ecologìa de la ignorancia, niklas luhmann

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CAPÍTULO 5 ECOLOGÍA DE LA IGNORANCIA I Hay algo de lo que hoy se puede estar seguro: la evolu- ción siempre ha actuado en gran medida de forma autodes- tructiva. A corto y a largo plazo. Poco de lo que ha creado se ha conservado. Esto vale para la mayoría de los seres vivos que existieron un día. Del mismo modo, casi todas las cultu- ras que han determinado la vida humana han desaparecido. El sentido que tuvieron para los que vivieron con ellas ape- nas es comprensible aún, a pesar de todo el refinamiento en la valoración arqueológico-antropocultural-científico-espiri- tual de que hoy disponemos. Las mentalidades que un día fueron actuales ya no lo son para nosotros, o en todo caso sólo son comprensibles a través de ficciones altamente artifi- ciales. Sólo nos es posible una relación cuasiturística con esas culturas pasadas. A las obviedades y formas culturales, al «mundo de la vida» (Lebenswelt) de nuestra sociedad le pasará lo mismo. Nadie puede dudar seriamente de ello. No hay que excluir, incluso mirándolo con atención es probable, que los hombres desaparezcan como seres vivos. Quizá se sustituyan a sí mismos por seres vivos humanoides genéticamente superiores. Quizá diezmen o extingan su es-

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  • CAPTULO 5

    E C O L O G A D E L A I G N O R A N C I A

    I

    Hay algo de lo que hoy se puede estar seguro: la evolu-cin siempre ha actuado en gran medida de forma autodes-tructiva. A corto y a largo plazo. Poco de lo que ha creado se ha conservado. Esto vale para la mayora de los seres vivos que existieron un da. Del mismo modo, casi todas las cultu-ras que han determinado la vida humana han desaparecido. El sentido que tuvieron para los que vivieron con ellas ape-nas es comprensible an, a pesar de todo el refinamiento en la valoracin arqueolgico-antropocultural-cientfico-espiri-tual de que hoy disponemos. Las mentalidades que un da fueron actuales ya no lo son para nosotros, o en todo caso slo son comprensibles a travs de ficciones altamente artifi-ciales. Slo nos es posible una relacin cuasiturstica con esas culturas pasadas. A las obviedades y formas culturales, al mundo de la vida (Lebenswelt) de nuestra sociedad le pasar lo mismo. Nadie puede dudar seriamente de ello.

    No hay que excluir, incluso mirndolo con atencin es probable, que los hombres desaparezcan como seres vivos. Quiz se sustituyan a s mismos por seres vivos humanoides genticamente superiores. Quiz diezmen o extingan su es-

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    pecie mediante catstrofes autoproducidas. O destruyan de tal modo los auxiliares tcnicos que nos son habituales que slo sigan siendo posibles formas muy elementales de su-pervivencia. Como siempre, en todo caso las futuras socie-dades, si es que las hay sobre la base de la comunicacin con sentido, vivirn en otro mundo, basado en otras perspecti-vas y otras preferencias, y en todo caso se asombrarn ante nuestras preocupaciones y nuestros hobbys como ante rare-zas con un limitado valor de entretenimiento, si es que que-dan rastros de ellas y competencia para leer esos rastros.

    Semejante futuro nos parece inaceptable, un escenario de horror que slo podemos disfrutar en forma de ficcin porque suponemos que no se dar. Quien contempla lo ve-nidero sin signos de espanto es rechazado por cnico. En la comunicacin, esta perspectiva acta como si hubiera sido inventada para irritar a los otros y para disfrutar con su irri-tacin. El que se tira de la torre Eiffel no puede disfrutar realmente de la cada, porque sabe cmo terminar.

    Muy distinto, y sin embargo similar, es el caso de las ca-tstrofes tcnicas, que se producen, si acaso, sorprendente-mente. Por el momento, a la pregunta de hacia dnde estoy corriendo?, se obtiene la tranquilizadora respuesta de que correr ya no sirve. Por eso, es fcil desplazar el problema. La poblacin est preparada por la ignorancia para la catstrofe, los ministerios mediante secretos planes reservados. Esto sirve para caso de guerra, pero tambin para otras catstro-fes. El problema es tratado, por tanto, como problema a lar-go plazo, con la idea de que la catstrofe es posible en todo momento, pero muy probablemente no maana mismo.

    Hay pues que advertir y tomar medidas? En las antiguas doctrinas de la sabidura siempre haba un personaje que re-flexionaba, que prometa que aquel que intentaba escapar a

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    una profeca la haca realidad precisamente con ello.1 La ilu-minacin adivinatoria del futuro exiga, para evitarlo, una reintroduccin de la oscuridad en la sentencia del orculo. Tambin entonces haba ya dudas. Pndaro invoca a la diosa de la suerte y del azar, Tyche; porque ningn dios da a los mortales un signo seguro.2 Pero esto forma parte de un mun-do hoy desaparecido. Intentamos salvarnos con todas nues-tras fuerzas cuando hay algo malo en perspectiva. A todas lu-ces, nos dejamos determinar por otra relacin con el tiempo y con nuestra propia capacidad. Pero esto no nos libera de la paradoja de la advertencia, que, si tiene xito, impide que se establezca si aquello de lo que se advierte hubiera ocurrido. Y ya la (quizs innecesaria) advertencia origina costes y con-secuencias imprevistas de la conducta de evitacin.

    La sociologa, como ciencia con sus correspondientes exigencias, ha mostrado poca inclinacin por la sabidura. Ella no oscurece sus pronsticos. Dado que de todas formas la cuota de aciertos de los mismos es baja, se le puede per-donar. En vista de lo complejo de las amenazas ecolgicas y los riesgos tecnolgicos, se ha desplazado tanto ms hacia las advertencias. La urgencia de los problemas, y quin va a negarla, disculpa la renuncia a la reflexin sobre su activi-dad advertidora3 y disculpa tambin la consciente exagera-cin de sus recursos retricos. Esta sociologa critica a la so-

    1. En nuestra tradicin, pensamos en la advertencia del ejemplo de Edipo. Pero la figura parece estar muy difundida, por as decirlo, como correlato del riesgo de la profeca. Vase para China Jacques Gernet, Petits carts et grands carts: Chine, en Jean-Pierre Vernant y otros, Di-vination et rationalit, Pars, 1974, pgs. 52-69 (pgs. 74 y sigs.).

    2. Oda olmpica XII, versos 1 y 6-10. 3. Una rara excepcin es Lars Clausen y Wolf R. Dombrowsky, Warn-

    praxis und Warnlogik, ZeitschriftfrSoziologie, 13 (1984), pgs. 293-307.

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    ciedad, como de costumbre.4 Exige ms atencin a las con-secuencias de la tcnica, a los riesgos y peligros. Exige una reorientacin de los recursos. Pero ms all de esta lgubre perspectiva de futuro ha olvidado un momento importante de su tradicin, precisamente uno de sus motivos fundacio-nales, a saber, la pregunta: qu hay detrs?

    Empezando por Marx, siempre fue parte de la reflexin sociolgica analizar el mundo de las manifestaciones socia-les no desde la perspectiva del participante observador de primer grado, sino desde la perspectiva del observador de tal observador. Esto proviene de la sofstica del siglo xix,5 pero plantea al mismo tiempo elevadas exigencias a la for-macin de teoras. As, Marx explica la formacin de clases por la forma econmica capitalista, y especialmente por la forma de la organizacin fabril. As, Durkheim explica los problemas que tenemos con la solidaridad social y la moral a travs de la diferenciacin funcional (reparto del trabajo) de la sociedad moderna. Pero esos eran en cada momento problemas internos del sistema social justicia distributiva o solidaridad a pesar de la diferenciacin. Los problemas ecolgicos que hoy nos ocupan tienen otro formato. Yacen en la relacin del sistema social con su entorno. Tanto ms estara tcnicamente indicada aqu la vieja pregunta: qu hay detrs?

    En un sentido muy global, bien se puede responder: la forma de diferenciacin de la sociedad moderna, es decir, la diferenciacin funcional. En todo caso, es fcil hacer plausi-

    4. Vase tan slo Ulrich Beck, Gegengifte: Die organisierte Unve-rntwortlichkeit, Francfort, 1988.

    5. Vase tan slo Kenneth Burke, Permanence and Change, Nueva York, 1935.

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    ble que con esta forma de especificacin funcional aumen-tan las repercusiones de la comunicacin social sobre el en-torno, pero al mismo tiempo las posibilidades de reaccionar internamente a ello no toman parte, porque en este ordena-miento los problemas no son elaborados all donde son de-sencadenados, sino en el correspondiente sistema funcional competente.6 Si esto es cierto, habra que derivar de ello qu formas adopta la comunicacin sobre los problemas ecol-gicos en la sociedad moderna.

    Esencialmente, de la lgica de esta diferenciacin se de-duce que se desarrollan formas de exigencia y llamamiento dirigidas a otros, concretamente a los sistemas supuestamen-te capaces. Algunas cosas se disfrazan como tica. Pero si se parte de la base de que aquellos que exigen no estn ellos mismos en situacin de prestar ayuda falta un momento esen-cial de toda regulacin tica, a saber, la autoaplicacin o la prohibicin de autoexencin. La tica de la responsabilidad slo est pensada para los otros. Es posible someterse for-malmente a ella, pero la autoaplicacin no entra de todos mo-dos en consideracin por falta de competencia de actuacin.

    Sin embargo, estas consideraciones se quedan en la su-perficie. Los siguientes anlisis intentan seguir avanzando por tan jalonado terreno. La pregunta qu hay detrs? se puede precisar si se pregunta: cmo se trata la ignorancia? La retrica del alarmismo, por una parte, y la resistencia a las necesidades se fundamentan ambas en un supuesto sa-ber. Pero el arrojado estilo, a menudo carente de compren-sin, de las controversias, revela que este saber se basa en

    6. Vase Niklas Luhmann, kologische Kommunikation. Kann cite moderne Gesellschaft sich auf kologische Gefhrdungen einstellen., Opladen, 1986.

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    suposiciones inseguras. Esto se puede advertir con relativa facilidad. Pero con ello se abre paso la hiptesis de que la comunicacin ecolgica debe su intensidad al desconoci-miento. En el presente, el que no se pueda conocer el futu-ro se expresa en forma de comunicacin. La sociedad se muestra irritada. Pero para reaccionar a la irritacin slo dispone de su propia forma de operar, precisamente la co-municacin.

    II

    En un primer paso, de gran alcance, vamos a tratar la cuestin de qu implica y qu hay que esperar cuando los temas ecolgicos penetran en la descripcin de la sociedad moderna. Algunas de las rarezas que llaman la atencin en el actual debate y que ya se apuntaron en el apartado ante-rior sern ms comprensibles si se aclaran dos cosas: a) que toda descripcin de la sociedad tiene que tener lugar en la sociedad, es decir, est expuesta a la observacin y, hoy por lo menos, la refleja; y b) que toda descripcin est vincula-da a la estructura bsica de la operacin de observar y no puede superar las limitaciones dadas con ello. Todo reuni-do hace comprensible por qu la ecologa de la ignorancia se ofrece como ecologa del (naturalmente controvertido) saber.

    Habr que hablar de observacin y, cuando se comple-ten textos, de descripcin siempre que se utilicen distincio-nes para designar algo (y no otra cosa). No debe tratarse de cmo se realiza esta operacin de la observacin: si por dis-posicin consciente sobre la atencin, por ejemplo en el proceso de la percepcin o la actuacin, o mediante comu-

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    nicacin sobre determinados temas, o eventualmente inclu-so mediante operaciones de mquinas electrnicas. La es-tructura bsica es la misma en todos estos casos, y nos basta para hacer avanzar nuestro tema.

    Toda observacin produce que se designe una parte de una distincin y la otra, en consecuencia, no quede marca-da.' El mundo se divide en un mbito marcado y uno no marcado. Si se dispone de tiempo, se puede cruzar esta frontera (la forma de la marca), pero slo si entonces se marca algo en el otro lado, es decir, se le distingue y desig-na y por tanto nuevamente se constituye un unmarked space. Aparte de esto, la operacin de distinguir siempre se mantiene sin marcar. Ella misma no puede darse en una de sus partes. As que forma parte del mbito no marcado, opera por as decirlo desde el mbito no marcado en el que el propio observador permanece.8 El observador es lo inobservable, porque l mismo no puede reencontrarse como momento de su propia distincin, como una de sus partes.

    Cuando hablamos de teoras sociales, normalmente no nos servimos de una terminologa tan abstracta. Hablamos, para la poca de la Revolucin Francesa, de semntica his-

    7. Esta conceptualidad se encuentra en George Spencer Brown, Laws of Form, bajo denominaciones como distinction, indication, mark, unmarked space. Se encuentra tambin en textos de la se-mntica lingstica bajo markedness.

    8. Cautelarmente apuntaremos aqu que tambin puede haber una operacin un tanto enigmtica de re-entry (Spencer Brown) o de self-indication (Varela), que parece ser paradjica y en todo caso no se pue-de tratar con el clculo matemtico normal, y tampoco con una lgica meramente binaria. Naturalmente, tendra el curioso resultado de que el observador mismo aparece en la forma del observado, como marca. Vol-veremos sobre ello en el apartado IX, punto 8.

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    trica (por ejemplo, antiguo europeo), para el siglo xix de ideologas, siendo segn Koselleck la ideologizabilidad de las propias expresiones un punto de inflexin en la semnti-ca histrica.9 No importa, semntica e ideologa son expre-siones de un observador de segundo grado que describe cmo y qu observa un observador de primer grado. El ob-servador de primer grado distingue y designa directamente aquello a lo que se refiere. Dice lo que para l es el caso, y cuando habla de las ideologas de otros observadores lo hace porque para l es un hecho que otros viven y actan conforme a ideologas. (Y esto seguira teniendo vigencia si se produjera una universalizacin de la sospecha ideolgica y, digamos, una conversin en bisagra del observador de se-gundo grado como inteligencia libre.)

    La abstraccin que obtenemos con conceptos como ob-servar y describir, y en consecuencia con el concepto de la autodescripcin del sistema social, tiene sobre todo la ventaja de independizarnos de los condicionamientos histricos y las situaciones sociales especficas (clases sociales, ubicacio-nes sociales, intereses sociales). Al tener que distinguir para poder designar, todo observador constituye un mundo invi-sible para l, un unmarked space, desde fuera del cual ope-ra y al que l mismo pertenece con su operacin. Esto no es como tal un proyecto histricamente relativo (mientras no se quiera observar la posibilidad de las operaciones de ob-servacin como un producto de la evolucin), sino por as decirlo el a priori de todos los relativismos. Aqu no pode-mos documentar en detalle que las semnticas e ideologas

    9. Vase Reinhart Koselleck, Einleitung, GeschichtlicheGrundbegrif-fe: Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, tomo I, Stuttgart, 1972, pgs. XIII-XXVII (esp. pgs. XVII y sigs.).

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    histricas se puedan analizar as. Lo que nos interesa es la relacin entre marked y unmarked en una descripcin ecolgica del sistema social.

    Por primera vez en la historia de las teoras sociales, con la descripcin ecolgica de la sociedad se fundamenta una clara distincin entre sistema y entorno, precisamente por-que depende de interdependencias causales que no se po-dran representar si no se distinguiera. La sociedad, dice el relato, interviene en su entorno de un modo que conduce a graves cambios en las condiciones ecolgicas de reproduc-cin, que por su parte repercuten en la sociedad. Esta es la distincin que gua el emplazamiento de la denominacin. Pero, dnde est su unmarked space?

    Dado que se trata de una descripcin social, el unmar-ked space est en el entorno del sistema social. Sin duda, acu-mulamos ms y ms conocimiento ecolgico. Pero precisa-mente esto conduce a la ignorancia sobre las relaciones entre la sociedad y su entorno ecolgico. Nos servimos de escena-rios y modelos de simulacin slo para topar con la impro-nosticabilidad ante una complejidad irrealmente escasa. Ca-tegorizamos las perturbaciones como errores, como si slo hubiramos errado el saber correcto o su aplicacin.10 Nos limitamos a afirmaciones sobre probabilidades o improbabi-lidades cuyos fundamentos de clculo son discutibles y han de ser corregidos de momento a momento. Podemos perfec-tamente predecir destrucciones e incluso provocarlas, por ejemplo en forma de guerras o catstrofes tcnicas produci-das por encadenamientos de circunstancias y negligencias

    10. Un ejemplo entre muchos es Jens Rasmussen, Keith Duncan y Jac-ques Leplat (comps.), New Technology and Human Error, Chichester, 1987.

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    reconocibles a postenon.11 Pero precisamente no queremos destruccin, aunque nuestros conocimientos basten para ella.

    Esta ignorancia no es ya por s misma el unmarked spa-ce. Es en primer trmino tan slo la otra parte de la forma del saber, otra parte que incita a cruzar la frontera y suscita con ello esfuerzos por saber ms en uno u otro sentido (ca-paz de designar). El conocimiento de la ignorancia oculta por su parte, como la docta ignorantia del cusano, el mbito que est ms all de toda distincin. El unmarkedstate que se sustrae a toda observacin se mantiene inaccesible a la ac-cesibilidad en modo saber/no saber de las condiciones de reproduccin, dada una fuerte y continua intervencin en los equilibrios ecolgicos acreditados por la evolucin. Pero mientras antao en las descripciones del cosmos o de la creacin de la naturaleza representaba su papel un inexpli-cable momento ordenador precisamente el que hubiera ese orden, y ocultaba lo inobservable de la unidad de to-das las distinciones (divisiones, se deca), hoy la ignorancia es, por as decirlo, la otra cara del saber. Y mientras entonces era posible estar tranquilo con suposiciones sobre la igualdad

    11. Entretanto, se considera saber disponible que se produciran ta-les catstrofes con cierta normalidad, aunque no sea precisamente un saber tranquilizador. Vase al respecto el inevitable Charles Perrow, Nrmale Katastrophen: Die unvermeidlichen Risiken der Grosstechnik (traduccin alemana), Francfort, 1987, y muchos comentarios al respec-to. El refinamiento de este anlisis consiste en mostrar que la asimetra entre produccin difcil y destruccin fcil est relacionada con la estruc-tura de la tcnica misma, concretamente con la diferencia entre acopla-miento estricto e (inevitable para la estabilidad ecolgica) acoplamiento suelto. Pero esta diferencia designa (y oculta) al mismo tiempo la distin-cin que nos interesa entre saber y no saber.

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    natural del mundo csmico y el mundo humano, con analo-gas del ser, etc., hoy inquieta la esterilidad de los intentos por obtener claridad sobre la relacin entre sistema social y entorno. Porque hoy hay que partir de la base de que la so-ciedad, tambin y precisamente cuando toma en serio sus problemas ecolgicos, no los establece en formas esenciales, necesidades e imposibilidades, formas y clases, sino que cambiar, incluso tiene que cambiar, si ha de salir adelante.

    La otra situacin exige otro observador. Esto no cambia nada en el hecho de que tampoco este observador pueda ob-servarse en la operacin de una observacin y descripcin. La cuestin es, pues, cmo observa cuando no puede clasifi-car su propia observacin a las distinciones que emplea, sino que tiene que formularlas como si pudiera observar desde fuera, desde el unmarked space.

    A todas luces, la descripcin ecolgica de la sociedad tiende, por lo menos hasta ahora, a agudizaciones binarias, que por su parte no pueden mencionar la unidad de su dis-tincin. Esto se aplica a la ntida alternativa entre supervi-vencia o decadencia. Por primera vez en la historia, se oye decir que se puede borrar de un golpe toda la poblacin mundial, incluso toda vida sobre la faz de la tierra; y de ello se desprende que habra que impedir una cosa as. Est cla-ro que con razn! A la agudizacin de contenido, que se re-pite en cada tema de formato menor, le sigue la agudizacin moral. Se clasifica en buenos, que estn en contra del desas-tre ecolgico, y malos, que, si no lo quieren, s permiten que ocurra. Se ve que la tarea consiste en advertir de las conse-cuencias que implica seguir por ese camino, y nuevamente con la punta binaria de que hay que escuchar a quienes lanzan las advertencias; o la catstrofe ecolgica ser inevitable. Tam-bin existe la tendencia a indicar que los hechos son conoci-

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    dos desde hace mucho, pero no ocurre nada (o al menos nada til). Se puede admitir, sin ms, que los que advierten tienen razn y, sin embargo, plantear la cuestin de lo que no ven cuando describen la sociedad de este modo.

    Y esto es tan trivial como cierto: no pueden ver la uni-dad de sus distinciones, es decir, ni la unidad de destruccin y supervivencia, ni la unidad de buenos y malos implicados. Tampoco pueden ver que advertir es una actividad comple-ja cuya representacin y clculo requiere una lgica mltiple (que no existe, o al menos no en forma de tablas de ver-dad).1" No poder ver la unidad significa no rechazar la co-rrespondiente distincin y poder sustituirla por otras. Los observadores no pueden, para formularlo en el lenguaje de Gotthard Gnther, trasladar operaciones al nivel de trans-yuntivas (a diferencia de las conjuntivas y disyuntivas).13 A todas luces hay una relacin directa entre mundo y observa-cin, y lo que en ambas partes tiene que desaparecer en el unmarked space para hacer posible la observacin.

    Esto no es una crtica poltica ni moral a las correspon-dientes descripciones. Toda crtica cosechara exactamente el mismo problema, y de hecho las reacciones a los avances poltico-ecolgicos no se pueden valorar de otro modo. La descripcin de la sociedad resultante de ello adopta la forma de una controversia... es decir, nuevamente de una distin-cin que no puede reflejar su propia unidad. Hay algunas cosas que hablan en favor de que esta controversia tenga ex-pectativas de suceder a la largamente obsoleta controversia

    12. Vase Clausen y Dombrowsky, Warnpraxis und Warnlogik (1984). 13. Vase Cybernetic Ontology and Transjunctional Operations,

    en Gotthard Gnther, Beitrage zur Grundlegung einer operationsfahigen Dialektik, tomo 1, Hamburgo 1976, pgs. 249-328.

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    capitalismo/socialismo. Esto puede resultar polticamente saludable, aunque difcilmente se pueda apreciar si el siste-ma de partidos polticos y eleccin poltica lograr deducir temas polticos decidibles de cada nueva oposicin.

    Pero la prueba de fuego para lo que se mantiene invisi-ble est en lo que se puede hacer visible a travs de ello. Juz-gando lo obtenido, ha merecido la pena ocultar tanto la igno-rancia como la radical binariedad de valores. La sentencia tiene que ser claramente negativa, y slo entonces pasamos a la crtica.

    La consternacin ecolgica de la sociedad es transmitida por la consternacin del cuerpo humano; eventualmente in-crementada por percepciones y anticipaciones, es decir, por mecanismos psquicos. Si se piensa en la decadencia, no tie-ne sentido pensar separadamente en el hombre y la socie-dad. La destruccin de las posibilidades de comunicacin puede conducir a la muerte de muchos. Pinsese en la quie-bra de los sistemas de comercio, la economa monetaria o in-cluso la atencin mdica. La extincin de toda vida humana significa, en todo caso, silencio en las ondas, fin de toda co-municacin, fin de la sociedad. Bajo tales perspectivas no se pueden separar sistemas orgnicos, psquicos y sociales. Ms an que cualquier tradicin humanista, hoy la perspec-tiva ecolgica rene sociedad y ser humano, si no en un con-cepto, s en una comunidad de destino. A aquellos que te-matizan la sociedad a travs de la ecologa no se les ocurre describir la sociedad como un sistema que tiene que ver con dos entornos entrelazados: con el hombre consciente y con las dems condiciones fsico-qumico-orgnicas. Y esto aun-que se reconoce, sin duda, el papel que representa la demo-grafa en la irreversibilidad de la evolucin hacia una socie-dad tecnotrfica.

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    La constelacin de la descripcin ecolgica recorta por tanto las posibilidades tericas. Esto significa tambin que los desarrollos tericos corren el peligro de ir a parar a las bifurcaciones de la descripcin ecolgica y ser tratados con-forme al modelo quien no est con nosotros, est contra nosotros. Pero precisamente esto es algo que una sociedad que se encuentra inmersa en evidentes crisis estructurales no puede permitirse, ya que tanto desde el punto de vista es-tructural como semntico apenas puede vivir de lo hereda-do. Quiz por eso sea aconsejable partir, incluso sin grandes diseos tericos, de una ecologa de la ignorancia, es decir, orientar la descripcin precisamente a la forma tras de la cual yace actualmente el unmarked space.

    III

    En su forma ms general, los problemas ecolgicos tie-nen que ver con la relacin entre espacio y tiempo. Sola-mente afectan a sistemas que se fijan a s mismos lmites es-paciales. Y slo afectan a estos sistemas en dimensiones del tiempo, es decir, en algn momento y no antes o despus. Pero, cmo se entienden el espacio y el tiempo de forma que se puedan observar y describir los procesos ecolgicos?

    Si nos remontamos en nuestra historia slo tres o cuatro siglos atrs, encontraremos un mundo espacial que ya abar-ca todo el globo terrqueo, pero an est poblado de cosas tangibles. Ya hay telescopios y microscopios, pero slo sir-ven para ver con ms precisin, para conocer mejor aquello que se presenta, a la antigua, conforme al modelo de las co-sas. Por eso se puede presentar el conocimiento, en una tra-dicin que va desde Bacon a Vico pasando por Locke, como

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    una produccin (concretamente de cosas). Los lmites de lo que se puede se desprenden (slo) de que hay que tener en cuenta las leyes de la naturaleza para evitar errores (como defectos).

    El mundo slo tiene algunos milenios, igual que la socie-dad (creada por Dios algunos das despus). Segn lo que Dios pretenda, an puede durar algunos milenios, pero qui-z tambin hundirse pronto (as se tema sobre todo en torno al 1600, en vista de las evidentes muestras de disolucin... all coherence gone).14 Principio y fin estn en manos de Dios, y en esto se funda tambin la seguridad de que no pue-de ser malo. Slo en torno a mediados del siglo xvm se am-pla considerablemente el horizonte temporal, y slo enton-ces se puede llegar a la idea de que en vista de circunstancias tan complejas el propio Dios necesita tiempo y posiblemente an tenga que seguir creando el mundo.11 Esto justifica la ex-pectativa de un progreso, y en el siglo de la educacin los pedagogos incluyen esta prospeccin en sus tareas propias: de generacin en generacin mejores hombres, luego mejor educacin, luego mejores hombres.

    Pero tambin ese mundo ha desaparecido. Una nueva matemtica y una nueva fsica lo han sustituido. Las relacio-

    14. As se lamenta John Donne (An Anatomy of the World, The Complete English Poems, Harmondsworth, Middlesex, 1971, pgs. 270-283 (esp. pg. 276) en unos versos muy citados (213-214):

    Tis all in pieces, all coherence gone; All just supply, and all relation.

    15. Sobre estos cambios, en lo que concierne al tiempo, vase Niklas Luhmann, Temporalisierung von Komplexitat: Zur Semantik neuzeitli-cher Zeitbegiffe, en id., Gesellschaftsstruktur und Semantik, tomo 1, Franc-fort, 1980, pgs. 235-300.

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    nes espacio-temporales se contemplan ahora como depen-dientes de la variable que constituye su relacin, concreta-mente de la velocidad del observador y de su aceleracin o ralentizacin. En el mundo de Einstein an estaban previs-tas posibilidades de conversin matemtica, junto a los lmi-tes fsicos ltimos de la velocidad, una especie de punto de apoyo del saber objetivo. Pero entretanto, la fsica tambin ha problematizado esto con preguntas mucho ms radicales sobre las condiciones de posibilidad de un mundo dispues-to para la autoobservacin.

    Los observadores con cuya ayuda el mundo se puede observar a s mismo son en este caso fsicos, o ms exacta-mente, complejos aparatos fsicos que presuponen que hay fsicos (vivientes) que idean y guan su construccin y pue-den interpretar sus resultados. Pero, cmo sabe el mundo que se observa a s mismo, si no es a travs de la comunica-cin? De ah que la sociologa reconvierta esta teora de un mundo que se observa a s mismo y plantee la cuestin de cmo se comunica la observacin del mundo al mundo.

    Se sabe que tambin la comunicacin ha ganado en volu-men, complejidad, capacidad de almacenamiento y ritmo. Se sabe que puede recordar ms conocimientos y, probable-mente por eso, tambin puede hacer que el conocimiento en-vejezca antes. Se sabe que las telecomunicaciones hacen ten-der a cero la importancia del espacio (aunque en la tierra, como antes, siga siendo da y noche al mismo tiempo segn dnde se encuentre uno, y en consecuencia al llamar sin pen-sar se saque a la gente de la cama). Anthony Giddens16 ha

    16. Vase The Consequences o/Modernity, Stanford, Cal., 1990, esp. pgs. 17 y sigs. (trad. cast.: Consecuencias de la modernidad, Madrid, Alian-za, 1993).

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    visto en esta casi total desconexin de espacio y tiempo una importante, incluso nica caracterstica de la modernidad, y es uno de los pocos que enfatiza tanto este aspecto en su al-cance social.1' Sin embargo, lo que an tiene que irritar ms es que estos cambios espacio-temporales no dependan en la comunicacin social, o al menos no directamente, de la in-mensa expansin del mundo hoy imaginable. En el espacio y el tiempo, las ms mnimas diferencias (en todo caso invisi-bles) se hacen registrables al mismo tiempo con enormes dis-tancias y movimientos de largo plazo que asimismo slo indi-rectamente son desarrollables. No en ltima instancia los problemas ecolgicos desencadenados por la tcnica y la mensurabilidad de su variacin han llevado a una inmensa expansin del horizonte espacio-temporal, hacia lo grande y hacia lo pequeo. Las catstrofes ya no son espacial y tempo-ralmente limitables como el derrumbamiento de un edificio, la explosin de una caldera de vapor, la cada de un avin o la rotura de una presa. Tales siniestros son mantenidos den-tro de unos lmites por el loose coupling de la naturaleza. Lo que hoy preocupa y lo que es catstrofe en un sentido ecol-gico son los cambios, rpidos o lentos, que se producen en diminutas o gigantescas dimensiones espaciales y tempora-les, y muy tpicamente en diminutas y gigantescas a la vez. Hacen saltar por los aires las ideas de la realidad, orientadas hacia las cosas y las causalidades, del individuo y de la praxis comunicativa (lingstica) de la sociedad. Ya no pueden ser

    17. Sin sacar naturalmente la consecuencia de que por eso hay un nico sistema de sociedad mundial, en el que las noticias sobre los acon-tecimientos nocturnos del golpe de Estado en Mosc (me refiero al de agosto, no al de diciembre de 1991) se reciban en Australia por la tarde a travs de las Breakfast News de la BBC, y aun as en Mosc pueda dar la impresin de que el mundo entero est mirando a la vez.

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    trasladadas a saber manejable, a saber conectable, aunque haya clculos, tiempos medios, etc.

    A todas luces, los cambios en las tecnologas de la co-municacin no sirven para representar mejor este mundo que se ha vuelto espacio-temporalmente desagradable. La operacin de comunicar, que reproduce la sociedad, sigue una evolucin propia que no es atribuible a los cambios en la extensin de las dimensiones espacio-temporales del sa-ber mundial que pfoduce al mismo tiempo esta sociedad.

    La descripcin del espacio y el tiempo puede seguir es-tos cambios si cambia por principio su instrumental de divi-siones (del ser, del mundo) a distinciones (de un observa-dor). De Aristteles a Hegel, la tradicin haba intentado presentar el tiempo con ayuda de la distincin entre ser y no ser, pero al hacerlo haba topado precisamente con la uni-dad de esta distincin, con su paradoja.Is Tambin la divi-sin del todo en partes fracas por las peculiaridades del tiempo. Pero aun as haba que saber qu era el tiempo para formular como paradoja la distincin entre ser y no ser, y ha-cer fracasar las divisiones del tiempo en el no ser del ahora. Las salidas pasaban, como se sabe, por conceptos como movimiento, proceso, dialctica, y ello con la concien-cia de que estas denominaciones no sirven para registrar el tiempo mismo. As, el tiempo slo poda ser designado como algo que, para formularlo en palabras de Derrida, est ausente de los fenmenos afines al tiempo." Se mantiene sin hacer la pregunta de por qu un observador empieza por la

    18. Vase la Physikvorlesung IV, 10 y la Encyclopadie der philoso-phischen Wissenschaften, 258.

    19. Vase especialmente el artculo Ousia et gramm: note sur une note de Sein undZeit, en Jacques Derrida, Marges de laphilosophie, Pa-rs, 1972, pgs. 31-78.

  • ECOLOGA DE LA I G N O R A N C I A 157

    distincin entre ser y no ser, por qu utiliza las peculiarida-des del fenmeno tiempo para sabotear esta distincin, lle-varla a la forma de una paradoja, y por qu entonces echa mano de conceptos salvadores como movimiento, de los que sabe que no sirven para describir el tiempo.

    Si ante estas consecuencias visibles de una forma de ver que apostaba obstinadamente por la ontologa sospechamos la meta ta physika en la observacin, esto nos obliga a cambiar la forma de observacin de la divisin a la distin-cin. Porque slo as la observacin podr reflejarse a s mis-ma como operacin. Esto quiere decir, entre otras cosas, que hay que renunciar a una descomposicin categorial del mundo en las dimensiones dadas por ella; porque las cate-goras son, si nos mantenemos en el uso lingstico de Aris-tteles, divisiones del ser. Con ello tambin se vuelve cues-tionable el concepto de visin, que sugiere que se pueden abarcar estas dimensiones como de un vistazo (aunque slo fragmentariamente y no en su infinitud). En consecuencia, se podr dejar a un lado la distincin finito/infinito. En vez de esto, en la distincin todo depender de cmo se trace una cesura que divida dos lados (precisamente la distin-cin). Como presente funcionar, entonces, aquella cesura que permita distinguir direcciones y distancias. La eleccin del corte que se ha de dar a la distincin ser cosa de un ob-servador. Si se quiere saber cmo se lleva a cabo, habr que observar al observador. El lugar de lo que se afirma como vi-sin lo ocupa la posibilidad de designar algo (a diferencia de otra cosa), es decir, un lugar a una distancia de..., un camino en direccin a..., un acontecimiento como, visto desde hoy (pero tambin desde un punto hoy pasado o futuro), pasado o fu-turo. El mundo no privilegia ninguna de estas cesuras. Para un observador, pueden ser tiles de distinta manera. Pero ya

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    no se puede saber que y cmo el mundo se explica sobre es-pacio y tiempo. Slo se puede observar que la eleccin de distinciones y denominaciones, presentes y puntos en el es-pacio tiene consecuencias para lo que se puede o no se pue-de observar desde ellos. En cualquier caso, espacio y tiempo solamente son medios para posibles distinciones, medios para posibles observaciones, pero por su parte son tan inob-servables como el mundo en tanto que mundo.2"

    Desde un punto de vista tradicional, se puede designar tal concepcin como un completo relativismo. Pero enton-ces se trata de un relativismo ni objetivo ni subjetivo, y en todo caso de un relativismo que ha perdido su contracon-cepto. Y entonces tampoco esta denominacin dice nada, porque no puede indicar lo que excluye (a no ser, desde un punto de vista puramente histrico, la metafsica ontolgi-ca). Se puede participar en tales querellas o no. Sociolgica-mente, ms importante sera la cuestin de si despus no ha-bra que redeterminar la relacin entre saber e ignorancia.

    IV

    Desde qu presente hay que determinar lo que ya no se puede cambiar y lo que an est lejos en el futuro? Qu punto espacial determina el verse afectado? Qu est cer-ca y qu lejos en el espacio y el tiempo? Hasta qu punto tenemos que tener en cuenta desde ahora que lo que ahora hacemos ser pasado en el futuro y ya no se podr cambiar,

    20. Naturalmente abandonamos aqu tambin la idea de un sujeto (mundial) trascendental al que aun as le sigue quedando la posibilidad de observarse a s mismo en los hechos de su propia conciencia.

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    aunque actualmente an no sepamos ni podamos saber qu potencial de modificacin aporta un futuro an ocul-to? Y cmo podemos precavernos para no impedir ahora que se emprendan los correspondientes trabajos previos para hacer lo eventualmente posible? Quin ha de decidir aqu? La naturaleza ha enmudecido. Los observadores dis-putan.

    La retirada del saber del espacio y el tiempo Giddens ha hablado de disembedding para referirse a las conse-cuencias sociales del vaciamiento del espacio y del tiempo21 apenas se puede atribuir a las tecnologas electrnicas de la comunicacin. Ms bien habr que preguntarse si hay toda-va posiciones sociales a partir de las cuales el saber se pue-da defender con representatividad y se pueda comunicar con la correspondiente autoridad. Pinsese en la ciencia mo-derna. Y ella es de hecho el primer destinatario. Contra ella no se puede mantener un supuesto saber, por ms que oca-sionalmente fuentes de saber paracientficas den que pen-sar incluso a los investigadores.22 Esta relevancia de los vere-dictos cientficos slo se refiere, sin embargo, a lo que se demuestra no cierto. El saber cientfico mismo slo se re-presenta vlidamente como hipottico. Esto da no slo al

    21. The Consequences ofModernity (1990), pgs. 20 y sigs. 22. Sin embargo, se da valor al trazado de lmites, aunque no se pue-

    da negar en principio esta posibilidad (y cmo podra hacerse dada la apertura al futuro de la propia ciencia). Vase, por ejemplo, Michael D. Gordon, How Socially Distinctive is Cognitive Deviance in an Emer-gent Science: The Case of Parapsychology, Social Studies of Science, 12 (1982), pgs. 151-165; Harry M. Collins y Trevor J. Pinch, Trames of Meaning: The Social Construction of Extraordinary Science, Londres, 1982; Ralf Twenhfel, Thesigraphie: Ein Fall nicht anerkannten Wissens. Zur Wissenschaftssoziologie des Scheiterns, Zeitschrift frSoziologie, 19 (1990), pgs. 166-178.

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    entendimiento, como crea Kant,2i sino tambin a la comu-nicacin, la libertad de probar explicaciones alternativas. Adems, la ciencia nunca ha podido conquistar realmente otros sistemas funcionales, a veces incluso los ha rechazado y movido a procesos de autoubicacin.24 Sin duda, los pri-meros socialistas proponan tener en cuenta el saber como factor de produccin, pero esto nunca se abri realmente paso en la teora econmica, porque el saber no es apropia-ble y por eso no puede tomar parte en el reparto de la plus-vala. La poltica y la jurisprudencia buscan consejo en la ciencia, pero no se puede hablar de determinacin de sus decisiones producida por la ciencia.2' No slo se trata del re-chazo del saber intil por parte de otros sistemas funcio-nales, sino tambin de un peculiar incremento de la exigen-cia y contencin por parte de la propia ciencia. Slo bajo presin se presenta el cientfico ante los tribunales o inter-viene en cuestiones ecolgicas, o en el desarrollo de nuevas tecnologas o formas de vida ms all de lo que puede res-

    23. Crtica de la razn pura, B 215-216 (se refiere aqu, ms bien de pasada, al espacio como medio para el empleo de hiptesis de distinto tipo para explicar distintas concentraciones).

    24. As, por ejemplo, los esfuerzos de los siglos xvi y XVII por alcanzar un derecho propio de la representacin artstica frente al ntido raciona-lismo galileico del nuevo movimiento cientfico matemtico-emprico. Vase Gerhart Schrder, Logos und List: Zur Entwicklung der sthetik in der frhen Neuzeit, Knigstein/Ts., 1985.

    25. Y si se puede, se puede en el contexto de programas condicio-nales propios del derecho que prescriben al sistema jurdico que de he-chos que en su caso slo se pueden establecer aplicando conocimientos cientficos hay que sacar las conclusiones correspondientes. Pero de he-chos! No de verdades! Porque esto no se podra combinar con la prohi-bicin legal de la denegacin de justicia. Vase Roger Smith y Brian Wynne (comps.), Expert Evidence: Interpreting Science in the Law, Lon-dres, 1989.

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    ponder desde un punto de vista estrictamente cientfico. Hay talk shows, y no slo en la televisin; pero se trata, ms o menos visiblemente, de una venta de saldo del saber.

    Con slo un poco ms de abstraccin, se ve que los mis-mos fenmenos aparecen tambin en otros sistemas funcio-nales. Mientras se trate de la diferenciacin de sistemas fun-cionales, en cada uno de estos sistemas universalidad y especificacin se dan la mano: universalidad de competencia para la funcin propia en cada momento y especificacin de la referencia del sistema y de las condiciones que en el propio sistema valen para la comunicacin aceptable. Pero si esto es as en todos (o aunque slo sea en los ms importantes) los sistemas funcionales, se puede partir de la base de que esta expresin de las estructuras de la comunicacin (en la teora de Parsons se habla al respecto de pattern variables) est directamente relacionada con la diferenciacin funcional, es decir, con la estructura de la sociedad moderna.

    Trasladado a formas de comunicacin, esto significa que ya no hay representacin del orden, del orden de las for-mas esenciales del mundo y, consecuentemente, del orden de la conducta humana como as correcta y de otro modo falsa. Representacin tiene el doble sentido de poder re-presentar y hacer actual. Pero se priva al concepto de ambos sentidos si: a) ya no hay posiciones de estatus que estn cla-ramente legitimadas para hablar en nombre del ser, conver-tir res en verba-, b) si las estructuras temporales de la comu-nicacin social se modifican de tal modo que el presente ya no ofrece de todos modos oportunidad para la presencia, sino slo cuenta como diferencia entre pasado y futuro.

    Con las posibilidades de la representacin desaparece la posibilidad de reclamar la autoridad. Autoridad es la capa-cidad para multiplicar, para hacer crecer (aug e r e ) los fun-

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    damentos de la conviccin en la comunicacin. James March y Herbert Simn han hablado de uncertainty ab-sorption.26 Se hace referencia con esto a un fenmeno es-trechamente ligado a la especializacin: que se suponga que la comunicacin de un especialista o el titular competente de un puesto ha sido minuciosamente examinada porque de otro modo habra que realizar el examen en persona. No se echa mano de sus fuentes de informacin o sus conclusio-nes, sino que se parte de su comunicacin como hecho, como concentracin de la informacin dada. Consecuente-mente, se produce la conexin entre responsabilidad ( = ab-sorcin de la incertidumbre) y autoridad, entendiendo la autoridad como capacity for reasoned elaboration.2' Se supone en la ulterior comunicacin que una comunicacin dotada de autoridad podra ser explicada y fundamentada; pero se omite la repregunta de por qu falta tiempo para ello, o competencia para formular la cuestin, o incluso el coraje.

    Por tanto, faltan los motivos para un continuo sabotaje de la absorcin de la incertidumbre. Adems, la unidad de autoridad y responsabilidad dependa de que aquel que te-na la responsabilidad no poda ser responsabilizado de to-dos los errores, y no digamos de las consecuencias. Excep-tuando los casos de crisis, estaba protegido por su posicin. No se poda comunicar en contra suya, o al menos no en la interaccin entre personas presentes.

    En las condiciones socioestructurales indicadas, esta

    26. James G. March y Herbert A. Simn, Organizations, Nueva York, 1958, pgs. 164 y sigs.

    27. Cari J. Friedrich, Authority, Reason and Discretion, en id., Cari J. Friedrich (comp.), Authority (Nomos I), Nueva York, 1958.

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    unidad comunicativa de autoridad y responsabilidad se quiebra. Se quiebra por la disolucin del (presupuesto e in-cuestionado) orden del estatus y sobre todo de la tensin entre universalismo y especificacin. En las organizaciones formales, esto se reconstruye de manera frgil y trabajosa. Si hay que reclamar fuentes de autoridad social, ya no se puede. No estn disponibles ni la edad ni el rango dado por el nacimiento. En vez de ello sta es la tesis relevante para nuestro tema se legitima la comunicacin de la igno-rancia (en organizaciones: la comunicacin de la no compe-tencia).

    No basta, podemos resumir, con que la sociedad desle-gitime la representacin y en consecuencia la autoridad. No basta, dicho de otro modo, con dejar libre curso a la crtica y la protesta. Adems, la sociedad tiene que estar en condi-ciones de poder resistir la comunicacin de la ignorancia. Pero si la absorcin de la incertidumbre tiene una funcin, cmo puede cumplirse esa funcin de otro modo? Me-diante la tolerancia de la incertidumbre? Y qu formas so-ciales habra que imaginar cuando la comunicacin persigue cada vez ms aumentar la incertidumbre del receptor?

    La cuestin se vuelve explosiva si se parte de la base de que, tanto en el caso del sistema social como en el de los sis-temas de organizacin que la sociedad se permite, se trata de sistemas operativamente cerrados. Todos los problemas que surgen en la comunicacin slo pueden seguir siendo trata-dos mediante comunicacin, y transformados en otros pro-blemas para los que vale la misma regla. A pesar de G-del,no hay recursos externos. Slo existe la posibilidad de resolver internamente los problemas internos (como por ejemplo los de la lgica) mediante exteriorizacin, lo que no obstante puede tener la consecuencia de que la exterioriza-

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    cin misma se convierta en problema.2s Con ello, la autori-dad es siempre un producto suplementario interno al siste-ma, para una comunicacin en marcha de todos modos. Recluta fuentes externas en cierto modo cuando tal refe-rencia (por ejemplo, la aristocracia o la edad) puede ser transportada internamente. Puede establecer sabidura cuando, por ejemplo, la forma de vida del sabio o su forma de comunicacin llamativa lo acreditan como tal.2' Pero por lo menos desde el siglo xvn, tales referencias ajenas de la co-municacin, que tenan un valor de aceptacin, tienen difi-cultades. El sabio tiene que guardarse de resultar ridculo, tiene por tanto que reflejar la comunicacin. El aristcrata puede seguir siendo aristcrata un rato ms, pero ya no pue-de jugar esa carta en el plano de la comunicacin."1 Final-mente, hay tantos ancianos que preocupa la posibilidad de darles pensiones; pero los pensionistas no tienen autoridad alguna.

    Para explicar tales cambios slo se puede echar mano de

    28. Esto tiene que ver, expresado en la terminologa introducida en el captulo 2, con que la referencia ajena no puede simplemente actuali-zar el unmarked space del mundo exterior, sino que tiene que designar algo como algo para que despus pueda ser observado y criticado dentro del sistema.

    29. Vase al respecto Alois Hahn, Zur Soziologie der Weisheit, en Aleida Assmann (comp.), Weisheit: Archologie der literarischen Kom-munikation, III, Munich, 1991, pgs. 47-57.

    30. Esto apunta al mundo de los salones y las academias de finales de los siglos xvu y XVIII, mientras Pascal, partiendo de la conciencia, an opinaba que la alta nobleza tena que afirmar su posicin en la co-municacin, pero l no poda creer en ello. Vase sobre todo los Trois Discours sur la Condition des Grands, citado segn L'Oeuvre de Pascal, Pars, Pliade, 1950, pgs. 386-392. Eso mismo demuestra el poco cambio socioestructural que haca falta para echar por tierra esta versin.

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    los cambios socioestructurales. Los fenmenos, igual que las teoras que se ofrecen para explicarlos, son y seguirn sien-do productos internos a la sociedad, cuyas posibilidades de comunicacin abren o cierran. Y nuestro problema es, por repetirlo una vez ms, cmo se las arregla la sociedad con una privacin de autoridad autodesencadenada y con la am-plia comunicacin de la ignorancia.

    V

    La comunicacin de la ignorancia libera de responsabi-lidad.31 Quien comunica saber absorbe incertidumbre y tie-ne en consecuencia que asumir la responsabilidad de que su saber es cierto y no incierto. Quien comunica ignorancia queda disculpado ya por eso mismo. Quiz se le pueda re-mitir a las fuentes de saber y encargarle que se informe con ms cuidado o que investigue. Pero esto slo tiene sentido si el que tira de este hilo sabe ya lo que hay que saber. Por eso, si no quieren parecer superfluos, los mandatos de investiga-cin o informacin tienen que ser formulados como si se lanzaran al aire y slo expresaran el estado de emergencia

    31. Lo mismo se aplica, mutatis mutandis, a la comunicacin de la in-competencia. En las organizaciones tendra que haber en todo caso una instancia que dispusiera de competencia en asuntos de competencia (Odo Marquard dira: competencia de compensacin de la incompeten-cia). Pero segn demuestra la experiencia, esta instancia no es fcil de en-contrar, no es fcil dirigirse a ella, no es fcil de activar. Por consiguien-te, se puede partir de un paralelismo entre legitimacin social de la comunicacin de la ignorancia y legitimacin organizativa de la comuni-cacin de la incompetencia. Sin embargo, no seguiremos ms esta lnea paralela... por interesante que sea reflexionar acerca de una tica organi-zativa de la reclamacin de la incompetencia.

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    del conocimiento, slo la necesidad de absorcin de la in-certidumbre. Con ello, tambin entran bajo la rbrica gene-ral de comunicacin de la ignorancia.

    Si se mira alrededor para averiguar cmo se las arregla hoy la sociedad con semejante red recursiva de comunicacin de la ignorancia, llama la atencin que el problema se formule como un problema tico. Con ello se desplaza de un contex-to cognitivo a un contexto normativo. Si todo el mundo pue-de comunicar el propio desconocimiento y al mismo tiempo desenmascarar el pretendido conocimiento de otros, de for-ma que el desconocimiento sea la resultante como suma de la comunicacin, esto no se acepta, sino que en vez de ello se in-vita a asumir la responsabilidad de las consecuencias. Visto desde una distancia mayor, es una maniobra semntica bien curiosa: sin duda no se hace de la necesidad virtud, pero s un llamamiento a la virtud de otros. El destino... son los otros.

    Tambin aqu servir de ayuda una comparacin histri-ca para obtener distancia. A todas luces, esto ya no tiene nada que ver con la antigua tica europea, por ms que hoy haya quien guste de volver a soar con una sociedad civil tico-po-ltica. Esta tradicin termin en el siglo XVII, a ms tardar en el XVIII.32 Al mismo tiempo termina la rivalidad comunicativa entre filosofa y retrica (o tambin entre historiografa y poesa), que haba coaccionado el esquema verdadero/falso y por eso tena que utilizar los problemas de comunicacin para justificar por qu la retrica y la poesa tenan que traba-jar con veladas o percibidas ilusiones.Mientras entonces se

    32. Vase al respecto Niklas Luhmann, Ethik ais Reflexionstheorie der Moral, en id., Gesellschaftsstruktur und Semantik, tomo 3, Franc-fort, 1989, pgs. 358-447.

    33. Como testigo de cargo de la dramatizacin de esta diferencia y

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    trataba de amplificacin, arriba emplebamos para ello el concepto de absorcin de la inseguridad. Sin embargo, el mundo de estas premisas de la comunicacin se ha sobrevivi-do a s mismo desde todos los puntos de vista. Nada de esto es hoy directamente relevante, y todo intento de reactualizacin est por eso bajo la sospecha de funciones compensatorias.

    En la tica, este cambio se expresa cuando en la segunda mitad del siglo XVIII se adapt a los cambios sociales. Una teora de la conducta se transform en una teora del funda-mento de los juicios morales. La referencia a las buenas ma-neras y la todava en el siglo XVII importante referencia a la hermosa apariencia de la conducta se perdieron, y tambin la referencia a la estratificacin social. tica y esttica se se-pararon, y ambas lo hicieron de las prudencias de los sa-beres profesionales clsicos de la teologa, la jurisprudencia, la retrica o la accin polticas. La aspiracin a la autonoma de los sistemas funcionales, condicionada por la diferencia-cin funcional, repercuti. Estos cambios tenan que ser va-lorados sociolgicamente como irreversibles, y ello aunque la diferenciacin funcional no hiciera lo que se haba espe-rado de ella, y que ya no se hablara del progreso. Precisa-mente cuando hay que registrar una prdida de orienta-cin en todos los sentidosi4 y, pensamos nosotros, paralela a la comunicabilidad de la ignorancia, ya no se puede volver

    de su fin inminente puede servirnos Baltasar Gracin, tambin y precisa-mente en su recepcin en toda Europa. En l se encuentra todo el pro-blema verdadero/falso, traducido a una teora de la accin racional, ni-ca ya en su tiempo, que refleja los problemas de comunicacin, salta por los aires el viejo contexto tanto de la tica como de la retrica, y precisa-mente por eso ha fascinado a sus contemporneos.

    34. Vase tan slo Zygmunt Bauman, A Sociological Theory of Postmodernity, Thesis Eleven, 29 (1991), pgs. 33-46.

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    a un mundo ideal que penda de una slida estructura cs-mica de necesidades e imposibilidades.

    Por la misma razn, una tica del fundamento de los jui-cios morales queda expuesta a sus propios problemas, y so-bre todo al problema de la fundamentacin de los motivos. Para esto se emplea hoy el concepto (cada vez ms bur-gus) de la procedimentalizacin. Esto desemboca en una observacin de segundo grado. Si ya no se sabe lo que son buenos motivos, al menos se quiere poder decir cmo se puede comprobar si los buenos motivos son buenos motivos, concretamente en la comunicacin misma (especializada en esto).

    Con ello, se aporta un tipo especialmente preparado de comunicacin como medio en el que se podran insertar las formas que vinculan durante un cierto tiempo las posibili-dades del medio. A los puntos de referencia se les llama va-lores desde la segunda mitad del siglo xix. Consecuente-mente, se proclama una tica material de los mismos. Desde el punto de vista filosfico especializado, hace tiempo que esto ya no es convincente, pero en la comunicacin social la orientacin por los valores se mantiene sin quebrar porque al parecer ofrece especiales ventajas comunicativas, concre-tamente una peculiar vinculacin entre fijacin en los valo-res y no fijacin en el nico caso que interesa: que los valo-res entren en conflicto. Pero sobre todo, una comprensin normativa (en modo alguno obvia desde el punto de vista se-mntico) de los valores (= preferencias) sirve para dar a una tica el permiso para formular exigencias morales a la con-ducta de otros, que tambin, y precisamente en vista de la constante decepcin, puedan ser mantenidas.

    A todas luces, tal etizacin de los valores sale al paso de una fuerte necesidad de orientacin. En ella, representan

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    el papel principal las consecuencias de la tcnica y los pro-blemas ecolgicos de las ltimas dcadas. No se sale adelan-te sin las causas que desencadenan los problemas, y toda variacin que pueda proponerse hace una impresin dema-siado pequea. Tampoco se pueden aceptar las consecuen-cias. Y si a esto se aade que el saber, cuando de esto se tra-ta, se refugia en la ignorancia (igual que el burcrata en la no competencia), est clara la confusin que surgir.

    Por eso, con gran xito pblico, Hans Joas ha podido hacer de la necesidad una apelacin a la virtud.0 El mensa-je es: hay que asumir la responsabilidad de las consecuen-cias, sean de origen tcnico o del origen que sean. En prin-cipio, no hay nada que objetar a eso. Pero si aquel que desencadena las consecuencias (aquel que se atreve a actuar) no sabe y no puede saber qu consecuencias desencadena, y si le est permitido decirlo, el dilema est claro: o no actuar (pero, quin asume entonces la responsabilidad de las con-secuencias de la omisin?) o ir hacia la incertidumbre. Nos encontramos en el mundo de la conciencia del riesgo que hay que aceptar, y para eso la tica, por lo menos hasta aho-ra, no ha podido aportar criterio alguno.36 Sin dudar, Ni-cholas Rescher afirma: Morally speaking, an agent is only entitled to "run a calculated risk" on his own account but not

    35. Vase Hans Joas, Das Prinzip Verantwortung: Versuch einer Ethikfr die technologische Zivilisation, Francfort, 1979.

    36. Vase Niklas Luhmann, Soziologie des Risikos, Berln, 1991, esp. pgs. 168 y sigs. En todo caso hay criterios formales, como, por ejemplo, ste: que no todo lo que se puede hacer est permitido. Pero tales afir-maciones sufren de la debilidad de todas las ticas del fundamento: que de ellas no se puede derivar indicacin alguna de actuacin. Slo se oye decir que esto tiene que quedar en manos de la situacin. Pero eso tam-bin se puede saber sin tica, sin saber cmo recae entonces la decisin o quin puede (o debe) abrirse paso en la situacin.

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    fot others.5' Pero esto no hace ms que copiar la antigua teora liberal, que haba dado curso libre al provecho propio con el presupuesto de que esto no haca dao a nadie (que asin-tiera a ello). El mbito de aplicacin de tales mximas, sabe-mos hoy, tiende a cero. Y esto demuestra que la tica practi-ca aqu un doping ticamente no permitido.

    Desde los grandes gestos de la poltica mundial5* hasta los minuciosos anlisis de los problemas de la rational choice, se si-gue apostando por una accin orientada a unos fines. Se em-plea la accin para alcanzar estados que de otra forma no se produciran. No es posible discutir que esto sucede, que suce-de masivamente y que sucede con xito. Naturalmente, no pue-de tratarse de excusar a la sociedad de actuar, aunque las con-secuencias, en su conjunto, den lugar a preocupaciones. Pero no obstante, se puede preguntar cmo se comunica la accin y cmo puede convencer una semntica de la accin cuando al mismo tiempo aumenta la comunicabilidad de la ignorancia.

    La teora de la accin se defiende distinguiendo el com-plejo fin/medios/costes de la accin de las consecuencias no previstas. Esta distincin es antigua.'9 Ha sido descubierta y

    37. As en Nicholas Rescher, Risk: A Philosophical Introduction to the Theory ofRisk Evaluation and Management, Washington, 1983, pg. 161 (la cursiva es del original).

    38. Por ejemplo al estilo de Alain Touraine, Le retour de l'acteur, Pa-rs, 1984. Vase tambin, ms moderado, Paisley Livingston, Le retour au sujet: Subjects, Agents and Rationality, Stanford French Review 15 (1991), pgs. 207-233.

    39. Vase para su contexto religioso originario, por ejemplo, Pierre Nicole, Essais deMorale, tomo I (1671), citado segn la 6a edicin, Pars, 1682, pgs. 33 y sigs.: la ignorancia, protegida por el desconocimiento de la ignorancia, es una proteccin ante un autoconocimiento humillante y, por tanto (por funcional desde el punto de vista personal), disfuncional desde el punto de vista religioso, por decirlo en conceptos actuales.

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    refrescada para la sociologa, especialmente desde Merton.4" En la distincin misma se oculta una confesin de ignoran-cia. La cuestin es, pues, si hay condiciones que modifiquen la relacin entre saber y no saber, quizs hasta un punto en el que el no saber se convierta en el recurso ms importante de la accin.41 L'homme ne peut agir que parce qu'il peut ignorer, et se contenter d'une partie de cette connaissance qui est sa bizarrerie particulire.42

    Est claro que la relacin entre las consecuencias previs-tas de la accin y las no previstas depende de los horizontes temporales que se evalen al actuar. Cuanto ms se mira ha-cia el futuro, ms probable es el sobrepeso de las conse-cuencias no previstas. La amplitud del horizonte temporal relevante es en s misma una variable. Por una parte, actual-mente en la sociedad las estructuras se modifican ms rpi-

    40. Vase Robert K. Merton, The Unanticipated Consequences of Purposive Social Action, American Sociological Review, 1 (1936), pgs. 894-904.

    41. Tambin esto lo han vjsto y dicho los socilogos una y otra vez... aunque sin poder impresionar con ello las preferencias tericas de la asignatura. Vase tan slo Wilbert E. Moore y Melvin M. Tumin, Some Social Functions of Ignorance, American Sociological Review, 14 (1949), pgs. 787-795; Wilbert E. Moore, The Utility of Utopias, American So-ciological Review, 31 (1966), pgs. 765-772; Louis Schneider, The Role of the Category of Ignorance in Sociological Theory, American Sociolo-gical Review, 27 (1962), pgs. 492-508; Heinrich Popitz, ber die Pr-ventivwirkung des Nichtwissens: Dunkelziffer, Normund Strafe, Tubinga, 1968. Para anlisis recientes de una discrepancia entre bsqueda de ms saber (racionalizacin) y motivacin para la accin vase Nils Brunsson, The Irrational Organizaron: Irrationality as a Basis for Organizational Ac-tion and Change, Chichester, 1985.

    42. As Scrates en sus dilogos en Paul Valry, Eupalinos ou l'ar-chitecte, citado segn Paul Valry, Oeuvres, tomo II, Pars, Pliade, 1960, pgs. 79-147 (cita de la pg. 126).

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    do que antes;45 por otra, el umbral de impronosticabilidad del futuro se aproxima al presente. Con ello, tanto material como temporalmente aumenta la importancia del no saber, y precisamente en horizontes diseados como relevantes para la accin. Pero, cmo se puede hacer la accin plausi-ble a otros no sabiendo lo que va a salir de ella?

    La teora de la accin (incluyendo la teora del control) acta en esta situacin como un manifiesto con el que se in-tenta oponerse a las tendencias. Y hay un importante argu-mento que habla en su favor: sin competencia para la accin, la sociedad estara perdida. Solamente se puede preguntar, como ya en a principios de los sesenta, si la fijacin de obje-tivos a partir de la proyectada distincin entre consecuen-cias previstas y no previstas es suficiente tericamente para abarcar el problema.44 Al fin y al cabo, copia todava la pers-

    43. Slo un ejemplo. En el gremio de la moda, en los ltimos aos (y slo desde entonces) grandes firmas de fuerte capital, que producen para un pblico masivo, copian las ideas de pequeos empresarios innovado-res tan rpido que llegan al mercado antes que los inventores, y el pbli-co servido en exclusiva ya no tiene ninguna posibilidad de conseguir di-seos que no se ofrezcan al mismo tiempo o incluso antes en los grandes almacenes; y adems, con el cambio generacional, tambin ha retrocedido el inters por la ropa exclusiva y visiblemente cara. La consecuencia es una total reestructuracin del mercado y la quiebra de una cultura que antes haba sido posible. Una pieza del mosaico del tema: consecuencias de la aceleracin... tambin y precisamente all donde se haba llegado decisivamente a la novedad e innovacin.

    44. Vase Daniel Katz y Robert L. Kahn, The Social Psychology ofOr-ganizations, Nueva York, 1966, pg. 16, con vistas a unas mejores posibili-dades de la teora del sistema (anlisis input/output). Tambin el anlisis funcional entonces reinante se haba recomendado a s mismo un refusal to take purposes at their face valu; as Kingsley Davis, The Myth of Functional Analysis as a Special Method in Sociology and Anthropology, American Sociological Review, 24 (1959), pgs. 757-772 (esp. pg. 765).

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    pectiva de un observador de primer grado, precisamente del actante, y le aconseja suponiendo en l inters por la racio-nalidad. A esto se pueden unir tambin otras limitaciones, en forma de imperativos ticos. La pregunta es si es sufi-ciente con querer tener adems en cuenta que los actantes son observados, que todos los sistemas funcionales operan en el plano de la observacin de segundo orden y que ya no hay un lugar con amplia aceptacin social (religioso, por ejemplo) para la distincin saber/no saber.

    VI

    En las modernas condiciones, de lo futuro slo se puede hablar en el modo de lo probable o de lo improbable, es de-cir, en el modo de una realidad asegurada ficticiamente (du-plicada mediante ficciones). Se sabe por tanto que los futu-ros presentes traern otra cosa diferente de lo que expresa el presente futuro, y precisamente esa discrepancia es lo que se expresa al tratar an sobre probabilidades o improbabilida-des cuando se trata del futuro. Quien afirma estar seguro se expone a todas las formas de la deconstruccin y slo puede esperar apoyo de sus correligionarios. La multitud de juicios que subyacen al entendimiento de cada uno pueden modifi-carse en todo momento. Sin duda, hay entendimientos que funcionan de forma masiva, pero no hay fundamentos a prio-ri que pudieran garantizar que esos entendimientos (o por lo menos algunos de ellos) regirn para todo el futuro.41

    Este estado de cosas deja en apariencia inalterado todo

    45. Vase tambin, sobre la base de anlisis semiticos Josef Simn, Philosophie des Zeichens, Berln, 1989, pgs. 177 y sigs.

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    el mbito de la autoobligacin. Hay que mantener lo que se promete. La antigua fides romana parece seguir en vigor. As que se podra esperar que por lo menos a travs de con-tratos an se pudiera crear certidumbre, aunque esas certi-dumbres nadasen en un mar de ignorancia. La complicada textura del derecho contractual romano, que saba distin-guir entre engaos reconocibles y ocultos,46 sigue estando en vigor, y determina el desarrollo de vinculaciones sinalag-mticas que tropiezan con dificultades. Sin embargo, hay que preguntarse hasta qu punto esta tcnica contractual, uno de los mayores inventos civilizadores del Viejo Mundo, sigue aportando hoy la forma social con la que transforma-mos la incertidumbre del futuro en certeza ya garantizada desde el presente.

    La Edad Moderna haba apostado nuevamente por la fi-gura del contrato social para superar la inseguridad surgida de la quiebra de la confianza en un orden natural de la con-ducta humana. Tambin se da aqu una transicin de garantas cognitivas a normativas. Esto slo resisti cien aos largos, desde Hobbes hasta Rousseau. El liberalismo, que llev a su floracin la libertad contractual, haba adoptado ya otra po-sicin; con la semntica de individuo, libertad, igualdad y contrato slo haba querido quebrar el viejo orden, pero de-jando el nuevo a sus propias fuerzas. La sociedad puede deber-se a la violencia o a la historia: depende de lo que haga con ella. Los orgenes ya no interesan, las expectativas estn en el futuro. Pero precisamente para eso el contrato parece im-prescindible, como instrumento de vinculacin dentro de la

    46. Para las fuentes vase D 4.3, y para la separacin del uso lings-tico jurdico del cotidiano Antonio Carcaterra, Dolusbonus/dolus malus\ Esegesi di D.4.3.1.2-3, Npoles, 1970.

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    sociedad. El problema est en la relacin de las personas en-tre s, a las que tiene que estar permitido producir vnculos (des-libertades) y desigualdades mientras esto slo ocurra sobre la base de la libertad y la igualdad.

    La figura del contrato, imprescindible en la tcnica jur-dica, pero tambin en la econmica, etc., encuentra su ga-ranta desde la renuncia al derecho natural en la idea de una constitucin jurdico-poltica que constituye el derecho y con l, la libertad contractual sin entenderse a s misma como resultado de la conclusin de un contrato. (Es fcil demos-trar que esto se evit para no encontrarse con los bien cono-cidos problemas de impugnacin, rescisin, derecho de re-sistencia, etc. Sirvi de escapatoria la construccin ocasional de un pueblo que se da a s mismo una constitucin.) Pero con todo ello se mantiene la retirada de la garanta de seguridad a normas vigentes, qu pueden ser modificadas. Al mismo tiempo, en la reflexin sobre el arte se produce una retirada a la percepcin, ya sea de textos, ya de obras grficas, ya de representaciones teatrales. La teora del arte se fundamenta de nuevo como esttica,4' despus de que unos juicios ya antes discutidos fueran remitidos al gusto. Las aspiraciones en conflicto de los individuos son recono-cidas, por estas dos vas del derecho y del arte, como intere-ses o sensibilidades y, al mismo tiempo, neutralizadas me-

    47. Una primera e impresionante visin de conjunto se encuentra en August Wilhelm Schlegel, Vorlesungert ber schne Literatur undKunst (1801). Muy citado tambin, Charles Baudelaire, Le Peintre de la Vie moderne, citado segn Oeuvres completes, Pars, Pliade, 1954, pgs. 881-922, donde el arte cede ya la mitad (pero slo la mitad) de su tarea a la moda. Hasta hoy, las obras de arte, as como las teoras del arte, han dado los impulsos ms importantes a la comprensin de la modernidad, sin tener que fundamentarlo sobre el saber.

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    diante una liberal poesa de la indiferencia.4* Y ninguna de ambas cosas requiere un conocimiento seguro de la (mo-derna) sociedad. El necesario saber orientativo se encuentra en el concepto de los Estados modernos (es decir, consti-tucionales) y en la esttica de la reflexin. La sociedad es en-tendida frente a esto como economa.

    Pero los contratos no ofrecen grandes seguridades, ni si-quiera para los individuos. De todos modos el derecho no reconoce los contratos sin plazo y sin posibilidad de resci-sin, y adems los contratos slo garantizan el derecho, no el cumplimiento del mismo. Tambin el arte sabotea la pro-mesa de seguridad que podra haber en la percepcin, al re-conocer como obras de arte solamente a nuevas obras de arte. Al lector ya le habr sorprendido que hayamos entrado siquiera en la cuestin de si en las normas u otras percepcio-nes artificiales puede haber equivalentes a la seguridad. El saber no puede ser sustituido por estas vas, aunque se de-vale a s mismo y ms saber conduzca forzosamente a ms ignorancia an.

    Pero sobre todo, toda la base de esta argumentacin se ve afectada porque ya no es el individuo la fuente primaria de la inseguridad social, sino el contexto ecolgico en el que el sistema social evoluciona. Ahora, todas las formas sociales estn gravadas adems con la inseguridad de que no se pue-de saber (o en todo caso no suficientemente) qu repercu-siones tendr la comunicacin social sobre el entorno social y con ello, indirectamente, sobre las posibilidades de prose-cucin de la comunicacin social. Contra esto no es posible asegurarse mediante contratos. Lo importante siguen siendo

    48. Vase Stephen Holmes, Poesie der Indifferenz, en Dirk Baec-ker y otros, Theorie ais Passion, Francfort, 1987, pgs. 15-45.

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    las confusiones o errores o cambios de opinin de otros, que se querra prevenir. Lo importante siguen siendo las insegu-ridades resultantes del entorno humano del sistema social. Y tambin, en este sentido, hay cambios que hacen parecer cuestionable que se pueda contar an con las tcnicas socia-les clsicas (por ejemplo, en la proporcin de las generacio-nes entre s). Pero a esto se aade otra problemtica, resul-tante de las interdependencias de la ecologa social, y que obliga a la sociedad a tener en cuenta cosas hasta ahora des-conocidas.

    La comunicacin social ha convertido esto en temas... con asombrosa rapidez y asombroso xito. Pero de las te-matizaciones se sabe sobre todo que no se sabe lo que ocu-rrir si se cambia la conducta o si no se cambia. La ignoran-cia cristaliza en temas. Esta respuesta nos devuelve, por tanto, a nuestro problema del trato social con la ignorancia; y al mismo tiempo, deja atrs la cuestin de qu mrito tiene ha-ber descubierto y tematizado los problemas ecolgicos. Qui-zs el mrito est principalmente en haber creado inseguridad en la sociedad, que est reaccionando a ello de algn modo.

    Como el orden tambin surge sin conocimiento, a veces se explica con el concepto de la imitacin. Aqu Gabriel Tarde es el clsico decisivo y Ren Girard el autor ms des-tacado en la actualidad. Tambin en la teora econmica hay una reflexin anloga: que lo no decidible se transforma en decidible a travs de la imitacin.44 La cuestin no es ms

    49. Vase, en conexin con Keynes, Jean-Pierre Dupuy, Zur Selbst-Dekonstruktion von Konventionen, en Paul Watzlawick y Peter Krieg (comps.), Das Auge des Betrachters. Beitrge zum Konstruktivis-mus. Fetschrift fr Heinz von Foester, Munich, 1991, pgs. 85-100 (esp. pgs. 98 y sigs.).

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    que quin o qu se imita? Aqu se pensar en principio en autoridad o en rango social, pero esto volvera a remitir la teora al antiguo orden. La investigacin sobre medios de comunicacin de masas habla de gate-keepers, dejando abierto cmo se ocupan estas posiciones informales. Un paso ms all lleva el anlisis del fenmeno de la moda. Cuando se desprende de las premisas de clase social, queda un fenmeno peculiar de reflexin de la imitacin. La moda surge cuando la no imitacin (es decir la desviacin) espe-cula sobre la imitacin y es imitada. Si el cambio de las mo-das se acelera, como ocurre hoy en da no slo en las modas del vestir, sino tambin en las modas intelectuales, en los es-tilos artsticos o en todo lo que se ofrece con prefijos como post-, neo-, bio-, eco-, etc., hay que contar con que la imita-cin y la no imitacin se indican al mismo tiempo (o como se dice a la moda, se anuncian). La comunicacin depen-diente de la moda se convierte entonces en un medio para los cambios de tema, para la temporalizacin de la comple-jidad, para el incremento en la irritabilidad de la comunica-cin. Y en el entorno, los individuos observan que viven de-masiado tiempo y demasiado despacio como para poder seguir su marcha.,l> Vienen con sus actitudes y preferencias, con su biografa narrable extrada de la moda; hace mucho que incluso lo que callan ya no le interesa a nadie, y por otra parte lo que dicen resulta de repente embarazoso (como cuando hoy se sigue hablando de negros). Sin duda, pue-

    50. Por lo dems, esto ya se vea en el siglo xvn: Un homme la mode dure peu, car les modes passent; s'il est par hazard homme de m-rite, il n'est pas ananti, et il subsiste encore par quelques endroits; gale-ment estimable, il est seulement moins estim, anota Jean de La Bruyre, Les caracteres ou les moeurs de ce sicle, 8" ed. (1694), citado segn Oeuvres completes, Pars, Pliade, 1951, pgs. 59-478 (esp. pg. 392).

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    de tener estilo salirse de la moda y desconectarse visible-mente. El estilo consiste entonces en mostrar a la moda que no es ms que moda. Pero tambin esto no es ahora ms que una forma que hace posible la tendencia dominante del cambio y la imitacin de la no imitacin o de la no imitacin de la imitacin."

    La disponibilidad, necesaria en la comunicacin, a acep-tar selecciones, a extender las absorciones de la incertidum-bre, puede en estas circunstancias dejar de adoptar la forma de vinculacin de las capacidades psquicas. Si con consen-so se hace referencia a esto, el consenso no ser ni posible ni razonable. Enseguida se planteara la cuestin, cmo po-demos volver a librarnos de l y cun doloroso sera el sacri-ficio? En la comunicacin hay que conformarse ms bien con entendimientos, que no comprometen, pero s especifi-can en qu condiciones rigen y qu cambios afectaran a la base negocial. Esto incluye un estilo social que practique la discrecin y no intente apartar de sus convicciones a aquellos que tienen que entenderse, convertirlos o cambiar-los de cualquier otro modo.'2 De todas formas, los presentes

    51. Tambin esto es un viejo tpico: II y auroit de l'affectation ne pas faire ce que tout le monde fait; ce seroit un air de singularit pour se faire regard, dice Jean Baptiste Morvan, abad de Bellegarde, Rflexions sur le ridicule et les moyens de l'eviter, 4" edicin, Pars, 1699, pg. 125.

    52. En todo caso, el debate habitual, orientado hacia el concepto del entendimiento, no distingue tan ntidamente entre sistemas psquicos y sociales, y sobrecarga por tanto el concepto de entendimiento con un trabajo de conviccin. El problema resuena en las ponencias presenta-das a un congreso del Instituto Gottlieb Duttweiler, Rschlikon, publi-cadas con el ttulo Das Problem der Verstndigung: Okologische Kommunikation und Risikodiskurs: Neue Strategien der Unterneh-menskultur, 1991.

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    no estn presentes en calidad de s mismos, actan como funcionarios, enviados, representantes, y solamente tienen que encargarse de que los que deben entenderse sean infor-mados de los entendimientos. Cuando estn en juego intere-ses contrapuestos, solamente se trata de un armisticio. Se trata de rdenes del da y de puntos sobre los que se puede alcanzar un entendimiento, quiz precisamente porque de todos modos nadie dispone del saber que le permitira for-zar a otros a asentir a sus opiniones. Se trata de un procesa-miento de la comunicacin sobre la base del estado actual de la informacin y de los pronsticos que permitan recono-cer qu otras informaciones provocarn que sea revisada.

    Sobre todo omitir las moralizaciones podra fomentar el entendimiento, es decir, no incluir en la comunicacin las condiciones del autorrespeto y el respeto ajeno.55 El respe-to siempre es un indicador para la inclusin moral de la persona en la sociedad, y precisamente por ello tambin para su exclusin, cuando el respeto se deniega. Esto presu-pone que las distintas posturas o acciones puedan tener realmente el valor de tal indicador. No hay que excluir, por

    53. Sobre este concepto puramente emprico de moral vase ms de-talladamente Niklas Luhmann, Soziologie der Moral, en Niklas Luhmann y Stephan H. Pfrtner (comps.), Theorietechnik und Moral, Francfort, 1978, pgs. 8-116. Este concepto de moral no excluye, sino que incluye, que toda comunicacin, incluso toda accin, pueda ser observada dentro del esquema moral. Puede ser moralmente buena o moralmente mala des-de la perspectiva de un observador de segundo grado si ste emplea el c-digo moral como distincin, moralizar o dejar de moralizar, segn la opi-nin del moralista. Una tica slo hara justicia a las exigencias de distincin dadas con ello si dispusiera de criterios segn los cuales poder decidir la aceptacin o refutacin de la aplicacin del cdigo moral. Vase tambin Niklas Luhmann, Paradigm lost: ber die ethische Reflexin der Moral, Francfort, 1990, pgs. 40 y sigs.

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    principio, esto mismo para la sociedad moderna, pero se puede partir de la base de que se ha hecho cada vez ms di-fcil llegar a un acuerdo general sobre ello. Tanto ms habr que mantener la comunicacin del entendimiento, proceder con abstinencia moral y poner la moral en juego slo cuan-do se trate de interrumpir la comunicacin. Con la comuni-cacin moral se actualiza el esquema inclusin/exclusin. Mientras se busque el entendimiento o se considere posible, habr que partir de la inclusin. Pero entonces ser opor-tuno no empezar por cargar la comunicacin con esta alter-nativa.

    En la actualidad, estos lmites no se trazan claramente. Esto significa tambin que a menudo las cuestiones cogniti-vas y morales se mezclan, y que las opiniones sobre lo pro-bable o lo improbable han de ser tratadas como obligacio-nes morales. Con la moral se inmuniza uno contra la evidencia de la ignorancia, porque la opinin moralmente mejor puede confirmarse con sus propios argumentos. Las instalaciones industriales se afirman seguras y son descri-tas por otros como inseguras, aunque se sabe que no se sabe si y en qu margen de tiempo se producir un aconteci-miento grave y cules sern las consecuencias. La suspen-sin de la produccin de energa realizada a travs de las centrales nucleares es calificada de obviedad moral, lo que indica que el autor no es capaz de entendimiento en esta cuestin.54 La moral fuerza en la comunicacin a la exagera-

    54. Lo que por lo dems implica tambin un veredicto moral sobre la democracia, que admite en todo el mundo la energa nuclear. Se podr decir en favor del autor que quiz no piensa lo que dice: pero la falta de cuidado o la exageracin a la hora de elegir la terminologa tampoco es precisamente un signo de disposicin al entendimiento. Sobre esto, Hans Peter Dreitzel, Einleitung, en Peter Dreitzel y Horst Stenger (comps.),

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    cin, y la exageracin hace que el entendimiento aparezca en seguida como carente de expectativas. Con sos no se puede hablar, se dice entonces, porque no se puede llevar a sos a aceptar la propia visin de las cosas.

    De ah que una comunicacin que persiga el entendi-miento tenga que empezar por aumentar la incertidumbre y cuidar el saber comn del no saber. Dado que el no saber es abundante, esto no debera resultar especialmente difcil.

    VII

    Lo que queda parece ser cultura, por lo menos en los l-timos aos de este siglo. A todas luces, el concepto cultura es apropiado para resumir esta heterogeneidad. Siempre ha sido poco claro y discutido lo que este concepto significaba, lo que inclua y lo que exclua. Parece que los antroplogos culturales prefieren temas diferentes de los preferidos por los antroplogos sociales. Tambin en la teora general de la accin de Parsons se encuentra la distincin correspondiente, pero se retrotrae a una relevancia slo analtica, que precisa-mente debiera aclarar que ninguna accin puede producirse sin referencias de sentido social y cultural. Desde finales del siglo XVIII, el concepto de cultura lleva consigo un compo-nente reflexivo. Dice en cada una de sus aplicaciones que tam-

    Ungewollte Selbstzerstorung: Reflexionen ber den Umgang mit katas-trophalen Entivicklungen, Francfort, 1990, pgs. 7-21 (esp. pgs. 11 y 9). Por lo dems, obsrvese tambin el desplazamiento de sentido del subt-tulo de este libro-aviso: los desarrollos que pueden conducir a catstro-fes se convierten en desarrollos catastrficos. As se pasa retricamente sobre la distincin entre ignorancia y conocimiento.

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    bin podra haber otras culturas. Esto obliga a practicar en cada caso una doble distincin, concretamente entre las dis-tintas culturas, por una parte, y aquello que cultura debe querer decir en relacin con no cultura. Para esto hay secre-tas ayudas, que entretanto estn siendo desmontadas: por ejemplo, la conciencia pluritnica del Viejo Mundo o la posi-bilidad de distinguir cultura de civilizacin o de naturaleza o de tcnica. El concepto poda fundamentar compartimenta-ciones y al mismo tiempo dejar abierto mediante una plura-lidad de contraconceptos lo que quera decir en realidad.

    Desde finales del siglo xix se ha producido una segunda oleada de curiosas extensiones, y hacia abajo. A partir de la cultura se descubre que hay otras culturas por debajo. Haca mucho ya que se haba hablado de las culturas indgenas. A esto se aade el inters por las culturas de los trabajadores. (La cosa no puede ser tan radical, no puede ser tan mala, si tambin ellos tienen cultura.) Hoy existen tambin la cultu-ra de la droga y similares." La abstraccin funcional del concepto ya no permite lmites inferiores, incluso se habla de cultura del cuerpo, y no slo en la publicidad.

    Aun as, al concepto, y esto parece motivar la tendencia hacia abajo, le ha quedado la direccin de la mirada hacia arriba. Promete algo mejor... aunque sea pomada. Apor-ta, como Bourdieu ha hecho plausible con muchas pruebas, una legitimacin de distinciones. Es o era al menos hasta hace poco un concepto de clase media. Sin embargo, tam-bin esta limitacin immanente mediante connotaciones je-rrquicas podra encontrarse en disolucin. Presupone es-

    55. Vase, en aplicacin de la conceptualidad de Parsons, por ejem-plo, Dean R. Gerstein, Cultural Action and Heroin Addiction, Sociologi-cal Inquiry, 51 (1981), pgs. 355-370.

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    tandarizaciones, por ejemplo del curriculum tpico o del ambiente limitado, que dejan cada vez ms de ser pertinen-tes. La cultura en el sentido habitual tiene que poder dejar-se sorprender. Encuentra sus lmites, igual que la invitacin a superarlos, en esta experiencia del esto no/esto. Sin duda, la cultura se entiende como cultura de individuos, pero ello implica tambin que los individuos tienen que dis-ciplinarse consecuentemente.

    Difcilmente se podr renunciar del todo a esto si el orden social y la recproca expectativa han de seguir siendo posibles. Pero la tendencia parece ir en direccin a la individualizacin de los frames, que se asume en s misma y por s misma.

    En este sentido se busca identidad, identidad alternati-va, identidad de protesta, hasta llegar a la identificacin con la falta de funcin; o incluso esa especie de identidad ni-cho que una sociedad compleja ofrece en alguna parte. La cultura ya no es slo capaz de sorprender y a prueba de sor-presas, asesta por su parte shocks de sorpresa. La legitima-cin de esta forma de proceder se ha abierto paso en la ges-tin oficial del arte, y por tanto no hay duda es cultura. Hoy se encuentra en las calles, en lo esttico, pero tambin en lo poltico.57 Para la cultura, basta con hacerlo intencio-nadamente. Y de alguna manera la libertad que se exige y abre paso para el self-framing individual expresa que en conjunto es as.

    Ya habamos afirmado, con consideraciones muy teri-

    56. Frames en el sentido de Erving Goffman, Erame Analysis: An Essay on the Organization ofExperience, Nueva York, 1974.

    57. Aparentemente, y esto slo se puede apuntar como sospecha, tambin el neonazismo ha llegado en principio como ltimo choque cul-tural posible. Naturalmente, esto no excluye el riesgo de que la poltica atribuya motivos polticos a tal movimiento.

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    cas (self-framing?), que el observador y el mundo se sepa-ran mediante lo que se distingue y designa aunque ambos, el observador y el mundo, siguen siendo inobservables. Es la cultura el instrumento adecuado para ello? Est acorazada la cultura contra el no saber? Y se puede y se tiene que de-cir una cosa as cuando los frames se cortan cada vez ms a la medida del individuo? Elevado al ltimo concepto posi-ble, cultura es todo lo que sirve al despliegue de paradojas con el que topa un observador cuando pregunta por la uni-dad de la distincin que l emplea, ya sea la distincin entre sistema y entorno, ya entre saber e ignorancia, ya entre ob-servador y observado. Despliegue de la paradoja significa reintroduccin de identidades que permiten seguir operan-do. Esto no puede ocurrir de forma lgica, porque la para-doja se encuentra fuera de los lmites de la lgica, que por su parte es una forma de cultura, concretamente una forma de despliegue de la paradoja con fines de establecimiento de clculos. No hay claras instrucciones para ello ni desde el ser ni desde el pensamiento. El despliegue de la paradoja slo puede ocurrir a saltos, slo creativamente (lo que no tiene que significar arbitrariamente). Y cultura parece ser el me-dio en el que las formas de despliegue de la paradoja pueden asumir una identidad estable y plausible para su tiempo. Cultura es la bolsa en la que se negocian las opciones para el despliegue de la paradoja.

    En unos anlisis muy apreciados, Ulrich Beck ha descu-bierto relaciones entre la percepcin del riesgo exigido por la sociedad y un nuevo individualismo.51 Tambin lo nue-

    58. Vase Ulrich Beck, Risikogesellschaft: Auf dem Weg in eine an-dere Moderne, Francfort, 1986 (trad. cast.: La sociedad del riesgo, Barce-lona, Paids, 1997).

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    vo de los nuevos movimientos sociales podra estar en que tienen que partir de situaciones de individualidad modifica-das o se deben precisamente a ellas, concretamente a indivi-duos individualmente en busca de identidad, masivamente y, aun as, cada uno por s. Helmuth Berking ha aadido un diagnstico paradjico: Individualizacin significa de he-cho aprender a tratar con pretensiones de conducta parad-jicas. Porque individualizacin significa al mismo tiempo aumento del margen de libertad subjetiva y total dependen-cia del mercado, subjetivizacin y estandarizacin de la con-ducta expresiva, aumento de la autorreflexividad y abruma-dor control exterior.54 Y an se podra aadir: amar al otro en su otredad, aunque en ello se expresen tendencias auto-destructivas, es decir, evitar una degeneracin del amor en terapia y mantener por lo menos esta distincin.

    Tales son las preguntas que hay que plantear a la socie-dad y a su cultura. Los sistemas psquicos son extraordina-riamente robustos incluso en las patologas estables, y lo mismo vale para el sistema orgnico de la vida. Tambin para esto hay descripciones culturales, por ejemplo cuadros clnicos. Pero co