el diario rojo de flanagan desconocido

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    Diario Rojo de Flanagan

    dreu Martín

    ume Ribera

    ición digital

    rius

    rrección

    aese

    gina 2

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    seña

    diario rojo de Flanagan no es, estrictamente, un diario ni tampoco

    a novela; es un hábil punto de encuentro entre ambos géneros,

    ado a propósito para una historia singular: ¿Qué ocurriría si

    anagan -el famoso protagonista de No pidas sardina fuera de

    mporada nos contara sus primeras relaciones sentimentales y

    xuales? En El diario rojo de Flanagan, el lector conocerá las

    meras experiencias del joven detective en este mundo desconocido y

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    ulto, y se beneficiará de toda la información que el chico va

    abando y que incorpora a su preciado diario, que se convierte así en

    auténtico manual de sexualidad. Si eres chico, disfrutarás con la

    toria y descubrirás aspectos fundamentales sobre tu propia

    xualidad. Si eres chica, te ayudará a entender cómo es la sexualidad

    sculina y hallarás claves para tu relación con los chicos.

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    ta

    te diario existe gracias a Carlota, una amiga que conocí en el metro.

    e dijo: «¿Qué te parece si ponemos nuestras experiencias sexuales por escrito

    un diario?».

    aquel momento, yo no habría podido imaginar que aquella idea diese para

    tas y tantas reflexiones.

    te no es un libro donde se os diga lo que tenéis que hacer.

    ios me libre! ¿Qué sé yo lo que tenéis que hacer? Cada quien es un mundo y

    a circunstancia y yo no soy nadie para deciros cómo debéis llevar vuestra vida

    xual.

    todo caso, sólo puedo invitaros a que penséis.

    nsad sobre sexo.

    rque el sexo es muy importante.

    mo decía aquél: «La mente humana es maravillosa: empieza a funcionar 

    ando naces y ya no se detiene hasta que te enamoras».

    eno, pues por eso he permitido que estas confesiones tan íntimas salgan a la

    . Para que no tropecéis en las mismas piedras con las que he tropezado yo...

    U otros jóvenes como nosotros.

    rmitidme que copie una parte del prólogo que la prestigiosa escritora Gemma

    enas ha escrito para mi amiga Carlota:

    «Cada 14 segundos un/una adolescente se infecta con el virus del sida

    el mundo.

    En 2002, en España, se diagnosticaron 2 336 nuevos casos de sida entre

    y las jóvenes de 16 a 21 años.

    Cada año, en el mundo, 14 millones de adolescentes dan a luz a un bebé.

    Durante 2002 en España, 400 000 chicas estaban en situación de riesgo

    quedarse embarazadas.

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    Cada año, en España, se quedan embarazadas 12 de cada 1000 chicas de

    re 15 y 19 años.

    r todo ello me parece necesario que aprendamos a hablar y pensar sobre sexo

    n la cabeza clara y sin prejuicios».

    para animaros a que lo hagáis, empiezo yo.

    í es mi vida sexual. Lo digo sin vergüenza (aunque, como veréis, tendría

    chos motivos para avergonzarme), porque espero que vosotros también os la

    ntéis a vosotros mismos.

    lo hacéis, disfrutaréis mucho más del sexo y viviréis mucho mejor.

    lo aseguro.

    nagan

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    pítulo 1

    A CHICA QUE ESCRIBÍA DIARIOS SOBRE SEXO

    bíamos viajado en el mismo vagón de metro, habíamos bajado en la

    sma estación, pero no me fijé en la chica del cabello corto y castaño

    sta que se paró delante de ella el árabe del mono negro y amarillo. Un

    vimiento extraño. A lo mejor era que no tenía prisa y quería facilitar 

    paso a los que venían tras él con la lengua fuera. O a lo mejor no. El

    o es que la chica tuvo que frenar en seco para no tropezar con él. Pero

    protestó.

    cidí no perderlos de vista, por si acaso. Dediqué el cincuenta por 

    nto de mis neuronas a vigilarlos y permití que la otra mitad

    ntinuara rememorando el psicodrama en que me había visto

    zclado hacía menos de una hora.

    ¿Qué tiene él que no tenga yo? —me había preguntado Jorge Castells.

    cima de la mesa del sótano que utilizo como despacho, había un

    ntón de fotografías donde se veía a su novia, Jenny Gómez,

    seando abrazada y sonriente, pesándoselo pipa con Guillermo Mira,

    mbién conocido como el Mira ge, porque mis compañeras de instituto

    cían que estaba como un avión, o que volaba muy alto, porque lo

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    Mirage: saldrá con Jenny dos o tres semanas, como hace siempre, y

    go, cuando se canse, la dejará!

    Pues mejor, ¿no? Entonces podrás recuperarla. Ella estará

    sconsolada y llegarás tú y le ofrecerás tu hombro para que llore a

    sto...

    Y una mierda! ¡Yo no quiero una tía de segunda mano!

    a hora después, en el andén del metro, recordaba el incidente, y me

    cía que algo funcionaba mal en nuestra educación. No porque Jorge

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    nsara de aquella manera, claro, que si fuese el único la cosa no tendría

    nguna importancia, sino porque la manera de pensar de Jorge refle-

    a la de muchos compañeros del insti. Una actitud exigente y

    spectiva respecto a las chicas, a la vez que desesperada. Quizá

    mbién debería incluirme. Más o menos, todos no desenvolvíamos

    stante bien en la aventura de crecer, s iempre y cuando no hubiera

    vias, chicas, enamoramiento, sexo o perspectivas de sexo a la vista.

    tonces, nos convertíamos todos en Jorge Castells. Estaba claro que

    erminadas hormonas interferían con las neuronas, porque si no, no

    explicaba.

    e forcé a librarme de estas preocupaciones para concentrarme en lo

    e tenía delante. Que, en realidad, era otra chica. El cabello castaño,

    os vaqueros lo bastante ajustados como para ver que usaba braguita

    no tanga, y una mochila de color mostaza a la espalda.

    llegar a la escalera mecánica, otro árabe, un muchacho joven y bajito,

    o una maniobra parecida a la que había hecho poco antes el hombre

    o del mono negro y amarillo y se colocó justo detrás de la chica.

    tonces, entendí lo que estaba ocurriendo. Dos movimientos repenti-

    s alrededor de una misma persona (o quizá debería decir alrededor 

    una misma mochila), y una relación clara entre las dos personas que

    habían hecho ya suponían una coincidencia excesiva.

    efectivamente, en lo alto de la escalera, el árabe alto tropezó. La chica,

    astrada por el movimiento imparable de la escalera, topó con él y, de

    ma inevitable, la nariz del otro magrebí se clavó contra la mochila

    or mostaza. El efecto dominó provocó cierta confusión de choque en

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    dena.

    do fue muy rápido. Un visto y no visto.

    mpecé a abrirme paso escalones arriba, a empujones, entre un rosario

    «perdone», «disculpe», «es que tengo que llegar al baño cuanto

    es», mientras procuraba no perder de vista al muchacho moreno y a

    chica de la mochila, entre los que se había producido un breve

    logo. Seguro que la chica se disculpaba por el tropezón. Encima.

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    ntinuaron andando los dos, por separado, en la misma dirección

    rque, en realidad, no había otra posible. La chica se adelantaba y el

    grebí se rezagaba. Cuando enfilábamos una especie de vestíbulo

    bterráneo yo ya iba pisando los talones del chico.

    samos junto a dos guardias de seguridad que sujetaban con firmeza a

    os perros ansiosos por devorar al primer pasajero sin billete que

    aran, y atravesamos las puertas automáticas. Ahora ya estábamos en

    largo pasillo que conducía a la escalera de salida.

    e pareció que había llegado el momento.

    salto adelante, agarré al muchacho árabe del brazo y lo arrastré a un

    cón.

    ltó una exclamación en su idioma, pero no se resistió mucho más. El

    tor sorpresa tiene estas ventajas. Cuando quiso darse cuenta, estaba

    inconado, yo le cerraba la huida y los dos habíamos empezado a

    tar.

    La cartera! ¡Dame la cartera de la chica!

    Qué cartera! ¡Yo no tengo cartera!

    Que me des la cartera!

    No tengo cartera!

    nía miedo de que me agrediera. Era pequeño pero cargaba con toda la

    ia que proporciona la miseria.

    Nos van a oír los guardias y van a venir con los perros! —lo amenacé.

    le pusieron ojos de animal acorralado y, temblando de furia, sacó la

    tera del interior del anorak y me la entregó. Un monedero rojo, de

    a, hinchado de papeles y documentos y dinero, o no sé qué. Me dio

    empellón y se alejó sintiéndose acusado por las miradas de quienes

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    s rodeaban. Al alejarse, gritó, como si me escupiese a la cara:

    Racista! ¡Que eres un racista!

    pasar junto a la chica, justo cuando ella se volvía para ver qué

    saba, le aclaró, sin detener su carrera:

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    Racista! ¡Me ha pegado!

    r fin pude ver a la chica de cara. Una cara ovalada, con rasgos

    rcados que denotaban personalidad, unos ojos marrones que me

    ían con airadas descargas eléctricas y unos labios un poco carnosos

    tal como se entendía este término antes del invento de la silicona— 

    e contenían apenas la tentación de expresar el desprecio que yo le

    piraba con un insulto muy contundente. Era obvio que no se había

    erado de nada.

    r si no quedaba lo bastante claro, hizo un gesto con el brazo para

    viarme a tomar por saco. Después, reemprendió la marcha, más de

    sa, como decidida a poner distancia entre ella y alguien tan

    queroso como yo.

    menté que una chica tan guapa me tuviera en aquel concepto. Eché a

    rrer y la atrapé cerca de la escalera mecánica que llevaba a la calle.

    Eh, tú! —le dije.

    perimentó una sacudida a causa del susto y me miró con más miedo

    e asco. No me atreví a agarrarla de la manga para retenerla, aunque

    aba seguro de que el cuerpo le exigía una huida inmediata a

    ocidades supersónicas. Lo habría hecho si no hubiera descubierto

    e yo llevaba su cartera en la mano.

    Es que te han robado esto.

    quedó petrificada. Necesitó un par de segundos para asimilar la

    ormación y empezar a considerar los acontecimientos desde otra

    rspectiva.

    Pero ¿cómo puede ser...?

    descolgó la mochila de color mostaza y descubrió que la llevaba

    erta.

    .. Ese chico te la había quitado. Es tuya, ¿no?

    gió la cartera.

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    Es mía, sí. Gracias. —Aún no estaba convencida del todo. Me daba las

    acias para quitárseme de encima, como cuando dices «no, gracias» a

    mormón que quiere darte la vara.

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    Te la ha robado allí, en la escalera mecánica. Cuando el que iba

    ante de ti ha tropezado y tú has chocado con él. Entonces, el otro, ese

    uchacho que acaba de huir corriendo, ha aprovechado la confusión

    ra meter la mano en tu mochila. Es un truco muy común.

    r fin, se le relajó un poco la expresión. Intentó una sonrisa:

    ¿Y tú le has reclamado que me la devolviera?

    ce una mueca que tengo ensayada y que casi siempre da buen

    ultado con las chicas.

    Sí. Pero he esperado a que no estuviéramos cerca de los guardias,

    ra que no lo... Ya me entiendes, para que no lo detuvieran. Ya sabrás

    o de que nadie viaja en patera para chorar una cartera.

    Jo, lo siento! Había creído que.. . No sé. Que le estabas.. .

    Ya, ya lo sé —dije, con otra mueca. Y entonces, imité al árabe—:

    acista, me ha pegado».

    rió y puso cara de «qué burro eres», y eso siempre es buena señal

    ando se trata de una chica. «Haz que se ría y será tuya.» Era

    roximadamente de mi edad, dieciséis, diecisiete, y, ahora que se le

    bía suavizado la expresión, me pareció aún más guapa.

    Me llamo Juan —me presenté antes de que se le ocurriera despedirse

    mí.

    Y yo, Carlota.

    nos dimos la mano ni besitos en las mejillas, como suelen hacer los

    ultos en cuanto se les presenta una oportunidad. Estuve tentado, pero

    pareció que no procedía. En lugar de eso, empezamos a caminar 

    tos en la única dirección posible, la salida a la calle.

    ¿Y qué haces? —le pregunté.

    Primero de bachillerato.

    Yo, segundo. —Y el bocazas de Flanagan no pudo evitar el

    adido—: Bueno, y también hago pequeñas investigaciones privadas.

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    ¿Investigaciones privadas?

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    y —pensé arrepentido—, ahora te meterá directamente en la carpeta

    fantasmas.» Pero ya estaba dicho, así que había que continuar.

    A pequeña escala. —Con esa especie de falsa modestia que canta de

    os—. Bueno y a veces a gran escala, porque me he visto metido en

    os follones... En realidad, mis amigos, los que me conocen, me llaman

    nagan.

    ¿Flanagan? —Le hizo gracia—. ¿Ah, s í?

    Sí. Bah, es que me gustan mucho las novelas y las películas

    licíacas...

    A mí, sobre todo me gusta leer.

    Ah!

    gún la clase de libros que leyera, no íbamos a tener mucho tema de

    nversación, así que insistí en el tema cinematográfico.

    ¿Has visto  Fargo?

    No.

    habíamos salido a la calle y yo andaba adaptando mi paso al suyo.

    sabía adónde iba. En realidad, me dejaba llevar por ella.

    ¿Y has visto El juramento?

    ¿La de Jack Nicholson?

    Efectivamente.

    Sí. Sí que la he visto. Es la adaptación de una antigua novela de

    rrenmatt, El juez y su verdugo. La leí en una edición antigua que tiene

    madre, que por algo es bibliotecaria. Era un libro muy bueno.

    Y también está muy bien Nicholson, aunque a veces sobreactúa y

    ce demasiadas muecas. ¿Y sabes cuál me gustó mucho, también?

    ner, con Michael Caine, ¿la conoces? Ostras, Michael Caine hace de

    viejo mafioso que tiene un hijo y se le ha metido en el tarro que su

    o sea boxeador, y en seguida se ve que el hijo es un pobre des-

    aciado, que no tiene ni media bofetada y que nunca llegará a ninguna

    rte como boxeador, pero su padre se juega todo lo que tiene, todo,

    rque él también es un desgrac iado, arruinado, y no tan importante

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    mo parecía al principio... Es cojonuda.

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    rlota se detuvo ante el escaparate de una pequeña papelería de

    rrio.

    ¿Adónde vas?—le pregunté.

    Aquí.

    ¿Aquí? —Afligido porque aquello parecía marcar el final de nuestro

    yecto en común. Había llegado el momento de la despedida para

    mpre a menos que, dentro de unos años, coincidiéramos en el mismo

    riátrico.

    Sí. Voy a comprar una libreta.

    diqué unos segundos a dudar y a recordar mentalmente frases

    mosas del tipo de «El mundo es de quien lo intenta», o «El no ya lo

    nes», o «Las chicas perdonan siempre al que lo intenta, a quien no

    rdonan es al que no lo intenta» y otras parecidas y aún más absurdas.

    después de hacer acopio de tanta sabiduría popular, y en lugar del

    h, si me das tu teléfono a lo mejor podríamos vernos otro día» que

    ía planeado, me salió:

    Ah!, pues entro contigo. Yo también tengo que comprar un

    ulador.

    puso mala cara. Más bien diría que mi iniciativa le pareció bien.

    trás del mostrador de la pequeña y caótica papelería había una

    ñora neumática, mayor y con gafas de vista cansada, como las que usa

    padre. Carlota le pidió una libreta de tapas rojas, cuadriculada y de

    piral. Con tantas indicaciones, me pareció que aquella chica sabía

    uy bien lo que quería. ¿Sería igual de precisa en materia de chicos?

    señora revolvió las estanterías y sacó una libreta de espiral pero de

    as azules. Debía de ser daltónica.

    No, no, señora. No la quiero azul sino roja. ¿No tiene?

    Ay, sí, nena. Qué cabeza la mía.

    diálogo muy normal, como veis. Pero todo cambió de repente

    ando (¡atención!) Carlota añadió:

    gina

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    La necesito roja porque la quiero para escribir un diario sobre sexo: el

    rio rojo de Carlota.1

    erte que no me estaba mordiendo las uñas porque, si no, me como la

    no. ¿Qué había dicho? ¿Qué quería escribir un diario sobre sexo?

    quella chica tan guapa, con, eh, aquellos pechos y aquella cintura que

    etecía tanto abrazar y aquella sonrisa, decía algo así tan tranquila, en

    presencia? Se me había puesto cara de cardiópata en pleno ataque y

    ve que hacer un esfuerzo titánico para recomponer el gesto de hombre

    mundo.

    Allí escribiré todo lo que averigüe sobre el sexo y todo lo que me pase

    r la cabeza —insistía Carlota, por si no había quedado bien claro.

    delante, Flanagan, no te arrugues.»

    Ah, pues buena idea —dije.

    Y escribiré lo que he aprendido hasta ahora, lo que pueda aprender 

    el futuro, lo que pienso, lo que hago...

    Tus experiencias.

    Mis experiencias, sí.

    Si yo tuviera que escribir lo que pienso, lo que imagino, lo que me

    staría, necesitaría diez o doce libretas como ésta: una enciclopedia

    dije, decidido a no quedarme atrás. Y, como me pareció que me estaba

    sando, añadí en seguida—: Pero si tuviera que escribir mis experien-

    s, con medio folio ya tendría bastante.

    señora de la tienda, que finalmente había encontrado su stock de

    retas con tapas rojas, ya hacía rato que nos miraba como si fuera

    queóloga y nosotros dos fósiles de un tipo desconocido hasta el

    mento.

    ¿A usted qué le parece, señora? —le pregunté, antes de que se le

    urriera reprendernos.

    ¿Que qué pienso? Que me habéis dado una idea fantástica: me

    edaré una de estas libretas —y retiró una para mí, para escribir mis

    morias sexuales.

    ¿Ya se acordará?

    gina

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    Ah, s í, sí, ahora voy, bueno, no, da igual, déjame tú uno, o sea,

    pera...

    có un rotulador de la mochila y me lo prestó.

    ¿Cómo te llamas? ¿Carlota qué más?

    Carlota Terrades.

    e dio su número de teléfono y su dirección. Aquello se estaba

    niendo interesante por momentos. Empecé a anotar mis datos en otra

    gina.

    Yo me llamo Juan Anguera. Será mejor que pongas Flanagan.

    Ah, s í, Flanagan. Ja, ja.

    anoté todo, arranqué la página con mis datos y se la di junto con el

    ulador.

    O sea, que se trata de llenar todo es to de sexo, ¿eh? Bueno... Espero

    e no lo lean mis padres... Bueno...

    Pues yo espero que sí lo lean —dijo ella—. A ver si así se enteran de

    é es lo que me preocupa y nos entendemos mejor.

    nsé que sus padres debían de ser de diferente marca y modelo que los

    os.

    s despedimos allí mismo. Me quedé observando cómo se alejaba y,

    ando me vi reflejado en el escaparate de la papelería, pude constatar 

    e se me había puesto cara de Jorge Castells.

    gina

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    : Rosendo Bardet Para: Flanagan Enviado: 8 de febrero,

    32 Asunto: Consulta sobre sexo Hola, Juan,

    año pasado di seis charlas a institutos del barrio sobre

    ucación y prevención sexual. Como ya viste, después de

    da charla, apunto mi dirección de correo electrónico en

    pizarra, por si alguien quiere consultar alguna duda. Lo

    go, sobre todo, de cara a aquellos que querrían

    eguntar pero no se atreven a hacerlo ante sus

    mpañeros. Te sorprenderá saber que hasta ahora sólo

    bía recibido cinco e-maíls, y los cinco referidos a

    uaciones muy concretas y personales, como, por 

    mplo, el de una chica que temía haberse quedado

    barazada. Es pues la primera vez que alguien me

    ribe con una intención como la tuya, es decir, la de

    tener y ordenar toda la información posible sobre

    xualidad. Tu interés me sorprende y me alegra a la vez...

    ya que eres el único que lo ha hecho, me tomaré como

    asunto personal el hecho de ayudarte tanto como me

    a posible. Decirte también que, ya que eres del barrio, si

    gina

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    eres pasar algún día a verme por el CAP, puedes

    cerlo, a partir de la una del mediodía, que es la hora en

    e acabo las visitas.

    ro hay también otra clase de cambios menos per-

    ptibles a la vista pero tan importantes como los que

    abo de mencionar. Son los relativos al estado de ánimo,

    comportamiento y la visión de la vida. En primer lugar,

    ando un joven entra en la fase de la adolescencia,

    perimenta todos estos cambios físicos, a veces, a una

    ocidad que no está sincronizada con los cambios

    ntales. Durante una época, te puedes quedar 

    sconcertado, como si dijéramos, sentirte como un niño

    el cuerpo de un hombre. Con el tiempo, eso se arregla,

    ro llegan otros problemas. Los cambios hormonales

    luyen sobre tu estado de ánimo, y hacen que te pongas

    mal humor, que estés que muerdas y no se te pueda

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    cir nada, o que, bien al contrario, te sientas optimista y

    tórico, lleno de ganas de hacer cosas, según el

    mento. Hasta que no se haya terminado el período de la

    bertad, puedes estar sometido a esta especie de tira y

    oja emocional. La pubertad hace que se te despierte el

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    tinto sexual. De pronto, te sientes atraído hacia las

    cas con una fuerza desconocida hasta entonces.

    ando una chica te gusta, tienes ganas de abrazarla, de

    rle besos, de tener contacto físico con ella. Eso, entre

    as cosas, hace que te pongas en cuestión a ti mismo.

    res atractivo (o sea: atraes)? ¿Te gustas, tal como has

    edado, después del cambio? ¿Corres el peligro de ser 

    hazado cuando te acerques a una chica que te gusta?

    espondes a esa imagen idealizada del «hombre muy

    mbre» con que nos bombardean el cine y la televisión?

    a! mismo tiempo, una serie de tabúes e ideas prefijadas

    pecto a la sexualidad te preocupan:

    stá bien que tenga ganas de besar a una chica, a mi

    ad?

    engo que preocuparme porque he cedido a la tentación

    masturbarme?

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    uede perjudicarme, físicamente, la masturbación?

    uedo contraer alguna enfermedad de transmisión

    xual, según lo que haga?

    mo ves, son muchas preguntas, muchos cambios re-

    ntinos, y el conjunto puede precipitarte a desequilibrios

    ocionales, a pasar de momentos de depre a momentos

    euforia para volver en seguida a la depre, como si

    jaras en el Dragón Khan. Tarde o temprano, te sentirás

    o, incomprendido, tratado injustamente. Y estos

    mbios de estado de ánimo son los que hacen difícil la

    nvivencia de los adolescentes con los adultos y los que

    n tan mala fama a la adolescencia.

    la adolescencia, también sientes más necesidad de

    ertad, porque quieres y te sientes capaz de hacer más

    sas, y entonces la ayuda que quieran prestarte los

    ultos, particularmente la de los padres, representa un

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    orbo tan grande como sus imposiciones, porque si te

    udan es como si creyeran que tú solo no puedes afrontar 

    problemas. «¡Dejadme en paz, coño, que ya soy

    yor!» No es de extrañar que ello provoque una época

    discusiones y enfrentamientos. Por una parte, como

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    elión ante la autoridad paterna, que te limita, y por otra,

    rque has entrado en una fase de inseguridad en que se

    hace imperativo reafirmar tu personalidad y una forma

    hacerlo es oponiéndote directamente a los «que

    ndan». Te parece (con razón o sin ella) que tus padres

    án limitando tu vida y, entonces, de alguna manera

    nes en cuestión la suya. Dejas de ser el niño que confía

    gamente en sus padres y les admira, para convertirte en

    oven que les descubre los defectos, que seguro que

    nen, y que puede llegar a despreciarlos.

    adolescencia es una etapa difícil, en que los conflictos

    re padres e hijos no sólo son normales, sino que incluso

    dríamos decir que son inevitables. Es verdad que tanto

    manera de ser como la actitud que tomen los padres en

    e momento es muy importante y puede ayudarte o

    rjudicarte, pero tu actitud y tu manera de ser de fondo

    mbién cuentan. Sólo con el paso del tiempo llegaréis

    dos a una situación de equilibrio y de mayor objetividad.

    gina

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    gina

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    pítulo 2

    ESPECTÁCULO DEL BIGOTAZOS Y LA ESCAROLADA

    tuve unos días ocupado, más que nada por culpa de Jorge Castells.

    daba obsesionado con la idea de que Jenny y el Mirage se habían

    ostado y quería que yo confirmara sus sospechas, y no dejaba de

    rearme a todas horas recordándome que me había pagado un

    ñado de euros por mi investigación anterior y que me pagaría otro

    ando pudiera darle respuesta a la gran pregunta.

    ¿Por qué no se lo preguntas a ella? —le aconsejaba yo—. Al fin y al

    bo, salís juntos.

    ge no quería ni plantearse la posibilidad. A Jenny no le gustaba que

    controlaran. Se enfurecía cuando él le preguntaba dónde estaba tal

    a tal hora, porque la había estado llamando y no la había

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    contrado.

    manera que, terminadas las clases, me encontraba vigilando a Jenny,

    l Mirage, por separado, porque esos días nunca los vi juntos.

    mprobé, eso sí, que Jenny tenía otro pretendiente: Salvador 

    uguerolas, otro compañero de clase, que tenía moto e iba de chulo y

    sobrado en público. En privado, en cambio, se arrastraba a los pies de

    nny; le ofrecía regalos que ella rechazaba, se la tropezaba en las

    quinas como por casualidad, insistía e insistía en que quería salir con

    a, por caridad cristiana. Dado que Jenny pasaba de él y lo esquivaba

    disimulo, el dato carecía de interés para la investigación sobre su

    elidad a Jorge Castells. (Para mis estudios sobre la guerra de sexos,

    ultaba más interesante el hecho de que, cuanto más pasaba Jenny de

    va Bruguerolas, más colgado estaba Salva Bruguerolas de Jenny.

    riosidades del mundo animal.)

    r lo que se refiere al Mirage, pude comprobar sus poderes de

    ducción cada vez que se encontraba por la calle a una compañera de

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    se. «¡Mira, Mira! ¡Ji, ji, ji! ¡Mira a Mira!» Todas se paraban a hablarle,

    halagaban, le sonreían, le daban conversación y me pareció que más

    una tenía que reprimir las ganas de arrodillarse delante de él y

    orarlo como a un Dios. A todas se les ponía una carita especial y,

    m, se les tensaba un poco el cuerpo, y para hablar con él se acercaban

    s de lo prudente, invadían su espacio privado, ansiosas por acortar 

    tancias. El Mirage era guapo, sí, pero además tenía los ojos teñidos

    tristeza, coronados por unas cejas un poco diabólicas que, al

    rpadear, daba la sensación de que temblaban un poco; el conjunto le

    ba un aire de héroe romántico atormentado. Y todas se morían de

    nas de consolarlo.

    a envidia que me daba a mí.

    ando regresaba a casa, siempre hacía la misma pregunta:

    ¿Me ha llamado alguien? —Sí.

    ro cardíaco.

    ¿Quién?

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    Jorge Castells. Siete veces.

    Ah. ¿Nadie más?

    Nadie más. Y ahora, s i no tiene que provocarte una hernia discal,

    odrías ayudarnos a poner mesas para la cena?

    casa tenemos un bar, ya lo he dicho. Un bar de barrio, con mucho

    vimiento y mucho ruido, y ya se sabe que en un sitio así el teléfono

    ena con frecuencia. Cada vez que lo oía me quedaba a la expectativa,

    ralizado, esperando el grito de mi madre o de mi hermana Pili:

    uanitoooo! ¡Al teléfono!». ¿Sería Carlota?

    ro nunca era Carlota. Empecé a temer que ya no llamaría. Me comía el

    ro pensando que me había dado sus datos para no desairarme

    ando se los pedí, pero que, en realidad, no tenía ningún interés en mí.

    guro que tenía otro novio. Y si lo tenía, me daba rabia que lo tuviera.

    lo conocía y ya me caía como un puntapié en el culo, ese ser utópico.

    ra quitarme a Carlota de la cabeza, habría necesitado la ayuda de

    nes. Nines es la chica con la que salgo. O salín, no sé. Una pija

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    apísima, con remordimientos por ser l.iii pija, tan rica y tan guapa.

    sé qué hacía con un chico i le barrio como yo. Pero me gustaba. ¿Y,

    onces, Carlota? Bueno, es que Nines y yo estábamos pasando por un

    mento delicado de nuestra relación.

    a había suspendido un montón de asignaturas y tenido que estudiar 

    studiar y estudiar y después estudiar un poco más todavía para

    nerse al día con la ayuda de una legión de profesores particulares. Y

    o era verdad, era más cierto que los dos habíamos llegado al acuerdo

    ito de darnos un respiro, ponernos a prueba, uno sin otra durante

    a temporada. ¿Eso era el preludio de una ruptura?

    lo sé, pero, como no podía salir con Nines, acabé haciendo de tripas

    razón y llamando a Carlota. Me había preparado lo que le diría,

    luso un par de chistes que podían pasar por improvisados, producto

    una mente rápida e ingeniosa, como si en lugar de una conversación

    uello fuera una venta por teléfono. En realidad, lo era. El producto a

    ocar era yo mismo.

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    n preparado como iba, tanto como me había costado decidirme y

    ultó que su teléfono comunicaba.

    el momento en que colgué, el teléfono sonó en mi mano. Volví a

    scolgar, dispuesto a dejar a Jorge Castells sordo de por vida con un

    rido.

    ¿Flanagan? —No era Jorge. Ni Carlota. De momento, pensé que me

    aba llamando uno de los teleñecos, ése que habla con voz de

    rvertido sexual.

    Yo mismo. Diga.

    Mire, tengo un problema y necesito un detective.

    um», pensé.

    ¿Dígame su nombre?

    Tengo un loro, que hasta ahora era muy bien educado, pero de pronto

    empezado a decir marranadas y me pone en un compromiso, porque

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    dos mis hermanos y mis hermanas son monjas o curas. Quiero

    ntratarle para que averigüe quién ha sido el sinvergüenza que le ha

    señado esas cosas al loro.

    ¿Cómo? ¿Ha dicho «un loro»? —dije por reflejo, atónito.

    voz cambió de golpe: —Juan, no te enfades, soy Carlota.

    Ostras.

    ¿Te has enfadado?

    No, no... Lo que pasa es que yo prec isamente te estaba llamando.

    ¿De verdad? ¡Qué coincidencia!

    ¿Y para qué me llamabas? —dije, reprimiendo la ocurrenc ia

    ebemos de ser almas gemelas, tendríamos que intimar 

    idamente»—. ¿Sólo para gastarme una broma?

    No, no. Es que.. . He pensado que, si te va bien, podríamos quedar. El

    o día ni siquiera te di las gracias por aquello de la cartera. Llevaba la

    sta ganada con el sudor de mí frente a base de ocuparme de c ríos

    rones e insoportables algunas tardes. Aún no me la había gastado

    da.

    Eh, me está pidiendo que salgamos juntos!», pensé.

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    ¿Me estás invitando? —dije. —Sí.

    ¿A qué? ¿Bogavante? ¿Caviar?

    que se le escapaba la risa. Buena señal. «...Será tuya.»

    Una cerveza y vas que chutas. Si quieres, después vamos a una

    scadería y el caviar y el bogavante los miramos en el escaparate.

    Hizo una pausa—. ¿Cómo lo hacemos? ¿Vienes o voy?

    Voy —dije en seguida, porque no quería que se acerrara al barrio. Mi

    rrio tiene unos pésimos asesores de imagen y se necesita un cierto

    oceso de adaptación antes de visitarlo.

    Conoces un bar que se llama Qué-sueño-tan-dulce? me dijo Carlota.

    No, pero si me das la direcc ión, lo encontraré. Si puedo pillar a un

    rruptor de loros, también puedo encontrar un bar si sé cómo se llama

    n qué calle está.

    e dio la dirección y quedamos citados aquella misma tarde.

    gina

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    artín y Ribera

    egué al bar antes que ella. Me había vestido de esa forma tan

    mplicada que consiste en ir maqueado sin que parezca que vas

    queado. Los vaqueros nuevos, zapatos de verdad y una camisa

    nca, regalo de Nines, que es tan pija, tan pija que ni siquiera lleva

    codrilos ni jugadores de polo bordados en el pecho. Imagina. Me puse

    cuello un paliacate rojo, una especie de pañuelo mexicano que tengo

    sde hace mucho tiempo y que —me pareció— me daba un toque algo

    hemio o progre, porque a mí me había parecido que Carlota era

    hemia, o progre, o kumba o algo por el estilo.

    uel bar de nombre tan raro estaba en el Ensanche y, al primer vistazo,

    confirmó que la elección del paliacate había sido acertada. Estaba

    no de hombres y mujeres con pinta y actitud de intelectuales, algunos

    ribiendo frenéticamente en libretas anteriores a la invención del or-

    nador portátil, otros hablando y fumando como si Tabacalera hubiera

    unciado el corte inminente de todo suministro.

    dí una caña y me la sirvieron.

    tuve tiempo de estudiar a la parroquia, porque Carlota llegó en

    guida.

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    ro entonces quien se echó a reír fue ella. Como si tuviera enanos que

    hicieran cosquillas debajo del sobaco. Y cuanto más trataba de cortar 

    carcajada, más ganas de reír la atacaban. Asustada, movió las manos

    fijarse en lo que hacía y se llevó por delante mi vaso, que rodó por la

    sa y se estrelló contra el suelo.

    tipo que estaba detrás del mostrador nos miraba como

    eguntándose si tenía que lanzarnos una jauría de dóbermans o, mejor,

    tarnos con la ayuda de un lanzallamas.

    ¿Y si nos vamos? —dijo Carlota, muy oportuna.

    Sí, mejor, antes de que nos amorren a la salida de vapor de la cafetera.

    Qué truculento eres! —se rió—. Vamos, aquí cerca hay un parque.

    gina

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    artín y Ribera

    sé qué pasa a nuestra edad que, cuando conocemos a alguien que no

    ne a nuestro instituto, el tema de entrada siempre son los estudios,

    profes, o las anécdotas de los compañeros, que resultan más

    aciosas cuando las vives que cuando las cuentas. En nuestro paseo

    sta el parque, nos lanzamos a esta clase de conversación con un

    usiasmo que el tema no merecía.¶

    mo aún era temprano y hacía sol, el parque estaba lleno de niños y

    cianos y skaters y jugadores de petanca, ciclistas y futuros delanteros

    primera división. Con peligro evidente para nuestras vidas, echamos

    ndar por la zona pavimentada: tan pronto esquivábamos una pelota

    e llegaba a cien por hora ofreciéndose para que la rematara de cabeza,

    mo teníamos que huir de un ciclista temerario que, en la elección,

    efería arrollarnos a nosotros antes que a un skater.

    rlota me contó una anécdota sobre un profe que cuando hablaba

    picaba de salivilla a todo el que se le ponía por delante, y al que

    maban el Aspersor, y yo, para no quedarme atrás, le hablé de Morales,

    de Física.

    Pues en clase tenemos a uno, al que llamamos el Sádico, porque

    mpre que tiene que hacer preguntas difíciles, se las hace a las chicas

    s guapas, para hacerlas sufrir. Un día le había hecho una pregunta

    bre el asesinato de Julio César a la gamberra de María Gual y ella

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    ntestó que no hablaría si no era en presencia de su abogado cuando...

    balón de reglamento apareció de la nada y rozó la oreja de Carlota,

    errumpiendo mi apasionante anécdota. Carlota se volvió enfurecida

    cia los futbolistas en prácticas.

    A ver si vais con un poco de cuidado!

    Vámonos de aquí —dije—. Esto es un campo minado.

    rlota me señaló una zona de césped, más tranquila, en un punto

    vado del parque. Se llegaba allí por un camino que iba haciendo eses

    re el césped y los árboles.

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    n pensarlo, la tomé de la mano.

    Subamos atajando. Llegaremos antes.

    e pareció que el contacto con su mano me transmitía descargas

    ctricas de intensidad moderada, no de ésas de 380 y trifásicas que

    en a la gente, sino otras mucho más agradables que me llenaban el

    erpo de hormigueos. Me habría quedado con aquella mano, pero temí

    e ella pensara que iba demasiado de prisa, y la solté en cuanto me

    reció que ya no necesitaba mi ayuda.

    aquella parte elevada del parque no se podía jugar a fútbol porque el

    reno hacía demasiada pendiente, y resultaba imposible practicar  skate

    rque el suelo era demasiado blando. Allí era donde se instalaban las

    rejas que, como nosotros, buscaban tranquilidad y una cierta

    imidad. Algunas hablaban, otras hacían manitas o se acariciaban. Al

    smo tiempo que nosotros, llegaba al lugar otra pareja, él con un

    gote enorme, que le caía sobre la boca como una melena, y ella con

    a mata de pelo rubia y escarolada.

    ¿Aquí te parece bien? —preguntó Carlota.

    dije que sí.

    s sentamos en el césped, uno al lado del otro, s in tocarnos. Hombre,

    ya me habría arrimado más, que era lo que me exigía el cuerpo, pero

    puse que si lo hacía, ella se enfadaría y me preguntaría qué me había

    ído, o algo así.

    Bigotazos y la Escarolada se sentaron un poco más allá, cerca de unos

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    torrales muy oportunos, que los hacían invisibles para las otras

    rejas del parque pero no para nosotros. Sin el menor intercambio de

    abras previo, se echaron uno en brazos de la otra y se hicieron el boca

    oca en un arrebato de pasión. El terreno hacía pendiente y los

    íamos a nuestros pies, como si estuviéramos en la platea y ellos en el

    enario.

    ¿Qué me decías de ese profe? ¿Que siempre le pregunta a tu amiga?

    me preguntó Carlota.

    Sí. Ah, s í, a María Gual.

    gina

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    artín y Ribera

    Ah, c laro: y, como a ti te gusta, la defiendes del ogro.

    Me estaba preguntando si salía con alguien?

    No, qué va! María sabe defenderse sola —esquivó hábilmente el

    errogatorio Johnny Flanagan.

    Pero ¿sales con ella? —Ataque frontal.

    No, no, con ella no. —¡Ñac! La pata. Jodó, después de todo, Johnny

    nagan no era tan hábil. Caía en las trampas más elementales de las

    errogadoras expertas. Me sentí obligado a aclarar—: La chica con

    en salgo no viene al insti...

    ¿Cómo se llama? —No parecía decepcionada, y a mí me habría

    stado que pareciera decepcionada, no sé, que se tirase de los pelos,

    e se arrancara el top rojo entre chillidos de desesperación. Bueno,

    zá exagero.

    Nines. Ángeles. Angelines, Nines. Es... bueno, da igual. Últimamente

    cosa está un poco fría...

    contrario de lo que ocurría con la pareja que teníamos delante. Ahora

    habían dejado caer de espaldas sobre el césped y, acostados, muy

    gados el uno al otro, se devoraban mutuamente con las bocas muy

    ertas y ruidosos sorbos de babas y abundancia de pelos de bigote. Se

    cía difícil no mirarlos.

    A mí me pasa lo mismo —dijo Carlota, que al oír eso de la cosa fría no

    había puesto a saltar de alegría como un jugador de fútbol celebrando

    gol del triunfo.

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    y —pensé—. ¿Lo mismo? Seguro que no es lo mismo.»

    Ah, ¿tú también sales con alguien? —Su respuesta me interesaba

    uchísimo.

    Pues no estoy muy segura. Koert es holandés. Nos conocimos este

    rano. Yo estaba en unos cursos de inglés en Londres y él en unos

    mpeonatos de natación. Fue una relación intensa. Después, a partir de

    e regresamos cada uno a su país, chateamos bastante y utilizamos el

    gina

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    rreo electrónico cada día un montón de veces, pero por Navidad,

    uvimos un tiempo sin escribirnos, y ahora tengo la sensación de que

    relación ha decaído.

    s forcejeos de la Escarolada y el Bigotazos, cada vez más furiosos, ya

    aban superando las primeras barreras. Él, con los bigotes

    arolados, ya había metido la mano bajo el jersey de ella y le amasaba

    pecho como si intentara ordeñarla.

    El caso es que los dos tenemos a alguien —dijo Carlota, como para

    ar las cosas claras.

    Bueno, ahora que nos conocemos, nuestras respectivas parejas

    berán sufrir en silencio.

    Ja, ja —se rió—. Tú has visto muchas pelis de detectives duros.

    Era una broma, pero lo que quiero decir es que, bueno, aunque tengas

    reja, y más a nuestra edad, puedes encontrarte con otras personas con

    que te sientas muy a gusto, ¿no? —Sí.

    e pregunté si me habría expresado con claridad. Si Carlota habría

    ibido el mensaje expresado de una forma tan complicada: que me

    contraba muy a gusto con ella.

    ora, la mano de la Escarolada ya había forzado el cinturón y la

    mallera de su compañero y estaba haciendo una atrevida

    ospección dentro de sus pantalones. Era imposible continuar 

    blando como si nada con Carlota, ignorando aquel espectáculo.

    Jo —dije en un susurro.

    Sí.. . Jo. No está mal.

    ¿Qué hay que hacer en una situación así? ¿Irnos para no molestar?

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    Tienes razón.

    e pareció notar una pizca de decepción en su voz. Quizá me había

    uivocado. De todas formas, ya era tarde: la magia del momento había

    edado atrás.

    gina

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    samos el resto de la tarde en un bar destartalado delante de una birra

    blando de esto, de aquello y de lo de más allá. Fue agradable, pero yo,

    el bar, me sentía como un exiliado. Era como si me hubieran echado

    Paraíso Terrenal. O sea: del parque.

    vuelta al barrio, al salir de la boca del metro, me encontré con mi

    igo Ramón Trallero, alias Charcheneguer.

    Eh, Flanagan! ¿De dónde vienes?

    He salido con una chica del centro.

    ¿Nines?

    No, otra.

    e miró con esa admiración cavernícola de machoman que valora a los

    mpañeros en función de la cantidad de parejas que tengan.

    Bien por Flanagan! ¿Y qué? —hizo un gesto explícito con los brazos,

    mo quien esquía—. ¿Has mojado?

    No seas bestia, Charche.

    Tranquilo. Si veo a Nines no le diré nada.

    Si no es eso.. .

    ues qué era? Aquella noche, echado en la cama, con la luz apagada,

    fui capaz de saber qué me sucedía con Carlota. Quizá sólo era que

    quemado y que me moría de ganas de hacer con ella lo que hacían el

    gotazos y la Escarolada. O igual era que me estaba colgando de ella.

    día ser, pero, por otro lado, también estaba colgado de la ausente

    nes.

    ntonces?

    ver. You give me fever when you kiss me, fever when you hold

    tight.

    ver. What a lovely way to burn.

    s dedos juguetearon con mis genitales durante un rato.

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    evitablemente. Luego, me dormí.

    gina

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    arato de la ortodoncia. Estando yo del humor que estaba, no es raro

    e se me ocurriera lo que se me ocurrió.

    entras los compañeros de clase organizaban un partido de

    oncesto, me fui al rincón del patio donde se encontraba la novia

    puestamente infiel, Jenny Gómez, con aquella naricilla respingona y

    culito que daba gusto contemplar. Quería hacer un experimento.

    Jenny... Como sigas así tendrán que ponerte un triángulo en la cabeza

    le solté sin prolegómeno alguno.

    ¿Qué quieres decir?

    Que como te pongas un poco más guapa, ya no serás apta para

    nores.

    Ja, ja, ja. Qué burro eres, Flanagan. Mira que eres burro —se rió,

    mplacida.

    e apoyé en la pared, a muy poca distancia de ella, cerrándole

    alquier posibilidad de fuga, en un manifiesto abuso de confianza. A

    a no le importó. Más bien al contrario: estaba en la fase de descubrir 

    poder de seducción y le gustaba experimentar hasta dónde podía

    nquistar.

    Mira lo que te digo —continué, hac iendo vibrar mi dedo índice en el

    e—: Si tuviera una máquina para dirigir los rayos, haría que cayera

    o sobre la cabeza de Jorge Castells.

    Ja, ja. Me troncho. Pobre Jorge.

    proximidad que le había impuesto sugería una conversación íntima.

    s carcajadas, secretos inconfesables entre los dos. Echando una ojeada

    a pista de baloncesto, porque no era precisamente la reacción de

    nny la que quería controlar, pude observar cómo el Mirage se distraía

    n la mirada puesta en nosotros y el pívot rival se le escabullía.

    lvador Bruguerolas también nos miraba, convertido en una estatua al

    raje (¡Jenny Gómez me hacía caso a mí y a él no!), pero ése era un

    alle que no me interesaba.

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    e quedé un buen rato hablando de tonterías con Jenny, y de vez en

    ando comprobaba las miradas que nos dirigía el Mirage, incluida una

    e me pilló en mi momento más atrevido, justo cuando puse la mano

    bre el jersey ajustado de Jenny para quitarle un hilo que tenía a la

    ura del pecho derecho.

    Te hace feo —le expliqué.

    Flanagan! —No dejaba de reír—. ¡Qué atrevido te has vuelto! ¿Vas

    mado?

    le descubría atractivos muy evidentes que antes se me habían

    sado por alto y empezaba a entrarme complejo de crápula.

    timbre que nos llamaba de regreso a clase me salvó de acabar 

    ciéndole alguna clase de proposición.

    experimento me sirvió para alimentar las sospechas de que el Mirage

    aba colgado de Jenny. Si no, ¿a qué venía tanta vigilancia? Hasta

    onces, los había visto salir un par de veces, una para ir a patinar y

    a para pasear pero, claro, eso no respondía a la pregunta de Jorge

    stells. Jenny y el Mirage eran vecinos y se conocían de pequeños.

    dían ser sólo amigos. ¿O es que yo no me citaba con Carlota a pesar 

    tener (¡o no tener!) a Nines?

    ando llegué a casa, a mediodía, me encontré con un mail de Carlota

    el ordenador. Me preguntaba por el grado de intimidad que me

    ecía el correo electrónico, no me explicaba el porqué de esta pregunta

    a lo mejor me quiere enviar un correo subido de tono!», elucubré) y se

    spedía con «una megatonelada de besos» y firmando Mata-Viva, en

    menaje a la espía Mata-Hari.

    o de la megatonelada de besos me sonó muy bien. Después de

    mprobar que apenas hacía un cuarto de hora que me había enviado el

    nsaje, y esperando que aún estuviera delante del ordenador,

    pondí:

    : Flanagan Para: Carlota

    viado: 9 de marzo, 17.19 Asunto: Flanagan a Mata-Viva

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    mi PC no hay ningún espía, aparte de ti misma. Puedes

    nfiarme tus secretos, Mata-Viva. Soy una tumba y mi

    rreo -que es mío y solamente mío— también. Por cierto,

    sé por qué me hice detective, pero ¿tú por qué te hiciste

    pía? 25 megatoneladas de besos, Flanagan

    n de prisa como si en lugar del mail estuviéramos en el Messenger, o

    un chat, llegó la respuesta.

    e contaba que el pesado de su hermano le había localizado el diario

    o y por tanto proponía un cambio de soporte. O sea, escribir los

    rios rojos en el ordenador y protegerlos con contraseñas,

    criptaciones, lo que hiciera falta.

    ababa diciendo: «25 megatoneladas de besos y un puñado de

    squillas en las axilas y el cogote».

    Qué curiosa es la influencia que ejerce la literatura en el lector.

    ando leí la palabra cosquillas casi me estremecí como si las estuviera

    perimentando y se me apareció la imagen de una Carlota

    riblemente atractiva. Entendedme: mucho más que guapa, más que

    mirable por los rasgos de su rostro o por las formas de su cuerpo,

    iero decir atractiva, de atracción, como si estuviera imantada y yo

    ra de hierro, como si ella fuera un remolino y yo un mal nadador,

    mo si ella fuera un abismo y yo un enfermo de vértigo. Me atraía la

    idez de su mirada y la espontaneidad de su sonrisa, y la ingenuidad

    su actitud, que sin duda escondía secretos embriagadores.

    recordaba que me hubiera ocurrido nada igual con Nines ni con

    nguna de las chicas con las que antes me hubiera besado o hecho

    nitas. Tal vez fuera porque con Carlota habíamos hablado de sexo en

    anto nos habíamos conocido y esa palabra había barrido a todas las

    as, descartando cualquier otro tema por anodino y vacuo.

    gina

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    ónde estábamos?

    , sí.

    idea de continuar el diario en el ordenador me parecía bien. Pero

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    arte de eso, me moría de ganas de volver a verla y estar cerca de ella.

    uy cerca. Cien megatoneladas de besos virtuales no son nada

    mparadas con un solo beso de verdad.

    me ocurrió la manera. En un nuevo mail, le propuse que nos

    ramos para llevar a cabo una especie de ritual simbólico de

    strucción de las libretas. Podíamos quedar en el parque.

    ta vez, más atrevido, a las megatoneladas de besos añadí: «un

    rdisquito en la oreja».

    e parece que, mientras esperaba su respuesta, contenía la respiración.

    tardó. Carlota contestó para fijar día (sábado) y hora (después de

    mer) y se despedía con «un lametón en la punta de la nariz».

    Tenía que ser fantástico, un lametón en la punta de la nariz.

    e estaba poniendo a cien. Tenía mucha fiebre, pero mucha, l'm in

    ver. Fever in the morning. Fever all through the night.

    última hora de la tarde, en el instituto, fui al lavabo, y justo cuando

    estaba subiendo la cremallera, se abrió la puerta y apareció el

    rage.

    Flanagan —dijo, señalándome con el dedo.

    me había pasado la tarde entretenido tratando de reproducir 

    ntalmente la somatización física de las cosquillas y lametones

    tuales de Carlota y no me había ni acordado de que por la mañana

    bía estado tratando de atizar sus celos. Lo cierto es que estaba tan

    scentrado que en ningún momento se me había ocurrido que el Mi-

    ge quisiera hacer justicia.

    Flanagan —repitió, con la pose triste del asesino que mata porque es

    obligación, pero que en el fondo no experimenta ningún placer al

    cerlo.

    Eh, hola, eh, ah, me voy, que tengo prisa...

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    Espera.

    sé si he dicho que el Mirage es mayor que yo. Tiene dieciocho años,

    i vamos a la misma clase es porque, en algún momento de su carrera,

    simismado como debía de estar mirándose en el espejo, perdió un

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    rso. Además era alto. Muy alto. Es bien sabido que los tíos cachas mi-

    n metro noventa, y el Mirage no era una excepción. Cuando juega a

    oncesto, agarra la pelota con una sola mano, y con una sola mano

    dría ahora agarrar mi cabeza y exprimirla hasta que el cerebro me

    iera por las cuencas de los ojos. De momento, se apoderó de mi hom-

    o y yo me quedé patitieso.

    Me ha parecido notar que te has hecho muy amigo de Jenny.

    ¿Yo? ¿Yo amigo de Jenny? Ja, ja... Pero ¿qué dices?... ¡Yo y Jenny

    igos! Ja, ja, ja.

    Vamos, no disimules, Flanagan. Os he estado observando, en el patio.

    etió la mano en el bolsillo. «Ahora saca un puño americano y me hace

    estética», pensé mientras buscaba frenética e infructuosamente

    sibles vías de escape.

    lugar de un puño americano o de un cuchillo de despiece, en su

    no aparecieron dos pedazos de papel. ¿Qué era aquello? ¿Quería

    cer que me los tragara?

    A Jenny le gustan mucho los Qué Asco Mío —dijo—. Mañana por la

    che actúan en Badalona. Había conseguido unas entradas para darle

    a sorpresa e invitarla, pero ahora resulta que no puedo ir.

    Ah —dije, desconcertado.

    Mi padre me necesita en el taller. Tenemos que quedarnos este

    bado, hasta la madrugada, reparando el coche de un cliente que lo

    cesita para el domingo.

    Ah, bien —dije. Pero no me atrevía a coger las entradas.

    Ya que os habéis hecho amigos, ¿por qué no la acompañas tú? Seguro

    e le gusta.

    gina

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    Ah. Oh.

    epté las entradas convencido de que aquello era una trampa y de que,

    cuanto las tuviera en las manos, empezaría la paliza. Ya levantaba un

    azo hacia mí...

    Trátala bien, ¿eh? —Su mano aterrizó suavemente sobre mi hombro

    uierdo—. Es una chica muy divertida y se merece algo más que al

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    bo de Castells. Y ahora perdona, que me esperan.

    o media vuelta y salió.

    ando llegué a casa, estaba tan contento de haber salido ileso de la

    ueba que incluso ayudé a servir mesas y a fregar platos.

    sábado comí temprano, me puse guapo y, antes de ir a encontrarme

    n Carlota, pasé por casa de Jorge Castells para darle las entradas del

    ncierto a fin de que pudiera acudir con Jenny. Además, le dije que no

    ía que preocuparse por su novia (o, al menos, no tenía que

    eocuparse por la posibilidad de que se la quitara el Mirage, me corre-

    mentalmente).

    opé, Flanagan, qué generoso. —Y, lleno de esperanza—: ¿Así que no

    n hecho el amor? ¿No están liados? ¿Estás seguro?

    Tan seguro como que ahora mismo me vas a pagar lo que valen las

    radas y quedaremos en paz por lo que se refiere a mis servicios.

    aso cerrado», pensé.

    estado de euforia y con el bolsillo lleno, me trasladé al parque donde

    bía quedado con Carlota. Las cosas iban bien y lo mejor estaba por 

    gar. Ya casi ni me acordaba de la Nines infiel y viajera. Iba a

    contrarme con una chica que me hacía cosquillas y me daba

    metones por correspondencia, y que escribía un diario sobre sexo. Y

    emás, me gustaba, me estimulaba, hacía que me hirviera la piel. ¿Qué

    s se puede pedir?

    esperé de pie sobre la parcela de césped que habíamos ocupado el

    o día. Aunque hacía un día gris y frío para el resto de la gente que

    lulaba por el parque, para mí brillaba el sol y los pájaros cantaban a

    ro «Don't worry, be happy» moviendo rítmicamente sus cabecitas.

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    sado un rato, Carlota apareció por el caminito y, a medida que se

    ercaba, el corazón se me iba acelerando. Se lanzó directa para darme

    beso en la mejilla, y yo, casi sin querer, felizmente torpe, sustituí

    jilla por boca. Un beso en los labios, involuntario y fugaz, pero suave,

    enas un contacto húmedo de efectos contundentes.

    um! Un flash. Un relámpago y un trueno sacudieron la tierra. Y el

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    cho de que fueran imaginarios no los hacía menos reales, si entendéis

    que quiero decir. Oh, y después no sabíamos dónde mirar. Como si

    viéramos miedo de deslumbrarnos con nuestras pupilas.

    ¿Has traído la libreta? —le pregunté (me parece).

    nto ella como yo sólo habíamos llevado, arrancadas, unas cuantas

    ginas de las que ya teníamos escritas. A mí me había dado pereza

    sar todo lo escrito al ordenador y, en el fondo, pensaba que en mi casa

    die tenía el menor interés por leer mis escritos. Y, si lo tenían, mejor.

    no tienes secretos para nadie, nadie puede hacerte chantaje, ése es mi

    ma.

    mpimos las páginas y tiramos los pedazos a una papelera.

    volvía a tener fever. Mucha fever. Cuarenta y tres o cuarenta y cuatro

    ados, por lo menos. O sea que empezaba a delirar: consideré la

    sibilidad de abrazarla por sorpresa y rodar pendiente abajo con ella,

    r el césped. Ella también me miraba. ¿Le gustaría un Flanagan

    ebatado, que tomara la iniciativa como hacen los machos muy

    chos de las pelis? ¿O me daría un chasco, como el otro día, cuando

    reí del piropo que le habían soltado?

    taba a punto de lanzarme al abismo, en todos los sentidos de la

    abra, cuando ella dijo:

    ¿Y aquí se acaba el ritual?

    ce algún ruido con la boca. No me salían las palabras.

    Ya lo tengo! —dijo ella—. Podemos invocar a dos seres míticos,

    nus y Apolo...

    gina

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    ¿Para qué? —reprimí el chiste: «¿Quieres hacer una cama redonda?».

    Hombre... Ésos sabían mucho de asuntos sexuales.

    del diario rojo era un lío. Yo no sabía si estaba hablando de la teoría o

    la práctica. En realidad, me sentía embarullado, con la mente

    otargada. Todo lo que salía de mi boca me parecían chorradas.

    ¿Ah sí? ¿Y tú c rees que servirá de algo invocarlos?

    Quién sabe... —Sonrió de una manera que acabó de descoyuntarme el

    ganismo—. A lo mejor nos inspiran.

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    ¿El diario rojo o la tarde? —pregunté, para empezar a centrar las

    sas.

    La tarde, mejor.

    rlota tuvo un escalofrío. Se había levantado un viento helado. ¿O era

    a cosa?

    ¿Tienes fr ío?

    Sí, mucho, muchísimo.

    ¿Quieres que vayamos a algún sitio cerrado?

    ¿Por qué no vamos al cine?

    Muy buena idea. Ya te dije que me gusta mucho... ¿Te parece que

    yamos a ver Un oso rojo? Es una policíaca que dicen que es muy

    ena.

    Va, sí. ¿Dónde la ponen?

    En los multicines. Cerca de aquí.

    ra empeorar las cosas, se puso a llover. Poco, sin ganas, pero el agua

    aba helada.

    pronto, Carlota me dijo:

    ¿Puedo meter la mano dentro del bolsillo de tu anorak? Me he dejado

    guantes y las tengo congeladas.

    Ah, pues claro, pues c laro —dije, al tiempo que conseguía, de

    lagro, no atragantarme con mi propia saliva.

    etió la mano en mi bolsillo. Técnicamente, ahora se podía decir que

    minábamos abrazados, aferrados el uno al otro, y a mí me parecía que

    gina

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    tacto de su cuerpo, a través de capas y capas de ropa, me transmitía

    a vibración muy agradable.

    Te diría que metieras la otra mano en el otro bolsillo, pero andarías un

    co incómoda —le sugerí— ...Pero puedo hacer algo más para

    entarte ésta.

    mientras ella se reía, por sorpresa y como quien no quiere la cosa,

    roduje mi mano en el bolsillo donde estaba la suya.

    í, abrazados y haciendo manitas, hicimos todo el trayecto hasta el

    e. Ni siquiera nos acordábamos de la lluvia. Me parece que, por decir 

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    Oh, no! La hemos cagado. Es X-Men 2. Nos hemos equivocado de

    a.

    No me gusta mucho esta clase de pelis —dijo ella.

    mí, ese tipo de películas me resultan divertidas, pero si decidí

    edarme allí, fue porque temía que salir de la penumbra de la sala y

    contrarnos ante una película que nos interesara rompiera la magia

    e nos iba uniendo. Me conozco y sé que, ante una película

    asionante, puedo olvidarme del mundo, de los instintos primarios, de

    ibido y de todo, y en aquel momento prefería que nos dedicásemos el

    o al otro en exclusiva y sin distracciones.

    ¿Quieres que salgamos? —propuse, como un memo.

    e hizo sufrir durante unos segundos.

    No. No quiero salir —dijo por fin—. Quizá sea soportable.

    tomé de la mano.

    como si aquello hubiera sido una señal, se acercó a mí, y nuestros

    azos se trenzaron. Y si no era una señal, yo lo interpreté como tal y,

    mo había visto tantas veces la escena del pasmarote haciendo

    vimientos ridículos con el brazo, sin acabar de atreverse a pasarlo

    r la espalda de la chica, y siempre me había parecido una imagen

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

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    otesca, yo lo hice de golpe. Prefería que me lo recriminara a que se

    ra de mí. El peor enemigo del sexo divertido, tengo que contarlo en el

    rio rojo.») Me desprendí de su brazo enroscado, levanté el mío como

    ando en clase pides la palabra, y lo dejé caer, envolvente y posesivo,

    cima de sus hombros. Me miró, la miré, y mientras en la pantalla

    naban explosiones y se incendiaban planetas enteros, me percaté de

    e ella me estaba ofreciendo sus labios como si estuviera esperando

    uel momento desde hacía mucho rato.

    razado a ella, ingrávido, en el mejor de los mundos posibles,

    scubrí el sabor de su boca y el tacto de su lengua.

    sé cómo ni por qué me fijé en el Mirage, porque tenía la mente, el

    erpo y el alma inmortal monopolizados por Carlota y lo que había

    urrido en el cine. Pero, aprovechando algún paréntesis de lucidez,

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    ando, después de despedirme de Carlota con un último  french-kiss,

    peraba en el andén el metro que debía llevarme de regreso al barrio, vi

    mi compañero de clase. Se apeaba de un metro que acababa de llegar 

    andén de enfrente.

    aquella hora, las nueve y media, en Badalona debía de estar a punto

    empezar el concierto de los Qué Asco Mío. ¿Adónde iba el Mirage

    e era más importante que pasárselo pipa en un concierto con Jenny,

    nque no estuviera colgado de ella? ¿No me había dicho que tenía que

    udar toda la noche a su padre a hacer no sé qué?

    ra acabar de intrigarme, iba muy bien peinado y maqueado, y seguro

    e desprendía un olor de after-shave o de colonia de marca que debía

    convertir toda la estación de metro en zona potencialmente tóxica.

    minaba decidido, sabía a dónde iba y tenía muchas ganas de llegar.

    eno, ya sabéis que soy detective, y que la curiosidad es una de las

    fermedades laborales de los detectives. Casi sin plantearme qué

    monios estaba haciendo, me levanté y me encontré saliendo al

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

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    erior y empezando a seguirlo discretamente por las calles del

    sanche.

    hubiera ido muy lejos, supongo que habría desistido, que me habría

    do tiempo a reflexionar y decidir que, solucionado el tema de Jorge

    stells, no tenía que meterme en lo que hiciera o dejara de hacer el

    rage. Pero iba cerca de allí. Se detuvo manzana y media más allá de la

    ida del metro, delante de un edificio estrecho con portal de hierro

    jado. Era una casa de pisos de estética vagamente modernista. Mucho

    s estrecha que las que tenía a un lado y a otro, con sus seis pisos de

    ura, y con ventanas de forma acampanada que parecían demasiado

    queñas en relación con la superficie de la fachada. Parecía una casa de

    ento de hadas.

    Mirage se peinó con la mano, valoró su reflejo en el cristal de la

    erta para comprobar que estaba irresistible, llamó al timbre, habló

    evemente por el interfono y le abrieron la puerta desde arriba.

    sados unos segundos, me acerqué a la entrada. La forja de la puerta

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    gería formas de dragones, ranas y serpientes. La luz había quedado

    cendida y revelaba un zaguán alargado, con un pavimento de

    dosas blancas y negras, y adornado con plantas de verdad que se

    an saludables y bien cuidadas. Al fondo, el ascensor. Estaba su-

    ndo. El entresuelo, el principal... La lucec ita se detuvo señalando el

    mer piso. El primer piso de aquel edificio estrecho que, según se

    ducía mirando la hilera de los timbres, sólo tenía uno por planta.

    lví al metro y a mi casa. Durante un rato, me sentí intrigado. Después

    impuso el recuerdo de las horas pasadas con Carlota.

    abéis visto alguna vez a un tío solo, en el metro, con una sonrisa de

    bo petrificada en la cara?

    es a lo mejor era yo.

    ntinúo el diario rojo en el ordenador. (Quizá sea mejor así.)

    miedo al ridículo: el peor enemigo del sexo divertido.

    gina

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    de febrero

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    unca!

    ro ¿nunca, nunca? ¡Vamos, anda! ¿Qué eres? ¿Un robot?

    ueno, a lo mejor sí, pero me aguanto!

    ntonces, eres una reprimida! —¿A qué te parto la cara? (Etc.)

    amos: el deseo sexual tiene dos componentes esenciales, el

    ico y el psíquico.

    icamente, necesitamos practicar el sexo porque la naturaleza

    sabia y es preciso que los hombres sientan atracción por las

    ujeres y viceversa, para perpetuar la especie. Es el instinto de

    roducción. Es el que mueve a todo animal, en época de celo, a

    scar al individuo del otro sexo y aparejarse con él. La diferencia

    ide en que el ser humano puede sentir esta necesidad en

    alquier momento, sin tener que asociarla a la intención de tener 

    os. Curiosamente, los detractores de la libertad sexual suelen

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    cir que quienes la practican «se comportan como animales»

    ando precisamente son los animales quienes sólo fornican

    rictamente para tener hijos.

    ser humano se distingue de los animales, sobre todo, por la

    mplejidad psíquica de su mente. Es más inteligente y está más

    minado y dependiente de los sentimientos. Para no practicar el

    xo como los animales (esto es: de una manera obtusa,

    tintiva, intuitiva y mecánica), debe controlarlo y, por tanto,

    render a practicarlo según su voluntad, con absoluta libertad,

    r puro placer. Y debe ejercitarse, y debe planteárselo con su

    reja de una forma razonada, gozándolo y practicándolo sin

    úes ni miedos.

    complejidad de la mente humana es perfectamente capaz de

    umir cualquier manera de hacer el amor. Y no pasa nada.

    entras se haga el amor, todo va bien. Lo que tiene que

    eocuparnos es el odio.

    s síntomas del deseo sexual son bien evidentes y conocidos.

    izá se inician de una manera difusa, ese «no sé qué» que hace

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    e nos sintamos fascinados por una manera de mirar, de reír, o

    opinar de una persona y que hace que nos apetezca estar a su

    o, o buscar su compañía. Parece que se nos van las manos,

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    e quieren establecer contacto inmediato con la piel del otro. Es

    a comezón indescriptible, un temblor interno, una especie de

    sesión.

    la distancia corta, este deseo se vuelve más explícito e

    quívoco.

    s chicos, cuando están con una chica que les resulta atractiva

    tacto, el gusto y el olfato también intervienen en este

    nómeno), pueden experimentar la erección del pene. (Esta

    cción también se puede producir sin la compañía femenina: te

    edes excitar en sueños, despierto cuando tienes fantasías

    xuales relacionadas con chicas que conoces o imaginas, o se

    ede provocar tocando el pene, y se puede presentar 

    pontáneamente, por ejemplo, cuando te despiertas por la

    ñana.)

    las chicas (que también se excitan, claro, también se ponen

    ientes, digan lo que digan esas compañeras tuyas), los signos

    excitación sexual son más discretos. Se produce una erección

    clítoris y de los pezones. que se endurecen, humedad en la vagina

    ue se lubrifica para facilitar la introducción del pene) y aumento

    la longitud de la vagina. La excitación sexual culmina con el

    gasmo, que es la liberación de una tensión que ha ido

    mentando de intensidad hasta llegar al clímax. La expulsión del

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    men produce una sensación muy agradable, un placer que,

    ocedente de los genitales, se expande por todo el cuerpo. Y,

    spués, se produce una relajación muy placentera.

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    HABLAR 

    tapujos, sin inhibiciones, sin miedo. H

    y mal alguno

    BLADLO. NO

    hablar, decir, preguntar, responder. Es hablando, y sólo

    blando, como se entiende la gente.hay mal alguno en decirle a una chica que te gusta y que te

    staría hacerle el amor, como no hay mal alguno en que ella te

    ga que no quiere hacer el amor contigo; como no hay mal

    uno en que ella te diga que sí que quiere. Antes de hacer el

    or, hay que hablar de cómo te gustaría hacerlo, de qué

    periencias has tenido, y hay que hablar mientras se hace el

    or, y hay que hablar después de hacer el amor. H

    sta es

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    BLAR 

    palabra mágica que ahuyenta todos los miedos.

    gina

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    artín y Ribera

    ro ejemplo de diálogo constructivo es aquel otro que

    roduces, en el que tus compañeras hablaban de parejas y de

    mpromiso. El punto de partida era una frase que me resulta

    usible. Hablan de hacer el amor sin enamoramiento:

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    NA MONCHO

    icamente. ¿Por qué no? Si dos están de acuerdo en divertirse

    lando, ¿qué daño hacen?

    NTONIA SÓLLER: ¿Y si tienes pareja?

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    NA MONCHO

    Que si tienes pareja, ¿también te irías con el primero que te

    eteciera?

    ¿Por qué no?

    Tu pareja no te dejaría.

    bre de él.func ionaría. Para que funcione la pareja, tiene que existir la

    elidad.

    hace falta. —Sí que hace falta.

    hace falta. Pac taremos. Que él vaya con quien quiera y yo iré

    n quien quiera.

    ¿Te gustaría que él se fuera con la primera que viese? Cuando

    ías con Oriol, ¿te hubiera gustado que se fuera conmigo, por 

    mplo?

    gina

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    artín y Ribera

    eno, Oriol se fue con Susi.

    te gustó? ¡No me digas que te gustó!

    no era mío ni yo era suya, no le podía impedir que hiciera lo

    e quisiera.

    ablablá! Oíd: cuando tenéis pareja, ¿qué preferís? ¿Que sea

    l o que se vaya con quien quiera?

    Si se va con quien quiere, ya no es pareja.

    o: es trío, ja, ja, ja!

    , no es pareja. Cuando tienes pareja es porque quieres una

    ación en exclusiva.

    Se pueden hacer pactos.

    ro normalmente no se hacen. Se busca la fidelidad.

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    G

    l compromiso. Yo lo llamo compromiso. No hagas

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    ILLERMO MIRA

    otro lo que no te gustaría que te hicieran a ti.

    ¿Y por qué tiene que importarnos tanto que la pareja folie con

    as personas y no nos importa que tome un café, o baile un

    go, o haga un trabajo sobre las focas...?

    uí es cuando interviniste tú, Flanagan, diciendo que éste era unbajo sobre sexo y no sobre la pareja y el matrimonio.

    hago notar, no obstante, que en nuestra sociedad la relación

    xual está muy vinculada a la relación de pareja y que hay que

    gina

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    artín y Ribera

    er en consideración los conceptos de fidelidad y compromiso.

    puede practicar el sexo sin compromiso y sin amor, por puro

    cer, c laro que sí, pero considerando que esta relación puede

    r pie, en la otra persona (¡o en nosotros mismos!), a un vínculo

    sperado que exija nuevas reglas del juego. Y entonces, hay

    e saber respetar al otro, y hay que hablar para que la

    periencia no resulte demasiado dolorosa.

    propósito de respeto, quizá deberíamos echar una ojeada a la

    cción de tu amigo Charcheneguer, que todos celebraron con

    tas carcajadas: — ¿Deseo sexual? ¿Qué quiere decir?

    anas de follar? ¡Joder, pues dilo, Flanagan, que últimamente

    blas de una manera...! Me tienes preocupado... ¿Y qué quieres

    ber? ¿Qué son las ganas de follar? ¿Ir caliente? ¿Si voy

    iente? Siempre. Yo, siempre. ¡Siempre a punto! Veo una tía

    ena y me vienen ganas de tirármela, c laro, normal. Soy así.

    rmal. Cuando el hombre va caliente, tiene que follar, que si no

    spués te duelen los huevos. Yo, es que me las pasaría a todas

    r la piedra. Bueno, a todas no, porque hay cada callo que...

    nal de su intervención, porque Vanesa, al oírlo, se lo ha llevado tirándole de

    oreja.) Refleja una actitud muy común entre determinado tipo de

    mbres, que se siente en la necesidad de proclamar 

    nstantemente que es muy hombre y que siempre está

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    puesto para el sexo, con quien sea y donde sea.

    gina

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    toy de acuerdo contigo en que lo primero que despierta un

    mbre así es compasión o hilaridad, porque parece que el sexo

    represente un problema continuo y pesado; está

    nstantemente preocupado por si la tiene corta o si la tiene

    ga, por si se le empina o no, por si es muy hombre o poco

    mbre, por si es normal o anormal. Es verdad.

    ro quiero añadir otra cosa: si está tan preocupado es porque

    ne miedo. Miedo a ser poco hombre, a no ser normal, miedo a

    cer el ridículo. Y, fíjate bien, quien tiene miedo es

    tencialmente peligroso. Porque para él, el mundo se divide en

    nte superior, mejor, que domina, y gente peor, inferior, que es

    minada. Y no puede soportar pensar que pertenece a los

    eriores. Los perros que ladran y enseñan los dientes no lo ha-

    n porque sean «muy perros» sino porque tienen miedo. Y el

    edo genera agresión, eso que Bush llama un «ataque

    eventivo». Ese miedo (digamos ese complejo) puede hacer 

    e, para no sentirse inferior, desprecie a quienes no son como él

    s mujeres, los gays, los hombres que no son muy hombres) y

    comportamiento puede terminar directamente relacionado con

    denominada violencia de género. Hombres que agreden a sus

    rejas ya sea para demostrar que son superiores, ya sea porque

    gina

    Diario Rojo de Flanagan

    artín y Ribera

    pueden soportar la independencia, iniciativa, inteligencia, éxito

    sea, desde su punto de vista: superioridad) de sus parejas.

    idado con ese chaval, pues. Creo que habría que hacer un

    co de pedagogía con él. La única situación correcta para hacer 

    amor es la de pleno acuerdo entre ambas partes sin ninguna

    se de coacc ión.

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    ro tú cortabas la conversación para pasar a otro tema que te

    eresaba: la masturbación. Pasemos, pues, a él.

    e haces notar que al mencionar la masturbación, se produjo un

    encio denso y que un par de los presentes recordó que tenía

    sas que hacer y se fueron a hacerlas a toda prisa. Y que, a

    ntinuación, algunos de los presentes dijeron cosas como: MAGDA

  • 8/18/2019 El Diario Rojo de Flanagan Desconocido

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    G

    a guarrada que sólo hacen los chicos y alguna tía

    ÉNEZ: ES

    rrana.

    PE BROTONS: A mí me han dicho que masturbarse puede producir 

    fermedades. Que se te va fundiendo la médula espinal, que teelves anémico y que cuando eres mayor, no puedes tener hijos

    follar con una chica. (Protestas generales.) ¡A mí me lo han

    ho!

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    e estas cosas no habría que hablar. Como mínimo,

    TONIA SÓLLER 

    sturbarse es equivalente a reconocer un fracaso. Como no

    gina

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    artín y Ribera

    edes conseguir a la persona que te gusta, te masturbas

    nsando en ella. O como la curiosa teoría de

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    ue sólo asomó la nariz para soltar una gracia):

  • 8/18/2019 El Diario Rojo de Flanagan Desconocido

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    LVA BRUGUEROLAS

    es a mí me han dicho que cuanto más te la cascas, más larga

    tienes. De tantos tirones, ¿sabes?

    la afirmación de

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    ues yo me pongo a cien mirando páginas

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    NATHAN CARRETERO

    rno en Internet... Y como a mí las tías no me hacéis caso, me la

    co como un mono. ¡Y al que no le guste, que se aguante! O

    r último, la intervención de MARÍA GUAL:

    ¿La masturbación? Ja, ja, tú quieres sacarme información para

    cerme chantaje, Flanagan. ¡Y me lo pregunta con un casete enmano! No me vas a sacar ni una palabra. ¡Piensa lo que

    ieras y probablemente acertarás!

    ate que aparte de la espontánea sinceridad de Jonathan

    rretero, todas las respuestas son o bien para condenar la

    sturbación o bien para proclamar sus terribles consecuencias,

    ien para ocultarla. Te expresaré mis puntos de vista, basados

    estadísticas y principios científicos:

    masturbación (que, como sabes, significa proporcionar placer 

    xual con manipulaciones, ya sea a ti mismo o a otros):

    gina

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    artín y Ribera

    s un acto perfect