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EDITORIAL ROSSETTI, [email protected]://editorialrossetti.weebly.com/Editado por Editorial Rossetti

Título Original: Aquél estúpido beso

© Jocelyn Carter, 2014

Corrección por: Betzabeth RomeroDiseño de formato digital: José Luis Cruz y Scarlett EveensonDiseño de portada por: Scarlett Eveenson.Garantía por crítico: Sofía D.

Publicado por Editorial Rossetti.Todos los derechos reservados en SafeCreative.Código: 1404070543075

Está prohibida la distribución, reproducción, comunicación pública otransformación de la obra sin un permiso previo por escrito. Dirigirse aEditorial Rossetti (el portal de web editorialrossetti.weebly.com o vía [email protected]) si se necesita tomar un fragmento de lahistoria, o fotocopiar total o parcialmente.

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¿Existirá persona más desafortunada que yo? Bueno, ese esun punto muy discutible, pues sí la hay; muchas de hecho, y encualquier parte del mundo, además; pero vayamos directo algrano. Antes que nada, te diré una sola cosa: si estás saliendocon alguien, y ese alguien tiene hermanos, asegúrate deconocerlos, ¿bien? Genial, porque, de otra manera, podríasacabar en mi posición.

Imagina todas las situaciones vergonzosas posibles, únelas y,bueno, ahí está mi vida durante los últimos meses, o semanas…O lo que sea, ya no tengo idea cuánto fue. De seguro ya conocescientos de chicas como yo, pero en fin, la única razón por la quedigo esto es por la siguiente: por «accidente» besé al hermanode mi novio y, a partir de allí, mi vida se convirtió en undesastre. ¿Por qué? Pues bien, estás a punto de conocer lahistoria.

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Las cosas no podían ser peores. En mi casa, un caño de gasse encontraba averiado, por lo que estaba confinada a tres díasde vivir junto a mis padres; mi novio está bien, el chico con elque hace una semana y media había comenzado a salir, me dejóplantada; y para completar, mi mejor amiga, Melanie, la personacon la que asistí a una fiesta en casa de uno de los chicos de launiversidad, había desaparecido de la faz de la Tierra luego deirse de la mano con alguien que ninguna de las dos conocía. Noera como si yo de hecho conociese a muchas de las personas queactualmente superaban la capacidad del lugar, pero no me iría dela mano de cualquiera…

Mientras tomaba el último trago de mi gaseosa ―sí, lo sé«gaseosa» en este tipo de fiestas. Patético. Pero pónganse en milugar, yo acabaría siendo la «conductora designada» entre miamiga y yo―, sacudí la cabeza y pensé: «Al demonio todo», ycaminé tímidamente, atravesando el lugar; de alguna maneralograría divertirme aquella noche, con o sin Ben.

La música sonaba estridente en mis oídos, y la melodíaformaba parte de esas canciones del momento, que todosdisfrutaban y bailaban sin dificultad alguna; tanto así que prontome les uní en el espeso gentío que no dejaba de moverse aquí yallí con infinidad de movimientos. Era simple seguir la corriente

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y dejarse llevar por lo que la música transmitía, lo que te hacíasentir.

Pronto, casi sin darme cuenta, me sorprendí a mí mismabailando entre uno que otro guapo, riendo e intercambiandodiálogos incoherentes que solo nos hacían reír más. De hecho,era el resto quienes más alegres se veían, y no pude dejar depreguntarme qué tan borrachos se encontraban; lo cual, a juzgarpor el hedor que sus alientos desprendían, era bastante.

Antes de saber lo que sucedía, había logrado mi objetivo,divertirme por un rato a pesar de no conocer a la mitad de laspersonas allí presentes, ni de encontrarme en compañía de Ben oMelanie. Las cosas se volvieron fácilmente divertidas, lo cualera bueno, ya que para eso había asistido en primer lugar.

Me encontraba moviéndome al compás de una canción deDavid Guetta, cuando sentí el aliento de alguien sobre mi cuello.Me estremecí por lo repentino de la situación y me di la vueltapara descubrir, a pocos centímetros de distancia, a un chico decabello castaño y ojos verdes, que me observaba con una torcidasonrisa que me dejó sin aliento. Vaya forma de parecer idiota.

―Se ve que eres de las que saben disfrutar del momento―dijo con voz ronca.

―Hay que hacerlo mientras se pueda ―respondí, con unencogimiento de hombros, sintiéndome orgullosa de notartamudear.

―Me gusta eso ―asintió; luego dirigió la vista a algúnpunto por encima de mi hombro. Aprovechando su distracción,

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me tomé la libertad de observarlo con detenimiento.Definitivamente era apuesto, de una manera sutil y que,aseguraba, sabía usar. Se volvió hacia mí y sentí mis mejillasenrojecer por ser descubierta―. ¿Te importa si vamos afuera?Dudo que quieras arruinar tu voz por gritarme ―agregó,señalando con un movimiento de cabeza hacia el jardín traserodel lugar.

Caminamos con dificultad a través del salón, hasta acabarcon el cálido ambiente que la noche veraniega proporcionaba.Rápidamente, comencé a preguntarme como por qué habíaseguido a aquel chico, pero supongo que la respuesta más lógicaes que, básicamente, no tenía nada mejor que hacer. Allí afuera,la música también sonaba con un volumen alto, pero más suavea comparación del interior; y las personas que allí se hablabanestaban dispersas por el jardín; todo era un poco más tranquilo.

―¿Vas a la universidad? Me eres vagamente familiar―pregunté. El chico, cualquiera que fuera su nombre, rio antesde contestar.

―Para nada, terminé hace un año, peor las amistadesquedan ―respondió mientras introducía las manos dentro de losbolsillos de su chaqueta de gabardina negra.

Bien, teniendo en cuenta lo que puede llegar a durar unacarrera promedio, probablemente tuviera veintidós o veintitrésaños de edad, lo cual sería uno o dos años más que yo. Erabueno, no me había topado con alguien seis años mayor o algoasí. Ahora faltaba saber otra cosa.

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―Y… ¿cómo te llamas? ―pregunté con indiscreción,apoyando la espalda en la pared, enfrentándome a él. Cambió supeso de un pie a otro y me dio su mejor sonrisa de soy-un-jugador, que probablemente atraía a una gran variedad de chicas.Desgraciadamente, por más que acabase de conocerlo, meencontraba en el grupo. Mal de mí.

―Soy James, ¿y tú?

―Elle. Y, antes de que preguntes, solo Elle ―añadí,poniendo énfasis a «solo». La mayoría de las personas mepreguntaban si realmente era mi nombre o un diminutivo.

―Elle ―repitió, mirando al cielo estrellado sobrenosotros―. Lindo nombre.

Sonreí tímidamente, sintiéndome como una estúpidaadolescente, cuando había pasado de esa etapa hace tiempo.Tenía ganas de golpearme, es decir, ¿cómo estaba haciendoaquello cuando estaba comenzando a salir con Ben? Eso deberíahaberme hecho sentir terriblemente, pero no; por el contrario,me gustaba estar allí, junto al tal James; pero, vamos, solo eraaquel momento, una fiesta, nada grave. ¿No es así?

Antes de saber qué sucedía, James y yo estábamos hablandode cosas sin sentido y riéndonos de chistes tan malos que reíasde la pena, literalmente. Le comenté estar estudiando abogacía,carrera para la cual estaba a dos años de terminar, y él a cambiome reveló que era profesor en una secundaria privada en elcentro de la ciudad, pero no me dijo qué enseñaba. Por unmomento, permaneció observándome fijamente, sin decir una

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palabra. Incómoda, me llevé una mano al rostro, ¿se habíacorrido el maquillaje?, ¿estaba sucio, quizás?

Lo sentí tomar gentilmente mi muñeca para luego alejar mimano del rostro.

―¿Qué sucede? ―pregunté. Por la manera en que meobservaba, comenzaba a sentirme expuesta, a pesar de que, acomparación del noventa por ciento de las presentes en la fiesta,yo casi parecía una monja.

―¿Te han dicho que tienes unos ojos hermosos? ―Me sentíruborizar. Tenía que acabar con eso rápido.

―Conmigo no llegarás a mucho con eso. Fue tan típico.―Lo miré con desafío, esperando que dijera algo en contra,pero solo sonrió.

―Así que también eres de las que aman la originalidad―afirmó antes de tomar mi mano―. Ven, vamos a bailar.

Con una sonrisa, apreté su mano y lo seguí nuevamente alinterior de la casa, donde la cantidad de personas abarrotadashabía aumentado, y donde, además, la música se mezclaba conel sonido de voces, risas y gritos de los allí presentes. Aún conlas manos entrelazadas a las suyas, me di la vuelta y comencé abailar enfrentándome a él. Di un par de giros mientras reíamospor mis ridículos movimientos. Al cabo de un momento, unachica pasada de copas se tambaleó sobre sus pies y me empujócon fuerza. Tomada por sorpresa, caí hacia atrás y acabé en losbrazos de James.

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―¿Estás bien? ―preguntó cuando estuve erguida, posandolas manos sobre mis hombros.

Me limité a asentir enérgicamente con la cabeza, aúndesorientada por el momento anterior. Solo quería estarnuevamente en sus brazos, por más patético que suene. Sí, lo sé,pueden decirlo, aquella noche estaba siendo demasiado patética.

Permanecimos quietos, en silencio, a muy pocos centímetrosel uno del otro. En un segundo, nos encontrábamos de aquellamanera, y al siguiente, solo supe que tenía sus labios sobre losmíos.

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La parte racional de mi cabeza me pedía a gritos que loalejara, lo golpeara, algo, pero digamos que la otra parte de mí,esa que se dejaba llevar por el momento, lanzó a la razón por laventana e invadió cada parte de mí.

Pronto, me encontré devolviéndole el beso con gusto, antesde rodear su cuello con ambos brazos y sentir sus manos en micadera, acercándome más a él. Luego de un momento, rompió elbeso y permaneció unos segundos observándome con unasonrisa que igualaba a la que, probablemente, tenía yo en mirostro.

Comenzamos a bailar nuevamente y, como seis cancionesdespués, ya había perdido la noción del tiempo. Literalmente, diun salto en cuanto una mano tomó con fuerza mi hombro y todoel aire salió de mis pulmones en cuanto me di la vuelta y unapelirroja de ojos cafés me devolvió la mirada. Melanie meobservó con una ceja enarcada antes de cruzar los brazos sobreel pecho y sostenerse sobre el pie derecho; claramente,preguntando qué demonios estaba haciendo. Con ellos, medevolvió a la realidad, es decir, me recordó que estaba saliendocon alguien. Sintiendo un nudo en la garganta, murmuré algo asícomo «maldición», y me di la vuelta forzando una sonrisa aJames, que parecía intrigado por la pelirroja detrás de mí.

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―Eh… Esta es mi mejor amiga, Melanie ―presenté,señalándola―. Mel, él es James.

―¡Genial! ―exclamo ella con fingido sarcasmo―. Pero sinos disculpas, te robaré a la chica, pues debemos ir a casa. Esurgente ―añadió, con una sonrisa que declaraba disculpas.

Antes de que pudiera objetar, me tomó por el brazo yprácticamente me arrastró a través del lugar hasta alcanzar miauto. Luego, comenzó a olisquearme antes de afirmar:

―No estás borracha. ―Enarqué las cejas.

―¿Tú sí? ―pregunté, pareciendo más consternada de lo quedebía.

―No, ni una gota. ―Se encogió de hombros―. Pero paraque hicieses aquello teniendo en cuenta tu situación, esperabaque lo estuvieses.

―¡Vamos! Solo fue una fiesta, nada más. Dudo que mearruine la vida. ¿Está bien? ―espeté, comenzando amolestarme―. Entremos y larguémonos de aquí.

Abrí la puerta y me lancé al interior con algo de modestia.Por más que no desease admitirlo, y como usualmente, Melanietenía razón. Y pese a que había disfrutado el momento,probablemente me arrepentiría de todo en la mañana. Tacha eso,me estaba arrepintiendo en aquel preciso momento.

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Luego de dejar a Melanie en la casa que su hermana,Jennifer, y ella compartían, di la vuelta y tomé la avenidaprincipal para regresar al hogar de mis padres en el centro de laciudad. Según el reloj de la radio, eran pasadas las dos de lamañana, lo cual me sorprendió, ya que había asumido que nosuperaba la medianoche.

Algo de veinte minutos después, llegué a la casa de mispadres, la cual, para que cualquiera tuviese una idea, era lo másparecido a la que se encontraba en la primera película deActividad Paranormal. Y desafortunadamente, la habitacióndonde ellos dormían, era la misma en la que me ubicaba yo. Aúnrecuerdo haber vivido en el cuarto de huéspedes por dossemanas desde que vi esa película, hasta que decidí que todo elasunto era simplemente ridículo.

Entré tan sigilosamente como pude a través de la puertaprincipal; no deseaba por nada del mundo despertar a ningunode los presentes, y mucho menos a mi tía Alice, la reina de labelleza de mi familia. Era simplemente irritante con sus mil«consejos» sobre moda y, claro, belleza. Su forma de ser yhablar hacía ver a las mujeres como una estúpida explosión decolor rosa y glamour que casi me daba ganas de vomitar.Básicamente era una Barbie en toda regla, pero multiplicada pordiez.

De puntillas, subí las escaleras hacia mi habitación y cerré lapuerta. Al fin a salvo.

Luego de lanzarme a mi cama, mientras observaba fijamenteal techo, comencé a pensar en lo sucedido casi una hora atrás.Lo guardaría bajo siete llaves; por nada en el mundo permitiría

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que Ben se enterara de lo que hice. Me odiaría por ello, ycomenzaba a sentirme mal, con razones.

Me dormí aún pensando en lo estúpida que había sido.Jamás me había sucedido nada parecido a lo que aquella noche,y no tenía idea cómo lo pasaban las personas queconstantemente lo hacían. Agh, mi vida era un asco. Muy bien,solo estoy exagerando.

Solo veía algo bueno en la situación: no volvería a ver aJames. Así como nunca, lo que hacía más fácil olvidar el asunto.

«Malditos sean todos los madrugadores de América.»

Eso mismo pensé cuando caminaba arrastrando los pies porel suelo del pasillo de la planta alta. Por Dios, hace tiempo habíaolvidado que mi familia se levantaba de la cama comodespertador, exactamente a las ocho de la mañana. Y, porsupuesto, las vacaciones no los detenían; y era algo que, en micaso, no me extrañaba para nada. De hecho, yo era más de lasque dormían hasta bien tarde, y si interrumpían mi sueñoacababa todo el día de mal humor, como en aquel precisomomento.

Lo que menos deseaba era encontrarme con alguien, pero¡qué hermosa sorpresa! La primera persona que tuve que ver fuea mi tía Alice, con el pelo rubio perfectamente arreglado, elrostro encantadoramente maquillado y vestida con una blusarosa y jeans azules que, prácticamente, se confundirían con unasegunda piel. Solo para que conste, tiene veintitrés años, por lo

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que el atuendo todavía le sienta bien. Para mi mala suerte, habíapasado la secundaria junto a ella. Los peores cuatro años de mivida.

―Ay, linda, no tengo idea de cómo ese chico con el quesales puede estar contigo. Así como se te ve, estás horrible―anunció ella, dándole una generalizada mirada a mi exterior.

―Buenos días para ti también ―espeté y caminéalejándome de ella, «accidentalmente» golpeando su hombro enel camino.

Cerré tras de mí la puerta del baño con un portazo. Estaba demal humor por la hora del día y lo que menos necesitaba era unrecordatorio de lo poco hermosa y perfecta que era encomparación a mi tía. Era muy buena bajando la autoestima delas personas. La odiaba tanto como a la zorra de la escuela,quien, casualmente, en su momento había sido ella.

Lo malo es que viendo a mi reflejo en el espejo, no pudeevitar estar de acuerdo con ella. Con el pelo castañoenmarañado, pidiendo a gritos ser peinado; los ojosentrecerrados, debido al sueño; y mi general estado desaliñado,sí me veía horrenda. Agh, que le den, por más horrenda que meviese, no le seguiría el juego, y me mostraría tan segura de mímisma como podía hacerlo. Desgraciadamente, yo comomentirosa era excelente patinadora, y era terrible en ello; esodecía mucho de mi capacidad.

―Buenos días, cariño ―saludó mi madre desde su lugar enla mesa de desayuno cuando llegué a la cocina.

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―Son las ocho de la mañana, dime qué tienen de buenas―espeté, con una mueca mientras me dejaba caer en una silla.

―Necesitas mantener tus modales a la hora de compartir unmomento como este, linda. Aunque, claro, creo que «modales»es algo que debes aprender de cero ―aconsejó Alice mientrastomaba una tostada y le untaba algo de queso.

―Gracias por el consejo, Effie ―dije con sarcasmo,haciendo referencia a un personaje que había vistorecientemente en una película. Creo que también había un libro,o lo que sea.

Alice me dirigió una mirada llena de confusión,demostrando que para nada conocía al personaje, y acontinuación se encogió de hombros, con una mueca deindiferencia, y volvió su atención a la media tostada con quesoen su mano. Yo, en cambio, rodé los ojos y tomé agradecida lataza de café y el plato con un emparedado que mi madre meofrecía. Vida eterna a los emparedados de esta mujer. Podríacomerme una docena en diez minutos, lo cual llevaría a quincemillones de comentarios por parte de mi no tan querida tía.Definitivamente odiaba esas veces que tenía la magnífica ideade visitar a mis padres; siempre elegía curiosamente losmomentos en que, por alguna razón, yo acababa allí, y usaba elmomento para fastidiarme.

Lo mejor que podía hacer era rogar por que decidiera irsepronto o, en su defecto, soportar la tortura pareciendo totalmenteindiferente a su presencia. Para ello necesitaría algo de suerte.

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Me encontraba muy feliz mordisqueando mi emparedado,ignorando las miradas asqueadas que me dirigía Alice, cuandoescuché mi teléfono sonar con la melodía característica queanunciaba una llamada; específicamente una de Ben.Milagrosamente sin quebrarme algo en el proceso, me levantécon rapidez de la mesa y llegué a la repisa donde se ubicaba miantiguo Nokia C3 antes de responder.

―Ey ―saludé, haciendo una mueca en cuanto escuché algocaerse―. ¿Todo bien?

―Ey a ti también, solo se cayó la consola. Nada grave…, oeso espero ―respondió; su voz sonaba como si tuviese elteléfono entre el hombro y la mejilla mientras inspeccionaba―.Oye, siento lo de anoche ―añadió, disculpándose.

Cerré los ojos con fuerza y me tragué una maldición. ¡¿Porqué tenía que mencionar la noche anterior?! Eso hacía quincemillones de veces más difícil olvidar el asunto en el que, porcierto, no pensaba desde hacía rato. Maldita sea la fiestaanterior, lo sucedido y que Ben me lo recordara. Fantástico, yaestaba de mal humor por segunda vez en el día… a las ocho ymedia de la mañana.

―¿Sigues ahí? ―preguntó del otro lado de la línea. Golpeémi frente con la palma de mi mano, definitivamente debía dejarde pensar tanto.

―Sí, estoy aquí. Y, en cuanto a tu disculpa, no sucede nada.Estamos bien.

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―¿En serio? Vaya, pensé que me odiarías por dejarteplantada ―respondió, pareciendo realmente sorprendido.Sonreí, claro, como si pudiera odiarlo―. Entonces, ¿vienes?

Estuve a punto de cometer mi primer error de aquel día ypreguntarle qué demonios quería decir con ello, pero al segundorecordé que almorzaría en su hogar. Vaya forma de olvidar lascosas.

―Claro, a las diez estaré ahí ―aseguré, forzando unasonrisa que, obviamente, no alcanzaría a ver.

―Genial, nos vemos.

Murmuré un «adiós», y finalicé la llamada.

―Imbécil ―me dije, y lancé el teléfono nuevamente a larepisa. Pobre Nokia, no tenía nada que ver con mis problemas.Agh, lo que me hacía falta, sentir lástima por un teléfono conmás años que la Guerra Civil.

―Por Dios, pareces una adolescente. Patético ―susurróAlice en mi oído, con una gruesa nota de desprecio. Su perfumeinvadió mis fosas nasales y estuve a un segundo de toser en sucara. Me giré a ella, enarcando una ceja.

―¿No tienes nada mejor qué hacer? Como, no sé, ¿arruinarotra pareja feliz y luego desechar al pobre infeliz, como siemprehaces? ―pregunté, cruzando los brazos sobre el pecho, dejandoa un lado la increíble necesidad de limpiarme allí donde en elcuello me había llegado su aliento.

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Alice me observó un momento, pareciendo idear algo con loque responderme, pero sin mucho éxito, ya que se encogió dehombros y dio media vuelta para retirarse escaleras arriba.

«Adolescente Patética, uno; Barbie Pre-fabricada, cero»,pensé con orgullo mientras sonreía y caminaba hacia mihabitación.

No me preparé como si estuviese a punto de conocer a laReina Máxima o algo así, después de todo corría con laposibilidad de ensuciarme mientras cocinábamos, porque Benera tan buen cocinero como yo era mentirosa. Supongo que erade los típicos que solo pedían comida rápida o algo así. De otromodo, ya habría muerto por algún tipo de intoxicación. Sí, eraasí de inútil en la cocina.

Dándole una última mirada a mi aspecto, bajé corriendo lasescaleras y tomé mi teléfono antes de guardarlo en uno de losbolsillos de mi chaqueta.

―Por si me necesitan, cosa que dudo ya que hace años queno vivo en esta casa, estaré en casa de Ben ―anuncié antes desalir por la puerta principal, sin esperar respuesta por parte demis padres o Alice.

A pesar de ser las nueve y media de la mañana, allí afuerahacía tanto calor como el infierno. Solo esperaba que Bentuviera aire acondicionado, o el día sería largo.

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Llegué a la puerta del departamento donde Ben vivía pocoantes de las diez de la mañana, acompañada de Grace Kelly atodo volumen. En cuanto estuve dentro del edificio, tomé elcamino hacia el departamento 6-B por las escaleras. Sufría declaustrofobia, y el pequeño viaje en ascensor simplemente mealteraba. Todo gracias a aquel fatídico día en el que acabéencerrada por tres horas en uno, a mitad de camino al pisoquince.

Minutos de larga caminata más tarde, y con un increíbledolor de piernas, me encontré frente a la puerta que a su derechamostraba un pequeño cartel que en letras y números negrosdecía «6-B». Golpeé un par de veces justo debajo de la mirillade la puerta, solo para darme cuenta del pequeño botón blancoen la pared que pertenecía al timbre. De no ser porque alguiencomenzó a abrir la puerta, habría golpeado mi frente ahí mismo.En cambio, plasmé una sonrisa en mi rostro cuando la pertaabierta dejó ver a un Ben que, a juzgar por su cabello mojado,parecía recién salido de la ducha. Llevaba unos jeans gastados yuna camisa blanca con dos o tres botones sueltos. El cabellocolor arena se encontraba revuelto y uno de sus ojos estabairritado.

―Ey ―saludé, acercándome para darle un beso en lamejilla―. ¿Qué le sucedió a tu ojo? ―pregunté, mirandofijamente al izquierdo.

―Digamos que tuve una intensa lucha con el shampoo, queacabó con un par de gotas en él ―respondió, con una sonrisamientras me permitía entrar en el departamento. Comencé a reír,

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imaginando el shampoo cayendo en su cara y a él maldiciendoen consecuencia.

Me gustaba bastante el lugar donde vivía. Aquella era laprimera vez que era invitada, y me pareció bastante hermosapara cualquier cosa que esperaría con respecto a alguien deveintitrés años que parecía saber poco de decoración. Untelevisor de treinta y dos pulgadas se encontraba frente a un sofáde color beige y, entre ambos, una mesita de madera sobre lacual se podía admirar un bonito ajedrez de cristal. Sí, bonito,aunque, por mi parte, no tenía idea del procedimiento del juegomás que el movimiento básico del peón.

En la pared blanca, entre dos portalámparas, se observaba uncuadro en el cual se apreciaba la escena de un barco atravesandoel océano durante una tempestad, que me recordaba a aquelperteneciente a El viajero del alba. Atravesando la sala, sellegaba a una puerta que conducía a un pasillo por el cual sepodía acceder al baño, dos habitaciones y, más allá, en el final, ala cocina.

―Así que aquí vives ―afirmé, meciéndome sobre mistalones.

―Bueno, puede decirse que sí ―estuvo de acuerdo.

Se adelantó un par de pasos hasta encontrarse justo detrás demí, rodeó mi estómago con ambos brazos y me atrajo hacia sí.Chillé con sorpresa y comencé a reír antes de que me obligara adar vuelta, enfrentándome a él. Con una sonrisa, posé una manoen su pecho y permití que me besara. Aquello me trajo recuerdosde la noche anterior y un nudo se formó en mi estómago.

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Demonios, algo iba realmente mal conmigo. Me obligué aapartar aquellos pensamientos y sonreír; no tenía tiempo paraese tipo de estupideces, si podía llamarlo así.

―Y bien, ¿qué planeas hacer hoy? ―pregunté en cuantoBen alejó su rostro del mío, aunque sin deshacer su abrazo. Élsonrió.

―No lo sé, podemos salir después de almorzar ―sugirió,enarcando una ceja a la espera de mi respuesta. Simplementeasentí y volví a besarlo antes de tomar su mano y caminar haciala cocina.

La habitación se veía tan bien como la sala; con una mesarectangular, alacenas y, bajo mesadas de madera, encimera degranito; refrigerador, cocina y microondas de color plateado; erasimplemente hermosa. Comenzaba a plantearme muyseriamente la idea de que el lugar fuera nuevo, aunque nunca sesabe; también cabía la posibilidad de que cuidara lo que tenía.

Revisando el refrigerador, que curiosamente estaba repleto,decidimos hacer un platillo no demasiado pesado, ya que paraello teníamos al de momento y, a mi parecer, no tan deseado díaveraniego que nos esperaba.

Mientras recogía el queso crema y la botella con aceite, seescuchó sonar el timbre de la casa, que obviamente declaraba lallegada de alguien al departamento. Miré con sorpresa a Ben ypregunté:

―¿Esperas a alguien?

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―En realidad, se supone que no, pero quizás mi hermanohaya cambiado de opinión, y además ha olvidado su llave―respondió pareciendo de pronto algo incómodo. Vaya, no melo esperaba.

―¿Tienes hermanos? ―pregunté con incredulidad.

―Sí, uno mellizo, y al parecer olvidé mencionarlo ―dijo,pasando una mano por su cabello mientras yo le enviaba unamirada de «no me digas» y me cruzaba de brazos―. Entonces,¿quieres conocerlo? ―añadió con timidez. Me acerqué y le diun corto beso en los labios.

―Claro, ya estoy aquí, ¿no es así?

Ben me sonrió y caminamos, con las manos entrelazadas,hacia la puerta de entrada mientras el recién llegado apretaba eltimbre por enésima vez. ¿Impaciente? ¿Dónde?

Luego de mirar por la mirilla, Ben abrió la puerta, yprácticamente acabé petrificada cuando un chico de cabellocastaño y ojos verdes me devolvió la mirada.

―Muy bien, Elle, este es mi hermano, James ―presentóBen, señalando con desdén al chico al otro lado de la puerta.

En aquel momento, solo pensé en una palabra: «Mierda».

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¡Examen sorpresa! Responde a la siguiente pregunta:

«¿Qué es lo peor que puede sucederte?

a) “Accidentalmente” besaste a alguien cuando te encuentrassaliendo con otra persona.

b) Ese “alguien” resulta ser James Clearwater, alias “Elhermano del chico con quien sales”.

c) Todas las anteriores.»

Definitivamente, la «c». Demonios, de todas las personas,tenía que besar a ese James. Gracias, en serio, gracias, Dios, sies que realmente existes. Por cierto, nótese el sarcasmo. Agh,tenía ganas de lanzarme por la ventana de la cocina, golpear micabeza contra la pared, ¡algo!, pero desgraciadamente micerebro se había tomado unas vacaciones y me estaba dejandosola en esta. Sí, gracias también a ti, Cerebro; te reservo unhermoso lugar a mi lado en el infierno.

Lo que sea, volviendo a la realidad, estaría en seriosproblemas si en una milésima de segundo no reaccionaba yobligaba al aire ingresar a mis pulmones. ¿Cómo era? Oh,

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cierto; inhala-exhala, inhala-exhala, ¡pero despacio, malditaidiota, o tendrás un ataque!

Luché contra el impulso de autoinsultarme en voz alta, puesme vería diez veces más ridícula. Y, al parecer, James ya habíanotado la reacción que había producido en mí, porque luego deun segundo de incertidumbre, me dirigió una sonrisa. Genial, elimbécil ―sí, ahora era un imbécil― no solo tenía una lindasonrisa, sino que además disfrutaría con cualquier cosa quesucediera a continuación.

―James, ella es Elle ―terminó Ben de presentar. Casi habíaolvidado que se encontraba allí, a mi lado…, tomando mi mano.Genial, otro punto a mi idiotez.

―Hola ―saludé con cordialidad y una sonrisa más falsa quela nariz de mi tía.

Mientras Ben le permitía entrar y cerraba la puerta tras de él,James frunció el ceño como si recordara algo y me señaló con elíndice de la mano derecha.

―Oye, me resultas conocida, tú estabas en la fiesta en casade Oliver anoche, ¿no es así? ―preguntó.

Me giré rápidamente hacia él, boquiabierta, y entrecerré losojos cuando vi la sonrisa en su rostro, que dejaba ver sus dientesevidentemente pasados por frenillos durante la infancia. No, élno estaba haciendo aquello.

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―¿Estuviste en la fiesta? ―preguntó Ben con curiosidad.Le dirigí una sonrisa, pero antes de tener la oportunidad decontestar, James ya había hablado.

―Claro, por supuesto que eras tú, ibas acompañada de unapelirroja ―exclamó con diversión, sin dejar de sonreír, auncuando lo fulminé con la mirada.

Había comenzado. Aquello pronto sería una guerra.

―Sí, asistí en compañía de Melanie, tú la conoces ―medirigí a Ben, quien rápidamente asintió con la cabeza enreconocimiento. Luego, me volteé hacia James con mi másencantadora sonrisa―. Ahora que lo pienso, creo que sí te vi porahí, quizás intercambiando saliva con una que otra chicadesafortunada ―declaré, esta vez siendo yo la divertida.

Sorprendido, James abrió los ojos como platos y estalló enuna carcajada.

―Te concederé eso ―asintió―. Pero me temo que solo«intercambié saliva», como tú lo llamas, con una sola persona.

Enarcó una ceja y se quedó en silencio. Sin embargo, reíentre dientes mientras negaba con la cabeza, como si aquello nohubiese producido ningún efecto en mí. No tengo idea cómo lologré, pero me sentí muy orgullosa de mí misma por noruborizarme ante aquello como la adolescente patética que Alicedecía que era. Ben, a mi lado, pasó un brazo por mis hombrosantes de decir:

―Muy bien, hermano, no necesitamos saber nada de eso.

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―Oye, no fui yo quien comenzó con el tema. Díselo a ella―se defendió, levantando las manos a la altura de la cabeza.Luego se dirigió a mí―: Entonces, Elle, así que eres tú la«maravillosa» chica que tiene flechado a mi «encantador»hermano. ―Era fácil notar el sarcasmo que denotaba aquellaoración.

―Esa soy yo ―dije con una ligera nota de desafío en mivoz.

Alguna emoción cruzó por su rostro, pero tan rápido comollegó, desapareció, por lo que me fue imposible descubrir quéera. Como sea, no tenía por qué importarme.

―Bueno, han acabado con lo que parece su épica pelea,¿regresamos a la cocina? ―sugirió Ben, señalando el pasillodetrás de su hermano. James volvió a su anterior sonrisa ycomenzó a caminar a través de él―. ¿Qué fue eso? ―añadió enun susurro.

Me encogí de hombros y lo besé, mientras sentía unasensación incómoda recorriéndome. Me devolvió el beso,aunque fue corto, debido a que me alejé primero mientrasmurmuraba «cocina», asintiendo hacia donde se hallaba dichahabitación.

―Por favor, dime que Ben no cocinará, es terrible en ello.Por eso soy quien cocina aquí ―rogó James en cuanto suhermano y yo atravesamos la entrada.

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Rodé los ojos y me apresuré a negar la posibilidad, algosorprendida por el hecho de que James cocinara, aunque debísuponerlo. Al parecer vivían juntos, y debí asumir que algunosabría usar una cocina.

Un momento más tarde, retomé mi anterior tarea y luego deabrir el refrigerador, comencé a rebuscar en su interior poralgunos vegetales, salchichas, entre otras cosas que serviríanpara el almuerzo, para el cual tendría que tener en cuenta a otrapersona.

―¿Acabaste de atacar el refrigerador? ―susurró James enmi oído.

Tomada por sorpresa, me levanté con brusquedad y golpeé laparte posterior de mi cabeza con el borde del electrodoméstico.¡Maldito sea! Lo miré con una mirada severa en cuanto me erguíen mi lugar y frotaba mi cabeza.

―¿Qué demonios te sucede? ¿Y por qué estás riendo?―exclamé hacia él, mostrando lo enfadada que estaba―.Genial, ahora tendré dolor de cabeza todo el día. Gracias,imbécil.

―Te responderé, me río porque fue gracioso. Deberías habervisto cómo levantaste rápidamente, y sin cuidado, la cabeza. Laescena fue inevitable ―respondió aún riéndose.

Con mi mejor expresión de odio, levanté el dedo mediohacia él, solo para recibir una gran cantidad de carcajadas. Encuanto pregunté por Ben, como si lo hubiese «invocado» o algoasí, llegó explicando haberse encontrado en el baño los últimos

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tres minutos. Por mi parte, no me había dado cuenta de nada, yahora tenía un maravilloso dolor de cabeza. James Clearwatercomenzaba a ganar mi odio.

―¿Estás bien? ―preguntó Ben con preocupación. James, asu derecha, rio entre dientes.

―Sí, solo me golpeé con el refrigerador. Nada grave―respondí, sonriendo tranquilizadoramente y luego dirigiéndolea James una mirada que lo silenció. Aun así, permanecíabastante divertido.

Vocalicé «idiota» hacia él, y volví mi atención a lo queconformaría nuestro almuerzo aquel día. A partir de ahí, elmomento no podía ser más incómodo. Tenía a los dos mellizosClearwater observando todos mis movimientos, pero solo unode ellos me ponía nerviosa, y no era precisamente Ben. No, erael otro el que me preocupaba. No sé por qué, pero tenía la vagaidea de que esperaría el momento adecuado para sacar a relucircualquier cosa que diera indicios de lo sucedido la nocheanterior. Y como que lo hiciera, alguien no pasaría de aquel día.

Los tres comimos en silencio. Cada tanto, mi vista sedeslizaba accidentalmente hacia donde se ubicaba James, justofrente a su hermano, y siempre los sorprendía observándome. Lomalo aquí es que, cuando debería regodearme de aquello, era élquien se reía de mí como si de un chiste privado a base de,bueno, de mi persona, se hablase.

―¡Bien! ―exclamé en un intento de aligerar el ambiente.Rayos, si se podía cortar la tensión con un cuchillo―. No puedeser que ustedes, siendo hermanos y al parecer viviendo juntos,

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no hablen. Me están dando una pésima primera opinión. ―Losseñalé a ambos con mi tenedor lleno de lechuga y atún antes dellevarlo a mi boca. James sonrió―. ¿Y qué contigo? Parecesdemasiado divertido.

―Bueno, me mostraré divertido tanto como pueda hacerlo―respondió él antes de regresar a su comida. Tenía algo conmirar las papas fritas, no paraba de hacerlo como si en ellashubiese algo remotamente interesante. Además de idiota, era elhombre más raro que de momento había conocido.

―Vamos, no le hagas caso, le gusta poner incómoda a lagente ―declaró Ben a mi lado, estirando el brazo para tomar mimano con la suya.

―Oye, solo arruinas mi imagen ―rezongó James,lanzándole un par de papas a su hermano y recibiendo otrastantas de regreso. Genial, ahora tendríamos una pelea decomida. Suspiré, estaba de regreso en la secundaria.

Rodé los ojos y continué con mi comida, esta vez más agusto, ya que había algo de ruido y no sentía ningunainquietante mirada.

Minutos después, luego de que todos termináramos connuestro almuerzo; mientras los mellizos se hallaban en algunaparte de la sala, comencé a lavar los platos sucios, secarlos yguardarlos, tal cual hacía rudimentariamente en mi hogar… o,bueno, lo hacía cuando me encontraba en mi hogar. Meencontraba felizmente haciendo aquello cual sentí las manos dealguien en mi cadera. Reprimí saltar sorprendida, mientraspensaba: «Por favor, sé Ben. Sé Ben».

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―Ey, ¿qué haces? ―susurró en mi oído.

―¡Ben! ―exclamé con alivio según me enfrentaba a él, conla espalda apoyada en la encimera―. ¿Pues qué crees? ―añadí,sutilmente aclarando que era evidente―. Lavo.

Ben bajó su frente hasta posarla sobre la mía y nególigeramente con la cabeza.

―Por supuesto que no ―reprimió―. Eso era algo que podíahacer luego, o incluso James.

―Bueno, pero ya no ―repuse mientras rodeaba su cuellocon ambos brazos―. Además, acabo de terminar. Intenta no«retarme» como si fueras mi padre y yo hubiese hecho algomalo.

Ben profirió una corta risa y luego alcanzó mis labios conlos suyos. Sin embargo, por alguna razón no lo sentí realmentebien y me retiré, alegando la más patética de las excusas:«Tengo sed». Sí, bravo, Elle, por tu magnífica habilidad desonar como estúpida. Necesitaba un golpe con urgencia; nohabía que ser gran genio para entender que no quería admitir miincomodidad debido a la presencia de James en la casa.

Sí que parecía una adolescente patética. Pero no loreconocería frente a Alice, eso solo le subiría el ego aún más, sies que eso era posible.

Solo para que mi mediocre excusa tuviera efecto, tomé elvaso más cercano y serví en él un poco de jugo de pomelo que

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había quedado del almuerzo. Por supuesto no tenía sed, pero,aun así, ingerí el vaso completo, como si no hubiese bebidonada en los últimos meses o algo así.

―¿Qué demonios sucedió con la consola? ―gritó Jamesdesde la sala. Recordando aquella mañana cuando Ben me habíallamado, comencé a reír. No obstante, él suspiró con pesar ynegó con la cabeza.

―Bien, han liberado a la bestia. Deséame suerte.

―Rómpete una pierna. ―Sonreí mientras lo veía alejarse, yluego hice una mueca en cuanto escuché un par de maldicionescontra Ben. Lección aprendida: no meterse con los videojuegosde James. Creo.

Pronto permanecieron en silencio, por lo que asumí que nohabía sido tan grave… O bien estaba muerto. Esperando versangre corriendo por la sala, caminé sigilosamente hasta allí,solo para encontrarme con dos jóvenes que solo los diferenciabael color de cabello, la actitud; y, bueno, eran muy distintos paraser mellizos, pero que, en fin, estaban conectando una consola,apenas magullada en uno de los lados, al televisor.

Los observé, enarcando una ceja, al parecer el peligro habíaacabado y se había convertido en lo que parecía una partida dealgún tipo de Need for Speed, quizás el Hot Pursuit. ¿Qué? Auna chica pueden gustarle los juegos de carreras.

Permanecí bajo el umbral de la puerta con los brazoscruzados sobre el pecho, observando fijamente a ambosmuchachos jugar, y deseando tener un joystick solo para

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mostrarles a los novatos cómo se jugaba una buena carreracallejera en presencia con la policía. Por lo que pude notar,James le llevaba a su hermano una ventaja de casi un minuto, yBen era pésimo en los controles. Definitivamente, el dueño de laconsola era el primero. De otro modo, Ben sabría cómo usar unmaldito control. Vaya, ese chico necesitaba rápidas lecciones demanejo.

Ambos se encontraban acalorados discutiendo entre sí sobrequién ganaría primero, cuando, de pronto, la pantalla deltelevisor se puso negra, y de hecho todo en el departamento seapagó. Escuché a Ben maldecir antes de que ambos lanzaran, enmovimientos inconscientemente sincronizados, sus controles alsuelo y se levantaran para revisar lo que había ocasionado lapérdida de energía eléctrica en todo el lugar.

James me dirigió una mirada y frunció el ceño, como si sehubiese olvidado de mi presencia allí. Como toda una infante,me encogí de hombros y saqué la lengua, solo para recibir unamirada confundida que acabó con una carcajada.

―Habrá que revisar los fusibles o algo así, supongo―anunció Ben, que se dirigía a una de las habitaciones en elpasillo.

―Lenny sabrá qué hacer. O al menos debería. ―James seencogió de hombros.

―Tienes razón, iré a verlo ―estuvo de acuerdo. Lo miréboquiabierta, esperando que fuera una broma―. Y en miausencia, intenten no matarse. ―Lo decía con seriedad. Rayos,no era una broma. Lo observé mientras se acercaba a la puerta

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de salida, mientras mis pensamientos gritaban algo como «¡nome dejes sola con James!», pero evidentemente no me escuchó,y dudaba que lo hiciera.

Poco después, él había salido por la puerta y yo la mirabacomo idiota. Escuché a James aclararse la garganta y no tuvemás opción que enfrentarlo.

―Entonces, estamos solos ―evidenció, enarcando las cejas.

―Así es ―confirmé, con un aplauso.

Solo esperaba que Ben usara el ascensor para la ida y vueltay volviera lo antes posible.

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Si hiciera una lista de los peores momentos de mi vida,definitivamente todos comenzarían desde aquel punto en quedescubrí que Ben tenía un hermano. James. Maldito, estúpido,pero aterradoramente encantador, James. Okay, estoyexagerando, pero seamos sinceros, estaba a centímetros de él,con el rostro más pálido que el de un vampiro, y sin ningunaidea de qué decir; porque me observaba intensamente y con unaenorme sonrisa divertida, como si fuera un niño a punto deprobar su nuevo juguete.

Demonios, quería intercambiar papeles con otra pobreidiota, para nada deseaba ser el juguete.

―¿Te ha comido la lengua el gato? ―preguntó sin moverseun ápice.

―Vete. Al. Infierno ―respondí, al fin encontrando mi voz.Y vaya si sonaba más ruda de lo que hubiera deseado.

Como habría esperado, James comenzó a reír y negar con lacabeza. Me crucé de brazos. ¿Qué en el mundo le era tangracioso? Oh, sí, cierto: los dos solos en su departamento, yoincómoda, él probablemente a punto de tener la diversión de suexistencia…

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La vida era una perra a veces. Por eso, de vez en cuando, laodiaba.

Como obviamente no iba a seguir cualquiera que fuese suestúpido juego, me apresuré a atravesar la sala hacia… no sé, lacocina, o lo que sea. Solo deseaba poner algo de distancia entrenosotros dos. Pero, por supuesto, como era de imaginarse, nocompartíamos los mismos pensamientos, ya que tomó mi brazoy, antes de que pudiera librarme de él, de alguna manera meencontraba frente suyo, con una mano en su pecho.

Agh, tenía que estar más alerta, no podía ser que me tomasede aquella manera y pudiese salir ileso. No, no iba a lastimarlo;por Dios, solo era una manera de decir. Sí, ya sé, se comprendió,pero estaba demasiado frustrada conmigo misma como para queme importe.

Desgraciadamente, debido a la cercanía en la que meencontraba, comencé a respirar pesadamente, como si el aire senegase a entrar en mis pulmones. Estúpido organismo. Lo buenoes que él parecía encontrarse de la misma manera, o al menoseso fue lo que su pulso le mostró a mi mano aún sobre su pecho,la cual aparté rápidamente cuando comenzaba un intento deponer distancia entre ambos. Intento inútil, la verdad, porqueposó sus manos sobre mis caderas y me atrajo más hacia él. No,esto, de todas las cosas, no podía estar pasándome. Y no, no iríamás lejos; no al menos mientras recordara cómo respirar connormalidad. Lo cual esperaba con desesperación que fuerapronto.

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―Así que resultaste ser la novia de mi hermano. ―Aunqueaquella oración susurrada era una afirmación, sonó más comouna pregunta y me sentí con la necesidad de responder.

―Bueno, no sé si tan formal, pero algo así. Y solo para queconste, esto no se ve muy bien ―respondí, con una expresión enmi rostro que demostraba mi punto.

―He aquí el problema; al parecer, ninguno sabía quién erael otro, y ahora no puedo dejar de pensar en ti. ―Aw, sonó tanbien, tenía ganas de besa… Espera. ¿Qué? No, pon pausa a tuspensamientos, Elle, retrocede y ¡vuelve a la realidad! Tú. Estás.Con. Ben.

Cierto. Ben. Vaya genio que soy, ¿eh?

Sacudí la cabeza y me obligué con todas mis fuerzas aempujar el pecho de James para alejarlo. Eso es. Distancia. Élme miró, extrañado, pero una milésima de segundo más tarde,volvió a su anterior sonrisa antes de cruzar los brazos sobre elpecho. Movimiento que igualé al momento. ¿Por qué? No sé.¿Mostrar algo de seguridad en mí misma que no poseíarealmente? Posiblemente.

―¿Sabes? No me imagino la cara de mi mujeriego hermanosi se enterase de lo sucedido anoche. ―Creo que todo el colorsalió de mi cara en cuanto escuché aquello. Lo observé unmomento para descubrir si… Oh, sí, estaba bromeando. Malditoimbécil, solo se estaba divirtiendo conmigo… otra vez. Comoque las cosas siguieran así, siempre caería en sus trampas.Simplemente genial. Pero, claro, si él quería jugar; pues,entonces, juguemos. Conmigo no la pasaría tan fácil.

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Me acerqué nueva y lentamente hacia él, hasta que dos o trescentímetros nos alejaban. Levanté la cabeza, ya que era casi diezcentímetros más alto que yo; y sonreí, como si estar tan cercasuyo no me afectara en lo más mínimo.

―Mira ―dije picando su pecho con mi dedo índice―.Como que tú menciones una sola palabra de lo sucedido ayerpor la noche, te arrancaré eso que tiene entre las piernas que losde tu género tanto aprecian ―agregué mientras lo miraba condesafío.

No obstante, él bajó su rostro al mío y susurró en mi oído:

―He sabido que los de tu género lo aprecian un tanto más.

En cuanto se alejó, quedé boquiabierta. Muy bien, eso mehabía dejado fuera de combate. Dudaba que existiera otra formamás efectiva de taparme la boca con doce palabras, de las cualesocho eran monosílabos. Sin embargo, comencé a reír. Aquello,por alguna razón, me había puesto nerviosa, y una vez queinicié, no podía ponerle fin a mi ataque de risa. James se unió amí solo con una sonrisa que me robó el aliento; pero aun así meobligué a dejar mi histeria a un lado y plasmar en mi rostro laexpresión más seria que tuviese.

Cuando me di cuenta, y di mi última risa, tenía los ojosllenos de lágrimas. Al parecer había reído más de lo que pensé.Froté las manos en ellos y me enfrenté a James con la miradamás dura que tenía, antes de susurrar:

―Eres un imbécil. ―Negó con la cabeza.

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―Yo no comencé con aquello ―replicó él.

―Pero como que sigas con ello, te golpearé ―amenacé,señalándolo con un dedo.

―Entonces eres ruda. ―Nuevamente, como hasta entonces,se veía divertido.

―Oh, aún no me has visto siendo ruda ―repuse, frunciendoel ceño hacia él. Dio un aplauso y metió las manos dentro de losbolsillos de su chaqueta.

―Tal parece que me divertiré demasiado contigo ―afirmó.Antes de que pudiera saber a qué rayos se refería con ello, yaestaba hablando de nuevo―: Y para que lo tengas en cuenta, loque dije anteriormente sobre «intercambiar saliva» con una sola«desafortunada», como tú dijiste, era cierto. ―Creo que jamásme había visto tan tomada por sorpresa en mi vida.

―Muy bien ―dijo Ben cuando ingresó al departamento. Diun respingo y me ubiqué a una distancia decente de suhermano―, al parecer ha habido un problema desde lacompañía eléctrica, por lo que tendremos que esperar un par dehoras hasta que todo se solucione. ―Avanzó hasta mí y meobservó con el ceño fruncido y una expresión teñida depreocupación―. ¿Estás bien? ―preguntó―. Estás pálida.

Lo miré con una sonrisa. Qué lindo era.

―Estoy perfectamente ―aseguré, evitando la mirada deJames.

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―Bien, ya que no tenemos mucho más que hacer, creo queanteriormente te invité a salir luego de almorzar ―recordó Benmientras pasaba una mano por mis hombros. Sonreí ante lapropuesta y asentí con la cabeza. Lo que más necesitaba era salirdel Tártaro. Rápido.

Treinta y cinco minutos después, nos encontrábamoscaminando por una zona peatonal de la ciudad, que se hallabarodeada de todo tipo de tiendas de ropa, heladerías, librerías,restaurantes, locales de comida rápida, algunos cines, entreotros. Era una zona extensa, de casi un kilómetro y medio delongitud, que generalmente servía para lo que era turismo enépocas como aquella. Se ubicaba recorriendo en línea recta trececuadras que comenzaban en la Avenida Principal, y acababan acincuenta metros del comienzo de la una vez blanquecina arenaperteneciente a la costa; la cual había adquirido un tono algogrisáceo gracias a la constante contaminación que dejaban, enmayor parte, los turistas. No es que odiara a los turistas, pero sialguien me pidiera eliminarlos como a cucarachas, no menegaría.

En aquel preciso momento, me encontraba luchando con mihelado de menta granizada, que se negaba a permanecer en lacuchara de plástico que me habían dado en la heladería. Estaba aun segundo de gritar: «¡Al demonio!», y pasar la lengua alexcedente del pote como toda una cavernícola. Y, por supuesto,unos segundos después, lo hice, sin importarme que Bencomenzara a reír a carcajadas.

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―¿Qué demonios estás haciendo? ―preguntó condiversión. Levanté la mirada de mi desastroso helado y limpiémi mejilla con una servilleta antes de responder.

―Elle no poder con helado. Elle querer comer helado―dije, engrosando un poco la voz y pronunciando las palabraslentamente, como imaginé que un cavernícola lo haría. ¿Porqué? Me pareció un apropiado detalle que agregar.

―Entonces, Elle tampoco poder hablar correctamente―dijo Ben, imitando mi manera de hablar. Muy bien, sonabagracioso y ridículo.

Comencé a reír y negar con la cabeza antes de regresar a mihelado con la inútil, pero civilizada, cuchara de plástico. Meplanteé muy seriamente la idea de llevar una cuchara normal enmi bolsillo. Solo por si acaso volvía a comprar helado de pote yme entregaban una de esas, inservibles, planas y de plástico.

―Me rindo ―dije finalmente, luego puse la cuchara acentímetros de mi rostro―. Como cuchara, apestas; eres unadeshonra para los de tu clase.

―Wow, para un minuto o herirás sus sentimientos. ―Miré aBen con dureza antes de lanzarle al rostro mi pedazo de plástico.Sonreí, victoriosa con su sorpresa―. Oye, no hagas eso ovendrá Mamá Cuchara a darte una paliza.

Lo empujé en el pecho, apartándolo de mí.

―Imbécil ―espeté.

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Ya que no deseaba probar suerte con ese helado ―primero,porque solo me enojaría; segundo, porque había lanzado micuchara―, decidí que lo mejor sería lanzarlo al cesto de basura.Sin embargo, cuando cerca vi a un niño acabando otro, conmucha más habilidad de la que yo tuve en los últimos veinteminutos, me acerqué hacia él y le ofrecí el mío. Su madre, queparecía unos seis o siete años mayor que yo, me observóenarcando las cejas; y en respuesta me limité a encogerme dehombros.

―Es esto o desecharlo a la basura. He tenido una épicabatalla con él y no ha cooperado en ser ingerido ―me excusé,como si mis palabras fueran lo más natural que existiese. Lamujer comenzó a reír.

―Está bien ―accedió ella―. Tómalo, Jamie.

Sonreí al niño, que aparentaba nueve años, frente a mímientras le alcanzaba el pote, técnicamente, lleno. Luegocaminé de regreso a Ben, que se encontraba cruzado de brazos,observándome con tal diversión que me recordó a James mediahora atrás.

Elle, vuelve al chico frente a ti antes de que te ganes ungolpe.

―¿Épica batalla? ―preguntó él.

―Oh, cállate. No soy quien dijo tener una intensa lucha conel shampoo esta mañana ―repliqué, intentando, sin éxito,parecer molesta. Riendo, Ben posó un brazo sobre mis hombrosantes de besarme en la mejilla.

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―Tienes razón, supongo ―dijo.

Rodé los ojos mientras seguíamos avanzando por lapeatonal, que, a aquellas horas, se encontraba abarrotada delocales y turistas. Era simple diferenciarlos unos de otros; loslocales eran, en su mayoría, grupos de adolescentes que hacíande las suyas, discutían y reían como idiota; o bien, eran aquellosque se enojaban por no poder atravesar el lugar con su usualrapidez, mientras que los turistas eran mayormente lentos y setomaban todo el tiempo del mundo para mirar un centímetro devidriera o dar dos pasos seguidos. Demonios, era como si leestuvieran pidiendo permiso a sus propios pies para avanzar,¡era simplemente frustrante! Comenzaba a sentir la increíblenecesidad de empujarlos para pasar o de golpearlos y gritar:«¡Despierta!».

Bueno, ahí una razón por la que no es realmente bueno irconmigo a ninguna parte de vacaciones. Me volvíaincreíblemente molesta. Pero, en mi defensa, era todo culpa delos exasperantes turistas.

Muy bien, listo, me quejé demasiado. Necesitaba despejarmi mente, rápido, y de esa manera volvería al ser loincreíblemente agradable que era. Sí, lo sé, ni yo me creía esa.Buen chiste, Elle.

―¿En qué piensas? ―preguntó Ben de pronto. Genial, otravez me había perdido en mis pensamientos.

―En que me quejo mucho. ―Me encogí de hombros.

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―Quizás ―estuvo de acuerdo―. Pero aun así te quiero.

―Es bueno saberlo ―asentí.

Luego de recorrer varias galerías, las cuales ya conocía alderecho y al revés, seguimos nuestro camino hasta encontrarnos,veinte minutos después, a metros de la playa. Como era deesperar a la una y media de la tarde, se podían observar decenas,si no cientos, de sombrillas, carpas de playa, entre otros,pertenecientes a todos aquellos que deseaban disfrutar de un díaa orillas del mar, como era aquel. En mi caso, yo odiaba elocéano, ya que a los nueve años, luego de pisar mal en la arena,la corriente me arrastró siete metros adentro; y de no ser por losrescatistas, hasta la fecha seguiría durmiendo con los peces.

Tomé una bocanada de aire con el recuerdo. Había sido yahace doce años, pero aún me afectaba, y no podía acercarmemucho al mar debido a aquello. Aunque en aquel momento,tendría que haber tenido más cuidado, supongo.

―¿Sabes? Me gusta estar contigo ―dijo Ben de pronto.Alcé la vista hacia él.

―Qué bueno, porque pienso lo mismo ―respondí, ya queno sabía qué otra cosa decir.

―Hace una semana y media que estamos saliendo…―Enarqué una ceja.

―Lo sé…

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Me dirigió una mirada, parecía a punto de decir algo, perosin saber cómo comenzar. Y, claro, yo solo debía ponerloincómodo presionándolo. Resultaba bastante divertido, a decirverdad.

―Vamos, grandulón, solo habla ―insistí, sonriendo.

―Muy bien. Lo único que quería era preguntarte si tú…

―Si yo… ―Sí, definitivamente me estaba divirtiendo consu titubeo.

―Al demonios. ¿Quieres ser mi novia?

Abrí los ojos como platos. Bien, eso definitivamente no melo esperaba.

―¿Así como oficialmente? ―Vaya pregunta estúpida. Benrio.

―Pues claro ―asintió.

Me tomé un momento, sin saber realmente qué responder.Está bien, la respuesta era tan sencilla como «sí» o «no», perosimplemente no sabía qué decir. Cuando comenzamos a salir,una semana y media atrás, habíamos dejado en claro que soloera una prueba, para saber si funcionaba o no, por lo que para«nosotros» no había título mayor a «saliendo». Volví miatención hacia él, pensando: «Al demonio», no importabacuánto lo pensara, la respuesta sería la misma.

―Sí ―dije finalmente.

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―Mi vida parece una telenovela ―anuncié mientras melanzaba en la cama.

―Una barata, si me permites ―estuvo de acuerdo Melanie,que se ubicaba a los pies de la cama donde ahora estabaprácticamente «echada»―. Eso te pasa por besar al hermano detu actual novio.

―¡Yo no sabía que era su hermano! ―repuse, tapando misojos con ambas manos como niña haciendo berrinche―. Dehecho, ni siquiera sabía que tenía un mellizo. Agh, qué hermosaamiga eres, no ayudas en nada.

―Oye, esto es toda culpa tuya. Sabías que estabas saliendocon alguien; eso no te importó, besaste a alguien, en una fiesta,que resultó ser hermano del chico con quien sales y ahoraaceptaste ser su novia. A eso le llamo masoquismo. ―Melanieresopló mientras yo meditaba sus palabras. Era un buen resumende lo sucedido desde la noche anterior hasta la fecha, pero eseno era el punto de aquello.

―¿Qué me recomiendas hacer, oh, sabia Melanie? ―roguésaber, ubicándome de costado para ver su rostro con totalidad.Me observaba como si yo fuese una niña sin remedio alguno.

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―¿En serio quieres que te dé un consejo? ―preguntó,incrédula. Asentí con la cabeza y me gané un suspiro. Odiabasus suspiros―. Tienes que estar muy confundida o desesperada,ya que lo único que por mi parte haría sería alejarme rápido delos dos.

Eso me causó curiosidad.

―¿Y eso por qué? ―Fruncí el ceño.

―Para evitar problemas ―respondió tranquilamente,encogiéndose de hombros―. A ti no te gustan las películasrománticas, pero, si vieras alguna de vez en cuando, sabrías queesto pronto te estallará en la cara.

―Sí que sabes cómo bajar los ánimos de las personas. ―Mecrucé de brazos.

―Sí, pero igual me amas ―respondió ella, con una sonrisa.La miré un segundo y me eché a reír.

―Tienes razón ―estuve de acuerdo.

Suspiré con pesar y cerré los ojos, como si aquel mínimomovimiento lograra hacerme invisible o algo así. Lo único queesperaba era superar con rapidez todo aquello y, por supuesto,que Melanie estuviera equivocada y la situación no me estallaraen la cara.

―Pareces una niña ―dijo un momento más tarde.Demostrando su punto, hice un mohín. Melanie suspiró―. Agh,

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Elle Daniels, deja de ser una llorona y levanta el trasero de lacama.

Abrí un ojo.

―Lo que acabas de decir no tiene una mota de sentido―señalé.

―Lo sé, pero quería tener algo que decir ―respondió,encogiéndose de hombros.

Negué con la cabeza mientras sonreía. Vaya mejor amigaque tenía.

Entonces, gemí al recordar que al otro día debía trabajar.Maldita sea, lo había olvidado por completo; y, además, en lacafetería donde era camarera, una de mis compañeras tenía eldía libre, por lo que me tocaba servir a sus mesas. Sí, es cierto,necesitaba aquel «trabajo de verano», pero apestaba tener quehacerlo. Envidiaba profundamente a aquellos que, en cuanto a loeconómico, tenían la vida «arreglada». Digo, sería todo mássimple de aquella manera…, creo.

Bien, si algo estaba claro, era que debía dar un salto deregreso a la realidad y preocuparme por cosas importantes,como prepararme para al otro día volver al trabajo, ya que lascuentas de mi hogar, al cual estaba desesperada por volver, no sepagaban solas. Solo por eso extrañaba vivir con mis padres,completamente mantenida, por malo que ello suene.

―¿Acabaron con su estúpida charla? ―dijo una fina yarrogante voz. Alice se hallaba apoyada en el umbral de la

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puerta, inspeccionando sus uñas recientemente pasadas por unamanicura.

―¿Qué rayos quieres, Alice? ―pregunté mientras melevantaba.

―Yo no ―respondió con indiferencia―. Tu madre estáinsoportable, no sé para qué te busca.

«Claro, cena», pensé mientras, con un suspiro, me dejabacaer nuevamente hacia la cama. Escuché la risa burlona de Alicey la vi retirarse. Maldita sea ella y su actitud.

―¿Quieres quedarte a cenar? ―casi rogué a Melanie. Ellasonrió y se encogió de hombros.

―Claro, Jenn está en una fiesta y se quedará a dormir. Estoylibre ―accedió.

Como claramente no sabrán, la cena fue un desastre. No memalentiendan, el carpaccio que preparamos mi madre y yoestaba delicioso, el problema estuvo mientras lo hacíamos, yluego cuando estábamos comiendo. Simplemente Alice y mimadre no paraban de discutir por idioteces; y mi padre, Melaniey yo desistimos como diez minutos después de comenzadas suspeleas. Siendo realmente francos aquí, no sabía quién era másidiota, si mi tía, con su ser arrogante; o mi madre, que tenía eldoble de su edad y aun así le seguía el juego. Era inútil hallar lamanera de callarlas. Por cosas como esa, agradecía al mundo no

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tener hermanos. Ya era impaciente, intolerante y quejumbrosapor naturaleza, no necesitaba a nadie para potenciar aquello.

Más tarde, luego de ver a Melanie marcharse, subí conrapidez las escaleras y me lancé a mi cama, escuchando elsonido de los resortes estrujándose. Vaya, la cama estaba vieja;aunque era de esperar, considerando que tenía algo de nueveaños, y tres sin usar.

No tenía ganas de nada, realmente; ni de pensar muy a fondoacerca de nada, porque eso básicamente me llevaría a aquellatarde… cuando dije que sí, y por alguna razón pensé en James…

Tapé mi cara con las manos. Me odiaba por ser tan estúpida,odiaba a Ben por haber sido tan lindo conmigo todo el tiempo,pero, por sobre todo, odiaba a James por resultarme, no lo sé,¿encantador? Agh, no lo sé, pero tenía que dejar aquello rápido.Es decir, ¡nada de lo que pensaba, decía y hasta hacía teníasentido! Dios, invito a cualquiera a acercarse y darme un buengolpe a la cara. ¿Algún voluntario? Estoy esperando…

Lo que sea, ahí terminaba todo mi dilema. Ahora era noviade Ben. James solo era su hermano y lo había besado por error.No negaré que me gustaron esos minutos que estuve con él, peroera pasado; y adiós, mundo.

Solo con ello, me acomodé en la cama y me dejé ir en unsueño profundo.

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―¡Cuidado! ―gritó alguien a mi espalda. Tenía una enormebandeja con algunos platos y vasos de vidrio que me impedíanmoverme con facilidad.

Me detuve con brusquedad, suspirando de alivio cuandonada se cayó al suelo. Suerte que alguien me advirtió o habríaresbalado con una buena porción de suelo mojado.

―Demonios, ¿y el maldito cartel? ―gruñí mientras dejabala bandeja a un lado―. ¡Collin!

Desde la cocina, el muchacho de aspecto Justin Bieber a lostrece años, asomó la cabeza con una expresión de disculpas yuna mirada de ups-lo-olvidé. Como era de esperar, lo fulminécon la mirada antes de poner el estúpido cartel amarillo queadvertía sobre suelo mojado y regresar a la bandeja para dejarlaen el fregadero. Estúpido Collin.

―¿Insultaste a Collin lo suficiente? ―me preguntó Melaniedesde el mostrador, sirviéndole una taza de café a una chica queparecía haber salido recientemente del trabajo. Suertuda, yotenía que estar ahí hasta las diez de la noche.

―No, no lo hice ―repuse, avanzando hacia ella. A mediocamino me detuve―. ¡Collin! ―grite, llamando su atención. Loapunté con el dedo―. Eres un idiota. ―Observando cómo reía yse metía nuevamente en la cocina, me giré hacia Melanie―.Ahora sí fue suficiente.

―Genial ―asintió ella―. Porque tienes que tomar la mesasiete. Recuerda que Nicole no está y te tocan sus mesas.

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Maldición, mesas extras. Es cierto, en todo caso sería mejor,y ganaría más dinero, pero yo era floja por naturaleza y odiabael trabajo extra. Sin embargo, me llamó la atención la sonrisa degato de Cheeshire que Melanie tenía en el rostro. La chica eraextraña a veces. Suspiré y negué con la cabeza, volviendo a mitrabajo; con mesas extras, aquella sería una noche larga.

―Bien, ¿mesa siete? ―accedí finalmente, como si aquellome supusiera un gran riesgo.

Melanie asintió con entusiasmo, como uno de esos muñecoscabezones, y desvió su atención hacia un hombre querecientemente se había acercado al mostrador. Rodé los ojosmientras tomaba mi anotador y caminaba hacia la dichosa mesasiete. Era una pareja, el hombre estaba de espaldas a mí,mientras que la mujer se encontraba con la cabeza inclinadasobre su bolso; su cabello negro caía sobre lo poco de rostro quequedaba a la vista.

Me detuve entre ambos, solo observando a mi anotador, ycomencé con el tedioso y repetitivo monólogo.

―Bienvenidos a los dos. Mi nombre es… ¿Nicole?―pregunté, incrédula, cuando la mujer levantó la vista.

―Bueno, ese es mi nombre. Hasta donde sé, el tuyo es Elle ―respondió ella con diversión.

―Vaya sorpresa. ―Exacto, vaya sorpresa. El hombre que la acompañaba, quien resultó ser James, me sacó las palabras de la boca.

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Muy bien, esto se estaba poniendo raro. Nicole tenía día libre, ¿y cenaba en su lugar de trabajo? Y, además, ¿con James? Repito: raro.

―Entonces, ¿se conocen? ―pregunté con curiosidad. Jamesme observó con las cejas enarcas y sonrió.

―Entonces, ¿trabajas? ―preguntó él, imitándome. Ya comenzaba a usarme para su diversión. Idiota.

―Sí, ahora responde a mi pregunta. ―Me crucé de brazos ypasé mi peso de una pierna a otra.

Sin embargo, fue Nicole quien respondió.

―Antes de que comiencen a pelear, sí, somos amigos; y nos encontramos aquí porque James perdió una apuesta. Tiene que pagarme la cena. Y antes que lo preguntes, vinimos aquí porque fue el primer lugar que cruzó mi mente. ―Una sonrisa arrogantese extendió en su rostro mientras se cruzaba de brazos.

―Oh, entonces, hazlo pagar ―incité, apuntando a James como si este no supiese que lo hacía. Nicole comenzó a reír y tardó un momento en hablar.

―Bueno, a eso vine ―afirmó, sonriendo.

―Nicole, deberías alejarte de Elle Daniels. Es mala influencia para ti ―agregó James, intentando parecer molesto. Enarqué una ceja y, antes de pensar en era una buena idea o no, golpeé su cabeza―. Oye, eso duele ―se quejó, dirigiéndose a mí. Le sonreí con arrogancia sin apartar la mirada.

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―¿Mala influencia? Tonterías ―exclamó Nicole, con una risa falsa―. La chica parada a tu lado es simplemente encantadora. De no ser porque es la novia de tu hermano, de seguro habrías caído enamorado de ella.

Finalmente, aparté la mirada de James entretanto tosía nerviosamente. Si la cosa se había puesto rara, ahora era incómoda. No obstante, no me pasó desapercibido el que James me observara con diversión en cantidades épicas.

―¿Estás bien? ―preguntó con una sonrisa. Vaya noche, todos sonreíamos demasiado por nada en particular. O eso parecía.

―Imbécil ―le dije. Luego me obligué a serenarme cuando recordé que casualmente me encontraba trabajando y no en una reunión con mis amigos―. Entonces, ¿van a ordenar o qué? Melanie me matará si no regreso.

Estuve unos tres minutos anotando todo lo que ambos deseaban, riendo entre dientes cuando me di cuenta que a propósito estaba pidiendo lo más caro del menú. Quería darle unabrazo a la chica por ello. No lo sé, pero era algo satisfactorio hacer algo en contra de James.

―Muy bien, en breve vendré con sus órdenes ―dije encantadoramente antes de irme―. Ya veo por qué tan sonrienteal decirme que fuese a la mesa siete ―refunfuñé hacia Melanie en cuanto llegué al mostrador.

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Tomó mi anotador, regodeándose, pero sin responder, y me guiñó un ojo. Quería asesinarla por ser tan… ella. Dios, en serio necesitaba un golpe. ¿Por qué? Simple: soy. Una. Idiota. ¿Así o más claro?

―Qué bueno que la hayas pasado bien, porque tienes que atender la mesa nueve y la trece ―dijo ella al cabo de unos minutos cuando regresó. Odiaba que ella estuviera en el mostrador y yo sirviendo. Incluso se lo dije varias veces, y en ese momento también. Pero, como siempre, se limitó a reírse de mis quejas. Sí, yo y mis quejas, ¿qué sería de nosotras si fuera una persona más «tranquila»? Supongo que ni siquiera nos habríamos conocido―. Ten en cuenta esto, no habrías tenido eseápice de diversión en este aburrido lugar de no ser porque atiendes las mesas.

«Aburrido lugar», claro, con todas las cosas que allí pasabanni siquiera ella se lo creía.

―Claro, lo que digas ―respondí con indiferencia y recogí mi anotador para continuar con mi trabajo.

―¡Admite que me amas! ―gritó con diversión, dejando de lado a una enojada chica que hacía diez minutos le pedía un batido para llevar.

Me dirigí hacia ella y señalé a la chica mientras ella reía y negaba con la cabeza. Cuando di la vuelta, aún caminando, no supe que alguien estaba justo detrás de mío, hasta que me di cuenta que había caído al suelo.

Bueno, la torpeza de la secundaria había vuelto a mí.

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―Ya entiendo por qué mi hermano te quiere. Ambos sonmuy torpes ―dijo James, extendiendo una mano para ayudarme.Algo que habría sido muy lindo… si no hubiera reído primero.

―Eres un idiota ―gruñí mientras lo alejaba con un empujóny me levantaba sin su ayuda.

―Oye, solo quería ayudar. ―Parecía sincero, pero no lecreí, solo estaba divirtiéndose.

―Sí, como digas ―respondí con molestia mientras sacudíami camisa para sacarle la tierra que la caída le había dado―.Hazme un favor y desaparece.

―Primero dejas que te bese y ahora me dices:«Desaparece». Eres muy contradictoria, Elle ―señaló mientrasse cruzaba de brazos. Me volteé a él con los ojos entrecerrados,intentando saber qué demonios planeaba con aquello. Porsupuesto, se veía divertido y, por supuesto, tenía ganas degolpear su rostro.

―Creí haberte amenazado si mencionabas una sola palabrade aquello ―le recordé.

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―Y yo creo que medio segundo más tarde te cerré la boca.No creo que desees volver a ese momento. Si mi memoria nome falla, estás trabajando ―aclaró, silenciándome.

Maldito sea él y tener la razón. Lo empujé con ambas manosy comencé a caminar de regreso a mi trabajo, el quecasualmente perdería por su culpa si seguía así.

―Ahora sí te odio. Antes solo intentaba convencerme deello, pero ya estoy totalmente segura ―afirmé.

―Y ahora estoy absolutamente seguro de que me divertirécontigo. Es simplemente gracioso el que te pongas a ladefensiva todo el tiempo ―respondió, con su sonrisa arrogante.Por Dios, si hasta tenía ganas de gritar de frustración.

Con una respiración profunda, me alejé de él antes de hacerlo que mi mente deseaba y finalmente perder la única fuente deingresos que tenía hasta graduarme como abogada.

Afortunadamente Nicole había arrastrado a James fuera dellugar, por lo que el resto de la noche fue tranquila. Eso siconsideras al descontrolado y bullicioso equipo de fútbol de lasecundaria, un par de borrachos y una niña de tres añosberrinchuda, como algo tranquilo. Aunque, claro, para unanoche de lunes era inusual la llegada del equipo, ya que siempreesperaban hasta el juego del viernes para aparecer.

Unas dos o tres veces había recibido llamadas de mis padres,y otra por parte de Ben; esta última solo para saber si estababien. Al parecer, James le había mencionado de mi tropiezo, yusó aquello como pretexto para robarme algunos minutos de

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tiempo. Realmente no me molestaba, apreciaba el momento, auncuando tenía una hermosa mejor amiga que no paraba demolestarme mientras lo hacía…, y no es como si ella no tuvieranada más importante que hacer durante aquel momento.

Exactamente a las diez de la noche, con mi último insulto aCollin ―sí, lo sé, pobre Collin; era como mi compañerodesignado para insultos, aunque, de hecho, me parecíaagradable―, Melanie y yo nos fuimos casi corriendo de lacafetería. Como siempre, la llevé a casa en mi auto; no es comosi no dispusiera de uno, pero a mí, particularmente, no megustaba que me llevasen, por lo que era quien conducía de lasdos. Eso, claro, siempre y cuando fuéramos al mismo lugar.

―¡Hola, Elle! ―saludó Jennifer con entusiasmo desde laentrada.

―¿Qué hay, Jenn? ―dije mientras observaba a la joven detrece años de edad, igual a su hermana excepto en el cabellonegro, acercarse a nosotras.

―¿Te quedarás a cenar? Di que sí ―rogó, con las manosentrelazadas delante de su rostro y una expresión idéntica alGato con Botas; esa que te hacía decir «Awww», como idiota,involuntariamente.

―Eso depende de lo que diga tu tutora ―respondí mientrashacía un movimiento de cabeza hacia Melanie.

Solo para que se sepa como por qué Melanie era la tutoralegal de su hermana menor, mencionaré lo siguiente: su madrehabía muerto durante el nacimiento de Jenn y el progenitor que

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restaba era un asco de padre, las cicatrices en la espalda deambas lo comprobaban. Ya que no tenían más familiares, cuandoteníamos catorce años, la ayudé a escapar de casa, junto a laniña de cinco años, para que se quedaran en la mía. Luego debatallar con un juzgado, mis padres obtuvieron la tutoría deambas; y en cuanto comenzamos la universidad a los dieciocho,Melanie se mudó a su actual hogar junto a Jenn, gracias a laherencia que descubrieron que su madre les había dejado. Y,bueno, aquí estábamos tres años después, todos felices ycontentos, esperando a la respuesta de mi querida mejor amiga.

―Lo que sea, de igual manera te quedarás ―respondió ellamientras intentaba parecer indiferente.

Después de aquella noche, los días fueron normales.Tediosos y patéticamente normales. Había recuperado mihermosa y para nada tenebrosa casa sacada-de-una-película-de-horror, pasaba mis tardes y noches de lunes a viernes trabajandoen la cafetería, y la mayor parte de mi tiempo libre estabaocupada básicamente por Ben. Casi siempre salíamos, por loque eran pocas las veces que nuestros caminos y James secruzaban. Aunque esas eran suficientes para que me hiciera lavida imposible.

Definitivamente sacando su ser idiota a la luz, hacía bastantesimple el odiarlo realmente.

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Y así, aquel día, llevaba un mes saliendo con Ben. Sí, lo sé,nada técnicamente hablando.

―Entonces, ¿cena? ―preguntó Ben a través del otro lado dela llamada.

―Bueno… Si tú lo dices ―accedí mientras frotaba misojos―. Ben, no quiero bajarte los ánimos, pero acabo delevantarme.

Sentí su risa resonando.

―Elle, son las doce y media. Eres la persona más floja quehe conocido ―afirmó con tono divertido.

―Púdrete ―dije, y volví a oír su risa―. Mientras pueda,dormiré hasta media tarde si así lo dese, y si Melanie no pudoimpedirlo, nada dice que tú sí lo logres.

Me levanté de mi cama a un ritmo increíblemente perezosoluego de apartar los cobertores de encima mío y quedar expuestaen mi ligero camisón de raso. Simplemente necesitaba por lasnoches taparme, sin importar cuánto calor o frío hiciera; de otromodo no podría dormir. Por más tonto que suene, me sentía…desnuda.

Caminé hacia las ventanas y corrí las enormes cortinas. Malaidea, porque la luz solar de medio día me dio directo a los ojos ycasi dejo caer mi celular al suelo al mismo tiempo que melanzaba una maldición. Aquello, y otra risa, me recordó quetenía al menor de los mellizos Clearwater al teléfono.

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―¿Qué sucedió? ―preguntó.

―Acabo de levantarme, luz solar, mala idea ―dije, sindemasiada explicación. Agh, como si realmente lo necesitara.

―Entonces lo decías en serio…

―¡Por supuesto que sí! ―exclamé con molestia entretantopasaba una mano por mi cabello. Maldito sea por levantarmetemprano, o lo que sea.

Creo que ya lo mencioné, pero soy bastante molesta cuandointerrumpen mi sueño; digamos que tres veces más de lohabitual, lo cual sería una agonía para todo aquel que tuvieraque soportarme en uno de esos días. Y aquel pertenecía al grupo.

Caminé con lentitud de regreso a mi cama, solo paraenfundar ambos pies en mis infantiles pero hermosas pantuflasde perrito. Antes tenía una con garras de color violeta, peroRobbie, mi San Bernardo, las hizo trizas. Me pregunté entoncesdónde estaba el «cachorro» de seis meses que podría doblar mialtura una vez en dos patas. Asumí, mientras salía hacia elpasillo, que había salido. Eso si no estaba en su habitación.

Sí, señores, el perro tiene habitación propia. Y no admitoréplicas, se lo merece. Agh, ya solo me falta hablar como idiotaa un bebé.

―¿Sigues ahí? ―preguntó Ben.

―Sí, y te odio ―refunfuñé mientras seguía mi camino haciala cocina. Necesitaba una taza de café. Rápido.

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―Eso no es cierto. No podrías vivir sin mí ―bromeó él.Lancé una carcajada, demostrando cuán equivocado estaba.

―Viví con normalidad veintiún años antes de ti. Creo quesobreviviré si de casualidad desapareces ―afirmé en broma,sosteniendo el teléfono entre el hombro y la mejilla para poderservirme una taza de café.

―Claro, lo que tú digas ―dijo un momento después, luegode lo que pareció un grito a su hermano para que se levantara.Era bueno saber que no era la única que dormía hasta entrada latarde durante las vacaciones.

―Lo que sea ―repuse categóricamente mientras me dejabacaer en una silla en la barra de desayuno, a unos centímetros dela bandeja con cupcakes de fresa y chocolate con chispas decolores―. En fin ―continué mientras tomaba uno de lospostrecitos―, cena. ¿Qué hora?

Comencé con mi desayuno sin esperar a que contestara,aunque de igual manera escuchando a través del teléfono. Decirque los cupcakes estaban deliciosos, era poco. Sí, ya sé que noimporta, pero los iba a elogiar de todas maneras; amaba esepedazo de chocolate con crema de fresa.

―Si fuera legal, me casaría contigo ―exclamé, ubicando uncupcake delante de mis ojos.

―¿Con quién te casarías? ―preguntó James con curiosidad.Di un respingo al escuchar su voz y luego solté una maldiciónque causó una carcajada por su parte. ¿Qué demonios?

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―¿Dónde está Ben, James? ―gruñí mientras limpiaba lacrema que había caído en mi camisón. Fantástico, ya se habíaarruinado.

―Acaba de dejar el teléfono sobre la mesa de la cocina, y yaque había interrumpido mi sueño decidí molestar a quienllamaba. Casualmente eras tú, y cuando levanté el móvil,escucha que te declaras a alguien. Lo cual, por cierto, no es raroni nada ―explicó con tono divertido, parecía estar caminando através de una habitación, quizás la suya.

―Para que conste, quiero casarme con un cupcake. ―Creoque en ese momento su risa pudo escucharse hasta el Nilo o algoasí―. ¡No te rías, imbécil! ―exclamé enfadada antes de tomarun trago de mi café. Definitivamente, esa bebida eraambrosia―. Ya, devuélvele el teléfono.

―Naaa, me temo que es muy divertido simular que hevuelto a dormir mientras escucho a Ben buscando por toda lacasa y acusándose a sí mismo de tener amnesia.

Por alguna razón, comencé a sonreír con la imagen mentalque James había impuesto en mi cabeza, y al segundo siguiente,me reprimí mentalmente por la idea de permitir que me hicierasonreír con algo que estaba relativamente mal.

―Espero que por esto ganes un golpe en la cara ―dijeenfadada y recostándome sobre la silla mientras escuchaba larisa de James.

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―Tengo un rostro demasiado precioso como para dejar quelo golpeen ―replicó él con arrogancia.

―¿Has tomado algo recientemente? ―pregunté―. Porque,lo que sea que es, te está haciendo mal a la cabeza.

―Cierra la boca, Daniels. Considerando que me levantaronantes de tiempo, no es momento para bromas.

―James Percival Clearwater, ¡devuélveme el malditoteléfono! ―se escuchó que Ben gritó desde fuera de lahabitación.

¿Percival? Definitivamente usaría eso a mi favor en elfuturo. La verdad es que sería divertido; aunque, claro, en aquelpreciso momento ya reía como si no hubiera un mañana.

Escuché a ambos hermanos pelearse entre sí durante unmomento y obligué a mi risa calmarse cuando una vez por todasBen recuperó su móvil. Finalmente quedamos en cenar en algúnlugar secreto a las siete de la tarde aquel día.

De no haber estado aún soñolienta, de seguro habríasonreído y chillado como tonta, pero lo cierto es que corté lallamada con una sonrisa y me limité a terminar mi café y unoscinco cupcakes. Como de seguro cualquiera se dio cuenta, peranada era de esas obsesivas con su figura; si tenía que engordarquince kilos, lo haría. Para nada iba a dejar de comer lo que megustaba por mantener feliz a los estereotipos de belleza quecreaba la sociedad. Aunque supongo que para mí, que poseo unmetabolismo veloz, era bastante fácil decirlo.

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Muy bien, ya no tengo idea cómo llegué a hablar de eso.Pero sí recordaba algo: la próxima vez que James y yo nosencontremos, definitivamente me burlaría de él porque, es decir,¿qué padres llaman a su hijo «Percival»? Unos muy crueles,obviamente.

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Y allí me encontraba, frente a mi cama de dos plazas conuna enorme pila de ropa encima de ella, completamentefrustrada, y junto a mi hermosa mejor amiga intentandoconvencerme de usar varios conjuntos para salir aquella noche.Por supuesto me había cambiado unas seis veces y nada mesatisfacía, por lo que me había resignado a ser un desastre parala sociedad o, mejor dicho, ya me sentía como esas chicas quetenían diez mil prendas y aun así decían que no tenían quévestir.

Ya, díganlo, era, soy y seré demasiado patética.

―Repíteme por qué sigues con Ben ―preguntó Melaniemientras examinaba sus uñas.

―No lo sé, ¿lo quiero? ―pregunté, como si fuerademasiado obvio, y a continuación tomé una almohada paraluego lanzarla a su rostro―. Vamos, ayúdame a escoger algo.

Con un suspiro, se levantó y comenzó a rebuscar porenésima vez, en busca de algo entre la montaña de ropa, hastaque un sonido de aceptación escapó de sus labios y tomó unprecioso vestido azul escotado, de mangas cortas, con un bellolazo de seda marcando el comienzo del escote; que se

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encontraba colgado de una percha junto a unas mangas de finoalgodón en color negro. Desgraciadamente, por más hermosoque fuera, lo odiaba.

―¿Qué tal esto? Hay pocas cosas en tu repertorio que seantan… lindas ―exclamó ella, manteniendo el conjunto en alto,exhibiéndolo para mí. Suspiré y me dejé caer lentamente alsuelo mientras la observaba con una mirada de ni-loca-usaré-eso.

―Me lo obsequió Alice cuando cumplí diecinueve. Desdeentonces ha permanecido allí, sin uso. No planeo utilizar nadaque provenga de la Barbie de la familia ―gruñí, cruzándome debrazos con molestia. Melanie frunció el ceño e intercambió lamirada entre el vestido y yo, al parecer cerciorándose de algo.

―¿En serio? ―preguntó con incredulidad y abrió los ojoscomo platos en cuanto asentí―. Bueno, para ser alguien queparece odiarte y que nos hizo la vida imposible durante cuatroaños, te dio algo demasiado hermoso ―dijo finalmente.

―De seguro tiene algún maleficio ―repliqué.

―Agh, Elle, no puedes ser tan niña. Solo es un vestido―exclamó, pareciendo perder la paciencia. Enarqué una cejahacia ella, porque esperaba que pensase igual que yo. Bueno, meequivoqué.

Con un resoplido y un molesto «Muy bien», me levanté demi lugar para acercarme a ella y, con brusquedad, quitarle elestúpido vestido de las manos, por lo cual me gané una sonrisavictoriosa y la orden de ingresar al baño para cambiarme.

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Seguido a eso, pasé por una intensa sesión de maquillaje y«peluquería» que duró algo de dos horas antes que Melaniedecidiera era hora de dejarme ver mi reflejo.

Simplemente quedé impactada al ver mi rostro en el espejo.No tenía idea qué había hecho mi amiga conmigo, pero creo quedebía hacerle un altar por lograr que me viera decente. Lo únicoque podía identificar era la sombra de ojos azul marino y elapenas perceptible labial rosado, que era más brillo que otracosa. Mis ojos café habían sido pasados por una fina capa dedelineador negro, y mis pestañas resaltaban con la máscara. Elcabello estaba suelto, aunque Melanie había rociado en él algúnspray con brillos

Enarqué una ceja hacia la chica frente a mí, sin poder creerlo que veía.

―Esta definitivamente no soy yo ―dije, haciendo énfasisen la palabra «no».

―No, pero te ves preciosa ―afirmó la pelirroja tras de míantes de agarrar con fuerza mis hombros. Okay…―. Disculpa,pero tenía que hacerlo antes que decidieras salir corriendo haciael baño para arruinar mi obra de arte ―explicó. En cambio,comencé a reír; esta chica me conocía demasiado bien.

―Mensaje recibido, pero por favor déjame ―pedí mientrasla obligaba a soltarme―, pronto tendré tus dedos marcados enmis hombros.

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Riendo entre dientes, se alejó de mí, permitiéndomelevantarme, y se dejó caer sobre la desacomodada ropa. Con unsuspiro, caminé hacia mi armario, donde el bolso queacompañaba al conjunto me esperaba pacientemente junto amuchos otros que, en realidad, no usaba. No es que no megustaran ni nada parecido, pero siempre me haría parecido de lomás estúpido usarlos; es decir, podrían arrebatármelo fácilmentejunto a mis cosas en casi de un robo o algo así.

―¿Cuándo vendría a buscarte? ―preguntó Melanie. Dirigíla mirada hacia el reloj en mi muñeca y me volví hacia ella.

―En diez minutos ―respondí.

Una bocina se escuchó desde el exterior de la casa, y encuanto corrí la cortina hacia la ventana de mi habitación, logréver el coche de Ben estacionado en la entrada. Sonreír hacia él, asabiendas que no podía verme a la altura que nosencontrábamos, y di media vuelta para salir de allí hacia laentrada; donde Ben ya se encontraba a punto de tocar el timbrede llamada. Antes de abrir la puerta, grité algún saludo aMelanie, que se hallaba sobre el rellano de la escalera, con losbrazos cruzados sobre el pecho.

En cuanto me encontré con la mirada de Ben, casi habríareído por la estupefacción que demostraba su rostro. Supongoque lo único que hacía falta eran las palabras: «¿Quién eres yqué hiciste con Elle?» o algo parecido; pero básicamente lohabría golpeado por ser tan… típico.

―Entonces, ¿adónde iremos? ―pregunté con curiosidadluego de saludarlo, caminando junto a él hacia su auto.

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―A un restaurante, a cenar ―respondió, pareciendomisterioso. Enarqué una ceja hacia él y rodé los ojos mientrasabría la puerta del copiloto para permitirme entrar―. Espero queno te moleste, pero olvidé algo en el departamento y lo recordécuando ya estaba aquí ―añadió.

Me volví hacia él con una sonrisa y me encogí de hombros.

―Para nada ―asentí.

Algo de veinticinco minutos después, en los que intenté sinéxito sacarle información, nos encontramos sobre la entrada deledificio donde vivía, y que yo había visitado varias veces en elpasado.

Ben fue el primero en entrar al departamento luego de dar unsaludo a James, que parecía estar en la sala viendo televisión.Ingresé con algo de injustificada timidez mientras observaba condetenimiento cada parte del lugar antes que mi vista se posara enla espalda de James. Cuando este se dio la vuelta, me observódurante un segundo, sorprendido, antes de sonreír de maneracálida.

―Hola, Percy ―saludé, con una sonrisa petulante,recordando su segundo nombre.

Él maldijo por lo bajo con molestia, provocando que meregodeara en aquella situación.

―Definitivamente Ben me las pagará por ello ―juró en unsusurro antes de darme una observación general y volver a

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sonreír―. Supongo que así se ve una «Elle femenina». ―Misojos se estrecharon con incredulidad ante sus palabras; era mejorque se explicara pronto.

Estaba a un segundo de rodar los ojos y salir enfadada deallí, cuando James rio entre dientes y se acercó a mí.

―Hablando en serio, estás hermosa ―dijo entonces. Loobservé sorprendida y confundida por un momento mientrasexaminaba sus palabras.

Parpadeé un momento en cuanto sentí mis mejillas enrojecery desvié la mirada hacia una esquina de la habitación. Por favor,alguien máteme por aquello, era simplemente ridícula.

Un silencio incómodo se extendió a través de la habitacióndurante los siguientes minutos, por lo que era muy simplereconocer que ninguno de los dos sabía de momento qué decir ohacer. No fue hasta que Ben regresó desde su habitación, conpaso perezoso, que comencé a relajarme. Sentí a James alejarsede mí antes que su hermano advirtiera la distancia que nosseparaba.

―¿Todo bien? ―preguntó con curiosidad mientras salíamosdel departamento de camino a su auto.

―Sí, algo incómodo, supongo. ―Me encogí de hombros,tomando la baranda que se ubicaba en la pared en cuanto sentíque comenzaba a resbalarme.

―Extraño, ya que eres la única con quien James parecequerer hablar ―afirmó un momento después. Me detuve un

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segundo y fruncí el ceño sin comprender con totalidad. Bensonrió y tomó mi mano para que siguiéramos caminando―. A loque me refiero es, él siempre se muestra indiferente con todoaquel que no pertenezca a nuestra familia o su círculo deamigos. ―Se encogió de hombros―. Debes caerle bien.

Asentí ligeramente con la cabeza y lo seguí hasta regresarnuevamente a su auto. Una vez en marcha, estuvimos algo decuarenta minutos recorriendo la ciudad hasta detenernos frente auna especia de restaurante francés, cuyo nombre no podríapronunciar aunque me fuera la vida en ello.

La noche fue simplemente encantadora. Como siempre, Benfue de lo más atento y conversador; varias veces acabamosriendo a carcajadas, llamando la atención del resto de loscomensales, que parecían creer que no éramos más queadolescentes incapaces de comportarse en público. Malditosestirados. Todo fue genial hasta que, por alguna razón, comenzóa meter insinuaciones acerca de James entre diálogo y diálogo,cosa que, de hecho, para nada me pasó inadvertida. Tanto es así,que comencé a sospechar que él sabía algo de lo que habíasucedido. Es cierto que había sido un beso durante una fiesta,antes siquiera que decidiéramos que lo nuestro podría resultar,pero había sido con su hermano; lo cual, aunque ni siquierasabía que lo era, se veía peor, ¿no es así? Da igual, aunque lasimple idea que Ben lo supiera me revolvía el estómago, y dehecho había acabado con mi apetito, el cual tuve que fingir queexistía; solo para no levantar sospechas, o eso pensé.

―¿Estás bien? ―preguntó de pronto, mientras revolvía lacomida en mi plato. Levanté la vista hacia él con sorpresa yforcé una sonrisa.

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―Sí, perfectamente ―mentí, cuando sabía muy bien cómome veía: decaída. Pero entiendan, era todo su culpa. No mía.

Ben estrechó los ojos hacia mí como si intentase descubriralgo en mi rostro, aunque sin mucho éxito, ya que suspiró yregresó a su cena. Y luego así siguieron los próximos minutos:incómodos, con mil y un intentos fallidos de conversación, y yocon ganas de volver a casa con desesperación para volver conmi hermoso San Bernardo y mis pantuflas de perritos.

―Y… ¿qué tal todo esta noche? ―curioseó Melanie desdeel otro lado de la línea telefónica. Resoplé al oír la pregunta ylancé mis zapatos a la otra esquina de mi habitación antes detomar mis pantuflas. Mis pies estaban matándome. Cualquierchica que usara tacones las veinticuatro horas del díaposiblemente no tenía sensibilidad en los pies o eraincreíblemente anormal. Quizás un poco de ambas.

―Al principio, todo era perfecto ―respondí con dificultadal tener el teléfono entre el hombro y la mejilla, para así poderbajar la cremallera del vestido de manera que pudiesequitármelo.

―¿Al principio? ―repitió, incrédula―. Explícate.

Enarqué las cejas ante su orden antes de encogerme dehombros y responder.

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―Creo que lo sabe todo. ―Suspiré y me obligué a seguir―.Y antes que lo preguntes, por «todo» me refiero a lo que sucedióen la fiesta. No lo sé, comenzó a dar muchas sutiles y no-tan-sutiles insinuaciones acerca de ambos, que solo acabaronfrustrándome.

―Dicho así, hasta parece que piensa que te acostaste con suhermano ―sugirió ella con un tono que indicaba que estabacomiendo. Ew.

―¡Lo sé! ―exclamé con molestia mientras ingresaba en unpar de shorts de algodón y más tarde en una musculosa blanca.No tenía ganas de buscar el camisón―. Agh, estoy cansada detodo el asunto ―añadí cuando acabé con la remera.

―Te dije que debías alejarte ―afirmó, recordando una viejaconversación. Es cierto, aunque sugirió que lo hiciera antes quetodo me estallara en la cara. Supuse entonces que era algo tarde,y aquello estaba comenzando… o solo eran imaginaciones mías.

―¿Estoy a tiempo? ―pregunté esperanzada, aunque dehecho dichas esperanzas no eran muy convincentes.

―No, ahora estás en ello, y no puedes salir corriendo comocobarde ―negó con convicción, bajando mis ánimos de unamanera increíble.

―Quiero ser una cobarde. ―Hablaba en serio.

―Pero no puedes serlo ―siguió―. Ahora debes seguir conello y ver qué sucede. Si puedo fiarme de las miles de películas

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y libros que he visto y leído, entonces puede que todo estoresulta al final.

Me detuve un segundo en mi lugar, asimilando lo queacababa de decir. ¿En serio estaba comparando mi vida conlibros y películas? Chica rara.

―Mel, sabes que te adoro como si fueses mi hermana, perono veo la lógica a lo que acabas de decir. Mi vida no pertenece aninguno de esos clichés que tanto acostumbras a ver o leer―dije, demostrando que para nada pensaba igual que ella.

―No será ficticia, pero sí parece uno de esos «clichés», asíque acostúmbrate a lo que sea que mencione ―señaló como sisupiera que tenía toda la razón. Suspiré, a veces tenía intensosdeseos de asesinarla.

―Agradece que estás en tu casa y debes cuidar de unapreadolescente, o ahora mismo estarías muerta ―aseguré conrudeza un segundo antes de meterme a la cama.

―No lo dices en serio. Tú me amas ―afirmó consuficiencia. Rodé los ojos.

―Ya no sé hasta qué punto ―respondí en un susurro antesde escuchar un grito que provenía de Jenn.

Con bastante renuencia, Melanie se despidió de mí paraatender a su hermana. Una vez acabó la llamada, lancé elteléfono al otro lado de la cama, sin interesarme realmente elque pudiese caer al suelo y romperse, y di un par de vueltas enla cama antes de posicionarme de costado para poder dormir.

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Estuve unas cuantas horas sin poder hacerlo. Estúpido Ben y susestúpidas insinuaciones.

A aquellas horas lo único que deseaba era seguir durmiendo,por lo tanto, el que mi madre me llamara a las nueve de lamañana pidiéndome que por favor cruzara noventa y cincokilómetros de desierto hasta llegar a la ciudad más cercana pararecoger treinta kilogramos de solo Dios sabe qué, no fue muyagradable. De hecho se lo mencioné varias veces durante nuestraconversación, pero como podrán imaginar, cedí fácilmente a susdeseos y me levanté entre gruñidos y extraños bufidos de lacama antes de dirigirme a la cocina por mi habitual desayuno decafé y cupcakes.

Tenía que parar con aquello pronto o aquel simple desayunome dejaría en bancarrota. ¿Qué? Los cupcakes que compraba noeran exactamente baratos, y yo tampoco era millonaria,considerando que vivía a base de lo que me pagaban en lacafetería. Tenía que agradecer a todo lo que existiese en la Tierrael que mis padres pagaran mis estudios, o de otra manera estaríasimplemente perdida.

Luego de tomar lo primero que encontré en mi armario―limpio y decente―, salí de mi hogar para ingresar en mi autoe ir en busca de las quince cajas selladas que mi madre esperabaque le llevase. Sinceramente no tenía idea cómo las llevaría deuna ciudad a otra, por lo que asumí tendría que usar algo de midinero para pagar un transporte adicional. «Genial», pensémolesta. «Simplemente genial»

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Pese a que aún prefería estar en mi cama, tenía que admitirque la vista que facilitaba el desierto, los kilómetros de arenadesolada o las casas abandonadas en ruinas, era hermosa.

La hora y media que pasé conduciendo de manera monótonapor la autopista, fue entre relajante, tortuosa y algo frustrantepor momentos; esto último más que nada por el hecho que―como ya he dicho― no quería estar allí.

Finalmente, fui a parar a una fábrica textil y también dezapatos, en la que esperaban pacientemente algunas cajas anombre de mi madre, las cuales acabaron dentro de mi autoluego de firmar algunos formularios. Me despedí de la amableanciana que me recibió en el lugar y volví hacia mi vehículo, demanera que pudiese regresar a casa para matar a mi madre; esdecir, podría haberlo hecho ella, aunque vaya uno a saber quéera más importante.

Ahora, he aquí el problema: todo iba de maravilla en miregreso a casa, al menos hasta que una sacudida acompañada dealgunos extraños ruidos interrumpieron la calma que mi viajellevaba. Supe que algo iba realmente mal cuando fuideteniéndome lentamente, hasta completamente, a mitad de lacarrera.

Dejé caer la cabeza con un golpe seco en el volante.«Perfecto», pensé.

Estaba varada.

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―¡Maldición! ―exclamé al mismo tiempo que mi manocaía cerrada en un puño contra el estéreo, que casualmente habíaestado funcionando…, hasta ese momento.

No pensé por un segundo en salir y revisar el motor; esdecir, ¿para qué? Si lo único que sabía de la carcacha que teníapor vehículo era que poseía más años que la colonización yasientos nuevos, solo porque los había comprado hacía pocotiempo. Lo que nunca habría imaginado era el estado del motor,que en aquel instante supe que era malo… Y me había dejadovarada a mitad de la nada a un mínimo de cuarenta y cincokilómetros a distancia de la sociedad; y dicha distancia nopretendía superar a pie en mis más dementes sueños, por lo queasumí que tendría que resignarme a la idea de pedir ayuda acualquiera de mis conocidos, los cuales desgraciadamente eranpocos. Golpeé nuevamente el estéreo; eso me sucedía porcomprar autos usados… y no ser más simpática.

Mi primera opción de rescate fue Melanie, o bueno, siempreera ella. El problema allí estaba en que mi amiga se encontrabajunto a Jenn en la escuela de ballet de su hermana, y por nada enel mundo haría que interrumpiese la reunión. La segundapersona que apareció en mi cabeza fue mi madre; pero, claro,era evidente que si no viajó hasta allí en primer lugar, no veía

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por qué podría hacerlo en aquel momento. Lo que me llevó a latercera persona en la lista: Ben. No sabía qué hacía por aquelentonces, pero supuse que podría ir a buscarnos a las cajas y amí junto a su remolque para mi auto. Mientras tomaba elteléfono, me agradecí mentalmente haber pagado la cuenta, oestaría incomunicada, lo que por cierto no era bonito.

«El número al que intenta comunicarse no se encuentradisponible. Por favor, deje su mensaje después de la señal…»

A la tercera vez que escuché la misma frase y el estúpidopiiiiiiip, presioné el fin de la llamada y recosté la espalda sobrela puerta del auto. Estúpido Ben que aparentaba estardesaparecido. Estúpida mi madre por pedirme que retirara lasestúpidas cajas, y estúpida compañía telefónica, aunque no teníanada que ver con la situación en la que me hallaba. Lentamenteme dejé caer en el pavimento con algo de pesar, y salté mientrasgritaba, cuando mi trasero sintió cuán caliente se encontraba lacarretera. Estúpido sol.

¡Así es! Todo era estúpido. ¿Y qué? Denme algo de crédito,estaba varada, frustrada, aburrida y repentinamente sedienta.Todo ello simplemente había acabado con cualquier rastro depaciencia, amabilidad o cualquier cosa buena que pudiesealojarse en mí. Por ello, sí: estúpido todo.

Luego de un par de llamadas sin éxito a unas cuantaspersonas, me resigné a que probablemente acabaría allí hastaque alguien pasara por la carretera y estuviera dispuesto aayudarme. Eso me había llamado la atención; era bastante raroel que nadie cruzara por allí, siendo la única conexión entreambas ciudades… Negué con la cabeza y regresé la atención a

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mi teléfono. Solo quedaba una persona a la que llamar. Soloesperaba que estuviera libre y dispuesta a recogerme.

―Lovelace ―respondió una voz femenina desde el otrolado de la línea.

―¿Nicole? ―pregunté insegura. Sabía que su apellido eraLovelace, pero ¿qué demonios para responder como agentefederal de serie criminal?

―Oh, Elle ―dijo riendo―. Disculpa, pero ayer miré unamaratón de CSI y creí que podría ser divertido atender de esamanera.

Bueno, eso lo explicaba todo. Pero no era el punto, loimportante aquí estaba en mi situación. Sí, suena narcisista oegoísta, pero como sea, no era prioridad preocuparse en miimagen moral.

―Por favor dime que estás libre. Eres mi última esperanza―rogué, mostrándome desesperada, aunque ella no pudieseverme.

―En realidad, no. Estoy en el hospital esperando mi turno,¿por qué?

«Maldición», pensé mientras cerraba los ojos con fuerza ydejaba mi cabeza ir hacia atrás hasta impactar contra el auto.Definitivamente una muy mala idea.

―Mi auto se averió y estoy a mitad de camino en el desierto―expliqué, con un suspiro que demostraba cuán desafortunada

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era. Creo que más bien era estúpida, el auto lo había compradoseis meses atrás y no me había molestado en revisarlo. Bien,Elle, un punto para ti.

―Mmm… No tengo el número de ningún remolque, pero tepuedo dar el teléfono de alguien que podría ayudarte con gusto―sugirió. Bendita sea Nicole por ello. Supuse que mientras lapersona cuyo nombre me entregara no fuera a enterrarme vivaen el desierto, todo bien―. ¿Tienes papel?

Ingresé rápidamente al auto y busqué en la guantera por mianotador y un bolígrafo negro. Luego asentí hacia Nicole yescribí los siete dígitos que me dictó.

―Solo para que lo tengas en cuenta, es el número de James―aclaró ella cuando finalizó. Miré fijamente al paisaje frente amí, con mi mejor expresión de «¿es en serio?», y suspiré.

―Dime que es una broma ―pedí con voz cansada, y lachica al otro lado de la línea comenzó a reír.

Cualquier cosa favorable que haya dicho acerca de NicoleLovelace, la retiraba en cualquier momento. De entre todas laspersonas que pudieron estar en su directorio, tenía que elegir aJames. A eso le llamaba tener mala suerte, considerando que loúnico que deseaba era mantenerlo lejos, no haciéndome unfavor. Después de discutir bastante acerca del número que mehabía dicho, me resigné a la idea que Nicole debía entrar alconsultorio y yo a llamar a lo que me quedaba como últimorecurso.

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Debo decir que en ese preciso momento, la idea deinterrumpir a Melanie sonaba muy atractiva por más cobardeque pareciese. Como ya dije una vez: quería ser una cobarde.

Con algo, tacha eso, con mucha frecuencia marqué elnúmero de James y esperé con todo lo que podía a que noatendiese, que ignorara el número desconocido. Sin embargo, elmuy él contestó al segundo tono.

―¿Qué? ―preguntó; me sorprendí por la brusquedad de suvoz.

Bueno… Era mejor colgar y… No, espera un segundo, Elle.Recuerda que necesitas ayuda.

―Bueno, hola a ti también ―respondí con indiferencia,sintiéndome como Alice cuando examinaba sus uñas.

―¿Elle? ¿Cómo tienes mi número? No recuerdo habértelodado. ―La sorpresa e incredulidad en su tono eran tales que nopude evitar reírme como idiota. Un momento más tarde, conserenidad, repuse:

―¿Acaso importa? Solo necesito saber si estás disponible.―Lo cierto es que había sonado más duro de lo que pensaba.Vaya forma de comenzar a pedir un favor.

―Elle, no es sano que me invites a salir cuando eres lanovia de mi hermano. No sabía que eras polígama ―señaló condiversión, e imaginé que estaba sonriendo desde donde fueraque se encontraba.

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¿Invitarlo a salir? ¿Qué diablos? Y otra cosa, ¿polígama? ¡Nisiquiera sabía lo que eso significaba!

―¿Qué? ¡No quiero invitarte a salir, imbécil! ―exclaméenfadada, recibiendo a cambio una carcajada. Qué bueno que noestaba cerca, porque había muchas rocas dispuestas a acabar ensu rostro―. Solo necesito alguien que me recoja, ya que mi autose averió y estoy a mitad de la carretera del desierto ―expliqué.

Escuché cómo reía entre dientes, de seguro ante una bromaprivada, y esperé durante un minuto a que se calmara.

―Bueno, salgo del instituto en diez minutos ―dijo,pareciendo observar su reloj―. Si puedes esperar, entoncesestaré allí en algo de una hora. Una hora y cuarto como mucho―aseguró luego.

―Comprendo, pero trae una botella con jugo de naranjaporque hay probabilidades que me encuentres deshidratada―respondí.

James comenzó a reír y a lo lejos se oyó una campanilla.Intenté imaginarlo como un profesor estructurado, de esos quehabía conocido en mi paso por la secundaria ―y que odiaba―,pero sin mucho éxito. Sin embargo, lo veía más como uno deesos recién llegados que la mitad de la población del institutoperseguía para ver quién llegaba primero. Aquel pensamientome hizo reír; la simple idea que eso le sucediera eraterriblemente graciosa y pagaría cualquier cosa por verlo,aunque probablemente para él fuese incómodo y quisieramatarme de llegar a conocer mis pensamientos.

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―Lo que usted desee, madame ―dijo él, regresándome a larealidad.

A continuación, finalizó la llamada y tuve que ingresar alauto para que la luz solar de pasado el mediodía no me dieragrandes probabilidades de cáncer de piel. Me recosté sobre elasiento y me puse los auriculares luego de conectarlos alteléfono. Cerré los ojos y me dejé ir por la música, ya que,efectivamente, no tenía nada mejor que hacer hasta que Jamesllegara.

Un par de golpes a la ventana del conductor llamaron miatención. Giré mi cabeza, abriendo el ojo izquierdo, sinsorprenderme al ver a James con los ojos entrecerrados haciamí, debido a la luz del sol. Me quité los auriculares sin detenerla música e hice señas para que se apartara y así pudiese salir alexterior. No tenía idea cuánto tiempo mantuve los ojos cerrados,pero sí que fue demasiado, porque básicamente fui cegadadurante un momento hasta que pude adaptarme a la luz. Luegome giré hacia James, que me observaba con las manos ocultastras de él y bastante diversión.

―¿Qué? ―espeté aún con los ojos cerrados.

―Hola a ti también ―respondió imitándome durante laconversación por teléfono horas atrás.

―Lo que sea ―gruñí para luego suspirar y obligarme a serun poco más «amable». Algo que no combinaba con minaturaleza―. Y en cuanto a esto, te debo una ―dije de manera

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agradecida. James, por su parte, se limitó a mantener su posiciónmientras en su rostro se formaba una sonrisa torcida.

―Se ve que la «Gran Elle Daniels» no puede decir lapalabra «gracias» ―bromeo él. Rodé los ojos y negué con lacabeza; tenía una increíble capacidad para arruinar mi estado deánimo―. Oye, no te enojes, o te caerá mal lo que sigue―añadió a modo de advertencia y puso sus brazos frente a él,dejando ver un sándwich y una botella de jugo de naranja quemás tarde extendió hacia mí.

―Muchas gracias ―agradecí, tomando primero la botella dejugo y dando un par de tragos a su contenido―. No puedo creerque lo hayas recordado.

―Bueno, considerando que no tengo la más mínima idea decuánto tiempo estuviste aquí, no podía simplemente dejarlopasar. No seré médico, pero estoy consciente de lo malo que esla deshidratación ―explicó con paciencia, cruzándose debrazos.

Demonios, odiaba cuando parecía considerado, porque esoadvertía que pronto se morfaría de mí, como siempre. Toméagradecida el sándwich y me apoyé en el auto mientras comía.James se ubicó a mi lado, mirando hacia adelante en silencio.Sin demasiada discreción, me volví hacia él y observé su rostrohasta que me miró de costado y comenzó a reír porsorprenderme. Rodé los ojos y volví la atención a mi sándwichhasta que lo acabé, y a continuación no supe muy bien quéhacer.

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―Para tener veintiún años, comes como una niña ―observóJames mientras señalaba a mi rostro―. Tienes un poco demostaza en el labio.

Avergonzada, abrí los ojos como platos antes de desviar lamirada y pasar un pañuelo por mis labios; parecía una niñaincapaz de comer sin ensuciarse. Maldita sea, era realmenteestúpida. Una persona normal se avergonzaría de estar a milado.

―Supongo entonces que soy anormal ―dijo Jamesdistraídamente. Bueno, okay, había pensado en voz alta. Tierra,trágame ahora.

¿Por qué no podía ser de esas protagonistas perfectas queaparecían en los libros que leía Melanie? No se confundan, sololas conozco porque durante nuestra adolescencia ella no dejabade mencionar un millón de protagonistas; y siempre habíanotado que una buena porción de ellas se hacía llamar «Anna».Digo yo, ¿no podían las escritoras hacer una «Anna» mala, envez de que la mitad de las veces fueran lo más parecido a tiernasadolescentes en plena adultez? Solo es una opinión que a nadiele importará, mucho menos porque la da alguien que,ciertamente, no lee, pero en fin, tenía que decirlo.

Volviendo a lo nuestro; me giré hacia James, que meobservaba fijamente con curiosidad y algo más que no memolesté en identificar, y suspiré aún avergonzada.

―Lo lamento ―me disculpé, pareciendo cansada de mímisma―. A veces pienso en voz alta.

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―Lo noté ―afirmó. Luego se alejó del auto y caminó hastael frente para levantar el capó y liberar algo de humo que, aaquellas instancias, creí que habría desaparecido; peroobviamente estaba equivocada. James dejó escapar un silbido yluego comenzó a toser debido al humo. Seguido a ello, volvió abajar el capó para dirigirse a mí―: esto definitivamente es unasco de auto ―evidenció, volviendo a mi lado.

―Bueno, gracias por herir sus sentimientos ―susurrésecamente.

―¿Qué? Es solo un auto sin sentimientos; por lo tanto,insultaré cuanto desee a esta carcacha ―se defendió,encogiéndose de hombros. ¿Carcacha? Muy bien, era la primerapersona a la que escuchaba decir eso, además de a mí. Era como«¿qué demonios?».

―¿Sabes?... Qué cruel. ―Caminé de brazos cruzados haciala parte trasera del auto, sin darme cuenta que me había seguidohasta que me di media vuelta y lo vi a menos de un metro dedistancia.

―Pero Cruel es bueno ―repuso, sonriendo. Fruncí el ceño yentrecerré los ojos con incomprensión.

―¿Quién demonios es Cruel?

James enarcó las cejas, sorprendido, como si acabase dedecir algo que no debía y sacudió rápidamente la cabeza.

―Nadie ―negó.

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Muy bien, tenía que averiguar quién era el tal Cruel. Mejordicho, sus padres, porque, ¿quién en el mundo llamaba «Cruel»a su hijo? Era casi como Percival…

―Y… ¿Cuándo nos vamos? ―pregunté con curiosidad unmomento más tarde.

―Cuando el remolque que llamé llegue por tu carcacha―respondió.

―Debes dejar de llamarlo así.

―Probablemente ―estuvo de acuerdo―. Pero no tengointenciones de hacerlo, así como tú con esa afición a llamarmeidiota todo el tiempo.

Me giré hacia él con brusquedad, entrecerrando los ojos. Meobservaba desafiante, como si esperara que le diera la razón. Lopeor era que mi lengua dolía por insultarlo, pero no le daría lasatisfacción de hacerlo. Sin embargo, por enésima vez en el día,rodé los ojos, murmurando: «Lo que sea», mientras me alejabade él. No me siguió; chico inteligente, porque, por algunainexplicable razón, sentía intensos deseos de golpearlo.

―Eres demasiado fácil ―señaló.

Me detuve en seco y di media vuelta hacia él.

―Si sabes lo que te conviene, te explicarás ―dije,cruzándome de brazos.

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―Te enfadas por cosas estúpidas. No me sorprende que estéaquí. Se nota que tampoco eres muy simpática ―explicó,encogiéndose de hombros.

―Bueno, discúlpame por ser intolerante, quejumbrosa,antipática, patética, grosera y vaya uno a saber qué más, porqueperdí la cuenta de todos mis defectos, Señor Perfecto ―esperé, aun paso de gritar, mientras hacía un gesto con las manos yvolvía a dar media vuelta para recorrer en pasos lentos lacarretera, que seguía desolada. Maldita sea, ¿es que nadie lausaba? Y más importante, ¿dónde demonios estaba el estúpidoremolque?

Comencé a caminar lejos del pavimento, admirando que, enrealidad, el terreno no era específicamente arenoso, sino másbien pedregoso. Solo yo podía confundir arena y piedras.Pateando fuera de mi camino las piedras más cercanas, anduveen círculos a una distancia prudente de mi auto. Estúpido James.Primero era agradable, luego un idiota, ¿por qué no decidía quéactitud usar? Era sencillamente frustrante.

Extrañaba a mi San Bernardo. Bien, fuera del tema, pero loextrañaba. Nuevamente, estúpida mi madre por pedirme quefuera a por sus cajas.

Está bien, sé que era visible, pero estaba demasiado enojada;algo que James pareció no notar, por lo que se acercó a mí ytomó con gentileza mi brazo, deteniéndome a algunoscentímetros de él. Aquello me recordó a la noche de la fiesta, locual me enfureció. Aparté el brazo y lo observé con dureza, conla clara pregunta de qué demonios estaba haciendo.

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―Lamento lo que dije ―se disculpó, metiendo las manosdentro de los bolsillos de su chaqueta.

Sin dejar de lado la rudeza en mi mirada, fruncí el ceño, conconfusión, y tomé una bocanada de aire. Lo peor en todo aquelloera que se veía sincero, y algo en mi interior me decía que asíera. Con un suspiro asentí vagamente hacia él y caminé deregreso a mi auto mientras pensaba una y otra vez la mismaoración:

«James Clearwater es la persona más complicada yfrustrante que he conocido.»

Supuse entonces que había sido un golpe de mala suertetoparme con él en aquella fiesta un mes atrás.

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―¿Elle? ―La voz de James llamó mi atención.

Hacía unos quince minutos, el hombre a mi lado me habíapedido disculpas, hacía diez mi auto había sido remolcado haciaun mecánico en la ciudad, y hacía cinco habíamos comenzado elviaje de regreso a casa. Me mantuve aquel tiempo en silencio,en primer lugar, porque quería mantener firme mi fachada deestoy-molesta aparentemente intacta; y, en segundo lugar,porque realmente no sabía qué decir. En cuanto me volteé haciaJames, simulé que había algo realmente interesante sucediendoen su cabello y permanecí de aquella manera durante un instanteantes de decir cualquier cosa.

―¿Eres bipolar? ―pregunté con curiosidad. Él me dirigióuna corta mirada antes de regresar al camino, y me vi obligada aexplicarme―. Es que primero te comportas como un idiota,luego eres amable, al segundo encantador y luego nuevamenteun idiota; así que ¿eres bipolar?

―No, en realidad ―respondió, encogiéndose dehombros―. Pero supongo que solo actúo como un imbécilcuando te tengo al lado.

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Una sonrisa se produjo en mi rostro debido a sus palabras,por lo que desvié la mirada para que no lo advirtiera. Ahí estabade nuevo el James encantador. Tiempo estimado para queregrese el idiota, unos cinco a siete minutos, definitivamente.

―¿Y Ben? ―preguntó unos segundos más tarde. Fruncí elceño, ya que, en realidad, esperaba que él lo supiera.

―No lo sé. ―Me acomodé en mi asiento para verlomejor―. Creí que tú sabrías. Su celular está desconectado.

James suspiró con pesar y negó con la cabeza, como siacabase de recordar algo que, en realidad, no deseaba tener encuenta. Tomé una bocanada de aire y, luego de encogerme dehombros, regresé la vista hacia el frente, previendo que laconversación no se extendería, y no era como si de hecho lodeseara.

Llegamos a mi hogar algo de una hora más tarde, e ingreséal lugar con gran cansancio y unos infernales deseos delanzarme a una ducha, por dos razones; la primera: me relajaba;la segunda: estaba asquerosa y mi cabello olía a tierra. Asco.

En cuanto subí las escaleras y me encontré en mi habitación,pese a realmente necesitar aquella ducha, me lancé a mi cama,sacudiendo de esa manera los acolchados, almohadones y unaque otra cosa que se ubicara encima de ella.

―Creo que te lo dije lo suficiente, pero te amo, cama―exclamé con los ojos cerrados mientras sentía la suavidad delas sábanas en mi mejilla y manos.

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Escuché a alguien reír entre dientes a mis espaldas y melevanté bruscamente para descubrir a James de brazos cruzados,apoyado sobre el umbral de la puerta.

―¿Y tú qué haces aquí? ―pregunté pidiendo unaexplicación.

―Solo entré. ―Se encogió de hombros―. ¿Primero quierescasarte con un cupcake y ahora amas tu cama? Estoypreocupado por tu salud mental, Daniels ―aseveró, asintiendocon la cabeza.

Me senté en mi cama, con un resoplido, antes de rodar losojos y cruzarme de brazos. Había llegado tarde, pero el idiotavolvía a encontrar la luz del día.

―Creo es tu momento de retirarte ―señalé, con un gesto demi cabeza hacia la salida. Por alguna razón no me sorprendió elque permaneciera en s lugar sin moverse un milímetro, demanera desafiante. Con resignación, me levanté de la cama y diun aplauso, ya que parecía ser que no me lo quitaría deencima―. Bien, quédate…, lo que sea ―refunfuñé antes decaminar hacia el cuarto de baño y cerrar la puerta tras de mí paradarme un muy necesitado baño.

Luego de una ducha ―porque por nada en el mundopensaba en permanecer sumergida en mugre. Es decir, erarealmente asqueroso el mero pensamiento―, me introduje enuna bañera repleta de sales de baño, burbujas y una que otracosa más que Melanie había comprado para mí; ya que, segúnella, yo era un «desastre» en cuanto al cuidado personal, ynecesitaba gran ayuda en ello. Estaba en desacuerdo, pero debía

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admitir que me gustaba que mi piel acabara perfumada una vezacababa mi «hora de higiene», como prefería llamarle.

Algo de veinte minutos ―aunque podrían haber sidomenos― después de ingresada en la bañera, decidí que era horade salir, vestirme y, si aún no se había ido, echar a patadas de mihogar a James. Por alguna extraña razón, no me molestaba elque estuviera en mi casa, pero… temía que se comiera miscupcakes.

Ya, díganlo si así desean, era mi estúpido planteo. Agh, aldiablo con todo.

Antes de salir de la bañera, con la mano derecha tanteé elespacio libre alrededor mío, buscando mi bata de baño. Fruncí elceño en cuanto no hallé nada y comencé a mirar hacia todoslados en la habitación.

―Maldición ―dije, volviendo a hundirme en la bañera. Nopodía creer que había olvidado tomarla; y básicamente sin ellano podía salir hacia mi cuarto.

Golpeé mi frente contra mi mano mientras una cantidadimposible de insultos rondaba mi mente, y me di cuenta quenecesitaría algo de ayuda. El problema era que si aúnpermanecía en el lugar, la ayuda sería de James; y la verdad esque no me parecería placentero, agradable… ni nada bueno.

―¡James! ―grité a todo pulmón después de vacilar duranteun momento.

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Esperé expectante y en silencio hasta que escuché losrápidos pasos de alguien corriendo y acercándose hacia dondeme encontraba. Antes que pudiese reaccionar, la puerta del bañose abrió de un golpe y tras ella pude ver a James con unaexpresión preocupada en el rostro, de proporciones épicas. Deno ser porque de hecho me encontraba desnuda, habría reído; sinembargo, lancé un chillido al mismo tiempo que él preguntabaqué demonios me había sucedido. Muy bien, sí había gritado,pero no había sonado desesperada.

―¿Qué haces? ―pregunté-chillé mientras me aferraba a mispiernas delgadas en un intento de que no se revelara nada. PorDios, mi rostro sonrojado exclamaba VERGÜENZA―.¡Aléjate! ―añadí un segundo más tarde.

―¡Pero si tú me has llamado! ―replicó James conconfusión marcada en su tono.

―Sí, pero no esperaba que entraras así ―repuse conbrusquedad, sin salir de mi posición.

―¡Creí que algo grave había sucedido! ―se defendió, antesde tomar una gran bocanada de aire. ¿Por qué rayos no iba a mihabitación y me hablaba desde allí? ¡Me estaba incomodando!―. Eres toda una contradicción ―afirmó, sacudiendo lacabeza―. Muy bien, ¿para qué me llamaste?

Así me gustaban las cosas, o por lo menos me gustaríanmientras me quitaran de aquella situación. Le expliqué a Jameslo sucedido, que era básicamente explicar el no tener mi bata, ynecesitar que él me la alcanzara. Me escuchó con atención cadapalabra mientras las mencionaba, y cuando acabé, se echó a reír

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con entusiasmo; al menos esperaba a que terminase de hablarpara hacerlo.

―¿Cómo en el mundo una persona olvida su bata de baño?¿No se supone que debe permanecer en… el baño? ―preguntócon un tono de burla que me habría hecho golpearlo encircunstancias normales.

―Agh, ¿puedes dejar de ser un imbécil por un minuto yalcanzarme mi bata? De otro modo me veré obligada a lanzarteuno de estos frascos; y debo advertirte que diez años en arqueríasirvieron con mi puntería ―espeté mientras buscaba a mialrededor algo para tirar a su rostro. Sería una lástima lanzarlecualquier cosa. Era un lindo rostro.

―¿Estuviste en arquería? ―preguntó con incredulidad antesde parpadear un par de veces―. Pensándolo bien, buscaré tubata, no planeo acabar el día con varios puntos de sutura―añadió.

―Chico inteligente ―concedí.

A continuación le mencioné dónde estaría la bata o, mejordicho, dónde podría estar, ya que sinceramente era tandespistada que lo había olvidado.

―Antes que pase por tu cabeza, solo lanza la bata sobre ellavabo y cierra la puerta tras de ti o te golpearé ―advertí cuandoescuché que se acercaba.

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James rodó los ojos ante mi petición y lanzó la prenda haciadonde había especificado antes de salir y cerrar la puerta tras desí, como había pedido.

No fue hasta unos segundos después que me relajécompletamente y permití que mi cuerpo saliera de aquellaincómoda posición. Retorcí mi cabello mojado un par de vecesantes de salir de la bañera y caminar hacia mi bata paraenfundarme en ella y así salir hacia mi habitación, dondecomencé a buscar algo de ropa que no me sofocara con el calorque hacía y me obligara a tomar otro baño a la hora de haberacabado el último.

―Espero que estés vestida ―esperó James desde su lugaren la puerta trasera. Se encontraba de espaldas hacia mí y jugabade manera entusiasta junto a Robbie, aunque sin salircompletamente al exterior.

―Por supuesto ―afirmé, acercándome a ambos―. Por nadaen el mundo te permitiría verme desnuda ―aseveré mientras mesentaba a su lado.

―No esperaba que lo hicieras. ―Se encogió de hombros―.Pero te aconsejo que la próxima vez, si necesitas algo, no gritescomo si el asesino serial estuviese justo frente a ti ―pidió contranquilidad mientras acariciaba a Robbie y miraba al frente demanera vaga y distante. Lo observé un momento y sonreí antesde empujar un poco su hombro para llamar su atención.

―Lo que desees, Percy ―bromeé, volviendo a usar eldiminutivo del nombre que me parecía más gracioso.

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James me dirigió una mirada de ojos entrecerrados antes debajar la cabeza y negar ligeramente con ella, al mismo tiempoque reía entre dientes. Curiosa por comprender la razón de surisa, ladeé la cabeza, acercándome un poco a su rostro, el cual seelevó un segundo más tarde.

―¿Cuánto tiempo pasará antes que te olvides de eso?―preguntó, esperanzado. Con una sonrisa, me acomodé con laespalda apoyada en el marco de la puerta mientras observaba superfil.

―Considerando que el nombre aparece permanentemente entu identificación, probablemente nunca ―respondí con unaligera nota de diversión―. Pero, sin embargo, puedo seguirhasta cansarme.

Me encogí de hombros y crucé los brazos sobre el pecho almismo tiempo que James se ubicaba de la misma posición queyo, enfrentándome.

―Al menos dame algo para defenderme ―pidió. Enrespuesta comencé a reír y negar con la cabeza. Sí, claro.

―La única manera que sabrás algo vergonzoso de mí esestando a mi lado en momentos de borrachera; lo cual nosucederá si puedo evitarlo ―respondí con diversión, plegandomis piernas hacia mi pecho de manera que no lo golpeara.

―¿Tú, Elle Daniels, has estado borracha? ―preguntó,incrédulo. Fruncí el ceño, fingiendo estar molesta y resopléhacia él, con lo cual me gané una carcajada.

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―¡Por supuesto que sí! ―exclamé pareciendo indignada―.Aprenderás que no soy una chica de rostro angelical que cuidasu lenguaje, manera de vestir y no se mete en problemas. Todostenemos un desliz de vez en cuando, además.

James pareció a punto de responder cuando su teléfonocomenzó a sonar con una melodía, al parecer de rock, de maneraincesante. Levantó el dedo índice, pidiendo un momento, yatendió la llamada. Me sorprendió un poco el que fuera Ben.

―Wow, espera un momento, hermano ―exclamó él, conuna mueca que indicaba dolor en el oído. Al parecer, el mejorsaludo de mi novio hacia él fue gritarle―. Si es realmentenecesario saberlo, entonces bien; estoy en la casa de Elle.

Su rostro prácticamente se desfiguró y no pude retener larisita que escapó a través de mis labios. Él me dirigió una falsamirada de molestia y rodó los ojos, negando con la cabeza.

―Oye ―siguió con tranquilidad―, cálmate, tuvo unimprevisto y la… ―Su ceño se frunció, al igual que el mío;aunque lo mío fuese más por curiosidad―. Muy bien, estaré allípronto. Lo que sea, adiós.

Finalizó la llamada y se dirigió a mí con una disculpa antesde explicar que debía volver al departamento, ya que Ben lonecesitaba con urgencia allí. Me preocupó un poco la seriedadcon la que dijo las palabras, debido a que él mismo parecíapreocupado por algo. Lo acompañé hasta la entrada y observécómo subía a su auto y se alejaba en dirección a la derecha, queconducía a la avenida principal a pocas calles de allí.

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En cuanto cerré la puerta con seguro, apoyé la espalda enella y me dejé caer lentamente al suelo, pensando en lo quehabía sucedido aquel día. Si yo deseaba odiar a James solo porlo que había sucedido en la fiesta, me sería un tanto imposible,considerando que era bastante agradable. Me era afable el hechoque no pareciera de esos chicos que encerraban secretos, queeran totalmente reservados y fríos con las personas a sualrededor. Repito: era simplemente agradable.

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James.

Si existía algo que no me esperaba, eso era a mi hermanogritándome a través del teléfono solo por decirle que estaba encasa de Elle. Sí, está bien, es su novia y la cosa no se veparticularmente bien; pero no había sucedido nada, sino quehabía ido en su ayuda. Sin embargo, el amo de la exageración yla paranoia de la familia Clearwater no me haría pasar deaquella noche sin antes encontrar algo que echarme encima.

¿Qué más da? No sería la primera ni la última vez quesucediera. No me refería a estar en la casa de su novia, sino aque se enfadara sin razón conmigo. Asumí entonces, mientrasviraba a la izquierda en la avenida principal, que podría estarborracho, al igual que todas esas veces que sucedía algoparecido. Suspiré audiblemente con la idea que todo fuera porello. Ben tenía un problema con la bebida, que lo convertía enalguien no muy agradable, lo que me llevaba a pensar en Elle ylo poco que sabía acerca de mi hermano. Llegados a este punto,se lo revelaría, pero, como hasta el momento, de seguro creeríaque solo bromeaba con ella. Sería mejor si lo descubría por símisma.

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Pensando en Elle, acabé recordando aquella tarde, ycomencé a reír con su pregunta acerca de mi bipolaridad.Definitivamente no lo era, eso se lo dejaba a mi madre, pero eragracioso el que lo hubiese mencionado; y pese a que ellaencontrase en sí misma demasiados defectos como para serconsiderada una persona normal, no pasaba inadvertido el hechoque todo eso formara parte de su más grande virtud; y por ellome agradaba. Lástima que por alguna razón intentase odiarme,pues de otra manera, desde hace tiempo, habríamos sido…amigos.

Tomé una bocanada de aire y esperé pacientemente a que lafila de autos detrás del semáforo en rojo comenzara a avanzaruna vez este cambiara. Tamborileé un poco en mis piernas, sinsaber muy bien qué más hacer, y seguí esperando. Generalmenteme gustaba viajar junto a la radio encendida, pero en aquelmomento no me encontraba con el ánimo suficiente para ello.

Entre suspiros, pensamientos inservibles y una cantidadanormal de paciencia que había generado durante el último añode docencia en una secundaria para no morir de estrés en mitrabajo, llegué al departamento que Ben y yo compartíamosdesde comenzada la universidad, y que hace tiempo deseabadejar atrás. Ya que sentía un miedo irracional a las escaleras deledificio ―tenía la sensación constante que alguien me seguía―,esperé al ascensor para dirigirme al sexto piso y de ahí aldepartamento 6-B.

Abrí la puerta y me encontré con las luces encendidas y aBen sentado en el sofá, viendo televisión. El lugar no olía aalcohol, por lo que asumí que, si se encontraba borracho, nohabía bebido en el departamento. Me apoyé de costado en la

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puerta de entrada, viendo directamente hacia él, con expresiónseria e imperturbable mientras me cruzaba de brazos.

―¿Dónde has estado? ―preguntó sin siquiera desviar lavista. Enarqué las cejas un segundo y me alejé de la pared, peropermaneciendo erguido en aquel lugar.

―¿Dónde estuviste tú? ―dije con intencionada dureza.Finalmente, se levantó del sofá y se ubicó a un metro y mediofrente a mí.

―¿Acaso importa? ―inquirió. Enarqué una ceja.

―Pregunto lo mismo ―contraataqué. Ben enarcó las cejashacia mí y cruzó los brazos sobre el pecho, tal cual había hechoyo un momento atrás―. Además ―continué―, no responderé aalgo que mencioné hace media hora durante tu llamada. ¿Estásborracho?

―Para nada ―negó―. Sucede que estoy muy lúcido.

Mi expresión fue invadida por curiosidad; sentía grandesdeseos de saber a qué rayos venía tanto misterio, y brusquedad.Es decir, ni siquiera sabía si había hecho algo malo. Me encogíde hombros y pregunté qué estaba sucediendo, y se limitó apermanecer en silencio durante un momento, hasta querespondió con otra pregunta que no me sorprendió ni memolestó, en realidad.

―¿Qué hacías en casa de Elle?

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Le dirigí mi mejor expresión de «¿eres idiota?» y me encogíde hombros.

―Sucede que tuve que buscarla a mitad de la nada porquesu auto se averió y el idiota de su novio había desaparecido,luego la llevé a su hogar, ¿es tan difícil comprender ello?―expliqué, comenzando a perder la paciencia, avanzando haciala cocina por algo de agua. ¿Esperaba que titubeara y mintiera?Pues bien, eso no sucedería; mi conciencia estaba limpia y notenía problemas en decir nada. Algo que, por supuesto, él nopodía igualar―. ¿A qué va todo esto? ―pregunté, esta vez concansancio.

―¿Recuerdas la fiesta? ―dijo de pronto, aún con molestia,pero de manera más… cautelosa.

Seguí caminando hasta hallarme frente al refrigerador, delque saqué una botella de jugo, pues se había acabado el aguamineral. Demonios, odiaba olvidar ir al supermercado. Estúpidotrabajo.

Mientras servía la bebida, noté a Ben de brazos cruzadosbajo el umbral de la puerta. Lo observé, con una ceja enarcada,mientras tomaba el jugo hasta que, un segundo después,respondí.

―Especifícate ―ordené―. La última fiesta a la que asistísucedió hace poco más de un mes. ―La fiesta en la quecasualmente conocí a Elle.

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―Precisamente esa ―asintió―. Dime, ¿qué sucedió aquellanoche? Porque me han dicho algo muy interesante que hacesemanas me perturba.

«Demonios», pensé, ahora entendía por qué tanto drama.Bien, supuse que aquella sería una muy larga tarde, y quizá todoabarcara la noche.

―¿Sabes? ―continuó al ver que no otorgaba respuesta―, siharás algo que no deberías en una fiesta de universidad,recuerda que hay personas demasiado cotillas por ahí. ―Seacercó hasta encontrarse a menos de medio metro de distanciade mí. Aquello no auguraba nada bueno―. Si eres el perfectohermano que todos dicen, responde: ¿besaste a Elle durante esafiesta?

Bueno, ahí estaba la pregunta que todos ―y por todos merefiero a mí― estábamos esperando. Sin rodeos, lo miré conseriedad a los ojos, ya que, como he dicho, no tenía nada queesconder, y con firmeza dije: «Sí». Lo que obviamente no meesperaba, fue el puñetazo que dio a mi mandíbula un segundomás tarde. Pronto sentí un sabor agrio y metálico en mi boca ysupe que había cortado la cara interna de mi mejilla con losdientes.

―¿Qué demonios te sucede? ―exclamé mientras masajeabami mandíbula de manera que el dolor no pareciera tan profundocomo en realidad era.

―Deberías agradecer que fue un golpe y no destrocé turostro ―espetó, sacudiendo su mano, y una mirada que podríaasesinarme con la furia que desprendía.

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―Muy bien, considerando mi situación, no tengo idea hastaqué punto merecía eso ―repuse enfadado―. Escucha esto:jamás mencionas el nombre o la apariencia de aquellas con lasque sales, por lo que, teniendo en cuenta que me encontraba enuna fiesta, hablé un poco con ella y sí, la besé; pero no supequién era en realidad hasta el día siguiente.

―Entonces la culpa es de Elle.

―No pienses por un segundo que la culpa es de ella―advertí con severidad; y por la mirada que me envió, asumíque algo en la manera que lo dije, le indicó algo―. Pero deigual manera no tendrías que enojarte de esa manera.

―Vamos, ambos sabemos muy bien que si tú,particularmente, asistes a una fiesta, permaneces junto aaquellos que conoces. Apuesto que la habrías invitado a salirdespués de ello. ―Tomé una respiración profunda; era un ascotener hermanos―. Sí lo habrías hecho ―asintió conresignación.

No respondí, me limité a observarlo fijamente, con el ceñofruncido. Lo único que ganaría sería otro puñetazo, y nonecesitaba más futuros cardenales. Una persona normal creeríaque Ben estaba siendo ridículo, incluso yo lo hacía; pero enaquel momento, estaba demasiado enfadado como para entrar enrazón.

―¿Sabes una cosa? No tengo tiempo para una situación tanestúpida como esta. Estaré disponible cuando vuelvas a seralguien normal ―dije, comenzando a caminar hacia mi

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habitación. Sin embargo, antes que pudiese pasar por su lado,me detuvo empujando mi hombro y luego tomando el brazo demi camisa en un puño―. ¿Qué? ―espeté.

―No sé si sucedió otra vez, o lo que sea que estésucediendo, pero te diré una cosa: aléjate de Elle ―susurró conuna amenaza implícita.

Me giré hacia él con confusión. ¿Realmente acababa dedecir eso? Sí, claro, como si fuese a escuchar y luego irmecaminando felizmente de regreso a mi habitación. Nunca en estavida. Me salí de su agarre y lo enfrenté.

―¿Quién crees que eres para decir eso? ¿Su dueño?―pregunté con severidad―. Si es así, entonces eres un idiota.La chica que está a tu lado no es un objeto que puedes manejar ode la que puedas adueñarte. Y si no vuelvo a verla será porqueella me obligue, no porque tú lo digas.

―¿Y a ti qué te importa? ―gritó, empujándome en el pechocon fuerza. Me habría encantado que Elle estuviera allí,apostaba lo que fuera a que le habría dado un par de golpes alimbécil frente a mí―. Entiende que diré y pensaré lo que quierade ella, pues hasta donde sé, es mi novia, no tuya.

Habiendo perdido todo rastro de paciencia en sus últimaspalabras, asesté un golpe a su rostro que ―al ser tomado porsorpresa― lo dejó caer al suelo. Estaba a punto de decirle algocuando se levantó y me golpeó de regreso; a la segunda vez quelo intentó, lo detuve, lo tomé por el cuello y empujé contra lapared.

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―Mira bien, gran imbécil, deja a Elle fuera de lo quesucedió en la fiesta y ya supéralo. Ni que tú fueses un santo―susurré hacia él con aspereza. Sin embargo, Ben rio.

―Eres un hipócrita. Después de aquello, lo que menospuedes hacer es decir eso ―señaló con diversión. Lo empujé unpoco más hacia la pared y luego lo solté con brusquedad.

―Ya supera el hecho que ninguno de los dos sabía quién erael otro; por lo tanto, ten en cuenta que el hipócrita aquí no soyyo, y ambos lo sabemos. ―Acomodé mi camisa―. Sinembargo, no me quedaré a ver lo que sea que hagas con Elle.

―¿A qué te refieres con eso? ―preguntó, con el ceñofruncido. Comencé a caminar hacia el baño y me detuve.

―En menos de una hora estaré fuera. Me voy de aquí.

―¿Por qué en una hora?

―Es lo que tardaré en limpiar mi rostro y tomar lo que seaque haya en mi habitación ―respondí ya con un tono mástranquilo; y acto seguido, ingresé en el baño.

Algo de cuarenta minutos después, las cosas másimportantes ―ropa, libros, las actividades de mis alumnos, entreotras cosas― se encontraban dentro de mi auto, y yo habíacambiado mi camisa a otra que no tuviera sangre. Mientras salía,Ben no me había dirigido la mirada, y lo creía mejor así; ya quepor mi parte solo quería golpearlo, para saber si de esa maneradejaría de ser un niño ridículo. Es decir, aún no terminaba de

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hallarle sentido a todo lo que había sucedido. Lo que sea, ahoradebía encontrar un nuevo lugar donde vivir.

Tomé mi celular y llamé al primer número que cruzó mimente. Nicole, la chica que se había convertido en mi mejoramiga, contestó al primer tono.

―Hola, Percy ―saludó. Fruncí el ceño con diversión y meeché a reír.

―No puedo creer que Elle lo haya mencionado ―afirmé,recuperando algo de buen humor.

―Bueno, llegó temprano a trabajar y mencionó la nuevamanera de llamarte. La verdad es que sí te queda ―dijo,divertida y con algo de dificultad; tal vez se encontrabahaciendo algo en la cafetería, o eso indicó el grito de fondoproveniente de Melanie para que atendiera una de las mesas.

―Oye, necesito un favor ―expliqué, esperando surespuesta.

―Dispara.

―¿Recuerdas que tu hermano trabaja en el mercadomobiliario? ―pregunté cautelosamente―. Pues necesito sunúmero ―añadí en cuanto asintió.

―Lo pides, lo tienes ―concedió―. Y por mera casualidad,¿qué sucedió para que necesites de sus servicios?

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―Oye, hablando así hasta parece que te pedí el número deuna prostituta.

―Ese es John, mi hermano prostituto ―estuvo deacuerdo― Pero no has respondido mi pregunta.

―Bien, te contaré la historia, pero primero dame su número―pedí mientras viraba hacia la derecha. En realidad, no teníauna idea clara de adónde ir, asumí que mi rumbo se especificaríaadonde fuese que John me enviara para hablar.

Una vez que tuve el número, lo único que restaba eracontarle a Nicole la razón por la que estaba dejando eldepartamento. Y lo cierto es que, una vez terminé, pareció queno dejaría de reír.

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―Sabes que te adoro, pero si no dejas el teléfono, te mataré―dijo Melanie hacia Nicole, que no dejaba de reírse por lo quesea que la persona al otro lado de la línea le había dicho. Erararo, porque me dirigió una mirada y la risa se intensificó.

Bueno, y después era yo la chica anormal. No me hagan reír.

―¡Elle! ―un grito de Melanie llamó mi atención; malditasea ella por su voz potente, de seguro reventó los tímpanos de laniña a su lado en el mostrador.

Me volteé y caminé hacia ella, me esperaba con un anotadoren su mano derecha, lo que me recordó que había dejado el míoen algún lugar y me encontraba buscándolo. Ahora sabía quésucedió con él. Antes de llegar al mostrador, salté con sorpresacuando sentí una mano posarse en mi hombro, y de no serporque escuché la risa de Nicole, alguien habría acabado el díacon un ojo morado. Odiaba que me tomasen por sorpresa de esamanera.

―Oye, perdona por las miradas de antes; pero estabahablando con James y mencionó algo muy gracioso que sucedióesta tarde ―explicó, con una sonrisa que igualé un segundo mástarde. Eso lo decía todo.

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―¿Qué sucedió esta tarde? ―preguntó Melanie concuriosidad desde el mostrador mientras le daba su cambio a unaseñora mayor.

―No te lo diré en este preciso momento, si puedo evitarlo―me apresuré a negar mientras caminaba hacia ella y tomaba elanotador―. ¿Adónde?

―Mesa siete ―respondió de manera «adorable». Sí, era raroviniendo de ella.

Sonreí hacia ella mientras iba hacia la dichosa mesa siete,donde tres adolescentes reían sin parar al mismo tiempo queveían la pantalla del teléfono perteneciente a una de ellas.Conforme avanzaba, me pregunté si yo me había visto tanestúpida a los dieciséis años; y no dudé en responder que,efectivamente, sí lo había hecho.

Más tarde, entre pedido y pedido, pensé en el hecho queJames había mencionado a Nicole lo que había sucedido horasatrás. Creo que lo mataría, ya que el pensar en aquello teñía mirostro de «Rojo Incomodidad», y el que ella lo supiera, lograbaque el color se intensificara a «Rojo Vergüenza». Solo para queconste, desde pequeña nombraba a los colores con las distintasmaneras de humillarme a mí misma.

Una vez acabada mi labor en la cafetería, bueno, nuestralabor, Melanie y yo nos dirigimos a su casa, donde encontramosa Jenn con una cantidad imposible de actividades para la escuela

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sobre la mesa. Jamás comprendería por qué Melanie enviaba asu hermana menor a una secundaria donde comenzaban el cicloescolar con un mes de anticipación. ¿No veían acaso que laspersonas se sofocan con el calor más el horario escolar? PorDios, instituciones desconsideradas.

―¿Cómo está mi preadolescente favorita? ―pregunté,acercándome a ella para depositar un beso en su mejilla. Lajoven hizo una mueca y se dejó caer sobre la muralla de papelesen la mesa.

―Terriblemente exhausta. Definitivamente mi profesor meodia. Bueno, a todo el curso, en realidad ―reflexionó con pesarantes de regresar.

―A juzgar por lo que veo, es tarea de ciencias, ¿tu profesorno era el mismo del año anterior? ―pregunté con curiosidad,extrañada del hecho que el profesor Collins le dejara tantasactividades; el año anterior no había sido tan pesado.

Jennifer me dirigió una mirada de ojalá-ese-fuera-mi-profesor y volvió a suspirar.

―Este año ingresó uno nuevo. No tengo nada en su contra,ya que hace las cosas divertidas, pero esta semana decidiódarnos bastantes actividades ―explicó con cansancio―.Estúpido Clearwater ―añadió mientras tomaba su calculadora.

Fruncí el ceño. ¿Realmente había…? No, podía sercualquiera. Después de todo, solo era un apellido y podríanexistir muchos profesores con él. Lo pensé un momento, pero nopude evitar voltearme hacia Melanie, que se encogió de

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hombros; al parecer desconociendo al profesor de su hermanamenor.

―¿De casualidad tu profesor se llama James Clearwater?―pregunté cautelosamente. Jenn frunció el ceño hacia mí ytomó un trago del café a centímetros a su lado.

―Sí, ¿lo conoces? ―respondió. Cuando asentí, volvió asuspirar―. Pues entonces pídele que sea más tolerante y dejemenos actividades. Esto es lo de un año.

Melanie y yo comenzamos a reír ante su petición, y luego deprometer que lo haríamos, nos dirigimos a la cocina. Mientras,ella hacía café y yo revisaba sus alacenas, buscando ingredientespara hacer galletas. Dato acerca de mí que, por supuesto, a nadiele interesa: amo cocinar galletas y pasteles. Eso explicaría porqué no poseo cuerpo de súper modelo… Creo.

―Oye, tengo algo que decirte. Solo para que lo tengas encuenta ―anunció Melanie de pronto. La miré, con el ceñofruncido, mientras amasaba, sorprendida por la seriedad de sutodo. Notando que no contestaba, respondió―: ¿Recuerdas aMary Elizabeth?

―¿Tu abuelastra? ―pregunté con diversión, recordando a lamujer de su abuelo. Ya que en su momento había sido madrastrade su madre, me gustaba decir que era la «abuelastra» deMelanie y Jennifer. Sonaba chistoso.

―Esa misma ―asintió; yo seguí atenta tanto a ella como ami masa―. Lo que sucede es que la semana que viene es sucumpleaños, y nuestro bisabuelo y ella nos esperan para el

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festejo a Jenn y a mí; por lo que estaré en Londres los próximoscinco días a partir de mañana ―explicó, con una disculpaapenas perceptible.

―¡¿Qué?! ―chillé, deteniendo mi actividad―. Por favor¡no me dejes! ―pedí con desesperación.

Melanie lanzó una carcajada y comenzó a golpear la mesa.Muy bien, no sabía qué, en lo que dije, fue precisamentegracioso.

―Vamos, Elle, sabes que no podemos faltar ―insistió encuanto se calmó.

―Sí, lo comprendo ―dije―. Sin embargo ―seguí,comenzando un mohín―, me dejarás aquí y no tendré esperanzaalguna de superar lo que sea que suceda en mi vida.

Está bien, había sonado muy narcisista, egoísta o lo que sea.

―Ya verás que nada sucederá. Además, serán pocos días ypuedes llamarme por teléfono. Solo estás siendo una niña―señaló.

―Sí, me comporto como una niña; y ahora comenzaré arecitar las canciones de Barney, el dinosaurio solo parademostrar tu punto ―bufé, cruzándome de brazos, recordandodemasiado tarde que tenía las manos enharinadas―. Agh, quéasco ―refunfuñé, sacudiendo las manos.

Melanie avanzó hacia mí, extendiendo un paño para quepudiera limpiarme, al mismo tiempo que intentaba consolarme

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diciendo que nada malo sucedería mientras yo no lo permitiera.Dicho así, hasta parecía que me perseguía un asesino o algo así.

Tres horas más tarde, alrededor de una bandeja de galletasde naranja recién horneadas y junto a tres tazas de café con algode crema batida y caramelo, le conté a Melanie y a Jenn lo quehabía sucedido aquella mañana y más tarde; desde acabar varadahasta llegar a casa. No sé hasta qué punto era bueno que Jennescuchara la «anécdota», pero si Melanie no había dicho nada encontra, ¿qué más da? Yo tampoco lo haría.

―Por Dios, no puedo creer que hayas olvidado tu bata debaño ―exclamó Jenn, carcajeándose.

―Y además tuvieses que llamar a James. Supongo quesirvió de algo el que me encontrara en una reunión por laescuela de ballet ―reflexionó Melanie antes de tomar un tragode su cfé.

―Bueno, gracias a ambas. En serio las aprecio ―respondísarcásticamente.

Tomé un par de galletas y me limité a comerlas mientrasambas hermanas reían, y a continuación comenzaban a planearlos últimos detalles de su ida a Londres, al parecer a primerahora de la mañana siguiente. Agh, aún estaban a ocho horas deirse y ya las extrañaba.

Golpeé de manera insistente unas tres veces la puerta deldepartamento que Ben y James compartían. Hacía dos horas,

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Melanie y Jenn subieron al avión que las transportaría aLondres, y después de pensarlo, decidí darle una visita a Ben.No era particularmente controladora ni nada por el estilo; perodado que el día anterior no había respondido en ningúnmomento del día mis llamadas, sentía una intensa necesidad desaber si algo le había sucedido.

Algo de cinco segundos más tarde, la puerta fue abierta, yentré cautelosamente al departamento al no ver a Ben porningún lado. Justo detrás de la puerta se encontraba él, parecíarecién levantado de la cama, a pesar de ser mediodía, y unenorme cardenal cruzaba su mejilla izquierda.

―¿Qué demonios te sucedió, Ben? ―pregunté/exclamé congran preocupación mientras me acercaba a él. No obstante, hizouna mueca de disgusto y se alejó de mí. ¿Y eso?

―Nada importante. ¿Qué haces aquí? ―espetó conbrusquedad, sin mirarme a los ojos. ¿Me había perdido de algo?Si era así, entonces ilumínenme.

Enarqué una ceja hacia él, con molestia, me crucé de brazosy permanecí tiesa en mi lugar sin hacer ningún movimiento.

―Mira, si tuviste una riña por la noche, bien; pero no temetas conmigo ―lancé con enfado creciendo en mí. Lo quemenos recomendaba era hacerme enojar.

―Tienes razón. Lo lamento ―se disculpó, un poco mástranquilo. Sin embargo, yo ya estaba enojada, y no se libraría demí tan fácilmente―. ¿Qué sucede? ―preguntó con el mismotono cargado de tranquilidad.

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―¿Dónde estuviste ayer? ―quise saber, aún sin dejar atrásmi postura de «Estoy molesta. No me toques».

―¿A qué te refieres? ―preguntó con dureza. Rodé los ojosy me obligué a explicar.

―Wow, no tienes por qué ponerte a la defensiva―exclamé―. Aun así, lo que quiero decir es que ayer parecíasdesaparecido del mapa y quería saber qué sucedió.

―Nada en especial.

Me encontraba observándolo mientras me replanteaba quétan buena idea había sido aparecer en el departamento cuandome percaté de la ausencia de James. De seguro estaba dandoclases, pero nunca se sabía.

―¿Y el nerd? ―pregunté, advirtiendo la sonrisa queaparecía en mi rostro. Ya tenía dos apodos: «Percy» y «nerd».Solo de pensarlo me causaba gracia.

―¿Quién? ―respondió él mientras me dirigía una miradacargada de incredulidad. Suspiré mientras reprimía la necesidadde golpearlo y gritarle: «¡Ya, deja de ser un idiota!»

―Ya sabes, tu hermano ―manifesté como si fuera lo másobvio del mundo―. Es que dado a que es profesor de ciencias…

Sacudí ligeramente la cabeza, de manera que comprendierala obviedad de mis palabras, pero solo recibí un asentimiento yque se volviera hacia el pasillo, dirigiéndose a la cocina.

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―Qué extraño que lo sepas ―dijo secamente―. No le gustaque la gente lo sepa. Peor supongo que no me extraña.

Muy bieeeeen, ya no entendía nada. Repetiré una preguntaanterior: ¿me perdí de algo? Y formulé otra: ¿hice algo? Lo quesea, aquí no era yo quien se estaba comportando como un idiotao evitando preguntas.

―Si es realmente necesario, entonces te mencionaré queJames se fue del departamento. Y si no me crees, ve suhabitación ―confesó, con una ligera nota de desprecio que mesorprendió.

¿Había sucedido algo malo? No lo sabía, pero no memolesté en preguntar. Si permanecería evitando preguntas ocomportándose como un imbécil, pues entonces no mearriesgaría. Si volvía a verlo, le consultaría a James, quizás fueramás… accesible con ello.

No permanecí mucho más tiempo en el departamento. Habíaintentado recibir algo de información acerca de cualquier cosa, yya que Ben estaba más distante e imposible que nunca, decidíirme.

A media tarde, mi madre llamó a mi celular para invitarme auna cena aquella noche, y ya que tenía el día libre, no teníamuchas excusas para evitar un «sí».

De haber sabido que mi abuela y mi tía también estaríanpresentes, habría fingido una repentina laringotraqueobronquitis.

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Sí, lo sé, nombre demasiado complicado para siquiera pensar enél. Incluso se me trababa la lengua al intentar pronunciarlo.

Pero en fin, volviendo a mi idea de plantear una enfermedadfingida, debía admitir que era realmente estúpida. Superandolímites, de hecho; y ya que básicamente había accedido a asistira la estúpida cena, tenía que enfrentar las consecuencias comouna persona responsable de sus palabras y… Muy bien,demasiadas estupideces juntas saliendo de mi mente para ocuparel siguiente año.

Básicamente, mi plan para aquella noche era ignorar a dosde las personas que peor me caían en la tierra y limitarme a«disfrutar» lo más que pudiera la cena. Por qué odiaba a Aliceera imposible no comprenderlo; y, además, ya lo había dicho ysoy muy floja como para repetirlo, pero en cuanto a mi abuela,bueno, la odio porque todo lo que haya dicho de mi tía, en ellahay que multiplicarlo por cien. Técnicamente era la culpable dela actitud de su hija menor.

Ni siquiera me molesté en vestirme de gala al mejor estiloAlice Newman, ya que de hecho no era más que una estúpidacena-poco-usual con mis padres; lo que no ameritabaprecisamente mi mejor ropa. Eso, por un lado; y por otro, que notenía mi «modista personal» echando mi ropa sobre la cama yexigiéndome que vistiera de manera decente.

En aquel momento, me encontraba patéticamente en silenciomientras atacaba mi plato, sin reparos en la gente a mi alrededor,aunque teniendo en cuenta cada una de las cosas que decían, loque no era más que una que otra estupidez por parte de miabuela acerca de lo último en moda y belleza. Cada vez que mi

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vista se deslizaba muy accidentalmente hacia mi tía, descubríaque esta me observaba con el ceño fruncido, aunque un segundodespués desviaba la vista hacia otro lado. Así fue durante lamitad de la cena.

Primero Ben y luego Alice; no pude dejar de preguntarmequé rayos le sucedía al mundo con comportarse de maneraextraña.

―Elle.

La voz de Alice, luego de cenar, mientras me dirigía hacia lacocina, me detuvo a medio camino. Me volteé hacia ella y ledirigí una mirada que, sin necesidad de palabras, inquiría:«¿Qué deseas?», de la manera más hipócrita que una personapodría pronunciar. Ella suspiró como si se preparara para algogrande, y dijo:

―¿Podemos hablar? ―Confundida, fruncí el ceño haciaella, y a continuación, incliné mi cabeza unos centímetros.

―¿Lo dices en serio? ―pregunté con incredulidad.Posiblemente porque su tono causaba la suficiente curiosidadcomo para creer que la chica estaba equivocándose de persona.Es decir, ¿Alice Newman quería hablar conmigo?Definitivamente no podía creerlo.

Con un nuevo suspiro, Alice asintió de manera tímida y semovió incómodamente en su lugar.

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―Por supuesto; solo hablar ―respondió, frunciendo loslabios mientras se balanceaba sobre sus talones. Algo muyimpropio de ella.

―Bien, vamos a hablar ―acepté, con un encogimiento dehombros, y finalmente le hice un gesto para que me siguierahacia mi habitación.

Solo una cosa podía suceder en una «charla» junto a mi tía,y esperaba con todo lo que podía que no fuera el caso, o alguienacabaría con su manicura y cabello perfectos totalmentearruinados. A Elle Daniels no le molestaba ensuciarse las manos.

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Cerré la puerta de mi «exhabitación» sin seguro, por si acasodebía salir corriendo de allí, y me apoyé con la espalda sobreella por la misma razón. Alice se sentó de manera demasiadodelicada sobre la cama y pasó las manos sobre la falda de suvestido beige tantas veces que creí que acabaría por plasmarloen su piel. Era extraño; se veía… nerviosa.

Ahí iba otra cosa muy impropia de mi tía.

Aquel día me estaba asustando.

―Bueno… ¿Qué es tan importante como para que deseeshablar conmigo? ―inquirí, con sequedad, sintiéndome algoextraña por la situación en la que nos hallábamos.

Alice vaciló un momento, moviendo sus manos connerviosismo antes de responder.

―Mira, Elle, esto será algo difícil de hacer, por lo quetendrás que juntar toda la paciencia que posees y depositarla eneste momento ―explicó. Básicamente no comprendí a qué serefería, por lo que solo asentí con la cabeza y esperé a quecontinuara―. Entonces, comencemos: creo que te debo unadisculpa. Una muy grande, de hecho.

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Fruncí el ceño con incredulidad, mientras reprimía misintensos deseos de reír en su cara. ¿Alice Newman comenzaba apedir disculpas? ¿Es que aquel día no podía dejar desorprenderme? Bueno, era realmente raro; y la estupefacción enmi rostro durante aquel momento, lo demostraba.

Alice enarco una ceja hacia mí y suspiró mientras negabacon la cabeza.

―Oye, no me mires así ―pidió―. Lo estoy diciendo deverdad. Necesito disculparme contigo por todo lo que he hechodurante la secundaria. Sé que fui cruel, narcisista, egoísta, queme comporté como la cucaracha más insignificante queexistiese. Pero esa no era yo, nunca fui yo.

Con esa pequeña explicación, se quedó callada un momento;la observé con cautela, ya que, si bien sus palabras parecíansinceras, yo sabía que era una excelente actriz, y me eraimposible no ser escéptica ante lo que acababa de decir. Y elhecho de que en realidad fuera bastante dudosa con todo elmundo, no tenía nada que ver en eso.

―Explícate ―pedí, aunque de hecho sonó más como unaorden.

Alice suspiró.

―Mira, la cosa es… que mi madre siempre ha estadoterriblemente obsesionada con la idea de «belleza» que tedemuestran las modelos, actrices… Barbies. ―Sacudióligeramente la cabeza y su vista se posó perdida en el suelo,

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como si estuviera rememorando algo―. Lo malo es que esaobsesión pareció intensificarse con mi hermana (tu madre), quesiempre le gustó ser «una de los chicos», supongo que meentiendes; y eso la llevó a convertirme en su pequeña muñeca decabello, ropa y maquillaje perfectos. A esa simple idea le siguióel enviarme a escuelas de modelaje, pasar por decenas depeluquerías (como si fuera realmente necesario para una chicade doce años), e intentar lavarme el cerebro para que actuaracomo toda una mimada niña rica que pronto se convertiría en lachica más cruel y popular de la escuela. Lo cual sucedió…,porque tuve que actuar, y por lo tanto fingir que aquella era mipersonalidad, que en serio me gustaba ser tan estúpida y vacía;para mantener aquella «reputación».

Se detuvo un momento y al fin levantó la vista hacia mí. Seveía algo perturbada, y era injusto que aun de esa manerasiguiera viéndose perfecta. En algún sentido envidiaba esacapacidad. Como sea, si había entendido bien lo que acababa deexplicarme, todo ella era una fachada producida por la obsesivade mi abuela. Genial, comprendido, pero ¿adónde iría el resto desu relato?

―Siguiendo con todo esto ―continuó, con un suspiro―, eltener que actuar como la cliché popular-rubia-malvada de laescuela secundaria conllevó a que tú me detestaras y yo te dierarazones para que lo hicieras con mis acciones y actitudes…

―Caballo verde ―protesté, recordando un almuerzo cuandoteníamos catorce años, en el que una de sus «amigas» me lanzóun postre que tiñó temporalmente mi cabello y el de Melanie averde. Luego de ello, Alice nos había observado con pesar,aunque asumí que lo había imaginado, porque un segundo

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después comenzó a mofarse de nosotras al igual que suscompañeros.

―Exacto ―estuvo de acuerdo―, pero déjame acabar―reprimió con tranquilidad, sin hacer caso a la mirada que ledirigí―. La cuestión aquí es que, básicamente, yo seguía unestereotipo, de modo que mi madre no me hiciera la vidaimposible como todos dicen que hacía con mi hermana.―Suspiró―. Eso explicaría básicamente toda mi historia en lasecundaria.

―Entonces, lo que intentas decirme es… ¿que jamás hassido la megalómana-Barbie-superficial que Melanie y yocreímos siempre que eras? ―pregunté con una cantidad épica deincredulidad. Lo siento, pero no podía simplemente creer lo quedecía y ya.

―Es lo que intento decirte ―coincidió, con una sonrisasincera, y no una de esas llenas de suficiencia que habíaconocido desde pequeña―. ¿En realidad creías que me gustabavestir cosas tan ajustadas, zapatos de tacón alto y faldas que,prácticamente, no dejaban nada a la imaginación todo el día?¿Pensaste que amaba estar todo el día completamente perfectacomo muñequica Barbie, lista para empacar? ¿Que adoraba serel centro de atención y la reina de la histeria de la secundaria?―Hizo las preguntas de tal manera que no fue difícil imaginarque su vida podría haber sido una tortura; comenzaba a sentirmealgo rara con respecto a ella, no lo sé, era diferente―. ¿Creíasque me gustaba estar rodeada de un montón de patéticasmediocres que solo esperaban obtener algo de mí, o de huecosbasquetbolistas que solo deseaban entrar en mis pantalones?―continuó, esta vez riendo para sí misma, y yo la igualé―. ¡Por

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supuesto que no! Era exasperante, y la verdad es que todaaquella persona que esté de acuerdo con todo ello, debe serterriblemente anormal. O no pertenece a este mundo.

Muy bien, el día ya de por sí era extraño, y Alice estabapotenciando su anormalidad. Sonaba terriblemente sincera, y yano sabía cómo leer entre líneas a sus palabras y expresión.Supuse entonces que no había nada qué analizar, que las cosaseran como se demostraban, y ella estaba intentando realmenteiniciar una disculpa; creo que lo mencioné varias veces, pero meera imposible creer que ella jamás fue la «niña bonita» quedemostró ser.

―Mira, la verdad es que, interiormente, siempre fui unagran nerd, y envidiaba lo que el resto de las personas tenían.Libertad para ser ellos mismos ―dijo, regresándome a larealidad.

Enarqué las cejas hacia nada en particular y me preparé pararesponder… Demonios, no tenía idea de qué decir o hacer,difícilmente volvería a ver a mi tía como la cucaracha concabello perfecto que conocía; pero ya qué, eso no borraba el queme hiciera la vida imposible durante la secundaria. Está bien,fueron pocas las veces que me humilló de verdad, ya que, enrealidad, lo hacían sus compañeras, pero de igual manera no lodetuvo.

―Entonces ―comencé finalmente, luego de tomar unarespiración profunda―, ¿esperas que acepte tus disculpas? ¿Así,sin más?

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―No, Elle, no espero eso ―negó. La sorpresa en miexpresión fue evidente, ya que creí que diría otra cosa―. Noespero que hagas como si nada hubiese sucedido, porque sé quefui una zorra con Melanie y contigo. ―Bueno, eso era cierto―.Sin embargo ―continuó―, sí quiero que intentemos comenzaruna buena relación, ya que lo que menos deseo es que meconsideres una «enemiga» durante el resto de nuestras vidas. Heintentado hacer esto desde hace tiempo, pero siempre te haspuesto a la defensiva, por lo que he continuado con mi estúpidaactuación; y quiero acabar con esto. ―Se levantó de su asiento yextendió una mano hacia mí―. ¿Qué dices? ¿Crees quepodemos superar (pero no olvidar) lo que sucedió, y seguiradelante? Intentar…, no lo sé, ¿comenzar una posible amistad?

Intercambié la mirada entre su rostro y su mano un par deveces, sopesando mis opciones. Me sentía como esa fraseconocida de Shakespeare, pero con algunos cambios. Algo asícomo «¿Perdonar o no perdonar a Alice? Esa es la cuestión».Okay, estaba siendo ridícula; pero bueno, ¿cuándo no lo era?Porque creo que, siendo sincera, si fuera posible, en losdiccionarios junto a la definición de «ridículo», aparecería unafoto con mi nombre.

Alice enarcó las cejas, esperando mi respuesta, y decidiendofinalmente que sería una estupidez seguir dando vueltas a unasunto que hacía varios minutos hacía declarado cerrado, dijecon cautela:

―Estás consciente que debes disculparte con Melanie encuanto regrese, ¿no es así?

Una risita escapó de ella.

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―Por supuesto ―asintió.

―Bueno, esto no es raro ni nada ―dije, estrechando acontinuación su mano aún extendida―. Aceptaré tus disculpas,pero ten en cuenta esto: haz una cosa, cualquiera, y tu vida seconvertirá en un infierno ―advertí por último. Estaba hablandomuy en serio; no permitiría que volviese a pisotearme. Era suúnica oportunidad.

―Tenlo seguro, no haré nada que arruine lo que acabo dedecir ―aseguró, acompañando sus palabras de una sonrisa.

Otra menos entusiasta se formó en mi rostro mientras mereplanteaba mi decisión; probablemente me arrepintiese afuturo, pero ¿qué más da? Había hecho tantas estupideces en mivida que una más no me haría daño.

Lo cierto es que aquella «charla» junto a mi tía, habíacambiado radicalmente la forma que poseía de verla. Quizás, sipudiese funcionar y convertirme en su amiga…

Agh, nuevamente estaba contradiciéndome sola. Porenésima vez, necesitaba un golpe.

Al quinto día después de la ida de Melanie y Jenn, ya meencontraba terrible y patéticamente harta. No era como si no lahubiese llamado un par ―bueno, muchas― veces para contarleacerca de cualquier estupidez, incluyendo la disculpa de Alice;pero básicamente me sentía terriblemente sola sin ella rondando

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por ahí. Es cierto, era demasiado dependiente de mi mejoramiga, pero aquello habría sido menos penoso si mi novio no seestuviera comportando como un patán ―sí, dije «patán», ¿yqué?― ni se hubiera mostrado tan distante como el día despuésque acabé varada a mitad de dos ciudades. El cardenal que poraquel entonces «decoraba» su rostro, aún permanecíaprácticamente intacto, quizás de un color menos intenso, peroahí estaba. Me había cansado de preguntar a qué se debía, peroaprendí que sería imposible llegar a saberlo. De igual manera,mi problema aquel día, mientras atendía el mostrador ―sesuponía que era mi día libre, pero Melanie no estaba, y bueno,heme allí―, estaba en cuánto extrañaba los gritos de mi mejoramiga hacia todos, especialmente a Nicole y a mí.

―La vida es un asco ―declaré, jugando con la bombilla delbatido que una chica había pedido pero que salió corriendo dellugar antes que estuviera listo, por lo que entonces se convirtióen mío.

―Ey, tranquila, o me preocuparás, Daniels.

Enarqué una ceja ante el familiar sonido de la voz de James.Levanté la vista hacia él y sonreí, igualando la que se encontrabaen su rostro y me dirigía. No obstante, la sonrisa se atenuó encuanto avisté su pómulo derecho y lo noté morado. ¿Es queambos Clearwater tenían que acabar lastimados cuando lo hacíael otro? Era extraño.

―No te preocupes, no lo digo porque vaya a suicidarme―dije; sin embargo, aunque de igual manera sintiendocuriosidad sobre su pómulo.

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―Entonces, ¿por qué la vida es un asco? ―preguntó concuriosidad mientras se ubicaba tranquilamente en el taburetejusto frente a mí en el mostrador.

―Dudo que sea de tu incumbencia, Percy ―respondí yguiñé un ojo, recibiendo a cambio una ligera risa por su parte―.O debí decir «nerd» ―agregué, sin más detalles.

Percy, digo, James, frunció el ceño con incomprensión y acontinuación entrecerró los ojos hacia mí, como si pidiera unaexplicación. Me fue imposible no reírme de su expresión, con locual me gané una sonrisa confundida.

―¿Te suena el nombre «Jennifer White»? ―pregunté,haciendo mención de quien, yo sabía, era una de sus alumnas.En cuanto sus ojos se abrieron como platos, en comprensión,sonreí―. Exacto, ella es una de tus alumnas de ciencias.Supongo que descubrí tu oscuro secreto ―afirmé y comencé areír entre dientes, porque imaginar que James escondiera algomeramente «oscuro» era tan ridículo como el noventa por cientode las cosas que yo misma hacía.

―Sí, lo has hecho. Supongo que ahora tendré quesecuestrarte y luego matarte ―susurró, acercándose más a mí,fingiendo seriedad. Como buena persona que era, simplementeme reí en su rostro. Sí, excelente persona.

―No lo creo, mi amigo ―negué, con una sonrisa suficiente,y me crucé de brazos―. Aquí nadie logrará atarme, te loadvierto.

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―Claro, porque eres Divergente y no puedes ser controlada―repuso en broma, volviendo a su anterior posición en eltaburete.

―Diver… ¿qué? ―pregunté absolutamente confundida,aunque sonriendo al mismo tiempo que negaba ligeramente conla cabeza. James cerró los ojos con fuerza y comenzó a reír de símismo.

―Demonios, debo dejar de hablar contigo ―aseguró anadie en particular―, solo logras que diga cosas como esa.

―Bueno, solo logras que me confunda contigo ―estuve deacuerdo. El hombre era extraño a veces―. Primero me dices queCruel es bueno y ahora que soy Divergente, ¡y no tengo idea delo que ello significa! ―me quejé, haciendo movimientos con lasmanos. James sonrió y volvió a negar con la cabeza―. Vamos,explica por qué dices esas cosas tan extrañas. Ya sé que eresnerd, ¿qué puedes perder? ―insistí, volviendo a cruzarme debrazos.

Estuvo a punto de responder cuando dos chicas, queparecían hermanas por el parecido, llegaron al mostrador,pidiendo un par de cafés para llevar. Sonreí hacia ellas mientrasescuchaba lo que deseaban y lego hice un esfuerzo deproporciones épicas para no reír en cuanto noté que ambaslanzaban miradas no muy discretas hacia James y a continuaciónse reían entre susurros. Él se veía algo incómodo por lasituación; y sí, yo estaba pensando cómo usaría el momento a mifavor.

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Sí, como ya dije: yo era una excelente persona. Visto desdeun lado equivocado, completamente.

―Bueno, me debes una respuesta ―dije, sin embargo, encuanto ambas jóvenes, que no superaban los dieciocho, seretiraron. Lo sé, lo sé, debí haber seguido mis malévolospensamientos, pero decidí dejarlo pasar. Sentía más curiosidadpor comprender su «cosa» con decir frases extrañas.

―Si es realmente necesario, entonces bien, te lo diré―respondió, como si no tuviera más remedio. Enarqué las cejas,insistiendo, y volvió a suspirar―. Muy bien, dijo eso porque megusta leer y a veces suelo expresarme con frases o cualquiercosa referente a los libros que he leído ―confesó.

¿Eso era todo? ¿Leía? ¡Por favor!, si lo hubiera dicho antes,no habría creído que era una persona absolutamente anormal.Bueno, tampoco tanto, pero se entiende. La cuestión es quehabía vivido la mitad de mi existencia junto a una chica queamaba leer, y la mayor parte del tiempo lo estaba relacionandotodo con algo que había leído. Es cierto, romances, y en ningunohablaban de algo como «Divergente» o un tal «Cruel», que era,al parecer, bueno; pero básicamente, sí, ella hacía lo mismo.

Y como la excelente persona que ya mencioné que soy, perovoy a repetirlo de igual manera, porque ―y haré uso de laspalabras del chico frente a mí― soy Divergente y no puedo sercontrolada, tan solo me reí. Y considerando que él no leía lamente, la cosa no se vio particularmente bien, por lo que me viobligada a detenerme y explicar mi ataque de risa.

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―Siento eso ―me disculpé mientras James me observabacomo si le fuera un extraño acertijo―, pero tan solo mesorprendí. Creí que sería una terrible confesión, no eso. Es decir,Melanie también lee, y estoy acostumbrada a que haga lo mismoque tú ―expliqué y tomé un poco de aire antes de continuar―:El problema es que ahora tengo curiosidad, y amaría saber dedónde provienen ambas expresiones.

Observé cómo pese a su suspiro, James comenzaba a sonreír,e incliné un poco la cabeza mientras esperaba su respuesta.

―Una proveniente de Divergente, de Veronica Roth; la otrade Correr o Morir, de James Dashner ―concedió finalmente.

―Interesante ―susurré mientras me giraba hacia un hombreque acababa de acercarse al mostrador.

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―Tengo otra duda ―anuncié a James después de atenderunas cuantas personas que se acercaban―. Bueno, dos ―mecorregí un segundo más tarde.

―Eres libre de preguntar ―accedió mientras daba un sorboal café que pidió mientras preparaba un batido para otra persona.

―La primera: ¿por qué viniste específicamente aquí? Y lasegunda: ¿por qué te fuiste del departamento? ―inquiríentonces más intrigada por la segunda cuestión antes que laprimera.

―Te responderé en orden ―concedió y se acomodó un pocoen su lugar―. Estoy aquí porque Nicole me pidió que, alterminar de trabajar, la llevara a casa, pues su auto está enmanos de su hermana menor, Johanna ―explicó―. En cuanto alo segundo, digamos que mi hermano se comportó como unidiota, y decidí irme.

Entrecerré los ojos hacia él e hice una mueca de indiferenciamientras me encogía de hombros. En realidad porque de hechoaún sentía curiosidad acerca de su mudanza, pero no queríapresionarlo por detalles. Lo que menos necesitaba era que se

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encerrara en sí mismo y se comportara igual a su hermano. Escierto, la simple idea parecía estúpida, pero nunca se sabe.

Nicole se ubicó a mi lado en el mostrador justo cuandoformulaba mentalmente algo para decir algo a James. Estabasegura que tenía que decirle algo, pero no recordaba qué…

―Hermosas criaturas de la vida ―dijo mientras reposabasus codos sobre el mostrador y apoyaba la barbilla entre susmanos―. ¿Tienen un minuto?

James y yo nos encogimos de hombros al mismo tiempo, ycomencé a reír. Fue raro el gesto, pero ya qué, no lo explicaría;Nicole ya me veía como si estuviese loca.

―Muy bien, entonces, ¿recuerdan a Parker? ―preguntó,con los ojos entrecerrados. Asentí en reconocimiento a ParkerWilson, uno de los chicos de la universidad; después de Oliver,era el que más fiestas en su casa hacía, por lo que sí, sabía quiénera―. Perfecto ―prosiguió―, porque hará una fiesta mañanapor la noche y todo el mundo está invitado. Bueno, todo elmundo mayor de dieciocho años ―se corrigió al final.

―¿Mañana por la noche? ―preguntó James, enarcando unaceja.

―Eso dije, Percy ―asintió ella, sonriendo.

―Creo que ese nombre me torturará toda la vida ―selamentó, negando con la cabeza. Nicole rodó los ojos y volvió alanterior tema.

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―Entonces, ¿qué dicen?

No negaré que me gustan las fiestas, en cierta medida, pero,a diferencia de James, que asintió indiferentemente anunciandoque asistiría, yo me lo pensé mejor. Quizá pudiese hacer queBen me acompañara, pero si seguía siendo un imbécil, preferíaquedarme en casa junto a Robbie y mis pantuflas de perrito, yaque ni siquiera estaba Melanie para acompañarme.

Finalmente, me encogí de hombros y aseguré que me lopensaría, pero en todo caso ya sabrían si asistiría o no porquesería obvio.

―Quizá logre verte borracha ―dijo James, pareciendoesperanzado.

Comencé a reír y negar con la cabeza.

―Creí haberte dicho que no sucedería mientras pudieseevitarlo, Percy ―le recordé, señalándolo con el índice.

Definitivamente no podía emborracharme en esa fiesta; y silo hacía, debía controlarme con hacer cualquier cosa ridícula, oJames lo usaría para vengarse por la manera que tenía dellamarlo.

―No puedo creer que aún lo llames Percy; me recuerdamucho a esa película de semidioses ―exclamó Melanie condiversión a través de la línea telefónica.

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―Sí, y próximamente en cines veremos Percy Clearwater yel mar de los monstruos ―repuse, cambiando un poco elnombre de la última película de Percy Jackson, que se estabapor estrenar, y comencé a reír―, vamos, Mel, no me hagas reír.

―Como sea, ¿irás a la fiesta? ―preguntó; por su tono,asumí que había rodado los ojos.

―Por enésima vez en esta conversación, no lo sé; estoyllegando a la casa de Ben para ver qué tal ―respondí concansancio, notando por el rabillo del ojo que la chica que sesentaba a mi lado en el autobús intentaba no reírse. ¿Había dichoalgo gracioso? Considerándolo, podría tratarse de «Percy»…

Sacudí ligeramente la cabeza y presté atención en lo queMelanie decía, al igual que lo hacía con el paisaje que cambiabaconstantemente a medida que avanzábamos con el vehículo.Agradecía terriblemente conseguir un asiento vacío, o en aquelmomento me encontraría entre la masa de personas quesuperaba con creces la capacidad del autobús. Me preguntabapor qué aún permitía el ingreso, ¿acaso el chofer creía quepodíamos ubicarnos los unos sobre los otros? ¿O en el techo?Demonios, si de esa manera era demasiado simple que alguiencometiera un delito.

―Entonces…, ¿qué tan lejos del departamento de Benestás? ―preguntó Melanie con curiosidad. Comencé a mirardetalladamente a través de la ventana y me recosté nuevamenteen el asiento.

―A tres paradas. A partir de allí, unas dos o tres cuadras―respondí categóricamente y cerré los ojos con cansancio.

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Melanie se disculpó para atender un pedido de su«abuelastra» y me pidió que no cortara la llamada. Me encogí dehombros, aun sabiendo que ella no podía verme, y permanecícon los ojos cerrados, hasta que sentí que alguien tirabainsistentemente de mi cabello.

―¿Qué demonios? ―exclamé, dando la vuelta en miasiento, y acabando de piedra al ver una madre regañando a suhija, de no más de dos años, por molestarme―. Lo… Lo siento,yo creí… ―intenté excusarme, fracasando estrepitosamente,pero al menos recibiendo una mirada desenfadada por parte dela mujer tras la niña de rizos dorados.

―No pasa nada ―se apresuró a tranquilizarme―, ella esmuy molesta y lo hace todo el tiempo.

Le dirigí una sonrisa llena de disculpas y me volví hacia elfrente, terriblemente avergonzada. La chica a mi lado, esta vez,disimuló mucho menos su risa.

―Bueno, gracias ―me quejé hacia ella mientras me cruzabade brazos.

―Lo siento ―se disculpó.

Después de algunos minutos, atravesar una osadía para bajardel autobús y una corta caminara, alcancé el edificio donde Benvivía. En el camino había revisado unas diez veces mi bolso, ennecesidad de notar cualquier cosa desaparecida. Además de unpin con una estrella, que de seguro se desprendió mientras

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intentaba llegar a la puerta de salida, no faltaba nada; lo que erabueno y extraño a la vez.

En cuanto alcancé la puerta del departamento 6-B, merecordé tocar el timbre antes de ser lo suficientemente idiotacomo para golpear la puerta por enésima vez; y solo un toquebastó para que Ben abriese la puerta y se encontrara conmigodel otro lado.

―Ey ―dijo a modo de saludo, con una sonrisa llena dedisculpas.

―Ey ―respondí secamente, con una ceja levantada y losbrazos cruzados sobre el pecho mientras sostenía mi peso en unapierna. Por supuesto no me ganaría con la sonrisa másencantadora del mundo siquiera.

―Ven, pasa, te debo una disculpa ―instó, sugiriéndome laentrada.

―Oh, por supuesto que me la debes ―estuve de acuerdomientras me abría paso al interior. Al parecer, aquella era la«Semana de disculparse con Elle», o lo que fuera.

―Oye, sé que fui un completo idiota, y necesitodisculparme contigo por la forma infantil en la que te traté;cuando en realidad estaba enfadado con mi hermano ―explicóen cuanto seguimos camino hacia el sillón de su sala.

Bueno, al parecer James había dicho la verdad y pelearon; yalgo me decía que también lo hicieron con puños. Aunque laidea me preocupaba, no me pareció buena idea preguntar

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―Si esperas que te perdone completamente, entonces no soyla chica que esperabas ―aseveré, removiéndome en mi lugar―.Sin embargo ―proseguí―, te daré una única oportunidad.Vuelve a comportarte como un idiota y estás frito ―advertí, conmi mejor expresión de seguridad.

―Por supuesto ―asintió, con una sonrisa.

A continuación, mientras comenzamos a hacer palomitaspara ver una película, comenté el asunto de la fiesta en casa deParker esa noche, y no tuve que hacer demasiado para que Benaceptara.

Ciertamente no presté mucha atención a la película, ya que,de hecho, a treinta minutos de su comienzo, me había aburrido;lo que conllevó a que cambiáramos a otra más interesante, lacual fue nada más ni nada menos que Duro de matar 4.0,casualmente una de mis preferidas de ese género.

―Entonces, ¿realmente te gustan estas? ―preguntó Ben,refiriéndose a la película.

―Shhh, aquí viene la mejor parte ―reprimí, lanzando unpar de palomitas a su rostro sin dejar de observar la pantalla.Dios, amaba las películas de Bruce Willis.

Algo de seis horas después, regresé a casa para, digamos,«acicalarme». Agradecía demasiado que aquella tarde no tuvieseque trabajar, o el día se me haría muy largo. A consejo de miinfaltable mejor amiga ―que me daba órdenes por teléfono―,me vestí de manera algo extraña con unas converse, shorts de

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jean azul, una blusa blanca y, sobre esta, una chaqueta. Mesentía como en mis años de adolescente ―lo cual no habíasucedido hacía demasiado tiempo― con aquel atuendo, perobásicamente no me quejé, ya que me sentía bastante… yo.

―Entonces…, ¿cómo te ves? ―preguntó la voz ansiosa demi mejor amiga, y no me molesté en reprimir la risa.

―Me veo como aquel día a los dieciséis, que tú y yo nosescapamos de mis padres para ir a una fiesta en casa de JenniferEvergreen ―expliqué aún divertida, mucho más con elrecuerdo―. Te enviaría una foto a través de Facebook, perodesconfiguré mi teléfono y el internet ya no funciona ―melamenté. Tenía que comprar un nuevo teléfono, el Nokia C3 eralo más parecido a un Movicom de la era moderna que existía.

―Pss, qué irresponsables chiquillas éramos ―respondió,regresando a aquella «época». Vaya, si hasta parecíamosmujeres ancianas recordando la edad de antaño o algo así―. Enfin, ¿falta demasiado antes que Ben te recoja? ―continuó, concuriosidad.

―No, unos veinte minutos ―negué, encogiéndome dehombros pese a que ella no pudiese verme―. Sin embargo,hasta entonces tengo algo muy importante ―aseveré,caminando a la cocina.

―Por favor, dime que no irás a tomar un cupcake dechocolate con crema de fresa ―rogó, pareciendo exhausta de miobsesión con el postre. Me reí.

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―¿Qué? ¡No! ―exclamé incrédula mientras intentabaparecer enfadada, pero lo cierto es que podría haberlo hehco, porlo que ello tiñó mi voz con algo de diversión―. Solo deboalimentar y dar agua a Robbie; no planeo que muera deinanición o deshidratación.

Escuché la risa de Melanie a través de la línea telefónica yme dispuse a rodar los ojos antes de llamar a Robbie y buscar sualimento. La bestia que tenía como mascota, llegó a la cocinadando traspiés, moviendo alegremente la cola y dejando variasmanchas de lodo a su paso. Genial, en cuanto volviera tendríaque limpiar y desinfectar el suelo. Lo peor es que lo había hechoesa mañana. Ser medianamente ama de casa era un asco, seguíasin entender cómo mi madre lo soportó mientras debióeducarme.

Luego de alimentar a Robbie y lamentarme hacia Melanieun poco más acerca del suelo sucio ―como si fuera realmentenecesario―, me ubiqué en el salón a ver cualquier estupidez enel televisor hasta que escuché una bocina y, más tarde, el timbrede mi hogar. Allí fuera se encontraba Ben, esperandopacientemente de brazos cruzados.

―Te ves bien ―dijo a modo de saludo. Rodé los ojos anteel cumplido y me acerqué para besarlo.

―Tú tampoco estás nada mal ―concedí al mismo tiempoque él sonreía y pasaba su mano por mi cintura para conducirnosa su auto.

Mientras nos dirigíamos a la casa de Parker, de esa maneraen la que charlamos de cosas sin sentido y reímos de cualquier

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cosa que decíamos, me sentía realmente cómoda; y casi olvidésu manera de actuar durante la última escena. Sí, casi, porque laverdad es que era del tipo «rencorosa», y las cosas no dejabanmi mente tranquila con facilidad.

Para ser las nueve de la noche, y el cielo apenas acabase deoscurecerse, la casa de Parker estaba abarrotada de personas. Nosé qué tenían él y Oliver con invitar a cuanta cosa caminara,pero evidentemente no reparaban en gastos… O la capacidad depersonas que admitía en el lugar.

Al bajar del auto y dar media vuelta, me encontré con elvehículo de James estacionado a unos diez metros de nosotros.Él salió y rodeó el coche hasta alcanzar la puerta del copiloto, ydel auto bajó Nicole riéndose. Sonreí sin más en cuanto ellagolpeó a James en el pecho y luego lo empujó para quecaminara. De no ser porque ambos habían dicho que eranamigos, pensaría fácilmente que estaban saliendo. Me preguntéentonces por qué me importaba…

―¿Vienes? ―preguntó Ben. Me volví hacia él y plasmé lamejor sonrisa que tenía en mi rostro y lo tomé del brazomientras resistía el impulso de voltearme nuevamente haciadonde se hallaban Nicole y James.

Apenas cruzamos el umbral de la puerta de entrada, mirostro formó una mueca al sentir el volumen de la músicaelectrónica en mis oídos. Definitivamente acabaría con sorderatemporal durante la próxima semana, y eso si tenía suerte.

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―Muy bien, ¿y ahora? ―preguntó Ben, pareciendo algoperdido. No tenía idea hacía cuánto no asistía a una fiesta, perosu expresión me hizo reír.

―Agh, vamos, genio ―respondí, tomando sus manos yconduciéndonos al salón que bien podría confundirse con laspistas de baile de los bares del dentro de la ciudad, ycomenzamos a bailar.

Quizá fuera porque pocas veces había asistido a una fiestacon Ben, y sin Melanie, porque comenzaba a sentir la presióndel fin de las vacaciones ―lo que significaba: «Hola de nuevo,universidad»―, o simple SPM, pero me sentía rara estando allí,bailando como habitualmente lo hacía. Sacudí ligeramente lacabeza y me obligué a sonreír. Como tantas veces pasadas, volvía ser terriblemente ridícula.

Entre canción y canción, bebida y bebida y una que otracharla con solo Dios sabía quién, no me di cuenta que Ben habíadesaparecido de mi lado. Tampoco me importó una vez loadvertí, pero eso pudo deberse más a que me encontraba algomal por el alcohol. Bueno, mientras pudiera admitirlo, entoncesno estaba tan borracha, ¿no?

Lo que sea, estaba bien conmigo misma, quería seguir deaquella manera, pero algo en mi cabeza me repetía que buscasea Ben. Es decir, no lo sé, pero quería estar con él. Patético, lo sé.Supongo que la bebida me había afectado muy en serio, ya quesi era dependiente de alguien, esa era mi hermosa mejor amiga,que también era prácticamente mi hermana, al igual que Jenn;pero ¿de alguien más? Nah.

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Sí, borracha, definitivamente. Solo esperaba no acabar cercade James, o estaba perdida.

Así, sin más, comencé a caminar sin rumbo definido a travésde toda la casa, en busca de mi novio; sin mucho éxito,realmente. Resignada, subí lentamente las escaleras hacia dondecreí que el muy genio podría estar; y lo cierto era que, llegados aese punto, era realmente exasperante no hallarlo en ningunaparte. Considerando que había pasado por todos los lugaresposibles, bueno, solo me quedaba ver las habitaciones delsegundo piso… y rogar por no encontrarme con un par deborrachos en ya sabemos qué. No era una completa puritanapero, por favor, ¿quién no se incomodaría entrando en unahabitación y descubriendo dicha escena por accidente? Yo séque ninguno.

Una de las últimas habitaciones, que mantenía la puertaentreabierta, llamó mi atención, ya que de ella no proveníaningún sonido. O bien mis oídos ensordecidos temporalmentepor la música a mil, me dieron esa impresión.

Ingresé con catela, en caso de encontrarme con algoindeseado, y me detuve a medio camino cuando contemplé algopeor que una situación incómoda. No tenía idea de quién eraella; lo único que podía identificar era su alisado cabello negro;el vestido del mismo color y una chaqueta de jean que luchabapor, digamos, encontrar libertad. Sin embargo, supe bien quiénera él, precisamente; el cabello color arena, su postura y la ropaque vestía lo delataban. Podría decirse que me dolió, mucho;pero definitivamente no era de las que salen corriendo conlágrimas en los ojos, ni jamás lo sería.

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Fruncí los labios en una mueca furibunda.

Definitivamente no iba a dejar pasar fácilmente aquello.

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―Wow, ten cuidado, o ambos podrían asfixiarse ―exclaméde manera sarcástica mientras entraba de la manera más sigilosaal estilo Hollywood posible.

Como si de una novela barata se tratara, ambos se separaron,y de no ser porque debía mostrarme firme, me habría echado areír de la expresión confundida que el rostro de Ben demostraba.

―¿Elle? ―preguntó él, entrecerrando los ojos.

―La última vez que vi mi identificación ese era mi nombre,así que, ¿por qué el tono incrédulo? ―espeté, cruzándome debrazos, manteniendo lo mejor que podía la compostura. Él sehabía ganado aquello, y no iba a dejarlo pasar.

―Elle, esto no es… ―comenzó.

―Ni se te ocurra decir algo tan estúpido como «esto no es loque parece», porque, a menos que me digas que perdiste algo ensu boca y estabas buscándolo, esto sí es lo que creo que parece.―Lo detuve con un gesto de mano y le di mi mejor cara que porsí sola lo insultaba. Apenas si podía creer que fuese tan estúpido.

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Ben me observó sin decir nada, pareciendo perdido, y sentíintensos deseos de tomarlo por los hombros y sacudirlo para quereaccionara. Lo cierto era que la situación se había vueltodemasiado ridícula y comenzaba a hartarme de hallarme paradaen aquella habitación.

Su, digamos, «acompañante», salió pitando del lugar encuanto el silencio invadió la habitación; y casi le agradecí porello. Casi.

―Mira, ni te molestes ―dije con dureza cuando Bencomenzó a adelantarse y decir cualquier estupidez―. De seguroeres tan básico como para creer que ahora me dirás que todo fueun error, que me quieres, mientras que yo saltaré a las lágrimasy me iré corriendo como patética adolescente romántica, ¿o meequivoco? ―En cuanto no respondió, sonreí. De haber sido unaperra completa, estaría disfrutando su sufrimiento, pero demomento solo quería golpearlo―. Pues qué bueno que no sea deese tipo ―finalicé.

Ya que Ben parecía de roca, apreté los labios en una finalínea y decidí irme de ahí.

―No gastaré más tiempo en ti ―mencioné antes de salir sinsiquiera mirarlo―, pero si intentas hablarme, mi puño acabaráen tu rostro ―advertí y salí hacia el pasillo.

Mientras bajaba las escaleras, me pregunté qué haría acontinuación, ya que por nada en el mundo volvería a casa de lamano del idiota de mi ex. Así es, «ex», porque simplemente yoera de las que tomaban decisiones precipitadas mientras

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estuviese enojada, y afortunadamente de aquella no mearrepentiría.

Lo que sea, había asistido a aquella estúpida fiesta paradivertirme en la medida que pudiese ―y fuera sano―, y porello no permitiría que la anterior situación arruinara mi noche.Posiblemente fuese a arruinarme la mañana y quiera romperalgo, pero de momento solo lo olvidaría hasta regresar a casa.Otra cosa que, por cierto, no tenía idea cómo sucedería. Aunquepara ello existían los taxis.

Apenas acabé de bajar las escaleras, en un movimiento dedistracción, no advertí a la persona que caminaba hacia mí, almenos hasta que acabé por tropezar contra una chica que,segundos más tarde, reconocí como Nicole. Comencé a reírmede mi propia estupidez y ella me siguió al mismo tiempo quenos ayudábamos para levantarnos. Frenéticamente acomodó suligero vestido negro, de manera que nada fuese revelado apúblico indeseado.

―¡Elle! ―gritó, aún riendo, para hacerse oír a través de laestridente música―. Lo lamento, ¿te hice daño?

Negué con la cabeza. Si alguien me había hecho daño, esano era ella, pero no era como si fuese a decirlo en aquelmomento. Luego de observar con el ceño fruncido cómo sealejaba, di media vuelta y me introduje en el gentío que seacumulaba en la inmensa sala. No tenía idea de por qué todosbailaban precisamente allí, pero tampoco era una duda tangrande como para hacerme preguntar.

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Como había hecho ya decenas de veces pasadas, aunque conla diferencia de haber bebido ―lo cual producía un efectoextraño en mí, ya que, en realidad, no acostumbraba a hacerlomás que una o dos veces al año―, inicié conversaciones a basede nada en particular con quien fuera que se cruzara en micamino.

Cuando simplemente me aburrí y sentí sed, fui en busca deun vaso con agua ―aunque no se pueda creer, sí puedocontrolarme― y me dirigí a la enorme terraza que la casa teníamientras me preguntaba como por qué había una piscina allíarriba. Por no hablar que esa parte de la casa también estabarepleta de personas. Me encogí de hombros ante la visión frentea mí y avancé hacia el balaústre que rodeaba la terraza, dondereposé los codos, y me asomé un poco para ver hacia abajo.Podía atreverme a decir que la música allí era más alta quedentro de la casa, aunque eso podría deberse a encontrarnos alaire libre.

―Parker tendrá varias denunciar a causa del volumen de lamúsica por la mañana ―expresé en voz baja a nadie enparticular. Aunque no era como si cualquiera pudieseescucharme.

Para encontrarnos en el último mes del verano, advertí quehacía bastante calor, aunque aquello podría deberse a mi anteriorhora de movimiento.

―¿Admirando el paisaje?

Me estremecí al escuchar de pronto aquella voz. Al mover lacabeza en su dirección, me percaté de James a mi lado, ubicado

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con la parte baja de la espalda reposando en el balaústre, ycruzado de brazos. Antes de decir cualquier palabra, me giréhacia él y golpeé con fuerza su hombro mientras lo llamabaidiota. En contra de toda reacción que pudiese esperar, solocomenzó a reír entre dientes antes de detenerse y mirarmefijamente, como había hecho varias veces en el pasado.

Y yo que creía ―o quería creer― que era un idiota. Vayaque estaba bastante equivocada.

―En realidad, supongo que estaba observando sin hacerlorealmente ―respondí a su anterior pregunta y luego me encogíde hombros. James ladeó un poco la cabeza y fruncí el ceño.Después de un momento, suspiró y alejó la vista hacia un puntodetrás de mí. Advertí de inmediato cómo se ensombreció susemblante.

―Al parecer tienes un seguidor ―dijo con dureza, haciendoun gesto de cabeza a mis espaldas.

Me pregunté mentalmente a qué se refería y me volteé haciadonde había señalada, solo para encontrarme con la miradadespectiva de Ben dirigida completamente hacia James. Rodélos ojos y volví a voltearme, esta vez encontrándome con lamirada de James sobre mí. Nuevamente rodé los ojos y mástarde lo tomé de la muñeca para alejarnos de allí. Al parecer,alguien no había entendido que estaba molesta con él.

―¿Qué haces? Ben se enfadará contigo ―dijo James,pareciendo ligeramente confundido.

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Lancé una corta, fingida y estridente carcajada, y lo obliguéa seguirme hacia el jardín en la planta baja. Una vez allí, sentíuna extraña sensación de déjà vu que dejé ir lejos en el momentoque de pronto me mareé y estuve a punto de caer al suelo. Jamesse apresuró a tomar mi brazo, evitando que finalmente cayera, ymás tarde rodeó mi cintura con su brazo. Era irónico,considerando que, recientemente, se preocupaba por lo que suhermano pensara.

―¿Estás borracha? ―inquirió con divertida curiosidadmientras parecía inspeccionar mi rostro en busca de la respuesta.

―Algo. Quizá un poco ―concedí vagamente. Algúnpensamiento cruzó mi mente y una risita escapó a través de mislabios. ¿Qué rayos me sucedía?―. Pero, oye, no te creas quejugará a tu favor. Estoy lo suficientemente consciente como parano decir estupideces ―aclaré, señalándolo con un dedo segúnsentía que nos dirigía hacia donde un grupo extenso de personasbailaba.

Me deshice de su agarre y, aún tomando su mano, meadelanté algunos centímetros hasta que nos encontramos dentrodel tumulto. De seguro me arrepentiría de lo que estabahaciendo, pero me encontraba lo suficiente fuera de mí comopara hacer caso a mis pensamientos.

―¿Sabes? Ben estará muy enojado al final de esto―pronosticó James, gritando sobre el sonido de la música.Comencé a reír. Sí, claro, como si realmente me importara.

―Lo que le importa a Ben, no me quita el sueño ―aseveré,riendo―. Soy la única dueña de mi vida y, ya que nada ni nadie

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puede decirme cómo usarla (porque me importa una mierda elresto), haré lo que me venga en gana ―exclamé, con un gestode las manos―. Por lo tanto, no tengo reparos en decir que ¡soyla cornuda más grande en esta fiesta! ―proseguí, exclamando laúltima oración al aire libre, y se sintió terriblemente bienhaberlo hecho. No solo eso, sino que también fue similar asacarme un gran peso de encima. Simplemente liberador.

James me observó, extrañado, como si fuese un extrañoacertijo que intentaba sin mucho éxito resolver, y se encogió dehombros; de seguro atribuyendo mis palabras a mi no-tan-graveestado de ebriedad. Tarde, comprendí que fue un error deciraquello en su presencia, pero poco me importó, ya que demomento no existía una forma de regresar el tiempo ycambiarlo.

―Muy bien, totalmente comprendido ―expresó James depronto.

―¿Qué, precisamente? ―pedí saber, con curiosidad, unpoco más alto, ya que parecía que la canción había adquiridounos cuantos decibeles.

―Dos cosas. La primera, estás borracha; y eso explica tuextraño comportamiento, el cual, de alguna manera, potencia esalocura que de por sí ya posees. La segunda, que haces lo quedeseas sin importarte el resto ―explicó, acercándose más a mí.Contuve la respiración, consciente de cuán cerca de mí sehallaba, y un pensamiento que invadió mi mente varias veces enel pasado, pero que intentaba reprimir, regresó. Bueno, si iba acometer locuras, aquel era un momento perfecto para decirahora o nunca.

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Estando decidida, pero aún con aquella vocecita insistenteen mi cabeza que me advertía sobre cómo acabaría todo mástarde para mí; me ubiqué sobre las puntas de mis pies, pasé losbrazos alrededor de su cuello y, antes que él supiese quésucedía, posé mis labios sobre los suyos.

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A ver, no era precisamente lo más sensato que pudiese hacer,y si bien algo me decía que era mala idea, otro algo insistía enque lo hiciera. Sin embargo, independientemente de aquellosalgos, no me arrepentía para nada de lo que había hecho.

Cuando me alejé, la expresión de James simplemente notuvo precio. La curiosidad y confusión parecían abatirlo, asícomo la duda entre decir o no cualquier cosa. Enarqué las cejasa modo de ánimo y reí en cuanto parpadeó varias veces, como sihubiese estado en shock.

―¿A qué demonios se debió eso? ―preguntó, con los ojosbien abiertos. Negué con la cabeza y continuó―: ¿Acaso cadafiesta en la que ambos asistamos acabará de esta manera?

―¡No lo sé! ―exclamé, sonriendo y levantando las manosen un gesto exagerado―. Pero definitivamente me da igual.

James me observó fijamente durante un momento quepareció convertirse en eones. Una sonrisa se extendió por surostro antes que volviera a acercarse y rodear mi cintura conambos brazos. Algo de cordura regresó a mí, haciéndomeconsciente de lo que estaba sucediendo. ¿Debía alejarme de él?Lo pensé un momento, y mi conclusión fue la siguiente: nah.

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―Elle Daniels, eres definitivamente la persona más extrañaque he conocido ―declaró, negando ligeramente con la cabeza,y aquella sonrisa torcida que había visto una o dos veces. Solopude sonreír durante algunos segundos; eso mismo creía de él.

―Bueno, lo dice el nerd bipolar con tendencia a decir queCruel es bueno y llamarme Divergente ―repuse, empujándolosuavemente en el pecho con mi dedo índice, junto a una risadescarada.

―Y supongo que a eso le agregamos mi nuevo apodo―asumió, enarcando una ceja. Me reí.

―Por supuesto, Percy ―asentí, y luego guiñé un ojo.

Segundos más tarde, la sorprendida fui yo cuando él mebesó. La situación era tan bizarra que no podría expresar lo queme sucedía con palabras.

A la mañana siguiente, en lo único que pensaba era: «Notamental: no beber. Nunca más». Sabía que solo lo decía dedientes para afuera, debido a que pronto olvidaría la notamental, pero mi cabeza dolía, y mucho; así que me daba igualcualquier estupidez que pudiese pensar.

La noche anterior, desgraciadamente, la recordaba deprincipio a fin; aunque lo último me robaba una sonrisa. Ahoraque pensaba con claridad, o lo mejor que podía, me tomé la

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libertad de darle vueltas al asunto «FIESTA», para luego darmevarios golpes en la frente por mi gran estupidez.

Básicamente podían dar la medalla de oro a Elle Daniels porser la persona con más errores idiotas en su vida. Lo peor es quela aceptaría con gusto.

Lo malo de haber finalmente despertado, era el terrible dolorde cabeza que aquel odioso diagnóstico, llamado «resaca»,producía. Solo tenía deseos de permanecer recostada en micama, sin ver la luz del sol por el resto del día. No obstante,estaba sentenciada y obligada a comenzar sin chistar mi rutinano planificada para aquel domingo. Si bien al otro día regresaríaMelanie, aún me tocaba ese día tomar su turno. A su vez, teníaotro asunto del cual encargarme, y su nombre comenzaba conBen y terminaba en Clearwater.

Sí, Elle, bravo por mencionar semejante incógnita. Nótese elsarcasmo acompañado de un ruedo de ojos.

La sarta de estupideces que pensaba era realmenteimpresionante.

―¿Diga? ―contestó Alice en cuanto la llamé.

Mi primer objetivo había sido Melanie, pero no tenía ideaqué hora era en Londres, y no me apetecía molestarla. Por talmotivo decidí que era hora de probar a Alice; si era cierto que sehabía redimido de sus pecados ―por así decirlo―, entoncesprobablemente me ayudaría o al menos escucharía lo que teníapara decirle. Era realmente patético sentir la necesidad de contara alguien tus problemas para que ese alguien luego dé su

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opinión al respecto; pero ahí estaba yo, haciendo precisamenteaquello.

―Hijo de puta ―sentenció Alice en cuanto terminé. Se oíaanonadada, lo cual era extraño considerando la manera que teníade verla.

«Agh, Elle, deja de ser una niña y acepta que tu tía no es laperra que tú creías», me recordé, con un golpe en la frente.

―Tierra a Elle ―dijo ella y tuve que parpadear un par deveces antes de preguntar qué sucedía―. Te pregunté qué haríasahora que tienes la mente fresca ―aludió, con un suspiro.

―Supongo que acabar esto. Definitivamente, solo que no sépor dónde empezar ―confesé con pesar. Decía la verdad conrespecto a eso, ya que lo primero que pasaba por mi cabeza erael deseo de golpearlo. Lo que sería mala idea.

―Busca una excusa para ir a su departamento, y una vezestés ahí, solo di lo que se supone debes decir ―sugirió.

Fruncí el ceño al cupcake al lado de mi café y medité unsegundo. No sonaba tan mal una vez lo pensaba. Había dejadoolvidada una chaqueta de cuero que adoraba, y cada vez que ibaa pedírsela, lo olvidaba. Sería una excusa perfecta.

―¿Sabes una cosa? Eso es exactamente lo que haré, puestoque no deseo seguir con esto más ―asentí a sus palabras almismo tiempo que sentía una sonrisa extenderse en mi rostro.

―Elle.

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―¿Sí?

―No lo golpees, aunque lo merezca. O las cosas irán malpara ti ―advirtió finalmente antes que me echara a reír yacabara con la llamada un momento después.

En aquel momento, me encontraba consumiendo mi raciónmensual de cupcakes junto con el café, pero lo primero queharía en cuanto acabase con eso, no sería más que vestirme demanera decente y dirigirme al hogar de quien ya asumía mi ex;el cual, por lo que había visto por la mañana, me había dejadouna cantidad ilegal de mensajes de texto que solo me limité aborrar.

Repartir disculpas al mundo no era lo mío. Ni que fuera lacaridad o algo así.

En cuanto la puerta del departamento 6-B fue abierta, noesperé a que me invitasen a pasar. Tan solo lo hice.

Lo sé, soy malota.

Muy bien, creo que esa palabra ni siquiera existe, pero Jennla usaba muy a menudo.

―Em… ¿Hola? ―preguntó Ben con cautela, como si trataracon una fiera. Chico inteligente.

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Me detuve a una distancia prudente, me crucé de brazos yreposé mi peso sobre una pierna. Sí, iba a ver cuán indiferentepodía llegar a ser.

―Necesito mi chaqueta de cuero, la que olvidé hace untiempo ―anuncié con dureza, y a continuación inspeccioné misuñas. Obviamente ni siquiera yo sabía como por qué lo hacía―.¿Dónde está? ―inquirí.

―En el perchero ―respondió.

Con un asentimiento, caminé hacia el perchero que sehallaba a poca distancia de él, y reprimí la necesidad deapartarlo con brusquedad en cuanto tomó mi brazo.

―¿Qué? ―espeté, sin embargo.

―Mira, sé que puedes estar molesta, pero… ―comenzó adecir, pero me limité a reír en su rostro para interrumpirlo. Notenía ganas de escuchar su numerito típico de novela barata.

―¿Enojada? ―pregunté con incredulidad―. Para nada. Sinembargo, esto se acaba aquí. Sabrás que no soy de las queperdonan tal cosa, así que ten presente que el día de ayer fuenuestro último día juntos.

Ben enarcó una ceja a mí, y a continuación resopló confastidio. No podría decir a qué venía eso con exactitud.

―No tienes idea lo gracioso que eso suena saliendo de tuboca, considerando que estuviste con mi hermano.

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En cuanto aquellas palabras salieron de su boca, lo únicoque pude hacer fue entrecerrar los ojos, deshacerme de su agarrey, más tarde, reír secamente al mismo tiempo que daba palmadasa su pecho. Apenas podía creer su planteo.

―Ay, querido, lo que haya hecho o no después de aquelmomento en la fiesta, no es de tu incumbencia. ―Lo sé, habíasonado muy extraño saliendo de mí, pero algo debía responder.

―Oh, por favor ―exclamó él con aspereza―, no hablo deeso; me refiero a poco más de un mes atrás, la fiesta en casa deOliver.

Creo que en aquel momento mi piel fue idéntica a la deKristen Stewart en Amanecer Parte 2, cuando se convirtió envampiro. Aquello podría llegar a explicar como por qué Ben sehabía comportado de manera tan distante durante la últimasemana, o por qué James ya no vivía en el departamento. Sinembargo, el color reapareció en mi rostro cuando fui conscientede cuán ridículas sonaron sus palabras. Si alguien debía estaravergonzado, ese era él, no yo.

―No puedes estar hablando en serio ―repuse conseveridad―. Eso sucedió hace ya bastante tiempo, y duranteaquel tiempo, después de habernos conocido durante algunosmeses, apenas si comenzamos a salir. ―Mi voz comenzó aelevarse; estaba totalmente enfadada―. Ambos habíamosestipulado que era un periodo de prueba para saber si lo nuestrofuncionaba, de manera que si tú lo hubieses hecho no me habríaenfadado. ―Tomé una bocanada de aire―. No obstante―proseguí―, esto me enojó porque ¡me pediste que sea tu

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novia! Así que ahora no tienes ningún derecho como para hacerreclamos, tú, gran imbécil.

―Vamos, estás con uno y después con el otro. De seguro lohas hecho decenas de veces a mis espaldas. Solo eres una puta―aseveró, con tanto desprecio que fue como una cachetada, ytuve que dar un paso hacia atrás.

Bueno, podía aparentar ser la persona más ruda e indiferentedel planeta, pero existía en mí un límite que Ben acababa desobrepasar. Esas palabras, pese a todo lo que pudiera decir ohacer en cuanto a mí misma, me habían dolido; porque esa noera más que una visión demasiado errónea acerca de mí. Queríagolpearlo con fuerza, pero no pude, simplemente no lo valía, asícomo tampoco valía la pena decir que pocas veces nuestroscaminos ―el de James y el mío― se habían cruzado. Por talmotivo, me limité a tomar mi chaqueta y dirigirme rápida ysilenciosamente hacia la salida.

Con la mano sobre la perilla de la puerta, me detuve y mirédirectamente a sus ojos antes de decir:

―Ten en cuenta que toda historia tiene un final, y la nuestraacaba de encontrar el suyo.

Y así, con aquellas palabras a voz quebrada, salí deldepartamento 6-B, al que procuré no volver jamás.

Pese a encontrarme lejos de mi casa, me dirigí a ellacaminando; no lo sé, supongo que tenía que… pensar. Estabaafligida, y todo por culpa de una palabra. No supe cuán dolidaestaba hasta que sentí mi visión abrumada por las lágrimas sin

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expulsar. Mientras daba vuelta a la esquina, pensé en todas laspersonas con las que me había topado, y ninguna se asemejaba aBen Clearwater. Definitivamente le reservaría un lugar en elinfierno.

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A un paso deprimentemente lento y tranquilo, llegué a mihogar cuando el atardecer dejaba ver la punta de sus dedos. Encuanto cerré la puerta y Robbie llegó a mi encuentro, lasestúpidas lágrimas solo salieron y corrieron por mis mejillas porun par de segundos. Y eso fue todo lo que permití que sucediera.Limpié mis ojos de manera frenética y subí a mi habitación. Aúndebía asistir al trabajo y no me iba a mostrar débil por unaidiotez. Es cierto, de vez en cuando debería mostrar mi lado«humano», pero aquel no era el momento. Según mis propiospensamientos, debía parecer segura de mí misma lo mejorposible, sin preocupaciones más allá de las básicas; y eso mismoharía.

Demonios, si tuviera que rememorara cada palabra quedecía, me autoinsultaría por mi forma de ser. Vaya que parecíaestúpida de vez en cuando.

La razón exacta por la que acabé una hora y media dentro demi bañera, ni siquiera yo podría darla, puesto que me introdujeen ella antes de tener consciencia de mis actos. Fue realmentepenoso el que, por más cosas que pudiese decir paramantenerme en alto, aun así me encontrase algo deprimida.Asumí que se debía al hecho que apenas creía que la personacon la que había compartido bastante tiempo, se limitara a

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llamarme puta por algo que, de por sí, estaba equivocado.Algunas personas simplemente no son quienes nosotroscreemos, y eso llega a verse tarde o temprano.

Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos, permitiéndomeun momento de pensamientos vacíos y silenciosos. Tenía de unavez que olvidar el asunto, o me arruinaría el día; quizás lasemana. Sacudí la cabeza para despejarme y salí rápidamentedel agua para dirigirme a mi habitación, donde rebusqué en miarmario por algo cómodo qué vestir.

El sonido insistente de una bocina llamó mi atención. Con elceño fruncido, avancé hasta la ventana de mi hogar y logréavistar un convertible negro estacionado sobre la acera queconducía al garage. Enarqué una ceja hacia el convertible y meapresuré a bajar las escaleras hacia la entrada. ¿Quién podríaser? Es decir, no conocía a nadie con un auto parecido.

―¿Alice? ―pregunté incrédula cuando vi a mi tía saliendodel auto.

Se veía como esas modelos que aparecían en la portada de larevista Covergirl; igual que la mayor parte del tiempo. Apoyó supeso sobre la pierna derecha y luego se quitó los lentes negrosque ocultaban sus ojos. Sacudí un poco la cabeza hacia ella,«preguntando» qué sucedía y esperé.

―Hola, sobrina ―saludó, con una sonrisa―. ¿Necesitas unaventón? Supe que tu auto aún está siendo reparado.

―Bueno, puedo ir en autobús, lo sabes, ¿no es así?―pregunte, todavía sin comprender qué hacía allí.

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―Lo hago ―asintió, con un guiño. Okay…―. Sin embargo,tengo que ir a la cafetería donde trabajas para ver a un tal Colliny pensé que podría llevarte conmigo.

Muy bieeeeen, no tenía idea como por qué Alice Newmantendría que ir en busca de mi compañero designado parainsultos, pero no me molesté en preguntar, puesto que en algúnsentido me preocupaba la respuesta. Ya que advertí que mi tía noadmitiría un «no» por respuesta, me limité a encogerme dehombros y reingresar en mi hogar, en busca del bolso ubicadosobre un sillón en la sala. Alice estaba subiendo al lugar delconductor cuando salí para cerrar con llave la puerta de entrada.

―Oye, te ves algo decaída ―afirmó ella en cuanto encendióel motor. Bueno, alguien iba a notarlo en algún momento.

―Culpa al idiota de Ben ―dije sin más antes de dejarmecaer sobre el asiento, con los brazos cruzados. Alice resopló.

―Elle, como acabas de decir, solo es un idiota, lo quesucedió no tendría que afectarte.

Sí, dicho de esa manera, parecía simple, sin embargo, no eraello lo que me afectaba, aunque no lo supiera. Por alguna razón,solo asentí y luego desvié la vista hacia la ventana; no queríadecirle por qué me encontraba así. Probablemente se reiría demí, incluso yo lo haría si así pudiera.

―¿Quién es Collin? ―preguntó con curiosidad en cuantoentramos a la cafetería.

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―Considerando que eres tú quien lo busca, creí que almenos lo sabrías ―repuse, con una mirada que lo decía todo.Alice, sin embargo, enarcó una ceja hacia mí, con molestia, yrespondió:

―Bueno, sí lo busco, pero en nombre de una amiga. ―Eltono que usó lo hizo sonar como algo obvio, lo cual eraprobable, ya que aún seguía sin entender por qué ella tendría quebuscarlo―. Vamos, dime quién es ―pidió, esta vez con unligero deje de súplica.

Fingí un suspiro exagerado y rodé los ojos antes de indicarleque me siguiera a través del lugar hacia la cocina. Una vez allí,llamé a Collin con un grito y lo presenté a mi tía, querápidamente le dirigió una sonrisa y explicó quién era. Volví arodar los ojos y caminé hacia donde pude advertir que Nicole seencontraba, y me apresuré a saludarla; a diferencia de mí, ella seencontraba muy alegre. Llevaba puesto el delantal que, comomesera, estaba obligada a usar mientras que yo no me molestéen usar nada especial, considerando que al tomar el turno deMelanie me tocaba el mostrador.

―Oye ―murmuró después de un momento y me acerqué aella, intrigada por tanto misterio―, si te dice que está aquí pormí, está mintiendo.

Con el ceño fruncido, seguí su mirada y me encontré conJames ingresando a la cafetería. Estaba bien que lo hiciera, habíaaparecido por allí varias veces, ¿pero a qué se refería Nicole?No era como si realmente me interesara por qué estaba allí.

―¿James? ―pregunté, aunque era obvio que hablaba de él.

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―Claro ―aseguró, pero seguía sin entender―. Oye, soy sumejor amiga desde hace casi quince años; por lo que puedoidentificar cosas, como cuando está flechado por una chica―explicó, señalándome al decir las últimas palabras.

―¿Qué?, ¿yo? No puedes hablar en serio ―exclamé,entrecerrando los ojos hacia ella, como si fuera la posibilidadmás absurda que me habían planteado en la vida. Sin embargo,ni siquiera se inmutó.

―Por supuesto que hablo en serio ―replicó, y más tarde seacercó un poco más a mí―. Pero no le confieses que dije esto;aún intenta negármelo, como si no me diese cuenta ―murmuró.

Rodé los ojos, asegurando que lo tendría en cuenta, perosintiendo, a medida que avanzaba, una extraña opresión en elpecho. No tenía idea si se debía al comienzo de una dolenciaposteriormente mayor o a las palabras de Nicole, pero era unasensación no solo extraña, sino también incómoda. De prontome sorprendí a mí misma dando vueltas a ese asunto,rememorando lo que había dicho, y sintiéndome algo ridículafrente al pensamiento de James viéndome como alguien más quesolo «Elle Daniels», alias la «novia» de su hermano. Era ciertoque la noche anterior me había besado, pero no significaba nada;había sucedido durante una fiesta, al igual que la última vez, ypor lo tanto ―como ya dije―, no significaba nada, ¿no es así?

Sin embargo…

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―Ey. ―Levanté bruscamente la vista del mostrador paraencontrarme con la mirada divertida de James. Apenas si meinmuté.

―Eres tú ―respondí. Me observó, extrañado, y se acomodóun poco sobre su taburete.

―Bueno, sí, soy yo ―estuvo de acuerdo y, un segundodespués, regresó a su rostro aquella sonrisa que en uno que otromomento anterior pudo enfadarme―. ¿Qué sucede?

Lancé un resoplido.

―¿Acaso todo el mundo lo nota? ―dije, algo molesta, sinhacer caso a su ligera preocupación… ¿Qué rayos me sucedía?¡Parecía un hoyo oscuro incapaz de sonreír! Agh, me estabahartando de mí misma.

―Bueno, es como si sobre ti hubiese un resplandecientecartel con luces neón y dos flechas apuntando tu cabeza, quedice «DEPRESIÓN, justo aquí» ―explicó, haciendo gestos conlas manos para dar a entender mejor su punto. Una sonrisadivertida se asomó a mi rostro.

―Qué idiota.

―Pero este idiota te hizo reír ―repuso, con una sonrisa queigualaba a la mía. Comencé a plantearme muy seriamente laspalabras de Nicole… Nah, seguían sonando ridículas.

―Lo que sea, ¿qué haces aquí? ―pregunté con curiosidad,ya que seguía pensando en lo que dijo mi compañera.

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―Estoy por Nicole ―respondió sin ninguna duda.

Eso fue la gota que colmó el vaso; no pude dejar de reír.James, por su parte, que nunca comprendería por qué reía, medirigió una mirada divertida de ojos entrecerrados y esperó, debrazos cruzados, por mi respuesta. Era bueno que la cafetería,por ese entonces, no fuese muy concurrida, o habría tenido queesperar siglos a una respuesta.

―Nicole advirtió que dirías eso ―expliqué sin más detalles.La expresión de James simplemente no tenía precio; parecía queestaba formulando la manera de matar a su mejor amiga, lo quehizo que volviese a reír y que él me acompañara en ello.

―Lo que sea ―replicó, sacudiendo ligeramente lacabeza―. Vamos, ¿qué sucede?

Mordí mi labio, sopesando la idea de decir o no cualquiercosa; quería y no al mismo tiempo, lo cual hacía confusas lascosas, pero lo que sea, tenía que responder algo, puesto quetenía la impresión que James no pararía hasta obtener cualquiercosa.

―No sé si contestarte, Percy ―respondí finalmente, con laesperanza que utilizar el apodo cambiara de tema.Afortunadamente, ya sea porque decidió seguir mi juego u otracosa, funcionó.

―¿Sabes? Comienzo a acostumbrarme de esa forma quetienes de llamarme ―dijo, resignado luego de lanzar un suspiro.No pude hacer más que sonreír.

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―Qué bueno, aunque tendremos que pulir algunos detallesen cuanto a ello ―aclaré, reposando los codos sobre elmostrador, adoptando una pose más relajada. Estaba retomandoalgo de mi humor habitual, y agradecía hasta al insectopaseando sobre nuestras cabezas el que la cafetería no fuera tanconcurrida aquel día y pudiera mantener mi conversación.

―Dime ―pidió pacientemente.

―Bueno, dejando fuera de la lista a Nicole, que es tu mejoramiga ―comencé, sonriendo―. Nadie puede usar eso. Solo yopuedo llamarte «Percy». Nadie más.

James sonrió, aparentemente complacido con mi petición y,un segundo más tarde, se limitó a asentir.

―Por supuesto, creo que ganaste ese derecho ―estuvo deacuerdo. Sonreí, victoriosa, y volví a ubicarme a una distanciaprudente unos segundos después―. Pero, en serio, no importacuánto cambies de tema, regresaré a él. ¿Qué sucede contigo?

―No quiero hablar ―repliqué con algo de dureza; ahíestaba de vuelta mi mal humor, pero no sabía si hablar conJames de su hermano o no. Me parecía algo vergonzoso yhumillante.

―¿No quieres hablar conmigo o no quieres hablar ahora?―No parecía más que confundido y me replanteé cuál sería mirespuesta. «Un poco de ambas» no sonaba realmente bien.

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―Tomaré la segunda opción ―respondí, no obstante, y mealejé un poco en cuanto vi un par de amigas acercándose almostrador. «Hora de trabajar.»

―En ese caso ―dijo, pasando al otro lado del mostrador,donde me encontraba yo atendiendo a aquellas chicas. Queríadecirle algo, cualquier cosa, pero me resigné a que no leinteresarían mis réplicas―, supongo que esperaré a que terminetu turno.

Reprimí la risa. De seguro estaba de broma.

―James, mi turno acaba a las diez. Faltan tres horas―señalé con diversión mientras devolvía su cambio a ambaschicas frente a mí.

―Esperaré hasta entonces ―aseguró con convicción y unasonrisa divertida.

En aquel momento, se encogió de hombros y se alejó haciala cocina, donde fue en busca de Nicole, a quien le entregó unteléfono. Segundos más tarde, ella le propinó un golpe en elbrazo izquierdo y ambos comenzaron a reír. Alguna extrañasensación me obligó a darme la vuelta y poner atención en eltrabajo que, a veces, de momento olvidaba que tenía. Observécómo Alice y Collin se retiraban hablando de la cafetería, consorpresa; y me pregunté por qué accedí a hablar con James, puesque, de hecho, no teníamos nada de qué conversar. Y si estabaequivocada, invitaba a despejar mis dudas de la manera quefuese necesaria.

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Algo que agradecía terriblemente, era que Melanie estaría deregreso la mañana o tarde siguiente.

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―¿Tienes cómo volver a casa? ―preguntó James luego deregresar a la cafetería. Hacía unos cuarenta minutos, habíaacabado el turno de Nicole, y él se había ofrecido a llevarla. Porsupuesto, Nicole aceptó.

Lo miré fijamente mientras decidía meticulosamente mirespuesta. Dejando a un lado el hecho que los taxis eranevidentemente un medio de transporte, no, no tenía nada; ya queAlice se había ido a quién sabe dónde con Collin. Apreté loslabios en una fina línea y me encogí de hombros, negando a supregunta. James sonrió ligeramente, satisfecho, y luegoinspeccionó con la mirada el lugar, que se encontraba vacío. Demi lado tampoco había nadie, puesto que Sanders, el cocinero,acababa de irse apenas quince minutos atrás, por lo que aqueldía me tocaba a mí cerrar en los diez minutos que quedaban demi horario.

―Genial ―asintió James de pronto. No podría decir si serefería al lugar, prácticamente desolado, o a mi falta detransporte―. Entonces, ¿deseas que te lleve?

―Pareces chofer personal ―afirmé con diversión. James rioy negó con la cabeza, aún esperando por mi respuesta―.Seguro, de igual manera dudo que me dejes ir fácilmente. ―me

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encogí de hombros y comencé a guardar algunas cosas sobre elmostrador.

Para mi sorpresa, James comenzó a ayudarme, tomandovarias «chucherías» y ubicándolas donde le indicaba. Un pocomás tarde de lo que hubiese deseado, acabamos con el estúpidolugar y salimos hacia el exterior, que casualmente estaba algofresco. Supuse entonces que había sido buena idea tomar unachaqueta antes de subir al convertible de Alice aquella tarde.

Mientras caminamos hacia donde James había aparcado suauto, me aferré a su brazo derecho con la urgencia de sentirmemenos insegura en aquellas calles oscuras. ¿Tan difícil fuebuscar un lugar iluminado dónde estacionarse? Estaba a puntode decirlo cuando se deshizo apenas de mi agarre y señaló alúnico auto estacionado sobre la acera frente a nosotros. Podríaasegurar que mi alivio por haber llegado, se oyó hasta el centrode Asia.

Subí al asiento del copiloto y luego de ambos ponernos elcinturón, comenzamos el viaje; estaba a punto de señalar ladirección hacia mi hogar cuando advertí que James conducía porel camino correcto, y decidí callar. Al parecer, tenía una buenamemoria, considerando que había ido a mi hogar una o dosveces como mucho.

―Tengo una duda ―solté de pronto. James me dirigió unacorta mirada antes de volver la vista al frente―, ¿acerca de quéprecisamente deberíamos hablar?

Sonaba realmente perdida, pero eso no evitó que una sonrisapetulante invadiera el rostro de James, como si yo hubiese dicho

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algo estúpido. Odiaba cuando la gente hacía eso; me sentía milveces peor.

―Bueno, podrías comenzar con qué te sucede. Has estadobastante decaída, por lo que he visto. Y algo me dice queestuviste así todo el día ―señaló con discreción, esperando a mireacción. Me dejé caer, de brazos cruzados, sobre el asientocomo una niña pequeña. No tenía ningún tipo de objeción, yaque tenía razón, pero no sabía cómo comenzar a explicarme.

―¿Alguna otra cosa más? ―pedí, evitando la preguntaanterior. James se limitó a suspirar y pensar un momento antesde responder; ya nos encontrábamos a una calle y media de mihogar.

―De hecho ―respondió― hay una.

Esperé a que dijera cualquier cosa, pero se mantuvo ensilencio hasta que llegamos y estacionó el auto donde Alicehoras atrás. Detuvo el motor y asintió hacia mí para que saliera.Lo hice al mismo tiempo que él, y notando que aún estaba laconversación pendiente, lo invité a pasar. Mi hogar, comocualquiera podía darse cuenta, no era uno de esos «museos»donde todo aquel que ingresara debía quitarse los zapatos, por loque no me molesté en cuanto James no lo hizo. Por suerte, antesde visitar a Ben, limpié las manchas de suciedad que Robbiehabía dejado la noche anterior, aunque había otras en lugaresaleatorios, que habían sido realizadas durante el transcurso deaquella tarde. «Estúpido y hermoso perro», pensé para mímientras nos dirigía a la cocina y ofrecía a James algún refresco;por mi parte, me limité a tomar un cupcake de la barra dedesayuno. Esa obsesión nunca acabaría.

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―Entonces, ¿cuál es tu otra dura? ―pregunté, caminandohacia el jardín, siendo consciente que él me seguía.

Una vez allí afuera, me ubiqué en el columpio que era mitadeso y mitad sillón. James se sentó a mi lado, y luego de unsuspiro, dijo:

―¿Qué rayos sucedió ayer por la noche, en la fiesta?―Sorprendida, miré directo a sus ojos y advertí confusión enellos.

Al mismo tiempo, me pregunté qué trato con el diablohabían hecho sus padres para que tuviese ese color de ojos,mientras que yo tenía ojos marrones que parecían negros si noobservabas con detalle. Muy bien, estaba diciendo estupideces.Elle, concéntrate.

―¿A qué te refieres? ―inquirí, intentando saber a qué serefería, aunque era algo demasiado obvio.

―Bueno, parecía que deseaba descuartizarme, para luegoservir de comida a los lobos, cuando estuve bailando contigo―explicó con demasiada seriedad, algo raro de ver en él, peroque le sentaba extrañamente bien―. Solo faltaba que orinarasobre ti para demostrar que eras de su propiedad ―exclamó,esta vez, con diversión. Así su seriedad perdió toda credibilidad.

Solo pude reírme de ello… y asquearme bastante.

―Demonios, dicho así, hasta parezco un árbol en el quedeben marcar su territorio ―exclamé, fingiendo estar molesta

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con James, aunque, en realidad, fallé de manera épica. Para nadaera buena actuando.

―Entonces, ¿me dirás a qué se debía el comportamiento deambos? ―insistió.

―Bien, pero posiblemente parezca una larga historia ―cedífinalmente.

―Tengo tiempo ―accedió, cruzándose de brazos al mismotiempo que subía mis piernas al estrecho asiento y las llevaba mipecho para no causarle molestia.

De aquella manera, aferrándome a mí misma, le conté aJames lo que había estado sucediendo con Ben últimamente; elque se comportara de manera distante, la fiesta… Aquel día. Sinomitir detalle alguno. Advertí cómo se le endurecían lasfacciones con el relato, pero simulé no haberlo hecho, solo parano tener una mala reacción de su parte.

En cuanto pregunté, supe finalmente que la verdadera razónpor la que ambos hermanos ya no vivían juntos, se debía almismo motivo por el que Ben me había insultado. Y que loscardenales en ambos habían sido producto de aquella pelea.Luego de eso, permanecimos en un incómodo silencio que seextendió por lo que parecieron años, y gracias a lo cual me sentíterriblemente estúpida.

―Di algo, al menos ―pedí, aún en aquella posición, que dehaberme encontrado recostada, parecería fetal. James tomó unabocanada de aire y permitió que una sonrisa se asomara en su

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expresión, borrando la dureza que su rostro demostró losúltimos minutos.

―Te lo dije.

Levanté totalmente la vista hacia él y me deshice de mipostura para erguirme en mi asiento. Lo piqué con un dedo enlas costillas, ese punto donde es imposible no sobresaltarse, yesperé a que continuara.

―Que mi hermano es mujeriego, te lo dije ―explicó luegode voltear la cabeza hacia mí.

Murmuré un «¿eh?» con los ojos entrecerrados hacia él eintenté recordar cuándo él me había dicho eso. Estaba a punto derendirme cuando llegó a mi cabeza el día en que supe que era elhermano de Ben, cuando este fue a revisar por qué no habíaelectricidad. Mis cejas se enarcaron en comprensión. «Oh…»

―Creí que era una manera de decir ―admití de pronto,sintiéndome algo tonta. Wow, era raro decir eso, pero así mesentía.

James lanzó un suspiro y pasó una mano por su cabello.

―No, solo decía la verdad disfrazada. ―Se encogió dehombros―. Ahora que lo pienso mejor, debí haber sido másdirecto. Aunque podrías haberte enfadado o reído en mi cara―sopesó.

Entonces, me sentí realmente como toda una idiota; si Jamessabía que su hermano era mujeriego, y vaya uno a saber qué

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más, ¿cuántas veces se había repetido lo que sucedió en lafiesta? Estaba a punto de preguntarlo, pero cerré la boda alsegundo, por temor a conocer la respuesta. Estaba enfadada conBen por ser un idiota, pero, sobre todo, conmigo misma, porencontrarme otra vez en aquella situación. Ciertamente era undesastre andante.

―Malditos sean los Clearwater ―exclamé exasperada y melevanté del asiento.

Comencé a caminar a través del jardín, sin darme cuenta queRobbie estaba siguiéndome con la lengua de fuera ―raro―, yJames se había ubicado de brazos cruzados, con la espaldaapoyada sobre el paredón que separaba mi casa y la vecina.

―Vaya, para que maldigas a todo un apellido por culpa deun par de mellizos, hemos hecho algo realmente mal ―señalóun momento después, de manera relajada.

―Solo hablo de ustedes. Ben, porque es un idiota; y tú… Nisiquiera sé por qué intento odiarte cuando es prácticamenteimposible ―exclamé, cruzándome de brazos, demasiadofrustrada como para hacer otra cosa o cualquier movimiento.Tenía ganas de gritar, golpear algo, hacer cualquier cosa que merelajara un poco.

James hizo una mueca de resignación y comenzó a avanzarpor el jardín iluminado únicamente por un par de farolas quehabía instalado meses atrás, de modo que el lugar no pareciesetan tenebroso, hasta que se detuvo a, literalmente, un paso de míy reposó ambas manos sobre mis hombros. Lo observé,extrañada, ¿y eso?

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―No sé por qué, pero tengo la sensación que la única razónpor la que intentaste odiarme, se debe a la forma en que ambosnos conocimos, poco más de un mes atrás ―declaró en vozbaja, sin dejar de mirarme. Me maldije por ruborizarme,teniendo en cuenta que acababa de dar el blanco. En cuanto loentendió, sonrió abiertamente. Estúpido James―. Si te sirve dealgo, yo habría olvidado el asunto en el mismo momento queBen abrió la puerta y dijo mi nombre ―aseguró luego, y volví asentirme estúpida. «Rayos, Elle…» En aquel momento deseabadar mi cabeza contra la pared―. Sin embargo ―continuó―, viel pánico en tus ojos en aquel momento y decidí que medivertiría demasiado contigo porque, ¿quién no lo haría? A tumanera, eres divertida; te enojas fácilmente, el noventa porciento de las veces solo ves tus defectos y no demuestras que teimporte lo que diga el resto, por lo que haces lo que quieres―hizo una pausa―: Así que sí, a eso me refería cuando te dijeque me divertiría contigo.

Me quedé sin hablar, pensamientos y sin aliento. Nunca mehabría gustado acabar como en aquel momento, «embobada»por culpa de un montón de palabras; pero allí estaba, a las oncede la noche, en el jardín trasero de mi hogar, mirandodirectamente a los ojos de una persona que había visto tantasveces como los dedos de mis manos; pero que me conocía comomi mejor amiga, con la cual había vivido más de la mitad de miexistencia. Básicamente, en un párrafo me había descritorealmente bien, y en otro me explicaba algo que, hacía un mescuando lo mencionó, yo no había comprendido. Sentí un nudoformarse en mi garganta, sin saber muy bien qué decir, deseguro con la mirada más aturdida que existía en el planetaTierra.

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―Di algo, al menos ―dijo de pronto, arrebatándome de mispensamientos. Aturdida, lo empujé ligeramente en el pecho.

―Basta.

―¿Basta? ―preguntó, tan incrédulo que dudé de lo quehabía dicho.

―Sí, me harté y digo basta ―reafirmé y desvié la vista a unpunto detrás de él―. Le digo basta a tu hermano, te digo basta ati y a toda esta situación que pronto me volverá loca.

―Oye, Elle, tranquilízate ―pidió James, volviendo a tomarmis hombros, ubicándose demasiado cerca―. Eso no hará falta.

―¿No? ―pregunté, frunciendo el ceño.

―Para nada ―aseguró―. Mira, no nos hemos conocido enlas mejores circunstancias ―señaló y no pude evitar rodar losojos. No hacía falta que él me lo dijera para saberlo―, pero―continuó, esta vez, comenzando a sonreír― te propongocomenzar de cero, como si el último mes no hubiese sucedido.

Volví a fruncir el ceño y pensé en ello. Sonaba tan ridículoque me pareció genial. Casi habría reído en cuanto extendió unamano hacia mí, preparándose para comenzar con su «discurso».

―Entonces, iniciemos con esto ―dijo―. Mi nombre esJames Percival Clearwater. ―Fingió un estremecimiento que mehizo soltar una risita y luego sacudió ligeramente con la

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cabeza―. Tengo veintitrés años y soy profesor de ciencias enuna secundaria local.

Comencé a reír de manera silenciosa ante su presentación.Era extraño y ridículo el que estuviésemos haciendo aquello,pero, por lo que sabía, lo estaba haciendo para que olvidara porun momento al imbécil de su hermano y me sintiera mejor, porlo que levanté mi mano derecha y la estreché con la suyamientras me encogía de hombros.

―Soy Elle Daniels ―me presenté y tomé con algo de fuerzasu mano―, tengo veintiún años; deseo convertirme en abogada,quise casarme con un cupcake y probablemente soy la personacon más defectos reconocidos en la historia. Un placer, Percy―finalicé, sintiéndome muy bien al mencionar el apodo quehabía reservado solo para mí… y Nicole., solo por ser su mejoramiga.

James ladeó la cabeza un poco, vaya uno a saber por qué; ymás tarde, asintió una vez antes de responder:

―El placer es todo mío.

Sonreí abiertamente, sin preocuparme en lo que pudiesesuceder luego de aquel momento. Después de todo, meencontraba en mi hogar con la persona que logró recomponer miánimo y cuyas palabras y acciones me habían hecho mejor de loque imaginaba.

Si alguna vez dije que toparme con James Clearwater fue ungolpe de mala suerte, retiraba la afirmación en ese instante.

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Lo sé, estaba siendo tan cursi…

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De no ser porque aquel día Melanie regresaba a su «vidanormal», solo en sueños habría despertado a las seis y media dela mañana para prepararme y dirigirme al aeropuerto. James sehabía retirado poco después de la media noche, recordando queal otro día tenía que estar temprano en la secundaria dondetrabajaba; y hasta poco después de entonces, no logré dormir, locual me dejó con algo de cinco horas y media de sueño, más omenos; pero no me importaba, todo fuera por recibir a Melanie yJennifer White de nuevo en la ciudad. En serio las habíaextrañado.

Allí me encontraba, detrás de un largo cordel de terciopelo,esperando a que las chicas aparecieran. Tardé un poco enidentificar las melenas pelirroja y castaña de Melanie y Jenn,que caminaban rebosantes de bolsas de regalo, equipaje, entreotros. No pude hacer más que reír mientras extenía los brazos aambas para que pudieran verme. Se habían ido durante unasemana con la mitad de lo que se veía actualmente, y parecíacomo si apenas pudiesen caminar.

En cuanto ambas atravesaron el estúpido cordel, avancéhacia ellas y las atraje en el abrazo más ridículo y cursi queexistía, y esperé a que dejaran de reír para decir cualquier cosa.

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―¿Cómo les ha ido a mis chicas en Londres? ―preguntécon interés cuando cruzaron a mi lado y las atraje en un granabrazo.

―Simplemente perfecto ―aseguró Melanie, con un suspiroanhelante. Jenn, por su parte, liberó un resoplido y dirigió a suhermana una mirada molesta.

―Eso, claro, si tienes en cuenta que el segundo día hizo quecaminara a través de todo Londres en busca de la entrada alMinisterio de Magia ―repuso ella con aspereza y algo defrustración. Me crucé de brazos y enarqué una ceja de manerainterrogativa a Melanie, que se limitó a sonreír y encogerse dehombros de manera indiferente.

―Oh, vamos, ¿nunca han deseado encontrar el perfectomundo de Harry Potter? ―Jennifer y yo intercambiamos unamirada y volvimos la atención a Melanie nuevamente. A vecesme preocupaba su salud mental.

―No ―respondimos a coro.

―Agh, qué aburridas ―replicó, haciendo un mohín.

―Mel, sabes que te adoro ―comencé, reposando una manosobre su hombro―, y también a Harry Potter. ―Había visto laspelículas y me fascinaban―. Pero dudo que alguien con sentidocomún, revise hasta lo más recóndito de Europa para hallar sumundo ―finalicé y tomé algo de su equipaje para ayudarlas atransportarlo.

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Como genial persona que era, pedí prestado su auto a Alice,de manera que así pudiese recoger a las hermanas White ydevolverlas a su hogar, por así decirlo. Una vez allí, luego de,literalmente, lanzar su equipaje hacia algún rincón de la sala,nos dispusimos a preparar café para las tres antes de comenzar acharlar. La situación simplemente me hacía recordar a mi abuelacuando se reunía con amigas y hablaban durante horas acerca desus «experiencias», y cuando Jenn mencionó algo parecido a mipensamiento, no pude hacer más que reír hasta doblarme en dos.

―Wow, espera un momento ―pidió Jennifer, pareciendosorprendida, interrumpiendo mi relato acerca de los últimosdías―, ¿realmente dijiste «a menos que perdiste algo en su bocay estabas buscándolo»?

Reí ante su escepticismo y asentí. Siendo sincera, deciraquello en ese momento había sonado como una buena idea.

―Elle, definitivamente eres mi héroe. ―En cuanto laspalabras salieron de Jenn, Melanie carraspeó y enarcó una ceja asu hermana menor, la cual se limitó a encogerse de hombros―.Hermana, sabes que te amo, pero jamás habrías dicho algo tangenial como eso ―se excusó finalmente antes de dar un trago asu café.

Melanie rodó los ojos con molestia y me instó a seguirrelatando lo sucedido durante su ausencia. «Alguien estácelosa», pensé con divertida burla, pero haciendo, sin embargo,lo que ella pidió. Extrañaba terriblemente hablar con ambas,aunque jamás entendería por qué trataba a Jenn como otra demis mejores amigas cuando ―según palabras de mi madre―

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debía, junto a Melanie, mostrarme como una persona adulta,responsable, ejemplo a seguir y agh, ¡qué ridiculez más grande!

A eso le llamaba hablar para nada.

―Entonces, ¿lo primero que pasó por tu cabeza después dever a Ben besando a otra fue besar a James? ―preguntó Melaniecon escepticismo. Abrí los ojos como platos, pensando en eso, yme dispuse a defenderme.

―En mi defensa, estaba borracha, por lo que no meencontraba plenamente dentro de mis facultades ―respondí,intentando parecer un cerebrito, algo a lo que no podría llegar enmil vidas. Literalmente.

―Bueno, si eso fuera realmente factible, pues entonces yohabría matado a varias personas y luego dar la excusa de estarborracha y todos contentos ―objetó Melanie con petulancia.Reprimí una mueca y lancé un par de confites de chocolate a surostro.

―Ja-ja, muy chistosa ―repliqué, entrecerrando los ojos yfingiendo una sonrisa―. Lo que sea, por más que eso hayahecho, Ben no tenía ningún derecho a luego llamarme «puta»―señalé, comenzando a sentirme nuevamente mal por ello.Agh, estúpido Ben, solo arruinaba mi humor.

―Estoy de acuerdo ―apoyó Jenn, y ambas (Melanie y yo)nos volteamos hacia ella―. Vamos, si entendí bien, entonces lasdos veces que Elle besó a James están justificadas (en la primeraaún no estaban tú y Ben completamente juntos; y asumo que

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para la segunda era claro que habían terminado), por lo que tuex estaba siendo un hipócrita, considerando que quizás repit…

―Muy bien, no quiero deprimirme ―dije, deteniendo aJennifer súbitamente. Lo que menos necesitaba en aquelmomento, es pensar cuán «cornuda», como grité en la fiesta,había sido.

―Elle tiene razón ―exclamó Melanie de pronto. Enarquéuna ceja hacia ella―, no es momento de deprimirla. Vamos aver una película.

―Por favor, cualquiera que no sea Eclipse ―rogó Jennifer,con las manos entrelazadas. Hasta parecía que comenzaría arezar por ello―, Susan y Elizabeth me han saturado de esapelícula. Creo que si la veo una vez más, comenzaré a aborrecera los vampiros y hombres lobo.

Melanie y yo reímos en conjunto. Era extraño escuchar aJenn diciendo precisamente aquello, considerando que estabaobsesionada con la Saga Crepúsculo. Me corrijo, estabaobsesionada con Robert Pattinson y Taylor Lautner.

Minutos más tarde, luego de una dura «batalla», acabamospor introducir en el reproductor de DVD una película de horrorque, una vez acabó, juré que nunca volvería a verla. Eradeprimentemente mala, además de predecible y tediosa.

No fue hasta bien entrada la tarde, que me despedí de ambasy subí al convertible de Alice para encaminarme a mi hogar.Durante el largo trayecto de cuarenta minutos, pensé en la faltaque aquellas dos me habían hecho y, asimismo, decidí que a la

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próxima me aferraría a la pierna de Melanie para no dejarla ir.Muy bien, era lo más exagerado que había pensado en mi vida, yno me costaba reconocerlo.

En cuanto alcancé la calle donde se ubicaba mi hogar, fruncíel ceño, temiendo haberme equivocado de lugar. Un auto decolor rojo se encontraba estacionado sobre la entrada hacia elgarage. Avancé lentamente y me detuve a un costado delbordillo, para salir y acercarme al vehículo. Algo tarde,comprendí que aquel no era más que mi auto, el cual se suponíaestaba siendo reparado… No en mi entrada, con pintura nueva.

Aún entre fascinada y confundida, me asome hacia el frente,donde advertí la presencia de una nota ubicada entre el limpiaparabrisas.

Con, a cada segundo, incrementada intriga, tomé la nota y ladesdoblé para ver s mensaje. Una sonrisa se extendió por mirostro a cada palabra leída, casi al mismo tiempo que algunaextraña y cálida sensación invadía mi pecho. Abrí la puerta, conla llave que llevaba en mi bolso ―ni siquiera yo sabía por qué latenía ahí―, y me sentí terriblemente bien al sentarme en elasiento del conductor.

Volví a extender la nota, frente a mis ojos, y nuevamente leísu contenido:

«He aquí el pequeño trozo de libertad que te hacía falta,ya no dependes de nadie, en ese sentido.No te preocupes por nada, es un regalo;

no debes nada a nadie.Percy.»

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Básicamente si decía que no estaba sonriendo como idiota,mentía. Vaya regalo, y vaya nota la que James me había dejado.Posiblemente sonara ridículo, pero comenzaba a tenerle afecto;o bien, siempre lo tuve hacia él, peor no quería darme cuenta.

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¿Cuánto tiempo exactamente permanecí con aquella estúpidasonrisa? Ni idea, lo juro; pero supuse que bastante, puesto que,para entonces, mi celular/cucaracha comenzó a sonar con unaalarma que advertía sobre el comienzo del nuevo episodio de miserie favorita en el mundo. No tardé un segundo en levantarmede mi asiento y atacar mi alacena y refrigerador, en busca decomida chatarra, ya que, luego de la serie, acostumbraba a veralguna película antes de finalmente ir a dormir. Demonios,pronto debería reorganizar mi rutina, puesto que estaría obligadaa continuar con la estúpida universidad. Al menos era mi últimoaño. Algo bueno.

Universidad, universidad, universidad… Se sabrá que laodiaba, odio y odiaré, pero no tenía más remedio que asistir,dado que nada ni nadie acabaría Abogacía por mí. En fin, soloera una etapa que atravesar, tal cual el jardín de infantes, laprimaria y secundaria. Simples etapas.

Acabé de ver la televisión cuatro horas, dos paquetes depapas fritas, uno de bolitas de queso y una soda más tarde, y, porsupuesto, sin muchas ganas de ordenar mi desastre. Cosa que nohice, sino que me limité a apagar todo, asegurar puertas yventanas y finalmente caminar lentamente escaleras arriba, a mihabitación, inconscientemente seguida por Robbie.

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Literalmente, me enfundé en un viejo camisón que habíaencontrado dentro del armario, que también me quedaba algochico, y pronto caí en mi cama; pero cuando creí que acabaríacomo tronco recién cortado, permanecí despierta, con los ojosbien abiertos viendo directamente al techo. Apenas me inmutéen cuanto noté a Robbie «recostándose» a mi lado en la cama,como hacía a diario pese a tener toda la casa para él. Resignadaante mi falta de sueño, animé al «cachorro» a acercarse para queluego pudiese acariciarlo un rato de manera distraída.

Sinceramente, acabé unas tres horas haciendo aquello, másque nada porque pensaba en la nota que James había dejado enmi auto. Cómo sabría que aún no podía pagarlo, ni idea, peroquizás no me lo diría si preguntaba. Ya que lo planteaba,últimamente estaba pensando demasiado en cualquier cosa; erararo, y mucho.

No tenía idea cuándo precisamente, peor en algún momento,caí rendida al sueño; o eso indicaba el momento en que abrí losojos y mi visión fue cegada por los rayos solares de mediodíaque ingresaron a mi ventana. Maldita sea, había olvidado cerrarlas persianas. No obstante, esa no fue la única razón por la queme levanté, sino que la culpa la tenía mi patético C3 o, mejordicho, el que había llamado a mi número.

Con un increíble mal humor producido por la llamadaindeseada, me levanté a rastras de la cama, con la mitad de micabello enmarañado sobre el rostro, de la manera más espantosaposible, y avancé por la habitación, en búsqueda del estúpidoteléfono.

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Admiré con disimulado desagrado al número entrante, ycomo genia que era, atendí.

―¿No era una puta? ―pregunté con aspereza, dureza y todaforma de expresar indirectamente mi desagrado hacia el menorde los mellizos Clearwater.

―Demonios, Elle, creí que no responderías ―respondióBen, pareciendo aliviado. Sí, claro; si esperaba unaconversación mínimamente agradable, estaba equivocado.

―Sí, de hecho me estoy preguntando por qué mierdarespondí, así que ¿qué quieres? ―espeté con amargura, y a untono de gritarle.

―Oye, sé que estuve mal el otro día y…

―¿En serio? No me digas. ¿Qué te hizo entrar en razón? ¿Alfin comprendiste que eres un imbécil? ―Formulé las preguntasde la manera más rápida que encontré, de modo que no meinterrumpiese ni supiera cómo responder.

―Vamos, Elle, no te pongas así ―pidió con algo de súplicaen su voz.

―¿Es en serio? ―pregunté con la mayor incredulidad quepude plasmar en mi tono de voz. No podía creer que siquieracomenzara con ello. Agh, era exasperante―. De los dos, yo noinsulté a nadie sin tener fundamentos a mis afirmaciones―espeté categóricamente, para luego sentirme orgullosa de mímisma por mis palabras.

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―Como dije, sé que estuve mal, y por ello quierodisculparme.

Antes que dijera alguna otra idiotez, me reí. Me reí tanfuerte y falso como pude y los pulmones me permitieron. Rayos,era tan bizarro que quisiera disculparse, que básicamente nopodía tomarlo en serio.

―Ya en serio, ¿qué quieres? ―dije, dándole a entender quecreí él estaba bromeando.

Silencio. Mucho silencio. Enarqué las cejas hacia la nada yrodé los ojos mientras escuchaba su respiración ir y venirconstantemente. Finalmente, cuando decidí que aquello soloacabaría con un millar de insultos hacia mie x, y que no teníaganas de gastar saliva, solo rodé los ojos y acabé con la llamada.

Miré al teléfono, preguntándome si aquella había sido unabuena idea, y cuando creí que la respuesta era «sí», sonreí haciael móvil y lo lancé a mi cama. Extrañamente, el hacerlo mehabía puesto de buen humor cuando, por lo general, que medespertaran, arruinaría mi día desde el comienzo.

No supe que James había entrado a la cafetería, hasta queescuché a Nicole gritar: «¡Ven aquí, idiota!», luego de salircorriendo hacia él, cuando ni siquiera había alcanzado a cerrar lapuerta. Mientras entregaba su orden a un par de adolescentesmelosos que solo me daban razones para querer expulsar mialmuerzo, desvié la vista hacia mi compañera, sin dejar desonreír al notar la expresión confundida de James. En cuanto

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estuvo frente a él, Nicole tomó con fuerza su brazo y lo obligó aseguirla hacia un rincón del establecimiento.

Aun cuando caminaba de regreso al mostrador, en busca deinstrucciones por parte de Melanie, no dejé de observarlos; y nopude hacer más que reír entre dientes cuando Nicole asestó ungolpe al pecho de James y él levantó las manos al pecho, enseñal de rendición; como si no tuviera más remedio que haceraquello. Nicole apuntó su rostro con su dedo índice y dijo un parde palabras que parecían amenazadoras. James, por su parte,permaneció lo que pareció en silencio, y de pronto se acercó asu amiga para darle un beso en la mejilla; lugar que más tarde,ella se frotó con molestia antes de empujarlo nuevamente yfinalmente alejarse de él. Habría continuado con mi observaciónde no ser porque Melanie chasqueó los dedos frente a mi rostro.

Parpadeé un par de veces y me dirigí a ella, con expresiónmolesta. Se estaba riendo de mí. «Grandiosa amiga», pensé paramí mientras suspiraba exasperadamente y rodaba los ojos.

Por supuesto, había mencionado el «regalito» que James mehabía hecho y la nota que dejó, por lo que se le metió a la cabezala descabellada idea que estaba flechado por mí o algo así. Lomismo que Nicole, y me pregunté varias veces qué mosca lehabía picado a ambas. Es decir, ¿alguien no podía hacer aquellopor simple… consideración?

Al parecer no, o en eso estaba decidida mi queridísimamejor amiga.

―No empieces ―advertí con brusquedad hacia la pelirrojasonriente tras el mostrador.

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Melanie rápidamente se encogió de hombros y me indicóque atendiese la mesa cinco, donde luego advertí la presencia deuna chica con la mirada detrás de un libro. Tomé su orden decafé y pastel de chocolate, y regresé rápidamente hacia la cocinaen espera de dicha orden.

Por alguna razón, la presencia de James en la cafetería mepuso nerviosa. Estaba extrañamente consciente de él en la mesasiete, la cual había aprendido era donde se ubicaba cada vez queasistía al lugar. En aquel momento, se encontraba con la vistafija en su iPhone y parecía esperar a alguien. Teniendo en cuentala situación, posiblemente estuviese esperando al fin del turnode Nicole, en media hora. Ni siquiera tenía una idea clara decomo por qué me molestaba en analizarlo.

―Eres rara. ―Me sobresalté al escuchar a Nicole a mi lado.Maldita sea, ¿qué tenían todos con intentar sorprenderme?

―¿Qué demonios, Nicole? ―pregunté, llevándome unamano al pecho. Por supuesto un gesto exagerado, pero no eracomo si de verdad me importara. Últimamente mi vida era un«al demonio todo», más o menos.

Nicole comenzó a reír antes de encogerse de hombros y darsaltitos hacia Melanie, quien le dio indicaciones mientras ellamisma cubría su puesto. Enarqué una ceja hacia ella. Porsupuesto, y luego era yo la rara.

―¡Mesa cinco! ―gritó Sanders desde la cocina.

Caminé hacia él y seguí con mi trabajo.

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Afortunadamente mi turno terminó dos horas después; casillegando a media tarde, lo que fue un milagro, teniendo encuenta que el calor comenzaba a sofocarme. Melanie debíaasistir a una reunión en la escuela de idiomas a la que Jennifer,por decisión propia, asistía; por lo que no tuve que llevarla hacianingún lado. Tomé a mi favor aquello y decidí, una vez salí deltrabajo, caminar por puntos aleatorios hasta cansarme, y volveren busca de mi auto para regresar a casa. Terriblemente patéticohaber hecho eso.

Mientras aparcaba frente a mi hogar, advertí a James debrazos cruzados, con la espalda reposada sobre la puerta deentrada. En cuanto bajé del auto y nuestras miradas se cruzaron,solo sonrió. Avancé con cautela, preguntándome varias vecesqué había sucedido.

―¿Qué tal, Percy? ―saludé. James sonrió abiertamente ycaminó hacia mí. Cuando estuvo a mi lado, me ofreció su brazo.Vacilé un segundo y luego lo tomé.

Me sentí como cuando en la secundaria tomaba el brazo deMelanie y juntas atravesábamos toda la escuela de esa manera.

―Oye, no sé cómo agradecerte lo de mi auto ―expresé algotímida, recordando aquel asunto. James permaneció sonriendo,aun cuando se encogió de hombros.

―«Gracias» sería un buen comienzo ―sugirió condiversión. Reí entre dientes y negué con la cabeza casi al mismotiempo que me preguntaba dónde me dirigía.

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―De igual manera, me parece poco ―repuse y permanecípensativa un rato―. ¿Adónde vamos precisamente? ―preguntéde pronto.

―En realidad, ni siquiera yo lo sé ―confesó. Segundos mástarde, comenzó a reír―. En este momento podría llevarte a tumuerta y estás tomando mi brazo y siguiéndome sin vacilación.No eres muy inteligente, Elle ―anunció cuando acabé. Algomoleste, me deshice de su agarre y golpeé su brazo con algo defuerza.

―Idiota ―espeté, haciendo un mohín.

Intenté alejarme antes que me arruinara el buen humor quehasta entonces poseía, pero pronto avanzó hacia mí y pasó unbrazo sobre mis hombros para luego atraerme hacia él.Frustrada, traté, sin mucho éxito, de separarme por unossegundos, hasta que me resigné a la idea de que nunca podríavencer su fuerza. Finalmente resoplé como una niña.

―Hasta ahora no entiendo cómo pude besarte ―murmurécon exasperación. James solo rio.

―Dos veces; y la segunda, parecías desquiciada con tantascosas sin sentido que decías ―señaló, y a continuación, me dioun amistoso apretón que solo deseé no hubiera hecho. De noencontrarme bajo su abrazo, lo habría golpeado, peroevidentemente no podía.

―Estaba borracha ―repuse con aspereza.

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―Sí, y aquella noche actuaste de una manera ridícula―coincidió―. Me pregunto si podré usar eso a mi favor. Comouna venganza.

Sintiéndome terriblemente avergonzada, y de una sacudida,salí de su agarre y golpeé su hombro. Grandísimo idiota. Él, noobstante, comenzó a reír de mí, con fuerzas, hasta que se doblóen dos. Me crucé de brazos, con molestia, y me quedéobservándolo hasta que se irguió nuevamente. Visto desde eselugar, si me decían que aquel hombre era profesor de ciencias,preguntaría con qué se drogaban, porque era imposible creerloen aquel momento.

―Eres de lo más extraña ―afirmó James, lo que parecióaños después.

―Y tú un imbécil ―contraataqué.

―Di que sí.

―¿Qué? ¡No! ―Así es, no tenía idea a qué tenía que decirleque sí, pero solo quería ser la contra en aquello.

―Vamos, di que me quieres ―insistió, con una sonrisatorcida mientras lentamente avanzaba a mí. Entrecerré los ojoshacia él. Solo se divertía conmigo.

―¿Sabes? Ahora mismo te odio ―aseguré, sin mirarlorealmente al rostro, en un tono poco más alto que un susurro

―Mmm… Di que me odias. Una vez más.

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―Agh, vete al infierno. ―James se cruzó de brazos antes deresponder.

―Sé que me amas.

Si bien eso no debería de afectarme, no logré reprimir elimpulso de mirar hacia otro lado mientras sentía mis mejillasarder. Maldito sea James Clearwater. Rodé los ojos ante mipropia reacción al mismo tiempo que una casi imperceptiblesonrisa aparecía en mi rostro y borraba mi ceño fruncido.

―Entonces te he dado la impresión equivocada ―dijedébilmente.

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―Si lo que dices es cierto, ¿por qué te ruborizas?―preguntó James con curiosidad, pero a su vez, adoptando unaspecto más serio que hasta el momento.

―Eso es porque me tomó por sorpresa ―repuse,defendiéndome.

―Si tú lo dices…

―Lo que sea. ―Lo detuve con un gesto y continué―:¿Quieres decirme para qué precisamente has ido a mi casa?―pregunté con impaciencia, la duda estaba matándome. Sinembargo, James pareció no notar eso, puesto que se encogió dehombros y volvió a posar su brazo sobre mis hombros mientrasretomaba el paso, instándome a caminar.

―Por el momento, solo caminemos ―sugirió―. Tengo algoque decir, pero aún busco la manera. Dame algo de tiempo―pidió con una mueca.

No supe muy bien qué quería decir, pero tampoco memolesté en preguntar; si quería tiempo, lo tendría, después detodo, yo no tenía nada qué hacer realmente.

El silencio se hizo entre nosotros como una incómodacompañía. No precisamente porque no quisiera hablarle, sino

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porque no tenía idea acerca de qué. James solo permanecíacallado mientras caminábamos hacia Dios sabía dónde, y esocomenzaba a impacientarme hasta tal punto que, en un esfuerzodesesperado por no caer muerta de aburrimiento, grité a loscuatro vientos la primera estupidez que pasó por mi cabeza. Unafrase de alguna película que había visto recientemente. Si bienJames no emitió sonido alguno, supe que estaba riendo graciasal movimiento de su pecho. Lo miré con los ojos entrecerrados yaparté la vista rápidamente en cuanto se volteó hacia mí. Esa vezsí escuché su risa.

No tenía idea cuánto tiempo pasó con precisión, pero luegode mi arranque de locura, seguimos caminando hasta acabar enla zona peatonal más popular de la ciudad. Fue allí finalmentecuando James entabló conversación conmigo. No era «wow, laconversación más inteligente de la vida», pero bastó para que nodeseara ponerme molesta hasta que hiciéramos algo.

―¿Me dirás al menos hacia dónde vamos? ―insistí porenésima vez en aquella tarde-noche-lo que sea. James se detuvoen su lugar y me obligó a hacer lo mismo. El semáforo acababade cambiar a rojo.

―Creí haberte dicho que no lo sabía ―señaló, sin mirarme.

―Bueno, pero casi son las ocho de la noche. Creo quedeberías tener una idea ―objeté con algo de sequedad. Jamesenarcó una ceja hacia mí y luego negó con la cabeza.

―Es cierto, tengo una idea ―confesó―, pero ahora mismono sé si es…, bueno, buena idea.

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―Oh, vamos, solo hazlo y ya ―insistí otra vez, perohaciendo un gesto con ambos brazos. Di una mirada general alcamino arbolado repleto de tiendas donde, por lo general, seencontraban variedad de artículos artesanales que comenzamosa travesar y fruncí el ceño. Era extraño encontrarse en la ramblaa aquellas horas, con tanta gente revisando las tiendas osimplemente observando. Demonios, si caminaban peor quetortuga paralítica.

―Bueno, comenzando con esto, te iba a ofrecer un…

―¡No seré la sumisa de nadie! ―me adelanté a decir o,bueno, a gritar. Al segundo, mordí mi lengua.

―¿Qué? ―murmuró James incrédulo, indignado y algo másque no logré identificar mientras me observaba con los ojosentrecerrados. Digamos que en aquel momento este era mipensamiento: «Mierda, mierda, mierda», y seguía.

―¡No! Es que… Melanie me traumó con la trilogía… y…pensé… ―vacilé y vacilé antes de golpear mi frente con lapalma de mi mano―. Agh, imbécil, imbécil ―me lamenté almismo tiempo que James lanzaba una carcajada. ¿Qué demoniosle sucedía? Acababa de suicidarme verbalmente y ¿se reía? Agh,maldito idiora.

―Vaya, Elle, de todas las cosas que has dicho y hecho, esafue de las más graciosas ―aseguró, aún riéndose. Tenía ganasde golpearlo y gritar: «¡Cierra la boca!», o algo así―. ¿Cómodemonios se te ocurrió que te pediría eso?

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No pude sino dejar que mi rostro se tiñera al fastidioso rojoVERGÜENZA que odiaba.

Tierra, trágame ahora.

―¡No lo sé! ―grité, mostrándome muy humillada―. Esque… eres tan… tú, que, agh, ¡algo psicóticamente malo debíastener aquí dentro! ―tartamudeé al mismo tiempo que con losdedos índice picaba frenéticamente mi cabeza para dar aentender mi punto.

―¿Qué demonios? Eso no me explica como por qué creeríasque te pediría algo así ―replicó con diversión. El muy idiotaparecía detener la risa que avecinaba con escapar de sus labios.

Permanecí en mi lugar mientras pensaba en las mil y unaformas en que una persona podría morir. El suicidio no parecíatan mala idea. Bueno, en realidad sí, pero supongo que seentiende.

―¿Qué haces? ―preguntó con seriedad.

―Reprimiendo el impulso de salir corriendo, lanzarme a laescollera y acabar con mi patética vida ―espeté, cruzándome debrazos bruscamente, intentando con la vida no mirar a su rostro.Sabía que si lo hacía vería diversión en ellos, y no era lo quenecesitaba.

―¿Por qué habrías de acabar con tu vida? ―inquirió consinceridad.

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―¿Es en serio? ―pregunté, como si la respuesta fuerarealmente obvia―. ¡Acabo de gritar la estupidez de toda mivida! ―exclamé, comenzando a sentirme avergonzada otravez―. Y todo porque Melanie estuvo hablándome durantemeses de esa estúpida trilogía, mencionándola y mencionándola,y ahora tú que viniste a decirme algo pero no me molesté enescucharte completamente y acabé…

Estaba diciendo las palabras demasiado rápido, entre gestosy cortísimas respiraciones, de modo que no se me acabara el airehasta que, en cuestión de pocos segundos, James acabó con ladistancia entre ambos; tomó mi rostro entre sus manos y mebesó. Al principio, mientras aún permanecía tomada porsorpresa, no hice nada, solo permanecí quieta, sin saber quéhacer. Segundos más tarde, comencé a devolverle el beso, yhabría continuado de no ser porque recordé en qué situación meencontraba. Fue entonces que abrí los ojos y lo empecé aempujar del pecho hasta que nos separamos.

―¿Qué haces…, tú…, gran… imbécil? ―chillé como niñapequeña al mismo tiempo que seguía golpeándolo. Esto últimosin saber por qué, pero se sentía bien hacerlo.

―Te beso ―respondió de manera descarada―. No tecallabas ―agregó, encogiéndose de hombros.

―¡Agh! ¡Pues me hubieras pegado! ―exclamé, simulandoun golpe a mi mejilla―. No puedo creer que lo hayas hecho, estan…

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―Elle ―dijo, tomando mis muñecas. Solo pude mirar a susojos y me sentí perturbada por el verde en ellos―, cálmate, solopareces una histérica.

―Así me siento ―aseveré en un susurro.

―¿Recuerdas… cuando comenzamos de cero? ―rememoro.Sonreí y asentí con la cabeza, eso no tenía setenta y dos horas deantigüedad, y sí que había sido estúpido―. Bien, porque esoharemos ahora. Si te tiene tan avergonzada, entonces podemoscomenzar de cero la conversación. Dejar atrás lo que has dicho yel hecho que tu mejor amiga te lavó el cerebro metiendo en él aChristian Grey, y simplemente simular que jamás sucedió―sugirió con tranquilidad y esa apariencia que mostró variasveces en el pasado.

Que sugiriera eso y no deseara burlarse de mí hasta el restode nuestra existencia, era algo que no podía dejar pasar. ¿EraJames Clearwater una persona real? Lo dudaba, y si lo era, teníaque encontrarle algún muerto en el armario. No podía ser…tan… Agh, me frustraba no saber cómo describirlo.

―Estoy de acuerdo con ello, Percy ―asentí, encogiéndomede hombros, hablando con normalidad en lo que se sintió siglosde existencia.

―Entonces, bien. ―Suspiró y luego rio entre dientes―.Mira, iba a decir alguna estupidez, pero puesto que con tu ideaarruinaste mi número, iré directo al grano ―explicó, alejándoseunos centímetros de mí, al fin liberándome―. Me agradas, Elle.Y no de la manera en que me agrada Nicole, que es como mi

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fastidiosa hermana menor; sino en la manera que alguien puededesear estar con una persona. Y quiero estar contigo.

Quedé literalmente muda, sin tener una idea específicaacerca de qué hacer o decir ante lo que James acababa dedecirme. Sí estaba segura de sentirme idiota, porque Nicole yMelanie lo habían previsto mientras que yo apenas si notaba queJames estaba cerca. Sí, ajá, él también me agradaba, y era unhecho que, por más que quisiera negarlo, mis mejoresmomentos, esas vacaciones, los había transitado junto a él; porno mencionar que ―si bien jamás lo transmití al mundoentero― a su lado me sentía de una manera que no podíaexplicar, y no había experimentado con Ben, pero no sabía si esobastaba para decir que también deseaba estar con él.

Agh, aquí vamos, me estaba poniendo patéticamente cursi.¿Qué demonios me pasaba? Ya que lo pensaba, eso era tambiénculpa de James, ¿quién iba a decirlo?

―¿Por qué ibas a querer estar conmigo? ―pregunté al cabode un momento. Punto para Elle, que de mil preguntas, hace esa.Debería haberme golpeado―. Es decir, ¿no acabas de notar loque sucedió hace pocos minutos? ―objeté luego de sacudirligeramente la cabeza.

―Eso mismo es una de las razones por las que quiero estarcontigo ―admitió, con una sonrisa. «¿Eh?», preguntémentalmente, aunque obviamente no podía oírme―. Vamos,Elle; creo que una vez ya mencioné una por una cada cosa quete hace la persona que eres, en el mismo momento que expliquépor qué me divertiría contigo. Por esas mismas razones querríaestar a tu lado, y quien estuviese en contra de ello, es un idiota.

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―Sonreí, sin saber realmente cómo tomar lo que me estabadiciendo―. No puedo decirte que te amo, porque te estaríamintiendo, pues nadie se enamora de una persona en un mes―confesó, a su pesar―. Sin embargo ―continuó―, sí puedodecir que deseo estar contigo. Cuando dije que no dejaba depensar en ti, aquel día en el departamento, decía la verdad. Y pormás estúpido que a tu parecer suene, sigo haciéndolo.

―Podrías acabar cansándote de mí ―repliqué, intentandoque notara aquello como una mala idea.

―Lo dudo ―negó. A continuación, volvió a acercarse, ypasó la mano por mi mejilla―. Aunque estoy muy seguro queen algún momento querrás deshacerte de mí, y yo me iría si asílo deseas; pero hasta entonces, prefiero seguir a tu lado.

Fruncí el ceño hacia él, confundida, entumecida, con unmillar de otras sensaciones recorriéndome y decenas depensamientos invadiendo mi mente, obligándome a dar unamaldita respuesta a la persona frente a mí.

Posiblemente me habría lanzado a él sin vacilación, pero nopodía ignorar esa vocecilla en mi cabeza que repetía una y otravez que no podía hacerlo; James era alguien demasiado bueno yyo un desastre andante que apenas, y con demasiado esfuerzo,podía poner en orden dos pensamientos a la vez; que se volvíaindeseable, histérica y otro poco de cosas más sin siquierapensarlo, y que nadie podría soportar. Sin embargo, no meestaba proponiendo casamiento, me pedía algo así como unaoportunidad, y ¿qué más podía decir? Era James Clearwater lapersona que tenía en frente, y pese a todos los comentariosnegativos acerca de aquella decisión que mi cabeza formulaba,

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me limité a dejar de darle tantas vueltas al asunto y responderfinalmente.

―¿Sabes? Por lo general, con eso no llegarías a nadaconmigo ―admití antes de suspirar―. Sin embargo, al diablocon todo esto. ―Sonreí y volví a mirarlo a los ojos―. Estoycansada, y digo basta de una buena vez.

Sintiendo algo divertido el que frunciera el ceño, sonreí aúnmás, rodeé su cuello con ambos brazos y lo atraje a mí parabesarlo. Se sentía realmente bien hacerlo en ese momentocompletamente normal, sin una fiesta, obstáculos, nada. Solocomo besas a una persona en cualquier momento, sin sentirteraro con ello; porque quieres hacerlo.

James rompió el beso y se separó unos milímetros paraobservarme. Tenía en su rostro esa sonrisa torcida que me habíamostrado la primera vez que me había besado.

―Sabía que me amabas ―aseguró con diversión.

Reí una vez y sonreí como si nunca lo hubiese hecho. Soloél podía ser tan idiota y resultarme ―por más que lo negara―increíblemente encantador.

―No ―negué―. Sigo dándote la impresión equivocada―afirmé, golpeando suavemente su pecho al mismo tiempo quevolvía a besarme.

Podía decirlo cuantas veces quisiera, pero no sabía a cienciacierta hasta cuándo esa afirmación sería cierta.

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Quizás no mucho.

Esperaba que no fuese mucho.

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Jocie Carter nació el 27 de diciembre de 1996 en Buenos Aires,Argentina. La escritura comenzó a interesarle a la edad de ochoaños, cuando participó en un concurso literario de su escuela. Suprimera historia, de la que está completamente enamorada, es laprimera de nueve partes de una saga de fantasía, tituladaOfrimecress, sin embargo, aún no la ha publicado en ningúnsitio. Fantasía y paranormal, son los géneros que Jocie prefiere,no obstante, sus más recientes historias abarcan temasadolescentes que no están relacionados con la fantasía.

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