáneos que han estudiado los diversos
comienzos de la psicología en este período (el último cuarto del siglo XIX y las primeras
décadas del siglo XX) han cuestionado la idea tradicional de que la psicología alcanzó en
esos años un estatus científico autónomo (Woodward & Ash, 1982; Koch, 1992). Sin
embargo, sigue siendo objeto de interés para la historia de la psicología como historia de
23
la ciencia, y para una reflexión epistemológica sobre la psicología, indagar estos procesos
en su especificidad y variedad. El conocimiento histórico y crítico de los comienzos
múltiples, contingentes, azarosos, sobredeterminados de la psicología, constituye una
base indispensable para la filosofía de la ciencia, que aborde la problematicidad del
estatus epistemológico actual de la psicología, así como para los practicantes actuales de
la disciplina que reflexionen sobre la situación global de la psicología. El estudio de estos
comienzos de la psicología permite identificar las operaciones que construyen los
estereotipos historiográficos basados en mitos de origen, y de retomar la idea antes
desarrollada de que una disciplina es un proceso y un producto complejos de nuestra
sociedad, una empresa colectiva -aunque algunas figuras hayan cumplido un papel
significativo-, entrelazada históricamente con la cultura de la sociedad, pero con reglas de
producción específicas.
En el caso de la psicología en la Argentina esto cobra una importancia aún mayor,
debido también a una razón diferente y complementaria, a la recién señalada. Si las
disciplinas tienden a instituir filiaciones históricas a partir de esos mitos de origen con
eventos o autores individuales destacados, estos primeros desarrollos de la psicología en
la Argentina, de carácter naturalista y experimental, han sido difícilmente articulados o
directamente ignorados en las identidades construidas por tradiciones posteriores, sobre
todo a partir de la creación de las carreras de psicología en la década de 1950 y con la
presencia cada vez mayor del psicoanálisis como marco teórico predominante en la
formación de grado. El abordaje histórico de este momento inaugural de la psicología en
la Argentina se repartió tradicionalmente en posiciones extremas: o bien, superficial e
ingenuamente no reconocían en él nada de lo desarrollado posteriormente y en la
actualidad, usando incluso
período, como si la noción misma reuniera todos lo males posibles en un enfoque
radicalmente erróneo sobre el ser humano y la vida social; o bien, se rescataba el pasado
científico, por el uso de la experimentación y la medición, en un intento de mostrar,
pasando por alto las diferencias históricas y conceptuales, cómo estaban presentes en esos
años concepciones científicas vigentes en la actualidad. Es evidente que una y otra
posición no se basaron en estudios sistemáticos, rigurosos y críticos del tema, y cada una
reforzó sus propios prejuicios sobre el ideal de ciencia sostenido. Estas posiciones no solo
24
no permiten un cuestionamiento de las propias ideas acerca de lo que debe considerarse
un saber legítimo, sino que tampoco permiten la confrontación, la evaluación de los
proyectos, de los conceptos teóricos y de las elecciones metodológicas, del período en
cuestión, que ilumine esos mismos aspectos en el presente.
Podríamos decir, para terminar, retomando expresiones de Marcel Gauchet, que
esta primera psicología fue durante mucho tiempo un conocido desconocido, que no se
sabía cómo integrar en una historia más amplia de la psicología en la Argentina.2 El
estudio de la psicología en sus períodos inaugurales
puede convertirse en un espejo de nosotros mismos, hacia el cual dirigimos humilde y
agudamente nuestra mirada.
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2 Utilizo aquí la expresión que Marcel Gauchet ha usado para referirse a las dificultades en el estudio histórico de la noción de inconsciente cerebral en una historia más amplia de la implantación de la noción de inconsciente en la cultura europea (Gauchet, 1994: 21-33).
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