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WP-1199 Mayo de 2018 Copyright © 2018 IESE. Última edición: 30/10/18 El trabajo en una economía humana: introducción 1 ANTONIO ARGANDOÑA Profesor emérito de Economía y Ética Empresarial, Cátedra CaixaBank de Responsabilidad Social Corporativa, IESE FRANCISCO JAVIER INSA Profesor adjunto de Teología Moral en la Pontificia Università della Santa Croce, Roma Resumen La centralidad del trabajo en la actividad económica, que es, a la vez, un reflejo y una consecuencia de la centralidad de la persona, parece que debería implicar no solo un reconocimiento patente y un tratamiento prioritario en las teorías de las distintas ciencias sociales, de la filosofía y la teología, sino también una atención preferencial en la actividad de las empresas, en las políticas públicas y en los medios de comunicación. Y esto es verdad, pero solo en parte, porque el trabajo es hoy, en todo el mundo, una realidad valorada, pero, al mismo tiempo, depreciada: los problemas derivados del trabajo, a menudo, muy graves, son motivo de preocupación para los ciudadanos y los Gobiernos. Este artículo, que constituye una presentación de un libro colectivo sobre el trabajo en una economía humana, explica algunos de esos problemas en el marco de una economía que pretende ser más humana, a partir de las motivaciones del trabajo, a la par que introduce los capítulos que conforman la obra. Palabras clave: acción humana; economía; empresa; futuro del trabajo; motivaciones del trabajo; trabajo. 1 Este trabajo es la versión en español de la introducción al libro Work in a Human Economy, volumen IV, de una obra colectiva que recogerá las ponencias y comunicaciones presentadas a la conferencia internacional e interdisciplinar «The Heart of Work. The Future of Work and its Meaning: New Christian Perspectives 500 Years after the Reformation», que se celebró en Roma, en la sede de la Pontificia Università della Santa Croce, los días 19 y 20 de octubre de 2017. El libro será publicado por Edusc en 2018.

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WP-1199 Mayo de 2018

Copyright © 2018 IESE. Última edición: 30/10/18

El trabajo en una economía humana: introducción1

ANTONIO ARGANDOÑA Profesor emérito de Economía y Ética Empresarial, Cátedra CaixaBank

de Responsabilidad Social Corporativa, IESE

FRANCISCO JAVIER INSA Profesor adjunto de Teología Moral en la Pontificia Università della Santa Croce, Roma

Resumen

La centralidad del trabajo en la actividad económica, que es, a la vez, un reflejo y una consecuencia de la centralidad de la persona, parece que debería implicar no solo un reconocimiento patente y un tratamiento prioritario en las teorías de las distintas ciencias sociales, de la filosofía y la teología, sino también una atención preferencial en la actividad de las empresas, en las políticas públicas y en los medios de comunicación. Y esto es verdad, pero solo en parte, porque el trabajo es hoy, en todo el mundo, una realidad valorada, pero, al mismo tiempo, depreciada: los problemas derivados del trabajo, a menudo, muy graves, son motivo de preocupación para los ciudadanos y los Gobiernos. Este artículo, que constituye una presentación de un libro colectivo sobre el trabajo en una economía humana, explica algunos de esos problemas en el marco de una economía que pretende ser más humana, a partir de las motivaciones del trabajo, a la par que introduce los capítulos que conforman la obra.

Palabras clave: acción humana; economía; empresa; futuro del trabajo; motivaciones del trabajo; trabajo.

1 Este trabajo es la versión en español de la introducción al libro Work in a Human Economy, volumen IV, de una obra colectiva que recogerá las ponencias y comunicaciones presentadas a la conferencia internacional e interdisciplinar «The Heart of Work. The Future of Work and its Meaning: New Christian Perspectives 500 Years after the Reformation», que se celebró en Roma, en la sede de la Pontificia Università della Santa Croce, los días 19 y 20 de octubre de 2017. El libro será publicado por Edusc en 2018.

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Índice

1. Introducción ........................................................................................................................ 3

2. Por una economía humana ................................................................................................... 3

3. Las motivaciones del trabajo ................................................................................................ 5

4. La paradoja del trabajo y los problemas derivados del mismo ............................................... 7

5. Contenido de este volumen .................................................................................................. 9

Trabajo, desarrollo humano y Doctrina Social de la Iglesia ........................................................ 10

Economía, empresa y bien común .............................................................................................. 11

La tecnología y los retos del trabajo ........................................................................................... 11

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1. Introducción

A nadie puede extrañar que, en una serie de libros que recogen los trabajos presentados en una conferencia internacional e interdisciplinar que recibe el nombre de «The Heart of Work. The Future of Work and its Meaning: New Christian Perspectives 500 Years after the Reformation» (“El corazón del trabajo. El futuro del trabajo y su sentido: nuevas perspectivas cristianas 500 años después de la Reforma”), figure un volumen con un contenido especialmente centrado en el enfoque económico del trabajo, la empresa y la economía.

Este capítulo es la introducción a dicho volumen. Además de presentar los trabajos aquí incluidos, ofrece también una amplia visión de algunas de las cuestiones que más han atraído la atención de los economistas y de los expertos en management en los últimos años, en diálogo, más o menos patente, con el pensamiento social cristiano. A partir de las noticias y comentarios de los medios de comunicación y de los expertos, trata de dar cuenta de algunas de las cuestiones que se presentan hoy en día sobre el trabajo humano, que son complejas, a menudo contradictorias y todavía no resueltas.

Obviamente, aquí no intentamos explicar las causas de esos problemas, ni ofrecer soluciones a los mismos; esta es una tarea que, de alguna manera, tratan de llevar a cabo los autores de los distintos capítulos. En primer lugar, presentaremos la necesidad de enfoques más humanos de la actividad económica, ya que esta es el marco en el que se desarrolla el trabajo humano (si bien no lo agota, pues no incluye actividades tan importantes como el trabajo en el hogar).2 A continuación, abordaremos el trabajo humano en su vertiente más claramente económica, la de las motivaciones, para discutir después algunas de las paradojas y problemas del trabajo que tienen lugar en el siglo XXI, y acabaremos dando cuenta de los contenidos y enfoques de los restantes capítulos de esta obra.

2. Por una economía humana

La reflexión sobre la economía como ciencia y como práctica, y, especialmente, la gestión de las empresas ha prestado especial atención a la primera grave crisis financiera del siglo XXI, cuyos efectos aún son patentes en muchos países. Este capítulo no pretende ser un estudio sobre la crisis, pero nos detendremos ahora en ella, porque ha marcado muchos de los desarrollos teóricos y propuestas de política, que son el entorno en el que se plantean y resuelven en la actualidad los problemas derivados del trabajo humano.

Una década después del inicio de la crisis, los expertos siguen discutiendo sobre sus causas, próximas y remotas. Entre las primeras, figuran las políticas monetarias demasiado expansivas de algunos bancos centrales; el excesivo endeudamiento de empresas, familias e instituciones financieras; los desequilibrios fiscales de algunos países y el crecimiento de su deuda soberana hasta niveles que, a menudo, se han hecho insostenibles; el fracaso de los mecanismos de regulación, supervisión y control financiero; los fallos en el diseño de algunos proyectos, como el de la Unión Económica y Monetaria de la Unión Europea, a los que se añadieron luego nuevos

2 Cfr. A. F. Brodeur (2012), «A brief history of housework, 1900 to Present», Home Renaissance Foundation, working paper n. º 41; y A. M. González, y C. Iffland (Eds.) (2014), Care Professions and Globalization. Theoretical and Practical Perspectives, Palgrave Macmillan, Nueva York.

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errores en la búsqueda y aplicación de soluciones a la crisis… Se trata, pues, de problemas técnicos que no se previeron y a los que no se buscaron soluciones adecuadas cuando aún había tiempo.3

La crisis abarcó también dimensiones políticas y sociales: pérdida de confianza en el modelo económico y en la gestión de los organismos reguladores, conflictos sociales, trances políticos que han llegado a afectar a la misma concepción de la democracia… y también dimensiones éticas. En el plano individual, hubo codicia, arrogancia, falta de templanza, envidia… Es cierto que estos vicios han estado presentes en toda la historia humana, pero en algunos periodos se han generalizado y hecho más arraigados, quizá por la falta de criterio moral, por el poder de los incentivos (la posibilidad de hacerse rico en poco tiempo), o porque algunos sectores de la sociedad se convirtieron en altavoces de conductas inmorales (con argumentos como «la codicia es buena»).

La crisis ética estuvo presente también en el terreno de las organizaciones: deterioro de la profesionalidad, imprudencia en la gestión del riesgo, visión a corto plazo, conductas gregarias, injusticias ignoradas (o asumidas como parte inevitable de las «reglas del juego» financiero), disolución del sentido de responsabilidad, falta de transparencia…

Y, finalmente, la crisis ética se manifestó también en el plano macroeconómico: pérdida de la visión de conjunto del sistema económico, predominio de decisiones políticas de corto alcance, abuso de posiciones de dominio, abandono de la idea de bien común en las decisiones de los Gobiernos… Y todos esos problemas se proyectaron en la sociedad, en forma de desempleo elevado, desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza, privación de oportunidades para muchas personas (sobre todo, de bajos ingresos), malestar social, pérdida de confianza, búsqueda de soluciones populistas y utópicas…

Las causas de esta crisis no fueron, pues, solo técnicas y, por tanto, no podía corregirse con remedios meramente técnicos. Cuando estos se aplicaron, las consecuencias fueron el menosprecio de la ética o, peor aún, la conversión de la política y la ley en creadores de criterios éticos: o sea, una salida en falso que acabó generando problemas mayores.4

Al final, las causas de la crisis hay que buscarlas en los modelos antropológicos de la modernidad, que tratan al ser humano como un agente abstracto dotado de racionalidad solo instrumental cuyas preferencias carecen de dimensión moral, que excluyen los juicios de valor como irrelevantes, que convierten las relaciones humanas en transacciones cortoplacistas e impersonales, o en relaciones entre cosas, y en una comprensión de la sociedad como un conjunto de individuos sin bienes comunes que compartir, que se relacionan solo en función de su utilidad inmediata. De este modo, las empresas acaban configurándose como comunidades abstractas consistentes en contratos impersonales, orientadas a la eficiencia puramente económica, es decir, a la maximización del beneficio, y desligadas de su entorno humano y medioambiental. En una palabra, deshumanizadas.

3 Sobre estos temas, véase: A. Argandoña (2012), «Three ethical dimensions of the financial crisis»; A. G. Malliaris, L. Shaw, y H. Shefrin (Eds.) (2016), The Global Financial Crisis and Its Aftermath: Hidden Factors in the Meltdown, Oxford University Press, pp. 413-428. 4 L. Polo señala que la aplicación de soluciones puramente técnicas a problemas humanos da lugar a cuatro tipos de consecuencias no previstas: la segmentación (debida a la falta de visión de conjunto de los problemas), la aparición de efectos perversos en otros ámbitos (porque no se puede garantizar la consistencia si los proyectos no están coordinados), la anomia (el desánimo de los que no encuentran guías para su acción, sino solo estímulos extrínsecos) y la entropía social (cuando las instituciones pierden su función). Y todos estos efectos se aprecian en el trabajo de las personas. Cfr. L. Polo (1996), Sobre la existencia cristiana, Eunsa, Pamplona.

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En esta visión del ámbito de la economía hay algo de exageración. Existen muchas compañías que se conciben a sí mismas como comunidades de personas orientadas al servicio de la sociedad y de sus miembros, y presididas por criterios de justicia y solidaridad.5 Pero, tal como la crisis puso de manifiesto, hay otras muchas en las que la dimensión económica es la dominante, los capitales impersonales acaban tomando el control de las decisiones y las personas quedan relegadas a la función de medios. Es cierto que entre los académicos se están llevando a cabo esfuerzos para introducir en las organizaciones la ética y la responsabilidad social, para proponer unas relaciones realmente humanas, para ayudar a los directivos a comprender que la persona debe ser el centro de la empresa, y que una buena gestión es la que alcanza, a la vez, objetivos económicos, sociales, medioambientales y éticos. Pero queda mucho por hacer hasta cambiar el significado de las relaciones humanas en la empresa y con su entorno.6

En los capítulos recogidos en este volumen se plantea esta renovación del marco teórico y práctico de la empresa, y se incluye una reflexión sobre el concepto mismo de trabajo. Porque este es un factor productivo clave, también en las concepciones más economicistas de la organización.

3. Las motivaciones del trabajo

¿Por qué trabajamos? El trabajo es acción de la persona y la persona actúa porque tiene necesidades. Estas deben entenderse en un sentido muy amplio: necesitamos alimentarnos, vestirnos y tener un techo bajo el que vivir; precisamos estar satisfechos con lo que hacemos y con cómo nos tratan los demás; necesitamos aprender, desarrollar capacidades, sentirnos dueños de nuestros actos, ayudar a los demás, dar gloria a Dios…

Cuando las personas actúan, lo hacen porque esperan obtener algún resultado. Estos pueden clasificar en tres categorías7:

1. Extrínsecos: son proporcionados al agente desde fuera. Pueden ser materiales, como el salario o las oportunidades de carrera, o inmateriales, como el reconocimiento social o el prestigio profesional.

2. Intrínsecos: se producen en el propio agente; por ejemplo, la satisfacción o insatisfacción que le proporciona la tarea realizada, el aprendizaje de conocimientos, el desarrollo de capacidades o habilidades y la adquisición de virtudes.

3. Trascendentes o prosociales: son los que se producen en otras personas, como la satisfacción de las necesidades de la familia, el servicio al cliente, la ayuda al compañero o la conciencia de estar cumpliendo la voluntad de Dios.

La existencia de tres tipos de resultados da lugar a tres tipos de motivaciones en el trabajador: extrínsecas, intrínsecas y trascendentes o prosociales. En nuestras acciones perseguimos frecuentemente varios, aunque suele haber uno dominante, la intención, que es la que determina,

5 Cfr. D. Melé (2012), «The Firm as a “Community of Persons”: A Pillar of Humanistic Business Ethos», Journal of Business Ethics, vol. 106, pp. 89-101. 6 Cfr. E. Von Kimakowitz et al. (Eds.) (2011), Humanistic Management in Practice, Palgrave Macmillan, London. 7 Cfr. J. A. Pérez López (1993), Fundamentos de la dirección de empresas, Rialp, Madrid; A. Argandoña (2008), «Integrating Ethics into Action Theory and Organizational Theory», Journal of Business Ethics, vol. 78, pp. 435-446; y A. Argandoña (2015), «Consistency in Decision Making in Companies», IESE Business School-Universidad de Navarra, working paper n. º 1128.

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entre otros factores, la calidad ética de la acción. Estas motivaciones constituyen una buena guía para entender la acción de la persona que trabaja.

La extrínseca −por ejemplo, trabajar para ganar los medios necesarios para vivir− es legítima. La remuneración del trabajo es el resultado de la contribución a la producción de bienes y servicios que satisfacen necesidades de otras personas. El deseo de ganar más puede ser una manera de atender a las necesidades materiales del trabajador y de su familia, mejorar su nivel de vida y ayudar a los demás. La motivación utilitaria del trabajo es patente y, casi siempre, legítima. Forma parte de la lógica del contrato, del intercambio de iguales (dar para recibir), aunque no excluye otras formas de donación más generosas. Pero, tal como veremos más adelante, la dimensión económica del trabajo es también causa de problemas, desde la insuficiencia de los ingresos, en un extremo, hasta la codicia y la búsqueda desmedida de la riqueza, en detrimento de otros aspectos necesarios, o la envidia por la comparación entre las posesiones de uno y las de sus pares.

Cuando el agente se mueve por motivación intrínseca, está intentando obtener unos resultados que él mismo genera gracias a su trabajo: satisfacción, aprendizaje de capacidades, actitudes y virtudes, y desarrollo de su identidad como trabajador, que forma parte (e importante) de su identidad como persona. El trabajo como autorrealización es una motivación legítima: es una forma de amor a sí mismo, aunque puede dar lugar también a conductas egoístas, narcisistas o presuntuosas.

La motivación trascendente o prosocial se pone en movimiento cuando el agente entiende que participa en una tarea colectiva y tiene en cuenta las necesidades de otras personas: clientes, colegas, colaboradores, y también aquellas que no conoce o no sabe que existen. Este es, habitualmente, el ámbito de la lógica del don, aunque no excluye cierta reciprocidad: dar para que el otro también esté motivado a dar. El trabajo es una forma de relación con los demás, que a veces es directa e inmediata, y otras, a distancia, como la de quien trabaja solo, pero sabe que contribuye a una cadena de servicios que arranca antes de él y se prolongará en el espacio y el tiempo. Sin embargo, esta dimensión social puede resultar fallida, por ejemplo, por la falta de sentido de comunidad en el lugar de trabajo, porque se lleva a cabo en sistemas de organización individualistas, porque las reglas vigentes llevan a la ruptura de lealtades en el trabajo, o porque el entorno fomenta la competición y no la colaboración.

Señalemos, por último, que las motivaciones trascendentes dejan también una huella en el propio agente: la adquisición de virtudes sociales y, en este sentido, se relacionan con las motivaciones intrínsecas. Por ejemplo, el empleado que trata de actuar de acuerdo con las necesidades del cliente está ejerciendo una forma de amor, que es la búsqueda del bien para otro. Está adquiriendo un hábito estable, una virtud.8

8 A. Argandoña (2010), «Las virtudes en una teoría de la acción humana»; P. Requena, y M. Schlag (Eds.) (2011), La persona al centro del magistero sociale della Chiesa, Edusc, Roma, pp. 49-71; A. Argandoña (2011), «Beyond Contracts: Love in Firms», Journal of Business Ethics, vol. 99, pp. 77-85; A. Argandoña (2015), «Humility in Management», Journal of Business Ethics, vol. 132, pp. 63-71; y A. Argandoña (2017), «Humility and Decision Making in Companies», IESE Business School-Universidad de Navarra, working paper n.º 1164.

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4. La paradoja del trabajo y los problemas derivados del mismo

En nuestras sociedades, especialmente en las más adelantadas, el trabajo es altamente valorado9: como fuente de ingresos, ofrece la posibilidad de atender las necesidades humanas, nos libera de muchas restricciones naturales y nos permite un dominio de nuestro entorno muy superior al de los animales. Por otra parte, es pieza fundamental en la edificación de la vida social. Las sociedades avanzadas se precian hoy en día de ofrecer a todos, al menos en teoría, un empleo digno, suficientemente remunerado y con expectativas de progreso y realización de la persona.

Pero el trabajo puede ser también deshumanizador. La precariedad de muchas ocupaciones, sujetas a contratos temporales, inciertos y mal pagados, tiene grandes costes psicológicos, sociales y económicos. La falta de empleo es causa de profundo malestar personal y social, dificulta el sostenimiento de la persona y la familia, destruye esperanzas y posibilidades de mejora, y lleva, a menudo, a cerrarse y perder el sentido de la existencia.

Tener un empleo es muy importante para cualquier persona, si bien ese trabajo puede estar sujeto a condiciones degradantes: tareas mecánicas, repetitivas, agotadoras, carentes de sentido o no apreciadas; aquellas en las que no es posible mostrar y desarrollar las propias capacidades, sin retos asequibles que inviten a la superación; otras sin autonomía, o en las que se exigen comportamientos inmorales. A menudo, se considera el trabajo como una mercancía abstracta, una actividad meramente instrumental y, por tanto, alienante, un factor de la producción sustituible por otros trabajadores o por máquinas. La actividad del trabajador se valora por lo que aporta, no por lo que es.

Estas paradojas muestran la ambivalencia de la modernidad, que oscila entre la exaltación de lo humano y el optimismo ante el progreso, por un lado, y el envilecimiento de la persona y el pesimismo acerca de su futuro, por otro. La tecnología es una manifestación de esa paradoja: se presenta como liberadora del hombre, cuyas actividades penosas, repetitivas e inhumanas sustituye, pero también como enemiga del trabajador, cuyo puesto de trabajo es reemplazado por la máquina, y no solo en actividades manuales que provocan cansancio y aburrimiento, sino también en empleos cualificados.

En nuestras sociedades, el trabajo presenta otros problemas de difícil solución. Uno de ellos, quizá el más importante, es su carencia: el desempleo, que implica la privación de los medios de subsistencia, del sentido del trabajo e, incluso, de la vida misma. El paro conlleva también la imposibilidad de poner en práctica los propios conocimientos y habilidades, así como la dificultad para adquirir otros nuevos; la privación de identidad que, en las sociedades actuales, se ancla en la profesión; y un estigma social que da lugar al aislamiento del parado y al deterioro de sus relaciones sociales. El desempleo se percibe como una gran injusticia social, pues se asume que existe un contrato social implícito en el que la comunidad ofrece a los individuos los medios para satisfacer sus necesidades, mejorar su estatus y participar de los frutos del progreso, a cambio de una dedicación laboral; la falta de empleo supone robarle todo eso y dejarlo en la indigencia.

Es cierto que, en muchos países, el desempleo no es sinónimo de miseria, gracias a un sistema de seguridad social más o menos generoso, que ofrece pensión de jubilación, seguro de desempleo, atención sanitaria subvencionada, renta mínima, ayudas para la dependencia en la

9 La bibliografía sobre la paradoja del trabajo es muy abundante. Véanse, por ejemplo: U. Beck (2000), The Brave New World of Work, Polity Press, Cambridge; J. Biberman, y M. Whitty (1997), «A postmodern spiritual framework», Journal of Organizational Change Management, vol. 10, pp. 130-138; y F. Green (2007), Demanding Work: The Paradox of Job Quality in the Affluent Economy, Princeton University Press, Princeton.

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tercera edad, etc. Sin embargo, la disponibilidad de medios económicos no sustituye a la propia realización humana y social a través del trabajo. Además, la precariedad, los salarios bajos y el desempleo ponen en peligro la sostenibilidad de ese estado de bienestar. Las prestaciones sociales se nutren de los ingresos del trabajador, siendo, de alguna forma, un tipo salario diferido. Pero esto implica que cuando el número de empleados disminuye, todo el sistema puede entrar en crisis. Además, la protección social al desempleado puede generar una cultura del subsidio que, bajo la forma de una ayuda, supone, en el fondo, un daño para el trabajador y la negación del papel del trabajo en la vida de la persona.10

La precariedad del empleo, es decir, el trabajo inseguro ligado a contratos de muy corta duración y sin garantía de continuidad, es otro problema que está conociendo dimensiones globales. De hecho, la propia globalización y el progreso tecnológico son causas de esa precariedad, porque destruyen puestos de trabajo y crean incertidumbre. La tecnología, que facilita y mejora la vida humana en muchos aspectos, se presenta también como enemiga del hombre.

Las relaciones entre el trabajo y las demás actividades humanas, el no trabajo, están experimentando también cambios importantes. Las exigencias de los empleadores, de un lado, y, de otro, el aumento del coste de la vida y el continuo crecimiento de las necesidades del hombre, un ser abierto a un abanico infinito de posibilidades, empujan a muchas personas a dedicar numerosas horas al trabajo, a costa de la atención a la familia, al ocio y a otros usos no utilitarios del tiempo que son una manifestación del carácter espiritual del hombre. En el límite, el exceso de dedicación al trabajo se puede convertir en una adicción, nociva para el trabajador, su familia y la sociedad.

¿Qué es lo que da sentido al trabajo? Principalmente, la consideración que tenga para el agente y para los demás. Es difícil que un empleo instrumental, no expresivo, en el que no afloren las capacidades humanas, pueda tener sentido. Uno funcional conseguirá resultados, pero entre ellos, probablemente, no figurará la autorrealización. Uno aislado de los demás puede provocar el orgullo o la satisfacción, pero probablemente no alcanzará un sentido pleno. Las claves del trabajo habrá que buscarlas en la dignidad del que lo hace, en su carácter expresivo de la condición humana, en su capacidad de transformar a la persona, en su condición de participación en el bien de los otros y en el común, y en su carácter de respuesta a la voluntad de Dios.11

Otro tema de gran actualidad es lo que se ha dado en llamar el futuro del trabajo. La posibilidad de no encontrar o perder un puesto de trabajo ha preocupado siempre, por razones que ya hemos explicado; pero incluso en los momentos más duros de las crisis económicas se ha mantenido la idea de que este será siempre necesario y, por tanto, que siempre habrá trabajo, más o menos cualificado y más o menos bien pagado. Pero esta tesis ha entrado en crisis hoy, debido, principalmente, al progreso tecnológico, que ha sustituido, o se espera que sustitúyalo haga, muchos puestos de trabajo por máquinas.12

10 Cfr. F. G. Castles (2004), The Future of the Welfare State: Crisis Myths and Crisis Realities, Oxford University Press, Oxford; y B. Marin (2015), The Future of Welfare in a Global Europe, Routledge, Londres. 11 El lector encontrará interesantes aportaciones a este tema a lo largo del libro, por ejemplo, en el capítulo 5, escrito por el profesor Domènec Melé. 12 También en este apartado la bibliografía es muy extensa. Cfr. K. Grint, y S. Woolgar (1997), The Machine at Work: Technology, Work and Organization, Polity Press, Cambridge; J. Rifkin (1995), The End of Work. The Decline of the Global Labor Force and the Dawn of the Post-Market Era, G. P. Putnam’s Sons, Nueva York; B. Stiegler (2016), Automatic Society. Vol. 1. The Future of Work, Polity Press, Cambridge; R. Susskind, y D. Susskind (2015), The Future of the Professions. How Technology Will Transform the Work of Human Experts, Oxford University Press, Oxford; y P. Thompson, y C. Warhurst (Eds.) (1998), Workplaces of the Future. Critical Perspectives on Work and Organisations, Macmillan, Houndmills.

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Y esto plantea numerosos interrogantes. ¿Quiénes serán los perjudicados? Probablemente, muchos de los empleos que exigen más esfuerzo físico y poca cualificación, porque eso lo hacen las máquinas mejor que las personas; pero también trabajos más cualificados que compiten con los ordenadores en el manejo de mucha información y en la velocidad de respuesta. Los menos perjudicados serán, probablemente, algunos empleos más cualificados, como los de directivos e investigadores, y aquellos que exijan la presencia física de la persona o algunas cualidades que los robots u ordenadores no son capaces (¿todavía?) de reproducir. O sea, es probable que se mantengan puestos de trabajo en el extremo superior de las cualificaciones, con remuneraciones altas, y en el extremo inferior, con salarios bajos, en detrimento de una amplia zona intermedia. Y esta posibilidad causa alarma entre los expertos, los políticos y, naturalmente, los trabajadores, sobre todo los jóvenes.

Esta visión pesimista del futuro del empleo no es compartida por todos. Las revoluciones tecnológicas pasadas, que amenazaban con destruir muchos puestos de trabajo, acabaron creando más empleo, gracias al propio impulso de la tecnología. Pero, en todo caso, nuestras sociedades se enfrentan a problemas muy serios. ¿Qué formación hay que dar a las generaciones futuras, para que estén en condiciones de hacer frente a estos retos? ¿Cómo se puede mantener el nivel de vida de los perjudicados por esos cambios tecnológicos, sobre todo si, como ocurre frecuentemente, no tienen medios económicos ni capacidad de respuesta a corto plazo? ¿Cuáles serán los costes económicos, psicológicos y sociales de la adaptación a esos cambios? Y, más allá del ámbito económico, ¿qué efectos tendrá todo esto sobre la valoración de la dignidad del trabajo, el sentido de esa actividad, la visión de las empresas como comunidades de personas y las otras dimensiones de la vida?

Este no es, obviamente, el lugar adecuado para explicar todos estos problemas, y menos aún para tratar de darles respuesta. Pero no podemos acabar con estas consideraciones sin hacer notar que un enfoque puramente económico no es, ni puede ser, el único, ni siquiera el más adecuado. La persona debe estar en el centro de la actividad económica, de la empresa, del mercado de trabajo y de toda la actividad del ser humano. Y, como explicamos antes, esta se mueve por motivos muy variados, no solo económicos. De modo que tenemos necesidad de acudir a otras ciencias sociales, para tratar de entender la acción de la persona, y verla en su conjunto: esa es la función de la filosofía y la teología. No se puede entender la centralidad de la persona sin un enfoque multidisciplinar, apoyado en una filosofía realista y en una teología fundada en principios sólidos. Y esto es lo que intentan, desde varios puntos de vista, los autores de los distintos capítulos, tal como veremos a continuación.

5. Contenido de este volumen

Los capítulos incluidos en este libro recogen trece aportaciones presentadas en el congreso interdisciplinar «The Heart of Work. The Future of Work and its Meaning: New Christian Perspectives 500 Years after the Reformation», organizado por la Facultad de Teología y el centro de investigación Markets, Culture and Ethics de la Pontificia Università della Santa Croce, que se celebró en Roma los días 19 y 20 de octubre de 2017. Todos ellos, agrupados en tres secciones, tratan de temas relacionados con la economía, la empresa y el trabajo, basándose en el diálogo entre las ciencias sociales y el pensamiento social cristiano, es decir, con una clara intención interdisciplinar.

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Trabajo, desarrollo humano y Doctrina Social de la Iglesia

Gennaro Luise lleva a cabo, en el capítulo 1, un análisis de las definiciones de trabajo en la economía (esto es, la dimensión pragmática: la ejecución de una tarea), en la sociología relacional (incluyendo fines, condiciones materiales, normas y sentidos del trabajo) y en la filosófica (la dialéctica entre el trabajo como producción de objetos y como introyección [introjection], como aceptación inconsciente del mundo natural). Tras discutir las limitaciones de otros intentos parciales, busca una definición no espiritualista, completa, psicofísica y relacional, como una actividad orientada a lograr el bien de la completa unidad de la persona.

La concepción tradicional de la economía como ciencia de la elección racional orientada a la gratificación del agente ha sido objeto de muchos intentos de superación que proponen fines más amplios. La felicidad es uno de ellos, y ha recibido amplia atención como manifestación del desarrollo de la persona, clave para la actividad económica. En el capítulo 2, Jovi C. Dacanay lleva a cabo un estudio empírico sobre los determinantes de la felicidad humana y concluye que las personas valoran su vida de acuerdo con la satisfacción de sus necesidades de salud, libertad económica, respeto, relaciones sociales y capacidad de participar en la comunidad, de acuerdo con lo que propone la ética de raíces cristianas.

Por su parte, Ronald R. Rojas se pregunta en el capítulo 3 si la adversidad es solo una amenaza para el trabajador, o si es también una oportunidad para su descubrimiento y maduración como persona a través de la resiliencia, otra manifestación del desarrollo humano del trabajador, y cómo se relaciona esa respuesta con la comprensión del trabajo como vocación, como valor espiritual. Como resultado de una encuesta a 516 estudiantes graduados en Dirección de Empresas, Rojas muestra que la vocación en el lugar de trabajo genera resiliencia como reacción a la adversidad, aunque la causalidad puede tener lugar en una u otra dirección, porque hacer frente a la adversidad es también un medio para profundizar en el compromiso con la llamada.

En el capítulo 4, Martin Fero revisa las teorías sociológicas que interpretan las actitudes sociales sobre el trabajo y, especialmente, la influencia de la confesión religiosa sobre esas actitudes. Asimismo, utiliza la información recogida en el European Value Study 2008 para dar razón de las diferentes valoraciones del trabajo y de las expectativas de los trabajadores sobre el mismo, especialmente de los jóvenes, de acuerdo con la edad, la generación (especialmente los baby boomers y las generaciones X e Y), el estado civil y la religión a la que se adhiere la persona.

Domènec Melé compara en el capítulo 5 las aportaciones de la literatura sobre la empresa y los estudios organizacionales que tratan del «trabajo con sentido» (meaningful work, un trabajo con un propósito y un sentido subjetivo que el sujeto percibe), con las del pensamiento social cristiano sobre el «sentido del trabajo» (meaning of work) desde una perspectiva objetiva. El diálogo entre ambas concepciones sirve para enriquecer y perfeccionar la nuestra del trabajo y de su sentido.

El uso del lenguaje en la economía no es neutral; las palabras tienen una fundamentación filosófica, que no siempre es reconocida. Megan Arago revisa en el capítulo 6 el intento de Mons. John A. Ryan de acercar la Doctrina Social de la Iglesia católica al público norteamericano. Profundizando en la distinción ontológica entre Estado, sociedad e Iglesia, Arago hace notar que, el concepto de subsidiaridad, tal como lo utiliza Mons. Ryan, es deudor no tanto de la Doctrina Social de la Iglesia como del progresivismo americano (American progressivism), representado por el economista Richard T. Ely. Finalmente, concluye que Mons. Ryan confunde la subsidiaridad con la regla de la utilidad, lo que deja a las asociaciones de trabajadores, que los papas habían tratado de proteger, vulnerables ante el Estado.

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Economía, empresa y bien común

Lord Brian Griffiths of Fforestfach desarrolla en el capítulo 7 −que es una versión editada de la conferencia que dictó en el congreso− su experiencia en el mundo empresarial, en particular, en las finanzas. Revisa críticamente el propósito de la empresa, tal como se contempla en la literatura económica neoclásica, contrastándolo con las posiciones de académicos y empresarios que se inspiran en el pensamiento social cristiano. A continuación, pasa revista a algunas responsabilidades de los profesionales, como el equilibrio entre trabajo y vida; el papel de la cultura de la empresa en la conducta de las personas y el riesgo reputacional, y la práctica de la denuncia (whistleblowing). Desarrolla sus ideas a partir del concepto de trabajo como vocación; citando a Bonhoeffer, afirma que vocación significa responsabilidad y que esta última debe ser una respuesta total de todo el hombre a la totalidad de la realidad, de modo que no se puede reducir la responsabilidad de la persona a una definición estrecha de los deberes profesionales.

El trabajo es una acción humana, que llevamos a cabo habitualmente junto con otros, en una organización, una empresa. Antonio Argandoña desarrolla en el capítulo 8 una teoría de la acción que parte de la persona y sus motivaciones; cuando esa acción tiene lugar en una organización, es decir, cuando es una acción compartida, viene determinada por un propósito y unas motivaciones, compartidas o no, y exige una coordinación que es, ordinariamente, la tarea del directivo, cuyo resultado principal es la confianza.

En el capítulo 9, Cristina Quaranta y Emiliano Di Carlo se preguntan también por los objetivos de la empresa y, concretamente, si estos incluyen el bien común y, más específicamente, cómo se puede saber si una compañía que se presenta como socialmente responsable se inspira en la lógica del bien común. Desarrollan lo que sería un modelo de empresa basado en esta finalidad y cómo esta se reflejaría en su declaración de misión y su código ético, y lo comprueban analizando el contenido de las declaraciones de los documentos de una selección de empresas italianas reconocidas por su responsabilidad social, incluidas en el Dow Jones Sustainability Index (DJSI).

El derecho al trabajo se complementa con otros, como el de los trabajadores a la salud en el ámbito laboral y el de la sociedad a un medioambiente adecuado. En el capítulo 10, Ciro De Angelis lleva a cabo una reflexión sobre esos derechos y su conexión con la dignidad de la persona en la Doctrina Social de la Iglesia −especialmente en las enseñanzas de san Juan Pablo II− y en la Constitución de la República Italiana. Como punto de partida para su reflexión, toma pie del desastre medioambiental provocado por la planta siderúrgica de la empresa ILVA, en Taranto (Italia), y de los discursos pronunciados por los pontífices Pablo VI y Juan Pablo II con ocasión de sus visitas a la ciudad, en 1968 y 1989, respectivamente.

La tecnología y los retos del trabajo

La última sección de este libro se centra en el futuro del trabajo y en sus relaciones con la tecnología. El capítulo 11 sirve de introducción a los problemas derivados de la relación entre la tecnología en el trabajo y la dignidad del trabajador; se trata de una versión editada de la presentación de Martin Schlag en la mesa redonda que tuvo lugar en el congreso «Economics and Work: The Future of Work and the Dignity of the Worker». Schlag resume las principales posturas optimistas y pesimistas sobre el futuro del trabajo, y revisa los argumentos presentados para defender unas y otras, haciendo una llamada a la prudencia a la hora de valorar esos cambios sociales, que resultan ser muy profundos, de larga duración y de gran incidencia sobre la vida humana y sobre la dignidad de la persona.

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Michael Pacanowsky discute también, en el capítulo 12, el impacto de la tecnología sobre el empleo, llegando a una conclusión optimista a partir de un estudio de caso de la empresa W. L. Gore & Associates. Pacanowsky señala que hay dos modelos de organización del trabajo, uno basado en la maximización del placer y la minimización del dolor, y otro que pone énfasis en el florecimiento humano, en el compromiso y en el sentido del trabajo. Concluye pronosticando que el trabajo de los profesionales experimentará cambios importantes en el futuro próximo.

Al igual que el resto de autores de esta sección, Valeria Fratocchi Invernizzi no acepta, en el capítulo 13, que el futuro del empleo venga dado de manera determinista por los cambios tecnológicos; afirma, por el contrario, que será el fruto de decisiones libres y conscientes de los directivos, los gobernantes y los propios trabajadores, teniendo en cuenta, en todo caso, los retos que la tecnología presenta a la preparación para el trabajo, a la calidad del mismo y a su impacto en las personas, familias y comunidades. Para ello, discute los trabajos llamados 3D, sucios, peligrosos y degradantes (dirty, dangerous and demeaning); las «jaulas doradas», en que se encierra a trabajadores a los que se les paga por no hacer nada; unas regulaciones laborales obsoletas y una educación que mira hacia el pasado, más que a los retos del futuro.

El conjunto de estos capítulos ofrece un interesante panorama interdisciplinar sobre el trabajo, la empresa y la actividad económica. La Doctrina Social de la Iglesia se apoya en la fe y en la razón, es decir, en las ciencias sociales, que llegan al trabajo del hombre desde diversos supuestos de partida, pero que pueden constituir una buena base para el desarrollo del pensamiento social cristiano. En estos capítulos hemos podido comprobar cómo la economía, la psicología, la sociología, la ciencia política y las demás disciplinas se basan en una antropología, a menudo implícita y no siempre coherente. El acuerdo entre esas ciencias, de un lado, la filosofía y la teología, de otro, y la fe apoyada en la Escritura y la Tradición, permite un desarrollo armónico de la centralidad de la persona, que es la clave para la comprensión del trabajo humano. En última instancia, tal como muestran los capítulos recogidos en este libro, el trabajo recibe su valor del valor supremo de la persona.