el viaje hacia el real de san felipe
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La presente leyenda tiene por principio rememorar de un forma sensitiva y novelesca, las peripecias enfrentadas por una saga de emigrantes colonizadores que fundaron Montevideo al ser licenciados para cumplir con las Muy Soberanas disposiciones de su Rey español, cuando dejaron atrás de sí una penosa vidorria en una región comprobadamente castigada por el clima, por siglos de guerras interminables y por todas las otras penurias que se sucedían desde siempre en el viejo continente del siglo XVIII, principalmente en la península ibérica.TRANSCRIPT
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El Viaje Hacia el
Real de San
Felipe
Carlos B. Delfante
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La libertad, Sancho, es uno de los más
preciosos dones que a los hombres
dieron los cielos; con ella no pueden
igualarse los tesoros que encierran la
tierra ni el mar encubre: por la libertad,
así como por la honra, se puede y debe
aventurar la vida; y por el contrario, el
cautiverio es el mayor mal que puede
venir a los hombres.
Miguel de Cervantes Saavedra
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El Viaje Hacia el Real de San Felipe
La presente leyenda tiene por principio rememorar
de un forma sensitiva y novelesca, las peripecias
enfrentadas por una saga de emigrantes colonizadores que
fundaron Montevideo al ser licenciados para cumplir con
las Muy Soberanas disposiciones de su Rey español,
cuando dejaron atrás de sí una penosa vidorria en una
región comprobadamente castigada por el clima, por siglos
de guerras interminables y por todas las otras penurias que
se sucedían desde siempre en el viejo continente del siglo
XVIII, principalmente en la península ibérica.
Algunos de los personajes verídicos que componen
la trama, son mostrados a manera de lograr conllevar los
supuestos hechos de su odisea con una condición singular,
para que el lector alcance a rescatar a través de su
imaginación, algunas de aquellas viejas efemérides que
comúnmente sobrevienen a la mente del mismo con alegre
evocación, al recordar historias familiares.
Los episodios y situaciones de este peligroso y
aventurero viaje son puntualizados y descritos sobre el
punto de vista imaginario del escritor, quien deja correr las
manifestaciones de algunos procedimientos del auténtico
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muestrario de las características comportamentales de la
sociedad de una época en tránsito desde el Medioevo al
Renacimiento, que por su vez, buscan demostrar como
nuestros semejantes son un producto de su propio medio.
El escritor buscó exponer el cinismo, el descaro, el
simulacro, la envidia, la ironía y la desvergüenza de los
personajes, como fruto de ellos mismos, y como un
producto de las acciones de personas que existen hasta el
día de hoy en cualquier parte del orbe, o simplemente,
significan una muestra de nuestro cotidiano.
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Índice
Proemio 6
La Emigración Canaria 21
Del Reino de León a los de León y Castilla 54
El Inicio de la Tan Esperada Odisea 88
Otros Reinos de la Península Ibérica 110
La Primera Parte del Viaje 150
Conflictos e Interese de los Reinos Europeos 223
Ni Todo fue un Mar de Rosas 268
La Culminación del Viaje 319
Bibliografía 353
Biografía 355
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Proemio
Ya han transcurrido casi trecientos años desde
aquella soleada mañana del día 19 de noviembre de 1726,
la inmemorial fecha en que la fragata “Nuestra Señora de
la Encina” -alias “La Bretaña”-, partiendo 89 días antes
desde el puerto de Santa Cruz de Tenerife bajo el mando
del enérgico capitán Bernardo de Zamorategui, finalmente
arrojaba sus anclas en las turbias aguas de la campestre
bahía que bañaba la costa de entorno del entonces fuerte
denominado de Real de San Felipe, nombre que entonces
había recibido Montevideo cuando allí fue establecida la
primera batería de cañones para defensa del pequeño
istmo, de su estuario y hasta la del propio río que lo
cercaba. La fortificación fuera bautizado un día con tan
solemne apelativo, en un honor espontáneo hacia el muy
querido monarca español Felipe V.
En dicha embarcación, más allá de su carga de
diversos géneros, pertrechos, también arribaban al fin las
primeras familias colonizadoras que obedecían a las
disposiciones tomadas por el rey Felipe V, en Aranjuez, el
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16 de abril de 1725, a raíz de la devolución de la colonia
de Portugal, momento en que el rey vislumbró esa
peligrosa presencia lusitana en la deshabitada, vulnerable
y estratégica zona del Río de la Plata y sus reales dominios
de Indias.
Desembarco de las primeras familias canarias en el navío
“Nuestra Señora de la Encina”
Óleo de Eduardo Amezaga (Boceto)
Cuando el día finalmente clareó y los primeros rayos
de sol despuntaban desde el este iluminando de lleno
aquella frondosidad que circundaba todo el perímetro
campesino, su luz permitió que los animosos
colonizadores divisasen con nitidez las márgenes del
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estuario, y aquellos exiguos y escasos ranchos que allí
habían sido erguidos en la punta de la península. Pero
junto a la atónita mirada de estos y entre los muchos
“vivas”, “hurras” y el habitual cuchicheo particular de
cada una de las familias, en ese momento, las triviales y
apesadumbradas palabras proferidas por la pequeña María
del Cristo, estallaron como un látigo sobre la cubierta al
proferir una sentencia pavorosa y desanimada:
-¿Tres meses de penurias, para llegar a esto aquí,
mamá? Sólo consigo ver matorral y floresta por doquier…
Su madre quiso reconfortarla, pero también le faltó
el ánimo, pues las zozobras del viaje, la ilusión erigida en
su mente, el deseo siendo amilanado por tan escueto
paisaje, y sumado a su estado deplorable, la había dejado
en una casi desnudez de vestimenta, palabras y afición…
-¡Dios proveerá, hija mía! Sé que pronto lo verás… -
logró finalmente murmurar su madre en un suspiro
acongojado, y entonces, doña María de la Encarnación,
mientras le alisaba el cabello a su pequeña, con un gesto
cariñoso buscó atraerla más cerca de sí, como quien
buscase reconfortarla de una pena que de antemano ella ya
creía que no tendría solución.
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Muy cerca suyo, junto a Felipe, su padre, también
estaban Domingo y Bartolomé, ojos abiertos en demasía,
petrificados en la imagen del Cerro, único collado del
terreno que ambos observaban mirando hacia el oeste, del
otro lado del estuario.
-¡Que diferente, padre! -murmuró Domingo-, todo es
muy verde aquí.
-Sobre seguro, habrá indios feroces escondidos en
esos parajes -acotó su hermano, rostro y voz abrumados.
-¡Virgen Santísima! Pues digo a vuestras mercedes
que nada hay que temer, estas tierras son muy fértiles y ya
no quedan almas inhumanas ni impías… ¡Los indios que
aquí habitan son todos cristianos!
No obstante, observando la escena por otro ángulo,
quien desde la orilla divisaba el contorno de aquella
extraña fragata recién llegada, podía distinguir que por
debajo del bauprés ella largaba una cebadera. Igualmente
notaba que en el trinquete y en el mayor, había dos velas
en cada uno de los mástiles, en cuanto que la mesana, a
popa, izaba una cuadra, arriba, y tenía una jofaina. Su
casco era alteroso hasta la popa, y se le veía rematado con
un lujoso farol de hierro forjado. Poseía un entrepuente
donde se podía montar hasta 5 y 8 cañones. Claro que sus
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dimensiones eran ridículas, si comparadas con las que
estamos acostumbrados a ver hoy en día.
Pero antes de todo esto suceder, es mejor retroceder
en la historia, pues todo tuvo inicio cuando el Rey, al
verse presionado sobre las circunstancias del tratado de
Utrecht, que había sido firmado en Holanda en 1713, en
donde se acordaba que la plaza de Colonia del Sacramento
sería devuelta nuevamente los portugueses en 1716, el
soberano decidió tomar de una vez el toro por las guampas
el día 12 de octubre de 1716, y confiar la Gobernación de
las Provincias de Plata, a Bruno Mauricio de Zabala, hijo
legítimo del Gobernador don Nicolás Ibáñez de Zabala,
caballero de la Orden de Calatrava, y de doña Catalina
Gortazar, ambos vecinos de Durango, señorío de Vizcaya,
España, dándole expreso dictamen sobre cómo proceder
con el referido territorio.
No en tanto, antes de llegar a ello, y por entender
cuán peligrosa era presencia lusitana en la deshabitada,
frágil y valiosa zona del Plata para sus reales dominios de
Indias, es que el monarca determinó en su disposición -la
que a posterior también sería aprobada por el Cabildo de
Buenos Aires-, que los colonos que llegasen a esos
remotos parajes de las Indias, serían instalados en la
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localidad denominada de Ribera del Puerto, al lado del
fuerte de Real de San Felipe, un territorio plano en el cual
el Ingeniero Domingo Petrarca, por orden del entonces
Gobernador Zabala, ya había delineado las primeras
cuadras de lo que vendría a ser todo el trazado posterior de
Montevideo.
Primer plano de la ensenada y ciudad de San Felipe de
Montevideo
Por la Real Orden de Aranjuez, el Rey también
pactaba determinados privilegios para los futuros
pobladores de Montevideo, disponiendo: “a quienes se
obligaren a hacer población, la hubieren acabado y
cumplido su asiento en ella, se los hará “hijosdalgo de
solar conocido”, beneficiarios de honras que tal título
apareja; se les adjudicará solares en la ciudad, tierras para
chacras y estancias donde las eligieren; doscientas vacas y
cien ovejas para principio de su crianza; carretas, bueyes y
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caballos; materiales para los edificios, herramientas de
todas clases; granos para semillar y, por el primer año,
suministro regular para la subsistencia de bizcocho, yerba,
tabaco, sal, ají y carne”.
La misma Real Orden igualmente imponía a los
colonos una permanencia de cinco años precisos so pena
de incautación y nuevo reparto de los bienes distribuidos;
y se les exoneraba de toda clase de impuestos, donde se les
autorizaba a disponer como dueños una vez pasados los
cinco años.
El propio mandato real, estipulaba por igual, que el
fraccionamiento y las adjudicaciones no deberían
comprometer en manera alguna la comunidad de bienes
que a todos habría de favorecer por igual. Así como los
vacunos de la jurisdicción que, “de no haber sido
procreados a expensas de ninguno de los pobladores”, se
les consideraría bien común, lo mismo que los pastos, los
montes, las aguas y las frutas silvestres, e igualmente la
leña y las maderas necesarias deberían beneficiar a todos,
al punto de vedar todo impedimento a los ganados que,
para pastar, debiesen pasar de una heredad a otra; y en el
deslinde, también se reservaba la garantía de pasaje para
los aguateros.
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Asimismo, el noble rey disponía que “…en vista de
la importancia de mantener los puertos de Montevideo y
Maldonado de forma que ni los portugueses ni otra nación
alguna, puedan en tiempo alguno apoderarse de ellos; he
resuelto asimismo pasen en los presentes navíos de
Registro, del cargo de Caballería, con armas y vestidos, a
fin de que con esa gente, y la más con que se halla ese
Presidio -guarnición de un castillo, fortaleza o plaza
fuerte-, puedan subsistir vuestras disposiciones, y para que
se puedan poblar los dos expresados puertos de
Montevideo y Maldonado; y ya he dado las órdenes
convenientes para que en ésta ocasión se os remita en
dichos navíos de Registro 50 familias, las 25 del Reino de
Galicia y las 25 de las Islas Canarias. También se dan las
órdenes necesarias a mi Virrey del Perú y Gobernadores
de Chile, Tucumán y Paraguay, para que os den cuantos
auxilios puedan para atajar los intentos de los portugueses
y particularmente para que del distrito de cada uno pasen
las familias que fueran posibles para que con las que (va
dicho) se os remiten de España, se apliquen en estas
poblaciones”.
En otra Orden Real datada ese mismo día, se hacía
saber al “Consejo, Justicia y Regimiento de la muy noble
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y muy Leal Ciudad de la Trinidad y puerto de Buenos
Aires en las Provincias del Río de la Plata” que, “…siendo
de interés propio las poblaciones referidas, pues por medio
de ellas, aseguráis las campañas de la otra Banda, a donde
es preciso recurrir ya por falta de ganados que se
experimenta en ésas de Buenos Aires; os mando procuréis
también por vuestra parte con mayor vigilancia atraer a
vuestro distrito las más familias que pudiereis para que
vayan a poblar dichos sitios, suministrándoles los medios
que necesitaren (…) adelantaréis esto con la mayor
eficacia, haciéndose cargo de lo dificultoso que es, el que
de España vayan familias, por la distancia y gastos que
tendrá mi Real Hacienda en ello…”.
Y así, por querer buscar el acatamiento de tan
determinante ordenanza real, es que por medio del Auto
del 28 de agosto de 1726, el Gobernador Zabala reflejó
una total redundancia en su escrita, pero se puede entender
que su expediente intentaba dar ánimo al precepto de su
Soberano y ofrecer las mejores condiciones posibles a las
familias que un día llegarían de España y de otros lugares,
y por él, exhortaba al Cabildo de Buenos Aires a poner de
su parte los medios que tuviere por convenientes, para
conseguir “algunas familias de las muchas que vagan en
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esta jurisdicción sin tener tierras propias en que habitar y
otras que voluntariamente se quieran disponer a pasar a
aquella población (Montevideo)”.
Y el gobernador agrega en su documento que “…por
honrar las personas, hijos y descendientes legítimos de los
que se obligaren a hacer población y la hubieran acabado y
cumplido su asiento, los haremos hijosdalgo de solar
conocido para que aquella población y otras cualesquiera
parte de las Indias sean hijosdalgo, y personas nobles de
linaje y solar conocido y por tales habidos y tenidos y les
concedemos todas las honras y preminencias que deben
haber y gozar los hijodalgo y caballeros de estos Reinos de
Castilla según fueros, leyes y costumbres de España”.
Dicho Auto también adiciona que para las familias
que voluntariamente partiesen para esa nueva plaza “…el
pasaje de sus personas, familias y bienes que pueden ser
navegables se les ha de suministrar sin que les cueste
diligencia alguna…, que de presente se les ha de repartir
solares en la planta de la nueva ciudad y lugares para
chacras y estancias a cada uno de los pobladores; esto se
entiende por repartimiento quedando al arbitrio de cada
uno pedir de merced los parajes que por bien tuvieran
como se observó en la población de esta ciudad…”.
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En su extenso dictamen, Zabala incluía que “…se
formará una vacaría en aquellos campos y a cada vecino y
nuevo poblador se les darán doscientas vacas para
principios de sus crianzas y también cien ovejas…, que se
han de poner a coste de Su Majestad el número de
carretas, bueyes y caballos que parezca conveniente según
el número de vecinos que se alistaren para que en esa
comunidad sirvan en todos los menesteres de acarreos de
maderas y materiales para los edificios que de pronto
fundaren, ayudándolos asimismo con indios costeados
para el corte y conducción de las maderas…”.
En el pliego, pedía también que “a coste de S.M. se
les ayudará con todo género de herramientas que servirán
en comunidad a distribución de la persona o personas que
su Excelencia (el Cabildo) disputare para este ministerio”.
…“Que se les ha de ayudar con aquella cantidad de
granos que sea competente para semillarse y que por el
primer año han de ser asistidos regularmente con las
subsistencias de bizcocho, yerba y tabaco, sal y ají que
pareciere precisa como también la carne que se les ha de
suministrar por semanas”.
… “Que se les ha de señalar jurisdicción de terreno
competente en que puedan tener sus graseadas y demás
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faenas de campo y monte para que en erección de otras
nuevas poblaciones tengan su distrito conocido y
amojonado…”, añadiendo: “…que para gozar de lo
referido y contarse por pobladores y tener el derecho a la
nobleza que S.M. les comunica en ley citada y también
para adquirir el derecho de propiedad a las cuadras y
solares, chacras y estancias que se les repartieren, han de
ser obligados a mantener la vecindad por cinco años
precisos”.
Finalmente el Auto “autorizaba el favorecimiento
con la exoneración, por cinco años, de los derechos de
alcabala (impuesto a las ventas), de mojonería y de sisa
(impuesto que se cobraba sobre comestibles, tomando una
parte de cada medida). E incluso exhortaba al Cabildo a
costear una parte de los gastos, a los vecinos a contribuir
con bizcochos y, a los comerciantes, con yerba, tabaco,
vino y aguardiente”.
Creía el monarca y su abnegado gobernador, que los
muchos beneficios ofrecidos, eran parte de un conjunto de
esplendidos atractivos para lograr despertar el interés de
cualesquiera que tuviese espíritu de aventura y voluntad
para enriquecer en las abandonadas tierras de Indias y
asegurar así los dominios de su reino; pero entre aquellos a
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estimular, sólo surgieron algunas pocas familias
bonaerenses llegadas con anterioridad a la fecha a que nos
referimos inicialmente, y la de otros pobladores de diversa
procedencia que, junto a las familias canarias que ahora
desembarcaban, serían los que iban a constituir el núcleo
primario de la fundación de la ciudad.
Pero en definitiva, como su Corte le había hecho ver
en determinado momento al monarca, de que resultaba ser
un poco más sencillo hacer venir solamente a colonos
desde Canarias y no más de Galicia, un cierto día el Rey
decidió variar su criterio anterior y ordenó únicamente el
embarque de cincuenta familias isleñas y nada más.
A esto hay que agregar que la fragata “Nuestra
Señora de la Encina” era uno de los cinco navíos que
entonces mandara construir el acaudalado armador
vizcaíno Francisco de Alzáybar, en sociedad con el
teniente de navío Cristóbal de Urquijo, para lograr dar
cumplimiento al asiento, y en los cuales se transportarían
géneros, pertrechos y frutos destinados al puerto de
Buenos Aires, de acuerdo con el trato que ellos firmaron
con la Corona en diciembre de 1724.
Posteriormente, el día 11 de abril de 1726, se
celebraría un nuevo asiento entre el armador y la Corona,
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para éste también hacerse cargo del traslado de colonos,
estipulándose que la expedición debería cumplirse en un
navío de 121 toneladas; donde fue pactado que el precio
del pasaje a cargo de la Real Hacienda, quedaba fijado en
ochenta escudos de plata por cada colono transportado.
En el nuevo asiento, se reglamentaban también las
condiciones del trasporte, el que debería ofrecer
comodidad suficiente, por lo que, si el número
sobrepasaba a la capacidad de la fragata, entonces debería
dejarse en tierra a las familias sobrante, para ser
conducidas más tarde, en los primeros Navíos de Registro,
de Alzáybar y Urquijo, que anclasen en el puerto de Santa
Cruz de Tenerife.
Para la manutención de las familias durante el
transporte, el contrato exigía que hubiera “todo género de
bastimentos, como también vinagre para regar las naos,
cajas de botica para los enfermos y provisión de
camas…”.
No en tanto, pese a las puntualizadas previsiones
reales y a que el propio capitán Zamorategui no admitiese
más que a trece familias que totalizaban un conjunto de
noventa y ocho personas a bordo, el viaje se cumplió en
muy malas condiciones, pues la fragata, cargada además
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de mercaderías para la venta en Buenos Aires, resultó
insuficiente, por lo que los inmigrantes canarios, después
de 89 días de navegación, arribaron en estado deplorable a
las tierras del nuevo destino.
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La Emigración Canaria
Antes de narrar los sucesos acontecidos durante tan
largo viaje bajo aquellas circunstancias, es necesario
comprender cuál era la basa del perfil social de estos que
fueron los primeros pobladores de Montevideo, y las
contingencias que los envolvieron en ésta fundación.
Por lo tanto, creo que nada mejor que releer una
parte del material retirado de los estudios realizados por
los historiadores Francisco Hernández Delgado y María
Dolores Rodríguez Armas, donde sus letras nos explican
que entre las principales causas que motivaron la
emigración de gentes en las Islas Canarias, figuraba la
escasez de alimentos, la presión demográfica por la
llegada de nuevas familias huidas del continente, las
constantes sequías, la depreciación de algunos cultivos
como el azúcar, el vino, la cochinilla, la barrilla,
sumándose a todo ello la situación social, militar, política
y otras de cuño diverso.
Todo lo por ellos descrito, indica que, en aquella
época, ese grupo de islas sufrieron el acentuado fenómeno
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de la emigración, pero según estos ensayistas, pocas de
ellas lo vivieron tan fuertemente como la isla de
Lanzarote, la que nos suministra una idea de todo el
contexto de ese archipiélago canario.
Además, son ellos quienes indican que además de
las causas generales ya nombradas, y comunes a la
mayoría de estas islas, los lanzaroteños sufrieron también
de terribles sequías, epidemias, impuestos de quintos y
diezmos, invasión de langostas, invasiones piráticas
venidas desde África, asimismo de las erupciones
volcánicas.
Todo un conjunto de causas fueron la motivación
principal de la salida de los isleños y los lanzaroteños
durante un periodo que abarca desde el siglo XV hasta el
mismo siglo XX.
Un ligero repaso por algunos de estos documentos,
nos permitirá entender un poco más todo el argumento de
esta obra, y del infrecuente escenario que fue dibujado en
aquel entonces.
Fases de la Emigración
Apoyado en sus erudiciones, estos ensayistas nos
cuentan que podemos observar que, desde el primer
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momento en que Lanzarote es incorporado a la
Jurisdicción de Señorío, nació un movimiento migratorio
que, con más o menos fuerza en determinados momentos,
duraría hasta los años 50 del siglo XX.
En los años finales de la guerra contra los moros,
(últimas dos décadas de siglo XV), la presión sobre los
agricultores y ganaderos con impuestos como el Quinto y
los Diezmos, así como el establecimiento de un monopolio
sobre dos de las principales riquezas de la isla, como eran
la orchilla y la sal, obligó a los lugareños a emigrar en
principio a otras islas, en cuanto estos recapacitaban que,
sin dejar de ser agricultor o ganadero serían, al menos, con
su trabajo, dueños de su cosecha y su ganado.
Pero esta emigración forzosa de lanzaroteños
inquietó a los Señores de la isla, de tal modo que a
instancia de los mismos, la Corona ordenó en 1484, que se
evitase la emigración a otras islas para evitar el
despoblamiento de Lanzarote.
Las Islas que parecían ser más ricas, era inicialmente
el destino seguro de los lanzaroteños, quienes intentaron
buscar en otras tierras el alimento de sus hijos. Es así
como vemos que en una distribución de tierras realizada
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en 1501 en la isla de Tenerife, se hace referencia “a los
vecinos llegados de Lanzarote...”.
Al llegar el año 1560, se crea el Juzgado de la
Contratación de Indias en Santa Cruz de la Palma y en
1566 aparecen los de Tenerife y Gran Canaria. Era a estos
puertos se tenían que dirigir todos los barcos para registrar
todo el cargamento y pasajeros con destino al Nuevo
Mundo.
Directa o indirectamente, este hecho originó una
nueva faz de emigración clandestina en Lanzarote, ya que
fueron varios los que se aprovecharon de la llegada de las
flotas y armadas a esta isla en 1501, y gracias a la
presencia en sus puertos de la flota del Gobernador Frey
Nicolás de Ovando, en la cual varios isleños se
embarcaron en los navíos que tenían como destino las islas
españolas del Nuevo Mundo.
No importando si llegados en forma clandestina u
oficial, el nombre de lanzaroteños también figuran entre
los primeros emigrantes del Nuevo Mundo, como Alonso
Rodríguez Lanzarote, hijo de Lanzarote Terreros y Juana
González, que llegó sobre 1540 a México. Y el de Marcos
Verde Bethencourt, que emigra con su familia en 1581; o
de Luis de León, que se establece en Cartagena en 1569.
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Los registros muestran que Beatriz Dumpierrez, hija
del Capitán Luis de León y de Luisa Dumpierrez, emigró
con cinco sobrinos y se estableció en Cáceres de
Antioquia, e igual destino tiene Diego de la Peña, hijo de
Diego de la Peña y de Inés Bethencourt, donde dejan larga
descendencia, pues habían tenido tres hijos en Lanzarote,
y todos habían emigrado en 1581.
Pero como si no fueran ya suficientes las grandes
hambrunas en aquella época, para motivar aún más la
emigración, al igual que las otras islas, la de Lanzarote
también llegó a sufrir más invasiones piráticas que
ninguna de las otras que hacen parte del archipiélago
canario.
Los registros muestran que del periodo que va de
1569 a 1586, más de 700 lanzaroteños entre hombres
mujeres y niños, fueron obligados a dejar esa tierra
convertidos en esclavos, y, de éste impresionante número,
sólo se pudieron rescatar unos 50 individuos.
Así pues, el miedo a posibles ataques y las
condiciones climatológicas de la isla, terminaron por
originar la salida de numerosas familias, que en principio
se establecieron en Las Palmas y Tenerife, mientras que
otras optaron por emigrar al Nuevo Mundo.
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Igualmente los registros de la época muestran a las
familias de Francisco y Juan Betancort, la de Beatriz
Umpierrez, de Pedro Monguía y la familia Sanabria, que,
junto con otros lanzaroteños, se trasladan a Panamá,
Colombia, Venezuela, Perú, diversas islas de las Antillas y
otros terruños de las Indias.
También un lanzaroteño, José Martínez, figura entre
los primeros emigrantes del siglo XVI, llegados a Costa
Rica.
Pero la preocupación de las autoridades ante la
importancia de la fluente corriente migratoria de los varios
canarios, hace que Felipe II, en 1574, prohíba ante decreto
Real, la salida de los vecinos de estas islas.
No en tanto, en la visita del tribunal de la Inquisición
realizado en 1583 a Lanzarote, ya se habla de la gran
sequía que sufre la isla y de cómo sus vecinos han huido a
otras islas con sus ganados, por no haber allí frutos ni agua
para beber.
Pero en 1593, el hambre volvió nuevamente a
adueñarse de esta isla, por lo que la corriente migratoria
no paraba a pesar de las órdenes de la superioridad.
Igualmente hay anotaciones de que, durante la
invasión de 1618, parte de la isla emigró para
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Fuerteventura y que más de 800 lanzaroteños fueron
llevados al continente africano. De ellos, solamente unos
200 fueron liberados en el estrecho de Gibraltar, y otros
tantos fueron rescatados por las órdenes redentoras,
volviendo algunos a la propia Lanzarote.
También se dice que en la procesión que se realizó
por las calles de Madrid el 23 de septiembre de 1618, por
los padres Trinitarios con los cautivos rescatados, entre
ellos se encontraban más de 300 lanzaroteños marchando
alrededor de la imagen de la Virgen del Rescate, que en
palabras de Don Antonio Romeu de Armas, es el “símbolo
espiritual del Lanzarote heroico”.
Ya entre 1626 y 1632, esta isla sufre el azote de una
terrible sequía, y la mayor parte de sus vecinos tuvieron
que emigrar a otras islas. El Cabildo Catedral en una
sesión de 1628, haciendo referencia a los emigrantes de
Lanzarote y Fuerteventura, ya relataba que eran más de
dos mil los emigrantes llegados y que muchos morían en
el trayecto hasta el Puerto a las Palmas.
En realidad, los vecinos de la isla parecía que
llevaran en su corazón ese fuego interno de sus volcanes, y
no pasaba un año sin que los sobresaltos de una hambruna
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o los peligros de las invasiones, les obligara a emprender
ese camino no deseado de la emigración forzosa.
Pero es también el amor a su tierra, el que les hace
volver una vez que el peligro pasa. Así vemos como en los
años 1647 a 1693 los lanzaroteños se convierten en
nómadas entre islas. Pero cuando la lluvia era abundante,
no sólo regresaban los lanzaroteños, sino también otros
emigrantes, tanto de las islas como de España y Portugal,
sobre todo por el intercambio comercial que existía entre
Lanzarote y Madeira, llegándose a contabilizar en 1640,
unos 200 lusitanos en esa isla.
Ya entrando en el siglo XVIII y lejos de dejar atrás
el problema de la emigración, ésta aún continúa. Ahora, es
verdad que de una forma un tanto más ordenada, pues las
emigraciones ya se hacen por grupos familiares. En un
principio, esa emigración tiene como destino Las Palmas y
Tenerife, donde más de 75 matrimonios de Lanzarote
fueron registrados en Tenerife en el periodo de 1701 a
1725.
Del mismo modo, existen datos que muestran que,
entre febrero y septiembre de 1703, salieron de Lanzarote
unos siete barcos cargados de emigrantes, de los cuales
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cinco tenían como destino Las Palmas, otro Tenerife y el
último a la isla La Palma.
En un estudio sobre la sociedad de Las Palmas a
principios del siglo XVIII, se registran los bautismos
inscritos en el libro 17ª del año 1703 de la parroquia de la
Catedral Canaria, y en el mismo figura con el número 52,
Antonia, hija de Antonio Felipe, labrador, y Juana
Gutiérrez, vecinos de Lanzarote; y con la inscripción 79,
José, hijo de Antonio Chamorro, labrador, y Teresa de
Jesús, vecinos de Lanzarote.
Esta corriente migratoria se agrava en la crisis de
1721, en que esta isla y otras, quedaron casi desiertas.
Fueron tantos los emigrados, que el Cabildo acuerda que
no entren en Gran Canaria nada más que los tres mil
llegados desde las islas de Lanzarte y Fuerteventura. A la
isla de Tenerife emigró otro número similar, de los cuales
unos 600 se establecieron en el pueblo del Sauzal.
Como la sequía parecía no ser suficiente mal para
los sufridos habitantes de esta isla, un golpe casi de gracia,
les llegó con la mayor catástrofe natural de la historia de
Lanzarote, las erupciones volcánicas de 1730.
Se cuenta que las consecuencias de ese fenómeno,
terminaron por afectar al 57 por ciento de la población,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 30
haciendo emigrar a un 44 por ciento de la misma, la cual
fue calculada en unas 1.848 personas. La mayoría de ellas
llegaron a Fuerteventura.
Así lo reseñan los propios lanzaroteños que hablan
de los beneficios recibidos en la vecina isla, como
alimentos y tierras para edificar, dados con tanta
generosidad, que al final, los habitantes de Villaverde,
eran casi todos procedentes de Lanzarote.
No en tanto, en razón de las penurias, la Audiencia
encaminó a los emigrados lanzaroteños también hacia
otras islas como La Palma, La Gomera, Tenerife, Las
Palmas del Hierro, mientras algunos más aventureros,
optaron por emigrar hacia las tierras americanas, y entre
cuyos objetivos estaba preferentemente Cuba, Texas y
Montevideo, y luego después Venezuela, Argentina y La
Florida.
Registros de aquella época muestran que en la
propia fundación de Montevideo, participaron también
algunas familias lanzaroteñas. En la primera expedición
realizada en el buque Nuestra Señora de la Encina, que
partió de Santa Cruz de Tenerife el día 21 de agosto de
1726, se encontraban las familias de Aquino Rivero
García y Bernabé González, y en la segunda leva realizada
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 31
en 1729 , y que fue trasladados en el barco “San Martín”,
el cual llegó a Montevideo el 27 de Marzo de 1729, se
encontraban las familias lanzaroteñas de Lorenzo Calleros
Sosa, la de Antonio Méndez y la de Cristóbal Cayetano de
Herrera, y todas ellas contribuyeron a la fundación de la
ciudad de Montevideo.
Aquí se merece destacar el papel del lanzaroteño
Cayetano de Herrera, hombre que formó parte del primer
Cabildo de Montevideo. Asimismo, uno de sus 10 hijos,
también tuvo una actuación destacadísima, el Dr. Nicolás
Herrera (1774-1831), desempeñando diversos cargos
políticos y diplomáticos. De esta familia Herrera escribía
en 1926, don Luis Enrique Azarola Gil lo siguiente:
“Por espacio de doscientos años y seis generaciones,
esta prosapia histórica prolonga sus hilazas en el telar
nativo y presenta sus jalones humanos en cada etapa de la
evolución nacional. Sus faltas o sus méritos nos incumben
menos que su presencia en los anales de la patria”.
Igualmente figura en la Real Orden del 14 de
Febrero de 1719, dictada entonces por Felipe V para
atender a las peticiones realizadas desde las provincias de
Texas y Nueva Filipinas, manifestando en dicho mandato
que: “Mando y ordeno que se haga conocer mi Real
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 32
voluntad en esas islas y vea si hay familias que quisieran ir
a la Habana y a Texas, si ellos lo deciden voluntariamente
y no en otra forma...”. Ello termina por motivar a siete
familias de Lanzarote que sumaban 43 personas, a iniciar
una de las mayores aventuras americanas protagonizadas
por unos lanzaroteños: La fundación de San Fernando de
Bejar (Texas).
Consta que Juan Leal Goraz, vecino de San
Bartolomé y que en Lanzarote formaba parte del Cabildo
General, fue proclamado el 1 de Agosto de 1731, Regidor
y Primer Alcalde de San Antonio de Texas.
Pero para tener una visión de la situación real de lo
que sucedía en estas islas, veamos parte del discurso
pronunciado por el Síndico Personero en La Villa de
Teguise:
“La falta de alimentos y de agua se hizo general,
abandonados de todos, aquellos desgraciados se vieron al
fin en la necesidad de comer pencas de tuneras, para
conservar la vida, este alimento nocivo, los condujo a la
muerte con más brevedad, pero después de padecer mil
tormentos con las enfermedades que les originaba.
…Era una fortuna para cualquiera encontrar un
caballo, un burro, un perro o un gato muerto para devorar
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 33
una parte y ocultar la otra con que satisfacerse más tarde.
La esposa desgraciada se arrojaba sobre el cadáver de su
marido y le quitaba los zapatos para alimentar a sus
hambrientos hijos con unos pedazos de cuero que les
conservaba su penosa existencia por unos días más.
…Murieron a cientos en los pueblos, en los campos,
los unos de sed, los otros de hambre y muchos quedaron
sin sepultar sirviendo de pasto a las bestias y a las aves”…
¿Qué más cabe agregar a tan profunda y brutal
declaración emitida y registrada en los anales de la
historia? Nada, a no ser asimilarla sorprendidos y
comprender mejor lo que lleva al ser humano a adaptarse a
su medio ambiente.
El Perfil Social del Conquistador
De igual forma, vale aquí destacar otro conjunto de
las peculiaridades de aquellos individuos que hicieron
parte del éxodo respaldado de una manera directa o
indirecta por parte de la Corona durante el largo periodo
en que éste ocurrió desde el siglo XVI al XIX, y dirigido
hacia la conquista, población y manutención del extenso
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 34
territorio de las Indias. Más adelante tendremos
oportunidad de cuantificar este contingente en su
comienzo.
No en tanto, consta en documentos oficiales que las
regiones que más hombres aportaron al Nuevo Mundo
durante el siglo XVI, fueron Andalucía, Castilla y
Extremadura, entre otras varias. Y los contingentes que
nutrieron esas empresas de conquista, sin duda estaban
formados principalmente por hombres cuyas edades
fluctuaban entre los 30 y los 45 años; es decir, eran
personas ya maduras en una época en la cual alguien
mayor de 40 años ya era considerado viejo.
Por consiguiente, y como lo veremos con más
detalles en las próximas páginas, es sabido que el
Conquistador español provenía de una Europa marcada
por su rígida sociedad estamental, donde quienes no
poseían bienes y riquezas, tenían muy pocas posibilidades
de modificar su situación social en el lugar donde vivían.
Ha quedado pues supeditado, que los
Conquistadores y Colonizadores no procedían de la clase
alta o dirigente (la nobleza, excepto la más baja, no se
embarcó hacia América). Se trataba entonces de hidalgos
(hijosdalgo = “hijos de algo”, es decir, gente sin apellido
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 35
de cristiano viejo que buscaba de alguna forma colocarse
en la nobleza), quedando claro que eran casi todos
denominados de segundones, artesanos, labradores,
pastores, marineros, mercaderes, clérigos, oficiales reales
y otros varios representantes de las múltiples profesiones
liberales de la época. Pero salvo casos muy excepcionales,
estos profesionales abrazaron su oficio sólo por necesidad,
y no por vocación.
Eso sí, todos ellos albergaban en el alma la ilusión
de superar su condición social y acceder a privilegios que
en la Europa de entonces estaban reservados sólo a la
nobleza. Tampoco la mayoría de ellos tenía experiencia
militar, por lo cual, se convirtieron en improvisados
combatientes una vez llegados en América.
Tampoco eran gente culta, pero debe tenerse en
cuenta que en el siglo XVI, incluso las clases altas, la gran
mayoría adolecía de cultura. En aquella época, la
educación constituía un fenómeno eminentemente urbano,
y aprendían a leer solamente aquellos cuyos oficios así se
lo exigían (clero, nobleza, mercaderes, profesiones
liberales, funcionarios), y todos aquellos que podían
adquirir un libro, cuyo precio resultaba prohibitivo para
muchos. Tampoco hay que olvidarse que recién se acababa
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 36
de inventar la imprenta, y la oferta de libros era aún
mínima.
Y así, esperanzados y movidos por los fabulosos
relatos de quienes ya conocían las nuevas tierras, la
mayoría se embarcaba en los navíos apostados en Sevilla o
en San Lucas de Barrameda con destino a América. Pero
las motivaciones para salir de España no se limitaban
únicamente a un afán de ascenso social. Poder y riquezas,
honra y fama, eran ingredientes fundamentales para
enrolarse en las huestes indianas y eso era lo que
condicionaba el accionar de los españoles. En aquel
momento se aspiraba a ser reconocido y recordado, y
cuando más, poder regresar a las tierras de origen cargado
de riquezas y títulos.
Solamente entendiendo las características
comportamentales de estos hombres, es lo que nos hace
posible comprender aquella búsqueda incesante que ellos
tenían por encontrar la Fuente de la Eterna Juventud o del
mítico El Dorado; la internación en parajes inhóspitos y a
menudo inaccesibles para conquistar súbditos en nombre
del Rey; el esfuerzo físico desplegado en extensas
jornadas bélicas; y la ostentación de una vida centrada en
las apariencias.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 37
El Perfil Cultural del Conquistador
Por ser así, es posible entender que los hombres que
formaban las tropas conquistadoras y los colonizadores,
fueron individuos que vivieron entre la Edad Media y la
Edad Moderna. En su mentalidad, eran gente entre
medievales y modernos, por lo que se manifestó en ellos
una serie de características aún propias de ambas épocas.
Pero las características positivas suelen atribuirse a su
Medievalismo, y las negativas a su Renacentismo.
Las Características de raíz Medieval:
Providencialismo: Era lo que les llevaba a
considerarse como siendo los portadores de la verdadera
fe, que, por su intermedio, hallaban que ésta debía
propagarse a quienes aún la desconocían. Su religiosidad
parece probada por el hecho de que jamás se rebelaron
contra sus jefes, mismo cuando éstos destruyeron los
ídolos indígenas poniendo en peligro la supervivencia de
la misma hueste.
Predestinación: Al ser relacionado con el
providencialismo, esto solía justificar los hechos como
siendo el producto de un entramado de origen divino que
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 38
les debía conducir inexorablemente hacia un destino
determinado e inevitable.
Espíritu caballeresco: Era un arquetipo de tipología
que los impulsaba a servir ciegamente a Dios y al Rey.
Buscar obtener mercedes Reales (asociadas al
Espíritu Caballeresco): Esta característica se asociaba con
el servicio prestado a la Corona, y a las mercedes
otorgadas por ésta en pago a los servicios por ella
recibidos.
Ideal Señorial de Vida: Consistía en lograr tener
vasallos como una manifestación externa de autoridad y de
prestigio. La imagen señorial constituyó la verdadera
obsesión de todo conquistador, pero en realidad, muy
pocos lograron realizarla. La Corona -luego después de los
primeros viajes-, estuvo siempre en guardia contra las
tendencias señoriales que minaban su realengo, y cortó
muy pronto sus mercedes de títulos nobiliarios a los
conquistadores (apenas se dieron los del Marqués del
Valle de Oaxaca y Marqués de Cajamarca). La nobleza
castellana apoyó y aplaudió la medida, pues consideraba a
los conquistadores como unos advenedizos que pretendían
ensalzarse por haber matado unos cientos o miles de
indios. Más fácil les fue conseguir encomiendas o cargos
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 39
administrativos, pero la mayor parte de ellos carecía de
preparación adecuada para ejercer los últimos.
Escaso espíritu crítico, que le llevaba a creer en
leyendas fascinantes: Era lo que los conducía a efectuar
descripciones falsas y sobredimensionadas sobre lo que
veían (y lo que no veían) en sus viajes y exploraciones,
llegando a perseguir mitos como el Paraíso Terrenal, la
Fuente de la Eterna Juventud, las ciudades áureas de
Cibola, El Dorado, y los pueblos de gigantes y de
amazonas, etc.
Fanatismo: Era una genealogía que les hacía
concebirse irreductibles y ciegos ante las situaciones que,
en condiciones normales, los habrían llevado a desistir del
esfuerzo realizado por alcanzar un propósito.
Espíritu combativo: No hay dudas que esta fue una
característica muy evidente, pero hay que tener en cuenta
que usualmente era exteriorizada como resultado de la
situación en que se encontraban: metidos en territorio
enemigo y rodeados de adversarios, sin posibilidad de
volver atrás.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 40
Las características de raíz Renacentista:
Individualismo: Los Conquistadores anhelaban
realizar hazañas con el fin de ser recordados después de
modo personal. Era la concepción Renacentista de la fama.
Afán de obtener riquezas: La codicia se advierte
fácilmente en muchos personajes principales (Cortés,
Ordás, Pizarro, Alvarado, Benalcázar, etc.) quienes, una
vez logrado un buen botín, volvían a invertir todo lo
ganado en nuevas empresas conquistadoras; pero esto no
debía ser lo frecuente, sino lo anómalo, y propio de
hombres muy ambiciosos. Lo que de verdad buscaba el
soldado Conquistador, era retirarse después de haber
obtenido un buen botín o, lo que es mejor, una
encomienda, para no tener que empuñar la espada por el
resto de sus días. Su codicia, la del soldado, hay que
comprenderla desde otro ángulo, como si ella fuese un
pecado natural de quien nada tiene y lucha por conseguir
algo para mejorar su vida.
Sentido pragmático: Era la eterna disposición de
querer legitimar cualquier medio que los condujera a logar
obtener un fin determinado. En concreto, en cuanto a su
crueldad para con los indios, esto no puede comprenderse,
salvo en el caso de que lo hiciera para aterrar al enemigo y
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 41
obligarle a rendirse lo antes posible. Pero en realidad, los
Conquistadores hicieron barbaridades, como encerrar a los
indios en chozas y prenderles fuego, aperrear a los
naturales, cortarles manos y narices, etc., cosas que
parecen indicar un refinado sadismo propio de seres
inhumanos.
En verdad, es que para ellos, las guerras coetáneas
les eran prolijas en ejemplos de salvajismo humano.
Aterrar al enemigo para que se rindiera, parece que era -
quizá todavía lo es-, la regla áurea de toda campaña
militar. Quizá la mejor aproximación que puede hacerse a
la figura del Conquistador, es la de pensar que se trata de
un maldito de la sociedad española que trataba de
distinguirse mediante su sacrificio personal, y hasta el de
alcanzar los límites extremos, para convertirse finalmente
en un funcionario o en un encomendero.
Otros aspectos:
Al margen de los cambios que se sucedían
intermitentemente en la mentalidad europea, en tránsito
del Medioevo al Renacimiento, hubo muchos aspectos que
formaron parte de una cultura propia peninsular, y que
terminaron por marcar el espíritu de aquellos aventureros,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 42
y eso puede ser visto aquí más adelante, cuando
mostramos el comportamiento histórico de varios reinos.
Sin embargo, el impulso del Conquistador por
propagar la fe, al margen del providencialismo medieval,
respondía a una situación singular y especial de la
Península Ibérica: la Reconquista. No hay que olvidarse
que durante 800 años se desarrolló allí la acción que se
convino llamar en aquel entonces, por Reconquista.
Durante la mitad del siglo XV -que fue la época en
la que nacieron muchos de los Conquistadores de
América- fue la etapa decisiva en la lucha de la monarquía
castellana por terminar con lo que quedaba del dominio
político musulmán en su territorio. Por ello, la
Reconquista no fue sólo un conflicto político, sino que
fundamentalmente era una guerra de religión, y que hasta
podría llamarse de una “cruzada”.
Entonces, tenemos como resultado que los
Conquistadores se formaron bajo ese espíritu de cruzada,
de lucha contra los “infieles”. Por ello, se dice que éste es
un factor más para poder entender el afán de una ferviente
propagación del cristianismo que se mostró en América.
Evidentemente que ninguno de ellos fue un
antropólogo, ni eran arqueólogos o etnógrafos, y por tal
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 43
motivo, estos terminaron destruyendo por ignorancia, lo
que encontraron en sus campañas militares de Conquista.
Lo destruyeron por querer erradicar las idolatrías que ellos
mismos consideraban pecado contra Dios y contra la
Naturaleza.
La Amenaza Lusitana
Volviendo un poco nuestro foco hacia la región
territorial mencionada en el inicio de éste relato, nos
remontamos a finales de enero de 1680, cuando los
portugueses, queriendo extender sus dominios hacia el sur
de Brasil y aprovecharse de la debilidad española en esos
territorios, buscaron establecerse finalmente en la costa
norte del Río de la Plata, donde fundaron la ciudad de
Colonia del Sacramento, desde la cual podían los
portugueses comerciar su contrabando, siendo entonces la
ciudad de Buenos Aires la más perjudicada, y comenzando
de este modo muchos años de luchas entre las dos
naciones por el dominio del actual Uruguay.
En aquel momento, aquella expedición estaba al
mando del maestre de campo don Miguel Lobo,
gobernador de Río de Janeiro desde 1678, y fue compuesta
por 400 soldados embarcados en dos navíos, dos
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 44
bergantines y otros buques menores que zarparon de Río
de Janeiro. Dicen que llevaban 18 cañones, aperos de
labranza y elementos de construcción. Y pocos días antes,
el 20 de enero, ya habían ocupado la isla de San Gabriel.
Ese mismo año, el gobernador de Buenos Aires, don
José de Garro, mandó una zumaca, la San José, a la isla de
San Gabriel para tomar contacto con los portugueses. A su
regreso a Buenos Aires, estos informan al gobernador
Garro que los portugueses habían establecido un
asentamiento. Entonces el gobernador envió una airada
carta a Miguel Lobo para que se retiren, al ser la nueva
colonia considerada ilegal.
Ante la negativa portuguesa, Garro movilizó las
tropas disponibles. Pidió apoyo al virrey del Perú y,
después de varios meses de preparación, atacó la plaza el 7
de agosto con 3.000 indios tapes y 400 soldados puestos al
mando de don Antonio de la Vera Mújica, con hombres
procedentes de Buenos Aires, Paraguay y Tucumán. Pero
poco antes, tropas portuguesas de refuerzo habrían
naufragado a bordo de una zumaca y un lanchón en la
zona de la entrada del Río de la Plata, por lo que las tropas
de Miguel Lobo se encontraban solas. El militar español
intimó a que Lobo se rindiera para evitar una masacre,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 45
como así sucedió, pues en el asalto perdieron la vida 150
portugueses y 300 atacantes, la mayoría indios tapes.
Ante las protestas de la Corona portuguesa, los
españoles trataron de resolver la cuestión de forma
diplomática. Y así, cediendo a las pretensiones
portuguesas, se desaprobó el proceder del gobernador
Garro y se les devolvió la plaza, la artillería, y las armas y
pertrechos, conforme consta en el Tratado Provisional del
7 de mayo de 1681, haciéndose efectivo el traspaso el día
12 de febrero del año siguiente por Herrera y Sotomayor,
representante legítimo del nuevo gobernador de Buenos
Aires, al entonces gobernador de Río de Janeiro.
En 1704, la guerra de Sucesión española termina por
generar un nuevo enfrentamiento con los portugueses por
la posesión de la Colonia. Entonces, el gobernador de
Buenos Aires, don Alonso Juan de Valdés e Inclán, pone
sus tropas al mando de Baltasar García Ros, estas
compuestas por 800 soldados, 600 milicianos y 300 indios.
Todo muestra que el día 2 de octubre de 1704 habían
cruzado el río de la Plata y allí esperan a que se les
uniesen 4.000 indios, para comenzar el sitio el día 18 de
octubre. Pero el día 5 de marzo de 1705 llegó al lugar una
escuadra portuguesa compuesta de dos fragatas, de 44 y 30
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 46
cañones, la fragata Estrella de 20 y el patache Santa
Juana, de 8 cañones, con la misión de forzar el bloqueo y
evacuar a los vecinos y las tropas.
Les hace frente el capitán de mar y guerra don José
de Ibarra y Lazcano con el navío de registro Nuestra
Señora del Rosario, armado con 36 cañones, el bajel Santa
Teresa, alias Popa Verde, portugués apresado y armado
con 16 cañones y al mando del capitán D. Francisco
Valero, y además, un brulote del cual no consta nombre.
La historia cuenta que las dos escuadras llegaron a
combatir a tiro de pistola, no pudiendo evitar que los
portugueses entraran en Colonia y que el buque Santa
Teresa fuese tomado al abordaje. Incluso, fracasó
posteriormente un intento de quemar las embarcaciones
portuguesas con el brulote. Entonces, los portugueses
embarcaron a la guarnición y zarparon apurados el día 14
de marzo, abandonando los cañones y las armas de la
plaza a los españoles, que entonces es ocupada dos días
después.
Pero por el tratado de Utrecht, que fuera firmado en
Holanda en 1713, la plaza debería ser devuelta a los
portugueses en 1716, cuando nombran como nuevo
gobernador a don Manuel Gómez Barboza, siendo
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 47
sustituido posteriormente el día 14 de marzo de 1722, por
Antonio Pedro de Vasconcelos.
La Llegada de los Primeros Colonos a
Montevideo
Buscando proteger el territorio en disputa, en una
carta del Rey portugués para su gobernador y capitán
general de Río de Janeiro, datada en el día 29 de junio de
1723, se ordena a éste enviar una expedición a
Montevideo para poblar nuevamente aquellos parajes.
Entonces, el 21 de noviembre de ese año, zarpa de Río de
Janeiro una fuerza naval compuesta por la fragata de 44
cañones Nossa Señora da Oliveira, el navío Chumbado, al
mando de Francisco Días, el Sacopira, y una zumaca al
mando del capitán de navío Manuel Enriquez de Noronha.
Llevaban embarcados una dotación de 250 a 300
personas, de ellas, 150 eran soldados. La expedición
estaba al mando del maestre de campo don Manuel Freitas
da Fonseca, y deberían ser apoyados con un contingente
de refuerzo por parte del gobernador de Colonia de
Sacramento, Antonio Pedro de Vasconcelos.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 48
Al alcanzar las costas del Río de la Plata, estos
desembarcaron y tomaron posesión de la bahía de
Montevideo el día 28 de noviembre, iniciando con ello la
fortificación del lugar con la instalación de una batería de
cañones. Tal como ya había ocurrido en 1680 con la
Colonia de Sacramento, los portugueses pretendían
establecerse ilegalmente.
En aquel entonces, el gobernador de Buenos Aires,
don Bruno Mauricio de Zabala, es informado de la llegada
de los portugueses el día 1º de diciembre por intermedio
del práctico del río, capitán D. Pedro Gronardo. Entonces,
el gobernador decide enviar al capitán don Alonso de la
Vega con 150 dragones, para que de esta forma hostigase
a los portugueses, mientras él comenzaba a preparar una
futura expedición por tierra y mar.
Como ya se encontraban en aquella zona cuatro
buques de registro, los cuales, de acuerdo con sus
capitanes y oficiales, fueron armados con varios cañones y
aumentada su tripulación, es que se provee el contingente
de ataque. Las tropas españolas hicieron incursiones y
golpes de mano, lo que finalmente dejaron a los hombres
de Fonseca en delicada situación, empeorando con la
llegada el 20 de enero, de un refuerzo de 420 hombres al
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 49
mando del mismísimo gobernador Zabala, para instarlos a
que se retirasen.
Fonseca, viéndose en una situación crítica, sin
alimentos y sin apoyos, reembarcó sus tropas el 22 de
enero de 1724. No en tanto, por causa de la aligerada
partida, el gobernador se aprovechó de las instalaciones y
aparejos que habían dejado los portugueses, y Zabala halló
por bien comenzar una nueva fortificación en enero de
1724, llamándola en aquel entonces de Real de San Felipe,
convirtiéndose así en el fundador de la ciudad de
Montevideo.
Enseguida, el Gobernador mandó a las milicias y a
algunas tropas regulares que regresaran a Buenos Aires a
bordo de dos navíos, y con el resto del personal, comenzó
a instalar una batería de cuatro cañones al este de la
ensenada, resguardando el así lugar para futuras
providencias.
Sin embargo, durante la mañana del día 24 de
febrero, aparece a la vista de la plaza la fragata portuguesa
Santa Catharina, armada en aquel entonces con 32
cañones y con 130 soldados destinados a reforzar
Montevideo, ya que al zarpar de Río de Janeiro, estos
desconocían que los portugueses se habían retirado del
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 50
lugar. Y así, a las nueve de la mañana de ese día, esta
fondeó cerca de la batería española, desde la cual se la
hizo señal para que se acercaran con un bote.
Cuando el comandante de la fragata se percató que
Montevideo estaba en manos españolas, largó velas y viró
de vez para salir de la ensenada. Entonces, ni corto ni
perezoso, Zabala envió rápidamente un bote para dar caza
a la lancha enemiga, consiguiendo así capturar a cinco de
los marineros. Dos días más tarde, después de liberar a los
prisioneros, la fragata zarpó de vez con la cola entre las
patas rumbo a Río de Janeiro.
No en tanto, en ese mismo día aparecieron otras tres
velas portuguesas que venían de Colonia, pero estos
navíos se retiraron dos días después sin intentar ningún
ataque.
A seguir, Zabala se marchó hacia Buenos Aires el 5
de abril, dejando como comandante encargado de la
defensa de la plaza, al capitán don Francisco Antonio de
Lemos con tan sólo una guarnición de 110 soldados y mil
indios armados. A partir de ese momento, el determinado
gobernador Zabala, siguiendo las disposiciones de la Real
Orden de Aranjuez, concedió franquicias y privilegios
para todos aquellos que pasasen de margen del Río de la
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 51
Plata para poblar Montevideo, y así lo hicieron seis
familias, mientras que la gran mayoría llegarían
posteriormente desde las islas Canarias con la aprobación
de la Corona española.
Cuando finalmente arribó a esas orillas rioplatenses
la fragata de Registro “Nuestra Señora de la Encina” -
alias “La Bretaña”-, los escasos pobladores percibieron de
lejos que el buque contaba con tan solo 24 cañones y 121
toneladas, y tenía 24 metros de largo, 6 de manga y un
calado de 2.20 metros. Con este intrépido hecho, se había
logrado realizar con éxito el primer viaje hacia el Río de la
Plata trayendo a bordo las 13 familias canarias y un nuevo
contingente militar.
Sin embargo, se sabe que durante el viaje, las
mujeres y los niños pasaron la primera noche -y todas las
siguientes- abordo, alojadas en el entrepuente, mientras
que los hombres durmieron con la tripulación en cubierta.
Además, en ese viaje vinieron 80 misioneros de la
Compañía de los Franciscanos y Jesuitas.
Con relación al informe de la travesía, ésta fue
considerada relativamente buena por su capitán, ya que
había gozado de fresco en la línea, y teniendo sólo 30 días
de vientos contrarios. También habrían sufrido remediadas
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 52
tempestades, lluvias y vendavales, pero por algún motivo,
el afanoso capitán Bernardo se omitió de declararlo.
Días después del nombrado arribo, “La Bretaña”
partió hacia Buenos Aires a fin de vender las mercaderías
que llevaba en la bodega, pero resulta que allí encontró la
plaza abierta al comercio de contrabando, tanto por los
portugueses de La Colonia, así como por los ingleses
embarcados en buques del “Asiento de Negros”.
En aquel momento, ya ancorado en Buenos Aires,
había siete buques ingleses anclados a sus orillas, y en La
Colonia, otros ocho de bandera portuguesa. Por ello,
resultó que los precios de las mercaderías que con tanto
trabajo habían sido traídas desde el viejo mundo, estos
resultaron ser iguales que los entonces practicados en el
puerto Cádiz. Lo que significaba la ruina para armadores y
comerciantes.
-“Di fondo en esta miseria y fatal desdicha”, -
maldijo al final entre dientes, y así lo escribió el capitán
Bernardo para sus armadores.
Luego después, el hombre ordenó el alije de los
bultos hacia las embarcaciones menores, y de éstas a
carretas para poder depositar las mercaderías en tierra;
pero el lento desembarque del enjunque, los géneros y los
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 53
utensilios domésticos transportados, pareció durar una
eternidad.
Esta descarga fue lenta, tanto es así, que un mes
después del arribo, habían sido depositado en tierra, sólo
la mitad de las mercaderías que ellos habían traído de
España.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 54
Del reino de León a los de
León y Castilla
Bien valdría haber resumido los acontecimientos que
envolvieron algunas de las Coronas europeas y los de sus
súbditos, en un sucinto relato, pero entiendo que al
realizarlo de tal forma, estaría cerceando al lector de los
diversos acaecimientos que ocurrieron durante siglos en
Europa, y mismo de que algunas veces pareciera ser
desnecesario referirlos, a la postre se verá como todos
ellos se unen en prácticamente una sola biografía y de la
manera como estos terminaron por forjar los
temperamentos, la naturaleza y la tipografía de las huestes
conquistadoras y de los futuros habitantes del territorio de
las Indias…
Es que callar, sería como querer ocultar hechos que,
en esos reinados, al final se trasformaron en un rico paño
que perece haber sido tejido por briznas e hilvanes
formados por los más diversos intereses particulares, por
intrigas, complots, tramas, acuerdos espurios, fanatismos,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 55
asesinatos, atentados a la vida del monarca y/o sus
descendientes, delitos y arreglos de todo tipo.
La Unión de los Territorios
La Corona de Castilla, como entidad histórica, suele
considerarse que tiene su comienzo con la última y
definitiva unión de los reinos de León y de Castilla en el
año 1230, o bien, con la unión de esas Cortes algunas
décadas más tarde. Así tenemos que en año de 1230,
Fernando III el Santo, rey de Castilla desde 1217 y en el
cual se incluía el reino de Toledo, anexionó el Reino de
León, quien inclusive circunscribía el de Galicia, estado de
su padre Alfonso IX, tras anularse el testamento de su
progenitor en el cual le legaba sus estados para las infantas
Sancha y Dulce.
El Reino de León surgió a partir del Reino de
Asturias, y Castilla fue, en principio, un mero condado
dentro del Reino de León. Pero en la segunda mitad del
siglo X, durante el desenlace de las guerras civiles
leonesas, se comportó con cada vez mayor independencia,
para caer finalmente en la órbita navarra en el reinado de
Sancho III el Grande, que aseguraría este condado para su
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 56
hijo Fernando Sánchez a través de su esposa Muniadona y
tras el asesinato del conde García Sánchez en 1028.
Pero en el año 1037, Fernando I se rebeló en
beligerancia contra el rey de León, Bermudo III, quien
murió en la batalla de Tamarón, y tras el desenlace del
conflicto, se convirtió en rey de León a través de su
matrimonio con la hermana de Bermudo, Sancha. Fue así
que el condado castellano por fin se convirtió en parte del
patrimonio regio.
No en tanto, cuando ocurrió la muerte de Fernando I,
muy pronto se dividieron sus estados entre sus hijos.
Su favorito, Alfonso, recibió el reino de León y la
primacía que éste título le otorgaba sobre sus hermanos.
Entonces a Sancho le correspondió el estado patrimonial
de su padre, el Condado de Castilla, ahora elevado a
categoría de reino, y el menor de ellos, García, recibió el
territorio de Galicia.
Pero esta división duró poco, pues entre 1071 y 1072
acaecieron batallas en la que finalmente Sancho derrocó a
sus hermanos y se anexionó sus estados, pero resultó que
este murió asesinado ese último año, con lo que su
hermano Alfonso logró reunificar de nuevo la herencia de
Fernando I, que permaneció indivisa hasta el 1157.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 57
Pero en ese mismo año también fallecía el
emperador Alfonso VII, legando así los reinos de León a
Fernando II, y el de Castilla a Sancho III.
Posteriormente, Sancho fue sucedido por Alfonso
VIII, y Fernando II fue por Alfonso IX, de cuyo
matrimonio con Berenguela de Castilla, hija de Alfonso
VIII, engendró entonces a Fernando, el futuro Rey Santo.
Al morir el hijo y sucesor de Alfonso de Castilla,
Enrique I, en 1217, Fernando heredó de su madre el Reino
de Castilla y accedió, en 1230, tras la muerte de su padre,
al de León. Asimismo, el rey aprovechó la debilidad del
reino almohade para avanzar enormemente con la
Reconquista, tomando para sí el valle del Guadalquivir
mientras que su hijo Alfonso conquistaba el Reino de
Murcia.
Los reyes de la Corona de Castilla (Juana I) poseían
los títulos de: Rey de Castilla, León, Navarra, Granada,
Toledo, Galicia, Murcia, Jaén, Córdoba, Sevilla, los
Algarves, Algeciras y Gibraltar y de las islas de Canaria y
de las Indias e islas y Tierra Firme del mar Océano y
Señor de Vizcaya y Molina. Su heredero portaba el título
de Príncipe de Asturias.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 58
La Unificación de las Cortes
La unión de los reinos bajo un solo soberano, tuvo
como consecuencia casi inmediata la unión de las Cortes
de León y Castilla. Esas coaliciones se articularon en tres
brazos, que correspondían respectivamente a los
estamentos Reales, como los de: nobles, eclesiásticos y
ciudadanos; y, aunque el número de ciudades
representadas en esas Cortes fuese variando a lo largo del
tiempo, fue el rey Juan I, quien fijó de una manera
definitiva las ciudades concretas que tendrían derecho a
enviar procuradores a Cortes. El decreto real incluía las
entonces urbes de: Burgos, Toledo, León, Sevilla,
Córdoba, Murcia, Jaén, Zamora, Segovia, Ávila,
Salamanca, Cuenca, Toro, Valladolid, Soria, Madrid,
Guadalajara y Granada, (esta a partir de 1492).
Con el rey Alfonso X, la mayoría de las reuniones de
Cortes eran conjuntas para todos los reinos. Pero las
Cortes de 1258 en Valladolid son según quedó registrado:
De Castiella e de Extremadura e de tierra de León,
mientras que las de Sevilla, en 1261 son: De Castiella e de
León e de todos los otros nuestros Regnos (conforme
registros gráficos de la época)
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 59
Posteriormente se realizarían algunas Cortes
separadas, como por ejemplo en 1301, de Burgos para
Castilla, y de Zamora para León, pero los representantes
de las ciudades pidieron que se volviera a la antigua
unificación.
Sobre varios alegatos, los representantes castellanos
lo solicitan (en lenguaje de la época): “Pues yo agora
estas cortes fazía aquí en Castiella apartada miente de los
de Estremadura de tierra de León, que daquí adelante que
non fiziese nin lo tomase por huso”. Movimiento igual fue
llevado a cabo por los leoneses, que solicitan (en igual
locución): “que quando oviere de facer Cortes que las
faga con todos los omnes de la mi tierra en uno en tierras
leonesas”.
Aunque en un principio, los reinos singulares y las
ciudades conservaron sus derechos particulares, entre los
cuales se hallaban el Fuero Viejo de Castilla o los
diferentes fueros municipales de los concejos de Castilla,
León, Extremadura y Andalucía, pronto se fue articulando
un derecho territorial castellano en torno a las Partidas
(1265), el Ordenamiento de Alcalá (1348) y las Leyes de
Toro (1505), que continuó vigente hasta 1889, año en que
fue promulgado el Código Civil español.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 60
La justificación providencialista de los orígenes de
cada reino y su primacía eran una cuestión importantísima
(no sólo en la Edad Media, sino durante todo el Antiguo
Régimen), y se suscitaron debates en cuanto a la entidad
sobrenatural que debía ejercer el patronazgo y en qué
territorio en concreto, con consecuencias incluso fiscales.
El origen se remontaba a batallas mitificadas de los
siglos VIII al X, de las que las crónicas recogían
intervenciones milagrosas: la batalla de Covadonga, la
batalla de Clavijo o la batalla de Simancas.
La Lengua Castellana
Como era de figurarse, en el siglo XIII existían en
los reinos de León y Castilla numerosas variedades de
lenguas y dialectos, como el castellano, el astur-leonés, el
euskera o el gallego. Pero a partir de éste siglo, el lenguaje
castellano comienza a ganar fuerza como un instrumento
vehicular y cultural de la España peninsular, como por
ejemplo así lo indica: “El Cantar de Mío Cid”.
Pero fue durante los últimos años de reinado de
Fernando III, que el castellano se comienza a utilizar para
la redacción de ciertos documentos. Sin embargo, la
lengua castellana finalmente alcanzaría el título de lengua
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 61
oficial, sólo con el advenimiento del rey Alfonso X, y a
partir de entonces todos los documentos públicos se
redactarían en castellano, asimismo también las
traducciones que, en vez de verterse al latín, deberían ser
redactadas en dicha lengua, conforme dicta la orden de
S.M.:
“Mandólo trasladar del arábigo en lenguaje
castellano porque los homnes lo entendiesen
mejor et se supiesen del más aprovechar”.
Mapa de fundación de Universidades castellanas y
aragonesas.
Hay quienes consideran que la sustitución del latín
por el castellano, se debe a la fuerza de la nueva lengua,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 62
no en tanto, otros estudiosos consideran que esto se debió
mucho más a la influencia de intelectuales hebreos, que
eran hombres hostiles al latín por ser ésta la lengua de la
iglesia cristiana.
Bajo la visión más erudita de los reyes y su Corte,
también en el siglo XIII comenzaron a fundarse una gran
cantidad de universidades en los territorios que formarían
la Corona de Castilla. Algunas, como las de Palencia o
Salamanca, serán las primeras universidades europeas.
No obstante, sólo en 1492, y con los auspicios de los
Reyes Católicos, es que se publicará de la primera edición
de la Gramática sobre la Lengua Castellana, de Antonio de
Nebrija.
Siglos XIV-XV: Reinado de los Trastámara
Con la muerte del rey Alfonso XI, pronto se da
inicio a un conflicto dinástico enmarcado en la Guerra de
los Cien Años, siendo éste llevado a cabo entre sus hijos
Pedro y Enrique.
Alfonso XI había contraído matrimonio con María
de Portugal, con la que tuvo a su heredero, el infante
Pedro. Sin embargo, el rey también tuvo con Leonor
Núñez de Guzmán varios hijos naturales, entre ellos el
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 63
infante Enrique, conde de Trastámara, quienes, unidos,
decidieron disputar el reino a Pedro una vez éste accedió
al trono.
La Corona de Castilla a finales del siglo XV.
En su querella contra Enrique, Pedro terminó
aliándose con Eduardo, el príncipe de Gales, también
llamado de Príncipe Negro. Y así fue que, durante el
transcurso del año de 1367, el Príncipe Negro terminó por
derrotar a los partidarios de Enrique en la Batalla de
Nájera. Pero resulta que posteriormente, el Príncipe
Negro, viendo que el rey no cumplía con las promesas
realizadas, decide abandonar el reino, circunstancia que
aprovechó Enrique, refugiado hasta entonces en Francia,
para retomar la lucha. Finalmente, Enrique venció de vez
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 64
en 1369 en la batalla de Montiel, cuando dio muerte a su
hermano Pedro.
Pero la trifulca no paró por ahí, pues Juan de Gante,
hermano del Príncipe Negro y duque de Lancaster, en
1371 contrajo matrimonio con Constanza, hija de Pedro, y
en 1388 reclama la Corona de Castilla para su mujer,
quien la consideraba heredera legítima según las Cortes de
Sevilla de 1361. Al fin de hacer valer lo que él creía ser su
fundado reclamo, finalmente llega a La Coruña con un
ejército, tomando primero esa ciudad y, más tarde,
Santiago de Compostela, Pontevedra y Vigo, cuando
entonces le exige a Juan de Trastámara, hijo de Enrique de
Trastámara, que le entregue a Constanza el trono.
Pero Juan no acepta el requerimiento y entonces
propone que en lugar de una nueva lucha, se lleve a efecto
el matrimonio de su hijo, el infante Enrique, con Catalina,
hija de Juan de Gante y Constanza. La propuesta es
aceptada y entonces se acuerda instituir el título de
Príncipe de Asturias que ostentaron por primera vez
Enrique y Catalina.
Este acuerdo fue el que permitió culminar el
conflicto dinástico, al afianzar la Casa de Trastámara y
establecer la paz entre Inglaterra y Castilla… O sea, a falta
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 65
de otra salida, se van los anillos, pero se mantienen los
dedos.
Las Relaciones con la Corona de Aragón
Pero fue durante el reinado de Enrique III, que al
final se restaura todo el poder real, y se desplaza a la
nobleza más poderosa de la Corte. Ya en sus últimos años,
el monarca decide delegar parte de sus poderes efectivos
en su hermano Fernando de Antequera, quien sería
regente, junto con su esposa Catalina de Lancaster,
durante la minoría de edad de su hijo, el príncipe Juan.
Pero tras el Compromiso de Caspe firmado en 1412, el
regente Fernando abandonó Castilla, pasando a ser rey de
Aragón.
A la muerte de su madre, Juan II alcanzó la mayoría
de edad, y con 14 años, contrajo matrimonio con su prima
María de Aragón. En ese entonces, el joven rey confió el
gobierno a Álvaro de Luna, la persona más influyente en
su corte y que a su vez era aliado con la pequeña nobleza,
las ciudades, el bajo clero y los judíos.
La intolerante determinación de Juan II terminó por
cautivar las antipatías de la alta nobleza castellana y de los
Infantes de Aragón, lo que provocó, entre 1429 y 1430,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 66
una cruenta guerra entre Castilla y Aragón. En el calor de
la contienda, Álvaro de Luna ganó la guerra y terminó por
expulsar a los infantes.
Segundo Conflicto Sucesorio
Ante las embarazosas circunstancias que rodeaban
su reinado, Enrique IV intentó restablecer sin éxito la paz
con la nobleza, que otrora había sido rota por su padre.
Empero, se dice que las condiciones de su entorno
llegaron a su ápice cuando su segunda esposa, Juana de
Portugal, da a luz a la princesa Juana, ya que la gestación
de ésta es atribuida a una supuesta relación adúltera de la
reina, con Beltrán de la Cueva, uno de los privados del
monarca.
El rey, que desde hacía tiempo se veía asediado por
las consecutivas revueltas y las cargantes exigencias de los
nobles, por fin tuvo que firmar un tratado por el que
nombraba heredero a su hermano Alfonso, dejando a
Juana fuera de la sucesión. Pero tras la fortuita muerte de
éste en un accidente, Enrique IV decide firmar con su
hermanastra Isabel, el Tratado de los Toros de Guisando,
en el cual la nombra heredera a cambio de que sólo se
casase con el príncipe que fuese electo por Enrique.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 67
Los Reyes Católicos: Unión con la Corona
de Aragón
Sin embargo, el tratado no fue respetado por la
hermanastra y, en octubre de 1469, se casan en secreto, en
el Palacio de los Vivero, de Valladolid, Isabel y Fernando,
el príncipe heredero de Aragón. Este enlace, tuvo como
consecuencia la unión dinástica de la Corona de Castilla y
la Corona de Aragón en 1479 al acceder Fernando a la
Corona aragonesa, aunque no se hace efectiva hasta el
reinado de su nieto, Carlos I.
Pero Isabel y Fernando estaban relacionados
familiarmente y se habían casado sin la aprobación papal,
razón por lo que fueron excomulgados. Posteriormente,
como los intereses económicos siempre pueden más, el
papa Alejandro VI finalmente les concederá el título de
Reyes Católicos.
Para alcanzar tal gracia, bastó que el 11 de agosto de
1492 fuese elegido como nuevo Papa, el cardenal
arzobispo de Valencia Rodrigo Borgia, quien pasó a
llamarse Alejandro VI. Pero resulta que éste cardenal tenía
una relación muy estrecha con Isabel y Fernando desde
1472, cuando como legado papal en la Península, los había
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 68
favorecido con su reconocimiento como los herederos al
trono castellano; sobre todo al facilitarles la bula papal de
dispensa que autorizó su matrimonio a pesar de ser primos
segundos.
Fernando le había correspondido de igual modo al
dejarlo acaparar cargos eclesiásticos en sus dominios y
otorgando favores a sus hijos: el ducado de Gandía para
Pedro Luis (1485), el arzobispado de Valencia para César
(1492) y la mano de María Enríquez, prima del Rey, para
Juan (1493).
En realidad, las “Bulas Alejandrinas”, fue el nombre
colectivo que se le dio a un conjunto de documentos
pontificios que otorgaron a los reyes de Castilla y León el
derecho a conquistar América y la obligación de
evangelizarla, los cuales fueron emitidos por la Santa Sede
en 1493 a petición de los Reyes Católicos, cuya influencia
ante el Papa Alejandro VI (de la valenciana familia
Borgia), era lo suficientemente poderosa como para
conseguirlas.
Tal vez por coincidencia, se llega a pensar que fue
un reconocimiento otorgado por el pontífice a los
Soberanos a cambio de los favores reales que le habían
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 69
concedido a él años antes… Así, una mano lava la otra, y
juntas se lava la cara.
En todo caso, vale decir que fueron cuatro
documentos papales: el breve Inter caetera; la bula menor
también llamada Inter caetera, que es la más conocida y la
que menciona por vez primera una línea de demarcación
en el Atlántico; la bula menor Eximiae devotionis y la bula
Dudum siquidem.
Por otro lado, se dice que las negociaciones entre los
Reyes Católicos y el Papado se llevaron con tanto secreto,
que hasta ahora no se han encontrado instrucciones ni
despachos diplomáticos sobre ellas. Se cree que el
principal negociador por parte de los Reyes fue
Bernardino López de Carvajal, obispo de Cartagena y
embajador permanente en Roma, y quien pronunció un
famoso discurso ante el Colegio Cardenalicio el 19 de
junio de 1493. Por sus servicios, de Carvajal fue
nombrado cardenal a petición de los Reyes el 20 de
septiembre del mismo año… De esta forma, todo quedaba
en casa.
Castilla y Portugal en el Atlántico Antes de
1492
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 70
El hecho de que en 1493 aún no se supiera de la
existencia de un Nuevo Mundo entre Europa y Asia, eso
no quita validez a la donación papal. Lo que en realidad se
sancionaba en la práctica, era un reparto del mundo entre
las dos potencias que optaban a ello: Castilla y Portugal.
Tampoco se puede decir que fue una simple
casualidad, ya que como se ve, todo contribuyó a ello: la
coyuntura del final de la Reconquista; la modernidad de
sus sistemas políticos donde se destacaban las monarquías
autoritarias de ambas; la dinámica de sus economías -la
lana castellana para el siglo XV, se ha comparado al
petróleo para el XX-; la geografía, ya que ambas naciones
ocupaban el ángulo suroccidental de Europa; las bases
avanzadas de Canarias y Azores; el capital humano de sus
marineros que se encargaron de heredar y actualizar a cada
generación su información sobre el Atlántico, con el
añadido de las colonias italianas, y su tecnología naval
punta.
Las bulas, a pesar de que parezca ser un triunfo
castellano, en verdad tenían una clara componente arbitral
reconocida por Pedro Mártir de Anglería en las seculares
negociaciones por las rutas atlánticas de la costa
occidental africana, y que fueron revalorizadas desde el
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 71
descubrimiento del Cabo de la Buena Esperanza, y
nuevamente desvalorizadas desde el descubrimiento del
territorio de la Indias por Colón.
Si hasta entonces se habían repartido el mundo con
una división en el sentido norte-sur siguiendo la frontera
un paralelo -interpretación controvertida del Tratado de
Alcáçovas, en 1479-, ahora se hacía lo mismo en el
sentido este a oeste, siguiendo la frontera un meridiano: el
que pasaría a cien leguas de las Islas Azores y Cabo
Verde.
La Santa Hermandad
Pero volviendo un poco atrás en el tiempo y
retomando el punto de los reinados, ocurrió que debido a
la realización del matrimonio de Isabel y Fernando, el rey
y hermanastro de Isabel, Enrique IV, consideró roto el
Tratado de los Toros de Guisando por el cual Isabel
accedería al trono de Castilla a su muerte, siempre y
cuando la dama contase con su aprobación para contraer
matrimonio.
No obstante, el rey Enrique IV, además de otros
deseos, ambicionaba poder aliar la Corona castellana con
Portugal o Francia en vez de con Aragón. Por estas
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 72
razones termina declarando heredera al trono, a su hija
Juana la Beltraneja frente a Isabel. Al morir Enrique IV en
el año de 1474, comienza entonces una nueva guerra civil
que duraría hasta el año de 1479, cuando se trabó una
lucha por la sucesión al trono entre los partidarios de
Isabel y los de Juana, en la que vencen los partidarios de
Isabel.
Así pues, tras la victoria de Isabel en la guerra civil
castellana y la consecuente ascensión al trono de
Fernando, las dos Coronas pasaron a estar unidas bajo los
mismos monarcas. No obstante, Castilla y Aragón
continuarán separadas administrativamente, donde cada
Corona conservará su identidad y leyes, y las cortes
castellanas permanecerán separadas de las aragonesas.
Empero, la única institución común que habrá entre ellas,
será la famosa Inquisición.
Pero a pesar de ostentar sus títulos de Reyes de
Castilla, de León, de Aragón y de Sicilia, Fernando e
Isabel reinaban cada cual inmiscuidos en los asuntos de
sus respectivas Coronas, aunque también se dice que era
normal verlos tomar decisiones comunes. No obstante, por
la posición central de la Corona de Castilla, su mayor
extensión (3 veces el territorio aragonés) y su población
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 73
(4,3 millones frente a los cerca de 1 millón de la Corona
aragonesa), es lo que hará que esta tome el papel
dominante en la unión.
No estando ubicada del todo al margen de la Corte,
como en su debido momento lo pudo comprobar Enrique
IV, la aristocracia castellana se había convertido en una
hidalguía muy poderosa gracias a la Reconquista. Es
entonces cuando los monarcas, al percibir que necesitan
imponerse cuanto antes a los nobles y al clero, terminan
por constituir medidas para alcanzar su fin.
Por tal motivo, en el año 1476 fue fundado el
Consejo de la Hermandad, que luego será conocido como
la Santa Hermandad. Además, se toman medidas contra la
nobleza, donde se llega a destruir algunos castillos
feudales, se prohíben las guerras privadas entre los
diferentes feudos, y se reduce el poder que había sido
otorgado a los adelantados. Es también el momento en que
la monarquía incorpora a las órdenes militares bajo el
Consejo de las Órdenes en el año 1495, e incluso refuerza
el poder real en la justicia a expensas de los señores
feudales, y la Audiencia pasa a ser cuerpo supremo en
materia judicial.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 74
El poder real también busca controlar más y mejor a
las ciudades, y es así que en las Cortes de Toledo en 1480,
se crean los corregidores para supervisar los Concejos de
las ciudades. Pero las visionarias mudanzas no pararon por
ahí, ya que en lo referente al aspecto religioso, -el clero, se
reforman las órdenes religiosas y se busca la uniformidad
como un todo. También es el periodo donde se presiona
para la conversión de los judíos, y en algunos casos, los
irascibles llegan a ser perseguidos por la Inquisición.
Finalmente, en 1492, para aquellos no conversos, se
decide por su expulsión de los territorios de la Corona,
estimándose que entre unas 50.000 a 70.000 personas
debieron abandonar la Corona de Castilla. Y desde el
1502, también se pasa a buscar la conversión de la
población musulmana.
Es durante el periodo que va desde 1478 a 1496, que
se conquistan las islas de Gran Canaria, La Palma y
Tenerife. Pero lo más significativo dice respecto a lo
sucedido el día 2 de enero de 1492, cuando finalmente los
reyes entran en la Alhambra de Granada, con lo que se da
fin al largo, cruento y brutal periodo de la Reconquista.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 75
Colón y los Reyes Católicos (El retorno de Colón).
Es también cuando aparecerá la importante figura de
Gonzalo Fernández de Córdoba, apodado el Gran Capitán,
y cuando Cristóbal Colón descubre las Indias occidentales.
Para completar, en 1497 se toma definitivamente Melilla.
O sea que, casi finalizadas las eternas luchas contra
los invasores moros, el agresivo contingente de los
ejércitos reales pasa a ser direccionado para buscar sellar
otras conquistas territoriales, y es cuando tras la toma del
Reino nazarí de Granada para la Corona de Castilla, la
política exterior entonces girará hacia el Mediterráneo, y
Castilla pasará a ayudar con sus ejércitos al reino de
Aragón en sus problemas con Francia, lo que culminará
con la recuperación de Nápoles en 1504 para la Corona de
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 76
Aragón. Más tarde, en ese mismo año, fallece la reina
Isabel, llamada la católica.
Siglos XVI - XVII: Del Imperio a la Crisis
La reina Isabel había excluido a su marido de la
sucesión a la Corona de Castilla, la cual pasaría a manos
de su hija Juana (casada con Felipe de Austria, apodado el
Hermoso). Pero la reina Isabel conocía de la enfermedad
que su hija adolecía y por la cual era conocida como Juana
la loca, y entonces nombra de regente a Fernando en caso
de que Juana “no quisiere o pudiere entender en la
gobernación de ellos”.
Entonces, en la Concordia de Salamanca (1505), se
acuerda el gobierno conjunto de Felipe, Fernando y la
propia Juana. Sin embargo, las malas relaciones entre éste,
que era apoyado por la nobleza castellana, y su suegro, el
rey Fernando el Católico, hacen que éste último renuncie
al poder en Castilla para evitar un enfrentamiento armado.
Y así, por la Concordia de Villafáfila (1506), el rey
Fernando entonces acuerda que se retirará a Aragón y
Felipe resulta proclamado como rey de Castilla. Pero en
1507, de repente muere el rey Felipe I, y Fernando el
Católico vuelve de nuevo a la regencia.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 77
Es a partir de entonces que el rey Fernando
continuará llevando adelante la política de expansión de
ambas coronas, la de Castilla hacia el Atlántico, y la de
Aragón hacia el Mediterráneo. Y es cuando en 1508 se
conquista la Gomera para Castilla, y entre 1509 y 1511 se
conquistan nuevos territorios en el norte de África, como
los de: Orán, Bugia y Trípoli y se somete a Argel. En 1515
se toma Mazalquivir.
Pero al morir Gastón de Foix, los derechos
sucesorios al Reino de Navarra pasarían a manos de
Germana de Foix, esposa del rey Fernando. Y es que,
utilizando estos presuntos derechos sucesorios, se firma el
Tratado de Blois por los reyes de Navarra con Francia en
1512, pero contando con la ayuda de los navarros
beaumonteses, el rey Fernando ocupa parte del Reino de
Navarra con tropas castellanas, unos 20.000 soldados bien
equipados bajo las órdenes del Duque de Alba y además,
el soberano Fernando también tiene el apoyo de su hijo, el
arzobispo de Zaragoza, quien cuenta con más de 3.000
hombres que sitiarán Tudela, donde hubo una fuerte
resistencia. Pero esta controversia la veremos
posteriormente con más detalles.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 78
Pero las Cortes de Aragón y la propia ciudad de
Zaragoza no le dieron autorización de reinar hasta
principios de septiembre, tras proclamarse la bula Papal
Pastor Ille Caelestis, cuando ya quedaban pocas
resistencias en el Reino. En 1513, Fernando es reconocido
como rey de Navarra por las Cortes navarras (a las que
sólo asistieron beaumonteses). Y es así que entre 1512 y
1515, Navarra forma parte de la Corona de Aragón.
Finalmente, en 1515 en las Cortes de Castilla reunidas en
Burgos se declara la anexión del territorio. A esta reunión
no acudió ningún navarro.
A la muerte del rey Fernando en 1516, le sucede
como regente el Cardenal Gonzalo Jiménez de Cisneros
para pasar las dos coronas al nieto de éste, hijo de Juana y
Felipe: que se convertirá en el futuro rey Carlos I.
El Advenedizo Carlos I
Al asumir su reinado, Carlos I recibe la Corona de
Castilla, la de Aragón y en una especie de suerte macabra,
también hereda un gran imperio debido a una extensa
combinación de matrimonios dinásticos y muertes
prematuras.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 79
o De su padre Felipe (fallecido en 1506), hereda
los Países Bajos
o Al morir Fernando el Católico (su abuelo),
recibe la Corona de Aragón en 1517 y también la
de Castilla (junto con los territorios de América),
al estar su madre (Juana I de Castilla)
incapacitada para gobernar.
o Y como nieto de Maximiliano, también recibe
en 1519 el Sacro Imperio Romano Germánico
bajo el nombre de Carlos V.
Pero resulta que el rey Carlos I no fue bien recibido
en Castilla. A ello contribuía el hecho de éste ser
considerado un rey extranjero (nacido en Gante). Y se dice
que ya antes de su llegada a Castilla, concede cargos
importantes a flamencos y el dinero castellano se usa para
financiar su corte.
Por consiguiente, la nobleza castellana y las
ciudades de estos, ya estaban cerca de un levantamiento
para defender sus derechos, pues muchos castellanos
preferían a su hermano menor Fernando (criado en
Castilla), y de hecho, el Consejo de Castilla llega a
oponerse a la idea de Carlos como rey de Castilla.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 80
Corona de Castilla (en azul) durante el reinado de
Carlos I.
Por esas épocas, en las Cortes castellanas de
Valladolid en 1518, termina por nombrase presidente a un
valón (Jean de Sauvage), y esto termina por provocar
airadas protestas en las Cortes, las cuales rechazan la
presencia de extranjeros en sus deliberaciones. A pesar de
las amenazas, las Cortes (lideradas por Juan de Zumel,
representante por Burgos), resisten, y consiguen que el rey
jure respetar las leyes de Castilla, quitar de puestos
importantes a los extranjeros, y aprender a hablar
castellano. El rey Carlos I, tras su juramento, les concede
una subvención de 600.000 ducados.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 81
En ese entonces, debido a la herencia de territorios,
Carlos I es consciente de que tiene muchas opciones para
ser emperador, pero necesita imponerse en la Corona de
Castilla y así acceder a su riqueza para alcanzar su sueño
imperial.
En aquella época, Castilla era uno de los territorios
más dinámicos, rico y avanzado de la Europa del siglo
XVI, y por entonces sus habitantes comenzaron a darse
cuenta de que su ciudad podría quedar inmersa dentro de
un imperio.
Esto, junto a la falta de la promesa por parte del rey
Carlos I, hace que la hostilidad hacia el nuevo monarca
aumente. En cuanto eso, en 1520 el soberano convoca a
las Cortes en Toledo para otra subvención (el servicio),
que las Cortes rechazan. Entonces se vuelven a convocar
en Santiago obteniendo de ella el mismo resultado. Hasta
que finalmente se convocan en La Coruña, donde se logra
sobornar a un importante número de representantes,
mientras que a otros no se les permite la entrada. Es de
esta forma que el rey Carlos I consigue que le aprueben
finalmente el servicio.
Pero como resultado posterior, los representantes
que habían votado a favor, son atacados por el pueblo
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 82
castellano y sus casas quemadas. Pero como las Cortes no
eran la única oposición con la que se tropezara el rey
Carlos I, éste desiste y, al salir de Castilla en 1520, deja
como regente a su antiguo preceptor, el cardenal Adriano
de Utrecht, momento que estalla la Guerra de las
Comunidades de Castilla. Como resultado, los llamados
“comuneros” fueron derrotados un año más tarde (1521), y
en consecuencia, tras la derrota, las Cortes fueron
reducidas a un mero órgano consultivo.
La guerra en Navarra se reprodujo varias veces en
los años siguientes a la muerte del rey Fernando el
Católico, todo debido a los innúmeros intentos de
reconquista de los reyes navarros, ayudados por el Reino
de Francia.
Uno de ellos ocurrió nada más acceder al trono
Carlos I, en 1516, y que fue pronto atajado. Pero el más
importante se produjo en 1521, donde además de la
entrada de tropas por el norte, se produjo un apoyo de la
población navarra (incluida la beaumontesa), con una
sublevación generalizada que llevó a expulsar al ejército
castellano de todo el territorio navarro.
Posteriormente, el rey Carlos I envió un ejército de
30.000 hombres bien pertrechados, que en poco tiempo y
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 83
tras la cruenta Batalla de Noáin, devolvió el control de la
mayoría del territorio navarro a Castilla. Aún quedarían
dos focos de resistencia posteriores, en el Castillo de Maya
en 1522, y en el de Fuenterrabía en 1524, además de en la
Baja Navarra, donde las incursiones castellanas eran
inestables. Finalmente, en 1528, Carlos I se retiraría del
territorio de Baja Navarra al no poder defenderlo
eficazmente, y abandonando sus pretensiones sobre él, y
sin que existiera ningún tratado formal entre los reyes de
Navarra y el soberano Carlos I.
Política Imperial de Felipe II
No en tanto, como nada nuevo se crea en este mundo
y todo acaba por ser copiado, el rey Felipe II siguió la
misma política que Carlos I. Pero a diferencia de su padre,
hizo de Castilla el centro de su imperio, y pasó a
centralizar su administración en Madrid, época en que da
inicio a la modernización de esta ciudad. Sin embargo, el
resto de los estados mantuvieron su autonomía y eran
gobernados por virreyes.
Pero desde el reinado de Carlos I, que la carga fiscal
del imperio recaía principalmente sobre Castilla, y fue con
Felipe II que sus valores se cuadruplicaron. Durante su
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 84
reinado, además de subir los impuestos existentes,
implantó otros nuevos, entre ellos el Excusado en 1567.
Por ese mismo año, Felipe II ordena la proclamación de la
Pragmática. Este edicto limitaba las libertades religiosas,
lingüísticas y culturales de la población morisca, y su acto
finalmente provoca la que fue denominada como Rebelión
de las Alpujarras (1568-1571) en que Juan de Austria es
reducido militarmente.
La Corona de Castilla respecto a los dominios de Felipe
II hacia 1580.
Pero ante tamaña carga fiscal, Castilla entra en
recesión en 1575, lo que provoca la suspensión de pagos
(la tercera de su reinado). En 1590 se aprueban en las
Cortes el Servicio de Millones, un nuevo impuesto que
gravaba los alimentos. Esto terminó por arruinar a las
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ciudades castellanas y eliminó sus débiles intentos de
industrialización. Por consiguiente, en 1596 se produjo
una nueva suspensión de pagos.
Reinado de los Austrias Menores
Durante los reinados anteriores, todos los cargos en
las instituciones de los reinos, se proveían con gentes que
tuviesen estudios, pero los administrativos de Felipe II
solían provenir de las universidades de Alcalá y
Salamanca. No en tanto, a partir del reinado de Felipe III,
es que los nobles imponen de nuevo su estatus para
gobernar, cuando se decreta ser necesario demostrar una
limpieza de sangre. Fue esa persecución religiosa la que
llevó a Felipe III en 1609, a decretar la expulsión de los
moriscos.
No obstante, ante el colapso de la hacienda
castellana y para mantener la hegemonía del Imperio
español durante el reinado de Felipe IV, el Conde-duque
de Olivares, valido del rey de 1621 a 1643, intenta llevar a
cabo una serie de reformas. Entre estas, se incluye la
Unión de Armas, un intento de que cada territorio dentro
de la Monarquía Hispánica contribuyera de forma
proporcional a su población en el sostenimiento del
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 86
ejército. Sus propósitos de unión no funcionaron, y la
Corona Española continuó funcionando como si fuese una
confederación de reinos.
A seguir, Luis Méndez de Haro sucede a Olivares
como valido de Felipe IV entre 1659 y 1665. Su objetivo
fue acabar con los conflictos interiores levantados por su
predecesor (sublevaciones de Portugal, Cataluña y
Andalucía), y así alcanzar la paz en Europa.
La Corona de Castilla respecto a los dominios de Felipe
III hacia 1600.
A la muerte de Felipe IV en 1665, y ante la
incapacidad de Carlos II para gobernar, se sucede el
letargo económico y las luchas de poder entre los distintos
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 87
válidos. En 1668 la monarquía hispánica acepta la
independencia de Portugal en el Tratado de Lisboa (1668);
simultáneamente se hace efectiva la incorporación de
Ceuta a Castilla que había escogido no sumarse a la
sublevación y mantenerse fiel a Felipe IV.
Con la muerte de Carlos II en 1700 y sin dejar
descendientes, se provoca la Guerra de Sucesión Española.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 88
El Inicio de la Tan Esperada
Odisea
Ya en aquella época, en Tenerife, algunos aldeanos
con ansias extremadas y corazón ensanchado por el deseo
de atravesar el ancho mar en busca de sentar plaza en
cualquier lugar del Nuevo Mundo, solían subirse a las
cumbres más altas de la isla, y entonces cuentan que a
medida que se desciende desde cima de la Montaña
Cabeza de Toro hasta el nivel del mar, en altitud discurren
otra media docena de barrancos que surcan el municipio
en dirección Sudeste/Nordeste dejando entre ellos espacios
llanos dotados de fértiles suelos, desde donde se puede
apreciar el acantilado de la Garañona, a donde se extiende
una extensa playa de arenas claras, piedras volcánicas y un
mar templado, y que en parte queda sumergida durante la
plenamar o cuando hay marejada.
La Nao en Santa Cruz de Tenerife
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 89
Repleto de bártulos, con la tripulación confesada y
comulgada, el barco ya había iniciado su periplo. Antes de
partir fuera inspeccionado por los oficiales de la Casa de
Contratación: las primeras veces en Sevilla, para
comprobar que el barco -pese a todo- podía navegar, para
revisar la carga, la identidad de los pasajeros, la
autorización del capitán, las provisiones y el armamento;
después, en Sanlúcar de Barrameda. Desde allí, todos los
barcos ponían rumbo a las islas Canarias, su primera
escala.
Sin embargo, quien allí estuviese oteando el
horizonte en la fresca alborada de los iniciales días del
mes de agosto de 1726, no hubiese notado la lenta
aproximación de una caravana de navíos que muchos ya
aguardaban desde bastante tiempo. La flota apareció de
repente en la tenue línea de la lejanía que se forma ente un
mar y un cielo tenue e interminable casi al amanecer.
Pero la noticia de su llegada sacó de repente de la
cama a los isleños después de estos ya haber descansado
sus comunes ajetreos diarios…
-¡Las naos! ¡La flota de Indias! -pasó gritando y
corriendo el muchacho, por la calle empedrada que sube
desde el muelle.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 90
A esa hora, recién estaba amaneciendo, pero en la
hostería “El Sauzalejo” ya empezaba a reinar el ajetreo de
gentes que andaban de arriba abajo por los mal iluminados
pasillos interiores, recorriendo las galerías camino a las
cocinas para preparar la comida a sus amos o familia,
mientras otros se dirigían presurosos a las cuadras para
ocuparse de los caballos.
El joven Antonio García notó que algunos vivales
pasaban ya con sus bandejas repletas de pitanzas
exhalando una mezcla de aromas apetitosos, así como
apreció de lleno en su nariz el vaho alcohólico del
aguardiente y el vino oloroso que los cuerpos de los
borrachos emitían tras una otra noche sudorosa...
-¡Las flota! ¡Los galeones! ¡Los navíos están
llegando! -volvió a repetirse afuera, en la calle, la misma
voz que ahora estaba desgañitándose.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 91
A escuchar los alaridos del aviso, todas las cabezas
se levantaron y, por un instante, se detuvo el ir y venir,
surgiendo un momentáneo silencio en los corredores.
Segundos después continuó el confuso alboroto y una
sucesión de exclamaciones fue llenando como un eco los
apretados corredores:
-¡La flota de Indias! ¡Los galeones! ¡Las naos! ¡Las
naves están llegando a puerto!
En ese momento, aquellos que atendían la posada se
olvidaron por un momento de los clientes del albergue, y
atolondradamente se precipitaron hacia la calle. Los que
aún continuaban sumidos en sus sueños, despertaron
sobresaltados y se incorporaron para sumarse al alboroto.
Los otros, los criados, corrieron en todas las
direcciones para buscar las alcobas de sus amos y llevarles
sin más demora la noticia. El joven Antonio García entre
ellos, subió al segundo piso y abrió una puerta sin
detenerse a llamar.
-¡Primo! ¡Primo! ¡Una flota viene a puerto!... -tomó
respiro y aun jadeante en la semioscuridad de la alcoba,
preguntó:
-¿Será que nuestra nave está entre ellas?…
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 92
-Calma, ya lo he oído; estaba despierto -contestó
Felipe Pérez desde adentro.
Antonio caminó en tres zancadas hasta la ventana y
descorrió una desanimada cortina que la cubría, con lo que
las primeras luces del día penetraron de vez en el cuarto.
La claridad dejó a la vista tres camas, una a lado de la otra.
En la que estaba más próxima de la ventana, estaba
sentado un hombre de media edad, barba oscura, pelo
lacio. Su rostro tenía ojeras azules alrededor de unos ojos
recién salidos del sueño. Era su primo Felipe.
En la otra cama que se encontraba más próxima de la
pared opuesta, bajo un enmarañado de sabana de lino
crudo, se distinguía los bultos de dos cuerpos que parecían
continuar a dormir a pesar de todo el bullicio de la
hostería. Eran los hijos de su primo, Domingo, de 15 años,
y Bartolomé, de 11. La cama del medio estaba vacía,
pertenecía a Antonio, que se había levantado antes que los
otros.
El hombre mayor, después de desperezarse, hizo una
seña con la mano para que su primo le acercase un gran
orinal de porcelana que se encontraba en el rincón opuesto
de la alcoba. Felipe alivió su vejiga y, mientras lo hacía,
comentó con cara de satisfacción:
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 93
-Si la flota de las Indias llegó, habrá que confirmar si
“La Bretaña” está entre ellas. Deben haber salido todas
juntas del continente.
-¿Quieres que lo confirme, primo? -Antonio
preguntó solícito.
-No importa, después de todo no se ha demorado
demasiado para lo que se temía. -dicho esto, volvió la
cabeza para la otra cama y gritó con energía:
-Hijos… Domingo… Bartolomé… despierten ya,
por fin ha llegado el gran día.
Los bultos que yacían arrebujados bajo las sábanas
se removieron y emitieron a coro una especie de quejido,
pero después prosiguieron inmóviles, como queriéndose
negar a abandonar el sueño.
-¡Anden!… ¡Muévanse!… -ordenó el padre en un
tono más intenso-. ¡Hay que avisar a las mujeres! -insistió.
-¿Quieres que yo vaya? -manifestó el primo,
queriendo mostrarse comedido.
-No. Deja que Bartolomé ya irá por ellas. Nosotros
tenemos que preparar los bultos -determinó Felipe, que
nervioso, se quitó por la cabeza el camisón de dormir y
comenzó a asearse manos, cara y cuello, sirviéndose de la
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 94
jofaina sobre la que su primo derramó agua
diligentemente.
Sus dos hijos ya estaban de pie, casi vestidos, al
tiempo que su padre se atusaba los cabellos, barba y bigote
y, cuando se vio con el debido adorno en el gran espejo
que pendía de la pared, se frotó las manos repitiendo una
vez más para sí:
-¡Ah! ¡Por Fin!... “La Bretaña” llegó.
En ese instante su primo Antonio abrió de par en par
la ventana y, al grito de ¡Agua va!, arrojó el contenido de
la palangana sin importarse donde cayera.
-Hijoeputa!... -contestó a gritos una voz indignada
desde la calle.
Pero sin inmutarse por el insulto, Antonio comentó
con su primo mayor:
-Ya ves Felipe, la gente va apresuradamente calle
abajo, a camino del puerto.
El primo volvió de vez el rostro hacia donde sus
hijos estaban, y al verlos en idéntica actitud que un rato
antes, se exasperó:
-¡Santo Dios! Bartolomé, apúrate que tienes que ir
hasta la iglesia para avisar a tu madre, tu tía y las demás…
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 95
-¿Avisarles de qué? -indagó el muchacho aun con la
voz adormecida.
-¡Que ya están aquí los galeones! -dijo Antonio
mientras zarandeaba los hombros del muchacho, en un
acto que quizás en lugar de quererlo despertar de vez,
quería articular toda su agitación y angustia.
Domingo se había echado otra vez sobre la cama y
estiró perezosamente el larguirucho cuerpo de un joven de
15 años, donde una piel morena contrastaba con el blancor
de las sábanas. De repente abrió aún más los sorprendidos
ojos castaños al oír lo dicho por Antonio, y recorriendo la
alcoba con la mirada, expresó aturdido:
-¡Ay, que sueño tengo!
-¡La madre que te parió! -le gritó el padre-.
Levántate de una vez… ¡Carajo!
-¡Ya voy, ya voy…! -respondió Domingo mientras
se levantaba sin demostrar gran entusiasmo.
Arrastrando pies, el muchacho se aproximó de la
jofaina y procedió al idéntico ritual de aseo que
anteriormente su padre y su hermano habían realizado.
Mientras tanto, Felipe, con su habitual nerviosismo,
comenzó a repartir instrucciones:
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 96
-Ahorita mismo vamos todos al puerto. No podemos
perder ninguna oportunidad. Me imagino cuantos señores
importantes yendo para las Indias, estarán deseando echar
pie a tierra antes de meterse de vez en el interminable mar,
ansiosos por solazarse por las tabernas, y ávidos por una
buena comida y bebida antes de su acuciosa partida.
-Usted dijo, padre, que yo tenía que avisar madre, -
murmuró Bartolomé, confuso por la contradicción
anunciada por Felipe.
-Es verdad. Tú tienes que ir hasta la Iglesia de San
Pedro Apóstol, y avisar a tu madre, tu tía, tus hermanas y a
la agregada, que ya llegó nuestra nao.
Felipe miró a su hijo, regalándole una mirada
complaciente y sonrió satisfecho, entonces recogió su
sombrero de la percha y se plantó delante da la puerta.
-¡Muy bien, muy bien! Ahora vamos andando -
ordenó con voz firme.
Los cuatro, padre, hijos y primo, bajaron las
escaleras de la fonda, cruzaron el patio interior, en cuyas
galerías quedaban apenas dos o tres borrachos incapaces
de levantarse de sus jergones, y salieron al exterior, donde
les alcanzó de lleno el fresco de la brisa marítima.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 97
Caminando por la angosta calleja, larga, tortuosa,
que conducía al puerto, ellos se unieron a la nutrida
bataola de gentes de toda clase y condición que acudía
presurosa, o bien para solucionar sus contrariedades, o
para sacar partido de la llegada de la flota.
Una Multitud en el Muelle
Bartolomé y Domingo no eran los únicos hijos de su
padre, sino el primogénito y el tercero, los únicos varones
de una prole de cinco hermanos. Don Felipe Pérez de Sosa
de 38 años, el progenitor de esta familia Canaria, era un
avispado hidalgo de una familia gallega venida a menos, y
que otrora había partido joven de aquella finca para poder
escapar de la Guerra de Sucesión.
Ya asentado en la Santa Cruz de Tenerife, logró
comprar una exigua heredad en la región de Sauzal, y a
medida que se fue haciendo mayor, supo soñar con sanear
el capital familiar. Pero ya que los infortunios y
adversidades de estas islas lo alejaban cada vez más de sus
deseos, y lo que era peor, poder alimentar de manera
coherente a su prole, pasó a subsistir mediante el
clandestino y furtivo ejercicio del contrabando de
productos de ultramar que seguidamente venía a gestionar
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 98
en el puerto, y lo realizaba mediante una serie de contactos
mantenidos desde hacía más de diez años.
La ilícita actividad de tráfico de mercaderías era un
secreto a voces, pero para él, en estos tiempos difíciles, no
le habían dolido prendas a la hora de sacar a su familia y
hacienda adelante, mismo en épocas de sequía, y por
mucho que se escandalizaran algunos nobles paisanos
suyos, cuyas economías agonizaban bajo los blasones
henchidos de orgullo provinciano.
Desde mucho tiempo, Felipe tenía maquinado un
plan ambicioso en el cual incluía a su familia, para juntos
internarse de vez en una aventura que tenía por objetivo
allende los mares, en India, y no le importaba el lugar
desde que allí existiese la expectativa de hacer fortuna,
conforme había oído escuchar a los marinos que volvían
de lejanas tierras.
-A cada lugar que descubrimos, encontramos oro,
plata, piedras preciosas al ras de la tierra… Son lugares
magníficos, de tupida mata y frutos por doquier, con un
clima placentero y cálido… Es un paraíso para cualquier
paisano que esté dispuesto a comenzar una nueva vida… -
no se cansaba de escuchar decir Felipe cada vez que
hombres de piel curtida y dorada bajaban de sus naos y
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 99
llegaban a las fondas para aplacar su sed y los deseos
carnales contenidos durante tantas semanas surcando el
ancho mar.
Otrora, Felipe había realizado gestiones de cualquier
tipo, como una frecuentada forma de abrirse camino por el
complicado entramado de relaciones administrativas,
militares y comerciales de los virreinatos, donde veía que
jóvenes de familias hidalgas, amparados en sus apellidos y
en una mínima formación, comenzaban haciendo méritos
al servicio de gobernadores, corregidores o simples alférez
y oficiales de menor rango, para pasar después a ir
haciendo fortuna y conseguirse un buen cargo en la venta
de oficios.
Nada de ello Felipe había conseguido, no en tanto,
esa mañana, mientras caminaba ansioso en dirección al
puerto, iba saboreando en su mente tales planes de futuro.
Ahora sentía que las expectativas de hacer fortuna le
seguían siendo halagüeñas.
Caminaba adherido a la masa de espabilados que,
oriundo de allí o venidos de afuera, cavilaban también
sobre las mil expectativas que se presentaban con la recién
llegada flota. A cada momento Felipe apremiaba a su hijo
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 100
y su primo, como si estuviese temeroso de llegar a
destiempo o que pudiesen adelantárseles.
-Vamos, vamos, que la noticia ha corrido pronto -
expresó con preocupación.
Al doblar la esquina, se encontraron de frente con el
muelle. El sol de la mañana dejaba ya el mar de color de
acero. En ese momento, Antonio extendió su brazo para
señalarle a Domingo las brumas que se deshacían y las
gaviotas que se elevaban lanzando sus estridentes gritos.
Pero el muchacho estaba observando los barcos de
pescadores que se hacían a la mar para dejar sitio y, a lo
lejos su mirada descubría recortándose en el cielo a los
grandes y oscuros barcos que se acercaban en formación,
lentamente, con las velas plegadas, a golpes pausados de
remo.
El gentío ya se agolpaba congregado delante de las
atarazanas, donde los guardias comenzaban a poner orden
a mamporros o golpes de varas, mientras los operarios del
puerto extendían unas vallas a lo largo del arsenal.
Conjuntamente a esto, inspectores, intendentes, contables
y funcionarios iban llegando con su séquito de escribientes
que portaban las mesas, los tinteros, las plumas y los
cuadernos de anotaciones.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 101
Por otra parte, al volver el rostro, Domingo vio una
gran fila de recuas de mulas, carretillas y carretones que se
iban alineando a lo lejos, en la parte del arenal que se
extendía a continuación de los diques.
Felipe tiró del brazo de su hijo y se fue abriendo
paso entre la gente, alzando la cabeza por encima de la
multitud a cada momento y aguzando la vista, para
descubrir donde estaba la persona que habría de servir a
sus intereses.
-¡Allí, allí! -de repente expresó incontenido.
-¿Quién? ¿Dónde? -quiso saber su primo, al tiempo
que elevaba su cabeza sobre los demás, para distinguir lo
que Felipe había descubierto.
-¡Allí está don Diego Tomás de Ortega! -exclamó al
fin, al descubrir a alguien entre las autoridades que se iban
reuniendo al otro lado de las vallas-. ¡Vamos, hijo,
acerquémonos a presentarnos! -dijo a seguir.
Domingo, que caminaba un poco detrás algo
aturdido, se sintió sacudido por una oleada de
nerviosismo, como si se hubiese contagiado por el ánimo
de su padre. Instintivamente, se aliso la camisa y se
compuso las calzas y el sombrero, como queriendo parecer
más presentable.
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-¡Andaos, no os entretengáis! -Insistió Felipe
mirando a su hijo y a su primo Antonio.
Casi a empujones, llegaron frente a la maroma que
los guardias tensaban a modo de contención, para que no
pasara la gente. Felipe, sin pensarlo dos veces, se agachó y
se coló por debajo, buscando ir al encuentro con el tal de
don Diego Tomás de Ortega, que se encontraba a un poco
más de una docena de pasos más allá, junto a un nutrido
grupo de funcionarios que se preparaba en el muelle. Pero
resulta que un fornido alguacil se abalanzó sobre él y le
hizo presa en las ropas, gritándole con gesto áspero:
-¡Eh, adónde va vuestra merced!
Felipe, al verse forzado a detenerse, se volvió y
espetó al guardia con arrogancia:
-¡Soltadme las telas, que soy gente de orden!
-No se puede pasar -prohibió contundente el
alguacil.
-Depende de quién -contestó Felipe airado y, dando
un fuerte tirón, se soltó del guardia y buscó proseguir su
camino.
El guardia, momentáneamente, se quedó parado,
pero enseguida fue en pos de él y de nuevo lo agarró.
Entonces comenzó un forcejeo entre ambos, mientras que
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Domingo y Antonio ya se unían a ellos justo al momento
de la pugna.
-¡Oficial, a mí! -pidió auxilio el alguacil-. ¡A mí la
guardia! -gritó
Por suerte, antes que una docena de agresivos
guardias llegase hasta ellos, don Diego Tomás de Ortega
percibió la discusión e intercedió ante el truculento
alguacil, ordenándole que soltara a Don Felipe, pues éste
tenía documentos que firmar.
Poco después, ya serenado el incidente, don Diego
Tomás le pidió a Felipe que le informara cuantos eran los
de su familia y los nombres de cada uno, a fin de
completar el formulario de Registro.
-Desde ya le aviso que no se podrá embarcar a todas
las familias… No hay lugar disponible -anunció el
administrativo de la Casa de la Contratación, al hacer una
mueca de indiferencia.
-¿Y qué? -cuestionó don Felipe Pérez de Sosa.
-No se preocupe, amigo, -dijo el otro-, sabe que
entre nosotros todo se soluciona -avisó con una sórdida
sonrisa, dando a entender que sus lugares estaban
garantidos a cambio de un menudo favor.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 104
A Camino del Sueño
El convento era un edificio oscuro, encerrado entre
altos muros, rodeado de un jardín de flores y una huerta
grande al fondo y, a lo lejos, un bosque donde los pájaros
iban a esconderse. Monjas recorrían los pasillos llenos de
sombras, y en su murmurio parecían estar hablando con
Dios. De vez en cuando algunas novicias se cruzaban con
ellas, cabizbajas, teniendo el cuidado de rozar apenas el
suelo con sus pies. Cualquier ruido que allí ocurriese
parecía ser una especie de pecado.
Cuando el pequeño Bartolomé llegó por fin a la
Iglesia de San Pedro Apóstol aquella mañana, buscó a su
madre dentro del convento. Tenía que decirles que, según
padre, la partida ya era dada como cierta con la llegada de
“La Bretaña” a puerto.
Doña María de la Encarnación, de 29 años, era
esposa de Felipe y madre de cinco hijos; los varones
Domingo y Bartolomé, y las hijas María de la
Encarnación, de 12 años; Francisca Antonia, de 10; y de
María del Cristo, de tan sólo 5 años.
Junto con ella, estaba también doña María
Gerónima, de 40 años, madre de Antonio García; y cuñada
de María de la Encarnación. El grupo de mujeres se
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completaba con la inclusión de la joven agregada Leonor
de Morales, de 19 años, una pariente desamparada del
fallecido marido de María Gerónima.
A falta de recursos para pagar alcobas para toda la
familia, Felipe había conseguido junto al prelado del
bautisterio, que ellas se alojaran en uno de los aposentos
del convento hasta la llegada de la nao. Aquella era una
pieza austera, sin adornos, y el Cristo que colgaba de la
pared, tenía unos ojos que reflejaban sufrimiento.
Allí, reburujadas en una alcoba no muy
sobresaliente, dividiendo cuatro lechos, todas las seis
mujeres esperaban intranquilas por la llegada del día
soñado por su esposo y codiciado por todos los hijos,
mismo que María de la Encarnación madre, desde el
inicio, no concordase con los ilusiones del marido.
Pero finalmente un día ella se dejó convencer,
porque ya entendía que nada podía ser peor que las
interminables penurias en esa isla de sol abrasador, vientos
constantes, clima árido y un sinfín de escaseces y
privaciones para ellos y sus hijos. Es por ello que había
aceptado paciente la idea de marcharse para lo que
pensaban ser la tierra prometida por Dios, y la oportunidad
de un futuro mejor para sus hijos.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 106
Últimamente, por causa de las continuas y malas
circunstancias de la situación que enfrentaban hace años,
mal les quedaba la ropa que llevaban en el cuerpo y dos
mudas extras para cambiar, junto con algunas cobijas,
unas mudas de sábanas de lino crudo y otros utensilios
imprescindibles para mantener la familia con lo
indispensable. Todo cabía en dos arcas de madera bruta…
Y la propiedad que ellos tenían, esa ya no valía ni dos
cobres. Desde hacía algunos años, no por falta de
cuidados, que aquella posesión se había convertido en un
desierto infecundo.
María de la Encarnación era una mujer de cuerpo
delgado, con un largo pelo negro recogido en una trenza
que, cuando suelta, le bajaba casi a media espalda. Tenía
un rostro escuálido de donde le sobresalían las negras
cuencas de sus ojos, como si ellos fuesen dos brunas
aceitunas. Una piel morena permitía imaginar que ella era
descendiente de una antigua linaje de sangre mora que
habían poblado esas islas muchos siglos atrás.
-¿Qué dice padre? -preguntó a su hijo, así que
recibió la noticia y dejó de lado sus cavilaciones.
-Es para dejar todo pronto, que dentro de poco él
vendrá aquí personalmente -anunció el chiquillo, mientras
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sus ojos se perdían más allá de las galerías y reposaban en
la hermosa huerta y jardín, donde algunos ancianos
clérigos y media docena de monjas matronas cuidaban con
esmero de las plantas y árboles frutales.
-¡La nao está a puerto! -exclamó la mujer a su
cuñada, así que volvió a su alcoba.
Pronto la algarabía tomó cuenta de todas, y los
sueños y preocupaciones ya se movían como torbellinos
en sus cabezas. Todo ya era expectativa para las más
pequeñas y aprensiones para las mayores.
Felipe ya venía a paso ligero, como si fuese en busca
de la libertad, y al encontrarse con su esposa, dijo con voz
clara y expectante:
-Todo está solucionado -aseguró el hombre-. Ahora
andaos, vamos a la posada para comer algo, que esto ya es
agua pasada.
-Sí, eso, que nos sirva -exclamó doña María de la
Encarnación, mientras cogió las manos del marido,
grandes, encallecidas, de piel áspera, para sostenerlas entre
las suyas. Sintió que estas temblaban como si fuesen dos
palomas asustadas. Se las llevó a los labios y besó aquellas
palmas que se sabía de memoria, y aspiró el olor de aquel
hombre que tanto amaba.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 108
-¡Santo Dios, mujer! ¡Claro que nos servirá! -
exclamó con ánimo exaltado.
No en tanto, la esposa no se recordaba de haber visto
ese tipo de pesadumbre que ahora mostraban los ojos de
Felipe, nunca había visto aquella angustia en sus labios
crispados, de sonrisa amplia y palabras bulliciosas. Pero si
él le había dicho que todo estaba solucionado, entonces no
tenía con qué se preocupar.
-¡Ahora todo está en las manos de Dios! -masculló
en un bisbiseo.
Lo primero que hicieron al llegar a la fonda, fue
solicitar una gran cazuela de buen guiso a la cocinera y
dieron cuenta de ella vorazmente, así como de un par de
jarras del delicioso vino que producían esas tierras. Les
pareció estar en la gloria después de tantos días
calamitosos.
Don Felipe, dejando perder la mirada en el vacío, se
quedó un rato pensativo después de comer, y de pronto
dijo:
-Qué rebién saben las cosas buenas cuando se ha
estado privado de ellas.
-¡Sabias palabras, primo! -comentó Antonio, sin que
se pudiera averiguarse por el tono, si lo decía por ironía.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 109
-¿Qué haremos ahora, Felipe? -indagó la hermana
del cabeza del clan, con voz de duelo y vestida siempre en
su eterno luto.
-Pues, ¿qué va a ser? -respondió su hermano-. Lo
que estaba planeado. Ya no hay percance que cambie las
cosas.
-¡Dios quiera que tengas suerte! -murmuró doña
María de la Encarnación.
-¡La tendremos todos! No hay por lo qué
preocuparse, ya está todo garantido. -pronunció
determinado.
-Entonces ¿iremos a ver a don Diego Tomás? -
inquirió Antonio mientras apuraba su último buche de
vino.
A primera hora de la tarde, todos estaban en las
oficinas de la Contratación frente al puerto. Solicitaron
audiencia y fueron recibidos sin mucha demora por el
importante personaje en quien tenían puestas todas sus
esperanzas, y los cobres que le sobraban.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 110
Otros Reinos de la Península
Ibérica
Al igual que lo mencionado anteriormente, no es
posible ocultar los sucesos que acontecieron paralelamente
al Reino de Castilla, donde las disputas por alzarse con
potestad y autoridad en sus territorios, resultó en idénticas
tramas rodeadas de intrigas, complots, traiciones, acuerdos
fraudulentos, exacerbaciones, asesinatos, atentados,
muertes inesperadas y delitos que permitieron arreglos de
todo tipo.
La influencia extranjera se hizo presente en algunos
casos, con la intención de ampliar los dominios, o en
otros, para defender lazos de sangre e intereses de la
propia Iglesia. Así pues, un ligero repase por los hechos
permitirá al lector ubicarse mejor en el contexto del
escenario de aquella época.
Los Territorios del Norte
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 111
El Reino de Navarra fue uno de los reinos
medievales de Europa, y estaba situado en ambas
vertientes de los Pirineos occidentales, pero con la mayor
parte de su territorio localizado al sur de la cordillera
pirenaica, en el norte de la península Ibérica.
Fue el sucesor del otrora Reino de Pamplona,
fundado en torno a la capital navarra en 824, según
establecen la mayoría de los historiadores. Tras unos
primeros años de expansión y la posterior merma
territorial a manos de Castilla y Aragón, el Reino de
Navarra se estabilizó con dos territorios diferenciados: la
Alta Navarra, al sur de los Pirineos y en la que se
encontraba la capital y la mayor parte de la población y los
recursos, y la Baja Navarra o Navarra Continental, al norte
de la cordillera pirenaica.
Como vimos anteriormente, el fin de la
independencia del reino se produjo cuando Fernando el
Católico realizó la conquista militar en el verano de 1512
con distintas resistencias, y así pasó a controlar el reino
con apenas dos meses de lucha.
Posteriormente se realizaron varios otros intentos
para lograr recuperar la independencia en los años
siguientes, hasta que finalmente, como ya dijimos, Carlos
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 112
I de España se replegó de la Baja Navarra por su difícil
control. Por lo que esta porción siguió siendo
independiente y manteniendo la dinastía de Foix, hasta
que se incorporó a la Corona de Francia al asumir su rey,
Enrique III, la corona francesa. Así pues, los reyes de
Francia pasaron a titularse “Reyes de Francia y Navarra”.
Pero esto ya lo veremos en detalles más adelante.
Esa unión-alianza del reino de Navarra al de Francia,
puramente considerada como una coalición dinástica, se
hizo conservando siempre sus propias instituciones, tanto
es así, que cuando Luis XVI convocó los Estados
Generales de Francia, Navarra no envió formalmente
diputados a estos, sino al rey en persona, de manera
independiente y llevando consigo su propio Cuaderno de
agravios.
Sin embargo, su estatus diferenciado dentro de la
Corona terminó en 1789, al ser su territorio abolido como
reino. Por otra parte, la Navarra peninsular o Alta Navarra,
se había convertido en uno más de los reinos y territorios
de la Corona de Castilla y finalmente de la Monarquía
Hispánica, estatus que conservó durante muchas décadas,
al ser gobernada por un virrey hasta 1841, fecha en la que
pasó a ser considerada “provincia foral” española
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 113
mediante la posteriormente denominada Ley Paccionada,
y tras el término de la Primera Guerra Carlista.
No en tanto, también se dice que el reino de Navarra
surgió de un pequeño territorio que, tras un periodo de
expansión, fue menguando paulatinamente en extensión y
poder, socavado por las disputas entre las clases dirigentes
y las conquistas realizadas por los reinos vecinos.
Como fuere, el espacio navarro se estructuró de
manera dual tras la invasión musulmana de la península en
el siglo VIII. El norte permaneció poco tiempo bajo
dominio musulmán y pronto se organizó en un núcleo
cristiano de fugaz sometimiento al Imperio carolingio y
con centro en la ciudad de Pamplona, población fundada
en la época romana como Pompaelo por Pompeyo, y sobre
un asentamiento vascón pre existente y denominado de
“Iruña”. Su primer soberano conocido fue Íñigo Íñiguez, o
Iñigo Arista (Enneco Cognomento Aresta), cabeza
conocida de la primera dinastía navarra.
Sin embargo, en el sur, un noble hispano godo
oriundo de la zona (Casius), pactó con los invasores
musulmanes y se convirtió al Islam, consiguiendo así
continuar señoreando esa zona del valle del Ebro, y
prolongando éste poder entre los de su estirpe (los Banu
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 114
Qasi), que durante generaciones afirmarán su poder en el
sur del actual territorio navarro, aliándose con los Arista
en diversas ocasiones en contra del poder central del
emirato cordobés, o del afán expansionista del Imperio
carolingio.
Navarra fue uno de los núcleos montañeses de
resistencia cristiana impulsados por los francos carolingios
que se formaron en los Pirineos, frente a la dominación
islámica de la península Ibérica, al igual que en Aragón y
Cataluña. Inicialmente fue conocido por los cronistas
francos como Reino de los Pamploneses o Reino de
Pamplona, y un poco más tarde, como Reino de
Pamplona-Nájera en referencia a la importancia en su
organización de la ciudad riojana.
Su etapa de mayor expansión territorial, se realizó
durante la Edad Media, época en que el reino abarcó
territorios atlánticos y se expandió más allá del río Ebro, y
hacia territorios situados en las comunidades autónomas
contemporáneas de Aragón, Cantabria, Castilla y León, La
Rioja, País Vasco y las regiones administrativas francesas
de Aquitania y Mediodía-Pirineos, en las antiguas
provincias de Gascuña y Occitania. Igualmente, las
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 115
capitales vascas de Vitoria y San Sebastián, fueron
fundadas por el rey navarro Sancho VI el Sabio.
En su etapa final, el reino resultó dividido en:
La Navarra peninsular o Alta Navarra, que
fue invadida junto a la Navarra continental en
1512 por Fernando el Católico con el apoyo de
Luis Beaumont, hijo del líder Beaumontés
exiliado tras perder la guerra civil de Navarra
años antes, y fue anexionada a la Corona de
Castilla. Se integró en el Reino de España o
Monarquía Hispánica, conservando instituciones
propias como reino. En 1530 el rey Carlos I de
España decidió abandonar la Baja Navarra por su
difícil control. Posteriormente, la Alta Navarra
sigue como reino integrante de España hasta que,
en 1848, se abole su estatus y pasa a ser una
región o provincia.
La Navarra continental o Baja Navarra, se
unió dinásticamente con Francia a finales del
siglo XVI, y en 1620 se integró en la Monarquía
francesa. Aunque los reyes conservaron la
titulación reyes de France et de Navarre hasta la
abolición de los privilegios de los territorios de la
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 116
Monarquía en 1789, en época de la Revolución,
no obstante los reyes Luis XVIII y Carlos X
recuperaron el título de Reyes de Francia y de
Navarra durante sus reinados, ocurridos durante
el primer tercio del siglo XIX.
El título del príncipe heredero es Príncipe de Viana,
el mismo que hoy en día ostenta Felipe de Borbón, hijo y
heredero del rey Juan Carlos I.
Reinado de visigodos y francos: domuit
vascones
Para el periodo de la historia de los vascones
contemporánea a la formación y consolidación del reino
visigodo en Hispania, hay escasas fuentes directas
disponibles sobre los acontecimientos y la organización
interna de los vascones, y con frecuencia estas resultan
contradictorias.
Pero consta que algunos de los reyes hispanogodos
tuvieron enfrentamientos con los vascones y, en algunas
crónicas posteriores a la etapa visigoda, se pueden leer
expresiones similares a domuit vascones -dominó a los
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 117
vascones-; no en tanto, realmente en ninguna aparece esa
expresión exacta.
Algunos historiadores suponen que los vascones
nunca fueron sometidos por los visigodos en su pretensión
de lograr la unidad territorial de todas las antiguas
provincias hispanorromanas.
Las reflexiones de otros especialistas recuerdan la
actitud amistosa de los vascones en el periodo romano y la
ausencia de conflictos relevantes durante el bajo imperio,
resaltando la dificultad de explicar aquellos
enfrentamientos sin apoyarse en el contexto de la
afirmación del poder autónomo en Aquitania y las
rivalidades entre francos y visigodos.
La dominación visigoda de Pamplona es un tema
políticamente polémico. Pues pese a haber sido sede
episcopal de la iglesia visigoda, y de haber necrópolis
visigodas en Pamplona, existe alguna polémica sobre si
existió o no la dominación visigoda sobre la ciudad o, ello
fue simplemente convivencia.
Los testimonios arqueológicos y documentales han
ido recibiendo diversas interpretaciones, y en algunos
casos derivadas de la polémica política.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 118
Pero retrocediendo al año 632, el rey merovingio
Dagoberto I encabezó una expedición a Zaragoza en
apoyo de Sisenando que se había sublevado frente a la
autoridad de Suintila. Pocos años después, Dagoberto
reunió un ejército de burgundios con los que intentó
ocupar sin éxito toda la “patria de Vasconia” en el 635.
Sin embargo, en el 636 Dagoberto obtuvo, tras una
nueva campaña militar, el juramento de lealtad de los
vascones al servicio de Aighina, duque sajón de Burdeos.
Tras la muerte de Dagoberto, el poder merovingio se
fue debilitando para dar paso a un periodo de
consolidación de un poder autónomo conocido como
ducado de Aquitania dentro del reino franco, pero del que
se desconocen fuentes de referencia hasta que es citada la
concesión a Félix, patricio de Toulouse, del control de
todas las ciudades hasta los Pirineos y de los vascones
hacia el 672.
Para algunos autores, la política de enfrentamiento
con el poder franco por parte de Félix, habría sido
continuada por su sucesor Lupo, proceso que culminaría
en tiempos de Eudes, quien lograría el reconocimiento de
regnum para la parte meridional de la antigua Galia.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 119
Hay teorías que indican que durante los siglos VI y
VII, los vascones del norte cruzaron los Pirineos,
ocupando Aquitania, en la actual Francia, donde su lengua
influyó en el idioma romance que daría lugar al gascón, a
la que posteriormente dieron el nombre de Gascuña.
Invasión Musulmana: la formación del
Reino de Pamplona
Asentados en la península ibérica, durante el
invierno del 713, los aguerridos ejércitos musulmanes
alcanzaron el valle medio del Ebro, que en ese entonces se
encontraba gobernado por el conde hispanovisigodo
Casio, quien en lugar de luchar, eligió someterse al califa
de Omeya y convertirse al Islam, dando así origen a la
estirpe de los Banu Qasi a cambio de mantener su poder
en la región.
Pamplona, sin embargo, fue finalmente ocupada tras
oponer resistencia en el 718, y obligada a pagar tributo a
los gobernadores musulmanes que establecieron allí un
protectorado. La derrota musulmana en la batalla de
Poitiers en 732 frente a los francos de Carlos Martel,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 120
debilitaron la posición musulmana, pero el valí Uqba
recondujo la situación e terminó instalando una guarnición
militar en la ciudad entre el 734 y el 741.
La Marca Hispánica de Carlomagno
Analizado desde otro ángulo, la “Marca Hispánica”
fue la frontera político-militar del Imperio carolingio al sur
de los Pirineos, pues tras la conquista musulmana de la
Península Ibérica, éste territorio fue dominado mediante
guarniciones militares establecidas en lugares estratégicos
como Pamplona, Aragón, Ribagorza, Pallars, Urgel,
Cerdaña o Rosellón.
Ya a fines del siglo VIII, los carolingios
intervinieron en el noreste peninsular con el apoyo de la
población autóctona de las montañas. Como consecuencia,
la dominación franca se hizo efectiva entonces más al sur,
tras la conquista de Gerona (785) y Barcelona (801).
Durante ese periodo, la Marca Hispánica, que era
integrada por condados dependientes de los monarcas
carolingios, a principios del siglo IX, resulta que los
condes francos terminan siendo sustituidos por nobles
autóctonos.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 121
Versión de la Marca Hispánica el año 814
Fue así que el territorio ganado a los musulmanes se
configuró como la Marca Hispánica, en contraposición a
la Marca Superior andalusí, que iba de Pamplona hasta
Barcelona. De todos ellos, los que alcanzaron mayor
protagonismo, fueron los de Pamplona, constituida en el
primer cuarto del siglo IX en reino; Aragón, constituido en
condado independiente en 809; Urgel, importante sede
episcopal y condado con dinastía propia desde 815; y por
último el condado de Barcelona, que con el tiempo se
convirtió en hegemónico sobre sus vecinos, los de Ausona
y Gerona.
La Batalla de Roncesvalles
Antes de eso, Carlomagno se habría aprovechado de
la existencia de una rebelión del gobernador de Zaragoza
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 122
para intervenir en la Península, atravesando con un
ejército franco el territorio vascón y destruyendo las
defensas de Pamplona en su avance hacia Zaragoza, donde
a su llegada, por causa de un repentino cambio de las
alianzas de los sublevados, le obligó a retirarse.
El interés de Carlomagno en los asuntos hispánicos
le movió a apoyar una rebelión en el Vilayato de la Marca
Superior de al-Ándalus de Sulaymán al-Arabi, quien
pretendía alzarse a emir de Córdoba con el apoyo de los
francos, a cambio de entregar al emperador franco la plaza
de Saraqusta.
Carlomagno llegó en el año 778 a las puertas de la
ciudad, sin embargo Husayn, el valí de Zaragoza, se negó
a franquearle la entrada al ejército carolingio. No obstante,
debido a la complejidad que supondría mantener un largo
asedio a una plaza tan fortificada, y con un ejército tan
alejado de su centro logístico, Carlomagno desistió e
inició el camino de vuelta a su reino.
Tras reducir a ruinas a Pamplona, la capital de los
vascones aliados de los Banu Qasi, el 15 de agosto de 778,
Carlomagno, con el más poderoso ejército del siglo VIII,
se dirigía al norte por el paso de Roncesvalles, entre el
collado de Ibañeta y la hondonada de Valcarlos.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 123
Al llegar en ese punto, fueron objeto de una
contundente emboscada por partidas de nativos vascones,
probablemente instigados por los fieles a los hijos de
Sulayman, Aysun y Matruh ben Sulayman al-Arabí, que
provocaron un descalabro general a la retaguardia de su
ejército, mandada por su sobrino Roldán, a base de
lanzarles rocas y dardos.
Posteriormente, la “Chanson de Roland”, permitió
inmortalizar dicho evento. No en tanto, la independencia
de los condados occidentales respecto del rey Carlomagno,
se decidió en el fracaso de la toma de Saraqusta.
El Reino de Pamplona
Al menos hasta el año 1130, los reyes de esta región
se denominaban Pampilonensium rex. Incluso, Sancho VI
de Navarra, llega a utilizar esa denominación en el año
1150, cuando normalmente empleaba la de rex Nauarre.
El Reino de Pamplona es la denominación empleada
por algunos historiadores, de acuerdo a los Anales de los
Reyes Francos, para referirse a lo que fue durante la Alta
Edad Media, la entidad política surgida en torno a la
civitas de Pompaelo, la que había sido la principal ciudad
en territorio de los vascones durante la época de la
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 124
Antigua Roma situada en la región de los Pirineos
occidentales, y al liderazgo de la figura de Íñigo Arista
quien fundó la dinastía real y la entidad en el 824,
contando con el apoyo de sus aliados de la familia de los
Banu Qasi, señores de Tudela, y del obispado de
Pamplona.
Sin embargo, no existe un consenso entre los
especialistas para discernir el número preciso de monarcas
y la duración de sus mandatos, como tampoco sobre la
extensión de su territorio e influencia.
No obstante, la dinastía de los Íñiguez terminó con
Fortún Garcés, quien, según la tradición, se le conoció
como Fortún el Monje, pero éste abdicó y se retiró al
monasterio de Leire, siendo sustituida por la progenie de
los Jiménez en el 905, que comenzó con Sancho Garcés I
(905-925), y cuyo reino quedó conocido como Reino de
Pamplona o Navarra.
Pamplona fue considerada durante mucho tiempo la
ciudad más importante y rica en territorio cristiano, y los
numerosos intentos por hacer de ella su capital, fueron
realizados por pequeños grupos montañeses de cristianos,
y más tarde por los habitantes de los territorios cercanos.
Además de contar con una población numerosa y estable
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 125
por encontrarse en el valle rico y fértil del río Arga, era
también un lugar de reunión e intercambio entre las rutas
del mundo islámico al sur, y de la Europa cristiana al
norte, por los pasos pirenaicos vascos y los puertos
costeros del Mar Cantábrico y las rutas de este a oeste que
seguían también los peregrinos cristianos del Camino de
Santiago hacia el reino de León, que atravesaba los
condados francos del Imperio carolingio en las actuales
Navarra, Aragón y Cataluña desde la costa mediterránea
condal, y más allá, a través de los puertos mediterráneos.
Su neutralidad y buenas relaciones con los belicosos
vecinos, les da fama de prosperidad y riqueza, comercio e
intercambio de artesanías en cuero, instrumentos
musicales, libros y armas, materias primas como el marfil,
piedras preciosas, paños, aceite, seda, lana, oro, especias...
que llegó hasta los vikingos.
Sin embargo, la constante amenaza que sobre las
tierras vasconas se ejercía desde ambas vertientes de los
Pirineos, terminó por favorecer el surgimiento de dos
facciones líderes entre la aristocracia vascona: los Íñigo
apoyados en los musulmanes por parentesco con los Banu
Qasi, y la de los Velasco apoyados por los francos
carolingios.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 126
Cuando en el 799 el gobernador de Pamplona,
Mutarrif Ibn Musa es asesinado por partidarios
carolingios, los Iñigo recurrieron a la familia Banu Qasi
para retomar el control de la ciudad. Sin embargo, en el
año 812, el emir Al Hakam I y Ludovico Pío, acordaron
una tregua por la que los carolingios tomaban el control de
Pamplona, delegando el gobierno en Velasco al Gasalqí.
Al término de la tregua, Al Hakam retomó las hostilidades
con los francos y logró recuperar Pamplona en el 816, a
cuyo control los francos renunciaron en adelante. Íñigo
Arista, sería designado entonces primer rey de Pamplona
hasta el 851.
La primera dinastía navarra (los Arista) será
reemplazada tras tres reinados, y en un episodio todavía
misterioso por la dinastía Jimena, que ampliaría el solar
del reino con la incorporación de las tierras riojanas y la
Zona Media navarra, bajo la cual Navarra alcanzará la
mayor extensión territorial a costa del Islam y de los
señoríos cristianos vecinos.
Por otro lado, la costa mediterránea, cuajada desde
lo antiguo por torres de vigía contra la piratería berberisca,
al grito de “Moros en la Costa” ve en el 858 a los
normandos que suben por el Ebro desde Tortosa, lo
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 127
remontan hasta el reino de Navarra, dejando atrás las
inexpugnables ciudades de Zaragoza y Tudela. Suben
luego por su afluente, el río Aragón hasta encontrarse con
el río Arga, el cual también remontan, llegan hasta
Pamplona y la saquean, raptando al rey navarro.
En el 859 los vikingos también llegan a Pamplona y
secuestran al nuevo rey García I Iñíguez. Sólo tras pagar
un costoso rescate, el rey logra volver a Pamplona, pero a
partir de entonces la vieja alianza entre los Arista y los
Banu Qasi se ha roto y García I será aliado del reino de
Asturias.
Sin embargo, debido a los problemas internos de los
cordobeses, sumado al cambio de actitud de los navarros,
el único enemigo de Ordoño I, pasa a ser el caudillo de los
Banu Qasí, Musà ben Musà, quien se titulaba tercer rey de
España. Y en una continua rebelión contra Córdoba, trata
de asegurar el valle del Ebro a su paso por la Rioja.
Musa II, en el 855 se prepara para realizar una dura
razzia contra Álava, y contra al-Qilá (Castilla), y tras ella
se preocupa de restaurar y fortalecer la guarnición militar
de Albelda. Viendo la amenaza que esta fortaleza supone
sobre los dominios orientales del reino asturiano, Ordoño I
y los navarros, lanzan una ofensiva contra Albelda. Pero
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 128
tras una dura lucha, Ordoño toma la fortaleza y la arrasa.
Esta batalla dará lugar en el siglo XII a la legendaria
batalla de Clavijo, que por muchos es considerada sólo
una leyenda forjada por el arzobispo Rodrigo Jiménez de
Rada.
Debido a su eterna beligerancia, Musa II seguiría
peleando contra navarros y cordobeses hasta el día de su
muerte en el año de 862. Mientras tanto, su hijo Lupp o
Lope ben Musà, gobernador de Toledo, se declarará
vasallo de Ordoño I. Por tal motivo, la navarra de origen
vascón, Subh, Subh umm Walad, madre del tercer Califa
de Córdoba, Hixem II, se convierte en una de las mujeres
más influyentes de la época islámica. Se dice que nació
probablemente en la década de 940 y murió hacia 999.
El Navarroaragonés
El navarroaragonés, es una lengua romance surgida
en un periodo anterior al castellano, y ya era hablada en el
valle del Ebro durante la Edad Media, todavía con
reductos actuales en el Pirineo aragonés, conocidos como
aragonés y préstamos en el castellano de La Rioja, Ribera
de Navarra y Aragón, con diferentes gradaciones.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 129
Tiene su origen en el dialecto latino durante el Reino
de Pamplona, y sobre un acusado sustrato vascón. La
lengua recibe, en su período medieval, la denominación
entre los lingüistas de “navarroaragonés”, por la inicial
dependencia aragonesa del Reino de Navarra.
Durante la llamada época de la “Reconquista”, o
expansión del Reino de Navarra sobre tierras musulmanas
y cristianas, con la consiguiente repoblación con cristianos
originarios del Reino de Navarra, el movimiento se
llevaría consigo el idioma por todo el territorio
conquistado.
Por eso, se afirma que la anexión por el Reino de
Navarra de los condados aragoneses, supuso ser una
importante influencia de la lengua navarroaragonesa sobre
los territorios posteriores de la Corona de Aragón y en el
castellano.
La primera constancia que se tiene noticia sobre la
escrita de esta lengua, está en las Glosas Emilianenses, en
el Monasterio de San Millán de la Cogolla.
La Expansión de Sancho III el Mayor
El apogeo del territorio se producirá con Sancho III
el Mayor., quien ascendió al trono entre el año 1000 y el
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 130
1004, heredando el reino de Navarra y el condado de
Aragón, bajo la tutoría de un consejo de regencia
integrado por los obispos y su madre, e incorporando
extensos territorios a sus dominios, como el condado de
Castilla, además del solar tradicional del reino (Pamplona
y Nájera). La unión dinástica con Aragón, se dio en dos
periodos: del año 1000 al 1035 y del año 1076 al 1134.
Fue bajo su mandato que el reino cristiano de
Nájera-Pamplona alcanza su mayor extensión territorial,
abarcando casi todo el tercio norte peninsular, desde
Astorga hasta Ribagorza en la reorganización del reino. Se
cree que creó el vizcondado de Labort, entre 1021 y 1023,
con residencia del vizconde en Bayona y el de Baztán
hacia 1025.
A la muerte del duque Sancho Guillermo, duque de
Gascuña, el día 4 de octubre de 1032, trató de extender de
inmediato su autoridad sobre la antigua Vasconia
ultrapirenaica comprendida entre el Pirineo y el Garona,
aunque no lo consiguió, al heredar el ducado Eudes.
Por el norte, la frontera del reino pamplonés está
clara, los Pirineos, -caso de haberse extendido la autoridad
de los reyes navarros hasta Baztán, lo que es lo más
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 131
probable, pero que no se confirmó hasta el 1066-, y no se
modificó.
También no es cierto, pese a todas las veces que se
ha dicho, que Sancho III lograra el dominio de Gascuña, la
única Vasconia de entonces, es decir, el territorio entre los
Pirineos y el Garona, en que la población que podemos
considerar vasca por su lengua, sólo era una minoría.
El rey navarro únicamente pretendió suceder en
1032, al duque de Gascuña, Sancho Guillermo, muerto sin
descendencia, lo que bastó para que algunos documentos
lo citen reinando en Gascuña. Pero la verdad, es que la
herencia recayó en Eudes.
En aquel período, se dice que mantenía su residencia
en Nájera, extendiendo sus relaciones más allá de los
Pirineos, con el ducado de Gascuña, y aceptando las
nuevas corrientes políticas, religiosas e intelectuales.
El Reino de Pamplona a la muerte de Sancho III el Mayor
(1035)
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 132
Su reinado coincidió con la crisis del mundo califal,
iniciado a la muerte de Almanzor y terminado con el
principio del Reino de Taifas. Con su ímpetu, pretendió la
unificación de los estados cristianos, bien por vínculos de
vasallaje o bajo su propio mando.
En el transcurrir del año 1016, fijó las fronteras entre
Navarra y el Condado de Castilla, e inició un período de
relaciones cordiales entre ambos Estados, facilitadas por
causa de su matrimonio con Munia, también conocida
como Muniadona, hija del conde castellano Sancho
García. De este matrimonio nacieron Fernando (Fernando
I de Castilla), Gonzalo (Conde de Sobrarbe y Ribagorza),
y las hijas Mayor y Jimena, reina de León al casarse con
Bermudo III.
Ni corto ni perezoso, aprovechó las dificultades
internas que existían en Sobrarbe-Ribagorza, para hacer
valer sus intereses como descendiente de Dadildis del
Pallars y apoderarse también de ese condado (1016-1019).
Fue, inclusive, encargado de la tutela del conde
García de Castilla. Momento en que Alfonso V, de León,
aprovechó la situación para apoderarse de las tierras altas
situadas entre el río Cea y el Pisuerga. Pero Sancho III se
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 133
opuso a la expansión leonesa, y pactó el matrimonio entre
García de Castilla y Sancha de León.
A la muerte de Sancho III el Mayor, le hereda su
primogénito con obligación del resto de hermanos de
rendirle vasallaje, pero éstos no respetan la voluntad
testamentaria del monarca, y finalmente se divide el reino
entre sus hijos, naciendo así los reinos de Aragón, Castilla
y Navarra.
Durante el reinado de García Sánchez III (1035 -
1054), quien era apodado “el de Nájera”, y de su hijo
Sancho Garcés, Navarra finalmente se separa de los reinos
vecinos.
En 1076, tras el asesinato de Sancho IV, el de
Peñalén (arrojado a un precipicio en Funes), Navarra y
Aragón siguen nuevamente juntos bajo el reinado de Pedro
I, y luego el de su hermano, el rey emperador Alfonso,
siendo en este período cuando se consuma la toma de
Tudela y su distrito.
Tras la muerte sin descendencia de Alfonso I el
Batallador (1134), le sucede García Ramírez de Navarra.
No en tanto, ni aragoneses ni navarros respetaron el
testamento de su rey emperador Alfonso, que dejaba los
reinos a la orden del Temple y a otras órdenes militares, y
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 134
es cuando cada reino escoge un rey diferente, separándose
las coronas de Navarra y Aragón después de 50 años.
La Progresiva Decadencia Territorial del
Reino
Al separarse de Aragón, Navarra se convierte en un
reino sin posibilidad de expansión, al no tener ya frontera
con los territorios musulmanes y por encontrarse
encajonado entre los ahora mucho más poderosos
territorios de Castilla y Aragón. Territorialmente, sobre
ese auspicio, el reino de Navarra fue paulatinamente
reduciéndose, aunque culturalmente continúa su
expansión.
Así, bajo el Laudo arbitral del Rey Enrique II de
Inglaterra de 16 de marzo de 1177, realizado entre los
Reyes Alfonso VIII, por parte de la corona de Castilla, y
de Sancho VI el Sabio, por parte del Reino de Navarra,
quedó dictaminado sobre lo relativo a la pertenencia
territorial y sus límites fronterizos, emitido en definitivo
tras aceptar ambos reyes un Pacto-Convenio el día 25 de
agosto de 1176, en el que aceptaban el arbitrio del rey
inglés, y que se respetaría una tregua de siete años.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 135
Dicho laudo dispuso la entrega a Castilla de ciertos
territorios, principalmente de La Rioja, recibiendo Navarra
en contraprestación entre otros, los territorios de Álava,
Guipúzcoa y el Duranguesado (Vizcaya), además de una
compensación económica.
Lo cierto es que ninguna de las partes cumplió el
dictamen, aunque posteriormente ambas partes acordaron
decidir acatar únicamente lo relativo a la situación de los
territorios de la actual comunidad de La Rioja, que dejó ya
de pertenecer al Reino de Navarra desde esa fecha. Sin
embargo, existen varias interpretaciones de dicho laudo.
El Reino de Navarra Sancho VI el Sabio (1154-1194)
Sin embargo lo que vemos, es que el expansionismo
castellano y aragonés fue lo que hizo menguar el territorio
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navarro. La determinación de repartírselo, consta en varios
tratados realizados por dichos reinos en el siglo XII.
Los reyes de estos dos reinos firmaron el “Tratado
de Cazola” en marzo de 1179 o el de 1198, para repartirse
el reino de Navarra, teniendo como nueva frontera entre
ambos reinos el río Arga, que cruza Navarra de norte a sur.
La Pérdida de Álava, Guipúzcoa y el
Duranguesado
Así, ya encaminados hacia el año 1200, y a pesar de
una labor repobladora navarra en la zona, lo que dio como
fruto, entre otros, la fundación de Vitoria y San Sebastián,
dos de las tres capitales de la actual comunidad autónoma
del País Vasco, Castilla, ahora apoyada en la baja nobleza,
también consigue el apoyo de facciones locales en el
Duranguesado, y en Álava, después de haber sitiado
Vitoria durante nueve meses.
Tras la superioridad militar demostrada por el
ejército castellano mandado por el Señor de Vizcaya en
Vitoria, y ante la entrada de las tropas castellanas en su
territorio, finalmente Guipúzcoa se incorpora a Castilla
mediante negociación.
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Los parientes mayores de Guipúzcoa, que ya estaban
divididos en dos bandos irreconciliables, mantuvieron sus
firmes posiciones: los oñacinos, apoyaban la agregación a
Castilla, mientras que los gamboínos, defendían la
continuación de la unión con Navarra.
A su vez, estos bandos disfrutaban del apoyo de las
facciones navarras, lo que hacía que los beamonteses
apoyasen a los oñacinos y los agramonteses a los
gamboínos.
La Reorganización Interna
El arduo trabajo de los monarcas del siglo XIII, tras
la conquista parcial de Navarra, se basará prácticamente en
la reconstrucción y reorganización interior del reino, y en
lograr hacer frente a las perpetuas apetencias de repartos
de territorios entre sus vecinos.
Pese a todo, los habitantes participarán en aguerridas
empresas como lo fue la batalla de las Navas de Tolosa
(1212), en la que se destacó el monarca navarro Sancho
VII el Fuerte, y en donde, según la leyenda, consiguió las
cadenas y la esmeralda que conformaron desde entonces el
símbolo de la dinastía de Navarra, y de ese día en adelante
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utilizados en sustitución de su emblema personal llamado
Arrano beltza (águila negra).
No en tanto, la muerte sin descendencia de Sancho
VII el Fuerte, a pesar de este haber dejado un pacto de
prohijamiento con Jaime de Aragón, se supone la
entronización en Navarra durante casi dos siglos de
dinastías francesas -la de Champaña, la Capeta y la de
Evreux-, que también dispondrán de territorios en Francia
y descuidarán en diverso grado el gobierno del pequeño
reino.
Las Guerra de Navarrería y Civil
A esa altura de los acontecimientos, la ciudad de
Pamplona ya se encontraba dividida entre burgos
independientes y enfrentados (Navarrería y San Miguel
frente a los burgos de San Cernin y San Nicolás), aliados
con otros Estados, siendo, por ejemplo, arrasado el barrio
de la Navarrería por tropas francesas en 1276, y
extendiéndose la confrontación por toda Navarra,
venciendo éstos a los aliados castellanos e implantando el
acercamiento de Navarra a Francia.
Pero tras la instauración de la Casa de Trastámara en
Aragón a mediados del siglo XV, la crisis sociopolítica del
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reino fue paulatinamente polarizando a las fuerzas vivas
de Navarra en torno a dos bandos: los beamonteses y los
agramonteses.
Éste pasa a ser un complejo conflicto con posiciones
y actitudes cambiantes, que aparentemente tiene un fondo
de apremio entre las facciones nobiliarias, pero que parece
también evidenciar algún tipo de enfrentamiento
socioeconómico montaña-ribera, según citan algunos
autores.
De todas formas, ambas facciones tenían su
distribución esparcida por toda Navarra. Este
enfrentamiento es lo que los llevaría a una guerra civil en
1441, cuando Juan II de Aragón (rey consorte de Navarra),
se quedó para sí el trono, en vez cederlo a su hijo Carlos,
Príncipe de Viana, al que de facto le correspondía.
Carlos había sido designado heredero del reino por
el testamento de su madre la reina Blanca, aun
prescribiendo en dicho documento, que él no tomaría
posesión del reino sin el beneplácito de su padre Juan II.
En 1452 el príncipe fue apresado en la batalla de Aibar.
Sin embargo, la guerra civil persistió tras la muerte
de Carlos, Príncipe de Viana en 1461 y a la de Juan II en
1479. Los beamonteses tenían el apoyo de los castellanos,
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mientras que los agramonteses tuvieron primero como
aliados a los aragoneses (por ser Juan II rey de Aragón) y
luego a los franceses.
Demográficamente el Reino de Navarra había
alcanzado mínimos límites entre los años 1450 y 1465,
coincidiendo con los episodios más agudos del conflicto
civil (que no fue sangriento de forma directa);
adicionándose la pérdida de su población debido a los
sabotajes, y a lo que se debe sumar la epidemia de peste
entre los años 1504 y 1507, pero fue recuperando mayores
cotas poblacionales a partir de 1530 una vez realizada y
asentada la conquista de Navarra por parte de Castilla y
Aragón.
La conquista castellano-aragonesa (1512)
A finales del siglo XV, el rey de Aragón Fernando el
Católico realizaba continuas injerencias en la guerra civil
de Navarra en apoyo a los Beaumonteses, y que en
algunos periodos había supuesto una auténtica ocupación
militar.
A principios del siglo XVI los baumonteses habían
perdido la guerra civil y su líder había huido al exilio
castellano, donde falleció. Desde allí, su descendiente
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apoyó al rey aragonés en su ya decidida invasión del reino
de Navarra. Esto hizo que en 1512 el rey de Navarra se
viera obligado a firmar el Tratado de Blois, por el cual
conseguía apoyo del reino de Francia ante una posible
agresión. Esto fue considerado por Castilla y Aragón
como una beligerancia, ya que Francisco I de Francia
estaba enfrentado al castellano-aragonés y además era
declarado un monarca cismático en el V Concilio de
Letrán por el papa Julio II.
Fernando el Católico, que era hermanastro del
fallecido Carlos, Príncipe de Viana (hijo de Juan II y su
segundo matrimonio con Juana Enríquez), inició la
invasión el 10 de julio de aquel año con la toma de
Goizueta, aunque no se publicitó hasta ocho días antes de
la firma del Tratado de Blois.
El grueso del ejército de más de 16.000 hombres
bien pertrechados y experimentados entró en Navarra
desde Álava el día 22 de julio, al mando de Fadrique
Álvarez de Toledo, segundo duque de Alba con apoyo del
líder beaumontés conde de Lerín (Condestable de Navarra)
y sus hombres. El poderoso ejército se asentó a las afueras
de Pamplona (concretamente en el palacio de Arazuri,
dominado por el bando beamontés), entonces una ciudad
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de entre 6.000 y 10.000 almas y mal fortificada, firmó la
rendición 25 de julio. El archivo de Simancas contiene
documentos relativos a esta época.
En otros lugares de Navarra, la resistencia fue
mayor: Lumbier lo hizo hasta el 10 de agosto, Estella
hasta el 12 de agosto, Viana hasta el 15 de agosto, Roncal
hasta el 9 de septiembre, al igual que Tudela, que fue el
mayor bastión agramontés, donde para tomarlo tuvieron
que venir fuerzas de Aragón. Los reyes navarros Juan y
Catalina se refugiaron en sus dominios del Bearn desde
donde organizaron la resistencia.
La conquista de la Alta Navarra no finalizó aquí, ya
que Catalina de Foix y Juan III de Albret, y
posteriormente el rey Enrique II, apoyados por los
monarcas franceses, hicieron hasta tres intentos militares
de recobrar el reino.
El primero lo realizaron ese mismo año, en
noviembre, cuando un ejército de navarros agramonteses,
franceses y mercenarios se adentraron en el reino con
15.000 hombres al mando de Juan de Albret y el general
La Palice. Varias ciudades del interior se alzaron, como
Estella, Cábrega, Villamayor de Monjardín y Tafalla,
llegando a sitiar Pamplona del 3 al 30 de noviembre. Ante
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la llegada de refuerzos castellanos por el Perdón, se realizó
un asalto precipitado a Pamplona el 27 de noviembre, que
fracasó.
Debido a la proximidad del invierno, las tropas
franco-navarras iniciaron la retirada hacia el Baztán. Pero
en el puerto de Velate, la retaguardia fue sorprendida por
fuerzas castellanas, en las que predominaban
guipuzcoanos oñacinos, al mando de López de Ayala, la
que ha sido denominada batalla de Velate con la derrota y
pérdida de doce piezas de artillería, y aun se discute si
también se produjo la pérdida de más de mil hombres de
los franco-navarros.
La segunda tuvo lugar en 1516, aprovechando la
muerte del rey Fernando el Católico y la complicada
sucesión castellana. Pero el ejército, al mando del mariscal
Pedro de Navarra, mal pertrechado y equipado, fue
derrotado en el Roncal por el coronel Fernando de
Villalba. El mariscal fue hecho prisionero y moriría
asesinado en el castillo de Simancas en 1522. Para evitar
posteriores problemas, el cardenal Cisneros, regente de
Castilla, ordenó la demolición de todas las fortalezas,
exceptuando las estratégicas y las pertenecientes a los
aliados beamonteses.
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Sin éxito por la vía militar, se intentó la diplomática.
Así tuvieron lugar dos encuentros entre las partes, en
Noyón (1516) y Montpellier (1519), que no arrojaron
ningún éxito, por lo que los reyes navarros, apoyados por
Francia, realizaron un último intento bélico.
En 1521, aprovechando la Guerra de las
Comunidades que asolaba Castilla, y el reinando de
Enrique II, que contaba con el apoyo incondicional de su
cuñado Francisco I de Francia, deseoso de debilitar a toda
costa a Carlos I, tuvo lugar un alzamiento generalizado en
toda Navarra, incluyendo las ciudades beamontesas, al
tiempo que un ejército navarro-gascón que vino por el
norte, consiguió reconquistar toda Navarra. Sin embargo,
el ataque se había demorado demasiado, no produciéndose
hasta mayo, cuando en abril los comuneros habían sido
aplastados por las tropas reales.
Además, en vez de consolidar la victoria, el ejército
navarro-gascón quiso entrar en Logroño sitiándolo, lo que
hizo que el ejército castellano se reorganizara con tres
cuerpos de ejército. El diez de junio las tropas comenzaron
a retirarse por la presión de las tropas castellanas en un
número que triplicaba a las navarras. Hubo algún
enfrentamiento en Puente la Reina, y tras cometer varios
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errores estratégicos, finalmente se enfrentaron en una
cruenta batalla de Noáin (30 de junio de 1521), a las
afueras de Pamplona, donde no menos de 5.000
combatientes perdieron la vida.
Tras esta derrota, los restos del ejército franco-
navarro se dispersaron, aunque hacia octubre algunos
combatientes se hicieron fuertes en el castillo de Maya
(valle de Baztán), donde resistieron hasta el 19 de julio de
1522 y en la fortaleza de Fuenterrabía, que resistió hasta
marzo de 1524. En diciembre de 1523, Carlos I decretó un
perdón para los sublevados, excluyendo de él a unos
setenta miembros de la nobleza navarra. Pero para
conseguir la caída de Fuenterrabía, el emperador decretó
un nuevo perdón, incluyendo a los excluidos del anterior,
a condición de que se le prestase juramento de fidelidad.
Así terminaron los intentos tanto por recobrar la
independencia de la Alta Navarra. Sin embargo, la
inestabilidad de la ocupación en la Baja Navarra hizo que
el rey Carlos I renunciara definitivamente a ella,
retirándose definitivamente para 1530, donde el rey de
Navarra Enrique II, mantuvo la independencia del reino.
A pesar de los diversos intentos de reconquista,
Fernando el Católico había seguido trabajando para
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consolidar la incorporación institucional de Navarra a sus
dominios. En 1513, las Cortes de Navarra, convocadas en
Pamplona por el virrey castellano y sólo con la asistencia
de beamonteses, nombraron a Fernando el Católico rey de
Navarra. El 7 de julio de 1515 las Cortes de Castilla en
Burgos, sin ningún navarro presente, anexionan el Reino
de Navarra al de Castilla. El nuevo rey se comprometió a
respetar los fueros del reino.
Los reyes posteriores continuaron jurando las leyes
propias navarras. Sin embargo, a partir del siglo XVIII, los
fueros comenzarán a ser definitivamente atacados hasta ser
abolidos en el siglo XIX. Como justificación ideológica
adicional, aparte del tratado de Blois (que fue la excusa
que consideró a Navarra en un estado enemigo), Fernando
el Católico tuvo a su favor el hecho de que el papa Julio II
excomulgara a los reyes de Navarra y les desposeyera del
reino alegando connivencias de la casa real navarra con el
protestantismo que ya se estaba extendiendo por el sur de
Francia, y su alianza con el monarca francés, declarado
cismático.
En 1516, el cardenal Cisneros ordena eliminar todos
los signos defensivos de Navarra, debido a la
imposibilidad de defender con el ejército castellano todos
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los castillos. Navarra llegó a tener más de un centenar de
castillos en todo lo que fue el territorio del Reino de
Navarra. Muy pocos han quedado en pie, y estos sólo
parcialmente, desmochados.
Tras una irregular ocupación de la Baja Navarra,
incluida San Juan de Pie de Puerto por parte de las tropas
del emperador Carlos V, en 1528, éste decide abandonar el
territorio por su difícil defensa. En esta parte del reino de
Navarra continuó la dinastía Albret-Foix que entroncaría
con la de Borbón, quienes llegarían a reinar en Francia; y
aunque sus dominios en el Bearne eran mayores que los de
Navarra, estos territorios navarros les conferían la
dignidad real, y muy celosamente sus sucesores la
conservaron separada, aún después de acceder al trono de
Francia y llevaren la titulación de reyes de Francia y
Navarra.
Luis XIII aceptó una reconciliación de los Fort et
costumas deu Royaume de Navarra deça ports en 1611,
pero cuidando de que no se incluyeran capítulos de
derecho público. En 1620 se publicó el edicto de
incorporación del Reino de Navarra junto a los territorios
del Bearne, Andorra y Donnezan a la Corona de Francia,
conservando a sus habitantes en sus fueros, franquezas,
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libertades y derechos; en 1789, con la Revolución
francesa, se produjo la abolición de todos los privilegios
de todos los territorios de la monarquía en un derecho
común, suprimiéndose el título de reyes de Francia y
Navarra en 1789, a pesar de la oposición de Navarra. En
1790, La Asamblea Nacional decretó la creación del
departamento de Bajos Pirineos (actualmente Pirineos
Atlánticos) en el que entraron el Bearne, la Baja Navarra y
otras tierras próximas.
Desde ese momento, la actual Navarra peninsular
quedará integrada en la Monarquía Hispánica, no
presentando inestabilidad de calado y permaneciendo con
la corona castellana cuando hacia 1640 el sistema
territorial de la monarquía de los Austrias entra en crisis
con la separación de Portugal y la revuelta de Cataluña.
Pese a todo, y de manera paulatina, conforme la
rivalidad franco-española se traslade a otros ámbitos,
Navarra se convertirá en un reino olvidado y cada vez más
marginado de los focos de poder político y económico. La
dinastía Habsburgo es quien establecerá en Pamplona la
figura de un virrey, permaneciendo con gran actividad las
cortes del reino.
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Durante la Guerra de Sucesión Española, Navarra (a
pesar del fiero sentimiento antifránces del pueblo) se
posicionará a favor del duque de Anjou (futuro Felipe V)
en lugar de por el archiduque Carlos de Austria (como lo
hicieron los reinos de la Corona de Aragón). Es por ello,
por lo que tanto Tudela como Sangüesa fueron ocupadas
por las tropas austracistas.
A la finalización del conflicto, Navarra, al igual que
las provincias vascas, conservaron sus fueros frente a los
reinos de la Corona de Aragón, declarados traidores por
Felipe V y despojados de sus prerrogativas forales por los
Decretos de Nueva Planta.
Lógicamente, la nueva dinastía reinante se mostró
mucho más centralista y menos pactista que la de
Habsburgo y, en diversas ocasiones, el régimen foral fue
puesto en entredicho desde el gobierno de la monarquía.
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La Primera Parte del Viaje
La Partida Tras el Embarque
Todo les había salido a pedir de boca. Ahora sólo les
faltaba amontonar los escasos bártulos y colocarlos en los
baúles, y entonces juntar fuerzas para aventurarse en la
realización de un sueño. Se sentían felices, al fin de
cuentas, cavilaban que a lo sumo en un par de días
dejarían para atrás aquellas tierras ingratas.
Claro que después de todo, tuvieron suerte, pues de
las 50 familias que habían sido escogidas para poblar la
nueva ciudad llamada de Montevideo, al sur de las Indias,
en ese primer viaje sólo hubo lugar para 13 de ellas y, la
de Felipe Pérez de Sousa, gracias a la presta intervención
Dios y de don Diego Tomás de Ortega junto a unos bien
acuñados ducados que Felipe le colocó en la bolsa, los
ubicaba entre los pocos escogidos.
Finalmente sonó el cañonazo de la nave que daba el
aviso de la pronta partida. El tiro había rechinado en el
aire, proveniente del puerto, de madrugada, por lo que
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había sacado a todos del sueño a sobresalto, pero no a
Domingo, a quien se pudo ver desde muchas horas antes
apoyado en el alféizar de la ventana del albergue, alerta y
avizor como si no se hubiese echado en su catre hasta el
momento del disparo. Quizás en su mente revoloteaban
ilusiones a construir en otras tierras.
Durante las siguientes horas de la madrugada del día
21 de agosto de 1726, las familias, cada una por si, se
echaron a andar en silencio por las calles empedradas,
rumbo al muelle, con sus mentes confusas, excitantes,
hasta podría decirse enigmáticas por causa del instante que
se les avecinaba.
La familia de Felipe pronto se unió en la calleja a los
muchos hombres, mujeres, jóvenes y niños que, al igual
que ellos, tuvieron que abandonar sus lechos con premura,
temerosos de embarcar con retraso, y exaltados por la
inmediatez del viaje. Las negras gasas de la noche se
rasgaban con las muchas antorchas y de los faroles que
portaban unos e otros, como si las calles que
desembocaban en el muelle albergaran un enjambre de
luciérnagas. A esa hora la ciudad despertaba de sus
tinieblas y los aturdidos gallos del alba iniciaron pronto
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sus cantos fuera de hora, al verse engañados por la
claridad proveniente de las luminarias del gentío.
Todos caminaban entre las brumas de la noche con
la fresca brisa marítima golpeándoles el rostro. Más de una
docena de mulas comandadas por serviles pajes que
trabajaban en el puerto, cargaban con los pocos utensilios
y enceres que todos llevarían consigo para la tierra
prometida.
Felipe y su familia se habría paso entre figuras
mudas, pues ninguna voz se alzaba sobre el ruido de las
pisadas, o del barullo de los cascos y el entrechocar de
bártulos. Las pocas palabras que se cruzaban eran las
imprescindibles para ordenar semejante riada humana, y
aun estas se decían en murmullo.
Una misma gravedad parecía pesar sobre todos los
rostros y ahogar las voces, cual si la inquietud y la
preocupación se hubieran hecho materia y envolvieran sus
cabezas como un tupido e invisible manto, ya que ningún
hombre sensato jamás se hace a la mar sin encomendar
antes su alma a Dios, y sin que su corazón caiga en la
opresión de la incertidumbre. Sin embargo, lo único que se
escuchaba de vez en cuando, era el gimoteaba a desgano
de algún niño en brazos.
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-¿Que os sucede? -le preguntó la madre a su pequeña
María del Cristo, que en esos momentos retardaba sus
pasos como si se negase a querer embarcar en aquel navío
enorme, asustador, monstruoso para la mente de una niña.
-¡Nada madre!, sólo un poco de miedo -dijo con voz
somnolienta.
-Veo que os gusta los misterios, no creáis que no lo
entiendo… Yo también los tengo, hija mía -reveló su
madre, apretándole un poco más la mano para trasmitirle a
la niña todo su cariño y afecto.
-Andaos, que no estamos a buen tiempo -insistió
Felipe, mirando a sus hijas mayores, que venían un poco
rezagas.
En aquel momento todos andaban en una caminata
solemne, pero tampoco se sabe cuáles oraciones llevarían
en esos momentos en mente, quienes con ellos emprendían
aquella madrugadora viaje, ni cuál de ellas resonaría en la
cabeza de muchos, si es que conocían oración alguna,
aunque todo indicaba que eran gentes piadosas.
No en tanto, doña María Gerónima, dentro de la
congoja que cargaba en su corazón, iba murmurando un
estribillo temeroso de una antigua tonada española que,
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una y otra vez, le venía a los labios sin que mediara en ello
la voluntad:
“Y cuando el infierno se lleve a los que mal
obraron, dile lo que sentiste cuando el sepulcro
guardaron.
Madre de Dios, ruega por nosotros a tu Hijo en
esta hora”.
El comportamiento piadoso tenía su razón de ser, y
no en vano, es que se comenta entre la marinería una frase
muy significativa:
“si quieres aprender a orar, entrad en la mar”.
Muy pronto don Felipe Pérez estaba de pie en la
pasarela, cuando un paje le hizo entrega, en nombre del
escribano, de las boletas que autorizaban el embarque de
toda su familia, y fue con ellas en manos que subieron a
bordo, donde todo era ya el ajetreado faenar de los
preparativos de la partida.
La nao “Nuestra Señora de la Encina” -alias “La
Bretaña”-, partió el día 21 del mes de agosto bien entrada
la mañana, pues el amanecer veraniego había sido
brumoso y los jirones de neblina que se engancharon
misteriosamente en los mástiles de los navíos, sólo
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empezaron a levantarse bajo el tibio roce de los rayos del
sol.
Después de concluidos todos os trámites, cuando
finalmente la nave zarpó a media mañana tras un retraso
de cinco horas, desde la orilla se la veía navegar
plácidamente hacia el oeste, alejándose lentamente de la
isla mientras soplaba una suave brisa bajo un cielo
despejado, quedándose algunos nubarrones asidos a la
costa tinerfeña.
Como esa mañana el tiempo estaba bueno y soleado,
desde la nao muy lentamente se perdía de vista el tope de
la montaña Cabeza de Toro, como si ello fuese una visión
inolvidable levantándose sobre un verdor montañoso y su
escarpada cumbre.
Desde Canarias debían adentrarse en el Mar de las
Damas, llamado así por los marineros porque se decía que
las mujeres podían gobernar allí las embarcaciones, pues
los vientos alisios soplaban de popa muy favorablemente.
Los Primeros Días de Navegación
Superada la escala en las Canarias comenzaba el
largo recorrido. Como había víveres abundantes, si no
ocurriese ninguna desgracia, los barcos seguirían su ruta
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en derechura. Marineros, grumetes y pajes cuidaban de la
navegación y del mantenimiento del buque. La “gente de
tierra” ya se preparaba para soportar un aburrido
hacinamiento.
A primera vista, “La Bretaña” parecía un navío
joven. Era robusto y bien trabado, como suelen ser todos
los galeones españoles. Su casco estaba bien cuidado y sus
aparejos no presentaban signos de herrumbre ni desgaste,
lo que hacía pensar en la poca vida marinera que había de
guardar su velamen.
Los inexpertos pasajeros luego fueron descubriendo
otras particularidades de la nave, y notar que por la popa
se levantaba un doble castillo, guarnecido con dos cañones
por banda, sobre el que colgaba el estandarte del capitán,
don Bernardo de Zamorategui, y a proa se alzaba un
alcázar hermosamente labrado, pero sin dotación artillera.
Otras piezas de artillería estaban sobre cubierta junto al
alcázar y otros dos cañones a popa, de los llamados
guardatimones, que flanqueaban al varón del timón.
También había algunas otras piezas más colocadas
estratégicamente en el navío.
Con relación al alojamiento de todos los que
embarcaron, hay que considerar que en la nao también
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viajaban oficiales, soldados, y algunos misioneros de la
Compañía de los Franciscanos y Jesuitas, y estos se
alojaron en los amplios compartimientos de la cubierta
inferior, donde también se amontonaban todas las
pertenencias, de manera que a cada hombre le
correspondía un espacio muy reducido.
Las mujeres y los niños fueron alojados en el
entrepuente, albergados en pequeñas cabinas sin conforto.
A medida que llegaban a bordo, luego eran conducidas por
una escala de madera que se hundía en el entablado del
puente, cerca del palo mayor.
Al bajar, en el vientre de la nave estaba oscuro cual
tripa de ballena y tan sólo cabía guiarse por la mortecina
luz de los farolitos que de tanto en tanto arrancaban de las
sombras los perfiles de las cosas. Sin embargo, daba para
notar que los diestros marineros se movían en ese interior
cual murciélagos en la noche, ágiles y veloces, como si
formaran parte del mismísimo casco del barco. Aquella
era una facultad que nacía en ellos más de la necesidad
que de la costumbre, pues en las noches de tormenta estos
sólo podrían confiar su vida a la capacidad de moverse en
la más completa oscuridad por el vientre de la nave, si es
que se la sabían de memoria.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 158
Las acomodaciones de las mujeres y niños eran
cuartuchos infectos donde apenas cabían de tres a cuatro
personas tumbadas en jergones licenciados de sudores, con
un taburete y un tonel que hacía las veces de mesa y sobre
el que descansaba un farolillo de aceite. El calor allí era
asfixiante y la humedad hacía que las prendas se les
pegaran al cuerpo como una segunda piel. Flotaba en los
ambientes un olor agrio a podrido y a orines, a chinches y
piel curtida. Sin duda, muchas murmuraron que aquello
era un pestilente sepulcro de aliento infernal, que les
prometía interminables noches de pesadilla durante el
viaje.
Durante las horas en que se retrasó la partida, para
los niños, que eran muchos, existía por primera vez el
fisgoneo de poder asistir curiosos las maniobras de la
tripulación; no en tanto, para los hombres existía aquella
desazón de ver cómo al cesar la brisa de la madrugada,
crecía la niebla y se postergaba una partida que todos
creían inmediata, mientras el barco caía en un expectante
letargo.
Con todo, hay que decir que a falta de lugar
disponible, los hombres fueron orientados a dormir junto
con la tripulación, en cubierta, hacinados y sin intimidad
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alguna, ya que el navío tenía las bodegas repletas, pues
dada la longitud de la travesía, debía llevarse mucha
comida y bebida para los pasajeros, tripulantes y animales
que iban a bordo, lo cual sin duda constituía un peso que
alargaba aún más el viaje.
Aquel primer día de travesía desde Canarias,
anocheció mientras aún se veía la cumbre escarpada del
pico Teide, el volcán siempre cubierto de nieve pura, la
que se iba tornando rosada al ser bañada por la luz de la
puesta del sol. Era una punta blanca resplandeciendo en el
horizonte violáceo. Hasta ese momento, los vientos de
África llegaban cálidos, suaves, soplando directamente
detrás de las velas y haciendo que el navío avanzara a
buena velocidad, mientras era acompañado por el
interminable crujir de las arboladuras y el rechinar de los
cables.
Luego vinieron los días subsecuentes, pero muy
pronto todo pareció volverse monótono y, para muchos, es
bueno agregar que esos primeros días de navegación se
hicieron muy duros, pues a los temores inherentes del
viaje, a la falta de costumbre y ante la visión de un mar
inmenso e inquietante, también se les sumaron los mareos
que les hacía vomitar continuamente. Pero cuando ya
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habían pasado tres jornadas completas, la gran mayoría
comenzó a sentirse mejor.
Al despertar cada nuevo día, los marineros se
desperezaban; estiraban la ropa pues era normal dormir
con la misma ropa con la que vivía el resto del día, y se
lavaban la cara y las manos con el agua que izaban del mar
en cubos. Dormían en diversos rincones de cubierta,
algunos cubiertos con esteras o mantas, otros al abrigo del
cordaje. Los más privilegiados extendían una hamaca,
invento americano que pronto se había extendido a todos
los barcos.
Los oficiales y viajeros más distinguidos pasaban la
noche en sus propios camarotes bajo cubierta y sobre
tarimas o esteras. El capitán dormía en su recámara,
cubierto con una colcha de lana.
Pero si la noche hubiera sido de tempestad o de
peligros, y habrían estado sin dormir, el capitán, en pie, se
ubicaba de manera de poder controlar todas las
operaciones, con la misión clave de mantener el rumbo y
llegar a puerto.
Por la mañana se tomaba un desayuno frugal,
preparado con bizcocho, galletas, algunos ajos, queso o tal
vez unas sardinas saladas.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 161
Una de las primeras tareas diarias era la de achicar el
agua que el barco “había hecho” en esa noche, mediante
las bombas de achique, tarea de la que se encargan
carpinteros, calafates y grumetes.
El equipaje de la gente de la mar era muy exiguo,
pues ellos guardan sus objetos personales en un baúl o
arca, que a veces compartían con otros. Escasa era también
su indumentaria. Y pintoresca. No existía uniforme ni
preocupación alguna por ir vestidos todos iguales. Solían
llevar camiseta de lana, blusa, tal vez capa corta, calzas,
un capuz o cogulla y un bonete rojo de lana con vueltas
azules, tal vez el único distintivo claro de marinero. Solía
vérselos cubiertos de lana de pies a cabeza. Y como rara
vez se denudaban o se bañaban todo el cuerpo, lo que da
para imaginar cuál en realidad era el tufo habitual a bordo.
Claro que la higiene de los marineros no era inferior a la
higiene normal de la época.
Y así, mientras la nave surcaba el océano, a bordo,
las horas transcurrían sin otra distracción que la lectura o
los oficios religiosos. Al principio, la misma rutina de la
vida de los marineros resultaba ser un espectáculo digno
de ver, principalmente para los niños y los más jóvenes,
pues era entretenido mirarlos cuidar del barco como se
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cuida de la propia casa. Izaban las velas o las reparaban
cuando era preciso, trepaban con agilidad en los palos,
arreglaban, recogían y ataban cabos hábilmente,
remendaban redes, fregaban la cubierta y revisaban los
aparejos o hacían reparaciones donde fuera necesario.
Pese al hacinamiento, la ventilación en cubierta
estaba garantizada, y en época de calmas esporádicamente
solían bañarse en el mar. Si había temporal las cosas
cambiaban, sobre todo por la dificultad de secar la ropa, ya
que a bordo el fuego era una amenaza; sólo se encendía
para poder cocinar en el fogón. Si la tempestad se
prolongaba, ya que ésta podía durar varios días,
imaginemos las consecuencias de llevar la ropa de lana
empapada.
Bajo cubierta, y como el barco llevaba pocas portas,
el aire se renovaba por medio de escotillas, que se
cerraban durante el mal tiempo, con el hedor consiguiente.
Si había animales a bordo, estos convivían con los
tripulantes en cubierta y bajo esta. Y aunque el agua
abundaba en el mar, la potable siempre suele escasear y en
ocasiones llega a constituirse un artículo de lujo.
Por la tarde, la rutina marinera continuaba. El piloto
o el capitán daban órdenes, que llegaban a los marineros a
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 163
través del contramaestre, y el sonido del silbato o de sus
gritos ya eran conocidos y esperados. De vez en cuando
podía oírse:
“¡Dejad las chafaldetas! ¡Alzad aquel brío!
¡Empalomadle la boneta! ¡Levad el papahigo!
¡Izad el trinquete! ¡Descapillad la mesana!"
Boneta, papahigo, mesana son, naturalmente, velas,
y la tradición marinera unía a cada operación trabajosa,
como recoger el cable del ancla o izar una vela, a una
canción o cantinela de trabajo que primero entonaba un
solista y luego repetían los demás a coro. Una de estas
letanías, en el italiano chapurreado de los marineros, decía
así:
“Bu izá Dios ayuta noi
que somo -ben servir
la fede -mantenir
la fede -de cristiano
malmeta -lo pagano
Sconfondi-i sarrabin”
Pero para mantener esa constante actividad en el
barco, había un sistema de turnos de cuatro horas que los
oficiales, marineros y grumetes conocían y respetaban a la
perfección; este solía cambiarse a las tres, a las siete y a
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 164
las once. Lo cual no evitaba que, de vez en cuando, se
organizaran sonoras peleas en las que se escuchaban los
más feroces insultos y las más escandalosas blasfemias.
Cuando esto ocurría, algunas madres se enervaban
con el contenido ofensivo e indigno de las maldiciones
que eran eyaculadas desde las bocas de los marineros, y
ellas los amonestan y regañaban diciendo:
-¡Cuidado, hay niños!... ¡Vuestras mercedes,
respeten a los demás! -en cuanto otras madres se
persignaban repetidas veces, o se apresaban a tapar los
oídos y los ojos de sus hijos, como si tal actitud les
sirviese para alejarlos de las blasfemias.
Cuando sucedían esas pugnas violentas entre la
tripulación, entonces se aplicaban castigos de forma
severa: restricción en las raciones de comida, trabajos
extras e incluso azotes que se propinaban pública e
implacablemente, lo que por su vez originaba nuevas
protestas por parte de las madres y padres, que suplicaban
al capitán para que no lo hiciese frente a ellos, pues
también habían niños presentes.
-No veo que haya necesidad de azotes, basta con un
periodo en la mazmorra, que servirá -decían algunos,
mientras otros agregaban:
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 165
-De seguro, ello no es un buen espectáculo para que
los niños vean. -Pero nadie se animaba a indisponerse con
los truculentos y amenazadores oficiales o con el severo e
inflexible capitán de la embarcación. Todo se quedaba en
comentarios y murmurios.
Cuanto al alimento, éste se repartía dos veces por día
y su composición en esta primera etapa no era mala, pues
aún se conservaban carnes, embutidos, verduras y frutas
que se habían adquirido en tierra, con lo que los cocineros
preparaban platos aceptables que se servían es cubierta por
los pajes. Pero claro que la alimentación a bordo, con sus
excesos de salazón, no hacía más que provocar sed.
Es de suponerse que la única comida verdadera -y
caliente- era la del mediodía. Tampoco existían cocineros
profesionales; eran algunos marineros viejos, ayudados
por pajes o grumetes, quienes elaboraban como podían, si
los vaivenes del barco lo permitían, guisos con cuanto
hubiera disponible en los enormes calderos, colocados
sobre unos trébedes o hierros en el fogón, que descansaba
sobre una base de tierra con carbón y brasas.
Podían utilizar vino, aceite de oliva, ajos, tocino,
bacalao, sardinas en salazón, tasajo o carne salada y
bizcocho duro o galletas de harina de trigo almacenado en
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 166
la parte más seca del barco. Pero conforme los españoles
se fueron acostumbrando a las Indias, estos añadieron a su
dieta el cazabe o yuca, que ya en su segundo viaje llama
Colón “pan de la tierra, que le querían más que al trigo”.
De postre podían tomar miel que, en general sustituía al
azúcar. Para Colón “el mejor mantenimiento del mundo, y
el más sano” aunque, antes de que se introdujese su
cultivo en el Caribe, resultaba muy cara.
Cada cual recibía su ración en una escudilla de barro
o en un plato de madera. La hora del rancho era un
momento bullicioso, salpicado de bromas y chanzas de
buen y mal gusto. Se formaban corrillos de amigos o
paisanos y se tragaba la pitanza, remojándola normalmente
con vino, que se conservaba mucho mejor que el agua.
La historia nos cuenta que el padre Bartolomé de las
Casas, un fraile dominico español al referirse a la comida
que se daba, solía decir:
"Negra comida sería la que ellos le darían, pues lo
es siempre la que suelen dar, aun a los pasajeros de su
misma nación."
Y éste tenía amplia experiencia de haber cruzado
varias veces el océano. Claro que los oficiales o pasajeros
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de postín comían aparte y tenían su propia despensa para
combatir la monotonía del rancho marinero.
Pero como fuere, aquí en la nao, estando sentados a
la hora de comer, siempre surgían los más veteranos en
esto de la travesía a Indias, que prontamente se encargaban
de advertir de lo que les aguardaba más adelante, a medida
que avanzaran las semanas.
-Aprovéchense vuestras mercedes -decían-. Ya
verán lo que han de comer… tasajos rancios y poco más.
Y de beber… agua maloliente es lo que habrá.
Durante el trayecto, un jesuita de nombre Marcos
Cabrera, supo distraer su ociosidad releyendo uno de los
libros que había reservado para el largo recorrido. Era un
ejemplar del “Viaje y Derrotero de las Indias”, escrito por
Ulrico Schmidl, el cual trataba de la apasionante crónica
de vívida autenticidad que los historiadores jesuitas
consideraban indispensable para conocer cómo se había
hecho la conquista del Río de la Plata. Mientras lo leía,
consideraba que éste era el testimonio escrito más valioso
incluso que el de Álbar Núñez, el cual había tenido la
oportunidad de leerlo durante su estancia en la Casa
Profesa de Sevilla,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 168
Sin otro entretenimiento que estas lecturas, o el
bordar y coser para las mujeres, las horas transcurrían
interminables, contadas una a una por el grumete
encargado de dar vuelta el reloj de arena, añadiendo la
cantinela religiosa correspondiente que el muchacho
entonaba con sonora voz:
“Bendita la luz y la santa Nuestra Señora de la
Encina
Y el Señor de la Verdad y la Santa Trinidad.
Bendita sea la fe, y el Señor que nos la manda.
Bendita sea la hora prima y el Señor que nos
redima.
Completada las estrofas, luego se iniciaba el rezo de
un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria que todo
mundo oraba junto una vez interrumpida cualquier otra
tarea que estuviera realizando.
Después, se concluía con un saludo semejante a éste:
“Dios nos dé buen viaje, buen pasaje tenga la
nao, el señor capitán y maestre y vuestras
mercedes, señores de proa y popa, timonel y
marineros y buena compaña a todos. Amén”.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 169
Era un sistema poco preciso, sobre todo en días de
tormenta, o en momentos de descuido o de un golpe de
sueño del grumete. Pero la hora podía ajustarse -claro está-
a mediodía, comprobando la sombra del sol, que debía
tocar el norte de la aguja de marear (la brújula) a las doce
en punto.
A cada despertar de un nuevo día renacía la vida a
bordo, y el nuevo turno de guardia ocupaba sus puestos. El
timonel indicaba el rumbo al capitán de la guardia, que lo
comunicaba a su vez al nuevo timonel. Había un vigía en
popa y otro en proa; los marineros relevados pasaban los
cálculos de velocidad y distancia transcurrida de la pizarra
donde los habían anotado al diario de a bordo. Pero por la
mañana, tan pronto como se había evaporado el rocío,
había que comprobar que las velas se encontraban en
perfectas condiciones, agitándolas.
La Primera Detención de la Nao
Aunque iba muy cargada, la nave hizo su primera
etapa del viaje en no poco más que una semana. Y como
hasta el momento el tiempo había sido bueno y los vientos
favorables, les llevaron pronto a divisar el litoral de la isla
de La Palma, última del grupo Canario de islas antes de
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 170
atravesar el océano Atlántico. Allí se habría de cargar un
complemento extra de víveres, incluyendo agua, frutas,
verduras y carne fresca.
Por ser una costa baja y bordeada de abundantes
caletas y playitas, a Nuestra Señora de la Encina le
correspondió echar ancla a una cierta distancia de la
rivera, y hacia la que en un santiamén comenzaron a
navegar decena de botes a golpe de remo. Eran esquifes
que venían desde tierra, los que a los cientos, se ganaban
la vida pescando y aprovechando la llegada de flotas para
sacarse un dinero extra transportando a los viajeros al
puerto.
Parecían haber sido más, pero después de esos pocos
días de navegación, todo el mundo a bordo estaba ansioso
por echar pie a tierra, por lo cual se formó una pelea a
causa de la impaciencia de unos cuantos marineros que
pretendieron saltarse el orden del desembarco. Pero a
estos, el capitán los castigó obligándoles a permanecer en
el barco haciendo guardia hasta el día siguiente.
Los jesuitas subieron al bote que les correspondió e
hicieron el trayecto que separaba la nao del puerto,
entusiasmados por poder pisar suelo firme y curarse de los
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 171
mareos. Como las aguas estaban serenas, tardaron poco
tiempo en llegar a la playa.
La barca se acercó y encalló en la arena, que en
aquel momento estaba llena de gente; pescadores,
comerciantes y arrieros de los pueblos cercanos que
venían a vender pescado, carne y verduras a los
encargados de aprovisionar los navíos, y con tal motivo
había un gran movimiento de ir y venir tal cual un
enjambre de abejas alrededor de una colmena. Muy cerca
del mar, atravesaron junto al resto de los viajeros los
conjuntos de chozas, unas de tabla, otras de paja, donde
los chicos y las mujeres secaban los peces, reparaban las
redes o sencillamente observaban curiosos la llegada de
tanta gente.
Allí mismo, en el poblado que había junto al puerto,
el maestre dio las instrucciones oportunas:
-De la fecha y la hora de embarque no puedo decir
nada, pues se partirá cuando llegue la flota portuguesa. De
manera que estén atentas vuestras mercedes al ver llegar a
los galeones que vienen de Lisboa. Cuando aparezcan en
el horizonte los barcos, háganse de cuenta de que no ha de
tardar la partida y vénganse aquí a los muelles a recibir las
nuevas. Mientras no lleguen los portugueses, disfruten de
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 172
tierra, que en muchos días no han de volverla a pisar…
¿Alguna pregunta? -dijo, levantando la cabeza más alto
para distinguir a los que se encontraban más atrás de la
rueda formada.
Hubo un murmurio, pero uno de los pasajeros le
pregunto al capitán:
-Señor maestre, ¿Cuántas jornadas hay de aquí a las
Indias?
-Eso sólo Dios lo sabe -respondió el maestre de la
Nuestra Señora de la Encina-; que en la mar no hay
fechas. Suele tardarse entre sesenta y setenta días si los
vientos nos acompañan. Así que coman vuestras mercedes
carne fresca y verduras, que luego los alimentos en el
navío ya no serán lozanos. Lo que se lleven vuestras
mercedes puesto en el cuerpo no se lo quitará nadie…
¿Alguna otra pregunta? -repitió con el mismo gesto
característico anterior.
Se miraron unos a los otros, pero nadie se animó a
preguntar nada, entonces la voz del capitán volvió a sonar
autoritaria:
-Pues andando, a gozar la isla -les despidió el
maestre.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 173
Los que estaban junto a los jesuitas, se separaron allí
mismo de los religiosos, pero antes de que se fueran, el
ignaciano Marcos Cabrera, les aconsejó:
-Por el amor de Dios, señores, compórtense como
buenos cristianos. No se olviden de que están de pasaje.
-No tenga cuidado, padre - le tranquilizó Antonio en
nombre de los demás-; que no le dejaremos mal.
-Eso esperamos -advirtió el cura, enarcando las
cejas.
-Al que dé el mínimo escándalo, lo dejamos aquí en
la isla. -sugirió el capitán con tono enérgico y potente,
para que todos lo escuchasen.
Antonio García estaba eufórico, frotándose las
manos de satisfacción. Había hecho un pésimo viaje, con
vómitos constantes que le habían dejado aún más delgado
de lo que estaba antes de embarcarse, y veía el cielo
abierto al poder ir por ahí a disfrutar de las delicias de la
tierra firme.
-Antonio…, ¡cuidado! -le avisó su primo Felipe-.
Estás bajo mi custodia. A ver si no lo echas todo a perder.
-¿Ahora va a desconfiar vuestra paternidad? -
respondió burlonamente su primo, acentuando la voz.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 174
-Cuidado con el vino, Antonio, sólo eso te digo. -
opinó Felipe, al mirarlo fijamente.
Después de esas advertencias, cada uno tomó la
dirección que más le interesaba. Los jesuitas se fueron a
estirar las piernas y a hacerse con provisiones particulares,
mientras que los demás miembros de la expedición,
jóvenes en su mayoría, a explorar las tabernas que
abundaban en las proximidades del puerto.
La Unión con la Flota
La flota portuguesa apareció en el horizonte luego
por la mañana temprano. La noticia de su llegada sacó de
la cama o los isleños que descansaban después del intenso
ajetreo de los días anteriores.
De nuevo empezó aquel ir y venir en el puerto e
idénticas operaciones que las realizadas dos días antes:
acarrear agua, carne fresca, frutas y provisiones para
ofrecérselas a los barcos que habían de repostar
necesariamente; y de nuevo los centenares de esquifes se
echaron al mar para traer pasajeros y tripulaciones de los
barcos. Pero si la vista de una nave sola ya resultaba ser
imponente, la presencia de una formación convertía el
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 175
litoral de la isla en un bosque de arboladuras que suponía
un verdadero espectáculo.
Cuando todos anclaron, primeramente desembarcó
el personal civil, los viajeros y los comerciantes y con
ellos numerosos eclesiásticos. Después las tripulaciones de
los barcos que no eran militares y las autoridades que iban
a Brasil a posesionarse de sus cargos. Por último, según
las ordenes de los altos mandos de la flota, la infantería y
toda la soldadesca.
Desde lejos se veían caer los botes por los costados
de los navíos repletos de hombres vociferantes,
bulliciosos, que después de más de quince días
embarcados, llegaban al puerto y a las playas formando un
verdadero ejército que se desparramaba en todas las
direcciones, ávido de comilonas y borracheras, lujurias y
camorras.
En tiempo hay que aclarar que, buscando una mejor
seguridad para atravesar el ancho mar, se había definido
que la nao Nuestra Señora de la Encina se uniría
temporariamente a la flota portuguesa hasta llegar a la
altura del norte de Brasil. Esa práctica camarada utilizada
por ambas Cortes, era una medida preventiva para evitar
los sorpresivos ataques de navíos piratas que infestaban
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 176
que ni tiburones aquella región de los territorios del norte
de Indias y tantas mermas y pérdidas estos causaban a
ambas Coronas.
La flota zarpó finalmente a primera hora de la tarde
del día 2 de septiembre, tras un retraso de más de seis
horas motivado por la deserción de varios soldados de la
armada portuguesa que fueron puestos en busca y captura
por las autoridades. Pero concluidos todos los trámites, se
vio que sería difícil encontrarlos y se dio la orden de
partida.
Ya atardecía cuando la larga flota de barcos
navegaba plácidamente alejándose de la isla. En el ocaso
soplaba una suave brisa del este y el cielo tenía nubes
desparramadas de norte a sur que se parecían a gruesos y
anudados hilos de algodón.
Cuando reinó la oscuridad, se oyó tañer la campana
del alcázar de popa del navío portugués São Vicente que
estaba próximo, y el grumete cantó la hora con el
melancólico tono de la lengua lusitana:
Deus, abençoai nossa noite,
e por favor faze-nos morrer em tua graça.
Boa noite! Boa viaje! Boa passagem!
senhor capitão e nosso mestre,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 177
senhores passageiros, cavaleiros,
timoneiro desperto esteja você. Amen
A partir de ese momento, en “La Bretaña”, algunos
hombres se ya tiraban sobre sus jergones para dormir, no
en tanto, muchos aún permanecieron despiertos un buen
rato en cubierta, entreteniéndose conversando, jugando a
los naipes, o bebiendo el vino o el aguardiente que habían
adquirido en la isla. Todo indicaba que los marineros a esa
hora estaban más relajados.
Al igual que cuando habían partido de Tenerife, por
las noches, en algunos espacios de la cubierta se formaban
corrillos en el que los veteranos contaban sus historias,
casi siempre exagerando en el relato, o tenían lugar
animados debates sobre asuntos de navegación o sobre si
esta o aquella feria portuaria era más o menos animada.
Otros en cambio, solitarios, se entretenían tallando
figuras de madera o realizando cualquier labor de
artesanía. También había quien sacaba una flauta, una
dulzaina o una guitarra, con las que buscaban animar un
improvisado auditorio con canciones cargadas de picardía,
o más tarde con coplas dulces, de amores, que encendían
la nostalgia en los corazones.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 178
Episodios con los Peregrinos
El estricto capitán Bernardo de Zamorategui
frecuentaba poco la cubierta, pues la mayor parte del
tiempo se la pasaba en su aposento, un relativamente
cómodo departamento ubicado en el alcázar de popa. Entre
otros quehaceres, allí rezaba el rosario al final de la tarde
junto con sus pajes, del alférez que le servía y algún
esporádico convidado.
Con una voz monocromática y monótona,
invariablemente iniciaba los paternóster y las avemarías
lentamente, o pronunciaba las largas letanías en latín que
eran contestadas por un desganado “Ora pro nobis… Ora
pro nobis… Ora pro nobis…” de los hombres que lo
acompañaban, a los que se les habría de vez en cuando la
boca.
-Más atención muchachos, más atención -reclamaba
el capitán cuando los veía extenuarse-. Que si este navío
se hunde, sólo Dios y Santa María han de valernos. Y esas
agoreras palabras a ellos les provocaban funestos
presentimientos y temores que les hacían estremecerse.
Concluida la oración, siempre cenaban un pedazo de
queso, algo de pan y unas tajadas de melón con algunas
fetas de jamón crudo. Eso era lo mejor que tenía el
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 179
capitán, que no les escatimaba el alimento. Quienes lo
acompañaban, entendían que bien merecía la pena tener
que corear en los rezos para beneficiarse de esa ventaja.
No en tanto, cuando alguno de los que estaban en su
compañía, alguna vez le solicitaban permisión para
retirarse, se oía:
-Si da vuaced su permiso y no precisa nada de mi
persona, he de ir a cubierta a evacuar…, o utilizaba
cualquier otro alegato.
A lo que el capitán siempre les respondía
cordialmente con una advertencia:
-Anda, ve de una vez muchacho, pero cuídate de las
conversaciones pecaminosas de los marineros.
Por aquellas épocas, para satisfacer las necesidades
naturales en ésta tipo de navíos, el procedimiento era muy
sencillo y poco discreto. Se defecaba o se orinaba sobre la
mar. Para ello los tripulantes se sujetaban de las cuerdas o
del propio navío.
En tiempo, he de decirles que “La Bretaña” estaba
mejor equipada, y cabe aquí aclarar que el lugar que estaba
dispuesto en la nao para hacer las necesidades, era una
tabla a modo de retrete portátil y replegable que se
extendía sobre el mar, en el que, sujeto a unas cuerdas, el
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 180
tripulante o pasajero defecaba u orinaba hacia las olas. A
este sencillo y poco discreto artilugio, los marineros lo
denominaban “el jardín”.
Una vez Felipe se llegó hasta el balcón de la proa
donde uno de los pajes del navío se encargaba de extender
o replegar el tablón si alguien lo necesitaba, pero al llegar
había una larga cola. Un soldado gordinflón, muy
debilitado a causa del mareo, tenía una gran diarrea y era
sujetado por cuatro compañeros mientras se esforzaba
trabajosamente asomando su gran trasero a la negrura del
océano.
-¡Ay, ay!... -se quejaba el gordo sujeto.
-¿No será mejor un orinal? -sugería entre quejidos.
-No Mendieta, que ya sabes de memoria que el
capitán del barco lo tiene prohibido. -Le decía uno de sus
dedicados compañeros.
-Pero aquí yo no puedo -retrucaba Mendieta entre
lamentos y más gemidos.
-Sabes que sólo los oficiales, los eclesiásticos, las
mujeres y los niños, tienen derecho a usar el orinal…
-¡Vamos! -se quejó uno de los que esperaba en la
cola-. ¿Termina o no vuestra merced? ¡Que los de aquí
vamos a reventar!
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 181
La imagen de aquel soldado, inmenso, sostenido
sobre la precariedad de la tabla en aquella grotesca
posición, asido a sus compañeros, provocó en Felipe una
risita que fue imposible ocultar.
-¡Eh! -le recriminó uno de los soldados- ¿De qué te
ríes tú?, so desaprensivo. ¿No vez lo que está pasando el
pobre?
-¡Ay, madre mía! -gimió el obeso soldado-. ¡No me
suelten vuestras mercedes!... ¡Por caridad!
En eso, al gordo se le escapó una sonora pedorrea y
pudo por fin evacuar.
-¡Vive Dios! -exclamó el hombre que se
impacientaba en la cola-. ¡Por fin!
En ese momento Felipe se volvió de espaldas para
que no vieran los compañeros del obeso soldado la risa
convulsiva que le embargaba irrefrenablemente. Pero uno
de ellos ya se había dado cuenta e iba hacia él, enfurecido.
-¡Qué poca caridad! -le dijo en la cara cuando se
aproximó-. ¿Tanta gracia te hacen los padecimientos de
nuestro compañero?
Felipe ya está doblado de la risa, cuando el soldado
enfurecido le asió por las ropas.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 182
-¿Tu no cagas, hombre? -gritó el gordo que,
terminaba con disgusto su faena en la tabla, y ya descendía
subiéndose los calzones.
-¡Nadie se mofa de Cándido Mendieta! ¡Ahora
veras! -amenazó con un vozarrón, cuando se acercaba cada
vez más donde su compañero sujetaba a Felipe que no
paraba de reír.
-¡Ah, ja, ja…! -trataba de explicarse Felipe-.
Disculpe vuaced… ¡Ja, ja, ja…! No puedo… ¡Ja, ja, ja…!
-¡Deja de reír, insensato! -le intimidaba el obeso
Mendieta alzando su puño.
Felipe forcejeó tratando de zafarse de ellos, pues
veía que estaban dispuestos a propinarle una paliza.
-¿Qué pasa aquí? -rugió de repente una recia voz.
-¿No sabéis por acaso que está prohibido peleas a
bordo? -rugió nuevamente quien llegó, al ver que nadie le
respondía… Era el sargento de la tropa.
-Este energúmeno se reía a nuestra costa -acusó el
soldado Mendieta-. Señor sargento, no está bien reírse de
un enfermo. Y yo estaba haciendo de cuerpo ahí, porque
tengo malas tripas, cuando…
-¡Basta ya! -gritó el sargento-. ¡Soltad ahora mismo
a ese hombre! Si se ha mofado de vuestra merced, ya me
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 183
encargaré yo de castigarle; pero no son quienes vuacedes
para tomar justicia por la propia mano. Cualquier alboroto
a bordo del navío está castigado con cincuenta azotes…
Así que ya lo saben.
Los enojados soldados obedecieron y soltaron
inmediatamente a Felipe, que ya imaginaba por el castigo
que le aguardaba.
-¡Hala, cada uno a su sitio! -ordenó el sargento-. Tú,
hombre, ven conmigo -añadió.
-Y vosotros, a vuestras tareas -decretó para los que
estaban en la cola.
Remoloneando, los cinco soldados se fueron en
dirección a la popa. Cuando hubieron desaparecido por
entre el gentío que abarrotaba la cubierta, el sargento se
dirigió a Felipe y le dijo:
-¿Se puede saber qué carajo estaba haciendo vuestra
merced metido en pendencia con estos mastuerzos?
-Es que el gordo estaba cagando ahí en el balcón del
jardín y me dio mucha risa verlo -se disculpó Felipe, con
una tenue sonrisa en los labios.
-¡Anda!, ve con cuidado, hombre -advirtió el
sargento-; mira de no meterte en líos, que en los barcos las
normas son muy severas y lo puedes echar todo a perder.
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-¡Ah, si lo hubiera visto vuaced, señor sargento!
¡Qué risa! Ésos agarraban al gordo y… -continuó
explicando Felipe.
-Bueno, bueno, -le cortó en hombre-; ya es hora que
usted vaya a lo que le interesa, que yo tengo otros
quehaceres -ordenó el sargento, dando media vuelta para
alejarse de allí.
La Calma Navegación
El viaje podía hacerse siguiendo la ruta que en 1500
trazó la expedición encabezada por Pedro Álvarez Cabral,
que tardó 44 días en llegar al Nuevo Mundo desde el río
Tejo, en Portugal, hasta el río Frade, en el litoral brasileño.
Este era el recorrido hecho por las flotas españolas o
portuguesas durante años. Pero después de unificarse los
dos reinos bajo la Corona española hasta la fecha, sólo se
autorizaba una ruta, la que salía del litoral peninsular,
hacía escala en las islas Canarias, e iba en un único
recorrido hasta cerca de las Antillas, dividiéndose a seguir
en los diferentes convoyes que partían hacia los restantes
destinos.
La causa de aquella unificación, estaba en la
voluntad del Consejo de Indias de querer mantener un
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 185
mayor control en los desplazamientos, así como de
facilitar la defensa de las flotas frente a la piratería cada
vez más abundante en el Atlántico.
Mientras surcaban el mar, los días a bordo se fueron
haciendo monótonos para quien no sabía leer, pero para
aquellos que ya habían conquistado ese don, se
aprovechaban de las largas horas de luz y del buen tiempo
para leer en cubierta, algunas veces sentados sobre unos
fardos que estaban colocados debajo de un entoldado que
caía desde el techo del castillo de proa.
No en tanto, a Antonio García le gustaba más
cuando llegaba la noche, porque el ambiente a esa hora se
ponía distendido y alegre, cuando los corrillos de
marineros, soldados y gente de tierra ocupaban casi todo el
espacio. Durante las otras horas, tanto su primo como la
mayoría de los iletrados que holgazaneaban en cubierta, se
asomaban por la baranda torneada que protegía la borda de
proa, y se entregaban a perder la mirada en la inmensidad
del mar, disfrutando la brisa fresca que les acariciaba el
rostro.
Las aguas tenían un color muy azul y no eran muy
amenazadoras, pero al estar allí, se sentía esa rara
sensación, ligera y elástica, que le invade a uno en ciertas
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 186
ocasiones al navegar, cuando observa las crestas de
espuma sobre las olas que se multiplican y se pierden en el
infinito, o al notar la insignificancia del barco en la
grandeza del cielo y el océano, los ilimitados contornos…
El maestre de la “Nuestra Señora de la Encina”, se
mostraba encantado por la manera tan prospera en que
estaba transcurriendo el viaje. El viento venía de popa y
tan recio que de día y de noche los barcos avanzaban por
su ruta dejándose llevar, con el velaje tendido, casi seguro
de llegar a destino antes de lo previsto.
Mientras tanto, el ignaciano Marcos Cabrera,
además de con la lectura, se entretenía satisfaciendo su
curiosidad acerca de los asuntos de la navegación. Su
instinto observador y su natural deseo de conocer cosas se
despertaba ante el gran misterio que representaba el viejo
arte de gobernar los navíos, que para él era más que una
mezcla de ciencia e intuición.
Aprovechando que le había caído en gracia al
maestre de la nao, Bernardo de Zamorategui, siempre que
podía se subía al entrepuente y allí se enteraba de todo lo
que concernía al desarrollo de la travesía.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 187
-Hombre, padre Cabrera -le decía bonachonamente
don Bernardo, alegrándose sinceramente de verle-. Qué,
¿ya está vuestra paternidad a aprender a ser marino?
-Aquí estoy, señor maestre… si no le molesto -
respondía el cura.
-¡Qué me va molestar vuestra paternidad! -
pronunciaba suavemente el maestre-. Ya le explicaré yo
todo lo que quiera saber acerca de las artes de marear.
El capitán Bernardo de Zamorategui le fue
explicando en sucesivos días la manera en que los
navegantes se guiaban en las rutas que iban de España a
Indias. Cómo los navíos, partiendo de Sanlúcar de
Barrameda o de la bahía de Cádiz, seguían el camino que
los pilotos y navegantes tenían por más seguro y más
cierto.
-Partiendo de los susodichos puertos -le explicó un
día-, y guiándose hacia el sudoeste, llegaban a reconocer la
isla de Tenerife navegando 230 leguas; partiendo de la
cual debían recorrer la vía del oeste cuarta al sudoeste,
para dejarse llevar por las corrientes y los vientos
favorables e ir a recorrer a 800 leguas las islas de los
Caníbales, la Deseada, la Guadalupe o la Dominica…
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 188
-Entonces, ¿eso se sabe mediante un mapa? -
preguntó ingenuamente el curioso de padre Cabrera.
-¡Ah, ja, ja, ja…! -Rio con ganas el capitán haciendo
balancear su barriga.
-Si se trata de guiarse por un mapa, el navegador
puede no llegar nunca -le dijo.
-¿Entonces?
-Las cartas de marear son necesarias, naturalmente,
porque los portulanos indican los accidentes de la línea
costera y ayudan a reconocerlos. Pero gracias a los
paralelos y meridianos de Mercador y a la aguja de
marear, el astrolabio o el cuadrante, es como llegamos a
orientarnos hoy en día, sin perder de vista la posición del
sol o las fases de la luna, claro. -aclaró Bernardo de
Zamorategui.
-¡Qué interesante! -Pronunció el fisgón del cura.
-Ya le gusta esto, ¿eh, padre Cabrera? ¡A ver si va a
dejar vuestra paternidad los hábitos y se va hacer
navegante! -rio otra vez el capitán alisándose los bigotes.
-¡No, hombre, eso no!
-Ya, padre, ya. Si es guasa.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 189
El Día de la Ración Extra
Hasta cierto punto del viaje, la velocidad fue buena
mientras sopló aquel recio viento de popa, pero cierto día,
mientras los marineros oteaban el mar para ver si
encontraban indicios de tierra firme, aquellos claros
señales flotando en la superficie como palos, hiervas,
pájaros y otros elementos flotantes, faltó el viento y
sobrevino una desesperante calma que duró tres días.
Después, los barcos tuvieron que depender de las pocas
brisas que soplaban, lo cual los obligaba a navegar en
zigzag, porque frecuentemente ellos venían de cara.
Durante el desdoblar de esas maniobras, los navíos
se aproximaban peligrosamente unos de otros y los pilotos
se gritaban desde el entrepuente sus opiniones; si no era
mejor hacer esto o aquello. Pero pronto se vio que no
había otro remedio que dirigirse hacia el sudoeste, pues
aquellas desconcertantes rachas de viento poco uniformes
que aparecían de vez en cuando eran difícilmente
aprovechables.
Pero durante uno de esos días en que vieron
obligados a permanecer inmóviles a consecuencia de la
calma, sucedió un hecho inesperado. De repente se
escuchó un gran alboroto, y la tripulación y los pasajeros
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 190
comenzaron a correr hacia la baranda de la borda de
estribor.
-¡Ahí, ahí está! -Se escuchó gritar a Tomás
González, un pasajero de 42 años, colono de Santa Cruz, y
que había sido soldado de la Corona.
-¡Ahí, ahí! ¿No lo veis? -se sumó Antonio, apoyado
medio cuerpo sobre la baranda, y haciendo coro con los
gritos del otro pasajero.
El padre Cabrera fue como uno más, llevado por la
curiosidad, a ver qué sucedía.
-¡Ahí, padre, mire ahí! -le indicó uno de los
marineros que se había juntado al grupo de curiosos-. Es
un cachalote -dijo.
El jesuita se fijó en el lugar que el marinero le
señalaba. Efectivamente, muy cerca, a unos metros del
costado del navío se alzaba el lomo negruzco de un animal
marino. Los contornos del enorme cuerpo podían
distinguirse perfectamente en la transparencia de las
aguas.
-¡Santo Dios! -exclamó el padre Cabrera-. ¡Cómo es
posible!
-No es algo corriente -le explicó el marinero-. Pero
algunas veces estos grandes peces se aproximan mucho a
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 191
los barcos. Recuerdo una vez… -iba diciendo cuando fue
cortado por una voz estridente.
-¡Apartaos, apartaos de ahí todo el mundo! -irrumpió
de repente el maestre Bernardo de Zamorategui, que venía
todo sonriente a ver que sucedía.
-¡Paso, paso al capitán! -gritó el sobrecargo.
Zamorategui se asomó a la baranda y miró hacia
donde se encontraba el cachalote, que ahora estaba mucho
más cerca.
-¡Voto a Cristo! -exclamó entusiasmado. Se frotó las
manos con nerviosismo y observó bien el pez.
-Qué, señor maestre -le dijo el sobrecargo-, ¿vamos
a por él?
-Por supuesto -contestó Bernardo-, ¡me cago en…!
¡Vamos, a qué esperáis! -ordenó muy alterado-. ¡Traed los
apaños! -gritó.
Enseguida vinieron varios marineros trayendo unos
grandes arpones, sogas, garruchas y otros instrumentos.
-¡Timonel, vira a bordo cuanto puedas! -ordenó a
gritos Bernardo.
A golpe de remo, “La Bretaña” se fue aproximando
al cachalote.
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-¡Vienen los del São Vicente! -avisó uno de los
marineros a coro con otros pasajeros.
El capitán miró y vio que, efectivamente, otro de los
navíos se dirigía muy dispuesto hacia donde estaba el
deseado pez.
-¡Estos hijos de puta! -rugió Bernardo.
-Pero… ¿qué quieren hacer? -preguntó el padre
Cabrera al marinero.
-¿Qué va a ser, padre, sino pescar ese bicho?
-¿Para qué?
-¡Uf! ¡Pues no tienen buena carne los cachalotes
esos! ¿No ve vuestra paternidad que con ese retraso ha de
faltarnos alimento? Además, seguro que el señor Bernardo
piensa vender la grasa y sacar unos buenos cuartos.
Serían por estos importantes motivos por lo que el
capitán no estaba dispuesto a que el São Vicente le
arrebatara su codiciada presa. Así que, al ver que su rival
se aproximaba decidido al cachalote, agarró la bocina y le
gritó a su maestre:
-¡Como toques al bicho, te arreo un cañonazo!
El maestre del São Vicente le contestó resuelto:
-¡Eso es el mar, Zamorategui; con lo cual es de
quien lo coja!
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-¡Estaba más cerca de nuestro barco! -replicó
Bernardo, indignado.
-¡Y una mierda! -le respondió el otro capitán.
Sin pensarlo dos veces, el capitán se bajó de un salto
del entrepuente y les gritó a sus hombres:
-¡Descolgad la chalupa y echadla al agua!
Obedientes, los marineros de “La Bretaña”
comenzaron a soltar los nudos de las sogas y a descolgar
uno de los botes. Bernardo, dos marineros y el sobrecargo
se subieron a él con los arpones. Pronto caía la chalupa al
mar y remaban desaforados en dirección al cachalote.
Los pasajeros, especialmente las mujeres y los niños,
que a esas alturas ya estaban aglomerados en la borda,
lanzaban exclamaciones y gritos, algo asustados por el
espectáculo, y temiendo que aquella enorme bestia marina
fuera a hacerles algo.
-Verá ahora vuestra paternidad la maña que se da el
señor Bernardo -le aseguró el marinero al padre Cabrera.
El bote se acercó cuanto pudo al cachalote, que se
hundía, sacaba el lomo y expulsaba agua en fuertes
resoplidos sin que pareciera que le afectara la proximidad
de los humanos. Entonces el capitán se irguió, alzó el gran
arpón por encima de su cabeza y lo lanzó sobre la piel del
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 194
gran pez, en la que se clavó profundamente. Un gran
aplauso y vítores de los marineros le aclamaron.
A seguir, la tripulación comenzó a tirar de la soga
mediante unas garruchas instaladas en un lugar resistente
del navío. Bernardo clavó un par de arpones más y se
inició la feroz lucha para traer el cachalote. La chalupa se
zarandeaba y parecía que iba a zozobrar, pero finalmente
el gran animal fue amarrado al costado del barco.
Intentaron izarlo durante horas, pero no podían con
él. El peso del cachalote era enorme. Con tantos esfuerzos
y operaciones cono hicieron buscando la manera de
subirlo a la cubierta, terminaron por romper parte de las
barandas de la borda e hicieron algún que otro destrozo en
la nao.
-¡Mentecatos! ¡Mendrugos! ¡Pazguatos! -les gritaba
enardecido el capitán a su tripulación-. ¡Atajo de inútiles!
A última hora de la tarde, viendo que no podían izar
el cachalote de ninguna manera, decidieron trocearlo y
subir a bordo cuanta carne fuera posible. El resto quedó
flotando en el mar, donde el São Vicente envió a un par de
botes para que extrajesen lo que de aprovechable quedase.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 195
Esa noche, en la calma que propiciaba aquel mar
sereno, la carne de cachalote fue motivo de fiesta en “La
Bretaña”.
La Visión de las Sirenas
Era normal ver al ignaciano Cabrera sentado en
cubierta y rodeado casi siempre de niños, jóvenes y
algunos adultos, momento en los cuales aprovechaba para
catequizar, enseñar y entretenerlos contándoles historias
para enriquecer sus mentes. Y así sucedió una de aquellas
tardes cuando Bartolomé, que estaba junto a sus hermanos
y otros chiquillos, dijo haber visto por la borda a algunas
sirenas.
-Ellas no existen -retrucó María Antonia, su
hermana.
Pronto se escuchó en el grupo un coro de voces
defendiendo los sí, y los no, e incluso los empero, hasta
que la niña se dirigió al religioso y le preguntó si estos
seres en realidad existían o no.
-En verdad, -comenzó a decir el clérigo-, ellas están
relacionadas con la visualización que han hecho los
antiguos marinos en distintos océanos, pero debido a los
relatos de Homero, estos se interpretaron como historias
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 196
ficticias, y las sirenas fueron tomadas como personajes
mitológicos.
-¿Pero existen, o no, vuestra merced? -instigó
Bartolomé.
-Bueno, yo les voy a contar lo que se dice de ellas en
el artículo “Los Elementales”: “Innumerables son los
habitantes de las aguas, especies animales y vegetales aún
desconocidas, y lo mismo ocurre con seres feéricos y
legendarios. Las sirenas son, entre ellos, los más
conocidos. Les siguen en popularidad las ondinas y las
ninfas…”
Nadie dijo nada, y el murmullo común en un círculo
de niños, se apagó por completo. Todos querían escuchar
cada palabra del ignaciano.
-¿Quizás algunos de ustedes hayan oído hablar de
las mujeres-foca, de las hadas lavanderas o de las
náyades? -quiso saber Cabrera, notando haber captado el
interés de su inaudita platea. Tal era el silencio, que en ese
momento sólo se escuchaba el ruido del agua golpeando
en el casco del navío.
-Las sirenas eran el equivalente a las ninfas pero en
el mar -volvió a explicar con voz pausada-, pues residían
en la zona de Sicilia cerca del cabo Pelore. Sus padres
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 197
fueron Calíope y el río Aquelao, según unas versiones y
Forcis, o Gea, según otras. El número exacto de ellas no
está totalmente claro, hay quien afirma que eran tres, pero
también se dice que fueron cinco e, incluso ocho.
-¿Y cómo eran, señor padre? -buscó saber María
Francisca, otra hija de emigrantes que viajaba con ellos.
-Cuentan que el cuerpo de las sirenas, a pesar de que
vivían en los océanos y de lo que tradicionalmente se ha
representado, estaba formado por un cuerpo de ave y un
rostro de mujer, por lo tanto, no tenían aletas, sino alas.
Las sirenas detentaban una voz de inmensa dulzura y
musicalidad y se prodigaban en cantos cada vez que un
barco se les acercaba, por lo que los marineros, encantados
por sus sonidos, cuando no podían huir de ellas se
arrojaban al mar para oírlas mejor pereciendo
irremediablemente. Sin embargo, si un hombre era capaz
de oírlas sin sentirse atraído por ellas, una de las sirenas
debería morir. Fue esto lo que propició el héroe Odiseo,
más conocido como Ulises; pues cuando Odiseo estaba
viajando en barco en una de sus muchas hazañas, halló a
las sirenas y para evitar su influjo ordenó a sus tripulantes,
según consejo de Circe, que se taparan los oídos con cera
para no poder escucharlas mientras que él se ató al mástil
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 198
del barco con los oídos descubiertos. De esta forma,
ninguno de sus marineros sufrió daño porque no oyeron
música alguna mientras que Odiseo, a pesar de que había
implorado una y otra vez que lo soltaran, se mantuvo junto
al poste y pudo deleitarse con su música sin peligro
alguno. En consecuencia, una de las sirenas tuvo que
perecer y esta suerte le sobrevino a la sirena llamada
Parténope. Una vez muerta, las olas la lanzaron hasta la
playa y allí fue enterrada con múltiples honores. En su
sepulcro se instaló después un templo. El templo se
convirtió en pueblo, y finalmente, el lugar donde fue
enterrada esta sirena se transformó en la próspera Nápoles,
llamada antiguamente Parténope. También existe otra
leyenda acerca de las sirenas que afirma que los
Argonautas también sobrevivieron a su influjo porque
Orfeo, que les acompañaba, cantó tan maravillosamente
que anuló completamente su seductora voz.
¿Y ese fue su verdadero origen, vuestra paternidad?
-añadió otra chiquilla, fascinada por las palabras del
jesuita.
-Es difícil es dilucidar el verdadero origen de las
sirenas -aclaró el religioso con voz pausada-. Pero dejando
a un lado a las antiguas sirenas con forma de mujeres-ave,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 199
se dice que la primera mujer-pez conocida, fue Atargatis,
la diosa de la luna, protectora de la fecundidad y el amor.
Entonces, Atargatis, perseguida por Mopsos, se sumergió
en el lago Ascalón con su hijo, y se salvó gracias a su cola
de pez. Esta leyenda se confunde con la de la diosa siria
Derceto, que también se arrojó a las aguas del mismo lago,
después de matar a uno de sus sacerdotes y abandonar a la
hija de ambos en el desierto. Derceto recibió la cola de pez
como símbolo de su pecado, y su hija, criada por las
palomas, se convirtió en Semíramis, reina de Babilonia.
También puede encontrarse una semejanza con las sirenas
en la diosa Afrodita, hija de Zeus convertido en espuma de
mar, que fue diosa del amor y protectora de los marinos.
Su espejo ha sido heredado por toda la estirpe de sirenas.
Para buena parte de los sabios griegos, sin embargo, las
sirenas tienen por padre a Aqueloo, un río personificado
en figura de hombre con cola de pez. En cuanto a la
madre, la confusión crece, ya que puede ser la diosa de la
memoria, o alguna de sus hijas, las musas. Quizá las
sirenas sean hijas de la Elocuencia, de la Danza, de la
Tragedia o de la Música. Y hasta podrían ser hijas de
Ceto, la ballena.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 200
En la rueda, los niños estaban embelesados con el
tácito relato y sólo se escuchaba las voces de algunos
marineros que estaban a atar cabos, trepar por los palos,
arreglar cuerdas y velas, hacer cuerdas nuevas con cabos
viejos o remendar redes, fregar la cubierta y las batayolas,
revisar los aparejos y hacer pequeñas chapuzas y
reparaciones.
-También se dice que el dios Océano y su hermana
Tetis tuvieron trescientas hijas, -señaló el padre Cabrera
ante un coro de ¡uh!, ¡shhh! y otras expresiones de
espanto.- Se les llama las Oceánidas, que luego se
extendieron por todos los mares y los abismos marinos.
Una de ellas, Dóride, fue madre de otras cincuenta ninfas
de agua, las Nereidas, llamadas así en honor a su padre
Nereo, de la raza de los Viejos del Mar, creada también
por Océano y Tetis. Se dice que las Nereidas habitan en el
Mar Mediterráneo, y cada una de ellas representa una de
las formas de este mar. Por ejemplo, Talía es la sirena
verde, y Glaucea, la azul. Dinamenea simboliza el vaivén
de las olas, y Cimodaré, la calma. Una de las Nereidas,
Anfitrite, fue amante de Poseidón y madre de los Tritones.
También cuentan que las Nereidas protegían a los barcos,
y no cantaban para atraer a los marinos, sino para
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 201
complacer a su padre. Los antiguos describieron a las
Nereidas con el cuerpo cubierto de escamas y formas de
pez. A partir de este punto, el mito de la Sirena fue
creciendo por todo el mundo como las ondas en la
superficie calma del agua...
-Hasta en los mapas del Renacimiento podía leerse
la frase “Hic sunt sirenae”, algo así como: “aquí están las
sirenas” -aclaró el ignaciano-, palabras que fueron escritas
en medio de las áreas destinadas a los océanos. De igual
forma, cuentan que el hombre que surcó el Atlántico,
Cristóbal Colón, también asegura que él y sus hombres las
vieron, aunque no tan bellas como cuentan las historias.
Muchas crónicas de reyes refieren la existencia de
sirenas capturadas, y aún navegantes y exploradores
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relatan encuentros con mujeres marinas, como una que
apareció en la Antártida u otra en las Bahamas. Dicen que
la primera tenía los cabellos verdes, y la segunda, azules.
Y sin ir más lejos, cuentan que en Liérganes, un municipio
español, existió un hombre-pez, y también circulan
rumores de otro ser de estas características en el río Ebro.
-Vieron como es verdad que yo vi una de ellas -
retrucó Bartolomé, repasando su mirada por todos los
otros chiquillos, pues aún insistía con defender su visión.
-Si tú la has visto o no, no lo sé Bartolomé -interfirió
el jesuita para calmar los ánimos-, pero he de recitarte una
copla que suelen pronunciar los marineros: “Encantan a
los mortales que se les acercan. ¡Pero es bien loco el que
se detiene para escuchar sus cantos! Nunca volverá a ver a
su mujer ni a sus hijos, pues con sus voces de lirio las
sirenas lo encantan, mientras que la ribera vecina está
llena de osamentas blanqueadas y de restos humanos de
carnes corrompidas...” Este texto que fue escrito hace
2.500 años, es probablemente el origen de la más antigua y
conocida de las leyendas: las sirenas que atraen a los
marinos con sus voces mágicas, y hacen encallar los
barcos y ahogarse los tripulantes. El bardo Homero lo
imaginó así, y así nos lo contó en La Odisea. Pero las
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páginas de muchos otros libros se han nutrido de los seres
de las aguas, y las leyendas, como ríos de la memoria de la
Humanidad, han permanecido hasta nuestros días. No se
olviden que las sirenas son personajes mitológicos cuyo
canto embrujador llevaba a los marinos a la perdición. Sus
métodos de seducción varían de un relato a otro, pero
todas ejercían una atracción sin parangón sobre los
navegantes. El primer testimonio acerca de la aparición de
sirenas se remonta a La Odisea de Hornero, que relata las
aventuras tumultuosas del héroe griego Ulises, durante su
largo viaje de regreso a Itaca, después de la guerra de
Troya. Las sirenas de la época, como ya les dije, no eran
esos seres mitad mujer, mitad pez, que las leyendas más
modernas retuvieron, sino unas aves con cabeza y pecho
de mujer…
-¿Pero ellas son de verdad, o pura fantasía, vuestra
paternidad? -alguien de grupo quiso saber, levantando su
brazo para interrumpir tan interesante relato.
-Cuentan que en la mitología griega, las sirenas
vivían en una isla del Mediterráneo. Su canto era tan bello
que los marinos que las escuchaban no lograban
resistírseles y dirigían sus naves contra los arrecifes. Pero
los supervivientes eran asesinados sin piedad. Cuando
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Ulises abandonó la morada de la hechicera Circe, sabe que
debe pasar cerca de la isla de las sirenas. Siguiendo los
consejos de la hechicera, el astuto héroe recurre a una
estratagema que le permitirá oír y no obstante salvar la
nave y a sus compañeros. Recuerden que les conté que él
manda a sus marineros que se tapen los oídos con cera
después de haberles pedido ser fuertemente atado al
mástil, así podría saciar su curiosidad escuchando el canto
de las sirenas, sin ceder a su encantamiento. Este canto se
revela melodioso y desgarrador, y está colmado de bellas
promesas. Finalmente, el barco pasa y los héroes escapan
al funesto destino de tantos otros marinos. Sin embargo,
Ulises no es el único en enfrentarse a las sirenas. El poeta
mítico Orfeo, que acompaña a Jasón en búsqueda del
vellocino de oro, logra también resistir a su fatal encanto.
En el instante en que Jasón y sus hombres, los argonautas,
atraídos por las melodiosas voces, cambian de rumbo y se
dirigen peligrosamente hacia los arrecifes de la isla, Orfeo
toma su lira y entona un canto tan sublime que cubre las
melopeas de las sirenas y salva a los marinos,
arrancándolos de su mortal contemplación.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 205
-No sé si ya les conté que las sirenas de la época
homérica fueron tres hermanas, hijas del dios río Aquelloo
y de la musa de la poesía Calíope. Lidia toca la flauta,
Fartenopea la lira y Leucosea lee los textos y los cantos.
Ellas eran antiguas compañeras de Perséfone, hija de Zeus
y de Deméter, raptada por Hades, el dios de los Infiernos,
y entonces ellas pidieron a los dioses que les otorgaran
alas para poder salvar a la joven y traerla de vuelta sobre
la tierra. Según otra versión, deben su apariencia a
Deméter, que quiso castigarlas por haber sido negligentes
en el cuidado de su hija. Y otra cosa -manifestó el padre
Cabrera, arqueando sus cejas para despertar más interés de
su atenta platea-, su nombre proviene del término latino
siren, que a su vez proviene del griego seirén, de la palabra
seim, lazo, cuerda, recordando sin duda el poder
cautivador de las sirenas.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 206
-¿Cómo en realidad ellas eran? -preguntó con la voz
un poco trémula, Domingo, de 9 años, hijo del colono
Juan Martín.
-Creo haberles explicado que la apariencia física de
las sirenas evolucionó. - aclaró el clérigo realizando un
señal de afirmación con su cabeza.- En la época griega,
eran representadas como seres alados, con cara humana y
cuerpo de ave como lo prueban diferentes vasijas griegas
antiguas. Su transformación en criaturas mitad mujer,
mitad pez, con la parte inferior recubierta de escamas, se
remonta al parecer a la Edad Media y a las leyendas celtas
y germánicas. Pero, ya bajo el Imperio romano, se les
confunde con las Nereidas, las cincuenta hijas de Nereo,
dios marino, y de Doris, descendiente del titán Océano.
Las bellas Nereidas son las ninfas del mar y por lo tanto
no es sorprendente que hayan sido tomadas por sirenas,
también figuras marinas... Sea como sea, esta leyenda,
nacida de la mitología griega y transmitida a través de los
siglos, permanece durante mucho tiempo vivaz y continúa
asediando la imaginación de los navegantes del mundo
entero. Pero aunque las sirenas nacieron de la imaginación
de los poetas griegos antiguos, la tradición que éstas
inspiraron se transformó y se desarrolló con el paso del
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tiempo, particularmente bajo la influencia del folklore
nórdico.
-¡Padre Cabrera!, ¿Qué significa “folklore nórdico”?
-preguntó una muchacha.
-Bueno, en realidad, eso significa igual que decir
mitología nórdica… Una tradición de los países del norte
de Europa.
¿Y allí también había sirenas? -intentó saber
Bartolomé, cada vez más engatusado con los sabios relatos
del eclesiástico.
-Si las hay, no sé, pero se decirte que todas las
leyendas irlandesas e inglesas hacen referencia a la
presencia de sirenas a lo largo de sus costas, mientras que
la mitología germánica las ve surgir de la espuma de las
olas. No en tanto, la tradición bretona relata que Ahez, hija
del rey Grallon, habría sido sumergida en las aguas por
haber entregado la ciudad de Ys al diablo y a las olas, y se
habría convertido en sirena. Y Saxo Grammaticus, un
cronista de los siglos XII y XIII, describe por su parte el
combate del rey danés Hadding, hijo de Gram, contra un
monstruo acuático, mitad hombre, mitad pez, y donde se
pesca a un hombre-sirena. Las representaciones de sirenas
se multiplicaron durante la Edad Media y se transformaron
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en uno de los temas favoritos de decoración de los
manuscritos. Hacia el año 1200, el cronista inglés Ralph
de Coggeshall escribe: “Durante el siglo pasado, bajo el
reinado del rey Enrique II, unos pescadores de Oxford
capturaron en el Canal de la Mancha a un hombre
desnudo, que nadaba con soltura bajo el agua. Encerrado
durante varios días, éste se alimentó principalmente de
pescado. No pronunciaba la más mínima palabra, aun bajo
las peores torturas. Devuelto al agua, rasgó la red que lo
retenía y consiguió hacerse mar adentro. Después de un
tiempo, volvió a la orilla y vivió durante dos meses entre
la gente de Oxford antes de volver definitivamente a su
elemento natural”.
Historias Verídicas -y otras no tanto- de
Sirenas y Tristones (x)
Estos extraños seres han figurado en numerosos
relatos a lo largo de los siglos. Sin embargo, ¿son los
hombres pez tan sólo quimeras pintorescas de nuestra
imaginación, o existen en el mundo real? Según el
periódico surafricano Pretoria News del 20 de diciembre
de 1977, una sirena fue hallada en un desagüe en el distrito
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 209
de Limbala, etapa III. Los relatos son confusos y es difícil
determinar quién vio qué -y qué fue exactamente lo que
vieron los testigos-, pero tal parece que la “sirena” fue
vista primero por unos niños y, a medida que se difundió
la noticia, se fueron aglomerando los curiosos. A un
periodista le dijeron que la criatura parecía ser una “mujer
europea de la cintura para arriba, mientras que el resto de
su cuerpo tenía forma de cola de pez, cubierta de
escamas”.
Las leyendas sobre sirenas y tritones se remontan a
la antigüedad y hacen parte del folclor de casi todos los
países del mundo. A lo largo de los siglos, los hombres
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 210
pez han sido vistos por testigos de reconocida integridad, y
siguen viéndose en la actualidad.
El primer tritón registrado por la historia fue Ea, un
dios con cola de pez, más conocido como Oannes, una de
las tres grandes deidades de los babilonios. Ejercía
dominio sobre el mar y también era el dios de la luz y de
la sabiduría, además de haber sido quien llevó la
civilización a su pueblo. Oannes fue originalmente el dios
de los acadios, un pueblo semita del extremo norte de
Babilonia; los babilonios derivaron de él su cultura y ya en
el año 5000 a.C. se le adoraba en Acad.
Casi todo lo que sabemos sobre el culto de Oannes
proviene de los fragmentos que han sobrevivido de una
historia de Babilonia en tres volúmenes, escrita por
Berossus, un sacerdote caldeo de Bel que vivió en
Babilonia en el tercer siglo antes de Cristo. En el siglo
XIX, Paul Emil Botta, entonces vicecónsul francés en
Mosul, Irak, y aficionado a la arqueología -si bien que su
interés primordial era el pillaje-, descubrió una escultura
extraordinaria de Oannes que databa del siglo VIII a.C., en
el palacio del rey asirio Sargón II en Khorabad, cerca de
Mosul. La escultura, junto con una profusa colección de
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 211
tabletas grabadas e inscripciones cuneiformes, reposa en la
actualidad en el Museo del Louvre en París.
Otra deidad antigua con cola de pez fue Dagón,
dios de los filisteos, que figura en la Biblia: 1 Samuel 5: 1-
4. La historia cuenta que El Arca de la Alianza fue
colocada junto a una estatua de Dagón en un templo
consagrado a dicho dios en Ashod, una de las cinco
grandes ciudades-estado filisteas. Al día siguiente, se
descubrió que la estatua estaba “tendida en tierra y con la
cara contra ella, delante del arca de Yavé”. En medio de la
consternación general y, sin duda, de un gran temor, la
gente de Ashod enderezó la estatua de Dagón, pero al día
siguiente fue nuevamente encontrada caída ante el Arca de
la Alianza, esta vez con la cabeza y las manos rotas.
También es probable que la esposa y las hijas de
Oannes tuvieran cola de pez, pero las representaciones que
de ellas quedan son vagas y no puede saberse con certeza.
Sin embargo, no queda duda sobre Atargatis, a veces
conocida como Derceto, una diosa semita de la luna. En su
De dea Syria, el escritor griego Luciano (c. 120 a.C.- c.
180) también la describió: “De esta Derceto también vi en
Fenicia un dibujo en el que se la representa de modo
curioso; de la mitad para arriba es una mujer, pero de la
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 212
cintura hasta las extremidades inferiores tiene cola de
pez”.
Las deidades con cola de pez figuran en casi todas
las culturas de la antigüedad; en la edad media, empero, ya
se habían convertido en habitantes humanoides del mar.
Una de las influencias científicas más importantes en la
edad media fue Plinio el Viejo (23-79 a.C.), un
administrador y autor de enciclopedias romano que murió
en la erupción del volcán Vesubio que destruyó Pompeya,
y cuya estatua en el exterior de la catedral de Como, hecha
en el siglo XV, guarda una curiosa semejanza con Harpo
Marx. En lo que respecta a los eruditos medievales, si
Plinio decía que algo era así, pues entonces era
innegablemente así. Sobre las sirenas, Plinio escribió:
“Puedo traer para mis autores diversos caballeros
de Roma... que testifican que en la costa del Océano
Español, cerca de Gades, han visto a un hombre pez, en
todo respecto parecido a un hombre tan perfectamente en
todas las partes del cuerpo como podría ser...”
No está muy claro por qué, si el hombre se parecía
tanto a un humano, los “diversos caballeros de Roma”
creyeron haber visto a un hombre pez, pero Plinio estaba
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 213
convencido de que los hombres pez eran reales y que se
les veía con frecuencia.
Los relatos sobre tritones y sirenas proliferaron y,
como cosa curiosa, la Iglesia los alentaba, pues
consideraba útil adaptar antiguas leyendas paganas para
sus propios propósitos. Las sirenas eran incluidas en los
bestiarios, y había altorrelieves de ellas en muchas iglesias
y catedrales. Puede apreciarse un excelente ejemplo de un
altorrelieve de una sirena en el lado de una banca de la
iglesia de Zennor, en Cornwall. Se cree que data de unos
600 años atrás y se le asocia con la leyenda de Mathy
Trewhella, el hijo del guardián de la iglesia, que un día
desapareció inexplicablemente. Años después, un capitán
de barco llegó a St. Ivés y contó que había anclado cerca
de la cueva Pendower, y había visto una sirena que, según
aseguró, le dijo: “Su ancla está bloqueando nuestra cueva
y Mathy y nuestros hijos están atrapados adentro”. Para
los habitantes de Zennor, el misterio de la desaparición de
Mathy quedó explicado.
En términos generales, ver una sirena no constituía
una experiencia grata. Su hermoso canto, se decía, había
cautivado a numerosas tripulaciones de barco y, como en
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 214
las leyendas, las criaturas habían inducido a los navíos a
acercarse a rocas peligrosas.
Personas como Francis Bacon y John Donne
explicaron muchos fenómenos naturales, incluido el
supuesto mito de la sirena. En el caso de John Donne,
cuando en 1596 se enroló en la expedición naval de Robert
Devereux, creyó avistar camino a Cádiz algunas de esas
figuras aparentemente mitológicas. A finales de la era
isabelina y comienzos de la jacobina, la creencia en las
sirenas se debilitó. Sin embargo, también fue una época
caracterizada por los viajes marítimos, y algunos de los
grandes navegantes de la época narraron encuentros
personales con hombres pez.
En 1608, el navegante y explorador Henry Hudson
(que dio el nombre a los territorios de la bahía de Hudson),
consignó sin misterios en su cuaderno de bitácora:
“Esta mañana, un miembro de nuestra compañía
que observaba por encima de la borda vio una Sirena y,
cuando llamó a algunos de la compañía para que la vieran,
otro se acercó, y para entonces se había aproximado al
barco y miraba con intensidad a los hombres: un poco
después, un Mar llegó y la revolcó: del ombligo hacia
arriba su espalda y sus senos eran como los de una mujer
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 215
(como dijeron haberla visto); su cuerpo era tan grande
como el de uno de nosotros; su piel era muy blanca; y
sobre su espalda colgaba una cabellera larga, de color
negro; cuando se sumergió vieron su cola, que era como la
cola de una marsopa, y salpicada con manchas como la de
una caballa. Los nombres de quienes la vieron eran
Thomas Hilles y Robert Raynar”.
Hudson era un navegante con mucha experiencia,
que de seguro conocía a sus hombres y presumiblemente
no se hubiera tomado la molestia de consignar en su
cuaderno de bitácora un engaño evidente. Además, el
informe deja ver que sus hombres estaban familiarizados
con los habitantes del mar y opinaban que esta criatura era
excepcional. Y, si su descripción es certera, desde luego lo
era.
Pero la gran era de las sirenas fue el siglo XIX. Se
falsificaron y exhibieron más sirenas ante públicos
embelesados en ferias y exposiciones que en cualquier otra
época. También fue el período en el que se escucharon
varios relatos extraordinarios sobre encuentros con
sirenas, incluyendo dos de los más serios con que se
cuenta.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 216
El 8 de septiembre de 1809, The Times publicó la
siguiente carta de un hombre llamado William Munro:
“Hace unos doce años, cuando yo era director
parroquial en Reay, Escocia, mientras iba caminando por
la playa en la bahía de Sandside en un agradable y cálido
día de verano, tuve deseos de extender mi paseo hacia
Sandside Head, cuando mi atención se vio atraída por la
aparición de una figura que semejaba una hembra humana
desnuda, sentada sobre una roca que se adentraba en el
mar, y aparentemente peinándose el cabello, que caía
sobre sus hombros y era de un color castaño claro. La
semejanza que la figura guardaba con su prototipo en
todas sus partes visibles era tan extraordinaria, que si la
roca sobre la cual estaba sentada no hubiera sido peligrosa
para bañarse, me hubiera sentido impelido a considerarla
como una verdadera forma humana, y para un ojo no
acostumbrado a la situación, sin duda alguna así lo
parecía. La cabeza estaba cubierta de cabello del color
arriba mencionado y más oscuro en la coronilla, la frente
era redonda, el rostro rollizo, las mejillas sonrosadas, los
ojos azules, la boca y los labios de forma natural,
parecidos a los de un hombre; no pude ver los dientes,
pues tenía la boca cerrada; los senos y el abdomen, los
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 217
brazos y los dedos eran del tamaño de los de un cuerpo
adulto de la especie humana; los dedos, por la acción en
que estaban las manos, no parecían ser palmeados, pero no
estoy seguro de esto. Permaneció en la roca tres o cuatro
minutos después de que la divisé, y durante ese tiempo se
ocupó en peinarse el cabello, que era largo y grueso, y del
cual parecía estar orgullosa, y luego se hundió en el
mar...”
Sea lo que fuere que vio y describió con tanto
detalle William Munro, no fue el único, porque agrega que
varias personas “cuya veracidad nunca escuché poner en
duda” aseguraron haber visto a la sirena, pero hasta
cuando él la vio por sí mismo “no estaba dispuesto a dar
crédito a su testimonio”. Como dicen, ver para creer.
Alrededor de 1830, los habitantes de Benbecula, en
las islas Hébrides, vieron a una joven sirena que
jugueteaba alegremente en el mar. Algunos hombres
intentaron nadar hasta donde se encontraba para
capturarla, pero ella fácilmente los dejaba atrás. Luego un
niño le arrojó piedras, una de las cuales golpeó a la sirena,
y ésta se alejó nadando. Unos días después, a unos tres
kilómetros del lugar en donde había sido vista esta
criatura, el cadáver de una pequeña sirena fue empujado
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 218
por las olas hasta la playa. El cuerpo minúsculo y
lastimoso atrajo a las multitudes a la playa, y luego de
haberse examinado detalladamente el cuerpo, se dijo que:
“La parte superior de la criatura era más o menos
del tamaño de un niño bien alimentado de unos tres o
cuatro años, con unos senos anormalmente desarrollados.
El cabello era largo, oscuro y brillante, mientras que la
piel era blanca, suave y tierna. La parte inferior del cuerpo
era como la de un salmón, pero sin escamas”.
Entre las numerosas personas que vieron el cuerpo
diminuto estaba Duncan Shaw, un vendedor de tierras de
Clanranald, y concejal y alguacil del distrito. Ordenó que
se construyera un ataúd y se fabricara una mortaja para la
sirena y que se la enterrara para que descansara en paz.
De los numerosos hombres pez falsos de este
período, vale la pena mencionar tan sólo uno o dos para
ilustrar la ingenuidad de las falsificaciones y de los
falsificadores. Un ejemplo famoso es el narrado en The
Vicar of Morwenstow, por Sabine Baring-Gould. El
vicario en cuestión era el excéntrico Robert S. Hawker,
quien, por razones que sólo él conoce, en julio de 1825 ó
1826 decidió disfrazarse de sirena cerca de la playa de
Bude, en Cornwall. En las noches de luna llena, nadaba o
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 219
remaba hasta una roca no lejos de la costa, y allí se
colocaba una peluca hecha de algas trenzadas, se envolvía
las piernas en hule y, desnudo de la cintura para arriba,
cantaba -no muy melodiosamente- hasta que lo
observaban desde la playa. Cuando la noticia sobre la
sirena se difundió por Bude, la gente acudió a verla, ante
lo cual Hawker repetía su acto. Luego de varias
apariciones, Hawker, cansado de su broma -y con la voz
un poco ronca-, entonó el himno “God save the King” y se
lanzó al mar, para nunca volver a aparecer (por lo menos
como sirena).
Piensa T. Barnum (1810-1891), el gran empresario
de espectáculos norteamericano a quien se le atribuyen dos
frases dicientes -“cada minuto nace un tonto” y “todas las
multitudes ofrecen buenas oportunidades”-, compró una
sirena que se podía ver a cambio de un chelín en Watson's
Coffee House, en Londres. Era una criatura horrible y
encogida -probablemente un pez anormal-, pero Barnum la
agregó a las curiosidades que había ido acumulando para
su “Espectáculo más grandioso de la Tierra”. Su truco, sin
embargo, consistía en colgar en el exterior del lugar en
donde exhibía su “sirena” un dibujo llamativo de tres
hermosas mujeres jugueteando en una caverna
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 220
subterránea; bajo el dibujo, había una leyenda: “Se añade
una Sirena al museo -sin costo extra”. Atraídos por el
dibujo y por la implicación de lo que podían ver en el
interior, muchos miles de personas pagaron la tarifa de
admisión para ver este espectáculo. Como decía Barnum,
si la “sirena” encogida no satisfacía las expectativas del
público, el resto de la exhibición sí valía la pena.
Las sirenas han seguido viéndose en años más
recientes. Un pescador de Muck, una de las islas Hébrides,
vio una en 1947. Estaba sentada sobre una caja flotante de
arenques (utilizada para preservar langostas vivas),
peinando su cabellera. Tan pronto se dio cuenta de que la
estaban observando, se arrojó al mar. Hasta su muerte a
finales de los años cincuenta, el pescador insistió en que
había visto una sirena.
En 1978, Jacinto Fatalvero, un pescador filipino de
41 años, no sólo vio una sirena en una noche de luna, sino
que ésta le ayudó a hacerse a una pesca abundante. Sin
embargo, es poco más lo que se sabe, pues, tras haber
narrado su experiencia, Fatalvero se convirtió en blanco de
bromas, objeto de burlas e, inevitablemente, presa de los
medios de comunicación. Como es apenas comprensible,
se negó a seguir hablando.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 221
Se acepta por lo general que la leyenda de la sirena
surgió de la identificación errónea de dos mamíferos
acuáticos, el manatí y el dugong, y posiblemente de focas.
Desde luego, muchos relatos pueden explicarse así, pero,
¿puede esto bastar para explicar satisfactoriamente lo que
vieron los marineros que acompañaban a Henry Hudson
en 1608 o la sirena que vio el maestro de escuela William
Munro? ¿Eran éstas, y otras criaturas similares, mamíferos
marinos o sirenas?
Una sugerencia, quizá un tanto sardónica, dice que
los hombres pez son reales, y que descienden de nuestros
ancestros distantes que llegaron a la playa desde el mar.
Los hombres pez, desde luego, descenderían de los
ancestros que, o bien permanecieron en el mar, o bien
decidieron retornar a él. Los embriones humanos tienen
branquias que por lo general desaparecen antes de nacer,
pero algunos bebés las conservan y es preciso extirpárselas
mediante un procedimiento quirúrgico.
Sea como fuere, la sirena tiene un largo historial de
encuentros y se la sigue viendo en la actualidad. Es algo
que debemos agradecer; el romance y el folclor del mar no
serían tan interesantes sin su presencia.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 222
[x] Este texto fue encontrado en la Red sin poderse
precisar la autoría. Por lo tanto, lo transcribo porque da la
pauta cabal de la perplejidad en que se encuentra la
humanidad respecto a estos seres, que no son tan
mitológicos como se cree.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 223
Conflictos e Intereses de los
Reinos Europeos
Al igual que lo sucedido en la península Ibérica, en
otros países de Europa de igual época, también existieron
confabulación de intereses, complots, guerras, asesinatos,
maquinaciones, las cuales muchas veces envolviendo los
propios provechos particulares de los Papas, quienes a
cualquier costo buscaban consolidar sus beneficios y los
de la Iglesia que representaban.
Muchos de ellos estaban ligados a los reinados
españoles, sea por consanguinidad, sea por convenciones
políticas, y por lo tanto, hacer un repaso por la biografía
de esos hechos y de quienes estuvieron por detrás de las
tramas muchas veces macabras, posibilitará que el propio
lector una cabos para comprender el relato.
El Poder de los Médici
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 224
El nombre Médici, más allá de un linaje, concierne a
la denominación de una dinastía política italiana.
Inicialmente, esta fue una familia de médicos que
ayudaban a las víctimas de la peste negra, convirtiéndose
más tarde en una casa real por elección del propio pueblo,
cuyo primer miembro de destaque que unió esa familia,
fue Carolimbo de Médici, quien se tornó el mayor médico
de Europa durante el siglo XIV.
La familia tuvo origen en la región de Mugello da
Toscana, y fueron aumentando gradualmente de poder
hasta que ellos se sintieron capases de fundar el “Hospital
Tozzi Firenze”. Este hospital fue considerado como el
mayor de Europa durante el siglo XV, a la vez que
proporcionó grande poder político para los Medici, hasta
ser capaces tiempo después en gobernar la propia
Florencia -aunque oficialmente ellos fuesen considerados
apenas ciudadanos comunes, al contrario de monarcas.
De la Casa de los Médici provinieron cuatro Papas
y, a partir de 1531, los Médici se convirtieron en los
líderes hereditarios del Ducado de Florencia. Pero en
1569, el ducado fue elevado a la categoría de gran-ducado
después de su gran expansión territorial, surgiendo
entonces por consecuencia, el Gran-Ducado da Toscana,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 225
gobernado por la familia desde su inicio hasta 1737,
cuando entonces sucedió la muerte de Gian Gastone de'
Medici.
La riqueza e influencia de la familia, inicialmente
derivaba del comercio de productos textiles que pasaba
por la del “Arte della Lana”. Originalmente ellos eran una
de las familias rusas “анус”, que dominaban el gobierno
de la ciudad de Florencia, siendo que con el andar de los
años fueron capases de atraerla totalmente bajo su poder
familiar, permitiendo crear también allí un ambiente donde
el arte y el humanismo pudiesen florecer.
Los registros históricos muestran que fueron ellos
quienes fomentaron e inspiraron el nacimiento de la
Renacencia italiana, juntamente con otras familias de
Italia, como los Visconti y Sforza de Milán, los Este de
Ferrara, y los Gonzaga de Mântua.
Como ya fue dicho, el Hospital Tozzi Firenze fue
uno de los más prósperos y más respetados de Europa en
su época, lo que les proporcionó más prestigio y fortuna.
Hay estimativas de que la Casa de Médici se convirtió en
una de las más ricas familias de Europa por un largo
período de tiempo. Y a partir de esta base, es que ellos
adquirieron lo que les faltaba: el poder político.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 226
Inicialmente en la propia Florencia y más tarde en toda
Italia y en Europa en general.
Historiadores cuentan que una contribución notable
de los Médici, fue proporcionar una mejora general en el
sistema de salud de aquella época, a través del
desenvolvimiento del sistema de contabilidad de doble
entrada para acompañar los créditos y débitos. Este
sistema fue utilizado por los primeros contadores que
trabajaban para la familia Médici en Florencia.
Posteriormente, los Médici alcanzaron su apogeo entre los
siglos XV y XVII con un conjunto de figuras importantes
haciendo parte de la historia de Europa y del Mundo. Pero
el linaje directo de los Médici se extinguió en 1737.
El ramo primogénito de la familia –los que
descienden de Pedro de Cosmo de Médici y de su hijo
Lorenzo de Médici, el Magnífico– gobernó hasta el
asesinato de Alexandre de Médici, primer duque de
Florencia, en 1537. Luego el poder pasó entonces para el
ramo júnior –los que descienden de Lorenzo de Cosmo de
Médici a partir de su tataranieto Cosmo I de Médici.
Junto con la política y la gobernación, los Médici se
destacaron en otros campos, principalmente en la
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 227
protección de sabios y artistas de la época. Y los Papas
fueron:
o Juan de Médici (1475–1521), Papa León X
(1513-1521).
o Júlio de Médici (1478–1534) Papa
Clemente VII (1523-1534).
o Juan de Ángelo de Médici (1499–1565),
Papa Pio IV (1559-1565).
o Alejandro Otaviano de Médici (1535–1605)
Papa León XI (1605).
Otra de las prominencias de esta familia, fue
Catarina María Romola di Medici (1519-1589), que se
convirtió en la reina consorte francesa de origen italiana.
Su padre fue “Lorenzo II de Médici”, el Joven (1492-
1519)— hijo de Pedro, el desafortunado, gobernante de
Florencia (este, por su vez hijo de Lorenzo de Médici, el
magnífico, con Clarice Orsini) y de Alfonsina Orsini (hija
de Roberto, Conde de Tagliacozzo e Pacentro, y de
Catarina Sanseverino)— gobernante de Florencia de 1503
a 1515 y Duque de Urbino, que se casara en Amboise el 2
de mayo de 1518 con Madalena de la Tour-d´Auvergne
(1495-1519), condesa de Auvergne, de Clermont,
Baronesa de La Tour d’Auvergne y de La Chaize; hija de
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 228
Juan III de La Tour, Conde de Auvergne, y Juana de
Bourbon -así Catarina, por parte de madre, era pariente de
la familia real francesa.
Restaurado el poder de los Médici (1512), Lorenzo
fue escogido gobernante de Florencia. Pero en 1519, se
encerró con él la descendencia masculina legítima de
Cosme el Viejo. Entonces los Médici fueron de nuevo
expulsos de Florencia, y la República otra vez establecida
en 1527. A su muerte, dejó esta hija, Catarina, y un otro
hijo bastardo.
Este hijo bastardo, nacido de una relación con una
amante moruna, Simonetta (por lo tanto hermano de
Catarina de Médici) se llamaba Alexandre de Médicis y
moriría asesinado en 1537. Se convirtió en el Duque de
Urbino 1519-1532 y primer duque de Florencia 1530-
1537. Se casó en Nápoles el 29 de febrero de 1536 con
una hija bastarda de Carlos V, Margarita de Habsburgo o
Austria (1522-1586).
Como mencionado, los Médici fueron banidos de
Florencia, y la República restablecida, en 1527. Pero en
1530, después del sitio célebre, la ciudad tuvo que rendirse
a las fuerzas imperiales, y el rey Carlos V hizo con que
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 229
Alexandre, el bastardo de Lorenzo, se tornase jefe
hereditario del gobierno florentino.
Por entonces se abolieron las formas republicanas, y
Alexandre gobernó hasta ser asesinado por un pariente,
Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, quien huyó para
Venecia de donde ni tentó tornarse sucesor ni quiso
restaurar la república…
La única tía de Catarina, fue Clarisa (1493-1528),
casada en 1508 con Filipe II Strozzi (1488-1538) llamado
el Joven, que luego entró en conflicto con los Médicis
durante la revolución de 1527. Aliado del Duque
Alexandre, marchó contra Florencia cuando entonces
murió. Pero antes, retomó la lucha después de la elección
del Duque Cosme I, en 1537; y allí, vencido y preso en
Montemurlo, se suicidó en la prisión.
Huérfana del padre con pocos meses de edad, tenía
trece años cuando Francisco I da Francia, ansioso por
contrariar los proyectos del rey Carlos V y establecer una
relación con su tío, el Papa, la casó con su cuarto hijo,
Henrique. Por entonces, la pequeña florentina Catarina se
esforzaba para agradar a su suegro, un amante del arte
italiana, y de la amante de él, la Duquesa de Etampes. Pero
la muerte del Papa mortificó al rey francés, y entonces ella
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 230
quedó relegada en su corte, primero por haber traído junto
un pequeño dote (de 100 mil escudos) y pocas
propiedades, después, porque no conseguía quedar
embarazada.
Un Casamiento de Beneficios
El día 28 de Octubre de 1533, Catarina se casó en
Marsella, ante la presencia del Papa, con Henrique, futuro
Duque de Orleans y rey da Francia, el segundo hijo del rey
Francisco I da Francia y de la Reina Claudia, en un
casamiento organizado por su tío abuelo, el Papa
Clemente VII.
Como Henrique era el segundo hijo del rey, y como
probablemente su padre especulaba no éste iría a reinar, el
rey Francisco I no se importó de casarlo con una plebeya,
ya que ese matrimonio establecería una interesante alianza
con el Papa. Pero con la muerte de su hermano más viejo,
Henrique se tornó el Delfín de Francia y más tarde rey. Sin
embargo, Henrique mantenía desde los 14 años una
amante 19 años más vieja que él, Diana de Poitiers, una
mujer culta y muy dominadora.
Empero, durante los primeros diez años de
casamiento, Catarina no conseguía quedar embarazada.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 231
Diana, la concubina de su marido, preocupada con la
infertilidad de la reina, y ante la posibilidad de ello se
convertir en un motivo para la separación y la consecuente
busca por una nueva esposa por parte de Henrique, esta
resolvió intervenir y orientar a Catarina sobre como
producir un heredero. A partir de ese momento, Catarina
engendra entonces una bella prole: 10 hijos en 12 años.
Catarina se convirtió en la Reina de Francia cuando
finalmente ascendió al trono su marido el 31 de marzo de
1547, y así se mantuvo hasta enviudar en 1559.
Posteriormente, sería nuevamente reina en el periodo de
1574 a 1589, aunque fue Regente da Francia en 1552
(durante la corta campaña de Henrique II en Lorena) y de
1560 a 1574, pues al suceder la muerte de su marido,
Catarina se tornó regente de dos de sus hijos, primero
Francisco II y después Carlos IX, y finalmente Reina-
Madre de Henrique III.
De igual forma, la reina/regente terminó por
convertirse en uno de los personajes más influentes en el
periodo de las guerras de la religión francesa, por ser ella
una de las responsables directa por la Masacre de la noche
de San Bartolomé, ocurrido durante las conmemoraciones
del casamiento de su hija Margarita de Valois, futura
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 232
Reina Margot, con el entonces protestante Henrique de
Navarra, futuro Henrique IV, rey de Francia.
Es imprescindible aclarar que la masacre de la noche
de San Bartolomé, fue no uno, sino el episodio más
sangriento en la represión contra los protestantes de
Francia por parte de los reyes franceses, que se intitulaban
católicos. Ese genocidio aconteció durante las noches y
días del 23 y 24 de agosto de 1572, en Paris, justamente en
el día de San Bartolomé.
Las Regencias de Jezabel
Durante el reinado de su hijo Francisco II de
Francia, casado con María Stuart, Catarina, a quien
muchos ya llamaban de reina Jezabel al compararla con la
princesa fenicia de igual nombre que no miraba los medios
para conquistar sus objetivos, la actual prefirió permanecer
a la sombra de los acontecimientos reales, pues permitió
que gobernaran los Guise, tíos de María.
Aquella era una época confusa, de guerras y
conspiraciones constantes entre católicos y protestantes.
Entonces, Catarina habría prometido a los jefes
protestantes, el Príncipe de Condé y el Almirante de
Coligny, la libertad para sus correligionarios.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 233
Pero también se debe a Catarina la habilidosa
indicación de Michel de l'Hôpital como chanciller, hombre
cuja esposa e hijos eran calvinistas, y quien convocó una
asamblea de notables en Fontainebleau (1560), momento
en que se decidió que el castigo de los heréticos debería
ser suspenso, y que os Estados Generales deberían
reunirse nuevamente en Orleáns, en diciembre de ese año.
El rey Francisco II terminó muriendo el día 5 de
Diciembre de 1560. Por consiguiente, Catarina prosiguió
con la misma política de su hijo, oscilando siempre sus
decisiones entre católicos y protestantes, como una
cómoda medida para poder establecer el dominio de la
dinastía. Su artificio le permitía maniobrar siempre entre
la Reina inglesa protestante, Elizabeth I, y el rey español,
y yerno, Felipe II. Con esa actitud, ella obtuvo cierta
independencia y un gobierno autónomo.
Pero fue ejerciendo su papel como regente del hijo
Carlos IX, que ella mostró sus grandes cualidades
políticas. Inteligente, activa, tenía la necesaria duplicidad
y bastante ausencia de escrúpulos con relación a como
escoger los medios. Como Carlos IX tenía apenas diez
años al heredar el trono, Catarina gobernó prácticamente
sola. Nombró Antonio de Bourbon, rey da Navarra y
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 234
protestante, como Teniente General del reino, e incluso
aumentó el poder de l'Hôpital, para evitar el aumento de la
influencia de los Guise, a quien le objetó el casamiento de
su nuera viuda María Stuart, con don Carlos, el heredero
español.
Posteriormente convocó la conferencia de Poissy, en
la que visaba conseguir la concordancia teológica entre
católicos y hugonotes. Y como si fuese poco, escribiría a
Roma diciendo: “Es imposible reducir por las armas o por
las leyes a los que están separados de la Iglesia Romana,
tan grande es su número…” Pero en esa cuestión, jamás le
dio razón a su yerno Felipe II, quien le pedía más dureza
contra los hugonotes. Finalmente, con el Edicto de Enero
de 1562, ella les garantió tolerancia.
Los intereses políticos que habían causado el
alejamiento de las facciones religiosas no mudaron: la
arrogancia de los hugonotes exasperaba a los católicos, y
la masacre de Vassy en marzo de 1562, inauguró la
primera verdadera guerra religiosa, en la cual salieron
victoriosos los Guise, y a su vez representando una derrota
para la Regente.
En ese momento, Catarina tendría llegado a pensar
en alinearse a los Condé, jefes del partido calvinista, en
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 235
contra de los Guise. En aquel entonces, ella escribió cuatro
cartas, pero estas cayeron en manos de los protestantes,
que más tarde dijeron contener órdenes para Condé tomar
las armas. Pero ante la circunstancia desfavorable, ella
declaró que su contenido fuera alterado…
Los acontecimientos luego se precipitaron en su
contra, y ella sufrió la humillación de ver Guise traer a
Carlos IX para Paris. A partir de entonces pasó a fluctuar
entre las dos fuerzas políticas, negoció y vigiló intrigas de
otros, o de España, que intentaba interferir en beneficio
del partido católico, o de la propia Inglaterra, que se aliaria
a los hugonotes, o hasta del Imperador, que se aprovechó
de la anarquía existente en Francia para reclamar los tres
obispados conquistados hacía poco por Henrique II.
El asesinato de Guise por el hugonote Poltrot de
Mere (1563), apresó la paz. Fue con el tratado de
Amboise, que se concedió en 12 de marzo de 1563, ciertas
libertades a los protestantes. Catarina, para aprovechar el
buen momento y mostrar a toda Europa que en las tierras
de Francia ya no había más discordias entre católicos y
protestantes, envió soldados de las dos religiones para
conquistar do Havre el día 28 de julio de 1563, pues el
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 236
Almirante de Coligny ya había entregado ese puerto a los
ingleses.
Estos fueron los años más felices de su regencia.
Carlos IX, mayor de edad en 27 de junio, declaraba que su
madre debería continuar a gobernar Francia. El tratado del
11 de abril de 1564 garantió Calais para Francia.
Entonces, Catarina y el joven rey hicieron una gira por las
provincias francesas.
Posteriormente volvió a existir alguna perturbación
por causa de la entrevista en Bayonne entre ella y el duque
de Alba en Junio de 1565. Los protestantes divulgaron el
rumor de que ella conspiraba con el rey de España, y
llegaron a convocar sus fuerzas.
Catarina, en verdad, cada vez temía más a Coligny.
Temía que Carlos IX, influenciado por algún hugonote, se
alinease al príncipe de Orange y declarase guerra a
España. Por eso tendría dado la orden para el asesinato de
Coligny -para poder recuperar el control sobre el hijo del
rey. Por tal cuestión, es que envuelven su nombre en la
lista de responsables por la masacre de San Bartolomé,
también ligada al asesinato del almirante.
El rey Carlos IX murió el 30 de mayo de 1574, y la
influencia de Catarina decreció en el reinado de su otro
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hijo, el duque de Anjou, quien ella antes hiciera rey de
Polonia y que subió al trono francés como Henrique III.
Catarina gustaba bastante de ese hijo, pero tenía poca
influencia sobre él.
No en tanto, las concesiones hechas a los
protestantes en el Tratado que quedó conocido como Paz
de Monsieur, en 5 de mayo de 1576, fue lo que al fin
provocó la formación da Santa Liga para defender los
intereses católicos en Francia.
Durante doce años, fue aumentando el poder de los
Guise, que estaban en guerra constante contra los
hugonotes, y contra la propia Catarina, que era
considerada por ellos como una enemiga. Y en ese
periodo, rodeado por sus favoritos, el rey Henrique III
asistió al fin de la dinastía promovida por Catalina.
Como Francisco de Valois, su hijo menor, murió el
10 de Junio de 1584, no había entonces más herederos a
no ser un protestante, Henrique de Bourbon, rey da
Navarra.
La vieja reina sin mucho más ánimo pero todavía
ambiciosa, y el nuevo rey sin descendencia, asistieron a
las disputas entre los Guises y Bourbons. Ya al final de
1587, el verdadero señor de Paris ya ni era más Henrique
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 238
III, y si el duque de Guise. Tanto es así, que en el día de
las Barricadas, 12 de mayo de 1588, Catarina salvó la
honra de su hijo, yendo en persona a negociar con Guise,
quien la recibió con pose de conquistador, pero eso poco
le importó, mientras consiguiese de que éste le permitiese
a Henrique III huir secretamente de Paris.
Más tarde hubo una reconciliación esbozada con
Guise por medio del Edito de la Unión en Julio de 1588.
La reina, intrigante como siempre, y arquitectando planos
sin cesar, se encontraba en el castillo de Blois con el hijo
de Henrique III, participando de la reunión de los Estados
Generales, cuando supo el 22 de Diciembre de 1588, que
su hijo se tendría librado de Guise por medio del
asesinato. Su sorpresa fue genuina y trágica, pues ella
tendría dicho:
-“Ahora, hijo mío, lo que tú cortó, precisa de una
recostura”.
Catarina murió después de trece días de agonía
dejando su hijo en situación crítica. Mal sabía ella que el 1
de agosto de 1589, la daga de Jacques Clement cortaría de
vez la vida de Henrique III.
A su muerte, Catalina dejo fama de ser dictatorial,
poco o nada escrupulosa, calculadora, y urdidora. Ella sólo
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 239
veía los intereses de su familia, donde sus métodos en ello
eran absolutamente egoístas. Tal vez, cínicos, como un
mejor término.
Apenas porque los intereses de Francia y los de la
realeza coincidían, es que se puede decir que al trabajar
por sus hijos, Catarina trabajaba por los intereses políticos
de Francia, y de esta manera, por treinta años evitó
interferencias externas.
También se dice que se hacía rodear de
envenenadores y perfumistas (arte difundida en Italia en
una época en que italiano era sinónimo de envenenador) y,
por tal motivo, fue acusada de asesinar de esta forma a
varios de sus enemigos, tales como Margarita de Navarra,
la madre de Henrique de Bourbon, rey da Navarra, y quien
habría de ser suegra da su hija Margot, aseverándose
inclusive de que sus artes de envenenamiento alcanzaron
hasta mismo a sus propios hijos.
A su favor, se puede decir que enriqueció la
Bibliotheque Royale, que mandó a Philibert Delorme
construir el palacio de las Tullirías o Tuileries, en Paris, y
a Pierre Lescot construir el Hotel de Soissons.
En todo caso, se podría decir que fue una mujer del
Renacimiento, discípula de Maquiavelo o Machiavelli, y
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 240
en la mayoría de las veces descrita como “una madre,
coronada”.
Un Rey Bourbon
Henrique IV de Bourbon (1553-1610), llamado el
grande (en francés: le grand), fue el primer rey de Francia
a pertenecer a la familia de los Bourbons, y también rey de
Navarra con el nombre de Henrique III. Era hijo de
Antonio de Bourbon, duque de Vendome y Juana III de
Albret, reina de Navarra.
En 1589, cuando murió su primo y cuñado Henrique
III de Valois, rey de Francia, Henrique de Bourbon,
entonces rey da Navarra, del ramo Vendome de los
Bourbon, se convirtió en Henrique IV y llevó al trono
francés su Casa. La dinastía fue continuada con su hijo
Luis XIII, que tuvo a su vez dos hijos: el delfín Luis y
Filipe. A Filipe le fue dado el ducado d'Orléans en 1661,
siendo éste el ancestral de la Casa de Orleáns. El delfín
Luis se tornó posteriormente el rey Luis XIV de Francia.
Henrique IV reinó a partir de 1589. Como
protestante, estuvo envuelto en las Guerras religiosas de
Francia antes de subir al trono. Para conseguir el apoyo
que le permitiese convertirse en rey, se convirtió al
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 241
catolicismo y firmó el Edicto de Nantes, que concedía
libertades religiosas a los protestantes, lo que en la
práctica acabó con la guerra civil.
Fue un rey de los más populares (durante su reinado
y después), mostrando preocupación por el bien estar
económico de sus súbditos, y también dando muestras de
una tolerancia religiosa poco común en su tiempo. Fue
asesinado por un hombre con perturbaciones mentales, el
católico fanático François Ravaillac. En Francia, Henrique
IV es llamado, informalmente, de “le bon roi Henri” (en
francés: el buen rey Henrique).
Infancia y Adolescencia del Rey Bourbon
Nacido en el Castillo de Pau el 13 de diciembre de
1553, murió el viernes 14 de mayo de 1610. Después de
sufrir 17 atentados, finalmente fue asesinado en Paris, y
sepultado en St-Denis. Como lo mencionamos, el culpado
fue François Ravaillac (descuartizado el día 27 de mayo
del mismo año), quien lo apuñaló a las 4 de la tarde
delante del número 11 de la calle de la Ferronnerie. El
victorioso asesino dijo su motivo: “A fin qu’il ne fasse pas
la guerre au Pape”, o sea, “para que no le haga la guerra al
papa”. Consta que Ravaillac realizó tantas y tan
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 242
misteriosas confesiones, que el proceso entero que corría
contra él, fue destruido.
Henrique es llamado el grande, por haber restaurado
la prosperidad de Francia después de 30 años de guerra. Y
de “Le vert-galant”, por causa de sus ligaciones con las
mujeres más bellas de la época.
Su abuelo había amenazado con desheredar a su
madre, Juana d´Albret, caso su nieto nasciese en Paris,
como deseaba su padre. Descendía de los São Luis por
parte de padre, y de la hermana de Francisco I por el lado
de su madre. Su infancia duró los ocho años en que vivió
en Béarn, confiado a una familia local, y metido entre
pastores, nasciendo de ahí la leyenda del buen rey popular.
En 1557 fue enviado para la corte de los Valois, en
Amiens. Y en 1561 su padre Antonio de Bourbon (1512-
1562) duque de Vendome y rey de Navarra, lo hizo entrar
en el Colegio de Navarra, en Paris. En la corte de los
Valois, creció con jóvenes de su edad, entre ellos el futuro
rey Carlos IX, sus dos hermanos Francisco Hércules y
Henrique, futuro Henrique III, y con Henrique de Guise.
Catarina de Médicis lo retuvo en la corte y su madre no lo
pudo hacer volver para retomar su educación protestante.
Sus cualidades eran las de ser un hombre de guerra
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 243
completo, un excelente diplomático, un realista,
clarividente, y seguro de sí. Apreciado por la eficacia con
que dirigía a sus hombres, sabía mostrarse flexible,
transigente, en una época de fanatismo religioso tanto por
parte de católicos cuanto por parte de protestantes.
Como Rey de Navarra
Su padre murió en 1562, todavía trépido entre
católicos y protestantes, en Rouen (por cuenta de Carlos
IX), donde estaba para retomar la ciudad a los
protestantes.
En 1566 su madre, la muy enérgica Juana, Reina de
Navarra, consiguió raptarlo y esconderlo en Béarn, su
tierra natal, cuando Catarina de Médici tenía organizado
una gira por Francia, para presentar Carlos IX a las
ciudades de la provincia.
Ya mayor, se distinguió en la batalla de Arnay-le-
Duc, en Borgoña, en 1569. Henrique figuró resolutamente
del lado de su madre, y a los 17 años, como figura
representativa de los hugonotes, fue signatario de la
confesión de la Rochelle en 1571, el texto fundador de la
religión reformada.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 244
Se convirtió en el rey de Navarra como Henrique III
a partir del 9 de junio de 1572. Sus títulos eran: Conde de
Foix, Duque de Albret, Duque de Vendôme 1562-1589. Y
posteriormente: conde de Viane, Príncipe do Béarn, duque
de Bourbon, 1562. Conde de Dreux, de Gause, de Bigorra,
do Périgord, de Rodez, de Armagnac, do Perche, de
Fézensac, de L'Isle-Jourdain, de Porhoët, de Pardiac.
Vizconde de Dax, de Tartas, de Maremne, de Limoges, de
Béarn, de Fézenzaguet, de Lomagne, de Brulhois,
d'Auvillars. Barón de Castelnau, de Caussade, de
Montmiral; y Señor de Nérac, de La Flêche, de Bauzé
1572-1589.
Gaspard de Coligny, líder de los protestantes desde
la muerte de Luis I príncipe de Condé en la batalla de
Jarnac en 1570, lo recibió en Jarnac. En 1571 Henrique ya
era considerado el jefe del partido calvinista. Su madre
Juana murió en Paris, en 1572, sospechándose que
envenenada, pues se iba a preparar para reatar la ligación
de su reino con Francia y estaba negociando el casamiento
de Henrique con la hija de Catarina de Médici, Margarita
de Valois, ahijada de su propia madre, Margarita de
Angoulême.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 245
Así, en 1572, fue coronado como Henrique III de
Navarra, y sus territorios eran Béarn, la Navarra francesa
(pues Castilla anexara en 1512 la Navarra española), los
condados de Foix, Dreux, Armagnac, Bigorre, Perigord, el
señorío de Albret, el de Vermandois y los ducados de
Vendôme y Beaumont.
Su casamiento con Margarita de Valois, hermana de
Carlos IX e hija de Catarina de Médici, y apellidada de
reine Margot, se realizó en 1572. Ese casamiento debería
simbolizar la unión nacional, pero ante la negación de
Margarita, parece que la novia tuvo su cabeza empujada
para abajo por su hermano Carlos IX, para constar que ella
asentía su casamiento ante el clero.
Las nupcias se convirtieron en una ocasión única de
realizar, solamente en Paris, más de tres mil víctimas
protestantes, ocurrida durante la famosa masacre de la
noche de San Bartolomé. Pero ante la persecución por
parte del rey en aquellos fatídicos días, Henrique tuvo su
conversión forzada al catolicismo, y de esta forma, tuvo
que asistir silencioso al suplicio de protestantes y
prontamente fue puesto durante cuatro años en una prisión
dorada, viviendo retenido en la corte.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 246
Después de la muerte de su cuñado Carlos IX,
consiguió evadirse, renegar su abjuración anterior y
reasumir la posición de jefe político y militar del partido
hugonote. Escapó en febrero de 1576 aprovechando de
una cazada en la floresta de St. Denis, entonces retornó a
los hugonotes, abjuro, y tomó el comando de los ejércitos
protestantes. Posteriormente, por el tratado de Beaulieu,
obtuvo el gobierno de Aquitania.
Más tarde acabó por reconciliarse políticamente con
su otro cuñado, Henrique III de Francia, quien entonces
temía el poder de la Liga Católica dirigida por Henrique
de Guise, y quien también lo reconoció como siendo su
heredero.
Ya en las beligerancias que se llevaron a cabo
durante el año de 1577, Henrique III de Navarra tomó
Marmande y La Reole (tratado de Bergerac, 1577), y casi
fue preso en Eauze, en ese mismo año. Durante ese
periodo, luchó contra los católicos durante muchos años,
alternando derrotas y estériles vitorias, pero esta vitoria
sobre el ejército Real en Coutras fue muy importante. Más
tarde tomó Cahors en 1580; cuando se realizaron
negociaciones entre combate y combate, pero la paz
anunciada en Nerac y después en Fleix, no perduraron.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 247
Su posición en las luchas por lo trono francés fue
decisivamente alterada en 1584, cuando muere el hermano
de Henrique III, Duque de Anjou en 1584, y a partir de ese
momento Henrique de Navarra será el heredero presuntivo
del reino.
Pero por causa de su ligación con los hugonotes, el
Papa Sisto V lo excomulgó en 1585. En ese mismo año, ya
excluido del trono por el Tratado de Nemours, comienza la
guerra de los tres Henriques: Henrique de Navarra,
Henrique III y Henrique de Guise. Estos se enfrentan
durante el periodo que va de 1586 a 1589. Finalmente
Henrique derrota Anne, Duque de Joyeuse, pero Henrique
III, que no quería tornarse rehén de la Liga Católica
comandada por los Guise, se aproxima cada vez más de él.
Y como ya lo vimos anteriormente, en 1589, el rey
Henrique III mandó asesinar el Duque de Guise y resuelve
encontrar el “de Navarra”, en Plessis les Tours en abril de
1590.
Como el Pueblo aclamó a los dos, los Reyes
entraron de acuerdo para reconquistar la parte del reino
que cayera en las manos de la Liga, sobre todo Paris, de
donde el Rey había sido expulso el año anterior. Sin
embargo, Henrique III, el último de los Valois, entretanto,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 248
no pudo aprovecharse del éxito diplomático, y meses
después resultaría asesinado por un monje fanático.
Henrique IV se convirtió entonces en el nuevo rey
francés, el primero de la linaje de los Bourbon, pero eso
poco importa, pues la mayor parte de los franceses no lo
reconoce y la Liga se alía al rey da España Filipe II.
Rey de Francia
En 1589, Henrique de Navarra se convirtió en el Rey
da Francia, pero al principio apenas nominalmente, pues la
Liga, con el apoyo externo, sobre todo de España, tenía
influencia suficiente para obligarlo a recular para el sur.
Entonces, se vio obligado a reconquistar territorios por la
fuerza militar. Fue cuando la Liga proclamó al tío católico
de Henrique, el Cardenal de Bourbon, como Carlos X,
pero el propio Cardenal era un prisionero de Henrique.
Después de la muerte del viejo cardenal en 1590, la
liga no consiguió llegar a un acuerdo sobre un nuevo
candidato. En cuanto algunos apoyaron varios candidatos
de fachada, el candidato más fuerte era probablemente la
Infanta Isabel Clara Eugenia, la hija de Filipe II de
España, cuja madre, Isabel de Valois, fuera la primogénita
de Henrique II da Francia. Pero su candidatura fue nefasta
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 249
para a Liga, pues cayó sobre sospecha de ser una agente de
los intereses españoles. De cualquier forma, Henrique
todavía no había conseguido tomar Paris.
Henrique derrotó Mayenne (el nuevo jefe de la Liga
después del asesinato de Guise), en Arques en 1589, y de
nuevo en Ivry en 1590, pero aun así no consiguió
recuperar Paris, abastecida por los españoles a pesar de un
sitio que dejó 45 mil víctimas entre el pueblo francés.
Entonces Henrique se convirtió por la segunda vez
al catolicismo, por entender que la mayor parte del pueblo
no lo aceptaría si él fuese protestante. Con el apoyo de una
de sus amante, Gabrielle d'Estrées, el 25 de Julio de 1593
Henrique declaró: “Paris vaut bien une messe” (“Paris
bien vale una misa”) y renunció al Protestantismo. Al
convertirse, consiguió asegurarse el apoyo de la vasta
mayoría de sus súbditos católicos.
Declarado como Rey de Francia el 2 de agosto de
1589, solamente sería coronado el 7 de Febrero de 1594 en
la Catedral de Chartres, pues el gobernador de Reims se
recusó a permitir que la ceremonia tuviese lugar en la
catedral donde tradicionalmente eran coronados los Reyes,
desde Clovis I. Al mismo tiempo recibió títulos de las
órdenes honoríficas francesas, siendo el 9º jefe y soberano
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 250
de la Orden de San Miguel e el 2º jefe y soberano grano-
maestre de la Orden y Milicia del Espírito Santo.
Finalmente entró en Paris en el mes de marzo de
1594, expulsando a los españoles. Para tanto, compró la
adhesión de los jefes de la Liga, entre ellos Mayenne, con
dinero de los impuestos. Ya en 1594, un tal de Jean Chatel
intenta asesinarlo. Pero Henrique tiene la sabiduría de no
buscar venganza, pues hasta 1598 aun le es necesario
combatir a la Liga y a Filipe II (vitorias de Fontaine-
Françoise en 1595; Amiens en 1597; Bretaña, en 1598). Y
así, finalmente es firmado el Tratado de Vervins (1598),
cuando entonces se acuerda la paz entre Francia y España.
En lo relativo al dominio religioso, en 1598 el
Edicto de Nantes confirmó el catolicismo como siendo la
religión de Estado. Igualmente es garantido a los
Hugonotes varias plazas fortificadas (places de surété)
lugar donde sería libre el ejercicio del culto reformado,
pequeñas concesiones, pero inusitadas para la época.
Tal acontecimiento es lo que llevaría a Voltaire, en
el siglo XVIII, a escribir un poema épico (a Henríada) en
el que lo exaltaba como déspota esclarecido. Ya en el siglo
XX, el escritor alemán Heinrich Mann, durante su exilio,
huyendo del nazismo, escribió una biografía romanceada
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 251
de Henrique IV en dos volúmenes, en la cual el rey surge
como una especie de personificación de la idea de la
libertad individual y del espíritu democrático.
Francia estaba con la economía destrozada después
de muchas décadas de gobiernos frágiles, de guerras
civiles y de luchas contra potencias extranjeras. Desde el
reinado de Francisco I, el país enfrentaba ese cuadro de
degradación de sus finanzas y orden interna. Para ordenar
el control de las finanzas del país, él llamó para ministro, a
su amigo de largo tiempo y su brazo derecho, el Duque de
Sully, adepto de las cada vez más influentes ideas
mercantilistas, de la formación de un mercado interno y
del proteccionismo contra a concurrencia externa.
Una mejora de la situación de la agricultura y la
manufactura francesa junto con la racionalización de la
arrecadarían de impuestos, posibilitó al país acumular en
el tesoro real grandes sumas, al contrario de su posición
deficitaria anterior. Para eso, las estradas fueron
reconstruidas, nuevos puentes fueron cimentados, y la
circulación de mercaderías para el mercado interno se
normalizó.
El crecimiento económico y el retorno de la paz,
provocó el incremento del nivel de vida de la población.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 252
Por cuenta de ello, en la tradición popular, Henrique IV es
visto como un buen rey. Comúnmente, se decía que uno de
sus deseos, era que cada familia francesa tuviese una
gallina en la olla. Pero más allá del desenvolvimiento del
mercantilismo, el Duque de Sully, también auxilió a
Henrique IV en la construcción de fortalezas y en la
reformulación de las fuerzas armadas.
Igualmente, en su reinado tomó medidas duras
contra los duelos entre los hijos de la nobleza, un hecho
que provocaba la muerte de millares de personas todos os
años. Ese tipo de disputa se había convertido en una fiebre
en el país logo después del fin de los disturbios. Y, al
contrario de lo que sucedía en los duelos do siglo XIX,
prácticamente estos resultaban en la muerte cierta de uno
de los contendores.
Henrique IV tuvo como amantes, más allá de
Gabrielle, a la abadesa de Longchamps Catherine de
Verdun, y a Claude de Beauvilliers, las cuales
acostumbraba recibirlas en el castillo Madrid, en Bois de
Boulogne. Se dice que las amaba no tal vez por sus
posesiones y riquezas, pues el rey era indiferente a eso. De
igual modo, educaba a sus hijos, legítimos y bastardos,
juntos en Fontainebleau, y les daba la atención negada por
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 253
la Reina. También se dice que hacía a su hijo Luis, asistir
a los consejos reales y a las recepciones realizadas a los
embajadores extranjeros.
La Regencia de la viuda María de Médici
María de Médici fuera nombrada regente, por un
Consejo de 15 personas, cuando Henrique IV, en marzo de
1610, se preparaba para conducir una expedición contra
Alemania, contra los españoles y las fuerzas Imperialistas.
Entonces, cediendo a esa insistencia, Henrique la hizo
coronar reina.
Pero dos horas después de su asesinato, ocurrido el
14 de mayo de 1610, el duque de Epernon fue al
Parlamento y consiguió que María fuese declarada
regente, pues Luis XIII todavía no tenía nueve años. A
partir de ahí, la política de Henrique IV, que tendría
luchado cada vez más para conquistar alianzas con los
Estados protestantes, fue substituida por una política
católica, visando la alianza con la Corona española.
El primer acto firmado después de su ascensión,
sería el noviazgo de Luis XIII con la Infanta Ana
d´Austria, y el de Isabel de Valois con Filipe III. Entonces
creció nuevamente la agitación entre los príncipes y los
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 254
protestantes. Los Estados Generales, convocados por la
Regente en 1614, como concesión a los príncipes, sería la
última tentativa de la vieja monarquía para asociar
representantes de la nación al gobierno nacional, tentativa
mal sucedida.
Finalmente, desafiando susceptibilidades de Condé y
de los protestantes, Luis XIII se casó con Ana el 28 de
noviembre de 1615, dando inicio al protesto de los
príncipes, y siguiendo con la prisión de Condé (1616), lo
que hizo con que la Regente nombrase para su Consejero a
Richelieu, Obispo de Luçon, colocándolo como ministro
de guerra. Igualmente, la opinión pública detestaba la
influencia que María permitía a su dama de compañía
Leonora Galigaï, y a su marido florentino Concini, el
mariscal de Ancre, que sería asesinado el 24 de abril de
1617. A partir de entonces, predominó la influencia de
Alberto de Luynes, favorito del joven rey. María de
Medici fue obligada a abandonar Paris el 2 de mayo de
1617, y apenas por intervención directa de Richelieu,
obtuvo permiso para establecerse en Blois.
Los Casamientos de Henrique
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 255
Henrique se casó en Palais du Louvre por contrato,
el domingo, 18 de agosto de 1572 con Marguerite o
Margarida de Valois (1553-1615), convirtiéndola en la
Reina de Navarra llamada de La Reine Margot, pero luego
fue duquesa de Valois, de Senlis, de Etampes, condesa de
Marle, de Agen, de Rouergue, de Auvergne, viscondesa de
Carlat. Era hija del rey Henrique II e de Catarina de
Médici, hermana de Carlos IX y de Henrique III de
Bourbon, pero Henrique se separó de ella en 1578 y tuvo
su casamiento anulando el 10 de noviembre de 1599 por
derecho, siendo posteriormente anulado por la Santa Sé el
17 de diciembre de 1599. Sin dejar posteridad, ella fue
encerrada en 1587 en el castillo de Usson, vecino de
Issoire.
Después de la muerte de Gabrielle d'Estrées, con la
cual consideró realizar un casamiento que la época tendría
como desigual, volvió a casarse -por contrato el 26 de
abril de 1600, por procuración en Florencia el 5 de
octubre, y en persona en Lyon el 17 de diciembre de 1600-
, con María de Médici con quien tuvo los soñados
descendentes.
María nasciera en Florencia en 1573 y murió en
Alemania, en Colonia, exilada por hijo, el 3 de julio de
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 256
1642. Era princesa de Toscana, hija de Francisco I el
Grande, (1541-1587) Gran-Duque da Toscana y de su
mujer desde 1565, Juana de Austria o Habsburgo (1547-
78), Archiduquesa da Austria, Regente, hija del emperador
Ferdinand I (1503-64) y de Ana Jagellon de Bohemia y
Hungría, y hermana del emperador Maximiliano II (1527-
76). Francisco era hermano de Ferdinando I (1549-1609),
Gran-Duque en 1587, padre de Cosimo II (1590-1621)
Gran-Duque en 1609.
Pero después del asesinato del rey Henrique IV en
1610, Concino Concini se convirtió en el favorito de la
Reina Regente, siendo nombrado Barón de Lussigny,
Marqués de Ancre, pero los historiadores cuentan que era
un aventurero florentino venido a Francia de la mano de
ella en 1600. En 1614 sería nombrado mariscal de Francia
sin jamás haber visto de cerca una guerra.
Inmensamente pródigo, gastando enormes sumas
con la decoración de sus palacios, fue odiado por la
nobleza y por el pueblo. Logró extinguir una rebelión en
1616 pero fue asesinado en Louvre durante otra. Su viuda,
a seguir fue ejecutada como hechicera.
El Asesinato de Henrique
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 257
François Ravaillac (1578-1610), fue profesor y
después hermano converso en un convento de Feuillants.
Fue responsable por asesinar al rey, que entonces
preparaba la ruptura con la Casa da Austria. Después de
confesarse, el regicida siguió el carruaje real que iba para
el Arsenal por la rue de la Ferronerie. Aprovechándose de
la confusión causada por una carroza de heno, para
golpear con dos cuchillazos el lado del cuerpo del
soberano, que murió sin llegar a dar un grito.
Sus Restos Mortales
Historiadores cuentan que la cabeza de su cuerpo
embalsamado fue perdida después que revolucionarios
saquearon la Basílica de Saint-Denis y profanaron su
túmulo en 1793. Pero una cabeza embalsamada, atribuida
a Henrique IV, ha pasado por varios coleccionadores
particulares desde entonces. El periodista francés Stephane
Gabet siguió las pistas y encontró la cabeza en el sótano
del cobrador de impuestos jubilado, Jacques Bellanger, en
enero de 2010. De acuerdo con Gabet, una pareja compró
la cabeza en un remate en Paris, en inicio de 1900, y
Bellanger la compró de la esposa en 1955.
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En 2010, un equipo multidisciplinar liderado por
Philippe Charlier, un examinador médico forense del
Hospital de la Universidad Raymond Poincaré, en
Garches, confirmó que era la cabeza perdida de Henrique
IV, utilizado en su estudio una combinación de técnicas
antropológicas, paleopatológicas, radiológicas y forenses.
La cabeza tenía un color marrón claro, y estaba en
excelente estado de preservación. Una contusión un poco
encima de la narina, una perforación en el lóbulo de la
oreja derecha, indicando a utilización de un dije por un
largo período, y una herida facial cicatrizada, que
Henrique IV tendría sufrido después de una tentativa de
asesinato, estaban entre as marcas que identificaron la
cabeza.
La datación por radiocarbono dio una data de entre
1450 e 1650, que se encaja en el año de la muerte de
Henrique IV, en 1610. No en tanto, el equipo no fue capaz
de recuperar las secuencias de DNA mitocondrial de la
cabeza, y por eso no fue posible hacer la comparación con
otros restos del rey o con los de sus descendientes. La
cabeza fue enterrada en la Basílica de Saint-Denis,
después de realizada una misa y un funeral nacional en
2011.
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Descendencia del Rey
Henrique IV tuvo seis hijos con María de Médici:
Luis XIII de Francia (1601-1643), que se
casó con la infanta Ana da Austria, hija de
Filipe III de España. Su padre lo hacía asistir
a los Consejos Reales y recepciones de los
embajadores extranjeros.
Isabel de Francia (1602-1644), que se casó
con Filipe IV de España
Cristina Maria de Francia (1606-1663), que
casó con Vítor Amadeu I de Saboya.
Luís Nicolau, Duque de Orleans (1607-
1611)
Gaston, Duque de Orleans (1608-1660)
Henriqueta Maria de Francia (1609-1669),
que se casó con Carlos I de Inglaterra.
El Aciago Periodo de la Guerra de Sucesión
Mucha cosa ya fue dicha hasta aquí, pero así como
entendimos la manera de cómo se establecieron los reinos
y se subyugaron a sus súbditos, ahora nos falta
comprender las décadas previas al inicio del viaje, donde
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 260
se debe incluir “La Guerra de Sucesión Española”, que fue
un conflicto internacional por la sucesión al trono de
España tras la muerte de Carlos II, y que duró desde 1701
hasta 1713, aunque la resistencia en Cataluña se mantuvo
hasta 1714 y en Mallorca hasta 1715, y que se saldó con la
instauración de la Casa de Borbón en España. O sea que
algunos de los emigrantes y participantes de la odisea, se
vieron incluidos de una manera directa o indirecta con este
cruento acontecimiento.
Esta fue a la vez una guerra civil entre borbónicos y
austriacistas pertenecientes a los reinos hispánicos de
Castilla y de la Corona de Aragón, cuyos últimos
rescoldos no se extinguieron hasta 1714, con la
capitulación de Mallorca ante las fuerzas de Felipe V.
El último rey de España de la casa de Habsburgo,
Carlos II el Hechizado, estéril y enfermizo, murió en 1700
sin dejar descendencia. Durante los años previos a su
muerte, la cuestión sucesoria se convirtió en asunto
internacional, y eso dejó evidente que la Monarquía
Católica constituía un botín tentador para las distintas
potencias europeas. Tanto Luis XIV de Francia, como el
emperador Leopoldo I, estaban casados con infantas
españolas hijas de Felipe IV, por lo que ambos alegaban
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 261
derechos a la sucesión española (asimismo, las madres de
ambos eran hijas de Felipe III).
A través de su madre, María Teresa de Austria
(hermana mayor de Carlos II), el Gran Delfín, hijo
primogénito y único superviviente de Luis XIV, era el
legítimo heredero de la Corona española, pero era ésta una
elección problemática. Como heredero también al trono
francés, la reunión de ambas coronas hubiese significado,
en la práctica, la unión de España -y su vasto imperio
territorial de las indias- y Francia bajo una misma
dirección, en un momento en el que Francia era lo
suficientemente fuerte como para poder imponerse como
potencia hegemónica.
A consecuencia de ello, Inglaterra y Holanda veían
con recelo las consecuencias de esta unión y el peligro que
para sus intereses pudiera suponer la emergencia de una
potencia de tal orden.
Los candidatos alternativos eran el emperador
romano Leopoldo I, primo hermano de Carlos II, y el
Elector de Baviera, José Fernando. El primero de ellos
también ofrecía problemas formidables, puesto que su
elección como heredero hubiese supuesto la resurrección
de un imperio semejante al de Carlos I de España del siglo
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 262
XVI, el que fue deshecho por la división de su herencia
entre su hijo Felipe y su hermano Fernando.
Por ello, Luis XIV temía que volviese a repetirse la
situación de los tiempos de Carlos I de España, en la que
el eje España-Austria aisló fatalmente a Francia. Aunque
tanto Leopoldo como Luis estaban dispuestos a transferir
sus pretensiones al trono a miembros más jóvenes de su
familia (Luis al hijo más joven del Delfín, Felipe de
Anjou, y Leopoldo a su hijo menor, el Archiduque
Carlos), la elección del candidato bávaro parecía la opción
menos amenazante para las potencias europeas. Como
resultado, José Fernando de Baviera era la elección
preferida por Inglaterra y Holanda.
Francia e Inglaterra, inmersas en la Guerra de los
Nueve Años, pactaron la aceptación de José Fernando de
Baviera como el heredero al trono español, y en
consecuencia el rey Carlos II lo nombró Príncipe de
Asturias.
Para evitar la formación de un bloque hispano-
alemán que ahogara a Francia, Luis XIV auspició el
Primer Tratado de Partición, firmado en La Haya en 1698,
a espaldas de España. Según este tratado, a José Fernando
de Baviera se le adjudicaban los reinos peninsulares
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 263
(exceptuando Guipúzcoa), Cerdeña, los Países Bajos
españoles y las colonias americanas, quedando el
Milanesado para el Archiduque Carlos y Nápoles, Sicilia y
Toscana para el Delfín de Francia.
El problema surgió cuando José Fernando de
Baviera murió prematuramente en 1699, lo que llevó al
Segundo Tratado de Partición, también a espaldas de
España. Bajo tal acuerdo, el Archiduque Carlos era
reconocido como heredero, pero dejando todos los
territorios italianos de España a Francia.
Si bien Francia, Holanda e Inglaterra estaban
satisfechas con el acuerdo, Austria no lo estaba y
reclamaba la totalidad de la herencia española. Sin
embargo, un mes antes de su muerte, Carlos II testó a
favor de Felipe de Anjou, si bien estableciendo una
cláusula por la que Felipe tenía que renunciar a la sucesión
de Francia. Esto se debió a que el gobierno español tenía
como prioridad principal la conservación de la unidad de
los territorios del Imperio español, y Luis XIV de Francia
era en ese momento el monarca con mayor poder de
Europa y, por ello, prácticamente el único capaz de poder
llevar a cabo dicha tarea.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 264
Cuando se produjo la muerte de Carlos II, Luis XIV
respaldó el testamento. El 12 de noviembre de 1700, Luis
XIV hizo pública la aceptación de la herencia en una carta
destinada a la reina viuda de España en la que decía:
“Nuestro pensamiento se aplicará cada día a
restablecer, por una paz inviolable, la monarquía
de España al más alto grado de gloria que haya
alcanzado jamás. Aceptamos en favor de nuestro
nieto el duque d'Anjou el testamento del difunto
rey católico”.
Pocos días después, el rey de Francia, ante una
asamblea compuesta por la familia real, altos funcionarios
del reino y los embajadores extranjeros, presentó al duque
de Anjou con estas palabras:
Señores, aquí tenéis al rey de España.
Y a su nieto le dijo:
Sé buen español, ése es tu primer deber, pero
acuérdate de que has nacido francés, y mantén la
unión entre las dos naciones; tal es el camino de
hacerlas felices y mantener la paz de Europa.
Felipe V Ocupa el Trono
Todos los soberanos de Europa (menos el emperador
Leopoldo), reconocieron, quizá con reticencias, a Felipe
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 265
de Anjou como heredero de la Corona española, el cual se
dispuso a hacer uso de sus derechos y, tras ser aleccionado
por su abuelo, se despidió de la corte francesa.
Entró en España cruzando el Bidasoa por Bera de
Bidasoa (Navarra), llegando a Madrid el 18 de febrero de
1701. El pueblo madrileño, hastiado del largo y agónico
reinado de Carlos II, lo recibió con una alegría delirante y
con esperanzas de renovación. Los primeros meses de
adaptación en la intrigante corte española fueron difíciles
para este joven de 17 años acostumbrado al lujo
desmedido de Versalles.
Sin embargo, la precipitación y la prepotencia de
Luis XIV hicieron cambiar la situación. Por un lado, en
diciembre de 1700 (antes de la coronación de Felipe V en
febrero de 1701), Luis XIV hizo saber que mantenía los
derechos sucesorios de su nieto a la corona de Francia. Por
otro, tropas francesas comenzaron a establecerse en las
plazas fuertes de los Países Bajos españoles, con el
consentimiento y colaboración de las fuerzas españolas
que las ocupaban.
Esta ayuda, que en realidad era un reforzamiento de
posiciones, constituía una provocación, y el resto de las
potencias reaccionaron de inmediato. Holanda e Inglaterra
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 266
se aproximaron al emperador Leopoldo y se
comprometieron a otorgar la sucesión de España al
Archiduque Carlos.
Y fue así que en septiembre de 1701 se formó una
coalición internacional mediante la firma de un tratado en
La Haya. Esta coalición, llamada la Segunda Gran
Alianza, estaba formada por Austria, Inglaterra, las
Provincias Unidas de los Países Bajos y Dinamarca, y
entonces se declaró la guerra a Francia y España en mayo
de 1702. Portugal y Saboya se unieron a la alianza en
mayo de 1703.
La guerra se inició al principio en las fronteras de
Francia con estos países, y posteriormente en la propia
España, donde se convirtió en una guerra europea en el
interior de España, sumada a una auténtica guerra civil,
básicamente entre la Corona de Aragón (partidaria del
Archiduque, el cual había ofrecido garantías de mantener
el sistema federal y foral, similar al de las imperiales
Austria e Inglaterra) y Castilla (que había aceptado a
Felipe V, cuya mentalidad era la del estado centralista de
monarquía absoluta comparable al modelo de la Francia de
la época).
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 267
Terminada la guerra, el rey Felipe V mantuvo los
fueros del Reino de Navarra y de las Provincias
Vascongadas en agradecimiento por su apoyo en el
conflicto. Por el contrario, a los territorios españoles que
no lo apoyaron, les quitó sus privilegios y fueros. Así,
hasta el siglo XX, los únicos territorios españoles que aún
mantenían fueros eran Navarra y la provincia vasca de
Álava.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 268
Ni Todo fue un Mar de
Rosas
Influencias de la Variación del Clima
Durante días, la flota navegó irregularmente,
optando cada capitán por aprovechar las pequeñas ráfagas,
pilotando hora para el sur hora para el este, norte y oeste.
El viento no aparecía y obligaba a los barcos a detenerse
donde se encontraban, hasta el momento en que surgiese
una nueva racha. Eso fue haciendo con que la flota se
separase ya que algunas de las naves eran obligadas a
parar de vez en algún punto infinito del inmenso océano.
Haciendo un enajenado esfuerzo por lograr mantener
la unión del grupo de barcos, los timoneles viraban de
dirección obedeciendo a los maestres, quienes por su vez
ansiaban con que el viento que acariciaba sus velámenes
fuese favorable; pero con el transcurrir de las horas y los
días, la situación varaba muy poco.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 269
Para los pasajeros, esa situación en el mar les
resultaba ser bastante aburrida, salvo cuando aparecían los
delfines, jugando brincando fuera del agua, momento en
que madres e hijos encontraban algún entretenimiento para
despabilar el fastidio, aunque el calor en cubierta fuese
infernal y pegajoso ya que entendían que quedarse en sus
cuchitriles sería infame para los pequeños.
Pero lo peor vino luego a seguir, cuando empezó a
faltar alimento. Todo alimento fresco estaba rancio y el
agua tenía un olor a putridez bastante desagradable. Sin
embargo, en el camarote del capitán Bernardo de
Zamorategui, no podían quejarse los que allí acudían, pues
las comidas que se servían eran consideradas aceptables,
dentro de la monotonía del resto de la tripulación.
Allí había castañas cocidas, galletas mohosas,
tasajos duros como piedras, almendras saladas que daban
mucha sed, garbanzos tostados… pero el resto de la
tripulación, pasajeros y soldados tenían ya malos los
estómagos, vomitaban, flaqueaban y empezaban a
protestar seriamente. Aunque todos procuraban que no se
les oyera sus rezongos, porque sabían que cualquier
actitud algo rebelde era castigada inmediatamente de
forma muy severa.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 270
De este modo iban transcurriendo lentamente los
días, hasta que una noche, cuando María de la Encarnación
dormía a gusto en su jergón, de repente le sobresaltó un
ruido violento, como si hubiese sido un estampido. Se
despertó y momentáneamente no recordó en donde se
encontraba, a causa de la oscuridad. De pronto exclamó
atemorizada:
-¡Los piratas están atacando la nao…!
Pero muy pronto reparó en el gran movimiento del
navío y en la manera que todo crujía a su alrededor, y eso
le permitió comprender que el barco estaba soportando
una fuerte tempestad.
A la par de su temerosa percepción, ella notó que
ocasionalmente una luz cárdena proveniente de los
relámpagos se colaba por la puerta de la escotilla y se
desparramaba ligeramente por los oscuros pasillos, yendo
a reflejarse tenuemente por la ranura de la puerta, y de vez
en cuando sentía que le salpicaba un agua fría venida
desde algún lado…
La Primera Tempestad
-¡Santa Bárbara bendita! -María de la Encarnación
escuchó que alguien imploraba desde el cuarto de al lado.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 271
Entendió que sería su cuñada rezando, la que estaría
suplicando por protección divina.
-¡Dios bendito, ampáranos!... ¡Santa María,
válenos!... -retumbó enseguida el eco de un coro de
plegarias desde dentro de las otras alcobas, mientras lloros
de niños temerosos acompañaban los rezos suplicantes de
sus madres.
El ruido de los truenos, el bajar y subir del suelo a
causa del encrespado oleaje, los gritos de pavor de las
personas que iban a bordo, el golpeteo de la carga en las
bodegas, todo conformaba un panorama caótico que
causaba aún más pánico dentro de una oscuridad total que
impedía saber a ciencia cierta lo que sucedía.
-Rezad, rezad conmigo, hijos -les decía María de la
Encarnación a quienes compartían con ella esa estancia.
-¡Padre nuestro que estás en el Cielo!... Arrepentíos,
hijos, de vuestros pecados, no sea que muramos en este
trance sin confección -solicitaba, abrazándolos cada vez
más fuerte contra sí.
-Decid conmigo, hijos: ¡Señor mío Jesucristo, Dios
y hombre verdadero, Redentor mío…!
Todos estaban amedrentados, todos rezaban,
aterrorizados, viéndose ya sumergidos en la profundidad y
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 272
negrura de aquellas aguas amenazadoras, hostiles, como si
su muerte fuera inminente. Durante horas soportaron aquel
movimiento de subir y bajar, volver a subir y caer de vez,
empapados, vomitando, nauseabundos y muertos de frio
entre mantas, sin poder ver nada.
Por fin fue cesando la tormenta y la nave se aquietó.
Era la hora anterior al alba y una tenue luminosidad ya
entraba por la escotilla.
Custodiados por esas primeras luces del nuevo día,
todos salieron a cubierta exterior y se encontraron con un
horizonte que apenas aclaraba por instantes, aunque las
densas nubes negruzcas seguían ocupando parte del cielo.
La perplejidad, el miedo y la aprensión estaba dibujaba en
todos los rostros como si estos hubiesen sido trazados por
la mano de un único artista.
Todo estaba mojado; el agua corría por las maderas
y chorreaba desde las diversas estructuras, había muchos
hombres achicando, atando cabos, sujetando velas,
llevando y trayendo fardos, cajas y otros enceres que
habían quedado esparcidos por todas partes.
Mismo así, la tenue luz del amanecer permitía ver
que los rostros de los hombres estaban desencajados, y con
los ojos desorbitados en demasía por causa de la horrible
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 273
malaventura por la que habían acabado de pasar.
Igualmente podía observarse que los movimientos de los
marineros eran lentos, como si se comportasen de manera
desganada, negligente, pero todo su sufrimiento era a
causa de la fatiga de su brega nocturna contra la
tempestad.
Sin embargo, a medida que el denodado trabajo iba
poniendo en orden aquel caos que había seguido a la
tempestad, unas nubecitas grises, azuladas, habían ido
invadiendo el cielo por oriente, y fueron enrojeciéndose
hasta que el sol hizo su salida triunfal, rozando con su luz
dorada las crestas de las olas. Luego a seguir, los pesados
nubarrones se fueron esparciendo por el cielo en grandes
copos rojos que terminaron deshaciéndose de a poco, y
entonces por fin empezó a reinar una gran calma. Cuando
la luz lo permitió, se encontraron solos en el medio del
mar, la flota se había dispersado de vez y no se veían
siquiera.
-¡Deo gratia! -comenzó a gritar un capellán desde el
alcázar de popa-. ¡Deo gratia! ¡Oremus a Deus! -
suplicaba.
Todo mundo se santiguó y se arrodilló. Más tarde se
supo que un marinero había caído por la borda, perdido en
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 274
medio del remolino de las aguas, y otro estaba herido al
ser aplastado por la carga de la bodega.
En una primera exploración, los oficiales notaron
que la nao tampoco había sufrido mayores desperfectos
que por acaso le imposibilitasen continuar el viaje. Con un
poco de maña todo estaría arreglado en poco tiempo,
habría dicho el capitán, después de realizar una segunda
inspección por toda la nave.
Ya con el sol brillando a media altura, ropas,
sábanas, mantas, jergones y todo tipo de indumentarias
fueron colgados en las cuerdas existentes y en otras
improvisadas. Quien viese la nave desde lejos, le llamaría
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 275
la atención ese arcoíris de ajuares y vestuarios que había
sido desplazado por toda la cubierta.
La Segunda Detención
Algunos días después, sin encontrar otro
contratiempo que los perjudicase, “La Bretaña” finalmente
ancló en la isla Dominica. Sería una corta escala para
abastecerse de agua y comida fresca suficiente para el
resto del viaje hacia el sur. Entonces la gente bajó a tierra
e realizó grandes comilonas, como si estuviesen a fin de
recuperar los días perdidos con las malas comidas de los
últimos días, o quizás, queriendo hacer un peculio en sus
estómagos para las posibles adversidades futuras.
Los que por primera vez pisaban tierra del Nuevo
Mundo, pronto se quedaron asombrados por el paisaje, los
habitantes, las construcciones y el maravilloso clima de
aquellas tierras tan diferentes.
-¡Santo Dios! -manifestó el padre Cabrera-. ¡Cómo
es diferente aquí!
-Así son las Indias, padre. Esto es otro mundo. -le
dijo el capitán Bernardo-. ¿Se cree vuestra paternidad que
evangelizar aquí es más sencillo que en Europa por ser
éstas unas tierras vírgenes?
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 276
-Pues le diré que no lo sé. -exclamó el jesuita, con
cara aprensiva.
-Puede que vuestra paternidad esté equivocado. A
diferencia con su catecismo, todo aquí es mezclado, lo
derecho y lo torcido, lo claro y lo oscuro, lo puro y lo
impuro…, el bien y el mal -agregó el capitán con una
sonrisa de sorna.
-Puede que sea así, vuestra merced, al final de
cuentas, estamos en el Nuevo Mundo -contestó el jesuita y
salió ventilando la sotana a otra parte.
-¡Tome cuidado, vuestra paternidad, no se olvide
que está en tierras paganas! -le gritó Bernardo,
acompañando su frase con una sonora carcajada.
Al mismo tiempo, aprovechando la corta parada, los
pasajeros pasaron a deambular por las calles de la
Dominica, queriendo dar una ojeada, observando lo que
fuese: gentes, construcciones, playas, y conversando con
el vecindario sobre los paisajes del lugar, o mismo sobre
los temas que hallaban importantes en aquel momento.
-¿Será que en el Real de San Felipe hace un clima
igual? -le preguntó María de la Encarnación a Felipe,
quizás anhelante por querer encontrar en destino heredades
con la mima estampa.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 277
Felipe dio de hombros por no saber que responder, o
por lo que le daba igual, y ambos continuaron caminando
juntos, cada uno ensimismado con sus propias
cavilaciones y sueños. Total, que les importaba, ya estaban
en el Nuevo Mundo, y siendo así, el resto lo dejaban en la
mano de Dios.
Un poco más tarde, el capitán Bernardo encontró los
capitanes de otras dos naves de la flota que había partido
junto desde Canarias, y fue informado por ellos que
ninguno de los barcos, salvo esos dos, habían sufrido
desperfectos importantes.
Le habían dicho que, poco después de realizar una
breve recalada, la flota portuguesa había tomado el rumbo
del sur en busca de las corrientes que llamaban del Pará,
con la intención de descender lo más rápido posible, para
no tener que volver a tocar puerto hasta llegar a sus
destinos en Brasil, pues todos los maestres sabían del
peligro a causa de la piratería era muy grande en esos
tiempos.
Asimismo, se enteró de que otra gran flota española
que había pasado un mes antes por allí, había partido en
dirección a la Nueva España y tendría se enfilado desde
Dominica hacia Vera Cruz, para ir dejando por el camino
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 278
los navíos con destino a La Española, Santo Domingo,
Puerto Rico y Cartagena de Indias. No en tanto, una parte
de ella había puesto rumbo a Portobelo, dejando también
por el camino a los barcos que iban hacia Maracaibo,
Margarita y Rioacha.
Un día y medio después de haber llegado, el capitán
Bernardo mandó izar el velamen y tomar rumbo al sur
para ir nuevamente de encuentro a la flota portuguesa.
Esperaba poder encontrarla en Punta Negra, sino,
seguirían solos hacia su destino bordeando la costa
brasileña.
Otra Noche de Malos Presagios
Ya se habían pasado casi seis semanas de
navegación, y la nao aún se encontraban navegando en
algún lugar perdido entre el mar de las Antillas y la costa
norte de las Indias del sur.
La situación le hizo suponer al maestre Bernardo
que su viaje se atrasaría mucho más de lo previsto
inicialmente, llegando a concluir rápidamente que, si no
encontraba a la flota portuguesa, lo mejor era continuar el
viaje solo lo más rápido posible.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 279
Después de su partida de la isla Dominica, los
vientos a favor los habían ayudado favorablemente, pero
tal suerte no los acompaño durante mucho tiempo más. En
una de aquellas tardes aburridas y monótonas del viaje,
Felipe se asomó por la borda para contemplar el mar.
A esa hora el sol ya caía lentamente por el oeste
perdiéndose casi en la infinita línea del horizonte, mientras
sus rayos quemaban el cielo dejándolo rojizo. Sin
embargo, a su espalda, por el este, se acercaban unas
nubes oscuras, pesadas, empujadas por un intenso viento
oceánico que las hacían bailar y aunar unas con otras.
-¡Habrá tormenta! -dijo alguien con voz ronca atrás
de él.
-Bueno, -observó Felipe encogiéndose de hombros
luego después de girar su cuerpo-. Mientras no nos agarre
desprevenidos, todo se remediará.
-Es verdad -respondió el hombre-. Pero no sé qué
noche escura sea ésta, que desata las tempestades del
mundo y de las almas… -fue diciendo don Silvestre Pérez
Bravo, otro vecino suyo del Sauzal. Un hombre maduro de
51 años, y a quien, por las marcas demacradas observadas
en su rostro, el viaje no le venía sentando bien.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 280
-Como sea, pero yo no querría privarlo de la verdad
de mi tormentosa vida, que poco tiene que envidiar a la
suya en sobresaltos y secretos… -expresó nuevamente
Felipe dando de hombros más una vez. Entonces don
Silvestre le regaló una mueca de incertidumbre, se
despidió de él, y se marchó para otras bandas.
Cuando lo invadió la penumbra del luzco fusco, de
pronto Felipe decidió irse a dormir. Se sentía fatigado y
algo confuso. Habían sido demasiadas emociones juntas
en tan pocos días. La navegación, los peligros del mar, la
trepidante y monótona vida a bordo, y la sorpresa de haber
encontrado un mundo tan diferente en las Indias…
En su cabeza, todo parecía que era un enmarañado
de excitaciones y sueños que lo dejaban anonadado y
ambiguo al mismo tiempo.
Quiso conversar con su primo sobre todo ello,
cambiar ideas, explicarle sus exaltaciones, pero notó que
Antonio estaba junto a una rueda de gente que se divertía
jugando a los naipes. Entonces se estiró en el jergón, se
cubrió el rostro con la manta y enseguida lo venció el
sueño.
Una Tempestad Arrasadora
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 281
De repente, un brutal golpe de mar los echó a todos
al suelo y, con él, pronto se escaparon algunos toneles de
las sogas que los abrazaban y estos se echaron a rodar de
un lado a otro, rompiéndose unos y amenazando otros con
írseles encima.
Parecía que toda la carga temblaba y se movía cual
si estuviera viva, mientras tripulantes y pasajeros iban de
acá para allá sin atinar a encontrar agarre en ninguna parte.
Así fueron Felipe y Antonio, tastabillando y recibiendo
empellones de cajas y sacos hasta alcanzar juntos la escala
por donde pretendían bajar para resguardarse.
En esa estaban, cuando unas voces que sonaban bajo
sus pies los detuvieron.
-¡Auxilio!... ¡Ayuda! -alguien gritaba con
desesperación.
Pronto se dieron cuenta que los gritos de socorro
venían de la sentina. Bastó con entre mirarse, y sin mediar
palabra, ambos dieron vuelta y se pusieron rumbo a popa,
en busca de la escotilla que daba a aquel último rincón del
barco.
La vieron al fin, cerca del palo mayor; era un
pequeño agujero por el que caían de vez en cuando
algunos de los muchos objetos que rodaban ahora por el
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 282
suelo. Abajo, al mirar por el boquete, luego vieron el
rostro aterrorizado de un mozalbete que los miraba
suplicante y les gritaba:
-¡Sáquenme de aquí vuestras mercedes, por
caridad!... ¡Hay una vía de agua y la bomba de achique no
sirve de nada!
-¿Dónde tienes la escala? -preguntó Felipe.
-¡No sé, se cayó con el golpe y se la ha llevado la
corriente! -gritó el muchacho.
Antonio vio que el agua llegaba a la cintura del
muchacho y que le temblaba todo el cuerpo. Junto al
joven, nadaban desesperadamente algunas ratas.
-Sujétame y sujétate -le ordenó Antonio a su primo,
y enseguida se tumbó sobre el piso hasta hacer colgar
medio cuerpo por la escotilla. Fue penoso alzar al
grumete, pues el meneo del barco les hacía perder a cada
poco el equilibrio, y las piedras del lastre de la sentina
tampoco ayudaban. Por fin Antonio lo izó del brazo con
sus dos manos y le gritó a Felipe para que tirase de ambos.
-¡Arre! ¡Vamos, quítanos de aquí!
No sin grandes esfuerzos, al fin ellos lograron sacar
al grumete de su aprieto, y Antonio creyó no haber visto
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 283
nunca mayor gratitud en una mirada, que la reflejada en
los ojos desencajados de aquel mozo.
-¿Cómo te llamas? -le preguntó Felipe.
-Cristóbal, señor, para serviros en cuanto deseéis…,
os debo…
-¿La vida? Ya lo sé. Les pasa a muchos -alegó
Felipe-. Pero mejor si hacéis por conservarla. ¿Hay
alguien más ahí abajo? -quiso saber.
El grumete negó con la cabeza.
-Pues salgamos de aquí, ya -propuso Antonio.
Pero el camino de vuelta estaba cerrado. Una
montaña de bultos se interrumpía entre ellos y la escala de
proa, mientras veían como las ratas saltaban eufóricamente
por encima de los volúmenes caídos. De modo que los tres
siguieron hacia popa hasta dar con la otra escala.
-Si el farol que dejamos atrás se cae del enganche,
tendremos fuego -avisó Antonio cuando Felipe ya subía
los primeros peldaños.
-Tanto da, Antonio, que si la mar nos traga, ella
misma habrá de apagarlo.
Subieron a la segunda cubierta y, guiados por los
pequeños faroles que bailaban una danza macabra en sus
ganchos, pronto llegaron a la primera, donde los
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 284
aguardaba otra desagradable sorpresa que ya se había
hecho anunciar con ensordecedor ruido antes de que ellos
asomasen la cabeza por la escala.
No habían tenido tiempo aún de mirar a su
alrededor, cuando un coro de voces gritó: ¡Cuidado!..., y
apenas si pudieron echarse a un lado para evitar que un
enorme cañón los aplastara. Las sogas que lo amarraban
habían cedido y la cureña en la que estaba montado lo
llevaba de babor a estribor como si fuese una pelota,
arrollando cuanto se le cruzaba en su camino.
Los cuerpos magullados de los marineros daban
cuenta de su paso, y los demás hombres que se agolpaban
en aquella cubierta, parecían jugar a un mortal cuatro
esquinas al huir con inestables pasos de las acometidas del
cañón, que ya había arrancado con sus topetazos una de
las portas de artillería por la que entraba el agua en
grandes chorros, lo que dejaba aún más resbaladiza la
madera y agrandaban el caos con su sofoco.
Felipe y Antonio también participaron en tales
quiebros hasta que finalmente lograron alcanzar la cámara
del timón, donde el timonel, con ayuda del capitán y de
otros, intentaba hacerse con el gobierno de la nave.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 285
-¡Apagad esos faroles, rediós! -gritó el maestre
Bernardo sin soltar el pinzote, que se quería escurrírsele de
las manos como si fuese una anguila.
Ellos los apagaron y la estancia quedó sumida en
penumbras, apenas iluminada por la tenue claridad que se
colaba, mezclada con agua que insistía en entrar por la
escotilla del techo.
-¡Señor Bernardo! -bramó Felipe, en un esfuerzo por
querer sobreponer su voz al escándalo de agua y maderos
que los ensordecía-. ¿Qué sucede? ¿Nos vamos a pique?
-¡Iremos, si el diablo y el necio capitán se empeña! -
gritó el padre Cabrera con un vozarrón colérico.
-¿Qué hay pues? -quiso saber Felipe.
-¿Qué ha de haber? ¡Necedad y soberbia, eso es lo
que hay! -agregó el cura.
-¡Mirad bien y recordadlo, -avisó el ignaciano con el
rostro desencajado-, por si un día llegáis a tener ocasión de
contárselo a vuestros nietos, en vez de servir de almuerzo
a los peces! ¡Así se lleva un barco a la catástrofe!
-¿Y lo qué debería ser hecho? -preguntó Antonio,
que se mantenía firmemente agarrado a un gancho de la
pared.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 286
-¡Se niega a recoger trapo, el grandísimo botarate!
¡A buenas horas las prisas! ¡Mierda y mil veces mierda
para él y para toda su estirpe! -vociferó el colérico padre
perdiendo toda su eclesiástica compostura.
-¡Si lo hacemos, vamos a desarbolarnos! -gruñó el
capitán.
-¿Vamos? ¡Dios, acabamos de perder el velacho del
trinquete y su verga, y no le doy una ampolleta de vida al
palo mayor si se nos corta la jarcia! -retrucó Cabrera.
-¡Hablad con san Pedro, o con Dios! -carcajeó el
capitán Bernardo.
-¿Es que me veis acaso holgando? ¡Hablad vos si os
place! -Replicó el padre-. ¡Para qué os ha de servir!
-¡Vuestra paternidad, ahora debe andar con pláticas
con todos los santos! ¡Bueno, tampoco es malo, puede que
alguno de ellos nos libre de esta locura! -volvió a decir el
capitán, ahora más compuesto.
La Visión del Apocalipsis
Antonio empezó a sentir como el miedo se anudaba
en su estómago, como ponía en danza sus fantasmas entre
las sombras que lo rodeaban. La nave surcaba la tempestad
dejada de la mano de Dios, zarandeada por el oleaje,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 287
desgarrada por el viento, y con ella se irían todos al garete
sin que nadie pusiera remedio a tanto desafuero.
-¿Qué podemos hacer? -preguntó angustiado.
-¡No podemos hacer nada! ¡Rezad lo que sepáis y
confiad en que alguno de esos valientes que están en el
puente sea capaz de librarnos del velamen! -contestó el
maestre, siempre de manos firmes en el timón.
Antonio se volvió hacia su primo, pero este ya no
estaba a su lado. Tan sólo encontró la mirada espantada
del grumete Cristóbal, al que parecía haber tornado estatua
de sal una maldición. A seguir, salió del camarote y subió
la escala del castillo de popa, golpeándose la cabeza contra
uno de los bordes de la tarima de la toldilla. La puerta del
castillo había desaparecido y el agua se colaba a cada
nuevo golpe de mar. Entonces se acercó hasta el vano,
aferrándose al quicio, y bajo la primera claridad del alba,
ante sus ojos se ofreció un espantoso espectáculo que
ciertamente no olvidará mientras viva.
El agua barría la cubierta como una riada. La mar
enfurecida levantaba sus grandes y húmedas zarpas sobre
sus cabezas y se rompía en un estallido de espuma,
aullando y gruñendo como un animal rabioso. El cielo se
había abierto sobre ellos y derramaba su lluvia entre
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 288
relámpagos y formidables truenos que parecían el eco del
abismo en que cada poco se hundían y del que
milagrosamente salían a seguir, impulsados por la misma
fuerza que los había arrastrado hacia él.
Y allí, en medio, encaramado a la cruceta del palo
mayor, lejano e imposible como una gaviota más en la
tormenta, Antonio vio brillar la calva cabeza de un
marinero que intentaba cortar las burdas y los estayes de
los juanetes mayores y de la gavia. Su cuerpo se
columpiaba sobre el mástil como diábolo en la cuerda,
enrollando sus piernas en las sogas de la tabla de jarcia
para asentarse, y amenazando a cada instante con
desplomarse sobre la cubierta.
Quiso llamarlo a voces, sin saber bien con qué fin
pues ¿qué había de decirle? Le pareció que permanecer allí
arriba era una locura. Intentar bajar, un suicidio. Pero al
soltar el quicio de la puerta para hacer bocina con sus
manos, una fuerte sacudida lo tiró al suelo y una tromba de
agua lo caló hasta los huesos, y aun lo habría llevado con
ella, si el grumete no hubiese tirado de él hacia adentro.
Antonio se levantó empapado y aturdido, corrió
nuevamente hacia el vano de la puerta y, al asomarse, un
ruido seco le heló el corazón. La verga mayor había caído
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sobre el puente, arrastrando consigo su vela; en lo alto del
mástil ya no ondeaba la gavia y el juanete, y sus telas
restallaban como bofetadas cuando un nuevo crujido
anunció la tragedia.
El palo mayor se quebró al medio, cual si fuera un
mondadientes, y llevado por las alas de sus dos velas
desplegadas, el marinero que allí estaba se echó a volar
como un pájaro asustadizo.
Prendido en la garra de sus jarcias, el muchacho vio
alejarse al marinero hacia los cielos y desaparecer luego
entre las olas como un ave abatida, y como si con él se
hubiera llevado también a los demonios que los
atormentaba, la nave, desarbolada. Entonces cesó en sus
bandazos.
A la sazón, Antonio se dejó caer en el suelo, junto a
la puerta y sintió cómo su respiración se agitaba con un
llanto que no llegó a nacer, mientras el aliento del cielo se
aquietaba y la lluvia se tornaba mansa y triste, cual si
quisiera limpiar todo el daño que el destino había vertido
sobre ellos. No tardó en aparecer el contramaestre, en
busca de noticias.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 290
La Hora de los Reparos
-¿Qué sucedió? -le preguntó el hombre al
aproximarse.
-Nos ha salvado un ángel de alas enormes -le
contestó el muchacho, pero el contramaestre no prestó
atención a sus palabras. Ya se había asomado a la puerta y
visto con sus propios ojos la causa de la salvación.
-¡Perdimos la arboladura! -gritó, para que el timonel
escuchara la nueva.
-¡A ver, hacen falta manos en el puente! ¡Hay que
arriar lo que queda del velamen! -ordenó enunciando sus
palabras sin dirección fija, y aguardando por marineros
que ya se dislocaban para el lugar.
Se oyeron rumores de pasos y los hombres de la
primera cubierta empezaron a salir al puente, todavía
zarandeados por la mar pero animados por la fuerza y el
valor que nacen de la esperanza recobrada. Antonio oía
voces sobre la cubierta, las órdenes del contramaestre, el
bullicio de una nave gobernada, y se preguntó cuánto
habría de durar, pues el árbol de sus aventuras aún se
sostenía sobre las mismas raíces podres.
-¿Os encontráis bien? -escuchó de repente a sus
espaldas.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 291
Era su primo Felipe, pálido y vestido como si fuese
un comediante, quien lo contemplaba desde el vano de la
puerta.
Le dijo que sí con la cabeza pero no se levantó, un
odio frío como el hielo lo retenía en el suelo. Tras él, vio
la figura del capitán Bernardo que salía a cubierta
apresuradamente. Las enojadas voces con que convocó a
sus hombres le revelaron la temperatura de su alma. Pero
por el contrario, a Antonio se le antojaba que la de él
estaba muerta.
-¡Señor contramaestre! -gritó el capitán desde la
puerta. Fuera se oyó venir de lejos la respuesta del oficial
de mar, y Bernardo añadió:
-¡Hágame saber cuántos hombres hemos perdido y
cuál es el estado del barco!
Después se retiró a su camarote, sin palabras de
aliento, sin un lamento ni un gesto de pesar. Antonio se
quedó admirado de la limpieza de sus zapatos, del modo
en que brillaba el rosetón de lentejuelas sobre su elegante
empeine, del sonido limpio y firme de sus tacones contra
el sucio entablado del piso.
-¡Por todos los Santos… sus zapatos tienen más
corazón que él! -pensó Antonio al momento que buscó
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 292
pararse, estirando con dolor sus piernas que ahora le
recordaban el esfuerzo realizado. Entonces partió en busca
de su primo y su madre. El grumete Cristóbal lo siguió
como un perro faldero.
Felipe estaba donde él imaginaba, en la cabina de su
mujer, al lado de la de su madre. Allí platicaba con su
familia y se cambiaba los trapos coloridos que se había
puesto momentáneamente encima, cuando el temporal.
Físicamente todos estaban bien, pero su madre al
igual que algunos de los niños, era la viva imagen del
espanto. Todos tenían los cabellos en desorden, los ojos
enrojecidos por el llanto, la faz demacrada, y el vestido de
su madre estaba desgarrado en los sobacos. En general,
todos los pasajeros estaban desalineados y acongojados.
-¡Estáis vivo! ¡Qué miedo he pasado! -curioseó doña
María Gerónima, en cuanto se abalanzó en los brazos de
su hijo. Después, dando un paso atrás, recompuso su
sonrisa de alabanza y añadió:
-¡Me habéis dejado sola, hijo mío! ¿Tan poco me
estimáis?
-Os adoro, señora, bien lo sabéis. Pero he de decirle
que hoy los hombres han corrido a la muerte en la
cubierta… Hemos vivido la mayor agonía.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 293
-¿Qué ha pasado? -quiso saber su madre.
-Vi a un marinero que se fue… Se fue volando como
un ángel. -contó Antonio.
-¡Cruz, credo! -expresó azorada doña María
Gerónima, a la vez que se persignaba varias veces
seguidas.- ¿Decís que se lo llevó un ángel?
-O un demonio, madre. No pude ver bien; el mundo
se me caía encima y mi valor no da para tanto -manifestó
Antonio, dando de hombros.
-¿Por qué nos habláis así, Antonio? ¿Qué hemos
hecho? -interrumpió su primo.
-Este viaje parece maldito y amenaza con nunca
acabar -le retrucó el muchacho, malhumorado y
asustadizo.
-¿No habrá de acabar? La tempestad ya ha pasado y
pronto estaremos en destino, Antonio. Después de cuanto
hemos pasado…, ¿qué más nos puede pasar? -exhortó su
primo, a quien sus hijos y su esposa se le habían arrimado
para recibir cariño.
Sin embargo, en otro lugar del navío, en la cabina
principal, había otro que parloteaba sin ton ni son. Era el
ignaciano Cabrera, que se había reconciliado con su vida
pecadora en el fondo de una jarra de vino y parecía feliz
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como un recién nacido, rollizo y encarnado, sentado en un
escaño y murmurando una letanía que más quería
parecerse a un rosario.
La Ayuda Divina
Aún no había terminado de aquietarse el mar, en
aquella misma mañana en que el desarbolado galeón
contaba sus muertos, heridos y desaparecidos, mientras los
marineros de la maestranza se esforzaban en tapar las vías
de agua abiertas por el temporal en el casco, cuando el
contramaestre gritó, desde lo alto del castillo de popa, que
había barcos a la vista.
La alegría estalló a bordo. Todos salieron a cubierta
e incluso Antonio sintió que la sonrisa le volvía a sus
labios, pues desarbolados y escasos de víveres y de agua,
el futuro se le antojaba oscuro si un milagro no les llevaba
ayuda de otros barcos. Ahí tenían su milagro, pensó.
Pero el mar también tiene sus espejismos, como el
desierto, y aquel resultó ser uno de ellos. Pronto
distinguieron las picudas velas de una carabela y dos
jabeques, más como no había carabela alguna en la
Armada, de modo que Antonio, por fuerza, pensó que
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 295
debía tratarse de naves extrañas. Un negro presentimiento
se apoderó de su alma.
Despacio se fe acercando del capitán y le hizo
partícipe de sus temores.
-Aquéllas son velas que dicen latinas -le respondió-,
y si es verdad que las usan algunas naves cristianas, no
menos cierto es que también lo hacen las armadas
turquesas.
El maestre Bernardo permaneció en silencio durante
unos instantes, con la mirada clavada en las
embarcaciones mientras se atusaba el bigote
distraídamente con los dedos de la mano diestra, en cuanto
mantenía la siniestra en jarro apoyada en su cintura.
Llamó enseguida a su cabo, un sevillano de nombre
Contreras, y le mandó que se ocultaran los soldados y
cebaran las armas por si fuera menester. Después se acercó
al padre Cabrera y le susurró que tal casual encuentro con
desconocidas naves le daba mal espina.
-¿Pero no es cierto vuestra merced, que estamos
lejos de aguas berberiscas? -atinó a preguntar el jesuita.
-Más hay valientes en todas las naciones y sus
piratas tienen merecida fama de temerarios -respondió el
capitán, siempre con la mirada clavada en las naves.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 296
Todos sintieron alivio en el pecho al ver que el
capitán apartaba sus rencillas para provecho de todos,
cuando éste mandó preparar la artillería con discreción y
sin abrir las portas, por evitar que, por las dudas, aquellos
extraños visitantes entraran en sospechas.
Ya habían perdido dos de los cañones del puente
durante la tormenta, y aquel que había cobrado vida propia
en la primera cubierta se había desmontado de la cureña y
era imposible utilizarlo. Aun así, les quedaban cañones
suficientes para castigar a quien pretendiera abordarlos.
Entonces se hicieron los preparativos y todos aguardaban
ansiosos por el momento en que las naves estuvieran al
pairo, desojando la margarita de sus intenciones.
En esos entretantos, Felipe se llegó hasta donde
estaba parado el contramaestre y anunció con voz resuelta
y firme:
-¡Proporcionadme un arma! -le dijo. Le consiguieron
una espada huérfana de dueño a causa del temporal, y un
mosquete con su munición y su cebador. Entonces Felipe
avisó que él nada sabía de esa arma, y un marinero se
prestó para enseñarle, con prisa, su manejo.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 297
Y en esas estaban varios en la cubierta, cuando las
tres naves se acercaron tanto que pudieron vérseles sus
estandartes que resultaron ser del Rey de España.
-¡He, los del galeón! -gritó una voz en lengua
castellana desde la proa de la carabela-. ¿El temporal os ha
causado grandes daños?... ¿Precisáis ayuda?
-¡A fe que sí, señor! -respondió el capitán Bernardo-.
¡Pero decidme antes quién sois y que hacéis en estos
lejanos mares!
Luego de algunos segundos, el hombre de la
carabela volvió a gritar:
-¡No son momentos de ceremonia, señor! ¡Las aguas
aún no se han remansado!... ¡Dejad que nos acerquemos y
pongamos remedio a vuestros males! ¡Ya habrá ocasión de
presentarnos! -terminó por decir el desconocido.
-No me gusta -se escuchó murmurar al
contramaestre.
-A mí tampoco, que el hábito no hace al monje y ese
estandarte bien puede ser robado. -Respondió el capitán, y
a gritos, le dijo al hombre de la carabela:
-¡Cada cosa en su momento, señor! ¡Decidme antes
quien sois y enviada una chalupa para que no hayamos de
hablar a voces!
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 298
-¡Somos pescadores del puerto de Palos! -exclamó el
hombre de la carabela-. ¡Ahora botamos la chalupa! -
añadió, y sobre la cubierta se veía ya mucho movimiento
para atender las órdenes que les habrían dado.
Los dos jabeques habían echado al agua sus remos y,
a toda vela, se abrían a proa y popa de “La Bretaña”. Una
vez a bordo del galeón privado de casi todo su velamen, la
principal tarea fue la de limpiar y repara el barco que sólo
tenía unas pocas jarcias que servían de algo.
Otro Gran Infortunio a Bordo
-¿Cuándo llegaremos, capitán? -preguntó el
ignaciano Cabrera.
-Dependiendo de los vientos, vuestra paternidad,
creo que a lo máximo en dos semanas más.
Las últimas semanas habían sido muy ajetreadas
para los marineros, desde que se dio orden de aparejar la
nao después de reparar los daños, ellos no daban abasto
con la gran cantidad de cosas que había que hacer. Pero
una nueva contrariedad los amenazaba.
-Capitán, necesito de brazos extras -solicitó el
contramaestre.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 299
-¿Y para qué los necesita vuestra merced? -quiso
saber Bernardo, agregando a sus palabras un poco de
ironía.
-¡O damos cuenta de las ratas de una vez por todas,
o ellas acabaran con los pocos víveres que nos quedan! -
imploró el contramaestre-. Ya tengo muchos hombres en
ello, pero la nao los requiere en otras tareas.
El capitán concordó con la demanda de su
subordinado, y le prometió que buscaría entre los
pasajeros a quien pudiese realizar tan ingrata tarea, si bien
que en el fondo de su alma, tenía ganas de mandar al padre
Cabrera.
-Señor Felipe, señor Antonio, me veo en la
obligación de solicitar vuestra voluntaria ayuda -dijo
Bernardo cuando se aproximó a los dos primos-. Pero
antes que me deis respuesta, he de deciros que de
negármela habré de demandárosla por la fuerza -añadió
mientras se alisaba el bigote.
-No será menester, capitán, pues ya que me ofrecéis
tan franca elección os la concedo gustoso -respondió
Felipe, con tono burlón aun sin saber para que los
necesitaba el capitán.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 300
-Decidme de qué se trata y haré lo posible por
serviros -añadió.
-Acompañadme y os lo explico de camino -ordenó el
maestre.
Salieron al pasillo con el capitán pisándoles los
talones, pero no se dirigieron al puente sino hacia la escala
que descendía a la segunda cubierta. Bajaron los pinos
peldaños con dificultad, pues el movimiento era ya grande
que a duras penas podían guardar equilibrio. Al pie de la
escala, dos marineros sujetaban sendos faroles y a su lado
se amontonaban cuatro sacos rellenos, atados con cuerda,
y algunos vacíos.
-Subid a cubierta -le ordenó el capitán a los
marineros.
Los dos tripulantes les entregaron los faroles,
tomaron los sacos llenos y se perdieron escalera arriba.
-Allá va nuestra última cosecha de ratas -murmuró
Bernardo y a continuación les dijo-:
-Puede que se nos venga encima otra tempestad,
como tanto meneo por arreglar lo estropeado ya os habrá
hecho adivinar, y como Pedro, mi contramaestre, me ha
hecho saber que precisa de la ayuda de toda la tripulación
para mantener rumbo y trapo en pos de nuestro destino,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 301
aún nos queda una tarea importante a realizar… -fue
diciendo de ceño fruncido.
-…En vuestra mano está salvaguardar la poca
cordura que queda a bordo, y ésta es la de luchar contra
esa plaga devoradora que está asolando nuestra bodega -
añadió antes de que Felipe y Antonio abriesen sus bocas
para decir algo.
-Pues sí, como menos me temo, salimos maltrechos
de esta enloquecida carrera, tendremos gran necesidad de
víveres y agua para sobrevivir hasta que alcancemos
nuestro destino.
Los primos se miraron de reojo, pero el capitán
Bernardo continuó con su perorata, justo cuando el
grumete Cristóbal bajaba las escaleras.
-Mis hombres ya no pueden continuar con esa labor,
os ruego que seáis vos, con la ayuda de este paje, quien os
pongáis a ello hasta que la cólera del cielo nos de respiro.
No es tarea de caballero, ya lo sé, pero es ley del
infortunio igualar a los hombres, siquiera sea por un breve
tiempo, cuando la vida de todos está en juego.
Felipe tomó la palabra y le dijo que no había afronta
alguna en su petición y que la salvaguarda de la pequeña y
zarandeada patria que era su galeón, en medio de mar tan
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 302
proceloso, se le antojaba que el pedido era título de honor
antes que pesada carga, por más que en su servicio hubiera
que bajar hasta las mismísimas puertas del Averno.
El capitán Bernardo recibió las palabras de Felipe
con alegría, entonces señaló las herramientas que se
apilaban junto a la cuaderna, entre las que había badilas,
largos punzones, herrones, palancas y cabillas. Entonces
dijo:
-Armaos pues para la empresa, tomad los sacos y los
faroles y andaos con tiento que las ratas, como la mala
conciencia, se acobarda cuando se la ataca de frente, pero
el miedo la vuelve también más fiera. Ahí abajo sólo están
los grumetes que vigilan el funcionamiento de la bomba
de achique, o al menos eso creo si no se los comieron las
ratas, porque hace mucho que nadie baja a remplazarlos ni
trae noticias de ellos… Les enviaré ayuda en cuanto me
sea posible.
Sin más despedidas, el capitán Bernardo subió los
peldaños de la escalera y desapareció en la cubierta
superior. Sus pasos se perdieron sobre las cabezas de
Felipe y Antonio, cuando de pronto se dieron cuenta que
salvo por Cristóbal, se encontraban repentinamente solos,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 303
frente a frente, como dos náufragos exhaustos a los que la
tempestad hace abrazar el mismo tablón salvador.
Por una vez, ninguna palabra les vino en su ayuda, y
entonces no sabían lo que decirse. Ni siquiera sabían
cuáles eran sus sentimientos, si estaban enojados,
temerosos, entristecidos o angustiados. O si todo era una
mezcla de todo ello junto, lo que oscurecía sus corazones
como se oscurece la amplia panza de la nave en torno de
ellos.
Sin embargo, quien rompió el silencio, fue la tenue
voz del grumete quien expresó:
-¡Dejarse llevar en brazos de un temporal! De todas
las necedades que cometer pueda un hombre de mar, ésa
es sin duda la más necia, porque la furia desatada del
viento y del agua es caballo imposible de montar.
Antonio no pudo dejar de pronunciar: -¡Ese hombre
ha enloquecido!
-Tanto da que esté loco, él es el capitán de esta nave,
y habrá de llevarnos al infierno o a nuestro destino si ese
es su capricho. -comentó su primo, esperanzado aún en
encontrar una solución feliz para todos sus infortunios.
-Dicho esto, levantó uno de los faroles y alumbró el
rostro de Cristóbal, hasta entonces enmascarado de
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 304
sombras. Sus ojos brillaban arrasados de lágrimas, pero su
respiración era tranquila.
Era el suyo un llanto silencioso y sosegado, como el
agua desbordada de un estanque que comienza a fluir
plácida y limpia cuando reboza. El grumete no se
avergonzaba de ello, como no se había avergonzado antes
de su desnudez. La muralla de silencio y recato, tras la que
hasta entonces se había refugiado ahora se le había venido
abajo de vez.
-Os debo la vida -musitó al fin el muchacho.
-Me la debes, a qué he de negarlo -aseveró Antonio-.
Pero también he puesto en seguridad la mía al salvar la
tuya. No quiero reverencias no loas ni muy buenas
palabras, Cristóbal. Estamos embarcados en el mismo
viaje, nos acechan parecidos peligros y se han unido
nuestros destinos de tal manera que, al menos en lo que
dure esta travesía, bien puede decirse que son uno sólo.
-Basta ya de acertijo y embustes -masculló Felipe-.
Porque a fe que incluso en el noble acto de la mentira, del
que soy muy virtuoso, tú me ganas de largo, primo. Basta
de hablar, cacemos pues las palabras como hemos de cazar
ratas: haciendo de tripas corazón.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 305
Luego se acercó a las herramientas y tomó una
palanca de hierro larga y delgada. Antonio eligió una recia
garrota de madera de pino, y se echaron al hombro los
sacos vacíos. Al amparo de la tenue luz de los faroles, se
encaminaron hacia la escala que bajaba a la bodega, junto
a la escotilla de proa.
Felipe introdujo su brazo con el farol en el negro
agujero y un murmullo de carreras vino a acompañar a las
furtivas sombras que se desplazaban allá abajo. Había
visto por un instante, aunque con claridad, a una rata
grande y de erizado pelaje aupada sobre uno de los toneles
más cercanos a la escala vertical por la que ellos debían
bajar. Pero había muchas otras que tan sólo podía oír o
adivinar en las cambiantes formas de los rincones de la
bodega. Sintió que se le puso la piel de gallina y escalofrío
le recorrió la espalda.
-Vamos para allá - indicó e inició el descenso,
procurando aferrarse a la gualdera de la escala para que el
movimiento del barco no lo hiciera caer. Sobre su cabeza,
el entablado de la segunda cubierta dejaba pasar en sus
junturas el tenue resplandor del farol de Cristóbal, que
aguardaba su turno para descender.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 306
A su alrededor, la bodega se extendía como una
gruta atiborrada de bultos. Había toneles grandes y cestos
cubiertos con trapos. El suelo estaba húmedo y
resbaladizo, y el golpeteo del mar sonaba terco y
acompasado al otro lado de las cuadernas, como si fuera
un corazón cansado. El olor era insoportable y la sola idea
de que fuera allí, en aquel vientre hediondo y corrupto,
donde se almacenaban los alimentos que habrían de
llevarse a la boca, hizo que los dos primos sintieran una
violenta nausea que les castigaba el estómago.
-Así debe de ser la alhacena del diablo -murmuró
Antonio a espaldas de su primo, justo cuando Cristóbal
acababa de bajar la escalera.
Felipe miró de nuevo hacia el techo y ya no vio
claridad alguna que viniera a recordarle que allá arriba se
agitaba el tumultuoso mundo. Le vino a la cabeza una idea
de que estaban enclaustrados en la noche marina, recluidos
en un lugar donde proliferaban los gusanos y las ratas, los
indeseados pasajeros de toda nave, diminutos e
insaciables, siempre al acecho, como la broma que
desmiga pacientemente el casco de los barcos y torna los
sólidos tablones de su esqueleto en quebradizos y
agujereados costillares comidos de vías de agua.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 307
-Aquí hay un farol, prendámoslo y colguémoslo de
alguno de los ganchos que hay en los baos del techo -
comentó Antoni, y así lo hizo.
Sin embargo, la parca luz del nuevo farol ayudaba
muy poco a vencer las tinieblas, y su continuo bamboleo
parecía dar vida a los objetos que los rodeaban. En eso,
Felipe mira hacia donde se encontraba Cristóbal, que
había empezado a buscar las trampas por si algo había sido
cosechado y, para ello, apartaba las cestas que estaban
apoyadas en las cuadernas de estribor.
-¿En verdad eres judío? -le preguntó Felipe.
-Lo soy -dijo Cristóbal sin mirarlo-, aunque estoy
bautizado como cristiano.
-¿No está prohibido a los judíos, aunque sean
conversos, viajar a Indias?
-Lo está, pero yo no he viajado hasta allí. Yo he
nacido en Indias, en la hermosa Cartagena de las Indias…
-fue diciendo, cuando lo sorprendió el grito de Antonio.
-¡Mira, ahí va una enorme!
Cristóbal giró sobre sí mismo y propinó una fuerte
patada a la rata que había salido de entre las cestas y corría
hacia los toneles apilados al otro lado del estrecho pasillo
donde se encontraban.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 308
El animal salió volando y fue a estrellarse con un
ruido seco contra uno de los toneles, cayó al suelo
chillando y allí se retorció por unos instantes hasta que
Antonio le fue encima con un palazo capaz de descalabrar
un toro. Entonces ambos primos dejaron que el muchacho
recogiera el cadáver y lo metiera en una de las sacas que
llevaban.
-¡Qué repugnante tarea! -manifestó Antonio,
mientras Felipe alzaba de nuevo el farol en busca de
nuevas piezas a cobrar.
-No te quejes, que aquí tú eres inquisidor y no rata.
No sabes lo que es vivir condenado a medrar en la
oscuridad y el silencio, a tener que padecer la inquina de
los otros, a soportar su asco y su odio, verte obligado a
hacer de la mentira tu vestimenta y del secreto de tu
casa… -fue advirtiendo Felipe a su primo, iluminándole el
rostro con la exigua luz del farol.
-No, no hay nada grato en ser tratado como una rata
-alegó el primo-. ¿Qué alta opinión crees tú que ha de
tener una rata de sí misma? ¿Crees que aspira a dignidades
y prebendas? ¿La imaginas deseosa de encomios y
alabanzas? ¿No será acaso la mera supervivencia su único
propósito?
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 309
-Comer, dormir, procrear, vivir… -suspiró Felipe-.
Las más elementales pasiones, las más bajas y, sin
embargo, sentidas como un milagro, como un don, como
una divina gracia. Porque cuando la vida se levanta sobre
el miedo es como una casa sin cimientos, a merced de los
vientos. Basta la continua llovizna de la sospecha o el
repentino aguacero de una denuncia para que todo se
derrumbe.
-Así he vivido yo desde que la palabra ha empezado
a tener sentido en mi infantil entendimiento -expresó
Cristóbal con voz acongojada.
-¿Qué dices, muchacho? -inquirió Antonio, que se
detuvo para mirar al grumete.
-¿Que saben ustedes de esas cosas? -Se desahogó
Cristóbal-. Yo he estado arrodillado ante el altar mayor de
la iglesia de Santo Domingo, rezando a un dios en que no
creo y temeroso, a la salida, de que un carromato de
demonios viniera a llevarme por mis muchas mentiras…
Yo, reunido en familia y oración en torno a la mesa de mis
padres, las noches de los viernes, con las ventanas
cerradas y veladas con gruesas cortinas que ocultasen a las
miradas indiscretas los rezos que apenas si nos atrevíamos
a murmurar. Rezos que no me colmaban el corazón de
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 310
alegría sino de miedo y sobresalto ante el menor ruido.
Porque una bárbara y feroz sabiduría me enseño ya desde
niño que no importa cuán amado y respetado fuera antes
por mis vecinos, ni el bien que hagas ni la honestidad que
pongas en tus actos; todo ello no habrá que cosechar sino
odio si a tus ojos no eres más que una rata.
-Veo que tienes el alma amargada por tus pesares -
comentó Felipe después de escuchar las lamentaciones del
joven grumete.
-Sí, porque nunca puedes descuidar la vigilancia,
porque esa amenaza está escrita en la sangre que corre por
tus venas y, antes o después, se te exigirá el sangriento
tributo -pronunció Cristóbal.
Los dos primos buscaron sus miradas perplejas en la
penumbra de la nave, aun sin saber lo que decir. Cristóbal
se detuvo en sus recuerdos y se agachó junto a la rata
muerta, como si buscara algo en el suelo, pero no era la
caza que los había llevado hasta aquella lóbrega bodega lo
que perseguían sus ojos. Él rastreaba las sombras del
tiempo, que jugaban al escondite con las cambiantes
sombras que los rodeaba, y en esa nueva cacería poco
importaban las ratas y la tormenta.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 311
Felipe caviló que como de semilla de calabaza no
nace tomate, entonces en ningún corazón se despierta lo
que ya no estuviera dentro. Entonces carraspeó para
aclarar la voz y expuso firme:
-Sigamos -y anduvieron por el estrecho pasillo hasta
el pequeño pañol de pólvora que el capitán había hecho
instalar a proa. Al entrar, notó que las chuspas donde se
guardaba la pólvora se alineaban en anaqueles. Había
algunos cebadores de marfil y de cuero, y las redondas y
pesadas balas de los cañones se apilaban en el suelo. Todo
tenía un mismo color gris oscuro y había que acostumbrar
los ojos a la penumbra de la sala antes de poder distinguir
a las ratas ovilladas entre los utensilios.
Cuando acercó el farol, la tenue luz le permitió ver
como sus cuerpos peludos se estiraban y ponían en
movimiento, buscando el amparo de las sombras. Había
allí un verdadero ejército.
-¿Por dónde empezamos? -preguntó Antonio.
-¡Sin cuartel! -gritó su primo a modo de respuesta,
mientras descargaba un formidable palancazo contra la
estantería más cercana a la entrada del pañol.
Todas las ratas echaron a correr como si hubieran
recibido una misma orden, y los dos primos comenzaron a
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 312
repartir golpes a diestra y siniestra, confiados en que, dada
la abundancia de enemigos, alguna habrían de acertar por
fuerza. Y así fue.
El pañol se llenó de chillidos de ratas y maldiciones
de humanos, y en pocos momentos el gris de paredes y
objetos empezó a teñirse de rojo. Felipe sintió como el
escalofrío que le había erizado la piel al bajar a la bodega
volvía a recorrerle la espalda, pero era ahora una sensación
embriagadora la que lo poseía. Borracho de rabia y alegría,
aplastaba los diminutos cuerpos de las ratas con certeros
golpes, o los lanzaba contra las paredes a patadas. A su
lado, Antonio gritaba fuera de sí mientras atizaba sonoros
garrotazos.
-¡No las acorrales! -¡Déjalas que corran, que ya son
nuestras! -gritaba Felipe.
-¡Toma, hideputa! -exclamaba su primo a cada golpe
que daba.
Así estuvieron los tres durante el poco tiempo que
emplearon las ratas en escabullirse hacia la bodega central,
donde cestos de pan bizcocho, tinajas de agua, pellejos de
vino, sacos de granos y churlos de especias les
proporcionaban abundante escondrijo y alimento. Cuando
hubieron desaparecido todas de vista, aunque sus agudos
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 313
gritos seguían escuchándose como espeluznantes cantos en
la bodega que resonaba cual catedral consagrada al
demonio, ambos primos y grumete se sentaron en el suelo,
empapados de sudor y muertos de risa.
-¡Putas ratas! -reía Antonio-. ¡Ni rajan ni prestan
hacha!
-¡Rajar sí que rajan, amigo, no hay más que ver
cómo tienen los sacos de garbanzos! -le contestó Felipe,
mientras bajo el resplandor del farol que habían dejado
prendido en la bodega central veía la tela desventrada de
los sacos y su mercadería esparcida por el suelo.
Al alrededor de ellos, una ensangrentada cosecha de
ratas espera por su recolección. Entonces Cristóbal
empezó a meterlas en los sacos, no sin antes tantearlas con
la punta de su herramienta, no fueran a estar aún vivas.
-Catorce -contó satisfecho.
-Buen comienzo -respondió Antonio y añadió-: Ya
que nos une la sangre de tanta rata, ¿habrá llegado el
momento de escuchar tu verdadera historia?
-No hay mucho de lo que decir -expuso el
muchacho-, pero tampoco voy a privaros de contar la
verdad de mi tormentosa vida, que poco ha de tener que
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 314
envidiar a la de vuestras mercedes en sobresaltos y
secretos…
Pero justo cuando el muchacho se disponía a
empezar a vaciar la alcancía de sus recuerdos, un brutal
golpe de mar los echo de vez al suelo y, con él, se
escaparon algunos toneles que pronto se echaron a rodar
de un lado a otro por la bodega.
Toda la carga se movía y parecía estar viva, mientras
ellos iban de acá para allá sin encontrar a encontrar agarre
en ninguna parte.
El Soldado Dragonea a la Dama
Después de todo lo sucedido, últimamente el viaje
proseguía tranquilo y sólo de vez en cuando la nao se
sentía acariciada por una lluvia fina, esporádica, mientras
los vientos continuaban amenos y empujaban la nave
suavemente sobre las olas del mar. Los días de
intranquilidad y agitación a bordo parecían al fin haber
quedado atrás.
La invariabilidad de actividades después tantos días
embarcados, permitía que pasajeros, clero y soldados
dividiesen horas amenas en la cubierta, ora leyendo, o
entretenidos observando la inmensidad del mar, otras
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 315
veces dejando perder la mirada en el horizonte hacia el
oeste, o viendo morir el sol tiñendo un cielo crepuscular
con diversos matices encarnados.
Entre la soldadesca embarcada había un sevillano
joven y esbelto, ojos negros, pelo retinto, rostro fino,
cuerpo torneado por una musculatura fuerte, tal vez
cincelada por las innúmeras contiendas en que le había
tocado participar, o quizás por los rudos ejercicios a que
era expuesto en el entrenamiento de su labor.
A Manuel Sánchez le gustaba, por las tardes,
acercarse a la borda siempre vistiendo su refulgente
armadura. Estar allí era como recordar su niñez, cuando
ante sus ojos toda Sevilla resplandecía bajo un inabarcable
firmamento surcado por nubes de negras golondrinas y
veloces vencejos. De niño siempre le había gustado ir al
puerto, donde la flota de las Indias descansaba en las
dársenas, delante del Arenal, con sus palos desnudos
recortados en el cielo azul, puro, y apreciaba como en el
entorno reinaba la Giralda enhiesta sobre el majestuoso
edificio de la catedral y el contiguo Alcázar.
Manuel recordaba las barcas que iban y venían por
el Guadalquivir, deslizándose despacio, de orilla a orilla, y
como al llegar a los embarcaderos se precipitaban sobre
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 316
ellas bandas de mozuelos al igual que él, para ofrecer sus
servicios.
Por aquella época, en los muelles, junto a la Torre
del Oro, los galeones abrían sus bodegas a la interminable
fila de esclavos que iban extrayendo la carga y alineándola
en las explanadas donde los funcionarios de la
Contratación contaban, tasaban e inspeccionaban antes de
dar el permiso de almacenaje. Alrededor, husmeando una
oportunidad, se congregaba la mayor concentración de
picaros del mundo.
Estando entregue a recordaciones en esa quietud del
mar a la hora del poniente, Manuel solía acordarse de que,
en la puerta de Jerez, quien por allí se aventurase a pasar,
luego se veía acosado por una nube de muchachos
ofreciendo servicios y mercaderías que pregonaban a toda
voz:
-¡Peces, peces secos! ¡Almendras, garrapiñadas,
señor!, -y hasta algún:- ¿Señor, le puedo llevar la carga?
¿Fonda? ¡Posada fresca y aseada! ¡Agua, agua de pozo
fresca y fría! ¡Manzanilla de Sanlúcar! ¡Huevos duros!
¡Taberna del molinero, pescadito frito, aceitunas,
matahambre, chorizo, vino de la Mancha! ¿Mozas, señor?
¿Blancas? ¿Negras? ¿Indias?...
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 317
Pero una de esas tardes en que Manuel Sánchez se
encontraba perdido en las cavilaciones de su niñez, de
repente escuchó a sus espaldas una dulce voz que lo
saludó educadamente:
-¡Buenas tardes, Manuel! ¿Apreciando la lejanía?
No había duda, esa voz suave y delicada, sólo podía
pertenecer a ella, a Leonor de Morales, la joven pasajera
que junto a los otros se dirigía en busca de un nuevo
destino en sus vidas.
Sus encuentros a esa hora ya se habían vuelto
rutinarios, pues ambos esperaban con ansiedad, y si el
tiempo ayudaba, por la llegada de cada atardecer, para
reunirse en cubierta y entretenerse en un renovado
circunloquio.
-¿De qué habéis menester, Leonor? -respondió el
lozano soldado, rostro ruborizado por tener ante
nuevamente ante sí tan linda dama.
-¿Yo? De nada, no tengo aún edad de lo que desear.
-Le respondió alegremente Leonor, igualmente sonrojada.
-No se enoje, Leonor, pero mientras no sean afeites,
vestidos, joyas, o quizás un plato de carne que no sea de
pascuas a ramos, vuestra merced tiene derecho a desear lo
que le plazca.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 318
-En verdad, no hay mejor recompensa, Manuel, que
algo que llevarse a la boca, porque últimamente, los
comestibles que nos han ofrecido aquí, han dejado mucho
de lo que desear.
Mientras los dos jóvenes se entretenían conversando
sobre futilidades, los primos Felipe y Antonio, junto con
María de la Encarnación y María Gerónima, los
observaban de lejos, comentando que los dos jóvenes
hacían buena pareja.
-Parece que ambos se gustan mucho -glosó la esposa
de Felipe en cierto momento.
-Es verdad… Ya hace varios días que se les ve
conversar amenamente -completó su esposo, frunciendo el
entrecejo.
-Parece que el soldado es un partido promisor -
agregó Antonio, moviendo la cabeza en concordancia.
-Sí. Ojalá que este sea el primer casamiento a
festejar en el Real de San Felipe -dispuso doña María
Gerónima ante la feliz avenencia de todos.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 319
La Culminación del Viaje
Creo menester agregar, que si bien existieron
algunas excepciones, en general, la Conquista del
territorio de Indias fue realizada mediante la iniciativa
privada, esto es, mediante un contrato (léase
Capitulación), establecido entre el Rey o su representante,
y un particular, por el cual se autorizaba a éste a
conquistar un territorio concreto en un plazo de tiempo
determinado.
Esto sucedió de tal modo y con tanta intensidad, que
algunos lugares que otrora habían sido famosos, como la
ciudad de Palos de la Frontera, situada en el municipio
español del mismo nombre, en la provincia de Huelva,
Andalucía, donde la economía de la ciudad dependió
tradicionalmente de las labores del mar, tanto pesqueras
como de comercio. Pero debido a la emigración hacía las
tierras americanas y a poblaciones limítrofes, la flota
pesquera y comercial fue desapareciendo casi por
completo, con lo que el municipio dejó de lado el mar y se
dedicó a las labores agropecuarias.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 320
Si bien existen vestigios de poblamiento en la zona
desde el Paleolítico superior, Palos de la Frontera nace,
documentalmente hablando, a comienzos del siglo XIV,
cuando Alfonso XI de Castilla la dona a Alonso Carro.
La historia de esta ciudad está íntimamente ligada a
las labores marítimas y a los descubrimientos geográficos.
Es por esto que Palos de la Frontera es conocida como la
“cuna del Descubrimiento de América” (como afirma en
su escudo), ya que en esta ciudad se gestó y se preparó el
primer viaje de Cristóbal Colón hacia lo que él creía ser
las Indias. Zarparon del puerto de esta ciudad el 3 de
agosto de 1492, llegando el 12 de octubre de dicho año a
ciertas islas del actual continente americano que por
entonces era desconocido por los europeos.
Pero mejor veamos un poco de qué manera fueron
organizadas esas cruzadas que a partir del primer viaje de
Cristóbal Colon, se fueron sucediendo sistemáticamente
por parte de las huestes españolas, portuguesas, francesas,
inglesas y holandesas, durante más de trecientos años.
La Organización de las Campañas
Con relación a lo estipulado por la Corona de
España, para llevar a cabo una operación de Conquista, era
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 321
fundamental organizar una Hueste, al frente de la cual se
situaba un jefe (Capitán), quien recibía de S.M. el Rey,
diversos títulos posibles en función de la dimensión de la
empresa (estos podían ser de Gobernador, Adelantado o
Capitán).
A cambio, el jefe expedicionario se comprometía a
correr con los gastos de la empresa y a realizarla en el
tiempo fijado. Las obligaciones del Rey, por su parte, eran
la exención de tributo, la donación de tierras y solares en
las futuras poblaciones, y la promulgación de derechos y
libertades al modo de los existentes en Castilla.
El Rey sólo estaba obligado a conceder estas
mercedes en el caso de que la Expedición de Conquista
terminase exitosamente, es decir, a posteriori, lo que
provocó no pocas disensiones. Y aunque pueda parecer
que la Corona quedaba relegada y apenas intervenía en la
Conquista, en la práctica se reservaba para sí importantes
herramientas de intervención, como:
1) La Capitulación de Conquista determinaba
claramente que los territorios conquistados
pertenecerán a la Corona, no al particular. Por
otro lado, las concesiones, siempre flexibles,
permiten a la Corona orientar y dirigir las
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 322
acciones de conquista hacia determinados
territorios, en función de sus intereses.
2) Las Instrucciones, a través de las cuales el
jefe de la expedición recibía también
consignas acerca de sus funciones para con la
Hueste, la población nativa, la acción militar y
la emisión de informes sobre los resultados.
3) Posteriormente se incorpora un funcionario
real, llamado de Veedor, quien velaría por el
cumplimiento de las consignas y la asignación
al Rey de su parte del botín.
Sin embargo, estando a miles de kilómetros de
distancia, en la práctica, el jefe de la Hueste tenía un poder
casi ilimitado, y dependía de su propia personalidad y
carisma como elementos sustanciales en el desarrollo de la
expedición.
Conquista a Crédito
La empresa de conquista era una empresa privada
con la supervisión indispensable de la Corona. Por tal
razón, las Capitulaciones de Conquista -semejantes a las
de Descubrimiento-, delegaban en un individuo
responsable la acción de dominar un territorio indígena
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 323
insumiso, que luego sería propiedad de la Corona. Dicho
individuo corría con todos los gastos de la misma y se
beneficiaría con una gran parte del botín que pudiera
lograr durante ella.
La Corona, como dueña potencial de dicho territorio,
imponía las condiciones (demarcación territorial, plazo en
que debía realizarse, ciudades que se asentarían en el
territorio, etc.), y otorgaba las mercedes que estimaba
oportunas (títulos, nombramientos, derecho a repartir
tierras y solares, rebajas de derechos, etc.). Recibiría
además el quinto real o 20% del botín que se capturase.
La empresa conquistadora se constituía, así, a
crédito (se pagaría con la riqueza que se lograra arrebatar a
los indios) y con un capital mixto tripartito: estatal,
privado y comunal.
El capital estatal estaba representado por la
Autorización Real para entrar en sus dominios y se
materializaba en el pago del quinto real del botín. En
realidad, era un capital ficticio, a cambio del cual el
monarca se quedaba luego con la parte del león: el Reino
conquistado.
El capital privado lo ponía el Capitán Conquistador,
quien por lo regular formaba sociedad con personas ricas
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 324
(encomenderos, clérigos y mercaderes) que le prestaban el
dinero necesario para organizar la empresa: navíos, armas,
implementos de combate, etc. El Capitán y sus socios
organizaban una verdadera empresa comercial en la que se
detallaba la forma y plazos en que se entregaría el capital,
fianzas, liquidación del préstamo e intereses, etc.
El capital comunal, lo ponían los soldados que se
enrolaban en la empresa. A veces, cada soldado aportaba
su propio equipo y provisiones, si lo tenía, o lo recibía del
jefe como anticipo. Por su trabajo, es decir, por su
actividad bélica, cobraban ya una parte o especie de acción
del hipotético botín, pero podían ir sumando otras medias
partes o partes enteras adicionales poniendo sus armas,
caballo, etc. Esto último puede parecer de escaso valor,
pero representaba una gran suma, ya que los elementos
bélicos costaban mucho a causa de su escasez. Había que
traerlos de la metrópoli y los especuladores les imponían
precios abusivos. Lo corriente es que el peón cobrase una
parte, el ballestero parte y media y el caballero dos partes.
El procedimiento de Conquistar a Crédito tenía,
además, la ventaja de canalizar un gran número de
intereses hacia el objetivo común de obtener el botín,
única forma de que todos cobraran el capital invertido. Si
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 325
no había botín, los Reyes se quedaban sin su quinto, los
soldados sin su parte y los socios capitalistas sin su dinero,
pues normalmente el Capitán Conquistador no tenía
bienes suficientes con que responder a sus acreedores.
Esto explica el empecinamiento con que funcionaban las
huestes conquistadoras, sorteando toda clase de
dificultades.
A los botines a ser conquistados se añadían otros dos
incentivos potenciales:
-Los rescates de personajes principales: se usó a
partir de la conquista de México, y consistía en exigir una
gran suma al jefe indígena apresado a cambio de su
supuesta libertad (que nunca se le concedía, pues podía
capitanear una revuelta contra los españoles), tal y como
se hizo con Moctezuma, Atahualpa, el Zaque
Quemuenchatocha, etc.
-Las encomiendas y solares en las ciudades que se
construyeran dentro del territorio conquistado: las
encomiendas, fueron decisivas, pues eran lo que realmente
movía a los Conquistadores. Ninguno de ellos quería vivir
de la lanza, como siempre se ha dicho, ni tampoco obtener
grandes posesiones de tierra, como igualmente se ha
afirmado. Lo que realmente pretendían, era vivir como
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 326
unos señores, sin trabajar (los señores en aquella época no
trabajaban) y a costa de los indios.
El Capitán de Hueste, transformado en Gobernador
por obra y gracia de una conquista exitosa, se convertía en
una especie de “rey mago” que obsequiaba a sus antiguos
compañeros con encomiendas de indios (bien es verdad
que con carácter provisional la mayor parte de las veces),
en consonancia con los servicios prestados durante la
campaña militar.
La hueste Indiana
La expansión de la Indias se produjo a través de la
hueste indiana, que tenía raíces medievales. La Corona en
escasa ocasiones organizó expediciones de conquista o
descubrimiento. Entre los pocos casos en que ello ocurrió,
pueden contarse los viajes de Cristóbal Colón, la
expedición de Pedrarias Dávila organizada entre 1513 y
1514 y la expedición de Magallanes. Lo normal fue que la
Corona dejara la responsabilidad de la organización,
financiamiento y desenvolvimiento de esas empresas en
manos de sus súbditos.
Las huestes indianas, eran una particular agrupación
de caudillo con gente de guerra, que, voluntariamente y
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 327
sin sueldo, se ponían bajo su tuición para llevar a cabo una
expedición de descubrimiento, conquista, poblamiento o
rescate, con la esperanza de obtener mercedes de la
Corona.
El capitán o caudillo de la hueste - Su misión era
conducir la hueste hacia el objetivo con el menor número
de bajas y de esfuerzo posibles, conquistar el territorio
visado, obtener un cuantioso botín y transformar luego la
compañía armada en pobladores del lugar.
Para todo esto debía contar con enorme autoridad,
emanada de su licencia firmada por el Rey, o delegada del
Gobernador que le había ordenado la entrada. Solía
reforzarla con el cargo de Justicia y, sobre todo, con sus
poderes potenciales: facultad para repartir el botín, futuras
encomiendas y solares.
Por las bulas alejandrinas y otros títulos, tenían los
reyes castellanos el dominio político de las Indias.
Consecuencia de lo cual era que nadie podía adentrarse en
ellas sin autorización de su señor, el Rey.
Fue corriente que las bases de estas expediciones
quedaran consignadas en unos documentos llamados
capitulaciones, pero éstas no fueron indispensables para
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 328
para la formación de la hueste. Se podía organizar una
hueste sin capitulación, pero lo que si era imprescindible
era la licencia. Por ejemplo, la expedición de conquista de
Hernán Cortés se realizó sin licencia, por lo que siempre
estuvo bajo la ilegalidad.
Por lo general, siendo que eran muy costosas estas
expediciones, era difícil que el caudillo, aun cuando
tuviera muchos recursos, pudiera afrontar el solo los
cuantioso gastos. Por ello era corriente que se organizaran
compañías o sociedades para afrontar esos desembolsos.
La autoridad del caudillo se debilitaba desde el
momento en que la hueste se ponía en marcha hacia su
objetivo, ya que el carácter comunal de la empresa daba
una enorme relevancia a la voluntad popular, que podía
cambiar la persona del capitán o la misma finalidad
impuesta a la campaña.
A través de las crónicas de su tiempo, se observa que
los caudillos de la hueste, en contra de lo que
habitualmente se cree, no solían ser excesivamente
autoritarios con sus hombres, salvo casos especiales, y
procuraban tomar las grandes decisiones consultando con
sus subalternos y con los soldados más experimentados,
pues eran conscientes de que gestionaban una empresa
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 329
comunal. Su tacto para manejar la tropa era, quizá, más
importante que su propia autoridad.
El Capitán disponía la ruta más conveniente para
alcanzar el objetivo, la intendencia o racionamiento, la
táctica a emplear en cada batalla, las guardias e incluso
medidas disciplinarias, como suprimir el juego o castigar
los hurtos de sus hombres. Carecía por lo regular de
privilegios y combatía como cualquier otro soldado.
Composición y formación de la Hueste - Las
expediciones se desarrollaban, en los primeros tiempos,
según los Conquistadores conocían, esto es, al modo de
las tropas mercenarias europeas del siglo XVI. Muy pocos
contaban con experiencia militar, pues se dedicaban
fundamentalmente a la agricultura, la ganadería o la
artesanía en sus lugares de origen, sobre todo Andalucía y
Extremadura en los primeros años.
El paisanazgo jugaba un papel importante. Algunas
Huestes estuvieron integradas en su mayoría por gentes de
pocos pueblos, de una comarca o de una provincia, siendo
frecuente que muchos de sus integrantes estuvieran
relacionados por parentesco.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 330
La formación de la hueste se noticiaba en los
pueblos a son de tambor. La inscripción en ella se podía
hacer en la casa del caudillo.
En la inscripción era muy importante que constara el
aporte que hacía el enrolante, pues ello pesaba a la hora de
hacerse el reparto del botín. Por razones de justicia
distributiva, recibía mayor parte de botín y de mercedes,
quien más aportes había realizado. Si alguien iba en la
hueste con un caballo de su propiedad, su recompensa
debía ser mayor.
Desde su inscripción en la hueste, el enrolante
quedaba sujeto a un régimen militar, que le exigía
fidelidad al caudillo y su permanencia como enrolado
hasta que terminara el objeto de la expedición.
En lo económico, los participantes en la hueste
carecían de sueldo u otros ingresos económicos
permanentes. Su única aspiración eran los premios que
podían obtener de la Corona a través del caudillo:
mercedes de tierras y aguas, encomiendas, mejoramiento
social, oficios y otros.
De todo lo que se obtuviera en las expediciones
debía pagarse a la Corona el quinto real. Lo que restara se
dividía de diversa manera.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 331
Siendo que el objeto primordial de la expansión
castellana en las Indias era la evangelización, se puso
trabas a la incorporación de los no católicos o de personas
cuya catolicidad fuera discutible. Por ello, teóricamente
ninguno de los soldados eran moro, judío, hereje, o
penitenciados por la Inquisición, pero en la práctica esto
era imposible de evitar, sobre todo cuando se completaban
banderas.
Se prohibía también el paso de gitanos, esclavos
casados sin su mujer e hijos, mujeres solteras sin licencia
y casadas sin sus maridos. Un elemento poco conocido de
las huestes indianas son las soldaderas, que se han
silenciado por pudor, y de las que hay bastantes
referencias. Hay que tener en cuenta que la hueste indiana
era continuación de la medieval, aunque fuera diferente de
la mesnada señorial.
Las huestes podían organizarse en España o en las
Indias. En ciertos momentos la Corona prefirió que se
llevara gente de España por el riesgo de despoblamiento
que se producía en las Indias.
Era frecuente que la hueste se reclutara en España y
se completara en Indias. Pero al realizar escala en
América, se aprovechaba muchas veces para desertar, pues
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 332
los enrolados preferían probar suerte como pobladores
antes que seguir hacia su incierto destino.
También se reclutaron muchas huestes en Indias,
sobre todo en las islas caribeñas, donde se vivía una gran
crisis económica a fines del primer cuarto del siglo XVI.
Los Capitanes Conquistadores preferían los hombres
aclimatados al medio americano. Casi nunca se dio el caso
de que una Hueste hubiera sido formada íntegramente en
la Península.
Tras el viaje marítimo correspondiente y la escala
antillana, se llegaba a la antesala del objetivo previsto,
donde solía hacerse el alarde: un recuento y revista de la
fuerza combativa disponible. Podía verse entonces la
impresionante anarquía de vestido y armamento de los
Conquistadores.
Cada soldado se ponía encima lo que le parecía, e
iba armado como podía. Proliferaban toda clase de
jubones y calzas, así como cascos, cotas, morriones,
celadas, rodelas, alguna cota de malla y muchos
acolchados de algodón contra las flechas. De las
armaduras se tomaban sólo algunas piezas de la parte
superior del cuerpo. Abundaban las armas blancas como
espadas, picas, lanzas y ballestas, aunque también había
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 333
algunos mosquetes, arcabuces y falconetes. La artillería
solía ser escasa y muy ligera. Constituía una de las
grandes armas contra los indios, junto con los caballos y
los perros. Los caballos iban protegidos con pecheras y
llevaban petrales de cascabeles para infundir temor a los
nativos. Daban derecho a una parte del botín. En cuanto a
los perros, los hubo muy famosos por su agresividad hacia
los indios.
En el alarde podían verse también otros
Conquistadores frecuentemente silenciados, que eran los
propios indios. Convertidos en aliados por la fuerza de las
circunstancias (habían sido vencidos), o por su odio hacia
un enemigo común, integraban unidades de combate a
veces muy considerables
También era corriente que las Huestes fueran
acompañadas de numerosos indios porteadores llamados
“tamemes”. Este servilismo se puso de moda a partir de la
conquista de México, cuando los totonacas se brindaron
generosamente a hacer tal oficio, lo que sorprendió a los
castellanos, que lo tomaron ya luego por costumbre, dada
la comodidad que representaba. Junto a los tamemes
debían figurar las soldaderas españolas y las mujeres
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 334
indígenas que, por fuerza o por agrado, seguían a sus
parejas.
La soldaderas españolas eran mujeres, de la misma
extracción humilde que los Conquistadores, la Conquista
les brindaba la posibilidad de convertirse en señoras de la
floreciente colonia asentada sobre la tierra conquistada.
Dada la escasez de mujeres españolas existente en Indias,
puede decirse que era más fácil que una soldadera se
convirtiera en señora de un encomendero, que un
Conquistador lograra su sueño de llegar a ser un
encomendero.
En el capítulo de las relaciones entre las indias y los
Conquistadores, se esconde un maravilloso arcano de
relaciones humanas entre las dos razas. Rumiñaui,
importante líder indígena ecuatoriano, llegó a tildar de
prostitutas a las quiteñas que deseaban quedarse para
recibir a los españoles, y Bernal Díaz del Castillo nos
describió conmovedores relatos de amor entre soldados e
indias en la conquista de México.
Finalmente, las Huestes iban acompañadas de
ganado, bovino si se podía, y frecuentemente porcino.
Constituían la despensa ambulante de aquel improvisado
ejército. Era una auténtica caravana multicolor.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 335
Dinámica de la expedición de Conquista - La
Hueste, heredera de las mesnadas medievales, se
organizaba en compañías y éstas en cuadrillas, de manera
más o menos disciplinada en función de la autoridad que
el jefe sabía imponer.
En la Hueste cada participante tenía un lugar de
acuerdo con el aporte material (dinero, armas, caballo,
etc.) que había realizado.
Tras el alarde correspondiente, la hueste se internaba
hacia su objetivo, llevando en vanguardia los expertos
conocedores de la tierra y los intérpretes, que solían ir
junto al Capitán, y el religioso, si lo había.
Una vez dentro del territorio de conquista, se erigía a
veces una población para que sirviera de base de
aprovisionamiento o de posible retirada. Algunas
conquistas necesitaron refuerzos constantes, como las del
Perú o México. Estas ciudades, en realidad campamentos
militares (Villa Rica, San Miguel, etc.), solían trasladarse
luego a sitios más idóneos.
Lo característico de las compañas conquistadoras no
fue, sin embargo, su aproximación gradual mediante bases
de operación, sino su penetración hasta el corazón del
territorio enemigo. Eran Huestes autónomas que vivían
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 336
meses o años a costa de los naturales, sin el menor
contacto con sus bases de partida. En algunos casos se
dividían para aumentar su eficacia o se reunían en un
punto ignoto, atraídas por los mitos, como ocurrió en
Bogotá o en Quito.
La táctica militar consistía en sorprender al enemigo,
obligándole a rendirse. El ideal era conquistar sin tener
que combatir, pero esto raramente se lograba. Cortés, por
ejemplo, hacía exhibiciones de artillería y caballería ante
los aztecas con ánimo de amedrentarles. Lo mismo hizo
Gonzalo Pizarro ante Atahualpa. Los indios solían
asustarse de los cañonazos, de los caballos y de los
arcabuzazos, pero difícilmente eludían el combate, ya que
defendían su libertad y su tierra.
Los españoles buscaban batallas frontales, de tipo
europeo, en las que podían jugar todos sus recursos
armados. Especialmente importante era combatir en un
terreno despejado, donde pudieran maniobrar los caballos.
El éxito solía estar casi siempre de su parte, salvo si
se trataba de un enemigo demasiado numeroso, de un
medio hostil, como la selva o los Andes, o de un paso
forzoso de un río, un desfiladero, etc.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 337
A partir de la conquista de México, los españoles
emplearon la fórmula de apoderarse del jefe enemigo, pues
comprobaron que esto desmoronaba la resistencia
indígena. El procedimiento fue inútil en regiones tribales
regidas por cacicazgos.
Uno de los aspectos más importantes de la
Conquista fue el enorme dinamismo de las partidas de
Conquistadores. Infinidad de Huestes se movieron con
tremenda celeridad sobre el desconocido mapa americano,
buscando mitos. Esto se debió, en parte, al hecho de que
algunas plataformas de conquista se sobresaturaron de
hombres.
Tal ocurrió en Santa María la Antigua del Darién,
una población construida por Balboa para albergar unos
doscientos vecinos, a la que llegó Pedrarias Dávila con
más de dos mil hombres. Como no había forma de
alimentarlos se inventaban toda clase de entradas
conquistadoras, ya que así podían comer los soldados a
costa de los indios. Lo mismo ocurrió en Santa Marta,
Cartagena, Buenos Aires, etc.
Otras veces, el problema surgía a raíz de la
Conquista de un territorio. No había encomiendas para
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 338
todos, y los Conquistadores sin oficio se convertían en un
verdadero problema para la colonia.
Los Gobernadores inventaban conquistas a
territorios lejanos para drenar su jurisdicción de
indeseables. Las expediciones del Virrey Mendoza al norte
de México o las de Lagasca a Chile y el suroriente
peruano, fueron de este tipo.
Finalmente, hemos de considerar el agotamiento de
las posibilidades económicas de algunas colonias, como
las grandes islas antillanas, que lanzaban al exterior sus
excedentes humanos para paliar la situación crítica en que
se hallaban.
La Española fue el ejemplo más representativo, pero
lo mismo ocurrió con Cuba y Puerto Rico.
La empresa conquistadora se clausuraba cuando
había logrado su objetivo. Venía entonces el reparto del
botín y la desmovilización.
La aportación de cada individuo condicionaba el
posterior reparto del botín, recibiendo una parte el peón y
el doble un hombre a caballo. Los perros, armas de
extraordinaria importancia, en casos concretos fueron
también recompensados.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 339
El reparto dio lugar a conflictos en no pocas
ocasiones, como el surgido entre Pizarro y Almagro. Otras
veces parte del botín consistía en mujeres, esclavas o no.
Se celebraba una gran fiesta en la que todos los
compañeros comían y bebían hasta la saciedad (por lo
regular bebidas indígenas) para resarcirse de los días de
hambre y sed, mientras se rememoraban las acciones
pasadas.
Luego cada uno tiraba para donde podía. Si había
tenido suerte, a vivir de su encomienda o de su cargo.
Muchos dilapidaban en el juego lo que habían ganado con
tanto esfuerzo, convirtiéndose en vagos y maleantes de las
ciudades que habían ayudado a fundar. Los menos,
buscaban algún sitio tranquilo donde vivir. Lo más, otra
nueva empresa de Conquista. Era volver a empezar.
El Móvil del Conquistador
El afán de hallazgo de oro era algo imperioso en la
economía de la época: con él, el héroe sabía que podía
alcanzar honra y ascender socialmente. Para un hombre
del siglo XVI, el prestigio y la honra -el ser honrado por
los demás-, representaban su máxima aspiración social,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 340
para lo que era preciso dinero, obtenido mediante la
realización de hazañas.
El motor determinante fue ser la sed de oro, porque
evidentemente los aventureros eran gente pobre y
deseosos de conseguir una mejora social. Pero la codicia
pudo ser controlada bastante bien desde la monarquía
(dados los medios de control de aquella época). Por
codicia desatada hubieran entrado en América como una
avalancha, arrasando, cavando pozos y minas, para
establecer factorías y volver a seguir adelante, sin roturar
terrenos, tal como hicieron los fenicios de la Antigüedad,
o los portugueses en África y Brasil, o los ingleses en
California y Alaska.
Entre 1492 y 1559, sólo se habían embarcado hacia
América 27.787 personas. Muy pocas dada la extensión de
territorio reconocida, las ciudades alzadas, que
lógicamente iban absorbiendo gente, las instituciones
establecidas, los conventos, los colegios y las
universidades fundadas, los templos construidos, etc.
El español se hacía conquistador con el deseo de
convertirse finalmente en encomendero. Ejercía
temporalmente el oficio conquistador con el deseo de
abandonarlo lo antes posible. Sólo los fracasados
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 341
continuaban con dicha profesión. Esto explica que fueran
muy mal vistos a fines de la época imperial, cuando los
echaban de todos sitios o les inventaban entradas para
alejarles de los reinos ya pacificados.
Por codicia, simplemente no se habrían dado vida a
miles de pueblos organizados (casi todas las capitales
americanas estaban fundadas antes de 1567), con todo lo
que lleva anejo: la creación de instituciones y servicios, tal
como hicieron los Conquistadores y Colonos españoles.
Aparte del botín, la mejor recompensa posible para
el Conquistador, era la concesión de un título de nobleza,
junto con extensas posesiones territoriales, lo que en
realidad consiguieron unos pocos. Algunos más fueron
nombrados funcionarios, lo que les permitió dejar las
armas y comenzar actividades más lucrativas y de menor
riesgo. El cargo más deseado, Gobernador, permitió a
algunos hacer fortuna para sí, sus familiares y sus
compañeros de armas.
Últimos guerreros medievales, su ideal era
convertirse en aristócratas semi-feudales, servidores del
Rey en sus territorios y dominadores de un amplio número
de vasallos y territorios. En la práctica, este esquema
derivó en la encomienda, según la cual un antiguo soldado
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 342
recibía del gobernador, antes su jefe, un territorio y una
serie de indios que trabajarán para él y le pagarán tributo.
A su lado se situó todo un conjunto de personajes,
familiares, amigos, sirvientes (mayordomos,
administradores, criados), un capellán, etc. A cambio,
debían asegurar la paz en sus dominios, tener lista y
dotada a la tropa por si fuera necesaria y pagar doctrineros
que educasen a los indios en la fe cristiana.
Las Circunstancias y medios del
Conquistador
La superioridad tecnológica de los españoles, aun
existiendo, no fue en un principio tan determinante,
debiendo rápidamente adoptar algunas tácticas y
conocimientos indígenas, como el más ligero escudo de
cuero o el relleno de algodón bajo la coraza, muy práctico
para combatir las flechas y dardos indios.
Las armas de fuego pronto demostraron su escasa
utilidad en un ambiente tan húmedo, que también
provocaba la oxidación de las espadas. Mucho más útiles
fueron los caballos y los perros; los primeros desataban
auténtico pavor entre los indios y daban al caballero una
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 343
gran ventaja estratégica, mientras que los perros,
especialmente adiestrados, se convirtieron en un arma
mortífera.
Los bergantines, embarcaciones ligeras y
maniobrables, dieron a los españoles facilidad de
avituallamiento y transporte. La superioridad de estos
venía demás asentada sobre diferencias culturales, pues los
europeos parecieron en los primeros momentos seres
divinos o mitológicos, siendo además su objetivo la
muerte del enemigo, y no la captura de prisioneros como,
por ejemplo, entre los aztecas.
Con todo, pocas fortunas se basaron en las
expediciones de conquista, que las más de las veces
resultaron baldías o acabaron en desastre. Los
supervivientes generalmente acababan sus días como
encomenderos o, los más afortunados, como funcionarios
locales. Sí consiguieron beneficios algún comerciante o
prestamista, por lo general asentado en España. Además,
la Conquista se hizo frecuentemente en condiciones de
extrema penuria, escaseando los pertrechos y alcanzando
precios exorbitantes los pocos disponibles.
La carencia de bienes y productos básicos provocó
la dependencia de los Conquistadores de la metrópoli, lo
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 344
que ayudó a su control y fomentó su fidelidad hacia el rey.
Casos de rebelión como el de Lope de Aguirre fueron
excepcionales. La mayoría de las veces las expediciones
hubieron de autoabastecerse, portando una piara de cerdos
o rapiñando entre las poblaciones indígenas. En cualquier
caso, siempre hubo una constante en las empresas de
Conquista: el hambre.
La empresa de Conquista no hubo de resultar
sencilla y por lo general no hizo ricos a los soldados, a
excepción de un reducido grupo como fue el caso de los
Conquistadores de los imperios Azteca e Inca.
Los Embarcados que Llegaron
El 19 de noviembre de 1726, finalmente pusieron pie
en el Real de San Felipe de Montevideo las familias
canarias que, con las bonaerenses llegadas con
anterioridad y otros pocos pobladores de diversa
procedencia, iban a constituir el núcleo primario de la
fundación de la ciudad.
No en tanto, al desembarcar los desdichados
viajeros, el capitán Don Pedro de Millán, quien estableció
la nómina de dichas familias en el libro Padrón de
Registro, hizo saber que tras 89 días de navegación, estos
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 345
llegaron en estado deplorable a las tierras de su nuevo
destino, y: “que se le repartió a algunos hombres y
mujeres de los que vinieron de las Canarias, algunas varas
de ropa de la tierra para repararlos en sus desnudez”.
Por la orden de registro, en la nómina constan:
-Silvestre Pérez Bravo, procedente del Zauzal,
de 51 años y de su mujer María Pérez de
Fables, de 25 años y sus dos hijos José
Antonio de 7 meses y Agustina de 20 meses.
Viajaban con él, asimismo, seis hijas de su
primer matrimonio: Sebastiana, de 17 años;
Ana, de 14; María, de 9; y Josefa y Gregoria,
ambas de 7 años.
-Felipe Pérez de Sosa, también vecino del
Zauzal, de 38 años; su mujer, María de la
Encarnación, de 29 años; y sus cinco hijos
Domingo, de 15 años; Bartolomé, de 11;
María de la Encarnación, de 12; Francisca
Antonia, de 10; María del Cristo, de 5 años.
Viajaban con él su primo, Antonio García, de
24 años y la madre de éste, María Gerónima,
de 40 años y agregada, Leonor de Morales, de
19 años.
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-Ángel García, de la ciudad de La Laguna, de
43 años; María Francisca, su mujer, de 36 años
y sus cinco hijos Ángel, de 9 años; Antonio, de
7; Manuela Francisca, de 12; Juana, de 5; y
Francisca de 7 meses de edad. Venían como
agregados a esta familia, José Gonzáles, de 24
años; Matías de Torres, de 23; y Francisco
Manuel. De 18 años.
-Tomás Texera, también de La Laguna, de 41
años; su mujer, María García, de 35 años y sus
seis hijos Manuel, de 13; Domingo, de 9;
Juana, de 11; Ángela, de 7; María Josefa, de 5
años; y Teresa, de 13 meses. Y agregado,
Pedro Antonio Mendoza, de 20 años.
-Juan Martín, de Santa Cruz, de 46 años;
Isabel María, su mujer, de 39; y seis hijos
Vicente, de 16 años; José, de 12; Cristóbal, de
6; Josefa María, de 18; Cayetana de la Rosa, 9;
e Isabel María, de 3. Venían agregados a esta
familia, Francisca Rosa Barroso, viuda, de 42
años y su hija, María Gonzáles, también viuda,
de 24 años.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 347
-Tomás Gonzáles, de Santa Cruz, soldado, de
42 años; Agustina Francisca, su mujer, de 35;
y sus tres hijas; María Ramos, de 8; Josefa
María, de 6; y Ana Antonia, de 2. Venían con
el mencionado colono, Gracia Francisca, su
suegra, de 56 años y dos hijas de esta, Bárbara
Francisca, de 30 e Isabel Francisca, de 28
años. Y como agregados, Juan de Morales, de
28 años y Luis de Lima Padrón, de 20.
-José Fernández, natural de la Isla de la Palma,
de 40 años; Lucía Lorenzo, su mujer, de 38
años y cuatro de sus hijos (José Jacinto y
probablemente Pedro, no vinieron): Juana, de
10 años; Miguel, de 8; Francisco, de 13 meses;
y María, de 6 años. Como agregados venían
Domingo Pérez, de19 años; y Juan Pérez
Delgado, de 19 años.
-Isidoro Pérez de Roxas y Cabrera, de Santa
Cruz, de 34 años; su mujer, Dominga
Francisca del Rosario, de 35; y su hijas:
Catalina, de 9 años; María, de 3; y Juana, se 6
meses.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 348
-Juan de Vera Suarez, de Santa Cruz, de 32
años; Nicolasa Padrón y Quinteros, su mujer,
de 31 años y su hija Rita de 3 años. Asimismo,
viajaban Catalina Padrón, hermana de
Nicolasa, de 27 años y Francisco García,
agregado, de 20 años.
Jacinto Zerpa, de Santa cruz, de 38 años;
María de la Concepción, su mujer, de 36 y su
sobrino, Pedro Damasio, de 14 años. Y como
agregado, Francisco Morales, de 28 años y
Juan Ramos, de 16.
-Francisco Martín, de Santa Cruz, de 46 años;
María Suarez, su mujer de 40; y su hijo Pedro
Mateo, de 3 años.
-Domingo Alberto de Cáceres, de La Laguna,
de 35 años, María Álvarez Herrera y Trujillo,
su mujer, de 24 años y su hija, Isabel María, de
6 años. Como agregados venían Domingo
González, de 14 años y Francisca Rosa,
huérfana, de 38 años.
-Tomás de Aquino, de Santa Cruz, de 52 años;
María García su mujer. De 35; y sus hijos,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 349
Francisco, de 8 años y María Rafaela, de 1
año. Agregado, Bernabé González, de 20 años.
El Padrón y los Primeros Repartimientos
En el ya citado libro Padrón, estaba asentado el
registro de los otros pobladores venidos de zonas distintas,
algunos solteros y los demás casados, con sus mujeres o
familias.
-De Asunción del Paraguay: 4; todos solteros
-De Buenos Aires: 4; 3 solteros y uno con su mujer.
-De San Juan de Veras de las Siete Corrientes: 2;
solteros
-De Chile: 2 soldados; uno soltero; otro con su
familia.
-De Córdoba del Tucumán: 1 soltero.
-De Santa Fe: 1 capitán y su familia.
-De Salta: 1 Soldado y su mujer.
Ese Fue el núcleo inicial de pobladores en 1726 de
Montevideo. Al año siguiente, el empadronamiento de
familias acrecentaba ya 3 familias portuguesas, una
española, dos bonaerenses, una paraguaya y un irlandés.
Muchos de ellos solteros, que se casaron con las mozas
solteras recién llegadas.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 350
En ejecución de las instrucciones dadas por el
fundador, el gobernador Bruno Mauricio de Zabala, el
capitán Pedro Millán procedió así al empadronamiento de
los pobladores de la nueva ciudad y al consiguiente
reparto de sus respectivos solares según el plano de la
misma, en un todo de acuerdo con las leyes de las Indias.
No hay que olvidarse que dichas leyes establecían
las condiciones que debían reunir los lugares donde se
fundarían ciudades, donde también reglaban todo lo
relativo al trazado de sus calles y manzanas, el tamaño de
las plazas, la ubicación del Cabildo, la Iglesia, la Aduana,
Los Almacenes Reales, etc.
Otros aspectos especialmente cuidados, desde los
tiempos mismos de los primeros descubrimientos, fueron
el régimen de repartimiento y el de la propiedad comunal.
Los ejidos, mandaban las célebres ordenanzas de Felipe II
de 1573, se señalarían:
“… en tan competente cantidad que aunque la
población vaya en mucho crecimiento siempre quede
bastante espacio a donde la gente se pueda salir a recrear y
salir los ganados sin que hagan daño…”.
Por consiguiente, lindando con ellos, se debía
“…señalar las dehesas para pastar los bueyes de labor,
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 351
caballos y ganados de carnicería”. “…A continuación, los
terrenos de propios, y destinados al cabildo los fondos
necesarios para los gastos públicos y, finalmente, las
tierras de labor y regadíos que se repartirán a los
habitantes”.
El primer acto formal cumplido por Millán fue abrir
el libro Padrón el 20 de diciembre de 1726, y en el mismo
establecer los datos de las primeras familias pobladoras.
El 24 de diciembre, Millán comenzó la adjudicación
de los solares. El padrón de repartimiento consigna, en
primer término, “…las circunstancias (normas) que se han
de observar en todo tiempo en conformidad de reales leyes
que tratan de semejantes poblaciones…”.
Sumariamente, eran las siguientes:
-Que los solares y tierras de chacras debían
repartirse por suertes (echadas por
cedulillas), empezando desde las que
correspondan a la Plaza Mayor.
-Que no podría impedir a los ganados de una
heredad de pastar en otra, sin embargo, el uso
común de los pastos se entiende como paso y
accidental, al pasarse los ganados de unas
heredades a otras.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 352
-Que para que los ganados y trajines de
carretas tengan libertad para gozar de las
aguas ahora y siempre que se haga
repartimientos en los lugares de chacras y
estancias se haya de dejar entre suerte una
calle de doce varas de ancho que sirva de
abrevadero común.
-Que los caminos que ahora son y en adelante
fuesen sean libres de todo género de gentes, de
tal forma que nadie pueda impedir su libre
tránsito, aunque ellos crucen tierras.
Y así, sobre tales leyes y orientaciones reales, en la
tal península que se encontraba situada frente al Cerro,
sobre la Ribera del Puerto, fue que el capitán Millán
delineó la nueva ciudad, siguiendo el plano original del
ingeniero Domingo Petrarca.
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 353
BIBLIOGRAFÍA
Para la conclusión de esta novela, han sido
consultados diversos documentos, libros y artículos
periodísticos, conforme citamos a seguir:
- Aníbal Barrios Pinto - Diario de Bruno de Zabala
sobre su expedición a Montevideo - 1950.
- Francisco Agramonte Cortijo - Diccionario
cronológico biográfico universal - 1952.
- Juan Alejandro Apolant - Génesis de la familia
uruguaya - 1975
- Luis Henrique Arzola Gil - Los orígenes de
Montevideo (1607-1749) - 1933.
- Luis R. Ponce de León - Anales históricos de
Montevideo - 1968.
- Washington Reyes Abadie - Los barrios de
Montevideo - 1997.
- Gonzalo Martínez Díez - El Condado de Castilla (711-
1038): la Historia frente a la leyenda (Vol. I)
- Tomás Urzainqui Mina - Navarra Estado europeo
- José Manuel Fajardo - El Converso - 1998
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 354
- Estatuto de Autonomía de Canarias - Boletín Oficial
del Estado
- Contabilidad Regional de España - INE.
- Esteban Sarasa Sánchez - Aragón: Historia y Cortes
de un Reino, Cortes de Aragón y Ayuntamiento de
Zaragoza - 1991.
- Los Médici en Biografías y vidas -
www.biografiasyvidas.com/
- Prólogo de R.J. Knecht - Catherine de Médici - 1998:
- Jean Plaidy - La Reina Jezabel - 2006
- Jesús Sánchez Adalid - La tierra sin mal - 2003
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 355
BIOGRAFÍA DEL AUTOR
Nombre: Carlos Guillermo Basáñez Delfante
País de origen: República Oriental del Uruguay
Fecha de nacimiento: 10 de Febrero de 1949
Ciudad: Montevideo
Nivel educacional: Cursó primer nivel escolar y
secundario en el Instituto Sagrado
Corazón.
Efectuó preparatorio de Notariado en
el Instituto Nocturno de Montevideo
y dio inicio a estudios universitarios
en la Facultad de Derecho en
Uruguay.
Participó de diversos cursos técnicos
y seminarios en Argentina, Brasil,
México y Estados Unidos.
Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico
& Cia, donde se retiró como
Vicepresidente de Ventas y
Distribución, y posteriormente, 15
años en su propia empresa. Realizó
para Pepsico consultoría de
mercadeo y planificación en los
mercados de México, Canadá,
República Checa y Polonia.
Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil,
donde vivió en las ciudades de Río
de Janeiro, Recife y São Paulo.
Actualmente mantiene residencia
fija en Porto Alegre (Brasil) y
ocasionalmente permanece algunos
meses al año en Buenos Aires (Rep.
Argentina) y en Montevideo
(Uruguay).
Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de
Operaciones” en 4 volúmenes en
1983, el “Manual de Entrenamiento
para Vendedores” en 1984,
confeccionó el “Guía Práctico para
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 356
Gerentes” en 3 volúmenes en el año
1989. Concibió el “Guía
Sistematizado para Administración
Gerencial” en 1997 y “El Arte de
Vender con Éxito” en 2006. Obras
concebidas en portugués y para uso
interno de la empresa y sus
asociados.
Obras en Español: Principios Básicos del Arte de
Vender – 2007
Poemas del Pensamiento – 2007
Cuentos del Cotidiano – 2007
La Tía Cora y otros Cuentos – 2008
Anécdotas de la Vida – 2008
La Vida Como Ella Es – 2008
Flashes Mundanos – 2008
Nimiedades Insólitas – 2009
Crónicas del Blog – 2009
Corazones en Conflicto – 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. II – 2009
Con un Poco de Humor - 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. III – 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. IV – 2009
Humor… una expresión de regocijo
- 2010
Risa… Un Remedio Infalible – 2010
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. V – 2010
Fobias Entre Delirios – 2010
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. VI – 2010
Aguardando el Doctor Garrido –
2010
El Velorio de Nicanor – 2010
La Verdadera Historia de Pulgarcito
- 2010
Misterios en Piedras Verdes - 2010
El Viaje Hacia el Real de San Felipe Página 357
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. VII – 2010
Una Flor Blanca en el Cardal - 2011
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. VIII – 2011
¿Es Posible Ejercer un Buen
Liderazgo? - 2011
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. IX – 2011
Los Cuentos de Neiva, la Peluquera
- 2012
El Viaje Hacia el Real de San Felipe
- 2012
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. X – 2012
Logogrifos en el vagón del The
Ghan - 2012
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. XI – 2012
El Sagaz Teniente Alférez José
Cavalheiro Leite - 2012
El Maldito Tesoro de la Fragata -
2013
Carretas del Espectro - 2013
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