el texto del quijote, francisco rico

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  • 8/10/2019 El Texto Del Quijote, Francisco Rico.

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    Reseas

    Francisco RICO, El texto del Quijote. Preliminares a una ecdtica del Siglo de Oro.Barcelona/Valladolid, Ediciones Destino/Centro pa r a la Edicin de los Clsicos Espaoles yUniversidad de Valladolid, 2 0 0 5 . 566 p.

    (ISBN: 8 4 - 2 3 3 - 3 8 7 5 - 4 ; Imago mundi, 105.)

    L a publicacin, en 1998, del Quijote dirigida por Francisco Rico ha sido un hito importanteen la larga y compleja historia editorial de la obra mayor de Cervantes 1. Ahora bien, aunque granparte del merecido xito que ha conocido se debe a su importante aparato crt ico, no todos loslectores han sabido apreciar como se debe aquello que ha sido el origen de esta empresa, lo que hacostado sus mayores esfuerzos al editor y lo que constituye, a su propio juicio, su decisivaaportacin: un texto establecido a partir de criterios que, hasta la fecha, no se haban determinadoni aplicado con verdadero rigor. Ya Rico nos haba dado, en el ltimo apartado del prlogo, unaexposicin sinttica de su mtodo, como punto conclusivo de la trayectoria de cuatro siglos quenos lleva de las ediciones de Robles a la suya 2. Lo que tenemos ahora, como fruto de una labor dems de diez aos, es ante todo, en la misma lnea, una reconstruccin de los pasos que el texto delQuijote sigui desde la pluma del novelista hasta el momento mismo de llegar al lector. Pero set rata tambin, ms all de esta finalidad inmediata, de cmo elaborar un estilo ms riguroso ypertinente de editar las grandes obras auriseculares. En este sentido, y como reza el subttulo, senos ofrecen aqu los preliminares a una ecdtica del Siglo de Oro.

    Qu se entiende por ecdtica? Se suele denominar as a la disciplina que estudia los medios ylos fines de la edicin de textos, teniendo por cometido editarlos de la forma ms fiel posible, conel auxilio de la crtica textual, la codicologia, la paleografa y la filologa 3. Pero F. Rico no se

    queda en esta definicin. Para l, no conviene limitar la ecdtica a los mtodos de la tradicionaledicin crtica, sino ampliarla a todos los elementos que marcan aquel recorrido de un texto desde

    Miguel de Ce rvan te s , Don Quijote de la Mancha edicin dirigida por Francisco Rico, Barcelona,Editorial Cr t ica, 1998. Ha sido reeditada y puesta al da con motivo del cuar to centenario de la publicacinde la Primera parte del Quijote: Don Quijote de la Mancha Barce lona , Galaxia Gtenberg/Crculo deLectores/Centro para la Edicin de Clsicos Espaoles, 2 0 0 4 .

    En la edicin de 2 0 0 4 , este apar tado (Historia del t ex to ocupa las pginas c c x x i a CCLXX XI.Ecdotica se llama una revista coeditada por la Universidad de Bolonia y el Centro para la Edicin de los

    Clsicos Espaoles, en cuyo nm. 2 (pp. 2 3 - 4 1 , F. R i c o , que es cofundador de la misma, ha publicado unartculo titulado Lectio fertilior: tra la critica testuale e l'ecdotica, estudio retomado de un t rabajo anterioren castellano: Lecturas en conflicto: de ecdtica y crtica t e x t u a l , en Studia in honorem Germn Orduna,eds. Leona rdo Funes y Jos Luis Moure, Alcal de Henares, Universidad de Alcal, pp. 5 4 3 - 5 5 6 .

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    el autor hasta el lector. Se t rata, pues, de una visin completa y articulada, por ms que siempreprovisional, reajustable y reajustada caso a caso, del conjunto de operaciones intelectuales ymateriales anejas al designio de transvasar un discurso desde un sistema de referencias hasta otro,desde los cdigos de una cultura hasta los de o t ra , y de cules son las implicaciones de cada unade tales operaciones para el comprometido e imprescindible equilibrio entre la voluntad delescritor, las singularidades de la obra y las conveniencias de los receptores (p. 10) . As entendida,la ecdtica se nos aparece como un objetivo, por no decir un ideal, ms que como un programa alalcance de quienes se dedican a editar textos antiguos, medievales o clsicos. De hecho, el propioRico reconoce pensar, al respecto, antes en una actitud que en una disciplina que por ahorahabita menos en la realidad que en el deseo (p. 11) : una actitud que se situara en el cruce detradiciones hasta ahora separadas, como la textual bibliography y la editorial theoryanglosajonas, as como la historia del libro francesa.

    En vista del proposito que le ha llevado a redactar este libro cuyos prolegmenos no selimitan a su contribucin personal a la ya citada edicin del Quijote, sino que incluyen seis

    estudios contemporneos o posteriores, incorporados aqu como otros tantos excursos4

    F. Ricoconfirma lo que siempre quiso poner fuera de duda: su condicin, no de cervantista, sino defillogo, en el sentido ms noble de la palabra, en el mbito de una filologa abierta, librada de losprejuicios de la mal llamada estemtica lachmanianna, dispuesta a admitir el auxilio de nuevasdisciplinas, sin renunciar por ello a las metas que siempre se propuso alcanzar. De ah lascuestiones que se examinan en los seis captulos de que consta El texto del Quijote, no pararesolverlas, sino para situarlas en los terrenos que les son propios, desbrozando los materiales ydelineando el marco en que conviene contemplarlos. En su introduccin, dedicada a El fantasmade la princeps, empieza mostrando cmo la crtica textual del Quijote naci en el Siglo de lasLuces. Hasta entonces, en efecto, las numerosas ediciones del siglo xvn no se basaban nicamenteen otra anterior, sino que combinaban elementos de varias, seguramente de fecha cercana, en unacontaminacin continua y cada vez ms amplia 5. En cambio, la poca de la Ilustracin significauna voluntad de retorno a las fuentes, o sea las tres ediciones que Juan de la Cuesta hizo de ElIngenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha: las dos primeras publicadas entre diciembre de1 6 0 4 y marzo de 1605, la tercera en 1608, todas preparadas en vida y con permiso del autor. Sloque los mismos que propugnan este retorno no dejan de cotejarlas con impresiones posteriores,como las tres primeras de Bruselas. Desde la edicin de 17 38, realizada por Gregorio Mayans aexpensas de Lord Carteret, hasta la que iba a publicar Juan Antonio Pellicer en 1797, la laboreditorial oscila de este modo entre los dos polos, acumulando, por un lado, las variantesatestiguadas por la tradicin textual y que, como tales, se consideraban de recibo, y, por o tro , laslecciones que el corrector les aada, tras reconstruirlas por conjetura : en otros trminos, yendo yviniendo entre emendatio ope codicum y emendatio ope ingenii.

    Ahora bien, los cervantistas de la Ilustracin no haban establecido el orden correcto de

    aparicin de las dos primeras ediciones de Cuesta, sino que las haban fechado al revs. As seabre, a mediados de la centuria siguiente, una nueva etapa marcada por las primeras aportacionesde Hartzenbusch, el cual no se limit a restablecer el orden de las ediciones originarias, sino que,al comprobar su falibilidad, no vacil en introducir en su edicin de 186 3, preparada en lasupuesta crcel de Argamasilla de Alba, cuantas modificaciones se le pasaron por la cabeza. Cabeaadir en seguida que, diez aos ms tarde, el mismo Hartzenbusch se re t rac t de sus excesos en

    4 Componedores y grafas en el Quijote de 1604; Don Quijote, Madrid, 1604, en prensa; El primerpliego del Quijote; El ttulo del Quijote; Quexana y las conjeturas verismiles ; A pie de imprentas.Pginas y noticias de Cervantes viejo. Estas contribuciones, publicadas entre 1994 y 2004, ocupan ms delltimo tercio del libro (pp. 337 a 504), adems de proporc ionar elementos reaprovechados por el autor en losseis captulos de que consta su parte indita.

    5 Historia del texto, p. ccxxxix de la edicin de 2004.

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    Las 1633 notas puestas por l al facsmil fotogrfico de la autntica princeps, realizado por elcoronel Lpez F a b r a . Pero el tener al alcance de todos una fototipografa que se creareproduccin exacta lo cual no era el caso, desde luego origin una paradoja que, hasta hacepoco, ha lastrado la metodologa de los editores modernos: un fetichismo del facsmil que, ademsde superponerse al fetichismo de la princeps, considerada como nica base vlida, haobstaculizado la imprescindible familiaridad con los originales. En esta paradoja radica, entreotras consecuencias, un supersticioso respeto a la primera edicin hecha por Cuesta, que haacreditado una idea a todas luces anacrnica, por descansar en un concepto posromntico de lanovela: la de que Cervantes en todo momento dominara la totalidad de su obra. En talescondiciones, muchos de los e r rores , olvidos y descuidos censurados en otros tiempos por donDiego Clemencn, patriarca de los anotadores del Quijote, pasaron a ser otras tantas muestras deun deliberado perspectivismo o, si se prefiere, otros tantos desafos del autor a su lector , cuando,en realidad, el procedimiento normal hubiera sido devolver estos supuestos atributos del escritor ala imprenta, de acuerdo con la ms elemental fenomenologa de la copia. Siguiendo este modo de

    proceder, los tres posibles apellidos del hidalgo, entre los cuales el narrador vacila en el captulopr imero , son Quixada, Quesada y Quixana, sin posibilidad de sustituir el tercero porQuexana, fruto de una errata transitoria y no de una voluntad de estilo de Cervantes. De lamisma manera, el seductor de Leandra , en el captulo LI, se llama Vicente de la Rosa, comoatestiguan las dos ediciones de Valencia y Bruselas, inmediatamente posteriores a la segundamadrilea, sin que se pueda mantener la primitiva y aparente vacilacin entre Rosa y Roca .Concluye Rico esta introduccin afirmando que la mejor gua para apreciar las insuficiencias delas prncipes y, por tanto, el mejor mtodo para una edicin del Quijote, puede aprenderse en lasediciones antiguas, cada vez que discrepan frente a la princeps o entre s, puesto que, segn l, esfcil discernir dnde se da la desviacin respecto a los originales cervantinos, si en la una o en lasotras, y cul lleva la razn y nos encamina a encontrarla ms creblemente. Y esto por una raznque no ha sido apreciada como se deba: el hecho de que los correctores y componedores del sigloxvn posean como suyas la lengua, la cultura y las formas de vida de Cervantes y, con ella, unaindudable capacidad para percibir problemas textuales que hoy, sin su anlisis, se nos escaparan.

    Una vez reconocidos y conjurados los fantasmas que, durante tantos aos, ofuscaron la mentede cuantos editores pretendieron acercarse al texto cervantino, la condicin previa a laelaboracin de una metodologa adecuada tena que ser un amplio y exacto conocimiento de cmose haca un libro en el Siglo de Oro. Es sta, precisamente, la materia del captulo primero, debidoal habitual desconocimiento del proceso que, en la edad preindustrial de la imprenta, segua unaobra desde las manos del autor hasta las del lector. En comparacin con el estudio clsico deAgustn Gonzlez de Ameza sobre el tema, publicado hace ms de sesenta aos, se observan enseguida los adelantos realizados, desde aquel entonces, en el discernimiento de este complicadoproceso. Un hecho fundamental, que cabe asentar de entrada, es que no es lcito conjeturar que el

    taller de Juan de la Cuesta manejara los manuscritos autgrafos de Cervantes, sino que hubo detrabajar sobre un apgrafo, una copia fcilmente legible realizada por un amanuense, como era elcaso normal en aquella poca, segn muestran las lminas procuradas por Rico: una transcripcinen limpio, hecha por un profesional de la escritura; este original de imprenta, como se llamabaen el oficio, era, a decir verdad, un desconocido en todos los estudios de filologa, bibliografa ehistoria de la imprenta espaola, hasta que F. Rico dio con el filn de manuscritos de la BibliotecaNacional de Madrid y del Archivo Histrico Nacional. Este era el que tena que ir al Consejo deCastilla, pasar a los encargados de las aprobaciones, ser rubricado folio a folio por el escribano deCmara ; luego, una vez restituido este original al autor y compuesto el libro, el correc tor generalhaba de comprobar que el impreso se cea al texto sancionado por el Consejo. Procedimientoimprescindible, ya que esta copia ntida y homognea, que se distingua por la regularidad de laletra y en la longitud y el nmero de lneas de cada plana, se daba a los tipgrafos para que

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    pudiesen desenvolverse como solan hacerlo: no de modo consecutivo, siguiendo la secuencialineal del texto, sino por formas, componiendo en bloque el conjunto o forma de las planasdestinadas a estamparse en cada una de las dos caras blanco y retiracin) de cada pliego. Como,en buena medida, esas planas son discontinuas, era preciso contar el original, calculandopuntualmente qu segmentos del manuscrito haban de llenar cada una de las pginas del impreso.P or muy notorias que fueran las deficiencias de los amanuenses, mayormente si se t ra taba deobras de entretenimiento como el Quijote, se sola contar, para remediarlas, no slo con loscomponedores, sino tambin con los mismos autores, cuya intervencin, en una o dos fases, podaser espordica o, al contrario, continua, si exista un sistema rpido de comunicacin entreescritor e imprenta. ste no fue el caso, segn parece, durante la impresin madrilea del Quijotede 1604, hecha en dos meses justos, en un momento en que Cervantes estaba en Valladolid,mientras que en 1608 y en 1615 autor e imprenta se encontraban en el mismo barrio de la Villa yCorte , lo cual, no obstante, no impidi que se dejara pasar gran cantidad de erratas.

    Llegado el original a la imprenta, se entregaba al correc tor, el cual realizaba una serie deoperaciones que iban desde una ltima revisin hasta la solucin de las diversas dudas que a cadapaso haban de someterle los cajistas, poniendo especial atencin en la ortografa y la puntuacin,en una poca en que aquello era asunto tan personal y libre en cada autor, que ste sola dejarloen manos del impresor. Slo entonces se iniciaba la composicin propiamente dicha y,paralelamente, la tirada, debido a que la impresin se haca por pliegos, en tanto que el sistema det rabajo por formas, con una cadencia de pliego y medio diario, vena impuesto por limitacionesmateriales, como la falta de tipos suficientes, o del plomo necesario para componer seguidas todaslas planas. En este conjunto de operaciones podan intervenir varios componedores, reemplazadoso reforzados a veces por otros colegas o aprendices. Por consiguiente, se requera una perfectasincronizacin de todos los pasos, obligando, muy especialmente, a contar el original con sumaatencin para establecer la siempre aleatoria correspondencia entre unos determinados fragmentosdel manuscr ito y cada una de las planas del volumen compuesto. Pa ra conseguir dichacorrespondencia, los tipgrafos no vacilaban en desplazar lneas, palabras o slabas a o t ra plana, oen comprimir y ensanchar el texto con todo tipo de recursos. A las equivocaciones materiales,propias de la tipografa, se sumaban as infidelidades hechas adrede a las fomulaciones delescritor, generalmente con tanta habilidad que pasaban inadvertidas para el lector, e incluso parael propio autor, por no decir nada del corrector general, cuya obligacin era certificar que, en lascapillas que se le presentaban, no haba nada que no correspondiera con su original: tarea que nopasaba de una parva indicacin de gazapos triviales, como fue el caso del licenciado Murcia de laLlana, que no denunci ni uno en la primera edicin de Cuesta.

    El capitulo segundo, Del borrador a la censura, es el complemento natural del anterior:primero, por volver sobre las respectivas caractersticas del autgrafo, llamado borrador, y deloriginal, nombre que, como vimos, se daba a la copia del escribano; luego por examinar losdiferentes modos de proceder de quienes se dedicaban a revisar dicha copia; despus, por calibrarcomo se debe los desplazamientos e interpolaciones operados durante esta etapa; finalmente, porapreciar en su cabal medida las intervenciones del censor. Cuestiones todas de carc ter general,como las que se t r a ta ron en el primer captulo, pero que se benefician ahora de ejemplosilustrativos sacados del mismo Quijote de 160 4. Entre los puntos que F. Rico cuida de destacar,est el carc ter deliberadamente abierto de este Quijote, entreverado de ncleos escritos endistintos momentos y en distintos formatos y que pudieron tener una vida previa ms o menosindependiente, como el cuento del Cautivo. Condicin que hubo de contribuir al aspecto revueltoy no demasiado legible que debi de presentar el autgrafo, confirmando la necesidad que tuvoRobles de pasar por la etapa intermedia de la copia de uno o varios amanuenses.

    En tales circunstancias, hemos de suponer que las repetidas erratas que perduran en la princeps

    ms all de las sucesivas revisiones del correc tor y autor, no fueron todas del cajista, sino tambin

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    del escribano. Adems, parte de la labor realizada por Cervantes consisti, con toda probabilidad,en introducir alteraciones al estilo de lo que se sola hacer en aquella poca. En cualquier casoapunta Rico una vez la copia en el Consejo, debi recuperar su borrador y parece altamenteverosmil, inevitable casi, que lo utilizara como base para perfilar cabos sueltos y hacer nuevosagregados. Luego, cuando el Consejo devolviera el original, las modificaciones y adiciones encuestin tendran que engastarse en ste, ora copindolas en l, ora corrigindolo e interpolndolelas innovaciones en el nterin incorporadas al borrador (p. 12 4). Como se ve, a falta de poderdocumentar estos hechos en el caso concreto que examina, F. Rico ha preferido presentarlos comomera conjetura; pero su amplio conocimiento de las prcticas editoriales del Seiscientos,acreditadas, en una amplia serie de lminas, por ejemplos sacados de otras impresiones coetneas,hace ms que plausibles sus aseveraciones. Se comprende, por lo tanto, que en un proceso de estetipo, con varios estratos del borrador y del original y con desajustes entre unos y otros, seprodujeran las anomalas que siempre se han observado en el primer Quijote. Ejemplo bienconocido es el ttulo del captulo X De lo que ms le avino a don Quijote con el vizcano y del

    peligro en que se vio con una turba de yangeses pese a que el combate con don Sancho deAzpeitia vino atrs y a que la zurra de los arrieros queda an por delante, en el captulo XV.Aunque no hay manera de saber qu elementos traslad Cervantes de una posicin a o t ra , no cabeduda de que efectu ms de una vez suturas y remiendos, con llamadas no siempre asentadas en ellugar que le correspondan. De semejante error de colocacin, y no de un trastrueque de cuartillas,como se crey en otros tiempos, debi de proceder el hecho de que, en el captulo XLV delIngenioso caballero, donde se refieren los primeros momentos del gobierno de Sancho Panza, senos hable de la sentencia pasada de la bolsa del ganadero, cuando dicha sentencia, en realidad,no se pronunciar sino pginas despus. Adems, entre las manos que intervinieron durante estecomplicado proceso, est la del censor, como se infiere de uno de los pasajes ms embarazosos delprimer Quijote: aqul del captulo XIX en el que, despus del incidente con el bachiller AlonsoLpez de Alcobendas, Sancho, mediante un extrao Olvidbaseme de decir..., parece sealar asu amo que queda descomulgado por haber puesto violentamente las manos en cosa sagrada,iuxta illud, Si quis suadente diabolo , etctera. Dado que Sancho no era capaz de expresarse deesta manera y que tampoco se pueden atribuir tales palabras al bachiller, ya ido, cabe sospecharque algn censor apostill el original para advertir que se echaba en falta un mencin expresa dela tipologa cannica aplicable a la conducta de don Quijote, y esto a pesar de que el caballero,como loco de remate, ac tuara con ignorancia y sin contumacia. De ah una adicin de ltimahora , tan precaria que no dej de provocar una anomala cuyo origen debi de corresponder alautor, si es que se consigue anudar algn da todos los cabos sueltos en este episodio.

    El captulo te rcero , P or Juan de la Cuesta, se centra, como era de esperar, en la laborrealizada en la imprenta, habida cuenta de que por Juan de la Cuesta se ha de entender, no tantoaquella persona de carne y hueso que fue regente de la vieja imprenta de Pedro Madrigal entre1 5 9 9 y 1607, sino el nombre comercial empleado por dicha entidad entre 1604 y 1625. Deacuerdo con el espacio de libertad y capacidad de decisin que se otorgaba entonces al editor y alimpresor, era el correc tor quien estableca la grafa y puntuacin del texto que se iba a imprimir,para lo cual el autor le daba car ta blanca. El que en el caso de Cervantes se siguiera este uso esms que plausible, sobre todo si se tiene en cuenta, en vista de lo que nos revelan los pocosdocumentos que se conservan de su puo y letra, la flexibilidad de sus propios hbitos al respecto.Ahora bien, la revisin as operada dist de dar un resultado satisfactorio, puesto que lasuperposicin de puntos, comas y tildes a un discurso nacido sin ellos no dej de daar el texto deCervantes, provocando numerosas tachas, tanto en la puntuacin como en la colocacin deacentos. En cuanto a la ya mencionada composicin por formas, constituye o t ra etapa clave paraentender las deturpaciones producidas en ms de una pgina, cada vez que se t ra t de enmendaralguno de los muchos desvos en la cuenta del original, recurriendo, para ensanchar o estrechar el

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    espaciado, a argucias tipogrficas que podan llegar a una verdadera manipulacin del tex to.Medios feos y no permitidos eran semejantes ardides, en opinin de Alonso Vctor de Paredes,suma referencia en materia de edicin; no obstante, muchos se pueden encontrar en numerososlugares del original, trados aqu a colacin como ejemplos ilustrativos.

    Deducida la parte de los desvos cometidos por el amanuense respecto a la voluntad deCervantes, quedan las innumerables erratas tipogrficas de la princeps. Objeto del captulo IV,titulado Mrgenes del er ror, forman un amplio muestrario de modalidades documentadas en elaparato crtico de las ediciones de 1998 y 2 0 0 4 , sin que F. Rico deje de detallarlas aqu con casimorbosa complacencia: erratas por lectio facilior o mala lectura pura y simple; erratas poradicin y por supresin de la tilde de abreviatura, del acento, de letras, slabas o palabras; errataspor errnea separacin de vocablos, en la foliacin, en los titulillos, en los reclamos; erratas en lamorfologa, la concordancia, los nombres propios, en latn y en italiano; e r ra ta s porempastelamiento de la caja y por otros accidentes... (p. 209). Semejante proliferacin pudo nacerde la prisa con que se fabric el primer Quijote. Desafortunadamente, los seis largos meses que se

    dedicaron a la impresin del segundo no dieron resultados ms felices. Haciendo hincapi en lasfructferas investigaciones de Jaime Mol, el autor los explica, hasta cierto punto, por el bajo nivelde la imprenta espaola en el Siglo de Oro, atomizada en talleres escasamente provistos, cortos depersonal y con operarios mal cualificados. Pero, en su opinin, parte de la culpa se debe tambin aotros motivos, si se compara los dos Quijotes con las Novelas ejemplares, salidas del mismo tallery donde las erratas no alcanzan, ni mucho menos, la misma proporcin; entre ellos, el hecho deque, con toda probabilidad, Cervantes no pudo hacer correcciones en prensa, procedimiento quese haca en impresos de muy diversa calidad, pero que ignoraron las principes del Quijote. Escierto concede Rico que entre los dos volmenes de 1604 y 1615 puede contarse quiz unadocena de cambios que con manga ancha se dejaran entender como tales; pero en rigor se t rata deparches puestos para remediar accidentes sobrevenidos durante la impresin (p. 213) . Adems, laenorme torpeza de las composiciones por partida doble denota que dichas prncipes fuerondesafortunadas en todas las fases de su travesa por la imprenta, como confirma el empeoramientode ms de un lugar, consecutivo a la segunda composicin de muchos pliegos.

    Una muestra interesante de tales procedimientos lo constituye la Tabla del primer Quijote,cuyos epgrafes no fueron compuestos sobre el texto usado por el resto del libro, como pensRobert M. Flores, sino segn el uso vigente en aquel entonces: compilndolos despus decaligrafiarlos en hojas aparte, a las que se aadan, segn su caso y momento, los nmeros de foliodel volumen impreso 6. Resulta pues, con toda probabilidad, que las anomalas que se observan endicha Tabla no se deben al componedor, sino que responden a algunos de los condicionamientostipogrficos arriba mencionados, como explica Rico en una apretada argumentacin, imposible deresumir aqu por su tecnicismo, pero que le lleva a asentar varias conclusiones. Del examen de losproblemas planteados por varios epgrafes, como los de los captulos X X X V I y X X X V I I , se

    infiere, en particular, un desfase entre, por un lado, el componedor del texto, que se ciciegamente a un original corregido a ltima hora, a precio de incorporar una secuencia sinsentido, y, por otro lado, el compilador de la Tabla, que o bien se percat del error cometido, obien descifr la correccin confusa, saliendo del paso como buenamente supo. De ah laincompatibilidad entre los epgrafes y el contenido de dichos captulos, complicada por el injerto yla consiguiente segmentacin, entre tres captulos, del cuento del Curioso impertinente. F. Rico,

    6 F. Rico ha discutido en diferentes lugares las hiptesis emitidas por Robert M. Flores sobre el procesoeditorial del Quijote especialmente en el artculo convertido aqu en el primero de los seis excursosmencionados en la nota 1. Sus objeciones a la edicin del Quijote publicada por l en 1988 An Old-SpellingControl Edition Based in the First Editions of Parts I and II, University of British Columbia Press, Vancouver,1 9 8 8 , 2 vols.) pueden encontrarse sintetizadas en la nota bibliogrfica a su Historia del texto, pp. CCLXXIV-CCLXXV de la edicin de 2004.

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    con mucha razn, no se arriesga a proseguir en este camino resbaladizo, ya que los detalles que semereceran un detenido examen son por ahora demasiado conjeturales e inasibles para permitirninguna conclusin que los concierte a todos. Sin embargo, lo que detecta en la princeps delIngenioso hidalgo, es que los residuos de una versin primitiva conviven con una ltima versinque exiga modificarlos, sin que ello llegara a hacerse en todos los casos (p. 233). Entre las causasde semejantes desajustes est sin duda el hecho de que el propio autor realiz varios retoques yremodelaciones de ltima hora sobre algn borrador conservado por l, mientras el original estabaen el Consejo, por lo cual estos cambios que cumpla transferir luego al original no siempre se leincorporaron. Por este motivo, esas incoherencias que se leen en muchos epgrafes de la edicin de1 6 0 4 han de interpretarse, no tanto como descuidos de Cervantes, sino como accidentes en latransmisin del Quijote. Por fin, el que nueve captulos, de los cincuenta y dos de la obra,muestren divergencias significativas entre el texto y la Tabla proporcin notablemente altaconfirma los mrgenes de error dentro de los cuales se movieron las gentes de Cuesta al transcribirel original.

    De todo lo expuesto hasta ahora se deduce que un stemma de las ediciones del Quijote nosenseara bien poco. Del Ingenioso caballero contamos slo con una preparada en vida del autor,sin posibilidad de cotejarla con el autgrafo ni con el original repasado por Cervantes. En el casodel Ingenioso hidalgo, tampoco disponemos del borrador ni de la copia del amanuense, pero s delas tres ediciones publicadas por Robles, que podemos comparar entre ellas. Pues bien: dentro desemejante cotejo, especial importancia revisten, como era de esperar , las dos extensasintercalaciones introducidas a partir de la segunda edicin en los captulos X X I II y X X X , para darcuenta del robo y de la recuperacin del rucio de Sancho. De estas intercalaciones t rata el captuloV, El asno de Sancho, siendo el ncleo del problema la cuestin de saber si estas dos extensasadiciones salieron o no de la pluma del novelista. Un primer acercamiento al tema nos ofrece Ricocon un detallado anlisis del vocabulario y estilo de los dos fragmentos: en vista de las numerosascoincidencias que presentan con otros lugares de la obra, no slo de lxico y construccin, sino demodismos, pensamiento, singularidades expresivas y correspondencias internas, no vacila enatribuir a Cervantes la paternidad de estos aadidos, en contra del parecer de quienes seapresuraron a rechazarla. No desconoce el gran argumento de los que se alegaron contra estaautora, invocando la inadecuada ubicacin de la primera adicin. Pero, como demuestra con otraserie de paralelos, el modo de insertar la, los engarces, si se prefiere, son inequvocamentecervantinos, de modo que bien se puede atribuir al propio autor el error cometido a la hora deintercalar esta secuencia. Conjetura que cobra an mayor peso si se tiene en cuenta que los autoressolan realizar semejantes revisiones en ejemplares en papel, es decir, antes de laencuademacin, sirvindose sencillamente de los pliegos en que haban de hacerse lasinterpolaciones. De la misma manera, Rico reconoce la mano de Cervantes en la transformacinque afecta, en la segunda edicin, el rosario improvisado por don Quijote en Sierra Morena,

    trocando las faldas de las camisa por unas agallas alcornoqueas: la densa serie deasociaciones semnticas y verbales que se ponen as en obra no poda proceder de un meroimitador. Finalmente, las rectificaciones parciales que las adiciones del rucio denotan en la edicinmadrilea de 1608 abogan por una nueva intervencin del escritor: precisamente por ser parciales,puesto que este comportamiento caprichoso no es el que se esperara de un corrector.

    Establecida la especie de que la segunda y la tercera edicin del primer Quijote no fueron lasreimpresiones intelectualmente piratas que se presupona, queda por examinar su articulacincon el Quijote de 1615. Haciendo hincapi en los comentarios que, en el Ingenioso caballero, secentran en el rucio de Sancho, el capitulo VI y ltimo L a s huellas del rucio: cuestiones deprincipio se aplica a mostrar cmo los comentarios que el segundo Quijote dedica al robo delasno, si bien se enlazan con las revisiones de la segunda y tercera edicin, en parte las cancelan

    para volver a la primera. Partiendo del debate entre don Quijote, Sancho y el bachiller Sansn

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    Carrasco , situado en el mismo arranque de la Segunda par te , F. Rico observa que, en esta librepltica entre amigos, Cervantes, en contra de lo que se ha dicho muchas veces, no carga el acentosobre el descuido del impresor, sugerido en condicional en una coletilla del escudero, sino que,por boca del bachiller, seala la responsabilidad del autor, la cual se extiende a las reediciones dela Primera par te . Confesin paladina, pues; as y todo, si bien por astucia, por distraccin oporque en la cabeza del novelista se superponan y transparentaban los varios estadiosredaccionales que haba tenido el Ingenioso hidalgo, la verdad es que las explicaciones de Sanchofunden elementos de la versin previa, de la princeps y de 1 6 0 5 (p. 300) . En tales condiciones,Cervantes acaba deslegitimando las adiciones de la segunda edicin de 1605 con los retoques de1 6 0 8 , revalidando la deteriorada versin de 160 4. Se nos plantea de esta manera una dificultad alparecer insuperable, si es que pretendemos establecer el nico texto vlido en el cual hancristalizado irreversiblement los designios de un autor. Pero el Quijote debe contemplarse comoproceso, el cual se deja ilustrar cabalmente con las vueltas y revueltas del asno de Sancho, en cadauno de los estadios de un texto que fue gestndose encauzado por los lectores y en progresivo

    dilogo con ellos, en una manera de colaboracin social (pp. 3 0 5 - 3 0 6 .A partir de tales supuestos, plantea Rico la endiablada cuestin de la entidad textual del

    Quijote o, para decirlo de otra forma, la del camino que conviene elegir para poner un texto realen manos de un lector real, a travs de cuantos pasos intermedios sean precisos. Empiezasealando las dos soluciones tericamente posibles: un conjunto formado por la princeps delIngenioso hidalgo y el nico Ingenioso caballero, o bien otro en el que un Ingenioso hidalgo conlas adiciones del rucio preceda al mismo Ingenioso caballero. Pero, acto seguido, observa que elprimer conjunto no pasa de atenuar la contradiccin narrativa entre una y o t ra par te , porque laSegunda aclara lo que en la Primera queda sin explicar; en cambio, el segundo conjunto, comoqueda dicho, introduce un enigma que ya no se resuelve. Adems, es de notar que, en amboscasos, el conjunto as formado empareja dos obras de diferente ttulo, a no ser que responda aaqul que le ha asignado, no el autor, sino la tradicin: el Quijote. Finalmente, la eleccin queRico nos ofrece a ttulo personal nace de la prueba de fuego de la ecdtica, el clear text de la msconspicua tradicin angloamericana 7, que es el modo ms idneo, segn l, de publicar un librode entretenimiento de los valores permanentes del Quijote. De acuerdo con este criterio, elprimer conjunto es el que le parece presentar ms ventajas, ya que la retractatio expresada en laSegunda parte basta para disipar el desconcierto experimentado por el lector en la Primera, aconsecuencia de las apariciones y desapariciones del rucio.

    Semejantes conclusiones no dejarn de suscitar interrogantes por parte de cuantos se hanaventurado a editar el Quijote o se proponen hacerlo. Como ya reconoci paladinamente el autoren el prlogo a su edicin, nunca sabremos con exactitud en qu medida afectaron al textocervantino el modo de produccin del volumen y las circunstancias que lo condicionaron 8. Peroestos interrogantes no son sino los mismos que seala F. Rico a lo largo de su minuciosademostracin, asentada en un perfecto conocimiento de las sucesivas etapas que, en los Siglos deO ro , requera la fabricacin de un libro. Para decirlo con sus propias palabras, en vez de ensartarplanteamientos crticos ms o menos plausibles, pero en definitiva y por definicin subjetivos, hapreferido proceder analizando datos en gran medida verificables objetivamente: los rasgos delengua y de estilo escudriados con herramientas informticas; los factores contextales quepostulan y acotan la participacin del autor; los lugares espinosos puestos de manifiesto por la

    7 Por clear text, precisa Rico en un curioso hbrido anglocastellano, se entiende un text o con noeditorial intrusions of any kind on the pages of the text itself , allowing the text to stand by itself , toemphasize the primacy of the text y permitir al lector to confront the literary work without the distraction

    of editorial comment and to read the work with ease (pp.

    3 2 2 - 3 2 3 .8 Historia del texto, p. ccxxvde la edicin de 2 0 0 4 .

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    comparacin de las variantes de la segunda y la tercera edicin del Ingenioso hidalgo con las delas otras ediciones antiguas, de diversas filiaciones y preparadas con diversos mtodos; lasconveniencias y condicionamientos t ipogrficos, las censuras inquisitoriales, las fuentesliterarias. . . (p. 293). Por cierto, se echa de menos la desaparicin irremediable de cuantosborradores salieron de las manos del autor, as como de cuantos originales pasaron entre las dequienes participaron en esta aventura editorial. Pero el estudio que se nos ofrece aqu no pretendeser un intento de reconstitucin de la gnesis del Quijote o del proceso de su elaboracin porCervantes. Como ya sealamos en la estela del autor, al iniciar esta resea, se t rata de unospreliminares a una ecdtica del Siglo de Oro, cuya justificacin expone el prlogo. Estajustificacin, entre otros argumentos, nace de las limitaciones del mtodo estemt icohabitualmente empleado en Espaa, el cual se suele usar para cumplir la necesidad elemental deordenar y clasificar los materiales con que se trabaja, pero que suele obedecer a unos postuladosde lgica puramente abstracta . Como observa F. Rico, remontarse hacia atrs para restituir unnico texto genuino que es lo que se propone ese mtodo como meta resulta sin duda posible

    en ciertas tradiciones muy bien delimitadas o en la agrupacin de algunas variantes, pero esestril para la gran mayora de los grandes ttulos espaoles, sobre todo de tradicin impresa, enrelacin con los cuales es obvio que las condiciones requeridas no se dan ms queexcepcionalmente (p. 11 ). Adems, poner un texto real en manos de un lector real, quiere decirque dicho texto debe enfocarse como literatura destinada al goce del lector, y no como documentolingstico reservado al escalpelo del especialista. Caso ejemplar de esta situacin es, desde luego,el que se examina aqu con todo detalle; pero las ms de las grandes obras del Siglo de Oro, desdela Celestina y el Amadts de Caula hasta los ltimos dramas de Caldern plantean cuestiones deprincipio iguales o anlogas. Como ha podido comprobar F. Rico, ocurre que Espaa ofrece, alrespecto, incomparablemente ms originales que en cualquier otra parte, lo cual ha de permitir alos futuros editores entrar ms a fondo en el proceso que lleva del autor al volumen impreso. Sloque no siempre se dejan percibir e ilustrar con la misma relativa facilidad que ofrece el Quijote,porque, en muchas de estas obras, versiones y variantes multiplican los datos hasta el vrtigo:basta pensar en las dos mil quinientas variantes que, en un texto de cuatro mil palabras, arrojanlos manuscritos del Sueo del Juicio final de Quevedo, sin contar las dudas que suscitan losimpresos del mismo. Tanto vale decir que estamos ante un campo inmenso: el autgrafo real y eloriginal ideal, la produccin material de las copias (manuscritas, impresas o de cualquier otrandole), las intervenciones de los varios destinatarios en diferentes etapas y diferentes pocas, lasmodalidades de la industria editorial, las circunstancias en que se mueve el editor (en las mltiplesacepciones del trmino), todos los factores que, en cualquier momento, condicionan la publicacinde un texto. Para recorrer estos terrirorios, muchas son las sendas que Francisco Rico acaba desealar y desbrozar. Es de desear que una nueva generacin de fillogos se adentre por ellas enbeneficio de las letras auriseculares.

    Jean CANAVAGGIO(Universidad de Paris X-Nanterre)

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