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ESTANISLAO ZULETA ASOCIACION NACIONAL DE USUARIOS CAMPESINOS LA TIERRA EN COLOMBIA 6 CUADERNOS LA OVEJA NEGRA

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Obra que comprende una publicación de la asociación nacional de usuarios campesinos y un escrito del filósofo colombiano Estanislao Zuleta.

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ESTANISLAO ZULETA

ASOCIACION NACIONAL DE USUARIOS CAMPESINOS

LA TIERRA EN COLOMBIA

6

CUADERNOS LA OVEJA NEGRA

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LA

EN COLOMBIA

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ESTANISLAO ZULETA

ASOCIACION NACIONAL DE USUARIOS CAMPESINOS

LA TIERRA EN COLOMBIA

EDITORIAL LA OVEJA NEGRA

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Primera edición: jimio de 1973. Editorial La Oveja Negra Ltda. Corrección: Walter Correa Cadavid.

Impreso y hecho en Colombia. Printed and made in Colombia.

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C O N T E N I D O :

PROLOGO 7

Estanislao Zuleta

PROCESO EVOLUTIVO DE LA PROPIEDAD 9I. Encomienda, mita y resguardo 16

II. Siglo XIX ........„.... ;.... ..................... 30

ANUC

EL CAFE Y EL MOVIMIENTO CAMPESINO

I. Importancia de la agricultura ca­fetera 45

II. La propiedad de la tierra 47III. Evolución del tamaño de las fincas 51IV Monopolización de la producción

y concentración de los ingresos. .. 56V Sobre el arrendamiento 63

VI. Papel del imperialismo yanqui enel mercado cafetero 66

VII. La política cafetera de la granburguesía 71

VIII. Antecedentes del movimiento cam­pesino en las zonas cafeteras 80

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IX. Perspectivas del nuevo ascenso del movimiento campesino

X. Consideraciones sobre el movi­miento campesino en la zona ca­fetera

ANUC

CONSIDERACIONES SOBRE LA LUCHAEN EL CAMPO COLOMBIANO

I. Raíces históricas de la lucha delcampesinado......................*.............

II. Algunas anotaciones sobre la lu­cha de clases en el campo

III. Consideraciones políticas sobre la cuestión agraria

. IV Perspectivas del movimiento cam­pesino colombiano

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PROLOGO CUADERNO N- 6

En el artículo de Estanislao Zuleta se hace un buen recuento del desarrollo de las formas de te­nencia de la tierra en Colombia desde la época de la colonia.

En los otros dos artículos se analiza el movimien­to campesino actual y el contexto socioeconómico en el cual se desarrolla. Ya era tiempo de que las discusiones sobre la tierra en Colombia dejaran de apoyarse exclusivamente en textos clásicos marxistas para tratar de descubrir contradicciones entre “la burguesía” y “los latifundistas” o para detectar “re­siduos feudales” en el campo, que de hecho cumplen funciones que deben ser definidas independiente­mente del nombre que se le dé al conjunto. Más importante que fabricar nombres es analizar, mos­trar relaciones, ver qué papel cumplen las diferentes capas campesinas y sacar conclusiones. Hacer lo con­trario sería colocar la carreta delante del caballo.

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I"'

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PROCESO EVOLUTIVO DE LA PROPIEDAD

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El problema de tierras se remonta hasta el perío­do inmediato posterior a la Conquista cuando se planteó la cuestión del trato que iba a dársele a los indios; cuestión en la que se definía en última ins­tancia el régimen agrario del futuro. Si se llegaba a un sistema de esclavitud total y generalizado que ponía en peligro de destrucción la mano de obra au­tóctona, se crearía una forma de explotación de tipo de las plantaciones tropicales para exportación a la metrópoli, si por el contrario se introducían normas para proteger la mano de obra indígena de civiliza­ciones agrarias y explotarla en forma de servidum­bre, se produciría una civilización de altiplanos, de­dicada en buena parte ál autoabastecimiento con una organización económica de tipo feudal. En realidad ambas cosas ocurrieron, pero la segunda forma pre­dominó casi desde el principio y en ella se planteó rápidamente el problema de garantizar la explota­ción de los predios concedidos por la corona y de adjudicar a la población indígena algunas tierras vi­tales para su supervivencia. La cuestión de tierras queda definida desde entonces como el intento de impedir que la propiedad se oponga al trabajo, y de hacer que la clase campesina tenga acceso a la tierra. A través de las diferentes instituciones y mo­dalidades históricas de cada época se ha tratado de resolver la contradicción entre la posibilidad de acaparar la tierra por parte de propietarios que no la trabajan y la necesidad de ella por parte de los cultivadores. La dificultad ha estado sieínpre en el extraordinario poder económico y político de los te­rratenientes. Durante la Colonia lograron evadir en lo fundamental el cumplimiento de las disposiciones

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de la Corona que condicionaban la propiedad al uso de las tierras.

Veamos más en detalle el proceso institucional dela conquista y la colonia en lo que se refiere a latenencia de la tierra. Una vez que los conquistado- res se establecieron en el, suelo americano y los di­ferentes grupos indígenas fueron forzados a admitir las instituciones del conquistador. Las normas que rigieron la tenencia de la tierra fueron:a) Las capitulaciones y mercedes o sea el período

entre 1492 y 1591, época en la cual la CoronaEspañola no podía financiar económicamente las expediciones de conquista y firmaba contra­tos con los conquistadores para que las llevaran a cabo y otorgaba en cambio derechos y bene­ficios en las tierras conquistadas. Estos bene­ficios consistían en un número de aldeas, tie­rras y vasallos con jurisdicción civil y criminal en el área respectiva y la facultad para recau­dar impuestos en su favor. Los beneficios que otorgában las capitulaciones constituían propie­dad que podía heredarse y venderse. Asimismo fijaban la parte de riqueza que correspondía al monarca.

Las capitulaciones otorgaron al beneficiario la tie­rra y el indio sin precisar los límites, y el conquis­tador podía * repartir tierras entre sus hijos y los cbmpañeros de expedición. Pero hay que advertir que exigían de los beneficiarios ocupación efectiva de la tierra y residencia en ella. La primera capi­tulación la firmó Colón en abril de 1492 y recibió mercedes en tierra, el título de Virrey y Goberna­dor con derechos a la décima parte de todo lo que obtuvieran deduciendo el costo.

Mendoza Pérez anota al respecto: “Las ca­pitulaciones que se tomaban con los descubridores

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contenían la cláusula de dominio sobre las estancias, pueblos o herederos que hicieren u obtuvieran” O

Las cédulas de mercedes en tierras se clasificaron en ordinarias para los que pensaran establecerse en América y eran de carácter perpetuo o de por vida y las extraodinarias se otorgaban a un personaje importante por servicios prestados por él o sus an­tepasados.

Tanto en las capitulaciones como en las cédulas no se daban alinderamientos precisos y solamente hacia 1525 se comenzó a precisar este concepto. La Ley 1? del Libro IV, Título XII ya es más explí­cita al respecto.

“ Porque nuestros vasallos se alienten al descubri­miento y población de las Indias, y puedan vivir con la comodidad y conveniencia, que deseamos: esnuestra voluntad que se puedan repartir y repartan casas, solares, tierras y cavallerías (sic) y peonías a todos los que fueren a poblar tierras nuevas en los pueblos y lugares, que por el Gobernador de la nueva población le fueren señalados, haciendo distinción entre escuderos y peones, y los que fue­ren de menos grado y merecimiento, y los aumenten y mejoren, atenta la calidad de sus servicios, para que cuiden de la labranza y crianza; y habiendo he­cho en ellas su morada y labor, y residido en aque­llos pueblos cuatro años les concedemos facultad, para que de allí en adelante los puedan vender, y hacer de ellos a su voluntad libremente, como cosa suya propia; y asimismo conforme su calidad, el Gobernador, o quien tuviere nuestra facultad, les encomiende los indios en el repartimiento que hicie­re, para que gocen de sus aprovechamientos y de­moras en conformidad de las tasas, y de lo que está ordenado. Y porque podía • suceder, que al repartir

1 Diego Mendoza Pérez. Ensayo sobre la Evolución de la Propiedad en Colombia.

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las tierras hubiere duda en las medidas declaramos, que una peonía en un solar de cincuenta pies de ancho y ciento en largo, cien fanegas de tierra de labor de trigo o cebada, diez de maíz, dos huebras de tierras para huertas y ocho para otros árboles de fecadal, tierra de pasto para diez puercas de vientre, veinte vacas, cinco yeguas, cien ovejas y veinte cabras, una cavallería (sic) es un solar de cien pies de ancho y doscientos de largo; y de todo lo demás como cinco peonías que serán quinientas fanegas de labor para pan de trigo o cebada, cin­cuenta de maíz, diez, huebras de tierra para huertas, cuarenta para plantas de otros árboles de fecadal, tierra de pastos para cincuenta puercas de vientre, cien vacas, veinte yeguas, quinientas ovejas y cien cabras, y ordenamos que se haga el repartimiento de forma que todos participen de lo bueno y media­no, y de lo que fuere tal, en la parte que a cada uno se le debiere señalar”

Este período de capitulaciones y mercedes réales se caracteriza por una vaguedad tanto en la exten­sión de la tierra adjudicada como en la precisión de sus límites aunque explícitamente se exigía que el agraciado con la merced debía ocupar efectivamente la tierra y residir -en ella.b) 1591 - 1680. Este segundo período se inicia con

la cédula firmada en el Pardo en noviembre de 1591, se reconoce la ocupación de hecho de las mejores tierras y se admite que el ocupante ad­quiera su título de •propiedad mediante el pago de una suma a la Corona. Se autorizó la venta de tierra a bajo precio, por parte del Estado, con la finalidad de recavar fondos y atraer nue­vos colonos a las tierras sin ocupar. Asimismo se autorizó otorgar tierras a los indios en forma de resguardos.

Ya en este período aparece muy claro que la propiedad de la tierra podía adquirirse por merced real como una recompensa a servicios

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prestados, o por el pago de una suma pequeña por las tierras ocupadas sin justos títulos, o bien por compra al Estado de una porción de tierra a bajo precio.

Asimismo en este período se' otorgó tierras a las municipalidades ya sea para agricultura y ganadería como para los servicios más im­portantes, tales como mercado, matadero y cam­pos de deporte, etc. Estas fueron las tierras eji- dales.

c) 1680- 1754. Comprende este período el Código de Indias y la prescripción de tierras. Según es­tas disposiciones, se trató de enmendar la ex­tensión concedida 'en las capitulaciones. Se re­conoció la posesión de todo título legítimo, la posibilidad de composición o pago de toda ex­tensión que no tuviera título legal, y también se autorizó rematar las tierras que no hubieran si­do poseídas por diez años y que no tuvieran tí­tulo de propiedad.

En este período se reconoce la ocupación de hecho y se legaliza su ocupación mediante el pago de composición de acuerdo con la cédula expedida en 'e l año de 1631. Con esta legali­zación tuvieron acceso a las tierras de realengo las personas pudientes en detrimento de los co­lonos que no contaban más que con su fuerza de trabajo.

d) 1754- 1821. Este período ée caracteriza por la Cédula de San Lorenzo que sentó las normas para la revisión de títulos, confirmaciones, ren­ta, composición y exceso de ocupación de tie- ras sin título alguno. También en este período fue importante la Cédula de San Lorenzo Ilde­fonso por medio de la cual la Corona dispuso que no se inquietara a los poseedores de tie­rras con títulos de venta, composición, ocupa­ción; también se prohibía obligar a vender o

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arrendar contra la voluntad del poseedor. Se ordenó adjudicar tierras baldías a quienes den­tro de un término las demostraran, sembraran, o cultivaran con siembras o pastos pudiendo adjudicarles una extensión no mayor a las po­sibilidades de explotación del adjudicatario. Asi­mismo dispuso que los linderos sean fijos y durables para que nunca se muden.

ENCOMIENDA, MITA Y RESGUARDO

Todo el período colonial no es comprensible sino se tiene en cuenta la encomienda, la mita y el res­guardo como instituciones que formaron la base pa­ra el desarrollo de la producción agropecuaria. Se debe recordar que todo pueblo conquistador está de­terminado por las exigencias que impone su propia estructura, así las sociedades industriales o en pro­ceso de industrialización colonizan con el fin de extraer materias primas baratas para sus industrias, de abrir mercados a su producción y emplear el ex­cedente “de mano de obra que el capitalismo arroja en sus comienzos; por el contrario en una sociedad feudal son otras sus exigencias, España, estancada en esta etapa quizo perpetuarla por medio de la con­quista, reclamó toda la cantidad de metales precio­sos que se pudo extraer ya sea por la exacción del oro acumulado en obras de arte, ya extrayéndolo por medio de la minería; también reclamó tierras y siervos para mantener una nobleza arruinada.

La Corona Española a través del Siglo XVI res­petó el derecho de los aborígenes, pero debido al hecho de que la conquista fue una empresa priva­da y no estatal, se vio forzada a permitir en una forma indirecta la explotación del indio. De acuer­do con el derecho español y las bulas papales la tierra de América pertenecía a la Corona y esta co­

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menzó a otorgar tierras a los conquistadores sin discriminación de jerarquías; cualquier peninsular que venía de América podía aspirar la adjudica­ción de tierras en las cercanías de las fundaciones, ciudades o villas, cuya extensión al común de los conquistadores fue de dos, tres y cuatro cavallerías (medida dé extensión de aproximadamente 423 hec­táreas) , adjudicaciones que en primera instancia las conferían los mismos conquistadores al fundar las ciudades o las villas en las capitulaciones que acompañaban el ritual de la fundación. Al lado de estas pequeñas fincas se ubicaban las otorgadas di­rectamente por la Corona a un personaje importan­te como un favor a merced en reconocimiento de importantes servicios.

Desde aquella época existieron aledaños el lati­fundio, la mediana propiedad y el minifundio como soporte de la soicedad colonial.

Estas formas de adquirir la posesión de las tie­rras no tenían incentivo económico alguno para los conquistadores sino en base de la explotación de la fuerza de trabajo del indio para hacer producir la tierra recibida. Así una vez que pasó la primera eta­pa de conquista caracterizada por la guerra de ra­piña y la fiebre por encontrar El dorado; a raíz de una serie interminable de desengaños, el impulso que los llevaba a recorrer audazmente las tierras di­seminadas perdió mucho de su fuerza y se fueron convenciendo de que solo la posesión de las tierras y el trabajo del indio podía ser un premio seguro para sus esfuerzos. Tanto la Corona cómo el con­quistador tendían hacia el asentamiento y al darse cuenta del mito de El dorado desplazaron sus ilusio­nes hacia la minería y la explotación de la tierra.

Con la estabilidad de estos asentamientos comien­za la época colonial con su nuevo estilo de vida y el acontecimiento histórico adopta un nuevo ritmo, mucho más lento, casi rutinario. La desaforada ca­rrera de la conquista, en la cual todos se guiabán

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ppr la consigna implícita de "llegar primero”, había dado paso a la necesidad de explotar las tierras con­quistadas. Entonces la propiedad territorial comen­zó a ser apreciada y fue utilizada por la Corona co­mo un medio de poder, ya que podía regalarla a sus súbditos a cambio dé servicios. Pero la adjudica­ción de la tierra como propiedad privada conlleva el secreto de crear la posibilidad de explotar al in­dio como siervo ya que sin éste la tierra no pro­duce. Las diferencias que se presentan en su pro­piedad no son más que las diferentes maneras de aprovechar el trabajo de sus pobladores o de justifi­car la explotación de éstos.

Tanto los primeros conquistadores como los que vinieron después adquirieron preeminencia ante los indios ya sea del repartimento, encomienda y res­guardo, hacienda, fama y poder político se concen­traron en las manos del español que actuó como cla- s&\dominante y exigió del indio servicios y presta­ciones. De esta manera la tierra del gran terratenien­te como la de los otros conquistadores para que produjera riqueza necesitó la fuerza de trabajo del indio ya que el español de acuerdo con los valores de una sociedad feudal decadente miraba el trabajo como una actividad no propia de su clase. De esta necesidad surge la encomienda como institución que exige del indio pagar un tributo a la Corona pero que el conquistador recauda en su propio beneficio por voluntad real, trascendiendo casi siempre la nor­ma jurídica y reclamando servicios personales de los indios encomendados.

Por este motivo la encomienda que en principio no fue más que: 4<el derecho concedido por merced real, a los beneficiarios de Indias, para recibir y co­brar para sí los tributos de- los indios que se enco­mendaban por su vida y la de sus herederos, con cargo de cuidar del bien de los indios en lo espi­ritual y temporal y" de habitar y defender las pro­

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vincias donde fueran encomendados (2) según la definición de Solórsano Pereira en su Política In­diana, fue de hecho una servidumbre. Esta merced ser convirtió de hecho en un usufructo, en una ex­plotación de la mano de obra indígena para realizar los trabajos qué le asignara el encomendero.

Además se debe recordar que el otorgamiento de encomiendas se hizo para reconocer un servicio, co­mo pago a una actividad, como una regulación de la explotación indígena por parte de la neoaristocra- cia americana. El encomendero no protege al indio contra nadie, sino que lo toma bajo su tutela para incorporarlo a ün régimen social, cuyas pautas cul­turales desconoce y lo obliga a aceptar lá religión cristiana, en la que va implícita la asimilación del indio a un nuevo sistema de valores. De aquí que la encomienda fue la institución que dotó al conquis­tador de un poder coactivo para percibir tributos en dinero, en especies o en trabajo; le entregó los me­dios para delinear la nueva organización social en la que él es el amo y el indio el siervo. De esta ma­nera, la encomienda es la piedra de toque para ex­plicar él origen del neofeudalismo americano en el cual el señor prácticamente no tiene deberes y sí to­dos los derechos y el indio carece de derechos y es­tá abrumado con todos los deberes; entre el español encomendero y el indio encomendado, no existió mutua prestación de servicios y permitió que la en­comienda fuera una servidumbre y en muchos ca­sos una esclavitud.

Lo anterior está de acuerdo con lo que anota Hernández Rodríguez sobre la encomienda: “fueuna institución social y económica característi­ca de la organización colonial de la América Hispa­na consistente en un grupo de indígenas, por lo ge­neral un clan o una tribu, que era obligado, como

2 Milcíades Chaves. Estudio Socioeconómico de Nariño. Pág, 142.

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grupo, primero, y más tarde per cápita, a pagar tem­poralmente a un español meritorio un tributo como cesión de la carga fiscal debida al rey y con obliga­ción para el beneficiario dé ocuparse de la catequi- zación y adoctrinamiento de los indios. La encomien­da consistía esencialmente en una cesión de tribu­tos pero no implicaba adjudicación de tierras. Esta fue al jnenos la norma general. En la Nueva Grana­da, no obstante, se conocen casos en que el título de la encomienda se alegaba con éxito en pleitos para probar derechos sobre la tierra” (3).

Pero si ya la encomienda entregó maniatados pa­ra la explotación a los indios, la mita fue un po­co más allá, esta institución permitió al español re­clamar del indio un trabajo obligatorio pagándole un jornal fijado por autoridad competente. Así el español pudo trasladar de un lugar a otro, de un? actividad a otra, de un clima a otro diferente, a un indio, a centenares de ellos o tribus enteras para ex­plotar una mina, para la agricultura de una planta­ción, para utilizarlos en la construcción de una obra pública. La mita fue desvastadora hasta el punto que se hubo de fijar un porcentaje de los grupos, clanes o tribus con el fin ae no despoblar regiones.

También la Corona instituyó el Resguardo Indíge­na como cesión de un globo de tierra a un grupo de indios. La tierra dedicada a resguardo perteneció a la comunidad, fue inalienable y tuvo su administra­ción y gobierno propio. Allí al Cabildo Indígena fue la máxima autoridad y distribuyó la tierra de acuer­do a las necesidades de cada familia indígena.

Los Resguardos: “son terrenos que obtuvieron du­rante la colonia los indios por donación, repartimien­to, composición o compra. Su característica esencial

3 Guillermo Hernández Rodríguez. De los Chibchas a la Colonia y a la República. Bogotá Universidad Nacional 1949. pp. 719-180.

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era la propiedad colectiva sobre las tierras, cuyo de­recho ejercía todo el común de los indios. La venta aún con el consentimiento de todo el común se pro­hibió ya en el Siglo XVII. En tierras de resguardo tenía el indio la parcela donde trabajaba para su manutención. Sobre ella tenía derecho de usufructo, pero ño de propiedad” (4).

En la colonia tuvo gran importancia para la acti­vidad agropecuaria el Repartimiento de Indios que consistía en la cesión de cierto número al servicio del conquistador. Este repartimiento lo hacían por lo general los mismos conquistadores para recom­pensar servicios y proezas de sus soldados. Sin em­bargo: “El repartimiento de indígenas entregados en encomienda a un determinado español seguía los li­ncamientos de la organización gentilicia; se repar­tía, por ejemplo, en grupos claniles ó de apellidos”, como lo afirma Hernández Rodríguez en su obra ci­tada.

Encomienda, repartimiento, mita o resguardo obe­decieron el afán y deseo de la Corona por el asenta­miento de las poblaciones y en especial de los con­quistadores. Estas instituciones cumplieron con la función de aprovisionar al latifundista de mano de obra sin mayor costo.

Así nace el latifundio en Colombia, en su primera etapa por una merced real y más tarde se extiende a costa de las tierras del indio, bien sea de encomien­da, bien sea del resguardo.

Dada la estructura de la sociedad española, los dominios americanos significaron para ella una serie de barreras al desarrollo capitalista. No sobrevino la revolución que en otras partes eliminó las formas feudales de la sociedad. Por el contrario, el feuda­lismo amenazado y en descomposición, encontró en América la posibilidad de cobrar nuevas fuerzas.

4 Juan Fride. El 4ndio en Lucha por la Tierra. Pág. 10.

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Los inmigrantes españoles procedían en gran par­te de la nobleza venida a menos y de los antiguos terratenientes empobrecidos que procuraban restau­rar en las nuevas tierras el dominio español y la autonomía que habían tenido antes en la Península. Ni el tipo predominante de explotación minera ni la forma característica del poblamiento por medio de encomiendas podía abrir un mercado importante pa­ra la industria española. El primero porque consti­tuía una típica explotación esclavista y una extrac­ción directa de la riqueza sin intercambios; la se­gunda porque configura una economía localista que producía casi la totalidad de los bienes de consumo y solo necesitaba importar algunos artículos suntua­rios, armas, etc. Mientras los países desarrollados se aseguraban, ante todo, un mercado y una amplia ex­plotación de materias primas en sus colonias, Espa­ña, por esta época, exportaba materias primas e im­portaba mercancías de otras naciones europeas. Es­tas condiciones produjeron en la sociedad española el fenómeno del arribismo generalizado y dirigido hacia la clase señorial. La rebatiña de títulos y fa­vores de la Corona que se trasladó a América era lo contrario del arribismo burgués que existía en otros pueblos de Europa, mientras que este exigía como cualidades, el trabajo, el ahorro, la avaricia, la in­ventiva y la audacia: el arribismo señorial exigía por el contrario, la lealtad, el honor, el orgullo, las ha­zañas militares y todas las excelencias improductivas y parasitarias que consagró la escala de valores de la sociedad feudal. Mientras los unos necesitaban pa­ra acceder al campo de sus posibilidades (la bur­guesía) , realizar actos, introducir descubrimientos y transformaciones; los otros solo debían producir gas­tos, manifestar por suS conductas, a veces heroicas, la magnificencia de su estirpe y de su sangre. Mien­tras el advenimiento de los primeros suponía lá crea­ción de un nuevo mundo, el de los segundos impli­caba la perpetuación de un orden moribundo.

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Las pretensiones de los primeros encomenderos a una completa autonomía en sus dominios señoriales contradecían la autoridad y los intereses de la Co­rona que naturalmente aspiraba a controlar estre­chamente la explotación de sus nuevos dominios. Surgió así el conflicto que iba a servir de cuadro histórico a la primera época de la colonia española.

La rebelión de los encomenderos es la respuesta a las Nuevas Leyes por medio de las cuales, la Co­rona, después de haber alimentado las esperanzas feudales en sus capitulaciones con el fin de acelerar el proceso de la conquista, intentaba ahora limitar a los señores demasiado poderosos que había creado con su política anterior. Esta rebelión se manifestó en las formas más diversas: resistencia pasiva, polé­mica religiosa, levantamiento armado. Allí donde no se sentían lo suficientemente fuertes para desconocer abiertamente la autoridad real apelaron a la prime­ra forma. “Se obedece pero no se cumple”, fue en­tonces y seguiría siendo en adelante la consigna de los gamonales que quieren aprovechar las ventajas de un poder central evitando las limitaciones que es­ta dependencia implica. Algunos escritores han pen­sado que en esta frase se refleja una característica temperamental del pueblo colombiano; tal vez por el contrario, lo que expresa claramente es la contra­dicción interna de la situación seijiifeudal, económi­camente y militarmente, insuficiente para la autono­mía que aspira, y sin embargo, a no ver limitados sus privilegios por el poder central en que necesita apoyarse.

La forma principal como la Corona intentó limi­tar el poder de los encomenderos fue la protección de los indígenas, ya que sobre ellos se ejercía direc­tamente la dominación señorial. Es evidente que los intereses de cada encomendero, tomando individual­mente, consistían en una explotación al máximo de la mano de obra nativa, contradecían a largo plazo los intereses generales de la colonización española,

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en tanto que amenazaban destruir la población abo­rigen, que era la base fundamental de esta coloniza­ción. Los ingleses podían exterminar y desalojar a las-poblaciones indígenas, porque su colonia (al me­nos en el norte) se extendía a base de inmigrantes que trabajaban directamente la tierra y la artesanía. Por lo tanto debía imponerse una política de protec­ción de los indios, por medio de la cual la Corona afirmaba su autoridad en contra de las pretensiones de los españoles.

Ambas posiciones intentaban justificarse ideológi­camente apelando a diversos aspectos de una misma tradición de pensamiento católico. Así surgió la po­lémica religiosa que quebrantó la unidad ideológica de España del Siglo XVI. Mientras el erudito Gines de Sepúlveda predicaba la guerra “justa” y hacía lo posible para dar una buena conciencia religiosa a la conducta de los encomenderos, el padre de Las Casas encabezaba un movimientó en defensa de los indios, cuyo contenido histórico se expresa en la consigna: “que termine la conquista y comience la evañgeliza- ción”. Esta última posición, que en apariencia situaba las exigencias morales por encima de toda otra Con­sideración (“todos los pueblos del mundo son .hom­bres”) no perjudicaba en realidad, los intereses eco­nómicos de la Corona, ya que aparecía en ella, igual­mente, la propuesta de importar negros del Africa en calidad de esclavos para continuar la explotación mi­nera.

En la Colonia además el régimen de impuestos fue exclusivamente para arbitrio fiscal, gravó prin­cipalmente el trabajo y el comercio y en menor esca­la el capital. La agricultura y la minería llevaron la peor parte, por ser las actividades económicas que practicaban los nativos y los colonos quienes debían pagar los diezmos, los quintos reales, las medias ana­tas, los censos, los espolios y subsidios eclesiásticos. La aleábala y el papel sellado hacían difícil el co­mercio exterior, y el cambio interior se veía frenado

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por una serie de prohibiciones y obstaculizado por el almojarifazgo, los derechos de tonelada, de faro, de visita y de avería.

Todo este sistema se construyó sencillamente por­que a España no le interesaba el desarrollo agrope­cuario, ni mucho menos el fabril, porque creía que solo la extracción de metales y el suministro de cier­tas materias primas a la destartalada economía pe­ninsular lograba la. vigorización de la metrópoli. Así la política fiscal que gravó al comercio y al consu­mo desarrolló una tendencia hacia una economía lo­calista, que fue la característica de toda la edad me­dia.

Se realiza un cambio en la política paternalista de España en el Siglo XVIII con los territorios de ul­tramar. Hasta ese momento la Corona siempre estu­vo de parte del indio y en contra del deseo de explo­tación del encomendero. Se trataba ante todo de pro­mover el ascenso de la economía privada liberándola de las trabas que, destinadas en parte a proteger la mano de obra indígena, limitaban la expansión eco­nómica de la aristocracia criolla. En este sentido tu­vieron especial importancia las medidas destinadas a iniciar la descomposición de los resguardos. Se comienza a formar así una masa de campesinos des­poseídos lo que constituía la premisa necesaria pa­ra la incorporación del indio al trabajo asalariado. “Este despojo dice Liévano se ejecutó por el pro­cedimiento de trasladar los indios de dos o tres res­guardos al recinto de uno solo, generalmente distan­te de los centros poblados y cuyas tierras eran de menor calidad y carecían de atractivos para su in­mediato remate”. (Semana, página 135). De esta manera los indígenas que hasta entonces solo esta­ban obligados a trabajar en las minas y haciendas en las proporciones que fijaba la mita y el concier­to agrario, es decir, en el cuarto o quinto de la po­blación de cada resguardo, se vieron lanzados a un

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mercado de fuerza de trabajo al que había escapado gran parte de la población aborigen.

Al mismo tiempo se iniciaba el proceso de comer­cialización de la tierra por el remate de los resguar­dos que quedaban libres y de las tierras realengas. Con esta medida se provocaba una concentración de la tierra de tipo latifundista a cuyos beneficios te­nían acceso nuevos sectores de la población enrique­cidos en el comercio y los negocios. Moreno y Es- candón, Antonio Mon y Velarde y Andrés Berdugo y Oquendo fueron ejecutores de esta política que ha­cía parte de una amplia operación de la Corona des­tinada a remplazar el control económico directo de las colonias por sistemas de explotación privada so­bre los cuales se pudiera aplicar en seguida un fuerte régimen de exacción fiscal. Los resultados sociales y económicos de esta política no se hicieron esperar; por una parte se agudizaba así el conflicto que opo­nía los trabajadores del Nuevo Mundo a la aristo­cracia criolla, ya que esta aprovechaba para su enri­quecimiento la decadencia del proteccionismo pater­nalista de España. Por otra parte se abandonaba igual­mente la contradicción de intereses entre los podero­sos del Nuevo Mundo y la Corona, ya que esta trata­ba de extraer la parte sustancial de sus nuevas y cre­cientes ganancias por medio de un reajuste en el siste­ma de impuestos.

Esta nueva situación de las relaciones de clase condiciona y sirve dé base a los acontecimientos po- lticos que ocurrieron en América durante la segun­da mitad del Siglo XVIII. En primer lugar la Coro­na deja de aparecer como intermediario entre los aborígenes y los señores terratenientes y empieza a aparecer cada vez más como explotadora común de todas las clases sociales del Nuevo Mundo. Con ello se abre la posibilidad de una alianza nacional con­tra España y la aristocracia comienza a ver el cre­ciente descontento de las masas trabajadoras como un elemento que podrá utilizar en la lucha contra el

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yugo colonial. Se trata ahora de saber hasta qué punto será posible impedir que este fermento revo­lucionario rebase los límites que le quiere imponer la clase dominante y extienda la lucha contra los ex­plotadores de todos hasta convertirla en una lucha contra todos los explotadores. Cuando el combate contra un enemigo común unifica a dos o más cla­ses por encima de sus propias contradicciones ocurre siempre que los sectores que detentan los privilegios económicos consideran con recelo a sus aliados, po­pulares en cuyo impulso no pueden dejar de apoyar sus propias y limitadas reivindicaciones. En la aris­tocracia criolla de fines del Siglo XVIII, esta con­tradicción era tanto más honda cuanto menos opor­tunidades había de que el descontento de las masas aborígenes se limitara a las autoridades españolas y a su política fiscal.

Existía también un sector intermedio, compuesto por artesanos, comerciantes y pequeños propietarios, para los cuales el viraje económico en la política es­pañola, no solamente no significaba una liberación de las trabas coloniales que se oponían a su desa­rrollo, sino que representaba un aumento de las ba­rreras que limitaban hasta entonces su expansión económica. Las reivindicaciones propias de este sec­tor de la población americana iban, por lo tanto, mucho más allá de una simple lucha por relevar en lo político a la burocracia española y limitar o des­truir en lo económico el régimen fiscal. Las necesi­dades objetivas de su desarrollo económico compro­metían de hecho toda la estructura del sistema colo­nial; y, aunque no tuvieran una conciencia ciará y explícita de esta situación, eran mucho más radica­les en su crítica y en su acción que la aristocracia terrateniente cuyos miembros se veían contenidos en la tarea revolucionaria por el temor de poner en pe­ligro sus propios privilegios.

Esta nueva política de España permitió la unifi­cación de actitudes tanto del pueblo como de los te­

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rratenientes y comerciantes y aprovecharon la crisis política de 1808 en la metrópoli para levantarse y solicitar la independencia. Así al finalizar el Siglo XVIII y comenzar el XIX, las fuerzas productivas en la Nueva Granada han adquirido un mayor gra­do de desarrollo. Los comerciantes y ganaderos crio­llos insisten cada vez más con vehemencia, en la abolición definitiva de las trabas feudales a la eco­nomía que la Corona quiere mantener en sus colo­nias de ultramar. Antonio Nariño, en representación de los comerciantes santafereños, emprende una vio­lenta crítica a la economía colonial que Nieto Arteta sintetiza así:

“Las consideraciones de don Antonio Nariñó en torno al monopolio del tabaco hacen por prime­ra vez en la historia de la cultura nacional una crítica histórica del feudalismo colonial. Esa crítica es la más objetiva definición de los albores del Si­glo XIX, de lo que podría llamarse, la comprensión histórica de nuestra economía nacional. El precursor considera a la economía de la Colonia y muy atina­damente, “como una sucesión progresiva de joma­das históricas, de las cuales las anteriores producen a las actuales, y estas a aquellas a las posteriores” . Tal como lo anota Nieto Arteta en su Economía y Cultura en la Historia de Colombia.

El conflicto de la metrópoli repercutió en las Co­lonias, encuadrándose en . tres corrientes bien delimi­tadas: la primera estaba representada por la burocra­cia española, que sostenía el principio en virtud del cual las colonias debían seguir la suerte que corrie­ra la metrópoli y debían acatar sin reticencia la di­nastía que triunfara allende el mar. Su objetivo era defender los privilegios burocráticos de que gozaba. La segunda estaba formada por el estamento criollo latifundista, que defendía los derechos de Fernando VII y se oponía al reconocimiento de otra dinastía, mostrándose partidaria de la independencia en ca­so de que Fernando no recuperara el trono. Con

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ello, defendían los privilegios de que venían go­zando y al mismo tiempo aspiraban a detentar el poder y a afianzar la supremacía que desde mu­cho tiempo atrás venían ambicionando. La terce­ra estaba formada por los comerciantes criollos, por los artesanos y la masa popular, que abiertamente luchaban por una independencia total que asegurara el amplio comercio con Inglaterra, que cambiara la política impositiva colonial y que quebrara la estruc­tura económica y social, para que abriera cauces a una economía comercializada y manufacturera.

El movimiento independista dirigido por los crio­llos ofreció cada vez más derechos y beneficios al pueblo, obtuvo su respaldo, triunfó sobre la metró­poli y se erigieron las repúblicas independientes.

De todo lo anterior se puede afirmar:1) En el primer período de la Conquista en vir­

tud de las Capitulaciones solo hubo una conce­sión de tierras a los descubridores, y señorío sobre lo descubierto, sin que hubiera límite al­guno en relación con la extensión territorial. No hubo instrucciones «obre las formas de cultivo o ganadería.

2) Posteriormente hubo instrucciones en cuanto alos solares o fundación de poblaciones paraque no se otorgaran extensiones mayores a las posibilidades, de cada quien.

3) Se procuró por medio de las encomiendas elarraigo de los indios, por la necesidad de cul­tivo para el sustento de los pobladores, tribu­tos al Rey y a los encomenderos, etc. pero no hay un cuerpo organizado de normas para el fomento agrícola o ganadero.

4) De hecho no hubo límite alguno en relacióncon las extensiones apropiables, normas que impidieran el acaparamiento de tierras. La in­determinación por las defectuosas alinderacio-

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nes dio margen para el ensanche de los térmi­nos de cada propiedad, y el comienzo de liti­gios entre los propios descubridores, entre los encomenderos, entre los españoles con los indí­genas, con perjuicio de éstos y en fin desde en­tonces vienen los litigios por concepto de ex­tensiones territoriales, apoderamiento de tierras de resguardos y la imprecisión sobre la verda­dera extensión que corresponde a cada uno.

5) No hubo una verdadera política agraria en el sentido de atender al hombre, pues las normas sobre protección de indígenas si bien unas ve­ces se dictaron con sentido pietista, y otras con la finalidad de mantener trabajadores al servi­cio de los españoles, muchas veces, la mayoría no fueron cumplidas.

En resumen: el origen de la propiedad territorial en Colombia emana del derecho de los Reyes Espa­ñoles sobre estas tierras, justificado por las bulas papales y por el derecho de conquista, que justifi­cable o no, de él se deriva el derecho de la propie­dad sobre la tierra.

SIGLO XIX

La Colonia había conformado unas fuerzas socia­les con específicos intereses económicos, una socie­dad que a grandes rasgos puede describirse de la si­guiente manera: los peninsulares que vinieron a de­sempeñar cargos burocráticos con mucho orgullo per­sonal y un poco de desdén por los criollos, hijos de españoles que habían decidido hacer fortuna en es­ta tierra y no regresar a España. Peninsulares y crio­llos forman la clase dirigente. Más abajo se extien­de una amplia capa de mestizos y blancos .venidos a menos ejecutando toda clases de actividades y de

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empleos, mercaderes, sastres, talabarteros, escultores, barberos y medianos propietarios, etc. formaban una capa intermedia entre la aristocracia y el pueblo. Abajo como sostén de la pirámide social los indios y los negros con sus papeles de siervos y esclavos. En el campo esta sociedad la sintetizaba con gran nitidez la encomienda, como aspecto feudal de la economía colonial y el resguardo indígena con su pro­ducción de autoabastecimiento, imprimiendo a su al­rededor una mentalidad localista y un espíritu al­deano, característica de todo este período.

Por consiguiente afianzada la independencia en la nueva sociedad y el nuevo gobierno, se alcanzaba a distinguir la corriente y el propósito de los comer­ciantes y los artesanos quienes, a pesar de haberse formado en la lenta y parsimoniosa sociedad colo­nial, presionaban para que la guerra de liberación significara la terminación de todas las trabas colo­niales al desarrollo de la economía, solicitaba un rompimiento brusco con las instituciones de anteño, y una exigencia más explícita por vías francas para la creación de riqueza. Más, la contrapartida a es­tos intereses la encarnaban los descendientes de la nobleza española, los hijos de los encomenderos, los herederos de los esclavistas negreros y las comunida­des religiosas, estos tenían otra imagen de lo que debía significar el triunfo de la emancipación, para ellos la independencia debía constituir apenas una sucesión con el fin de que el poder político alcan­zado ratificara todos sus privilegios anteriores y aún los acreciera. El nuevo gobierno por lo tanto no debía cambiar sustancialmente nada de lo que ya existía. De esta manera en el comienzo de la nue­va república se configuran estas dos fuerzas que ca­racterizarán la lucha por el poder a través de todo el Siglo XIX. Por debajo de estos dos intereses la masa irredenta de indios y negros, sin mucha con­ciencia de sus propios intereses.

La fuerza retardataria era más fuerte en las pri­meras tres décadas del nuevo gobierno, los intentos

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por cambiar la fisonomía colonial fueron esporádi­cos y aunque sus abanderados expusieron brillante­mente sus tesis, la fuerza contraria se impuso y la agricultura, el comercio y la incipiente industria no pudieron liberarse de las pesadas cargas impositivas que venjan desde la colonia. La defensa de los pri­vilegios heredados mantuvo la esclavitud, la servi­dumbre del indio y el gran latifundio; consagrando al período 1820-1850 como una prolongación de la etapa colonial.

Claramente lo decía la Constitución de 1821 en su Artículo 188: “Se declaran en su fuerza y vigor las leyes que hasta aquí han regido en todas las ma­terias y puntos que directa o indirectamente no se opongán a esta Constitución ni a los decretos y le­yes que expidiere el Congreso”. En 1825 se aclara­ba que las pragmáticas, cédulas, órdenes, decretos y ordenanzas emanadas de la Corona antes de 1808 tendrían plena vigenciafsi no se oponían a la Consti­tución y a las Leyes. Solo en 1887 se declaró aboli­da la legislación española.

Castillo y Rada expresa el sentir de la corriente progresista. Como Ministro de Hacienda en 1826, sostiene enfáticamente la tesis de que el país de­be mejorar su agricultura para que sirva de base al desarrollo de la industria y el comercio: “Si pros­pera y florece la cultura de nuestras extensas y fera­ces tierras, florecen y prosperan las artes y el co­mercio; y si prosperan estas tres fuentes de la ri­queza nacional, abundarán indefinidamente los re­cursos que necesitamos para satisfacer los gastos ne­cesarios del Estado” (5). Este progresista Ministro de Hacienda propugna el desarrollo agrícola e in­dustrial liberando al país de toda traba colonial y denuncia el escollo que constituye el latifundio de

5 Luis Eduardo Nieto Arteta. Economía y Cultura en la Historia de Colombia. Bogotá. Librería Siglo XX. 1942 pág. 69. <

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bienes de manos muertas para el acceso al desarro­llo económico. "La amortización eclesiástica es el tercer obstáculo perjudicial a la agricultura. Entien­do por bienes amortizados los raíces que son fondos de conventos, monasterios, capellanías, cofradías, obras pías, memorias de misas, aniversarios, etc., los cuales, prohibidos de enajenarse, están fuera del co­mercio. Esta clase de bienes no concurre con lo de­más y de aquí resulta que las tierras suben de pre­cio como todas las cosas que se demandan cuando no hay concurrencia. De modo que si se agrega el alto precio de las tierras a los dos gravámenes an­teriores, se reconoce claramente que los ciudadanos deben retraerse de este género de industria con amen­gua del cultivo y de la riqueza pública. Con estas consideraciones concurre otra que es bien obvia y manifiesta a todos. Los bienes amortizados se ven totalmente abandonados. Los colonos o arrendadores los manejan como ajenos; solo procuran sacar de ellos la renta que deben pagar, y lo muy preciso para su subsistencia, y nunca hacen las anticipacio­nes y mejoras que duplicarían su valor y aumenta­rían considerablemente sus productos. Aún las mis­mas comunidades, capellanes, etc. cuando los admi­nistran por sí, no mirándolos con la afición de un propietario en cuyo beneficio ceden las mejoras, ni pudiendo. disponer de ellos, se consideran como me­ros usufructuarios, procuren el provecho posible y tampoco hacen anticipaciones y mejoras, con perjui­cio de la producción y de la riqueza pública” (e). Asimismo defiende la bondad de los impuestos di­rectos y reclama la elaboración de buenos catastros.

La corriente que defendía el statu quo fue mucho más poderosa y se impuso; la economía colonial, las actitudes feudales, el esclavismo como negocio y el apego al pasado fueron claras realidades que tipifica­ron el período 1820-1850. Tres fuerzas sociales coa­

6 NIETO ARTETA. Op. cit. p. 73.

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ligadas hicieron que el cambio prometido y espe­rado no se cumpliera. Los grandes terratenientes y los militares defendieron sus privilegios que here­daron de su§; mayores junto con los valores sociales que conformaban su conducta. Este grupo que go­bernó al país hasta la mitad del siglo pasado fue retratado magistralmente por José María Samper: “De qué fuerzas parciales se componía aquella ma­sa que hemos llamado el elemento peninsular o tradicionalista? Componíase, en primer lugar, de to­dos los hombres que patriotas o godos, debían su posición a las instituciones y tradiciones del régi­men colonial, políticamente vencido, mas no sustan­cialmente desarraigado; y en segundo, de aquellos, que elevados por la revolución a cierta importancia militar, habían llegado a tal grado de ensimisma­miento de clase que, apoyándose en el fuero y en el prestigio de la fuerza, sentíanse con ánimo para aspirar a sustituirse, en la República, a los que habían ejercido el poder en la Colonia.

“Así el elemento tradicionista se compuso: de aquellos que, jactándose de ser nobles, a lo menos hidalgos titulados (ya que no de carácter) no podían tolerar la idea de la igualdad con la canalla, como llamaban al pueblo, ni conformarse con unas insti­tuciones radicalmente distintas de las tradicionales; de los propietarios de esclavos; de los hombres acau­dalados que, acostumbrados al antiguo régimen de impuestos, no consentían en que se implantara otro, fundado en la justicia, que les gravara con algunas contribuciones para el sostenimiento del gobierno que había de darles seguridad y garantías; de la gran masa del clero, de los curiales y de los profe­sores titulados, favorecidos por las manos muertas, la unión de la Iglesia y el Estado, la intolerancia religiosa, los privilegios profesionales y los embro­llos de la legislación española. Y de todos equellos que habituados al predominio ejercido al favor de una rigurosa centralización, no consentían en que se

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dividiera la administración pública entre los diver­sos y apartados grupos que formaban la sociedad neogranadina” (7).

En este grupo con clara conciencia de sus inte­reses se daban las manos los unos a los otros, inte­ligentes y sutiles sabían esgrimir el esguince cuan­do la otra fuerza tenía oportunidad de concretarlos, y permitían que ella se expresara un poco tímida­mente pero supieron mantener en sus manos las pa­lancas claves del poder para no ceder a las preten­siones de aquellos. Así permitieron que Castillo y Ra­da expresara sus tesis pero que no se tradujeran en actos; que José Ignacio de Márquez como Ministro de Hacienda denunciara la permanencia del período colonial en 1831. “El primero, continúa, es el ha­llarse muchos terrenos afectos a capellanías, cofra­días, obras pías, aniversarios, memorias de misas, etc., o formando los fondos de los conventos, mo­nasterios y otras corporaciones civiles y eclesiásti­cas. Esta clase de amortización es perjudicialísima a la agricultura. Un beneficiado no trata sino de sacar todo el lucro posible mientras posee el be­neficio, no es de su interés mejorar el terreno, sino disfrutar de la renta con el menor gasto posible.. Un campo que corresponde a una corporación, y que no puede enajenarse, siempre estará mal culti­vado, porque el arrendatario, limitándose a sacar toda la utilidad posible en el tiempo de su arren­damiento, ni hace mejoras útiles, ni emprende aque­llas obras que necesitan gastos y tiempo y no mira el terreno con el cuidado de. un propietario, para el cual acrece o decrece su valor. Si la distribución de las tierras es favorable a la agricultura, el estar es­tancadas en manos muertas, es esencialmente perju­dicial. .. Ya que se han dado disposiciones saluda­bles para destruir los mayorazgos debe disponerse que se enajenen precisamente todos los bienes raíces

7 NIETO ARTETA. Op. Cit. Pág. 82.

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amortizados que pertenezcan a conventos, monaste­rios, capellanías, cofradías, obras pías, memorias de misas, casas de misericordia y colegios, o a las ciu­dades y villas, de manera que no haya uno solo que no vuelva al comercio de .los hombres de que se ha sacado injustamente y contra lo que exige el inte­rés social, prohibiendo que estas comunidades o cor­poraciones puedan adquirirlos nuevamente por nin­gún título” (8) , Pero no actuaba como gobernante en esa línea y cedió a las presiones del grupo que lo mantenía en el poder. Por esto los primeros trein­ta años de gobierno independiente fueron una conti­nuación de la sociedad colonial que no vio recortado sus privilegios ni amenazados sus intereses.

Este período es visto por todos los estudiosos co­mo un período de estancamiento con fuertes trabas coloniales. Luis Ospina Vásquez dice: “El tono ge­neral del período (1830-1845) es de conservatis- mo marcado. La reforma fiscal que había sufrido una regresión tan notable en los últimos años del período anterior, se llevó muy cautelosamente en éste. No se pudo proceder/contra el estanco del ta­baco y el diezmo que (con las alcabalas) constituían el medio principal del colonialismo que aún subsistía en la organización fiscal”. (9).

Ya hacia 1842 con Mariano Ospina, como Mi­nistro del Interior, reconoce que el solo proteccio­nismo no desarrolla la industria y vuelve los ojos a la agricultura y a la minería como fuente de rique­za. En 1832 por orden de la ley se ordena repartir los resguardos entre los indígenas con la prohibi­ción de vender la tierra por un lapso de tiempo, esta medida abrió la puerta para el acceso del latifundio a la tierra de resguardo. La medida era tan lesiva

8 Nieto Arteta. Op. C it Pág. 90.

9 Luis Ospina Vásquez. Industria y Protección Bogotá. Editorial Santa Fe. 1955.

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para los intereses de los indios que la impugna­ron y el gobierno hubo de suspender su ejecución.

Se debe anotar que en la década del 40 comienza la colonización antioqueña hacia el Quindío; en Cundinamarca ocupa las tierras de vertiente hacia el río Magdalena y el grupo santandereano se ex­pande en dirección al mismo río. Este proceso co­lonizador avanzaba con un poco de agricultura y algo de ganadería, el comercio se tornó más activo y la inversión de los dineros que dejaba la minería más fructíferos.

La segunda mitad del Siglo XIX está caracteriza­da por una serie de vaivenes frente a la propiedad territorial. La corriente de los manufactureros, co­merciantes y medianos propietarios una vez en el poder por la Ley 21 de 1851 ordenaron e hicieron cumplir la plena libertad de los esclavos suscitando la airada protesta de todos los negreros que esgrir mían el argumento del atraso en la economía. Tam­bién esta misma fuerza había logrado que la Ley 3 de Junio de 1848 diera a cada comarca la facultad, “para arreglar todo lo relativo a resguardos indíge­nas, así para su medida y repartimiento como para su adjudicación y enajenación,,; la Ley 22 de Ju­nio de 1850 la aclaró, sentando que las cámaras provinciales podían levantar la prohibición de ena­jenación inmediata que habían impuesto las leyes anteriores a los indígenas que recibían tierras en ple­na propiedad, como consecuencia de la partición y adjudicación de los resguardos. Las cámaras se apre­suraron a usar de esa facultad y activaron la liqui­dación, no sin atropellos y arbitrariedades. El efec­to natural fue el pronto paso de las tierras repartidas de manos de los indígenas a las de hacendados y capitalistas blancos o asimilados a tales. Ocurrió un fenómeno de proletariz^ción en el sector rural, en escala antes no vista erí el país. Los nuevos proleta­rios dieron brazos baratos a los cultivadores de ta­baco y a los hacendados del interior: nacía, puede

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decirse, la “plantación”, y se reforzaba la “hacien­da”. (10)

También las medidas económicas de este gobier­no repercutieron en la ampliación del cultivo del ta­baco al suprimir el monopolio del mismo. “La liber­tad del cultivo (del tabaco) dio lugar a un auge ex­traordinario de la producción, sobre todo en la re­gión de Ambalema, y un poco en la región del Car­men de Bolívar, de Palmira; no cubrían sino unos cuantos miles de hectáreas en conjunto (n ).

La presión sobre el latifundio de los altiplanos del piso térmico frío no continuó porque se abrie­ron las tierras templadas de vertiente a una amplia colonización donde se podía obtener productos alta­mente comercializados que daban buenas ganancias como el café y la quina y apenas, se abrían las nue­vas tierras se ocupaban con ganadería. Este movi­miento colonizador fue reforzado mediante medidas legales tales como la Ley 61 de 1874 que declaró en forma inequívoca la adjudicación de los baldíos a las personas que los cultivaran. La fuerza coloniza­dora incorporó a la economía nuevas tierras con nuevos cultivos y una ganadería de consideración (en Antioquia en 1870 se calculaban 360.000 cabe­zas de ganado) (12), pero desplazó una gran masa de campesinos hacia las tierras de vertiente.

En la segunda mitad del siglo XIX las fuerzas económicas en ascenso coincidían en la necesidad de ampliar el mercado nacional como la primera con­dición de un mejor bienestar. Esta premisa llevó a obtener la libertad de los esclavos y la extinción de los resguardos con el fin de obtener una mano de

10 Ospina Vásquez, Luis. Op. Cit. Pág. 196.

11 Ospina Vásquez, Luis. Op. Cit. Pág. 242.

12 Ospina Vásquez, Luis. Op. Cit. Pág. 242.

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obra abundante y barata en el mercado del traba­jo y que al romper la economía de autoabastecimien- to se ampliaría la demanda de bienes de consumo, objetivos estos que contradecían los intereses de los esclavistas y las comunidades religiosas. El gobierno de la década del 50 estaba consciente de que uno de los gravámenes más onerosos y más embrollados para la propiedad territorial era el censo, carga pa­trimonial que gravitaba sobre las propiedades como derecho real que una persona o institución disfruta­ba. El censo repartía el producto de la tierra entre censatarios y censualistas. Este gravamen fue aboli­do.

La libertad de los esclavos venía discutiéndose desde el período de la independencia, ya el Congre­so de Cúcuta al comenzar la década del veinte de­cretó la libertad de los vientres y prohibió la impor­tación y exportación de esclavos pero en 1843 los esclavistas expidieron una ley que castigaba fuerte­mente a los que incitaban a la fuga de algún escla­vo; este forcejeo se rompió en 1851 cuando se de­claró definitivamente la libertad de los esclavos y entraron libremente a competir en el mercado del trabajo.

El movimiento de la segunda mitad del Siglo XIX deseaba acabar con el resguardo indígena ya que desde la colonia significó la unión del trabajo agrí­cola con la posesión forzosa de la tierra y por lo mismo el indio del resguardo se encontró atado al resguardo como institución limitante en costumbres y comportamiento; el resguardo constituía una ba­rrera que impedía penetrar el aire fresco de alguna renovación. El indio adscrito a la pequeña parcela con una economía cerrada no le permitió entrar a competir en el mercado del trabajo y restringió su capacidad de consumo marginándolo de la corriente histórica que llevaba el país. La legislación frente al resguardo fue inconexa y zigzagueante, en 1820 se ordenó devolver a los indios las tierras del res­

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guardo, en 1832 se prohibió la venta de tierra de los mismos por 10 años, en 1843 se prorrogó esta medida por 25 años y en 1850 se autorizó a los go­biernos provinciales "arreglar la medida, reparti­miento, adjudicación y libre enajenación de los res­guardos indígenas, pudiendo en consecuencia autori­zar a éstos para disponer de sus propiedades del mismo modo y por los propios títulos que los de­más granadinos”. De esta manera se sentaron las bases para la extinción de los resguardos que solo subsistieron en las provincias donde su permanen­cia fue defendida por los latifundistas. Las conse­cuencias de esta medida fueron expuestas por Ca- macho Roldán. "Autorizados para enajenar sus Res­guardos en 1858, inmediatamente los vendieron a vil precio a los gamonales de sus pueblos, los in­dígenas se convitrieron en peones de jornal, con un salario de cinco a diez centavos por día, escasearon y encarecieron los víveres, las tierras de labor fue­ron convertidas en dehesas de ganado, y los restos de la raza poseedora siglos atrás de estas regiones se dispersaron en busca de mejor salario a las „tie­rras calientes en donde tampoco ha mejorado su tris­te condición. Al menos, sin embargo, ha contribuido a la fundación de esas haciendas notables que pue­den observarse en todo el descenso de la cordillera hacia el sur y hacia el suroeste, hasta Ambalema....”

Esta mano de obra fue utilizada eiTla producción de tabaco y en la colonización de nuevas áreas.

Las medidas económicas de los años cincuenta se caracterizaron por la decisión de destruir las direc­trices de la economía colonial, realizar una revolu­ción social y asomarse a las puertas de una revo­lución política. La abolición del monopolio del ta­baco, de los diezmos, la reducción de los censos, la libertad de los esclavos y la parcelación de los res­guardos fueron armas que utilizaron contra el lati­fundio, pero esta batalla solo enfocó el latifundio confesional con la abolición de la propiedad de bie­nes de manos muertas, quedando intacto el latifun­

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dio laico que en muchas regiones quedó más fuerte ya que amplió sus propiedades con las tierras de la Iglesia. Por esto al finalizar el Siglo XIX encontra­mos en el campo la gran propiedad deficientemente explotada ocupando las mejores tierras con ganade­ría extensiva, la mediana propiedad con agricultura y ganadería comercializadas y el minifundio heren­cia de la división del resguardo y de propiedades subdivididas por derecho sucesoral.

Hacia los finales de la Centuria del XIX ya se alcanzaba a notar la presencia de la pequeña y me­diana propiedad. Tal como lo anota Hirschman “La entrada de una clase media agrícola a los inters­ticios de un sistema feudal bipolar sentó las bases para una eventual subdivisión de muchas de las tie­rras altas de Colombia en el Oriente (Santander y Boyacá) y al suroccidente (Nariño) en pequeñas propiedades (33) .

Además la presión que debió ejercerse sobre el la­tifundio del altiplano se volvió sobre la colonización de las templadas tierras de vertiente donde se opu­so menos resistencia por los poseedores de títulos y a las tierras cálidas. De esta manera se conformó así una clase campesina y proletaria de medianas fincas cuya producción se orientó especialmente a la comer­cialización en el café, el tabaco y el algodón.

De esta manera al comenzar la presente centuriá los problemas de la tierra van perfilándose hacia la denuncia de una estructura de tenencia defectuosa en la cual se advierte la concentración de la propie­dad territorial en pocas manos, de un lado, y la pre­sencia de una gran masa campesina que carece de ella o la posee en cantidad insuficiente, jornaleros agrícolas y minifundistas, por otro. Los conflictos por la posesión de la tierra van a ocupar lugar des­tacado en el proceso histórico del presente siglo.

13 Hirschman Albert O. Journeys Toward Progress. NewYork, A. Twenty Century Fund Study, 1963. P. 98.

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EL CAFE Y EL MOVIMIENTO CAMPESINO

Documento publicado por la Asocia­ción Nacional de Usuarios Campesinos

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1. IMPORTANCIA DE LA AGRICULTURA CAFETERA

A. En nuestro país la agricultura ocupa un área de junos tres millones de hectáreas, frente a la ga­nadería que ocupa unos treinta millones. El café tiene gran peso dentro de la agricultura. Hay más de 300.000 fincas cafeteras que ocupan un área bruta de cuatro millones de has., los cafetales pro­piamente dichos abarcan un millón de has. siendo pues el cultivo más extendido en el país y es típico de las vertientes de nuestras cordilleras.

Las zonas cafeteras dan asiento a una densa po­blación. Sabido es que en la región andina se con­centra la mayor parte de la población colombiana y del campesinado en particular. Ségún el Informe del XXVII Congreso Nacional de Cafeteros del año 1967, las familias propietarias de fincas cafete­ras constituían una población de cerca de tres millo­nes, más un millón de trabajadores accidentales o cosecheros (“El Tiempo” 16 de abril de 1967, p.11). Es el renglón agrícola que absorbe un mayor volumen de fuerza de trabajo, no pudiéndose meca­nizar sino una mínima parte de las labores, su pro­ceso de producción (desyerbas, deschuponadas, pía­teos, recolección, secada, etc.) exige además del tra­bajo familiar (en las fincas pequeñas y medianas) todo un ejército de jornaleros.B. Aunque el café no representa sino alrededor de una décima parte del Producto Nacional Bruto, tiene una importancia dentro del funcionamiento de

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nuestra economía mayor que la de los renglones mecanizados (caña de azúcar, arroz, algodón, etc.). Producido especialmente para el mercado mundial, hizo posible con las divisas que ha generado, que un sector de la burguesía comercial iniciara el pro­ceso de industrialización tendiente a sustituir la im­portación de bienes de consumo. La maquinaria y la materia prima de origen industrial que importa nuestra burguesía se obtienen a cambio de la expor­tación de productos fundamentalmente agrícolas, el café constituye el 90% de éstas y más del 60% del total de exportaciones.

Cuando se registra una baja en el precio del gra­no en el mercado mundial aunque sea muy leve, sus efectos se hacen sentir en el conjunto de la estruc­tura económica: disminuye la cantidad de dólares disponibles para la industria, sube el precio del dó­lar, se reduce la capacidad importadora, se afecta el crecimiento industrial (si no ha habido previa acu­mulación de divisas, cosa difícil en los últimos años), etc. El café se comporta como un centro ner­vioso en el conjunto de la economía.C. La producción cafetera ayudó a conformar el mercado interno vinculando extensas zonas que antes eran montañas y grandes núcleos de pobla­ción a la economía monetaria. Esto tuvo gran im­portancia para el desarrollo de la industria liviana en el país. La comercialización de una producción tan voluminosa creó las condiciones para un mayor fortalecimiento de la burguesía intermediaria. La ex­portación cafetera puso en contacto nuestra econo­mía con el imperialismo norteamericano, sirviendo de punto de viraje en nuestras relaciones de depen­dencia que hasta entonces se daban especialmente eon el capitalismo inglés. Desde el momento mismo en que el café se constituye como el principal ren­glón de exportación (a comienzos del presente si­glo), aparece los EE. UU. como comprador mayori- tario. Coincide esto con el desplazamiento en la do­

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minación mundial de Inglaterra por el entonces pu­jante imperialismo yanqui.

2. LA PROPIEDAD DE LA TIERRA

A. La propiedad agraria en la zona cafetera ha venido sufriendo múltiples modificaciones de tal manera que la situación actual es ya bastante dife­rente de la de hace veinte o treinta años atrás. Si bien la mayor parte de las fincas se fundaron me­diante un proceso espontáneo de colonización sobre montañas que eran baldíos apareciendo de esta ma­nera un gran número de fincas medianas que podían ser atendidas mediante el trabajo familiar, también hay que tener en cuenta que muchos terratenientes aprovechando la ubicación de sus latifundios en las zonas templadas de las vertientes establecieron cafe­tales dando así origen a la gran hacienda de planta­ción cafetera; en muchas ocasiones esta gran hacien­da cafetera se construyó mediante el desalojo violen­to de colonos frente a los cuales el terrateniente rei­vindicaba sus títulos de propiedad. En Cundinamar- ca cuando se inicia la producción del grano no era tan extendido el minifundio, por el contrario sobre­salía la gran propiedad y aunque posteriormente fue objeto de parcelaciones (debido a la lucha por la tierra) todavía existen grandes fincas cafeteras. En el sur del Tolima los cultivos surgieron inicialmente en fincas grandes como la de Icarcó (Chaparral). Casos similares sucedieron en el norte del Valle y Caldas.

Aunque desde el comienzo encontramos terrate­nientes y pequeños caficultores, los efectos de esta disparidad de las propiedades no se iba a traducir únicamente en una desigualdad de los ingresos. Ade­más de esto y lo que es más importante, tendría lu­gar un proceso -de descomposición de los propieta­rios en dos polos, por una parte quienes pudieron acumular capital (“ahorrar”) en una escala signi­

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ficativa que les permitió elevar la técnica, estable­cer buenos beneficiaderos, consolidar o agrandar sus propiedades y llegar a vivir exclusivamente del tra­bajo de los asalariados o arrendatarios; en el otro extremó encontramos al pequeño propietario cuya parcela no le produce lo necesario y que debe com­plementar sus ingresos trabajando para otros, es de­cir, el grupo de campesinos que están a punto de convertirse en jornaleros de tiempo completo, a es­te grupo hay que sumar la gran masa de campesinos sin tierra y que viven exclusivamente de la venta de su fuerza de trabajo; para estos últimos el proceso de descomposición ya ha concluido pues ya no tie­nen ninguna propiedad, para los sectores interme­dios el proceso continúa y si bien algunos pueden llegar a convertirse en campesinos ricos otros entra­rán en crisis y terminarán separándose de sus pro­piedades y engrosando las filas del proletariado ur­bano o rural.

En Colombia este proceso no se presenta como el resultado exclusivo de las leyes económicas sino que aparece acelerado por un factor que aparente­mente no tiene nada de económico y que para la mayoría de los colombianos tiene un contenido úni­camente político (lucha partidista): La violencia. Si desde el comienzo hubieran existido únicamente me­díanos propietarios el proceso de descomposición, eí enriquecimiento de unos y la quiebra de otros, apa­recería ahora con toda su claridad, pero en la zona cafetera encontramos diversas relaciones de produc­ción: terratenientes con arrendatarios o jornaleros, productores independientes con grandes diferencias entre sí, arrendatarios de tipo empresarial o que guardan relaciones de semiservidumbre con el pro­pietario, etc. Sin embargo el resultado sí ha sido muy claro pues hoy la región está atestada de jornaleros y sólo un pequeño sector de propietarios se ha vuel­to rico con el café.

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B. La situación del mercado mundial del grano re­gula la producción de tal manera que un perío­do de buenos precios ocasiona una expansión en los cultivos (por ejemplo durante los años cincuenta) y un período de precios bajos lleva a la crisis a los pequeños caficultores, como sucedió en la década del sesenta. Los productores están pues sometidos a las oscilaciones del mercado.

Inicialmente la compra del café y las exportacio­nes las hacían intermediarios particulares por su pro­pia cuenta y riesgo, pero a partir del año 1927 los más grandes productores y exportadores se asocian y fundan la Federación Nacional de Cafeteros que posteriormente suscribiría un contrato con el gobier­no mediante el cual la Federación monopoliza la mayor parte del comercio interior y exterior. Es a través de este organismo que el gobierno regula los precios internos y hace efectivos los impuestos que gravan al café. Con el correr de los años la Federa­ción ha acumulado un gigantesco capital parte del cual ha sido invertido en la Flota Mercante Granco- lombiana, en el Banco Cafetero, en los Almacenes Generales de Depósito, en la Cía. Agrícola de Se­guros, etc. La “oligarquía cafetera”, grandes terrate­nientes y exportadores, pudieron disponer no solo de una gran empresa comercial sino también de pre­rrogativas oficiales, pues la Federación es una enti­dad privada con funciones públicas, y por lo tanto tiene una decisiva influencia política en la vida na­cional; del seno de ella han salido muchos" dirigen­tes de los partidos reaccionarios, ministros y hasta presidentes (Ospina por ejemplo) ; su organización vertical permite que un puñado de millonarios me­diante el disfraz de la organización gremial, contro­le el mercado y ejerza un dominio casi total sobte los productores medianos y pequeños.

El dominio de la Federación sobre los productores no es simplemente el de unas pocas personas sobre la mayoría sino fundalmentalmente el dominio del

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capital sobre los productores. Si no se acumula ca­pital se fracasa y el pequeño propietario en crisis debe ser desplazado por los grupos que sí tienen ca­pital. Lenin describe de la siguiente manera los efec­tos de la supremacía deí capital sobre el campesina­do:

“La penetración de la producción mercantil pone la riqueza de cada hacienda en dependen­cia del mercado, creando, medíate las oscila­ciones de éste una desigualdad que acentúa al concentrar el dinero libre en manos de unos y arruinando a otros. Este dinero sirve natural­mente para explotar desposeídos y se convier­te en capital. Mientras que los campesinos que se están arruinando se aferran a su hacienda, el capital puede explotarlos dejándolos que si­gan trabajando sus lotes con los viejos méto­dos técnicamente irracionales, puede basar su explotación en la compra del producto de su trabajo. Pero la ruina alcanza por fin tal grado, que el campesino se ye obligado a abandonar por completo su hacienda: ya no puede vender el producto de su trabajo, ya sólo le queda pa­ra vender el trabajo mismo. El capital toma en­tonces la hacienda en sus manos, se ve obligado a organizaría racionalmente; puede hacerlo gra­cias al dinero libre que ha “ahorrado1’ antes,y ya no explota a un propietario sino a un bra­cero, a un jornalero” (*).

En nuestro caso la separación del campesino de la tierra ha revestido diversas formas pero el resul­tado es el mismo descrito por Lenin. Así por ejem­plo durante la violencia reaccionaría de los años cin­cuenta se realizó un acelerado proceso de proleta- rización de pequeños propietarios campesinos que abandonaban sus parcelas o las vendían a cualquier

1 Lenin. El Contenido Económico del Populismo. Obras completas tomo I,_ p. 501.

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precio al terrateniente o a algún rico del pueblo. En muchas ocasiones son los hijos del minifundista los que inician el camino de la proletarización ya que desde muy jóvenes deben emplearse como asalaria­dos para ayudar a la casa. La paréela se puede per­der debido al endeudamiento con la Caja Agraria ó el Banco Cafetero o con los usureros del pueblo o el campesino puede encontrarse ante la situación de que los precios para su producto no son rentables y tenga que vender la finca. De todas maneras si el campesino no puede ahorrar, siempre tratará de “ayudarse” mediante el jornaleo hasta que esto se le convierte en una necesidad imprescindible. La pe­queña propiedad es pues un semillero de jornaleros. Este proceso ha llegado a tomar el carácter de pro­grama oficial denominado “erradicación de minifun­dios”.

3. EVOLUCION DEL TAMAÑO "DE LAS FINCAS

Las estadísticas sobre los últimos quince años nos señalan lo que pudiéramos' llamar dos fases en la evolución del tamaño de las fincas. En la primera etapa, de 1955 a 1960 encontramos una rápida pro­liferación del minifundio especialmente debido al fraccionamiento de las fincas medianas. Pero a par­tir de 1960 miles de minifundistas pierden sus pro­piedades y en 1970 encontramos una sustancial re­ducción de la pequeña propiedad, al mismo tiempo que crece la participación de las fincas más gran-* des.

Entre 1955 y 1960 el número de plantaciones de café en los departamentos de Antioquia, Cundina- marca, Tolima, Valle y antiguo Caldas, aumentó en un 67% pasando de 150.100 a 250.300. “El hecho de que la superficie aumente sólo en un 26% en el mismo lapso, indica que la variación en el número de explotaciones se debe principalmente a una ace­

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lerada subdivisión de las propiedades (o plantacio­nes) ya existentes” (2) .

En esos mismos departamentos las plantaciones menores de una hectárea crecieron durante los cinco años en un 136% pasando de 45.800 a 108.300, pe­ro la superficie ocupada sólo creció en un 104%. Por supuesto el tamaño promedio de las fincas de menos de 10 has. disminuyó. El fraccionamiento de las fincas comprendidas entre 1 y 10 has. se puede apreciar si comparamos el número de éstas que ha­bía en 1955 con la cantidad de predios de 1 a 5 has. en 1960. En 1955 en los siete departamentos más cafeteros habían 107.856 plantaciones entre 1 y 10 has., ocupando 349.455 has.; en 1960 se encuentran 136.453 plantaciones entre 1 y 5 has. ocupando 295.198 (3).

Esta subdivisión de la pequeña propiedad, bien sea porque el campesino vende una parte necesitado de dinero para cancelar un préstamo, o bien sea por los repartos herenciales, no es más que un esfuerzo del campesino pobre por mantenerse apegado a la tierra para ser un agricultor independiente, es un intento para evitar convertirse en campesino sin tie­rra.

La njayoría de los minifundistas han quebrado en el plazo de 10 años de 1960 a 1970 en un proceso de descomposición que ha dado unos resultados si­milares a los efectos económicos de ía violencia: expulsión de minifundistas. Esto lo vemos mejor si comparamos la distribución porcentual de las fincas según tamaños, en los tres años en referencia (4) .

2 La Industria Cafetera en la AgriculturaColombiana p. 27.

3 Idem p. 28.4 Los datos de 1955 y 1960 son tomados de “La Indus­

tria Cafetera en la Agricultura Colombiana*', los datos para 1970 son los resultados del Censo Cáfetero de

/ 1970 publicados en la revista Economía Cafetera volu­men I número 1.

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Salta a la vista el contraste entre la disminución de las fincas de menos de 1 ha. y el crecimiento de las de más de 50 has. que antes no llegaban al 1% y hoy se aproxima al 6%, hay un aumento similar en la participación de las comprendidas entre 10 y50 has. El hecho de que el segundo grupo (de 1 a 10) no muestre variaciones importantes en 1970 con respecto a 1960 y por el contrario sü participa­ción sea inferior a la de 1955, nos induce a pensar que no ha sido este grupo el que más minifundios ha “absorbido” Incluso otras estadísticas nos per­miten observar que el grupo de 1 a 5 has. dismi­nuyó.

Como los datos de 1955 y 1960 no cubren la to­talidad del país sino solamente los siete principales departamentos cafeteros (por eso tomamos las rela­ciones porcentuales y no las cantidades absolutas) es útil comparar dos estadísticas sobre el total na­cional de fincas cafeteras para apreciar la celeridad del proceso de expulsión de minifundistas.

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Si en lugar de tomar únicamente en cuenta el ta­maño de las fincas, estudiamos los tamaños de los cafetales dentro de cada categoría y la producción en kilogramos, encontramos que la situación es más crítica para los pequeños productores y que la con­centración de la producción y por lo tanto de los ingresos es superior a la relación misma de mono­polio de la tierra.

4. MONOPOLIZACION DE LA PRODUCCION Y CONCENTRACION DE LOS INGRESOS

Hasta ahora habíamos registrado la crisis de los pequeños caficultores reflejada en el hecho de que si bien en 1960 los predios de menos de 10 has, constituían el 96% de las fincas, en 1970 han re­ducido su participación al 69%. Para este año ese grupo dispone del 31% de la superficie cafetera to­tal y produce el 29,5% de la cosecha, mientras que las fincas de más de 50 has. que en 1970 llegan al 6% poseen casi el 27% de la superficie cafetalera y producen un 29% de la cosecha nacional. Tene­mos pues que las dos terceras partes de las fincas solo disponen de una tercera parte de los cafetales y de la producción más o menos la misma cantidad de superficie cafetalera y de producción que corres­ponde al puñado de ricos propietarios. Para ser más gráficos: unas 17.000 fincas grandes tienen tantos cafetales y tanta producción como más de 200.000 fincas pequeñas.

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Las fincas menores de una hectárea ya no tienen casi ninguna importancia en ta producción cafetera. Hace diez años constituían casi ía mitad de las fin­cas, hoy solo alrededor de una décima parte, pero refiriéndonos a la superficie cafetalera su retroceso es mayor puesto que en 1960 disponían del 7% de la superficie cafetalera total y hoy únicamente de al­go más de una centésima parte de ella. El tamaño promedio del cafetal es de menos de media hectárea.Si deducimos del cuadro la producción promedio por finca y el ingreso monetario promedio por la cosecha cafetera a precios de 1970 ($ 1.225.00) te­nemos que el ingreso medio para esta clase de fin­cas fue de unos $ 2.300.00 suponiendo que todo lo vendieran a la Federación, cosa que no ocurre siem­pre pues muchos lo venden “seco de agua” al inter­mediario a menos p r e c i o . Necesariamente, deben complementar sus' ingresos con trabajo asalariado. Este tipo de finca está pues llamado a desaparecer.

Las fincas entre 1 y 6 has. son 133,401 y tienen un tamaño promedio de cafetal de cerca de una y media hectárea. Este grupo de fincas también ha ve­nido disminuyendo; si comparamos con el número de fincas comprendidas entre 1 y 5 has. que dio el Dañe para 1960 correspondientes a siete departa­mentos se podrá apreciar esta disminución, pues en 1960 para esos departamentos habían 136.453 fin­cas entre 1 y 5 has. Téngase en cuenta que el da­to de 1970 es para todo el país. Según el Censo Cafetero de 1970 este grupo de fincas representan el 44% del total de fincas pero sólo disponen del 18,6% de la superficie cafetera. Del valor total de la producción de este grupo (unos 980 millones de pesos correspondió un ingreso promedio de $ 7.400.00, por finca. Si se tiene en cuenta „que es ingreso bruto y descontamos los costos de produc­ción nos damos cuenta que este grupo no puede ca­pitalizar, que está simplemente pagándose los jorna­les que la misma familia invierte. Si bien dentro de

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este grupo algunos pueden tener una productividad más alta, de todas maneras la mayoría se desenvuel­ve en una situación crítica.

En cuanto al grupo de fincas comprendidas entre 6 y 10 hectáreas son 38.310 (12.69% del total), dis­ponen del 11% de la superficie cafetalera y partici­pan en la misma proporción en la cosecha; el tama­ño promedio del cafetal es de 3.2 hectáreas. Produ­jeron casi 61 millones de kilogramos de pergamino seco lo que da un valor promedio de $ 15.800.00 por finca. Dentro de este grupo la mayoría pueden satisfacer sus necesidades vitales y sostener los cos­tos de producción, aunque necesariamente deben vi­vir endeudados con las entidades crediticias. Los que pueden elevar la productividad, especialmente con él cultivo del caturra, pueden capitalizar y pertene­cerían a la clase de los campesinos ricos. Sin embar­gó* la mayoría de este tipo de fincas tienen escasas posibilidades de progreso. Aunque contratan traba­jadores ocasionales, se invierte trabajo familiar en una relación variable de acuerdo a la misma calidad y extensión del cafetal.

En las categorías siguientes, de más de 10 hectá­reas, encontramos a los campesinos ricos, es decir, la burguesía media rural o burguesía nacional de la zona cafetera y ya en los sectores de propietarios de más de 50 hectáreas encontramos componentes de la gran burguesía y de los terratenientes cafeteros. ■La llamada oligarquía cafetera se reduce especial­mente a los propietarios de fincas de más de 100 hectáreas que constituyen un 2% del total. En el cuadro anterior aparece su número, la superficie ca­fetalera y la producción. Veamos los tamaños pro­medios de cafetales y los ingresos monetarios pro­medio por conceptos de la cosecha cafetera:

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La tendencia a la concentración de la producción y por lo tanto de los ingresos en un número menor de fincas grandes, se debe ademas de la disponibi­lidad de más tierra, a las posibilidares de aumento de productividad que tienen los propietarios más grandes. La tecnificación, como medio de lograr una mayor productividad guarda una relación directa con las posibilidades que tenga cada propietario de ¿Cu­mular capital. Mientras que las fincas de más de 20 has. muestran una mayor participación porcentual en la cosecha que en la superficie, las fincas meno­res muestran proporcionalmente una mayor partici­pación en la superficie que en la cosecha. Esto es un índice de la tendencia a los aumentos de pro­ductividad por parte de las fincas grandes, como se puede apreciar en el siguiente cuadro:

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Una información del 29 de diciembre aparecida en El Tiempo (p. 4-B) resumiendo datos dados por la Federación de Cafeteros dice que “un 72,87% de los caficultores de Colombia producen menos de¡ 120 arrobas de café pergamino equivalentes a 1.500 kilos; el 19,80% producen entre 121 y 400 arrobas y solamente el 7,33% produce más de 400 arrobas”. Según la misma información el habitante de la zo­na cafetera produce en promedio 297 kilos de café pergamino. Los ingresos de la capa superior se au­mentan por otros conceptos, ya que disponen de mucha más tierra adicional, fuera del cafetal, ade­más para nadie es desconocido que la capa de cafi­cultores pudientes hacen inversiones en otros ren­glones, no solo gracias al espíritu “emprendedor” que los caracteriza en los negocios, sino gracias al capital de que disponen.

5. SOBRE EL ARRENDAMIENTO

No disponemos de datos actualizados sobre arren­damiento, aparcería, etc. El arrendamiento en la zo­na cafetera reviste un sinnúmero de formas que co­bijan tanto relaciones de tipo semifeudal, como rela­ciones capitalistas de producción. Én la forma tra­dicional de arrendamiento el campesino pobre recibía una parcela en el latifundio y realizaba el proceso de producción en base al trabajo familiar, sin con­tratar asalariados. Esta forma ha perdido mucho te­rreno ante nuevas relaciones de producción. Así po­demos encontrar que el arrendatario, aparcero, agre­gado, etc. pague renta al propietario, pero a su vez contrate jornaleros por su cuenta. En las fincas gran­des y en las medianas la relación de' producción predominante es en base al trabajo asalariado, siendo el proceso de producción dirigido y controlado di- rectamente por el propietario o por medio de un administrador. Sinembargo aunque las diversas for­mas de arrendamiento hayan sufrido muchas varia-

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ciónes y aunque su imjportancia económica haya mermado, para un programa revolucionario del mo­vimiento campesino no deja de tener una gran im­portancia política.

Los arrendatarios y aparceros han sido víctimas de la tendencia que se impuso entre los terratenientes de limpiar sus fincas de arrendatarios. Los enfren­tamientos entre éstos y los terratenientes datan desde antes de la violencia. Los arrendatarios constituyeron un contingente importante en las primeras luchas y organizaciones (ligas) campesinas, Su lucha presio­nó a la burguesía liberal a expedir una ley de refor­ma agraria (la Ley 200). Durante la violencia miles de arrendatarios debieron abandonar los predios don­de trabajaban perdiendo todas sus mejoras. Muchos terratenientes, al final de la violencia, recurrieron a jefes guerrilleros “limpios” (influenciados por el partido liberal y con tendencias al bandolerismo y al anticomunismo) para imponer injustos contratos a los arrendatarios, así por ejemplo sucedió en al­gunas fincas del sur del Tolima.

La Ley 1* de 1968 que prorroga por diez años los contratos provocó de parte de los propietarios una violenta reacción que condujo a la expulsión de mu­chos campesinos de sus predios. En cuanto a la conversión de los arrendatarios en propietarios, como promete el programa, no se ha realizado. El solo anuncio de la Ley 1? de 1968 provocó la unión de los arrendadores grandes, pequeños y medianos pues los terratenientes supieron aprovechar el hecho de que la ley no discrimina las fincas que tienen arren­datarios según el tamaño de la misma finca, sino de acuerdo al tamaño del lote arrendado y como en la zona cafetera hay muchos pequeños propieta­rios que tienen arrendatarios o “agregados” necesa­riamente se atemorizaron. *

Según CIDA en 1960: “En la llamada región ca­fetera el porcentaje de la superficie (arrendada) esaproximadamente el 40% en las fincas de media a

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tres hectáreas y casi un tercio en las de cuatro a diez. Considerando únicamente a Caldas (compren­de a Quindío y Risaralda) el departamento cafeta­lero por excelencia se observa que un tercio de la superficie de las fincas de una a veinte hectáreas y hasta un cuarto de la superficie de las de veinte a cincuenta son manejadas por aparceros en un pro­medio casi uniforme” (7).

Aunque los datos anteriores deben haber sufrido variaciones, es necesario que hagamos una distin­ción: el arrendamiento de las fincas pequeñas tiene unas causas diferentes a las del arrendamiento en las fincas grandes. En el caso del arrendamiento tan extendido en. las fincas de menos de tres has. hay que tener en cuenta que por lo general el propieta­rio recurre a este medio debido a que el sosteni­miento de la parcela le resulta antieconómico y ne­cesita liberar tiempo para trabajar en otra actividad. La reducción del minifundio cafetero nos debe po­ner a pensar que cuando hace diez años miles de ellos “aparecían arrendados” en distintas formas, se estaban dando pasos previos a la completa separación del campesino de la tierra.

Tener fcn cuenta estas particularidades es útil para el movimiento campesino. Allí por ejemplo sería in-, correcta atacar indiscriminadamente todas las formas de arrendamiento, golpeando de paso a pequeños propietarios. En el caso de las fincas pequeñas arren­dadas no debemos plantear en estos momentos la conversión del arrendatario en propietario, es decir, no podemos plantear la expropiación de esas fincas y hacer realidad en ellas la consigna de la tierra pa­ra el que la trabaja, salvo casos aislados. En cuanto al arrendamiento en las fincas grandes sí podemos y debemos plantear la suspensión del arriendo, la ex­propiación para que el arrendatario se convierta en

7 CIDA. Tenencia de la Tierra y Desarrollo Socioeconó­mico del Sector Agrícola, 1966, p. 117.

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propietario. La reducción del arrendamiento es una consigna que se puede levantar en las fincas media­nas y pequeñas.

En cuanto a los mismos arrendatarios también se impone una diferenciación, pues unos trabajan el lote arrendado empleando únicamente el trabajo fa­miliar y pertenecen por tanto a la clase de los cam­pesinos pobres, mientras que otros emplean mano de obra asalariada, es decir, pertenecen a la capa de los campesinos ricos que toman tierras en arriendo y contratan trabajadores. Sinembargo todos están en contradicción con los terratenientes.

6. PAPEL DEL IMPERIALISMO YANQUI EN EL MERCADO CAFETERO

El imperialismo yanqui deliberadamente ha toma­do medidas tendientes a producir la depreciación del café. Por otra parte no ha dejado de manipular el mercado mundial y emplear la política de chanta­je, así por ejemplo se dio el lujo de demorar el tiempo que le provocó, la firma del Pacto Cafetero de este año como represalia contra Brasil que reivin­dica el derecho a las 200 millas de mar territorial. Frente al café colombiano ha desarrollado campañas tendientes a conseguir la depreciación y a reducir el consumo de café suave entre el pueblo norteame­ricano.

Cuando el precio del café colombiano comenzó a subir en los Estados Unidos a partir del año 1950 el imperialismo inició una doble política: por una parte la campaña contra el café naeional y por otra el impulso al cultivo del café entre los países colo­niales de Africa para producir una superproducción y obtener una baja del precio ya que el café africa­no se producía a costos menores y en gran escala por otra parte de los colonialistas europeos que em­pleaban mano de obra más barata, mano de obra

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de los pueblos sometidos al látigo colonialista. Los resultados del incremento de la producción africana se hicieron sentir especialmente a partir de 1955 cuando los precios comenzaron a declinar. En cuanto a la .campaña contra el café colombiano, esta culmi­nó en medio de una gran propaganda y de amena­zas de boicot, cuando la Federal Trade Comisión en enero de 1954 ordenó una investigación en los tér­minos siguientes:

“Por cuanto la Comisión tiene informes de que han ocurrido aumentos considerables en el precio del café durante los meses pasados y de que pueden aún presentarse otros aumentos considerables en el precio del café, y la Comisión ha recibido numerosas quejas del público; y por cuanto la Comisión tiene razones para creer que en ciertas ocasiones anteriores Han prevalecido varios métodos desleales de compe­tencia y práctica de monopolio en esta industria, y que el reciente aumento considerable en el precio del café puede ser resultado de métodos desleales de competencia y prácticas de monopolio; y por cuanto parece que el público tiene derecho a que se le revelen plenamente los derechos pertinentes y la aplicación de aquellos remedios pertinentes a tales hechos que puedan desarrollarse investigando a fon­do esta industria... decrétase que- la Comisión... valiéndose de todos y cada uno de. los poderes con­feridos a ella por las Leyes, y todos y cada uno de los procedimientos compulsatorios a su alcance, pro­ceda inmediatamente a investigar por las razones y para los fines aquí expuestos, la organización, nego­cios, conducción y manejo de sociedades que se ocu­pen del comercio. . . la venta o la distribución del café y la relación de estas compañías entre sí y con otras compañías y con asociaciones y compañías in­dividuales” (8).

8 Memoria de Hacienda, año 1954 p. 96.

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Frente a las falacias y soberbias del imperialismo (¡qué tal que pudiéramos ordenar una investigación y tomar medidas “compulsatorias” frente al alza de los productos yanquis!) el Ministro de Hacienda de aquel entonces dio a nombre de nuestro país una tímida respuesta en la que se deslizaban algunas verdades a manera de súplicas: “el mayor precio del café significa mayor trabajo para el pueblo nor­teamericano, ya que el dinero le regresa en forma de manufacturas y materias primas que el país re­quiere, y que importan hasta donde se lo permiten sus disponibilidades de divisas” y concluía dicien-, do: “un derrumbamiento del precio del café por medio de medidas -artificiales, obligará al país a restringir sus compras en el exterior, con perjuicio evidente para quienes nos venden sus productos. No creo que esta pueda ser una política aconsejable y amistosa” (9) . Pues no hubo tal. £1 precio del café se derrumbó y los yanquis no salieron perjudicados, pues aprovechándose de que nuestra industria no se podía paralizar por falta de maquinaria y, materias primas ellos corrieron a hacernos “empréstitos”. El imperialismo se benefició mientras que el país se em­pobrecía y se endeudaba. Las importaciones no se podían reducir por el hecho de que bajaran los in­gresos por las exportaciones cafeteras, pues el domi­nio del imperialismo no se limita al control del co­mercio exterior, sino que va más allá, controla el desarrollo industrial porque al no existir en el país industria pesada, la industria nacional es dependiente y requiere hacer compras permanentes a la gran in­dustria yanqui. Y si las divisas no alcanzan a sa­tisfacer las necesidades de importación, pues" se re­curre a los préstamos extranjeros y se le abren las puertas a las inversiones extranjeras.

A través de su influencia en la Organización In­ternacional del Café, el imperialismo ha logrado que

9 Idem. p. 102.

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se impongan unos mecanismos perjudiciales para los países productores (todos dependientes); los meca­nismos tienden a estabilizar los precios por lo bajo como lo demuestra la situación del año cafetero 1970-1971. Cuando se discutían las Cuotas de Expor­tación los norteamericanos presionaron para que se fijara una cuota elevada que condujera a una reduc­ción de los precios. En agosto de 1970 el Consejo Internacional del Café acordó los precios máximos y mínimos para todos los tipos del café (fuera de establecer la cuota mundial), para los “suaves co­lombianos” el precio máximo se fijó en 56,88 cen­tavos de dólar y el mínimo en 52,88. En realidad durante la' mayor parte del año se mantuvo en el mínimo o por debajo. Para los otros tipos de café los límites son inferiores. La cuota mundial de 54 millones de sacos de 60 kilos se podía incrementar o reducir de acuerdo a la oscilación del precio com­puesto, es decir, el precio promedio tomando en cuenta todos los tipos de café; las consideraciones pactadas fueron las siguientes:

1? Añadirle dos millones de sacos, distribuidos a prorrata entre los productores, en caso de que el precio diario compuesto se mantuviera én 52 cen­tavos o más, durante quince días de mercado.

2? Añadirle otros dos millones de sacos, en el caso de que el precio diario compuesto continuara a52 centavos o más durante 21 días de mercado.

3? Cancelar la primera en el caso de que el pre­cio diario bajare a 50 centavos o menos.

4? Cancelar la segunda adición en el caso de que el precio diario compuesto bajare a 48 centavos.

5? Reducir a prorrata- un millón y medio de sa­cos de la cuota global en el caso de que el precio diario compuesto continuara a 48 centavos, después del período requerido.

6? Reducir en otro millón y medio de sacos la cuota global, en el caso de que el precio descendie­

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ra a 46 centavos o menos, durante un período reque­rido. _

Los países productores no estuvieron de acuerdo ni con una cuota tan amplia ni con los anteriores mecanismos, pero tuvieron que aceptarlos ante el pe­ligro de que si no se acordaba algún pacto se podía desatar una guerra de precios que sería aún más perjudicial. El resultado de este acuerdo condujo a que los precios descendieran rápidamente a menos de 46 centavos, de tal manera que el Consejo Inter­nacional en una reunión de emergencia acordó hacer un recorte simultáneo de tres millones de sacos. Se obligaban de esta manera los países productores a aumentar la retención en*un esfuerzo para que el precio promedio se mantuviera siquiera en los cin­cuenta centavos durante el primer semestre.

De esta manera los países productores se obligan a aumentar las ventas para reducir el precio, es de­cir, se condenan a vender más trabajo por menos precio. Para lograr que el precio se estabilice en lo acordado se debe retener parte de la cuota asignada, es decir, desperdiciar trabajo nacional. En nuestro caso la retención cafetera ha sido un factor que im­pulsa la inflación puesto que la Federación debe ad­quirir úna parte de la cosecha que no va a vender.

Refiriéndose a la situación del mercado cafetero el Presidente Pastrana se expresaba así en un dis­curso del 20 de diciembre: “Se ha registrado una baja del 15% en el volumen de nuestras proyectadas exportaciones de café, por los bajos precios que so­lo en las últimas semanas se ha logrado recuperar en parte. Hemos perdido en un año un poco más de 100 millones de dólares por los bajos precios del café, lo que significa más de 2.000 millones de pe­sos, o sea 1,6% de nuestro producto nacional”. (El Tiempo, dic. 21 de 1971, p. 6) .

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7. LA POLITICA CAFETERA DE LA GRAN BURGUESIA

La estrategia de la gran burguesía y los terratenien­tes decantada a través de muchos años persigue defi­nidos objetivos económicos y políticos. En cuanto a lo primero, las clases dominantes, mediante los im­puestos que gravan al café, aseguran la apropiación del 50% del valor creado por los trabajadores cafe­teros. Las medidas propiamente políticas buscan, ade» más de garantizar esa transferencia de valor, garan­tizar el orden social burgués-terrateniente en momen­tos en que la crisis económica golpea duramente a los jornaleros y a los pequeños propietarios; se pre­tende que el proceso de desarrollo capitalista en la agricultura cafetera que conlleva como hemos visto, el desplazamiento y la expropiación para el pequeño productor, se realice en forma “amortiguada” alejan­do el peligro del levantamiento de los jornaleros y campesinos pobres. Pero la gran burguesía y la vio­lencia contra el pueblo, violencia que muchas veces se emplea abiertamente, sin preocuparse de encu­brirla, pero que ahora pretende imponer disfrazada 4e “medidas económicas” que toman los nombres de devaluación, erradicación del minifundio, impulso al cultivo del caturra, diversificación, etc.

A. La violencia reaccionaria de los años cincuen­ta permitió el fortalecimiento de los terratenientes y la expulsión masiva de miles de pequeños y medianos propietarios, durante todo ese tiempo, que coincide con la época de mejores precios del café en el ex­terior, los campesinos perdieron sus cosechas por im­posibilidad física de recogerlas ya que contra ellos te había desatado la guerra del gobierno. La bur­guesía pudo contar con un ejército de mano de obra desplazada de los campos; los terratenientes y demás tiementos reaccionarios ligados al campo a su vez pedieron disponer de tierras baratas o gratuitas y disponer de las cosechas que no eran suyas como fue tan frecuente.

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B. Las devaluaciones que toman impulso a par­tir de la instauración del Frente Nacional son un me­dio para asegurar la expoliación del pequeño propie­tario que disminuye sus ingresos reales. Al disminuir el precio del café en el mercado mundial, el sistema oligárquico debe decidir entre reducir el precio in­terno para asegurarse la apropiación de la mitad del valor, o desprenderse de parte del excedente que se apropia para no tener que reducir el precio de la carga, o devaluar para de esta manera mantener es­table o subir el precio de la carga sin que esto afecte sus entradas.

Por medio de la devaluación el sistema logra in­flar el equivalente en pesos de cada dólar que entra al país; con esta medida, aunque entren menos dó­lares al país, al producto igual se le puede entregar una mayor cantidad de dinero. Es decir, el sistema especula con las divisas que produce la agricultura cafetera en contra del mismo caficultor.

Si el gobierno no devaluara, ante la disminución del precio del grano en el exterior, debería disminuir los impuestos para que el productor continuará reci­biendo el mismo precio, o bajarle el precio al pro­ductor para mantener la misma tasa de impuestos. Esta última medida tendría consecuencias políticas muy graves para la oligarquía y es por eso que al caficultor se le disminuyen sus ingresos por medios indirectos y en muy pocas ocasiones se decretan re­bajas en el precio de la carga. Los campesinos le producen dólares a la gran burguesía y ésta les en­trega pesos devaluados.

La devaluación ha acelerado el proceso de dife­renciación de las clases sociales. Quienes cuentan con una producción pequeña encuentran que sus ingre­sos se hacen insuficientes pues el valor de su cose­cha se ha disminuido en relación con los aumentos d t los precios de los artículos de procedencia indus­trial. Las devaluaciones permiten que solo unos po­cos cafeteros puedan capitalizar, precisamente los

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que pueden colocar en el mercado mayores volú­menes de producción, los que pueden vender la co­secha más barata (porque con la devaluación el valor de la carga baja). Ya veíamos que en términos de dólares el precio de la cosecha ha disminuido de 133,68 dólares a menos de la mitad, a 64 dólares y que esto coincide con el hecho de que durante el período de 1955 hasta el presente, miles de pequeños propietarios hayan sido desplazados. Lo anterior nos debe poner a pensar que la devaluación agudiza la competencia entre los productores, competencia que no aparece como una lucha directa a través del mer­cado de unos productores contra otros, sino que aparece como una lucha contra la depreciación del grano, como, una lucha por obtener mayor rentabili­dad o sea como la capacitación de los productores para poder recibir menos por sus cosechas. Pero los resultados nos indican que es pura y simple com­petencia en la cual unos quiebran.y otros salen ade­lante.

Entre 1955 y 1971 el precio del dólar ha pasado de $ 2,51 a $ 20,70; los impuestos sobre el café han aumentado a pesar de que haya disminuido el precio en el mercado exterior, la devaluación ha per­mitido que en ese período la carga de café haya aumentado en cuatro veces. La devaluación es pues un instrumento para que la burguesía pueda seguir apropiándose la mitad del valor a pesar de las fluc­tuaciones negativas del precio.

C. Erradicación del minifundio o “restructura­ción” del minifundio es una política que busca eli­minar la pequeña propiedad para formar fincas me­dianas a partir de las pequeñas o “ensanchar” pro­piedades de caficultores más solventes a costa de los que están en ruina. La propaganda oficial dice que este programa tiene por objeto eliminar las fin­cas “antieconómicas”; dentro de un sistema capita­lista lo anterior quiere decir eliminar las fincas- que no permitan capitalizar. En realidad el desarrollo

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económico en la zona cafetera llega al mismo fin que el programa oficial, pues vimos cómo en poco tiem­po han quedado fuera del juego económico miles de campesinos. Pero lo más cínico de este programa que debería llamarse “exterminación” de minifun- distas es que se quiere presentar como a favor del propietario pobre, es como si el sistema oligárquico dijera: “Usted señor minifundista está muy pobre porque su parcela es antieconómica, para que su parcela no lo llevs. a la ruina completa se la vamos a quitar” Durante la “violencia” se la quitaban sin pagar o pagándole muy poco, ahora con el pro­grama de erradicación del minifundio se lo obliga a que venda.

Este programa tomó gran impulso a partir del año sesenta cuando la proliferación de minifundios llenó de alarma a los dirigentes de la Federación, al gobierno y a toda la oligarquía; un economista que fue alto burócrata en la Federación de Cafeteros se refería así a la proliferación del minifundio y a las medidas que se gestaban para eliminarlo: “Esta si­tuación del agro cafetero ha sido muy estudiada por la Sección Técnica de la Federación, y de acuerdo con el Banco Cafetero se busca, entre otros medios por el sistema de crédito, remodelar la estructura so­cioeconómica de él. Se pretende ir poco a poco extinguiendo el minifundio y ensanchando el ámbito de las fincas cafeteras”. Con el, crédito Escaso se agudiza la difícil situación del minifundista para que éste se vea obligado a vender más rápido.

El minifundio ha sido tratado pues como una ame­naza latente contra el sistema, como un peligro con­tra el régimen, por ser un semillero de jornaleros y porque además, cuenta con el agravante de que los jornaleros no encuentran trabajo estable y per­manecen desocupados gran parte del año viviendo en una condición miserable. Lo anterior llevó a que un economista muy célebre en nuestro medio, el profesor Currie, le propusiera un programa al go­

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bierno llamado “Operación Colombia” que tenía por objeto trasladar, o mejor sacar, de la zona cafetera medio millón de trabajadores, para que así se des­congestionara la región; el programa aconsejaba in­crementar las obras públicas para que de esta mane­ra se desarrollaran algunas ramas de la industria. Si el sistema no acogió este plan es porque suponía ge­nerar empleo para medio millón de personas y el sistema es incapaz de hacerlo, por esto se impuso un programa de alcances más reducidos como el que estamos tratando.

El objetivo que se persigue al eliminar la pequeña propiedad es que quede un tipo de finca más gran­de, cuya existencia no sea una amenaza para el orden establecido, es decir, se pretende que la agricultura cafetera quede por cuenta de las fincas medianas y grandes, fincas que le permitan al propietario “aho­rrar”. Claro que el mismo proceso económico con­duce a eso, pero lo que busca la burguesía y los te­rratenientes es que ese proceso pueda ser regulado para evitar un estallido de rebeldía. A este programa se le adoba el argumento de que las fincas más gran­des pueden generar empleo o sea absorber tanta ma­no de obra que hay sin empleo. Se busca que el mo­do de producción capitalista se consolide pues sería upá garantía para el sistema contar una burguesía rural bastante amplia que sirviera de parachoques en la lucha de clases. Situación preferible para el sistema actual en la cual una parte muy crecida de propietarios (los pequeños) son enemigos poten­ciales y pueden ser arrastrados por los jornaleros y el proletariado industrial a la lucha revolucionaria.

D. El caturra, variedad de mayor productividad, ha sido un cultivo impulsado por la Federación cui­dándose muy bien de decir a quién iba a beneficiar -y a quiénes a perjudicar. Los aumentos de la pro­ducción provenientes de los caturrales van a tornar más aguda la competencia entre los productores. Quien siembra caturra obtiene mejores ingresos, su

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alta productividad permite al propietario resistir los bajos precios. Pero no todos pueden sembrar catu- rra. Esta variedad implica desembolsar un capital para poner un cultivo nuevo, eliminar el sombrío y los cultivos intercalados, requiere una buena atención técnica y mucho abono; además su duración es, corta. Este cultivo solo lo pueden establecer quienes tengan algún capital o quienes disponiendo de una cantidad de tierra suficiente puedan tumbar parte del cafetal y vivir del resto mientras que el caturra entre en plena producción. Pero quien no tenga ca­pital o no tenga suficiente cantidad de tierra no pue­de cambiar sus cafetales tradicionales por la nueva variedad.

El aumento de la producción necesariamente trae­rá traumatismos en el mercado, obligará a aumentar la retención cafetera, puesto que nuestro país no puede exportar libremente las cantidades que pue­de, sino que tiene que sujetarse a una cuota estable­cida. Si tenemos en cuenta que este aumento va acompañado de la depreciación del café llegaremos a la conclusión que la situación para el pequeño pro­ductor se va a tornar más difícil. Ya el gerente de la Federación, Arturo Gómez Jaramillo, en un edi­torial de la Revista Cafetera (número 148) anun­ciaba el incierto porvenir, cuando decía que había la posibilidad que se inundara el mercado lo que incidiría negativamente sobre los precios y dificultaría el funcionamiento de los mecanismos internacionales para el control de la superproducción. Además se­ñalaba Gómez Jaramillo que había que tener en cuenta que el precio del café colombiano en el ex-

-terior seguiría bajando debido a que en los EE. UU. se estaba imponiendo el sistema de mezclar las dife­rentes variedades de café lo que estaba llevando a los industriales tostadores a no preocuparse por dis­tinguir calidades.. Lo que el gerente de la Federación nos señala es una cosa que se está volviendo reali­dad: la superproducción nacional con todas las ame­nazas sobre los pequeños caficultores.

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E. Diversificación de la producción. Partiendo del supuesto de que la producción actual es excesi­va, el gobierno traza este programa con el fin de que mediante el cultivo del cacao, la piña, etc.--que­de la producción cafetera por cuenta de fincas es­pecializadas, mientras que otras deben desplazarse ha­cia estos cultivos. El programa aparentemente busca darle una salida económica aceptable para los más afectados por la crisis cafetera. Sin embargo hay que tener en cuenta que los más golpeados por la depreciación del café no cuentan con los recursos suficientes para emprender un nuevo tipo de cultivos y es por eso que aunque no lo deseen deben vender su parcela. Además los nuevos cultivos propuestos, para los cuales hay líneas especiales de crédito, so­lo son rentables si se cumple con los mínimos requi­sitos técnicos que exigen. El cacao por ejemplo es más exigente en abonos y fungicidas que el cafeto tradicional. La caña para panela, que también se propone para diversificar^ no es rentable en peque­ña escala, lo mismo podría decirse de la piña, con­tando además con el factor adverso que la estruc­tura del mercado golpea al pequeño productor de frutas.F. Planes de empleo para descongestionar la zona cafetera. Sobre esto se ha hablado mucho. Todos los oligarcas, todos los reformistas y los más con­servadores están de acuerdo en que en la zona ca­fetera hay un exceso de mano de obra, que hay según algunos alrededor de un millón de jornaleros y que se necesita absorber esa fuerza de trabajo ya que los cafetales no alcanzan a utilizarla completa; mente. Para el sistema esto es calificado como un peligro inmediato. Sin embargo si el capitalismo co­lombiano no ha podido emplear, es decir, explotar productivamente a estos miles de campesinos sin tie­rra es porque no puede, pues de lo contrario les estaría haciendo .sudar plusvalía, pero en este caso nuestra burguesía dependiente no puede superar sus limitaciones.

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El hecho de que la industria nacional, especializa­da en textiles, bebidas, alimentos y en general ar­tículos de consumo popular, esté limitada en su ca­pacidad productiva por la baja capacidad de consu­mo del pueblo (estrechez del mercado) le impide crecer aceleradamente, por lo tanto tiene limitacio­nes para absorber trabajadores. Además su desarro­llo tiene otra limitación: el ensanchamiento, es de­cir, la reinversión no la puede realizar con pesos co­lombianos, sino con dólares, debido a que la maqui­naria y la materia prima industrial se adquieren en el exterior. Si en el país hubiese industria pesada la burguesía haría esas compras aquí y las podría ha­cer con moneda nacional.

En las países que han vivido el proceso clásico del desarrollo capitalista, el ensanchamiento indus­trial se hacía a pesar del empobrecimiento de los campesinos, puesv la rama que más se desarrollaba era la de la industria pesada (fabricación de maqui­naria) y no la producción de bienes de consumo. La industria liviana se convertía en un mercado para la industria pesada. Pero en nuestro país no sucede eso, como el desarrollo industrial padece grandes li­mitaciones, indudablemente la absorción de mano de obra también va a ser limitada.

Muchos capitales no se invierten en la industria porque no pueden ser cambiados por divisas, de allí que se orienten hacia las ramas especulativas, el co­mercio, la banca, bonos, fondos financieros, etc., que además son mucho más rentables que las inversio­nes en industria mánufacturera.

La generación de empleo en el campo se ve limi­tada por una parte por el latifundio ganadero y por otra parte por el desarrollo de la agricultura meca­nizada. El primero por sus prácticas antitécnicas (pe­ro muy lucrativas) de ganadería extensiva no requie­re casi mano de obra, monopoliza la mayor parte de la tierra y genera desempleo. En cuanto a la agri­cultura mecanizada, caña, arroz, algodón, etc. las

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tecnologías empleadas conllevan aumentos de la pro­ductividad ahorrando mano de obra.

El desarrollo del capitalismo en Colombia nos de­ja todos sus efectos negativos al descomponer al cam­pesino formando una inmensa masa de desocupados, pero no nos trae sus efectos progresivos que se de­rivan del desarrollo de la industria pesada, limitán­dose por su carácter dependiente a la industria livia­na y de transformación. Proletariza pequeños pro­ductores pero no los convierte en obreros activos. De allí que el descongestionamiento de la zona ca­fetera y demás zonas rurales se traduce en un au­mento de la desocupación en las ciudades.G. Diversificación de las exportaciones. La burgue­sía busca desde hace varios años encontrar otros renglones diferentes al café ya que estas exportacio­nes han venido evolucionando negativamente. Es cierto que se ha logrado impulsar otros productos y que la participación del café en el comercio exterior se ha reducido. Sin embargo el precio que se ha pa­gado por la di versificación es muy alto: implicó abrir nuevos renglones de importación: así es como ac­tualmente la importación de maquinaria, materias primas de origen industrial y bienes intermedios al­canza el 90% de nuestras importaciones. En veinte años el valor de las importaciones casi se ha dobla­do y como los ingresos de divisas del país son insu­ficientes, el endeudamiento ha llegado a los dos mil millones de dólares; la penetración del capital ex­tranjero en la industria se ha acrecentado. El pago de la deuda, ías remesas de utilidades de las empre­sas extranjeras establecidas en el país y el mayor pre­cio que hay que pagar a la gran industria extranjera, se h* venido a convertir en una pesada carga que re­fuerza la dominación imperialista, cuando lo que se buscaba (con la diversificación) era depender me­nos.

Lo que sucede es que el sistema neocolonial no basa el control de nuestra economía en el simple

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control del comercio cafetero. Pata poder competir en el mercado mundial con azúcar, algodón, arroz, etc. y productos de la industria manufacturera, se necesita emplear las más modernas técnicas y es en­tonces cuando le ampliamos el mercado a la indus­tria pesada norteamericana. La burgesía que lanzó la consigna de “exportar o morir” se acerca a su muerte a pesar de que ha encontrado otros renglo­nes fuera del café para exportar.

Pero no se crea que los problemas económicos del país son insolubles y que nos toca pór una fatali­dad histórica ser enteramente un pueblo pobre y ex­plotado. Lo que queremos señalar en los puntos tra­tados es que el sistema dominante es incapaz de re­solver los problemas del país y que en el caso con­creto de la agricultura y el comercio cafeteros no toma ninguna medida que sea benéfica para el pue­blo y los intereses nacionales, sino que por el con­trario se va en contra de los campesinos pobres y desempeña el papel de intermediario del imperialis­mo yanqui para una mayor entrega de nuestro país. Pero si la gran burgesía y los terratenientes aliados del imperialismo han fracasado en lograr un desarro­llo económico independiente eso sólo quiere decir que ya no tiene nada que hacer y que las-clases que hasta ahora han estado desposeídas del poder políti­co deben tomar las riendas del país para librar la batalla contra el atraso y las fuerzas reaccionarias.

8. ANTECEDENTES DEL MOVIMIENTO CAMPESINO EN LAS ZONAS CAFETERAS

A. Los primeros brotes. La zona cafetera tiene una larga tradición de lucha: las primeras organizacio­nes campesinas y las primeras luchas surgieron en las regiones cafeteras de Cundinamarca, Tolima, etc. Estas luchas y organizaciones comienzan a darse a partir de los años veinte como fruto de la intensa la­bor de agitación y concientización que desarrollaron

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los militantes del Socialismo Revolucionario (partido que existió hasta 1930) y en cierta medida eran un reflejo de las luchas obreras que comienzan a gene­rarse en esa época.

La colonización cafetera al absorber grande? ma­sas de campesinos sin tierra,' había permitido que el latifundio prolongara su existencia y que el cam­pesino no se viera necesariamente obligado a lu­char contra él para hacerse a un pedazo de tierra, si­no que la fuera a buscar en la lucha contra la na­turaleza, tumbando montañas. Es el proceso de la colonización antioqueña del occidente colombiano y de vinculación de las zonas de vertiente a la eco­nomía nacional. Sobra decir que si dicho proceso colonizador fue exitoso y que si se logró evitar en aquel período el enfrentamiento directo con el lati­fundio, se debió a que había unas condiciones excep- ciónalmente favorables para que una gran corriente de campesinos sin tierra encontraran una actividad económica con grandes posibilidades de desarrollo: el cultivo del café, a favor del cual pesaba la exis­tencia de un amplio mercado, no solo nacional sino extranjero.

Hacia los años de 1920 el proceso de colonización cafetera comienza a llegar al límite de sus posibilida­des y ya no puede ser el factor capaz de absorber a grandes masas campesinas que buscaban tener algu­na propiedad. Para este tiempo había crecido la cla­se de los jornaleros, especialmente en tomo a la gran hacienda cafetera. El enfrentamiento entre el campesino sin tierra y el terrateniente no se pudo aplazar más tiempo. El campesino comienza a presio­nar sobre el latifundio: se abre paso la lucha de los arrendatarios sometidos a la condición de siervos, surge la lucha por la tierra por parte de grupos de jornaleros y varias comunidades indígenas despier­tan a la lucha por reconquistar siquiera una parte de lo que le había usurpado el latifundio. Cobran entonces gran vigor las tomas de tierra en Cundina-

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marca, la lucha de los arrendatarios de los grandes latifundios como el Hato de Chenche (en lo que hoy son las fincas Bauráf Jabalcón, El Tigre, Molino la María, etc. pues el Hato de Chenche extendía sus límites por los municipios de Purificación, Saldaña, y Coyaima); Manuel Quintín Lame desencadena la lucha agraria en el Cauca y el sur del Tplima. Las ligas campesinas, como forma organizativa surgen en distintas partes jlel país. Pero tal vez el movimiento más importante en el período de iniciación de la lu­cha agraria lo constituyó el llamado "movimiento de los bolcheviques del Líbano” (Tolima) pues aquí la organización y la lucha campesina pasaron de plan­tearse reivindicaciones inmediatas para terminar plan­teándose el problema del cambio social por la vía revolucionaria, es decir, la toma del poder. Estejno- vimiento constituye la primera insurrección • revolu­cionaria del campesinado colombiano y el soporte fundamental de ella lo constituyeron los arrendatarios y jornaleros de las grandes fincas de la región.

Al comenzar la década del treinta el'movimiento campesino había adquirido una gran importancia po­lítica; de su seno habían surgido un gran número de revolucionarios y todos los grandes luchadores de la época .tuvieron alguna relación con él movimeinto campesino: María Cano, Torres Giraldo, Erasmo Va­lencia, José Gonzalo Sánchez (surgido del movimien­to indígena), etc. El movimiento obrero también vi­vía una época de ascenso: ya se habían creado un sinnúmero de sindicatos al calor de la lucha huel­guística que en varias ocasiones asumió la forma de huelga política (revolucionaria) como sucedió con la huelga de las bananeras, con la primera huelga petrolera en Barranca, como también en las huelgas de los braceros y marineros del Río Magdalena agru­pados en la FEDENAL. Si bien muchas luchas obre­ras revestían un carácter espontáneo, por lo general iban acompañadas de la labor de concientización de los revolucionarios estimulados por el triunfo de los obreros bolcheviques en Rusia, de allí que aunque

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en forma imprecisa las luchas obreras hicieran par­te del desarrollo de las ideas socialistas y de los sentimientos antiimperialistas que habían surgido en nuestro pueblo a.raíz del robo de Panamá. Las ideas revolucionarias fueron transmitidas a los núcleos más activos del campesinado. Existía por lo tanto una alianza obrero-campesina aunque en estado embrio­nario, alianza que no se podría desarrollar en los años siguientes, cuando el movimiento obrero y el movi­miento campesino pierden la iniciativa y la indepen­dencia de clase. El ascenso del movimiento popular conduce a la creación de organizaciones gremiales progresistas a escala nacional, como la antigua CTC de la cual hacía parte, como sección especial, las ligas y sindicatos agrarios. En el plano político sur­gen organizaciones como el UNIR (Unión de Iz­quierdas Revolucionarias) de Gaitán y el sector mar- xista del Socialismo Revolucionario forma el Par­tido Comunista, partido que surge en forma vigorosa, dirigido por valientes luchadores, pero que posterior­mente perdiera el impulso revolucionario hasta lle­gar a empantanarse totalmente en el reformismo co­mo sucede en los últimos años.

Sin embargo la clase social que estaba luchando directamente por la toma del poder no era ni la clase obrera ni los campesinos pobres, era la na­ciente burguesía industrial a través del partido libe­ral. En aquel momento la posición política de la bur­guesía industrial era progresista y el partido liberal se enfrentaba al régimen conservador que ya cumplía casi medio siglo de existencia y que representaba los más retardatarios intereses de los terratenientes. El partido liberal se presentaba pues como un partido popular, como un partido de “izquierda”, combatido por el clero como un partido “masón”.B. El ascenso de la burguesía. El partido liberal acogió úna serie de banderas reivindicativas que es­taban planteando los obreros y campesinos y de es­ta manera logró que el movimiento popular le sirvie­

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ra de puntal en su lucha contra el gobierno y el partido conservador. Nuestra burguesía alcanza el poder en momentos en que ya existía un movimiento obrero con matices revolucionarios, pero también po­día asimilar la experiencia de las burguesías euro­peas que ya llevaban más de un siglo de enfrenta­miento con el proletariado, por ésta razón el partido liberal sabía muy bien hasta donde podía hacer con­cesiones al pueblo. El movimiento revolucionario per­dió su independencia: Gaitán disolvió el UNIR y se integró al partido liberal, el Partido Comunista dio un salto hacia posiciones derechistas al convertirse en un apéndice del liberalismo, seducido por la per­sonalidad de López Pumarejo quien denominó su go­bierno, como el gobierno de “la revolución en mar­cha”. López hizo importantes concesiones al proleta­riado que se plasmaron en la legislación laboral que entre otras cosas permitía a los obreros organizarse en sindicatos y sancionaba como legal el derecho a la huelga, en cuanto a los campesinos, en un afán de mantenerlos a su lado, el partido liberal expidió la Ley 200 (ley de tierras) que representaba un pri­mer intento de reforma agraria, además López dio plenas garantías políticas al Partido Comunista y a los revolucionarios en general puesto que en esos mo­mentos los revolucionarios le brindaban todo su apo­yo. Con todas estas medidas el partido liberal logró que los sectores revolucionarios de los obreros y cam­pesinos depositaran en él-toda su confianza y to- das sus esperanzas.

La alianza obrero-campesina fue desplazada por la alianza de ambos sectores con la burguesía liberal en la cual ésta decidía por la sencilla razón de que tenía el poder én sus manos. El movimiento cam­pesino y la reforma agraria pasaron a ser dirigidos por la burguesía. La lucha por el poder para el pue­blo fue desplazada como objetivo central y en cam­bio tomó cuerpo la política reformista, como defen­sa del proceso reformista frente a los intentos del partido conservador de recuperar el poder. Es cier-

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lo que las tomas de tierra y la lucha de los arren­datarios no se suspendió, como tampoco se suspen­dieron las huelgas obreras (ambas cosas cobraron gran impulso), pero ya revestían un carácter diferen­te: mientras que en el período anterior las tomas de tierra (y las huelgas que necesariamente eran ilega­les) constituían un enfrentamiento con el gobierno, durante el régimen de López aparecían como un gol­pe a oligarcas aislados, sin proponerse luchar con­tra el Estado, sino más bien como un apoyo al pro­ceso reformista liberal. López por supuesto se ma­nifestaba complaciente frente a las huelgas y tomas de tierras en la medida en que le servían para inti­midar la beligerante oposición de los terratenientes y también en la medida en que el pueblo le brinda­ba apoyo a las reformas que impulsaba y que tenían por objeto fundamentalmente modernizar el Estado y adecuarlo al sistema capitalista.

Pero el proceso reformista dirigido por la burgue- $ía estaba llamado a detenerse rápidamente y con él también estaba llamado a terminar el período de li­bertades democráticas. Un sector de la misma bur­guesía, capitaneado por Eduardo Santos advirtió que sobre el sistema capitalista se cernía el peligro de la revolución. Santos argumentaba que el partido libe­ral no debería permitir “excesos” por parte de las masas y que la transformación del país se debería hacer por las vías legales, manteniendo en alto el principio de respeto a la propiedad privada terrate­niente y capitalista y sin dejarle ninguna salida a los intentos revolucionarios, condenaba con particular energía las tomas de tierras. Santos decía que se ne­cesitaba hacer una “pausa” en el proceso reformista, y efectivamente cuando salió elegido a la presidencia con el apoyo de la reacción, denominó a su gobierno como “el gobierno de la pausa” lo que se tradujo en la práctica en la represión-contra los sindicatos y con­tra los campesinos al mismo tiempo que se estimu­laba la arrogancia de las fuerzas reaccionarias y pro- imperialistas. Cuando López vuelve a la presiden­

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cia en los años cuarenta ya no haría más que refle­jar la impotencia de la burguesía que ya no estaba dispuesta a continuar enfrentada a los terratenientes y que se sentía amenazada por el proletariado. La ley 100 de 1944 constituye en el plano de la políti­ca agraria una transacción con el latifundio al cual se le daban más garantías que las que establecía la ley 200 de 1936. La destrucción de la propiedad te­rrateniente y en general la reforma agraria no se lle­vó a cabo por parte del régimen liberal por la sen­cilla razón de que no constituía una necesidad im­prescindible para nuestro desarrollo capitalista. Nues­tra burguesía, por su carácter dependiente y debido a las limitaciones propias de este tipo de desarrollo idustrial, se adaptó al estrecho mercado existente y una corriente importante de capital se desvió hacia la especulación financiera. El impulso renovador de la burguesía tocó su fin cuando Alberto Lleras asu­mió el poder en 1945 y se lanzó contra el movimien­to obrero y campesino.C. La violencia. El régimen liberal fue sustituido por el gobierno de Ospina y constituía un gran triunfo para los terratenientes y el partido conserva­dor que habían presentado una furibunda oposición al reformismo liberal, oposición que llegó a la cons­piración (golpe de estado contra López) y que siem­pre se mantuvo beligerante. El triunfo de Ospina fue posible gracias a la gran cohesión de los terra­tenientes quienes agrupados en la APEN (Asociación de Propietarios y Hacendados) no cesaban de pre­sionar al gobierno y de exigirle que frenara a los campesinos.

Pero el período de las transformaciones democráti­cas no se pudo prolongar por el simple hecho de que se perdieran unas elecciones. La razón fundamental estribaba en que las fuerzas que más requerían de dichas transformaciones: el proletariado y los campe­sinos, habían perdido la iniciativa, no comprendían que ya la burguesía había dado todo lo que podía y

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que se enfilaba por el camino de la represión. La continuidad y profundización del proceso democráti­co implicaba vencer a las fuerzas reaccionarias no mediante el apoyo a la burguesa liberal, que ya era incapaz de seguir adelante, sino desplazando a ésta del poder y tomándolo para sí el proletariado y los campesinos. Sin embargo los dirigentes revoluciona­rios no plantearon el problema en esta forma y se­guían haciéndole creer al pueblo que el liberalismo podía dar más.

Gaitán pretendió dar cumplimiento a las reivin­dicaciones inmediatas que necesitaba el pueblo, pa­sando por encima de la resistencia de los terratenien­tes, la gran burguesía, el imperialismo y por supues­to de los dirigentes consagrados de los dos partidos. Aunque Gaitán logró un gran apoyo popular, un im­portante sector del movimiento obrero agrupado en torno a la CTC y varias organizaciones campesinas sé opusieron, siguiendo las orientaciones de los di­rigentes del Partido Comunista y del liberalismo. El posterior intento de reunificación del pueblo en tor­no a Gaitán se frustró cuando las oligarquías y el imperialismo asesinaron a Gaitán.

El 9 de abril serviría para que la burguesía libe­ral demostrara una vez más su pérdida de impulso progresista. A pesar de que surgieron centenares de “juntas revolucionarias” en casi todas las capitales y en muchos pueblos y veredas, el partido liberal, di­rigido por Echandía renunció a la toma del poder. Después del 9 de abril llegaría la revancha de la reacción y la lucha se traslada al campo. Fuera de los Llanos Orientales, el peso de la represión lo so­portarían los campesinos de las zonas cafeteras del Tolima, Huila, Valle, Antioquia, Santander, Cundina- marca y viejo Caldas.

Ya habíamos dicho antes que los campesinos de la zona cafetera, especialmente en Cundinamarca y Tolima habían creado organizaciones para la lucha por la tierra y para enfrentar a los terratenientes. La

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presión campesina y las tomas de tierras habían con­ducido a que se parcelaran un buen número de lati­fundios. Sin embargo, una vez que la evolución de los acontecimientis asume la forma de guerra civil, la lucha armada de los campesinos no revestiría el carácter de una revolución agraria sino más bien el carácter de una lucha entre los dos partidos tradi­cionales.

La gran influencia del partido liberal sobre los campesinos alzados en armas, influencia que habían ayudado a expandir los dirigentes del P. C., impidió que el campesinado en lucha se planteara un pro­grama político revolucionario que cobijara las rei­vindicaciones democráticas (como la reforma agra­ria) y antiimperialistas por las que se había luchado antes. Aunque de hecho se crearon regiones libera­das al control de las fuerzas armadas del sistema, la ausencia de una dirección proletaria sobre el pro­ceso impidió que el pueblo viera claramente la ne­cesidad de la toma del poder. El partido liberal no estaba dispuesto a impulsar una revolución y tam­poco el grupo de Gilberto Vieira se planteó el desa­rrollo de la guerra popular. Es cierto que en algu­nas partes, como en el Davis (Chaparral), se inten­tó aplicar una reforma agraria y consolidar el poder popular, pero esto no correspondía a una línea ge­neral del movimiento revolucionario, sino que se de­jó el campo abierto al espontaneísmo, que plagado de errores sectarios (en cuanto a la distribución de la tierra y las formas de producción) condujo a que la base revolucionaria del Davis fuera destruida no por el gobierno directamente, sino por una división interna en el campesinado y las fuerzas guerrille­ras (división entre “limpios” y “comunes”).

Sobra decir que el movimiento guerrillero de aquel tiempo, que se mostró invencible en el plano militar estaba condenado a la derrota ante la inexistencia de un verdadero partido revolucionario y de un pro­grama de lucha bien definido. Necesariamente mu­

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chos sectores de luchadores sin formación política tenían que desviarse hacia el bandolerismo que oca­sionaría no sólo el. rechazo de los campesinos conser­vadores, sino también de sectores de campesinos me­dios liberales. Para muchos sectores campesinos la lucha perdió sentido cuando Rojas ofreció la amnis­tía. Esto sucedió debido a que la lucha campesina no había pasado de revestir la forma de una defensa justificada frente a la represión oficial y cuando el mismo gobierno ofrecía cesar las hostilidades mu­chos creyeron que ya se había logrado el objetivo principal: la paz. Recordemos que Rojas no necesitó ofrecer un programa de reforma agraria para lograr desarmar a miles de campesinos, eso nos indica has­ta qué punto el campesinado estaba confundido polí­ticamente.

9. PERSPECTIVAS DEL NUEVO ASCENSO DEL MOVIMIENTO CAMPESINO

Podemos decir que con la violencia concluye una etapa del movimiento campesino. Vendría un perío­do de reflujo durante los años sesenta para irrumpir nuevamente a partir de 1970 con la creación de la ANUC. Esquematizando podemos señalar todo el re­corrido en la siguiente forma: hacia los años veinte se presenta un despertar del campesinado, se desa­rrollan muchas organizaciones, se dan enfretitSBiien- tos directos contra los terratenientes, penetran las ideas revolucionarias al campo; al llegar el régimen liberal (1930 a 1946) el movimiento eampesino es canalizado por López que ofrece una reforma agra­ria, el movimiento campesino aunque no se aplaca, pierde su carácter revolucionaria y fi)ti todas sus esperanzas en el apoyo al gobierno, un íercer perío­do lo constituye la violencia que desarrollan las cla­ses reaccionarias, especialmente los terratenientes a través del gobierno, como una forma de mantener su dominio político y el monopolio sobre la tierra

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que venía siendo amenazado, sin embargo el campe­sinado no contesta con un programa agrario revolu­cionario sino con un movimiento guerrillero defensi­vo, durante la violencia se destruyen gran cantidad de organizaciones, termina la violencia y el movi­miento campesino entra én un período de casi fcjtal desaparición hasta que recientemente se recupera y estamos frente a un. nuevo ascenso. Este nuevo as­censo guarda sus similitudes y sus diferencias con el primero y las perspectivas actuales dependen en gran parte de la asimilación de las experiencias pasadas.

La iniciación de las primeras luchas no fueron precedidas de ningún programa de reformismo agra­rio, éste surgiría posteriormente cuando el liberalis­mo (representando los intereses de la burguesía in­dustrial) asumió el poder y canalizó a su favor el movimiento campesino. El presente ascenso en cam­bio ha sido precedido de un programa agrario de la burguesía y surge en la medida en que dicho pro­grama defrauda al campesinado. En el primer perío­do la ley 200 se presenta como un punto culminan­te, actualmente la ley 135 (más concretamente su in- operancia) aparece como punto de partida. En el pasado el movimiento surge impulsado directamente por revolucionarios, lo mismo las organizaciones (li­gas), en el actual período la burguesía se dio el lujo y tuvo la audacia de permitir y promover la crea­ción de asociaciones campesinas en un esfuerzo de­sesperado de perpetuar su dominación, intento que fracasa.

En los cincuenta años que separan los dos perío­dos ascendentes, la burguesía, los terratenientes y el imperialismo, han asimilado mucha experiencia, han aprendido mucho más de sus éxitos y fracasos que el mismo pueblo. Fijémonos' cómo el imperialismo yanqui, que ha sufrido en carne propia la experien­cia de revoluciones triunfantes, en Asia y en Cuba, se decidió a impulsar las demagógicas reformas agra­rias en toda América Latina y llegó a condicionar los

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“préstamos0 a la realización de programas reformis­tas en nuestros países. Hace cincuenta años el impes tialismo no utilizaba esta arma, se necesitó que en China, en Vietnam, en Cuba, etc. países dependien­tes y fundamentalmente agrícolas, se levantaran los campesinos a la lucha revolucionaria, para que el imperialismo llegara a comprender que en los países dependientes y subdesarrollados se necesitaba tratar con gran cuidado al campesino. Es que antes no existía la experiencia de una revolución agraria triun­fante que se orientara hacia el socialismo y hoy ya hay varios precedentes.

A favor del movimiento campesino cuenta ahora el hecho de que las clases domiantes están más ais­ladas y sus partidos políticos en crisis. Lo mismo en cuanto al imperialismo que hoy marcha hacia la rui­na final. Además la clase de los jornaleros, campesi­nos sin tierra ha crecido enormemente. Sinembargo en el pasado el movimiento campesino se desarrolló paralelo a un período de ascenso del movimiento obrero y en cambio hoy surge el nuevo período de lucha campesina en momentos en que la clase obre­ra padece una gran división y no ha logrado recupe­rarse del retroceso sufrido a partir de la instaura­ción del Frente Nacional. Para la burguesía el proble­ma sigue siendo el mismo: dirigir al campesinado, se­pararlo de los sectores que la combaten, especialmen­te del proletariado industrial; impedir que el movi­miento campesino se lance a la lucha frontal contra los terratenientes porque sabe que esí* lucha no se limitaría a golpear la propiedad territorial simple­mente, sino que pisaría los terrenos de la gran in­dustria. Para los terratenientes también el problema sigue siendo igual: cómo aplastar al movimiento cam­pesino y seguir disfrutando del monopolio de la tie­rra.

La burguesía desde hace mucho tiempo ha venido desempeñando el papel de amortiguador para evitar que la lucha campesina de al traste con los terráte-

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mentes pues muy bien saben que luego les puede llegar el turno. Para desempeñar este papel siempre han recurrido a la demagogia agraria. Los burgueses que aparecen hoy como reformistas, es decir, tipos como Lleras, Pastrana, etc. quieren embutirle la idea al campesinado que hoy en día es posible reformar la situación en el campo, hacer la redistribución de la tierra, superar el atraso y la miseria rural, sin afectar el conjunto de las relaciones sociales en el país. Así por ejemplo quieren hacer creer que se puede resolver el problema campesino sin necesidad de golpear al imperialismo y a la gran burguesía. Ha­blan de distribuir la tierra'de los latifundios ociosos, pero no dicen nada sobre el saqueo imperialista ni sobre la concentración de la riqueza a través del ca­pital industrial o de los bancos, o de las operaciones comerciales, etc. Hablan de reforma agraria al mis­mo tiempo que pretenden fortalecer a la gran bur­guesía y protegerle sus inversiones y al mismo tiem­po que se muestran partidarios de un mayor endeu­damiento de nuestro país con el imperialismo. Plan­tear en esta forma la solución del problenja de los campesinos es la mejor forma de aparentar buenas intenciones para no hacer nada. La experiencia ha demostrado que nuestra burguesía es incapaz de en­frentarse a los terratenientes y que por el contrario, no hace más que transigir con ellos.

Al campesino no sólo lo afecta la existencia del latifundio improductivo, sino también la competen­cia que la agricultura tecnificada le hace a la parce­la familiar. Mientras que siga operando el deasrrollo capitalista en renglones agrícolas a los cuales están dedicados campesinos pobres, continuará el proceso de quiebra de minifundistas, proceso que hemos des­crito en el caso del café, pero que se presenta en otros renglones. De allí que se requiera emprender un nuevo tipo de desarrollo agrícola y que en último término se requiera de desarrollar la economía so­

cialista. Al mismo tiempo el campesino es afectado por la dominación del imperialismo sobre nuestro

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país y por el desarrollo dependiente de la industria pues éste no garantiza el desarrollo autónomo.

Cualquier proceso de distribución de tierras sin un previo cambio en el poder político sólo es posible recargando de impuestos al pueblo para pagarle al terrateniente. Un proceso dé esa naturaleza siempre será dirigido por la burguesía (aunque esté “presio­nada”) y revertirá en un mayor fortalecimiento de ella. Es por eso que la ANUC señala muy correcta­mente que la lucha del campesino en último término hace parte de la lucha por el cambio radical de las estructuras de nuestra sociedad y por la toma del po­der político para el pueblo.

En la etapa actual el campesinado lucha en tomo a consignas eminentemente democráticas, como es la lucha por la tierra, por la reforma agraria, es decir, que se ha planteado la destrucción de una clase ex­plotadora: los terratenientes, sin cuestionar por aho­ra todas las formas de explotación pues el derecho de los campesinos medios acomodados y campesinos ricos a contratar mano de obra asalariada no se cues­tiona. El programa pues no es directamente socialis­ta, aunque desde ya apunta hacia ese objetivo. Sin embargo por el mismo hecho de que es una lucha democrática tiene dos vías de solución o mejor de desarrollo:

Una forma puede ser la que se dio en el pasado y la que hoy en día ha sido predominante: el cam­pesinado “presiona” a la burguesía, se lanza a la lu­cha reivindicativa para arrancarle concesiones al sis­tema pero las concesiones que se logran (aumento del crédito, parcelación de una finca) Vi bien pue­den afectar a un terrateniente en particular, no -cons­tituyen un golpe para toda la clase terrateniente, ade­más las reivindicaciones no se dan al margen del sis­tema capitalista y de la dominación imperialista, son reivindicaciones que se dan dentro del capitalismo y no en contra. El proceso en su conjunto aparece di­rigido por la burguesía y representa una difusión de

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las relaciones de producción capitalista en el campo: el capital financiero, a través del crédito extiende sus tentáculos, los campesinos parceleros dotados de re­cursos entran a hacer parte de la agricultura moder­na (tecnificada) que acelera la quiebra (por compe­tencia en el mercado) de las fincas de los campesi­nos pobres, se amplía lá contratación de mano de obra asalariada, etc. La solución del problema agra­rio dirigido por la burguesía,, én esta forma, tal co­mo sucede en Colombia actualmente con el agravan­te de que la política agraria no solo es dirigida por la burguesía en un acuerdo con los terratenientes na­cionales, sino supervigilados y controlados por el imperialismo que fue el que impulsó el embeleco de las reformas agrarias pactadas, un proceso de esta naturaleza necesariamente se queda en la mitad del camino sin llegar a efectuar a cabalidad las transfor­maciones que necesita el pueblo. En nuestro país es­to ya es muy claro: empeora la miseria en el cam­po en lugar de solucionarse y los terratenientes con­servan todo su poder.

La segunda vía de solución es la vía “plebeya” cuando el movimiento campesino consciente de que la burguesía no se limita al papel de árbitro en el enfrentamiento campesino-terrateniente, sino que pac­ta con los terratenientes, cuando el campesino cons­ciente de que la burguesía y el imperialismo no pue- deip-resolver el problema agrario, comprende que las transformaciones democráticas hay que imponerlas y que para ello se necesita asumir el poder político junto a la clase obrera y el resto del pueblo. En nues­tro país esta tendencia comienza a desarrollarse. Cuando la lucha por las tareas democráticas (como es la reforma agraria) adquieren un carácter revolu­cionario no quiere decir que aquellas tareas pierdan su contenido burgués, lo que sucede es que esas ta­reas se enmarcan dentro del proceso revolucionario que necesariamente conduce al socialismo.

En este momento las dos tendencias están plan­teadas y el triunfo de una de las dos definirá el futu­

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ro político del país. La conducción revolucionaria acertada de esas tareas democráticas es la clave pa­ra garantizar un auge revolucionario. De tal manera que el problema campesino es hoy la clave tanto para el porvenir át las clases reaccionarias como para el porvenir del puebla que solo lo salva la re­volución.

Pero la burguesía no podrá imponerse sobre el campesinado sino en virtud del engaño, de la dema­gogia, pues la burguesía no necesita hacer la refor­ma agraria, no le es imprescindible para seguir do­minando. Sin embargo la burguesía no va a renun­ciar a hacer concesiones, y en la medida en que pue­da fijar más impuestos y conseguir más préstamos con el imperialismo, seguirá comprando algunos la­tifundios y realizando algunas “obras públicas” (rie­go, electrificación, caminos, etc.) lo que desde ya se debe comprender es que todas estas concesiones no hacen sino ocultar la incapacidad del sistema para resolver de conjunto el problema agrario. La impo­tencia de la burguesía se refleja en el Acuerdo de Chicoral, en todo el pataleo del gobierno para que el Congreso autorice la consecución de mil millones de dólares “prestados”. Estamos frente a una bur­guesía que pacta con los terratenientes y que presen­ta como solución para el desarrollo del país un ma­yor endeudamiento y una mayor entrega al imperia­lismo. Todos estos factores se constituyen en una condición objetiva que permite que el movimiento campesino se desarrolle como movimiento revolucio­nando. De allí que el temor del sistema frente a la ANUC es el temor a un auge revolucionario.

10. CONSIDERACIONES SOBRE EL MOVIMIENTO CAMPESINO EN LA ZONA CAFETERA

Teniendo en cuenta todas las características de la crisis cafetera, tanto en la producción (quiebra del minifundio) como en el mercado mundial (domina­

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do por el imperialismo), debemos comprender que para el movimiento campesino es de vital importan­cia levantar a los jornaleros y minifundistas cafete­ros, expoliados por el imperialismo y el sistema oli­gárquico. La importancia económica del cultivo, la importancia de las regiones cafeteras, su gran exten­sión, la densidad de la población, todo esto debe obligarnos a considerar seriamente las tareas a desa­rrollar en este frente. Pero lo central es que 'debe­mos partir dé un correcto análisis de clase para de­terminar qué clases constituyen los blancos de la lucha, cuáles son las fuerzas motrices en la lucha, cuáles son las clases que se deben neutralizar, qué alianzas se pueden efectuar, etc. Aunque sea para dejar planteado el tema vamos a hacer algunas con­sideraciones en torno a este tema.A. Clases revolucionarias. Los campesinos sin tie­rra, los jornaleros, constituyen la clase más explo­tada de la región. No tienen nada que perder y su suerte está ligada al objetivo final de la explotación del hombre por el hombre. Es pues la clase más revolucionaria y la que menos esperanza tiene en el actual sistema, la que puede llevar hasta el final la consigna de “tierra sin patrones”. Su número es muy crecido y se desarrolla continuamente, en forma in­interrumpida a medida que se acelera la crisis del minifundio. Aunque no disponemos de datos apro­ximados de su número en la región, sí se puede afir­mar con toda seguridad que es la clase social más extendida.

Los arrendatarios pobres son también un sector que vive una situación muy parecida a la de los jor­naleros, tradicionalmente han demostrado gran espí­ritu combativo y han sufrido duramente la explota­ción, la opresión, los desalojos, etc. por parte de los terratenientes.

Como aliados de las clases anteriores encontramos la capa de los pequeños propietarios de las 38.000 fincas cafeteras de menos de 1 ha. y que en prome-

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dio solo disponen de media hectárea' de cafetal. Este grupo necesariamente consigue sus ingresos moneta­rios vendiendo su fuerza de trabajo puesto que su producción es insuficiente. Incluimos también los propietarios de las 133.400 fincas entre 1 y 6 hec­táreas que en promedio poseen IV2 ha. de cafetal. Los propietarios de las fincas de menos de seis hec­táreas, los arrendatarios y los jornaleros constituyen la inmensa mayoría de la población de las zonas ca­feteras.

En cuanto a los propietarios de las 38.310 fincas comprendidas entre 6 y 10 has. y que en promedio tienen algo más de 3 has., se requiere una adecuada política de alianzas para que se liguen al proceso. Este grupo pertenece a la capa inferior de los me­dianos propietarios y salvo excepciones aportan tra­bajo familiar pero además contratan trabajadores du­rante la cosecha. Teniendo en cuenta la evolución de la economía cafetera sabemos que este grupo tiene escasas posibilidades de progreso. En la medida en que comprendan que la oligarquía se apropia de gran parte del valor de su producción, de que el imperia­lismo dominando el mercado mundial los conduce hacia la ruina, es posible que se. den cuenta que su suerte está ligada con el triunfo de la revolución. Es­te grupo necesariamente está dispuesto a luchar por reivindicaciones inmediatas y en contra de la oligar­quía cafetera. Dentro de este grupo hay algunos que teniendo más hectáreas en cafetal y una mayor pro­ducción pueden capitalizar aunque sea en una esca­la muy baja y se sienten temerosos de un proceso re­volucionario; ateniéndonos al volumen de fuerza de trabajo contratado y a las posibilidades de capitali­zación que pueden tener, ya no pertenecerían a la clase de los campesinos medios sino a la de los cam­pesinos ricos que veremos más adelantne.

Las fuerzas básicas para la lucha son pues los jor­naleros, los arrendatarios pobres, los minifundistas y campesinos medios. La fuerza dirigente deben ser los jornaleros.

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Claro que pa& que estas clases cumplan su papel de vanguardia en el movimiento campesino de la zona que nos ocupa, deben conseguir una férrea uni­dad. Pero la unidad no es posible conseguirla sino en la medida en que estas clases se pongan de acuer­do dentro de la organización. La cuestión salarial por ejemplo es una reivindicación inmediata honda­mente sentida por los jornaleros, pero adelantar la lucha salarial implica un acuerdo con los campesi­nos medios que contratan trabajadores en la cose­cha, este es un tipo de problema que requiere una adecuada solución. En el caso de la huelga cafetera de 1962 en el Quindío es un ejemplo de que se pue­de llegar a un acuerdo entre medianos propietarios y jornaleros a fin de desarrollar luchas que alcancen reivindicaciones inmediatas favorables para ambas ca­pas. Sin embargo en este problema de lograr una estrecha unidad entre grupos que tienen algunas con­tradicciones internas hay mucho por aprender.B. Clases neutralizablés. La clase que necesita una política de neutralización es fundamentalmente la clase de los campesinos ricos. La clase de los cam­pesinos ricos la constituyen especialmente los propie­tarios* que ^adelantan el proceso de producción me­diante la contratación de trabajadores asalariados. A esta clase pertenecen los campesinos que tienen tie­rras en arriendo pero que a su vez requieren un vo­lumen de trabajo asalariado mayor que el trabajo familiar. Por lo general a esta clase pertenecen los propietarios de las 41.804 fincas que en promedio tienen 4% hectáreas en cafetal. Claro que 4% has. en cafetal situadas en una zona maígyial no colocan a su propietario en la clase de los campesinos ricos, pero también es cierto que este mismo hectareaje cultivado en caturra en buena tierra más el ingreso adicional que produzca el resto de la finca pueden ubicar al propietario en una situación de semiterrate- niente, pero esto ño es lo frecuente y por eso toma- pos los datos del Censo Cafetero en un sentido muy 'general. A la clase de los campesinos ricos corres­

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ponde gran parte de los propietarios de las 32.618 fincas entre 20 y 50 has. que en promedio tienen 7,6 has. en cafetal.

Por el hecho de que contratan mano de obra asa* lariada en una proporción mucho mayor que el tra­bajo del propietario (nos referimos al trabajo direc­tamente productivo y no a la “administración”) y en la medida en que pueden ahorrar cierta parte de sus ingresos, se constituyen en un estamento burgués que ha tenido algunas posibilidades de desarrollo en nuestro medio, pues veíamos en el estudio de la evo­lución del tamaño de las fincas (Cap. III) que las fincas de 10 a 50 has. que en 1955 constituían el 6,4% si bien se redujeron al 4% en 1960 han mos­trado un gran desarrollo en los diez años posterio­res pues en 1970 constituían el 24.6% de las pro­piedades.

A este sector lo consideramos como la burguesía nacional agraria que ha acumulado su capital en ba­se a un proceso nacional de trabajo, es decir, que a diferencia de la oligarquía cafetera o sean los gran­des propietarios y exportadores,- no tiene vínculos con el imperialismo, nunca ha sido aliado suyo, no pertenece a la burguesía intermediaria del imperia­lismo y por el contrario tiene objetivamente contra­dicciones tanto con el imperialismo como con la ca­pa de los grandes terratenientes y capitalistas de la agricultura y el comercio cafetero. ,Ésta clase está excluida de la dirección de la Federación de Cafete­ros y su influencia si pasa de los Comités Municipa­les de Cafeteros a duras penas llega a ser una mino­ría en los Comités Departamentales. Ahora bien, par­timos del supuesto de que estos propietarios no tie­nen más de una finca ni entregan tierras en arrien­do.

Frente a estas capas de la burguesía media o bur­guesía nacional agraria se presenta un problema com­plejo para el movimiento revolucionario y para el

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movimiento campesino en particular, pues si bien este sector es afectado y restringido en su desarrollo por la parte de la producción que pasa gratuitamen­te a manos de la burguesía intermediaria y por la política imperialista en el mercado mundial, por otra parte tiene contradicciones con los jornaleros. Sin embargo no son los enemigos principales de los cam­pesinos sin tierra.

Sería incorrecto lanzar a los jornaleros contra es­te sector. Consideramos que es acertado garantizar su derecho de propiedad y de contratar mano de obra. Los revolucionarios debemos esforzamos por “reducir el blanco de ataque” únicamente sobre la gran burguesía intermediaria, sobre los grandes te­rratenientes y sobre el imperialismo. Hasta ahora las movilizaciones campesinas de tomas de tierras han sido conducidas correctamente al golpear las grandes propiedades y al dejar de lado a las capas medias de la burguesía rural. En el Mandato Campesino es­tá implícita esta política democrática frente a los campesinos ricos.

Otra cosa es que cuando el proceso de reforma agraria haya concluido (y partimos del supuesto de que la conclusión de la reforma agraria sólo es po­sible cuando el pueblo esté en el poder) y se inicie la tarea de construcción del socialismo en la agri­cultura, la economía individual y la economía de los campesinos ricos (en base a trabajo asalariado) deba ser transformada en economía socialista y se acábe para siempre el trabajo asalariado. Pero esta etapa no es la que estamos viviendo. Como hay al­gunos que consideran esto como un pecado contra el socialismo, es bueno recordar que la política de no afectar a los campesinos ricos hasta que se inicié el proceso de socialización de la agricultura, no es in­vento nuestro sino que fue una política que siguie­ron los bolcheviques en Rusia, durante los veinte años y más de guerras civiles revolucionarias y an­tiimperialistas en China; (concretamente hasta el mo-

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mentó del auge de las cooperativas en los años cin­cuenta) y que es una política que ha seguido el Par­tido de los Trabajadores de Vietnam y el Frente de Liberación en el Sur.

C. Blancos de la lucha. Los principales enemigos son el imperialismo y sus aliados nacionales. Ya vi­mos cómo el imperialismo domina y controla el mer­cado mundial del café y que actúa en contra de los intereses nacionales. Además el imperialismo sostiene política, económica y militarmente a la oligarquía colombiana.

En el plano interno el blanco de ataque lo cons­tituyen los grandes terratenientes y la burguesía in­termediaria, que a través de la Federación de Cafe­teros monopolizan la producción y el mercado y so­meten a la inmensa mayoría de los productores. Tam­bién hacen parte de las clases enemigas los grandes exportadores particulares. Todos estos sectores han ligado su suerte con el imperialismo, dependen de él y son sus mejores aliados y aunque eventualmente tengan contradicciones con el imperialismo yanqui cada que éste se desenfrena en su política de com­prar barato y vender caro, trasladan esos problemas sobre los hombros del pueblo y en el caso del café, se reponen arrebatando a los productores la mitad del valor por medio de impuestos. La mayoría de los propietarios de las fincas de más de 100 has. pertenecen a este grupo, aunque algunos tienen un reguero de fincas medianas.

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CONSIDERACIONES SOBRE LA LUCHA EN EL CAMPO COLOMBIANO

Documento presentado a la IV Junta de la Asociación Nacional de Usuarios

Campesinos.

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1. RAICES HISTORICAS DE LA LUCHA DEL CAMPESINADO

La lucha presente del campesinado tal como apa­rece en la superficie de la vida social asume la for­ma visible de una vasta movilización de sectores ex­plotados y pauperizados del campo (arrendatarios, aparceros, peones, campesinos desempleados y sin tierra) tendiente a provocar una decisiva redistribu­ción de la propiedad rural. Obviamente, este comba­te los enfrenta en primer término y de manera diréc* ta con la clase de los grandes terratenientes latifun­distas, O es decir, con los propietarios de grandes fundos rurales destinados a la explotación ganadera extensiva así como con los propietarios de unidades

1 La distinción, aue en adelante se hará entre propiedad privada latifundista y propiedad privada rural de tipo capitalista, no 'debe llevar, en manera alguna, a pre­juzgar sobre la naturaleza de las relaciones sociales de producción correspondientes y que, en los dos casos, suelen ser de tipo capitalista puesto que las unidades económicas de una y otra categoría producen mercan­cías para un mercado capitalista, utilizan en mayor o menor medida trabajo asalariado y suponen, aun cuan­do en distinta proporción, inversiones de capital dinero. La distinción se refiere, exactamente, a dos tipos de tecnología en la utilización de la tierra y de los demás factores productivos: en tanto que la moderna empresa capitalista hace un uso intensivo de los factores per­mitiendo —mediante métodos más intensos de trabajo y elevadas inversiones de capital —una alta productivi­dad, el latifundio utiliza extensamente todos los facto­res con el resúltado de una muy baja productividad del trabajo y de la tierra.

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territoriales incultas y, en general, inadecuadamente explotadas.

Históricamente, la lucha del campesinado se ha dirigido inicialmente contra este tipo de propiedad: al examinar el desenvolvimiento de la economía co­lombiana en su etapa neqcolonial se observa con cla­ridad que hasta la década de los 50, y propiamente hablando, hasta el año de 1949, las clases dominan­tes consiguieron imprimir en todas las clases de la sociedad una ideología que se planteaba las cuestio­nes económico-sociales a partir de los problemas del proceso de industrialización, concebido este último como un proceso ascendente e ininterrumpido que habría de desembocar en la más completa “moderni­zación” capitalista del país. Tal proceso iniciado, én lo fundamental, en la década de los 20, se presenta­ba como un proceso de modernización y despliegue de las fuerzas productivas, de progresiva diferencia­ción entre la ciudad y el campo y de. introducción en el sector urbano de las más avanzadas técnicas de la producción fabrik El punto de vista sobre la cuestión agraria se limitaba en estas condiciones a esperar un proceso semejante de modernización de las estructuras semi-coloniales de la tenencia de la tierra y de las formas económicas de explotación del campo como resultado “natural” del naciente pro­ceso capitalista de industrialización. Movidos por una expectativa semejante los representantes políti­cos de la burguesía liberal expidieron la Ley 200 de 1936 conocida como la Ley de Tierras del Presiden­te López; tal como lo expresó Darío Echandía en la exposición de motivos que le correspondió hacer co­mo ponente del respectivo proyecto de Ley, esta pre­tendía establecer:

“Una nueva modalidad en la propiedad territo­rial desde el punto de vista de la función que de­be llenar como elemento de transformación social y económica; da a la propiedad social seguridad; termina con el sistema feudal y antieconómico

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existente; impide que el labriego que ha vincula­do su esfuerzo a la tierra sea vencido en los jui­cios posesorios por quien solo exhibe un título inscrito e incrementa la producción para que de esta manera pueda abaratarse la vida de las cla­ses trabajadoras, abrumadas por el alto costo de la subsistencia”.Con respecto a esta Ley es necesario destacar dos

aspectos explicitados en la cita que se acaba de ha­cer: por una parte, el claro reconocimiento de la necesidad económica que impulsó su expedición y que no era otra que el intento de disminuir el pre­cio del trabajo asalariado en provecho de la ascen­dente burguesía empresarial de las ciudades; de otro lado, la ilusa esperanza que revela en que con el pre­cario recurso jurídico de una redefinición acerca de la función social de la propiedad y de las normas posesorias se garantizaba un efectivo desarrollo de fuerzas productivas en el campo.

Esta Ley señala las profundas limitaciones con que ha tropezado tradicionalmente la burguesía colom­biana para promover una verdadera revolución agra­ria: legalista hasta el extremo, ha intentado siempre imprimirle tal carácter a la lucha del campesinado manteñiéndplo a respetuosa distancia de las unida­des económicas adecuadamente explotadas y redu­ciendo su cómbate con el latifundio al trámite engo­rroso e interminable de los juicios posesorios.

En la propia medida en que este ordenamiento no preveía problemas fundamentales desde el punto de vista económico como la provisión de fondos para el financiamiento de las elevadas inversiones de ca­pital que hubiese exigido un efectivo desarrollo de fuerzas productivas modernas en la agricultura, el problema de proporcionar extensos servicios de asis­tencia técnica y de agilización de los sistemas de mercadeo y comercialización de productos agropecua­rios, en esa misma medida sus efectos fueron prácti­

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camente nulos; la Ley no establecía una jurisdicción agraria especial de tal manera que el campesino se encontró privado de instancias jurídicas que rápida­mente le permitiesen hacer valer los derechos que el ordenamiento respectivo le reconocía formalmen­te: de allí que su importancia parece haber sido más bien negativa puesto que algunos autores piensan que aceleró la moderna descomposición neo-colonial del campesinado mediante la expulsión de arrendatarios, aparceros y colonos que bajo formas precarias de po­sesión ocupaban ciertas tierras.

No obstante el contenido burguesamente limitado de la Ley 200 del 36, el latifundio emprendió una lucha tenaz y extremadamente violenta para oponerse a los débiles efectos que tal medida pudiera produ­cir: representado particularmente en sectores del par­tido conservador acusó a los representantes políticos de la burguesía liberal de querer introducir malévo­la y voluntariamente la lucha de clases en el cam­po (2), y valiéndose, al propio tiempo, de la domi­nación ideológica que ejercía sobre amplias capas del campesinado consiguió convertir el incipiente sur­gimiento de una batalla clasista dentro de los mar­cos de la Ley entre el latifundio y el campesinado explotado, en una atroz violencia política entre cam­pesinos explotados.

“La violencia” es la dimensión exacta que asume en Colombia el proceso de descomposición capitalis­ta, neo-colonial del campesinado: empujado por la dominación ideológica, bien de la burguesía liberal, bien de los sectores latifundistas atrincherados en el partido conservador, amplias masas del campesinado

2 Una “acusación” de esta naturaleza se encuentra conte­nida en el libro de Rafael Azula Barrera “De la Revo­lución al Orden Nuevo”, en donde el autor —a la sa­zón secretario privado del entonces presidente Ospina Pérez— enjuicia en esos términos a la política liberal que precedió al estallido del 9 de abril de 1948.

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explotado y pauperizado se enfrentaron en una incle­mente batalla que las desangró desde 1948 hasta el comienzo de la década del 60. Su efecto inmediato tomó la forma de una expulsión en gran escala de pequeños propietarios campesinos hacia las ciuda­des e, incluso, de medianos propietarios, y en la ex­plotación, la pauperización y la conversión en prole­tariado de otra masa igualmente importante; sobre la ruina y el despojo de esta masa campesina se dio el más sustancial desarrollo capitalista del sector agropecuario colombiano a través de tres formas fun­damentales:

a) La conversión de antiguos latifundios en mo­dernas explotaciones capitalistas, bien por desplaza­miento de capitales hacia la agricultura, bien por in­versiones en sus propios latifundios de capitales pre­viamente acumulados por los terratenientes.

b) La conversión en grandes unidades agrícolas de las tierras pertenecientes a los antiguos pequeños y medianos propietarios que resultaron expropiados durante el proceso. Esas tierras se destinaron a la ganadería extensiva convirtiéndose así en propiedad latifuncjiaria o quedaron convertidas en empresas ca­pitalistas modernas según una cualquiera de las al­ternativas mencionadas en el párrafo anterior.

c) La adaptación del antiguo latifundio a las modernas condiciones capitalistas de la producción neocolonial: apoyándose, por un lado, en su mono­polio sobre la propiedad territorial y, por el otro, en la creciente estrechez del mercado interior neoco­lonial, los viejos latifundios semicoloniales conserva­ron sus técnicas de producción extensiva, pero some­tiéndose a las necesidades de la producción de mer­cancías para un mercado capitalista neocolonial, al ciclo del capital dinero para inversión y a la creciente utilización del trabajo asalariado.

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Claro está que también se presentó, probablemen­te, una significativa conversión de propiedades me­dianas en empresas capitalistas modernas. Pero lo substancial y que, por lo demás, reviste una impor­tancia económica, social y política decisiva, está re­presentado por el fenómeno del cual acabamos de dar cuenta. Nos haremos una idea más precisa de la magnitud del acontecimiento del cual nos estamos ocupando, si tomamos en cuenta la variación entre 1948 y 1960 en el área cultivada correspondiente a los cultivos más importantes, así como en lo relati­vo a las variaciones en las existencias de ganado va­cuno (3); veamos, en primer lugar, lo que ocurre con los cultivos comerciales:

3 Cifras basadas en ATKINSON, L. J.: Cambios en la producción agrícola y la tecnología en Colombia (en In­glés) Washington, 1969.

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En el conjunto de estos cultivos el incremento en el área cultivada alcanzó la magnitud de 346.800 hectáreas; en términos porcentuales señalan variacio­nes positivas, a lo largo del período considerado, no menos importantes, en lo cual se refleja el substan­cial avance alcanzado por la agricultura capitalista durante esta etapa de acelerada descomposición y ex­propiación del campesinado.

Por el contrario, apenas son apreciables las va­riaciones en el "grupo de los denominados “cultivos tradicionales” donde cabe esperar que se concentra fundamentalmente la actividad del campesinado par­celario, es decir, de los pequeños propietarios pri­vados, y a los que igualmente se dedica la masa de pequeños arrendatarios y aparceros. En algunos de ellos se observan variaciones negativas (4) y el área total cultivada registra un incremento de solo 71.981 hectáreas (véase cuadro N? 4), debido, en lo esen­cial, al aumento del cultivo del maíz y de caña pa­ra la producción de panela. En una palabra, al em­pobrecimiento, el desempleo y la pauperización de este sector del campesinado corresponde el avance de la moderna agricultura capitalista mecanizada y de elevados rendimientos, ubicada en las mejores tie­rras del país, esto es, las llanuras cálidas y los va­lles de los ríos Cauca y Magdalena (6) .

4 Por ejemplo, en yuca, fríjol, trigo y tabaco.5 En los documentos del Primer Seminario de la Refor­

ma Agraria, puede leerse lo siguiente que confirma las apreciaciones anteriores: “La rápida ampliación del mer­cado urbano creó las condiciones para el desarrollo de la agricultura comercializada tanto en los productos ali­menticios como en las materias primas industriales. La vinculación de nuevas áreas planas al cultivo en forma mecanizada introdujo un nuevo tipo de economía en !a agricultura colombiana; la explotación capitalista avan­zada cuyo auge se produjo especialmente entre los años 1950 y 1962” (E. Zuleta).

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Finalmente, entre 1950 y 1960 se registra un in­cremento del 30.5 por ciento en las existencias de ganado correspondiente a un aumento de 529.000 cabezas en números absolutos. Tomando en cuenta que para el año de 1960 la densidad aproximada de cabezas de ganado por hectárea (según promedio na­cional) no alcanzaba a 1, esto significa que, en el mejor de los casos, no menos de 500 mil hectáreas fueron incorporadas a la ganadería extensiva. Aun cuando una parte de esta enorme expansión puede haberse obtenido por la incorporación de nuevas tie­rras a la frontera agrícola, ello señala' con perfec­ta claridad hasta qué punto nunestro desarrollo neo- colonial va acompañado de un desenvolvimiento pro­gresivo y una adaptación del latifundio al capitalis­mo dependiente.

En lo tocante al desarrollo de la lucha de clases en Colombia los fenómenos que acabamos de preci­sar tienen una significación decisiva: se sigue de allí que los propietarios latifundistas no se opusieron al débil intento de enfrentamiento con el campesinado promovido por la burguesía liberal del 36, simple­mente porque se opusiesen al desarrollo del capita­lismo, como algunas corrientes ideológicas quieren hacer creer.

Su oposición tenía origen, más bien, en la necesi­dad de mantener el monopolio sobre la propiedad territorial para adecuarla progresivamente a las posi­bilidades de desarrollo del capitalismo neo-colonial. Indudablemente hubo grandes propietarios que pu­dieron ofrecer una resistencia porque desde su pun­to de vista individual prefiriesen las tradicionales re­laciones sociales de la época semi-colonial y las co­rrespondientes formas de explotación de la tierra. Pero esta no es la cuestión: detrás de su proyecto ideológico lo que se movía lenta pero inexorablemen­te eran las leyes del desarrollo capitalista neocolonial que empujaba la conversión del antiguo latifundio hacia modalidades económicas de explotación ade­

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cuadas a la nueva formación social. A este tipo de evolución coadyuvó, entre otros factores, que la má­xima presión demográfica del campesinado se hacía sentir sobre las tierras de vertientes y no precisamen­te sobre los latifundios de los altiplanos y las llanu­ras. Por su lado, el intento liberal tenía, en sí mismo, alcances muy limitados: se comprende perfectamente que la burguesía no tiene interés político en aliarse con el campesinado simplemente porque pueda sentir conmiseración por sus condiciones de existencia, úni­camente cuando la empuja a ello el interés económi­co —la necesidad de ampliar el mercado interior pa­ra su industria o de abaratar las subsistencias con objeto de disminuir el precio del trabajo asalariado— se arriesga a una alianza de esta naturaleza. Y en general, prefiere más bien lanzar sus propios capi­tales a la conquista de la agricultura que azuzar un tipo cualquiera de enfrentamiento entre clases explo­tadas y una forma determinada de propiedad puesto qúe tal combate amenaza siempre con transformarse en una lucha contra todo tipo de propiedad.

Ahora bien, durante todo el período que cubre de 1930 a 1945 la burguesía industrial padeció de una pronunciada escasez de capitales para la inver­sión en su propio sector (6) con lo cual estaba limi­tada para desplazarse a la inversión agrícola, al pro­pio tiempo que la demanda para su producción se encontraba asegurada ya que, tratándose de un pro­ceso de industrialización por sustitución de impor­taciones, contaba con una demanda tradicional insa­tisfecha, acrecentada por el ascendente volumeñ de población que se incorporaba a las actividades ur­banas. De otro lado, si es verdad que mostró algún

6 Excepto en los años finales de la década del 30 cuando una leve recuperación en el valor de las exportaciones permitió una fugaz bonanza que fue aprovechada para reponer, mejorar y ampliar el exhausto equipo indus­trial. Cf. Contribución al estudio del desempleo en Co­lombia, CIE-DANE, Bogotá, Junio de 1971, Cap. IV.

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interés en disminuir el precio de las subsistencias, tampoco la coyuntura política le era favorable pues, como observa ef^informe del CIDA “la legislatura de 1963 debió advertir que la distribución del po­der político y la prepotencia de los terratenientes no constituían una coyuntura política y social favorable al cumplimiento de una Ley dé ese tipo” (7) .

Poco antes que el auge económico iniciado en 1946 le permitiese a la burguesía contar con capi­tales disponibles para ocuparse en la conquista de la agricultura, el latifundio arrancó la Ley 100 de 1944 que le concedía plenas garantías para imponer también sus propias condiciones en la transformación neocolonial del sector agropecuario. De esta manera, la gran expansión del mercado interior que se hace sentir con particular intensidad después de 1948 obtiene su respuesta agraria en la “violencia” y en el saqueo mancomunado del campesinado por parte del latifundio y el capital.

En términos generales y ateniéndonos a las ten­dencias más relievantes observadas en la evolución del sector rural puede afirmarse que cuando el cam­pesinado ha limitado su combate a una movilización contra la propiedad latifundiaria guardándose pru­dentemente de afectar la gran propiedad capitalista moderna (8), su lucha ha estado dominada por una ideología burguesa que se corresponde con los inte­reses de las clases dominantes y de sus propios ex­plotadores.

Así, la Ley 135 de 1961 señala formalmente como responsables de la miseria del campesinado a “la

7 CIDA: Tenencia de la tierra y desarrollo socio-econó- mico del sector Agrícola. Colombia. Washington, 1966. La cita se refiere al largo plazo —.10 años— que pre­veía la Ley para entrar a regir.

8 O tierras adecuadamente explotadas, según la definición jurídica.

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inequitativa coñcentración de la propiedad rural” en pocas manos y a la utilización poco productiva y ex­tensiva de la tierra. Podría pensanfc que se trata de una tímida acusación contra el latifundio como lo creían también sus propios gestores. Ño obstante, esto no puede dejar pasar por alto un hecho funda­mental: esta Ley es el resultado de un compromiso entre las clases dominantes qüe luego de una doce­na de años de saqueo conjunto al campesinado y al proletariado emergieron a la escena social en cuan­to abierta alianza entre la burguesía y la gran pro­piedad territorial bajo la forma política del Frente Nacional, esto es, la alianza política que les ha permitido detentar íntegra y hegemónicamente el po­der político en su propio beneficio.

Es necesario anotar brevemente, entonces, las ra­zones que pudieron haberlas empujado a asumir este compromiso. Entre ellas dos deben ser tomadas en cuenta: —a) La grave situación de orden público creada por

la persistencia de “La Violencia” ; en tanto que esta última ya había cumplido su papel funda­mental de crear las condiciones para el desarro­llo capitalista de la agricultura y la transfor­mación y el crecimiento neocolonial del latifun­dio, su persistencia constituía un grave problema político y económico para la continuación “pa­cífica y ordenada” de la explotación neocolo- nial del campesinado y para el pleno aprovecha­miento de las nuevas condiciones económicas por ella misma creadas. Por un lado, las clases dominantes requieren una vez cumplida la mi­sión del capital de adecuar la conformación so­cial a sus requerimientos, la más plena y segura garantía para continuar su tarea de explotación según lo determinan las leyes inertes de la eco* nomía. Por otro, la continuación del conflicto constituía una amenaza a la estabilidad política de su dominio por cuanto en ciertos sectores la

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lucha del campesinado amenazaba con tomar rumbos prppios independientes de la dirección de los partíaos tradicionales. Se trataba, pues, de una medida de pacificación como buena par­te de las tomadas por el Frente Nacional en el momento de su inauguración.

b) Se trataba, igualmente, de represar la avalancha migratoria de campesinos hacia las ciudades. Desde un punto de vista social lo que se preten­día era evitar las graves conmociones político- sociales que podrían sobrevenir por la presen­cia de una masa eñorme de migrantes en los centros urbanos que no podían ser absorbidos por la industria afectada en aquel momento por una profunda recesión. Esto explica que Carlos Lleras haya expresado al presentar el proyecto de, Ley en el Senado que “lo que tienda a vin­cular a la tierra a la población campesina puede considerarse como social y económicamente útil, aún en el caso de que en algunos sectores rura­les tuviera que prolongarse una economía de simple subsistencia

Aquí se evidencia hasta qué punto los objetivos explícitos de la actual Ley de Reforma Agraria no re­sultan contradictorios con el tipo de evolución capi­talista burgués-terrateniente. En la práctica se trata más bien de promover una política que lo haga so­cialmente viable para asegurar su estabilidad, instru­mentando algunos recursos jurídicos para resolver legal y pacíficamente los conflictos entre campesinos y terratenientes allí donde amenacen convertirse en un problema de orden público. Dicho en otros tér­minos, se pretende mantener al campesinado en su situación de marginamiento, obviar obstáculos al or­den neocolonial en el campo y resolver las contra­dicciones con las clases explotadas —especialmente los conflictos sobre tierras— dentro del marco de la propia legalidad de las clases dominantes.

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Es por ello que en la práctica la política de refor­ma agraria ha mostrado limitaciones insalvables co­mo lo reconocen incluso documentos oficiales: para citar solamente dos casos, el Informe del Comité Evaluador de la Reforma Agraria (1971) y la Po­nencia ante el Seminario de Directivos del Incora denominada La Realidad Rural y la Reforma Agra­ria como Factor de Cambio (noviembre 1970 (°). Todas las evaluaciones coinciden en señalar que el efecto de esta política agraria sobre la estructura de la tenencia de la tierra ha sido nulo al paso que ha concentrado sus esfuerzos fundamentalmente en gran­des inversiones en obras de infraestructura, construc­ción de caminos y carreteras, programas de adecua­ción de tierras y construcción de presas y canales: es dédr, la “modernización” burgués-terrateniente del campo. En otro aspecto, destina sumas ingentes a programas de asistencia técnica y crédito dirigido a pequeños propietarios y, además, a programas de “colonización dirigida” en asocio con la Caja de Cré­dito Agrario (10) ; esto es, a la retención del campe­sinado parcelario sobre las tierras que actualmente ocupa y a la adecuación de sus condiciones de pro­ducción — hasta donde ello resulte posible— a las condiciones impuestas por un mercado capitalista neocolonial

Por todo lo anterior no resulta extraño en lo más mínimo que mientras se adelantaba la discusión del proyecto de Ley de reforma agraria, en la Memoria de Hacienda presentada por el ex-ministro Hernando

9 La segunda fue publicada en el Boletín Mensual de Es­tadística del DAÑE en enero de 1971.

10 Sobre estos aspectos puede consultarse el artículo so­bre la Reforma Agraria publicado por Oscar Delgado en la Revista Flash y la investigación sobre la Refor­ma Agraria en Colombia: una base para su evaluación> realizada por Héctor Tamayo en el Centro de Investi­gaciones para el Desarrollo —CID— de la Universidad Nacional, julio de 1970.

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Agudelo Villa al Congreso Nacional de 1960, escri­biese al formular la política de fomento agropecua­rio:

“Segundo: Intensificar los esfuerzos del Gobier­no y de los particulares para mejorar los sistemas de explotación ganadera a base de efectivas cam­pañas de sanidad animal, de mejoramiento de pas­tos y forrajes, de selección de razas y de tecnifi- cación del beneficio de la carne. . . ”

“Quinto: Fortalecer el crédito agropecuario a mediano y largo plazo y la modalidad de crédito supervisado por conducto de la Caja de Crédito Agrario, de los Bancos Cafetero y Ganadero y de la Banca privada, que viene colaborando activa­mente en la política de dirigir y vigilar las inver­siones que por mandato de la Ley deben hacer los Bancos del 15% de sus depósitos en créditos para el sector agropecuario” (n ) .De hecho, lo que revela el conjunto de la política

agraria no es otra cosa que la efectiva combinación de medidas para conservar al campesinado parcelario concentrado sobre sus propias tierras (Reforma Agra­ria), con medidas de estímulo a la producción capi­talista moderna y al desenvolvimiento de la ganadería como puede también fácilmente comprobarse al ob­servar la evolución de la cartera bancaria en los úl­timos añQs y la concentración de los créditos otor­gados, consecuencia lógica, entre otras, de la modali­dad de otorgar los préstamos sobre la base de garan­tías reales lo cual, obviamente, solo permite el ac­ceso a quienes poseen ya una elevada acumulación de bienes taíces y mercancías. Por lo demás, que el desarrollo neocolonial capitalista va acompañado de una progresiva incorporación de tierras al lati­fundio, i ) prueba el simple hecho que a un incre­mento entre 1960 y 1970 de 67 mil cabezas de ga­

11 Memoria. . . p. 48 (los subrayados son nuestros).

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nado correspondió un incremento en 105 mil hectá­reas dedicadas a pastos en 8 departamentos de la región centro y sur-occidental del país (12) .

Todo lo anterior demuestra que la limitada contra­dicción del latifundio con los intereses del desarrollo capitalista que la burguesía aparentemente le señala al campesinado constituye una verdadera domina­ción ideológica de la lucha de este último por los intereses de las clases dominantes que frena e inuti­liza su combate y que, de otra parte, se corresponde con los intereses de la propiedad latifundiaria. Por paradojal que parezca, la cuestión reviste estas carac­terísticas como prueban los insignificantes avances alcanzados por la lucha del campesinado hasta tiem­pos recientes, no obstante su inquebrantable y férrea combatividad.

Pero así fue hasta tiempos recientes: con la inicia­ción del proceso de Organización Campesina a tra­vés de la Asociación Nacional de Usuarios Campe­sinos (1968) el campesinado ha comenzado a libe­rarse de esta dominación. En verdad que tal orga­nización fue iriicialmente ideada por la burguesía misma con el objetivo, justamente, de organizar el campesinado parcelario para que adoptase la táctica de limitar su acción a la exigencia de mejores servi­cios de asistencia técnica y de crédito suministrados por los organismos del sector público. Sin embargo, al paso que los campesinos han ido superando sü atomización gracias a la experiencia del trabajo or­ganizado y conjunto, estas limitaciones han venido siendo superadas. Como factores que han incidido en esta evolución, deben anotarse los siguientes:1? Nunca eii su historia el campesinado explotado

y pauperizado había contado con formas de or-

12 El cálculo fue hecho sobre una muestra del DAÑE (tabulados no publicados) correspondiente á los depar­tamentos de Cundinamarca, Valle, Risaralda, Quindío, Nariño, Cauca, Caldas y Antioquia.

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ganización en gran escala de lo cual se valían las clases dominantes para imprimirle su políti­ca y su dinámica a las movilizaciones del cam­pesinado.

2? Así pues, en la medida en que el campesinado ha llegado a conseguir el control de su propia organización a través de líderes extraídos de sus propias clases y fracciones, la organización ha comenzado a expresar más directamente, los intereses objetivos del campesinado y a impri­mirle, por lo tanto, una nueva dinámica a la lucha de clases en el campo.

3? Además, el acceso a la dirección del movimiento campesino organizado —tanto a nivel local co­mo nacional— de verdaderos líderes pertene­cientes a sectores explotados del campo ha de­terminado una progresiva independización de las trabas gubernamentales en lo referente a sus tácticas y Jos objetivos de sus movilizaciones. De otro lado, esto ha mostrado la necesidad práctica de buscar una organización enteramen­te autónoma, en tanto que a sus políticas ha respondido la represión gubernamental y las re­taliaciones de los grandes propietarios.

El viraje más importante que en este sentido ha dado el movimiento campesino está marcado por la emergencia de un combate generalizado contm todas las formas de gran propiedad territorial, latifundiaria o capitalista. La aparición de conflictos con grandes propietarios de unidades adecuadamente explotadas (por ejemplo, en Jamundí, la Costa Atlántica, Can­delaria y en los Valles de la Laguna de Fúquene y Ubaté), lo ha enfrentado directamente a todas las poderosas organizaciones de la burguesía agracia aso­ciada en organismos tales como SAC, FEDEGAN, y el recientemente creado MAN. Justamente, a estos sectores los respaldan políticamente las distintas frac­ciones del capitalismo agrario y del latifundio repre­sentadas directamente en el ala Ospina-Laureanista

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del partido conservador y en el sector Turbayista del partido liberal; pero también en gran medida y bajo otras formas en los dirigentes de la Alianza Na­cional Popular, ANAPO, y en otros grupos repre­sentativos de la burguesía entre ellos el Llero-Lopis- mo y otras fracciones del partido conservador.

En realidad, tal enfrentamiento no es otra cosa que la respuesta que tiene que dar el movimiento cam­pesino al reto decisivo que le plantea la revolución agraria: o enfrenta y confronta directamente a todas las clases de grandes propietarios en el campo en un combate definitivo por la redistribución de la totali­dad de la propiedad territorial, o inutiliza su combate dominado por la ideología de las clases dominantes y asfixiado dentro del estrecho marco de las condi­ciones que aquellas le imponen.

2. ALGUNAS ANOTACIONES SOBRE LA LUCHA DE CLASES EN EL CAMPO

La lucha del campesinado tiene, en esta etapa, un carácter esencialmente democrático; es decir, que su movilización está determinada fundamentalmente por el objetivo de destruir la gran propiedad multipli­cando las explotaciones comunitarias y cooperativas y las formas de propiedad familiar; la lucha tiene, pues, como características que no se dirige a abolir todas las formas de propiedad en el campo sino una forma específica de la misma: la gran propiedad tan­to latifundista como capitalista.

Puede afirmarse, en términos generales, que la lu­cha enfrenta básicamente a una minoría de 14.000 grandes propietarios que controlan aproximadamen­te 11.000.000 de hectáreas, o sea, alrededor del 45% de la tierra censada en 1960, y a una enorme masa de 1.400.000 familias campesina», asalariadas y mi- nifundistas.

La situación social de este campesinado explotado y pauperizado puede entreverse a través de las si­guientes cifras:

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CUADRO N? 3 13

Productores en explotaciónes de menos de una hectáreaProductores en explotaciones entre una y dos hectáreasProductores en explotaciones entre 2 y menos de 5 hectáreas Trabajadores asalariados

298.000

267.000700.000

191.000

TOTAL 1.456.000

A mayor abundamiento también debe tenerse en cuenta que los 300.000 productores que se localizan en fundos menores de una hectárea perciben ingre­sos que en su mayor parte provienen del trabajo asalariado fuera de su explotación (14). Con lo cual la real cifra de trabajadores asalariados viene a colo­carse en cerca de Un Millón.

Para completar el cuadro de la situación de mi­seria que afrontan estos sectores del campesinado es necesario añadir que el número de los que re­quieren tierra y trabajo es todavía mayor puesto que en las cifras anteriores se han contabilizado ante todo familias cuándo, en realidad, la fuerza de tra­bajo medida por las personas en edad de trabajar resulta en un contingente gigantesco dado que'a ca­

lda familia corresponde generalmente más de un tra­bajador. Así, por ejemplo, se sabe que sobre los mi­nifundios se hacinan 2.300.000 trabajadores en tanto

13 Elaborado en base a las cifras del DAÑE, para el cen­so agropecuario de 1960.

14 Según Albert Berry en el estudio sobre la Distribución de Ingresos Provenientes de la Agricultura en Colom­bia 1960. Publicación del Centro de Investigaciones para el Desarrollo. Documentos de Trabajo N? 1. Uni­versidad Nacional, Bogotá 1970, p. 234.

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que la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, cuenta con 1.800.000 afiliados pertenecientes a estos sectores de campesinos pauperizados.

Se podrá comprender de manera más profunda las raíces sociales del problema campesino si tomamos en cuenta los efectos que ejercen estas condiciones sobre la distribución de ingresos en el sector (15). Se afirma en una investigación que:

“La concentración de la propiedad propicia una alta concentración de los ingresos provenientes de la agricultura. El 1.84% de la población dispone de 30.9% de los ingresos, mientras que el 63.86% de esa población sólo cuenta con un 22.8% de los ingresos. Así, los asalariados agrícolas ( un millón) y los productores de explotaciones de una o dos hectáreas (más de 190.000) cuentan con un in­greso de 97 pesos por mes ($ 246 de 1960), al tiempo que los productores de explotaciones ma­yores de 500 hectáreas (6.900) tienen un ingreso mensual mínimo promedio de $ 18.000 (igual a $ 38.700 de 1969)Si observamos la cuestión más de cerca podremos

esclarecer plenamente que es el capital neocolónial el que bajo sus diversas formas: capital usuario y financiero, capital comercial y capital de inversión (comprendiendo este último tanto el que se mueve en la órbita del latifundio como el invertido en empresas de tipo moderno) el que explota y deter­mina de esta manera el empobrecimiento de estas capas de pequeños propietarios, semiproletarios y pro­letarios del campo.

Para comprender mejor el asunto es indispensable precisar con exactitud la forma específica como es realizada la explotación sobre cada una de las cla­

15 Héctor Ttfmayo “Tendencia de los Principales Efectos de una Reforma Agraria en Colombia” CID, Bogotá 1971, p. 4.

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ses y categorías sociales cuya situación examinamos. Para ello distinguiremos en primer lugar dos cate­gorías sociales dentro del campesinado parcelario: propietarios minifundistas y propietarios de explota­ciones de tipo familiar.

1. El minifundio supone una explotación tan in­tensa de la tierra que ésta generalmente tiende, des­pués de algunas generaciones, a quedar exhausta. Desde el punto de vista técnico este resultado no es tanto el producto de la intensidad de la explotación cuanto de la bajísima escala a la cual es realizada y del atraso técnico en los sistemas de cultivo que pre­supone este régimen (16) . Para decirlo en términos exactos: trátase de unidades económicas en donde la tierra se utiliza intensivamente, donde el factor productivo fundamental está constituido por el pro­pio trabajo del propietario también aplicado con gran intensidad y en los cuales, por la escala de la producción y la pobreza de los productores, prác­ticamente no se utiliza ninguno de los factores pro­ductivos modernos: ni maquinaria, ni técnicas de con­servación y fertilización de suelos, ni semillas mejo­radas, etc. De allí que, como puede leerse en la “Contribución al estudio del desempleo en Colom­bia”, citando otras investigaciones:

“ . . . El minifundio no permite ninguna división del trabajo; tampoco la utilización técnica del sue­lo; ni produce un margen de ganancias para ex­tender la propiedad o tecnificar el cultivo. Im­plica siempre un desperdicio de la fuerza de tra­bajo familiar”. Es decir, “es una forma de propie­dad insuficiente para absorber la capacidad de tra­bajo familiar. Conlleva por lo tanto un desempleo estructural, una explotación esquilmante del suelo

16 Para 1960 puede calcularse que las 765.000 explota­ciones pertenecientes a las regiones Andina y Caribe que el CIDA clasificaba como propiedades de tipo sub- familiar hacían parte de esta categoría (CIDA, Op. Cit. p. 72, Cuadro II-3).

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y es económicamente no competitiva y a nivelesde subsistencia” (17) .¿Cuál es la Ley que regula los costos de produc­

ción para los productos obtenidos en este tipo de Explotaciones? Se sabe Bien que los costos por uni­dad de producto se colocan persistentemente por en­cima de los precios del mercado de tal manera que el productor no solo no alcanza a obtener ganancia alguna sino que ni siquiera suele cubrir sus salarios, és decir, el precio de la fuerza propia de trabajo in­vertida en la producción. Dentro de sus costos de producción no solo entra como componente el costo de la subsistencia propia y de la familia, sino tam­bién la elevada tasa de interés que debe pagar al capital usuario a cuyos préstamos otorgados por usureros locales y proveedores (esto es, comercian­tes) del poblado más cercano debe acudir cumpulsi- vamente para poder supervivir en tanto llega la exi­gua cosecha. Pero también en los raros casos que obtiene un crédito dirigido o un préstamo de la Ca­ja de Crédito Agrario, la tasa de interés normal que cobra el capital financiero encarece sus costos. Final­mente, la explotación a la cual lo somete el capital comercial a través de los mecanismos del mercadeo agrava y profundiza la expoliación a la cual lo so­meten todas las fracciones del capital. Nos daremos una idea de la enorme explotación ejercida por la cauda de intermediarios y acaparadores a través de los siguientes cálculos sobre “márgenes de comercia­lización para algunos productos agrícolas” que dejan suponer la exigua proporción del precio final del producto que recibe el propio cultivador.

17 Estudio socio-económico de Nariño del Ministerio del Trabajo (1959) y Sexto Seminario Anual de Directivos de INCORA, (1970); citado en la Contribución, Op. Cit. p. 57.

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CUADRO N* 4

MARGENES DE COMERCIALIZACION PARA ALGUNOS PRODUCTOS AGRICOLAS

(COLOMBIA)

Producto Margen Producto Margen

Plátano-Banano 66% Maíz 44%Panela 40% Papa 30%Hortalizas 100% Yuca 32%Frutas 100% Aves 45%Fríjol 48% Leche 12%

Fuente: Estimaciones CIE. En la Contribución... p. 58.

En realidad, la mayoría de los productores en cultivos tales como Hortalizas, Yuca, Maíz, Millo, Plátano, etc.r se comportan económicamente no tan­to como pequeños propietarios cuanto como traba­jadores sometidos a la más inmisericorde sobre-ex­plotación por todas las fracciones del capital: la propiedad de su minúscula parcela no constituye so­lamente condición de vida para el productor y su familia, ni de realización de su trabajo y de su» minúsculas inversiones en medios de producción sino, ante todo, absoluta condición de una sobre-explota- ción capitalista.

De otra parte, la existencia de cultivos mixtos, es­to es, la coexistencia de unidades explotadas según este régimen y según las formas modernas de pro­ducción, en algunas ramas de la agricultura (por ejemplo, en trigo, maíz y papa) determinan que los precios de producción se coloquen al nivel de los costos de producción de algunas de estas unidades más productivas puesto que la demanda absorbe la totalidad de la oferta únicamente a tales precios. Es el caso, para mencionar uno solo, del maíz: mien­

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tras los agricultores comerciales del Valle del Cauca obtienen un rendimiento promedio de 3.5 toneladas por hectárea, el rendimiento promedio nacional es de 1.2 toneladas por hectárea (18), lo cual deja pen­sar que es aún muchísimo más bajo en explotaciones de minifundistas. El bajo desarrollo de las fuerzas productivas en esta categoría de propiedades parce­larias es el factor que permite, justamente, que el campesino sea arruinado por la competencia de la moderna agricultura capitalista.

Por último, la existencia de grandes monopolios industriales en ciertas ramas de la producción fabril que respecto a la compra de sus materias primas agrí­colas se comportan como monopolios (esto es, mo­nopolios de comprador) son otro factor de explota­ción: es por ejemplo, la situación de los cultivadores de tabaco a quienes los precios del producto, la altu­ra hasta la cual pueden cultivar y hasta la cual les es comprado son impuestos por la Compañía Colom­biana de Tabaco: este monopolio de la burguesía nacional reduce a toda la inmensa masa de minifun­distas, propietarios familiares y aparceros dedicados a esta ocupación a un enorme contingente de traba­jadores sobre-explotados por el capital industrial neo- colonial al propio tiempo que estrangula toda posibi­lidad de un desarrollo de fuerzas productivas moder­nas en el subsector (19) .

Por lo demás, no resulta comprensible la supervi­vencia y la multiplicación de esta forma de propiedad

18 Dato tomado de La Brecha en la Productividad Agríco la en Colombia. ICA. Boletín Técnico N? 7, junio de 1970.

19 El efecto sobre el desarrollo de las fuerzas productivas puede inferirse del hecho que en el cultivo del tabaco entre 1961 y 1964 el número de aparceros en explo­taciones menores de Vi hectárea aumentó en 11.811 (citado por Tamayo en Tendencia de los Principales Efectos... Op. Cit. p. 4. nota 2).

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y trabajo si no se toma en cuenta la existencia si­multánea de los siguienets fenómenos:a) El monopolio sobre la propiedad territorial man­

tenido por el latifundio que utiliza extensiva­mente las tierras en ganadería apoyado en laestrechez del mercado interior.

b) La baja tasa de absorción de empleo por partede la industria, caracterizada en sus ramas másimportantes por formas monopólicas neocolonia-les de propiedad capitalista y frenada en sucrecimiento, por otro lado, por la naturaleza específica de su dependencia del imperialismo lo cual a su vez determina un mercado interior estrecho para materias primas agrícolas y para productos alimenticios no elaborados con lo cual el latifundio viene a ser reforzado.

c) La dependencia del imperialismo por parte dela industria y el monopolio mantenido sobre la propiedad rural por parte del latifundio (pun­to a y b) en la medida que estrangulan el desa­rrollo de las fuerzas productivas en el campo son los que vienen a explicar en última instan­cia la existencia de estas formas neocoloniales de explotación í20).

Si no tuviésemos en cuenta qué el minifundista se comporta, además, como un semiproletario, deja­ríamos a oscuras uno de los rasgos más definitorios de su condición: asumiéndose como pequeño pro­pietario cuando cultiva su propia parcela es un tra­bajador asalariado cuando:

“Ante lo pequeño de su parcela y la estacio- nalidad de los cultivos, el minifundista, para ali­

20 Un aspecto del problema que nos ocupa es formulado así por la Contribución. . . ya varias veces citada: “La existencia del latifundio qué acapara improductivamente las mejores tierras del país, obliga al campesinado a asentarse y permanecer en tierras marginales. . . ” (p. 57).

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viar su situación, tiene que vender su fuerza de trabajo a las fincas medianas o grandes, por cual­quier precio, haciendo bajar los salarios agrícolas de la región a niveles bastante alejados de los mínimos estipulados por la ley. En otras pala­bras, la parcela minifundista es incapaz de ocupar productivamente la fuerza de trabajo de su propie­tario y de su familia y por lo tanto tiene que re­currir a contratarse si encuentra quien lo emplee aunque sea a muy bajo jornal. ” (21).Así completamos el cuadro de las condiciones de

existencia y de trabajo de esta categoría social: al final, también resulta directamente sobre-explotada por el capitalismo agrario y el latifundio extensivo.

2: La segunda categoría social en la clase de los propietarios parcelarios la constituyen los propieta­rios de fundos de tamaño familiar. Aun cuando a ciertos niveles superiores de extensión y, especial­mente, durante las etapas más intensas de siembra y recolección utilizan en baja proporción el trabajo asalariado, su característica fundamental, lo que los define como categoría social es el hecho que. en cuanto propietarios libres de la tierra, ésta aparece como su instrumento fundamental de producción, como el campo indispensable de acción de su tra­bajo y de sus instrumentos de producción. De tal modo, que para esta categoría la tierra no aparece como una fuente de renta ni la propiedad sobre los medios de producción como una condición para va­lorizar el capital, explotar el trabajo asalariado y obtener una ganancia. Para ellos la propiedad de la tierra y de los medios de trabajo aun cuando alea­toriamente les pueda permitir obtener un beneficio sobre el precio de su prdpia fuerza de trabajo y de la ajena que puedan utilizar adicionalmente es ante todo la condición para obtener su subsistencia y la de su familia y pagarse los salarios de la fuerza de

21 Contribución. . . p. 57.

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trabajo personal invertida en la producción cuando al entrar en el circuito del cambio capitalista de mer­cancías, esto es, al ponerse en contacto con el mer­cado, enajena el producto de su actividad. Para de­cirlo en una palabra, este campesino parcelario, es ante todo, su propio asalariado.

Como en sus costos de producción es necesario contabilizar la tasa de interés que paga al capital financiero o al usurero y como, además, resulta igualmente explotado que el minifundista por el ca­pital comercial a través de los márgenes de comer­cialización, estas formas del capital le aparecen co­mo directamente antagónicas; siendo por último una víctima del general atraso de las fuerzas productivas provocado por el sistema neocolonial el cual apenas le permite supervivir en el atraso gracias a la escala —por mayor extensión de la propiedad —a la cual puede producir.

En cuanto se refiere a los trabajadores asalaria­dos, es decir, el proletariado en el más estricto senti­do de la palabra, sabemos ya que forman un con­tingente de más de 700.000 trabajadores. Es obvio que su explotador directo se presenta bajo las dos formas fundamentales de la moderna empresa ca­pitalista y del latifundio. Bastaría añadir que las es­tadísticas nos ponen en conocimiento que en las800.000 hectáreas que se destinan a la agricultura moderná y están, por consiguiente, eficientemente explotadas encuentran empleo unos 35.000 asalaria­dos; de otra parte existen 32.720.000 hectáreas en pastos naturales y artificiales: calculando que sola­mente el 50% de esta gigantesca extensión ofrezca posibilidades económicas inmediatas de explotación resulta que algo así como 16.000.000 de hectáreas se dedican a la ganadería extensiva, subsector en el cual vendrían a encontrar ocupación otros 340.000 asalariados. El resto, probablemente se ocupa en em­presas de tipo familiar o se emplea estacionalmente durante las épocas de recolección: es parte del gi­

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gantesco excedente de fuerza humana de trabajo con­tenido én los 2.412.000 campesinos que se apiñan en las 2.600.000 hectáreas que poseen los minifundistas y pequeños propietarips (22) .

Lo anterior demuestra con meridiana claridad que todos los sectores del campesinado explotado y pau- perizado afrontan desde el punto de vista económico contradicciones antagónicas e inconciliables con to­das las fracciones del capital neocolonial: con la burguesía financiera y usuraria, con la burguesía co­mercial y también con la burguesía industrial y de manera directa e inmediata con todas las formas de gran propiedad latifundiaria y de empresa capitalista agrícola.

Resulta, desde luego, de una incontrastable evi­dencia que el problema central que se mueve de­trás de toda la cuestión campesina es el bajo desa­rrollo de fuerzas productivas alcanzado por el sec­tor agropecuario. Para expresarlo en los términos exactos debemos decir que son las necesidades so­ciales de abrir un nuevo caminó para la más plena utilización del trabajo y de los modernos recursos productivos lo que en esta presente etapa de movi­lizaciones y conmociones campesinas ha entrado en contradicción con las formas de propiedad imperan­tes.

Y no es solamente el hecho de que el primitivo desarrollo de fuerzas productivas en la agricultura se exprese en la inadecuada explotación de la tierra, en el desempleo y en la escasa aplicación de las mo­dernas técnicas productivas y, entre ellas, de la ma­quinaria (23) . Se trata ante todo y fundamentalmente

22 En contraste, debe observarse que el promedio de per­sonas empleadas en ganadería resulta en 1 por cada 47hectáreas. "W 4

23 Según PREALC solo el 2.3% de las unidades agrícolasdisponen dé riego y únicamente el 3.6% utilizan ma­quinaría.

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del hecho que el desarrollo del capitalismo neocolo- nial supone en la agricultura, al lado del desenvol­vimiento de la empresa agrícola capitalista, hupro- fundización también del monopolio de tipo latifun- diario y el mantenimiento del atraso en el subsector del campesinado parcelario que se convierte en el objeto de un saqueo económico en gran escala a través de todas las formas que asume el capital en el circuito de la circulación capitalista de la mer­cancía.

3. CONSIDERACIONES POLITICAS SOBRE LA CUESTION AGRARIA

Al punto que hemos llegado resulta indispensa­ble preguntarse por la posición que frente al pro­blema agrario han asumido los diferentes sectores políticos que expresan los intreses de. la burguesía y los terratenientes y tratar de explicarse, por lo tanto, las contradicciones que parecen haber emergido en­tre los sectores liberales y conservadores auto-deno- tninados “Progresistas” y aquellos que prefieren se­guir reclamándose como representativos de “las más puras tradiciones democráticas”.

La contradicción política más relievante emergida en el seno de las clases dominantes toma la forma de un enfrentamiento del sector Llero-Lopista del partido liberal con el sector dirigido por Gómez-Os- pina en el conservador la cual, aparentemente, ame­naza quebrar la alianza entre los sectores que repre­sentan los intereses de los grandes terratenientes y los tradicionales voceros de la burguesía neolocolo- niál. En lo que respecta a la fracción Turbayista del partido liberal, se ha colocado decididamente al la­do de los intereses agenciados por el Ospinismo; uno de sus más calificados dirigentes (**), el senador Hernando Durán Dussan, ha sostenido en un debate

24 Y también conocido latifundista.

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en el curso del presente año en el Senado de la Re­pública la peregrina tesis de que el problema agra­rio colombiano radica no en la escasez de tierra ni en su mala distribución sino en que la población co­lombiana se encuentra mal ubicada sobre el territo­rio nacional, excesivamente concentrada sobre las regiones norte, centro y sur-occidental, cüando al oriente y al sur hay enormes extensiones incultas. En este sentido coincide exactamente con la tesis lati­fundista según la cual la solución al problema agra­rio radica, ante todo, en promover la colonización.

No hay duda que el Ospinismo y el Turbayismo apoyan abiertamente los intereses del latifundio aun- cuando continuamente reiteran su adhesión a los prin­cipios de la Ley 135 precisamente porque, como ya se hizo notar más atrás, una Reforma Agraria de es­te tipo constituye la perfecta combinación entre la política de retención del campesinado parcelario so­bre sus tierras y el modo de desarrollo neocolonial de la agricultura y la ganadería. Para el expresidente Ospina Pérez una Reforma Agraria integral es ante todo afirmación de la propiedad “porque no se pue­de hacer propietarios destruyendo el derecho de pro­piedad” según afirmó en el discurso que pronunció el 29 de mayo ante la Junta de Parlamentarios con­servadores.

Por el contrario, resulta mucho más complejo juz­gar los intereses que mueven al sector Llero-Lopista y ello, especialmente, por la gran diferencia que se observa entre las declaraciones que formalmente emi­ten ahora algunos de sus voceros y la política misma que pusieron en práctica cuando en el gobierno del Presidente Lleras ocuparon cargos en la ejecución institucional de las políticas para el sector agrope­cuario. Así, parece conveniente hacer un examen más cuidadoso de los factores sociales, económicos y pro­piamente políticos que inciden en las posiciones adop­tadas por este sector:

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a) El factor social determinante está representado por la elévada tasa de migración del campesina* do hacia las ciudades. Este flujo, ininterrumpido constituye una de las más graves amenazas, en el corto plazo, á la estabilidad del sistema eco- nómico-político y las divergencias frente a la táctica para responder a ella se ha convertido en factor decisivo en el resquebramiento del pacto político sobre el cual se asienta el Fren­te Nacional. Que este es un problema central lo deja entrever perfectamente el hecho que al definir la política agropecuaria del gobierno se insistiese por parte del Ministerio de Agricultu­ra, entre julio de 1961 a julio de 1969 que “a corto plazo, debe propenderse por no acele­rar la tasa de migración del sector rural al ur­bano, para evitar la intensificación de los pro- blemas en este último (25), por el contrario, no consideraba específicamente mecanismos de agi- lización de la Reforma Agraria y de compra y expropiación de latifundios.

En el aspecto que nos ocupa el Llerismo coincide perfectamente con la posición del actual gobierno. Hace unos meses el actual presidente expresó que “el campesino llega a la ciudad no tanto atraído por las ventajas de la civilización moderna cuanto expul­sado por la miseria que hace estragos en su ambiente. Es fácil explicarse este proceso por las condiciones primitivas que caracterizan el marco rural”. Y en el mismo aspecto insiste el informe del Comité Evalua­dor de la Reforma Agraria cúando apunta:

“La acción de las instituciones públicas y pri­vadas del sector agropecuario debe ser coordi­nada más eficientemente con la realizada por las entidades de los demás sectores dentro de

25 Aspectos Principales de la Política Agropecuaria Actual: Los Objetivos de la Política Agropecuaria. Ministerio de Agricultura, Memoria, Julio de 1968 a Julio de 1969.

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un marco armónico de planeación general. Esto es, con el fin de sacar al campesinado de la si­tuación de marginamiento en que actualmente se halla y disminuir las presiones que le' inci­tan a migrar a las ciudades de por sí conges­tionadas en busca de mejores condiciones de vida”.

b) Desde el punto de vista económico los proble­mas que ya desde el gobierno de Lleras parecen preocupar más a esta fracción pueden sinteti­zarse así:1) La estrechez de mercado interior.2) Por lo tanto, la baja capacidad de absor­ción de empleo tanto de la industria como de la agricultura.3) La estrecha dependencia que ofrece el sis­tema económico colombiano de las exportacio­nes de productos primarios para la reposición de una elevada proporción del capital invertido en maquinaria y equipos así como para su ex­pansión en escala ampliada.

Todos los anteriores son problemas cardinales de la economía colombiana perfectametne identificados por estos lúcidos portavoces de la burguesía. A lo largo del gobierno de Lleras se trató, justamente, de articular una estrategia económica y social tendiente a responder adecuada y conjuntamente al problema de retener al campesinado en el campó y armonizar su tasa de migración a las/ciudades con una progre­siva expansión del empleo, de las exportaciones y, por lo tanto, con una lenta pero segura ampliación del mercado interior. Veamos como planteó aquel go­bierno la estrategia global que pretendía responder a toda esta maraña de complejos embotellamientos es­tructurales:1) Diversificación de las exportaciones e incremen­

to de las mismas en base, sobre todo, a incre­mentos en la productividad agrícola; en el do-

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cumento ya citado del Ministerio de Agricultura se dice: “La necesidad de aumentar la produc­ción agrícola a través de incrementos en la pro­ductividad se explica por la urgencia de abaste­cer las necesidades de la creciente población y de obtener excedentes económicamente, expor­tables que contribuyan a aliviar la situación de balanza de pagos. De acuerdo con el desa­rrollo reciente de las exportaciones, el sector agropecuario posee condiciones más favorables que otros para contribuir en mayor grado a la generación de divisas. . . Los esfuerzos para au­mentar las exportaciones, deben dirigirse hacia la diversificación de estas para así disminuir la dependencia que hasta ahora se ha tenido so­bre un escaso número de renglones tradiciona­le s '\ Es de suma importancia tener en cuenta que esta táctica de obtener tales resultados a. base de incrementos en la productividad agríco­la estaba determinada por el objetivo de ga­rantizar el efecto de un aumento en el ingreso de los agricultores.

2) En cuanto a la ampliación del mercado inte­rior el aumento en las exportaciones articulado a la búsqueda de mercados exteriores más am­plios a través sobre todo del Pacto Andino, con­formaba la anatomía de la operación. E incre­mentando por medio de mejoramientos en la productividad el ingreso de los agricultores se esperaba que se ampliase la demanda de este sector y que la Reforma Agraria desempeñase así un positivo papel.

3? Así pues, se suponía que el doble efecto de un incremento en el volumen y el valor de las ex­portaciones que suministraría divisas para la re­producción en una escala más amplia de la in­dustria colombiana y la correspondiente amplia­ción del mercado interior proporcionaría un ma­yor volumen de empleo industrial.

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Por este lado, disminuiría la presión social de los migrantes desempleados. Incrementos en la productividad del trabajo agrícola mediante utilización de técnicas más “racionales” en la explotación de la tierra y de la mano de obra y que procurasen además, “la modificación de los rasgos del sistema de asignación de recursos que hasta ahora han estimulado el uso excesivo del capital y desalentado, relativamente, la ex­pansión de actividades con una alta densidad de una mano de obra^í26), se proponían detener el flujo de campesinos a las ciudades y au­mentar su capacidad de autoemplearse y de ge­nerar empleo en el sector agropecuario.

Anotemos de pasada que la estrategia Llerista se hacía muy pocas ilusiones sobre la posibilidad de so­lucionar algún problema en el sector agropecuario sin crear condiciones previas de acelerada expansión en la industria. Lánguidamente pero con lucidez re­conocía que:

“Dadas las características de la agricultura y de los otros sectores de la economía, debe reco­nocerse que el problema del empleo está ligado a todo el proceso de desarrollo económico.. Además, debe pensarse que la solución de este aspecto en el largo plazo, no radica propiamen­te en el sector agropecuario sino en el dinamis­mo de otros sectores de la economía”.

Se comprende entonces, por qué la estrategia Lle­rista en relación al problema campesino toma cuerpo en la articulada combinación de tres tácticas simul­táneas y complementarias: en primer lugar, retener al campesinado parcelario sobre sus tierras utilizan­do para ello, en lo esencial, programas de extensión,

26 Ministerio de Agricultura, Memoria citada; y a renglón seguido añadía: “en este sentido, los programas de re­forma agraria y de colonización están jugando un papel de primera importancia”.

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mejoramiento del crédito y de los sistemas de mer­cadeo que puedan incrementar su productividad y su ingreso. En segundo lugar, aflojar tensiones sociales en el campo, de tal manera que aquella retención que busca conjurar situaciones explosivas en las ciu­dades no termine por dar lugar a una conflagración igualmente grave en el sector rural; y para este fin, conversión en propietarios de los arrendatarios y aparceros y distribución de tierras en aquellas zo­nas donde las tensiones amenacen con hacer explo­sión. Por último, utilización de técnicas de alta den­sidad de mano de obra en el mayor número posible de las ramas de la producción agropecuaria.

Como se ve, este programa no tiene nada de pro­gresista. Incluso la creación de la Asociación de Usuarios Campesinos obedeció al vano intento de concentrar y reducir los esfuerzos del campesinado a la simple obtención de servicios más ágiles por parte de las entidades del sector público y de com­prometerlo con esta política bajo el pretexto de con­ferirle un imaginario “poder decisorio” en los pla­nes que desarrollaban tales instituciones “permitién­doles así (a los agricultores) tomar conciencia acer­ca de las materias que singularmente les interesan”, según aseguraba el Ministerio de Agricultura.

En la práctica, aquel programa se basa en el man­tenimiento de un bajo desarrollo de fuerzas produc­tivas modernas en la agricultura y, lo que es peor aún, apunta a conservar las formas de propiedad parcelaria mejorando apenas de manera muy limita­da su situación a través de los mencionados progra­mas de crédito, mercadeo y asistencia técnica. Hay que añadir,, por lo demás, que esta política es con­tinuada por el actual gobierno como queda bien ex- plicitado en un documento de Planeacióh Nacio­nal (27):

27 Política de Desarrollo del Sector Agropecuario, Docu­mento D.N.P. 668 U.I.A. noviembre 17, 1970.

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“Es indispensable mejorar los ingresos del subsector tradicional de modo que se logre re­ducir la migración rural-urbana, incrementando al mismo tiempo el producto nacional y la pro­ductividad por trabajador”.

Y en otra parte:“Las asignaciones de recursos entre progra­

mas deben ir orientadas a incrementar la pro­ductividad y el nivel de empleo de los campe­sinos de este subsetcor. Si esto no se realiza, se agravará la dualidad entre el subsector comer­cial progresista y el subsector tradicional estan­cado . ”.

Queda claro, por consiguiente, que el transfondo de toda la política Llerista es el gradualismo: empu­jar la tranfsormación del campo en la propia meíi- da que lo permitan las deteriorádas condiciones del desarrollo industrial.' Y en la misma forma en que no se le ocurriría, justamente por ser burguesa, pro­mover una revolución antiimperialista para resolver los problemas de la industria y eso, a pesar que en cierto modo comprende lo que es la dependencia, el solo hecho que sea lúcida con respecto a la cuestión agraria no significa en modo alguno que esté dis­puesta a impulsar una revolución del campesinado contra toda forma de gran propiedad y contra toda forma de explotación.

En términos generales puede sostenerse que, en definitiva, la política del Líerismo carece de un en­foque progresista aun cuando aisladamente parece­ría presentar rasgos de esta naturaleza. Esta aparien­cia surge del hecho que su puesta en práctica en­cuentra resistencia en sectores tanto de la burguesía industrial como del latifundio.

Y ello, porque el Llerismo no es simplemente una táctica relacionada con la cuestión agraria: es una estrategia global económica, social y política domina­da por la ideología desarrollista que busca encontrar

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soluciones a los conflictos económico-sociales de las formaciones neQcoloniales en el marco del capitalista y de los intereses del imperialismo a los cuales están atadas ineluctablemente estas sociedades por inter­medio del mercado mundial. Puede inferirse de esta manera que responde a los intereses de la burguesía neocolonial en su conjunto pero no a todos los inte­reses y las expectativas específicas e inmediatas de cada una de sus fracciones. Es por esto, justamente que genera contradicciones de carácter no antagónico entre algunas de ellas.

Así, por ejemplo, el déficit crónico en balanza de pagos empuja a la burguesía irremediablemente a endeudarse con el imperialismo acudiendo, por inter­medio del Estado, a los créditos de las agencias in­ternacionales: BID, AID, BIRF, Fondo Monetario, etc. En la perspectiva de los intereses a largo plazo de la burguesía en su conjunto este recurso no sola­mente resulta positivo sino indispensable puesto que asegura, hasta cierto punto, la posibilidad de creci­miento en escala ampliada de la industria y garanti­za especialmente la provisión de fondos para inver­siones en industrias básicas y productoras de bienes intermedios. Pero la apertura en gran escala hacia una política semejante implica del lado del Estado una readecuación institucional que le permita un manejó eficiente de estos enormes flujos financie­ros (28) : es así que debe crear corporaciones gigan­tescas como el IFI y entrar a competir por un con­trol más estrecho de los mecanismos monetarios. Tal cosa exige sustraer la política monetaria del manejo directo de la banca privada creando instituciones co­mo la Junta Monetaria que ejerzan una vigilancia más severa sobre la utilización de las distintas clases de crédito que se proporcionan por el Canal de los

28 Según la Memoria de Hacienda del Ministró Abdón Es­pinosa Valderrama, la nación contrató o garantizó dei7 de agosto dé 1966 al 30 de julio de 1970 créditos externos por US$ 1.138 millones (introducción, p. XI).

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Fondos de Fomento y a exigir que la banca destine una mayor proporción de sus depósitos a líneas de este tipo.

Es allí en donde comienza entonces el capital fi­nanciero a protestar porque el Estado se ha hecho ex­cesivamente inervencionista y está pisoteando los sa­grados derechos de la propiedad privada.

Del mismo modo, para abaratar la fuerza de traba­jo, garantizar una elevada tasa de ganancia al capi­tal industrial y estimular a la burguesía a invertirespecialmente en industrias que utilicen densamente la mano de obra, parece indispensable una políticade congelación de salarios que golpea rudamente ala clase obrera generando agudos conflictos.

Para responder a esta inminente eventualidad qüe durante el gobierno de Lleras sustrajo un sector muy importante de la población urbana a la influencia del partido Liberal y siendo, además, de una extre­mada peligrosidad para el sistema la respuesta que podría provenir del proletariado, el Llerismo hubo dé articular una audaz y compleja estrategia política: tratar de ganarse al campesinado parcelario y afian­zar una alianza de la burguesía con esta clase social.

Esta es la operación en la cual se encuentra em­peñado con creciente tenacidad el Llero-Lopismo aún cuando con decrecientes posibilidades de éxito a me­dida que transcurre el tiempo debido entre otros factores al importante viraje que está dando el mo­vimiento campesino al definir una política cada vez más autónoma.

Estrategia compleja la de esta fracción política de la burguesía por cuanto implica un intento de re­solver simultáneamente una serie de problemas eco­nómicos, sociales y políticos:

a) Sociales: en primer lugar, retener al campesi­nado parcelario en el campo y disminuir la tasa de migración rural-urbana. Para el éxito social y econó­mico de este propósito es preciso garantizar un in­

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cremento en la productividad del campesinado tradi­cional que asegure un relativo incremento en su in­greso y un empleo más intenso de su fuerza de tra­bajo. Este mecanismo ya se explico más atrás. Pero como lúcidos políticos de la burguesía que saben muy bien que limitarse a comprimir la amenaza ur­bana que representan estos migrantes reteniéndolos en el campo significa simplemente trasladar el peli­gro de un estallido social a otro terreno, tal política determina el recurso a una medida complementaria: la agilización dé los trámites de expropiación legal de grandes propiedades territoriales a fin de contar con el instrumento jurídico expedido allí donde las situaciones de orden público amenacen hacer crisis:

“El trámite de las negociaciones directas y compras voluntarias es excesivamente dilatado. Las Asociaciones de Usuarios Campesinos han formulado una petición que debemos acoger: suprimir el sistema de tales negociaciones y adoptar como único procedimiento de adquisi­ción de tierras el de la expropiación en que solo se debate el precio y la calificación de las tie­rrais” (el subrayado es nuestro).

Así se expresa la plataforma para definir la polí­tica agraria del liberalismo en el Senado, elaborada por Apolinar Díaz Callejas. (2d)

Observemos de pasada que resulta divertida la ocu­rrencia de llamar expropiación a la compra de tie­rras. Pero lo que debe tenerse muy en cuenta es que no se trata de promover una universalización del pro­

29 El Espectador, 2 de febrero de 1971, p. 1. Y en esta cuestión no están solamente de acuerdo los Lleristas sino todos los sectores qüe entienden la peligrosidad que les representan estos posibles conflictos. Ideas semejan­tes se expresan tn el documento elaborado por el se­nador Turbayista López Gómez sobre la Plataforma ideológica del Liberalismo e incluso la Junta de Par­lamentarios conservadores, también urgió la “agilización dé los procedimientos de compra y expropiación”.

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cedimiento sino una rápida aplicación allí donde lo exija la particular intensidad de los conflictos.

Claro está que la defensa sostenida de este prin­cipio crea desavenencias con los terratenientes; y por dos razones: una, porque implica aplicarlo siempre que ello se haga imperativo para mantener el orden aún en el caso de tierras adecuadamente explotadas con lo cual surgen quejas por parte de esta clase en el sentido de que no hay seguridad para las in­versiones; otra, porque si bien el limitado criterio para su aplicación dejaría intacta gran parte de la propiedad territorial, los intereses económicos de al­gunos latifundistas podrían verse seriamente afecta­dos: como el pago de la tierra, se convertiría en una carga excesivamente pesada para el Estado, éste bus­caría hacer recaer su peso, en alguna medida, sobre los hombros de aquellos tasándola por lo bajo y can­celando las deudas mediante un sistema de pagos a largo plazo.

b) Políticamente, esta fracción de la burguesía1 busca garantizar una alianza con el campesinado par­celario que pueda contrarrestar el avancé^electoral de la ANÁPO y el creciente descontento de las masas urbanas, en especial del proletariado cuyo apoyo pier­de progresivamente. Pero este objetivo supone para su realización una aguda competencia política por el control del aparato estatal entre esta fracción y aque­llas que asumen la defensa incondicional de los in­tereses de los propietarios territoriales. Y es aquí donde surgen con gran intensidad las contradiccio­nes políticas que dan la apariencia de un conflicto antagónico e irreconciliable entre la burguesía y el latifundio a este modesto proyecto desarrollista de una planeada evolución en el cuadro de las relacio­nes internacionales imperialistas y del capitalismo neocolonial (30).

30 El imperialismo ha prestado un sostenido apoyo a estas políticas nó solo tecnológico sino también financiero. . . algunos afirman que sobrepasa los 500 millones de dó-

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En general y mirada en su conjunto la estrategia Llerista supone como llave maestra de su ejecución la configuración de una Estado Intervencionista: la contradictoria afectación de intereses inmediatos de distintas fracciones de las clases dominantes en la coherente política de salvaguardar la estabilidad del sistema en el plazo más largo, da a las repetidas con­mociones y disputas con grupos económicos y polí­ticos una apariencia caótica —y es solamente la apa­riencia— que puede hacer creer, como se creyó mu­chas veces durante su gobierno, que en últimas no cuenta con el apoyo de fracción alguna.

Lá emergencia de ANAPO en la confrontación elec­toral del 19 de abril de 1970 se ha constituido en un punto central de referencia para la apremiante campaña que ha emprendido el Llero-Lopismo a fin de retomar directamente el control del Estado. Las encuestas electorales (31) demostraron que son los estratos bajos de la población urbana, los desem­pleados e inmigrantes rurales, los pobladores que ha­bitan zonas de tugurios en las grandes ciudades quie­nes más caudalosa y homogéneamente se pronuncia­ron por este movimiento, confirmando así los temo­res de la burguesía en que el flujo migratorio de campesinos a las ciudades podría desembocar en una seria amenaza para la estabilidad política del siste­ma.

ANAPO no es una amenaza a la hegemonía eco­nómica del capitalismo: su plataforma, por ejemplo, acoge la ideología de la cogestión en las empresas y de la supresión de los conflictos entre patronos y asalariados, conservando, no obstante, la existencia

lares desde 1968” (Economía y Negocios N? S, 1971,P. 8).

31 Bóletín Mensual de Estadística, DAÑE, N? 229, agosto de 1970.

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de unos y otros. En la práctica ANAPO es un mo­vimiento dominado por la ideología de la pequeña burguesía que busca por todos los medios posibles la multiplicación y la permanencia de todas las for­mas de pequeña propiedad partiendo de un hecho primordial: el respeto a toda propiedad. Aun cuando en sus filas militan amplias capas de proletariado y es el partido de los marginados de todo tipo esto no impide que aquella ideología sea precisamente la que imprime su marca a la práctica del movimiento (32) representa con exactitud la reacción de los pe­queños propietarios despojados de la propiedad o en trance de verse empujados al desempleo o la proleta- rización por el ininterrumpido avance de la propie­dad capitalista monopólica que ha propiciado la des­composición más lamentable de aquella clase social.

El igualitarismo pequeño burgués que, de manera típica, se proyecta en la búsqueda de participación en las formas de propiedad existentes sin destruir ninguna permite prever que hacia el futuro el mo­vimiento tenderá a buscar algún tipo de alianza con la burguesía; pero lo que resulta especialmente signi­ficativo en el examen que nos ocupa es que desde ya esta política ha podido tolerar una alianza con sectores , del latifundio que a nivel de la dirigencia tienen un gran peso cualitativo en el movimiento: un peso tan importante como el del sector de políticos profesionales —muy representativo de una cierta frac­ción burocrática de la pequeña burguesía— despla­zados de los antiguos partidos tradicionales.

De aquí que en el regresivo proyecto ideológico de reforma agraria formulado por la ANAPO se le asig­

32 Algunos ¿lusos revolucionarios han creído ver en Ja ANAPO un movimiento revolucionario “porque ha re­cogido masas”, como si éste fuese el criterio para ca­lificar la naturaleza política de un movimiento: en el mismo sentido habría que calificar también de revolu­cionarios al partido liberal y al conservador porque allí militan, igualmente, amplios sectores de explotados.

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ne señalada importancia a la idea de la multiplica­ción de propietarios por programas de colonización en gran escala. Si lo que se trata es de respetar toda propiedad sin tocar ninguna, más aún, de multipli­carla, el atávico respeto por la propiedad privada su­ministra una inefable fórríiula trinitaria: que los pe­queños propietarios sigan siéndolo, que los grandes conserven la suya y que los que no lo son, puedan hacerse tales, conquistando nuevas tierras. Sobre este fondo puede comprenderse más fácilmente la .razón por la cual el programa agrario de ANAPO resulta increíblemente incoherente, confuso y reaccionario.

Claro está que para el control del Estado, ANAPO se presenta como una cierta amenaza a la hegemonía política de la burguesía industrial. La pérdida del control del aparato Estattal no solo le podría repre­sentar a esta última la imposición de una alianza con la pequeña burguesía que la limitase en su de­senvolvimiento autónomo sino también que algunas fracciones como el Llerismo verían arrasada toda posibilidad de poner en marcha su estrategia desa- rrollista puesto que para ello requieren el dominio hegemónico de un Estado intervencionista técnica­mente administrado ppr una burocracia atrinchera­da en los institutos y las empresas Estatales.

Sometido al fuego de la oposición de los sectores más recalcitrantes del latifundio que veían con ñia- los ojos una continuidad demasiado abierta en rela­ción a la política Llerista, y a la presión cada vez más pujante de quienes querían ponerla en práctica con la máxima constancia, el presente gobierno ha acabado por querer hacer justicia a los dos con el reciente proyecto del Ministro Jaramillo Ocampo; mientras de un lado reconoce que es necesario afron­tar las expropiaciones cuando así lo impongan razo­nes de tranquilidad social* por el otro procura esti­mular a largo plazo, lentamente y en escala muy li­mitada algún mejoramiento en la utilización produc­tiva de la tierra asegurando la propiedad sobre la

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misma a los grandes propietarios latifundistas (3S). Lo cual prueba que el Frente Nacional sigue siendo lo que simpre ha sido: el Sistema que expresa los intereses de la alianza burgués-terrateniente.

Lo dicho queda por demás demostrado en algunos otros artículos del proyecto de Reforma Agraria del Gobierno, entre ellos el de la participación de utili­dades (34) que fue concebido para aliviar un poco la tensión en el campo dentro del marco, desde lue­go, de los intereses de la burguesía y el latifundio.

33 Así, por ejemplo, en el Artículo 18 del Proyecto para el primer caso y en el artículo 31 para el segundo. Consecuente con estos criterios el Ministro Jaramillo Ocampo declaró, el 28 de julio al explicar el alcance del Proyecto sobre modificación a la Ley Agraria: “No- sótros hemos fijado unas tesis centrales sobre la refor­ma y sobre la política agraria en el sentido de que la tierra adecuadamente explotada solo debe ser expropia- ble en casos de excepción. Y somos tan exigentes para la calificación económica y social de esos predios que vamos a exigir muchos esfuerzos de parte de sus pro­pietarios para que logren esa calificación. Es justo tam­bién que la expropiabilidad de estas tierras, funcione solamente en casos de excepción. Por eso no tenemos sino cuatro programas que podrían afectar a las tierras adecuadamente explotables. El caso del asentamiento de arrendatarios y aparceros tanto en sus propios predios donde están trabajando, como el ensanche en zonas ve­cinas para poder radicados y darles el derecho de pro­piedad. El caso del ensanchamiento t por presiones eco­nómicas, del minifundio, en que es necesario darle un tipo de propiedad económicamente útil. . . ”. Y más adelante: ..vamos a tener que hacer un esfuerzo muyfuerte por mejorar la productividad, por buscar un aprovechamiento mucho más eficiente de la poca ex­tensión de tierra que tenemos. Yo creo que el secreto de la política agraria futura está centrado en que lo­gremos una política de justicia social y por otro lado que logremos una política de alta productividad para los pocos recursos de tierras buenas que tenemos”. (Subra­yados nuestros), Noticias Agropecuarias. Ministerio de Agricultura, Boletín de julio 28 de 1971, pp. 6-7 y 10- 11.

34 Artículo 17, numeral 19.

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Dicho mecanismo tal como está concebido elimina toda posibilidad por parte del trabajador de discutir el origen de las utilidades y su cuantía (3Í5) . Indiscu­tiblemente el proyecto de reforma presentado por el Gobierno al Congreso representa la posición de clase de burgueses y terratenientes que entienden en una u otra forma el peligro que constituye la conflictiva situación en el campo colombiano, pero no obstante no se deciden, como no pueden decidirse, por sus limitaciones clasistas, a ir más allá de “sacrificar .un concepto de la propiedad” pero en manera algu­na a sacrificar un solo propietarios

35 Discurso pronunciado por el doctor Hernán Jaramillo Ocampo en Manizales: “L a . renta de cualquier predio agrícola es una operación matemática con el patrimo­nio; establecemos una renta presuntiva, digamos de un 5%, digamos de un 10%, no quiero ni halagar, ni asustar con ninguno de los dos ejemplos. Y entonces la renta es siempre una renta conocida. El patrimonio es el avalúo catastral. Si el avalúo catastral de un pre­dio es de un millón de pesos la renta a la rata del 10% será de $ .100.000; no hay posibilidad ninguna de litigio en cuanto a la determinación de esa renta, ni posibilidad de intervención del trabajador en la fijación de la misma”.

36 Este es exactamente el alcancé que le confirió el Mi­nistro Jaramillo Ocampo a su proyecto de Reforma en el discurso que pronunció en Manizales: “Nosotros que­remos invitar a la clase empresarial de Manizales y de Caldas a que se convierta en el grupo líder de un nue­vo concepto de la propiedad. Ese concepto de la pro­piedad del derecho romano con la facultad de usar y abusar dé ella en un recurso escaso está superado, es un concepto obsoleto, si nosotros queremos salvar vir­tudes y valores esenciales de la vida de la comunidad, si queremos salvar el concepto de la libertad, el de la familia, si queremos salvar el status de lo que es fun­damental para el hombre y fundamental para su por­venir; hagamos sacrificio en lo material, hagamos sacri­ficios en un concepto de la propiedad que no obedece ya a los nuevos valores de la época actual* Subraya­dos nuestros). Como si la simple redefinición del con­cepto de propiedad terminasé efectivamente con el real

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4. PERSPECTIVAS DEL MOVIMIENTO CAMPESINO COLOMBIANO

La plataforma aprobada por ANUC en Villa del Rosario, tiene unos objetivos y un contenido de cla­se bien claro. De allí que corresponda al movimien­to campesino si pretende contribuir a la solución del problema agrario colombiano en el marco de los intereses populares, jugar un papel revolucionario en el cambio de las actuales estructuras. Para ello debe actuar independientemente, consolidando la alianza con la clase obrera.

El movimiento clasista del campesinado y el desa­rrollo y profundización de la alianza con la clase obrera garantizará el logro consecuente de los obje­tivos expuestos en la plataforma ideológica. Esto no implica que no se luche en el plano reivindicativo inmediato: esa lucha es importante y necesaria y hay que desarrollarla sin reservas, lo que se plantea es que se ligue la lucha reivindicativa con la lucha política por el poder popular y el socialismo.

En la medida en que los conesjos ejecutivos de reforma agraria que se proponen en el Primer Man­dato Campesino se afirmen en su trabajo, se agili­zará el cambio de la estructura agraria y la toma de conciencia política de las masas campesinas hacia su auténtica liberación.

El presente documento marcará la orientación del movimiento campesino colombiano y se aprueba por unanimidad en Fúquene, Isla del Santuario, a los 22 días del mes de agosto de 1971.

monopolio mantenido sobre la propiedad de la tierra por parte -de los terratenientes y con el supremo e in­discutible derecho del capital: la explotación del traba­jo asalariado y la descomposición y la pauperización del campesinado parcelario. Claramente quedan salvados lds valores, las virtudes, y también los propietarios tradicio­nales; de su miseria no es rescatado, eso sí, un solo campesino.

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OTROS TITULOS DEEDITORIAL LA OVEJA NEGRA

/Karl Marx, Contribución a la crítica de la eco­

nomía política. 2? Ed. ($ 20.00)-Hamza Alavi, Teoría de la revolución cam­

pesina* ^José Stalin, Los fundamentos del leninismo.León Trotéky, La revolución traicionada.Ernest M and el, Iniciación a la teoría econó­

mica marxista. 2^ Ed.Andre Gunder Frank, Lumpenburguesía: Lum-

pendesarrollo.Theotonio dos Santos, Lucha de clases y de­

pendencia en América Latina-Federico Engels, Las guerras campesinas en

Alemania.Maurice Godelier, Las sociedades primitivas y

el nacimiento de las sociedades de clase según Marx y Engels.

Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y cultu­ra en la historia de Colombia. (Dos to­mos).

Luis Eduardo Nieto Arteta, Ensayos sobre eco­nomía colombiana.

Fred J. Rippy, El capital norteamericano y la penetración imperialista en Colombia.

Jaime Mejía Duque, Literatura y realidad.Jaime Mejía Duque, Mito y realidad en Ga­

briel García Márquez- 2* Ed, ($ 8.00).Indalecio Liévano Aguirre, Bolívar.

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Ranciére, Macherey, Establet, Lectura de El Capital. Coedición con Editorial Zeta. ($32.00).

José Femando Ocampo, Dominio de clase eñ la ciudad colombiana. ($ 25.00)).

Jaime Mejíá Duque, Narrativa y neocolonia- lismo en América Latina. ($ 1500).

Carlos Marx, El Capital. Tomo I.Carlos Marx, El Capital. Tomo II. ($ 35.00).Ho Chi Minh, Escritos varios. ($ 24.00)-Karl Kautsky, El pensamiento económico de

Carlos Marx. ($ 32.00).Chen Po-ta, Lucha de clases en el campo chi­

no. ($ 12.00).Leo Huberman, Los bienes terrenales del hom­

bre,Gabriel Kolko, Raíces de la política exterior

norteamericana- ($ 28.00).Truong Chinh, Vo Nguyen Giap, Estrategia y

Jáctica de la resistencia vietnamita. ($26.00).

Carlos Marx y Federico Engels, Manifiesto del Partido Comunista, ($ 8.00).

Alonso Tobón, La tierra y la reforma agraria en Colombia- ($ 20.00).

Antonio García, Dinámica de las reformas agrarias en América Latina. 2$ Ed. ($22.00).

Gustavo Vargas^ Meló, los artesanos y el so­cialismo. ($ 18.00).

Policarpo Varón, El Festín. (Cuentos). ( 16.00)

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CUADERNOS LA OVEJA NEGRA1. Isaac Deutscher, Charles Bettelheim, Lin

Piao, Sobre la revolución china- ($ 16.00).2. Gareth Stedman Jones, Ernest Mandel,

Martín Nicolaus, David Kotz, Sobre el im­perialismo norteamericano. ($ 16.00).

3. Louis Althusser, Ideología y aparatos ideo­lógicos de Estado.

4. Andre Gunder Frank, Rodolfo Puiggrós, Ernesto Laclau, América Latina: ¿Feuda­lismo o capitalismo? ($ 16.00)-

5. Nguyen Khac Vien, Vo Nhan Tri, Breve historia del neocolonialismo norteamerica­no. ($ 22.00).

6. Estanislao Zuleta, ANUC, La tierra en Colombia.

NOTA: Los títulos cuyos precios no aparecen se encuentran temporalmente agota­dos.

LIBROS EN PRENSALeo Huberman, Los bienes terrenales del hom­

bre. 2* Ed.Carlos Marx, El Capital (Tomo III de la serie

de VIII).Carlos Marx, Introducción general a la crítica

de la economía.

LIBROS EN PREPARACIONTextos escogidos, Ideología del proletariado y

lucha de clases en China.Roberto Fernández Retamar, Calibán, Apun­

tes sobre la cultura en nuestra ^América-Ventura Puentes, Manual de formación sindi­

cal. 6* Ed.

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EDITORIAL LA OVEJA NEGRA DISTRIBUYE PARA COLOMBIA

Instituto Cubano del Libro (Cuba).Ediciones Ruedo Ibérico (Francia).Fondo Editorial Salvador de la Plaza (Vene­

zuela) .Empresa Editora Nacional Quimantú (Chile). Nativa Libros (Uruguay).Nuestro Tiempo (México).Ediciones El Caballito (México).

INFORMES Y PEDIDOS A

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Apartado Aéreo 51022 Medellín - Colombia-

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Est¿ obra se terminó de impri­mir el 12 de junio de 1973 en

los talleres de IMPRESOS SUPER Medellín, Colombia