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ESCUELA DE DERECHO IQUIQUE
LA LIBERTAD ECONÓMICA EN LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE 1980
ALUMNO: JUAN GARCIA AGUILERA
PROFESORA GUÍA: SRA. MARY SÁNCHEZ PALMA
MEMORIA DE PRUEBA PARA OPTAR AL GRADO DE LICENCIADO EN CIENCIAS JURÍDICAS
2006
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INTRODUCCIÓN.
A pesar de los distintos tipos de regímenes totalitarios de que ha sido
objeto nuestra civilización, la libertad natural del hombre es uno de sus pilares
fundamentales, y así se ha consagrado en lo básico y esencial por la generalidad de los
ordenamientos jurídicos.
En forma general y tradicional, a través de la historia, siempre que nos
referimos a la “libertad” asociamos el concepto a la idea de libertad política, es decir,
aquella que tiene que ver con consagrar y reconocer a los ciudadanos ciertos derechos de
tipo político o de participación en la vida y gobierno de la sociedad, tales como el derecho a
voto, elegir gobernantes y a ser elegido, desplazarse o movilizarse dentro del país sin
ningún tipo de impedimentos, tener ciertas garantías en el caso de detención policial,
etcétera.
Lamentablemente, el concepto de libertad económica siempre fue estimado
como algo “supuesto”, siendo testimonio de ello el hecho de que Cartas Fundamentales
nacionales del siglo XIX apenas sí se referían a esta garantía, y luego de la irrupción de las
teorías económicas keynesianas a comienzos del siglo XX, como algo que podía fácilmente
ser ignorado por el Poder Ejecutivo, por ser ella la encargada de dirigir la política financiera
y económica del país.
Estas teorías económicas no tomaron en consideración el hecho de que la
libertad es una sola, única e indivisible, y que no es posible separar al ser humano y sus
atributos en celdas aisladas.
Por estas consideraciones, y por el hecho de que en nuestro país la garantía
del libre desenvolvimiento de actividades económicas ha sido más o menos
sistemáticamente vulnerada en años anteriores, como lo demuestra el abundante número de
resguardos de que goza, y al hecho de que no existe una doctrina actualizada en esta
materia, es que me he decidido a emprender este trabajo. Para ello, lo he dividido en tres
capítulos:
El primero destinado al Orden Público Económico, como concepto
indispensable para comprender a cabalidad la libertad económica, sin que se pretenda
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extenderse más allá de lo estrictamente necesario, por la extensión de esta materia, lo que
no se encuentra dentro de las pretensiones de este trabajo
El segundo capítulo está destinado al análisis de la libertad económica en
todos sus ámbitos, y el tercero y último capítulo es reservado a los resguardos
constitucionales y legales especialmente en la concurrencia entre la Protección y el Amparo
económico, la Protección y otras acciones y, específicamente, en la concurrencia entre la
Protección y la reconsideración administrativa. Finalmente, se hará una breve referencia a
los otros medios ordinarios de tutela de la garantía en cuestión, principalmente la acción de
nulidad de los actos administrativos y las distintas acciones que establecen diversas leyes
especiales, como la legislación antimonopolios, la Ley General de Bancos o la Ley
Orgánica Constitucional del Banco Central, para terminar con unas conclusiones en las que
espero resumir apretadamente los resultados de esta investigación.
Hay que tener presente, que si bien la ley 20.050 promulgada con fecha 26
de agosto de 2005, modificó la Constitución en gran parte de su articulado, estas
modificaciones no tienen mayor relevancia en consideración a los objetivos y temas
tratados en este trabajo.
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CAPITULO I
EL ORDEN PÚBLICO ECONÓMICO.
I DIFICULTADES QUE PRESENTA EL CONCEPTO.
Todos los autores que se refieren al Orden Público coinciden en que se
trata de un concepto “vago”, “elástico”, “en blanco”, “indeterminado”, e “impreciso”, cuya
correcta conceptualización ha sido considerada de extrema dificultad.
No obstante es necesario hacer un esfuerzo para tratar de averiguar en
definitiva qué es “el Orden Público”.
Como ya lo he señalado anteriormente, no se pretende al final de este
capítulo arribar a una conceptualización acabada y definitiva acerca del tema, sino tan sólo
a una definición práctica del concepto, labor no del todo fácil.
Para comenzar, es conveniente señalar que el concepto de “Orden Público”
es uno de aquellos que la doctrina denomina “conceptos jurídicos indeterminados”, ya que
no tiene un significado jurídico acotado o exacto, como ocurre con nociones tales como
“ley”, “sentencia”, o “compraventa”.
La importancia de acotar o determinar estos conceptos indeterminados,
dice relación con la libertad que poseen los ciudadanos frente a la Administración, ya que
su indeterminación siguen hasta la fecha siendo utilizadas para coartar y cercenar los
derechos de los ciudadanos.
La noción de Orden Público se ha utilizado muchas veces como una mera
excusa para fallar en contra de los derechos y libertades públicas. Efectivamente, las
interpretaciones diferentes crecen a medida que aumenta el grado de incertidumbre e
indeterminación de un concepto, de ahí la importancia de de fijar a lo menos un concepto
más o menos acotado.
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II FORMACION DEL CONCEPTO.
1. Concepto de “orden”.
Etimológicamente, “orden deriva del latín ‘ordo’ y este a su vez, del griego
‘ortos’. El verbo latino ‘ordiri’ tenía su mejor aplicación en la tejeduría, significando urdir,
agregar o enfilar. El griego ‘ortos’ significa recto y correcto. Por eso, orden quiere decir
disposición correcta de unidades de un conjunto. Lo recto supone una dirección o meta; y
cuando está configurado en unos límites precisos, da lo correcto. Orden, pues, es régimen
de conexión en las estructuras, corrección en ellas.” 1
De lo anterior se desprende que una de las cosas que caracterizan a
cualquier orden es su pluralidad de objetos o entes ordenados, no es concebible un orden en
que exista una sola cosa.
En cualquier orden concreto puede distinguirse un aspecto material y otro
formal. El aspecto material tiene que ver con los elementos que se ordenan, las cosas o
actividades que son objeto del orden. Y el aspecto formal dice relación con el principio que
informa al orden, el elemento aglutinador de las cosas o actividades ordenadas y que les da
su estructura.
Siendo así las cosas resulta que en cualquier sociedad en que exista
Derecho, claramente existirá un “orden”. El derecho supone una relación entre al menos
dos sujetos y supone, además, ciertos principios ordenadores: la Justicia, la Seguridad, la
Paz social y el Bien Común.
El aspecto material de dicho orden estará representado por las normas que
formen parte de él, y así, a manera de ejemplo, tendremos a los reglamentos que se dictan
para dar cumplimiento a las leyes, y éstas a su turno a la Constitución, que es “el principio
ordenador” de todo el ordenamiento jurídico. En el caso que una ley no cumpliera con los
mandatos contenidos en ella, nos encontraríamos claramente ante un “des-orden” que
implicaría el desaparecimiento, (Inconstitucionalidad), de la norma contraria a la Carta
Fundamental para que de ese modo el orden pueda ser restablecido.
1 Cruz Cruz, J.: voz “Orden”. En “Gran Enciclopedia Rialp”, t. XVII. Ediciones Rialp, Madrid, 1973, pág. 376.
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2. Concepto de “público”.
Lo “público” es una especie o especificación del género “social”, e implica
a la totalidad o a la mayoría del pueblo, en contraposición a “privado”, que es aquello
parcial, lo que no es el todo, es decir, lo relativo a tan solo una parte o a una minoría de la
población. Por lo anterior, el concepto de “Orden Público” excluye a todos aquellos otros
órdenes que no tengan una relevancia social, política o jurídica, y alude a la comunidad en
general, entendida no como “Estado”, sino como conjunto de personas que deben llevar una
coexistencia pacífica y civilizada.
Para San Agustín, orden es “disposición de las cosas iguales y desiguales
que concede a cada una el sitio que le corresponde”2, y Santo Tomás agrega que, “es la
finalidad perseguida la que sirve de canon o guía, de ratio, a la distribución de las cosas. Y
tal finalidad es en cada grupo particular el objetivo perseguido en común; y en la sociedad
globalmente considerada el hecho mismo de la convivencia pacífica, como base para todos
los fines de la vida. El orden social, pues, no viene a ser otra cosa que convivencia pacífica
y regularizada armonía entre los hombres y sus conductas.” 3
Dentro del género “Orden social” se encuentra el “Orden Público’, esto es,
“el orden que afecta al público en general, (a cada uno de los ciudadanos), que procede en
su formulación y garantización de una instancia pública, y que es comunicado socialmente
con publicidad.”4
2.1 Expresiones de “Orden Público”.
a) Orden Público de policía: En un lenguaje común, cuando se hace referencia al término
“Orden Público”, se piensa en el problema de los disturbios o manifestaciones que,
efectuadas en lugares públicos, alteran la tranquilidad y la paz ciudadana. Se trata en
definitiva de aquello que los Carabineros cuidan en las calles. Es a este Orden Público al
que parece referirse el Diccionario de la Real Academia Española cuando lo define como
2 San Agustín.: voz “Orden”, acepción “orden social”. En “Gran Enciclopedia Rial”, t. XVII. Ediciones Rialp, Madrid, 1973, pág. 379. 3 Ibidem. 4 Puy Muñoz, F: voz “Orden”, acepción en “Filosofía del Derecho”. Ibidem.
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aquella “situación y estado de legalidad normal, en que las autoridades ejercen sus
atribuciones propias y los ciudadanos las respetan y obedecen sin protesta.”5
Del mismo modo, la jurisprudencia ha señalado que hay que considerar
como Orden Público “la situación y estado de legitimidad normal y de armonía dentro del
conjunto social, que permite el respeto y garantía de los derechos esenciales del
ciudadano.”6
Mucho cuidado debe tenerse con la aplicación de las nociones anteriores,
puesto que ellas bajo la exigencia de mantener la “normalidad”, pueden constituirse en
meras excusas para coartar o impedir el disfrute de libertades públicas y, en el fondo, hacer
que la noción que estudiamos se haga sinónima de represión política y social.
En nuestra legislación positiva, el Orden Público de policía se encuentra
tutelado básicamente en la ley N° 12.927, sobre Seguridad del Estado, la cual en su Título
III, “Delitos contra el Orden Público”, artículo 6, se encarga de establecer algunas
conductas que son penadas criminalmente como contrarias a este orden.
b) Orden Público Clásico: Clásicamente, la expresión “Orden Público” alude a la idea de
valoraciones, instituciones o intereses fundamentales de la sociedad, que a los particulares
no les es permitido modificar o derogar mediante convenios privados, por tratarse
justamente de cosas que se hallan en la base, en la médula de la vida de la comunidad, y
que por lo tanto, de ser cambiada, el orden de esa comunidad, la manera que se tiene de
hacer las cosas dentro de ella, también se vería muy brusca y violentamente afectada.
Doctrinariamente, se ha dicho que el Orden Público es “el arreglo de las
instituciones indispensables a la existencia y funcionamiento del Estado y que miran a la
constitución, a la organización y al movimiento del cuerpo social, así como las reglas que
fijan el estado y capacidad de las personas. En este sentido, Orden Público es sinónimo de
orden social.”7 También que se trata del “conjunto de condiciones fundamentales de vida
social instituidas en una comunidad jurídica, las cuales, por afectar centralmente a la
5 Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española. Voz “Orden”, acepción “Orden Público”. Edit. Espasa Calpe, Madrid, 1992. 6 Corte de Apelaciones de Santiago, sentencia de 11 de Agosto de 1953, publicada en “Revista de Derecho y Jurisprudencia”, t. L, secc 4°, pág. 114. 7 Claro Solar, Luis, cit. por Streeter Prieto, Jorge, en “El Orden Público económico.” Materiales de trabajo, Universidad de Chile, Facultad de Derecho, 1985, pág. 10.
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organización de ésta, no pueden ser alteradas por la voluntad de los individuos ni, en su
caso, por la aplicación de normas extranjeras.”8
Tal como ocurre con el Orden Público de policía, hay que ser cuidadoso al
aplicar este criterio correctivo de la legalidad vigente, puesto que él siempre va a dar
entrada a una valoración eminentemente subjetiva efectuada por el juez y, en tal sentido,
puede servir tanto para subsanar deficiencias del ordenamiento jurídico o rectificar
resultados inadecuados derivados de su aplicación, como también para abrir paso a la
improvisación, a la parcialidad o a la arbitrariedad.
c) Orden Público del Estado: Desde este sentido, la expresión “Orden Público” es
sinónimo de “Derecho Público”, y alude especialmente a las materias que son objeto de la
parte orgánica de la Constitución, por un lado, y del Derecho Administrativo, de otro, vale
decir, a todo lo referente a la organización del Estado y estructuración del poder, esto es,
definición de los poderes públicos y distribución de facultades, poderes y competencias,
(parte orgánica de la Constitución); y a todo lo relativo a la reglamentación de la
Administración Pública, y a la definición de cómo se organiza, como actúa y como
responde, (Derecho Administrativo).
Los orígenes de este significado de la expresión pueden encontrarse en
algunos textos romanos, según los cuales la expresión “ius publicum” se asocia a la idea de
lo que interesa al Estado romano y a su organización, gobierno y administración.
En consecuencia, estas reglas al referirse a un orden esencialmente
imperativo, los actos o convenciones privadas no pueden dejar sin efecto ninguna de sus
normas.
Sabido es que nuestro Código Civil sanciona con nulidad absoluta al acto o
contrato que contravenga al Derecho Público chileno, ya que adolece de objeto ilícito.9
d) Orden Público Económico: El concepto de Orden Público en este sentido ha sido
asociado al conjunto de normas imperativas que regulan la economía de un país.
8 Smith, Juan Carlos: voz “Orden público”. En “Enciclopedia Jurídica OMEBA”, t. XXI. Edit. Ancalo, Buenos Aires, s.a., pág. 56. 9 Art. 1462 del Código Civil.
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Desde esta perspectiva del término es que se han producido las mayores
divergencias en cuanto a su contenido y definición, ya que va variando a medida de que nos
encontremos frente a una economía liberal o una centralmente planificada.
Como conclusión se puede señalar que El Orden Público es uno solo, ya
que los distintos sentidos de la expresión “Orden Público” no difieren, en lo básico, de lo
que es el concepto de orden en su sentido filosófico, puesto que de allí derivan y surgen.
Por otra parte, los órdenes también tienen en común el hecho de ser
colectivos, referidos al pueblo en general, no considerados como individuos aislados, sino
como comunidad políticamente organizada, para una convivencia pacífica.
3. El Orden Público Económico.
3.1 Evolución histórica: A partir de 1914 y con el inicio de la Primera Guerra Mundial, el
esfuerzo de los países y de sus economías se orientan a la producción bélica y a la finalidad
esencial de conservarse como naciones.
A lo anterior debemos agregar el desastre financiero de la Bolsa de Valores
de New York, que marca el inicio de lo que la historia ha llamado “La Gran Depresión”.
A consecuencia de la depresión económica, muchos se convencieron que el
capitalismo era un sistema inestable destinado a sufrir crisis cada vez más graves, por lo
que el Estado tenía que desempeñar un papel más activo y por lo tanto intervenir para
compensar la inestabilidad provocada por la actividad privada incontrolada.
Chile no fue ajeno a este problema y así encontramos que a contar del año
1932 se dictan una serie de normas jurídicas destinadas a restringir la libertad de que en
general gozaban las personas en materia económica y ser aplicables de manera inmediata
en el tiempo. Ejemplo de estas normas pueden mencionarse: La ley N° 5017, de 19 de Abril
de 1932, sobre Control de Cambios, la ley N° 5125, de 19 de Mayo de 1932, sobre
Determinación de Precios, el Decreto-Ley N° 138, de 29 de Julio de 1932, sobre Comercio
Exterior, y el Decreto-Ley N° 281, de 10 de Agosto de 1932, sobre Cuotas de Producción.
Como puede apreciarse, el nacimiento a la vida del Derecho de este nuevo
concepto se debió la necesidad de dar una respuesta por parte del sistema jurídico a las
condiciones económicas que prevalecían en la década de los 30, y que obligó a tomar
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medidas a la autoridad para contrarrestarlas. En síntesis, el concepto de Orden Público
Económico primero fue sólo un concepto nacido de situaciones de emergencia, en nada
relacionadas con instituciones o principios permanentes de la sociedad. En este sentido, las
primeras normas de Orden Público Económico de alguna manera tienen mucha analogía
con las normas del Orden Público de policía, pero, sin embargo, y como se verá, poco a
poco y principalmente por las ideas económicas keynesianas esgrimidas para dar solución a
la crisis, y luego como ideas económicas permanentes, hicieron que el concepto de Orden
Público Económico fuera convirtiéndose en una noción como la conocemos hoy, con
matices, pues, para algunos, dicho orden deberá ser un orden liberal, para otros, un orden
centralizado, y aún para algunos, un orden de naturaleza mixta.
3.2 Orden Público Económico y Sistema Económico: Las normas jurídicas en una
sociedad cumplen la función de ordenarla normativamente, esto es, moldearla teniendo en
consideración los valores fundamentales a los cuales el Derecho está ordenado: Seguridad,
Justicia, Paz y Bien Común.
Esta es la finalidad que persiguen las distintas ramas del derecho, así por
ejemplo, el Derecho Privado prefiere antes que nada la libertad de contratación y la libre
circulación de los bienes, mientras que el Derecho Público opta por el establecimiento de
un orden jerarquizado y subordinado, debido al imperio del principio de juridicidad.
En lo económico, el Derecho también trata de ordenar u organizar esta
determinada realidad social, con el objetivo fundamental de lograr idénticas finalidades y
esto lo logra estableciendo un determinado “Orden Público Económico”, consistente con el
sistema económico que la realidad social determine. Así, si el sistema económico de la
sociedad de que se trate es uno de mercado capitalista, el Derecho deberá consagrar
determinadas instituciones jurídico-económicas que tiendan al logro de la finalidad básica
de cualquier sistema económico, su equilibrio. Lo mismo ocurre si se trata de una economía
planificada o en una economía mixta. De este modo, a cada uno de los distintos sistemas
económicos señalados corresponderá un Orden Público Económico diferente:
a) La economía de mercado capitalista: El capitalismo, tiene como móvil dominante la
búsqueda del interés propio, lo que se traduce en la persecución de las utilidades, el ánimo
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de lucro, es decir, la maximización de los beneficios por parte de los agentes económicos
privados a través de las orientaciones que les dan los precios del mercado, el cual opera de
manera libre y espontánea, sin ningún tipo de trabas.
En consecuencia, las instituciones jurídico-económicas que encontramos
en tal régimen son las siguientes:
1) La Propiedad Privada: Este sistema se basa en el principio de apropiación privada de
los medios de producción. Hay una separación entre la propiedad de los medios de
producción y el trabajo de ejecución. Sin embargo, esta función que cumple la propiedad
privada en el sistema capitalista, consistente en separar o deslindar la responsabilidad y en
definitiva el riesgo que cabe a los dueños de las empresas del que corresponde a los
trabajadores de las mismas.
2) La Autonomía Privada: Este segundo pilar en que descansa un sistema económico de
mercado se encuentra estrechamente relacionado con el anterior, es la autonomía de las
personas que participan en el proceso económico, la posibilidad de que ellas puedan
desarrollar y perseguir sus propios objetivos, sin ninguna intervención externa que les
imponga metas o finalidades.
3) El Principio de Juridicidad: Esta institución cobra importancia en el sentido de que
todas las actuaciones del Estado en materia económica deben estar estrictamente acotadas.
En decir, se debe tratar de evitar que alguien, conscientemente, se preocupe de organizar la
economía bajo el pretexto de lograr el bien común.
La manera de lograr que el Estado se entrometa lo menos posible en la
esfera económica privada de los individuos es precisamente exigiéndole para cualquier
actuación en dicha materia el requisito de una ley.
De lo expuesto, puede concluirse que el Orden Público Económico de un
sistema económico capitalista tiende a consagrar y proteger las instituciones antes
mencionadas a través de diversas figuras, tales como el principio de “libre circulación de
los bienes”, por un lado; y por el otro se intentará preservar en el mercado una “libre
competencia”, para que dentro del mismo a las personas les sea posible ejecutar su
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autonomía. Y en lo que dice relación con el principio de juridicidad, se declararán nulas y
de ningún valor las actuaciones del Estado en materia económica que no cuenten con el
respaldo de una ley.
b) La economía planificada colectivista: En este tipo de economías el motor de la
actividad económica no es la búsqueda de la ganancia individual sino el estímulo de un
servicio prestado a la comunidad. En otras palabras, se trata de que los individuos se
pongan al servicio de la colectividad, tanto en su persona como en cuanto a sus bienes, la
cual es representada por el Estado, quien es el encargado de dar satisfacción a las
necesidades que se originen.
El mecanismo que se utiliza es el mismo que en el régimen de economía
capitalista de mercado servía para garantizar la autonomía de los individuos: la propiedad.
Adicionalmente a ello, también debe contemplarse un sistema de dirección
que permita organizar la propiedad como mecanismo del control, lo que se consigue
básicamente sobre la base de una ley-programa y de un sistema contractual, los llamados
“contratos económicos” del sistema Socialista.
Los distintos institutos jurídico-económicos que encontramos en la
economía planificada colectivista son los siguientes:
1) La Propiedad Estatal de los Medios de Producción: En este tipo de régimen
económico la propiedad ha sido sustraída de los agentes económicos individuales y ha sido
radicada en el Estado como representante de la sociedad. El fundamento de esta atribución
es el convencimiento de que se cree saber hacia donde camina la historia y, por lo tanto, las
personas no pueden ni deben ser autónomas y determinar por sí mismas su vida económica,
sino que deben estar subordinadas al Estado.
Lo anterior no significa que no exista propiedad privada, ya que esta sí
existe, pero ella está limitada sólo a los bienes de uso y consumo personal.
2) La Planificación Centralizada: Se trata de la segunda columna sobre la cual reposa el
régimen económico de una economía colectivista. La planificación de la actividad
económica se hace necesaria al ser el Estado el único dueño de todos los medios de
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producción. Será el Estado el que de manera autoritaria determinará qué necesidades serán
satisfechas y de qué modo lo serán.
Ahora bien, como las decisiones de tipo económico a nivel de los agentes
individuales han sido suprimidas, la función básica que cumple un plan es entonces la
sustitución del mecanismo de mercado. En estas economías ya no son los precios el
dispositivo mediante el cual se adapta la producción a las necesidades, sino las órdenes
definidas por el plan.
Cabe hacer notar que desde el punto de vista jurídico este plan no es otra
cosa que una ley. En otras palabras, es el Derecho el que dota de fuerza obligatoria al plan.
De este modo al combinarse la vinculatoriedad del plan con la eficacia económica que
otorga la propiedad estatal de los medios de producción, son logrados los objetivos del
Estado socialista.
3) Los Contratos económicamente necesarios: Son éstos la tercera base sobre la cual se
asienta una economía socialista. Efectivamente, ningún sistema económico de intercambio,
y una economía socialista lo es, podría funcionar de manera eficiente si no se dispone de
los medios o herramientas jurídicas a través de las cuales materializar estos intercambios.
Ahora bien, estos “contratos” se diferencian bastante de lo que nosotros en
nuestro sistema jurídico conocemos por tal, ya que ellos no encuentran su fundamento o
causa eficiente en la voluntad o autonomía de quien se obliga, sino que por el contrario,
encuentran su fuente en el plan, en una tarea encomendada por el ente planificador.
Sin embargo, dicha tarea posee ciertos matices que la diferencian de las
órdenes detalladas que generalmente encontramos en un plan, más bien, tratase aquí de
permitirles a los encargados de las empresas negociar diversas alternativas con el objeto de
llevar a cabo la labor encargada.
De este modo, la carga burocrática que supone una planificación
demasiado detallada se aligera, entrando a jugar mayores elementos voluntarios que
permiten cumplir con las directrices de programación de manera mas eficiente.
Concluyendo, en el régimen autoritario, el Orden Público, está en la
obediencia a la ley de planificación y al sistema de contratos económicos que la
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implementan, así como en el respeto a la propiedad estatal de los medios de producción
como factor eficiente de control social.
c) La economía mixta: Se ha definido sintéticamente a este tipo de sistemas como una
economía en la cual el mercado y el gobierno comparten las decisiones de qué debería
producirse, cómo y para quién.
Evidentemente, se trata del sistema económico “real” por antonomasia,
pues los dos sistemas anteriores constituyen más bien los dos extremos entre los cuales se
ubica la economía que analizaremos ahora.
En ella encontramos en grados diversos de mixtura tanto elementos
públicos como privados, pasando por una gama de modelos que van desde el llamado
“socialismo de mercado” hasta la “economía social de mercado” de orígenes alemanes,
incluyendo también las llamadas experiencias “dirigistas”, hasta las meramente
“intervencionistas”.
Como se comprenderá, tratase en todos estos ejemplos tan solo de
diferencias de matiz, en que el acento se coloca ya sea en los poderes y capacidad del
Estado para manejar la economía y contribuir así al bien común, ya sea en las aptitudes y
creatividad de los individuos para el logro del mismo fin. Pero el elemento similar siempre
será la coexistencia en la economía de decisiones tanto de mercado como estatales.
Con todo, el problema común que se presenta a los regímenes económicos
que se corresponden con este tipo de sistemas, sean más o menos controlados por el Estado,
es que usualmente presentarán disposiciones que van a responder a móviles dominantes de
la actividad económica, contradictorios o contrapuestos entre sí. Es decir, por un lado
existirán reglas que responderán al sistema económico de mercado, con base en el interés
propio y la autonomía como medio de lograr el bien de la comunidad, y por otro también
encontraremos normas que responderán más bien al sistema económico colectivista, con
acento en el logro del beneficio de la colectividad y mayor confianza en la subordinación
que en la autonomía de los agentes económicos. Por lo anterior es que los problemas
interpretativos a que dan lugar los preceptos que podríamos encontrar en tales regímenes
son, manifiestamente, más arduos.
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Debido a lo expuesto es que en las páginas siguientes se tratará de
conceptualizar este Orden Público y revelar algunas dificultades que presenta el concepto.
3.3 Dificultades que presenta el concepto y contenidos del Orden Público Económico:
Quien primero llamó la atención sobre la idea de existir una organización
de la sociedad en el ámbito económico, tan obligatoria como la que existe en el ámbito
político, fue Ripert, en 1935. Esta idea a poco andar del tiempo también llegó a Chile,
comenzándose a discutir acerca del concepto en cuestión para que finalmente a mediados
de los años ‘40 surgiera la primera definición en nuestro país que intenta caracterizar el
instituto en estudio. Así, se dijo que se trataba de “el conjunto de medidas y reglas legales
que dirigen la economía, organizando la producción y distribución de las riquezas en
armonía con los intereses de la sociedad.”10
A modo de advertencia, y para hacer justicia acerca de la definición en
comento, debe recordarse que ella fue formulada bajo el imperio de la Constitución del “25,
en pleno apogeo de las tesis económicas keynesianas intervencionistas, e inmerso dentro de
una cultura legal que no consideraba a la Constitución como norma jurídica con valor
normativo propio y directamente vinculante para todos.
La definición transcrita es estimada como la típica exponente de las
nociones funcionales de Orden Público Económico, sin embargo, y a pesar del análisis
critico realizado, parece mas bien que, al colocarse como soporte de ella el hecho que la
organización y distribución debe hacerse en armonía con los intereses de la sociedad, se
introduce un elemento material en la misma, a pesar de todo lo ambiguo que pudiere
resultar dicha referencia.
La definición anterior coloca de relevancia el hecho de que dentro de la
cultura legal de la época se respiraba dirigismo, por así decirlo, lo cual no es extraño
teniendo en cuenta los sucesos que acaecieron en materia económica a fines de la década de
los ‘20 y durante gran parte de los ‘30; y por otro con el objetivo de emplearlas como
contrapunto de las definiciones llamadas “materiales”, las cuales se caracterizan ya no
porque coloquen el acento en las funciones que cumplen las normas, esto es, dirigir,
10 Definición de don Raúl Varela, citado por Streeter, en “El Orden Público Económico”, cit., pág. 31.
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fomentar o proteger y, en definitiva, organizar la economía, sino en el contenido que ellas
presenten, haciendo hincapié la mayoría en que estamos en presencia de un orden que es
una especificación del Orden Público clásico o del Derecho Civil.
La Comisión de Estudios de la Nueva Constitución señaló que el Orden
Público Económico comprende las “normas fundamentales destinadas a regular la acción
del Estado en la economía y a preservar la iniciativa creadora del hombre necesaria para el
desarrollo del país, de modo que ellas conduzcan a la consecución del bien común.” 11
Parece acertado también, llegados a este punto, efectuar un somero análisis
de la noción entregada por la Comisión de Estudios, ya que puede estimarse formar parte de
la “historia fidedigna del establecimiento de la Constitución”, por lo que posee
extraordinario valor para desentrañar el “núcleo” o “zona de luz” del concepto en estudio:
Tratase de “normas fundamentales”, o sea no se trata de cualquier tipo de normas. No toda
norma, por el hecho de referirse a la actividad económica de las personas, conforma el
Orden Público Económico, sino que son sólo cierto tipo de ellas, aquellas referidas a lo
estimado esencial, central o primordial en lo relativo a “lo económico”.
Por otro lado, al hablar de “normas fundamentales”, la Comisión también
se refería a que no cualquier regla, de cualquier jerarquía, pudiese formar parte del Orden
Público Económico, sino que tan solo pensaba evidentemente en las reglas constitucionales
por un lado, que son las que establecerán los criterios básicos con arreglo a los cuales la
sociedad ordena su convivencia en común; y las legales, que son las que desarrollan a las
anteriores.
En fin, en lo que dice relación con el régimen económico del poder
público, si se piensa que lo que preside la actividad del Estado en esta materia es el
principio de Juridicidad, fácil es concluir que toda actuación de éste en materia económica,
sea como empresario o como Fisco, requerirá necesariamente del respaldo de una ley. De
este modo, el Estado y sus organismos podrán desarrollar actividades empresariales o
participar en ellas sólo si una ley de quórum calificado lo autoriza, por un lado; y por el
otro el proyecto de Ley de Presupuestos deberá ser presentado por el Presidente de la
República al Congreso Nacional a lo menos con tres meses de anterioridad a la fecha en
que debe empezar a regir. (Art. 64 Constitución Política). 11 En “Antecedentes de la Constitución de 1980. Proposiciones e ideas precisas.” Reproducido en “Revista Chilena de Derecho”, vol. VIII N° 1, 1981, pág. 160.
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Lo anterior cobra sentido si se atiende al hecho de que la ley es definida
por la misma Constitución como “toda ... norma de carácter general y obligatorio que
estatuya las bases esenciales de un ordenamiento jurídico”12 , esto es, que ordene,
establezca o determine los cimientos fundamentales, cardinales o primordiales de un
sistema de Derecho. A ello apunta la expresión “normas fundamentales” que utiliza la
Comisión.
La Comisión de Estudios señala en segundo lugar que estas normas
fundamentales tienen un cierto propósito o finalidad, una cierta razón de ser, cual es
“regular la acción del Estado en la economía y preservar la iniciativa creadora del hombre
necesaria para el desarrollo del país.” En otras palabras, por un lado, estas normas
fundamentales tendrán por objeto medir, ajustar, ordenar, sujetar a reglas el actuar o
intervención del Estado en la economía; y por otro amparar, defender o proteger del riesgo
que significa esta misma intervención a las facultades inventivas o emprendedoras de las
personas en materia económica. En los términos de la propia Comisión: “...un Estado que
interviene más allá de aquellas funciones que le son propias o que por razones de interés
general o de seguridad deben serle confiadas, puede asfixiar la libertad del hombre y su
iniciativa creadora”. Por ello, mediante estas normas, se trata de “evitar el mal que significa
la proliferación de las empresas [estatales]” y consagrar “el principio de la iniciativa
particular en el campo económico, como medio preferente que tiene una comunidad de
progresar, desarrollarse, y preceptuar en forma más explicita el carácter subsidiario del
Estado”.
Finalmente, el tercer componente que presenta la noción elaborada por la
Comisión es que “ellas [las normas, las reglas fundamentales o esenciales de que se habló
antes] conduzcan a la consecución del bien común”, esto es, las normas a que alude la
definición transcrita deben llevar o provocar como efecto la obtención o el logro del bien
común, descrito por nuestra Carta Fundamental como “las condiciones sociales que
permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor
realización espiritual y material posible.”13
Quizás este sea el punto más débil del concepto que nos entrega la
Comisión de Estudios, y paradójicamente, también el más luminoso, puesto que, al mismo 12 Art. 60 N° 20 de la Constitución Política. 13 Ibidem, Art. 1° inc. 4°.
21
tiempo que nos dice cual es el propósito o finalidad última del Orden Público Económico,
siendo ese su gran mérito, lo circunscribe a una noción tan importante, pero al mismo
tiempo tan indeterminada, como lo es la de bien común, sin entrar a definir otros elementos
que pudieren ayudar a concretar dicha idea. En otras palabras, es cierto que el bien común
es la meta básica y esencial del Estado; también es cierto que la Constitución nos entrega
una cierta imagen acerca de lo que es el mismo. Sin embargo, tratándose de situaciones
concretas a resolver por el juez o intérprete, puede ser tarea extraordinariamente difícil,
ardua y complicada el hacer operativa una noción como esta, dado que muchas veces
resultará extremadamente dificultoso discernir en un caso específico cuales son estas
condiciones sociales.
Lo que hace la Comisión en esta definición entonces, es entregarnos un
cierto criterio, un cierto patrón mediante el cual se medirán estas normas fundamentales.
Esto es lo que la hace una definición material, el contenido de tales normas deberá ser
acorde o conforme al Bien Común, pasando a tener una importancia secundaria la función
que cumplan en la economía. Posteriormente a este intento, y estando ya en vigor la Carta
Fundamental del año ‘80, la doctrina elaboró otro ensayo de definición, que ha gozado de
popularidad en la jurisprudencia y entre los mismos autores. Así, se dijo que se trataba de
“el conjunto de principios y normas jurídicas que organizan la economía de un país y
facultan a la autoridad para regularla en armonía con los valores de la sociedad nacional
formulados en la Constitución.”14
Según la definición anterior, se trata de un “conjunto de principios y
normas jurídicas”. Para el profesor Cea, “el concepto en estudio no es sólo de índole
constitucional ni se agota en la Ley Fundamental... [sino que] comprende el conjunto de
principios, normas y medidas jurídicas, en sus diversas jerarquías y especies, dirigido a
organizar y regular ese aspecto de la convivencia humana, incluyendo la dirección,
promoción y control de él, tanto como la penalidad de las transgresiones.”
Este es uno de sus puntos débiles, puesto que ve inmerso en el concepto en
estudio no solamente normas fundamentales, sino que también “medidas jurídicas”. Si
entendemos bien, estas “medidas”, se traducirán en la dictación de simples actos
administrativos que regirán la actividad económica de los particulares y conformarán, el
14 Cea Egaña, José Luis: “Tratado de la Constitución de 1980”, Editorial Jurídica de Chile, 1988, pág. 158.
22
Orden Público Económico, lo que es claramente contrario a los principios del Estado de
Derecho.
El profesor Cea posteriormente matiza su opinión, y afirma que una de las
características de tal orden “yace en la habilitación que la carta Fundamental otorga sólo al
legislador para regular el libre ejercicio tales garantías [se refiere a las garantías del art. 19
N° 21, 22, 23 y 24] pudiendo, aunque sin afectar la esencia de éstas, limitarlas o
restringirlas nunca suprimirlas.”15 De sus palabras se entiende un reconocimiento implícito
de que el Orden Público Económico no lo conforman todo tipo de reglas legales, sino sólo
aquellas que se encuentran en la Constitución y en las leyes que la desarrollan.
En segundo lugar, estas normas y principios tienen una finalidad o
dirección, la cual es organizar la economía de un país y facultar a la autoridad para
regularla; o sea, conforman el sistema económico, y dotan de poderes al Estado para
reglarlo. La autoridad no sólo encauza la realidad social en lo relativo a lo económico, sino
que trata de reemplazar el orden natural que se da dentro de la sociedad por un orden
deliberadamente querido. En definitiva, organizar la actividad económica
Las ideas a que alude la definición de Orden Público Económico del
profesor Cea son, en cierta medida, criticables, puesto que tal concepto no necesariamente
estará constituido siempre por normas que organizan la actividad económica, ya que el
concepto de “organización” parece solamente una noción “de la naturaleza” del Orden
Público Económico, y no de su “esencia”, ya que dicha organización y la regulación que
ella supone puede ser escasa, irrelevante o incluso no existir en ciertas áreas, y por el
contrario, pasar a ser un elemento clave en otras, todo ello dependiendo del flexible
movimiento del principio de Subsidiariedad.
Por último, se señala que estas normas y principios que organizan y
regulan, deben ser dictadas por la autoridad en armonía con los valores de la sociedad
nacional formulados en la Constitución.
Esta parte de la definición es la más valiosa e importante a fin de obtener
una adecuada comprensión del fenómeno analizado, puesto que se le da al juez o interprete
una cierta guía, un cierto canon.
15 Cea Egaña, José Luis: “Notas sobre Orden Público Económico”. En “Gaceta Jurídica”, N° 135, Septiembre de 1991, pág. 18.
23
En cuanto a la naturaleza del concepto, Cea señala que “se incurre en un
error cuando se identifica el Orden Público Económico con la locución tradicionalmente
usada en el Derecho Privado.”16 Este aspecto también es criticable, puesto que el concepto
de Orden Público Económico es una especificación o concretización del género “Orden
Público”, es decir, alude a cuestiones consideradas centrales, básicas para la vida de la
comunidad, pero en lo relativo a su aspecto económico. El profesor Cea recoge tal idea al
asociar el concepto en cuestión a los valores de la sociedad plasmados en la Constitución,
pero omite incluir los demás aspectos de naturaleza económica que encontramos al interior
de una colectividad y que también forman parte de este Orden. Estos aspectos deberán
ajustarse a los valores que consagra la Constitución, pero tales aspectos no se agotan en la
misma, sino que por el contrario, ellos atraviesan transversal y verticalmente a toda la
sociedad, y miran a la fisonomía que tenga la misma en lo que respecta a sus hechos y
acciones en materia de producción y cambio.
En resumen, no puede desvincularse del concepto de “Orden Público
Económico” del concepto de “Orden Público”, ya que en definitiva él deriva o es una rama
de éste y no se diferencia, básicamente, del Concepto matriz de “Orden” en su sentido
filosófico.
Con respecto a los objetivos del Orden Público Económico, el profesor Cea
señala que “a través del Orden Público Económico se busca el desarrollo de la comunidad
nacional, su bienestar con seguridad a la vez que la justicia individual, protectiva y social”,
observando acertadamente que “la realización práctica de los objetivos referidos provoca
conflictos entre la aspiración a la libertad y la aspiración a la distribución justa de los
bienes, siendo éste el fundamento del litigio político-social entre el liberalismo y el
socialismo de todos los matices”, agregando posteriormente que tales objetivos “emanan de
la axiología que sobre el hombre, la comunidad y el Estado ha sido plasmada en la
Constitución”, siendo de la opinión que “una sociedad libre y justa se sitúa necesariamente
a distancia del colectivismo y del liberalismo, al reconocer y aplicar como criterio axial la
subsidiariedad. Ella conduce al bien común mediante la capacidad creadora del hombre
socialmente organizado, teniendo el Estado que protegerla y estimularla, pero también
fiscalizarla para que sea respetada, castigando las transgresiones. Es decir, la iniciativa
16 Cea Egaña, José Luis, “Tratado de la Constitución”, op. cit. pág. 159.
24
personal y de los grupos racionalmente ejercida según la definición valorativa fijada en la
Constitución, es enteramente compatible con y conducente al progreso general.” Termina el
autor anotando que “… con tales objetivos, corresponde a la autoridad dirigir y regular el
proceso económico nacional a la vez que redistribuir el producto mediante la
transformación de los tributos, cotizaciones y gravámenes en bienes y servicios sociales.
Dentro de la mencionada función directiva y regulatoria, es permitido a la autoridad
orientar la economía nacional hacia los objetivos definidos, superar las crisis o recesiones
con medidas coyunturales, implementar políticas estructurales que lleven a la
modernización y realizar inversiones no rentables, pero que son la condición necesaria para
el aumento de la productividad del país...”17
Tales consideraciones, no siendo del todo incorrectas, esconden una falla:
El énfasis que se coloca en las facetas de “dirección” y “regulación” del Estado en la
economía, puesto que, como ya se dijo, tales aspectos son simples “elementos de la
naturaleza” del Orden Público Económico, pudiendo ser centrales en algunas áreas, y
desaparecer o ser irrisorios en otras. Expresado de manera distinta, la “organización” de la
actividad económica puede ser algo absolutamente esencial en ciertos mercados, como
también puede ser algo completamente innecesario en otros, siendo suficiente tan sólo la
“ordenación espontánea” que se da dentro de los mismos. En tal sentido, al colocar el
énfasis en aquellos aspectos, adscribe al Orden Público Económico a sistemas
intervencionistas, dejando fuera su vigencia en sistemas más liberales. El autor segrega de
la definición del Orden Público Económico ciertos aspectos naturales de la economía, en su
perspectiva social, pero posteriormente salva su omisión al incorporarlos en su contenido.
Por esta vía, que no deja de envolver una contradicción entre la definición y el contenido,
se llega más a un inventario de estos últimos que a una buena conceptualización.
De la forma reseñada, y por medio de un análisis, hemos llegado al término
de la revisión de los principales esfuerzos que se han intentado para definir el objeto de este
estudio.
Sólo resta hacer un breve repaso a través de los contenidos que se le han
ido adjudicando a lo largo del tiempo, cuestión que afortunadamente es asunto
relativamente pacífico en la doctrina.
17 Ibidem, págs. 162 a 164.
25
Así, desde el plano de la teoría, se han señalado como elementos
típicamente pertenecientes al Orden Público Económico el rol del Estado en la economía,
su actividad empresarial y el régimen de propiedad estatal, el principio de subsidiariedad
como medio de definir o delimitar lo anterior; la coordinación económica entre agentes
económicos privados y sector público, la relación de grado que debe existir entre materias y
normas, las garantías constitucionales, el régimen de la empresa y la intervención del
Estado en la actividad económica, todo lo que se refiere a materias de tributación, la
responsabilidad funcionaria, los eventos de emergencia económica, el principio de
fiscalización, el hecho de que el Orden Público Económico permita la alternatividad de
políticas económicas y, finalmente, como medio de resguardar todos estos principios, la
existencia de una jurisdicción económica de recursos que hagan posible reclamar
protección ante los Tribunales.
Amplia es la gama de contenidos que se le adjudican al Orden Público
Económico. Algunos claramente forman parte de él, otros son más discutibles. En todo
caso, si centramos nuestra atención en los aspectos fundamentales que se hallan
constitucionalizados, este contenido heterogéneo se reduce a lo que la Comisión de
Estudios de la Nueva Constitución estimó relevante. Al efecto ella indicó que “muchas de
estas normas dicen relación con el principio de subsidiariedad del Estado, que hemos
considerado con detenimiento al tratar de las bases esenciales de la institucionalidad,
algunas estarán insertas en las garantías constitucionales, como la libre iniciativa para
desarrollar cualquier actividad económica y la igualdad en el trato que las personas deben
recibir de parte del Estado y sus organismos, el derecho a la propiedad para adquirir
cualquier clase de bienes, el derecho de propiedad en sus diversas especies, el derecho al
trabajo, y otras se consagrarán en el capítulo relativo a las materias propias de ley,
especialmente aquellas que dicen relación con el gasto público y el endeudamiento del
Estado y sus organismos y empresas. Finalmente, un capítulo especial dará jerarquía
constitucional al Banco Central de Chile, como órgano autónomo, encargado de la fijación
y manejo de la política monetaria y cambiaria, que tanta trascendencia tiene para el
desarrollo del país.”18
18 Comisión de Estudios de la Nueva Constitución: “Proposiciones e ideas precisas”. En “Revista Chilena de Derecho”, cit., pág. 160.
26
Finalmente, se debe consignar que el profesor Cea revisa los contenidos
del Orden Público Económico a propósito de sus principios. De este modo, llega a las
siguientes conclusiones:19
En lo que respecta al principio de libertad, son expresiones de él el derecho
a desarrollar cualquier actividad económica (art. 19 N° 21), la libertad para adquirir toda
clase de bienes (art. 19 N° 23), y el derecho de propiedad (art. 19 N° 24).
En lo que dice relación con el principio de subsidiariedad, manifestaciones
del mismo son la consagración de la adecuada autonomía de los grupos intermedios (art.
1°), la posibilidad de que el Estado y sus organismos desarrollen actividades empresariales
o participen en las mismas sólo si una ley de quórum calificado lo autoriza (art. 19 N° 21
inc. 2°), y el hecho de que la posibilidad de establecer limitaciones o requisitos aplicables a
la adquisición del dominio de algunos bienes sólo sea admisible mediante una ley de la
misma jerarquía, y cuando así lo exija el interés nacional (art. 19 N° 23 inc. 2°). Hace notar
también que en materia de dominio minero, la Constitución se aparta de este principio, al
establecerse el llamado “dominio patrimonial” del Estado sobre las minas (art. 19 N° 24
inc. 6°).
En lo que dice relación a la igualdad de derechos y oportunidades, que el
profesor Cea asocia básicamente al deber del Estado de asegurar el derecho de las personas
a participar con igualdad de oportunidades en la vida nacional (art. 1° inc. 5°).
Relacionado con lo anterior, se encuentra el principio de no discriminación
arbitraria, que encuentra su raíz en la garantía de igualdad ante la ley (art. 19 N° 2) y tiene
sus aplicaciones en la prohibición de discriminar arbitrariamente en materia económica que
afecta al Estado y sus organismos (19 N° 22 inc. 1°); el permiso concedido sólo a la ley
para autorizar determinados beneficios o establecer ciertos gravámenes que afecten a algún
sector, actividad o zona geográfica, siempre y cuando ello no sea arbitrariamente
discriminatorio (art. 19 N° 22 inc. 2°); la igual repartición de los tributos en proporción a
las rentas o en la proporción o forma que fije la ley, prohibiéndose absolutamente el que se
pudieren establecer tributos manifiestamente desproporcionados o injustos (art. 19 N° 20);
la exigencia de que si el Estado desarrolla actividades empresariales, debe someterse a la
legislación común aplicable a los particulares (art. 19 N° 21 inc. 2°); y la prohibición de
19 Cea, op. cit., págs. 167 a 179.
27
discriminar que pesa sobre el Banco Central, al no poder adoptar ningún acuerdo que
signifique directa o indirectamente el establecimiento de normas o requisitos diferentes o
discriminatorios relativos a personas, instituciones o entidades que efectúen operaciones de
igual naturaleza (art. 98 inc. final de la Constitución).
Por otro lado nos encontramos con el de Bien Común, siendo los demás
principios meramente instrumentales para la consecución del bien aludido. El se expresa en
materia económica en las normas que establecen las limitaciones y obligaciones que
derivan de la función social de la propiedad; y en las reglas que consagran requisiciones de
bienes y el establecimiento de limitaciones al ejercicio del derecho de propiedad en algunos
estados de excepción (art. 41 N° 1, 5 y 8 de la Constitución).
Otro principio del Orden Público Económico es el de la racionalidad de la
política económica, siendo representativo del mismo las reglas que otorgan al legislador la
competencia para autorizar al Estado, sus organismos y las Municipalidades para contratar
empréstitos (art. 60 N° 7 de la Constitución), y para la celebración de cualquier clase de
operaciones que puedan comprometer de algún modo el crédito o la responsabilidad
financiera de los mismos (art. 60 N° 8 de la Constitución); la misma habilitación se da al
legislador cuando se trata de fijar las normas que faculten a las empresas del Estado y a
aquellas en que tenga participación para contratar empréstitos, los que en ningún caso
pueden hacerse con el Estado, sus organismos o empresas; asimismo, se deja a la iniciativa
exclusiva del Presidente de la República todo lo que tiene que ver con la administración
presupuestaria y financiera del Estado (art. 60 N° 14 en relación con los arts. 62 y 64 de la
Constitución); finalmente, también apunta a salvaguardar este principio el hecho de que el
Banco Central sólo puede operar con instituciones financieras, y de ningún modo puede
otorgarles su garantía, ni adquirir documentos emitidos por el Estado, sus organismos o
empresas, tampoco puede financiarse ningún gasto público con créditos del Banco Central,
sin perjuicio de que en caso de guerra externa o peligro de ella pueda obtener, otorgar o
financiar créditos al mismo o a entidades públicas o privadas, cuestión que califica el
Consejo de seguridad Nacional (art. 98 incs. 1°, 2° y 3°).
Otro principio es el de planificación, asociado al Fondo Nacional de
Desarrollo Regional (arts. 100, 102, 104 y 110), la cual parece evidente debe ser meramente
indicativa para el sector privado.
28
Un octavo principio del Orden Público Económico se aplica en lo que
guarda relación con la legislación presupuestaria, (muy vinculado con el principio de la
racionalidad de la política económica), al preceptuarse que la estimación de los
rendimientos de los recursos que hace la Ley de Presupuestos corresponde sólo al
Presidente de la República, previo informe de los organismos técnicos que lo asesoren. Y si
la fuente de recursos dada por el Congreso es insuficiente para financiar cualquier nuevo
gasto que se apruebe, el Presidente de la República, al momento de promulgar la ley y
previo informe favorable del servicio o institución mediante el cual se recaude el nuevo
ingreso, refrendado por la Contraloría, deberá reducir proporcionalmente todos los gastos,
cualquiera sea la naturaleza de los mismos (art. 64 de la Constitución).
Finalmente, se encuentra el principio de legalidad del gasto público y
discrecionalidad administrativa, principio que el profesor Cea induce a partir de la
interpretación sistemática de todas las disposiciones citadas.
3.4 Funciones del Orden Público Económico.
a) Dirigir la economía: Esta función consiste en señalar o indicar a la sociedad cuáles son
los propósitos, las grandes metas económicas hacia las cuales se debe aspirar, y a
determinar los principales medios o instrumentos de que disponen los sujetos económicos
para ello.
Encontramos ejemplos básicamente en todo lo que son las regulaciones
bancarias y cambiarias y, en general, todas aquellas normas que dicen relación con la
política económica del Estado; por su parte, las normas del segundo tipo son aquellas que
tienden a tutelar la libre y limpia competencia, de manera tal que la formación de los
precios se efectúe solamente atendiendo a las fuerzas de la oferta y la demanda y no debido
a intervenciones monopólicas o de sujetos con poder de mercado, por un lado; y por otro
que los consumidores o demandantes de bienes o servicios tengan cabal conocimiento de lo
que están adquiriendo, estableciéndose a tal efecto deberes de información con tal propósito
y proscribiéndose del mercado la publicidad engañosa y la publicidad comparativa.
29
b) Protección del contratante débil: Las reglas de Orden Público Económico tienen por
finalidad proteger los contratos que celebren ciertos grupos de personas estimadas
socialmente más débiles.
Exponentes típicos de tales normas son aquellas que se refieren al ámbito
laboral, en donde se parte de la base de la debilidad del trabajador frente al empleador, y las
relativas a la tutela del consumidor. Y aun más, inclusive en el ámbito civil encontramos
tales normas, como las reglas relativas a los incapaces y también las que tienden a proteger
a los arrendatarios en los contratos de arrendamiento.
c) Fomentar actividades económicas: La finalidad básica de estas normas es el fomento,
el incentivo o aliciente a ciertas y determinadas actividades económicas, que se estiman
necesarias, por lo que los poderes públicos entregan a los particulares franquicias o
beneficios para mejorar el atractivo de estas conductas y su rentabilidad, para de esta
manera obtener fines que se estiman socialmente deseables por el Estado.
Algunos autores incluyen dentro de esta categoría las normas de Orden
Público Económico que tienden hacia el desincentivo de una determinada actividad, pero
que al constituirse sobre normas que presentan una alternativa, no pueden calzar entre las
con fines de dirección, que tienen carácter imperativo puro.
La mayoría, en tanto, piensa que las normas de Orden Público Económico
de fomento como las de fomento-desincentivo pueden subsumirse en definitiva dentro del
Orden Público Económico de dirección, puesto que tal función no se entiende
necesariamente como expresión de reglas puramente imperativas, sino que, también cabe
en la función de dirección aquellas disposiciones que, no siendo imperativas, intentan
solamente encauzar o guiar el proceso económico hacía alguna dirección deseada por la
autoridad.
4. Concepto jurisprudencial.
La jurisprudencia nacional no ha sido innovadora en lo relativo a este
tópico, contentándose con hacer referencia a lo que al respecto señalan algunos autores
nacionales. Así, con anterioridad a la entrada en vigencia de la actual Constitución Política,
30
los Tribunales tomaron el concepto propuesto por el profesor Raúl Varela quien, entendía al
Orden Público Económico como “el conjunto de medidas y reglas legales que dirigen la
economía, organizando la producción y distribución de las riquezas en armonía con los
intereses de la sociedad”, definición que fue tomada al pie de la letra por la Corte de
Apelaciones de la Serena en fallo de fecha 13 de Marzo de 1954.20
Con mucha posteridad, ya durante la vigencia de la Constitución del año
‘80, la Corte de Apelaciones de Santiago, en fallo de 30 de Marzo de 1983, confirmado por
la Corte Suprema el 10 de Mayo del mismo año, adoptó la noción propuesta por el profesor
Cea para quien, el Orden Público Económico consiste en “el conjunto de principios y
normas jurídicas que organizan la economía de un país y facultan a la autoridad para
regularla, en armonía con los valores de la sociedad nacional formulados en la
Constitución”21, convirtiéndose ella prácticamente en la definición “oficial” de nuestra
jurisprudencia.
III CONSTITUCIONALIZACION DEL ORDEN PÚBLICO ECONÓMICO.
1. Cuestiones Previas.
Definido lo que es el Orden Público Económico, conviene referirse al otro
concepto en donde se inscribe la libertad de iniciativa económica privada, y también el
Orden Público Económico, cual es, el de “Constitución económica”, concepto este muy
relacionado con aquel, puesto que en ella se positivizan las normas más importantes que lo
conforman.
Este tema es relativamente nuevo en la dogmática jurídica, y básicamente
es creación de la doctrina alemana. En sus orígenes este concepto tuvo un contenido
puramente económico, y desarrollado ampliamente por economistas como Gustav
Schmoller y Werner Sombart.
Con posterioridad se definió su sentido jurídico y se incorporó al universo
de la dogmática jurídica. 20 Publicado en “Revista de Derecho y Jurisprudencia”, t. LX, secc. IV, pág. 123. 21 “Revista de Derecho y Jurisprudencia”, t. LXXXI N° 2, secc. V, págs. 71-72.
31
La idea de “Constitución económica” fue desarrollada en el siglo pasado
ya que, con anterioridad, no se estimaba necesario que la Constitución Política se refiriera a
este tipo de materias. Esto no se debía a que se creyera que estos eran temas irrelevantes o
sin importancia, sino porque se pensaba que las libertades económicas se encontraban
dentro de las libertades políticas de los individuos, por lo que no tenía sentido extenderse
más allá de esta materia.
Sin embargo, sin lugar a dudas es posible afirmar que el constitucionalismo
clásico fue también un constitucionalismo implícitamente económico y transformador
radical de las estructuras económicas, sobre la base de la construcción de un Estado de
Derecho que eliminara la arbitrariedad y disciplinara el ejercicio de los poderes públicos.
Fue la Primera Guerra Mundial y el advenimiento de la gran crisis
económica del año ‘29 lo que obliga a los Estados a replantearse los temas económicos,
para introducir elementos al interior del sistema económico que lo organicen, con el fin de
obtener determinadas metas que eran consideradas necesarias por los gobiernos de la época.
En el ámbito jurídico ello se tradujo en que el orden económico y social pasara a
convertirse en lo principal de las estructuras constitucionales de los nuevos Estados. De
estos hechos históricas nace el concepto de “Constitución económica” como una realidad
sustantiva e ideológica opuesta o concurrente con la idea tradicional de Constitución, que
por exigencias convencionales pasa a llamarse “Constitución Política”.
Fue la célebre Constitución de Weimar de 1919, el primer texto positivo
que plasmó estas ideas, y es considerada por la mayoría de los autores como iniciadora del
llamado “constitucionalismo social”. Con posterioridad, en otros países también comienzan
recogerse estas ideas, como la experiencia autoritaria de constitucionalismo económico
aparecida en la Italia fascista, que se plasmó en la Carta del Trabajo de 1927, llamada
también “Constitución fascista del trabajo”, la experiencia socialista-marxista de la antigua
U.R.S.S. y de las llamadas “democracias populares”; y las auténticas “revoluciones en la
sombra” vividas por países como Estados Unidos o Inglaterra, países en los cuales, si bien
es cierto que formalmente sus Constituciones no fueron cambiadas, si vivieron un proceso
que implicó en la práctica una verdadera reforma a su Constitución material.
Estos fueron los orígenes del constitucionalismo económico, para llegar a
nuestros días en que prevalece uno de inspiración democrática y social, que ha dado origen
32
a la expresión “Estado social y democrático de Derecho”, llamado también “Estado de
Bienestar” por la Sociología o “Estado de economía mixta” por la Economía.
Para precisar lo que debemos entender por “Constitución económica” se
han ofrecido diversas definiciones, las cuales coinciden básicamente en lo mismo: se trata
de la ordenación jurídica fundamental de la economía de un país. En un sentido amplio, se
la ha definido como “el conjunto de principios jurídicos que determinan la organización o
el funcionamiento del proceso económico de un modo fundamental y estable”, y en un
sentido estricto como la “determinación de la Constitución sobre la ordenación de la vida
económica”. Más precisa es la definición de Sánchez Calero, quien afirma que “se califica
con el término de constitución económica a la fijación en las normas fundamentales de un
país de un régimen económico concreto, régimen que puede estar expresamente definido o
bien deducirse de las propias normas.”22
Muchas dudas se han planteado respecto a la necesidad de que una
determinada Constitución, (necesariamente), deba pronunciarse acerca de la economía. La
doctrina casi en forma unánime está por una respuesta afirmativa. En los párrafos siguientes
se analizará la relación existente entre la Constitución y la economía.
2. CONSTITUCIÓN Y ECONOMÍA.
2.1 La Constitución debe consagrar el marco básico en donde se desarrollará la
actividad económica.
Todas las Constituciones contemporáneas deben contener principios que
manifiesten cuál será la posición del Estado ante el orden económico.
En la doctrina es común hablar de la existencia de una Constitución
económica al interior de la Constitución Política, pasando a formar un verdadero
subsistema dentro del sistema constitucional. Los motivos por los cuales el
constitucionalismo contemporáneo evolucionó hacia estas ideas están dados básicamente
por tres órdenes de consideraciones:
22 Sánchez Calero, Fernando: “Instituciones de Derecho Mercantil”. 11° ed. Edit. Revista de Derecho Privado, Madrid 1985, pág. 23.
33
En primer lugar, El intervencionismo estatal, que tuvo su origen en el
estallido de la primera Guerra Mundial y el advenimiento de la Gran Depresión del año ‘29.
En segundo lugar, la toma de conciencia por parte de la doctrina Jurídico-
pública de que toda Constitución, aún una de corte clásico, consiste en la expresión
ideológica, jurídicamente organizada en una estructura social, y que por lo tanto al no
configurarla formalmente se incurre en una suerte de “hipocresía constitucional” que debía
ser corregida.
Relacionado con lo anterior se encuentra la tesis de que la idea misma de
“Constitución política” parece exigir casi de manera imperativa el pronunciamiento acerca
del tipo de orden económico sobre el cual se organiza la sociedad.
Las bases económicas pertenecen a la Carta Fundamental, al menos en tres
diferentes planos: a) En cuanto definición del sistema económico, la Constitución deberá
enfrentar el tema de las potestades conferidas al Estado para efectuar regulaciones o
planificaciones en materia económica, o bien le impondrá excepcionales prohibiciones; b)
En cuanto definición de la relación Estado-individuo en la economía, la Constitución
deberá definir el ámbito legítimo de actuación del Estado en la vida empresarial económica,
permitiéndole o vedándole el ejercicio de potestades, y finalmente c) En cuanto definición
de garantías constitucionales, y si la opción del sistema económico ha sido autorizar total o
parcialmente a particulares para ejercer actividades económicas, la Carta deberá consagrar
esta facultad a nivel constitucional.
La incorporación de las bases económicas es exigida imperiosamente por
un criterio constitucional riguroso.
Si bien es cierto hay consenso en torno a estas ideas, no lo hay en lo
relativo al detalle y precisión con la cual deben ser recogidas por el articulado de la Ley
Fundamental. Una crítica frecuente a las normas que componen la Constitución económica,
se basa precisamente en la ambigüedad e indeterminación que presentarían, características
que son precisamente puestas de relevancia por otros juristas que destacan que ese mismo
hecho les permite a los diversos partidos políticos colocar en vigor sus respectivos
programas sin necesidad de tener que recurrir a un cambio de la Constitución para ello.
Como fuere, pocos están dispuestos a discutir en que la Constitución no
debe plasmar una imagen fija del orden económico-social a alcanzar, sino que debe
34
limitarse a configurar un marco amplio de principios a modo de un programa a desarrollar
progresivamente por los poderes públicos, bajo el impulso de los partidos políticos y la
presión de las fuerzas socio-económicas, en torno a la convicción de que a través de la
extensión y participación en el poder político, la comunidad podrá hacer frente a la
satisfacción de sus necesidades colectivas.
Los autores en general están de acuerdo en hablar más bien del carácter
flexible y elástico de las disposiciones de las diversas Constituciones antes que de su
ambigüedad. Inclusive en nuestro país, se hace hincapié en que no se trata de adscribirse a
una interpretación “liberal” o “intervencionista” de nuestra Carta Magna, sino tan sólo de
ajustarse a los parámetros que nos da la misma, basados fundamentalmente en el principio
de subsidiaridad y en la libertad de las personas en todos los ámbitos, incluido el
económico, como consecuencia de la primacía de estas últimas por sobre el Estado.
2.2 Constitución y régimen económico.
a) Precisiones.
Común es entre la doctrina, discutir sobre el hecho de que la Constitución
deba o no establecer un determinado “modelo económico”, o bien, discutir acerca de si la
Constitución consagra o no un “sistema económico determinado”, y si se contesta
afirmativamente, dedicarse a estudiar este supuesto “sistema económico
constitucionalizado”. Para continuar, es preciso determinar estos conceptos.
Se debe comenzar por las expresiones “modelo” y “política” económica.
Respecto a esta última expresión, la generalidad de los autores está de acuerdo en excluirla
del ámbito propio de una Constitución, puesto que por “política económica” usualmente se
entiende a aquel conjunto de medidas que implementa la autoridad económica de un país
tendientes a alcanzar ciertos objetivos o a modificar ciertas situaciones, a través de algunas
variables llamadas instrumentos. Los objetivos o metas a alcanzar están relacionadas con el
control de distintas variables, y por ello suele hablarse de política monetaria, cambiaria,
fiscal, etc., todas las cuales son sólo diferentes facetas de la política económica.
Iguales juicios pueden emitirse con respecto al término “modelo
económico”, que puede definirse como una construcción teórica que empleando las
35
matemáticas intenta representar lo esencial de las relaciones económicas del mundo real
constituyendo una abstracción simplificada de la realidad. Trátase tan solo de un cuadro,
una especie de mapa que la ciencia económica nos proporciona con el fin de entender de
una mejor manera los datos relevantes y hacer predicciones válidas de conducta. Obvio
resulta entonces que establecer un “modelo económico” no parece propio de una
Constitución, y sin embargo infinidad de autores avalan la utilización de tal expresión. Con
todo, más comprensible parece tal error si entendemos la palabra “modelo” en su sentido
natural y obvio, como sinónima de “esquema”, “pauta” o “molde” al cual ajustarse, puesto
que precisamente tal pauta o molde estará dado por el Texto Fundamental.
La utilización de tal vocablo no parece correcta, ya que alienta confusiones
y se encuentra demasiado cargado de connotaciones económicas como para describir la
realidad que estudiamos.
No ocurre lo mismo con los términos “sistema” y “régimen” económico.
Por “sistema económico” entendemos a aquel conjunto coherente de instituciones jurídicas
y sociales en el seno de las cuales son puestos en práctica para asegurar la realización del
equilibrio económico, ciertos medios técnicos, organizados en función de ciertos móviles
dominantes. De esta noción cabe precisar que un sistema económico abarca no sólo los
cuadros jurídicos en donde la actividad económica es desarrollada, sino que también
incluye los cuadros geográficos, las formas de la actividad económica, los procedimientos o
medios técnicos empleados, sus formas de organización y un determinado “móvil
dominante”, esto es, un elemento relacionado con la sicología de las personas, con una
manera de concebir a los seres humanos y a la sociedad, que es el que anima a los agentes
económicos que interactúan en su interior.
El término “sistema económico” es un concepto muy amplio, que abarca el
sistema legal de una comunidad. Luego, a la pregunta de si la Constitución establece o no
un sistema económico determinado se responde con la negativa, puesto que no parece estar
dentro de las fuerzas o posibilidades de una Constitución el normar o reglamentar todo lo
que comprende. En otros términos, más bien el Texto Fundamental es una parte del sistema
económico antes que un instaurador del mismo, y a lo sumo puede entrar a definir sólo sus
bases o cimientos más importantes. Así, en el caso de la Constitución chilena se establecen
sólo las bases del sistema económico capitalista, caracterizado básicamente, como es
36
sabido, por el reconocimiento generalizado de la propiedad privada, y especialmente por la
propiedad privada sobre los medios de producción.
Establecido ya el concepto de “sistema económico” y resuelta la
interrogante acerca de si la Constitución consagra uno o no, lícito resulta preguntarse
entonces en definitiva qué es lo que hace. Para ello es especialmente útil la noción de
“régimen económico”, que se define como el conjunto de reglas legales que en el seno de
un sistema económico dado, rigen las actividades económicas de los hombres, es decir, sus
hechos y acciones en materia de producción y de cambio.
Finalmente, necesario es analizar entonces cual es el tipo de régimen
económico por el que opta el Constituyente de 1980.
b) El Régimen económico en nuestra Constitución.
Se señaló anteriormente que el Constituyente se pronuncia, aunque no de
forma explícita, por un régimen económico determinado, dando así origen a una
Constitución económica, contenida al interior de nuestra Constitución Política a manera de
subsistema de la misma. En virtud de ello, necesario es averiguar cual podría ser tal
régimen.
Una primera opción sería sostener que la Constitución implanta un régimen
económico dirigista. Se desestima tal posibilidad ya que un régimen de esa naturaleza
cuenta entre sus características principales el acudir a la planificación imperativa para
sectores más o menos extensos de su economía, el colocar diversos tipos de obstáculos a la
creación de nuevas empresas y el hecho de asumir el Estado en muchos casos la tarea de
proveer de bienes y/o Servicios a la población a través de empresas públicas, fenómeno
conocido con el nombre de “capitalismo de Estado”, cuestiones todas que claramente no se
condicen con el espíritu que anima a nuestro Texto Constitucional.
Una segunda posibilidad, es el régimen liberal, ya que dentro de los
principios que subyacen a nuestro régimen económico constitucional encontramos por
cierto el de libertad en todos los ámbitos, principio también enarbolado por los regímenes
económicos liberales, y que fue la base del capitalismo del siglo XIX.
37
Entre las características que conforman al régimen económico liberal están,
en relación al sub-régimen de las personas, la libre elección de profesiones, el libre
ejercicio de la profesión elegida y la libre determinación de las condiciones de trabajo,
subyaciendo a tales características dos importantes principios, que ciertamente podemos
encontrar en el articulado de nuestra Carta Magna: el principio de libre competencia,
(expresión del cual es el artículo 19 N° 21), y el de libertad de trabajo, (consagrado
expresamente por el N° 16 del mismo artículo).
En cuanto al sub-régimen de los bienes, él también es coincidente con lo
que se contempla en nuestro Carta Fundamental, puesto que precisamente uno de los pilares
sobre los cuales se asienta el régimen económico liberal es el principio de apropiación
privada de los medios de producción, derecho amplia y eficazmente protegido por los
numerales 23 y 24 del artículo 19, por lo que en este ámbito también existen variadas
similitudes.
A pesar de todo lo anterior, no puede sostenerse que el régimen económico
chileno sea un régimen económico liberal: El reconocimiento explícito de derechos de
índole social, como el derecho a la seguridad social (19 N° 18), a la educación (19 N° 10) y
a la protección de la salud (19 N° 9); el hecho mismo de que la libertad de trabajo que se
consagra no pueda en ningún caso entenderse en el sentido de que el constituyente ha
querido hacer imperar el principio de la autonomía de la voluntad en materia laboral, de
manera que esta disposición significara que los empleadores puedan contratar libremente y
establecer con plena libertad las modalidades del contrato de trabajo. El reconocimiento de
la función social de la propiedad; la consagración como deber del Estado el de “promover
la integración armónica de todos los sectores de la Nación y asegurar el derecho de las
personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida nacional”, (artículo 1°), y la
sanción implícita aunque inequívoca del principio de subsidiariedad como eje de la relación
Estado-particulares, hacen que lejos de un mero “Estado-gendarme”, al modo preconizado
por el siglo XIX, preocupado tan solo de hacer respetar las reglas y de no asumir una
actitud activa en relación a la corrección y funcionamiento eficaz del mecanismo de
mercado, mecanismo en el cual por cierto se inscriben las dos instituciones más arriba
mencionadas como base del régimen económico liberal, esto es, la propiedad privada y la
libre competencia.
38
Por estas razones no podemos llegar a otra conclusión que no sea que el
régimen económico chileno no es, un régimen económico liberal, aunque en su interior
nuestra Carta Fundamental contenga algunos de los postulados que dan forma a tal
conjunto de normas.
Para responder a la pregunta de cuál es el tipo de régimen económico que
existe en la Constitución, es necesario ir a su génesis. En dicha época, se sostuvo en
diferentes textos que la opción elegida para lograr el desarrollo económico de nuestro país
sería la de la economía social de mercado. Esta afirmación tenía su fundamento en la
concepción general sobre el bien común sustentada por el Gobierno de esa época, y en las
particularidades del orden económico que se encontraba vigente.
Muchas de aquellas ideas pasaron a formar parte del texto constitucional
definitivo. De esta manera, la concepción que sobre el bien común que sostenía la Junta de
Gobierno en su Declaración de Principios pasó a integrar el artículo 1° inciso 4° de la
actual Constitución y la inclusión entre los derechos constitucionales de algunos de los
llamados “derechos económico-sociales” al lado del claro y explícito reconocimiento de
derechos de impronta netamente liberal, llevó a parte de la doctrina a estimar que el
régimen económico elegido por el Constituyente era el de economía social de mercado.
Para plasmar estas ideas en la Carta Fundamental se comenzó por señalar
que la concepción sobre el bien común que consagra la Constitución se aleja por igual tanto
de las ideas sustentadas por el colectivismo como de las propagadas por el liberalismo,
teniendo como fundamento básicamente la concepción cristiana acerca del mismo. Es por
este motivo que el régimen económico que impone la Carta por idéntico motivo toma
distancia de ambas concepciones, a pesar de observarse algunos puntos de contacto, sobre
todo con el liberalismo.
Lo señalado en los párrafos anteriores cobra sentido al comparar dos de las
características atribuidas a la economía social de mercado con lo que señalan algunos
artículos de nuestro Código Fundamental. Así, se dice que lo que da su fisonomía a
régimen económico es el hecho de que el Estado sólo debe intervenir para suavizar los
reajustes que se generan a largo plazo. Un ejemplo de ello, son las dificultades creadas a la
industria del carbón por la aparición del petróleo y la electricidad; y por otro lado se
sostiene que exige la conexión , por medio de una política general pensada, con campos de
39
acción limítrofes de la economía, como son el campo de acción social, de la política del
suelo, de la educación, etc., queriendo decir con aquello en definitiva que sobre la base de
un orden económico de mercado puede desarrollarse un sistema de protección social amplio
y completo.
Estas características se encuentran en la Constitución del ‘80 en varios
artículos. El artículo l°, sobre el que debe interpretarse el resto del articulado, señala que al
ser la finalidad del Estado el promover el Bien Común, este debe contribuir, ayudar,
colaborar, cooperar, a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada una de
las personas que integran la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material
posible, con pleno respeto a los derechos y garantías que la misma Carta reconoce, o sea, la
colaboración que le es exigible al Estado se dirige a fundar, a establecer, a instituir
determinadas condiciones sociales, y entre ellas, claramente están las condiciones
económicas que, por cierto, son “condiciones sociales”, que les permitan a las personas
realizarse tanto como les sea posible, sea en el ámbito material, sea en el espiritual.
Aparte de los objetivos sociales y económicos, recogidos por la
Constitución, el otro sustento de la economía social de mercado está constituido por el
principio de libertad en materia económica. La economía social de mercado tiene su base
en la competencia. En una competencia constructiva desarrollada en el terreno de la calidad
y de la eficiencia, que hay que distinguir de la guerra de precios con miras monopolistas.
Por estas razones se dice que el enemigo público número dos es el monopolio en todas sus
formas. Esto cobra sentido en nuestro Texto Fundamental a través del N° 21 del artículo 19,
al prescribir que se asegura a todas las personas el derecho a desarrollar cualquier actividad
económica que no sea contraria a la moral, al orden público o a la seguridad nacional. Tal
garantía debe ser entendida no sólo como un límite a la indebida injerencia estatal en los
asuntos económicos privados, sino también como una protección en contra de sujetos
económicos particulares que pudieren constituir monopolios o, sin llegar a constituirlos,
gozar de una posición de dominio de mercado tal que se hallen en la situación de imponer
su propia ley al mercado. No hay que olvidar que todos los preceptos de la Constitución
obligan tanto a los titulares o integrantes de los órganos del Estado “como a toda persona,
institución o grupo.” (artículo 6 inciso 2°).
40
Por lo anterior se ha sostenido muy acertadamente que el artículo 19 N° 21
de nuestra Constitución es el fundamento inmediato y directo de toda la legislación
protectora de la libre competencia, la cual tiene por finalidad proteger el ejercicio total de la
garantía apuntada.
Por último, un régimen económico con estas características debe estar
orientado conscientemente, con la finalidad de imprimirle una precisa dirección social, lo
cual lleva en sí la necesidad de contar con un conjunto de medidas político-económicas que
se hallen dirigidas a conservar un mercado eficiente.
En base a todo lo expuesto sobre este punto, la mayoría de la doctrina
sostiene que en Chile existe un sistema económico de capitalismo reglamentario porque hay
un reconocimiento generalizado a la propiedad privada sobre bienes de producción y
porque existe libertad económica, por un lado; y por el otro porque no se trata de un
capitalismo liberal, abandonado absolutamente a sus fuerzas y sin ningún elemento
destinado a organizarlo.
41
CAPITULO II
LA LIBERTAD ECONÓMICA.
I LIBERTAD ECONÓMICA.
1. Planteamiento.
Uno de los valores centrales sobre los cuales se encuentra basada nuestra
sociedad es la libertad, la que ha sido tratada en innumerables libros y otras publicaciones.
A pesar de ello, aun en nuestros días no se ha dejado de examinar, o defender por filósofos,
escritores, políticos y gente común y corriente. Se concuerda en la doctrina que a pesar de
todo el estudio de que ha sido objeto, todavía no se ha elaborado una buena definición de la
misma.
Por esta razón solo se intentará entregar una definición modesta, que
permita mas bien trabajar en torno al tema, e indagar que es lo que comporta la libertad
aplicada al ámbito de los asuntos económicos, y lograr de esta manera llegar a conclusiones
que permitan determinar, en un caso particular, si se satisface o no tal principio a la luz de
lo dispuesto en la respectiva norma constitucional.
2. Noción.
El Diccionario de la Real Academia Española nos señala que “libertad”,
(entre otras acepciones), es “la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera
o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.” Y en lo que dice relación
con la palabra que califica al sustantivo, esto es, “económica”, expresa que es aquello
“perteneciente o relativo a la economía”, o sea, a aquella “ciencia que trata de la
producción y distribución de la riqueza”.23
Al unir los dos conceptos anteriores, resulta la “libertad económica”, que
consiste en la facultad natural de los hombres de ser agentes decisorios responsables en
materias de producción y distribución de la riqueza. O dicho en otras palabras, la “libertad 23 Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española. Edit. Espasa Calpe. 21° ed. Madrid, 1992, págs. 1252 y 787, respectivamente.
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económica” apunta a que el hombre, como ser inteligente y responsable de sus actos, pueda
participar y tomar decisiones con la menor cantidad de trabas y obstáculos posibles en las
distintas etapas del ciclo económico general.
Para algunos autores esta definición no es satisfactoria ya que, al ser el
término “libertad” algo tan susceptible a las interpretaciones, de muy poco sirve una
definición de diccionario.
A través de la historia hay tres ideas diferentes que han sido elaboradas por
la palabra “libertad”. En primer término, se halla la “libertad personal”, que es aquel estado
que da a las personas la sensación de no estar siendo coercionadas o restringidas por otras
para hacer algo que desean. Esto se traduce en que a las personas les asiste la convicción de
que pueden hacer lo que les plazca dentro de los límites del deseo de las demás personas
por hacer lo mismo; En segundo lugar, tenemos a la “libertad soberana”, que es aquel poder
para actuar como una persona lo desee, sin considerar los deseos de los demás; y en tercer
lugar tenemos a la “libertad cívica”, es decir, la capacidad de los miembros de una
comunidad para participar en la toma de decisiones y gobierno de la misma.
Estas tres nociones en su conjunto engloban lo que a través de la historia se
ha entendido como “libertad”, y han dado pie para estimar a la libertad como un valor
conformado por una triple identidad, que pueden llegar a existir independientemente.
Desde el punto de vista de lo que filosófica y Políticamente debe
entenderse por libertad, lo anterior no es suficiente para delinear una hipótesis de trabajo.
Por ejemplo, es dudoso que sea admisible el aceptar una noción como la de “libertad
soberana” para los efectos de interpretar lo que tutela un texto de carácter político-jurídico
como es una Constitución. De este modo, también se ha criticado el hecho de nombrar con
la palabra “libertad” a la “libertad política” (o cívica) y a la “libertad interior”.
Lo anterior no ocurre con lo definido como “libertad personal”, ya que esta
noción sí apunta al hecho de que la libertad de los hombres encuentra sus límites en los
deseos de las demás personas por hacer lo mismo. Por lo mismo la frontera en que se pasa
de la libertad hacia libertinaje está señalada por la coacción a que puedan estar expuestas
ciertas personas por el ejercicio de la libertad de otras, ejercicio que evidentemente será
abusivo.
43
Por las razones expuestas, el concepto que se encuentra en la mayoría de
las actuales Constituciones de los países occidentales es el de “libertad” en este último
sentido, es decir, aquel estado en virtud del cual un hombre no se halla sujeto a coacción
derivada de la voluntad arbitraria de otro o de otros.
Se entiende por “coacción” a aquella presión autoritaria que una persona
ejerce en el medio ambiente o circunstancias de otra. En tal sentido, la coacción es un mal,
ya que impide que las personas ejerzan sus capacidades y hace que ellas sólo sean medios
al servicio de los fines de otras personas.
El hecho de estar sometido a la “voluntad arbitraria” de otra persona
implica una injerencia foránea en nuestra esfera protegida, la cual no es posible evitar y
preveer, y que se encuentra asociada al hecho de encontrarse gobernado por reglas
personales, subjetivas, específicas y, por esa misma razón, imprevisibles. Hay que
contrastar el hecho de estar bajo el poder de una “voluntad arbitraria” con el hecho de vivir
en una sociedad constituida en torno al ideal del “Estado de Derecho”, es decir, una
sociedad en la cual los ciudadanos se encuentran regidos por normas previsibles,
impersonales y abstractas, y cuyos efectos sobre los mismos sean por lo tanto inviables de
conocer de antemano.
La aceptación de estas ideas sobre la libertad adaptadas al campo de “lo
económico”, da como resultado que el principio de libertad económica no sea otra cosa que
una aplicación a un ámbito determinado del principio de libertad personal. Incluso se ha
sostenido que ella implica la inexistencia de coacción emanada de la arbitraria voluntad de
otro o de otros, referida al radio de la actividad económica, esto es, de aquellas acciones
encaminadas a aumentar las potencialidades productivas de un sistema económico, a objeto
de satisfacer las necesidades de los agentes económicos que interactúan.
El principal medio por el cual es posible enfrentar la coacción que pudieren
llevar implícitas ciertas regulaciones es la generalidad e igualdad que ellas, en teoría
deberían tener, ya que las regulaciones efectuadas de manera general y abstracta resultarán
en la gran mayoría de los casos inocuas e inofensivas, es decir, cualquier persona podrá
aplicar su conocimiento de las mismas al logro u obtención de sus propias finalidades, en
forma similar a como utiliza sus conocimientos en relación a las leyes de la naturaleza. La
garantía que cobra mayor importancia en la protección de la libertad económica de las
44
personas es la de igualdad ante la ley, puesto que precisamente el hecho de que las leyes se
apliquen igualmente a todos, gobernantes incluidos, es lo que impide la instauración de
reglas opresivas.
El principio de libertad en el ámbito económico se relaciona con el hecho
de que no deben haber sujetos dentro de la sociedad, sean estos públicos o privados, que
puedan imponer su arbitraria voluntad a otros. Esto se evita exigiendo a estos sujetos que
traten a las demás personas con las cuales se relacionen de idéntica manera.
Una vez que se ha establecido la noción investigada, toca averiguar qué es
lo que específica y concretamente comporta el concepto.
Cuatro son los factores que se deben tomar en consideración:
a) La posibilidad de acceso a un mercado, es decir, que cualquier persona, individualmente
o asociada, cualquier empresa, cualquier agente económico en definitiva, pueda iniciar
cualquier actividad económica que sea lícita o legítima.
b) Accedido uno que sea al mercado que se haya elegido, hay que contar con libertad de
ejercicio en la actividad respectiva, esto es, que la gestión o administración de la actividad
económica que se eligió dependa del sujeto que la está desarrollando.
c) Consecuencia del anterior, es que se necesita que el mercado elegido sea uno
razonablemente abierto y competitivo. Esto requiere que no existan personas que puedan
imponer a los demás participantes sus propias “reglas del juego”.
d) En último lugar, el principio en estudio supone una limitación a las actividades
empresariales de los poderes públicos, restricción que apunta por un lado a la iniciación de
las mismas; y por otro a que las ya iniciadas no gocen de privilegios.
3. Evolución histórica de la Libertad Económica en chile antes de la Constitución de
1980.
3.1 Introducción.
A través de nuestra historia, se han encontrado vigentes diversos textos
constitucionales, los cuáles en mayor o menor grado han acogido los principios del
constitucionalismo clásico a través de su articulado. En los párrafos siguientes se tratará de
45
establecer de qué manera dichos documentos reconocieron y tutelaron la libertad
económica, si es que lo hicieron.
3.2 Reglamento para el arreglo de la autoridad ejecutiva provisoria de Chile de 1811.
Este reglamento es considerado por la generalidad de los autores el primer
texto de carácter constitucional que tuvo nuestra República. Esto, a pesar de que
anteriormente, concretamente, el 5 de Diciembre de 1810, ya la Junta Provisional de
Gobierno establecida por el Cabildo Abierto de 18 de Septiembre del mismo año había
expedido un reglamento cuyas características permitirían tal vez elevarlo a ese sitial. Así,
en él ya se encontraba un incipiente paso hacia el establecimiento de garantías
constitucionales. Sin embargo, la mayoría de los historiadores se inclina por calificar al
Reglamento de 1811 como el primer bosquejo de Constitución de nuestra historia patria.
Este reglamento recoge, algunos de los principios atribuidos usualmente al
constitucionalismo clásico, como la necesidad de la división de poderes en su preámbulo, el
plazo limitado del mandato de la Autoridad ejecutiva la cual expiraría dentro de un año en
el evento que dentro de ese no se dictase una Constitución, (artículo 19), y un germen del
principio de Estado de Derecho en su artículo 13, al disponerse que “la autoridad ejecutiva
llenará su objeto conforme a la ley vigente.” Nada se dice, sin embargo, sobre ningún tipo
de garantía individual, y menos alguna en el campo económico, por lo que nada puede
comentarse al respecto, salvo el hecho de que, dado lo incipiente del proceso
independizador, así como la celeridad con que fue dictado dicho reglamento, más su
carácter provisorio, permiten explicar la poca importancia dada a tales garantías.
3.3 Reglamento Constitucional Provisorio de 1812.
Este reglamento constituye un gran avance con respecto al anterior, ya que
además de consagrar expresamente ciertas garantías relativas al debido proceso, (artículos
18 a 20), la libertad de imprenta, (artículo 23) y asegurar la igualdad ante la ley, (artículo
24); reconoce algunos principios básicos como el de soberanía popular, (artículo 6) e
independencia del poder judicial, (artículo 17).
46
A pesar de ello, sigue sin haber un reconocimiento explícito, en lo que al
tema analizado se refiere. Probablemente ello se deba a los mismos motivos anotados a
propósito del Reglamento de 1811, y porque, en esta época la libertad económica era
considerada inherente a la libertad personal y al derecho de propiedad, por lo que
asegurando éstos, resultaba del todo innecesario contemplar la otra.
Quizás por esta razón el reglamento analizado se limita sólo a señalar muy
escuetamente que “se respetará el derecho que los ciudadanos tienen a la seguridad de sus
personas, casas, efectos y papeles; y no se darán órdenes sin causas probables, sostenidas
por un juramento judicial, y sin designar con claridad los lugares o cosas que se han de
examinar o aprehender.”24 Continúa el artículo 24 señalando que: “A nadie se impedirá
venir al país, ni retirarse cuando guste con sus propiedades”, disposición que claramente
expone que el derecho de propiedad, como expresión o manifestación de la libertad
individual, era algo “natural”, por lo que no tenía sentido reconocerla de manera explícita.
3.4 Reglamento para el Gobierno Provisorio de 1814.
Ningún comentario puede hacerse respecto de él, ya que fue aprobado bajo
la presión de las circunstancias de aquel momento, es decir, las fuerzas patriotas habían
experimentado serios reveses y la capital estaba abierta a las tropas enemigas. Debido a ello
se hizo necesario, crear un gobierno fuerte, por lo que prácticamente ningún rastro de
garantía individual hallamos en él.
3.5 Constitución Provisoria para el Estado de Chile de 1818.
Declarada ya la independencia, el 17 de Abril de 1818 se efectuó en
Santiago un Cabildo Abierto con el objeto de solicitarle al Director Supremo O’Higgins el
establecimiento de un nuevo orden, acorde con la organización representativa y
democrática con que se había acordado dotar al país. Fue por esta razón que se dictó un
decreto nombrando una Comisión redactora a efectos de concebir una nueva Constitución.
Esta Comisión terminó su trabajo a comienzos de Agosto de 1818, sus resultados fueron
24 Art. 16 del Reglamento Constitucional Provisorio de 1812.
47
publicados el 10 de aquel mismo mes y fue sancionado y jurado solemnemente el 23 de
Octubre del mismo año.
Los autores la han catalogado como el primer estatuto fundamental de
nuestro país, tanto por su contenido como por el desarrollo que hace de variadas garantías
de las personas. En su articulado tiene a lo menos dos disposiciones relativas a la libertad
en materias patrimoniales. Así, el Capítulo I del Título 1, en su articulo 1°, señala: “Los
hombres por su naturaleza gozan de un derecho inajenable e inamisible a su seguridad
individual, honra, hacienda, libertad e igualdad civil”. Si se quiere, se trata de una
disposición bastante general, pero sin duda el mismo texto explicita estas ideas en lo que
sigue de su articulado. De este modo, en lo referente a la “hacienda” de las personas, que
debe entenderse como sinónima de “patrimonio”, esto es, “cúmulo de bienes de uno” , el
artículo 9 prescribe de un modo mucho más enérgico: “No puede el Estado privar a persona
alguna de la propiedad y libre uso de sus bienes, si no lo exige la defensa de la Patria, y aún
en ese caso, con la indispensable condición de un rateo proporcionado a las facultades de
cada individuo, y nunca con tropelías e insultos”. Se acoge de esta manera la tradicional
idea imperante en la época consistente en que la propiedad era la mejor garantía de la
libertad individual y, por cierto, de la libertad económica.
En otra disposición que podría interpretarse como garantizadora de esta
libertad, la Constitución de 1818 señalaba: “A ninguno se le puede privar de la libertad
civil, que consiste en hacer todo lo que no daña a la religión, sociedad o a sus individuos, y
en fijar su residencia en la parte que sea de su agrado, dentro o fuera del Estado.”25
3.6 Constitución Política del Estado de 1822.
A pesar de su corta vida, esta Constitución se caracteriza por el
reconocimiento y tutela de los derechos de las personas, y sin duda que por el catálogo de
derechos que consagraba podría haber servido bastante a nuestro país, si hubiera estado en
vigencia durante más tiempo. Sin perjuicio de ello, de todas maneras podemos revisar las
disposiciones correspondientes en materia de libertades económicas de las personas.
25 Art. 10, Cap. I, Tit. I, Constitución Provisoria para el Estado de Chile de 1818.
48
En primer lugar, encontramos a la tradicional garantía de la propiedad, que
se encontraba establecida conjuntamente con la “libertad industria y comercio”, por lo que
puede decirse que esta Constitución es la primera en nuestro país que otorga un
reconocimiento explícito a la libertad económica. Ello lo efectuaba en los siguientes
términos: “Todo ciudadano tiene la libre disposición de sus bienes, rentas, trabajo e
industria; así es que no se podrán poner impuestos sino en los casos muy urgentes, para
salvar con la patria las vidas y el resto de la fortuna de cada uno.”26
A continuación se establecía: “La industria no conocerá trabas, y se irán
aboliendo los impuestos sobre sus productos.”27
Por otra parte, también se le prohibía expresamente al poder ejecutivo
despojar de sus bienes a los ciudadanos, señalándose en su artículo 115: “A nadie se le
privará de sus posesiones y propiedades; y cuando algún caso raro de utilidad o necesidad
común lo exija, será indemnizado el valor, a justa tasación de hombres buenos.”
Era tarea del Congreso el “reglar el comercio, las aduanas y aranceles”;
“proteger el fomento de la agricultura, de la industria, del comercio y de la minería” y
“amparar la libertad civil y de las propiedades.”28
No puede dejar de mencionarse que los derechos contemplados en la
Constitución, se hallaban protegidos por una acción popular, (art. 243), que se le otorgaba a
las personas en los siguientes términos: “Todo chileno tiene derecho a pedir la observancia
de la Constitución, y a que se castigue al infractor de ella, sea cual fuere su clase o
investidura.” De esta manera el principio de supremacía constitucional y los derechos de
los individuos quedaban así eficazmente resguardados.
3.7 Constitución Política del Estado de Chile de 1823.
Para muchos historiadores, la Constitución chilena de 1823, más conocida
como “Constitución moralista”, fue un verdadero retroceso en materia de reconocimiento y
protección de libertades, (incluidas las libertades económicas). A pesar de ello, se sigue
considerando a la propiedad como garantía de la libertad individual, en los siguientes
26 Art. 221, Constitución Política del Estado de Chile de 1822. 27 Ibidem, art. 222. 28 Ibidem, art. 47 N° 15, 26 y 27.
49
términos: “A ninguno puede privarse de su propiedad, sino por necesidad pública,
calificada por el Senado de notoriamente grave, y con previa indemnización.”29 Y además
instituye una “Dirección de Economía Nacional” la cual tendría de su cargo la inspección y
dirección del comercio, industria, agricultura, navegación mercantil, oficios, minas, pesca,
caminos, canales, policía de salubridad, ornato y comodidad, bosques y plantíos, la
estadística general y particular, la beneficencia pública, y cuanto pertenezca a los progresos
industriales, rurales y mercantiles.
Dada su ambigüedad y la irrealidad de sus postulados, a poco andar esta
Carta fue cayendo en desuso para dar paso, en el año 1828, a una nueva Constitución.
3.8 Constitución Política de la República de Chile de 1828.
A pesar de haberse inspirado principalmente en norteamericana y en
menor medida en España y Francia, y tener un carácter bastante más liberal que la anterior,
esta Constitución tampoco aporta mucho al tema analizado. Es así, como establece: “La
Nación asegura a todo hombre como derechos imprescriptibles e inviolables, la libertad, la
seguridad, la propiedad, el derecho de petición, y la facultad de publicar sus opiniones.”30
Desarrollando uno de estos principios, dispone: “Ningún ciudadano podrá ser privado de
los bienes que posee, o de aquellos a que tiene legítimo derecho, ni de parte de uno de ellos
por pequeña que sea, sino en virtud de sentencia judicial. Cuando el servicio público
exigiese la propiedad de alguno, será justamente pagado de su valor, e indemnizado de los
perjuicios en caso de retenérsele.”31
No obstante lo señalado anteriormente, encontramos un atisbo de
reconocimiento de la libertad económica, al colocarse de cargo del Congreso el hacer leyes
generales relativas al “fomento de la ilustración, agricultura, industria y comercio exterior e
interior.” Similar obligación pesaba sobre las Municipalidades.32
29 Art. 117, Constitución Política del Estado de Chile de 1823. 30 Art. 10, Constitución Política de la República de Chile de 1828. 31 Ibidem, art. 17. 32 Ibidem, arts. 46 N° 2 y 122 N° 9.
50
3.9 Constitución Política de la República Chilena de 1833.
A juicio del ilustre abogado, periodista y escritor Alberto Edwards, la
Constitución de 1833 fue, “más que una ley;...una tradición… una parte integrante de
nuestra nacionalidad; un monumento sólido e inconmovible, como esas montañas de
granito que guardan las fronteras de nuestro territorio.”33 Esta Carta Fundamental estuvo
vigente hasta el año 1925, cuando fue reemplazada por la Ley Fundamental anterior a la
que hoy nos rige. Este lapso de vigencia la hizo acreedora de variados estudios.
En primer lugar, es necesario hacer notar que la principal salvaguarda de la
libertad económica, aparece reconocido dentro de su articulado en los siguientes términos:
“La Constitución asegura a todos los habitantes de la República: ..5° La inviolabilidad de
todas las propiedades, sin distinción de las que pertenezcan a particulares o comunidades, y
sin que nadie pueda ser privado de la de su dominio; ni de una parte de ella por pequeña
que sea, o del derecho que a ella tuviere, sino en virtud de sentencia judicial; salvo el caso
en que la utilidad del Estado, calificada por una ley, exija el uso o enajenación de alguna; lo
que tendrá lugar dándose previamente al dueño la indemnización que se ajustare con él, o
se avaluare a juicio de hombres buenos.”34
La libertad económica, venía reconocida conjuntamente con la libertad de
trabajo en el artículo 151, el cual expresaba: “Ninguna clase de trabajo o industria puede ser
prohibida, a menos que se oponga a las buenas costumbres, a la seguridad, o a la salubridad
pública, o que lo exija el interés nacional, y una ley lo declare así.”
3.10 Constitución Política de la República de Chile de 1925.
La Constitución política de 1925, antecesora de la actual Carta Magna, se
expresaba en términos análogos a la Constitución de 1833 acerca de las garantías que nos
ocupan. En su artículo 10 N° 10, que aseguraba el derecho de propiedad, prescribía: “La
Constitución asegura a todos los habitantes de la República: ... 10° La inviolabilidad de
todas las propiedades, sin distinción alguna.
33 Edwards, Alberto: “La Constitución de 1833”, “Revista Chilena de Derecho”. Vol. II N° 1, 1975, págs. 5-11. 34 Art. 12 N° 5, Constitución Política de la República Chilena de 1833.
51
Nadie puede ser privado de la de su dominio, ni de una parte de ella, o del
derecho que a ella tuviere, sino en virtud de sentencia judicial o de expropiación por razón
de utilidad pública, calificada por una ley. En este caso, se dará previamente al dueño la
indemnización que se ajuste con él o que se determine en el juicio correspondiente.
El ejercicio del derecho de propiedad está sometido a las limitaciones o
reglas que exijan el mantenimiento y progreso del orden social, y, en tal sentido, podrá la
ley imponerle obligaciones o servidumbres de utilidad pública en favor de los intereses
generales del Estado, de la salud de los ciudadanos y de la salubridad pública.”35
En relación con la libertad de industria y comercio, ella prescribía: “La
Constitución asegura a todos los habitantes de la República: “... 14° La protección al
trabajo, a la industria, y a las obras de previsión social, especialmente en cuanto se refieren
a la habitación sana y a las condiciones económicas de la vida, en forma de proporcionar a
cada habitante un mínimo de bienestar, adecuado a la satisfacción de sus necesidades
personales y a las de su familia. La ley regulará esta organización.
El Estado propenderá a la conveniente división de la propiedad y a la constitución de la
propiedad familiar.
Ninguna clase de trabajo o industria puede ser prohibida, a menos que se oponga a las
buenas costumbres, a la seguridad o a la salubridad públicas, o que lo exija el interés
nacional y una ley lo declare así.
Es deber del Estado velar por la salud pública y el bienestar higiénico del país. Deberá
destinar cada año una cantidad de dinero suficiente para mantener un servicio nacional de
salubridad.”36
Los comentaristas de la Constitución del ‘25 no pusieron demasiado interés
en tratar de desarrollar las implicancias de esta disposición. La gran mayoría, por el
contrario, sólo destacaba el punto relativo a la libertad de trabajo, subsumiendo dentro de
tal libertad a la libertad económica. Así, uno de los intérpretes de dicha Carta, al explicar la
libertad de trabajo, señala que ella “es otro de los derechos que se fundan en la libertad
personal y cuyo verdadero objeto es la propiedad del producto del trabajo.
Es un derecho que se ejerce como afirmación de la personalidad libre y como medio de
emplear la energía personal en la consecución de la propiedad común. 35 Art. 10 N° 10 de la Constitución Política de la República de Chile de 1925. 36 Ibidem, art. 10 N° 14.
52
El trabajo en sí es aplicar a un objetivo cierto y determinado la actividad humana.
Los objetivos son de distintas variedades. Así son, entonces, las distintas clases de trabajo.
Hay trabajo manual, intelectual, industrial, etc.”
Agrega este comentarista, después de citar la disposición correspondiente,
que en ella también “. . .se reglamenta. . .la libertad de comercio e industria. Son garantías
individualistas de tipo liberal, pero este mismo precepto contiene principios y finalidades
sociales”37, dedicándose con posterioridad al análisis de la libertad profesional. Como
vemos, pocas o ninguna reflexiones les suscitaba a los autores de la época el tema de la
libertad económica.
Sin embargo, mejores son las opiniones vertidas por el tal vez más ilustre
de los comentaristas del Texto Fundamental del año ‘25, don Alejandro Silva Bascuñan,
quien, al analizar el inciso correspondiente del artículo 10 N° 14 de la Constitución del ‘25,
escribe que tal disposición “tiene por objeto sentar el principio de la libertad de trabajo o
industria y determinar los fundamentos de las restricciones de que puede ser objeto.
Dada la limitación de los bienes y la necesidad para el hombre de obtenerlos mediante su
esfuerzo, la Constitución asegura a todos los habitantes la libertad que tienen de aplicar su
actividad a la búsqueda de los medios requeridos para su subsistencia y perfeccionamiento,
mediante la realización de todo tipo de labor o la explotación de cualquier giro lucrativo,
industrial o comercial.”38
Acto seguido, critica el hecho de que tal principio general no se halle
reconocido explícitamente, sino que de manera implícita, al establecerse sólo las
excepciones que pueden restringirlo, para posteriormente, y después de referirse a las
obvias restricciones a la libertad económica relativas a las buenas costumbres, moralidad y
salubridad públicas, señala con respecto a aquellas establecidas en aras del interés nacional
que “el constituyente autoriza prohibir trabajos o industrias perfectamente lícitas
reuniéndose dos requisito:
a) que lo exija el interés nacional; y
b) que una ley lo declare así.
Tales condiciones son copulativas, en forma que, si falta una de ellas, la libertad de trabajo
o comercio no puede ser coartada. 37 Quinzio F., Jorge Mario: “Manual de Derecho Constitucional”. Edit. Jurídica de Chile, 1969, pág. 254. 38 Silva Bascuñan, Alejandro: “Tratado de Derecho Constitucional”. T. II. Edit. Jurídica de Chile, 1963, pág. 307.
53
En consecuencia, al legislador no se permite restringir esta libertad sin que medie una razón
de interés nacional; y aun existiendo este motivo, ninguna autoridad o norma jurídica,
distinta de la de los órganos legisladores expresada en forma de ley, tienen fuerza para
prohibir y limitar un trabajo o industria en sí lícitos.
Un reglamento, decreto, ordenanza, instrucción, etc., no pueden implantar una restricción a
la libertad de trabajo y comercio, y, por otra parte, cuando la establezca el legislador, debe
éste declarar la razón de interés nacional que la fundamenta.”39
Es claro que para este autor, la libertad de industria y comercio no podía
ser restringida, esto es, limitada, coartada o condicionada, por una norma de naturaleza
inferior a la ley, y ni aun ella podía hacerlo si no mediaba una razón de interés nacional que
así lo requiriese.
3.11 Conclusiones.
De lo expuesto en este acápite puede concluirse lo siguiente:
A) La libertad económica es un derecho que ha contado con el adecuado reconocimiento,
en términos generales, en el ordenamiento constitucional chileno. Primeramente por la vía
de la protección al derecho de propiedad y, con posterioridad, con el reconocimiento
explícito de la libertad de industria y comercio.
B) Desafortunadamente, tanto entre los autores como entre la jurisprudencia, primero por
considerarla algo “natural”, y luego por no considerar a la Constitución como una norma
jurídica de operatividad directa, dicha garantía no fue tomada en serio, produciéndose desde
el inicio de la vigencia de la Constitución del ‘25 un espiral de atropellos, lo cual culminó
en el cisma social e institucional de 1973.
C) Esto implicó que al Constituyente del ‘80 le fue necesario revertir “desde sus bases”, (al
decir de un autor), el régimen económico constitucional, con el objeto de dar adecuado
reconocimiento y protección a esta garantía la cual, pareciera que mientras más goza de
resguardos, mayormente es desconocida.
39 Ibidem, pág. 308.
54
II EL ARTÍCULO 19 N° 21 INCISO 1° DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA
REPÚBLICA.
1. Texto.
El texto consagrado en nuestra Carta Magna es el siguiente: “La
Constitución asegura a todas las personas: ...N° 21 El derecho a desarrollar cualquiera
actividad económica que no sea contraria a la moral, al orden público o a la seguridad
nacional, respetando las normas legales que la regulen.”
2. Análisis de la norma.
El poder que la Constitución reconoce en los individuos implica el
“desarrollar” algo, es decir, desplegar, dar incremento a alguna cosa o actividad. Esto
implícitamente supone, que se tiene el derecho a iniciar, emprender o acceder a un
determinado mercado. En seguida, también supone la libertad para ejercer y mantener en el
tiempo la actividad económica que libremente se eligió; y finalmente, también supone la
libertad para decidir si se termina o no con ella.
Se prescindirá en este trabajo del análisis del significado del término
“derecho” utilizado por la norma. Sin embargo, a pesar que la Constitución lo llame de ese
modo, parece más bien que se trata de una “situación jurídica subjetiva” y, más
propiamente, de un poder que les es reconocido a las personas para que desenvuelvan sus
potencialidades en materia económica, en definitiva, es una de las manifestaciones del
principio de autonomía privada dentro del articulado de nuestro Texto Fundamental.
En otras palabras, el hecho que la Constitución contemple un “derecho a
desarrollar” algo, implica necesariamente que como contrapartida existe una obligación
correlativa, una obligación de no hacer, por cierto, cual es, no perturbar, restringir o
menoscabar, y mucho menos aun privar, de este derecho, obligación que recae tanto en el
Estado como en cualquier persona, (artículo 6 inciso 2°), y especialmente en el primero, por
cuanto éste adicionalmente tiene la obligación no sólo de “respetar”, sino además de
“promover” el ejercicio de tal derecho, (artículo l° inciso 4° y artículo 5° inciso 2°). En
relación a este último punto, se ha sostenido que la disposición en estudio “. . . crea
55
obligaciones/deberes para todo órgano del Estado... y, por ende, la primera obligación de
abstención de interferir en la actividad de los particulares en materia económica,
prohibiendo actividades que, por disposición constitucional, le pertenecen de suyo a los
particulares, como por ejemplo si pretendiera que ellas sólo le corresponden al Estado. Y,
además, una obligación fundamental de actuación, para promover el ejercicio de tal derecho
y que sea efectivo en la realidad. Se ven muy bien aquí ambas vertientes del principio de
subsidiariedad, que implica, por un lado, que el Estado no interfiera, ni perturbe, ni absorba,
las actividades que les corresponden a los particulares, (sea individualmente o en grupos o
asociaciones) y, por otro, que las promueva, estimulando su desarrollo, para lograr un
mayor perfeccionamiento personal y societario y, así, ir concretando el bien común de la
comunidad política.
Al expresarse la primera obligación/deber de abstención del estado de interferir la actividad
económica lícita de los particulares, debe señalarse que ello significa primeramente no
asumir tal actividad ni directamente por medio de organismos estatales que la desarrollen,
ni indirectamente participando en ella a través de entidades en que sea miembro o socio.
Sólo excepcionalmente, tal como lo prevé el inciso 2° del artículo 19 N° 21 de la
Constitución, cabe tal posibilidad y cumpliéndose las exigencias allí impuestas,
(autorización expresa y formal, a través de una ley especial y que ésta sea aprobada con
quórum calificado, siendo regulada su actividad por las mismas disposiciones que regulan a
los particulares).”40
Por otra parte, me adhiero a la opinión que sostiene que la expresión
“actividad económica” debe ser entendida en el sentido que le dan los que profesan la
ciencia o arte de la cual proviene esta expresión, esto es, de la economía. Así, ella define
actividad económica como aquellas acciones o actividades que tienden a incrementar la
capacidad productiva de bienes y servicios de una economía, para satisfacer las necesidades
humanas en un período de tiempo. Involucra por tanto los aspectos sociales de tales
actividades y también proporcionar un cierto nivel de vida a la población. Por esta razón, la
actividad económica abarca los aspectos de producción, consumo, intercambio y
distribución.
40 Soto Kloss, Eduardo: “La actividad económica en la Constitución Política de la República de Chile. (La primacía de la persona humana).” En “Ius Publicum” N° 2. Escuela de Derecho. Universidad Santo Tomás, 1999, pág. 127.
56
La disposición constitucional puntualiza que es “cualquiera”, es decir, se
trata de acciones indeterminadas, indefinidas, no previamente precisadas. Ella sólo se
determinará por la misma persona, que desee “desarrollarla”. Así se desprende tanto de la
historia fidedigna del precepto, como de la interpretación que han hecho la doctrina y la
jurisprudencia.
Teniendo presente lo expuesto se empieza a vislumbrar el contenido
esencial del derecho en estudio, el cual no es otro que la libertad que se garantiza a todas
las personas, sean naturales o jurídicas, para propender a satisfacer las diversas
necesidades, múltiples e ilimitadas, mediante la utilización y asignación de bienes escasos y
limitados; no siendo indispensable, por tanto, el carácter lucrativo o no de las aludidas
actividades económicas. En otras palabras, cualquier hecho o acción humana, relativa a la
producción, consumo, intercambio, distribución, etc., de bienes o servicios, que tenga por
objeto la satisfacción de una necesidad, puede ser considerada como una actividad
económica y por ende incluida dentro del precepto en estudio.
Las personas no pueden ir contra los límites establecidos al desarrollar la
actividad económica, lo que significa que no puede ser disconforme o estar en
contradicción con, la moral, el orden público o la seguridad nacional.
En este sentido la unanimidad de la jurisprudencia se inclina a considerar
que cualquier actividad económica que cumpla con este requisito es una “actividad
económica lícita.”41 En otros términos, las actividades económicas que no vayan contra la
moral, el orden público o la seguridad nacional son actividades económicas lícitas y por lo
tanto tuteladas por el inciso 1° del N° 21 del artículo 19. Sin embargo, cabe preguntarse
¿cuándo una actividad económica puede ser considerada contraria a estos límites?. En los
siguientes párrafos se tratará de responder esta pregunta.
a) La moral: Usualmente suelen distinguirse dos conceptos de moral: la moral positiva y la
moral normativa. La primera corresponde a las convicciones extendidas dentro de la
sociedad acerca de lo que es bueno, honesto o correcto, mientras que la segunda se refiere
más bien a lo que se sostiene debe ser lo éticamente virtuoso en relación con principios y
valores religiosos o filosóficos determinados. Obviamente, el Derecho tiene que ver
41 “Revista de Derecho y Jurisprudencia, t. LXXXVIII, N° 2, 1991, secc. V, págs. 201-205.
57
muchísimo más con la primera que con la segunda. Luego, es en ese sentido que debe ser
interpretada la voz “moral” que utiliza la disposición examinada.
A pesar de ello, la expresión es vaga y poseedora de un contenido
indeterminado. Si partimos de la base que el papel que le cabe al Derecho en una sociedad
moderna es tan sólo ocuparse de la vida de relación, y dejar el ámbito de los pensamientos,
opiniones y morales particulares dentro de la esfera de la sociedad civil; por un lado, y por
otro comprobamos que la misma Carta Fundamental asegura el respeto y la protección a la
vida privada y la libertad de emitir opinión y de informar sin censura previa, (artículo 19 N°
4 y 12, respectivamente), arribamos a la conclusión de que el énfasis no puede estar
colocado sobre tal tipo de conductas. Por el contrario, creemos que si estamos hablando del
concepto de moral en relación al desarrollo de una actividad económica, debemos asociarlo
a este tipo de materias, es decir, a situaciones cuyos parámetros de medición sean más
objetivos, y que tengan que ver más con situaciones de abuso de la libertad económica que
con cuestiones que, en última instancia, pertenecen a la vida privada de las personas.
b) El Orden Público: La expresión “orden público” que utiliza el artículo 19 N° 21 debe ser
interpretada en un sentido amplio, esto es, referida tanto al Orden Público Económico como
comprendiendo también al llamado Orden Público clásico e, inclusive, al Orden Público de
policía. De esta manera, sería contraria a este último una actividad económica que
produjera tumultos o alborotos, una empresa que organizara diaria o semanalmente
espectáculos masivos, las cuales por no estar debidamente coordinadas, produjesen
problemas de orden público en este sentido. Por otra parte, y en lo relativo al Orden Público
Económico, también sería contrario a éste el desarrollo de una actividad económica que
implicara para los demás participantes del mercado la renuncia de modo indefinido a su
derecho a desarrollar esta misma actividad, ello porque consideramos que el orden público
siempre está referido a cuestiones que la comunidad considera centrales o básicas para su
existencia en los distintos ámbitos que él abarca. Debido a esto, mal podría ser desarrollada
una actividad económica que fuera contra tales convicciones.
c) La seguridad nacional: Este concepto es la última de las condiciones bajo las cuales la
libertad económica puede desenvolverse. La verdad es que no se encontró ningún autor que
58
se refiriera a ella. No obstante, y luego de investigar las Actas Constitucionales, se encontró
en la N° 4, específicamente en su considerando N° 1 una noción. En ella se concibe a este
concepto como aquella “aptitud del Estado para garantizar [el desarrollo económico y
social de la comunidad], precaviendo y superando las situaciones de emergencia que
pongan en peligro el logro de los objetivos nacionales.” Tales situaciones de emergencia
son básicamente, según el texto del considerando 2°, la guerra, la conmoción interior, la
subversión latente y la calamidad pública, las cuales en el texto definitivo de la Carta del
‘80 se transformaron en guerra externa o interna, conmoción interior, emergencia y
calamidad pública.
Consecuencia de lo anterior es que una actividad económica no pueda
desarrollarse si contraría este concepto, puesto que la seguridad nacional no se refiere a la
seguridad ni a los intereses del Estado, sino que está referida al interés de toda la Nación lo
que está más allá de los intereses estatales. Comprende la seguridad nacional, la de los
habitantes del territorio y sus derechos como persona humana, como la seguridad de este
mismo territorio y la del poder del Estado, ejercido de conformidad a las normas
constitucionales y legales vigentes. De esta manera, vulneraría la seguridad nacional una
actividad económica desarrollada en tiempo de guerra, en la frontera, y ejercida con
ciudades de la potencia contra la cual se lucha. Lo mismo ocurriría si se comerciara con
productos de tipo agrícola o pecuario que fuesen portadores de pestes o enfermedades
contagiosas, (gripe aviar), que dañaran gravemente la salud de la población y la economía
del país.
Por último, y en relación a estas tres condiciones bajo las cuales debe
desarrollarse la actividad económica según la Constitución, surge la duda sobre quien es el
encargado de determinar la licitud o ilicitud de una determinada actividad económica, es
decir, cuando será considerada contraria a la moral, al orden público o a la seguridad
nacional. Parte de la doctrina señala que esta determinación corresponde efectuarla a la
administración, ya que las normas constitucionales no señalan al Legislador como el ente
indicado. Por otra parte el artículo 60 de la Constitución señala cuales son las materias de
ley y en ellas no están expresamente señalada esta facultad.
Otra parte de la doctrina piensa que esta determinación le corresponde
única y exclusivamente al Legislador, puesto que estas excepciones al derecho en comento
59
son prohibiciones absolutas y permanentes, fundadas en la naturaleza objetivamente ilícita
que poseen tales actividades, por lo que la ley no debe hacer más que prohibirlas erga
omnes, sin ninguna salvedad o diferencia puesto que, si ella existiera, sería ineludiblemente
arbitraria.
Finalmente, se ha sostenido que la calificación de una actividad económica
como ilícita es facultad privativa de los Tribunales los cuales, evidentemente, aplicarán
todas las reglas relativas al debido proceso a fin de determinar si la antedicha actividad
posee o no tal carácter. La determinación no podría quedar al arbitrio del Legislador, puesto
que su competencia se agota en “regular” en lo que respecta a la garantía en cuestión, y ello
jamás implicará un “prohibir”, sea por los motivos que sea. Inclusive, y tratándose de otros
derechos y garantías, ni siquiera la misma Constitución se ha permitido prohibir: a lo más,
le encomienda al Legislador establecer “gravámenes”, “requisitos”, “limitaciones”,
“complementos”, “restricciones”, etc., pero nunca “prohibiciones”. Por lo tanto, será sólo el
Poder Judicial el llamado a establecer en casos específicos, concretos y singulares, cuando
una actividad económica es contraria a la moral, al orden público o a la seguridad nacional.
Las personan deben desarrollar su actividad económica en forma lícita y
por lo tanto deben acatar u obedecer la normativa legal que regule la actividad. No hay
discordia en la doctrina ni en la jurisprudencia en cuanto a que la expresión “regulación”
debe entenderse en su sentido natural y obvio. Así, se ha escrito que “regular” una actividad
es someterla al imperio de una regimentación que indique cómo puede realizarse; pero en
caso alguno, bajo pretexto de “regular” un accionar privado en la economía, el legislador
puede llegar hasta obstaculizar o impedir, a través de facultades excesivas a organismos
fiscalizadores, por ejemplo, la ejecución de actos lícitos amparados por esta garantía
constitucional o crear las condiciones para que, de hecho, sea el Estado o la autoridad
pública la que termine asumiendo el ejercicio de actividades que, legítimamente, pueden
desarrollar los particulares. Una legislación que procure o produzca estos efectos sería
abiertamente inconstitucional.”42
Caso distinto ocurre con la expresión “normas legales” pues, para algunos
autores y para la inmensa mayoría de la jurisprudencia, tal expresión es sinónima de
“normas jurídicas”, de cualquier rango o jerarquía. Para otros, por el contrario, las “normas
42 Evans de la Cuadra, Enrique: “Los Derechos Constitucionales”. T II. Edit. Jurídica de Chile, 1986, pág. 318.
60
legales” a las que se refiere la Constitución quieren decir exactamente eso: normas
emanadas del Legislador, del Congreso, y no de la potestad reglamentaria del Presidente de
la República o de la potestad normativa de algún ente autónomo.
III NOCIÓN JURÍDICA DE LIBERTAD ECONÓMICA.
A lo largo de este estudio, se ha señalado que lo tutelado por el artículo 19
N° 21 de la Constitución es la libertad económica, lo que es una afirmación correcta ya que
aparece refirmada tanto por el Derecho como por la doctrina.
Pero si bien es cierto que la “libertad económica”, es un término con
alguna tradición en la economía, o filosofía política, no es menos cierto, que no es un
término jurídico, que permita incluirlo dentro del conjunto de conceptos con que se
manejan las ciencias jurídicas.
Siendo un fenómeno puramente económico que se corresponde con el
Derecho, es necesario darle un nombre propiamente jurídico, que pertenezca a esta
categoría. Para la mayoría de los autores, este nombre debiera ser “autonomía privada”.
A la autonomía privada podemos conceptualizarla como un poder de
disposición, destinada a hacer nacer negocios de carácter jurídico, o a enajenar derechos,
que se lleva a cabo sin estar en el deber jurídico o en una situación de hecho tal que uno
persiga o deba perseguir una finalidad propuesta por otro.
Importante es puntualizar que, a pesar que la Constitución conciba al
derecho a desarrollar cualquier actividad económica como un derecho subjetivo público,
entendido como “la facultad jurídica de la persona, individualmente o asociada, que emana
de su dignidad natural y es inherente a ésta, la cual se actualiza en sus libertades, derechos e
igualdades que el Constituyente declara y cuyo ejercicio él asegura y fomenta”43 , la verdad
es que, técnicamente, no es tal puesto que, en definitiva, se trata de una norma que atribuye
una determinada competencia a las personas, esto es, les otorga un determinado poder
jurídico para desenvolver en libertad sus actividades económicas, entendiendo por tal a una
fuerza o una energía propiamente jurídica en un doble sentido: en el sentido que el
43 Cea, Egaña, José Luis: “Tratado de la Constitución de 1980”, Editorial Jurídica de Chile, 1988, pág. 21.
61
antedicho poder es atribuido por el Derecho, y en el sentido que es un poder creador de
Derecho. Luego, siendo un poder, no es derecho subjetivo. En cuanto el ejercicio del poder
incida en la esfera de lo lícito jurídico, se debe de reconocer que el ejercicio del poder es
también, al mismo tiempo, ejercicio de un derecho. Pero es evidente que en ningún caso
debe confundirse conceptualmente el ejercicio del derecho subjetivo con el ejercicio del
poder. Incluso cuando el ejercicio del poder está condicionado por la existencia de un
derecho, es decir, es al mismo tiempo ejercicio de un derecho; incluso cuando, en otras
palabras, el poder se mueve en la esfera de lo lícito, ejercitar un poder es siempre algo más
que un simple obrar según derecho, porque es un obrar según derecho que crea nuevo
derecho.
Como conclusión puede sostenerse que el gran bien jurídico que intenta
cautelar el artículo 19 N° 21 de la Constitución es la autonomía de todas las personas para
desarrollar actividades económicas.
IV BASES DEL PRINCIPIO DE LIBERTAD ECONÓMICA.
1. Principio de subsidiariedad.
La voz subsidiariedad proviene del término latino subsidium que significa
“ayuda desde la reserva”, es decir, desde una instancia que no es directamente responsable
de lo que ocurre.
De esta manera, el principio se refiere en consecuencia al papel de ayuda
que cada entidad superior ha de desempeñar respecto a las inferiores, siempre y cuando
éstas no sean capaces de cumplir con sus obligaciones, o cubrir sus necesidades.
Este principio se remonta al siglo XIX y principios del XX, en donde fue
enunciado su contenido fundamental y posteriormente “bautizado”, por así decirlo, por la
doctrina pontificia, básicamente León XIII en su “Rerum Novarum” (1891) y Pío XI en
“Quadragesimo anno” (1931), respectivamente. Sin embargo, anteriormente ya había sido
esbozado por algunos pensadores del movimiento social católico, específicamente por el
Obispo de Maguncia, Ketteler. Y es que esta idea tiene precedentes ya en Dante y en Santo
Tomás de Aquino y, a través de este último, en Aristóteles, pensadores que en definitiva
62
son las verdaderas fuentes sobre las cuales el pensamiento posterior en torno a la
subsidiariedad se edificó.
Debido a que en ningún caso se trata de un principio evidente por sí
mismo, requiere ser deducido de otros principios más amplios y evidentes, por lo que las
bases o cimientos de este principio son dos: El carácter personal de los componentes del
cuerpo social; y la ordenación de este último hacia el bien común.
En relación a la primera afirmación, es evidente que la realidad primaria,
sustancial, fundamental desde la que hay que partir es la persona, el ser humano: si no hay
ser humano, no existe comunidad, ni sociedad, ni familia ni nada que se le parezca. Sin
embargo, el ser humano por ser tal, o más bien, para realizarse como tal, necesita asociarse,
requiere del concurso de otros seres humanos a fin de no sólo satisfacer sus necesidades
más básicas, sino que más aun: ampliar sus horizontes. A poco de meditar en estos dos
hechos, tendremos que concluir que en definitiva el hombre es un ente responsable del
logro de su propia perfección y que, para obtenerla, tiene la necesidad, de agruparse con los
demás hombres en una múltiple variedad de grupos sociales. Por ello, por su carácter de
persona, el hombre y los grupos que éste constituye, requieren para su plena perfección una
cierta autonomía, pues no hay responsabilidad sin la posibilidad de elegir los caminos que
conducen a cumplir su naturaleza.
En lo relativo a la segunda afirmación, también resulta evidente que toda
agrupación de personas reunidas se asocian precisamente para obtener su bien, y no su mal.
Con todo, es conveniente antes de seguir precisar dos cosas: en primer lugar, no toda
finalidad que se proponga una reunión de personas podrá ser calificada de “bien común”: El
bien común depende esencialmente de la naturaleza de las cosas y no sólo de lo que aparece
como bueno o apetecible para los miembros de la sociedad. En segundo lugar, este bien
común es un bien de los miembros de la comunidad, y no el bien de la comunidad
considerada en cuanto tal. Precisamente es este bien de los miembros la justificación de la
sociedad, en cuanto ella es necesaria para su obtención plena. Si los individuos pudieran
alcanzarlo cada uno independientemente, la sociedad no tendría razón de ser. En definitiva,
el bien común es bien de los individuos, pero se distingue del bien exclusivamente
individual por una diferencia que no es simplemente cuantitativa, en cuanto a ser bien de la
63
mayoría, sino cualitativa, en cuanto sólo puede ser obtenido en comunidad y conviene, de
algún modo, a todos.
Ahora bien, la más perfecta de las sociedades que ha formado el hombre
para tratar de alcanzar el bien común es el Estado. Pero, siendo esa su finalidad esencial, no
está ni debe estar solo en su persecución, sino que cabe a los demás miembros del cuerpo
social una responsabilidad fundamental en este cometido. Es por ello que, si el individuo y
los grupos que éste forma tienen una responsabilidad propia en la consecución del bien
común, resulta evidente que tienen al mismo tiempo el derecho de realizar todas aquellas
acciones aptas para el logro de ese fin. Ello en virtud de que quien tiene un deber, tiene
correlativamente el derecho de realizar todo aquello que le permita cumplirlo; esto significa
que el individuo y los grupos menores que en el Estado el hombre constituye, deben gozar
de una cierta autonomía que haga posible, en concreto, la realización de sus deberes para
con el bien común.
De lo anterior no cabe concluir otra cosa que todas las personas que
forman la comunidad, al encontrarse obligadas a perseguir el bien común, tienen también el
derecho de contribuir a tal finalidad de la manera que estimen más conveniente: sea
formando una familia, sea asociándose con determinados móviles gremiales, educativos,
culturales, etc., o bien dedicándose a cualquier actividad económica que sea de su elección.
En el ámbito de la economía existen numerosas actividades que son también necesarias
para el bien común económico. En un principio, estas actividades son de la responsabilidad
de los particulares, ya sea que actúen ellos personalmente o a través de grupos naturales o
voluntarios. En relación a estas actividades, el poder político debe cumplir la función de
asistencia, de ayuda, de establecimiento de aquellas condiciones que hagan posible su
cumplimiento.
De lo señalado en los párrafos anteriores se desprende que el principio de
subsidiariedad posee dos caras: una positiva y otra negativa. La faz positiva tiene que ver
con la intervención del Estado en materias que son de competencia exclusiva de las
sociedades intermedias, en el evento que estas por desidia, mero desinterés o falta de
capacidad no cumplan con los objetivos que sean inherentes a ellas. En este caso, el Estado,
por razones de bien común, debe entrar a hacerse parte del asunto que se trate a fin de
cautelar precisamente que tal bien sea obtenga.
64
Es importante destacar, que esta intervención no puede efectuarse
cercenando la libertad de los grupos menores. Esta acción positiva se manifiesta, entre otras
manera por medio de la facilitación de la igualdad de oportunidades, la promoción de la
educación a todos los niveles, la política de acceso a la propiedad. Dentro de este aspecto
positivo cabe también la acción directa del Estado o de cualquier entidad social cuando los
responsables directos de un quehacer se demuestran incapaces de protagonizarlo; o cuando
este quehacer corresponda por principio al Estado, por ejemplo, porque sobrepasa con
creces la capacidad personal de cualquier individuo.
En su faz negativa, el principio de subsidiariedad opera como un límite al
ámbito de actuación de las sociedades mayores y, específicamente, del Estado. Este debe,
por todos los medios posibles, evitar intervenir allí donde las sociedades intermedias
desarrollan sus actividades normalmente, es decir, no debe ejecutar tareas o funciones que
las sociedades menores pueden realizar por si mismas y, si hubiere necesidad de hacerlo,
debe esforzarse para que ellas maduren pronto, sin eternizar una situación de tutela, que sin
duda alguna sólo puede reportar perjuicios.
El Onus Probandi para intervenir corresponde exclusivamente a la
sociedad mayor, es decir, a la que alega que las inferiores no están cumpliendo o
ejecutando sus deberes propios de la manera correcta.
Sobre este principio se puede señalar que ya en la “Declaración de
Principios del Gobierno de Chile”, se hizo ver la necesidad de organizar la vida social de
conformidad a la subsidiariedad. Así, en dicha Declaración, después de dejar sentado que
las personas poseemos derechos que son anteriores y superiores al Estado, que, por
consiguiente, el Estado debe estar al servicio de las personas y que su objetivo fundamental
es promover el bien común, puede leerse:
“Siendo el hombre el fin de toda sociedad, y emanando éstas de la naturaleza humana, debe
entenderse que las sociedades mayores se van formando para satisfacer fines que las
menores no pueden alcanzar por sí solas. El ser humano forma una familia para alcanzar
fines que no puede lograr solo. Da vida luego a diversas formas de agrupación social más
amplias, para lograr objetivos que la familia es incapaz de conseguir por sí. Y llega
finalmente a integrar todas esas sociedades intermedias en un Estado, por la necesidad de
65
que haya un orden común a todas ellas que las coordine en justicia, y que asuma las
funciones que ninguna de aquellas podría cumplir directamente.
Ahora bien, dicha realidad marca un límite al campo de acción de cada
sociedad mayor respecto de la menor. Si la superior nace para cumplir fines que la inferior
no puede realizar sola, si esa es su justificación, resulta evidente que no le es legítima la
absorción del campo que es propio de la menor, y dentro del cual ésta debe tener una
suficiente autonomía. La órbita de competencia de la sociedad mayor empieza donde
termina la posibilidad de acción adecuada a la menor.
Tal idea matriz es lo que da origen al llamado principio de subsidiariedad.
En virtud de él, ninguna sociedad superior puede arrogarse el campo que respecto de su
propio fin especifico pueden satisfacer las entidades menores, y, en especial, la familia,
como tampoco puede ésta invadir lo que es propio e íntimo de cada conciencia humana.
Aplicado este principio al Estado, debemos concluir que a él le corresponde asumir
directamente sólo aquellas funciones que las sociedades intermedias o particulares no están
en condiciones de cumplir adecuadamente, ya sea porque de suyo desbordan sus
posibilidades, (caso de la Defensa Nacional, las labores de Policía o las Relaciones
exteriores), o porque su importancia para la colectividad no aconseja dejar entregadas a
grupos particulares restringidos, (caso de los servicios o empresas estratégicas o
fundamentales para la nación), o porque envuelven una coordinación general que por su
naturaleza corresponde al Estado. Respecto al resto de las funciones sociales, sólo puede
entrar a ejercerlas directamente cuando las sociedades intermedias que de suyo estarían en
condiciones de asumirlas convenientemente, por negligencia o fallas no lo hacen, después
de que el Estado haya adoptado las medidas para colaborar a que esas deficiencias sean
superadas. En este caso, el Estado actúa en subsidio, por razón de bien común, y sólo en la
búsqueda de este bien común es que se le permite desarrollar todas aquellas actividades en
que los ciudadanos, ya sea individualmente o formando parte de los grupos intermedios de
la sociedad, no puedan o no quieran desarrollar por sí mismos.
El respeto al principio de subsidiariedad representa la clave de la vigencia
de una sociedad auténticamente libertaria. Casi podría decirse que es el barómetro principal
para medir el grado de libertad de una estructura social. Por oposición a él, cuanto mayor
sea el estatismo que afecte a una sociedad, menor será su efectiva libertad, por extendido
66
que sea el ejercicio ciudadano de los derechos políticos. Es en la posibilidad de tener un
ámbito de vida y actividad propia independiente del Estado y sólo sometido al superior
control de éste desde el ángulo del bien común, donde reside la fuente de una vida social en
que la libertad ofrezca a la creación y al esfuerzo personal un margen de alternativas y
variedad suficientes. El estatismo genera, en cambio, una sociedad gris, uniforme, sometida
y sin horizontes.”44
He optado por transcribir este largo párrafo en atención a que aquí se halla
condensada la filosofía medular que posteriormente fue seguida por la Comisión de
Estudios de la Nueva Constitución.
Siguiendo esta idea, la Comisión de Estudios al despachar las indicaciones
precisas que contendría el Anteproyecto de Nueva Constitución consideró, entre los
fundamentos y principios del nuevo régimen político-institucional el respeto a la autonomía
de los cuerpos intermedios entre el hombre y el Estado, que es expresión del principio de
subsidiariedad y que representa la clave de la vigencia de una sociedad auténticamente
libre, ya que un Estado que interviene más allá de aquellas funciones que le son propias o
que por razones de interés general o de seguridad deben serle confiadas, puede, como lo
dice un autor “asfixiar la libertad del hombre y su iniciativa creadora.”
Al pasar el Anteproyecto de Constitución a las manos de la Junta de
Gobierno, ésta le introdujo algunos cambios, pero en lo que respecta a la filosofía que se
halla detrás, obviamente ella se mantuvo, pudiendo sostenerse muy fundadamente que las
ideas que expusimos se hallan prácticamente sin ninguna modificación en el articulado de
nuestra Carta Fundamental. Así, puede verse el inciso 5° del articulo 1°, que coloca de
cargo del Estado la obligación de proteger tanto a la población como a la familia y de
propender al fortalecimiento de esta última; asimismo, se le encarga la misión de promover
la integración armónica de todos los sectores de la Nación y asegurar el derecho de todas
las personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida nacional. También el
artículo 5°, que señala como un deber de los órganos del Estado el promover y respetar los
derechos esenciales emanados de la naturaleza humana garantizados por la Constitución y
por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes. Y entre
los derechos que la Constitución garantiza y que por lo tanto es deber de los órganos del
44 “Declaración de Principios del Gobierno de Chile”. Editora Nacional Gabriela Mistral, 1974, págs. 16-18..
67
Estado se encuentran, obviamente, todos los del artículo 19, entre ellos, el derecho a la
protección de la salud (19 N° 9), a la educación (19 N° 10) o a la seguridad social (19 N°
18).
Evidente resulta observar que todo lo señalado en los párrafos anteriores
corresponde a manifestaciones del principio de subsidiariedad en su faz o aspecto activo.
En lo que dice relación con su aspecto o vertiente pasiva encontramos,
como ejemplo el artículo 19 N° 15, que consagra el derecho de asociación y la existencia de
los partidos políticos; el N° 19 del mismo artículo que se refiere al derecho a sindicación,
agregando que a las organizaciones sindicales les está vedado intervenir en actividades
político-partidistas por no ser, evidentemente, un fin propio de tales agrupaciones.
Consecuentemente con ello, el artículo 23 declara la incompatibilidad de los cargos
directivos superiores de una organización gremial con los cargos directivos superiores,
tanto nacionales como regionales, de los partidos políticos. Por otro lado, la institución de
los Consejos regionales y municipales (artículos 102 y 108, respectivamente), también son
expresión de la subsidiariedad en su faz pasiva, al propender a la desconcentración y
descentralización del poder.
Por último, y en relación al tema de este trabajo, el artículo 19 N° 21,
como hemos visto, reafirma la primacía de la iniciativa privada por sobre la estatal y, en el
evento que tal iniciativa requiera de “ayuda” o “subsidio”, exige una ley de quórum
calificado para que el Estado y sus organismos puedan emprender actividades
empresariales o participar en ellas.
2. Limitación al Estado para desarrollar actividades empresariales.
2.1 El Estado empresario.
Este es un tema complejo, ya sea que se enfoque desde un punto de vista
ideológico, como desde un punto de vista jurídico. En cuanto a lo primero por el hecho de
que se inscribe en definitiva en uno de los grandes temas de la historia del hombre como es
el conflicto entre libertad, (económica), y poder, (económico o, más bien, político-
económico); a menor poder, mayor libertad y viceversa, con la gran salvedad de que si se
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avanza hacia demasiada libertad, al menos en el campo económico, puede dicha libertad
terminar negándose a sí misma y degenerar en libertinaje. Por lo anterior, se trata de un
delicado equilibrio, que al Derecho toca resguardar y tutelar.
Desde el otro punto de vista, porque el inciso 2° del N° 21 del artículo 19
de la Constitución ha dado origen a encendidas polémicas, ya que tanto de su texto como de
su contexto es posible extraer conclusiones diversas.
Sobre este tema es conveniente señalar que la expresión “Estado
empresario”, es una creación doctrinal, que no es no es conocida por el Constituyente del
’80. Efectivamente, la Constitución sólo habla de “actividades empresariales” y de
“empresas del Estado”, pero no consagra en ninguna parte, tal concepto.
Como ya se adelantó, desde un punto de vista doctrinario si se han
formulado explicaciones que tienden a desentrañar de qué estamos hablando cuando nos
referimos al “Estado empresario”: se trata de aquel Estado que “...de una u otra forma,
puede legalmente emprender actividades de producción y distribución de los bienes y
servicios no públicos, que está a la expectativa de emprenderlas en competencia o
excluyendo a la empresa privada nacional y extranjera, y en el hecho las desarrolla en un
volumen de cierta consideración.”45 Este concepto, en primer lugar, denota la idea de que
el Estado no se encuentra en su ámbito propio, cual es, administrar justicia, legislar,
encargarse de la Defensa de la Nación, acometer obras públicas, etc, sino que incursiona,
justificadamente o no, en una órbita que no es la suya, que de alguna manera no le
corresponde, atendido lo explicado a propósito del principio de subsidiariedad, como es la
producción y distribución de bienes y servicios no públicos, es decir, privados, por un lado;
y en segundo lugar alude al hecho de que por emprenderlas, entra a competir, y en cierta
medida a excluir, a la empresa privada del mercado.
45 Urenda Zegers, Carlos: “El Estado empresario: visión de un abogado”. En “Revista Chilena de Derecho”. Vol. XIV N° 1, 1987, págs. 147-156.
69
2.2 Análisis de la norma constitucional.
a) Texto.
“El Estado y sus organismos podrán desarrollar actividades empresariales
o participar en ellas sólo si una ley de quórum calificado los autoriza. En tal caso, esas
actividades estarán sometidas a la legislación común aplicable a los particulares, sin
perjuicio de las excepciones que por motivos justificados establezca la ley, la que deberá
ser, asimismo, de quórum calificado.”
b) Naturaleza jurídica.
Esta norma constitucional, en estricto rigor, no es una “garantía”, como es
la contenida en el inciso primero del mismo numeral, sino que más bien se inscribe dentro
de lo que es la llamada parte orgánica de la Constitución; esto es, aquella sección de la
Carta que define cómo se organizan los distintos poderes del Estado, sus atribuciones, su
manera de actuar y sus responsabilidades. Más precisamente, la norma en comento se
hallaría mejor ubicada dentro del título “Bases Generales de la Administración del Estado”,
o bien en el relativo a las “Materias de Ley” o, mejor aun, entre las leyes que son de la
iniciativa exclusiva del Presidente de la República, más que entre las garantías individuales.
Sin embargo, tal inclusión se comprende, ya que el pensamiento de la Comisión de
Estudios en el fondo se tradujo en establecer como principio generalísimo la libertad
económica de los particulares para emprender actividades económicas y, como excepción,
basada en el principio de subsidiariedad, la incursión del Estado en tales actividades. De ahí
que la norma en definitiva haya quedado ubicada en este lugar.
c) Carácter de la norma.
Con respecto al carácter de esta norma se han sostenido desde hace ya
mucho tiempo, dos posiciones: La primera de ellas señala que la disposición en estudio es
una norma prohibitiva, pues veda o impide al Estado y sus organismos el desarrollo de
70
actividades empresariales, salvo que cuente con la debida autorización. La otra sostiene por
el contrario que aquí se está frente a una norma meramente impeditiva que establece un
requisito habilitante para el Estado y sus organismos. Para descubrir cuál de las dos
posiciones se aviene más con los principios y valores sustentados por nuestra Carta
Fundamental debemos tener presente que una norma prohibitiva es aquélla que impone a su
destinatario una abstención que no puede sustituirse por ningún comportamiento positivo.
La ley prohibitiva impide en absoluto la ejecución de un acto o la celebración de un
contrato, en forma tal que quien debe acatar la norma no puede realizar el acto o pactar el
contrato, en caso alguno.
Por lo tanto se estima que no podemos estar frente a una norma meramente
impeditiva que establece un requisito habilitante para el Estado y sus organismos, ya que
muy por el contrario, el Constituyente parte de la base que se debe evitar el mal que
significa la proliferación de empresas del Estado y, en base a ello, sostengo que la
disposición en comento es una norma generalmente prohibitiva, esto es, aquella que supone
que la conducta en cuestión es generalmente productora de perjuicios. Y que por lo tanto
sólo por vía excepcional es posible llevarla a cabo.
En resumen, si hablamos en términos estricta y rigurosamente lógicos,
efectivamente, aquí nos hallamos frente a una norma imperativa, pero si nos atenemos a las
clasificaciones más tradicionales, es manifiesto que se trata de una norma generalmente
prohibitiva.
d) Sentido de las distintitas expresiones contenidas en la norma.
El significado de la expresión aludida también ha sido objeto de debate
entre la doctrina, la que básicamente se alinea en torno a dos interpretaciones: una amplia y
otra restringida. Esta última sostiene que “Estado y sus organismos” es lo que define por tal
la Ley Orgánica Constitucional de Bases Generales de la Administración del Estado, N°
18.575, la cual en su artículo 1° inciso 2° prescribe: “La administración del Estado estará
constituida por los Ministerios, las Intendencias, las Gobernaciones y los órganos y
servicios públicos creados para el cumplimiento de la función administrativa, incluidos la
Contraloría General de la República, el Banco Central, las Fuerzas Armadas y las Fuerzas
71
de Orden y Seguridad Pública, las Municipalidades y las empresas públicas creadas por
ley.” Para esta doctrina esa es hoy día la Administración del Estado, y cuando la
Constitución habla del Estado y sus organismos, se indica muy claro que debe tratarse de
organismos pertenecientes a la Administración del Estado.
Por el contrario, la primera, y a mi juicio la recta doctrina, alega que la
expresión en comento debe entenderse de una manera amplia, comprensiva no sólo de la
Administración del Estado, sino también de aquella llamada “Administración invisible del
Estado”, esto es, aquellos entes que pertenecen al Estado, pero que no forman parte de su
Administración, y a que alude el articulo 6 de la ley N° 18.575 y además, de cualquier tipo
de entidad mediante la cual el Estado pudiere tener algún tipo de injerencia sobre el proceso
económico.
Argumentos para sostener esta posición pueden ser los siguientes: En
primer lugar el evidente propósito que tiene la norma del inciso 2° del N° 21 del artículo
19, de lo cual quedó clara y manifiesta constancia en la historia fidedigna de su
establecimiento y por otro en la circunstancia de que para la Constitución la alusión al
“Estado y sus organismos” posee un alcance amplio, comprensivo de cualquier modalidad,
directa o indirecta, que adopte el Estado para asumir cometidos empresariales.
Un ejemplo, sería el caso de una corporación o fundación en que el Estado
tenga alguna participación, o bien, el caso de una de las llamadas “sociedades estatales”,
esto es, aquellas personas jurídicas de derecho privado que tienen algún tipo de
participación estatal.
En relación a estas últimas, nótese que la Constitución no las marginó, sino
que por el contrario es manifiesto que las incluyó, en la noción de “Estado y sus
organismos”, así el artículo 55, al referirse a las incompatibilidades de los cargos de
diputados y senadores, señala que estos, además de no poder ser servidos al mismo tiempo
por la misma persona, tampoco son compatibles “con todo empleo o comisión retribuidos
con fondos del Fisco, de las municipalidades, de las entidades fiscales autónomas,
semifiscales o de las empresas del Estado o en las que el Fisco tenga intervención por
aportes de capital.” Idéntica noción se encuentra en el inciso 2° del mismo artículo. Por su
lado, el artículo 60 N° 9 señala como materia de ley “las que fijen las normas con arreglo a
72
las cuales las empresas del Estado y aquellas en que éste tenga participación pueden
contratar empréstitos... “
En otras palabras, el hecho que las sociedades estatales no estén incluidas
dentro del concepto “Administración del Estado”, en los términos de la Ley Orgánica
Constitucional N° 18.575 (artículo 6), no quiere decir que estén excluidas de la expresión.
En definitiva, creo en una interpretación amplia de la expresión analizada,
fundado básicamente en el carácter tanto de norma generalmente prohibitiva que tiene la
disposición en comento y en la historia fidedigna del establecimiento de la Constitución.
e) Sentido de la expresión “actividades empresariales”.
En relación a esta expresión, se reedita la discusión en torno a su verdadero
sentido y alcance. Sin embargo, las posiciones son aquí más matizadas: Precht sostiene,
citando varios trabajos de derecho comparado, que los elementos de la empresa son los
siguientes: “1) la existencia de un organismo determinado y unitario; 2) una cierta
permanencia, una cierta duración; 3) posibilidad de realizar un beneficio; 4) actividad
económica de producción, intercambio, circulación de bienes o servicios; 5) relación con
una clientela, con un mercado; 6) sujeto de derecho, persona física o moral; 7) dirección
autónoma; 8) contabilidad propia”. Añadiendo a continuación que en definitiva “el
determinar qué es una empresa o entrar a definir la ‘actividad empresarial’ era materia que
debía quedar entregada a los jueces de fondo.”46
Pierry también recoge algunas opiniones de derecho comparado. Explica el
mencionado académico porteño: “La delimitación del concepto de actividad empresarial del
Estado tratándose de instituciones de derecho privado no ofrece mayores dificultades.
Habrá actividad empresarial cada vez que el Estado o sus instituciones sea propietario de
acciones de una sociedad anónima o socio en una sociedad mercantil. La naturaleza
mercantil de la sociedad domina toda su actividad, siendo por lo tanto empresarial toda la
que ésta lleve a cabo.”
“La actividad empresarial de las instituciones públicas en cambio, presenta dificultades, ya
que éstas en principio desarrollan lo que en doctrina se denomina actividad de servicio 46 Precht Pizarro, Jorge: “El Estado empresario: análisis de la legislación complementaria constitucional”. En “Revista Chilena de Derecho”, Vol. XIV N° 1, 1987, pags. 127-140.
73
público. Ahora bien; si por otra parte Consideramos que la actividad empresarial es aquella
actividad económica Organizada para la producción o cambio de bienes y servicios puede
existir colisión entre actividades que revisten tanto el carácter de servicio público como el
de empresariales.”47
En el ámbito positivo, me adhiero a la opinión que, dentro de la expresión
“actividades empresariales” caben todos los actos de comercio que se concreten en la
producción de bienes y/o prestación de servicios a cambio de una retribución pecuniaria,
siendo indiferente de quien emanen tales actos.
En otras palabras, el término en estudio es prácticamente sinónimo del de
“actividad económica”, y que el Constituyente no lo reiteró simplemente por dos motivos:
uno, meramente gramatical; y el otro por la falta de convicción entre los Comisionados
acerca de lo que debía entenderse por “empresa”: o sea, siendo claro que el Estado, por ser
una persona jurídica, no podía acometer “individualmente” una actividad económica,
resultaba lógico que sólo pudiera acometerla a través de una “empresa”, esto es, algún tipo
de persona jurídica o entidad creada al efecto, aunque no se le de esa denominación, lo
cual, en definitiva, arranca de la noción que manejaba la Comisión de Estudios, más
cercana a concebir a la empresa como una “comunidad de trabajo”, a un “conjunto de
personas”, que a una actividad individual: la única diferencia que puede percibirse es que
para el Constituyente la “actividad empresarial” es una especie del género “actividad
económica”, siendo su única nota distintiva, como ya se explicó, el carácter en que se
acomete la actividad, (individualmente, reunido o asociado: actividad económica; sólo
reunido o asociado: actividad empresarial).
f) El “desarrollo” de actividades empresariales.
El “desarrollar” actividades empresariales por parte del Estado o de sus
organismos implica exactamente lo mismo que el desarrollo que hagan los particulares de
una tal actividad, esto es, implica iniciarla, ejercerla o mantenerla y terminarla, sobre lo
cual al parecer hay acuerdo entre la doctrina.
47 Pierry Arrau, Pedro: “Algunos aspectos de la actividad empresarial del Estado”. En “Revista de Derecho Público” N° 37-38. Universidad de Chile. Facultad de Derecho. Dpto. de Derecho Público, 1985, págs. 219-239.
74
g) Carácter de Ley de Quórum Calificado.
Esta es otra materia en la que existe controversia y en la que las
posiciones, a grandes rasgos, pueden resumirse en lo siguiente: una, sostiene que el
requisito estatuido por el Constituyente se satisface dictando una ley marco, de carácter
general, que precisamente autorice al Estado a desarrollar actividades empresariales. Las
autorizaciones especificas deberían otorgarse tan solo mediante el expediente de una ley
simple; por el contrario, la mayoría, lo cual comparto, argumentan que la autorización
antedicha debe ser específica, caso a caso.
-El profesor Precht parte de la base de que se debe distinguir entre “el Estado y sus
organismos”, y otro tipo de entes que emprendan actividades empresariales y que no
pertenezcan a la Administración del Estado. Respecto de los primeros, a su juicio basta una
ley marco puesto que el artículo 19 N° 21 inciso 2° de la Constitución no se refiere al
requerir ley de quórum calificado a las actividades empresariales, sino que emplea el “los”
refiriéndose al Estado y sus organismos. En relación a los segundos, piensa que les es
plenamente aplicable el artículo 6 de la ley N° 18.575, ya citado anteriormente y que a su
parecer si exige que las autorizaciones antedichas sean otorgadas caso a caso.
-La interpretación que estimo más ajustada tanto a la historia como al espíritu de la Carta
Magna del ‘80, aduce que la autorización respectiva debe ser caso a caso, puesto que es la
única manera en que el principio de subsidiariedad del Estado en materia económica pueda
cobrar sentido: este carácter particular de las leyes de autorización es, en efecto, el único
que se aviene con el principio de subsidiariedad, pues la apreciación de si existe una
carencia que legitima la intervención estatal sólo es posible constatarla para actividades
determinadas. Efectuar una autorización general, o autorizaciones amplias a favor del
Estado, significaría la negación del principio de la subsidiariedad.
h) Sentido de la expresión “la legislación común aplicable a los Particulares”.
Afortunadamente, en este punto la doctrina no se halla mayormente
dividida: la idea básica es que no se trata de que la actividad empresarial del Estado esté
sujeta al derecho privado, ya que la actividad económica privada, además de regirse por
75
normas de derecho privado, se rige también en muchos casos por normas de derecho
público. La idea es, por el contrario, que la legislación que rija al Estado cuando acomete
estas actividades sea la misma que rija a los particulares cuando desarrollen tal actividad: se
trata en definitiva de evitar los estatutos especiales, salvo que ellos sean establecidos, como
se verá, por una ley de quórum calificado.
i) Excepciones.
En relación a este punto tampoco existe mayor desacuerdo: el requisito
formal para establecer excepciones de trato es la ley de quórum calificado, y el requisito de
fondo es que existan “motivos justificados”. Ello porque evidentemente la inexistencia de
tales motivos conllevaría una discriminación arbitraria, cuestión expresamente vedada por
el Constituyente (artículos 1° incisos 1°, 3° y 5°, y artículo 19 N°s 2, 3 y 22), con lo que la
ley devendría en inconstitucional.
V CONCLUSIONES.
De todo lo visto, expuesto y analizado en el presente capítulo puede
concluirse que el derecho-libertad a desarrollar cualquier actividad económica, en el fondo,
no solamente consiste en el derecho a iniciarla, permanecer en ella y terminarla, sino que es
eso y además el derecho a hacerlo sujeto a reglas que se apliquen a todos de la misma
manera, Estado incluido, “no como una ‘huída’ del derecho público para evitar el rigor de
éste, sino para asegurar la igualdad en un ámbito donde concurren Estado y particulares,
que de otro modo llevaría muy pronto a la desaparición de la iniciativa privada, y a la
estatización de la economía.
Lo anterior, es uno de los pilares en que se asienta el principio de libertad
personal, puesto que es precisamente la circunstancia de que las normas sean unas mismas
para todos, gobernantes incluidos, lo que hace poco probable la adopción de reglas
opresivas o discriminatorias.
De otro lado, también espero haber mostrado que el reconocimiento y
consagración de la libertad económica en nuestro orden constitucional no es más que una
76
de las manifestaciones, en el ámbito estrictamente jurídico, del principio de autonomía
privada, entendida como un poder de disposición que no esta vinculado al deber jurídico o a
la necesidad de perseguir una finalidad predeterminada o impuesta por otro, una finalidad
heterónoma, que no provenga del propio agente que actúa.
Finalmente, y como corolario de todo lo anterior, se deduce que son las
personas, y no el Estado, las que tienen la preferencia para desarrollar actividades
económicas, (aunque por cierto no la “exclusividad”), y que el Estado se verá en la
obligación de desarrollar tales actividades cuando así lo amerite la aplicación del principio
de subsidiariedad.
77
CAPITULO III
TUTELA JURISDICCIONAL DE LA LIBERTAD ECONÓMICA.
I INTRODUCCIÓN.
En el derecho comparado, diversas son las formas de tutela de los derechos
que las Cartas Fundamentales establecen. Sin embargo, haciendo un esfuerzo
sistematizador, podría decirse que, a grandes rasgos, dichos sistemas pueden clasificarse del
siguiente modo:
a) Establecimiento del principio de reserva legal para normar determinadas materias, a
objeto de que sea sólo el legislador parlamentario quien se encargue de regular el ejercicio
de un determinado derecho.
b) Establecimiento de determinados órganos cuya misión consiste precisamente en la tutela
y amparo de los derechos y libertades fundamentales, (así, el “Ombudsman” sueco, o el
“Defensor del Pueblo”, español).
c) La exigencia de una especie de “visa” o aprobación, por parte de un juez, para definir el
límite del ejercicio de un derecho.
d) El establecimiento de garantías específicas relativas al procedimiento con que se
restringirá un determinado derecho.
e) Creación de recursos específicos que tengan por objeto el restablecimiento de
determinados derechos que se entiendan amagados.
f) Creación de un tribunal especial, de naturaleza constitucional, que intervenga cada vez
que se le solicite el amparo o la tutela de un determinado derecho.
De esta manera se puede observar que varios de estos modos de
protección, aunque no todos, se hallan consagrados de alguna manera y con algunas
variantes entre nosotros. Este trabajo se avocará básicamente en un breve análisis de lo que
cubre la letra e), esto es, los recursos o acciones con que cuentan las personas para que,
llegado el caso, puedan pretender el resguardo o amparo de su derecho fundamental a
desarrollar cualquier actividad económica. No hay duda alguna que sobre esta materia
78
puede escribirse bastante, pero ello no es la finalidad de este trabajo, sino tan sólo dar un
esbozo más o menos esquemático de estos recursos como una complementación a lo ya
latamente expuesto respecto a la libertad económica, para posteriormente efectuar algunas
breves consideraciones en torno a la concurrencia entre ambas acciones, y entre el recurso
de protección y otras acciones establecidas por el ordenamiento jurídico, y terminar dando
algunas nociones precisamente sobre tales acciones, que también pudieran ser esgrimidas
para reclamar el amparo de tal garantía.
II EL RECURSO DE PROTECCIÓN.
1. Noción.
El recurso de protección puede definirse como una acción procesal
instaurada por la Constitución, cuyo carácter informal y sumarísimo habilita al afectado por
actos u omisiones arbitrarios o ilegales que le agravien en el legítimo ejercicio de
cualquiera de los derechos que la Carta especifica para recurrir directamente a la Corte de
Apelaciones respectiva, la cual queda autorizada para decretar las medidas que estime
necesarias para restablecer el imperio del derecho y para asegurar la debida protección del
agraviado.
2. Características principales.
2.1 Naturaleza jurídica: En cuanto a ello la doctrina es pacífica en puntualizar que
estamos ante la presencia de una verdadera acción constitucional, y no ante un recurso, a
pesar de que en las Actas de la Comisión de Estudios la única intervención al respecto fue
para señalar precisamente lo contrario. Sin embargo, en lo que sí hay controversia, es en el
ámbito de situar al recurso de protección dentro de las acciones. En mi opinión, ha quedado
demostrado por que el instituto en estudio se inscribe dentro de los llamados “procesos de
urgencia”, esto es, aquellos procesos en que por la urgencia o premura en solucionar la
cuestión planteada a fin de evitar la consumación de un daño que se teme pueda ocurrir,
(tutela preventiva en el caso de una amenaza), o que este daño se siga agravando, (cuando
ya se ha producido la privación o perturbación), y el tribunal no dispone de los medios para
79
agotar el conocimiento del asunto, no habiendo una etapa probatoria que permita sopesar
todos los antecedentes de hecho y de derecho que inciden en la causa.
2.2 Derechos protegidos: Los derechos que protege el instituto en referencia no son todos
los del artículo 19, sino sólo algunos, a saber: el N° 1, el N° 2, el N° 3, pero sólo en su
inciso 4°, el N° 4, el N° 5, el N° 6, el N° 8 cuando el acto, (no la omisión), sea imputable a
una autoridad o persona determinada, el N° 9, pero sólo en su inciso final, el N° 11, el N°
12, el N° 13, el N° 15, el N° 16, pero sólo sus cuatro primeros incisos, excluido lo relativo a
la justa retribución al trabajo; el N° 19, el N° 21, el N° 22, el N° 23, el N° 24 y el N° 25.
Como se aprecia, los derechos protegidos lo están por ser de naturaleza más bien
individual, y no social, esto es, no requieren para ser satisfechos de la puesta en marcha de
la capacidad económica del Estado.
2.3 Informalidad: El recurso de protección es informal en el sentido que puede ser
interpuesto no sólo por el afectado, sino que por cualquiera a su nombre, sin necesidad de
abogado patrocinante, y aun por telégrafo, télex, fax u otro medio análogo.
2.4 Sujeto activo: Puede ser cualquier persona, natural o jurídica, o algún tipo de ente
colectivo, o persona moral.
2.5 Sujeto pasivo: El sujeto pasivo de esta acción constitucional es el Estado, puesto que es
a él, a través del Poder Judicial, a quien toca “restablecer el imperio del derecho y asegurar
la debida protección del afectado”. Adicionalmente, también lo será el ofensor o agresor, si
se le conoce: prácticamente cualquier persona, natural o jurídica, autoridad política,
administrativa o judicial e inclusive, algunos sostienen que el Legislador.
2.6 Tribunal competente: Según el texto de la Constitución, él será “la Corte de
Apelaciones respectiva”. Ahora bien, “respectiva”, según el Auto acordado, será la Corte en
cuya jurisdicción se hubiere cometido el acto o incurrido en la omisión que se impugna
como arbitraria o ilegal. La segunda instancia estará a cargo de la Corte Suprema.
80
2.7 Plazo: Son quince días corridos. Se trata de un plazo fatal, de días, continuo, legal,
improrrogable y no susceptible de ampliarse por aplicación del artículo 259 del Código de
Procedimiento Civil. Este plazo se cuenta desde la ejecución del hecho o acto ilegal o
arbitrario, desde la ocurrencia de la omisión o bien, atendida la naturaleza de éstos, desde
que se hayan tenido noticias o adquirido un conocimiento cierto de los mismos.
2.8 Tramitación: Para ello tiene señalado un procedimiento concentrado e inquisitivo, que
se traduce básicamente en los siguientes pasos: presentación de la acción por el afectado o
por cualquiera a su nombre; solicitud de Informe respecto al agraviante por la Corte;
eventual rendición de pruebas por este último, período que se extiende desde la
presentación de la acción hasta la vista de la causa; eventual concesión por parte de la Corte
de una orden de no innovar, a fin de precaver que se produzcan, o evitar que se sigan
produciendo, los efectos dañosos del acto u omisión impugnada; colocación de la causa en
tabla y vista de ella; y finalmente fallo del recurso.
III EL RECURSO DE AMPARO ECONÓMICO.
1. Noción.
Del texto de la ley N° 18.971, que estableció el instituto procesal que ahora
estudiamos, se infiere que el amparo económico es la acción que cualquier persona puede
interponer ante la Corte de Apelaciones respectiva, a fin de denunciar las infracciones en
que se incurra respecto al artículo 19 N° 21 de la Constitución Política del Estado.
2. Características principales.
2.1 Contenido: Se estima hoy por hoy por la mayoría de la doctrina y de la jurisprudencia
que el objeto de esta acción es tutelar ambos incisos del N° 21 del artículo 19 de la
Constitución, esto es, tanto la libertad económica como la limitación impuesta al Estado
para desarrollar actividades empresariales. Sin embargo, a comienzos de la entrada en
vigencia de la ley que lo instituyó, tanto la literatura especializada como los fallos de los
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Tribunales sostenían que el objeto de la tutela era solamente el inciso 2°. Ello, basados en
poderosos argumentos históricos. Con todo, el claro tenor literal de la norma y el hecho de
que es un principio básico de hermenéutica constitucional el de interpretar extensivamente
las normas que se refieran a derechos y garantías de las personas, ha provocado que
actualmente sea un asunto relativamente pacífico lo que se señalaba al inicio de estas
líneas: La acción de amparo económico cubre tanto el inciso 1° como el inciso 2° del N° 21
del artículo 19 de la Carta Fundamental.
2.2 Naturaleza jurídica: Al igual que en el recurso de protección, aquí nos encontramos
ante una acción, y no ante un recurso. Asimismo, y a pesar de que la mayoría de la doctrina
sostenga que se trata de una acción de tipo cautelar, mi opinión se inclina por ver aquí más
bien un procedimiento de urgencia, tal y como ocurre con el recurso de protección.
2.3 Derecho protegido: Se trata tan solo del consagrado en el N° 21 del artículo 19 de la
Constitución Política, sin distinciones entre ninguno de sus incisos.
2.4 Informalidad: Por el hecho de hacerse la referencia en cuanto al procedimiento en la
ley N° 18.971 al recurso de amparo que protege la libertad individual y la seguridad
personal, debe entenderse que la acción que nos ocupa puede ser interpuesta no sólo por el
afectado, sino por cualquiera a su nombre, y aun por telégrafo, télex y eventualmente
correo electrónico. Por otro lado, siendo una acción popular, puede ser interpuesta por
cualquier persona, la cual no necesariamente deberá tener un interés actual en los resultados
del juicio.
2.5 Sujeto activo: Como se dijo, y según el texto de la ley, puede ser cualquier persona, sea
natural o jurídica, individual o colectiva, tenga o no personalidad, como por ejemplo
comunidades, asociaciones o agrupaciones.
2.6 Sujeto pasivo: Él es el Estado, vía órgano jurisdiccional, y el agresor al derecho si se lo
conoce.
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2.7 Tribunal competente: Él es “la Corte de Apelaciones respectiva”. Esta “será aquella
dentro de cuyo territorio jurisdiccional se hubiere cometido la infracción al artículo 19 N°
21 de la Constitución Política del Estado.
2.8 Plazo: Él es de seis meses desde que se hubiere producido la infracción.
2.9 Tramitación: Para ello tiene señalado un procedimiento concentrado e inquisitivo.
Consta a grandes rasgos de las siguientes fases: presentación de la acción ante la Corte de
Apelaciones que corresponda, solicitud de informe por parte de ésta a quien aparezca como
ofensor, fijándole un plazo breve y perentorio para ello; eventual rendición de prueba,
período que se extenderá desde la presentación de la solicitud de amparo hasta la vista de la
causa; eventual concesión de orden de no innovar; agregación de la causa en tabla y vista
de la misma; y finalmente fallo de la acción.
IV RECURSO DE PROTECCIÓN Y OTRAS ACCIONES.
1. Introducción.
Tal como se ha expuesto, tanto el recurso de protección como el recurso de
amparo económico tienen como objeto tutelar el artículo 19 N° 21 de la Constitución. Por
lo mismo, se plantea la interrogante de si pueden ambas acciones ser utilizadas conjunta o
sucesivamente en el evento de ser atacada esta garantía. En otros términos, lo que en
definitiva cabe dilucidar ahora es el sentido de la frase “sin perjuicio de los demás derechos
que, el afectado, pueda hacer valer ante la autoridad o los tribunales correspondientes”, que
ocupa la parte final del inciso 1° del articulo 20 de la Constitución.
En este punto, conviene tener presente que todo ello se inscribe dentro del
tema de la cosa juzgada que produce la sentencia que recae sobre la acción en cuestión, por
lo que es necesario distinguir, según si el recurso de protección haya sido acogido o
rechazado, para posteriormente presentar la misma situación, pero con respecto al amparo
económico.
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2. Recurso de protección y recurso de amparo económico.
En este punto lo que se debe establecer es, si existiendo un agravio de parte
de un sujeto al derecho constitucional de libre iniciativa económica, y el agraviado
interpone un recurso de protección, se podrá posteriormente, y una vez rechazado este
recurso, volverse sobre lo mismo a través de un amparo económico. Esto es, concurriendo
la consabida triple identidad de personas, cosa pedida y causa de pedir. ¿Se podrá ventilar
de nuevo la misma situación mediante la interposición de un recurso de amparo económico,
o bien de otras acciones que prevea el ordenamiento jurídico?. Para entender esto,
consideraremos si el recurso de protección en cuestión fue acogido o rechazado.
2.1 Recurso de protección acogido: En este caso, evidentemente la situación que
planteábamos no se producirá, ya que acogido que sea el recurso, no tendría sentido que el
recurrente accionara nuevamente. Acogido que sea el recurso, debe distinguirse entre:
a) Agravios provenientes de la Administración: En este caso, sea que el agravio hubiere
provenido de actuaciones administrativas, (actos jurídicos o materiales), sea que hubiere
provenido de una omisión, la respuesta es la misma: el recurso de protección produce en
este caso cosa juzgada material, puesto que el tribunal declarará la anti-juridicidad de la
actuación u omisión administrativa, o la nulidad del acto, por lo que no procederá declarar,
en un proceso posterior distinto, que el acto en realidad no era nulo o que la actuación u
omisión administrativa no eran anti-jurídicas: tal declaración produce sus efectos “erga
omnes”, por lo que no cabrá ya discutir más.
b) Agravios provenientes de un particular: En tal caso, la resolución recaída sobre la
acción de protección produce sólo cosa juzgada formal, por ello el recurrente puede volver
a plantear el conflicto a través del procedimiento que corresponda, para tratar de demostrar
que es a él al que le asiste la razón, y no al recurrente que obtuvo sentencia favorable en
sede de protección. Con todo, cabe hacer notar que tal posibilidad es extremadamente rara,
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tendiendo a transformarse la solución provisional del problema dada vía protección en su
solución definitiva.
2.2 Recurso de protección rechazado: En este caso sí se presenta el problema a que se
aludía al comienzo de este tema.
Se estima que la afirmativa es la respuesta correcta puesto que, sea que
provenga el agravio en cuestión de la Administración, sea que provenga de un particular, el
recurso de protección es “sin perjuicio de los demás derechos que, (el agraviado), pueda
hacer valer ante la autoridad o los tribunales correspondientes”, esto es, se produce sólo
cosa juzgada formal, por lo que puede volver a discutirse el mismo asunto valiéndose de
otros procedimientos. Lo anterior cobra aun más sentido si se piensa en que los fines que
persiguen ambas acciones son distintos: En uno, (el recurso de protección), el fin es recabar
protección, (valga la redundancia), de la Corte de Apelaciones por una privación,
perturbación o amenaza al derecho en cuestión; En el otro, (el recurso de amparo
económico), la finalidad es denunciar una infracción, esto es, por un lado, sólo colocar en
conocimiento de la autoridad pertinente el hecho de una infracción, para lo cual no es
necesario tener un interés actual en los hechos denunciados, (lo cual no quiere decir, por
cierto, que no se deba tener uno: Lo que señala la ley es simplemente que tal interés no
necesita ser “actual”); y por el otro lado la idea es la denuncia de una “infracción”, esto es,
de una vulneración, de una trasgresión o conculcación, de una contravención al derecho
consignado en el numeral 21 del artículo 19, lo cual puede o no haberse traducido en una
privación, perturbación o amenaza del mismo, por lo que perfectamente el recurso de
protección puede haber sido interpuesto para protegerse de una de estas últimas, y el
recurso de amparo económico podría ser interpuesto para precaverse de la primera, aunque
no necesariamente. Las ideas de “privación” y de “infracción” no son completamente
coincidentes, puesto que la primera alude más bien a una situación subjetiva, (a un despojo,
a un cercenamiento a la víctima, a un quitarle algo que se hallaba dentro de la esfera
subjetiva del agraviado), mientras que la segunda refiere a un estado objetivo; Como se
dijo, a una violación, trasgresión, desobediencia o desacato a una norma jurídica, cual es, el
ya mencionado N° 21 del artículo 19, y ello es porque la acción de amparo económico fue
85
concebida más como una especie de salvaguarda “institucional” por así decirlo, del derecho
en cuestión, antes que como una acción de carácter subjetivo, como lo es la protección.
Resumiendo, en el fondo, las acciones de protección y de amparo
económico tienen “pretensiones distintas”, por lo que son perfectamente compatibles, sea
concurrente, sea sucesivamente.
Por otro lado, la doctrina también parece inclinarse por esta postura, ya que
ha sostenido que, pudiendo ser insuficiente la acción de protección, nada obstaría a que se
recurriera al amparo económico. En efecto, se ha escrito que pueden intentarse para
reclamar de atentados en contra de ese precepto constitucional, tanto la acción legal
señalada, esto es, la de amparo económico, como la acción del recurso de protección, por
diferentes personas o sólo por el afectado, en épocas distintas o de manera simultánea. En
consecuencia, el Tribunal que conozca una de esas acciones no podrá, en caso alguno,
declararla improcedente o inadmisible por el hecho de que se haya deducido o esté
pendiente de fallo, en cualquier tribunal, otra acción protectora.
3. Recurso de amparo económico y recurso de protección.
Ahora nos colocamos en la situación contraria a la anterior, esto es,
interpuesto un recurso de amparo económico ¿es procedente volver sobre lo mismo
mediante un recurso de protección?.
Se estima que la respuesta correcta es la afirmativa. Y ello básicamente en
razón de los mismos argumentos que se dieron a propósito del recurso de protección, por lo
que no desarrollaré nuevamente el esquema seguido anteriormente. Con todo, creemos que
es útil puntualizar lo siguiente:
a) Si el recurso de amparo económico es más parecido en su naturaleza al recurso de
protección que al amparo penal, no se divisa la razón de no aplicarle la norma
constitucional relativa a que dicha acción es sin perjuicio de los demás derechos, como ya
se sostuvo, por lo que resultaría perfectamente razonable renovar la discusión a través de la
interposición de un recurso de protección.
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b) Sin embargo, debe tenerse presente que si el recurso de amparo económico es
interpuesto contra alguna actuación de la Administración, él operará, como ya se dijo, como
un verdadero contencioso-administrativo de anulación, por lo que el acto u omisión
declarado nulo o anti-jurídica, respectivamente, no podrá ser declarado válido o conforme a
derecho en un procedimiento posterior. En este sólo caso, el recurso de amparo económico
producirá cosa juzgada sustancial.
4. Recurso de protección y otras acciones.
En lo relativo a este punto, la interrogante ya se halla totalmente contestada
a la luz de lo expuesto con anterioridad: en efecto, debe insistirse que la mayoría de las
veces lo resuelto en sede protección posee un carácter provisional, transitorio, y todo lo que
en él se discuta puede ser posteriormente discutido en otro procedimiento, (con las
salvedades ya vistas, referidas a las actuaciones de la Administración), con adecuados
plazos de prueba para ambas partes y con mayores garantías que el procedimiento de
protección por su misma naturaleza de procedimiento de urgencia no da. Así, por ejemplo,
podría perfectamente entablarse la acción prevista en el D.L. N° 211 de 1973, sobre
Defensa de la Libre Competencia, o la acción de nulidad de los actos administrativos, si el
agravio provino de una actuación administrativa o, en fin, alguna de las acciones previstas
en leyes especiales, como la del Banco Central o la de Municipalidades.
5. Reconsideración administrativa y recurso de protección.
La reconsideración administrativa encuentra su base en la ley 18.575, (Ley
orgánica constitucional de Bases Generales de la Administración del Estado), que en su
artículo 9 prescribe a la letra: “Los actos administrativos serán impugnables mediante los
recursos que establezca la ley. Se podrá siempre interponer el de reposición ante el mismo
órgano del que hubiere emanado el acto respectivo y, cuando proceda, el recurso jerárquico,
ante el superior correspondiente, sin perjuicio de las acciones jurisdiccionales a que haya
lugar.” Esta disposición responde a la consagración de uno de los principios más básicos
relativos a la Administración del Estado, el principio de impugnabilidad de las decisiones
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administrativas, que viene a ser no otra cosa que una de las materializaciones del derecho
de petición, reconocido en el artículo 19 N° 14 de nuestra Constitución.
Definiendo este instituto, se puede decir que es aquel recurso que se
interpone ante la misma autoridad que hubiere dictado un acto o resolución administrativo
agraviante, a fin que lo modifique o revoque substituyéndolo por otro conforme a justicia.
De esta definición se desprende que la Administración tiene el poder de
volver a reexaminar completamente su actuación, tanto en los hechos como en el derecho,
siendo su fundamento la ilegitimidad o bien la inoportunidad del acto o decisión
impugnada, lo cual, sin duda, implica la posibilidad de impugnar las decisiones
administrativas por razones de justicia de acuerdo con los principios generales que
informan a todo recurso, máxime si se considera que al provocar la reposición una nueva
instancia, debe el órgano dirimente no sólo examinar la legitimidad de la actuación
impugnada, (competencia y forma), sino que también el mérito del acto, es decir, el fondo
de lo discrecional del acto mismo.
En cuanto a sus requisitos de interposición, son básicamente dos:
Formularse ante el mismo órgano o autoridad que emitió la decisión; y formalizarse por
escrito y fundadamente. Su tramitación se sujetará a un procedimiento breve y sumario y
por lo general será resuelto de plano, atendida la circunstancia que el juzgador ya se
encuentra en posesión de todos los antecedentes que le permitirán emitir un
pronunciamiento.
En relación al recurso jerárquico o de alzada, puede definírsele como aquel
que se interpone ante el órgano superior jerárquico del que ha dictado una resolución, con
el fin de que sea revisada, para que en su día, se dicte en su lugar otra nueva. Afecta al
fondo del asunto aunque también puede alegarse en él mismo defectos de forma que no
hubieren sido objeto de recurso especial. Este recurso es el admitido como el medio normal
de impugnar las resoluciones administrativas.
La interposición de tal recurso jerárquico se formulará, obviamente, ante el
superior jerárquico del ente u organismo del cual haya emanado la decisión, por escrito y
fundadamente, indicando lo pedido y solicitando que se revoque la decisión en cuestión y
que proceda a dictarse una nueva acorde con las pretensiones del agraviado. La tramitación
que se le dará usualmente será rápida y sumaria, pero en todo caso menos simple que la de
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la reposición, ya que al superior jerárquico deberá ponérsele en conocimiento de todos los
antecedentes, y será necesario además concederle una audiencia al recurrente, además de,
eventualmente, rendir nuevas pruebas, oír a otros organismos asesores, practicar
investigaciones, etc.
La característica común de ambos institutos es básicamente el carecer de
plazo para ser interpuestos, ello no solamente porque la ley señala que “siempre” podrán
interponerse, sino porque en definitiva, y como ya se observó, estos recursos no son más
que una manifestación pormenorizada del derecho de petición consagrado por la
Constitución, y este obviamente no tiene límite de plazo, y por otro lado porque si el acto
administrativo impugnado tiene un vicio, este nunca podrá sanearse por el transcurso del
tiempo.
Ahora bien, el problema que se presenta con respecto al recurso de
reconsideración y al jerárquico en relación al recurso de protección es el siguiente: Dictado
que sea un acto administrativo agraviante, ¿debe recurrirse primero de protección, y
posteriormente intentar la vía administrativa, o al revés, agotar la vía administrativa para
luego recurrir de protección?.
Aparentemente, la segunda opción es la más correcta puesto que existiendo
una vía o procedimiento administrativo, debe estarse a él, y si a pesar de la interposición de
tales recursos la Administración se niega a enmendar el acto impugnado, cabría la
protección dado que, en nuestro sentir, el acto agraviante sería el último, vale decir, el acto
administrativo de decisión del recurso y que denegó la modificación o revocación del
primer acto agraviante.
Sin embargo, la opinión contraria sostiene que ello no es así, básicamente
por un asunto de plazo, ya que entiende que el agravio se configuraría con la dictación del
primer acto administrativo, por lo que al interponerse posteriormente reposición, y ser
denegada ésta, lo más probable es que ya haya pasado el plazo de quince días para
interponer el recurso de protección.
Debido a ello es que, en la práctica, es más útil siempre interponer un
recurso de protección primero, y si éste no prosperara, intentar la reconsideración o el
recurso jerárquico, (u otros medios de lato conocimiento), porque por un lado estas últimas
no tienen plazo; y por otro porque el recurso de protección es “sin perjuicio de los demás
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derechos...”, aunque lo más probable es que si no se dio lugar a este tampoco se de lugar a
las primeras.
V OTROS MEDIOS ORDINARIOS DE TUTELA DE LA LIBERTAD
ECONÓMICA.
1. La acción de nulidad de los actos administrativos.
La nulidad de un acto administrativo es consecuencia o efecto de la
infracción o violación por parte de la Administración del principio de “legalidad”
administrativa, el cual se traduce en la sujeción, esto es, en el sometimiento o
subordinación total y plena, integral, tanto del Estado como de sus Órganos, al Derecho,
entendido este último de manera amplia, esto es, como sinónimo de ordenamiento jurídico.
Lo anterior implica que el acto en cuestión no podrá nunca nacer a la vida
del Derecho.
La pretensión de nulidad se encuentra establecida en el artículo 7 de la
Constitución, y la acción propiamente tal se desprende tanto del artículo 50 inciso 4° como
del 19 N° 3 inciso 1° y 14.
La naturaleza jurídica de la acción de nulidad es la de ser una acción
“declarativa”, puesto que sencillamente reconoce que el acto impugnado es nulo desde su
origen. De consiguiente, los efectos de la sentencia que la declara se retrotraen hasta el
momento de la dictación del acto.
En relación a la legitimación activa, se ha sostenido que ella no es
subjetiva, sino objetiva, esto es, corresponde a cualquier persona solicitar que se declare.
En la práctica, los efectos son los mismos que si se tratara de una acción popular, la
diferencia radica en que la acción de nulidad es una especie de “salvaguarda institucional”
podría decirse, a la manera aunque en otro ámbito, del contenido esencial de los derechos,
(artículo 19 N° 26), o el amparo económico, (ley N° 18.971), puesto que ella se funda en
definitiva en la defensa del principio de supremacía constitucional, defensa que por cierto
corresponde a todos ya sean gobernantes o gobernados, (artículo 6 inciso 2°). Consecuencia
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de ello, es que dicha nulidad puede y debe ser declarada de oficio por cualquier tribunal que
se encuentre conociendo de un proceso en donde se esté tratando de dar aplicación a un
acto administrativo nulo, o sea, no necesariamente debe tratarse de un procedimiento
específico incoado con el objeto de que se declare la nulidad del acto.
Ahora bien, ¿de qué modo concreto un acto administrativo puede entrar a
coartar o menoscabar la libertad económica, de forma tal que pueda eventualmente ser
declarado nulo?.
A este respecto, debemos aclarar que las hipótesis son amplísimas, desde
que el autor del acto sea incompetente, (infracción al articulo 7 inciso 1°), hasta que haya
utilizado la potestad de que se halla investido de una manera arbitrada, (infringiendo el
artículo 19 N° 2 y 22). En este sentido, es importante anotar que usualmente, si se vulnera
un derecho, generalmente también son vulnerados otros, por lo que resulta difícil
determinar cuando y en qué circunstancias resultaría violado sólo el derecho a la libre
iniciativa económica.
Con todo, creemos que es posible al menos delinear un par de hipótesis en
las que un acto administrativo vulnerada específicamente el N° 21 del artículo 19:
a) Mediante una prohibición que efectuara de una actividad económica lícita. Recordemos a
este respecto que la prohibición de una actividad económica sólo le corresponde hacerla al
juez en un debido proceso, por lo que la autoridad mal podría dictar un acto administrativo
prohibiendo una actividad económica.
b) Mediante la regulación de una actividad económica, cuestión entregada por el
Constituyente expresa y excluyentemente a la ley, al Legislador y no al Administrador.
Nótese cómo en las dos hipótesis planteadas, la norma violada no está
constituida solamente por el artículo 19 N° 21, sino que, implícitamente, también se están
pasando a llevar los artículos 6 y 7 de la Carta Magna, en relación con los artículos 1°
inciso 4° y 5° inciso 2°.
Finalmente, es menester hacer notar que usualmente ella no es mayormente
utilizada, al menos para defender la garantía de la libertad económica, básicamente por el
hecho de que debe ser tramitada de conformidad al procedimiento ordinario. Más rápido y
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expedito es evidentemente el recurso de protección, aunque muchas veces puede perderse
debido al plazo con que se cuenta. Por lo tanto, la vía más idónea para atacar un acto
administrativo que vulnere el artículo 19 N° 21 de la Carta Fundamental es más bien el
amparo económico, el cual fue precisamente concebido para defenderse ante situaciones de
esta u otra naturaleza. Lo anterior cobra mayor sentido aun si se piensa que en el caso
específico que nos ocupa, esta última acción operará como un verdadero contencioso-
administrativo de anulación.
En síntesis, la acción de nulidad de los actos administrativos es una
herramienta jurídica perfectamente utilizable para salvaguardar la supremacía
constitucional en general, y el derecho a desarrollar actividades económicas en particular.
Sin embargo, tanto por el hecho de hallarse sometida en cuanto al procedimiento al juicio
ordinario como por la circunstancia de que existen otras acciones más rápidas y eficaces
para tutelar dicho derecho, pensamos que en definitiva ella debe ser ocupada sólo como
“último recurso”, cuando por algún motivo no sea posible recurrir a las acciones de amparo
económico o protección.
2. Acciones establecidas en leyes especiales.
2.1 D.L. N° 211, sobre Defensa de la Libre Competencia: Este cuerpo legal sanciona a
cualquiera “. . .que ejecute o celebre, individual o colectivamente, cualquier hecho, acto o
convención que tienda a impedir la libre competencia dentro del país en las actividades
económicas, tanto en las de carácter interno como en las relativas al comercio exterior”,
siendo penado el infractor con presidio menor en cualquiera de sus grados si llegara a
incurrir en tal conducta, y elevándose esta pena en un grado cuando el delito guarde
relación con artículos o servicios esenciales, tales como alimentación, vestuario, vivienda,
medicina o salud.
Aquí vemos una clarísima y diáfana aplicación del principio contenido en
el artículo 19 N° 21 de la Constitución el cual, como ya se explicó, es el fundamento
inmediato y directo de toda esta legislación, teniendo ella en su centro el principio jurídico
de autonomía privada. En otras palabras, si una persona eventualmente se siente lesionada
en su derecho a desarrollar una actividad económica, tiene a lo menos tres tipos de acciones
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con las cuales defenderse del ejercicio arbitrario de poder, (sea este público o privado), que
le impide el disfrute total de tal derecho, a saber, el recurso de protección, el recurso de
amparo económico y las acciones de lato conocimiento que consagra el D.L. referido,
consistentes básicamente en acciones penales, (para la persecución del delito de
monopolio), pero también, y será lo usual, se contemplan acciones civiles, (a fin de que se
declare la nulidad del acto atentatorio contra la libre competencia, la responsabilidad civil
de una persona si el acto causó daño o, incluso, la disolución de la persona jurídica a través
de la cual se haya cometido el delito de monopolio), y meramente administrativas,
(tendientes a lograr que se imponga una multa al sujeto infractor).
2.2 Ley General de Bancos: En el ámbito específico de la actividad económica bancaria,
también se contempla una acción de carácter jurisdiccional a objeto de reclamar de las
sanciones administrativas que imponga el órgano fiscalizador de este mercado, esto es, la
Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras. La disposición en cuestión señala:
‘Todas las multas que las leyes establecen y que corresponda aplicar a la Superintendencia
serán impuestas administrativamente por el Superintendente al infractor y deberán ser
pagadas dentro del plazo de diez días contado desde que se comunique la resolución
respectiva.
El afectado podrá reclamar ante la Corte de Apelaciones correspondiente al
domicilio de la empresa salvo que ella tenga oficina en Santiago, caso en el cual será
competente la Corte de Apelaciones de Santiago. El reclamo deberá formularse dentro del
plazo de diez días contado desde el entero de la multa, siempre que dicho entero se haya
efectuado dentro del plazo. La Corte dará traslado por seis días al Superintendente y
evacuado dicho trámite o acusada la correspondiente rebeldía, la Corte dictará sentencia en
el término de treinta días sin ulterior recurso.
También podrán reclamarse, con sujeción al mismo procedimiento, las
resoluciones de la Superintendencia que impongan las prohibiciones o limitaciones
contenidas en el artículo 20; que designen inspector delegado o administrador provisional,
o renueven esas designaciones; revoquen la autorización de existencia o resuelvan la
liquidación forzosa. En estos casos la reclamación deberá interponerse dentro de los diez
días siguientes a la fecha de comunicación de la resolución y deberá ser suscrita por la
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mayoría de los directores de la empresa afectada, aun cuando sus funciones hayan quedado
suspendidas o terminadas por efecto de la resolución reclamada. Por la interposición del
reclamo no se suspenderán los efectos de la resolución ni podrá la Corte decretar medida
alguna con ese objeto mientras se encuentre pendiente la reclamación.48
Como puede observarse tras la lectura de esta disposición, estamos frente a
un recurso contencioso-administrativo que tiene por objeto que un tribunal, (la Corte de
Apelaciones), revise lo obrado por un órgano de la Administración, (la Superintendencia de
Bancos), en uso de las potestades de las cuales se halla investido las cuales, por cierto,
pueden afectar gravemente la autonomía de la persona jurídica fiscalizada.
Tratase aquí de un recurso de ilegalidad, semejante en su estructura más
bien al recurso de apelación. En este sentido, la ilegalidad que pudo haber dado origen a la
interposición de la reclamación en comento puede ser cualquiera; desde que el órgano
fiscalizador no se ajustó en su decisión a los cánones exigidos por el debido proceso, hasta
la extralimitación en sus atribuciones por parte del Superintendente.
Ahora bien, como es sabido, toda ilegalidad lleva en sí un germen de
inconstitucionalidad. En este caso, puede no haberse atentado directa o groseramente contra
la garantía del N° 21 del artículo 19 de la Constitución, pero sí, obviamente, contra los
artículos 6 y 7, siendo en el fondo entonces esta acción, un modo o manera de salvaguardar
el principio de juridicidad.
2.3 Ley Orgánica Constitucional del Banco Central: El artículo 69 de la ley referida
prescribe a la letra que: “De los acuerdos, reglamentos, resoluciones, órdenes o
instrucciones que el Banco dicte en el ejercicio de las facultades establecidas en los
artículos 34, 35, 36, 58 y 61, y en el párrafo octavo del Título III, que se estimen ilegales,
podrá reclamarse por el interesado ante la Corte de Apelaciones de Santiago, la que
conocerá en sala, en la forma y condiciones que se señalan en el presente Título.
El plazo para interponer la reclamación será de quince días hábiles
contados desde la fecha de notificación del acuerdo, reglamento, resolución, orden o
instrucción que se reclama.
48 Art. 22, D.F.L. N° 3, que fija texto refundido, sistematizado y concordado de la Ley General de Bancos.
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Al interponerse el recurso, deberá acompañarse boleta de consignación, a
la orden del tribunal, por el equivalente al uno por ciento del monto total de la operación o
del perjuicio que se reclama. Para el cálculo de este porcentaje, se empleará el valor que
resulte mayor. En todo caso, el monto máximo de la consignación no podrá ser superior a
seiscientas unidades tributarias mensuales.
En el fondo, aquí nuevamente nos encontramos con un órgano de la
Administración del Estado, (aunque no de “Administración fiscalizadora” como en el caso
anterior, sino de “Administración autónoma”), que sea en uso de sus potestades normativas,
sea por la aplicación de sanciones a los sujetos que actúan dentro de este mercado, puede
incurrir en excesos o ilegalidades, los que pueden ser corregidos por la Corte de
Apelaciones encargada de ello mediante la adopción de “las medidas necesarias para poner
remedio al hecho o acto que motivó la reclamación.”49
En este caso se aprecia con mucha mayor claridad el aspecto de recurso de
derecho estricto que presentan estas reclamaciones, puesto que el artículo 70 de la misma
ley exige que el reclamante deba indicar en su escrito la ley que se supone infringida con
precisión, la manera en que tal infracción se ha producido, los motivos por los cuales
estima que el acuerdo, reglamento, resolución, orden o instrucción lo perjudican y la
cantidad de dinero en que aprecia el perjuicio.
2.4 Acciones penales: Finalmente, estimamos del caso también referirnos, aunque sea de
una manera muy sucinta y breve, a la protección penal dispensada al artículo 19 N° 21, (así
como a otros preceptos), de la Carta Fundamental, en el Titulo III, párrafo IV del Código
Penal, titulado “De los agravios inferidos por funcionarios públicos a los derechos
garantidos por la Constitución”. Nos referimos específicamente a lo que dispone el artículo
158 N° 2 del citado Código, el cual sanciona con la pena de suspensión en sus grados
mínimo a medio si gozare de renta, y la de reclusión menor en su grado mínimo o multa de
once a veinte sueldos vitales, cuando prestare servicios gratuitos, al empleado público que
“prohibiere un trabajo o industria que no se oponga a la ley, a las buenas costumbres,
seguridad y salubridad públicas.”
49 Art. 73 inc. 1°, Ley Orgánica Constitucional del Banco Central.
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Evidentemente, tal artículo se dictó bajo la vigencia de la Constitución de
1833, por lo que la referencia debe entenderse hecha al artículo 151 de tal Carta Magna. Sin
embargo, pensamos que la disposición en comento no puede entenderse simplemente
derogada por no estar ya vigente el Código fundamental respectivo. Por el contrario,
razonable sería sostener que la referencia debe entenderse hecha ahora a los N° 16 y 21 de
la actual Carta Magna que, como se ha visto, fueron separados más por fines de nitidez en
la definición de libertades y derechos, antes que por el deseo de crear otros nuevos.
96
VI CONCLUSIONES.
Luego de haber analizado la libertad económica y los antecedentes
entregados por la historia jurídico-constitucional, podemos concluir lo siguiente:
1. La libertad económica es un valor inherente a los orígenes mismos de las libertades del
hombre, tal como las conocemos modernamente, y que se manifiestan en el nacimiento y
evolución del constitucionalismo, pudiendo señalarse que no es más que una manifestación
del principio de libertad personal, y por lo tanto debe contar con la misma importancia
otorgada a este principio.
2. Que a pesar de lo anterior, existió un periodo en la historia en que se intentó bajar el
perfil a su valor, dando origen a atentados en su contra, que se tradujeron en embestidas y
atropellos de otros derechos.
3. Por otro lado, finalmente se ha llegado a un estado en que se reconoce que las personas
no pueden ser divididas, por lo que no pueden ni deben tener o poseer derechos en un
ámbito, mientras que en otros se les niegan.
4. En lo referido específicamente a nuestra historia jurídica, se ha pasado por estas tres
etapas: El surgimiento, Declinación y Resurgimiento de esta libertad, cuya manifestación es
la aprobación de una nueva Constitución que hoy rige los destinos de nuestro país, y en la
consagración de derechos y de principios no habían sido reconocidos anteriormente.
5. A lo largo de este trabajo fuimos aterrizando distintos aspectos en relación a los
conceptos de Orden Público Económico y de Constitución económica, además de deducir
de las normas componentes de esta última el régimen económico al cual adhiere el
Constituyente de 1980. Junto a ello se analizó la norma constitucional en torno a la cual
gira el concepto de Orden Público Económico, constatándose distintos elementos que
confirman la primacía de las personas en materias económicas y la regla general de libertad
97
en estas, lo cual no obsta a la regulación a que haya lugar. Un resumen de todos los temas
analizados puede consignar lo siguiente:
a) El Orden Público Económico en la Constitución de 1980 puede conceptuarse como el
adecuado modo de relación de todos los diversos elementos de naturaleza económica
presentes en la sociedad, que permita a todos los agentes económicos, en la mayor medida
posible y en un marco subsidiario, el disfrute de sus garantías constitucionales de naturaleza
económica de forma tal de contribuir al bien común y a la plena realización de la persona
humana. Esta idea arranca del texto y espíritu constitucional, y es solo una aplicación al
ámbito económico del antiguo concepto de “Orden Público”, que siempre se ha ligado a la
salvaguarda de los principios básicos de la sociedad.
b) Puede concluirse que el Constituyente opta por el régimen económico de economía
social de mercado, ya que por un lado reconoce en este el medio por excelencia a través del
cual se dará la asignación de los recursos, y por otro porque se le encarga al Estado un
papel moderador y regulador de la organización de la actividad económica, con plena
armonía con el principio de la subsidiariedad.
c) La garantía principal en torno a la cual se desarrolla el Orden Público Económico, es el
artículo 19 N° 21 de la Constitución Política, al enunciar la regla general de actuación
privada en la actividad económica en su inciso 1°, estableciendo los límites amplísimos
dentro de los cuales ella puede ser desarrollada, y abordar la excepcional actuación estatal
en las mismas materias en su inciso 2°.
6.- Por último, pero no por ello menos importante, las declaraciones de derechos, por más
perfectas que sean, deben contar con un mecanismo eficaz de recursos o acciones que
permitan a los jueces velar por el respeto de estos derechos. En la materia objeto de este
trabajo de nada hubiese servido el hecho de la consagración de la libertad económica, sin
contar con una tutela jurisdiccional con la cual, llegado el caso, protegerse en caso de ser
atropellada dicha libertad. Este mecanismo ha sido el recurso de protección.
98
Afortunadamente, no es éste el único medio para defender este derecho, ya que
también se cuenta con la acción de “amparo económico”, y otras acciones o recursos que
pudieren ser intentados para proteger la libertad económica, los cuales fueron sucintamente
reseñados.
99
BIBLIOGRAFÍA.
I TRATADOS Y LIBROS.
1.- Cea Egaña, José Luis: “Tratado de la Constitución de 1980”. Editorial Jurídica de Chile,
1988.
2.- Evans de la Cuadra, Enrique: “Los Derechos Constitucionales”. T. II. Edtorial Jurídica
de Chile, 1986.
3.- Quinzio F., Jorge Mario: “Manual de Derecho Constitucional”. Editorial Jurídica de
Chile, 1969.
4.- Silva Bascuñan, Alejandro: “Tratado de Derecho Constitucional”. Editorial Jurídica de
Chile, 1963.
5.- Valencia Avaria, Luis: “Anales de la República”. Editorial Andrés Bello, 2° edición,
1986.
II ARTÍCULOS Y TRABAJOS ESPECIALIZADOS.
1.- Cea Egaña, José Luis: “Notas sobre Orden Público Económico”. En “Gaceta Jurídica”
N° 135, Septiembre de 1991.
2.- Cruz Cruz, J.: voz “Orden”. En “Gran Enciclopedia Rialp”. T. XVII. Ediciones Rialp,
Madrid, 1973.
3.- Edwards, Alberto: “La Constitución de 1833”. En “Revista Chilena de Derecho”, Vol. II
N° 1, 1975, págs. 5-11.
100
4.- Pierry Arrau, Pedro: “Algunos aspectos de la actividad empresarial del Estado”. En
“Revista de Derecho Público” N° 37-38. Universidad de Chile. Facultad de Derecho.
Departamento de Derecho Público, 1985, págs. 219-239.
5.- Precht Pizarro, Jorge: “El Estado empresario: análisis de la legislación complementaria
constitucional”. En “Revista Chilena de Derecho”, Vol. XIV N° 1, 1987, págs. 127-140.
6.- Puy Muñoz, F.: voz “Orden”, acepción en Filosofía del Derecho. En “Gran Enciclopedia
Rialp”, T. XVII. Ediciones Rialp, Madrid, 1973.
7.- Smith, Juan Carlos: voz “Orden Público”. En “Enciclopedia Jurídica OMEBA”, T. XXI.
Editorial Ancalo, Buenos Aires, s/a.
8.- Soto Kloss, Eduardo: “La actividad económica en la Constitución Política de la
República de Chile (La primacía de la persona humana)”. En “Ius Publicum” N° 2. Escuela
de Derecho. Universidad Santo Tomás, 1999, págs. 119-128.
9.- Streeter Prieto, Jorge: “El Orden Público Económico”. Materiales de trabajo.
Universidad de Chile. Facultad de Derecho, Noviembre de 1985.
10.- Urenda Zegers, Carlos: “El Estado empresario: visión de un abogado”. En “Revista
Chilena de Derecho”. Vol. XIV N° 1, 1987, págs. 147-156.
11.- Verdugo Marinkovic, Mario: “Los principios del constitucionalismo clásico en los
ordenamientos fundamentales de Chile”. En “Revista de Derecho Público” N° 19-20.
Universidad de Chile. Facultad de Derecho, 1976, págs. 117-143.
101
III DICCIONARIOS Y OTROS DOCUMENTOS.
1.- “Actas de la Comisión de Estudios de la Nueva Constitución”. Santiago, 1976, sesiones
388, 393, 394, 398 y 399.
2.- “Declaración de Principios del Gobierno de Chile”. Editora Nacional Gabriela Mistral,
1974, págs. 16-18.
3.- “Diccionario de la Lengua Española”. Real Academia Española. Editorial Espasa-Calpe,
1992.
4.- Revista de Derecho y Jurisprudencia, T. LXXXVIII, N° 2, 1991, secc. V, págs. 201-
205.
IV CÓDIGOS, LEYES Y OTRAS NORMAS JURÍDICAS.
1.- Código Civil.
2.- Código de Procedimiento Civil.
3.- Código Penal.
4.- Constitución Política de la República de Chile.
5.- D.L. 211, que fija Normas para la Defensa de la Libre Competencia.
6.- Ley 18.575, Ley Orgánica Constitucional de Bases Generales de la Administración de
Estado.
7.- Ley 18.971, que establece el Recurso de Amparo Económico.
102
8.- D.F.L. N° 3, Ley General de Bancos.
9.- Ley Orgánica Constitucional del Banco Central.
103
INDICE.
INTRODUCCIÓN………..………………………………………………………………...4
CAPITULO I: EL ORDEN PÚBLICO ECONÓMICO
I DIFICULTADES QUE PRESENTA EL CONCEPTO……...……………………………6
II FORMACION DEL CONCEPTO…...……………………………………………….….7
1. Concepto de “Orden”………………………………………………………………….….7
2. Concepto de “Público”……………………………………………………………………8
2.1 Expresiones de “Orden Público”………………………………………………………...8
a) Orden Público de policía………………………………………………………………….8
b) Orden Público clásico…………………………………………………………………….9
c) Orden Público del Estado……………………………………………………………….10
d) Orden Público Económico………………………………………………………………10
3. El Orden Público Económico……………………………………………………………11
3.1 Evolución histórica……………………………………………………………………..11
3.2. Orden Público Económico y Sistema Económico…………………………………….12
a) La economía de mercado capitalista…………………………………………………….12
b) La economía planificada colectivista……………………………………………………14
c) La economía “mixta”……………………………………………………………………16
3.3 Dificultades que presenta el concepto y contenidos del Orden Público Económico…..17
3.4 Funciones del Orden Público Económico……………………………………………...27
a) Dirigir la economía……………………………………………………………………...27
b) Protección del contratante débil………………………………………………………...28
c) fomentar actividades económicas……………………………………………………….28
4. Concepto jurisprudencial………………………………………………………………..28
104
III CONSTITUCIONALIZACION DEL ORDEN PÚBLICO ECONÓMICO.
1. CUESTIONES PREVIAS……………………………………………………………….29
2. CONSTITUCIÓN Y ECONOMÍA……………………………………………………...31
2.1 La Constitución debe consagrar el marco básico en donde se desarrollará la actividad
económica………………………………………………………………………………….31
2.2 Constitución y Régimen económico…………………………………………………...33
a) Precisiones.......………………………………………………………………………….33
b) El Régimen económico en nuestra Constitución………………………………………..35
CAPITULO II: LA LIBERTAD ECONÓMICA.
I LIBERTAD ECONÓMICA
1. Planteamiento……………………………………………………………………………40
2. Noción…………………………………………………………………………………...40
3. Evolución histórica de la libertad económica…………………………………………...43
3.1 Introducción……………………………………………………………………………43
3.2 Reglamento para el arreglo de la autoridad ejecutiva provisoria de Chile de 1811…...44
3.3 Reglamento Constitucional Provisorio de 1812………………………………………..44
3.4 Reglamento para el Gobierno Provisorio de 1814……………………………………..45
3.5 Constitución Provisoria para el Estado de Chile de 1818……………………………...45
3.6 Constitución Política del Estado de Chile de 1822………………………………….…46
3.7 Constitución Política del Estado de Chile de 1823……………………………….……47
3.8 Constitución Política de la República de Chile de 1828…………………………….…48
3.9 Constitución Política de la República Chilena de 1833…………………………..……49
3.10 Constitución Política de la República de Chile de 1925…………………………...…49
3.11 Conclusiones……………………………………………………………………….…52
105
II EL ARTÍCULO 19 N° 21 INCISO 1° DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA
REPÚBLICA.
1. Texto………………………………………………………………………………….…53
2. Análisis de la norma…………………………………………………………………..…53
III NOCIÓN JURÍDICA DE LIBERTAD ECONÓMICA…...……………………………59
IV BASES DEL PRINCIPIO DE LIBERTAD ECONÓMICA.
1. Principio de subsidiariedad……………………………………………………………...60
2. Limitación al Estado para desarrollar actividades empresariales………...…….……….66
2.1 El Estado empresario…………………………………………………………………..66
2.2 Análisis de la norma constitucional……………………………………………………68
a) Texto………………………………………………………………………………….…68
b) Naturaleza jurídica………………………………………………………………………68
c) Carácter de la norma………………………………………………………………….…68
d) Sentido de las distintitas expresiones contenidas en la norma……………………….…69
e) Sentido de la expresión “actividades empresariales”……………………………...……71
f) El “desarrollo” de actividades empresariales……………………………………………72
g) Carácter de Ley de Quórum Calificado…………………………………………………73
h) Sentido de la expresión “la legislación común aplicable a los particulares”….………...73
i) Excepciones………………………………………………………………………...……74
V CONCLUSIONES…..…………………………………………………………….……74
CAPITULO III: TUTELA JURISDICCIONAL DE LA LIBERTAD ECONÓMICA.
I. INTRODUCCIÓN………………...……………………………………………………..76
II. EL RECURSO DE PROTECCIÓN.
106
1. Noción………………………………………………………………………………...…77
2. Características principales………………………………………………………………77
2.1 Naturaleza jurídica…………………………………………………………………..…77
2.2 Derechos protegidos……………………………………………………………………78
2.3 Informalidad……………………………………………………………………………78
2.4 Sujeto activo……………………………………………………………………………78
2.5 Sujeto pasivo………………………………………………………………………...…78
2.6 Tribunal competente………………………………………………………………...…78
2.7 Plazo……………………………………………………………………………………79
2.8 Tramitación……………………………………………………………………….……79
III EL RECURSO DE AMPARO ECONÓMICO.
1. Noción………………………………………………………………………...…………79
2. Características principales………………………………………………………………79
2.1 Contenido………………………………………………………………………………79
2.2 Naturaleza jurídica…………………………………………………………………..…80
2.3 Derecho protegido…………………………………………………………………...…80
2.4 Informalidad……………………………………………………………………………80
2.5 Sujeto activo……………………………………………………………………………80
2.6 Sujeto Pasivo………………………………………………………………………...…80
2.7 Tribunal Competente…………………………………………………………...………81
2.8 Plazo……………………………………………………………………………………81
2.9 Tramitación………………………………………………………………………….…81
IV RECURSO DE PROTECCIÓN Y OTRAS ACCIONES.
1. Introducción…………………………………………………………………………..…81
2. Recurso de protección y recurso de amparo económico…………………………...……82
2.1 Recurso de protección acogido……………………………………………………...…82
107
2.2 Recurso de protección rechazado………………………………………………………83
3. Recurso de Amparo Económico y Recurso de Protección………………………………84
4. Recurso de Protección y otras acciones…………………………………………………85
5. Reconsideración administrativa y recurso de protección……………………………..…85
V OTROS MEDIOS ORDINARIOS DE TUTELA DE LA LIBERTAD ECONÓMICA.
1. Acción de nulidad de los actos administrativos…………………………………………88
2. Acciones establecidas en leyes especiales………………………………………………90
2.1 Decreto Ley N° 211 sobre Defensa de la Libre Competencia…………………………90
2.2 Ley General de Bancos……...…………………………………………………………91
2.3 Ley Orgánica Constitucional del Banco Central………………………………….……92
2.4 Acciones Penales………………………………………………………………….……93
VI CONCLUSIONES……………………………………………………………………95
BIBLIOGRAFIA………..…………………………………………………………...…….98