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ENTRE INGENIEROS Y CIUDADANOS. FILOSOFÍA DE LA TÉCNICA PARA DÍAS DE DEMOCRACIA. Fernando Broncano

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ENTRE INGENIEROS Y CIUDADANOS.

FILOSOFÍA DE LA TÉCNICA PARA DÍAS DE DEMOCRACIA.

Fernando Broncano

AGRADECIMIENTOS

Este trabajo se ha escrito con la ayuda de los proyectos BFF2003-04372 2003-6 y PR2005-0022 del Ministerio de Educación y Ciencia. Casi todas las páginas se han gestado en varios cursos, conferencias y conversaciones en cuyo discurrir he aprendido más que enseñado: mis recuerdos y agradecimientos a los alumnos de los programas de Ciencia y Cultura de la Universidad Autónoma de Madrid, Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad del País Vasco, Postgrado en Filosofía y Maestría en Filosofía de la Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México. A los alumnos y becarios del programa de Humanidades de la Universidad Carlos III de Madrid, con quienes mi interacción es más cotidiana. A los entusiastas investigadores de multimedia del Centro Nacional de las Artes de México, especialmente Flo Gouvrit, que me hicieron útiles sugerencias sobre la artificialidad. A Paloma Atencia, Mónica Benítez, Manuel Cancelado, Rosa Elvia, Mónica Lozano, Patricia Revuelta, Álvaro Carvajal, con quienes he tenido ocasión de discutir algunos temas con más cuidado. A los colegas de Filosofía de la Carlos III, Antonio Gómez, Carmen González, Rocío Orsi, Carlos Thiebaut, Antonio Valdecantos por tantas discusiones. A los ingenieros con quienes he discutido algunos temas entrelazados en este libro: Miguel A. Salichs, Ricardo Sanz y, sobre todo, Javier Aracil. A Salvador López Arnal, por su inestimable ayuda como editor de este libro y por su entusiasmo. A Miguel A. Quintanilla, Javier Echeverría, Andoni Ibarra, León Olivé, Ana Rosa Pérez Ransanz, Paco Álvarez, Manuel Liz, Jesús Ezquerro, David Teira, Javier Moscoso, Javier Ordóñez, Toni Gomila, Diego Lawler, Bruno Maltrás por la continua conversación sobre esto y aquello. A Jesús Vega, por los años de camino filosófico en su compañía. A Fernando, por su escepticismo y por unos cuantos blues. A Alicia, por explicarme los cambios de sabor de los neutrinos. A Paquita, por todo.

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C 1 LA DIMENSIÓN TÉCNICA DE LA DEMOCRACIA Y LA DIMENSIÓN POLÍTICA DE DE LA TÉCNICA.

La experiencia de la modernización y las cambiantes relaciones entre técnica y política

Ciudadanos ciborgs.

El camino de Telépolis a Trantor.

Información, control y política.

No toda democracia es posible en todo contexto técnico, no toda técnica es posible en toda democracia.

C 2. OTROS MUNDOS SON POSIBLES: POSIBILIDADES PRAGMÁTICAS Y NORMATIVIDAD TECNOLÓGICA.

Imaginación y posibilidades genuinas.

La naturaleza tensa de las condiciones de adecuación tecnológica.

La base material de la cultura y los contextos tecnológicos.

El horizonte de posibilidades.

Los paisajes de eficiencia tecnológica.

La contingencia en el espacio de posibilidades: las trayectorias tecnológicas.

C3 DISEÑO Y DESIGNIO EN UN MUNDO DE ARTEFACTOS.

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La naturaleza del diseño.

Identidad de los diseños.

Materiales para los objetos artificiales.

La forma del artefacto.

La función, el uso y la perspectiva del diseño.

Diseño dirigido a usuarios/inspirado en usuarios.

La representabilidad de los diseños.

Publicidad de los diseños .

Realizabilidad técnica en un mundo mal entendido.

C4 EL MITO DE LA MÁQUINA Y LA AGENCIA TÉCNICA.

La idea de agencia técnica y el poder.

La mecanización y los orígenes del pesimismo tecnológico.

Los oscuros presagios de la mecanización.

Tradición crítica y crítica a la tecnología.

Posibilismo y crítica.

La agencia humana en la civilización de las máquinas.

La era de las máquinas.

La agencia humana y la experiencia de enajenación.

Control y preservación de propiedades.

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C5 TRES FORMAS DE REPARAR EL ERROR DE EPIMETEO: EL CONOCIMIENTO EXPERTO EN LA ESFERA PÚBLICA.

La tensión entre conocimiento experto y democracia.

La planificación social de la ciencia y la técnica.

La solución comunitarista o la República de la Ciencia.

El descubrimiento de la diferencia. O la contracultura como gobernanza.

El laberinto de las relaciones entre expertos y democracia.

El contrato social por la inserción de la ciencia y la tecnología en las sociedades democráticas.

La esfera pública extendida.

La responsabilidad asumida y la responsabilidad compartida.

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PRÓLOGO

Siempre me ha resultado desolador el juego de qué (…) te llevarías a una isla desierta. Habitualmente se pregunta por libros, para inquirir en realidad qué libros son los preferidos, o cuáles se consideran imperecederos, pero, bien pensado, ¿qué libros se llevaría uno a una isla desierta? Es una pregunta estúpida. El mejor de los libros al cabo de pocas lecturas sólo serviría para lamentar la ausencia de otros libros. Más inquietante es proponer la cuestión sin restricciones: ¿qué te llevarías a una isla desierta? La respuesta será inevitablemente errónea. Los relatos de naufragios han sido siempre una forma de nostalgia de lo perdido que intenta ser recuperado. Son un relato de pérdida y reconstrucción de un trozo de civilización que consideramos nuestra seña de identidad. Robinson es castigado a su isla por no haber obedecido los consejos de sus padres y allí tiene que demostrar que es un buen colonizador y amo de esclavos, sólo entonces será devuelto a su civilización. En La isla misteriosa, los náufragos tendrán que demostrar que sin útiles técnicos pero con el conocimiento científico del ingeniero Ciro Smith es posible repoblar la isla de casi todos los artefactos que enorgullecían a los habitantes de mediados del XIX, comenzando por los explosivos de alta potencia. Los naufragios son siempre naufragios culturales en los que las relaciones sociales y el entramado de utensilios, bienes y artefactos muestra su densidad e interdependencia. Son modos de pensar nuestra identidad entrelazada con personas, textos, artefactos, instituciones e imaginarios. No es difícil pensar en qué nos resulta prescindible, son tantas cosas y gentes, pero es imposible responder a qué nos resulta imprescindible. Es sólo otra manera de afirmar nuestra frágil existencia en un entorno en el que seríamos incapaces de pensar separadamente lo natural y lo artificial y en el que descubrimos que lo artificial es una parte de nuestra naturaleza. Y lo mismo cabría decir de los relatos de escapadas al desierto, a los mares del sur o a las huertas en el río. El que huye del mundanal ruido, y no tiene criados que le asistan, no descansa, sino que cambia de trabajos para iniciar otro mundo artificial, pues incluso el más austero eremita dedica la su tiempo a plantar tubérculos y erigir ermitas.

La filosofía de la técnica comienza cuando abandonamos estos relatos, que no son sino espejos oscuros de los que se dota nuestro imaginario dolido, y reflexionamos desde dentro de una realidad técnica sobre qué es la realidad técnica. Quizá no tenga el pedigrí filosófico de la reflexión sobre el lenguaje, sobre la escritura, sobre la historia o sobre el bien y el mal, pero es reflexión al fin y al cabo sobre una parte de nuestra naturaleza que compete tanto al intelectual ensimismado como

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al fontanero al que esperamos desesperados toda una semana. Y si me apuran y obligan a acudir a las autoridades, tendré que recordar que Platón, a la par que sobre el Bien y sobre el Logos dedicó muchas horas y páginas a pensar sobre la tejné y que su idea de un dios creador era la de un artesano y no la de un intelectual. La filosofía de la técnica es una forma de explorar de qué esta hecha nuestra realidad, de poner en orden nuestros conceptos cuando ya las cosas que designan están fabricadas y nos constituyen. Es una forma de pensar sobre lo que somos y no una forma de pensar sobre útiles e instrumentos de los que nos podamos distanciar en el cálido refugio de un despacho. Hay filósofos que se excitan con las nuevas tecnologías y hay filósofos que se refugian en las viejas artesanías: esos rosarios de alabanzas o denuestos no son aún filosofía de la técnica, como no es aún filosofía del lenguaje lamentarse de lo mal que hablan los adolescentes y escriben los periodistas deportivos o imitar los estilos de Gracián o Wittgenstein. Al filósofo, como al crítico literario, le pedimos que nos ayude a entender e interpretar y no nos interesa si la película le gusta o le disgusta. Al filósofo de la técnica debemos de pedirle en consecuencia que nos ayude a entender e interpretar la trama de lo artificial que nos constituye y nos importa poco si le molestan los ordenadores y le gustan los libros de viejo o si, por el contrario, le apasionan los videojuegos y perder horas en internet. El filósofo de la técnica es alguien que se mueve entre ingenieros y ciudadanos y busca entre ellos y con ellos respuestas a la(s) pregunta(s) por la técnica.

Hay algo de trágico en la tarea del pensar filosófico. Algunos creen que la filosofía comenzó con la curiosidad, pero en realidad con la curiosidad comenzó todo; la filosofía comenzó al descubrir que la realidad está hecha de tensiones irresolubles, de decisiones que tenemos que tomar entre bienes a los que no queremos renunciar y de intereses contrapuestos que conforman por igual el sentido de nuestras vidas. En este libro se aborda una de estas tensiones, la que existió desde sus comienzos entre técnica y democracia, entre ingenieros y ciudadanos. Las soluciones sencillas de la tecnocracia o del voto del ágora sobre proyectos técnicos han sido probadas numerosas veces en la historia como sendas equivocadas. La condena de Sócrates por la asamblea ateniense, que escandalizó a sus discípulos y convirtió a algunos en filósofos, significó un punto de inflexión en el pensamiento sobre los fundamentos de lo social y sobre el lugar que los expertos deben de ocupar en el ágora. La condena de Galileo, que suscitó el mismo escándalo y produjo la nueva filosofía moderna recordó que la tensión no había desaparecido y que el nuevo conflicto de autoridades era también un conflicto de legitimidades, de fuentes de autoridad. El juicio de Nuremberg a los jerarcas nazis y el informe de Nikita Khrushchev sobre los crímenes del estalinismo, primeros pasos en el descubrimiento

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de la terrible faz que presentan los intentos de ingeniería de la historia. El Protocolo de Kyoto sobre el calentamiento de la atmósfera, que nos ha revelado que la naturaleza ya solamente puede ser salvada en una Cosmópolis que aún está por nacer y que nos inquieta tanto como nos atrae. A lo largo de la historia hemos comprobado una y otra vez la existencia de límites técnicos en la democracia y de límites democráticos en la técnica: los ingenieros y los ciudadanos se necesitan mutuamente y continuamente se embarcan en controversias. Los ingenieros, que ya sólo pueden ser pensados como ciudadanos y los ciudadanos, que cada vez más necesitan pensar como ingenieros, conviven de forma tensa en nuestras sociedades complejas e interdependientes. El filósofo no ha inventado esta realidad y apenas alcanza a interpretar algunas de sus claves. Su tarea es, decimos, trágica pues está llamado a recordar que la realidad está hecha a la vez de tensiones y constricciones y, en consecuencia, a recordar al ágora que no puede prescindir de la autoridad de los expertos y a recordar a los expertos que están definitivamente bajo la autoridad del ágora. Algunos pensarán que las cosas son más sencillas: que hay expertos y expertos, expertos buenos y malos, los que están con nosotros y los que están contra nosotros, del mismo modo que en el ágora hay ciudadanos buenos y malos, los que están con nosotros y los que están contra nosotros. A quienes así piensan, el filósofo debe recordarles que, antes que buenos y malos, los expertos deben ser expertos y los ciudadanos ciudadanos y que eso es más difícil de conseguir de lo que se piensa y que solamente cuando sepamos que es ser un experto en la ciudad y qué son una ciencia y una técnica bien ordenadas en una sociedad bien ordenada podremos después con tranquilidad expresar nuestras preferencias por unas u otras políticas públicas.

En unas pasadas elecciones españolas, un partido político inventó un curioso término y concepto: un argumentario de campaña para uso de los candidatos, de forma que no tuvieran que perder tiempo en pensar sus alegatos en los mítines y conferencias de prensa. Es cierto que la filosofía es un arte de elaborar argumentos como la poesía lo es de elaborar poemas, y en este libro el lector debe esperar argumentos y exigir buenos argumentos, pero no me gustaría que estas páginas fueran un argumentario para evitar a nadie la tarea de pensar. Sin renunciar a exponer ordenadamente el estado de la cuestión en la filosofía de la técnica contemporánea, sin renunciar a defender mis propias opiniones con el rigor necesario, desearía más bien que este libro fuera usado como un prontuario de preguntas relevantes y líneas de tensión o fractura que nos constituyen.

En el Capítulo 1 presentamos el marco metafísico dentro del que adquiere sentido el resto del libro: nos situamos en un lugar más allá de

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la diferencia entre naturaleza y cultura, entre técnica y cultura, en un territorio fronterizo que calificamos como territorio ciborg, poblado de seres que son producto simultáneo de los artefactos técnicos y de los productos biológicos, en los que su biología ha evolucionado ya en un medio cultural y técnico. En este territorio, las relaciones entre técnica y política se descubren ramificadas y densas, cada polo constriñendo al otro: la ciudad se hace informacional y la información política. Platón nos recordó en el Protágoras la tensión entre las habilidades técnicas de los humanos, repartidas desigualmente, y su sentido de la justicia, repartido por igual a todos. No hay esperanza de resolver las paradojas que nos presenta el Protágoras si nos colocamos solamente en uno de los polos, peor aún, si creemos que la diferencia entre lo natural y lo artificial señala alguna barrera, o zanja, cuando quizá no sea más que el nombre que le damos a regiones dentro del mismo territorio ciborg.

En el Capítulo 2 reflexionamos sobre la técnica en el tiempo y sobre la racionalidad tecnológica como una forma de temporalidad humana que se mueve en un extraño territorio entre el mundo cotidiano y el mundo imaginado. Pues la técnica es una forma (y un resultado) de imaginar mundos, mas, en la medida en que algunos de esos mundos serán reales o amenazarán con serlo, la técnica es una forma de agencia humana sometida a condiciones normativas que no vienen de fuera, desde algún código o imperativo que se superponga a la agencia técnica, sino de las propias condiciones de constitución. La idea de racionalidad tecnológica es sobre todo una reflexión sobre las fuentes de normatividad de la técnica que resumiremos en dos imperativos de no fácil cumplimiento simultáneo: la novedad y el control. Estos dos imperativos hacen de la racionalidad tecnológica una racionalidad necesariamente tensa y creadora de tensiones sociales. Pues la técnica transforma las sociedades en las que es producida (como explican los defensores del determinismo tecnológico) pero a la vez es transformada por las sociedades en las que habita (contra lo que explican los defensores del determinismo tecnológico) y este destino hace de la racionalidad técnica un medio de solución a la vez que una fuente permanente de conflicto histórico.

En el Capítulo 3 abordamos el primero de los aspectos de la normatividad: la creación de alternativas novedosas y relevantes. Lo hacemos refiriéndonos a la forma que adopta la técnica contemporánea y que denominamos tecnología. Entendemos por tal la transformación de la realidad que está previamente sometida a diseño público y controlado por medios científicos. De forma que en este capítulo trataremos de la novedad como resultado del diseño y del diseño como una actividad que ha transformado definitivamente la técnica. El concepto de diseño que compone el capítulo se aparta levemente del

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concepto extendido de diseño industrial, relacionado en parte con el proyecto de un artefacto nuevo y en parte con su envoltorio estético. En nuestro concepto, la actividad de diseñar es esencialmente una actividad de representar lo no existente y de planificar su existencia futura. En esta actividad no solamente cuenta lo que se diseña sino también quién lo hace y para qué. De forma que, en nuestra presentación, el diseño será ya desde su nacimiento una actividad política, en el sentido de que formará y deberá formar parte de la polis desde el momento en que se convierte en una idea que está plasmada en un medio representacional público.

En el Capítulo 4 desenvolvemos la segunda de las condiciones normativas en su complejidad conceptual y práctica: la idea de control de la realidad. Puesto que ha sido el centro de todas las críticas contra la tecnología, examinamos previamente el panorama de opiniones radicalmente críticas con respecto a la tecnología: el pesimismo tecnológico de origen humanista, el pesimismo metafísico y el pesimismo del pensamiento crítico. En todos ellos separamos la validez de sus críticas a tales o cuales aspectos de nuestro mundo de su concepto de control técnico de la realidad. Nuestro argumento es que el pesimismo comparte con la metafísica que desprecia, la metafísica moderna, su idea de separación entre medios y fines, instrumentos y acciones, mente que controla y realidad controlada. Frente a esta concepción, y en la línea de nuestra idea fronteriza de existencia humana, desarrollamos una idea de control como una dimensión de la realidad, como forma de preservación de propiedades más que de instrumento de una mente separada y perfecta. De forma que sin abandonar el impulso y cuidado críticos concebimos el control en el marco de la agencia humana como una medida de la calidad de tal agencia, la de la estrecha dependencia entre lo que buscamos y lo que conseguimos.

En el Capítulo 5 explicitamos las consecuencias que tienen para la filosofía política las nociones normativas que hemos desarrollado en los capítulos anteriores. Comenzamos exponiendo tres formas puras de políticas públicas de la ciencia y la tecnología que fueron desarrolladas en la mitad del siglo pasado y que conforman tres actitudes contemporáneas muy extendidas. El punto de partida de nuestra posición es el conflicto detectado por Platón entre expertos y ciudadanos. El argumento que desarrollaremos es que las nociones de justicia, libertad y capacidades (técnicas y cognitivas) están definitiva e inseparablemente entrelazadas y que, por consiguiente, no caben soluciones separadas. Si no cabe imaginar una sociedad justa sin una capacidad suficiente de acción para todos sus ciudadanos, no cabe

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tampoco pensar en un desarrollo de las capacidades tecnológicas que no forme ya parte constitutiva de nuestra idea de una sociedad justa.

No pretendemos haber resuelto los conflictos que presenta la técnica contemporánea. La experiencia histórica es ambigua y contradictoria. La técnica es vivida como riesgo permanente de catástrofe, como fuente de autoritarismo sin medida, y es vivida a la vez como promesa de bienes y soluciones. Nuestra sociedad es a la vez una sociedad de riesgo y una sociedad de deseo. Quienes se especializan en acentuar los riesgos no son conscientes de que excitan en la misma medida la ira de ciudadanos deseantes, y quienes estimulan el consumo y la devastación de la naturaleza y derroche de los recursos no son conscientes de que contribuyen en la misma medida al incremento del malestar ciudadano que llena de terrores su imaginación. Los mismos ciudadanos que se oponen a las guerras imperialistas por el control del petróleo exigen de sus gobiernos más y más seguridad y bienes, los mismos ciudadanos consumidores desarrollan neurosis de inseguridad, y de miedo al consumo que contamina. En todos los casos, el control de la esfera pública y la democracia deliberativa es el único medio humano que tenemos para hacernos cargo de estos conflictos. Es más, las democracias contemporáneas no sobrevivirán si no desarrollan medios para hacerse cargo de estos conflictos constitutivos, lo que exigirá una progresiva educación en la técnica y en la democracia, y en el conflicto y constricciones mutuas. No es cierto, no puede ser cierto, que, como declaró un ilustre pesimista, sólo un dios pueda salvarnos. Para decirlo de forma gruesa, y espero que los creyentes me entiendan y no se ofendan, o nos salvamos solos o aquí no se salva ni dios. No encuentro alternativas que puedan ser públicamente compartidas.

Por último, un par de caveats: este libro tiene una intención didáctica, pero no es un manual. Podría ser empleado como tal a condición de que el profesor no tenga la idea de manual como manual de instrucciones o como sustituto de su labor explicativa. La bibliografía empleada será solamente de una ayuda parcial al lector en la búsqueda de ulteriores referencias. No es completa ni puede serlo en una trama tan compleja de temas y problemas: uno cita los libros que tiene a mano al redactar, no los que ha leído ni los que debería haber leído, ni los que debería leer el lector para acompañarle en su camino de investigación. Por ello pido las correspondientes disculpas que serán perdonadas si el lector considera que una mayor información hubiera convertido el trabajo en algo verdaderamente ilegible. A quienes crean que debería haber ido más allá o quedarme más acá en las consideraciones críticas y en la ira política les diré que creo que habría que escribir de forma que quienes no piensan como uno se sientan en parte reflejados en sus preocupaciones y al menos puedan compartir el planteamiento de la

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controversia. Y a los que desearían mayor rigor analítico en la exposición y menos ejemplos, metáforas y analogías solamente puedo pedirles disculpas: si pudiese escribir con el rigor de Quine no necesitaría de tantas muletas en la imaginación, si pudiese pintar como Anselm Kiefer, el gran visionario de nuestra época, no me dedicaría a la filosofía.

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CAPÍTULO 1

LA DIMENSIÓN TÉCNICA DE LA DEMOCRACIA Y LA DIMENSIÓN POLÍTICA DE

DE LA TÉCNICA

La experiencia de la modernización y las cambiantes relaciones entre técnica y política

Si se pudiese resumir en una sola frase la filosofía crítica del pasado siglo lo haría diciendo que el siglo XX comenzó pensando la política desde categorías técnicas y terminó pensando la técnica desde categorías políticas. La mirada filosófica del siglo despierta bajo el asombro por el creciente poder de la técnica, que parece impregnar imparable todos los ámbitos de la vida. En ese estado de asombro, en sus últimos momentos, Joseph K., se somete a la lógica del poder con el estupor de quien nada entiende salvo que está condenado desde siempre:

“Ahora K. sabía exactamente que su deber habría sido coger él mismo el cuchillo que pasaba de mano en mano por encima de él, e introducirlo en su cuerpo. Pero no lo hizo; lo que hizo fue mover el cuello, todavía libre, y mirar a su alrededor. No podía satisfacer del todo aquella exigencia ni librar a las autoridades de su trabajo, pero la responsabilidad de aquél último error no era suya sino de quien le había quitado el resto de las fuerzas que hubiera necesitado” (Kafka, El proceso)

Este último estertor de responsabilidad habría sido apreciado en su justo significado por Max Weber, quien ya había notado la desaparición del carisma como fuente de dominación y su sustitución por una asunción de responsabilidad que no es sino adaptación a una lógica de racionalización. “Todas las luchas de partidos son luchas por la ocupación de un cargo, así como luchas por fines objetivos” sostiene en una conferencia pronunciada en Munich en 1918 y publicada con el título de “La política como vocación”. Una adaptación a la lógica de la funcionarización técnica de la sociedad que no está exenta del mismo estupor con el que Joseph K. vive sus últimos instantes pretendiendo ser responsable sin lograrlo. Este sentido de lo absurdo de la existencia, que parece devenir directamente de la racionalización y “modernización” de las sociedades, es contestado con un sentimiento de

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malestar o con una abierta rebelión metafísica. Heidegger indica que tal vez aún no estemos preparados para comprender la técnica, enredados como estamos, sostiene, en medio de la lógica moderna que entiende el mundo como imagen. Son expresiones que caracterizan la experiencia de la técnica y explican muchas de las actitudes intelectuales.

La Primera Guerra Mundial supuso la entrada de la técnica de forma masiva en la estrategia militar. Los intelectuales alemanes1, que creían pertenecer a la sociedad más moderna de la historia, observaron aterrados como su ejército era derrotado por la aún más implacable máquina industrial anglosajona: había comenzado el siglo XX en términos culturales y el resto fue ya un despliegue de esta carrera tecnológico-militar. Los críticos de la escuela de Frankfurt siguiendo a Weber en su diagnóstico de los procesos de modernización, denunciaron la tecnificación de las formas políticas, la adaptación inversa a la lógica de la necesidad técnica2, estableciendo así el canon de la crítica para el resto del siglo. Las sucesivas oleadas de actitudes rebeldes, entre las que descuellan mayo del 68 y los movimientos hippy-juveniles, comienzan y terminan denunciando a la técnica como origen de la nueva lógica del poder y la dominación. Se piensa la política, el poder, la estructura social, como ordenada por la tecno-cracia, por el dominio de las consideraciones frías de los métodos operacionales y por la extensión del pensamiento del ingeniero a todas las esferas de la vida. El ensayo de Habermas, “Ciencia y técnica como ideología” subrayó magistralmente esta invasión de la política por la ciencia3; una

1 Es estimulante y reveladora la compilación de textos que ha realizado el teórico del diseño de origen argentino, afincado en Italia, Tomás Maldonado, recogiendo los debates sobre la técnica realizados en la Alemania de la transición al siglo XX. Vd. Maldonado, T. (comp.) (2002) Técnica y cultura. El debate alemán entre Bismarck y Weimar, Buenos Aires, Ediciones Infinito. 2 Sobre la intersección de los estudios sobre la tecnología y la teoría de la modernidad, que incluye como marco paradigmático la escuela de Frankfurt, véase Misa, Th. J., Brey, Ph., Feenberg, A. (eds.) (2003) Modernity and Technology. Cambridge, MA. : MIT Press. 3 “La despolitización de la masa de la población, que viene legitimada por la conciencia tecnocrática, es al mismo tiempo una objetivación de los hombres en categorías tanto de la acción racional con respecto a fines como del comportamiento adaptativo: los modelos cosificados de la ciencia transmigran al mundo sociocultural de la vida y obtienen allí un poder objetivo sobre la autocomprensión. El núcleo ideológico de esta conciencia es la eliminación de la diferencia entre práctica y técnica” (Habermas, J. (1984) (or. 1968) “Ciencia y técnica como “ideología”, en Ciencia y técnica como ideología, Trad Manuel Jiménez, Madrid: Tecnos. El ensayo de Habermas es una reflexión sobre las tesis de Marcase de que la racionalización que había postulado Weber era además de una imposición de formas sociales una “racionalización” en el

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acusación convergente con la que encontraremos en Hanna Arendt de invasión de la vita activa por las categorías de la vida de trabajo4. Hasta la caída del Muro de Berlín, que se ha señalado con ingenio como el final del siglo, la filosofía estuvo dominada por esta idea de que la modernidad debería ser pensada como la adaptación técnica de la política, como la adaptación técnica de nuestras formas de ordenar la sociedad. A favor o en contra, en la expresión de un deseo de racionalización social o de un malestar cultural irresoluble, la gran filosofía del siglo pasado, incluyendo buena parte de lo que ha sido considerada como tradición analítica, estuvo enmarcada por esta forma de entender el proceso histórico contemporáneo.

sentido freudiano: una ideología que escondía una nueva forma de dominación. 4 Arendt, H. (1993) La condición humana. Trad. Ramón Gil, Introducción de Manuel Cruz. Barcelona, Paidós (or. 1958). Especialmente el epígrafe 42 “La inversión dentro de la vita activa y la victoria del homo faber”, donde establece este diagnóstico: “El hecho de que la alienación del Mundo Moderno fuera lo bastante radical para extenderse incluso a la más mundana de las actividades humanas, al trabajo y la reificación, a la fabricación de cosas y a la construcción de un mundo, diferencia las actitudes y evaluaciones modernas de las tradicionales de manera más aguda de lo que podría indicar una simple inversión de contemplación y acción, de pensamiento y acción. La ruptura con la contemplación no se consumó con la elevación del hombre fabricante a la posición que anteriormente ocupaba el hombre contemplador, sino con la introducción del orden jerárquico en la vita activa, en la que la fabricación pasó a ocupar el rango que antes tenía la acción política” (o.c. p. 326). Lo político, en tanto que esfera pública quedará invadido por los intereses privados, por la reproducción biológica o personal en forma de intereses económicos o simplemente intereses particulares.

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A finales de siglo comenzaron las Guerras de la Ciencia5. La tensión se creó simétricamente en el lado de la ciencia. De todas las declaraciones (la retórica ha suministrado las principales armas en esta guerra) el título del libro del físico Steven Weinberg, uno de los padres de la Teoría Estándar en Mecánica Cuántica, expresa contundentemente la actitud adoptada por muchos científicos en la confrontación cultural: Facing Up (Plantar cara)6. Weinberg dijo en voz alta lo que muchos científicos pensaban, que los recortes en la financiación de la ciencia –y de manera especial la renuncia del Congreso norteamericano, en su sesión de 1992-93, a la construcción del Supercolisionador que habría de elevar a la física americana a la categoría de líder— tenían mucho que ver con la presión social de los críticos de la ciencia amparados en los nuevos departamentos de Estudios de la Ciencia y la Tecnología o en los viejos departamentos de Filosofía de la Ciencia. Años antes, Nature había sacado en portada los retratos de la Banda de los Cuatro: Popper, Lakatos, Feyerabend, Kuhn –se alegaba- eran los responsables de la creciente actitud anticientífica en los medios culturales universitarios. Los departamentos de filosofía y sociología de la ciencia, creados en los años desarrollistas, los sesenta, con el objetivo confeso de extender la mentalidad científica en la universidad, se habían convertido en focos de crítica sistemática a la ciencia y la tecnología que ahora se veían como otro campo más del ejercicio del poder. Los estudios de la ciencia se habían poblado de feministas, ecologistas, radicales de izquierda y aún militantes religiosos que mostraban en múltiples relatos históricos

5 Se denomina Guerras de la Ciencia a un proceso de controversia entre científicos y autores pertenecientes al campo de los estudios de ciencia y tecnología, incluso a veces entre científicos y científicos. En buena parte fueron iniciados por Gross P., Levitt, N. (1994) Higher Superstition. The Academia Left and Its Quarrels with Science. Baltimore: John Hopkins University Press, “la broma de Sokal”, un artículo que parodiaba el estilo posmoderno filosófico desarrollando un ininteligible argumento sobre física, o su colección de textos filosóficos, Sokal A. , Bricmont, P. ( 1999) Imposturas intelectuales. Barcelona: Paidós, fue un popular hito de esta polémica, que tuvo sus más ardientes batallas en el terreno de la interpretación de la biología y especialmente del significado del darwinismo, acusado unánimemente por la izquierda crítica de abrir paso al darwinismo social (vd. Segerstrale, U. (2000) Defenders of the Truth. The Battle for Science in the Sociobiology Debate and Beyond. Oxford: Oxford University Press es la mejor reconstrucción hasta el momento de esta historia). Una guía bastante ponderada y divertida es el conocido libro de Hacking, I. (2001) ¿La construcción social de qué?. Barcelona: Paidós. Encontraremos también un panorama tan cercano como variado en, Ibarra, A. López Cerezo, J.A. (eds.) Desafíos y tensiones actuales en Ciencia, Tecnología y Sociedad, Madrid: Biblioteca Nueva. 6 Weinberg, S. (2001) Plantar cara. La ciencia y sus adversarios culturales. Barcelona: Paidós.

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que los resultados científicos y los productos tecnológicos no eran sino construcciones sociales. La actitud crítica hacia el fenómeno científico-tecnológico había variado imperceptible pero sustancialmente su estrategia. Si los críticos de comienzos de siglo aceptaban la existencia de una lógica particular de la ciencia y la tecnología, una suerte de racionalidad instrumental, a la que oponían una forma de racionalidad deliberativa de la que formaba parte el razonamiento sobre fines y valores, la nueva ola de crítica empleaba el recurso al tu quoque: argüir que la ciencia y la tecnología eran ellas mismas producto de la negociación política, efectos abiertos de las estructuras de las comunidades científicas y de ocultos ejercicios de poder.

Kuhn había sostenido que las redes de teorías eran proyecciones de redes sociales. El razonamiento kuhniano se extendió sistemáticamente a todos los dominios de la ciencia y la tecnología en un proceso que Steve Fuller ha calificado de kuhnificación de los departamentos de estudios de la ciencia7. Se estaba gestando una nueva mirada hacia la cultura contemporánea: la que veía a la ciencia y la tecnología como proyecciones o realizaciones de asimetrías y relaciones sociales que tenían un contenido más profundo que el propio proyecto científico-tecnológico y que alcanzaban a los propios fundamentos de la ilustración o la modernidad. Si en la primera ola de crítica de la ciencia y la tecnología las relaciones sociales se entendían como resultados o productos de la racionalización, de la extensión de la lógica de la eficiencia a todos los ámbitos de la existencia, la nueva ola, en un ejercicio retórico de “el emperador está desnudo”, apuntaban la idea de que la ciencia misma había sido constituida por las mismas relaciones de poder que otras esferas de la realidad. No hay más relación entre la búsqueda de la verdad y el sistema científico que entre la búsqueda de la justicia y el sistema jurídico-legal. Ambos sistemas se constituyen, esta es la alegación, como nudos de relaciones de poder, de negociaciones de intereses, de conformación mutua de voluntades y resultados bajo la presión y constricción de la dinámica de una controversia.

En este pendular movimiento entre técnica (incluyendo la ciencia como técnica de la verdad) y política, la sociedad se había hecho a la idea de que el conocimiento técnico (y científico) conformaba la más importante fuerza de transformación (o fuerza productiva en el vocabulario de Marx). El énfasis en la riqueza y en la cantidad de producción había cambiado a lo largo de cien años en un nuevo énfasis

7 Fuller, S. (2003) Thomas Kuhn: A Philosophical History of Our Times. Chicago: The University of Chicago Press . Véase también el ultimo capítulo de este volumen sobre el contexto de Kuhn en la política estadounidense.

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en que fueran las capacidades técnicas y cognitivas distribuidas socialmente las que configurasen la medida de la riqueza de las sociedades. Pues en estas capacidades reside la adaptabilidad de las sociedades a los problemas y desafíos de una economía basada en la innovación permanente y en la extensión planetaria de las redes de financiación, producción y mercado8. El tema esencial de la nueva sinfonía social es el puesto del conocimiento experto en el espacio de la política y el orden de la sociedad. Pues el movimiento pendular muestra dos formas del nuevo miedo al creciente poder de la técnica: o está invadiendo la política, y por eso es sospechosa de estar ocultándonos las relaciones sociales en una nube ininteligible de argumentos y artefactos, o, en tiempos más recientes, es ella misma la nueva cara de un poder que se disfraza de técnico pero que no es sino la máscara del poder negociado de las élites que controlan el entramado de la ciudad. En ambos casos, la técnica había sustituido a la naturaleza en ser la fuente de todos los temores. Si la moral tradicional se había construido para evitar la entrada de la naturaleza, lo instintivo y biológico, en el ámbito de la conducta correcta, en la nueva sociedad del conocimiento los filósofos críticos como nuevos moralistas estaban, están, trasladando la valla de contención a la separación entre lo técnico y lo político.

Subyace a ambas separaciones, la tradicional entre naturaleza animal y humana, la moderna entre lo técnico lo político, la esperanzada idea que una clara delimitación de esferas es la mejor defensa contra el miedo (que subyace a lo que se ha denominado sociedad del riesgo). La experiencia de la técnica en el marco de los procesos de modernización ha sido vivida, entre otras amenazas como la amenaza de la invasión de la ciega necesidad técnica en el autónomo terreno de la política. Pero quizá el remedio de la separación sea una esperanza basada en lo que en el ámbito anglosajón denominan en intraducible expresión un caso de “wishful thinking”. Pues la dicotomía que subyace al pensamiento de nuestro siglo ha sido el resultado ella misma de una ilusión ideológica, la de la separación entre lo natural y lo artificial, como ha denunciado convincentemente Latour en su ensayo “Nunca fuimos modernos”. Pero también, y por lo mismo, nunca seremos posmodernos. Espero que lo que sigue contribuya a explicar por qué.

8 El trabajo pionero fue Bell, D. (1973) The Coming of Post-Industrial Society. Nueva York: Harper & Row. La trilogía de Castells, M. (2000) La sociedad de la Información Madrid: Alianza, es la versión más importante de la idea de la sociedad del conocimiento

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Ciudadanos ciborgs.

El “mundo de la vida”, nuestro territorio básico de identidad, se ha transformado por la irrupción de aparatos técnicos que no son meros instrumentos, sino máquinas automáticas que llenan nuestros ámbitos familiares de funciones que anteriormente sólo eran visibles en el comportamiento animal. Todavía, quizá, es pronto para que calibremos hasta qué punto la entrada de la tecnología moderna ha significado una transformación profunda de los procesos de construcción de la identidad, personal y colectiva. No recuerdo bien mis primeras cercanías con artefactos a los que comenzase a calificar de automáticos. Estaban los automóviles, los camiones especialmente, principales objetos de mi admiración infantil, después, claro, de los cazas de la Segunda Guerra Mundial que coleccionaba en cromos con una dedicación que no he vuelto a recuperar. También quizá los ascensores, jaulas decoradas con maderas olorosas y espejos, que había que llamar para que vinieran y luego reenviar a su lugar de origen y que exigían que fueran cerradas las verjas corredizas antes de acceder a moverse. Pero creo que ninguno de estos objetos podía calificarse de automático aunque contuviera algunos sistemas de control mecánicos e incluso eléctricos. El reino de los automatismos llegó con los tiempos de la electrónica, de los relés y los transistores. Además de la primera lavadora automática, que, como varón de mi época, tardé en entender y del primer lavavajillas, con el que ya me familiaricé algo más, mi primer objeto de admiración fueron las máquinas de escribir electrónicas de cabezas intercambiables de IBM, capaces de escribir y de borrar con una cinta de typex, y que aún observo con nostalgia en los últimos reductos burocráticos resistentes a la informática9. Era la primera vez que encontraba una extraña opacidad entre el movimiento que uno efectuaba y el resultado causal que producía: el sistema obraba por ti y la tecnología desaparecía para establecer un puente mágico entre tu gesto y la acción realizada. En los años setenta mi entorno se había llenado de artefactos cibernéticos, la mayoría lejanos, pues eran máquinas alejadas del consumo normal aunque ya hubieran cambiado radicalmente la tecnología de base. “Cibernética” es ahora una palabra

9 En los años 40 el arquitecto suizo Siegfried Giedion alertó del proceso de transformación civilizatoria, que alcanzaba a todos los ámbitos de la experiencia humana de la introducción de las máquinas (Giedion, S. (1948) Mechanization Takes Command. A Contribution to Anonymous History. Nueva York: Oxford University Press). Todavía apenas habían comenzado los automatismos. Noble, D.F. (1984) Forces of Production. A Social History of Industrial Automation. Nueva York: Alfred Knopf, es una cuidadosa historia del desarrollo de los automatismos y de su importancia económica, política (y militar).

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que tiene resonancias de la modernización de los años sesenta cuando se extendió la revolución tecnológica del control: “automático” era la expresión popular correspondiente a “cibernético” en el lenguaje culto10.

Los ciborgs llegaron mucho más tarde. El vocablo había sido acuñado por Manfred Clynes y Nathan Kline en 196011, dos médicos, uno fisiólogo y psiquiatra el otro, que proponían un híbrido de organismo humano y máquina para ser enviado al espacio. Pero fue Donna Haraway en su Manifiesto por los Ciborgs12 en los comienzos de los años noventa quien convirtió el término en una categoría de la filosofía política y de la filosofía de la tecnología. Haraway empleó el término como una metáfora foucaultiana para indicar las identidades híbridas de los nuevos ciudadanos y ciudadanas y de los nuevos movimientos sociales y culturales. RoboCop, Blade Runner, Alien IV: Resurrection13, eran categorías visuales que señalaban lo nómada y heterogéneo de seres posthumanos que, como las mujeres mestizas, los simios, los robots, etc, habrían quedado al otro lado de borde categorizador y colonizador del progreso, como seres de la frontera sin un lugar claro en el mundo, o al menos como habitantes de territorios

10 Vd. infra cap. 3 sobre la idea de automatismo y su importancia en la filosofía de la técnica. 11 Clynes, Manfreed E., Nathan S. Kline (1960)”Cyborgs and Space” Astronautics, (Septiembre 26- 27) 75-76. Cit. en Haraway, D. (1997) Modest_Witnesss@Second_Millenium FemaleMan© _Meets_OncoMouse™. Londres: Routledge. 12 Haraway, D. (1985) “ A Manifesto for Cyborgs” Socialist Review 80, pp. 65-108, reimp. en Haraway D. (1995) Ciencia, Cyborgs y mujeres. Madrid: Tecnos/Instituto de la Mujer. 13 La reflexión cultural sobre ciborgs, particularmente en la Red, se ha convertido ya en una selva difícil de explorar e imposible de conocer. La filmografía ha convertido a estos seres en iconos contemporáneos: RoboCop, Terminator, Blade Runner, etc. Como novelas de ciencia ficción, además del conocido Philip K. Dick, (1991) ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas. Barcelona: Edhasa más próximo a la estética cyberpunk es Gibson W. (1984) Neuromancer. Nueva York: Ace Books, Gibson W. (1987) Count Zero. Nueva York: Ace Books; Gibson W. (1988) Monna Lisa Overdrive. Nueva York: Bantham Books. Una buena y amplia panorámica desde los llamados estudios culturales es Bell, D. ; Kennedy, B. R. (eds) The cybercultures Reader. Londres: Routledge. Un tratamiento muy cercano a este capítulo, referido solamente a la serie de los Alien, es Muhall, S. (2004) On film. Londres: Routledge. Molinuevo, J.L. (2004) Humanismo y nuevas tecnologías. Madrid: Alianza, ha desarrollado el significado de estos movimientos culturales para la estética contemporánea.

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indefinidos en los que la invisibilidad ocultaba la emergencia de una nueva forma de identidad.

Nuestra tesis es que quizá los ciborgs sean algo más que una categoría inspirada en una metáfora. Quizá sean la clave que nos permita disolver viejas y ancestrales dicotomías entre lo natural y lo artificial, entre la cultura y la técnica, entre la técnica y la praxis, entre la representación y la acción. Tradicionalmente, todos los proyectos de filosofía política, de epistemología y de antropología partieron de una misma base que debemos a Aristóteles: somos animales racionales. Después animales políticos, pero siempre sobre la base dual de animalidad y racionalidad, Aristóteles lo expresó diciendo que tenemos una doble naturaleza, la que nos da la biología y la que nos da el lenguaje. En este marco todo queda del lado de lo animal o del lado de la racionalidad, no hay instancias distintas. De modo que al definir la ciudad se define como la asamblea de un tipo particular de animales: animales que hablan, animales que razonan, animales que pactan un consenso. Pero la singularidad de estos animales puede que sea en realidad distinta a tenor de nuestra historia evolutiva particular: son, somos, animales que han creado una especial relación con el entorno. Animales autopoiéticos en un grado que no cabe en el marco de las dicotomías entre lo biológico y lo lógico, entre lo interno a la mente, lo intencional, y lo externo, lo causal físico y lo social.

Nuestra naturaleza animal es de un tipo muy extraño: tenemos un cerebro extremadamente plástico, quizá la característica que lo diferencia más que cualquier otra de los ingenios computacionales de origen artificial: nuestro cerebro se adapta a tareas insospechadamente variadas, a cualquier tipo de regularidades del medio. Y las más importantes son regularidades que son fruto del propio cerebro. La sociedad y el medio técnico son la fuente más importante de las regularidades que conforman física y arquitectónicamente nuestro cerebro: el lenguaje, que sería imposible de adquirir sin un medio social, y el medio técnico, que recrea la naturaleza del cuerpo y del cerebro en un sentido mucho más estricto de lo que se cree. Somos organismos híbridos de lo técnico y no meramente animales hábiles. Y esta naturaleza híbrida, que hizo de nuestras trayectorias históricas sendas dependientes del contexto técnico más que de cualquier otro aspecto, tiene y debe tener una reflexión que hasta ahora solamente se ha realizado marginalmente en la filosofía. Andy Clark ha argumentado en un reciente ensayo sobre la naturaleza híbrida de nuestra especie14,

14 Clark, A. (2003) Natural-Born Cyborgs. Minds, Technologies and the Future of Human Intelligence. Nueva York: Oxford University Press.

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sobre cómo nuestro cerebro plástico interactúa y se acopla con los elementos estables de su entorno, los internaliza en forma de patrones de conducta hasta el punto que ya no es posible distinguir el dentro y fuera de la artificialidad: noto las gafas cuando no las llevo puestas, sólo entonces las considero un instrumento, antes no son sino una “tecnología transparente”15. El déficit de sensibilidad de mi oído a las frecuencias altas, una gama de frecuencias que es esencial en la comprensión del lenguaje, se palia con unos minúsculos audífonos capaces de seleccionar las frecuencias, amplificarlas ajustadamente y reaccionar a contextos de intensidad variable. Las gafas son un artefacto técnico de la edad industrial, a pesar de la sofisticación de los materiales y la curvatura; el audífono pertenece a la sociedad de la información por la sofisticada estructura computacional soslaya con la que soslaya otro déficit de percepción, del que también soy consciente de él cuando no lo llevo y deja de ser una tecnología transparente. El cuerpo contemporáneo acopla mecanismos internos o adapta su fisiología al ritmo de los artefactos que constituyen su coraza: conozco a alguien que lleva en su corazón tres bypases que le permiten una desenfrenada actividad de congresos, viajes y libros; en la muñeca, el reloj se ha convertido en un adminículo fisiológico más que ordena los ritmos diarios a los que se acomoda el cerebro con una precisión de minutos. En la ciudad, los movimientos de las personas y cosas coordinan gracias a lo relojes que están distribuidos por doquier. A los cinco años aprendemos a leer y a escribir: nuestros cerebros adquieren unas prótesis mucho más profundas que modifican sustancialmente nuestra vida. Aprendemos el lenguaje matemático, a dibujar en perspectiva, aprendemos las rutinas del teclado, aprendemos a montar en bicicleta, a conducir automóviles, aprendemos otras lenguas. Nuestros cerebros se llenan de prótesis culturales como nuestros cuerpos empiezan a llenarse de prótesis técnicas. Hemos sido siempre sin saberlo una suerte de ciborgs. La naturaleza de ciborgs se enraíza en las dimensiones fundamentales de nuestro estar en el mundo: el espacio, el tiempo, los roles, la identidad. Los móviles, los automóviles, las señales de tráfico, la televisión, etc. conforman en nuestros días nuestras identidades primarias de ciudadanos actuando como tecnologías que han dejado de ser visibles por su cercana familiaridad a nuestros hábitos.

15 El término “tecnología transparente” se debe al teórico de la computación y del diseño Donald Norman, para quien la computación debe “desaparecer”, el usuario no debería ser más consciente de ella que del cristal de sus gafas. Cf . Norman, D. (1999) The invisible computer. Why Good Products ccan Fail, the Personal Computer is so Complex and Information Appliances are the Solution. Cambridge MA: MIT Press.

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El espacio, el tiempo y las identidades de los ciudadanos son los elementos que conforman la ciudad. Ninguno de ellos es anterior ni lógica, ni causal, ni históricamente a los otros dos. Las ciudades, los propios ciudadanos, ésta es nuestra tesis, son, fueron, complejos sistemas técnicos computacionales. Las ciudades son, fueron, ciudades de ciborgs, de seres híbridos de biología y técnica.

Las murallas y la escritura hicieron la ciudad. La voluntad de preservar las cosas que valen, que es el origen de todo lo vivo y el origen de nuestros planes de vida, es también el origen de la ciudad: encerrarse en unas murallas para preservarse del ataque de los vecinos insidiosos, escribir su historia para preservar la identidad. Las murallas cerraron el espacio interior y convirtieron a los aldeanos en ciudadanos: adentro y afuera como condiciones primeras de una sociedad ordenada. Sin la topología dentro-fuera que constituyen los muros, los humanos quizá no hubieran encontrado un ámbito propio que mereciera la pena conservar. La topología dentro-fuera crea el ámbito de acción del ciudadano: actúa fuera para preservar del dentro, se convierte en colono para hacer rica su ciudad y ocasionalmente para reproducirla. A diferencia del nómada, el ciudadano tiene un marco de referencia que ordena sus acciones y las somete a un plan. Al destruir ese espacio se destruye su identidad: aunque los argivos sobrevivieran a Troya y los fenicios a Cartago, su identidad había perecido con las murallas, y si acaso se preservó algo fue gracias a los cantos de un ciego que fueron transcritos por alguien. Bien lo sabían las legiones de Roma, que tenían por costumbre destruir las murallas y sembrar los campos de sal de los enemigos empecinados. Las murallas contemporáneas han aparecido con otras formas: recordemos el Muro de Berlín, el muro que, ahora físicamente, separa a israelíes y palestinos, las vallas que defienden las fronteras de los países ricos, murallas que siguen teniendo un papel conformador del espacio.

La escritura, de otro lado, estructura el tiempo de la polis y preserva la memoria de la ciudad. Sin escritura no hay memoria y sin memoria no hay ciudad. Antonio Gómez Ramos16 ha señalado el carácter político de la memoria en el discurso fúnebre de Pericles a los muertos en la Guerra del Peloponeso: la tumba de los ciudadanos caídos no es la tierra sino la memoria de sus conciudadanos. Si merece la pena morir por la ciudad, sostiene Pericles, es porque no merece la pena vivir sin ella. La ciudad, a cambio, escribe los nombres de los ciudadanos y garantiza que no serán olvidados quienes cayeron.

16 Gómez Ramos, A. (2003) “La política, los otros y la memoria” El rapto de Europa 2, 69-78

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Qué poco se ha notado esta relación interna entre la ciudad, la escritura y la memoria, entre la ciudad y la congelación del tiempo pasado: sin capacidades técnicas no hay memoria, como tampoco las hay sin una voluntad explícita de unir lo ciudadano a la voluntad de preservación del tiempo ido, de acoger la información perdida como identidad viva en la información viva en la ciudad. Ser recordado es una forma de pervivir en la ciudad. Pero ser recordado es sumamente costoso en términos de capacidades computacionales. Se ha insistido mucho en las necesidades instrumentales de los sistemas computacionales para predecir el futuro (los conceptos y las teorías científicas, por ejemplo), pero mucho menos en las necesidades de preservación de la información y, en particular, en la preservación de las identidades perdidas. La voluntad de persistencia en el existir de la ciudad y su capacidad para la memoria colectiva constituyen a la ciudad tanto como el espacio que un día fue cercado por los muros. Al igual que las murallas, también la escritura tiene su origen en el barro: ladrillos y tablillas fueron los materiales de los que se hicieron las primeras ciudades a orillas de los grandes ríos. Es notable que este material neolítico haya dado lugar a dos artefactos de funciones diferentes: el orden del espacio y el orden del tiempo. Material plástico, capaz de guardar el espacio y guardar información. Dos bienes imprescindibles en la ciudad.

Nuestras capacidades están limitadas por las condiciones de contorno de nuestra historia evolutiva. Richard Dunbar17, un antropólogo cognitivo, ha avanzado la hipótesis de que nuestra especie evolucionó a partir de transformaciones en el tamaño cerebral siguiendo la pauta de la capacidad para computar relaciones sociales que, según este autor, tendría un límite de especie en la capacidad para computar las relaciones sociales que se entretejen en grupos de alrededor de ciento cincuenta miembros. Si naturalmente nos perdemos en comunidades de un número mayor que esa cifra, es mas que probable que sea casi imposible construir la ciudad sin medios de registro y computación más poderosos que la memoria humana. No es casualidad que la escritura naciese en las civilizaciones ciudadanas de los grandes ríos: nacimos del barro, sostiene el Génesis: fue en realidad nuestro primer útero y nuestro primer computador, la memoria escrita.

Dos manifestaciones del incremento computacional que supuso la escritura lo constituyen las leyes y el calendario. Las leyes son artefactos computacionales que no pueden ser sostenidos sin escritura.

17 Dunbar, R. (1996) Grooming, Gossip and the Evolution of Language, Londres, Faber and Faber.

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En las sociedades basadas en una cultura oral las leyes son difíciles de preservar, no pueden ser transmitidas oralmente más que en forma de refranes que apenas discriminan situaciones particulares. Los grandes sistemas normativos exigen una cultura escrita. Así, el Código de Hammurabi es el principal artefacto técnico que constituye una evidencia de un pacto social estable. Mas el control del tiempo que ejerce la ciudad se extiende mucho más allá del pacto social de las leyes. Las leyes establecen la conducta ritual de los ciudadanos, cuándo y por qué ofrecer sacrificios, qué alimentos y gentes son puros e impuros, quiénes podrán ser sacerdotes y cuáles sus deberes. Si los muros del templo establecen los lugares sagrados y los profanos, el orden del tiempo, los tiempos de trabajo y plegaria. “Guardad mis sábados y respetad mi santuario”, dice Yaveh, estableciendo así el Sabbath y la Pascua, la fiesta de las siete semanas después de recoger la primera gavilla, el día primero del mes séptimo, el día de la expiación y los siete días de las tiendas. De este modo, el segundo logro de la escritura fue uno de los primeros y más importantes signos de poder en la ciudad: el calendario. Es la marca escrita del discurrir del tiempo, el mapa de los días. Cuando las ciudades se unieron para constituir un estado o una federación debieron resolver como primer problema la coordinación de sus tiempos en un único calendario. Sin calendario no habría impuestos ni prestaciones al poder: el poder es el poder de ordenar los tiempos; su justificación será conservarlos, la constitución de la memoria. La ordenación de los tiempos fue un trabajo siempre costoso. Hubo que observar los cielos por generaciones y generaciones, registrar las posiciones de las estrellas y de otros fenómenos conspicuos en la bóveda nocturna, elaborar complicados cálculos y, al final, producir esas primeras obras de la ciencia y la técnica que fueron los calendarios, los primeros artefactos diseñados para computar18.

La conquista del tiempo por parte de la ciudad no había hecho sino comenzar con los calendarios: el siglo XIV fue testigo de la creación y rapidísima difusión de un artilugio cercano al calendario, el reloj de volantes y pesas19. Jacques le Goff20 ha estudiado cómo el reloj, en sus

18 La gran construcción que conservamos de los incas, el Machu Pichu, fue una ciudad de astrónomos, un enorme observatorio de las estrellas en el que se establecía el calendario por el que el inca dirigía su enorme imperio andino desde el Cuzco. Sin esos aparentemente inactivos observadores el imperio no hubiese tenido la impresionante efectividad centralizada que tuvo. 19 Por cierto, fue construido a imagen y semejanza de los cielos, tal como eran entonces comprendidos, con esferas de planetas que encajaban unas en otras y movían a las demás, por eso todavía hablamos de la “esfera del reloj” 20 Le Goff, J. (1983) Tiempo, trabajo y cultura en el occidente medieval. Madrid: Taurus.

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comienzos un artefacto meramente ornamental, contribuyó a cambiar la naturaleza de las relaciones sociales cuando fue colocado en el lugar más visible de la ciudad, la torre de la catedral, y comenzó a regular las horas y momentos de los ciudadanos21. Los ciudadanos podían verlo “a un tiempo” y armonizar sus trabajos y tareas al compás del movimiento de la aguja de las horas. Los gremios comenzaron a reclamar que su trabajo fuera recompensado no por el producto elaborado, sino por las horas trabajadas. De este modo el tiempo de trabajo se convirtió en el igualador de todas las cosas. Y fue por la misma época cuando nacieron otros instrumentos ligados al control del tiempo: las bulas, que vendían a los fieles descuentos en los días correspondientes de permanencia en un insólito lugar que fue inventado ad hoc para vender su estancia, el Purgatorio22, y las letras de cambio, que también vendían el tiempo, el finito y regulado tiempo de disfrute del dinero ajeno por el que el beneficiario había de pagar. Con los salarios modernos, que ya no pagaban por gavillas o por trajes cosidos, sino por el tiempo de los trabajadores, las letras habrían construido esa forma de existencia de la ciudad que llamamos capitalismo, que, como Marx nos enseñó, es sobre todo una forma de poder en el tiempo. Si el tiempo fue el ámbito esencial en el que se instituyó la ciudad, la escritura fue la invención técnica que la hizo posible. Pues la escritura, no lo olvidemos, fue ante todo una invención técnica que exigió un largo periodo de desarrollo de soportes físicos: la arcilla, el pergamino, el papiro, el papel, la imprenta, el libro.

Las murallas, por su parte, siguieron un curso paralelo e independiente hasta llegar al estadio que hoy llamamos Globalización, que tiene que ver mucho con lo que Javier Echeverría ha llamado Telépolis23, como forma de existencia contemporánea, en la que las relaciones espaciales se hacen distales, la interacción entre los humanos y entre los humanos y su entorno queda mediada por instrumentos que permiten la transmisión de la información y de la acción y el control a distancia. La intervención en el espacio es un mecanismo tan potente en las configuraciones de los ciudadanos como la intervención en el tiempo. Ir y volver: la experiencia del colono y del emigrante que está mediada por la conexión a distancia con la ciudad que es el medio de transporte. El emigrante y el colono son seres conscientes del transporte como no lo son sus compatriotas. Anthony Giddens ha explicado cómo la experiencia de la modernidad fue sobre todo una experiencia de

21 Mumford, L. (1971) (or. 1940) Técnica y Civilización. Madrid: Alianza 22 Le Goff, J. (1989) El nacimiento del Purgatorio, Madrid, Taurus 23 Echeverría, J. (1994) Telépolis. Barcelona: Destino; Echeverría, J. (1999) Los Señores del aire: Telépolis y el Tercer Entorno. Barcelona: Destino.

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desacoplamiento del espacio y del tiempo24. Los portugueses, holandeses, ingleses y españoles fueron conscientes de la separación de las trayectorias históricas y las trayectorias espaciales. El mundo se hizo globo terráqueo y la existencia historia. Los nuevos navíos de alto bordo, capaces de dar la vuelta al globo, consiguieron este desacoplamiento trayendo noticias, especimenes, gentes de otros lugares, pero del mismo tiempo. Los geólogos (el conde de Buffon) descubren conchas marinas en los Alpes: traen especimenes de otros tiempos que residían en el mismo espacio. La experiencia del ciudadano moderno se hizo abstracta y desacoplada al separar el mapa de los días y el mapa de las tierras. Se ha dicho que la Globalización contemporánea es una más entre tantas globalizaciones producidas por la ciudad: la confederación de los helenos, el imperio romano, las colonizaciones. Y es cierto que hubo ciertas formas anteriores de Telépolis: la confederación helénica fue siempre una confederación a distancia. Los aqueos se unen contra el orgullo de Troya, Platón viaja a la Magna Grecia a realizar su utopía, los griegos se hacen conscientes de su identidad sólo contra los persas, los otros en la distancia, su cultura se construye en un imaginario que les eleva a la categoría de los herederos de Egipto, o de la Atlántida, dirá incluso Platón. Pero la globalización o mundialización modernas nacen de la experiencia distal como una experiencia del espacio abstracto desacoplado del tiempo que aún espera ser incorporada como experiencia del ciudadano, que Telépolis construya su muralla y su calendario.

En resumen, el entorno técnico de la acción establece el marco de la acción. Nuestra forma de identidad más primaria25 está mediada por la conciencia sensorio-motora que surge de la distinción dentro/fuera al igual que la ciudad, y que crea los primeros esquemas corporales, el estar del cuerpo en el espacio. Ya desde este nivel primario, el espacio se configura técnicamente por el medio y la distancia de nuestras acciones. El resultado de la revolución de tecnologías de base que ha seguido a la cibernética, la telemática, crea una experiencia de acciones distancia, limitada anteriormente prácticamente al teléfono. Según Echeverría, los medios telemáticos habrían establecido una experiencia de lo distal en el tercer entorno que no habrían tenido los ciudadanos en el primer entorno (físico) ni en el segundo entorno (ciudadano). Es cierto, más aún, la idea de distancia está construida por las interacciones del individuo y su entorno. Para decirlo con los términos provocativos de Daniel Dennett, “yo soy la suma de las partes que

24 Giddens, A. (1999) Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza 25 Damasio (2002) The Feeling of What Happens: Body, Emotion and the Making of Consciousness. Nueva York: Harcourt Brace

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controlo”: la idea de control es computacional, cibernética, no espacial. El espacio, el lugar, el entorno, se construye así como la suma de las partes sobre las que se mueven las partes del mundo que controlo, sean artificiales o biológicas. De esta forma llegamos a nuestra segunda afirmación: las identidades personales y colectivas tiene que ver también con la capacidad de control de la acción y por consiguiente están tan constreñidas técnica como metafísicamente.

El camino de Telépolis a Trantor.

En Telépolis el tiempo cambia, sostiene Javier Echeverría. Si en la polis antigua regía la simultaneidad y la coordinación, en Telépolis habría fragmentación de los tiempos de las personas (de sus personalidades informacionales).

“Así como en E1 y E2 (los entornos primero y segundo) el lema tempus fugit expresa una verdad profunda, en el Tercer Entorno la permanencia y la repetición de los estados electrónicos es frecuentísima (...) La asincronía del Tercer Entorno no impide que en él se puedan producir interacciones simultáneas o, como suele decirse, “en tiempo real”. Dicho sea de paso, la locución muestra bien hasta qué punto la noción de acción está ligada a la de tiempo presente. En cualquier caso, aparte de las acciones asincrónicas, en E3 también es posible interactuar sincrónicamente, y por ello el tercer entorno no es propiamente sincrónico, sino lo que podemos denominar multicrónico”.26

Habría tantos tiempos como bucles encontramos en la red. Nexos temporales que corren paralelos a las múltiples identidades con las que los telepolitas se presentan en el foro global de la red de información. Los telepolitas dejan que sus tarjetas y firmas electrónicas recorran oscuros pasillos informacionales al tiempo que pasean por la red con “nicknames” fingidos, aparecen en “chats” y foros, llaman a sus amigos, ven las cenenes y sus guerras virtuales, toman prestadas las músicas del innumerable archivo pirata, entran en las librerías amazonas, y sus tiempos se simultanean y descoordinan, recorren horarios inconmensurables, construyen un rompecabezas imposible de relaciones. Pero en Telépolis no hay memoria, ahogada en la inundación de memorias de las que está hecha Telépolis. En contraposición al discurso fundacional de Pericles, la multiplicación de las memorias nos habría llevado a una nueva situación en la que quizá no solo esté la red, sino también, en cierta forma, nuestras ciudades y megalópolis del

26 Echeverría, (1999), o.c. p. 82

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segundo entorno: ciudades sin cocer aún, en un “melting pot” que no se mezcla, sociedades sin integrar las voces múltiples, redes ciegas en las que los nudos sólo alcanzan a ver los intereses de los pocos nudos con los que son capaces de conectarse, pero no tienen una visión de lo general.

Si las voces de la mente y las voces del foro reclaman identidades múltiples, la polis no tiene por qué ser diversa y fragmentada. Pues nació precisamente de la fragmentación y variedad, para garantizar la memoria, coordinar los tiempos, aunar las identidades. Mientras que los seres que habitan la ciudad adquieren sus identidades en el tiempo, llegan a ser personas en un largo proceso en el que no está excluida la suerte, que necesitarán para preservar una cierta estabilidad en sus narraciones, una coherencia entre sus yoes sucesivos y una complicada integración con los nosotros colectivos, la ciudad transciende las narraciones porque su función es hacerlas posibles. Con suerte y ayuda de los amigos, se llega a ser persona, se llega a ser miembro de una comunidad, pero se nace y se muere ciudadano. La ciudad nos cubre antes y después de la identidad personal o colectiva. Nos cubre más allá de la muerte y durante el azaroso discurrir de nuestras vidas. Una ciudad fragmentada no es una ciudad, no existe aún en la maraña de voces. Y éste es el sino de Telépolis: después de la polis, aún no es, y quizá no llegue a serlo nunca, otra ciudad. No hay esperanza próxima de que Telepolis sea tele-polis, por ahora solamente una inmensa estepa de información llena de sendas y extraños caminantes y caravanas con las que uno eventualmente se cruza. Es algo más que un sueño creer que algún día Telépolis tendrá una memoria colectiva, como si en Telépolis pudiera nacer el conocimiento. Telépolis no es la sociedad del conocimiento, no es más que un espacio sin mapa. Se equivocan quienes piensen lo contrario. La red de redes está vacía de conocimiento y no tiene memoria. No aprende, no recuerda a los telepolitas. Las huellas que aquellos dejan no duran más que la pisada del camino. Deja un rastro, pero no una historia que merezca ser contada por ningún aedo. Telépolis acumula páginas, registra señas, almacena datos. Tal vez produzca la información que persiguen los oscuros poderes voraces de la intimidad de los ciudadanos de la polis. Pero no hay más que poder en Telépolis, no hay más que la fuerza bruta de los poderes computacionales: es la selva antes del contrato social. En Telépolis hay poder pero no hay autoridad. Susan Blackmore ha empleado una metáfora para describir nuestras mentes que se aplica con más propiedad a Telépolis: es una colección de máquinas de memes, una selva de memes, patrones de información que circulan y contaminan, se extienden como epidemias, pero no como argumentos o actos comunicantivos. Telépolis seduce, contamina, pero no convence.

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Muchos se quejarán de esta imagen negativa, aducirán que, al contrario, Telépolis sólo es memoria acumulada, que no es otra cosa que una red de inmensos cúmulos de registros. Y es posible que no carezcan de razón pues es cierto que por su propia naturaleza Telépolis está hecha de registros de información. Pero son remedos de la memoria de la ciudad, no una forma más moderna e inevitable. Quizá quienes creen en el determinismo consideren que esta doble existencia es un futuro inevitable. De entre los más recientes mitos tecnológicos es más que sorprendente el éxito con el que han sido recibidas las varias entregas de de Matrix, la metáfora más perfilada del mito de Telépolis. Los creadores de Matrix parecen haber meditado sobre uno de los oscuros futuros posibles de Telépolis. En Matrix, los humanos viven en dos ciudades trasunto e inversión de la ciudad del cielo y la ciudad terrestre: Matrix y Sión son estas dos ciudades. Tiene Matrix sus oráculos, sus vigilantes secretos y sus señores, los señores del programa. Son proyecciones de la conciencia del programa que calcula todas las posibles sendas futuras de las memorias virtuales en las que viven los millones de cerebros alimentados de información artificial. En Sión viven los pocos liberados que en una triste existencia han descubierto el segundo y primer entorno y han decidido que son éstos entornos de libertad. Pero Matrix no nos enseña ninguna profunda verdad sobre nuestra existencia: no es más que una amalgama de seductores vacíos tópicos filosóficos que ocultan un siniestro mensaje determinista sobre el Tercer Entorno. Presentarlo como un camino inevitable de virtualidad o doble existencia es una forma de sacarse de encima las responsabilidades que desde la ciudad tenemos con este nuevo entorno en el que discurre nuestra existencia. No es casual la metáfora agustiniana de las dos ciudades: también en Matrix, sirve de coartada para no cargar con la responsabilidad histórica, personal o colectiva.

Frente a Telépolis, Trántor es la ciudad-planeta de la trilogía de La Fundación de Isaac Asimov. El planeta ha sido transformado entero en ciudad. Ya no existe el dentro-fuera de las murallas, el territorio sagrado y profano, la distinción natural-artificial. Todo es ciudad. Trántor es la capital del imperio, la Roma de la Galaxia. Miles de planetas campesinos alimentan a Trántor, donde habita una compleja burocracia política y científica que dirige un imperio que se acerca a sus momentos de declive. Asimov escribió La fundación en la posguerra, cuando comenzaba a apuntarse el mundo en el que vivimos, cuando las ciudades, Nueva York, de la que Trántor es la hipérbole, estaba convirtiéndose en el centro de la historia. Trántor, a diferencia de Matrix, es una irrupción del segundo entorno político en el tercero tecnológico y computacional. Trántor es el producto de la completa extensión de la ciudad al mundo físico y al mundo de la información. Trántor resulta de la artificialidad completada, de la extensión de la

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tecnología a todas las dimensiones de la existencia pero también de la política a todas las formas de tecnología.

Cuarenta años de ecologismo y desarrollo de una conciencia de respeto a la diversidad biológica y a los entornos naturales nos hacen ver Trántor como una pesadilla del desarrollismo incontrolado. Cierto: como todas las utopías, la estructura técnica de esa sociedad es una extrapolación de la tecnología conocida, y el mundo vivido por Asimov en los años de la postguerra era el mundo-máquina basado en la separación completa de lo natural y lo artificial. El Trántor de Asimov es una pesadilla bajo esa imagen, pero su metáfora, tan inspirada en la Historia del declive y caída del imperio romano (1776-88) de Edward Gibbon y en las filosofías de la historias que cundieron por doquier en los años de la Guerra Fría, aún queda como pregunta sobre la extensión de la ciudad en el espacio y el tiempo. Lo importante de la metáfora es que Trántor no ha perdido su condición de polis. No se ha realizado el oráculo de Mumford de que a más tecnología menos democracia. En cierta forma, mutatis mutandis, Trántor es una sociedad bien ordenada, que si está en crisis es precisamente porque está ensimismada en el orden político y ha olvidado ya el saber científico y técnico que la hizo posible. Aunque parezca lo contrario (pido disculpas al ecologista que llevamos dentro por poner a Trántor de modelo) no es una sociedad ajena a la idea de justicia, mucho menos si entendemos la justicia como libertad. La libertad de los ciudadanos para llevar a cabo sus proyectos, para ejercer sus capacidades.

La idea de libertad que ha sido el sueño y el proyecto de la Ilustración tiene un amplio espectro de realizaciones, desde la idea formal de ser libre entendido como no estar constreñido por otros, hasta un nuevo concepto que sin renunciar al “no estar obligado” se pregunta por las condiciones de posibilidad de la acción en libertad: pues no estar constreñido no es meramente que nadie me impida hacer algo, sino que en realidad pueda hacerlo. Tener capacidad como condición necesaria, poder hacer, sin lo cual la libertad no es sino un sueño intelectualista. Así nace la idea de libertad como justicia, o justicia como libertad, tal ha sido defendida Amartya Sen27. Su discurso nace de observar cómo las desigualdades a lo largo del mundo, incluidas las desigualdades en el seno de las sociedades desarrolladas a las que estamos más ciegos por más cercanas, entrañan sobre todo desigualdades en la libertad de los ciudadanos. Para muchas personas, el acceso a las libertades primarias exigiría la previa capacidad para plantearse objetivos, para tener planes de vida y ver el futuro como futuro. En situaciones de grave degradación

27 Sen, A. (2003) Desarrollo y libertad. Barcelona: Planeta

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de la existencia la primera víctima es la capacidad de desear y con ella la posibilidad de diseñar la propia vida. Quienes están en la frontera de la subsistencia o bajo el peso de la violencia no viven en un tiempo humano sino en un completo y eterno presente. Para ellos el futuro y el pasado se presentan como una oscura nube de sufrimiento y desamparo. Pues bien, la ciudad y la tecnología se ocupan de dos dimensiones del tiempo humano. La ciudad se ocupa de organizar el tiempo de la identidad. Gracias a ella los ciudadanos llegan a ser personas. La ciudad garantiza el derecho a proclamar el pasado propio y a reivindicar la historia de la que uno llega. Y garantiza también el derecho a dejar una huella en la memoria colectiva. La tecnología, por su parte, se ocupa de garantizar un aspecto del futuro real de los ciudadanos: se ocupa de preservar una forma de tiempo humano que es el futuro como espacio de posibilidades accesibles, como oportunidades de acción y capacidades de lograr los deseos alcanzables.

Información, control y política

Hubo una revolución tecnológica que constituyó la tecnología sobre el trasfondo de las técnicas artesanales y dio lugar a la revolución industrial. Comienza a finales del siglo XVIII y se desarrolla a lo largo del XIX. Desde entonces la tecnología se ha ido extendiendo por todos los territorios que constituyen nuestro mundo, desde los espacios más lejanos, como los planetas del sistema solar hasta los más cercanos de nuestra vida cotidiana y hasta los lugares más profundos y pequeños de los micromecanismos de la vida. Los dos elementos constituyentes de la tecnología son el diseño y el artificio. El diseño consiste en la capacidad elaborar los objetos técnicos en un ámbito representacional, a través de los poderosos medios representacionales que se desarrollaron a partir de las matemáticas, y después llevarlos a la existencia mediante métodos de reproducción eficiente, que pueden ser medios de reproducción masiva en los objetos de diseño industrial. El artificio constituye el elemento esencial de los objetos técnicos contemporáneos. Con este nombre queremos significar que los sistemas técnicos son complejos de sistemas de control, sistemas cibernéticos, como se denominaron a partir del término griego cibernetes, timonel. De forma que la capacidad de imaginar y construir eficientemente y la capacidad de controlar son los elementos definitorios de la tecnología, lo mismo que la verdad es el concepto que define constitutivamente la actividad científica o el buen gobierno la actividad política.

Se ha convertido en un tópico de los programas políticos la tesis de que debemos pasar de la Sociedad de la Información a la Sociedad del Conocimiento: mientras la sociedad de la información es aquélla en la que vivimos, la sociedad del conocimiento sería aquélla en la que

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deseamos vivir, una sociedad en la que el conocimiento sea la forma dominante de uso inteligente de la información y el medio esencial de producción y reproducción. Es una afirmación que conserva algún fundamento bajo tantas repeticiones irreflexivas y propagandísticas, pero debemos pensarlo con parsimonia y cuidado. A este respecto, me parece que el núcleo está en la importancia que ha adquirido la información en los intersticios de la tecnología contemporánea, en cómo ha sido el control de la información más que el mero control de la energía el que ha configurado la tecnología contemporánea. El salto del conocimiento a la información no es trivial, cierto, pero ha sido es mucho menos comprendida la naturaleza de lo novedoso que introduce la sociedad de la información.

Hay varias líneas que confluyen a lo largo de la historia de la técnica en este dominio al que accede la información en la tecnología contemporánea. Una de ellas, quizá la más importante, fue la invención del primer artefacto de control por realimentación, el controlador de flujo de vapor por inercia de bolas de James Watt. Se trataba de un sistema muy simple que aprovechaba el principio de conservación del momento de giro para controlar el flujo de vapor de una caldera. La solución era sencilla y elegante. Vista dos siglos más tarde, significó algo así como una revolución: la primera aparición en la superficie de la tierra de un artefacto de realimentación o de un sistema de control, algo que hasta el momento solamente existía en el terreno del diseño biológico28. Fue una invención creativa que conformó las trayectorias tecnológicas posteriores. Las revoluciones tecnológicas posteriores se basaron en buena medida en el control de diversas fuentes de energía y potencia y especialmente en la multiplicación ubicua de sistemas de control. Los sistemas de control crearon la posibilidad de máquinas complicadas en las que no solamente se transfería energía, como en las máquinas antiguas, sino que se preservaban estados internos, la temperatura particularmente. De este modo las máquinas comenzaron a parecerse en alguna forma a organismos. Así aparecieron los primeros “auto-móviles” a vapor o por motores de explosión, aparecieron los grandes conglomerados de producción de bienes domésticos, aparecieron las propias fábricas como artefactos en los que la acción humana se limitaba a ser uno entre otros muchos sistemas de control. En resumen, aparecieron los paisajes técnicos que configuran el mundo contemporáneo.

La segunda revolución, que en cierta medida fue una sofisticación de la revolución de los sistemas de control, vino con los

28 Véase más abajo cap. 4.

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circuitos electrónicos complejos que realizan propiedades lógicas: válvulas de vacío, relés, transistores, circuitos integrados,... Los dispositivos variaron a lo largo de la historia, pero lo importante es que apareció un nuevo y extraño sistema en la naturaleza, un sistema que realizaba a través de los circuitos ciertas operaciones abstractas de carácter lógico. Y junto a las operaciones lógicas, por un mecanismo de iteración recursiva, apareció la complejidad, la computación compleja y la simulación de operaciones inteligentes. Así nació la revolución de la información. Los dispositivos de realimentación y los sistemas lógicos recursivos transformaron la naturaleza en un modo que hoy ya podemos comparar a escala histórica con la agricultura y la escritura. Un viejo sueño que nació con las religiones del Libro, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, fue el control de los signos y entre ellos de la naturaleza como libro escrito por Dios, cuyo mensaje había que descifrar. De la cábala a Ramon Llull, a John Wilkins y a Caramuel, a Leibniz, a Ada Lovelace y Charles Babagge, el control de los signos había sido siempre una trayectoria permanente del imaginario técnico. Habían buscado lenguas perfectas que reprodujesen la lengua antes de Babel, la lengua del pensamiento, la lengua de Dios; habían buscado sistemas combinatorios que pudiesen ser construidos o realizados como máquinas. La mezcla de sistemas de control, sistemas lógicos y complejidad recursiva hizo posible una parte de este sueño: la humana.

El dominio de la información es el dominio de lo abstracto. La información es algo que se preserva en la estructura de algunos procesos físicos: el teléfono preserva ciertos patrones causales que antes habían sido preservados por las moléculas del aire agitadas por la emisión de la voz, y que serán más tarde preservadas por varios dispositivos que transformarán la energía cinética de las moléculas de aire en pulsos eléctricos,; que, por último, volverán a ser convertidos en agitación en las moléculas de aire por el conversor del teléfono. No sabemos muy bien qué es la información más allá de estas ambiguas descripciones, pero sin embargo podemos medirla y manipularla con inusitada precisión. La información, como hemos visto anteriormente, se constituye en el objeto de una nueva forma de tecnología que manipula estos patrones abstractos que viajan de sistema en sistema, de proceso en proceso. Por otra parte, dado que nuestra mente es en cierta medida información, la interacción con la tecnología se hace más sofisticada que en todas las formas anteriores, en las que la relación con los artefactos se efectuaba más en su forma causal primaria, como máquinas, como medios de transporte, como instrumentos o herramientas. La información interactúa por su propia transformabilidad con nuestro cerebro y por consiguiente con los elementos que nos hacen específicamente seres conscientes, libres, intencionales, etc. De ahí que la relación con la información sea mucho

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más profunda que con los demás artefactos. De ahí que en cierta forma cree un mundo virtual de existencia en un sentido analógico a cómo el lenguaje interactúa con nuestra mente haciéndonos existir en una segunda naturaleza que es la que crea nuestro pensamiento y nuestros conceptos, independiente de la realidad física.

Responden los tecnófobos que la tecnología puede ser ella misma incontrolable, que en lugar de abrir futuros posibles puede ser como los rápidos del Oeste, corrientes que arrastren nuestra balsa dejándonos los breves márgenes de libertad de mover a un lado u otro la pala con la esperanza de mantenernos por un minuto más a flote. Es cierto si el determinismo es cierto. Pero si el determinismo fuera cierto lo sería tanto para la abundancia como para la escasez de tecnología. Los deterministas sostienen que las decisiones tecnológicas configuran la ciudad. El molino de agua trajo el feudalismo, sostuvo Marx, y el molino de vapor trajo el capitalismo. Pero esa tesis vale tanto para el molino de agua como para el molino de vapor: el molino de agua debería traer el feudalismo. Y obsérvese la extraña consecuencia: si la tecnología resultase ser no otra cosa que el modo en el que nuestra especie se adapta a su medio, construyendo nichos artificiales, el determinismo tecnológico no sería sino una forma de determinismo histórico. Pero ni es cierto el determinismo tecnológico ni es cierto el determinismo histórico. Nuestra existencia discurre en tanta libertad y justicia como seamos capaces de alcanzar. Una y otra dependen en buena medida de nuestro espacio de posibilidades. La misma tecnología no escapa a esta regla, pues si hay un sentido en el que es verdad que las decisiones tecnológicas configuran las ciudades, también lo es que la ciudad configura la tecnología. Si en épocas pasadas las decisiones tecnológicas surgían en el ámbito de la esfera privada y se difundían y extendían a través de los mecanismos del mercado, la tecnología contemporánea es cada vez más dependiente de las decisiones gubernamentales y aún de la esfera pública.

Los tecnófilos y los tecnófobos creen que las tecnologías salvan y condenan, que están a la par con los agentes humanos en el diseño de la historia. Los tecnófilos y tecnófobos sufren la más vieja de las enfermedades de la mente: el determinismo histórico. Les aterroriza que el futuro no esté escrito en algún lugar del pasado: en los signos de los cielos, en el vuelo del cuervo y en las entrañas de los pollos, para algunos; en El Libro, para otros; en el libro de la Naturaleza que está escrito en caracteres matemáticos, creyeron nuestros padres modernos, en las configuraciones de los átomos, creyeron los físicos newtonianos. Un futuro sin escribir atemoriza aún más que el destino que se teme, por oculto que esté en las ciegas palabras del oráculo. Un futuro abierto es una pregunta que deben contestar los vivos, que tal vez preferirían

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morir antes que contestarla, porque saben que si la contestasen estarían escribiendo un texto del que alguien podría hacerles responsables. La responsabilidad asusta más que la muerte. Por eso somos deterministas “por defecto”. Así nos ha diseñado la cultura: hábiles para desentendernos de responsabilidades, actores miopes que se niegan a vislumbrar más allá de unas pocas horas o días.

Los deterministas tecnológicos29 creen que son las tecnologías, los artefactos, los que crean las sendas que siguen velis nolis las culturas y sociedades. Los deterministas tecnológicos no consideran que sean las decisiones las que crean responsabilidades, sino las máquinas que resultan de esas decisiones. El ingeniero norteamericano Lewis Mumford, que se dedicó en los años cuarenta a la historia de la tecnología y es conocido por su magnífico libro Técnica y Civilización30, distinguió entre tecnologías autoritarias y tecnologías democráticas. En los primeros momentos de las civilizaciones se habría dado ya esta separación. Las pirámides que construyeron mayas, sumerios, acadios y egipcios son ejemplos de tecnologías autoritarias: existen movilizando enormes recursos que exigen una concentración proporcional de poder. En el otro extremo, el campesinado y sus artesanías de caza, pesca, agricultura, ejemplificarían la línea de autosubsistencia y autarquía de las tecnologías democráticas. Mumford fue un adelantado del ecologismo que habría de florecer a finales de los años setenta. Impresionado por las acumulaciones de tecnología que se produjeron durante y después de la Segunda Guerra Mundial, por la energía nuclear y por sus devastadoras realidades, desarrolló una visión pesimista de la tecnología que conducía a una cierta forma de determinación: ciertas tecnologías conducirían al autoritarismo (o serían ya esencialmente autoritarias); ciertas formas de sociedad serían imposibles según qué formas tecnológicas hayan llegado a ser dominantes. Los herederos de Mumford se han convertido en legión, particularmente visibles en ciertas formas de corrección política en el ámbito del ecologismo. Hace años, la televisión emitía una serie alemana de dibujos animados que mostraba un mundo maravilloso de enanitos artesanos que recordaban a los campesinos de Mumford y a los hobbits de Tolkien (quien, por cierto, sostiene en El Señor de los Anillos tesis muy similares, y por similares razones a las de Mumford). Lamentablemente, los ejemplos históricos y antropológicos de sociedades con baja tecnología y

29 Huguet, M. (2203) “El determinismo tecnológico” Claves de Razón Práctica, 134, 40-5, adopta una profunda mirada de historiadora a las tesis del determinismo. He tratado también el tema en Broncano, F. (2000) Mundos artificiales. Filosofía del cambio técnico. México: Paidós. 30 Mumford, L. (1971) Técnica y civilización, Madrid, Alianza.

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democracia avanzada son difíciles de encontrar. No es más que una observación empírica, pero apoya nuestra tesis fundamental: la democracia es muy exigente en términos de información. Y la información es lo más difícil de conseguir en el universo. Es la forma más organizada de la energía. Las sociedades muy complejas demandan mucha tecnología informacional, que, por su parte, las convierte en más complejas. Y su misma complejidad las hace imprevisibles, contingentes, robustas y frágiles a la vez: las sendas históricas que se abren son mucho más intrincadas y abundantes. Los deterministas se pierden en ese laberinto de posibilidades.

En el terreno de los optimistas tecnológicos, desde luego, se encuentran también no pocos deterministas: todos aquellos que creen que las decisiones tecnológicas llevan necesariamente al progreso, o que definen el progreso precisamente por el desarrollo tecnológico. Cualquier anuncio de un nuevo artefacto, cualquier nota de prensa de un nuevo descubrimiento médico o farmacéutico viene acompañado de una sutil asociación con un futuro perfecto del que ese descubrimiento ya sería un ladrillo necesario. Pero nuestros inmensos vertederos están llenos de esos futuros perfectos que se acumulan en enormes montañas de deshechos. ¡Qué curiosa mezcla de determinismos optimista y pesimista ha acompañado la inevitabilidad con la que se informa de las clonaciones, como si nos pidiesen que aceptemos de buen grado ese futuro maravilloso sin discutir razonablemente qué queremos hacer con nuestras técnicas biológicas!. Detrás de cada anuncio asegurándonos el progreso hay una exigencia de resignación a ese artefacto, la búsqueda de un atajo para no tener que pasar por el foro público a la luz del día para que sea examinado con todo el cuidado. Por eso quizá deberíamos ponernos a pensar si acaso nuestra política no está ya siendo configurada, no tanto por nuestras opciones tecnológicas, cuanto por la resignación a su inevitabilidad, por ese descargo de responsabilidad con el futuro que significa el limitar la política a los aspectos “sociales” y dejar en manos del destino (en la forma de mercado o en otras formas aún más ciegas) los inescrutables caminos de las formas tecnológicas que construyen la ciudad. Porque el problema que discutimos es el de la convivencia de la polis y la tejné, de la ciudad y la tecnología, de la praxis y la tejné, si se quiere, pues si hay algún grano de verdad en los determinismos, es el que señala las constricciones sobre el futuro que establecen las capacidades tecnológicas y los hechos sociales; y si hay un montón de equivocación, está en su poca receptividad a nuestras capacidades de reflexión colectiva.

El núcleo de nuestra tesis es que el control, la capacidad de control, no puede ser dividido en aspectos técnicos y aspectos reflexivos. Nuestra naturaleza ciborg no establece distinciones. Controlar es una

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forma de poner las intenciones a trabajar: es una forma de actuar en la que los resultados de la acción realimentan las intenciones, que se adaptan a sus propias consecuencias con el objeto de preservar el fin principal. No por casualidad se empleó el término “cibernetes” para nombrar a la tecnología de control, ya que el piloto es quien tiene a su cargo el control del rumbo de la nave: observa las estrellas, la aguja de marear, ahora el GPS y, teniendo en la cabeza el plan de navegación, actúa continuamente sobre el timón para reordenar la navegación preservar el rumbo.

Los aficionados a los videojuegos conocen bien las difíciles habilidades de controlar un objeto sobre la pantalla. La monitorización de los resultados de la acción (permítasenos el barbarismo) nos sirve como un modelo primitivo del control a través de la reflexión. La presentación en pantalla emplea nuestro sistema visual-motor para controlar la acción, que no es sino un medio rápido y eficiente de aprovechar algunos de nuestros propios sistemas internos de control para el control del pequeño trozo de realidad que nos presenta el juego. Nuestro sistema visual procesa las imágenes a través de dos canales, uno el perceptivo que genera creencias y categoriza los objetos como pertenecientes a una clase; el otro, el sistema visual motor, procesa las imágenes activando intenciones y esquemas sensorio-motores para actuar sobre el mundo. Son dos de nuestros grandes subsistemas de control ínsitos del cerebro. El control de la acción a través del sistema visual-motor opera sin conceptos, aunque no sin cálculo. Aquí todavía no encontramos reflexión, pero sí unos modos sofisticados de control en los que media la representación visual del objeto. El sistema sensorio-motor es un conjunto de sistemas biológicos de control que poseen todos los animales dotados de un cortex cerebral complejo capaz de actuar a través de representaciones. Son ya sistemas de control mediados informacionalmente. Mucho más complejos son los usos de las imágenes a través del sistema de percepción: reconoce los objetos, los cataloga a través de sus propiedades, deriva inferencias y extrae objetivos para la acción, produce planes y activa decisiones. Este sistema es, claro, mucho más lento, mucho más abstracto, pero accede a todo el almacén de conocimientos, valores y responsabilidad de nuestro conocimiento y de nuestras actitudes ante el mundo. En el sistema perceptivo, visual en este caso, las imágenes son procesadas como imágenes, tratadas como información, integradas en un complejo sistema de representaciones que termina en una representación, la de un objetivo que merece nuestra atención y ocasionalmente nuestra acción.

Ya en los mecanismos más primarios de control de nuestro cerebro observamos una mezcla de eficiencia y limitaciones. En una

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actividad compleja de control como el Tour, el ciclista que baja un puerto a ochenta o noventa kilómetros en el centro de un pelotón, a apenas diez centímetros de distancia de los otros ciclistas, no puede detenerse a reflexionar sobre sus acciones. Se caerá y pondrá en peligro su vida y la de la mitad del pelotón. Tiene que confiar en un duro entrenamiento que ha conseguido que su sistema visual motor actúe por él en los milisegundos que tiene para tomar decisiones. Mas todo aficionado sabe que, ceteris paribus, el Tour se gana con la cabeza. Al subir un puerto con fuerzas limitadas, el ciclista ha de observar con cuidado los signos de sus adversarios, resistirse a atacar antes de tiempo o a desfallecer ante un ataque aparentemente definitivo, tiene que pensar y pensar rápido aún cuando todo su cuerpo le pide que no piense. Su sistema perceptivo, su memoria y experiencia deportiva tienen que proporcionarle lo que su sistema motor ya no es capaz de darle. Cada sistema tiene sus capacidades y sus limitaciones. El sistema sensorio motor, como el sistema emotivo, es rápido, eficiente y especializado. Pero no es plástico: controla una tarea pero no es capaz de seleccionar nuevos objetivos y ordenar nuevos planes. El sistema reflexivo de control es lento computacionalmente. Tiene que activar enormes cantidades de información, hacer presente a la mente numerosos modelos del mundo, explorar posibilidades, confiar en clasificaciones borrosas y en decisiones bajo incertidumbre y riesgo. Pero es un sistema plástico y adaptativo, tiene la mayor creatividad de las posibles. Y tiene la virtud de hacerse responsable de las decisiones. El sistema reflexivo opera en primera persona (del singular o del plural). Todas las decisiones acaban en una movilización de recursos que indica el compromiso de la persona o de la comunidad en la decisión. Entre los sistemas sensorio-motores y las decisiones tomadas bajo un largo tiempo de reflexión hay un ancho espectro de sistemas intermedios: rutinas, mecanismos de decisión resultado de adaptaciones evolutivas, sesgos unidos a la edad, el sexo, productos de la cultura y el entrenamiento, modificaciones cerebrales fruto de la adaptación a medios computacionales externos, etc.

No deberíamos pensar en nuestros sistemas de control bajo la metáfora platónica de una escala en la que la razón ocupa el lugar más alto. La razón es creativa, pero limitada en rapidez y opera con pocas propiedades; las emociones son rápidas pero poco discriminativas; las rutinas motoras son rápidas y eficientes pero poco plásticas, … , y así sucesivamente. La tradición aristotélica así como otras tradiciones culturales de origen oriental encontraron en la armonía y el equilibrio una prescripción sabia de cómo combinar sistemas de control que a veces se necesitan y a veces compiten entre sí. Y esto nos lleva de nuevo a unir el tema del control con la idea de ciborgs y seres híbridos con la que hemos comenzado.

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En la especie humana los controles de los planes de acción sólo son posibles con prótesis culturales y técnicas. Las limitaciones computacionales de nuestro cerebro habrían hecho imposible la civilización y la cultura sin las creaciones técnicas que permiten trascender y transgredir nuestras limitaciones. Si los medios de transporte modifican nuestro estar en el espacio y los medios de comunicación nuestro estar en el tiempo, nuestros medios representacionales: las imágenes, la escritura, los lenguajes artificiales, las máquinas computacionales, …, modifican nuestras limitaciones representacionales. La antropología computacional está por investigar, pero cabe pensar en la mayoría de los artefactos culturales como prótesis para superar nuestras limitaciones: los rituales, la música, el baile, los ritmos, que permiten la coordinación de movimientos de la tribu y llevan al cerebro, él mismo un sistema de coordinación de ritmos, a un estado de excitación y comunión; las drogas naturales, los hongos, el alcohol, los alcaloides naturales o artificiales, que mimetizan los neurotransmisores de nuestro cerebro y se convierten en auténticas y peligrosas tecnologías emocionales; la pintura, que extrae las imágenes, las fosiliza y crea una realidad artificial; el lenguaje que permite compartir pensamientos, contar historias, transmitir memes, …; los hilos, marcas en la madera o la arcilla, cuentas en una cuerda, que permiten contar cantidades contables, los recipientes que permiten contar cantidades incontables, ….

No toda democracia es posible en todo contexto técnico, no toda técnica es posible en toda democracia.

Muchas prácticas culturales como las que acabamos de señalar son prácticas de coordinación social, de ordenamiento en el espacio y tiempo de las conductas o de los espíritus. En la milicia, como todos sabemos, desde los más viejos tiempos, los conductores de ejércitos emplearon el sonido rítmico de los tambores, pífanos y tubas para acompasar a la tropa de modo que ofreciese al enemigo un frente cerrado y sin fisuras; al tiempo, el ritmo persistente excitaba los ánimos y aliviaba el miedo de los que estaban a punto de enfrentarse. Estas prácticas de coordinación son primarias: crean un orden puramente visceral, no un orden en el que lo que se acoplen sean las voluntades reflexivas de los ciudadanos. Las democracias griegas desarrollaron un instrumento de coordinación derivado de instituciones más primitivas que tenía por objeto el crear un tipo de orden particular fundamental en la ciudad, el consenso. Se trataba, como puede imaginarse, del ágora y de la asamblea popular. El ágora creaba un espacio material en el que se producían acciones políticas en un sentido que Hanna Arendt ha convertido ya en una categoría explicativa: allí el ciudadano libre desarrollaba un ejercicio de imaginación más allá de las ataduras del

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espacio que Arendt denomina de la labor y que ocupaba todas las tareas de reproducción económica, doméstica o fisiológica. En el ágora era posible el ejercicio sumo de la vita activa, la asamblea de los ciudadanos y todos los órganos que emanaban de ella. El corazón de la polis, por consiguiente, residía en este espacio y tiempo que, reparemos en ello, era un espacio oral, era un instrumento básico de coordinación dependiente del ejercicio oral: de ahí que la retórica fuese la técnica cultural más importante para los ciudadanos pues de ella dependía el correcto ejercicio de la actividad política.

Las ventajas y limitaciones de la oralidad no han sido muy estudiadas, por desgracia, pero hay algunas aproximaciones. El finado filólogo de Harvard, Erick A. Havelock31 ha estudiado el pensamiento platónico como un efecto en el terreno del pensamiento de un cambio en el medio de transmisión cultural: el paso de la oralidad a la escritura. Y no casualmente el pensamiento platónico tiene mucho que ver con la crisis de la democracia ateniense que significa el juicio de Sócrates, juicio al que subyace, me atrevo a decirlo, un malestar creado por la progresiva complejidad de la democracia y las limitaciones que imponía la oralidad. La necesidad de expertos independientes de la asamblea, que proclamaba Sócrates, frente a las líneas más asamblearias, tiene, más allá o más acá de lo político, unas resonancias claras de un problema subyacente de medios de ordenamiento de voluntades en un terreno informacional. Pues en cierto momento la dimensión computacional del ágora se convierte en una limitación técnica al propio ejercicio de la democracia. La oralidad tiene múltiples virtudes, entre ellas la gran cantidad de información que la asamblea recibe a través del lenguaje situado en el discurso, pero tiene la limitación de la presencia del sujeto hablante ante la audiencia, una enorme constricción espacio-temporal. Y tiene además unas mucho más profundas limitaciones de memoria: el discurso oral se pierde con la memoria de los ciudadanos, crea tantos compromisos como los que estén dispuestos a asumir los ciudadanos que recuerden las palabras del orador y del proceso de consenso. En este sentido, la república romana fue mucho más consciente de esas limitaciones y dio un papel mucho más importante al derecho como ley escrita y proclamada mediante un acto jurídico constitutivo. Uno de los más importantes hallazgos computacionales de la cultura escrita es la constitución. La constitución tiene que escribirse y firmarse por los legítimos instauradores. Y uno de los efectos más rápidos es precisamente lo que hace Aristóteles, poder comparar las

31 Havelock, E. A. (2002) Prefacio a Platón, Madrid: Antonio Machado (or. 1963). Rocío Orsi, la helenista de cabecera de nuestro departamento, ha sido quien despertó mi interés y pasión por Havelock.

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constituciones precisamente porque están escritas. La escritura permite un orden reflexivo que no sería posible en la pura determinación oral de lo político.

Muchas otras constricciones técnicas de la ciudad han sido objeto de reflexión a lo largo de la historia. Recordemos como ejemplo la controversia acerca de relación de la república con su capacidad para el ejercicio de la fuerza: si la república ha de dotarse de un ejército profesional o si, por el contrario, el ejército no es sino el pueblo en armas y ha de constituirse como milicia o guardia nacional, fue como sabemos, objeto de fuertes discusiones que en el caso de la última república española fueron importantes en la dinámica que llevó a la derrota de la república. Hay una discusión política en todas estas cuestiones, claro. Pero lo que me importa subrayar es que a veces la república no es consciente de las constricciones técnicas de sus deliberaciones y esta inconsciencia técnica se paga con creces en el terreno de la eficiencia práctica y del malestar creado de fondo por cuestiones que pueden tener su origen en un mal acoplamiento computacional de lo político. La cuestión de fondo es cómo la polis hace visible sus propios condicionamientos técnicos, cómo hace visible su naturaleza ciborg precisamente para reordenarla de modo que se haga transparente e invisible como lo son las lentillas que se acoplan a la córnea.

El pensamiento feminista de los años sesenta popularizó un eslogan que representaba una de las transformaciones más profundas del siglo pasado, “todo es político”. Las feministas indicaban así que cualquier aspecto de la vida cotidiana tiene una significación social que transciende su pura funcionalidad: la organización doméstica, la educación , la sexualidad, las costumbres y hábitos sociales, …, todos los aspectos de la vida están definidos por relaciones sociales que caben ser examinados a la luz de su carácter justo o injusto. Con la distancia de cuarenta años, las, tan a menudo denostadas, manifestaciones de los años sesenta hicieron visibles muchas de estas relaciones de poder y establecieron la agenda política de las siguientes décadas. Los programas de democracia radical que siguen motivando la discusión contemporánea siguen pautas que estaban ya en germen en aquellos movimientos de tan controvertido carácter. En un sentido que no se separa de este espíritu cabría una reversión del eslogan para proclamar que también todo es técnico. No existen relaciones sociales de poder o autoridad sin la mediación del diseño técnico. La casi totalidad de las críticas contemporáneas de la tecnología han subrayado el carácter político de la tecnología: la tecnología expresa o capacita relaciones de poder. Pero del mismo modo se puede sostener la dirección inversa: las relaciones de poder expresan y capacitan formaciones tecnológicas.

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Antes de que se me acuse de tecnopornógrafo, tecnoadicto o cualquier otra cosa similar quisiera recordar que esta idea establece un hilo conductor en el pensamiento de Michael Foucault, entre otros autores que conforman en cierta forma el pensamiento crítico contemporáneo. Foucault promovía un método que era hacer visibles las relaciones de poder a través de sus marcas en el discurso, pero era muy consciente de que las relaciones de poder se expresan a través de prácticas sociales que tienen carácter técnico, como las prácticas de vigilancia y de constricción sociales. No hay prácticas sociales si no es en un medio técnico que permite que las prácticas tengan éxito o fracasen. El objetivo es entonces hacer visibles los componentes y dimensiones técnicas de las prácticas con el objeto de hacerlas objeto de la reflexión social. Pues, para resumir en una sola frase las consecuencias de esta doble dirección de la política y la técnica, cabría sostener que no toda democracia es posible en todo contexto técnico ni todo contexto técnico es posible en toda democracia.

Tiene razón Hanna Arendt en que solamente existe dimensión política en el ágora: el ágora es el espacio de lo político, de modo que hacer visible un aspecto político equivale a convertirlo en objeto de escrutinio público en el ágora. El ágora es un espacio de presencias donde los hombres y las mujeres constituidos en ciudadanos reflexionan sobre todo lo divino y humano. Al llevar al ágora un tema o un artefacto se hacen visibles sus significaciones políticas. Al ágora, y sólo al ágora, le ha sido concedido la capacidad de transmutar las relaciones de poder en relaciones de autoridad. Antes de pasar por el ágora las relaciones son relaciones de dominación pura. Solamente después de ser discutidas las relaciones sociales, si acaso son asimétricas, se convierten en relaciones consentidas y legitimadas, en relaciones de autoridad, que solamente puede estar fundamentada en la confianza.

El ágora es a la vez un espacio de reflexión y un espacio de control. Como lugar de reflexión y controversia hace visible las relaciones, los intereses confesables y las pretensiones de legitimidad. Como lugar de control establece restricciones que son las restricciones y reglas de las que se dota a sí misma la comunidad: instaura instituciones y realiza los actos preformativos que convierten las puras relaciones causales en relaciones bajo el imperio de la ley y del buen orden social. Los dos aspectos del ágora son, de un lado, lo que se ha venido en denominar esfera pública y, de otro lado, asamblea constituyente, de la que emanan todas las instituciones. Bajo los dos aspectos el ágora contiene a la vez una dimensión técnica y hace visible o debería hacer visibles las dimensiones técnicas de la existencia humana personal y colectiva.

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Se suele pensar la técnica contemporánea como un almacén de cacharros y una secuencia de operaciones reiterativas y aburridas. Se suele pensar también como un campo de oscuras amenazas de catástrofe y dominación. Pero se ha pensado poco en la tecnología bajo la categoría modal de posibilidad como un conjunto de capacidades y posibilidades pragmáticas, algunas admisibles, otras deseables y muchas otras claramente inadmisibles. Es bajo esta luz cuando se hacen más patentes las dimensiones técnicas de la política y las dimensiones políticas de la técnica. Las posibilidades técnicas son trayectorias de futuro que deben ser examinadas, deliberadas, transformadas y reguladas en la esfera pública y en la asamblea. Pero la esfera pública y la asamblea tienen ellas mismas una existencia técnica que es la que hace posible sus capacidades efectivas de visualización y control. De este modo, muchas de las reflexiones weberianas sobre los procesos de racionalización adquieren un nuevo sentido cuando los consideramos a la luz de sus capacidades técnicas. La burocracia fue un efecto de la creciente complejidad de las sociedades modernas. De un lado tenía una dimensión racionalizadora, fue resultado de la aplicación de los principios de división del trabajo a la gestión social. De otro lado se convirtió ella misma en una fuerza configuradora de las sociedades contemporáneas, en un movimiento de autorreproducción de sus propias estructuras. Pensada bajo la categoría de un medio computacional, la burocracia desvela su carácter histórico y contingente basado en las dependencias técnicas del archivo físico y de la cultura escrita. Pensamos la burocracia bajo la imagen kafkiana de un ilimitado laberinto de estanterías llenas de expedientes que registran los más nimios detalles de nuestra vida. Esta pesadilla, ha mostrado con el tiempo una fragilidad que no previeron los pensadores de la escuela de Frankfurt, tan proclives al determinismo histórico como reacios a la técnica32.

Hoy, muchos piensan en los medios técnicos de información como una auténtica realización del Gran Hermano orwelliano, del que sus remedos televisivos solamente serían un síntoma de que los individuos han aceptado ser sometidos de forma definitiva a la inspección constante de sus vidas, y en contrapartida han aceptado deseosamente convertirse ellos mismos en espectáculo. Y es cierto que la cibercultura es una forma técnica en la que dejamos rastros

32 Lo que no implica que haya formas de dominación más efectivas y con menores limitaciones computacionales que las que muestra la burocracia. Nuestra precisión es que la burocracia no es el destino histórico de las sociedades modernas, sino una de las formas contingentes en las que se ha producido la modernización.

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electrónicos por todas partes, que permitirían un seguimiento exhaustivo de nuestros movimientos e incluso de nuestros gustos y deseos más allá incluso de nuestro conocimiento propio. En la cibercultura, el policía universal del régimen autoritario tendría su realización física en una parafernalia de troyanos que inspeccionan nuestro ordenador, de gusanos que siguen nuestras compras, de microchips que graban nuestras conversaciones y de cámaras que nos observan incansables. Pero es la misma técnica que permitiría seguir los rastros de los capitales especulativos y poderosos, la misma técnica que podría hacer visibles las relaciones escondidas de las empresas transnacionales y las oscuras relaciones de los aparatos terroristas y militares, que podría inspeccionar metro a metro y segundo a segundo la degradación de nuestro medio ambiente y la misma técnica que podría hacer posible la educación universal y la formación de capacidades básicas en las sociedades degradadas. Mientras muchos filósofos de la política piensan en la esfera pública en un marco weberiano del siglo pasado, de cultura escrita y burocracia del papel, las negras fuentes del poder contemporáneo se mueven en los aparentemente opacos pasillos electrónicos. Pero si cabe pensar en una democracia cosmopolita en la que todo pueda y deba ser inspeccionado en la esfera pública y decidido en la asamblea de los pueblos, sólo cabe pensarla como un espacio construido por ciborgs ciudadanos para ciudadanos ciborgs. ¿Tecnologías neutras que dependen de su uso?: ¿es neutro nuestro cuerpo y depende de su uso?, ¿acaso usamos la técnica o acaso “usamos” porque tenemos habilidades técnicas de uso? Y en ese caso, ¿qué es la neutralidad?.

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CAPÍTULO 2

OTROS MUNDOS SON POSIBLES: POSIBILIDADES PRAGMÁTICAS Y NORMATIVIDAD TECNOLÓGICA.

Imaginación y posibilidades genuinas.

La imaginación es la puerta que abre la realidad, que hace del mundo una realidad abierta. La imaginación es, sobre todo, la capacidad para buscar orientaciones cuando las sendas se han perdido. Los filósofos recurren a la imaginación cuando el camino del razonamiento atraviesa por territorios de escabrosa configuración conceptual. Los mitos, las historias, las parábolas o los experimentos mentales son los bastones del filósofo para ayudar a la comprensión en ciertas ocasiones y para sostener el duro esfuerzo del pensamiento las más de las veces. Si la metáfora es un recurso para explotar los varios niveles y dimensiones de un concepto, la creación de una situación posible completa nos transporta a escenarios conceptuales en los que se ponen a prueba las intuiciones metafísicas sobre lo que es necesario y lo que es producto de la contingencia histórica. En la distancia se distinguen perfiles que la excesiva cercanía del discurso diario ensucia con intuiciones y familiaridades que se alzan como un muro que nos encierra en lo que los filósofos analíticos llaman las intuiciones cotidianas y que otros filósofos calificarían, menos compasivos, como ídolos de la tribu o puras expresiones de la ideología dominante. En la distancia se hacen visibles las relaciones conceptuales distinguiéndose de otras relaciones mundanas como las relaciones físicas, históricas, sociales o psicológicas.

Algunas ficciones filosóficas han llegado a ser bien conocidas: el anillo del pastor antepasado del lidio Giges, que, tal como nos cuenta Platón en La República, hace desaparecer a su portador y le confiere libertad absoluta para hacer el mal o el bien sin aparentes consecuencias; el genio maligno cartesiano, que tiene el poder de independizar el contenido de la verdad y con ello de arbolar la posibilidad escéptica absoluta; la máquina de disolver controversias de Leibniz, que lleva la idea de una lógica constitutiva del pensamiento a

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sus últimas consecuencias, la de automatización de los argumentos y la supresión de la conversación; la isla de aborígenes llena de animales llamados gavagai de Quine, que nos sitúa en el extraño lugar de la interpretación radical; los cerebros en una cubeta de Putnam, que nos enfrentan a la distinción entre lo causal y lo intencional. Más allá, la ilimitada variedad de extraños seres que pueblan la metafísica analítica contemporánea: los hombres del pantano, los zombies, los transmutados en murciélagos, los cerebros divididos. Son historias extrañadas que nos hacen ver la realidad con distancia para ver más claramente los conceptos con los que ordenamos la realidad cercana. Son una parte de nuestra forma de relacionarlos con la realidad, la que en la división social del trabajo corresponde al filósofo. Pero hay otras formas de imaginación.

Toda literatura refuta la realidad. Escribimos para cambiar la realidad, o al menos para imaginar que ha cambiado. De ahí que todas las narraciones tengan mucho de experimentos mentales, pues no es mucha la distancia entre concebir cambios en el comportamiento familiar de los personajes y cambios en el orden de las cosas. En ambos casos buscamos descubrir qué ha cambiado y qué permanece, pues desde los griegos nuestra cultura se basa en la persecución de lo permanente y necesario. De modo que a veces la más alocada historia no es más que una búsqueda de un lugar familiar en el que refugiarse cuando todo cambia. Aunque parezca mentira, no es distinta la literatura en este objetivo del esfuerzo del filósofo empeñado en empedrar sus textos de juicios analíticos y argumentos no derrotables. Pues si hay más racionalidad de la que parece en la literatura, también hay más deseo de lo maravilloso en la filosofía de lo que los filósofos están dispuestos a confesar en público. Las proyecciones imaginarias de la literatura se corresponden con la imaginación filosófica de lo posible. Como sabemos desde Borges, todo sistema metafísico esconde una metáfora, y viceversa: es la cruz de la imaginación, que nos habla tanto de mundos posibles como de la mente y el mundo actual del que suscribe la metáfora. Hacemos mundos con trozos de mundos, y los hacemos porque tenemos capacidad de juego, aunque nunca, por más que lo deseemos, nos alejamos mucho de éste, el mundo actual y real. Hace unos años, un anuncio de televisión de colonias de navidad para varones mostraba a una seductora mujer al borde de una piscina y una voz en off femenina decía “hay muchos mundos, pero están en éste, hay muchos hombres, pero están en ti”. Dejando a un lado el sexismo del anuncio, no encuentro mejor resumen de la concepción actualista de las modalidades, y quizá de una concepción naturalista como la que aquí va a defenderse. Como ha explicado inteligentemente el antropólogo

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cognitivo Pascal Boyer33 respecto a las religiones, creaciones paradigmáticas de la imaginación de lo maravilloso, lo sorprendente no es la variedad de las religiones, variedad que ha sido uno de los tradicionales argumentos de los agnósticos, sino lo contrario, la sorprendente parca variedad de creencias que encontramos en todas las religiones conocidas: “la idea de que hay almas invisibles de personas muertas volando por los alrededores es muy común, mientras que la noción de que los órganos cambian de posición por la noche es muy rara. Pero ambas son igualmente irrefutables” (pg. 33). En la Biblia encontramos relatos tan familiares como el del Rey David enviando al hitita Urías al puesto más peligroso de la batalla con el objeto de que muera y le deje el campo libre para acosar a su mujer Bethsabé. En el evangelio, Cristo es condenado y muerto por crucifixión, baja a los infiernos y resucita. La narración nos habla de situaciones familiares que están trufadas de variaciones maravillosas y fantásticas que son comprensibles tan sólo contra el trasfondo de los recursos cognitivos familiares que contienen las metáforas34.

Las narraciones maravillosas refutan la realidad sin poner en peligro su comprensión. Cuando las alternativas se desvían demasiado de las situaciones cercanas, el precio es la ininteligibilidad que desfonda la narración y la convierte en una sarta de palabras. El imaginativo H.G. Wells es muy consciente de esta limitación de la creatividad en La máquina del tiempo. Cuando el Viajero del Tiempo llega al tiempo histórico de los Eloi y los Morlocks, se encuentra ante una técnica que no conoce:

“Y aquí debo admitir que he aprendido muy poco de desagües, de campanas y de modos de transporte, y de comodidades parecidas, durante el tiempo de mi estancia en aquel futuro real. En algunas visiones de Utopía y de los tiempos por venir que he leído, hay una gran cantidad de detalles sobre la construcción, las ordenaciones sociales y demás cosas de ese género. Pero aunque tales detalles son bastante fáciles de obtener cuando el mundo entero se halla contenido en la sola imaginación, son por completo inaccesibles para un auténtico viajero mezclado con la realidad, como me encontré allí. ¡Imagínense ustedes lo que contaría de Londres un negro recién llegado del África central al regresar a su tribu! ¿Qué podría él saber de las compañías de ferrocarriles, de los movimientos sociales, del teléfono y el telégrafo, de

33 Boyer , P. (2002) Religion Explained. The Human Instincts that Fashion Gods, Spirits and Ancestors. Londres: Vintage 34 Una teoría de la metáfora como uno de nuestros recursos cognitivos básicos ha sido desarrollada por Bustos, E. (2000) La metáfora. Madrid: FCE

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la compañía de envío de paquetes a domicilio, de los giros postales y de otras cosas parecidas? ¡Sin embargo, nosotros no accederíamos, cuando menos, a explicarle esas cosas! E incluso de lo que él supiese, ¿qué le haría comprender o creer a su amigo que no hubiese viajado? ¡Piensen, además, qué escasa distancia hay entre un negro y un blanco de nuestro propio tiempo, y qué extenso espacio existía entre aquellos seres de la Edad de Oro y yo! Me daba cuenta de muchas cosas invisibles que contribuían a mi bienestar; pero salvo por una impresión general de organización automática, temo no poder hacerles comprender a ustedes sino muy poco de esa diferencia”

Este curioso texto nos desvela la cercanía entre las narraciones que encontramos en la literatura fantástica y las formas de narraciones de lo maravilloso. En ambos casos refutamos la realidad actual transponiendo ciertos rasgos a una situación otra en la que los rasgos primitivos se convierten en un negativo de la sociedad deseada y entonces son proyectados en situaciones que afirman lo contrario. La descripción lejana de lo real nos propone respuestas a ciertas preguntas: ¿es posible otro mundo? Sí, contestamos, mira, en ese mundo las cosas no son como aquí, son así y asá…; lo que queremos cambiar, en ese mundo ya ha cambiado. De manera que construimos mundos con trozos de mundos35 y en ellos proyectamos nuestros miedos y deseos transformando lo que nos asusta en seres benignos, o derrotando a los malos que en la realidad nos pueden, o haciéndolos más malos para así llamar la atención de los que aún no se han dado cuenta. La literatura fantástica y la literatura de lo maravilloso tienen, pues, en común la doble dirección en la que nos informan: de cómo es el mundo creado, pero también y sobre todo de cómo es la mente y la sociedad del que los ha creado, cuáles son sus creencias sobre este mundo y cuáles son los puntos prominentes que desearía refutar. Nos habla también de sus saberes y de sus ignorancias. Wells nos pide perdón por no describir las máquinas del futuro del mismo modo que el evangelista no nos dice cómo Cristo convierte el agua en vino. Hubiera sido mucho más sorprendente que nuestro evangelista nos explicase que en realidad Cristo preparó una ensalada para paliar el grado de colesterol de los asistentes a la boda, o que les regaló con un soufflé con una textura como la que nunca más llegarían a probar. El milagro palia una necesidad percibida, y lo hace de manera misteriosa porque de otro modo dejaría de ser una propuesta religiosa para convertirse en un ejemplo del ingenio transformador de Cristo. De esta forma aprendemos cuáles son los hábitos de la sociedad de la que nos hablan

35 Es la tesis de Goodman, N. (1978) Ways of Worldmaking. Cambridge: Hackett.

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los evangelios y cuáles sus miedos y temores. Cristo cura cegueras, lepra e hidropesía, pero no cánceres ni triglicéridos o tensión en tasa de riesgo.

Los primeros escritos fueron libros de leyes o libros de milagros e historias religiosas. En la edad moderna apareció una nueva forma de literatura de lo maravilloso que está representada por la varias utopías de Tomás Moro, Tomasso Campanella, Francis Bacon…, que descubren y proponen nuevas formas alternativas de organizar el mundo social. Las sociedades perfectas del Renacimiento se sitúan en lugares extraños, desconocidos o incognoscibles para el lector (en las nuevas indias, allende los mares, como después serán otros planetas,…). La Nueva Atlántida nos presenta La Casa de Salomon, una institución de investigación que es respetada por los ciudadanos de la Atlántida, que estaba destinada a ser el modelo de todas las academias posteriores. Más reciente, tuvo lugar la emergencia del género que hemos llamado por pereza traductora de ciencia-ficción. En este género se exploran futuros posibles, ucronías, ya no utopías. Se proponen cambios hacia unas u otras configuraciones del orden de las cosas y se explican de manera que nos informan en la doble dirección aludida de cuáles son las expectativas y conocimientos tecnológicos de la época del que escribe, que tiene que construir mundos alternativos o bien, si el material que tiene a mano no es suficiente, o no lo es su conocimiento de la ciencia y la tecnología, nos señala una laguna que es cubierta con el lenguaje de lo maravilloso.

En un aparte, encontramos una tradición que, preocupada sobre todo por las consecuencias sociales y medioambientales de la tecnología, soslaya los detalles técnicos de su tiempo y va directamente a las relaciones y consecuencias sociales. Esta literatura bordea lo maravilloso y está cercana a las utopías, sean en su versión optimista moderna, sean en su visión sarcástica barroca o romántica. Los viajes de Gulliver, en especial el capítulo dedicado a la Isla de Laputa, es la versión pesimista de La nueva Atlántida, el Dr. Frankensteink de Mary Shelley es la expresión romántica del miedo a la ciencia mecanicista, Noticias de Nothing Hill, de William Morris y Erehwon, de Samuel Butler, son las antiutopías correspondientes al maquinismo. Philip K. Dick, Stanislav Lem nos muestran igualmente las zonas oscuras de nuestro mundo de viajes espaciales y seres híbridos. Ambos nos sitúan en un escenario cambiante en el que lo que importan son los cambios sociales y cuál es el efecto sobre la identidad humana. Sería una locura pedirles cuentas a Lem o a Dick por los conocimientos científicos y tecnológicos que soportarían la descripción del mundo crepuscular de ¿Acaso sueñan los androides con ovejas mecánicas?, o de la extraña realidad del planeta Solaris, casi tanta como la que sería preocuparnos

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por los conocimientos científicos que, en ausencia de digresión, ponen sobre la arena de la discusión los profetas que relatan los milagros de las personas en las que creencias.

Más allá de ser un instrumento o medio de reflexión social, estos mundos posibles fantásticos han poblado nuestro imaginario de seres extraños: supermanes, hombres masa, hombres X, hombres araña, toda la extraña variedad de entes de la Guerra de las Galaxias,… Son seres que ocupan gracias a los medios de comunicación el lugar de los santos, las vírgenes y los ángeles de las culturas basadas en la religión. Es mucho más probable que un niño de siete años conozca el nombre del ser peludo de Star Wars que la denominación de la Virgen de la Fuencisla.

En otra zona de la biblioteca de ciencia ficción encontramos un tipo de volúmenes que narran posibilidades que extrapolan las situaciones tecnológicas del tiempo y entrevén futuros alternativos construidos con los recursos del momento. Los cuadernos de Da Vinci, como sabemos, están poblados de máquinas que nunca llegaron a ser y que anticipaban diseños que habrían de darse en el futuro: la bicicleta, el paracaídas, el helicóptero, el avión. El submarino fue explorado muchas veces antes de que Jules Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino construyese imaginariamente un artificio dotado de un motor eléctrico de autonomía ilimitada que aún hoy nos asombra. La ciencia ficción anticipativa, a diferencia de la ciencia ficción puramente fantástica, extrapola los diseños y soluciones del momento para construir imágenes que podrían verosímilmente convertirse en objetos reales. Lo interesante no es si funcionan o no. Claramente, el diseño del Capitán Nemo no podría funcionar, del mismo modo que tenemos hoy sobradas sospechas de que Hal, el ordenador de 2001, una odisea en el espacio pueda alguna vez adquirir la conciencia de supervivencia que le hace convertirse en un asesino serial. No importa, son anticipaciones cuya existencia hace más probable la existencia de tales ingenios u otros similares. Son, diríamos, exploraciones vacías que hacen probable la visualización de algunos diseños cuando llegue su momento de ser construidos.

Las dos ramas de la literatura fantástica de nuestro tiempo conforman lo que llamaríamos posibilidades imaginadas o posibilidades cuya existencia constituye el imaginario cultural de cada época y cultura. Nuestra mirada contemporánea está configurada por las novelas y por el cine y las posibilidades imaginadas constituyen una de las formas en las que nuestras sociedades rumian y elaboran su propia condición. Superman, llegado de las granjas del medio oeste americano supuso una forma de pensar las nuevas urbes conformadas tecnológica

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y mediáticamente en los últimos años cincuenta y los primeros años sesenta: Superman protegía al urbanita de nuevos miedos y peligros creados por la civilización y que estaban lejos de los desastres naturales de los que protegían los santos, seres fantásticos ya en decadencia en un mundo más temeroso de los males que llegan de su propia construcción que de los del cielo o el destino. Las posibilidades imaginadas, sin embargo, no son meros escapes de la realidad, son las formas en las que las diversas culturas refutan la realidad y expresan sus deseos bajo la forma indirecta de metáforas. La fantasía nos habla así tanto del futuro como del presente, expresa el modo en el que las culturas construyen la forma de su deseo.

Estas posibilidades son reales en un sentido en que son reales los sueños, en el sentido en que conforman las trayectorias del futuro sesgando los planes, compromisos y valores de cada momento. No son posibilidades genuinas o no lo son en el sentido en que constituyan futuros accesibles, sino en el sentido de que intersectan con los futuros accesibles haciendo visibles intereses y necesidades que se ocultan en los estratos más profundos de la imaginación. Amartya Sen sostiene que lo primero que se pierde cuando se cae en la extrema miseria es la capacidad de desear y en el extremo contrario las sociedades ricas se identifican por la hipérbole del deseo manifestada en esta superpoblación de seres imaginarios. No siempre como deseos positivos, claro. Si nuestra sociedad ha sido calificada por Ulrich Beck como sociedad del riesgo, en la medida en que nuestras proyecciones de futuro están constituidas de catástrofes en todos los ámbitos: guerras nucleares, terrorismos masivos, destrucciones masivas de la capa de ozono, virus y ataques biológicos incontenibles, enfermedades producidas por la cultura del consumo industrial: vacas locas, gripe del pollo, epidemias que transforman nuestros hábitos cotidianos, como el miedo al SIDA, a los alimentos tratados biológicamente. Pero también nuestra sociedad puede calificarse, como nunca lo fue, como sociedad del deseo, como la sociedad que contiene un imaginario constituido por los bienes de consumo, por los viajes masivos, por la cultura del móvil y el automóvil, por el deseo insatisfacible que hoy constituye el principal estigma de la miseria.

He comenzado por la alusión al imaginario colectivo porque quiero sostener, a diferencia de lo que ocurre en las presentaciones filosóficas tradicionales, que las posibilidades y la necesidad son consecuencia no ya de la estructura desnuda de la realidad, sino también y sobre todo de la estructura de nuestras intervenciones sociales en la realidad. En realidad hay dos formas de entender la génesis de las posibilidades en la literatura filosófica: la primera forma, la más tradicional, es considerar que el filósofo tiene una especie de

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acceso privilegiado a lo necesario porque es capaz de entrever las condiciones a priori de cada campo. Al delimitar lo necesario, lo posible y contingente se determina como consecuencia necesaria. Este fue el proyecto de reconstrucción de los lenguajes que está presente en la filosofía de principios del siglo XX, sea en el formato del positivismo lógico, sea en el formato de la búsqueda de una filosofía como ciencia estricta que promovía la fenomenología. El filósofo, el gramático, el matemático establecerían los entramados, la arquitectura formal de un campo y ahora sólo quedaría rellenar esos esquemas de contenidos producidos combinatorialmente. No es cuestión de relatar aquí por qué y cómo esta concepción entró en una progresiva fase degenerativa y escolástica a lo largo del siglo XX generando una filosofía cada vez menos relevante y cada vez más aburrida. La otra forma es, como ya acabamos de insinuar, la que parte de las prácticas, los juegos, incluso los juegos de imaginación, y es sólo a partir de ellos desde dónde vislumbra los diversos tipos de necesidad.

El imaginario colectivo es la fuente de los deseos de cambios. Es también, por ello mismo, uno de los componentes esenciales de los que nace la normatividad en los diversos territorios de la acción humana. En el territorio de la tecnología, la imaginación constituye no sólo una fuente de impulso a la creatividad, es también un espacio en el que se constituye la normatividad de la acción tecnológica. En lo que sigue examinaremos cómo esta normatividad nace en las fuentes de los deseos de cambio, y en particular en cómo la tecnología se entrecruza con la imaginación de lo posible en formas particulares que son las que conforman la racionalidad particular del cambio técnico.

Las dimensiones normativas de la racionalidad tecnológica.

La filosofía apenas ha reflexionado sobre la tecnología como problema filosófico. Lo poco que encontramos siempre ha sido como resultado marginal de otros intereses en el marco de la crítica cultural, política, ecológica, ética. Y, sin embargo, la filosofía de la tecnología, antes, después o paralelamente a esas preocupaciones, es una rama de la filosofía de la acción, una rama especial, ciertamente, en donde nos situamos frente a una acción que tiene una estructura intencional compleja, realizada por un sujeto colectivo y heterogéneo y un resultado, el artefacto, también heterogéneo en los niveles de realización ontológica. El modo en el que la tecnología conecta con los trabajos de la imaginación creadora depende de su particular estructura agencial. Quizá el carácter variopinto y transdisciplinar de los conceptos y razonamientos necesarios para trabajar con los retos que plantea la tecnología a la filosofía explica que los aspectos ontológicos y

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epistemológicos hayan sido soslayados a favor de un predominio casi absoluto de los acercamientos de carácter moral o político. Por otra parte, la naturaleza histórica e interpretativa de los fenómenos tecnológicos debidos a su irrupción en la vida cotidiana contemporánea explica también que hayan predominado actitudes hermenéuticas centradas más en pronunciamientos expresivos sobre todo el fenómeno técnico antes que análisis detallados de los mecanismos por los que la tecnología se convierte en una forma contemporánea de transformación del medio.

Por alguna de estas razones y otras varias más lejanas, o que nos resultan desconocidas, ha llegado a conformarse una especie de dicotomía que se expresa en muchas manifestaciones neorrománticas hacia la técnica. La dicotomía está entre lo que podríamos calificar (simplificadamente) de actitud poética y una actitud técnica frente a la naturaleza y el medio como dos formas de entender una metafísica de la acción técnica. Mientras la actitud poética dejaría “hablar al lenguaje”36 y adoptaría una suerte de posición contemplativa ante el discurrir de la realidad, la técnica estaría regida por una hubris de dominio y control que estaría sustentada ya en sus fundamentos por una concepción cartesiana del sujeto como un ser dual, ajeno y enajenado de su situación histórica concreta. El sujeto no se “siente” parte de la realidad en la que está situado, por el contrario, la actitud de control y dominio y

36 Charles Taylor conecta las ideas del lenguaje de Heidegger con su actitud de “ecología profunda ante la técnica (Taylor Ch. (1995) Philosophical Arguments. Cambridge (MA): Harvard University Press, especialmente capítulo 6). La posición antisubjetivista heideggeriana contempla el lenguaje no como un instrumento que presupone “ideas” previas, al modo de la tradición ilustrada desde el XVIII (Locke, Condillac), sino como un “lenguaje que habla” y posibilita el acceso a la realidad. Taylor recuerda la teoría constitutivista del lenguaje de Herder, a la que pertenece Heiddegger, en la que el lenguaje instaura una irreducible exigencia de corrección en la identificación de un objeto que posea las propiedades que justifiquen el empleo de una palabra o en la identificación del estado (propio) que justifique la palabra, como cuando un hablante dice que tiene envidia: acierta con la palabra y el término funciona porque es el término correcto que articula los sentimientos (Taylor, 1995, p. 104). El lenguaje así constituye significados que son expresados, que el lenguaje expresa (no que la subjetividad expresa). Lo mismo puede aplicarse a las cosas que rodean a los humanos: exigen, expresan en su reconocimiento una forma de corrección. La actitud técnica ante la técnica, como la instrumental hacia el lenguaje, habrían sido formas subjetivistas que impedirían esta escucha de la corrección que portan las palabras y las cosas. Véase también el trabajo de Lafont, Ch. (1997) Lenguaje y apertura del mundo. El giro lingüístico de la hermenéutica de Heidegger. Madrid: Alianza.

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la noción descorporeizada de sujeto estarían, según esta perspectiva, estrechamente relacionadas. Todo lo producido bajo esta forma civilizatoria sería ya un resultado moralmente cargado. Albert Borgman es un filósofo norteamericano característico de esta actitud neoheideggeriana de crítica a la tecnología37 que resume todo un siglo de crítica a la tecnología en la idea de que la tecnología es ya una forma de moral:

“Algunos observadores (…) se quejan de que mientras que la tecnología ha avanzado dramáticamente, nuestras aptitudes morales para relacionarnos con ella no lo han hecho, pero su queja está radicalmente equivocada, como lo está el divorcio general de la acción y la producción. No es capaz de ver que un logro tecnológico, el desarrollo y adopción de un aparato tecnológico ya constituye una decisión moral y siempre lo ha hecho. Más precisamente, lo que necesita una consideración moral en la producción no es tanto el producir como el producto. Pues, en tanto que la producción es una suerte de acción, puede ser llevada hacia la aplicación de la moralidad convencional que se ha desgajado recientemente en las ramas de las éticas profesionales: ética de la ingeniería, ética de los negocios, evaluación de riesgos. Lo que permanece aún sin examinar es el poder de los productos, de los resultados materiales de la producción que conforman nuestra conducta profundamente. Cualquier teoría moral que piense que el medio material de la sociedad es un espacio esencialmente neutral está profundamente equivocada y es inútil; como lo es, de hecho la mayor parte de la ética moderna y contemporánea” (Borgman 1992, p. 110)

Borgman piensa, pues, que ningún objeto técnico es neutro moralmente y que, por consiguiente, debe ser evaluado como tal, del mismo modo que evaluamos las acciones. El moralismo, la reducción moral de la tecnología, de la tejné a la praxis, tiene un punto de razón y una equivocación radical que nace en las mismas fuentes que el pensamiento moral en que se inspira. La equivocación nace de su forma esencialista de entender tanto la moral como la técnica. Mira a la técnica como el señor al esclavo que se ha revelado, como la razón instrumental que se ha querido convertir en señora de la razón, al

37 Más abajo, en el capítulo 4, examinamos con más cuidado la actitud crítica ante la tecnología que conecta con la línea pesimista. La cita de Borgman viene a cuento de que su juventud le caracteriza como el último de una larga tradición crítica que se remonta a Ivan Illich, Paul Durbin, Carl Mitcham, Don Idhe, y otros filósofos reunidos alrededor de la Society for Philosophy and Technology, que, por unas u otras causas, ha tenido una notable visibilidad en nuestro país. La cita está tomada de Borgman, A. (1992) Crossing the Postmodern Divide. Chicago: The University of Chicago Press.

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tiempo que lo hace con la seguridad de quien bebe en las fuentes seguras de la moral como “autenticidad” humana, como fidelidad a algo que nos constituiría antes de, o paralelamente a, la técnica38. Los artefactos técnicos, como el lenguaje, en ello tiene razón esta perspectiva esencialista, construyen posibilidades, “abren mundos”, que su propia existencia expresa como formas de vida. Pero se equivoca en que la corrección de esas formas de vida esté dada antes de los sujetos por alguna forma de autenticidad a la que debieran someterse los humanos.

La acusación contra la técnica como expresando una forma de pensamiento “técnico”, instrumental, se sostiene en cierta forma sobre una imagen construida de la posición contraria. En el caso de la acusación a la mezcla de cartesianismo y “tecno-cientificismo” los componentes de esta imagen a medida de la acusa serían, los siguientes:

• Se produce una reducción instrumentalista que nace de la idea de que la tecnología sería una forma de pensamiento que se atiene solamente a los medios bajo la constricción de la mayor eficiencia y, en el caso de que se introduzcan referencias sobre los fines, se hace de forma ilegítima, extendiendo el razonamiento instrumental a la deliberación de los fines, cuando no desbordando el dominio de competencia y convirtiendo en “técnicas” cuestiones que no lo son en absoluto.

38 Max Horkheimer en su Crítica de la razón instrumental (Horkheimer, M. (1973) Crítica de la razón instrumental, 2ªed. (or. 1967) Buenos Aires: Editorial Sur) destila, a pesar de su apuesta aparentemente “crítica” en estado puro, un no escondido esencialismo: “La filosofía ha de tornarse más sensible frente a los mudos testimonios de la lengua; ha de sumergirse en los estratos de experiencia que ella conserva. Toda lengua forma una substancia espiritual mediante la cual se expresan las formas de pensamiento y las estructuras de fe que tienen sus raíces en la evolución del pueblo que habla esa lengua” (p.174) y más adelante. “La filosofía representa el esfuerzo consciente para fundir todo nuestro conocimiento y toda nuestra intelección en una estructura idiomática en la cual se llama a las cosas por su nombre verdadero. No espera, sin embargo, hallar estos nombres en palabras o frases aisladas (…) sino en el continuado esfuerzo teórico por exponer la verdad filosófica. Este concepto de verdad – de adecuación entre nombre y cosa--, inherente a toda filosofía genuina hace que el pensar esté en condiciones de resistir a los efectos desmoralizantes y mutiladores de la razón formalizada o, más aún, vencerlos.” (p. 187). Este componente identitario del pensamiento crítico es el que cuestionamos aquí, no su impulso crítico social.

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• La mezcla de ambición de control, de internismo representacionalista y de abstracción del sujeto resulta en un pensamiento en sí mismo dominador y expoliador de la naturaleza.

• El desarrollo incontrolado de la tecnología forma parte de la agenda oculta del pensamiento moderno cartesiano, lo que se expresaría en el adagio baconiano de “saber es poder”.

¿Sería practicable una filosofía de la tecnología ortogonal al dilema de actitudes neorrománticas y tecno-cientificistas?. Si queremos situarnos más allá de la obligación de elegir entre estas dos perspectivas y queremos adoptar lo que filosóficamente entendemos por actitud “crítica”, reflexiva e iluminadora tendríamos que desvelar el oculto compromiso necesitarista que convierte a la tecnología en una especie de destino al que nos llevarían algunos extraños vectores incontrolables. Pues si en un extremo el determinismo tecnológico se derivaría de alguna “esencia” humana, del pensamiento o la cultura occidentales, para los tecnocientificistas, se deriva de alguna ley de hierro del progreso que llevaría desde las leyes de la competencia económica a las ventajas competitivas que, según ellos, solamente pueden conceder más y más tecnología irrestricta. Pero no hay tales esencias, no son sino efectos de trayectorias contingentes culturales que pueden ser modificadas aún ya por el mismo acto de ser conscientes de su existencia, ni tampoco las exigencias de la competencia económica impone ninguna necesidad de creatividad económica. Mi propuesta es que desarrollemos todo lo que hay de posibilista en el dominio de la técnica, alejándonos de las formas ocultas de determinismo cultural que subyacen a muchas de estas discusiones. En esta concepción modalmente posibilista, la tecnología es un modo de transformar colectivamente el presente, sujetándose a constricciones normativas que nacen ya desde dentro de la propia naturaleza de las acciones tecnológicas. En esta perspectiva, la imaginación de lo posible no es un pensamiento ajeno al que la acción técnica se sometería como una racionalidad que se atiene a fines, sino que formaría parte de la trama misma del pensar lo técnico como pensar posibilidades genuinas.

La noción de racionalidad tecnológica señala que nos encontramos en un dominio normativo, que no puede ser reducido a prácticas sin condiciones de satisfacción. La racionalidad, por otra parte, hace referencia al papel predominante que la acción y la teoría de la acción tienen en la teoría de la tecnología, sin que ello suponga una reducción moralista de la teoría de la agencia humana. La razón es que tanto el dominio de la acción en general como el dominio particular de la producción tecnológica comparten una misma dirección de las condiciones de satisfacción de la naturaleza intencional que tienen

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como acciones. Dentro del dominio general de la acción, la tecnología tiene particulares constricciones en las decisiones que imponen un principio de eficiencia tecnológica, constricciones que, ésta es nuestra propuesta, tienen como objeto el ampliar el espacio de oportunidades o de posibilidades pragmáticas y, en su caso, de estimular el aprovechamiento y explotación de las oportunidades disponibles, es decir, realizar transformaciones en partes del mundo que antes de la representación técnica no hubieran sido posibles39. Nos encontramos ante una forma especial de normatividad que depende de las tres complejidades que señalábamos al principio, la de la intencionalidad de la acción técnica, la del sujeto que toma las decisiones, un sujeto colectivo y distribuido, y la de los productos de la acción, los artefactos en tanto que sistemas funcionales en un nicho de otros artefactos de los que dependen.

El núcleo común de las concepciones poéticas y tecnocientificista de la tecnología es la caracterización de la tecnología como una forma de racionalidad instrumental. En esta concepción, los planes tecnológicos están constreñidos por una función de utilidad muy compleja (que corresponde compositivamente a las funciones de utilidad de las partes) a la que no son ajenas, al contrario, las formas de racionalidad que otros caracterizan como “valores y fines” o “expresividad”. Robert Nozick40 ha desarrollado una propuesta de cómo considerar estas dimensiones dentro de una función compleja de utilidad. Lo que hacen, según Nozick, tanto el aspecto moral como el simbólico es sustituir la función de utilidad de la acción que es el caso particular por toda la clase de acciones que paradigmáticamente representa esa acción con relación a algún aspecto dado. Tomando esta idea de Nozick podemos postular tres dimensiones en las que se introducen constricciones que conjuntamente determinan la función de utilidad que de forma general vamos a considerar como racional:

1) Dimensión simbólica: Se refiere al valor que toman las acciones o su resultado, los artefactos como expresivos de una frontera o signo de identidad del sujeto implicado en la tecnología. Los aspectos simbólicos entran a formar parte de manera conspicua aunque variada en la dinámica del cambio tecnológico. Quizá lo más característico sea el

39 Vega, J (2000) “La astucia de la razón en la técnica”, Arbor CLXVII, 657 (2000), 187-205 desarrolla un aspecto contingente de la racionalidad que no ha sido tratado aquí, pero al que me remito como un complemento imprescindible de los aspectos de la racionalidad que aquí se exponen. 40 Nozick, R. (1993) The Nature of Rationality, Cambridge, Harvard University Press, versión española de Antoni Domènech, La naturaleza de la racionalidad Barcelona, Paidós.

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modo el que los usuarios toman decisiones con respecto a los artefactos. Todos sabemos bien que los artefactos constituyen el modo más poderoso de establecer señas de identidad, de ahí que las dimensiones estéticas y simbólicas de los artefactos sean tan connaturales a toda forma de producción tecnológica. Desde las modas a los cacharros de los militares o las computadoras de última generación, el valor instrumental está acompañado y en ocasiones apantallado por los elementos expresivos que el usuario concede a los artefactos de los que se rodea. La emergencia de las tradiciones de diseño industrial a partir de la mitad del siglo XIX generó una rápida conciencia de estos aspectos que no siempre han sido valorados suficientemente por los historiadores del arte, y menos aún por las sociedades que consideran ajeno a su patrimonio cultural el universo de formas y diseños de artefactos.

2) Dimensión moral (y política) Al igual que en el caso de los aspectos expresivos, los componentes valorativos son esenciales en la existencia de los objetos técnicos y en la configuración de las opciones tecnológicas41.

3) Dimensión instrumental. La dimensión instrumental surge primitivamente como un cálculo de rendimientos del medio más efectivo para conseguir un objetivo. La dimensión instrumental sólo es posible bajo una mente altamente deliberativa que es capaz de comparar diversos planes proyectados hacia el futuro y considerar cuál de ellos es la trayectoria que consume menos recursos o energía para resolver un mismo problema.

De modo que la racionalidad técnica contendría las tres dimensiones. Pero esto no es un descubrimiento que deba sorprendernos en absoluto pues cualquier forma de razonamiento complejo, incluido el razonamiento moral, contiene las tres

41 Langdon Winner se ha preguntado numerosas veces por las consecuencias políticas de los artefactos. Aunque hay elementos indudables de compromiso determinista en su teoría, no es menos cierto que las opciones tecnológicas, como cualquier otra acción no solamente están conformadas por valores sino que, por el propio hecho de su existencia, contribuyen a la configuración de los valores de una sociedad en la que adquieren vida. Sería una ingenuidad pensar que la decisión de usar el automóvil particular en vez del colectivo no es una decisión que tenga un contenido moral y político. Otra cosa diferente es si tal decisión configura todas las trayectorias posibles de una sociedad. Winner, L. (1980) “Do Artifacts Have Politics?” Daedalus 109, 121-36. También en Winner, L. (1987) La ballena y el reactor. Una búsqueda de los límites en la era tecnológica. Barcelona: Gedisa.

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dimensiones. La función compleja de racionalidad tecnológica sería aquella que cumpliese una condición de maximización (o bien de satisfacción) de la suma de todos los componentes de utilidades que hemos señalado. En realidad no es la forma de la racionalidad lo que caracteriza la racionalidad tecnológica, sino la calidad de los controles y los contextos en los que se efectúa la deliberación. Que exista una misma naturaleza en las decisiones racionales es lo que garantiza la capacidad crítica. Sería muy extraño que pudiese sostenerse una capacidad crítica trans-contextual si no supusiéramos una común forma de racionalidad42. Si, como es razonable sostener, deseamos que los sistemas tecnológicos se inserten en la esfera pública y se sometan a las mismas normas de deliberación republicana que cualesquiera otras secciones sociales, el precio es que consideremos que la deliberación no puede cambiar de naturaleza cuando cambiamos de instancia.

El monismo en lo que respecta a la naturaleza de la racionalidad es compatible con un pluralismo tan radical como se quiera en lo que respecta al rigor contextual con el que son sometidas a escrutinio las decisiones. No es lo mismo el rigor con el que elaboramos el presupuesto mensual de nuestro hogar que el rigor y control que deseamos en las empresas y en las instituciones públicas, no es lo mismo el cálculo de riesgos que uno realiza al construir una pequeña chapuza doméstica en su afición al bricolage que el cálculo que exigimos a los ingenieros que planifican una central hidroeléctrica más arriba de nuestra ciudad. Los márgenes de precisión, los márgenes de error, la naturaleza de las pruebas, el gasto que estamos dispuestos a realizar en sistemas de control y seguridad, los artefactos y sistemas que invertimos en estas actividades de control, los controles de calidad en la fabricación, etc. Todos estos elementos constituyen nichos de

42 Es algo en lo que han insistido autores como Davidson, quienes argumentan convincentemente que el precio de tener formas de racionalidad distintas es la imposibilidad de intelección de la posición del otro. Vd. Davidson, D. (1974) “On the very idea of a conceptual scheme” v.esp. “De la idea misma de un esquema conceptual”, en De la verdad y de la interpretación, Barcelona, Gekdisa,1990. De manera que si fueran ciertas dicotomías tan profundamente ancladas como extensamente aceptadas, por ejemplo la distinción habermasiana entre racionalidad instrumental y racionalidad comunicativa, sería difícil entender cómo desde una instancia pueden ejercitarse críticas acerca de otra instancia en la que predomine otra forma de racionalidad. Y si, por el contrario, nos resignamos a una autonomía basada en formas distintas de racionalidad, otra de las actitudes más extendidas como disculpas ante las críticas, la dificultad es aún más grave, pues afecta a cómo es posible articular en un mismo contrato social instancias que obedecen a formas de racionalidad diferentes.

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actividades, artefactos, instituciones, reglas y normas, valores, y otros heterogéneos elementos que componen los distintos contextos en los que se llevan a cabo las decisiones.

Los contextos de calidad configuran una suerte de división normativa del trabajo en una sociedad. Tenemos contextos distintos porque las esferas de la acción social son también diferentes y porque nuestras habilidades para el control de nuestras acciones individuales y colectivas también lo son. La división en contextos de calidad atraviesa las distintas formas de organización social. Los contextos de calidad están determinados por el rigor normativo que estamos dispuestos a asumir colectivamente. La diferencia entre contextos la establece la diferencia entre las propiedades normativas. Así, podemos hablar de contextos epistémicos, técnicos, morales, jurídicos, estéticos, etc. Pero no necesitamos postular esferas sociales diferentes para cada uno de ellos, pues las propiedades normativas que estos contextos establecen afectan a todas las zonas de la organización social. Otra cosa es que el sostenimiento y preservación de ciertos niveles de calidad exija una cierta división social del trabajo. Es lo que hacemos al especializar gente en educación, en cirugía, en limpieza de las calles, etc. Pero eso no significa que la educación, la sanidad, la limpieza, la justicia o la belleza no sean algo especializado que no concierna a todos los ciudadanos.

Ahora ya podemos dar un paso más para dilucidar la normatividad que afecta a la racionalidad tecnológica. La normatividad surge, como ya hemos insinuado antes, de las condiciones de satisfacción que regula la intencionalidad técnica, que a su vez es parte de la intencionalidad de la acción. La diferencia entre la acción técnica del ingeniero y la actividad transformatoria de la abeja es, como ya señaló Marx43, que el ingeniero se representa en forma de plan la secuencia de acciones que debe realizar para transformar el medio, mientras que la abeja realiza una secuencia de acciones que está inscrita en su sistema neuronal predeterminado genéticamente. También la acción de la abeja tiene cierta forma de normatividad que está dada por la función propia44 de la conducta que lleva a cabo. Esta función propia se estableció cuando por el hecho de realizar esa conducta y transformar de una cierta forma el medio los ancestros de la abeja actual adquirieron una ventaja que fue heredada en su progenie transmitiendo así la forma de normatividad biológica que portaba esa conducta, órgano o lo que

43 Lawler o.c. tiene una cuidadosa discusión del carácter intencional de la acción técnica. 44 Millikan, R.G. (1984) Language and other biological categories, Cambridge, MA, MIT Press.

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fuese. Pero en el caso del ingeniero la normatividad está en la capacidad inferencial y deliberativa del plan que se representa.

Un plan es un nudo de disposiciones inferenciales que deben preservar unas ciertas condiciones de adecuación: la consistencia y las condiciones específicas de adecuación del mundo a la mente que establecen lo específico de la acción técnica. Estas condiciones de adecuación son las que nos señalan cuando la acción llevada a cabo siguiendo un plan es un logro o, por el contrario, un fracaso. La normatividad surge de la propia estructura de la libertad humana, pues no surge la racionalidad como una mera apuesta de azar contra la naturaleza sino como una decisión libre de transformar el futuro de acuerdo a una representación que el sujeto es capaz de elaborar deliberativamente.

Las condiciones de satisfacción establecen el carácter de logro de nuestro plan: hemos transformado el mundo, construido algo que no estaba y ahora existe como resultado de nuestra acción, pero lo hemos hecho siguiendo el plan en el que nos hemos embarcado, no los dictados del azar o de otros planes que no hemos elaborado. Por ello podemos hablar de logro técnico en el caso de las acciones planificadas mientras que en otro caso hablamos de descubrimientos casuales. Así, mientras que el descubrimiento de América fue un descubrimiento casual, el viaje a través del Atlántico por parte de los navegantes dirigidos por Colón fue un logro técnico de la navegación de la época. Ahora bien, en el caso de la tecnología, dado que las condiciones de adecuación están en el futuro, en un mundo que todavía no es, la naturaleza de logro no es en absoluto trivial, sino que tiene componentes separables.

La naturaleza tensa de las condiciones de adecuación tecnológica.

La normatividad de las decisiones tecnológicas nos lleva a un viejo problema filosófico, el de las opciones que nos deja nuestro concepto de libertad en relación con el determinismo. Puesto que la amenaza del determinismo es una de las más importantes estrategias filosóficas implícitas en el pensamiento contemporáneo sobre la tecnología, la ligadura entre el concepto de acción, acción libre y constricciones de la acción es una de las bases metafísicas de la tecnología.

Es sabido que los teóricos modernos, en particular Locke, crearon la distinción entre las “libertades de los antiguos”, basadas en la idea de ser libre para algo, y las “libertades de los modernos”, concebidas como ausencia de constricciones. Las libertades de los

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modernos, la noción negativa de libertad, fue pensada para el dominio político y está basada, como todo el pensamiento moderno, en una concepción esencialista de la naturaleza humana, según la cual llegamos al mundo dotados naturalmente de derechos que no pueden ser restringidos por la sociedad. Kant desarrolló profundamente esta noción y a él se deben los mejores argumentos incompatibilistas entre la noción de libre albedrío y el determinismo. Para Kant, la esencia de la acción libre está en la capacidad esencial para tomar una decisión alternativa, sea no actuar, sea emprender otra ruta. La noción de espontaneidad de la acción kantiana se basa en esta concepción negativa de la libertad. Es, por supuesto, incompatible con el determinismo, puesto que las condiciones de la acción intencional no permiten que estén prefiguradas. Pero la noción de libertad negativa, que tiene un interés indudable en el campo de la política, aunque ha sido discutida con buenos argumentos por la concepción republicana, respecto al problema del determinismo tecnológico no nos ayuda demasiado. Es mucho más interesante partir de una noción de acción libre como una acción que tiene capacidad para conseguir lo que desea. La acción técnica es un caso de acción libre en este segundo sentido de libertad que tiene que ver con la “calidad” realizativa de las acciones: las acciones que emprendemos son más libres cuanto más nos acercan al desarrollo de nuestras capacidades y al cumplimiento de nuestros deseos. De manera que puede ocurrir que una acción determinada en el sentido de sometida a constricciones sea libre y no lo sea, sin embargo, una acción que no es coaccionada en absoluto pero que es incapaz de alcanzar sus objetivos.

No obstante, tiene razón la idea kantiana de que las prescripciones normativas, cual es el caso de la de racionalidad, deben ser autonormativas. La libertad solamente se expresa como una opción que se atiene a un principio que el sujeto se ha dado a sí mismo. Podría aducirse que esta noción de libertad sigue siendo ajena a la racionalidad de la técnica, puesto que captura solamente un elemento de la génesis de la acción, a saber, la determinación de la intención, pero que no tiene en cuenta las condiciones objetivas en las va a producirse la acción. Así, la deliberación, que en el caso de la tecnología tiene que ver con las operaciones de diseño, podría suceder como un proceso puramente intelectual en un ámbito cartesiano en el que el sujeto no tuviese ningún control sobre las condiciones de satisfacción de la acción. Pues mientras que la libertad negativa se refiere solamente a un aspecto de la formación de la intención, la libertad positiva por el contrario sí tiene en cuenta el control que el sujeto ejerce sobre un ámbito de la realidad o sobre las consecuencias de la acción.

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La noción de sujeto racional como sujeto libre nos habla de la calidad de la acción45. Un sujeto racional es el que hace y logra lo que quiere. Dicho con otras palabras, los cambios que ocurren en la realidad son producto de varios elementos que hacen que sus intenciones encajen y produzcan cambios en la realidad. De modo que un elemento central de la acción racional es lo que denominaremos la calidad de la agencia. Debemos asegurarnos de que la acción se ha formado adecuadamente (por ejemplo, que la actividad cognitiva no ha sido perturbada por sesgos que atenten contra la validez de las inferencias). Debemos también asegurarnos de que la acción es capaz de cambiar el mundo en la dirección del efecto deseado, es decir, controla un conjunto de cambios y eventos causalmente ordenados de tal forma que la secuencia se adapta al plan o al contenido de la acción46.

En este sentido, la expresión de máxima calidad de la acción podría pensarse con la ayuda de una analogía entre la correspondencia o convergencia a la verdad que postula el realismo con relación al desarrollo de la ciencia y la producción de la acción, de otro lado. El correlato de esta correspondencia sería una convergencia hacia el control de la realidad. Así como la convergencia hacia la verdad postula la elaboración de un mapa completo de un hecho o dominio de hechos, la convergencia hacia el control postula la constitución de una capacidad para constituir un estado de mundo, un mundo artificial. Controlar completamente un estado de mundo es algo así como instaurar un punto fijo hacia el que convergen todas las posibles trayectorias. Un ejemplo simple sería cuando nos proponemos mantener una cierta propiedad en unos valores paramétricos, como por ejemplo la temperatura ambiente entre 18 y 25 grados. Claro, al igual que ocurre con la noción de correspondencia, la noción de control tiene varios importantes problemas, algunos de los cuales tienen que ver sólo de una forma marginal con esta analogía epistémica. Puede que el control de esta variable genere descontrol en otras variables o quizá puede que el control no sea en sí mismo interesante en un sentido análogo al de que hay muchas verdades que no han sido nada interesantes.

45 Vega, J. (2001) “Reglas, medios, habilidades. Debates en torno al análisis de “S sabe cómo hacer X”, Crítica, 33/98, 3-40 desarrolla las condiciones de satisfacción de la acción técnica que están presupuestas aunque no desarrolladas en nuestro concepto de calidad de la acción. 46 Esta noción de acción compatible con el determinismo es la defendida por Dennett en su último trabajo hasta el momento, Dennett, D. (2003) Free Will Evolves, Nueva York, Penguin Books.

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Un segundo elemento presente en la calidad de las intenciones en la acción técnica tiene que ver con la naturaleza dinámica y cambiante de la realidad. Se trata de la novedad como acceso o ampliación de los horizontes de posibilidades en las que se mueve el sujeto de la acción. La novedad consiste aquí en el acceso y ampliación del horizonte de posibilidades en las que se mueve el sujeto de la acción. La novedad implica crear accesos allí donde no existían, mas precisamente porque se hace desde una situación desde el presente al futuro puede ocurrir que la novedad y el control, en tanto que postulados constitutivos se encuentren en tensión, del mismo modo que la búsqueda de la verdad relevante y la evitación de los errores pueden entrar en competencia en el contexto epistemológico de la ciencia.

La tensión entre novedad y control es una tensión que debe valorarse en sus justos términos: pues no hay efectos estables de control, una especie de efecto trinquete47 establecidos por las cotas de control que se consiguen en los diseños tecnológicos48. Hay ciertos niveles culturales de riesgo admisible que se establecen como constricciones legales, normativas y que se sostienen sobre capacidades, hábitos e instituciones bien establecidas en las sociedades particulares. La acción de calidad no puede perseguir el control exhaustivo: tal control podría ser compatible con posibilidades alternativas de realización de las capacidades, y en cualquier caso con la realización de los deseos actuales que motivan la acción. De ahí que de nuevo debamos repensar la noción de libertad positiva como un componente esencial de la racionalidad. Si la idea de control nos lleva a un aspecto de la calidad de las intenciones, la idea de novedad nos lleva hacia otro aspecto diferente, hacia la noción de capacidades que pueden desarrollarse en un ámbito particular.

En varios otros lugares49 he propuesto considerar la idea de espacio de posibilidades pragmáticas como el ámbito en el que se

47 La idea de “efecto trinquete” ha sido desarrollada por el psicólogo canadiense Merlin Donald (Donald, M. (1991) The origins of modern mind. Three Stages in the Evolution of Culture and Cognition. Cambridge (MA): Harvard University Press) para referirse a las capacidades adquiribles y adquiridas por la mente humana por el hecho de que existe la “zona de desarrollo próximo” de los artefactos e interacciones culturales. 48 Cualquier manual de diseño tiene capítulos extensos sobre fiabilidad y control. Como muestra, el muy interesante Dhillon, B.S. (1998) Advanced Design Concepts for Engineers, Lancaster, Penn, Technomic Publising Company. 49 Especialmente en Broncano, F. (2000) Mundos artificiales. Filosofía del cambio técnico. México: Paidós.

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dilucida normativamente la racionalidad tecnológica. Las posibilidades pragmáticas conforman un ámbito relativamente objetivo, mas bien contrafactualmente objetivo: son las posibilidades que pueden ser actualizadas dados los recursos técnicos de una sociedad particular. Las posibilidades pragmáticas son relativas a las posibilidades representadas y, a su vez, a las capacidades de éxito particular en la actualización de esas posibilidades. Tenemos, pues, un elemento representacional y un elemento práctico, el de “ser capaz de”, el de conseguir o asegurar el éxito en un proyecto que se emprende50.

A estas capacidades prácticas las hemos llamado desde siempre habilidades, destrezas, recogiendo los elementos de corporeidad que hay en estas nociones. Quizá la idea de capacidades prácticas sea más apropiada para aplicarla al dominio de la tecnología pues permite introducir elementos mucho más heterogéneos que los que parecen asociarse paradigmáticamente a las nociones de habilidades y destrezas. Pues en las capacidades tecnológicas deben incluirse relaciones sociales e instituciones, como son las capacidades de organizar el diseño, la producción y la difusión tecnológicas, o las capacidades de acceso a la información disponible, a las soluciones ensayadas, o los medios de control de calidad y fiabilidad de los artefactos disponibles.

Las posibilidades y las capacidades de realización permiten una mirada hacia la tecnología distinta a la habitual, basada en la confrontación entre necesidades y recursos51. Las nociones de necesidad, deseos y recursos son excesivamente relativas a un contexto para fundamentar una ontología de la técnica. Para una cierta visión “consumista” de la historia, las necesidades son infinitas y los recursos limitados y escasos; para una visión contraria, es posible llevar una vida de opulencia limitando los deseos a necesidades básicas, para las que sobrarían los recursos. Por otra parte está la atinada observación orteguiana de que el hombre es un animal en el que los deseos exceden siempre a las necesidades. Nuestro argumento es fundamentar la acción técnica en la libertad dentro de las capacidades técnicas y las posibilidades pragmáticas abiertas por los proyectos técnicos. Es un punto de vista indéxico que se mueve a través de contextos muy

50 El componente normativo de la racionalidad en el espacio de posibilidades pragmáticas tiene que ver con una vieja idea de racionalidad como capacidad de crear y aprovechar la oportunidad. Es la idea de racionalidad como astucia que ha estudiado Jesús Vega. 51 Martín Juez, Fernando (2002) Contribuciones para una antropología del diseño, Barcelona, Gedisa, contiene unas atinadas observaciones sobre las relaciones entre necesidades, deseos, habilidades y recursos. Véanse pgs. 45 y sg.

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distintos y de balances varios entre necesidades y recursos. Las posibilidades son objetivas, el balance entre necesidades, deseos y recursos es una variable que permite más tarde situarse en el espacio de posibilidades, pero es posterior al establecimiento del horizonte de posibilidades.

Retomemos ahora el hilo de la acción técnica intencional como acción libre. La tecnología constituye una forma de acción social, una acción transformativa del medio que está sometida a las condiciones de satisfacción como las dos que hemos establecido, la del control de la realidad y la de la apertura de nuevas posibilidades pragmáticas no establecidas hasta que los proyectos tecnológicos no han llegado a la existencia física o al menos conceptual. La ingeniería es el arte de hacer visible lo que hasta el momento solamente forma parte de lo posible en un sentido ajeno. Lo meramente posible puede ser conocido o desconocido, puede ser deseable o indeseable, puede ser bueno o malo, legítimo o ilegítimo. La tecnología es la forma de acción social en la que al elaborar planes o proyectos esas posibilidades se contemplan cercanas y por esa misma razón surge un momento reflexivo sobre la acción que haría actual esas posibilidades, una vez que sabemos que existen las capacidades necesarias para hacerlo. Las nuevas posibilidades genuinas tienen un doble efecto: el primero es creativo, establecen una nueva forma de resolver un problema; el segundo, mucho más importante, generan retroactivamente un proceso de reflexión que contribuye a proponer nuevos objetivos, nuevos deseos, nuevos temores y, ocasionalmente, nuevas normas. Nada de esto hubiera sido posible sin la nueva posibilidad abierta. En sentido estricto, una nueva posibilidad pragmática amplía la libertad en el sentido positivo, en la medida en que las comunidades y las personas pueden proponerse objetivos, fines y valores que anteriormente no existían. La novedad tecnológica suministra así una base ontológica para los objetivos, fines y valores humanos.

Representacionalmente, el plan establece un espacio de posibilidades alcanzables, un grupo de alternativas y al tiempo, en tanto que plan, fija un punto, un estado de mundo que se hará realidad como cumplimiento del plan. El plan no es formulable más que en la medida en que representa de forma explícita los subplanes y grupos de operaciones disponibles para ser llevado a cabo. En tanto que plan, que, como señalamos al comienzo, conforma un nudo de inferencias prácticas, crea un espacio de posibilidades que son las alternativas que son realizables dado el plan, a través de la posible combinación de los elementos que constituyen el plan. Pero la decisión de convertirlo en un proyecto realizable selecciona una entre las alternativas, convirtiéndola así en una oportunidad.

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El pensamiento contemporáneo ha restringido el campo de la naturaleza humana o al menos ha sometido a controversia profunda las formas heredadas de esencialismo. Desde el proverbio de Simone de Bouvoir que inicia el debate feminista contemporáneo, “no se nace mujer, se llega a serlo”, la idea de una esencia de objetivos y valores, incluídos los llamados “derechos” fundamentales, debería ser tomada con sospecha y escepticismo. Todos los valores y normas son fruto de conquistas sociales de reflexión, de formación de hábitos, de compromiso institucional y capacidad de control social52. Pues bien, nuestra tesis es que la tecnología genera un espacio de posibilidades pragmáticas en el que tienen sentido nuevos fines y valores.

La tesis puede tener un contenido trivial que conviene despejar. En cierto sentido cualquier acción humana genera un cambio que hace posible la emergencia de nuevos valores y fines. Desde un punto de vista contingentista (o indeterminista, según algunos), sólo el pasado está escrito, el futuro se modifica con cada ejercicio de la acción libre. Al realizar una acción se introduce necesariamente una bifurcación en las nuevas opciones que sólo surgen por el hecho de que nuestra acción ha modificado por infinitesimalmente que sea el espacio de trayectorias futuras. Es lo que recoge el verso machadiano de “se hace camino al andar”. La trivialidad de nuestra tesis surge de que la tecnología es una subclase de la acción intencional, un tipo de agencia. La creación de nuevos valores y fines es un componente esencial del modo en el que los humanos hacen la historia a veces bajo las condiciones que ellos mismos eligen y a veces por las consecuencias no queridas de sus acciones. La tecnología participa de esta “creación” del futuro, incluida la creación de los valores y fines que configuran los futuros deseables. Pero el núcleo esencial de nuestra tesis proviene más bien de la rigurosidad de las condiciones de adecuación de la acción tecnológica. Pues establecemos planes de transformación que están obligados a ser eficientes, a transformar el mundo en la dirección del plan.

La acción tecnológica es una acción en la que establecemos sistemas de control de calidad de la intencionalidad de la acción más rigurosos que en la acción cotidiana, más sometida a los azares del

52 Carlos Thiebaut ha desarrollado una forma asimétrica de cambio de perspectiva moral entre los fines deseables y los fines indeseables. La conformación de la subjetividad moral de las comunidades estaría dada por una suerte de necesidad moral que se instaura cuando al visualizar un daño se establece una norma incondicionada de “nunca más”. De esta manera se puede hacer compatible una tesis ontológica sobre la naturaleza “construida” de los valores con un objetivismo irreprochable. Vd. Thiebaut C. (2004) “La renaturalización del mal”. Manuscrito.

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contexto. En la acción tecnológica la novedad y el control deben compensarse en un modo en el que se garantice que lo que se planea, y no más de lo que se planea, se lleve a efecto. En un plan novedoso se crea un estado de mundo que por el momento sólo tiene existencia representacional, pero la convicción de que esa posibilidad es accesible, y sólo lo es por la existencia del plan, desarrolla una cuestión reflexiva sobre los objetivos que creará o crearía la actualización de esa posibilidad. Es la condición de eficiencia de la tecnología lo que constituye su importe reflexivo, la garantía sobre el futuro aún no existente, lo que provoca la deliberación libre no solamente acerca de emprender o no la acción sino también sobre los nuevos espacios de posibilidad creados por la realización del proyecto.

A una cierta forma de necesitarismo optimista que ha regido el pensamiento tecnófilo, y a la misma forma de necesitarismo pesimista que forma parte del ludismo, le ha sucedido una interesante forma de pensamiento reflexivo basada en la sospecha acerca de las promesas infundadas de la tecnología. Es la idea que recoge el Principio de Precaución (no adoptar decisiones tecnológicas sobre las que se tengan dudas acerca de las consecuencias que pueden provocar). Pero en realidad tal principio solamente es un componente razonable de la deliberación tecnológica que tiene sentido en el marco de un contexto tecnológico en el que se han formado dudas razonables sobre los proyectos elaborados. Mas repárese en que las posibilidades sobre las que delibera y decide la precaución son relativas al marco contrafactual que instaura el proyecto. La cuestión esencial es cómo afecta a nuestra responsabilidad el que los proyectos sean eficientes y realizables, pero también el que abran posibilidades de riesgo que, por el propio hecho de la novedad, son posibilidades más temibles no contrastadas.

No es soluble la tensión entre control y novedad. No lo es racionalmente, y no es prudente la opción por ninguno de los dos extremos. La utopía de mantener el control de la realidad en que se vive es ciega a las interrelaciones con otros contextos y a la naturaleza dinámica y contingente de la realidad. Sólo se pueden hacer constantes algunos parámetros a costa de perder oportunidades, a costa de reducir el espacio de deseos y objetivos. La utopía de la innovación irrestricta ya fue desvelada por Mary Shelley: el precio del creador es la voracidad de sus criaturas. La racionalidad tecnológica, bien es cierto, no es menos tensa que otras formas de racionalidad, lo que ocurre es que está sometida a restricciones de responsabilidad a las que no están sometidas otras formas menos fiables en sus promesas, aunque no menos peligrosas en sus riesgos.

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La base material de la cultura y los contextos tecnológicos.

Los argumentos que hemos desarrollado se mueven en lo que se ha venido en llamar el “espacio de las razones”, el espacio en el que se gesta la acción intencional. Es un espacio importante para considerar los aspectos ontológicos de la acción técnica, pero aún está excesivamente descontextualizado de lo que son las formas históricas en las que se realiza la técnica. El paso siguiente es considerar las posibilidades tecnológicas en el dominio contingente de la historia, particularmente de la historia de la tecnología. Tanto las técnicas artesanales como la tecnología se realizan como formas de cultura que se organizan en contextos particulares, en regiones espacio-temporales en las que las técnicas, los proyectos, el conocimiento, la imaginación, el uso y la recepción comunitaria configura las trayectorias que siguen los planes y los artefactos.

Debemos aclarar, antes de continuar, la ambigüedad que conscientemente mantenemos entre técnicas artesanales y tecnología basada en el conocimiento científico. Aunque nuestra argumentación es independiente de esta división, es necesario reparar en ella ahora puesto que vamos a referirnos a la realidad histórica. Las técnicas son patrones de acción que pueden ser artesanales o tecnológicas. No hay, pues, división entre técnica y tecnología: la tecnología es un complejo de actividades que incluyen técnicas basadas en el conocimiento científico. La diferencia esencial, histórica, es la que se produce entre las formas artesanales y la organización tecnológica de las técnicas. La artesanía se basa en la repetición de diseños o proyectos técnicos existentes. El artesano es un maestro hábil en la reproducción de morfotipos que han tenido éxito anteriormente, y que ha aprendido a producir observando la producción de otros ejemplares del mismo tipo. Las variaciones en los diseños son mínimas, generadas por el conocimiento operacional que adquiere el artesano o por la presión directa de los consumidores y usuarios de los útiles que fabrica. La mente del artesano obra de modo general como un reproductor de “memes”, no como un creador; exceptuando, claro, los elementos creativos que siempre se producen. La introducción de la tecnología fue ante todo la introducción de la actividad de diseño como una actividad esencialmente creadora, basada en métodos sistemáticos y en medios representacionales propios y, sobre todo, fundamentada en un conocimiento fiable, científico de los distintos niveles ontológicos del diseño y del medio al que va destinado. La diferencia en los efectos de la artesanía y de la tecnología es enorme, particularmente por la velocidad de exploración de lo que podemos considerar el espacio de diseños. En el primer caso sigue pautas lentas, basadas en las ocasionales y parsimoniosas variaciones en un diseño,

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que, por otra parte, no pueden ser excesivamente audaces puesto que el medio cultural al que van dirigidas será incapaz de asimilarlas en forma de patrones de uso. En el caso de la tecnología, los diseños son medios sistemáticos de producir innovaciones que incluyen también la educación en el uso de los nuevos útiles y artefactos. La tecnología crea el artefacto y al tiempo crea el usuario (aunque en una consideración grano más fino habría que hablar de una coevolución de la creatividad del diseño y de la creatividad del usuario53).

Hechas estas aclaraciones, la idea de posibilidad tecnológica y de racionalidad respecto a un espacio de posibilidades puede considerarse hasta cierto punto independiente de la división entre artesanía y tecnología, que sería una concreción histórica de los modos de construcción de las posibilidades pragmáticas. Lo que necesitamos ahora es una noción de este espacio relativa a las regiones históricas concretas.

La primera observación es que la tecnología pertenece a un contexto denso de cultura: puesto que además de elementos representacionales implicados en los planes y en el conocimiento técnico y científico necesario para realizarlos, la cultura es sobre todo un sistema de artefactos producidos por los proyectos tecnológicos y de actividades de producción y de uso. Conviene en este contexto observar que los hechos culturales pueden ser heterogéneos desde el punto de vista ontológico, pero, como ha recordado recientemente Dan Sperber54, todos los hechos necesitan un realizador material. En este sentido es en el que cobra una dimensión especial la tecnología en el conjunto de la cultura pues son los objetos técnicos los soportes materiales sin los que la cultura es imposible. La cultura es, como suele definirse desde una perspectiva biológica, la información que modifica la conducta de los seres vivos y no es transmitida a través de los genes. Aunque excluyamos el lenguaje del dominio de los artefactos, lo mismo que excluimos las formas imitativas de transmisión de la información, la cultura humana se realiza prioritariamente en un mundo de artefactos: artefactos simbólicos, como fueron las pinturas y después la escritura, artefactos técnicos y artefactos comunicativos55.

53 Bijker, W.E. (1995) Of Bicycles, Bakelites and Bulbs. Towards a Theory of Sociotechnical Change, Cambridge,Mass. MIT Press. 54 Sperber, D. (1996) Explaining Culture: A Naturalistic Approach, Oxford, Blackwell. 55 Es muy interesante la explicación que Merlin Donald realiza de la coevolución de la mente y los artefactos culturales (Donald, M. (1991) o.c.)

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Los artefactos crean en conjunción con los humanos estructuras nuevas. Si nos referimos a los individuos tendríamos que hablar de mentes extendidas y en lo que respecta al medio en el que cambian estas mentes como resultado del aprendizaje, los artefactos, en unión con otros crean una zona de desarrollo próxima, concepto establecido por Vigotsky para indicar el medio que permite que un individuo desarrolle capacidades y habilidades que no lograría por su propio desarrollo en un contexto diferente. Los artefactos, en este sentido no solamente incorporan cultura, sino que materialmente son capaces de cambiar las mentes que crean y transmiten la cultura. Quizá el ejemplo más importante en la historia de la cultura fue la invención de la escritura, que creó un medio representacional permanente para las acciones comunicativas a través del lenguaje, con lo cual se multiplicó la capacidad de transmitir información sin necesidad de depender del acto verbal presente. La escritura permitió una cultura colectiva no dependiente de la transmisión oral, permitió, por ejemplo, la recopilación de normas independiente de las emisiones verbales y, por ello, permitió la emergencia del derecho. Si siguiéramos solamente en la historia de los artefactos representacionales y comunicativos, podríamos hablar de la emergencia de los lenguajes matemáticos, de la imprenta, de los medios representacionales técnicos modernos y, contemporáneamente, de las telecomunicaciones. En este momento en el que estoy escribiendo mi ordenador se constituye en una parte del mundo que realiza operaciones que son continuas con mi mente, y especialmente con mi memoria y con mis capacidades comunicativas. Sin las operaciones que realiza el ordenador la tarea de pensar y escribir este trabajo se haría probablemente mucho más tediosa y lenta. Por ejemplo, en este momento mi ordenador me dice que he efectuado 61 revisiones del documento, lo que significa que lo he abierto otras tantas veces y que en todas ellas he introducido una modificación, y que el tiempo total que llevo ante él es de 614 minutos. Nada me dice acerca del contenido del trabajo, pero obtiene una información que yo jamás hubiera recopilado por mí mismo (es muy poco interesante). Pero es una información metarrepresentacional, tanto como lo son otros muchos pensamientos que cruzan mi mente acerca de mi trabajo mientras lo voy realizando.

La interacción de artefactos tecnológicos, capacidades y conocimientos técnicos y sistemas sociales en los que se realizan estas composiciones crea como sistemas emergentes ciertos patrones cuasi-estables que llamaremos contextos técnológicos. Son marcos que no tienen más entidad que el ser acumulaciones y convergencias contingentes de muchas historias causales, cognitivas y prácticas. En los contextos tecnológicos confluyen todos esos elementos heterogéneos que constituyen el entramado de la tecnología: los agentes, los

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proyectos, el conocimiento, los artefactos informativos, los artefactos producidos, las instituciones, códigos, normas, los medios de producción, de circulación, los usuarios y los hábitos de uso. Un contexto está definido por la relevancia causal de los elementos que contiene, por la importancia de sus interacciones y por la relativa estabilidad de estas redes de interacción. Lo esencial de un contexto es que esa relativa estabilidad crea una forma de apartado cultural que tiene consecuencias medioambientales sobre el propio desarrollo tecnológico. Así, se crean dos elementos de especial importancia para el desarrollo de los planes y artefactos tecnológicos: el horizonte de posibilidades tecnológicas y los paisajes de eficiencia tecnológica. El primer concepto hace alusión a las capacidades representacionales dentro de un contexto, el segundo a las capacidades realizativas y las condiciones de adecuación de la tecnología.

El horizonte de posibilidades.

Los mitos tecnológicos de la época preindustrial tenían que ver con la creación directa de vida: Golem, Frankenstein y, quizá, en ancestrales sueños machistas de seres esclavizados que hagan el trabajo humano, como las criaturas del aire, Ariel y sus ayudantes, que en La tempestad de Shakespeare ayudan a Próspero a cumplir sus sueños de venganza. En la segunda revolución industrial se generalizan los instrumentos de control, lo que hace que en la segunda guerra mundial se desarrolle la idea de cibernética, de una nueva clase de artefactos que tienen sus propias estructuras de control automático, no dependientes de la mano, el gesto y la mirada humanas. El sueño de un esclavo no humano probablemente sea anterior a la revolución industrial y tenga que ver más con los juguetes mecánicos, los autómatas que conformaron la conciencia cartesiana moderna56. Pero la cibernética da origen a un sistema más complejo basado en la idea de retroactividad sistemática: el primer mecanismo quizá fuera el sistema acoplado del cañón antiaéreo y el radar, más tarde surgió la idea de los robots industriales. Hasta aquí tenemos solamente un conjunto de sistemas que realizan patrones de control basados en rutinas bien establecidas. Posteriormente, la cibernética, o ciencia de los sistemas automáticos, de control se une a la ciencia del procesamiento de la información dando origen a la moderna robótica. Esta confluencia constituye un buen

56 Las nuevas perspectivas de la robótica dependiente de la automatización y de la programación flexible son tratadas en Brooks, R. (2001) Robot. The future of Flesh and Machines. Londres: Penguin; Warwick, K. (1997) March of the Machines. Why the New Race of Robots will Rule the World. Londres: Century. Una inicial aproximación histórica, en Word, G. (2001) Living Dolls: A History of the Quest for Mechanical Life. Londres: Faber & Faber.

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ejemplo de la idea de contexto tecnológico. La confluencia genera dinámicas nuevas, crea cambios radicales en la noción de sistemas de control y origina en buena parte las revoluciones tecnológicas de los años setenta y ochenta. Interesa observar cómo la emergencia de este contexto tecnológico cambia y modifica las expectativas tecnológicas, o lo que llamaremos el horizonte de expectativas tecnológicas es decir, el conjunto de objetivos tecnológicos que se postulan como objetivos potencialmente realizables. Los proyectos tecnológicos nuevos no garantizan que el objetivo sea realizable, pero se emprende un camino, el de conseguir agentes autónomos, capaces de actuar libremente en un contexto abierto con la convicción de que el objetivo es alcanzable. La idea de construir genuinos sistemas autocontrolados constituye un punto del horizonte creado por la convergencia de la tecnología de la información y la automática o cibernética57.

El ejemplo de la robótica puede generalizarse a otros muchos dominios que constituyen el conglomerado de la tecnología. La confluencia de elementos heterogéneos crea confluencias contingentes, pero estables, que sostienen patrones emergentes. En ellos se establecen proyectos sociales que de otra forma serían imposibles. He señalado la diferencia entre la imaginación tecnoficticia, que es importante como fuente de representaciones, y las expectativas que crean proyectos tecnológicos realizables, basados en realizaciones objetivas y en redes de artefactos, habilidades y conocimientos ya existentes, es decir, en realizaciones culturales efectiva: esta diferencia se sostiene porque los contextos tecnológicos crean horizontes de posibilidades objetivas en las que las comunidades tecnológicas, y en general todos los implicados en lo que podría ser denominado “sujeto” de la tecnología, de manera que los compromisos y proyectos se emprenden como otros tantos planes en la vida, como planes en los que el riesgo del fracaso se compensa con las expectativas de que existen capacidades para llevarlos a buen fin.

Los paisajes de eficiencia tecnológica.

La idea de paisaje de eficiencia tecnológica tiene su ancestro en genética de poblaciones, en donde se habla de paisajes de eficacia relativos a ciertos genes que tienen mayor eficacia biológica que otros. Richard Dawkins58. El espacio de posibilidades tecnológicas es un espacio objetivo, es el conjunto de proyectos que podrían ser llevados a

57 Miguel A. Salichs, catedrático de ingeniería de sistemas y automática de la Universidad Carlos III de Madrid me ha sugerido interesantes consideraciones sobre la robótica contemporánea. 58 Dawkins, R. (1996 ) Climbing Mount Improbable Londres, Penguin

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cabo con éxito en una comunidad particular, dado un estado concreto espacio-temporal de esa comunidad. Mas el hecho de ser objetivo no significa que las posibilidades tecnológicas sean visualizadas como tales posibilidades. Para ello es necesario algo más, una representación objetiva de alternativas viables que pueden ser llevadas a cabo y que sirven como punto de contraste para evaluar la eficiencia conseguida en los proyectos tecnológicos. Los paisajes de eficiencia tecnológica establecen un espacio de soluciones alternativas para cada problema relativo a un contexto tecnológico particular.

Quizá podría postularse una idea de paisajes de eficiencia tecnológica incondicionados y construidos intercontextualmente. Pero este espacio, perfectamente imaginable es poco operativo para dar cuenta de la racionalidad tecnológica. Tendríamos que comparar, por ejemplo, el rendimiento de las carabelas portuguesas con los rápidos veleros decimonónicos o los yates de alta competición fabricados en con materiales compuestos. No es imposible, claro, se trata de la navegación a vela, pero sólo tiene utilidad si pensamos en un mundo platónico de veleros. Es mucho más interesante construir los paisajes de eficiencia relativamente al horizonte de expectativas creadas en un contexto.

La contingencia en el espacio de posibilidades: las trayectorias tecnológicas.

En el territorio determinado por un contexto, los agentes, los sujetos tecnológicos, ingenieros o complejos creativos de ingenieros, usuarios y empresarios, en el marco de una cultura, que incluye una cultura tecnológica particular, exploran el horizonte de posibilidades y crean proyectos tecnológicos que conforman el paisaje real de alternativas tecnológicas en cada punto geográfico y temporal concreto. Esta exploración, y el desarrollo subsecuente de alternativas a las que conduce, está sometido a la normatividad de las condiciones de adecuación que hemos postulado anteriormente: la eficiencia, entre el control y la novedad. Pero el hecho de la exploración, como puede deducirse de la misma metáfora del horizonte de posibilidades, de confesado origen gadameriano, es un acto esencialmente histórico: pues el horizonte es algo dinámico y relativo a la situación y “situacionalidad” esencial del sujeto creador. Y el sujeto de la tecnología, como cualquier sujeto real no es un sujeto omnisciente. Sus capacidades de exploración están limitadas por sus capacidades cognitivas, por las relaciones y redes sociales en las que se encuentra inserto, sin las cuales no será posible el desarrollo de proyectos tecnológicos particulares, y está limitado también, lo que no debe dejarse a un lado, por las profundas dependencias que tiene una tecnología particular respecto a las otras tecnologías que la rodean y sin las cuales los proyectos no pueden ser

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llevados a cabo con éxito, primer mandamiento de todo sujeto creador en la tecnología.

Los contextos tecnológicos forman complejos en los que se realizan estas condiciones situacionales históricas. En ellos los agentes configuran trayectorias tecnológicas. Son éstas largas secuencias de acciones y decisiones tecnológicas: proyectos y diseños, elecciones entre tecnologías alternativas, sustituciones tecnológicas parciales, etc. Los agentes existen siempre como miembros de instituciones en las que se toman las decisiones tecnológicas: empresas, instituciones sociales. Estas instituciones son los recintos conformados por las trayectorias tecnológicas. Y las trayectorias tecnológicas son el medio por el que los agentes adquieren una cultura tecnológica particular que conforma sus decisiones. Así, podemos hablar de las tradiciones de los ejércitos de tal o cual país, del grado de calidad que tienen los artefactos fabricados por esta o aquélla empresa, de la tradición de innovación de cierta empresa...

Se trata de una categoría que explica por qué no todos los agentes reaccionan de la misma manera en los contextos tecnológicos, por qué se introducen diferencias que tienen efectos históricos. La robótica contemporánea de “frontera” se refugia, por citar un ejemplo de trayectoria tecnológica, en las grandes empresas tecnológicas japonesas de componentes electrónicos, en vez de en las grandes firmas de tecnologías informáticas. Estas trayectorias configuran elecciones en los artefactos creados, por ejemplo, en que los robots en el mercado de consumo masivo se dirijan hacia el uso lúdico o quizá hacia los electrodomésticos59.

Las trayectorias tecnológicas son sendas erráticas que exploran las cumbres del paisaje de eficacia de un cierto contexto siguiento las capacidades, el aprendizaje, los recursos que tienen las personas que componen una comunidad tecnológica particular. Las trayectorias tecnológicas son las que constituyen el desarrollo tecnológico como un proceso no lineal, no dirigido por ningún blauplan sino constituido por sendas que deben ser reconstruidas narrativamente.

Este carácter histórico y contingente se aplica también y especialmente a lo que en cada contexto conforma las tecnologías de base, las que conforman los constituyentes de todas las demás elecciones. Así, lo que contemporáneamente se ha venido en llamar

59 Tiendl, R. (2002) “¿De dónde viene la fiebre japonesa?” Mundo científico (La recherche) 233, abril pp 62-65; véase también Brooks (2001).

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nuevas tecnologías, el uso masivo del procesamiento de información en la automática, en las telecomunicaciones, en la conformación de redes de conocimiento. Podemos hoy reconstruir el proceso seguido por sendas que conducen, por ejemplo desde las primeras redes informáticas militares y académicas a la actual internet, pero sólo narrativamente podemos explicar cómo y cuándo las grandes empresas de telecomunicaciones, presionadas por el uso, por la reutilización de las redes por parte de los usuarios, decidieron tomar decisiones que llevan al uso masivo de la red, a la creación de amplios canales de telecomunicaciones, etc.

En los contextos tecnológicos en los que se producen las trayectorias obran muchos elementos de orden social y político y no estrictamente tecnológico. El historiador del MIT, Loren R. Graham60 ha reconstruído la vida de Peter Palchinsky, un ingeniero de la Rusia revolucionaria de comienzos del XX que intentó crear una cultura favorable a la tecnología en la Unión Soviética, en donde llegó a ciertos cargos intermedios de planificación y muy pronto fue barrido por la insolencia prepotente del estalinismo, que había elegido un camino de industrialización sin miramientos para alcanzar a las potencias desarrolladas, sin pensar en los costos humanos, y ni siquiera en pensar si la alternativa tecnológica elegida era la más acertada:

“A partir de 1930 los ingenieros de la Unión Soviética se alejaron de los planteamientos generales, sociales y económicos que Palchinsky había considerado intrínsecos para sus tareas técnicas. Una de las razones de este cambio, sobre todo durante las décadas de 1930 y 1940, fue el miedo. A continuación de las purga de principios de los años treinta los ingenieros soviéticos entendieron perfectamente que si deseaban vivir sin complicaciones debían concentrarse en las estrictas tareas técnicas que les asignaban los dirigentes del partido […] Dejaron de plantear cuestiones sobre la seguridad de los trabajadores y sobre las viviendas de los trabajadores […]

La segunda razón por la que los ingenieros estrecharon la definición de su trabajo, con efectos a largo plazo hasta el día de hoy, fue la modificación del plan de estudios. Las escuelas de ingenieros dejaron de depender del Ministerio de Educación, que se ocupaba de la enseñanza en general, y se traspasaron a los ministerios industriales,

60 Graham, L (2001) El fantasma del ingeniero ejecutado. Por qué fracasó la industrialización soviética, Barcelona, Crítica (originalmente, The Ghost of the Executed Engineer. Technology and the Fall of the Soviet Union, Cambridge, MA Harvard University Press, 1993.

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cuyas instituciones ofrecían a los estudiantes unos objetivos restringidos e instrumentales. Los profesores de estas escuelas de ingeniería evitaban los temas relativos a política y justicia social y se concentraban en la ciencia y la tecnología […] En las décadas posteriores a 1930 la Unión Soviética preparó más ingenieros que ningún otro país del mundo; pero estos ingenieros, con una visión de las cosas llamativamente circunscrita, únicamente pretendían aumentar la producción, con olvido de todos los demás factores. La educación que recibieron los nuevos ingenieros no solamente era más restringida que la de sus predecesores de la época zarista, sino también más limitada que las de sus colegas de otros países” (Graham, (2001) pp 107-9)

Las lecciones de la Unión Soviética son universales. En el contexto de la sociedad burocrática, se crearon trayectorias tecnológicas industrialistas que no tenían en cuenta otros intereses que los fines de los burócratas empeñados en una loca carrera por el “progreso”. Ni las reglas económicas, ni, sobre todo, la calidad de vida de los trabajadores y ciudadanos fue tenida en cuenta al construir las obras faraónicas. Los elementos simbólicos de la ingeniería predominaron en sus elecciones sobre los otros componentes de su función de racionalidad tecnológica. El costo en sufrimientos, genocidios y degradación medioambiental todavía no ha sido calculado y explicado en sus detalles.

La cultura es el medio en el que se configuran las trayectorias. Seria tentador la subordinación de la tecnología a la supuesta racionalidad de la política o aún de la visión moral de los sujetos, suponiendo que tal visión le permita un alcance superior en el horizonte de posibilidades. Tal era el argumento estaliniano, quien no confiaba en absoluto en la pretendida autonomía de la que hacían gala Palchinsky y otros ingenieros de la primera revolucionaria. El caso Palchinsky es aleccionador. Se trata de un ingeniero proveniente del proletariado, de simpatías anarquistas y de formación cosmopolita que creía en el efecto social de las nuevas ingenierías para acrecer la calidad de vida de los ciudadanos. Sabía que las nuevas tecnologías serían imposibles sin un proletariado bien alimentado, en buenas viviendas y con una educación alta. Sabía que sólo en estas condiciones puede prosperar un genuino altruismo por la nueva sociedad soviética. Palchinsky creía en el poder educador del diseño compartido, en la discusión de los problemas complejos ingenieriles. Su fantasma aún ronda por Europa.

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CAPÍTULO 3

DISEÑO Y DESIGNIO EN UN MUNDO DE ARTEFACTOS.

¿Cuánta realidad tienen las cosas que vendrán, las que aún no existen pero han comenzado a ser pensadas por las mentes más imaginativas? Javier Aracil, ingeniero industrial de la Escuela Superior de Sevilla, experto en métodos de automatización y cercano a la filosofía, como otros muchos ingenieros, más de los que se piensa, ha enseñado a lo largo de muchos años que una parte de la tarea de los ingenieros es simular la realidad, inventarse modelos de los que no cabe preguntarse si son buenas correspondencias con la realidad cuanto si funcionan o no como guías para la acción61. En este capítulo vamos a examinar esta capacidad de simular lo no existente desde el punto de vista de una de las dos condiciones normativas de la creatividad tecnológica, la de inventar posibilidades o crear posibilidades, de entrever caminos, en definitiva, con la astucia como capacidad racional, una virtud que los antiguos reconocieron en Ulises como paradigma de la racionalidad tecnológica, al decir del viejo clásico de Adorno y Horkheimer62. Consiste esta capacidad en la actividad de diseñar objetos y artefactos que aún no existen y que tal vez nunca lleguen a existir. Es digno de notar esta característica de la práctica ingenieril de trabajar de un lado con un pie en la eficiencia y con otro en la imaginación. Como el dios Jano, la ingeniería presenta una doble cara de actividad instrumental y de actividad creadora. No siempre se considera la ingeniería bajo esta luz, más bien se tiende a contemplarla como una parte menor de la gran cultura, cuando no como lo opuesto a ella. No sería tan grave la situación si solamente se tratase de una opinión externa y si los propios ingenieros no hubiesen internalizado en algún sentido la idea de que su actividad se encuentra regida únicamente por las reglas de la racionalidad instrumental. La

61 Aracil, J. (1995) “Notas sobre el significado de los modelos informáticos en simulación” en Broncano, F. (ed) Nuevas meditaciones sobre la técnica. Madrid: Trotta. 62 Horkheimer, M., Adorno, Th. (1994) Dialéctica de la ilustración. Fragmentos filosóficos. Madrid: Trotta (or. 1944)

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historiadora de la tecnología Rosalind Williams63, que ha tenido la oportunidad de seguir muy de cerca la evolución de la enseñanza de la tecnología en una institución tan prestigiosa como el MIT, pues fue decana durante veinte años, se quejaba de la presión creciente en la edad de la información para suprimir todos los elementos no instrumentales de la educación de los ingenieros. Mi propuesta, y éste es en parte el tema de la conferencia, como un ejemplo aplicado, es que se tome en serio la idea de la ingeniería como una forma de cultura y que, como tal, se consideren sus aspectos humanísticos, conceptuales, de relación con la sociedad, desde dentro, desde las propias dinámicas del trabajo de investigación, de los proyectos, desde el pathos y nos sólo desde el ethos de la profesión de ingeniero. El caso que propondré es el concepto de diseño, uno de los centros que justifican la profesión de los ingenieros, en especial en lo que se refiere a una actividad creadora de artefactos, innovadora o, como se decía antes, inventora.

La naturaleza del diseño.

El término “diseño” tuvo su momento de esplendor en la década de los ochenta del siglo pasado cuando las empresas descubrieron la importancia de la presentación del dibujo. Fueron los días en que se extendió el dicho “¿estudias o diseñas?” que ironizaba con aquella fiebre de elaborar las más peregrinas presentaciones de una copa o una silla con la sola condición de que resultasen lo más posible incómodas de usar y lo más posible extravagantes de figura. De manera que el diseño de los años ochenta hizo ricos a algunos empresarios de moda pret a porter y fabricantes de bienes de consumo, pero contribuyó en poco a hacernos comprender la estructura y dinámica de los sistemas tecnológicos. El diseño se hizo tan visible que ocultó la importancia real del diseño.

El diccionario de la RAE de la Lengua estipula así su terminología y define así el término:

diseño: (Del it. disegno). m. Traza o delineación de un edificio o de una figura. // 2. Proyecto, plan. Diseño urbanístico. // 3. Concepción original de un objeto u obra destinados a la producción en serie. Diseño gráfico, de modas, industrial. // 4. Forma de cada uno de estos objetos. El diseño de esta silla es de inspiración modernista. // 5. Descripción o bosquejo verbal de algo. // Disposición de manchas, colores o dibujos que caracterizan

63 Williams, R. (2000) “All that is Solid Melts into Air”. Historians of Technology in the Information Revolution” Technology and Culture 41, pp 641-68.

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exteriormente a diversos animales y plantas.

La definición recoge los varios aspectos (y no solo usos) del término, pero como suele ocurrir cuando hay un problema conceptual, lo hace de manera sesgada. En este caso parece estar sesgada precisamente hacia esas inclinaciones culturales a las que nos condujeron los excesos del postmodernismo que imperó en los alegres ochenta. Si, por el contrario hubiésemos elegido el Oxford Dictionary y buscásemos el término design, encontraríamos subrayados algunos aspectos diferentes, lo que nos hablaría de nuevo de las inferencias culturales y de uso en los diccionarios que se pretenden normativos. Así, en el diccionario inglés se recogen varios sentidos distintos

boceto: (de productos, coches, máquinas). Donde se recogen algunas expresiones en las que se aplicaría el término como “el curso está mal diseñado”, “tiene algunos defectos de diseño”, “todavía está en un estadio de diseño”, “tecnología de diseño” decoración, dibujo modelo disciplina (estudia diseño) estilo, línea plan (deliberadamente, “por designio”, “más por accidente que por designio”

y así mismo, en la forma verbal, se recoge la posibilidad de diseñar: jardines, casas, pero también máquinas, ropa; y también planes y proyectos de acción.

Una apreciación con cierta dosis de maldad nos llevaría a pensar que los académicos españoles se han dejado llevar por un concepto “italiano”del diseño, mientras que los redactores del Oxford Dictionary tienen en cuenta más el uso habitual en ingeniería, que va más allá de los elementos envolventes del objeto para descender a los pasos que hacen posible el nacimiento del objeto artificial. No es casual que el término inglés design signifique a la vez dibujo y designio, pues nos habla de los dos componentes esenciales del diseño, que no quedan subrayados suficientemente en el diccionario español; a saber, el carácter de plan complejo y el medio representacional en el que se expresa este plan.

El punto de esta sutil discrepancia es fundamental para entender los avatares del concepto de diseño y la importancia que tiene en la formación de los ingenieros. La idea de diseño industrial tiene que ver con los mismos orígenes de la ingeniería. Comenzó siendo una idea ligada a la presentación de los productos pensando en su producción

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industrial. El diseño, en este sentido, parecía ser una actividad llevada a cabo después de haber concebido e incluso realizado los primeros prototipos de un nuevo artefacto. En las ciudades industriales inglesas nació como una reacción al modo de presentación barroco de los objetos: William Morris, Gottfried Semper64, y otros pioneros fueron dando origen a uno de los principios por los que se guiaron los primeros movimientos de diseño, “la forma sigue a la función”. Buscaban guías o principios generales para la producción de objetos industriales, especialmente los que tenían un destino de bienes de consumo masivo, y en ese camino encontraron un medio reflexivo irreversible sobre la práctica investigadora del ingeniero creador, del inventor. Hoy el diseño industrial se ha ido convirtiendo en una disciplina y en un arte básico en nuestras sociedades industriales pero antes que nada fue una forma de pensar el propio trabajo. Para decirlo un tanto superficial y quizá injustamente, los diseñadores son o fueron algo así como los filósofos de la ingeniería, pues su actividad tenía que ver ante todo con el pensar y hacer objetos con una intención allende lo que en un lenguaje plano pudiéramos considerar como ingenios eficientes. Su investigación tenía que ver más con cómo son los objetos que funcionan que con el mismo hecho de funcionar. Al pensar en cómo deberían ser los objetos los diseñadores estaban realizando a la vez una doble operación: la creación de objetos, al menos la creación conceptual, y la reflexión sobre el mismo hecho de crear un nuevo objeto.

La idea de diseño hace referencia a una operación conceptual por la que un objeto o proceso nace, se hace realidad, pero se hace realidad primeramente en la mente del ingeniero antes de llegar al estadio de la producción física. En imágenes, en palabras o en símbolos de otra clase, el diseño es una compleja operación que tiene una peculiar existencia intencional. Como ejercicio intelectual, un diseño es un acto por el que algo, un objeto o proceso adquieren existencia intencional. Y esta extraña expresión de “existencia intencional” nos suena casi como un oxímoron, una contradicción en los términos, pues parece que la existencia intencional lleva a los diseños al mismo campo de realidad que las brujas y los duendes. Sin embargo en esta aparente paradoja está el misterio y la profundidad humanística de la actividad ingenieril. Que un objeto nuevo llegue a la existencia sin ser pensado es un hecho de la naturaleza. Nosotros mismos llegamos a la existencia por efecto

64 Una presentación correcta de la idea de diseño, de los momentos más importantes de su historia y métodos es Bürdek, Bernard E. (1994) Diseño. Historia, teoría y práctica del diseño industrial. Barcelona: Gustavo Gili. Véase también el más resumido pero no menos interesante Maldonado, T. (1977) El diseño industrial reconsiderado. Definición, historia, bibliografía. Barcelona: Gustavo Gili

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de un sistema de información-acción contenido en el ADN y en los órganos reproductores, pero en ninguna forma somos pensados antes de existir. Sin embargo, la más humilde de las bifaces del homo habilis fue pensada en su forma cuasi-simétrica antes de llegar a la realidad física. Y en segundo lugar, y lo más importante de todo, es que es el contenido de esa existencia intencional es lo que controla el proceso de realización físico. En este sentido pensamos el diseño de una manera amplia como algo que ha sido producido bajo el control de algo y de una manera estricta como la parte de un objeto que es representada antes de ser realizada y de la parte realizada que llega a ser precisamente porque fue pensada antes.

Las comparación de un ser vivo y un ser artificial nos lleva a directamente al corazón del problema del diseño. Un ser vivo es un sistema funcional, un conjunto ordenado de órganos y miembros interdependientes que están ahí porque hacen algo y precisamente porque hacen algo determinado están ahí: sus vasos transfieren los fluidos necesarios para el metabolismo, sus tejidos soportan el peso, la tensión o protegen el interior, sus células realizan los cientos de funciones básicas de transferencia de energía que llamamos vida, etc. No podríamos entender un ser vivo sin entender su “diseño” formal y funcional, su anatomía y fisiología. Esta estructura y funcionamiento nos cuenta una historia de selección y de transmisión de los rasgos heredada por la información genética que fue seleccionada en las distintas generaciones. En este sentido primario, un diseño es una forma de la complejidad de la naturaleza que repite patrones establemente a causa de que hay una división funcional del trabajo causal entre replicadores y vehículos de transmisión de la información, entre organismos y material genético que controla el desarrollo de un organismo. En un sentido secundario un diseño es una compleja especialización funcional que no contradice el sentido primario: ciertos sistemas de funciones (los artefactos) llegan a ser porque antes “funcionan” otros sistemas de funciones, los que asociamos con la actividad de pensar y concebir, que a su vez fueron producto de los sistemas de funciones que dieron origen a los tejidos cerebrales. Hofstadter llamó a este ascenso el eterno bucle de oro que lleva desde las hormigas al clavecín bien temperado de Bach. Los diseños son, en el sentido secundario que tendrán sentido en ingeniería, los objetos “diseñados2” por sistemas que han sido “diseñados1”.

Un caso fronterizo que merece la pena dilucidar con más cuidado del que se le dedica es el diseño producido por sistemas informáticos (no el sistema de diseño ayudado por el ordenador, sino el auténtico sistema diseñado autónomamente por ordenador, lo que ya es el caso, por ejemplo, en el caso de microcircuitos extremadamente complejos

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para la mente humana) que han sido diseñados para diseñar65. Estos artefactos, el creador y el creado, son ellos mismos artefactos y al tiempo nos remiten a la frontera lábil entre lo natural y lo artificial66. En un cierto sentido, son objetos ultra-artificiales, el prototipo de todo lo artificial; en otro sentido, son ejemplificaciones de la creatividad de la naturaleza, de la morfogénesis controlada por biomorfos o por tecnomorfos. En estos sistemas también hay cierta forma de representación previa que controla el proceso de creación y la diferencia con la actividad humana de diseño radica no en que esté más allá o más acá de una supuesta frontera de lo natural y lo artificial sino en la manera especial en la que se produce esta existencia previa intencional o representacional que después controlará el proceso. En los seres vivos esta existencia es informacional, está repartida entre la molécula de ADN y los complejos de enzimas y ARN que hacen que la estructura genética se exprese en proteínas. En los actuales y futuros ordenadores diseñadores la existencia es también informacional, se reparte entre los operadores que generan una representación y los sistemas periféricos que trasladan esa representación a un modelo visible o real. En los seres humanos la existencia es además de informacional intencional: hay un complejo de operaciones mentales que tienen un componente especial,

65 Nigel Cross, uno de los más conocidos autores sobre métodos de diseño ha planteado una pregunta derivada con la que Türing, hace ya cincuenta años, dio origen a la Inteligencia Artificial (¿Puede pensar una máquina?): Cross, N. (2001) “¿Can a Machine Design?” Design Issues 17: 4, 44-52. Su respuesta es interesante pues refleja la misma perplejidad de Türing: depende de lo que entendamos por diseñar, aunque en general responde afirmativamente a la pregunta. 66 Maximo Negrotti ha postulado recientemente tres condiciones para que un objeto sea considerado como artificial: la primera, afirma, que haya sido construido por humanos; la segunda, que haya sido inspirado por un objeto natural (o un órgano o función natural) y la tercera, que haya sido construido con otros materiales distintos a los del objeto natural (Negrotti, Maximo (2001) “Designing the Artificial: An Interdisciplinary Study” Design Issues 17:2, 4-17). Negrotti está interesado en alejar la idea de diseño de lo que llama el “Síndrome de Prometeo”, la convicción de que la tecnología consiste en inventar objetos para dominar a la naturaleza. Opone el “Síndrome de Ícaro” o la propuesta de considerar la tecnología como una invención de objetos que reproduce, repara o sustituye funciones o sistemas naturales. Se encuentra dentro de una línea que remite todo lo artificial a funciones naturales y, en particular, humanas. Aunque es interesante como propuesta para recuperar valores ecológicos en el diseño, me parece que no recoge buena parte de las trayectorias tecnológicas que inventan nuevas funciones alejadas de lo natural (viajar por el espacio, nanotecnologías, etc.) y no permite que haya creación de funciones genuina sin tener que caer en el Síndrome de Prometeo, pongamos por caso, para “mejorar” la naturaleza.

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la deliberación y la voluntad expresa de llevar a cabo algo que hasta el momento no existía en el universo y que por el hecho de la actividad creadora y de la voluntad de llevarlo a cabo adquirirá existencia real. Este elemento que añade la creatividad humana tiene dos dimensiones, la de “responsividad” o disposición a responder a las propias representaciones y la responsabilidad de las propias representaciones. En el primer aspecto los humanos se representan sus propias representaciones, establecen variaciones, ensayos, deliberaciones; en el segundo aspecto, los humanos se hacen cargo del hecho de que por su creación deliberativa algo nuevo existirá en el mundo.

Como ya puede sospechar el lector, estamos refiriendo la artificialidad a una característica específicamente humana, la capacidad, y la obligación asociada a ella, de hacernos cargo de nuestras acciones. La técnica está asociada a nuestro impulso para controlar las condiciones de la existencia mediante una naturaleza o medio hecha a nuestra medida. Los humanos se adaptan al medio adaptando el medio a sus deseos. Como sostenía Ortega, los humanos no tienen medio, tienen entorno. Se rodean de “grúas” y andamios para alcanzar más altura que la que sus medios biológicos les permitiría67. Ese impulso puede llevarse a cabo por nuestra capacidad para el diseño, para la representación de los cursos de acción, para la deliberación asociada a esa representación sobre el curso más deseable y, por último, para el ejercicio eficiente del plan previsto. Todas estas características hacen de los diseños ámbitos que tienen sus normatividad propia que nace de las mismas condiciones de producción de los diseños. En la secuencia de operaciones mentales y de ensayos que conducen a la producción de un objeto, el momento esencial es aquél en el que juzgamos que ese diseño en particular es la mejor solución al problema que pretendíamos resolver mediante ese diseño. Pues bien, ese juicio, que es siempre un juicio de valor, es el que crea responsabilidad sobre el producto que llegará a la existencia por medio del diseño. Ese juicio convierte al ingeniero en responsable de su entorno: gracias a su intervención, el entorno humano cambia e introduce una variante, por mínima que sea,

67 La idea de que la cultura está constituida por “grúas” y andamios ha sido popularizada por Dennett, D. (1995) Darwin’s Dangereus Idea, Nueva Cork, Penguin. Fue anticipada mucho antes por Vigotsky, para quien la cultura constituía un “entorno próximo” que permitía a las personas alcanzar la realización de acciones que por sí mismas hubieran sido incapaces de llegar a realizar. Una grúa, en este sentido biológico, es una intervención en el medio que permite transformaciones mucho más profundas. La más importante de todas las grúas o andamios fue el lenguaje, después las matemáticas, la escritura, etc. En el primer capítulo ya hemos tratado las consecuencias identitarias de estas prótesis culturales.

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en todas las trayectorias futuras. Para decirlo un poco enfáticamente pero con toda la conciencia de su significado, la acción del ingeniero introduce cambios en la historia y, en un sentido profundo, cambia las condiciones de la existencia, por más que no tenga conciencia de estas consecuencias de su acción.

Precisamente por esa responsabilidad asumida es más que necesario tener presente en el juicio que conduce la producción de un artefacto las condiciones de su legitimidad, hacer presente que los diseños son mejores o peores, en definitiva, a reflexionar sobre las condiciones por las que este juicio del “hágase” tan prometeico son condiciones de legitimidad. Es cierto que los filósofos sienten a menudo la tentación platónica del filósofo rey, de andar por ahí diciéndole a todo el mundo cómo deben hacerse las cosas, y es cierto también que casi nunca nadie les pide cuentas por esa moralina con la que impregnan todo, pero también es cierto que en una cierta división social del trabajo, al filósofo le toca la responsabilidad de recordar que nuestros juicios crean responsabilidad, y que por ello debemos atenernos a las condiciones de legitimidad que hacen que los juicios sean sabios y adecuados. Del mismo modo, no es menos urgente recordarle sea al ingeniero o al filósofo que las condiciones de legitimidad deben referirse en primer lugar al modo en el que se produce este juicio sobre el que descansa la responsabilidad y que antes de imponer con toda rapidez algún código de valores hay que reflexionar con cuidado sobre estas formas de construcción del juicio técnico. Pues se bascula entre una tendencia a quitarse la responsabilidad de encima de formas contrapuestas, unas veces aludiendo a una supuesta necesidad técnica, que determina cualquier decisión alternativa y otras imponiendo una no menos supuesta obligación moral que no atiende tampoco a las posibilidades y cursos de acción técnica alternativas. De ahí que sea tan relevante volver una y otra vez sobre la naturaleza del diseño. No porque vayamos con ello a aprender a diseñar mejor, sino porque de este modo aprendemos algo sobre qué es lo que hacemos cuando diseñamos y sobre cómo se producen nuestros juicios sobre un curso de acción posible.

Un diseño, para decirlo rápidamente, es una respuesta novedosa y eficiente a un problema práctico. Estas tres condiciones componen sendas dimensiones del juicio técnico. A saber: presuponen un problema práctico y postulan la eficiencia y la novedad en la solución a ese problema. Nada hay de trivial en estas tres características: ni en lo que sea un problema práctico, ni en la novedad, ni en la eficiencia. Las tres características son borrosas, esencialmente borrosas, y sin embargo son condiciones imprescindibles en la formulación de un juicio técnico. La categoría de problema, en primer lugar, hace referencia a la visión de

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futuros alternativos posibles. Cuando un curso de acción está determinado por la armadura causal del devenir no hay problema, el único problema si acaso es el de conocer lo que nos espera y aceptarlo. Los problemas nacen cuando sabemos que las cosas podrían ser o haber sido de otro modo distinto a lo que son o han sido, cuando contemplamos situaciones o mundos posibles alternativos y decidimos cambiar el curso de las cosas para que uno de esos futuros posibles se haga realidad. La categoría de problema práctico cala en lo más profundo de nuestra naturaleza. Los animales no reflexivos no tienen problemas sino reacciones. La idea de problema solamente tiene sentido por la activación de un espacio de posibilidades alternativas que se conjeturan accesibles desde la situación actual.

Un problema puede existir previamente a la consideración o puede haber sido descubierto en el proceso de deliberación que conduce al diseño. La gran mayoría de la investigación tecnológica consiste en buena medida en descubrir problemas, en observar las cosas de un modo diferente de tal modo que se descubre una posibilidad alternativa. En esto reside en buena medida la creatividad de la técnica, en descubrir que las cosas podrían ser de otro modo y plantear un problema. La noción de problema considerada de esta forma nos muestra cuán radicalmente equivocadas están las consideraciones meramente instrumentalistas de la técnica, como si fuera posible pensar en medios sin haber pensado antes en fines alternativos. Al ser planteado un problema se activa una nueva forma de deliberación que se representa las propias capacidades: ¿podremos resolverlo? ¿tenemos los medios suficientes, las habilidades, el conocimiento disponible?. Los problemas así pasan a formar parte del imaginario de la sociedad en un nivel que configura nuestra representación del tiempo. Observadas en términos estadísticos, las sociedades con muy bajas capacidades ingenieriles son sociedades muy acomodaticias con su propia situación y muy deterministas respecto a sus alternativas. Pues la fuente del deseo está situada allí donde se comienzan a entrever posibilidades distintas.

La segunda dimensión del diseño es la elaboración de una solución novedosa. La idea de novedad, como la de problema, es esencial al pensamiento técnico. Donde no hay novedad solamente hay repetición. Curiosamente, la tecnología tiende a pensarse desde ámbitos culturales ajenos como un campo dominado por el tedio y la repetición, cuando es precisamente lo contrario. El ingeniero o “ingeniador” es el sucesor del personaje astuto lleno de trucos y recursos que era capaz de suministrar a los ejércitos una salida allí donde el común de los guerreros era incapaz de encontrarla con el recurso de su propia fuerza. El “ingeniador” articulaba caminos allí donde no existía, máquinas allí donde la fuerza humana no alcanzaba, señuelos allí donde la apariencia

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era más importante que la realidad, refugios allí donde la naturaleza no ofrecía amparo, y potencia donde las fuerzas escaseaban. La novedad se le exige al ingeniero como el valor al guerrero. Los recursos que ya conocemos, las técnicas que ya empleamos, los artefactos que constituyen nuestro entorno habitual no crean problemas, los han resuelto ya y por eso están ahí. Cuando nos planteamos un problema es porque consideramos que el curso futuro de acontecimientos necesita un giro, una variación que solamente puede ser inducida por la presencia de un artefacto o recurso nuevo. A veces formamos ingenieros como repetidores y como administradores de lo que ya existe. Las empresas y administraciones de las sociedades que se conforman con copiar demandan administradores de técnicas, conservadores de los recursos existentes, sin considerar que al hacerlo están cercenando la capacidad para plantearse problemas, lo más grave y, secundariamente, la capacidad para buscar soluciones novedosas a los problemas.

Al especificar que un diseño es una representación novedosa de un objeto que llegará a la existencia a causa de que esta representación avocamos una perplejidad, la que nos suscita la noción de lo nuevo. Un nuevo modelo de automóvil es un objeto nuevo en un sentido muy distinto al de los primeros aeroplanos cuyo centenario estamos ahora celebrando, o un nuevo modelo de ordenador con respecto al primer computador digital, etc. Aunque no es el momento de explorar esta categoría tan interesante metafísicamente, la de la novedad, sí cabe decir que la novedad absoluta es casi imposible, y que lo que realmente diseñamos son aspectos de los artefactos: nuevas funciones, nuevos materiales, nuevas formas, etc. Ciertamente, el diseño de funciones nuevas es siempre mucho más novedoso que el de formas y éstas que el de materiales, pero solamente en una primera aproximación que nos sirve como aclaración de la noción de diseño.

La tercera condición del juicio que hacemos al decidir un diseño es la eficiencia. La idea de eficiencia nos acerca a la idea de prudencia, como la de novedad a la de astucia. Una solución es eficiente si es la adecuada, si recluta los medios más adecuados para resolver el problema sin crear otros problemas, es decir, si induce una trayectoria histórica sin modificar todas las adyacentes, para expresarlo en los términos de temporalidad y posibilidad que estamos empleando para caracterizar los diseños. La eficiencia ideal es la de aquél recurso que resuelve un problema y sólo un problema y no genera ningún otro. Por el contrario tendemos a pensar las técnicas bajo las categorías económicas del menor gasto para el mayor beneficio, cuando la idea de gasto y beneficio solamente tienen sentido en una consideración externa de lo ingenieril. La idea de prudencia que adjuntamos a la de eficiencia tiene que ver mucho con el componente esencial de la acción técnica

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que es el control de las posibilidades. Una solución prudente, extremadamente prudente, es la que controla al máximo las posibilidades de las que nos hacemos directamente responsables: en la situación ideal, un diseño es eficiente si tiene éxito en permitir todas y solamente las posibilidades contempladas en el diseño.

Es el momento de resumir la introducción a la noción de diseño:

Hemos remitido la noción de diseño a la idea de capacidad de controlar nuestras transformaciones del medio a través de una representación previa del producto. Hemos señalado que esta es la forma específicamente humana de relacionarse con el medio, transformándolo en un entorno que constituye entonces el ámbito de nuestra supervivencia. Los artefactos, lo artificial, no sería pues otra cosa que la parte del mundo que ha sido diseñada y que existe porque ha sido diseñada. Hemos definido los diseños respecto a tres características constitutivas que crean cierto grado de responsabilidad y de obligación: la de problema práctico, la de solución novedosa y la de solución eficiente. Como resumen diría que esa es la esencia de la técnica del ingeniero y establece lo que es su actividad principal: deliberar sobre problemas, conjeturar soluciones novedosas, asegurarse de que son eficientes.

Identidad de los diseños.

Los diseños son, pues, la explicación de cómo llegan a la existencia los artefactos que son los productos de la acción técnica, sus resultados. Si un diseño tiene una existencia “abstracta” parecida a la forma de existencia que tiene un programa de ordenador, los artefactos, por su parte, existen en varios niveles de descripción ontológica. Comencemos por la distinción entre ejemplares y muestras. Si en algún dominio tiene sentido la distinción entre muestras y tipos es precisamente en los artefactos. Un bolígrafo “Bic Cristal” es una muestra del tipo “Bic Cristal” como el sonido bilabial “b” es una muestra del fonema consonante “b” o una letra escrita “b” lo es de la letra “b” del alfabeto español. La distinción entre tipos y ejemplares es importante en la historia del diseño, una disciplina en la que se examinan las trayectorias de innovación a lo largo de la historia y que debería ser considerada como uno de los instrumentos de reflexión cultural más importantes, lo que no es el caso quizá por el rechazo cultista a todo lo artificial. Los catálogos de la producción industrial, documentos invaluables y desvalorizados de nuestra cultura, nos muestran claramente las categorías de artefactos fabricados en serie que se basan en la distinción entre tipo y muestra sin la que no se comprende la revolución industrial. Pues bien, lo que hace que dos

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artefactos sean muestras del mismo tipo es que tienen el mismo diseño o que han sido producidos siguiendo el mismo plan. El diseño, pues, es también la operación que nos permite investigar las categorías de nuestra cultura68.

Quizá aclare la identidad de los diseños la compleja estructura sobre la que se extiende. En primer lugar debemos reparar en la composicionalidad del artefacto o complejidad estructural del artefacto. Los artefactos están formados por partes heterogéneas que tienen formas específicas para cumplir funciones distintas y suelen también estar hechos de materiales adaptados para esas funciones. Es una característica suficiente para considerar un útil como producto humano: entre los animales, muchos de ellos capaces de fabricar instrumentos, no encontramos útiles de complejidad estructural o que hayan sido producto de otros útiles. Los chimpancés del Gombe fabrican pequeños bastoncillos que introducen en los termiteros, y hay que señalar que la técnica de conseguir termitas con esos bastoncillos no es sencilla, pero los chimpancés no parecen haber sido capaces de crear objetos que exijan cierto grado de composicionalidad: ni pueden crear ningún artefacto para cuya fabricación sea necesario fabricar antes otro artefacto o útil, ni artefactos, como es un arco, que necesite partes funcionalmente diferenciadas: el arco tensor, la cuerda, la flecha, la punta, el estabilizador de plumas, etc. Un artefacto, así, es un sistema producido mediante una forma de intencionalidad instrumental de orden superior que ajusta las partes. En esto consiste el diseño, en la capacidad de construir mediante la composicionalidad de las representaciones, planes parciales que se articulan para conseguir un plan global que da origen a un objeto articulado.

Estos planes parciales se mueven en niveles distintos de jerarquía ontológica. Así, los artefactos son objetos en los que podemos distinguir claramente tres niveles de diseño: el material del que están hechos, la forma que adoptan y las funciones que cumplen.

68 Notemos sin embargo que la identidad de los diseños es una noción sutil que no siempre es tan clara como en la producción en serie. El que los diseños sean públicos precisamente tiene como consecuencia que en ocasiones la identidad de un diseño sea sometida a discusión jurídica, como ocurre en los casos de los casos de patentes. Las fronteras que determinan que dos diseños son el mismo son más bien borrosas y dependen de los factores que consideremos relevantes. Mientras que dos automóviles de la misma marca y modelo pero de distinto color podemos considerarlos muestras del mismo diseño, el color puede ser determinante en otros diseños como el elemento relevante de la distinción (por ejemplo, en un sistema de señales de banderas en navegación).

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Materiales para los objetos artificiales.

Una interesantísima característica de la técnica es la capacidad para encontrar materiales cuyas propiedades físicas sean explotadas para los propósitos de la técnica. En buena medida la historia de la técnica y después de la tecnología es una historia de la búsqueda, explotación y más tarde del diseño de materiales. Las rocas, arcillas, fibras vegetales, madera, cuero, hueso, metales como el cobre, estaño, hierro, fueron los materiales primigenios que durante milenios compusieron las estructuras y elementos funcionales de los artefactos. Las más importantes revoluciones técnicas fueron producidas por la capacidad para usar nuevos materiales. Es lo que ocurrió con la arcilla, más tarde los metales y, dentro de ellos, especialmente el hierro, que ofrecía enormes dificultades de manipulación. La revolución inducida por los ingenios de vapor tuvo que esperar a las capacidades de manipulación del hierro para construir continentes que soportaran las enormes presiones necesarias para el uso eficiente de la energía. La historia de la técnica es en buena medida una historia de búsqueda de materiales. Recientemente se han comenzado también a diseñar los propios materiales, es decir a producir materiales aprovechando inteligentemente diferentes propiedades físicas. Las revoluciones industriales más recientes tiene que ver con el diseño de materiales nuevos compuestos como el hormigón armado y el pretensado, la fibra de carbono, los materiales compuestos de resinas y cerámicas, o, el más influyente en la configuración de la tecnología contemporánea, la pasta de sílice dopada que se emplea en los microcircuitos69.

Aunque los paleontólogos y antropólogos son muy conscientes de ello, no se repara suficientemente en la complejidad que exige la búsqueda y explotación inteligente de materiales. Mientras que las especies que elaboran técnicas como son los chimpancés explotan los materiales que ofrece su territorio, las culturas líticas del homo habilis y especies más tardías explotan conocimientos sofisticados del territorio, localizaciones, mapas mentales y formas de organización social suficientes para sostener la tarea de búsqueda de materiales. Hay una sensible relación entre la complejidad social y la explotación de materiales. Se ha afirmado que el Neolítico, fase en la que se domestican las especies animales y vegetales, acabó con las sociedades cooperativas primitivas, pero no fue tanto la explotación doméstica agrícola y

69 José Fernández Sáez, profesor del Departamento de Medios Continuos y Estructuras de la Escuela Técnica Superior de la Universidad Carlos III de Madrid, me ha sido de sustanciosa ayuda en la clarificación de las nociones sobre materiales.

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ganadera cuanto las exigencias de obtención de materiales necesarios para sostener estos complejos técnicos y artesanos. Solamente sociedades con una compleja estructura de orden y división del trabajo son capaces de explotar los minerales, arcillas y otros materiales empleados en el Neolítico y Calcolítico.

Por último, se ha argumentado también desde el campo posmoderno70 que la revolución microinformática ha conducido a una suerte de “inmateriales”: la distinción entre programa (software) y soporte microelectrónico (hardware) estaría más allá de la distinción entre materia, forma y función. Pero sólo es correcto en la medida en que señala uno de los elementos esenciales del diseño contemporáneo: las formas, las funciones y los materiales son muchísimo más interdependientes que en cualquier otro momento de la historia. Porque realmente los materiales para la microelectrónica son tan materiales como los materiales para la nanotecnología. En absoluto son inmateriales, son, por el contrario, ultramateriales: son sus propiedades físicas y químicas las que han sido diseñadas.

La forma del artefacto.

La forma de los objetos es un dominio especialmente cercano al diseño. De hecho los manuales de diseño son esencialmente manuales de “dibujo” de formas de objetos que resuelven problemas específicos y la actividad de diseñar se iguala a la de dibujar la forma de los artefactos. La historia del diseño industrial reciente es en realidad la historia de las tensiones entre los defensores del funcionalismo y los defensores de un predominio de las formas sobre la función desnuda

Mies van der Rohe, eje de la escuela de Berlín que configura en buena parte todo el diseño contemporáneo escribe a comienzos de los años veinte

“Los rascacielos revelan su osada configuración estructural durante la construcción. Sólo entonces parece impresionante la gigantesca trama de acero. Una vez colocadas las paredes exteriores, el sistema estructural, base de todo diseño artístico, queda oculto en un caos de formas triviales y carentes de significado... En vez de tratar de resolver nuevos problemas con formas antiguas, debemos desarrollar las nuevas formas a partir de la naturaleza misma de los nuevos problemas.” (en la revista Frühlicht de Bruno Taut, citado en

70 Lyotard, J.F. (1987) La posmodernidad explicada a los niños, Barcelona GEDISA

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Banham, R. (1985) p. 27071)

La noción de forma del diseño se configura en el siglo XX se desarrolla desde el pensamiento funcionalista, que supera el composicionalismo, el neoclasicismo y las formas de esteticismo heredadas del siglo anterior, cuando la máquina debe esconderse detrás de una forma estéticamente aceptable al sentido común.

“Rechazamos toda especulación estética, toda doctrina, todo formalismo [...] Rehusamos reconocer problemas de forma; reconocemos sólo problemas de construcción. La forma no es el objetivo de nuestra labor, es sólo el resultado. Por sí misma, la forma no existe. La forma como objetivo es formalismo, y por eso la rechazamos. Los templos griegos, las basílicas romanas y las catedrales medievales tienen importancia para nosotros como creaciones de toda una época, no como obras de arquitectos individuales,... Son expresiones puras de su tiempo. Su verdadero significado reside en que son símbolos de su época. La arquitectura es la voluntad de la época traducida en espacio. Si descartamos toda concepción romántica, podemos reconocer las estructuras en piedra de los griegos, la construcción en ladrillo y hormigón de los romanos y las catedrales medievales como osadas realizaciones técnicas... Nuestros edificios utilitarios sólo podrán llegar a ser dignos del nombre de arquitectura si interpretan verdaderamente su época mediante una expresión funcional perfecta.” (cit. en Banham, R. (1985) pg 175).

Mies van der Rohe une los problemas de diseño, en el sentido artístico de dibujo y forma, a los problemas de diseño industrial, a la construcción de la estructura, la industrialización de los métodos. El funcionalismo de comienzos del siglo pasado configuró de manera determinante la forma de los artefactos. Quizá después ocurrieron muchas cosas que llevaron durante la época de la filosofía postmoderna a un desprecio del funcionalismo como filosofía de las formas, pero aún siguen siendo válidas estas palabras de Banham escritas en 1981 para la segunda edición inglesa de su trabajo sobre el funcionalismo:

“En los años cincuenta todos éramos revisionistas y hablábamos en son de mofa de nuestros mayores y superiores que todavía permanecían

71 Banham, Reyner (1985) Teoría y diseño en la primera hora de la máquina. Barcelona, Paidós, sobre la 2ª ed.inglesa del original de 1960. Se trata de una magnífica reivindicación del pensamiento funcionalista de comienzos del siglo XX.

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aferrados a “las fatigadas certezas de los años treinta”. Creíamos, apasionadamente, que el funcionalismo no bastaba, […] Sin embargo, era evidente que su inadecuación radicaba para nosotros tanto en el hecho de que el funcionalismo como teoría hubiera impulsado a la arquitectura en el sentido de una mecanización irresponsable, sino en el hecho de que el funcionalismo, una vez llevado a la práctica, había fracasado al no alcanzar el punto al que el desarrollo de la tecnología podría haberle llevado, y consiguientemente, no conceder también a la arquitectura el poder de materializar las promesas de la Era de la Máquina” (Banham, R. (1985) p. 19)

La forma organiza en el espacio las relaciones causales que constituyen el diseño funcional. La forma es el modo en el que se conectan las propiedades de los materiales y las funciones adscritas a esos materiales, es el modo en el que los ingenieros crean, más sólo en la medida en que instauran nuevas relaciones causales, aquéllas que serán los soportes de las nuevas funciones, las que crearán los ámbitos de posiblidad que instauran los diseños.

En el extremo contrario, la tendencia postmoderna que dominó el diseño de artefactos de consumo desde los años ochenta insistió mucho más en los elementos simbólicos asociados a la forma, en el impacto estético del artefacto por encima de su dimensión funcional. Se comenzó a pensar el un artefacto como un objeto semiótico que portaba significados a través de la forma. Y una vez que se comenzó a entender los objetos y los espacios como nudos de signos también se comenzó a jugar con los puros signos con propósitos comunicativos, de sorpresa, de atracción puramente comercial. En cualquier caso, el impacto de las tendencias posmodernas de diseño convirtió esta actividad en el centro de la producción industrial masiva de finales del XX y probablemente sea parte ya de un movimiento irreversible. Ahora comenzamos a ver en las formas algo más que efectos lineales de la función: adquieren significados que influyen sobre los usuarios de maneras sutiles pero no por ello menos poderosas y por ello nos conducen a una controversia que solamente puede resolverse caso a caso, la del peso relativo de las formas y las funciones.

La función, el uso y la perspectiva del diseño.

Pese al debate posmoderno sobre la fuerza de las formas, siempre volvemos a al núcleo funcional de los artefactos y al peso de su identidad funcional. Los artefactos son la función que cumplen. Las funciones constituyen la perspectiva bajo la que son contemplados los artefactos ante los que es necesaria la ingeniería inversa, la perspectiva del diseño sin la cual no podemos llegar a entender la existencia del

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artefacto. Si desconocemos la función, que es lo que nos ocurre con algunos objetos de culturas lejanas, o con objetos sofisticados que no pertenecen a nuestro círculo de utilidades accesibles, los artefactos son solamente amasijos de formas. Es aquí donde aparece en la no trivialidad de la ingeniería inversa. Los prehistoriadores son muy conscientes de la necesidad de una teoría de la función de los artefactos72. El antropólogo de las técnicas André Leroi-Gourham (1911-1986), en El hombre y la materia y en El medio y la técnica73 se propuso construir una teoría sistemática de los artefactos basada en la relación entre el útil, la memoria y el gesto: los tres nos indican un sistema de interacciones que constituye el sistema funcional. Entre sus muchas investigaciones encontramos por ejemplo un interesantísimo estudio sistemático de las armas cortas, clasificadas respecto a las operaciones corporales básicas y respecto a los componentes estructurales del útil: el peso del astil o mango (PA), la longitud del astil (LA) y varias relaciones entre ellos como su peso relativo y la relación del peso relativo respecto a la longitud. Esta clasificación nos habla de por qué las formas elementales son seleccionadas en cada cultura: debemos estudiar sus hábitos, su gesto y su memoria.

La noción de función y de uso están entrelazadas en la práctica y es una fuente de problemas para la noción de diseño. La función, para la mayoría de los estudiosos74, contiene un elemento intencional: función es el uso para el que se selecciona una forma. La función es algo normativo que aparece en la cabeza del diseñador como solución a un problema, que produce un beneficio, y en consecuencia es representado para formar parte del artefacto: su forma, sus componentes. El uso es,

72 Recientemente Manuel Calvo, un prehistoriador de las Islas Baleares, ha criticado con razón las inferencias funcionales en las que se han basado muchos estudios de los restos líticos prehistóricos. En ellos está almacenada nuestra información sustancial acerca de las culturas que nos precedieron, pero, como observa certeramente nuestro autor, la mayoría de estos métodos olvidan la autonomía de los niveles: una función puede realizarse en múltiples morfotipos, y un morfotipo puede realizar varias funciones a un tiempo. En ambos casos, los materiales con los que se pueden realizar los morfotipos para realizar funciones son o pueden serlo, a su vez, diversos. Calvo, M. (2002) Útiles líticos prehistóricos. Forma, función y uso. Barcelona, Ariel 73 Leroi-Gourham, A. (1988) El hombre y la materia. Evolución y técnica I, Madrid, Taurus (original: Evolution et Techniques. T.1L´Homme et la Matière, París, Albin Michel 1945/1973); LEROI-GOURHAM, A. (1989) El medio y la técnica. Evolución y técnica II, Madrid, Taurus (original: Evolution et Techniques. T.2: Milieu et Techniques, París, Albin Michel 1945/1973) 74 Véase la discusión en Calvo, M. (2002) pp 16 y sig.

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sin embargo, la instrumentación real que hace el usuario del artefacto. Los usos no siempre corresponden a las intenciones del diseñador.

De esta forma, tenemos dos fuentes de identidad para un artefacto. La primera, la más importante, está constituida por las funciones propias del artefacto y sus componente, que a través del proceso de diseño configuran la forma y la elección de los materiales. El concepto de función contiene, por su parte, dos elementos: uno causal, la conducta que realiza un componente o todo el aparato, el otro, en el que estriba la normatividad de las funciones, histórico: explica por qué el componente forma parte del artefacto. Esta duplicidad del concepto de función se expresa diciendo que una función F de un X (bien un componente, bien un artefacto completo) es a) una conducta C que realiza X y b) que el que X realice C explica que X esté ahí. En la evolución biológica, el proceso de reproducción de los sistemas que contienen X a causa de que el que X haga C confiere una eficacia biológica relativa superior a los organismos que portan X, explica que X tenga como función propia o adecuada F. En la tecnología, el cerebro (o los cerebros) de los diseñadores sustituyen el largo proceso de variaciones al azar y reproducción a través de generaciones por el más corto proceso de la deliberación entre varias alternativas imaginadas y la selección de una de ellas. En lo que respecta a la génesis funcional el cerebro no es tan diferente de la evolución biológica: una parte produce variaciones virtuales y otra parte elige las más prometedoras75.

75 Queda fuera de la consideración de este trabajo una reciente línea de investigación de mayor interés. Se trata del diseño evolucionario. El diseño evolucionario aprovecha un método de computación, la programación evolucionaria para aplicarla al diseño de objetos. En la programación evolucionaria muchas variaciones de un programa se someten a evaluación y se reproducen aquéllas que son más acordes con una cierta intención de realización del programa. A través de otras técnicas, también nacidas en el contexto de ejemplificación evolucionaria de la computación, en particular las de la llamada Vida Artificial, podemos usar estas reproducciones para generar diversas versiones de artefactos que son sometidas a evaluación. Tanto la evolución como el diseño evolucionario son procedimientos no intencionales, inconscientes. Pero el diseño evolucionario tiene la intencionalidad derivada de los programadores del sistema, pues su elección de los parámetros por los que va a ser seleccionada una cierta variante convierte a estos programadores, o usuarios del programa, en una suerte de medio inteligente lamarckiano que dirige la evolución. De manera que las técnicas de diseño evolucionario son instrumentos que amplifican la capacidad representacional y computacional del diseñador (véase más abajo) pero no son “sustitutos no intencionales” del diseño intencional. Lo cual no obsta para que sean una de las líneas más

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Hay un elemento originario que da identidad a un artefacto: el momento en el que fue elegido el artefacto o componente, a causa de la conducta que realizaba y el beneficio que producía. Tanto en la selección como en la intención, se trata de un momento histórico que, relativamente a ciertas condiciones normales, establece la función. En el caso de la tecnología, la función puede representarse por un punto fijo en el espacio de posibilidades. Es la posibilidad elegida para ser realizada a través de la existencia del artefacto. Esta función y las condiciones normales de operación del artefacto se especifican habitualmente en el manual de instrucciones del artefacto. Corresponden a la zona de responsabilidad del diseñador (que incluye, en el caso de los ejemplares de un mismo tipo, al fabricante y al distribuidor del aparato).

Las perspectivas con las que el usuario se enfrenta al artefacto pueden coincidir o no con las del diseñador. Normalmente se solapan, pero no coinciden necesariamente. De ahí que cuando tomemos la vida del artefacto en un intervalo de tiempo un poco más largo, el usuario pueda incluirse en cierta forma en el proceso de diseño. Para una cierta corriente76, lo propio de la tecnología serían los cambios en la función debidos a la perspectiva del uso, de manera que la regla serían las

prometedoras de innovación en métodos. He aquí algunas buenas introducciones tanto al diseño como a la programación evolucionaria: Bentley, Peter J. (ed) (1999) Evolutionary Design by Computers, San Francisco, Morgan Kaufmann; Boden, Margaret (1992) The Creative Mind: Myths and Mechanisms, Londres, Basic Books (hay versión española en Gedisa), Gero, J. ; Mahler, M.L. (eds) (1993) Modeling Creativity and Knowledge-Based Creative Design, Hillsdale, NJ, Lawrence Erlbaum; Goldberg, David (1999) The Design of Innovation: Lessons form Genetic Algoritms, Cambridge MA, MIT Press; Holland, John (1975) Adaptation in Natural and Artificial Systems Ann Arbor, University of Michigan Press; Koza, John (1992) Genetic Programming: On the Programming by Computers by Means of Natural Selection, Cambridge MA, MIT Press; LANGDON, B. (1998) Genetic Programming and Data Structures: Genetic Programming + Data Structures = Automatic Programming !, Boston MA, Kluwer; Langton Chris (1995) Artificial Life: an Overview, Cambridge MA, MIT Press Mitchel, Melanie (1996) An Introduction to Genetic Algoritms, Cambridge MA, MIT Press; Todd, S.; Latham W. (1992) Evolutionary Art and Computers, Academic Press. 76 Preston, Beth (1998) “Why is a Wing like a Spoon? A Pluralist Theory of Function” Journal of Philososphy, 95, 215-54; Bijker, W.E. (1995) Of Bicycles, Bakelites and Bulbs. Towards a Theory of Sociotechnical Change, Cambridge,Mass. MIT Press; Bijker, Wiebe E., Law, J. (eds.) (1991), Shaping Technology, Building Society: Studies in Sociotechnical Change. Cambridge, Mass, MIT Press.

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exaptaciones más que las adaptaciones, para usar el término introducido por S. J. Gould para este evento evolutivo. De manera que los artefactos no tendrían identidan independientemente de la que les es conferida por la mirada de los usuarios. Puesto que esta idea se ha convertido en un dogma de la escuela constructivista, es conveniente que hagamos alguna matización al grado de verdad que contienen estas apreciaciones.

Es verdad que el segundo elemento que hemos establecido para la identidad de un artefacto es el uso, que es conceptual e históricamente parcialmente autónomo respecto a la función elegida. Así, las posibilidades que instaura un artefacto a través de las funciones propias que le dan existencia no son las únicas posibilidades pragmáticas que establece ese artefacto. Por el contrario, los usuarios establecen normalmente derivas genéticas en la reproducción del artefacto a causa de otros usos que para aquéllos para los que fue diseñado. El automóvil es en la mitología americana el habitáculo preferido para la iniciación sexual, lo que no fue la intención primigenia de los Ford y otros diseñadores, aunque ha sido un uso crecientemente contemplado por los diseñadores, que han incluido algunas comodidades al respecto. Esta reutilización es un caso en el que la acción de reutilización es intencional, pero no es intencional el proceso de rediseño del sistema, más que a través de las intenciones del ingeniero, fabricante, etc., que repara en las virtuales ventajas de aprovechar las nuevas oportunidades de uso. En los casos normales hay que hablar más bien de coevolución de las intenciones del diseñador y del usuario.

Lo que no excluye que en un futuro se incluyan de forma consciente las percepciones del usuario en el propio proceso de diseño, y no sólo en el de control77. En 1994 se realizó en el XeroxPARC (Xerox Palo Alto Research Center) un interesante experimento de observación del proceso de diseño78. Se trataba de observar como distintos sujetos se enfrentaban a una tarea de diseño de un elemento de una bicicleta, un transportín para objetos o personas. Se tomaron grabaciones del pensamiento en voz alta de los diseñadores con la intención de teorizar

77 Para la inclusión del usuario en el proceso de control, Broncano, F. (2000), o.c. y Broncano (2002) “Diseños técnicos y capacidades prácticas. Una perspectiva modal en filosofía de la tecnología” en Actas del Congreso Internacional sobre Filosofía de la Ciencia, Barranquilla, Ediciones de la Universidad del Norte (próxima publicación) 78 Los resultados fueron después desarrollados en un taller en Delft organizado por Kees Dorst y publicados en Cross, N. ; Christian, H. Dorst, (eds) (1999) Analysing Design Activity, Chichester, John Wiley and Sons.

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posteriormente sobre los procesos de creación. El experimento interesante puede extenderse también, quizá a cómo podrían interactuar ingenieros y usuarios en la tarea de realizar diseños más adaptados a las perspectivas del usuario. Las pocas experiencias de diseño cooperativo no permiten sino lamentar que no se hayan extendido aún estos métodos. Mientras no existan estas formas de diseño cooperativo, las intenciones del usuario obrarán como un medio inteligente de proliferación de artefactos, pero no como un medio inteligente de diseño.

Diseño dirigido a usuarios/inspirado en usuarios.

Donald Norman79 es un científico cognitivo que se ha dedicado últimamente a popularizar algunas ideas sobre el diseño de los artefactos basados en la accesibilidad humana, en lo que está siendo llamada no muy felizmente “usabilidad”. El mensaje importante de Norman es que sobre el diseño recae la responsabilidad de lograr que la tecnología y los humanos convivan pacíficamente. La tecnología debe permitirnos controlar la realidad sin perder el control de nosotros mismos. De ahí que una de las primeras y más importantes propiedades de los diseños es que se inserten de forma armoniosa en nuestras vidas. Merece la pena comentar sus dos propuestas más conocidas en relación con la usabilidad de los artefactos. La primera es lo que Norman denomina transparencia de las tecnologías. Por tecnologías transparentes entiende diseños que apenas dejen ver el sustrato tecnológico que hace posible el funcionamiento del aparato. Los ejemplos paradigmáticos de Norman son los diseños de ordenadores personales a lo largo de la historia reciente. La transparencia de la tecnología tiene que ver con la capacidad de los ordenadores para no perturbar al usuario, incluso al usuario más incompetente. Deberían quizá prever un modelo de intenciones de usuario tal que el artefacto interactúe realmente con sus intenciones, incluso con sus intenciones erróneas, de forma que no tenga que estarse preocupando continuamente de cómo funciona la máquina sino de lo que son sus fines personales para los que emplea la máquina.

Lo que Donald Norman está proponiendo es más bien un diseño de tecnologías opacas que de tecnologías transparentes. Los primeros ordenadores personales que se difundieron exigían de los usuarios un dominio de algunos comandos del sistema operativo, DOS,

79 Norman D. (1999) The Invisible Computer. Why Good Products Can Fail, the Personal Computer is so Complex, and Information Appliances are the Solution. Cambridge, MA: MIT Press

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particularmente, haciendo casi visible las operaciones fundamentales del ordenador. El estilo de diseño de Apple fue, como sabemos, en la dirección contraria, en la dirección propuesta por Norman de hacer que el usuario no tuviese que acceder a los elementos básicos de la tecnología. Esto nos presenta un problema de orden conceptual que debería ser objeto de un debate social. La presión por la transparencia de la tecnología lleva en la dirección que ya fue anticipada en la novela de Wells La máquina del tiempo. Los eloin, la nueva especie humana, vivía en un entorno tecnológico que no controlaba, ni siquiera veía, las máquinas se encargaban de cuidarlos y de alimentarlos. Desgraciadamente eran alimentados por los morlocks, seres oscuros de las cavernas y seres industriales, que, a su vez, se alimentaban de eloins. La metáfora de Wells es bien clara: una tecnología transparente nos libera de la esclavitud de los artefactos, con los que interactuamos sin sentirlos. Pero nos hace esclavos y dependientes de artefactos que cada vez son peor entendidos. Los automóviles antiguos podían ser reparados con piezas reutilizadas de otros automóviles, incluso de otras marcas. Cuando se viaja por países en desarrollo no es inusual observar la permanencia de los viejos talleres mecánicos que pueden hacer andar un auto inservible. Los modernos talleres han sido diseñados como clínicas del automóvil, ni siquiera se reparan: se diagnostica y se sustituye el paquete funcional entero.

Uno podría pensar que se trata de una cuestión de gustos de diseño y de consumo, pero en realidad el debate sobre la “usabilidad” y transparencia de la tecnología es un debate de fondo sobre nuestra civilización que debe ser abierto cuanto antes. La tecnología transparente, que creo que debería ser promovida, no puede sin embargo llevarnos a una trayectoria social de olvido de la tecnología, por el contrario, debería ir acompañada de una progresiva educación básica tecnológica y no puramente científica. Pues bien puede ocurrir que el subproducto sea un usuario cada vez menos lúcido y más confiado en la máquina que no entiende. Lo cierto es que necesitamos mapas de la tecnología que nos rodea tanto como necesitamos los mapas del mundo que nos proporciona la ciencia y la educación científica.

La segunda idea que promueve Norman en su cruzada por la humanización del diseño es la contemplación de las emociones en el diseño de los objetos. En un sentido su propuesta es muy clásica, sigue la tradición de la idea de diseño como envoltorio amigable o emotivo de los artefactos, tradición anclada en las escuelas de diseño industrial. Pero Norman tiene una intención más profunda que la puramente estética. Aboga por una auténtica antropología del diseño que no se limite al estudio ergonómico sino que haga visibles las relaciones

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prácticas, cognitivas y emocionales de las personas con los artefactos. La idea de una psicología del diseño está aún por desarrollar. Entre otras cosas por la profunda desconfianza de ingenieros y humanistas y científicos sociales.

Resumiendo las propuestas de esta sección acerca de la identidad de los artefactos, nos encontramos con la idea de que los artefactos tienen una existencia compleja en varios elementos de su organización: los materiales, la forma, la función, el uso. El diseño es la actividad que representa todos estos niveles, y lo hace mediante elecciones que refuerzan unos elementos u otros dependiendo de los intereses que guíen al diseñador. Las diversas escuelas de diseño encuentran en esta pluralidad de niveles el objeto fundamental para sus elecciones y sus propuestas son propuestas que nos conducen a resaltar unos u otros aspectos de la identidad de los artefactos. No hemos entrado, sin embargo, en esas controversias. Nos parece mucho más importante descubrir la base para la trama de argumentos que llevan a unas u otras tendencias. Al final, para suerte o desgracia, el ingeniero contemporáneo ya no puede sustraerse al debate cultural que desde la Bauhaus al menos ha calado en los propios fundamentos de la técnica, llevando el mundo de lo semiótico a donde el ingeniero más clásico temería horrorizado que llegase: al propio diseño de los objetos.

Las controversias sobre el predominio de los distintos aspectos del diseño nos lleva directamente al corazón de la idea de diseñar objetos para dar origen a su existencia, idea que, como venimos insistiendo, constituye el corazón de lo técnico y el fundamento de la existencia del ingeniero. Desde el punto de vista de esta actividad de diseño aparecen tres condiciones que dieron nacimiento a la tecnología moderna y la separaron definitivamente de las artesanías:

El diseño debe ser representable.

El diseño debe ser público.

El diseño debe ser realizable.

La representabilidad de los diseños.

La revolución industrial y la técnica moderna comenzó cuando los ingenieros navales sustituyeron las viejas formas de construir buques basadas en la sabiduría práctica de los carpinteros navales de los astilleros por las operaciones pautadas siguiendo las instrucciones del plano. El plano o proyecto inventó la tecnología: a partir de su existencia cambiaron las operaciones técnicas que ya no estarían

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guiadas por la imaginación y el trabajo sobre el objeto, sino por las estrictas medidas representadas en el plano. Fue una transformación que no se hizo sin resistencias, pues los carpinteros navales las interpretaban como una intromisión en su trabajo de un petrimetre alejado del trabajo práctico. Sin embargo la representación formal de un artefacto aseguraba, entre otras cosas, la repetibilidad ilimitada de su forma y por consiguiente también de sus funciones. En adelante, el barco que hubiese sido encontrado eficiente podía ser repetido aún sin conocer cuál era la causa diferencial de sus capacidades de navegación superiores. La representabilidad del objeto en un plano permitía también su fabricación en una escala inferior y la observación en un laboratorio de ensayos de sus propiedades y rendimientos. Por lo mismo, un error en el diseño podía ser corregido en el plano antes que en la realidad haciendo mucho menos arriesgada la fabricación final. Por último, la representabilidad de un diseño aseguraba la posibilidad de estandarizar la fabricación de las piezas del artefacto, el diseño de máquinas adecuadas para la tarea de fabricar piezas similares y, en consecuencia, la producción en masa de los objetos.

No hay diseño sin un medio representacional para realizarlo. Las capacidades de planificación y proyecto de la mente humana son limitadas. La mente humana puede ser buena jugando al ajedrez a causa de que el espacio de configuraciones está muy bien definido, pero en los demás contextos prácticos, la mente depende de la interacción del lenguaje y de sus capacidades de representación en imágenes, que no son excesivas. Esto explica el lento desarrollo de la tecnología en la historia hasta que surgieron los lenguajes representacionales útiles en los procesos de diseño. Un medio representacional está constituido por un formato que codifica la información y un conjunto de operadores que permite transformarla. Así, en la imaginería en perspectiva, que en entre los siglos XV y XVIII se convierte en el medio representacional del diseño tecnológico, el formato lo facilita la imagen bidimensional, mientras que los operadores de transformación son los que resultan de la aplicación de las reglas de la geometría proyectiva. Esta conjunción convierte a lo que antes fue simplemente un medio de expresión en un auténtico medio representacional que hizo (y hace) posible la tecnología. Es cierto que el paradigma de medio representacional es el lenguaje, y casi sólo el lenguaje, precisamente por la claridad y precisión de las reglas de transformación. Pero debemos pensarlo con más cuidado.

El lenguaje tradicional del diseño ha sido el llamado dibujo técnico. Es una extensión aplicada de la geometría proyectiva que nos permite manipular y transformar la imagen de un objeto, una vez que conocemos sus medidas. La transformatividad de la imagen mediante la

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transformación de la proyección es esencial para los múltiples propósitos que cumplen los diseños, desde dirigir la producción del artefacto hasta comprobar sus capacidades composicionales80.

80 Uno de los aspectos esenciales de los medios representacionales es la capacidad multimedia de representación. Los medios representacionales son inútiles científicamente si no pueden ser integrados en un modo de comunicación y pensamiento multimodal. La traducibilidad de la información desde unos a otros formatos es absolutamente esencial, especialmente cuando tenemos en cuenta los complejos procesos de conocimiento distribuido en los que múltiples científicos de formación diferente experimental y teórica deben colaborar coordinando sus actividades en medios representacionales diferentes. Los sociólogos que han estudiado las actividades de los laboratorios han subrayado la importancia de las traducciones aparatos y formatos expresivos diferentes. Pensemos, por ejemplo, en un problema que deben resolver quienes emplean pequeños ordenadores coordinados en paralelo para resolver problemas de cálculo que de otro modo serían imposibles por el costo de los grandes ordenadores, o incluso por la complejidad de la computación: ¿corresponden las constricciones técnicas de la red a las divisiones naturales de los problemas del cálculo en subtareas?. Es un problema que en parte depende de las características de cada pequeño ordenador, y de sus capacidades de cómputo, en parte de los sistemas operativos en los que se trabaje, y en parte de la propia representación del problema. En estos casos, cada vez más corrientes en la investigación contemporánea, la traducibilidad entre medios representacionales se convierte en una de las principales constricciones del problema. La computación va a depender de estas dos capacidades: integración de formatos y coordinación de medios. La coordinación, en muchos casos, depende una posibilidad de conversión de medios representacionales y esto depende de los formatos en que se codifique la información (digital y analógico como paradigmáticos). Esta conversión hace que la representación sea transportable. Las capacidades computacionales de un sistema dependen de las propiedades de los medios representacionales en que se ejecuten. La computación consiste en hacer ver (descubrir) cierta información sobre un estado de cosas mediante transformaciones representacionales. Computar requiere almacenar y extraer la información mediante la manipulación de estados representacionales en un medio. Los medios representacionales públicos son artefactos simbólicos en los que se deposita información interpretable; forman parte de la memoria semántica externalizada de un sistema cognitivo complejo, y por consiguiente, son recursos cognitivos externos que se activan en coordinación con recursos internos de los sistemas cognitivos. En este sentido, son transformaciones prácticas en el medio que modifican el contexto cognitivo en cuanto abren o cierran posibilidades informativas, pues el medio representacional determina la accesibilidad de la información. De aquí su importancia dentro de los contextos cognitivos: cada medio representacional determina un tipo de filtro informacional y, por tanto, define un acceso y un horizonte informacionales; cada medio representacional delimita un conjunto de accesos cognitivos al entorno informacional; estos accesos están diseñados según el uso que se haga

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Pensemos en los planos de un buque de guerra de finales del siglo XVIII, en los de un puente de metal, como los desarrollados a partir de los años 30/40 del siglo XIX, o en las primeras máquinas de vapor desarrolladas por Watt. Eran artefactos que tenían una inusitada complejidad para la época y que fueron llevados a cabo mediante técnicas de diseño consciente en un medio representacional como el dibujo de sus múltiples componentes. Sin el dibujo técnico hubiesen sido imposibles el desarrollo de componentes con medidas estandarizadas y fabricadas por artesanos o industrias dispersas, pero que debían encajar luego en el montaje y la fabricación del artefacto.

Los elementos de forma y, por consiguiente, las medidas precisas de los componentes son las propiedades esenciales de la composicionalidad de los artefactos, de manera que no es extraño que no puedan existir diseños sin un medio como el que suministró la geometría proyectiva81.

El segundo e igualmente imprescindible medio para el desarrollo de la tecnología moderna fue el análisis matemático. El cálculo de variables permitió la simulación de la dinámica de los sistemas, y por ello también la simulación del comportamiento de los artefactos a los largo de procesos como por ejemplo, de sometimiento a cargas, probando así sus capacidades de resistencia y funcionamiento en las condiciones particulares especificadas. Es difícil exagerar la importancia de estos dos medios representacionales, y especialmente del análisis en el desarrollo de la ingeniería. La importancia de la modelización en el diseño es la característica fundamental de la ingeniería contemporánea: penetra mucho más profundamente en la estructura funcional y permite la proyección en el futuro a través de la variación en los parámetros y condiciones iniciales82.

del medio. La idea es que la capacidad representacional determina también la información que es accesible, pues de otro modo los vehículos informacionales no producen una información representable. Piénsese en alguien que tuviese alguna capacidad de captar los infrarrojos “visualmente” pero fuese incapaz de representar los resultados en un formato inteligible: la información sería igualmente inaccesible para él y para quien careciese de esta capacidad. 81 Un magnífico estudio teórico sobre el significado de este medio representacional es Pérez-Gómez, A. (1999) Architectural Representation and the Perspective Hinge, Cambridge, MA, MIT Press. 82 Como ejemplo de la aplicación de las técnicas de modelización al proceso de diseño, véase por ejemplo Du, Xiaoping; Chen, Wei (2000) “Towards a Better Understanding of Modeling Feasibility Robutness in Engineering Desing” Journal of Mechanical Design 122 385-94.

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El tercer paso importante en el diseño ha sido la creación de modelos complejos de nuevos materiales. La posibilidad de diseñar los propios materiales con los que están constituidos los artefactos, ha sido posible, por supuesto, mediante el desarrollo científico de la química. Pero el desarrollo de nuevos materiales es él mismo un resultado tecnológico que no hubiera sido posible sin los medios computacionales que permiten las ordenaciones espaciales complejas de las moléculas.

El uso sistemático de la computación en el diseño es otro de los cambios que merece la pena desarrollar con más extensión de la que aquí disponemos83. Los métodos de CAD (Computer Asisted Design) han transformado completamente las viejas prácticas de dibujo. Pero aún son más interesantes por lo promisorio el uso de los propios ordenadores como instrumentos de diseño automático.

Quizá uno de los elementos más interesantes que está aún por desarrollar sea el de la creación de un auténtico lenguaje funcional. Existen pocos intentos desarrollados de crear una auténtica ciencia de las funciones, o más modestamente, de medios representacionales funcionales. Un reciente intento interesante es el de Stone y Wood84. Estos autores proponen clasificar las funciones a través de la idea de flujos: de material, de señales y de energía, de modo que se conforman un núcleo sistemático de clasificaciones que dependen tanto de las características del contenido ontológico del flujo como de las operaciones que se realizan. Surgen así funciones abstractas como: RAMIFICAR, CANAL, CONECTAR, CONTROL DE MAGNITUD, CONVERTIR, SEÑAL, SOPORTE. Es un intento de sistematización que indica, por el carácter cercano al lenguaje cotidiano que tienen las denominaciones, cómo la ontología y sistemática de las funciones son todavía programas que esperan un urgente desarrollo.

Publicidad de los diseños.

Las controversias contemporáneas alrededor de muchos productos, o incluso de tecnologías completas, como la tecnología de reactores nucleares para la producción eléctrica, las biotecnologías aplicadas a los organismos genéticamente modificados, a la investigación en tejidos para xenotrasplantes o los desarrollos en reproducción humana, han puesto de manifiesto la profunda desconfianza de muchos movimientos sociales acerca de la

83 Véase nota 6 más arriba 84 Stone, Robert.B.; Wood, Kristin, L. (2000) “Development of a Functional Basis for Design” Journal of Mechanical Design.

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transparencia del sistema de ciencia y tecnología. El carácter público de los productos de la innovación ha sido uno de los puntos de mayor controversia, particularmente cuando el desarrollo de los métodos de investigación masiva en el genoma ha generado numerosos productos patentables (y patentados), razón por la que las biotecnologías, en buena medida, se han convertido en las receptoras de una gran cantidad de capital de riesgo. Este aspecto de la tecnología (y de la ciencia, pues no podemos ya separar las controversias en el aspecto político en ambas categorías) ha llevado a muchos críticos a insistir en el componente público de la tecnología como una reivindicación que está en la línea de una forma de mayor control social democrático sobre su desarrollo.

Este debate es extremadamente importante: en absoluto debe ser minimizado (o peor aún, ninguneado). Sin embargo, es un debate que en el orden lógico debe seguir a un cuidadoso trabajo ontológico y epistemológico acerca de la naturaleza de la tecnología y de los diseños en particular. De hecho siempre fue así. La epistemología, en lo que respecta a la ciencia moderna, estuvo siempre en una profunda relación con la política. Pero nunca hubo relaciones de subordinación, sino más bien de lo contrario. Hay dos momentos en la epistemología moderna que conviene recordar con cierto cuidado para repensar lo que ocurre ahora con la tecnología en general y con los diseños en particular. El primero fue la reivindicación de la privacidad, de la primera persona, como autoridad última en el razonamiento que conduce a la aceptación racional de una creencia. Esta reivindicación tiene relación con la el socavamiento que la filosofía moderna realizó en el Principio de Autoridad: nada recibido socialmente, ni siquiera la fe, es suceptible de ser aceptado sin el filtro de la autoridad de la primera persona. De aquí a una construcción solipsista del conocimiento solamente hay un paso, que dieron algunos filósofos muy consistentes, entre los que Berkeley tiene un lugar de honor. Pero hubo un segundo momento que se produjo al compás del desarrollo de la filosofía experimental. La autoridad de la primera persona fue puesta en tela de juicio en tanto que “primera persona” aislada de sus relaciones sociales. Fue el momento del desarrollo de las primeras arenas públicas de evaluación de los experimentos, particularmente entre los filósofos naturales ingleses de Cambridge y Birminghan. La autoridad de la primera persona se admitió pero sólo en tanto que sujeto que se hacía responsable de una intervención pública en la que sostenía mediante experiencias abiertas lo que postulaba como creencias aceptables. Esta segunda filosofía es paralela, pero independiente de la primera en el origen de la ciencia y el conocimiento moderno. De su independencia, y aún inconsistencia, da cuenta, como es bien sabido, la trayectoria filosófica de Wittgenstein entre ambas tradiciones. En el primer sentido la reivindicación es que el conocimiento es privado, pero tiene una

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proyección y un origen política indudable: minar la autoridad de la filosofía y la teología, dejando en manos de la autonomía individual el control de las decisiones epistemológicas. En el segundo sentido el conocimiento solamente existe en un ámbito público intersubjetivo, en un sistema de reconocimiento mutuo de autoridad y habilitación cognitiva y práctica. Sin embargo en este segundo sentido la proyección política es mucho menos evidente, pues supone la previa existencia de una comunidad legítima de iguales, de seres capaces de entender y valorar los argumentos y extraer las correspondientes inferencias.

Tenemos así tres sentidos del debate sobre la publicidad de un objeto, de los diseños en particular:

Si son apropiables públicamente

Si son objetos de representación privados

Si son objetos representables en el ámbito público85.

Algunos autores que han reivindicado el elemento “práctico” y de habilidades de la tecnología, y de los diseños en particular, podrían quizá argumentar a favor de la existencia de ciertos elementos esencialmente privados en el proceso de diseño, del mismo modo que en el ámbito paralelo de las estética también se suele considerar al menos la existencia de un núcleo privado e incomunicable de esta experiencia, por muy socialmente determinada que esté su génesis. No obstante, nuestro argumento sobre la representabilidad de los diseños nos lleva a considerar que la proposición fundamental es la tercera. Solamente existen diseños porque pueden ser representados los componentes intencionales del proyecto en un lenguaje que es público y que es, él mismo, el producto de técnicas y artefactos dirigidos a la representación.

Pues bien, este carácter público de los diseños es el que garantiza precisamente el sistema que a veces se somete a controversia, la “patentabilidad” de los diseños. Pues una patente es un acto normativo por el que se hace público un diseño.

Es cierto que el sistema de patentes es un sistema institucional que garantiza ciertos derechos adquiridos a través de la innovación. Es muy interesante a este respecto el origen del derecho de propiedad

85 Véase para un tratamiento más extensor Vega, J. (2002) “Ciencia privada, conocimiento público”, Isegoría, 25 (2002), 247-260.

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sobre un invento: se garantiza que un trozo de futuro pertenece al descubridor. Para ello el sistema de patentes debe garantizar públicamente algunas propiedades del diseño: que sea interesante y responda a un problema práctico, que estén expuestas las pautas esenciales para la construcción del artefacto, que el artefacto de hecho sea realizable y funcione. Se exigen, por último, referencias a otros artefactos y métodos existentes ya en el sistema social. La patente garantiza derechos, pero la patente solamente puede obrar si lo hace a través de un sistema completamente público de información. Lo que se patenta es, pues, el diseño: un objeto representacional que hasta el momento ha estado en un ámbito privado, pero que tiene en virtud de su expresión en un medio representacional un carácter abierto, escrutable y reproducible. La patente da fe de su carácter público y asigna un derecho al autor, pero al mismo tiempo garantiza el acceso a la información sobre el artefacto.

Si observamos cuidadosamente es un sistema jurídico similar al sistema normativo de publicaciones en el caso de la ciencia. Una publicación científica es un documento que tiene un carácter normativo y que está escrita en un lenguaje público, pero además que ha sobrepasado ciertos tests normativos de originalidad, relevancia y fiabilidad (aunque no, repárese cuidadosamente, de verdad). Mediante el acto de publicarlo en una publicación que tiene normas y está a cargo de personas competentes, los editores, la comunidad convierte esta publicación en un documento, en un objeto que puede ser aducido como información, es decir, en un objeto de la esfera pública.

La apropiación o no, en el sentido de los incentivos que potencialmente pudieran obtenerse por el uso, es una cuestión diferente que está siendo debatida crecientemente. El debate, ahora sí, es claramente intrumental y de interés para las políticas públicas en el ámbito de la innovación y el desarrollo.

El punto esencial es, sin embargo, cuál es la esfera pública relevante en el caso de la tecnología. De acuerdo a ciertas instituciones, por ejemplo el Bureau of Patents and Trademark, muy probablemente esta esfera pública esté constituida por el sistema del código civil que regula las relaciones de mercado, pero quizá sea conveniente una segunda y más penetrante mirada: pues una invención tecnológica supone una apertura en el espacio de posibilidades.

El punto central de mi cuestión es ¿cómo podemos garantizar

que el espacio de oportunidades se convierte en una parte de la esfera

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pública?. Aquí nos encontramos con algunas situaciones un tanto

extrañas, como podría ser el caso de alguien que sostuviera que el

futuro es de quien lo entreve o hace posible a causa de su invento. O,

por el contrario, puede debatirse si el futuro es algo que compete a

todos y por consiguiente debe abrirse un espacio de discusión del

diseño en todos sus niveles. Este tipo de cuestiones especulativas no

responden aún a la pregunta de cómo es posible hacer que el futuro

entre en la esfera pública. Las discusiones más habituales se refieren

únicamente a las constricciones de orden moral que se imponen

sobre los sistemas tecnológicos, pero la cuestión que sigue abierta es

el de cómo puede desarrollarse un sistema de proyectos y diseños en

la esfera pública.

Realizabilidad técnica en un mundo mal entendido.

En los duros tiempos de la guerra fría, una buena parte del imaginario social expresado en las novelas, películas, etc. tenía que ver con las actividades de las grandes potencias para robarse unas a otras los planos de las armas barrocas que formaban parte de la carrera de armamentos. En Cortina Rasgada, de Alfred Hichtcock, Paul Newman encarna a un físico que es reclutado como espía para viajar al este y convertirse en el interlocutor de un profesor que ha resuelto un problema de balística intercontinental esencial para el desarrollo de las nuevas generaciones de misiles. La capacidad de los americanos para llevar a cabo la construcción de tales amenazantes artilugios dependía de la resolución de un problema, creo recordar, sobre la estabilidad de un tipo de combustible: resuelto el problema, copiando la fórmula, el misil se convertía en una real amenaza que podía llegar a la existencia.

La idea de realizabilidad de los diseños nos conduce a la cuestión sobre las capacidades técnicas de una sociedad particular para hacer real la existencia de un artefacto hasta ese momento en estado puramente de posibilidad conceptual. La realizabilidad de un diseño es

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una clase particular de posibilidad: es una posibilidad accesible desde una situación dadas las capacidades técnicas de una cultura.

Pero no tenemos una buena aproximación más allá de lo intuitivo a lo que queremos expresar con la idea de “capacidades técnicas”. El ingeniero y profesor de métodos de ingeniería Billy Vaughgn Koen86 ha definido el método del ingeniero como “el uso de heurísticas para causar el mejor cambio en una situación pobremente entendida dentro de los recursos disponibles” (p.94). Koen ha elaborado su propuesta desde la cercanía de su trabajo didáctico a la práctica de la ingeniería y merece la pena que tomemos muy en serio su definición aparentemente escéptica y alejada de toda visión utópica de la ingeniería: nos habla de una comprensión del ingeniero más parecida a la de un artesano que dispone de una caja de herramientas y de soluciones que a la imagen del arquitecto del universo que uno podría inferir de la idea de diseñador. El ingeniero no es omnisciente, no es desde luego omnipotente: hace lo que puede con los recursos técnicos y heurísticas a las que puede acceder desde su posición. Si entendemos en estos términos tan humanos el proceso de diseño, como un acudir al almacén de recursos para crear algo nuevo conceptualmente, y un volver a acudir para llevarlo a la práctica, entenderemos la realizabilidad como una senda bastante sinuosa, a veces no previsible, que nos lleva desde un boceto a un producto. Las capacidades técnicas serían entonces algo así como el almacén de recursos al que acudir para resolver un problema. En el almacén se archivan conocimientos prácticos, recetas, cacharros, instrumentos, otros proyectos y experiencias fallidas, etc.

Desde la perspectiva de las capacidades técnicas, una sociedad, una empresa, un laboratorio de diseño, puede entenderse entonces como un nudo en el que convergen habilidades, saberes operacionales, “experiencias”, en el más honesto sentido de la palabra, recursos, información, un cajón de sastre, en definitiva que nos permitiría si lo ordenásemos conjeturar con plausibilidad si seremos capaces o no de llevar a cabo una tarea. La realizabilidad, entendida así, tiene un aspecto subjetivo de confianza en la capacidad de un cierto complejo humano de realizar una transformación como la especificada en el diseño, y desde un punto de vista objetivo se traduce en que esa confianza esté fundamentada en la existencia real de recursos y de la habilidad para movilizarlos en orden al objetivo buscado.

86 Koen, B.W. (2003) Discussion on the method. Conducting the Engineer’s Approach to Solving Problems, Oxford, Oxford University Press.

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La presencia de un diseño inquieta necesariamente, perturba la estabilidad del grupo. Aunque sea el más inocuo, la aparición de un diseño genera siempre un horizonte de expectativas en las que se mezcla el riesgo, la incertidumbre, el deseo y la esperanza. El paso de un problema a un diseño, de un diseño a un prototipo o modelo simulado y de un prototipo a un ejemplar útil es siempre un paso delicado que trasciende lo puramente ingenieril. El ingeniero tiene que saber que está modificando las trayectorias históricas, que se debe hacer responsable de lo que le toca y de todo lo que le toca, y por eso la realizabilidad debería dejar claras las esferas de responsabilidad. Pero lo inquietante o esperanzador de un diseño estriba en su realizabilidad, en que, en conjunción con las capacidades técnicas de una sociedad, puede llegar a ser real y afectar radicalmente a las trayectorias históricas.

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CAPÍTULO 4

EL MITO DE LA MÁQUINA Y LA AGENCIA TÉCNICA.

La idea de agencia técnica y el poder.

El espacio normativo de la tecnología está constituido de forma esencial por dos dimensiones respecto a las cuales determinamos si tal o cual artefacto técnico es un logro humano en una particular situación y contexto. En los dos anteriores capítulos nos hemos referido especialmente a una de ellas, a la expansión de las capacidades del sujeto particular (individual o colectivo) que produce la ampliación y apertura del espacio de oportunidades accesibles, y que es realizada como “diseño” de lo que será un nuevo objeto en el poblamiento de lo real. Esta primera condición tiene que ver con una de las dimensiones de la libertad: la que está unida a la imaginación de alternativas deseables. Es una dimensión necesaria para el ejercicio de la agencia entendida como capacidad de transformación de la situación presente, pues, como sabemos, los humanos no tienen simples conductas, su modo de existencia es la acción intencional, que implica el dominio de las posibilidades imaginadas como componente esencial de la motivación. Sin embargo, por necesaria que sea, la dimensión de apertura de la realidad cualifica solamente una parte de la agencia humana87. Más allá, valoramos además que los logros sean logros humanos, logros propios, logros en los que el estado de cosas pretendido sea un producto de la acción y solamente de la acción, y no un resultado causado por el azar lleno de consecuencias no buscadas. No siempre se cumple de manera completa esta condición y, para ser

87 Llamaré “agencia” a la capacidad de actuar libre e intencionalmente y llevar a cabo lo decidido. La agencia es así una capacidad que supone una previa representación de los objetivos, de los valores y normas que guían la acción, así como una deliberación sobre la propia habilidad para llevar a cabo esos objetivos, sobre la oportunidad de actuar, etc. Repárese en que el que lo logrado sea fruto de la propia capacidad y no de la suerte es un elemento constitutivo de la agencia, a diferencia de otras formas de acción. Podría aducirse que “agencia humana” es una redundancia tan tonta como “persona humana”, pero no podemos excluir que encontremos formas de agencia limitada en otros seres, incluidas algunas máquinas.

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realistas, de hecho casi nunca. La regla es, por el contrario, la ubicuidad de las consecuencias no queridas de la acción, que las acciones humanas alcancen sólo en parte al cumplimiento de los deseos; en otras, por el contrario, cambian la trama de las cosas y producen o pueden producir consecuencias ajenas no buscadas o, peor aún, extremadamente temibles y no deseadas. “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones” dice el refrán, enseñándonos la primera lección de la prudencia.

El saber que hay consecuencias no queridas es el fundamento metafísico del principio prudencial de precaución ante las realizaciones novedosas. Es un principio regulador que poco a poco va conformando las legislaciones más sensatas de las sociedades que son conscientes de su poder técnico pero también de los riesgos inducidos. Para quienes solamente ven la novedad como la dimensión esencial del progreso, el principio de precaución se convierte necesariamente en el único principio político de la tecnología. Pero la novedad es solamente una de las formas que asume la agencia humana. La segunda es la que nos permite propiamente cualificar la agencia como agencia: la capacidad de realización efectiva de lo que se pretende. Y es ésta la dimensión normativa que está en el trasfondo de lo que generalmente se entiende como eficacia técnica88. La idea de eficacia contiene estratos y facetas múltiples que han dado lugar a numerosas discusiones acerca del lugar más o menos central que ocupan en la racionalidad técnica. Los dos más importantes son, el primero, la economía de medios respecto a los fines, que hizo que los críticos de la escuela de Frankfurt mezclasen la racionalidad económica y la tecnológica como partes de una misma idea menguada de racionalidad; el segundo, la idea de rendimiento entendido desde la termodinámica como el menor gasto energético que depara la mayor potencia. No son ninguno de los dos elementos despreciables del diseño técnico, pero no constituyen el núcleo normativo de la técnica. No la racionalidad económica por una razón empírica: la técnica implica generalmente un desbordamiento del espacio de cálculo económico. La introducción de una nueva tecnología puede o no hacerse por la búsqueda de un nuevo beneficio, pero en general la historia de la innovación tecnológica sería inexplicable si hubiera estado sometida a las reglas del mínimo costo89. En lo que

88 Quintanilla, M. A. (1986) Tecnología: un enfoque filosófico. Madrid: FUNDESCO; Queraltó, R. (2003) Ética, tecnología y valores en la sociedad global. El caballo de Troya al revé. Madrid: Tecnos. 89 En Broncano, F. (2000) Mundos artificiales. Filosofía del cambio técnico. México: Paidós, hemos insistido en que la creatividad técnica no puede explicarse por razones de beneficio, entre otras cosas porque es la introducción de una nueva técnica la que modifica los espacios de decisión en los momentos

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respecta al rendimiento de potencia, es sin duda un considerando importantísimo en el diseño de artefactos pero lo es entre otros muchos valores que conforman la idea de buen diseño. Por citar solamente un escenario bien conocido, la economía energética puede ser de valor más bien secundario cuando nos situamos en un ámbito en el que estamos deliberando sobre diversas alternativas energéticas, algunas de las cuales, pongamos por caso, quizá sean menos eficientes pero son ecológicamente más deseables.

El núcleo esencial normativo, que está presente de forma distinta en los anteriores valores, y que en general determina el peso de todas las deliberaciones, es el grado de control sobre un aspecto de la realidad que introduce una nueva tecnología. La fuerza normativa de este criterio deriva de que es un elemento constitutivo de la agencia humana: establece el grado de dependencia metafísica entre el plan o representación de la acción y el resultado conseguido.

La idea de control ha sido interpretada como el pecado original de la tecnología, como el manifiesto de la soberbia humana y su desprecio por una naturaleza degradada a bien de consumo. Desde los críticos pesimistas de la tecnología al moderno pensamiento feminista sobre la técnica se ha entendido que control es voluntad de poder, dominación y rapiña. No negamos, al contrario, que sea una parte consustancial a la lógica del capitalismo. No negamos, al contrario, que en la sociedad del deseo haya un punto de locura y ceguera a las consecuencias de unas vidas y una civilización asentadas en el consumo sin sentido. No negamos, al contrario, que en la lógica de los poderosos ilusionados con la fuerza simbólica de los cacharros técnicos, el desprecio a todo lo que no sea la pura adoración sin contexto del artefacto constituya la regla de muchas alternativas tecnológicas: el

más importantes, y así ha sido entendido por la tradición schumpeteriana en economía. Pero es que además, si nos atenemos a la historia, y consideramos que los principales desarrollos técnicos contemporáneos tienen mucho que ver con los desarrollos militares, no es difícil mostrar que tales desarrollos son difícilmente achacables a consideraciones económicas. Por el contrario, como muestran los déficits de los grandes estados militares, la carrera de armamentos es más que otra cosa un derroche económico. Esta tesis ha sido defendida con cuidado histórico referido al caso americano y a la introducción de la automatización (que será el caso paradigmático considerado en este capítulo) por Noble, D. F. (1984) Forces of Production. A Social History of Industrial Automation Nueva York, Alfred Knopf. Para el caso de la primera industrialización soviética es extremadamente interesante el ya citado Graham, L. (2001) El fantasma del ingeniero ejecutado. Por qué fracasó la industrialización soviética. Barcelona: Crítica (or. 1993).

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cacharro más grande, el más poderoso, el más brillante, cueste lo que cueste y cause lo que cause. Pero no es esto lo que pretendemos defender en nuestra presentación de la normatividad de la tecnología. Antes bien, por el contrario, el control de la agencia es, debe ser, un supuesto previo a todas estas situaciones particulares históricas de cómo se ordena una civilización particular. El control es más bien algo que está situado en estratos más profundos de la acción humana, es una condición de posibilidad (parcial) de cualquier agencia. La moral misma supone el control de la acción: deber implica poder, algo que a veces se olvida en las consideraciones puramente intencionales de la moral. Y poder, en este sentido, es poder hacer y no poder desnudo.

Lewis Mumford90, el más conocido y persistente de de los críticos culturales de la tecnología, sostiene que hay un hilo conductor en la avaricia de poder a lo largo de todo el proyecto científico. La revolución científica, sostiene Mumford, significó en su desbancamiento del geocentrismo, el ascenso de un nuevo dios sol, una teología del poder que se conserva hasta la moderna industria y tecnología:

“A medida que la potencia mecánica se incrementaba y la propia teoría científica se hacía más adecuada mediante la verificación experimental, el nuevo método ampliaba su dominio y con cada nueva demostración de su eficiencia apuntalaba el tambaleante esquema teórico sobre el que estaba basado. Lo que comenzó en el observatorio astronómico terminó en nuestros días en la factoría de funcionamiento automático y controlado computacionalmente. Primero el científico se excluyó de la imagen del mundo que había construido a sí mismo y con él una buena parte de sus potencialidades orgánicas y sus afiliaciones históricas. A medida que este sistema de pensamiento se difundió por todos los departamentos, el trabajador, incluso en su más reducido aspecto mecánico, fue excluido del mecanismo de producción. Al final, si esos postulados permanecen sin respuesta y los procedimientos institucionales se mantienen intactos, el propio hombre será separado de cualquier relación significativa con el medio natural o con su propio medio histórico” (Mumford, 1970,p. 66)

Expresa aquí Mumford una filosofía decadentista de la revolución científica y tecnológica: no habría sido una modalidad de humanismo sino lo opuesto, un paso atrás en la autonomía humana, un ideal sustituido por la idolatría del poder. Mumford coincidiría con Kant en considerar que la revolución científica fue esencialmente una

90 Mumford, L (1970) The Myth of the Machine. The Pentagon of Power. Nueva York: Harcourt

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inversión del antropocentrismo medieval pero, a diferencia de Kant, sostendría que la nueva idea de una naturaleza ajena a los designios humanos no abre paso y permite una nueva forma de autonomía basada en el juicio, sino que, por el contrario, emprende un sendero que seguirán las posteriores trayectorias históricas transmitiendo a todas las instancias de la civilización moderna el oscurecimiento de lo humano y el ascenso del poder basado en la máquina y el mecanismo.

La palabra “poder” es insidiosamente ambigua, no sólo en castellano pues permite al menos tres sentidos distintos cuya confusión origina una buena parte de los debates sobre la legitimación de muchas instituciones y de escepticismo sobre las normas. En primer lugar, “poder” es “poder para”, capacidad de agencia; en segundo lugar, “poder” puede significar asimetría en el control de la realidad y, sobre todo asimetría en las relaciones humanas. El poder en este segundo sentido es poder sobre otros, poder sustentado no en el libre consentimiento reflexivo sino en la amenaza y la disciplina. Por último, “poder” equivale en ocasiones a autoridad. La autoridad, a diferencia del poder en el sentido anterior de dominio/sumisión es una relación asimétrica libremente aceptada por la que algunas personas ceden a otras una capacidad de control, y lo hacen de forma reflexiva, consentida y confiada. El conductor del autobús no tiene poder sobre los pasajeros, sino autoridad: podrían elevarse en asamblea y sustituirle, si tal cosa fuese necesaria porque hubiese suscitado la desconfianza91, pero entretanto la relación usual es de autoridad respecto a una acción particular: la de la conducción del autobús. Las relaciones de autoridad, claro, son cesiones de control restringidas a un ámbito concreto de la acción. Concedemos autoridad a un profesor para que nos enseñe lo que sabe, pero no, pongamos por caso, para que nos diga qué tenemos que hacer o para que acose nuestra conducta sexual.

La idea de control de lo real, entendido normativamente como dimensión constitutiva de la agencia humana, pertenece al primer sentido de la idea de poder, es decir, de capacidad para poder hacer. Ocasionalmente, en ciertos contextos, puede reflejar también relaciones de autoridad: cuando la acción es colectiva y exige confianza en el saber hacer de los otros componentes del equipo. En estos contextos la organización social pasa a formar parte de la acción técnica en todos los

91 Agradezco a los miembros del programa de doctorado de Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad del País Vasco sus discusiones que me han obligado a precisar muchos términos, entre ellos la relación del control con el poder. La relación de la autoridad y la confianza la debo en parte a las discusiones con Patricia Revuelta.

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niveles y las relaciones de dependencia que toda relación social entraña hace que las capacidades se asienten sobre relaciones de poder social, que pueden ser, a su vez, consentidas y legitimadas y por tanto son relaciones de autoridad o simplemente relaciones de sometimiento puro basadas en la necesidad, como ocurre en la gran mayoría de las relaciones de producción.

La acción técnica, como cualquier otra acción humana, adquiere significado social en la medida en que transforma a la vez que es ella misma conformada por las relaciones sociales de poder2, en el sentido de control de otros. Ahora bien, en tanto que acción técnica solamente puede entrar en relaciones de poder2 si previamente es entendida como acción técnica en nuestro primer sentido. El doctor y el chaman pueden tener ambos una cuota importante de dominio sobre otros92, ambos pueden ocupar similares posiciones en la trama de las relaciones discursivas, y su voz puede tener consecuencias parecidas sobre los pacientes o sobre los miembros de la tribu. Enfocada así la situación, ambos tienen poder2 sin que ello quiera decir que lo tienen o han adquirido por las mismas razones o causas: en la arqueología del poder las relaciones discursivas, el que los sujetos pacientes atiendan a discursos similares sobre su miedo a la enfermedad, en nuestro caso, no son lo único constitutivo de las relaciones de poder. Las condiciones de éxito de las acciones de uno y otro personaje se asientan sobre capacidades de realización no puramente discursivas sino de control efectivo de lo real. Sería algo más que una locura, un delito de ceguera social, no considerar las dimensiones sociales de la acción técnica, pero también es un conspicuo delito de ceguera técnica la reificación en las cosas de las relaciones sociales de asimetría. Las relaciones de poder implican relaciones subjetivas de sumisión, las relaciones técnicas de

92 Merecerían un examen más profundo y matizado que el que aquí podemos hacer las tesis de Foucault sobre las relaciones entre poder y técnica. En su trabajo de 1969 en el que desarrolla con bastante claridad su programa historiográfico, Foucault, M. (1970) La arqueología del saber. México: Siglo XXI, deja claro que lo que a él le importa es la reordenación de los discursos históricos para mostrar quién habla, bajo qué relaciones de poder lo hace y en qué contextos institucionales (laboratorio, hospital, cárcel, etc.) lo hace. En este sentido, la arqueología foucaultiana es descriptiva, no explica las condiciones de éxito que están implicadas en las relaciones de poder. Se trata de un método histórico para desvelar la trama de las asimetrías en el discurso. El paso a considerar que estas asimetrías son las que constituyen también las condiciones de éxito técnico, tal como ha sido defendido en cierta forma por autores pertenecientes a su tradición, como ejemplarmente lo es Bruno Latour, es un paso que no está dado en el propio Foucault ni es implicado necesariamente por sus tesis.

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control implican relaciones ontológicas de dependencia entre lo que se quiere y lo que se consigue. Se trata de una diferencia en las condiciones de éxito que no tiene por qué implicar ninguna tesis de neutralidad política o moral de la técnica. Ninguna acción humana es neutra en estos sentidos. Pero tampoco las acciones morales y políticas están exentas de las condiciones normativas de la capacidad efectiva de agencia.

La técnica moderna entra en la historia conformando la civilización a través de la revolución industrial. Fue aquella posible por la convergencia de varios elementos, no todos de orden técnico aunque sí lo fueran algunos muy importantes; y el primero de ellos fue la posibilidad de una plataforma representacional de los objetos a través del lenguaje del diseño, tal como hemos estudiado en el capítulo anterior. El diseño permitió dos posibilidades convergentes: la creación de máquinas y la repetición estandarizada o normalizada de piezas. Ambas realizaciones están en la base de la transformación industrial. Las industrias se configuraron como estructuras orgánicas de producción alrededor de enormes máquinas que producían de forma estandarizada. Ciertamente, las industrias convirtieron en apéndices de las máquinas a enormes masas de niños mujeres y hombres; crearon las nuevas conurbaciones modernas, la cultura de la ciudad frente al campo; llenaron las ciudades y el paisaje de nuevos objetos técnicos, las máquinas. La civilización industrial se convirtió en una nueva fuente de asimetría de poder entre las naciones: la máquina de la guerra se articuló alrededor de la propia civilización industrial. Las nuevas naciones ejercieron su poder militarizando su industria y demostrando tener no más valor militar que otras sino más capacidad productiva de máquinas de destrucción. Desde la guerra franco-alemana de 1870, que tanto asombró a los franceses en su derrota y que provocó la Comuna, pasando por la guerra colonial de los boers; pasando por la Primera Guerra mundial, que de nuevo provocó dos revoluciones en los estados derrotados, Alemania y Rusia; pasando por el fáustico final de la Segunda Guerra en las industrias de la muerte de los campos de exterminio, en los bombardeos masivos de la población civil alemana y en las bombas de Hiroshima y Nagasaki; pasando por la carrera de industrialización y militarización que se llamó Guerra Fría, la civilización industrial constituyó la primera y más importante de las experiencias históricas de la cultura contemporánea. La cultura y el pensamiento contemporáneos son incomprensibles sin entender cómo se elaboró la experiencia industrial. El individuo frente a la masa, la conciencia y la causalidad, la crisis de la ciencia ahora determinada por la técnica, la funcionalización de la gestión política y económica, la soledad ante la historia, y tantos otros temas que conforman la experiencia filosófica de la primera mitad del siglo XX, son formas en

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las que se manifiesta esa experiencia de la civilización industrial. Toda esta experiencia histórica de la revolución industrial explica que la técnica se haya vivido y elaborado conceptualmente como malestar, en unas ocasiones, como asombro en otras y como desfondamiento y derrota de la voluntad individual en mucha más.

No es sin embargo la única forma, ni la más correcta, de pensar la técnica. Pensar la técnica exige repensar aquella experiencia que había hecho dudar a Heidegger de que estuviésemos aún en condiciones de pensar la técnica. Es pensar las condiciones de su propia normatividad sin perder de vista la forma de inserción de las producciones técnicas que fueron un día civilización industrial y hoy quizá globalizaciones, sociedades del conocimiento y sociedades posindustriales. Remontarse a esta situación originaria de asombro, por encima de la pura presentación de “casos” de amenaza o fracaso técnico como única justificación de un activismo antitécnico que acaso no alcance más profundidad política que la molestia académica. Es pensar la técnica como condición normativa de la acción social, que exige tanta legitimación como desesperanza en la consecución de un concepto aceptable, consensuado, estable, de civilización técnica como forma social de nuestra cultura contemporánea. En definitiva, es considerar la técnica como una dimensión de nuestro concepto de justicia y de sociedad ordenada. Es, por último, también, un momento de reflexión sobre el desafío cultural que suponen las llamadas “nuevas tecnologías” como medio expresivo.

En definitiva, pensar la técnica normativamente es ejercer una forma de crítica de la razón práctica que no se resume en imperativos sino en un examen cuidadoso de las condiciones bajo las cuales la agencia humana se convierte en una agencia razonablemente virtuosa, de los condicionantes de la calidad de la agencia. Si el sujeto (personal o social) aparece en esta crítica no será como un presupuesto a priori que ejerce un control de medios ajenos. En capítulos anteriores hemos establecido como punto de partida la experiencia de una existencia ciborg, de seres biotécnicos que se auto-transforman transformando el mundo. El sujeto estará ahí como un logro del control sobre la realidad, no como una justificación del control de la realidad: el sujeto devendrá él mismo como un resultado contingente y no como un presupuesto necesario. En muchas trayectorias el sujeto se diluye en masa deseante o aterrorizada, en sociedad de consumo o en sociedad de riesgo, en muchas otras trayectorias aparece como sujeto disminuido, como sujeto de malestar cultural, en otras, las menos y las más complicadas, aparece como resultado de una sociedad bien ordenada en la que los humanos han aprendido a soportar el peso de su existencia responsable. Si enfocamos así las cosas, el pesimismo tecnológico que ha dominado el

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pensamiento sobre la técnica a lo largo del pasado siglo aparece con una nueva luz y sus errores y aciertos se dejan entrever con mayor grado de contraste.

La mecanización y los orígenes del pesimismo tecnológico.

Los oscuros presagios de la mecanización.

El pesimismo tecnológico colorea de gris la mayor parte de la cultura filosófica contemporánea. Más allá, como ha popularizado el sociólogo Ulrick Beck93, compone un elemento constitutivo del malestar social, de la sospecha acerca de la tecnología que caracteriza como sociedad del riesgo, que no es otra cosa sino la permanente sospecha de que los accidentes más graves que amenazan la propia existencia humana se deben o pueden deber a las consecuencias de los sistemas tecnológicos. En último extremo, tanto el malestar filosófico como el malestar social hunden sus raíces metafísicas en una cierta forma de ver la tecnología como algo distante y lejano al sujeto “verdadero”, es decir, al sujeto moral y político.

El modo generalizado de entender la técnica contemporánea ha sido bajo la categoría de la alienación: la técnica aliena al trabajador cuando está en el marco del aparato productivo, convirtiéndole en un esclavo de la máquina, aliena al ciudadano convirtiéndole en consumidor y situándole en una realidad virtual a través de los poderosos medios de comunicación de masas, haciendo innecesaria la dictadura, aliena al propio pensamiento crítico que queda esclavo de una episteme de producción, aliena, en fin, a la sociedad trasladando las categorías del pensamiento técnico a la política y constituyendo una nueva forma de autoritarismo basado en la adaptación inversa a las “razones técnicas”. En esta consideración es esencial la comprensión del medio técnico como un “medio” ambiente que revierte en la conformación, en la transformación de lo humano y adopta el lugar que ocupaba antes la naturaleza como forma de destino.

Las variaciones de este tema son complicadas y sutiles. Ya

hemos señalado la impresión que causó en los intelectuales europeos

la aparición de la “gestión”: la aplicación a los grupos sociales de

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técnicas que habían nacido en la producción industrial, en las

fábricas de Ford de automóviles, y que ahora se traducían una

mecanización de las acciones sociales. Jacques Ellul, quizá el más

radical de los pesimistas entiende este proceso como una extensión

de la máquina a la sociedad:

“La técnica integra la máquina en la sociedad, la vuelve social y sociable. Del mismo modo, construye el mundo que le es indispensable, pone orden allí donde el choque inherente de las vidas había acumulado ruinas, clasifica, ordena y racionaliza: hace en los dominios abstractos lo que la máquina hace en el dominio del trabajo. Es eficaz, y lleva consigo a todas partes la ley de la eficacia”94

No se trata, según Ellul de una mera adaptación del hombre a la máquina, sino de la aparición, insiste, de una nueva forma de acción bajo nuevas leyes:

“Si se puede cualificar la máquina como forma superior de saber hacer, la mecanización resultante de la técnica es la aplicación de esta forma superior a todos los dominios ajenos a la máquina hasta el punto que podemos decir que la técnica es característica de aquellos dominios donde la máquina no cuenta” (o.c. p. 5)

La técnica es para Ellul un medio que se ha independizado, una auténtica realidad que conforma la existencia, ordena todo aquello a lo que alcanza, hasta el punto de que solamente puede ser resistida mediante una reconceptualización de la agencia humana y la racionalidad como esencialmente pasivas frente al activismo de muchos pro-tecnólogos.

Muchas de las críticas a la alineación técnica han surgido en el contexto de la arquitectura. Los movimientos de renovación de la arquitectura moderna, desde William Morris y el movimiento Arts and Crafts, pasando por Adolf Loos y más tarde por la Bauhaus, sólo por

93 Beck, U. (1998) La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Barcelona: Paidós (or. 1986) 94 Ellul, J. (1960) La technique ou l’enjeu du siécle, Reed. París: Económica (1990) p. 5

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citar algunos casos muy conocidos, se originan en las cercanías de la profesión de los arquitectos, lo que no debería extrañar pues su oficio les llevaba a contemplar de cerca las terribles consecuencias de la industrialización, desde la vivienda, por llamarla así, en los enormes barrios obreros de las ciudades industriales, a las circunstancias más nimias del diseño burgués, que llenaba las casas de latones y bronces, espejos y lacados producidos industrialmente para ocultar tras los brillos de la acumulación la vaciedad de su vida. S. Giedion fue uno de los arquitectos que generalizó su experiencia hasta una meditación global sobre el fenómeno de la técnica contemporánea en los años de la Segunda Guerra Mundial. En su Mechanization takes Command95, Giedion reconstruyó históricamente cómo los más cercanos aspectos de la vida cotidiana fueron invadidos por la mecanización. Giedion todavía alcanzó a observar la progresiva sustitución de la artesanía complicada por la fabricación industrial, y elevó esta experiencia a categoría interpretativa del fenómeno técnico. La cadena de montaje en las nuevas fábricas del primer tercio del siglo XX, invento que está en la base de la experiencia social de lo técnico, es contemplada como un organismo que se reproduce invadiendo las vidas cotidianas, como una especie de Alien que colonizase nuestros cuerpos con sustitutos mecánicos. ¿Qué ocurre –se pregunta Giedion— cuando la mecanización se encuentra con una sustancia orgánica?96 Giedion narra históricamente su idea de que lo mecánico va sustituyendo las funciones básicas, va “invadiendo” el medio humano: el movimiento, que con la fotografía en movimiento permite ser visualizado como puro mecanismo y así reproducido en las cadenas de montaje convertido en ejercicio mecánico; la diferencia, que desaparece por la estandarización y la intercambiabilidad de las partes; el pan (sic), que con las máquinas cosechadoras ya no es sino un producto industrial y pierde incluso su carácter simbólico; la propia muerte, que con los grandes mataderos de París (el mercado de La Villette, construido por el prefecto Haussman) y Chicago, con su invención de las cadenas de despiece, se convierte en industria de carne. El proceso de mecanización, sostiene Giedion, comenzó siendo una forma racionalista de eliminar trabajo y movimiento inútil, alcanzó en seguida a la artesanía a la que sustituyó por la industria, más tarde a los productos orgánicos (agricultura), por último, alcanza a los trabajos del hogar y constituye desde entonces en una forma de existencia que domina nuestras vidas. El libro de Giedion ocupa setecientas cincuenta páginas en desarrollar pormenorizadamente el largo proceso de mecanización que hemos

95 Giedion, S. (1948) Modernization takes command. Oxford, Oxford University Press. 96 Giedion, S. o.c. p. 6

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sintetizado aquí en cuatro líneas. Giedion pasó largas horas en la oficina de patentes de Estados Unidos estudiando los innumerables mecanismos que reconstruye en el libro, desde un dispositivo para matar vacas desarrollado en Chicago a la bañera de aluminio. Al final, el argumento es la propia reconstrucción histórica, que nos deja una sensación de proceso inevitable97.

En la misma línea, Lewis Mumford extrapola el maquinismo como figura de la existencia en la civilización técnica. Mumford remite lo que llama megamáquina a los orígenes ancestrales de la técnica. Según Mumford, siempre habrían existido técnicas que tendrían como

97 Es interesante comparar las miradas de los historiadores. No muy lejano de la época de Mechanization está también la obra del historiador de la tecnología Samuel Lilley, Lilley, S. (1957) Automation and Social Progress. Nueva York: International Publishers. Lilley examina el argumento generalizado de que la automatización está generando la mayoría de los problemas de la época contemporánea. Su juicio es mucho más matizado que el de Giedion: “La automatización no crea en conjunto problemas nuevos. Solamente encontramos una o dos excepciones: el hecho de que reinvierte la vieja tendencia a reemplazar trabajadores especializados por los que no lo están origina nuevos problemas de formación en la edad madura. Pero en general la automatización solamente intensifica problemas que han estado con nosotros por muchos años” (Lilley, 1957, pg. 148) . Su diagnóstico es que esos problemas son “consecuencias de basar una economía sobre la idea de que toda producción debe ser llevada a cabo para el beneficio privado y el modo en el que en tal economía la producción crece inevitablemente más rápido que el poder de compra de los consumidores” (o.c. pg. 148). Esta mirada de historiador económico crítico es característica de la perspectiva política de las izquierdas del momento. No menos interesante en su matiz es la más cercana historia de la automatización Noble, D. (1984) Forces of Production. A Social History of Industrial Production. Nueva York: Alfred Knopf. Noble mezcla la mirada crítica a la tecnología con la estructura social. Su interesantísima tesis es que la automatización fue un proceso dirigido mayoritariamente por intereses militares, menos cercanos a consideraciones económicas que a las propiamente militares. La tesis de Noble se resumiría en que el cambio tecnológico e industrial es un subproducto hasta cierto punto de los intereses políticos de dominación y del papel de los militares en los estados del siglo XX. Quizá merezca la pena contrastar ambas con el sensato juicio de Joel Mokyr, uno de los más respetados historiadores actuales de las relaciones entre economía, ciencia y tecnología, en particular su reciente: Mokyr, J. (2002) The Gifts of Athena. Historical Origins of the Knowledge Economy. Princeton, University of Princeton Press. A diferencia de los casos que estamos examinando, incluido Giedion por supuesto, Mokyr nos señala las importantísimas constricciones económicas y sociales en el desarrollo tecnológico, como fueron, son, los costos de información, la estructura de transportes, etc.

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condición de funcionamiento la sumisión de una comunidad a un orden basado en la función técnica. El sistema complejo sociedad-artefactos en su totalidad sería el que constituiría lo que Mumford llama megamáquinas. Su ejemplo favorito son las pirámides, cuya construcción sería imposible sin un grado altísimo de autoritarismo exigido en la ingeniería social: la movilización y ordenamiento de los trabajadores en orden a la construcción de los monstruosos monumentos. La megamáquina sería un modo de organizar la civilización que habría destruido las formas alternativas autosuficientes y autogestionadas de los campesinos. La técnica se convierte así en agente, en sistema conformador de orden social. Lo artesanal y lo industrial no representan épocas particulares de la historia sino formas de entender la técnica que han estado siempre presentes en todas las civilizaciones: la técnica “democrática”, pequeña, autosostenida, artesanal y poco ambiciosa, y la “megamáquina” que une personas y artefactos en obras (estrictamente) faraónicas. La máquina es sobre todo la máquina de poder:

“Dos mecanismos fueron esenciales para hacer que la máquina funcionase: una organización fiable del conocimiento (natural y sobrenatural) y una elaborada estructura para dar órdenes, llevarlas a cabo y seguirlas. Lo primero estaba incorporado en el sacerdocio (…) lo segundo en la burocracia. Ambas fueron organizaciones jerárquicas en cuya cumbre estaban el supremo sacerdote y el rey. Esta condición sigue siendo verdadera hoy día aunque la existencia de factorías automatizadas y unidades reguladas por ordenador esconda los componentes humanos y la ideología religiosa esencial incluso a la automatización actual”98

En una mirada oscura a la historia humana, Mumford cuantifica el balance entre los beneficios y maleficios de la técnica a favor de estos segundos, que habrían sobrepasado con mucho cualesquiera bienes que la técnica hubiera podido traer y cancelarían su ocasional valor. La técnica como forma social está en la base de lo que Mumford llama “creatividad negativa” de la especie humana: “los dos polos de la civilización son el trabajo organizado mecánicamente y la destrucción organizada y el exterminio. En términos generales las mismas fuerzas y los mismos métodos de operación fueron aplicables a ambas áreas.” (Mumford, 1967, pg. 221). La mecanización es, en definitiva, para Mumford una desviación de la trayectoria antropológica de la humanidad. La máquina es una degeneración de sus potencialidades al

98 Mumford, L. (1967) The Myth of the Machina. Technics an Human Development. Nueva York: Harcourt, Brace & World Inc. pg. 199.

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servicio del poder. El maquinismo obra así como una fuerza histórica de dimensiones evolutivas, cósmicas. Es, en este sentido, un continuador de una tradición que en el siglo XIX había sido manifestada principalmente a través de la literatura. Mumford había escrito en 1927 un prólogo a una de las más crepusculares distopías del siglo XIX, el Erehwon de Samuel Butler, una narración de un mundo de valores invertidos en el que los enfermos son condenados penalmente por el crimen de su enfermedad. Allí aparece el “Libro de las máquinas”, un antecedente de los modernos mitos de Terminator y de las luchas de los humanos contra máquinas que habrían evolucionado hasta hacerse autónomas:

“Así que aún ahora las máquinas servirán a condición de ser servidas ellas mismas, y eso también de acuerdo a las cláusulas que estipulen; en el momento en que esas cláusulas no se cumplan, las máquinas se sublevarán y ora se aplastan ellas mismas y cuanto esté a su alcance , oran se tornan traviesas y rehúsan en absoluto trabajar. ¿Cuántas personas en la hora presente se hallan viviendo en un estado de servidumbre respecto a las máquinas? ¿Cuántas pasan su vida entera, desde la cuna a la tumba, atendiéndolas día y noche? ¿No está acaso claro que las máquinas están ganando terreno sobre nosotros cuando reflexionamos sobre el número siempre en aumento de aquellos que les están ligados como esclavos y de aquellos que consagran su alma entera al adelanto del reino de la mecánica”99

Escrita en 1874, Erehwon (inversión de “nowhere”, ningún lugar, utopía) es una de las reflexiones que acompañaron en la literatura a la crítica a la cultura industrial. Junto con Wells y William Morris, Butler pertenece a una tradición de críticos de la técnica ingleses (con Jonathan Swift y Mary Shelley como antecesores) que invierten especularmente las utopías para mostrar la otra cara de la cultura técnica. Mumford es quizá el más cercano a ellos desde su condición de historiador o más bien filósofo de la historia de la técnica.

Ellul, Giedion y Mumford, en resumen, son técnicos disidentes que se convierten en profetas de negros presagios sobre nuestra civilización. Sus libros fueron y son leídos por muchos participantes en movimientos sociales de oposición a tecnologías particulares (centrales nucleares, DDT, etc.) e inspiran buena parte del pensamiento ecologista en el terreno de la tecnología. En los tres obra una cierta forma de determinismo. Conciben la mecanización como una senda irreversible

99 Butler, S. (1977) (orig. 1874) Erehwon. Barcelona: Producciones Editoriales, pg. 245

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que está destruyendo todos los vestigios de existencia humana. La técnica es una forma civilizatoria, no es la suma de políticas y decisiones particulares sobre las que quepa la reflexión crítica. Han creado una forma de mirar el entorno tecnológico que conforma uno de los modos de elaborar contemporáneamente la experiencia de la técnica. Sus juicios, elaborados en las décadas del despegue tecnológico, los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX son ahora un lenguaje común en los medios de comunicación y han pasado a formar parte de los discursos cotidianos en los que se expresa el malestar con la tecnología en una de las formas de vivir la existencia contemporánea que llamamos ya sociedad del riesgo. El determinismo que expresan con respecto al desarrollo tecnológico, sin embargo, cala mucho más profundo en los estratos de la conciencia ciudadana hasta los niveles en los que aparecen elementos de orden casi antropológico, como es el miedo ancestral al indeterminismo, incluso aunque el futuro abierto deje una puerta a la esperanza. Consuela más la historia de la decadencia irreversible que una historia zigzagueante en la que el futuro esté aún por escribir. Y ése es precisamente el mensaje que acompaña la crítica, merecida por otra parte, de Ellul, Giedion y Mumford. Hasta cierto punto son leídos como ancestralmente eran escuchados las voces proféticas, como un anuncio de que no hay salvación posible y que la destrucción está a la vuelta de la esquina. Por algún misterio del alma humana, se compensa la alarma que estos mensajes encienden con el calor que produce el sentimiento de que todo está escrito.

En otro apartado está la meditación humanista y filosófica sobre el fenómeno de la técnica moderna. Ernst Jünger y Heidegger crean figuras distintas que concluyen en esta misma idea de conformación humana por el medio técnico. Ambos piensan la técnica moderna con categorías nietzscheanas, como formas o figuras de la voluntad de poder. En el caso de Jünger100, un conservador inicialmente protecnológico, el trabajador como figura representaría la voluntad de usar la tecnología hasta el final, como plan de movilizar totalmente la sociedad, de convertir la guerra en un asunto industrial más que en lucha entre personas. Heidegger no tiene la visión optimista de Jünger pero sí comparte en cierta forma su visión de la tecnología. En Ser y tiempo había desarrollado una noción instrumental de lo técnico como parte del mundo que acaba y responde a la solicitación de la mano, en una teoría, en definitiva que mostraba el modo de existencia del dasein como ser esencialmente técnico en tanto que abierto al ser. Pero la tecnología es algo diferente y, según Heidegger, monstruoso. Es la aplicación de un modo de pensar calculador, un modo que oscurece el

100 Jünger, E. (1990) El trabajador: dominio y figura. Barcelona: Tusquets.

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pensamiento, un modo de pensar el mundo objetivado como “reservorio de energía” o, como escribirá más ácidamente, como una “gran gasolinera”. “El hacer salir lo oculto –sostiene en “La pregunta por la técnica”—, que prevalece en la técnica moderna, es una provocación que pone ante la naturaleza la exigencia de suministrar energía que como tal pueda ser extraída y almacenada”101. Ésta es la base de su conocida comparación del puente y la presa del Rhin como dos formas de existencia técnica. Si la técnica pretecnológica podía ser aún pensada como desvelamiento, la tecnología es gestell, armadura determinante de nuestro estar en el mundo. De ahí, sigue Heidegger, que cuanto más pensemos en términos tecnológicos, más nos atrapa esta forma de pensamiento. La resistencia, si es posible, sólo lo será como desasimiento102. Ellul había postulado la diferencia entre civilizaciones activas y civilizaciones pasivas “grupos humanos que se han vuelto hacia la explotación del suelo, hacia, la guerra y la conquista (...) y grupos que se han vuelto hacia ellos mismos, trabajando lo justo para mantenerse, concentrados en mantenerse”103 . Esta actitud, que fue reivindicada en una parte apreciable por todos los movimientos de malestar de los famosos años sesenta (del siglo XX), lleva hacia una forma de despego de la decisión, del no hacerse cargo de las circunstancias, que une el deseo de no ser responsable con una innegable irresponsabilidad ante situaciones que pudieran haber sido cambiadas con un buen planteamiento público.

En el marco de la tradición heideggeriana, la americana Society of Philosophy of Technology en la que participan Don Idhe, Albert Borgman, Carl Mitcham, Langdon Winner, entre los más conocidos filósofos contemporáneos de la técnica, es heredera de este espíritu crítico con la tecnología de dimensiones civilizatorias. En general, enfrentan la tecnología con otra forma de entender la civilización que

101 Heidegger, M (1994) (1954) “ La pregunta por la técnica” en Conferencias y artículos. Trad. Eustaquio Barjau. Barcelona: Ediciones del Serbal, pg. 17 102 En “Serenidad” desarrolla algunas claves de esta actitud: “Pero también podemos hacer otra cosa. Podemos usar los objetos técnicos, servirnos de ellos de forma apropiada, pero manteniéndonos a la vez tan libres de ellos que en todo momento podamos desembarazarnos de ellos. Podemos usar los objetos tal como deben ser aceptados. Pero podemos, al mismo tiempo, dejar que estos objetos descansen en sí, como algo que en lo más íntimo y propio de nosotros mismos no nos concierne. Podemos decir “sí” al inevitable uso de los objetos técnicos y podemos a la vez decirles “no” en la medida en que rehusamos que nos requieran de modo tan exclusivo, que dobleguen, confundan y, finalmente, devasten nuestra existencia” Heidegger M. (1988) (1959) Serenidad. Trad. Yves Zimmerman. Barcelona: ediciones del Serbal, pgs. 26-27. 103 Ellul, J. (1960) pg. 74

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podría tener elementos cercanos a lo que se ha calificado como comunitarismo en filosofía política contemporánea, que supone una creencia en un núcleo fuerte de valores objetivos constitutivos de una comunidad y anclado en largas tradiciones históricas. Del mismo modo, el malestar de aquellos filósofos sigue inspirando muchas formas de activismo crítico contra tales o cuales propuestas tecnológicas: los organismos genéticamente modificados, las tecnologías de reproducción asistida, las técnicas de clonación, etc. ofrecen una alternativa civilizatoria a una alternativa tecnológica. Proponen un cambio de sentido de la civilización, que es calificada de tecnológica, para resolver los problemas causados por una tecnología de forma particular, reivindicando sensibilidades morales fuertes cercanas o internas a las formas religiosas en algunos casos, y en otros ligadas a las formas comunitaristas de varios movimientos sociales de género, etnia o cultura.

Hay varios puntos que deben ser examinados en esta aproximación pesimista a la tecnología concebida como una hubris de dominación sobre la naturaleza. Antes que nada, advirtamos que la crítica de estas aproximaciones no se extiende, claro, a sus tantas veces acertados diagnósticos sobre los problemas que crean tales o cuales tecnologías. Una actitud honesta hacia esta corriente de filosofía de la tecnología debe sopesar con distancia y simpatía las capacidades críticas de sus estudios empíricos. Tampoco tiene que ver la crítica con una mayor o menor cercanía a las expresiones de malestar cultural que muestran de forma explícita o en el aroma que desprenden la mayoría de estos estudios. Cuando uno lee a Heidegger, una vez que logra el primer paso de situarse en su particular modo de expresión, muchas de sus advertencias son rápidamente identificadas como parte irrenunciable de nuestro patrimonio cultural. Por último: tampoco tiene que ver la crítica con la vaga reivindicación ecologista que pespuntea los bordes de sus textos. La incorporación de las ideas de prudencia y desarrollo sostenible a las políticas públicas contemporáneas se debe en buena medida a las críticas de la tecnología, pero también y mucho más a los movimientos de crítica social contra la sociedad del derroche y el consumo. El malestar con el malestar tecnológico proviene más bien de la incapacidad para obtener distinciones interesantes en el análisis de los sistemas tecnológicos. Así, a veces, parece darse a entender que el capitalismo es sólo un producto de la tecnología y no de las relaciones de propiedad, y lo mismo se puede decir a veces de las formas de poder asimétrico, como si fuese la tecnología la esencia y no un modo particular de ejercicio de las relaciones de dominación. Pero el punto fundamental de discrepancia aparece en cuanto nos planteamos una visión política y no metafísica, para usar los términos de Rawls, de las controversias y debates acerca del fenómeno tecnológico en general y de

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sus formas particulares. Para decirlo rápidamente, aunque sea al precio de caricaturizar algo esta posición, al situarnos en una perspectiva civilizatoria, se nos ofrece y a la vez se nos quita la posibilidad de una actitud crítica: mientras que se examinan con cuidado los efectos y consecuencias de la tecnología contemporánea, el diagnóstico tiene tal generalidad que no puede ofrecer otros consejos que los del cambio de actitud, el cambio de civilización, etc. Cuando nos planteamos, como aquí estamos desarrollando, las relaciones entre técnica y democracia, entre ingenieros y ciudadanos, estas actitudes no permiten un concepto compartido de justicia que sea a la vez abarcante y robusto y que permita acoger puntos de vista tan dispares como los que ya conforman nuestra civilización que, no lo olvidemos, es a la vez del riesgo y del deseo, en donde cada avance, cada anuncio de una innovación, es recibida a la vez con temor y con incontinente avaricia.

Tradición crítica y crítica a la tecnología.

Volvamos los ojos hacia la otra gran tradición que ha conformado en el siglo pasado la aproximación cautelosa a la tecnología. Me refiero a la filosofía política en general y a la tradición crítica en particular: Marcuse, Adorno, Horkheimer, Habermas y aledaños. Lo que sigue debe ser leído compasivamente como una aproximación superficial que viene a cuento sólo por mor del argumento, no como una exposición de la filosofía crítica, aunque tal vez algunas apreciaciones puedan resultar de interés incluso para los especialistas y seguidores. Sabido es que la tradición crítica se origina como una extensión (o profundización, si se quiere) del marxismo hasta los estratos de la realidad social que habían quedado oscurecidos o simplemente habían quedado por pensar en la tradición marxista: la subjetividad, la cultura, la propia estructura social, el estado y la política, la moral y el arte, etc. La aproximación crítica a todos estos campos se hizo en una clave kantiana: lo general y universal versus lo particular, los imperativos categóricos frente a los imperativos hipotéticos. La tradición crítica (no entramos ahora en discriminaciones) parte del convencimiento de que el capitalismo representa una conformación social en la que lo particular sustituye ilegítimamente a lo universal. Las relaciones de propiedad, de producción y reproducción, la comercialización, invaden todos los entresijos de lo social, desde la subjetividad de los individuos a sus juicios morales y estéticos. No se limita la tradición crítica a decir que el capitalismo es el responsable de esta situación, sino que, siguiendo a Weber, contemplan el capitalismo y la civilización bajo una perspectiva primordial: la teoría de la modernización. Siguiendo también en este tono general, la teoría de la modernización se entiende como una dinámica que no hay que referir históricamente a un momento y a un espacio sino a una especie de fuerza o alternativa que podemos ya

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encontrar presente en Grecia, en los mitos de Odiseo, por ejemplo104. Se trata de una escisión cultural entre la racionalidad instrumental y la racionalidad valorativa, entre los imperativos hipotéticos y los categóricos, una escisión que recorre todas las dimensiones de la cultura105.

La teoría de la modernización entiende la formación de las sociedades modernas como producto de procesos de racionalización: de conformación de todos los ámbitos de la existencia bajo la fuerza de la racionalidad instrumental. El capitalismo y la tecnología no serían sino formas de la racionalidad instrumental aplicadas a las esferas de lo económico y de lo técnico. El pecado original de la modernización habría sido la invasión de la racionalidad instrumental allende sus propios límites, invadiendo los terrenos de la moral (utilitarismo), de la epistemología (positivismo), de la filosofía política (liberalismo), etc. El proyecto crítico, por su parte, se presenta, como su nombre indica, como un impulso crítico, que trata de recordar siempre y en todos los ámbitos la exigencia de trascendencia de los intereses particulares para situarse en el terreno de lo universalizable y legitimador. El espacio público de discusión y debate se estaría progresivamente adelgazando bajo las fuerzas del juicio tecnocrático que produciría una creciente despolitización de todas las esferas, comenzando, claro, por la propia tecnología, convertida ella misma en una ideología de ocultamiento. Bajo el capitalismo, el desarrollo técnico produciría necesariamente una concentración de poder y control: la técnica se orientaría esencialmente hacia un autoritarismo enmascarado que pretende impedir cualquier otra sociedad posible106.

104 Horkheimer, M.; Adorno, Th. W. (1994) (1944) Dialéctica de la Ilustración. Trad. Juan José Sánchez. Madrid: Trotta, especialmente “Excursus I: Odiseo, o mito e Ilustración”. Odiseo representa la astucia que no sería sino una forma de engaño a la naturaleza y a las formas de economía arcaica basada en el intercambio. La Odisea entera es releída como un relato crepuscular que nos habla del fin de la época arcaica y el alba de una era basada en el engaño y la racionalidad instrumental. 105 Horkheimer, M. (1969) (1967) Crítica de la razón instrumental. Trad. H. A. Murena y D. J. Vogelman. Buenos Aires: Sur, es un airado alegato contra las epistemologías pragmatista y positivistas a las que acusa de ser las justificadoras últimas de la sociedad burguesa basada en el dominio de la ciencia y la tecnología: “Los idealistas glorificaron la cultura comercial atribuyéndole un significado más elevado. Los positivistas la glorifican adoptando el principio de esta cultura como pauta de verdad” (pg. 97). 106 El hombre unidimensional de Marcuse está motivado todo él por una tesis doble y tensa: “1) que la sociedad industrial avanzada es capaz de contener la

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En particular, ha sido Habermas quien ha desarrollado con una extraordinaria complejidad filosófica las consecuencias positivas de este planteamiento hacia los terrenos más concretos de la sociedad contemporánea. Mientras que críticos como Horkheimer, Adorno y Marcuse adoptan una posición de rechazo totalizadora en la que la se mezclan en el mismo saco la racionalidad instrumental, la ciencia, la técnica, el capitalismo, la cultura (quizá excluyendo la “alta cultura” que se salvaría por su potencial crítico y transgresor: la teoría crítica radical no es incompatible con una suerte de elitismo esteticista que tiene no pocos cultivadores en los ámbitos académicos), Habermas distinguiría esferas con una cierta autonomía: las ciencias naturales formarían un espacio que, a condición de no invadir los jardines vecinos, tienen sus propios dominios de validez y verdad. Pero eso no resta que su crítica sea menos ácida, pues los procesos de modernización habrían invadido todas las esferas disfrazando de racionalidad funcionalista lo que no sería sino puro pensamiento tecnocrático. Su base filosófica más importante, como es bien conocido, es la teoría de la acción comunicativa, en donde presenta las condiciones de legitimación de cualquier instancia que pretenda ser sustentada en el terreno social107. Parte Habermas de la base de que toda acción se construye contra el trasfondo del mundo de la vida, una figura filosófica que recuerda a las formas de vida wittgensteinianas y que se traduce en la idea de que siempre partimos de formas de interacción social con otros sometidos a reglas, controversias, etc108. Lo que debe hacer el filósofo es hacer propuestas de orden sobre cómo es posible construir legitimaciones. El sistema es, claro, procedimental: la legitimación es un proceso de

posibilidad de un cambio cualitativo para el futuro previsible; 2) que existen fuerzas y tendencias que pueden romper esta contención y hacer estallar la sociedad” Marcuse, H. (1985) El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. Trad. Antonio Elorza. Barcelona: Planeta-Agostini, pg. 25. La técnica obraría entonces como motor que posibilita el cambio, al hacer presentes posibilidades de emancipación, y como principal instrumento de represión y de ocultamiento de la explotación. Un estudio magnífico de las tesis de Marcuse es el que desarrolla Habermas en controversia con él en Habermas, J. (1984) (1968) “Ciencia y técnica como ideología” en Ciencia y técnica como “ideología”. Trd. Manuel Jiménez Redondo y Manuel Garrido. Madrid: Tecnos. 107 Habermas, J. (1987) (1981) Teoría de la acción comunicativa. 2 vols. Trad. Manuel Jiménez Redondo. Madrid: Taurus 108 La reivindicación del mundo cotidiano es una de las matizaciones más importantes de Habermas contra los críticos radicales de la racionalidad instrumental como Horkheimer y Adorno (también, dirá, posteriormente, Foucaul, Derrida, et alii ). Véase el interesantísimo “El contenido normativo de la modernidad”, en Habermas (1989) (1985) El discurso filosófico de la modernidad. Trad. Manuel Jiménez Redondo. Madrid: Taurus.

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consenso en el que obran normas y pretensiones que son reconocidas en la controversia como universalizables a las partes. Aplicado a la tecnología, el aparato crítico la ilumina con los colores de la tecnocracia: la tecnología contemporánea se habría constituido, como ya Weber temió en su análisis de la burocracia, en un sistema que excede su propia esfera y traslada su racionalidad a los ciudadanos invadiendo el juicio moral y político con pretensiones universales de lo que no son más que juicios instrumentales extrapolados.

La teoría crítica como teoría de la modernización ofrece un marco valioso para el estudio de las relaciones entre la tecnología y la democracia, pero tiene un defecto no diferente al de otras tradiciones críticas: su reducción, ilegítima, de la tecnología a racionalidad instrumental, su visión de un fenómeno social como muestra de una racionalidad que se convierte en una especie de fuerza del destino. Y que quizá sólo obra retóricamente para subrayar el otro polo, el de la racionalidad valorativa. Pero la escisión entre racionalidad instrumental y valorativa, en primer lugar es imposible de trasladar al territorio de los artefactos, que son, y así son interpretados, explicados y entendidos, como objetos que realizan muchas dimensiones que atraviesan las dos formas de racionalidad, como ya insinuamos en el anterior capítulo.

En segundo lugar, la teoría crítica instaura un procedimentalismo que se remite a los procesos de acuerdo y consenso en las controversias sociales más que a sus resultados: es legítimo, para decirlo en términos de la teoría de las controversias, cualquier cierre de una controversia que respete las normas de construcción universalizadora. Pero esta visión deja en la oscuridad las condiciones de logro reales de la agencia humana: no importa que el funcione o no, que alcance o no el fin buscado por los procedimientos robustos de la agencia humana: basta el consenso para legitimarla. Como diría Russell, el escándalo moderno no es si el mundo existe o no, sino si tenemos que aceptar que quien se cree un huevo duro está loco sólo porque está en minoría. Y éste es precisamente el pecado de la tradición crítica: que, como previamente ha escindido las dos formas de juicio, como componente esencial de la modernidad, y ha decidido que los procesos de legitimación caen enteramente sólo de un lado, el éxito tecnológico no tiene nada que ver con la legitimación.

En tercer, pero no menor, lugar, la teoría crítica como teoría de la modernización ignora o parece ignorar al menos toda la tradición crítica de la tecnología que proviene de los estudios referidos a aspectos concretos o provienen de perspectivas identitarias particulares. No hay referencias en el marco de la tradición crítica a la historia, sociología y estudios de la ciencia y la tecnología. Bien es cierto, no es menos grave

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el desconocimiento y desprecio que las nuevas corrientes de estudios culturales parecen mostrar hacia tradición crítica, pero no por eso disminuye el sentimiento de que la tradición crítica tienen una visión del mundo tecnológico más cercana a la del intelectual estereotípico, encerrado en una biblioteca, hemeroteca, discoteca, etc… que a la visión del ciudadano normal, usuario o usufructuario de un entorno tecnológico en el que discurre no sólo su vida cotidiana sino también su imaginario y sus expectativas vitales. Es más que sorprendente que no encontremos referencias cruzadas entre las dos tradiciones críticas que estamos señalando.

En resumen, pues, la tradición crítica, como el pesimismo tecnológico que hemos recorrido anteriormente, nos transporta a un espacio externo, como si pudiéramos analizar la tecnología en la misma perspectiva en la que el médico analiza nuestro cuerpo: desde fuera y con un conocimiento que como pacientes no podemos poseer de nuestros propios padecimientos o siquiera funcionamientos. Mas precisamente está en este lugar privilegiado en el que se sitúan los pesimismos y criticismos el pecado de asimetría política y ciudadana que origina no menos malestar que el de la propia tecnología: como si los intelectuales críticos estuviesen reivindicando que se les situase en el lugar de los tecnócratas que critican.

Posibilismo y crítica.

La respuesta al pesimismo tecnológico puede y debe darse en sus propios términos. Pues la raíz más profunda de su argumento es una posición metafísica una acusación: la voluntad de poder que habita la técnica y que habría hecho de ella un mundo, una realidad absolutamente ajena y descontrolada. La respuesta debe aceptar que el origen del malestar se encuentra en una descripción metafísica que cabría de calificar como necesitarista y en una ontología del devenir absolutamente pesimista. La técnica se convierte en un destino, en una “realidad” sostiene Ellul:

“Se ha creado aquí una nueva espontaneidad de la que ignoramos las leyes y los fines. En este sentido se puede hablar de “realidad” de la técnica, con su cuerpo, su entidad particular, su vida independiente de nuestra decisión. La evolución de las técnicas deviene entonces exclusivamente causal, pierde toda finalidad” (p. 86)

Si adoptamos un pensamiento posibilista, y si aceptamos la existencia simultánea de posibilidades que están en la cabeza de los humanos, de sus culturas particulares y de posibilidades objetivas que están realizadas en las capacidades técnicas, se hace posible una

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respuesta que alcance los mismos niveles de profundidad del pesimismo tecnológico. Observemos secretamente desde una cámara a un estudiante en una biblioteca. Se acerca a un estante donde quizá estén los libros de su autor favorito: toma un volumen, lo hojea, lo deja, se aleja, vuelve, mira a su alrededor asustado. Suponemos con cierta verosimilitud de que su descripción de la realidad ha cobrado un color moral. Está sopesando posibilidades y deliberando sobre “hechos” que ahora ya tienen sentido moral al ser simplemente representados como posibilidades. Se ha entrevisto a sí mismo llevándose el libro sin pagar y en su cabeza se amontonan embarulladamente principios, miedos y deseos. Un católico diría tal vez que en su corazón ya ha pecado: se ha activado en su corazón irreversiblemente una posibilidad que está envenenando su alma y que ya ha cambiado su existencia, aún si decide salir de la biblioteca por miedo a ser descubierto por los sistemas de alarma. Pero aún así, reconociendo esta posibilidad, aún podemos salvar las posibilidades: no son ellas culpables de nada; son nuestro modo de estar en el mundo, de nuestra existencia que discurre en una doble naturaleza causal e intencional. Mas lo que ata a ambas naturaleza no es ninguna relación cartesiana de reflejo o correspondencia, sino una mucho más espinoziana trama de capacidades e impulsos realizables.

Nos enredamos en una trama de posiblidades. Cuáles están a mano y cuáles lejanas, depende de nuestras capacidades y depende de la realidad. La expansión de las posibilidades depende de la exigencia del contexto tecnológico, como ya vimos en el anterior capítulo. Pero su consecución depende de que sea realmente un logro, de que sea un resultado dependiente de la acción. La tecnología tiene menos que ver, entonces, con la racionalidad instrumental que con la autonomía de la agencia.

La agencia humana en la civilización de las máquinas.

La era de las máquinas.

Las máquinas simples ya fueron estudiadas por los ingenieros alejandrinos como Ctesibio, quienes las clasificaron en unos tipos básicos: tornillo, palanca, plano, rueda…Hablamos de máquinas en el sentido moderno, cuando las piezas elementales se combinan y generan cuasi-organismos: complejos de subsistemas con funciones específicas que, a su vez, se componen entre sí creando un sistema global; precisamente el que identificamos con la máquina, artefacto técnico por excelencia. Las máquinas, aunque utilizadas profusamente en los ejércitos y ocasionalmente en la industria, cambiaron de naturaleza con la invención de los nuevos mecanismos de relojería al final de la Edad

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Media. La época moderna configuró su metafísica bajo el influjo de la metáfora de estos nuevos objetos de los que fue paradigma el reloj de pesas. El “mecanicismo”, nombre que damos a aquella filosofía de la naturaleza, fue un producto de la explotación cognitiva de una metáfora, el mundo como reloj. Tras ella, los organismos como autómatas, el cuerpo como máquina habitada por la conciencia. La metáfora no era puramente metafísica, fue un resorte que impulsó todos los programas de investigación científica: la medicina dejó de ser alquimia y “materia médica” (farmacia) y se transformó en fisiología a través de las teatrales prácticas de disección en los nuevos escenarios en los que los cuerpos cadáveres eran mostrados al público curioso109. A la par que la medicina, las otras ciencias de la vida emprendieron la exploración del nuevo territorio de los mecanismos fisiológicos en los que el descubrimiento se traducía en el desvelamiento de la máquina subyacente a las funciones vivas. Descubrir llegó a ser sinónimo de desencantamiento, de desvelar que el misterio de la vida no era mayor que el misterio del reloj. Pero al mismo tiempo, en la dirección contraria, la naturaleza comenzó a pensarse como el artefacto de un dios artesano desconocido. No hay casualidad cultural en el hecho de que los argumentos teológicos hiciesen uso del nuevo lenguaje en el reiterado argumento del relojero (último nombre para la divinidad filosófica), que trataba de convencer al agnóstico de que un orden tal del mundo y de los organismos que lo pueblan como el existente reclama un diseñador sabio y eficiente. La máquina se había convertido en la forma de la conciencia, en el espejo de lo humano y lo divino. Desde el siglo XIX fue además el dique contra el que rompieron todas las quejas con la tecnología. Más tarde, como ya hemos visto en el caso de los autores más relevantes del pesimismo tecnológico, la máquina se convirtió en el paradigma de la deshumanización, en la frontera que separaba definitivamente la artesanía, tolerada por los pesimistas, de la tecnología, que estaba definitivamente ligada a la industrialización y a la proliferación de las máquinas.

Sorprende por ello la escasa reflexión metafísica sobre la máquina que encontramos en la historia de la filosofía, más allá de la

109 Javier Moscoso ha estudiado exhaustivamente estas prácticas como muestra de una cultura que a la vez que construía el cuerpo como un territorio que debía ser explorado, lo convertía en un objeto que podía ser despedazado y “analizado” en sus componentes. En sus estudios sobre el concepto de dolor en la historia de la medicina, la idea de que el cuerpo es una máquina tiene mucho que ver con la idea de que el dolor no es nada sobre lo que merezca la pena actuar, es, todo lo más un indicativo que sirve al médico como un instrumento más de exploración. No muy lejano del concepto que tiene el funcionario torturador, para el que el dolor no es más que una parte más del expediente.

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suposición de su existencia y de la admiración metafísica por su perfección y del terror romántico a su posible imperio sobre lo humano. Contemporáneamente, el más profundo de los pensadores sobre la máquina como objeto de reflexión filosófica ha sido el injustamente olvidado filósofo francés Gilbert Sismondon (1924-1989) quien escribió en 1958 su obra capital Du mode d’existence des objects techniques110 en la que conformó un auténtico programa de investigación sobre la filosofía de los artefactos y su relación con la cultura. Tres ideas claves de Sismondon son, en primer lugar, la diferencia esencial entre el útil y la máquina; en segundo lugar, el carácter sistémico de componentes y funciones como definición de la máquina y, en tercer lugar, la metodología evolucionaria111 aplicada a la explicación del cambio técnico en las máquinas, una explicación que solamente se popularizó, como tantas otras, cuando fue redescubierta en el mundo anglosajón veinte años después. Sismondon debe ser considerado como uno de los grandes filósofos de la técnica que tuvo la percepción de examinar con el cuidado de un entomólogo lo que en aquellos años era el motivo de escándalo para todos los filósofos pesimistas respecto a la tecnología: la invasión de los ultra-artefactos, los automatismos. La obra de Sismondon es contemporánea de las de Heidegger (su segunda época), L. Mumford y J. Ellul, aunque observamos en él una frialdad que identificamos con la del filósofo templado en las fraguas de la ontología más que bañado por cálidas aguas de la moral. Sismondon se acerca a las máquinas con la parsimonia de quien cree que al desvelar sus secretos y hacerlas trasparentes desaparecen muchos fantasmas culturales. En su obra nos acercamos a los mecanismos reales que uno encuentra en un manual de ingeniería, y sus reflexiones están muy cercanas al lenguaje y a la representación de los ingenieros. Pero al mismo tiempo se acerca a ellos con la mirada de un filósofo que observa lo que de nuevo traen las máquinas a la trama de la realidad.

Entenderemos mejor las ideas de Sismondon si pensamos en una clase de máquinas que proliferaron en la época, los años cincuenta, y que causaron un asombro justificado en algunos historiadores y filósofos112. Me refiero a los trenes de montaje automatizados de las

110 Sismondon, G. (1989) Du mode d’existence des objects techniques. París : Aubier. Sobre Sismondon, es muy útil AAVV(1994) Gilbert Sismondon : Une pensée de l’individuation et de la technique. París : Albin Michel. 111 Empleo el neologismo evolucionario que debo a Toni Doménech para diferenciar la expansión de la explicación evolutiva del contexto biológico a contextos culturales más amplios sin que implique, no obstante, ningún tipo de biologismo. 112 Lilley, S. (1957) Automation and Social Progress. New York: International Publishers Co.

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nuevas fábricas de vehículos automóviles e industriales. Eran máquinas compuestas por numerosas máquinas y sistemas de control que devinieron en iconos de la nueva era de la automatización. Más que el automóvil, los aviones, misiles o naves estelares, las cadenas automáticas de montaje, en su humildad cultural, mostraban una nueva relación de los humanos y las máquinas y sustituyeron al reloj como metáfora de los automatismos. Ejemplificaban más que cualquier otro artefacto la transformación visible en el industrialismo. En Tiempos modernos, Charlie Chaplin había mostrado en imágenes la teoría completa del movimiento obrero en la época del primer industrialismo: el proletario había sido transformado en un apéndice de las máquinas en las grandes cadenas de montaje e industrias anteriores. Los obreros, obreras, niños, no eran (son, allí donde se mantiene esa forma de industrialización) sino puros dispositivos mecánicos consumibles y prescindibles. El tren de montaje automatizado separaba al obrero de la máquina y, como señala Sismondon, lo convertía en técnico. El nuevo obrero no necesitaba ya “conocimiento práctico”, ni mucho menos el patrón ciego y automático de los movimientos compulsivos que desarrollaba Charlot en su papel de obrero industrial. El técnico abandonaba definitivamente su estadio de artesano o, peor aún, de obrero montador para ocuparse de controlador de los controles automáticos, de vigilante, supervisor y, ocasionalmente, del mantenimiento de la máquina automática. Dos décadas más tarde, ordenador y las llamadas nuevas tecnologías han sustituido a los automatismos en su papel icónico. Han añadido, ciertamente, nuevos elementos en la escalada del control y autonomía (sistemas expertos, inteligencia artificial, …) pero han perdido ya ese elemento de corporeidad que ilustraba la automática y que es un elemento central en nuestro examen de la naturaleza de la máquina y de sus relaciones con los humanos. Pues una máquina se diferencia de un útil en que aquélla adquiere y desarrolla su propio significado independientemente de la mano humana que la guía. La máquina no necesita al humano más que en la periferia de su existencia: antes, después, como un adminículo más de la relación con el entorno. Pero ya no puede ser definida por su relación a un movimiento corporal, como lo es un martillo, una espada o un arado. Una turbina, un motor de explosión o la primitiva máquina de vapor, son sistemas autocontenidos, que podrían ser operados por otras máquinas sin necesidad de exigir el cuidado humano.

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El antropólogo André Leroi-Gourhan fue el pionero de los estudios sobre los útiles113 en las diversas culturas. Estudió cómo los instrumentos crecen adaptando sus formas a los movimientos que los convierten en útiles. Su corporeidad es un epifenómeno de la corporeidad humana, se adapta al cuerpo como coraza, como extensión de los miembros, como ampliación de sus funciones biológicas. La máquina se enajena del cuerpo humano: existe como oposición a lo corpóreo. Una máquina es un complejo de funciones autosostenido y autosignificante. Se diferencia de un útil en que adquiere su propio significado como efecto de la complejidad de materiales, formas y funciones de sus componentes. El martillo sólo es martillo en la mano que golpea, pero la aeronave mantiene su esencia sin el piloto. Cuando despega, el piloto automático, un componente de la máquina, toma el mando y lleva a la aeronave a su destino y sólo en los últimos momentos vuelve a ser pilotada.

Para la mentalidad cartesiana que hace de lo humano otro nombre para la conciencia, esta liberación de la máquina de la tutela del sujeto es una fuente oscura de terror que convoca las más temibles pesadillas. En la distopía de Samuel Butler, Erehwon, las máquinas evolucionan como individuos de cualquier especie, un mito que aparece recurrentemente en la literatura y los filmes114 . Gilbert Sismondon establece una metáfora biológica entre la evolución de los artefactos y la evolución de las especies. En ambos casos se desarrollan complejos sistemas autocentrados que preservan su existencia mediante el control de los estados internos (materiales, energéticos, informacionales) en respuesta a los cambios en el medio, o ejerciendo transformaciones en dicho medio en también recíproca respuesta a los primeros cambios: los pájaros, por ejemplo, construyes nidos en respuesta a las transformaciones internas del organismo de la hembra que está a punto de reproducirse. La construcción de Sismondon captura un elemento central poco notado por los filósofos de la técnica, que centran su

113 Leroi-Gourhan, A. (1945) (1973, 2ª ed.) Évolution et techniques. Vol. I : L’Homme et la Matière. Vol. II : Milieu et techniques. Paris : Albin Michel, trad. Ana Agudo, Madrid, Taurus, 1989 114 en Terminator, de James Cameron (1984) un androide de esqueleto de titanio es enviado por las máquinas para eliminar a la mujer que ha de concebir al líder de la resistencia futura contra las máquinas. Dejando al margen los ecos bíblicos de este guión, no deja de sorprender esta capacidad política de las máquinas que parecen haber heredado de todos los candidatos la convicción de que asesinando a unos pocos dirigentes se acaba con la resistencia. Esta similitud con los dictadores debería haber hecho sospechar a los resistentes que las máquinas a las que se enfrentaban eran menos “otros” y más “nosotros” de lo que podría hacer concluir la realidad del enfrentamiento.

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reflexión únicamente en la acción humana mediada por instrumentos y útiles, y no reparan en la importante transformación que significan los nuevos entornos tecnológicos poblados de estas entidades fronterizas de lo vivo que son las máquinas. La actitud pesimista es también una actitud hacia la frontera entre humanos, seres vivos y máquinas. Los humanos, desde esta perspectiva, se habrían alzado ilegítimamente al nivel de los dioses creadores de vida, y su propia estupidez les habría hecho fabricar monstruos. Es este un patrón del imaginario colectivo que coincide con la visión romántica de la nueva técnica y que persevera en las tesis de la tecnología autónoma fuera de control.

La agencia humana y la experiencia de enajenación.

La experiencia primigenia de agencia, de acción intencionalmente dirigida es la experiencia de las acciones básicas: {intención, acción, resultado} Son experiencias primitivas tales como alcanzar un vaso de agua o dar una patada a un balón. La normatividad y condiciones de éxito de estas acciones se encuentran muy cercanas a la experiencia fenoménica de la acción: la motricidad del cuerpo va seguida de la experiencia de los resultados, de modo que se establece un proceso continuo de realimentación entre la acción motora, la percepción de resultados, la subsiguiente reacción motora, etc. La acción técnica artesana pertenece a esta suerte de agencia primigenia (obsérvese que evito el adjetivo “primitiva” para soslayar toda evocación de algo deficitario). Arreglar un grifo, tocar la guitarra, regatear a un defensa, son procesos dinámicos dirigidos por patrones internalizados y, ocasionalmente, por reglas explícitas de operación. A lo largo de tales procesos, el cuerpo se convierte en un sistema de acción pautado por algo así como un programa de ordenador: por la información operacional enclavada en la cabeza del agente.

La experiencia técnica en un entorno poblado por máquinas, ya sea la experiencia cotidiana del hogar, del transporte o la experiencia especializada en los grandes sistemas sociotécnicos, tiene unas características diferentes a la experiencia primigenia. En estos entornos, la acción no se continúa en un resultado inmediato, sino en un resultado mediado por complejos de funciones ajenos al control sensorio-motor del agente. Es aquí donde nace una dialéctica de experimentar una suerte de enajenación en la agencia y una posterior asimilación de la que el agente surge convertido e un ciborg de nuevo tipo: programamos y ponemos en marcha la lavadora y entonces comienza un proceso más allá de nuestro control que termina en la parada de la máquina y recogida de la ropa lavada y quizá seca; encendemos el ordenador: la experiencia ahora puede adquirir visos de una cierta continuidad, pero sabemos que la máquina está realizando operaciones electrónicas a las

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que no nos está permitido acceder. La experiencia primera con las máquinas automáticas es una experiencia de enajenación y vulnerabilidad, como la que sentimos en nuestros comienzos titubeantes en la conducción de un automóvil, una experiencia que aparece como tensión corporal agotadora. Cuando más tarde el automóvil se convierte en una extensión del cuerpo, la experiencia de fragilidad se transmutará a veces por desgracia en una engañosa experiencia de dominio y habilidad que amenaza gravemente vidas humanas, pero en cualquier caso, el complejo del automóvil se habrá convertido en un útil, en una parte del mundo-a-mano. Sin embargo, muchos otros componentes del entorno maquinístico, la mayoría de hecho, permanecerán en esta forma amenazadora de fragilidad, distancia y riesgo.

Esta dinámica de interacción con las máquinas se ha contemplado como una fractura de la identidad humana por parte del pesimismo tecnológico. Para estos pensadores las técnicas pueden dividirse aún en técnicas “humanas” e “inhumanas”. Y sin embargo la experiencia nos habla a la vez de nuestra naturaleza, de la naturaleza de las máquinas y de la naturaleza de nuestra interacción mutua constitutiva. Porque no es cierto que la experiencia de enajenación deba ser considerada en sí misma como definitiva, como un destino o una forma de existencia, sino más bien al contrario, como un momento en un proceso dialéctico de constitución de la agencia humana en un entorno técnico del que ella misma forma parte constitutiva en su naturaleza híbrida.

La zona nuclear de la agencia humana es la experiencia de libertad, que tiene, a su vez, dos dimensiones: en primer término, la de “lograr” lo que el agente se propone por encima de lo que el destino le reserva, logro que, a su vez, tiene que ver con las capacidades del agente y con las capacidades de control de su entorno; en segundo término, la de abrir nuevas posibilidades que sólo existen por la intervención del agente, experiencia que Heidegger llamó de “desvelamiento” de lo real. En este capítulo nos centramos solamente en la primera. Es en la dimensión del control en un entorno técnico en la que encontramos una forma diferente de experiencia de libertad que debe ser mirada con cuidado, con una mezcla de sospecha y confianza, no menor, sin embargo, que la que debe emplearse para examinar cualquier dimensión de la agencia humana, no importa bajo qué contexto o entorno.

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Control y preservación de propiedades.

La idea de control como dominación, como degradación del entorno a un “reservorio de energía”, para expresarlo en términos heideggerianos, está sustentado sobre una noción dualista de un sujeto separado de la naturaleza y poseído por una voluntad de poder sobre lo que ha quedado convertido en “objeto”, de algo inanimado que ya no tiene otro destino que el de ser manipulado. Se ha notado poco, sin embargo, que la idea primitiva de la partición sujeto/objeto no corresponde a esta división entre lo agente (intencional) y lo paciente y pasivo (físico). Tampoco corresponde esta idea de control ni a la realidad técnica de lo que son los sistemas de control ni a la realidad biológica de los sistemas de homeostasis, ambos constituyentes esenciales de los sistemas técnicos complejos y de los sistemas vivos respectivamente. El subjectum en la cultura medieval y barroca denotaba la “materia” que conformaba una disciplina: el médico, así, cursaba el subjectum de su materia: medicina, materia médica (farmacia) astrología judiciaria, etc. ; el objectum, por su parte, era el referente acerca del cual versaba la materia: el cuerpo, los humores, los astros,... De manera que la separación entre sujeto y objeto tenía una concomitancia con lo que hoy llamaríamos la distinción entre sentido o contenido y referente, una distinción que debemos a Frege. La inversión moderna de la dicotomía, por el contrario, consiste en adscribir al “sujeto” un principio de unidad al que puede ser imputada la responsabilidad, que sólo puede ser imputada, precisamente, en la medida en que se presuponga la unidad en primera persona, el “yo”. Es una idea ésta de origen agustiniano anclada en el problema de la culpa y el perdón, pues ambos elementos constituyen la zona nuclear de la conciencia, concepto que en parte nos remite a las prácticas de confesión católica, en parte a la libre conciencia de los reformados y calvinistas.

No es contradictorio pensar que las trayectorias históricas pudieran haber seguido sendas diferentes de no haber mediado las crueles guerras de religión que asolaron la Europa del Renacimiento y el Barroco. Quizá una noción más amplia de persona, más acorde con la vieja idea del subjectum: basada en las narraciones coherentes de los hechos de la vida en tanto que siguen un rumbo, un sentido y versan sobre un objeto, la interacción entre el cuerpo y lo que le rodea. Mas si cabe un pensamiento contrafactual como el anterior es porque hay una noción alternativa de sujeto que conlleva también una noción alternativa de “control” de la realidad.

La idea rechazable remite la relación de control a un quién que controla un qué. Aquí deberíamos recordar cómo la metafísica moderna

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está determinada por la metáfora del reloj y el relojero, la metáfora de una máquina y del fantasma que habita en ella. Una máquina regida únicamente por la geometría, la causalidad, la pasividad, frente al fantasma que es pura actividad, pura voluntad espontánea. Pero en realidad un sistema de control es otra cosa, en una suerte de función cuasibiológica, es una forma de re-acción al estímulo de forma automática, cibernética. La vieja idea de sujeto/objeto nos refiere a la experiencia práctica de los filósofos modernos de las máquinas primitivas, los autómatas: relojes, juguetes ornamentales, etc. Es una realidad tan primitiva como torpe. Como ha escrito Javier Aracil:

El comportamiento de los autómatas, por elaborado que parezca, es una realidad simple y mecánico, repetitivo, carente de capacidad de adaptación. Hasta que no aparezcan en la concepción de las máquinas bucles de realimentación mediante los cuales, dotados de capacidades autorreguladoras y adaptativas, no nos encontraremos, hablando propiamente, en el campo de la cibernética.(Máuinas, sistemas y modelos, p. 48)

Las modernas máquinas incorporan mecanismos de autocontrol, mecanismos que se basan en un uso secundario de la energía, que deja de ser exclusivamente soporte para el movimiento y se convierte en medio de transmisión de la información. Entre estos mecanismos Javier Aracil incorpora los autorreguladores y los servomecanismos. Entre los primeros, destaca con toda la gloria histórica el “governor” de la máquina de vapor James Watt, el primero entre los dispositivos de regulación de la velocidad de giro del eje impulsado por la turbina. Está basado en un sistema simplísimo de realimentacion, un mecanismo de bolas giradoras que contiene información sobre la naturaleza del estado en la velocidad de giro antular: cuando la velocidad aumenta, el mecanismo de tijera tiende a cerrar la fuente de vapor, manteniendo así constante la velocidad determinada.

INSERTAR FIGURA 1

Entre los servomecanismos señala Aracil por su paradigmática importancia los primeros dispositivos de amplificación de la acción del timonel para controlar los grandes buques: el timonel (cybernetes) señala una posición y el servomecanismo ordena a S amplificar la señal.

INSERTAR FIGURA 2

Los años en los que se desarrollaron los primeros dispositivos cibernéticos son contemporáneos con la primera gran oleada de pesimismo tecnológico. Norbert Wiener construía su revolución

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cibernética al tiempo que Lewis Mumford, Ellul y Heidegger desarrollaban sus profecías sobre el destino de la civilización técnica. Es cierto que en esos años, la posguerra de la segunda guerra, el maquinismo, la mecanización, comenzaba a extenderse en la vida contidiana, como señalaba con escándalo S. Giedion. Uno de los puntos nucleares de los sistemas de control es que pueden componerse en estratos progresivamente crecientes de complejidad. Es el mensaje más importante del bestseller de hace unos años de Douglas Hoftasdter115 sobre la iteración de los sistemas de control y autorreferencia como origen último de la informática. Es precisamente la complejidad la que trasciende desde la máquina cibernética al computador: primero de válvulas, más tarde de circuitos integrados,más tarde programable, es decir, automodificable (relativamente al programador). La complejidad de automatismos cibernéticos es, más que la telemática, el componente principal del tercer entorno, como ha sido calificado por Javier Echeverría116. El tercer entorno es, más que un sistema de información, sobre todo un paisaje de sistemas autorregulados que ofrece ese aspecto de selva incontrolada de seres que desarrollan funciones que escapan al control de los usuarios y que sin embargo se convierten en los mediadores de toda acción.

De la experiencia de enajenación que suponía la acción en el tercer entorno se estaba pasando a un componente de la sociedad del riesgo: la experiencia de estar creando lo definitivamente otro, de crear análogos a seres vivos que pudieran tal vez infectar a los humanos algún día infligiéndoles un daño a ellos o a la naturaleza. Ni la biotecnología ni la nanotecnología son diferentes en este aspecto a los ordenadores. Son complejos sistemas de realimentación basados en genes o en minimecanismos que reaccionan al entorno. Producen la misma sensación de haber inseminado el mundo de vida artificial fuera de control.

Los computadores significaron la aparición de un sistema híbrido: incorporaban los bucles y controles informacionales a su propia conducta como máquina. El debate que recorrió la ciencia cognitiva y la filosofía fue ( y sigue siendo) el de la posibilidad de una auténtica Inteligencia Artificial que sobrepase el test de imposibilidad de resolución de que se trata de un “mecanismo” que postuló Türing como posible: ¿llegarían los ordenadores algún día a una capacidad de acción

115 Hoftasdter, (1982) Gödel, Echer Bach. Un eterno bucle dorado. Barcelona: Tusquets 116 Echeverría, J. (1999) Los Señores del aire: Telépolis y el Tercer Entorno. Barcelona: Destino.

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comunicativa genuina?, ¿alcanzarían a desarrollar aspectos de la fenomenología de la conciencia como los colores o las emociones? (Recordemos a Hal, el ordenador de Ray Bradbury inmortalizado por Kubrick en 2001. Una odisea en el espacio) ¿llegarían a sentir compasión por los humanos, como los robots de Asimov?. La cultura se había instalado, sin embargo, en un dualismo metodológico entre fenomenología y teoría de sistemas (más tarde ciencia cognitiva) que ha tenido unas consecuencias desastrosas para la ontología. Muchos autores pusieron el límite a priori de todo lo artificial en la barrera de los componentes fenomenológicos del organismo o del sistema cibernético. Nunca un ordenador sentiría pánico humano por más que desarrollase algún análogo del miedo con los mismos componentes artificiales. La fenomenología de la acción comunicativa, en un contexto más amplio, nunca puede ser contaminada por la teoría de sistemas, no viceversa.

Pero, ¿no es este un problema radical de nuestra cultura? ¿no cabría concebir la conciencia, las acciones comunicativas, la esfera pública como momentos de procesos de emergencia de una modernidad reflexiva que a la vez que modifica la tecnología se automodifica a sí misma creando o desvelando nuevos mundos?. En cierta forma la teoría crítica habría estado exportando al mundo de las interacciones sociales complejas la barrera cartesiana de la conciencia incontaminada. Que es, a su vez, la contraparte de una visión de lo vivo como máquina, como pura máquina y de los sistemas sociales como puros ejercicios de racionalización mecánica. También la teoría crítica sigue en cierto modo prisionera de los orígenes agustinianos de la desaparición entre en mundo mecánico-vivo y la conciencia.

La aparición de los sistemas cibernéticos ha dado paso a una nueva clase ontológica: los sistemas adaptativos, los sistemas que transforman el medio al tiempo que el medio los transforma. Son sistemas cibernéticos que no pueden ser estudiados sino en su entorno: son sistemas situados. Todos los seres vivos pertenecen a esta clase. Pero también pertenecen a ella muchos sistemas técnicos y muchos sistemas sociales, y, por supuesto, muchos sistemas sociotécnicos (un hospital, una factoría, etc.) Son sistemas que transforman el entorno autotransformándose y creando nuevos entornos en los que continúa la dialéctica.

Ahora bien, lo esencial de los sistemas adaptativos no es lo que cambia, sino lo que se preserva: en la preservación de propiedades es donde reside la idea nuclear de control. No controlamos sistemas, controlamos propiedades, estados y procesos que nos importan. El control es siempre preservación de algo que importa, elevación de una

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propiedad a un valor. El termostato no controla la habitación, controla la temperatura, el governor de Watt controla la velocidad, el control de calidad, la calidad de las piezas o de las acciones, etc... La idea de control deviene ahora en una característica central de los sistemas adaptativos: un sistema de control es un portador de identidad del sistema. Determina lo que importa, de lo que debe cuidarse el sistema. Así, al final, si eliminamos de la idea de control la ontología dualista, lo que queda es algo muy parecido a una noción de control como “cura” o cuidado de lo que importa. Se convierte así una dimensión esencial de la calidad de la agencia y, para lo que a nosotros nos interesa, en una condición de satisfacción de lo que podríamos denominar éxito tecnológico. Controlar una acción es preservar la intención: conseguir lo que se busca y sólo lo que se busca, hacer que la interacción con el medio preserve un cierto estado, un diseño, un plan. El sistema emocional humano, otrora pensado como una parte de lo pasivo de la mente, “pasiones” en la terminología barroca, tiende a ser entendido ahora como un sistema de alerta y control sobre el desarrollo adecuado de nuestros planes de vida.

El mundo que habitamos ya está definitivamente conformado por la acción humana. La industrialización, unida al incremento de población (es curioso cómo suele hablarse irreflexivamente de “superpoblación”, como si tuviésemos ya claro cuáles son los números de los seres humanos admisibles), ha producido este extraño mundo herido en sus procesos y sistemas básicos por los desperdicios y la depredación de los humanos. Si ya ninguna parte del mundo está a salvo de la técnica, todas sus partes podrían estar a salvo por la técnica: depende de qué se quiera preservar, de qué objetos, especies, procesos, climas, tasas de CO, recursos, etc. se consideren valiosos. Se dirá que esta forma de pensar ya es pecaminosa, que no le corresponde al hombre decidir qué es valioso o no, que fue precisamente esta forma de pensar la que condujo al desastre de la industrialización. Pero también es cierto que sólo re-valorizando el mundo que nos rodea podemos salvarlo de nosotros mismos controlando la vida, controlándonos a nosotros mismos. La experiencia de los parques naturales no es menos técnica que las fábricas y las centrales térmicas o nucleares. En un parque natural la vida es controlada cuidadosamente para preservarla en sí misma y preservarla de los humanos. Los parques naturales no serán en el futuro una curiosidad turística para producir documentales de sobremesa, sino, por el contrario, el corazón mismo de la experiencia de una tecnología humanizada y naturalizada. En un parque natural todos los sistemas son híbridos, todos interactúan con todos, todos se convierten en indicadores del funcionamiento de lo general. Todo el parque se configura como un proceso de control de lo que realmente merece la pena preservar.

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CAPÍTULO 5

TRES FORMAS DE REPARAR EL ERROR DE EPIMETEO: EL CONOCIMIENTO EXPERTO EN

LA ESFERA PÚBLICA

La tensión entre conocimiento experto y democracia.

La polis vio nacer en la época de esplendor ateniense la tensión entre el conocimiento experto y el orden político, entre un orden social orientado hacia la búsqueda de la eficiencia (quizá ocasionalmente la verdad) y un orden social orientado hacia la búsqueda de la justicia; una tensión que aún forma parte de los complejos fundamentos de la democracia que todos deseamos, en la que una sociedad bien ordenada logre acoger sin tensiones una ciencia y tecnología bien ordenadas. El Protágoras de Platón inserta en sus comienzos un mito narrado por Protágoras el principal de los filósofos que han sido llamados sofistas, quien, en contra de Sócrates, sostiene que todos los ciudadanos poseen un conocimiento igual de la justicia. Se trata de la historia de Prometeo y Epimeteo, dos hermanos que fueron encargados por los dioses de repartir los dones entre los seres vivos. Epimeteo le pidió a Prometeo que le permitiese encargarse de la tarea y así, con sentido de la equidad, repartió de forma desigual las virtudes o funciones entre los animales: el tamaño, las defensas, velocidad, etc. teniendo en cuenta que cada especie tuviese su particular ventaja frente a otras. Agotados sus recursos de dones, Epimeteo descubrió que había olvidado a los humanos que se encontraban desnudos y desprotegidos y que ya no tenía don alguno que repartir entre ellos. Cuando llegó Prometeo a inspeccionar el resultado y reparó en el desastre, intentó arreglarlo robándole a los dioses el ingenio científico y técnico, junto con el fuego, sin cuya energía no habrían podido ejercer sus artes. Prometeo fue castigado cruelmente por este robo, pero los humanos comenzaron a proliferar y extenderse. Sus nuevos conocimientos, sin embargo, le fueron de poca utilidad pues no conocían las artes de lo social y estaban en una continua guerra entre ellos, incapaces de fundar ciudades y habitarlas. Por eso Júpiter resolvió definitivamente el problema enviando a Hermes que repartió entre todos los humanos, por igual, el conocimiento y el sentido de la justicia, y a partir de ese momento nacieron las polis y las leyes.

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La narración de Protágoras es una de las primeras formulaciones de la idea de contrato social que conformará toda la filosofía política moderna. Podríamos traducirlo a los términos del republicanismo contemporáneo sin que perdiese su fuerza metafórica: los individuos se convierten en ciudadanos al adquirir este saber que llamamos el juicio de lo justo y lo injusto, y este saber les iguala a todos por encima o por debajo de sus diferencias sociales o culturales y, en lo que a nosotros nos importa, de sus diferencias en el conocimiento experto de la ciencia y la técnica. La posición de Protágoras no sería pues distinta a la de muchos defensores radicales de la democracia que consideran, y consideraban ya en Atenas, la asamblea de ciudadanos como el órgano máximo que determina el orden de la ciudad, que ocasionalmente consulta a los expertos sobre algunas cuestiones particulares de su ámbito de conocimiento, pero que es y se siente soberano en la deliberación y en la posterior determinación de sus decisiones. Así que parecería que el olvido de Epimeteo habría quedado reparado por la primera intervención heroica de Prometeo y la posterior de Júpiter. Según este mito, el conocimiento experto es necesario para la supervivencia y la satisfacción de necesidades, pero es insuficiente y deficitario para un ordenamiento justo de la sociedad, que solamente puede ser resuelto en una instancia superior como son el ágora y las instituciones deliberativas y ejecutivas de la República.

Al leer las palabras de Protágoras uno parece estar leyendo “Ciencia y y técnica como ideologías” de Habermas, por citar solamente alguno de los muchos escritos políticos sobre la ciencia, pues se muestra en el mito un canon que baja hasta lo más profundo de nuestros sistemas de legitimación política: la universalidad e igualdad en el conocimiento de lo justo y la asimetría entre el juicio político y el juicio experto, entre la autoridad política y la autoridad epistémica. Platón era muy consciente del atractivo que tenía este discurso entre sus conciudadanos, que llevaban años debatiendo sobre qué significaba la democracia y cómo había que luchar contra la oligarquía, pero, como sabemos, una parte sustancial del pensamiento platónico estuvo determinada por su experiencia del juicio y condena de Sócrates por un jurado constituido en la asamblea, en el que estaban involucradas entre otras cosas las distintas formas de ver los fundamentos de la democracia. Sócrates fue acusado de impío y de corruptor de la juventud aunque en el trasfondo de la acusación estaban sus dudas sobre el fundamento de la democracia ateniense y sus dudas sobre si el gobierno del pueblo era un gobierno de los mejores o simplemente de los más ingeniosos en la palabra. En la obra de Platón esta experiencia se transfigura en una reflexión sobre el concepto de lo justo y del bien, de la tejné y la episteme en el marco de la polis. Platón cree que las cosas no están resueltas en el discurso de Protágoras, y que ni está tan claro

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que la distribución de poder de la asamblea sea por sí mismo una distribución de la justicia, ni que todo individuo conozca espontáneamente lo justo y lo injusto: en ambos casos debe haber constricciones que están determinadas por una cierta distribución del poder que obedece, para decirlo rápidamente, al rol funcional de los ciudadanos que se cumple a la vez en cada persona, en el rol y orden de sus facultades, y en los papeles sustanciales que articulan la ciudad como son la producción técnica, la defensa y la educación. No nos interesan aquí ni la filosofía política de Platón ni su concepto de justicia, sino la particular cuestión de las constricciones que debe tener una sociedad bien ordenada y, en particular, las constricciones de orden epistémico y técnico. Pues nos preocupa en qué modo una distribución justa del poder y la autoridad y de los bienes públicos es fruto de una adecuada y eficiente distribución del trabajo epistémico y técnico; y, en la dirección inversa, en qué modo una adecuada división del trabajo epistémico es también una ordenación justa de la comunidad de seres cognitivos.

Desde la época de Platón hasta el siglo pasado esta cuestión se aplicaba en un dominio limitado como la pregunta por la forma eficiente de distribución del poder personal y, si acaso, de la educación del príncipe, es decir, se traducía en una pregunta por las características que debían tener los individuos que regían los asuntos públicos. En las sociedades complejas del siglo XX, en las democracias sostenidas en el capitalismo avanzado y en la sociedad globalizada, esta vieja cuestión adquiere un tinte dramático de legitimación y eficiencia que ha terminado por generar un nuevo término ad hoc: gobernanza, un concepto y propiedad que se refiere al buen orden de gobierno en un sentido de armonía entre lo justo y lo eficiente. Ya hemos insistido en que las sociedades contemporáneas han sufrido lo que han sido llamados “procesos de modernización”, y en que estos procesos que afectan a todos los ámbitos de la existencia, calan hasta lo más hondo de la conciencia desgarrada de los individuos. De estos procesos, el punto que nos interesa es la propia racionalización de la ciencia y la tecnología, su conversión en lo que hoy llamamos un sistema de investigación, desarrollo e innovación, en un organismo social dirigido al crecimiento del conocimiento, de la innovación técnica y de las oportunidades tecnológicas. Es el hecho de que se haya conformado como un sistema desbordando lo que podría ser una mera comunidad de sujetos el que transforma la cuestión de Platón en una pregunta que se filtra por todas las membranas del orden científico y técnico y se convierte en una pregunta por las condiciones de su legitimación.

El sistema moderno de investigación y desarrollo que forma parte de nuestras sociedades se originó en la experiencia de la Segunda

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Guerra Mundial y en la secuencia de aquélla que llamamos Guerra Fría. Allí se conformaron las bases de una forma de organizar la interacción entre la innovación y el crecimiento económico que hoy se caracteriza como la triple hélice, en un remedo metafórico de la doble hélice del genoma. Se refiere este término a la interacción dinámica entre un sistema académico superior orientado a la eficiencia investigadora, un sistema gubernamental que dedica una parte sustancial de su presupuesto a la financiación estratégica de la investigación y un sistema empresarial que se embarca en trayectorias tecnológicas arriesgadas. Manuel Castells117 ha estudiado con detalle y extensión esta triple hélice en el caso de la revolución de la microinformática, aunque los historiadores de la técnica detectan ya fenómenos similares en el caso de la industria aeronáutica en los albores de la Segunda Guerra Mundial y en campos como las comunicaciones y la electrónica. El punto de inflexión se produjo en los años sesenta, cuando este sistema se convirtió en un núcleo esencial de las sociedades desarrolladas en lo que respecta no ya tanto al gobierno y la administración diaria como a su propia configuración estratégica en la historia. En las carreras por el poder mundial que han caracterizado la política desde la Segunda Guerra, la estructura de la triple hélice de cada una de las formaciones sociales confiere o inhibe ventajas comparativas de orden económico, político o militar. La división actual del mundo en grandes áreas geoestratégicas de poder económico y político no es ajena a las formas particulares que adoptan las trayectorias de cambio inducidas por formas distintas de esta triple estructura, como tampoco lo son las dinámicas de interdependencia que denominamos “globalización”.

La importancia del sistema de i+d no debería hacernos olvidar, sin embargo, la importancia de todos los demás componentes de la dinámica social. Aunque vamos a centrarnos en la cuestión del orden social en este sistema, no debemos olvidar el marco político y económico del mundo contemporáneo ni la importancia que tienen otros elementos de orden ideológico y económico que no pueden dejar de ser tenidos en cuenta. La perpetua guerra en África y el trasfondo de la lucha por el control de los minerales estratégicos, las guerras por el control del petróleo, la emergencia de los fundamentalismos religiosos, los movimientos migratorios creados por los pozos negros de la diferencia económica, las crueles migraciones de grandes masas financieras, la llamada “deslocalización” de la industria, la estabilización de una sociedad llamada del “veinte por ciento”, que constituye una masa de reserva de mano de obra que se convierte en la gran masa de la sociedad, el terrorismo ciego y las nuevas formas de autoritarismo, …

117 Castells (1993) La sociedad de la información, Madrid, Alianza.

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Estos y otros rasgos que sería tan largo como inútil detallar en este texto conforman un desapacible trasfondo contra el que el sistema de investigación se ilumina con luces oscuras y lejanas de los brillos de la idea de progreso ilimitado y uniforme. Este trasfondo nos habla de una creciente probabilidad de desaparición de la democracia, que en algunos momentos y por parte de algunos ilusos se pensó como estado estacionario después del “fin de la historia”. La democracia, nos avisa Rawls, es un sistema tan frágil como históricamente contingente; del mismo modo que tuvo un origen histórico tan particular como reciente puede tener un final previsible, dadas las tensiones acumuladas en el tiempo presente. Y en este contexto no es menos previsible el final del entrelazamiento que llamamos triple hélice e incluso, y tal vez, del sistema científico y tecnológico que hemos conocido en los últimos doscientos años. Y, por último, y en lo que a nosotros importa, de la relación compleja entre el sistema de innovación y el sistema democrático de ordenar una sociedad justa.

Los procesos de legitimación social del sistema C-T, atendiendo a este planteamiento, no pueden ser ya ajenos a una cierta forma de filosofía política que se refiere a los procesos de conocimiento en contextos sociales y que podríamos denominar en sentido amplio “epistemología política”118, como tampoco puede ser indiferentes a la política epistemológica, es decir, a las políticas orientadas a la promoción y gestión del conocimiento teórico y práctico. Compárese la diferencia entre ambas mediante una analogía entre lo que podría llamarse “sanidad social”, como salud de las personas derivadas de su existencia en comunidades particulares y políticas sanitarias, o sistemas públicos de promoción y preservación de la salud. Pues bien, las relaciones entre ciencia y tecnología y democracia, en el contexto de la tensión que creemos entrever entre conocimiento experto y justicia, tienen que platearse en el doble plano de cuál es el estado de conocimiento y de las capacidades tecnológicas por el hecho de que tenga una cierta estructura social el sistema de su producción y cuáles son las políticas públicas destinadas a la promoción del conocimiento y de la innovación.

118 Quizá debiéramos haber encontrado un nombre con menos connotaciones intelectualistas y más cercano a la práctica ingenieril y técnica, pero mi intención es rescatar el concepto de epistemología, estudio normativo del conocimiento correcto, de su adscripción exclusiva al conocimiento teórico para aplicarlo también al conocimiento y las capacidades técnicas de una sociedad, superando la división entre episteme y tejné que hemos heredado de Platón.

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Los dos aspectos de epistemología política y política epistemológica resultan al final estar estrechamente relacionadas, como lo están también en el caso de la salud, pero lo están de una forma contingente, en la medida en que las políticas públicas se orienten por una cierta epistemología política y en la medida que quienes practican el conocimiento en contextos sociales apoyen o se enfrenten a ciertas formas de epistemología política. Históricamente las relaciones entre epistemología política y política han sido cambiantes dentro de un esquema que podemos calificar como “moderno”: el programa baconiano-cartesiano de convencer a la sociedad de la importancia del conocimiento como fuente de poder y de beneficio social. Este marco, sin embargo, admite considerables variaciones en su conversión en formas particulares de política del conocimiento y de epistemología social. En el intervalo de los años treinta y setenta, se desarrollaron varias alternativas en medio de polémicas filosóficas y políticas que contribuyeron a configurar el sistema de la triple hélice contemporáneo. Vamos a examinar tres aproximaciones a la intersección de epistemología política y política epistemológica que fueron históricamente muy relevantes en la configuración de las varias políticas contemporáneas respecto a la ciencia, y lo que me parece más relevante, siguen siendo aún modelos de referencia en lo que respecta al problema de cómo es posible una ciencia bien ordenada en una sociedad bien ordenada. La razón de escoger modelos que se retrasan tanto en el tiempo histórico es saltar a los momentos primigenios en los que las políticas fueron expresadas con toda claridad y los argumentos con la mayor contundencia. Los herederos de aquellas propuestas aún siguen activos y las propias políticas pueden ser reconocidas en los varios estilos de los diversos estados.

La planificación social de la ciencia y la técnica.

A comienzos del siglo XX solamente el sistema alemán había generado una colaboración estable entre la ciencia y la industria. La industria química alemana había comenzado una política de investigación en colaboración con los institutos gubernamentales del Kaiser y con los departamentos universitarios. La investigación de tintes, la investigación química, en general y la industria militar fueron los núcleos de esta primera forma de colaboración estable entre la universidad y las empresas. Esta colaboración dio una ventaja inicial a los alemanes en la Primera Guerra Mundial, aunque Inglaterra y Estados Unidos reaccionaron con rapidez en una movilización masiva de científicos y, sobre todo, con la planificación fordiana de las industrias de armamento, que se mostró como un factor esencial en la derrota de Alemania. En la posguerra este proceso se hizo más lento, en palabras de J. J. Salomón: “después de las hostilidades las relaciones

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entre la ciencia y la política volvieron a ser en la mayoría de los países –al menos hasta la década de 1930 – las que habían sido en la segunda mitad del siglo XIX: en resumen, relaciones de buena vecindad en las que el Estado sostenía la investigación como si se tratase de algo superfluo y la ciencia, por su parte, no se hallaba en condiciones de exigir lo necesario”119 . Pero la situación volvió a cambiar, en primer lugar por el ascenso del fascismo en Alemania y la rápida militarización de su economía, y en segundo lugar por la visibilidad que comenzó a tener fuera de la República Soviética el primer plan quinquenal de 1927, que incorporaba la doctrina oficial de que la investigación científica ha estado siempre, y siempre debe estarlo, dirigida a la satisfacción de las necesidades sociales, y estigmatizaba la búsqueda del conocimiento por el conocimiento. Roosevelt creó en Estados Unidos un consejo asesor para la ciencia y la tecnología que tenía como función asesorar al Presidente en la política de la ciencia que debía acompañar a su nueva política económica de bienestar y en el que participaron personajes que habrían de ser tan relevantes en la política de la ciencia posterior como J. K. Galbraith, Vannevar Bush y James B. Conant, el futuro mentor de Kuhn. En muchos otros países se produjeron movilizaciones de científicos con una nueva conciencia política y social, y especialmente en Inglaterra, donde se creo una tradición sociológica, histórica y filosófica que va a ser el centro de nuestro primer modelo de epistemología política.

Mijail Bukharin, uno de los más importantes dirigentes e intelectuales soviéticos, visitó Inglaterra en 1931 con ocasión de un congreso internacional sobre historia de la ciencia, junto con una nutrida representación de científicos de la Unión Soviética. Allí explicó la nueva filosofía de la ciencia como forma de tecnología y la ligazón de la investigación científica con las necesidades del plan quinquenal. Entre los científicos, filósofos e historiadores que se entusiasmaron con las nuevas del sistema soviético estaban Joseph Needham, biólogo cristiano y socialista que se habría de convertir en el gran historiador de la ciencia china y el autor al que vamos a referirnos inmediatamente, John Desmond Bernal, cristalógrafo con profundos intereses en historia, sociología y filosofía de la ciencia. Bernal inició una campaña mediante escritos, apelaciones a la British Association for the Advancement of Science e intervenciones en organizaciones como las Associations of Scientific Workers de Gran Bretaña y Estados Unidos. Una parte de los ensayos de la época fueron recogidos en La libertad de

119 Salomon, J.J.(1972) Saber y poder Madrid, Siglo XXI, p 43

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la necesidad (1949)120, más tarde en su monumental Historia Social de la Ciencia (1954) y, sobre todo, en The Social Function of Science (1939)121 (SFC).

La obra de J. D. Bernal contiene un lastre ocasional, derivado de su compromiso político y de las circunstancias históricas en las que surgió, y una lección de lucidez sobre el sistema de ciencia y tecnología que no hace sino crecer con los años122. En la primera mitad de SFC Bernal hace un estudio exhaustivo del sistema de investigación y desarrollo en la Inglaterra prebélica, en la segunda parte propone un modelo de política científica y de innovación que coincide en su parte sustancial con lo que fueron las políticas de innovación posteriores a la gran guerra y que aún hoy sigue vigente en algunos puntos, por ejemplo, en las propuestas tan sugerentes de establecer un sistema mundial de información científica y abaratar las publicaciones mediante medios electrónicos (no olvidemos la fecha de redacción, 1939) Representa el primero de los modelos que proponemos como solución contemporánea a la tensión entre la ciencia y la democracia, un modelo basado en una planificación política de la investigación científica de acuerdo a un orden de prioridades que atiende a las necesidades y proyectos de la sociedad.

120 Bernal, J.D. (1975) La libertad de la necesidad. 2 vols. Barcelona: Ayuso, (original de 1949, Londres, Routledge & Kegan Paul) 121 Bernal, J.D. (1967) The Social Function of Science, 2ª ed. Cambridge, Ma: MIT Press 122 Sorprende a nuestros ojos la candidez con la que Bernal, Needham y muchos otros universitarios ingleses creyeron el discurso oficial soviético a pesar de las noticias que ya comenzaban a llegar sobre las purgas y la dictadura estalinista. No es fácil juzgar ahora la buena o mala fe en momentos de una activísima propaganda ideológica desde los dos lados, mucho menos desde España, que en esos momentos se enfrentaba a la encrucijada de la República y la Guerra Civil. Como ocurrió en el caso del holocausto nazi, las verdaderas dimensiones de la tragedia en Rusia tardaron aún muchos años en conocerse. Y en el caso soviético, aún más en aceptarse. Martin Amis ha reflexionado recientemente sobre esta generación, a la que perteneció su padre (Klinsey Amis, primero comunista después anticomunista) y particularmente sobre la ceguera ideológica sobre la dictadura del estalinismo en Amis, M. (2003) Koba el terrible. La risa y los veinte millones. Barcelona: Anagrama. A favor de Bernal hay que decir, sin embargo, que su obra sobrevive con una dignidad y frescura increíbles a los posibles sesgos de apreciación sobre el sistema de investigación soviético (y sobre el sistema soviético en general). El origen democrático de sus posiciones es incontestable y su socialismo muchísimo más interesante y moderno que el que él admiraba en Rusia.

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Este modelo se basa en algunas premisas sobre la naturaleza de la ciencia, sobre la filosofía de la ciencia y sobre las relaciones con la sociedad que son tan claras como discutibles: fueron entendidas muy bien y fueron discutidas con pasión y siguen siendo premisas en las que se basan las políticas de la ciencia que enlazan con el modelo de Bernal.

El primer paso es el diagnóstico que hace Bernal de la ciencia y su relación con el aparato productivo: “la ciencia ha dejado de ser una ocupación de nobles curiosos o de mentes ingeniosas apoyadas por patrones ricos y se ha convertido en una industria apoyada por grandes monopolios estatales y por el propio estado. Imperceptiblemente, esto ha alterado el carácter de la ciencia, que ha pasado desde una base individual a una base colectiva y ha incrementado la importancia del aparato y de la administración” (SFC, p xiii). El postulado bernaliano del carácter institucional de la ciencia habría de tardar décadas en ser reconocido ampliamente. La percepción intuitiva de los investigadores, el imaginario popular y, lo que es más grave, la epistemología y filosofía de la ciencia, siguieron siendo individualistas por décadas. Sólo tras la generalización de las ideas kuhnianas se consideró el aspecto comunitario de la ciencia, pero entre la fórmula comunitaria y la institucional a la que apunta Bernal aún media una distancia que es esencial para comprender la lógica de esta opción. El carácter institucional de la ciencia, por lo masivo de su población de investigadores, por la compleja estructura administrativa y, sobre todo por la esencial función que cumple en el conjunto social, convierte el problema de Platón en el problema de la legitimación y relaciones entre una sociedad ordenada y una macro institución social que coopera al propio orden social. De esta forma abrimos ya lo que es el segundo postulado central en la aproximación bernaliana, el carácter esencialmente aplicado de la investigación científica.

Mientras que el carácter institucional es descriptivo, esta segunda característica ya tiene fuerza constitutiva en lo que se refiere al conocimiento en la sociedad. Así, nos confronta Bernal con dos concepciones de la ciencia. La primera es caracterizada con esta cita de La República que sigue en el libro VII a la narración del Mito de la Caverna: “Lo que a mí me parece –dice Platón – es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea de Bien. Una vez percibida ha de concluirse que la causa de todas las cosas rectas y bellas (…) y que es necesario tenerla a la vista para poder obrar con sabiduría, tanto en lo privado como en lo público” (La República VII, 517, b, citado de SFC, p 4). Es curioso que Bernal defina la primera concepción con esta cita, no tanto por lo que pudiera haber pensado Platón, que ahora no nos importa, sino por cómo Bernal entiende la posición platónica. Pues Bernal cree que es la esencia de la primera concepción que no es

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otra que la búsqueda del conocimiento por el conocimiento, o, en su lectura de Platón, por el valor intrínseco del conocimiento, o, expresado en otros términos, del conocimiento como valor no condicional, como fin en sí. La legitimación de la ciencia por sí misma era la posición contraria a la suya en el marco de una controversia que se estaba desarrollando a lo largo de toda la década en toda Europa y, con especial virulencia, en la British Association for the Advancement of Science. Bernal opone un argumento ideológico y un argumento histórico: el proyecto del conocimiento puro, aduce, tiene la sorprendente consecuencia de que alimenta una concepción religiosa del universo puesto que convierte en milagro todo lo que desconoce, dado que la pasión por el conocimiento es el único motor del conocimiento, y es fácilmente compartida con otros sentimientos que se ocupan de las lagunas de lo conocido. La ciencia adquiere así una función social apologética de las religiones “modernistas”, sostiene. El argumento es un poco chusco, pero no debemos olvidar, primero, que en Inglaterra la relación entre ciencia y teología fue siempre muy estrecha desde la época newtoniana, y que por otra parte, era el argumento básico de sus oponentes, Michael Polanyi a la cabeza. El segundo argumento es de orden histórico, y fue una de las conclusiones que extrajo de la conferencia sobre historia de la ciencia de 1931. La ciencia, sostiene, no hubiera sido posible sin la tecnología. Desde Galileo a nuestros días, la presencia de las técnicas en la investigación es fundamental, pero, además, la ciencia siempre tuvo en último extremo, una relación muy estrecha con las necesidades sociales de cada época. Si hubiera predominado el proyecto de la investigación pura, se atreve a decir, nunca hubiera existido la ciencia en Occidente.

El argumento histórico es una consecuencia de lo que es la segunda concepción de la ciencia, que es la sostenida por él: no hay distinción básica entre ciencia y tecnología, y la ciencia es un proyecto social que tiene como horizonte la satisfacción de las necesidades humanas en el doble sentido de disminuir los sufrimientos y crear bienestar. “Los caminos al poder y al conocimiento discurren juntos y son casi el mismo” (SFC, p 7) Es el proyecto baconiano puro, no solamente como justificación estratégica de la ciencia, por sus consecuencias aplicadas, sino como motor de la investigación. La ciencia es y debe ser una fuerza de transformación social. De nuevo hay que lamentar aquí que las tesis de que todo conocimiento implica un trasfondo de intereses y necesidades hubiera de esperar hasta la popularización de las mismas ideas por la escuela de Frankfurt, y especialmente por Habermas para ser reconocidas entre los filósofos, cuando no al llamado Programa Fuerte de Edimburgo. Bien es cierto que en Bernal obra una posición marxista soviética ortodoxa, mientras

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que posterior y contemporáneamente se divulgará una extraña mezcla de Marx y Manheim.

La concepción del conocimiento científico como parte del proceso técnico hereda el extraño lugar en que Marx sitúa al conocimiento científico, un lugar en el que participa a la vez de la infraestructura, como fuerza de producción y de la superestructura, como representación del mundo deformada a veces por la pantalla de la ideología dominante. La tesis marxiana es una tesis anticipativamente pragmatista: solamente cuando el conocimiento marca una diferencia en la práctica puede considerarse verdadero.

Lo más importante de Bernal, ya con un sentido más práctico que filosófico, es el principio de planificación, para el cual todo lo anterior no ha servido más que como planificación. Es por este principio por el que las tesis bernalianas pueden considerarse como una solución pura al problema de Platón. La sociedad de hecho establece una agenda sobre la ciencia. La diferencia entre lo normativo y lo descriptivo es aquí una diferencia que proviene de la retención que una sociedad mal ordenada establece sobre las fuerzas de desarrollo de la ciencia. Es la distancia que establece el socialista Bernal del Canciller Lord Bacon: “Guerra, caos financiero, destrucción voluntaria de bienes que necesitan millones, subalimentación generalizada, y el miedo a otras guerras todavía más terribles que cualquier otra anterior en la historia, son las imágenes que pueden ser dibujadas hoy día de los frutos de la ciencia” (SFC pg 7). La ciencia bajo el capitalismo, sostiene Bernal, no puede rendir sus frutos adecuados, no puede cumplir su función porque en primer lugar es apropiada para fines privados y particulares, en segundo lugar, porque bajo una sociedad capitalista estará siempre mal organizada. Una de las virtudes más intemporales del trabajo de Bernal es su cuidadosa descripción del sistema i+d inglés y, comparativamente, el del resto de los estados desarrollados. En la primera mitad del libro esta descripción exhaustiva, con sus ventajas y defectos, da paso a una segunda mitad en la que examina cómo podría ser la ciencia si se planificase bien, y es en ese marco en el que Bernal expone las líneas de lo que debería ser una política científica correcta.

Parecería que el principio marxista le llevaría a plantear que el único modo de ordenar la ciencia es transformar la sociedad de capitalista en socialista. Y sí, solamente en una sociedad socialista, en el que la estructura social esté ordenada a la satisfacción de las necesidades generales ocurrirá que estas necesidades representarán especularmente los objetivos legítimos de la ciencia, a la vez que la dinámica científica se acoplará con suavidad a la dinámica social. La esencia de la primera solución al problema de Platón es que una

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sociedad justa, regida por gobernantes justos, tiene el derecho y la obligación de planificar la ciencia para financiar aquéllas investigaciones que se dirijan a los objetivos y necesidades decididas como prioritarios por la sociedad. Las cosas en realidad no son tan sencillas ni en el marxismo, ni en la realización soviética del momento, ni tampoco en la cabeza de Bernal. Pues la ciencia se concibe en esta existencia doble en la infraestructura y la superestructura. Ejerce un doble papel a la vez justificador y transformador de la sociedad. Pues la sociedad capitalista está condenada a transformar sus bases y fuerzas de producción más allá de lo que es capaz de soportar su estructura ideológica de legitimación y su aparato de poder. Traducida a otros términos, esta idea implica que la búsqueda de una sociedad más justa depende en cierto modo también del desarrollo de la ciencia. En una sociedad capitalista la ciencia debe ser promocionada hasta donde se pueda, pues es uno de los factores necesarios de la transición a una sociedad más justa, que, a su vez, es la que permitirá una expansión adecuada y legítima de la ciencia. De manera que la política científica es simultáneamente un instrumento de mejora de la ciencia y un medio estratégico de cambio social123.

No vamos a desarrollar ahora un examen crítico de estas ideas. Pero sí es necesario subrayar la concepción pragmática de la ciencia y, sobre todo, que unas autoridades legítimas y justas puedan por sí mismas ordenar la política de la ciencia en un sentido de preservación de la armonía entre justicia y políticas de la búsqueda de lo verdadero, o de lo más eficiente. Implica algo así como una creencia en la transparencia y maleabilidad del sistema de i+d, como si no pudiera ser que el sistema generase su propia dinámica “weberiana” insensible a las necesidades sociales y a las particulares características de la sociedad. De otra parte, el modelo bernaliano de que una distribución adecuada de las necesidades y fines sociales, según un criterio basado en la justicia, será a la vez una distribución eficiente del trabajo científico, extiende de modo irresponsable el optimismo hasta el proceso de desarrollo de la ciencia y, en la dirección inversa, hasta el progreso social. Implicaría automáticamente que cualquier desarrollo del

123 Los herederos de esta idea fueron numerosísimos. En Inglaterra, por ejemplo, Christopher Freeman fue discípulo y representante de las ideas de Bernal, y en parte quienes se formaron y formaron el SPRU (Science Policy Research Unity) de la Universidad de Sussex, como Keith Pavitt (recientemente fallecido, como Freeman) o Ben Martin. En general forma parte del núcleo de las políticas socialdemócratas europeas y, en cierta forma, del proyecto de sociedad de bienestar. Si uno examina las introducciones a los programas de investigación de la CE, especialmente al VI Programa Marco, encontrará resonancias reconocibles de las ideas bernalianas.

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sistema, no importa que sea básico o aplicado, es automáticamente un motor del progreso social. Varias décadas de pesimismo tecnológico reiterado nos hacen levantar la ceja ante una tal creencia.

La solución comunitarista o la República de la Ciencia.

El gran oponente de las ideas de Bernal y de la Association of Scientific Workers fue el físico-químico Michael Polanyi. Representa el segundo modelo de solución al problema de Platón. Se trata de una mezcla de solución liberal universal con una autonomía irrebasable de la ciencia. El contexto político de Polanyi es el mismo que el de Bernal, salvo en que Polanyi se encuentra en el otro extremo político. Polanyi, como será también Popper, representan la reacción liberal contra las ideas marxistas que se habían extendido por las sociedades occidentales con los frentes antifascistas que se organizaron en los albores de la guerra. Polanyi formó parte activa de la epistemología política de la Guerra Fría oponiendo a las ideas bernalianas argumentos que provienen de una concepción del conocimiento que habría de popularizarse unos años después. Steve Fuller ha estudiado con cuidado el periodo que discurre desde la publicación de La estructura de las revoluciones científicas, que tiene como contexto los momentos más álgidos de la Guerra Fría, cuando la carrera armamentística se convirtió también en carrera tecnológica y económica y Estados Unidos y Europa decidieron extender una concepción de las relaciones entre ciencia y sociedad que después hemos llegado a conocer muy bien, puesto que el “paradigma kuhniano”se extendió irresistiblemente en los nuevos departamentos que se fueron creando al compás de este proyecto. La expresión más pura de este proyecto fue la revista Minerva, cuyo primer número salió el otoño de 1962, y en cuyo editorial de presentación encontramos una perfecta determinación de su propósito. Así, comienza describiendo los cambios sufridos recientemente por la ciencia: la extensión de las disciplinas, la creciente especialización, la explosión numérica de estudiantes, de científicos y de universidades a lo largo del mundo, y, sobre todo, lo que Minerva denominaba “gubernamentalización de la ciencia” y que caracteriza en estos términos:

“El patrón de esta reciente “gubernamentalización” de la ciencia, de lo académico y de la educación superior es extremadamente complicado y variable. Engloba muchas cosas: el establecimiento de relaciones contractuales entre gobiernos y universidades y empresas privadas para la conducción de la investigación y el aprendizaje académico y científico; los esfuerzos gubernamentales para adiestrar un cierto número de especialistas en ramas particulares de la ciencia y la academia en un periodo determinado de tiempo; las decisiones de promover ciertos

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campos de la investigación; los planes gubernamentales de crear nuevas universidades e instituciones tecnológicas; los planes gubernamentales y políticas de atraer a los más talentosos a las carreras en ciencia y académicas; el fomento gubernamental de la utilización económica de los resultados de la investigación; la dirección real de los laboratorios gubernamentales; la incorporación de la consultoría técnica y científica en el proceso normal de gobierno; la búsqueda de modos de apoyar la ciencia y la enseñanza que respete la autonomía de las instituciones intelectuales mientras obtiene ciertos servicios deseados”124

Me he permitido esta larga y prolija cita porque representa lo que uno consideraría que es el sueño bernaliano, el establecimiento de una política de la ciencia y la tecnología estable y planificada desde el gobierno. Pero al grupo que representa el consejo editorial de Minerva no le importan tanto los resultados que pueda tener esta política cuanto “la corrección o legalidad de esas demandas”. Y su posición política es mas bien distinta a la bernaliana:

“Ciertas demandas que son políticas en el sentido de servir solo al interés primario de un partido son ilegítimas. La exclusión de otras materias reconocidas universalmente de investigación y enseñanza o la intrusión de creencias políticas y gubernamentales en la sustancia del trabajo intelectual o la influencia de los gobiernos en el nombramiento del personal de enseñanza e investigación sobre bases políticas, raciales o ideológicas son también ilegítimas. También es ilegítimo que las demandas de científicos y académicos tengan que estar de acuerdo con las políticas de su gobierno o de lo contrario sean excluidas o degradadas. Es la intención de Minerva afirmar la concepción tradicional de la autonomía de la vida intelectual, y más específicamente de la libertad académica y negar la validez de las afirmaciones ni sirven a la enseñanza ni al bien común. Reconoce al mismo tiempo que esta concepción tradicional, por más que sea válida como principio, requiere una formulación que haga justicia a las nuevas variopintas relaciones entre el gobierno de un lado y la ciencia, la academia y la educación superior del otro”125

Está claro que este aggiornamiento que persigue Minerva es parte de una política abierta de oposición a todo lo que signifique alguna ideologización de la ciencia o de su trabajo. A este respecto es muy ilustrativa la lista, no muy larga, del Consejo Editorial. Junto a

124 Editorial del editor Shils, E.(1962) Minerva I,1, p 9 125 o.c. p 10

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científicos como Robert Oppenheimer126, Abdus Salam o Sir John Eccles, aparece un grupo de historiadores y filósofos que no resisto relatar: Gerald Holton,Thomas S. Kuhn, Charles Snow, John M. Ziman, y, claro, el inspirador de la revista, Michael Polany. Es en ese número precisamente en el que aparece el artículo que resume la posición que representa paradigmáticamente el segundo modelo de ciencia ordenada en una sociedad ordenada, “The Republic of Science: Its Political and Economic Theory”127.

El objetivo de la epistemología política de Polanyi es el mismo que el que expresa el editorial de Minerva, defender la autonomía de la ciencia contra las intrusiones ideológicas. Fue una posición política que Polanyi tuvo desde que en 1930 fue nombrado catedrático de Química Física de la Universidad de Manchester, cuando comenzaron a llegar noticias sobre cómo los especialistas en genética o quienes se oponían a Lysenko eran expulsados o enviados a los gulags. En realidad Polanyi se oponía a la penetración de las ideas de planificación social de la ciencia originadas en el marxismo. Lo más interesante es que deriva su posición política de una posición epistemológica que conocemos bien por ser una parte del núcleo duro del kuhnianismo: el carácter tácito y el compromiso personal como elementos esenciales de la profesión científica.

El carácter tácito de la ciencia, que se opone a su carácter público en un sentido de objetividad proposicional lingüística deriva esencialmente de tres elementos. El primero es el carácter de destreza o conocimiento operacional práctico que tiene el conocimiento científico, un conocimiento que no es capturado en lo esencial por la expresión lingüística de una regla de operación o comportamiento. El segundo elemento es el carácter imitativo, de relación personal directa, en la enseñanza de la ciencia. El tercer elemento es la importancia determinante de un tipo particular de emociones intelectuales que constituyen el principal componente de un compromiso personal con la empresa científica128.

126 Quien, dicho sea de paso, tenía razones sobradas para oponerse a la ideologización de la ciencia. Había sido, como todos sabemos, una de las víctimas del macartismo por su oposición a la construcción de la bomba de hidrógeno, y, aunque no llegó a ser acusado de traición, se le prohibió acceder a los institutos militares y tuvo que dejar su puesto de asesor científico. 127 Polanyi, M. (1962) “The Republic of Science: Its Political and Economic Theory”, Minerva, I,1, p 54-73 128 Polanyi, M. (1964) Personal Knowledge. Towards a Post-Critical Philosophy. New York: Harper Torchbooks caps. 4-7

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La ciencia es, así, en términos de Polanyi, una particular mezcla de tradición y novedad ordenada en torno a relaciones de autoridad que tienen su base en el reconocimiento de las destrezas, así como en las pasiones internas en la búsqueda de hechos de “interés” científico relevante, algo que no podría ser determinado sin la emoción que despiertan ciertas informaciones en el seno de una comunidad, o en la prosecución de ciertos patrones heurísticos, o, finalmente, en la evaluación de teorías atendiendo a sentimientos de elegancia y belleza solamente comprensibles en el marco de una comunidad particular. Las pasiones tendrían tres funciones en la dinámica de las teorías: una función selectiva de los hechos, una función heurística en la determinación de su significación y, por último, una función persuasiva en la elección de teorías. Los investigadores se reconocen entre sí mediante una forma de socialidad que Polanyi llama “convivencialidad”, que involucra lazos cognitivos y no cognitivos, un sentimiento de encontrarse en casa cuando un investigador se encuentra en el marco de un evento científico, que es paralelo al sentimiento de extrañeza que tiene cuando se encuentra en ambientes políticos, ideológicos o funcionariales.

Los principios que rigen el intercambio de ideas son, sostiene Polanyi, en el marco de esta convivencialidad, los mismos principios que los del mercado: “la comunidad de científicos está organizada de un modo que recuerda ciertos rasgos de un cuerpo político y funciona de acuerdo a principios económicos similares a aquellos por los que se regula la producción de bienes materiales”129. El mercado es un sistema de autoajuste interno, presuponiendo un previo compromiso con los valores, emociones, etc. de las comunidades. Este mismo sistema, sostiene Polanyi, debe regir para el reparto de fondos, que no puede realizarse con otros criterios que los del rendimiento en el sistema del mercado de las ideas: “no importa para este propósito si el dinero llega de la autoridad pública o de fuentes privadas, ni si se desembolsa de unas pocas fuentes o de un gran número de benefactores. En tanto que la distribución siga la guía de la opinión científica, dando preferencia a los científicos y a los temas más prometedores, la distribución de ayudas producirá automáticamente una ventaja máxima para el desarrollo de la ciencia como un todo”130

La ciencia constituye de esta forma una república dentro de la república. La pregunta es, claro, por qué la República de todos tiene que

129 Polanyi, M. (1962) o.c. p. 54 130 Polanyi, M. (1962) o.c. p. 61

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financiar la república de algunos. Polanyi, en este sentido propone lo que parece tener toda apariencia de un grupo de presión social:

“Solamente una opinión científica unida y fuerte, imponiendo el valor intrínseco del progreso científico a la sociedad en su conjunto, puede provocar el apoyo de la investigación científica por el público general. Solamente asegurándose el respeto popular por su propia autoridad puede salvaguardar la opinión científica la completa independencia de los científicos maduros y la publicidad sin entorpecimientos de sus resultados, que aseguran la coordinación espontánea de los esfuerzos científicos a lo largo del mundo”131

El mecanismo es pues convencer a la opinión pública para que financie y respete los resultados de la ciencia, porque solamente de este modo puede garantizarse la mejor producción de resultados, útiles o no. “Cuanto más ampliamente se extienda la república de la ciencia por el globo, más numerosos lleguen a ser sus miembros y mayores los recursos materiales a su cargo, más claramente emerge la necesidad de una autoridad científica fuerte y efectiva para reinar sobre su propia república”132. La república de la ciencia, sostiene Polanyi, es una república de exploradores que se convierte a sí misma en un modelo de lo que debe ser la república de los ciudadanos, una república que debe estar más allá de las dudas escépticas que traen consigo algunas ideologías, que implique un compromiso personal con los valores esenciales de la tradición y con la aceptación colectiva de las novedades. La sociedad, en esta nueva república de exploradores “solamente llegará a tener una vida cultural en la medida en que respete la excelencia cultural (…) Aquí tenemos los supuestos de una cultura ideal: el ideal de una vida intelectual profundamente diferenciada, promovida colectivamente; o más precisamente, de una élite conduciendo activamente tal vida intelectual dentro de una sociedad responderte a las pasiones intelectuales de esa élite”133 para lo que el sistema educativo tendría a su cargo el convencer a los ciudadanos de este respeto por los valores de la excelencia. “En una sociedad ideal libra la formación y diseminación de las convicciones morales deberían tener lugar bajo la guía de los líderes intelectuales, diseminándose sobre miles de dominios especiales y compitiendo en todo punto por el asentimiento del público”134. Todo lo demás no será más que abrir las puertas al

131 Polanyi, M. (1962) o.c. p. 61 132 Polanyi, M. (1962) o.c. p. 68 133 Polanyi, M. (1964) o.c. p. 219 134 Polanyi, M. (1964) o.c. p. 222

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dominio estalinista de la cultura por las bajas pasiones del poder del grupo dominante.

Las palabras de Polanyi se comentan por sí mismas, son una solución que recuerda mucho a la que el propio Platón propone como respuesta al caso Sócrates en la República, la sumisión de los ciudadanos a un orden que emane de la dirección de una comunidad animada por las más excelsas virtudes intelectuales. Parecería que es una posición que no merecería ser discutida, pero hay numerosas razones para sostener lo contrario. La primera, y no menos importante, es que coincide en buena medida con el imaginario interno de muchos, casi todos, por no decir la totalidad, de los miembros de las comunidades científicas. Cada vez que reaccionan ante lo que consideran intromisiones del poder en sus propios planes de investigación lo hacen con respuestas muy similares a las de Polanyi, de las que sólo difieren en el grado de corrección política. La segunda razón es que la epistemología de Polanyi, lejos de haber sido abandonadas, han ido creciendo en importancia y conforman las bases de la epistemología con más fuerza académica, la que ha sido denominada “giro de las prácticas”, que se basa en el comunitarismo asentado en el reconocimiento mutuo de destrezas y valores en el marco local de una comunidad o, como ha denominado recientemente una conocida socióloga, de una “cultura epistémica”135. La tercera razón es de orden externo, pero no puedo dejar de citarla: las ideas de Polanyi formaron parte y forman parte cada vez más, no ya de una epistemología política sino también de una política epistemológica nuclear del conservadurismo político y, contemporáneamente de lo que ha sido llamado neoconservadurismo. Esta posición, a diferencia del libertarismo de origen jeffersoniano, es una posición que aboga por una mezcla de una fuerte implicación estatal en la defensa de ciertos valores, y en su promoción mediante instituciones fuertes, junto con una defensa local de los principios de mercado como formas de ajuste o coordinación espontánea de propiedades emergentes.

Lakatos calificó a la posición de Polanyi de estalinista y elitista. Elitista por su formulación epistemológica, estalinista por sus consecuencias políticas de dirección sin oposición. Él, también de origen húngaro como Polanyi, pero, a diferencia suya, con muchas más razones para combatir el autoritarismo estalinista, puesto que era un exiliado de la revolución del 56, conocía bien el trasfondo autoritario de algunas epistemologías, un trasfondo que se sustenta sobre la autenticidad de ciertos componentes tácitos e inaccesibles desde fuera.

135 Knorr-Cetina, K. (2002) Epistemic Cultures, Cambridge, Ma.: MIT Press

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No es casualidad que Polanyi desarrollase cada vez más sus ideas como una forma de sustentar la religión en una sociedad científica, pues se deduce inmediatamente de sus postulados la autonomía igual de la república de la iglesia.

El descubrimiento de la diferencia. O la contracultura como gobernanza.

El tercer modelo que resuelve el problema de Platón surge en los años inmediatamente posteriores al periodo que hemos venido examinando, y tiene que ver con lo que Theodore Roszack denominó en un best-seller del momento “el nacimiento de una contracultura”. Los años sesenta, en la culminación del desarrollismo y de la Guerra Fría, fueron también el marco temporal de un sentimiento de malestar que recorrió los campus universitarios y que se expresó en varios movimientos sociales bien conocidos de todos. En los años sesenta se extendió lo que podemos llamar un malestar dentro de las nuevas sociedades del bienestar, que coincidió con la primavera de Praga y, en general, con un movimiento generalizado de cambio y disidencia frente a las ideologías más asentadas. La fragmentación de lo que se llamó los grandes relatos fue la regla más que la excepción. Surgieron los movimientos de liberación del tercer mundo, se extendieron las guerrillas o las guerras abiertas, modificando las asentadas estrategias de los partidos de izquierda, surgieron los movimientos ecologistas como reacción a los primeros accidentes en las centrales nucleares, el movimiento sufragista se convirtió en un movimiento feminista con reivindicaciones generales sobre la vida cotidiana, surgió, en general, una resistencia cultural a lo que se denominó la racionalidad científica. Surgieron las bases de lo que ha sido la cultura más extendida en los circuitos académicos en los últimos treinta años. Fue el descubrimiento de la diferencia como reivindicación nuclear de una nueva forma cultural en la que aún vivimos, o quizá en la que hemos comenzado a existir de forma.

En estos años se produjeron transformaciones en los estudios de la ciencia y la tecnología que todos conocemos: surgió el programa fuerte de sociología del conocimiento, el kuhnianismo, una forma particular de la tradición que habían representado Polanyi y tal vez Wittgenstein se convirtió en una ideología dominante sobre la ciencia, abarcando desde los viejos departamentos de filosofía de la ciencia a los nuevos centros, programas y departamentos de cts y denominaciones similares. Este proceso ha sido reconstruido con tanta ironía como

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acierto por Steve Fuller en su reciente Thomas S. Kuhn136 y no tiene sentido recordarlo aquí. Lo que sí fue importante es el surgimiento de una cultura activista y contestataria respecto a las dos políticas de la ciencia universalistas que hemos descrito con anterioridad. Por su contundencia, popularidad y consistencia, el mejor representante de este momento es, sin duda, Paul K. Feyerabend. Situado entre Wittgenstein y Popper, heredero de la tradición más genuina de filosofía de la ciencia por su formación inicial alemana, en 1975 publicó un panfleto provocativo que tenía como intención tal vez poco más que molestar a los ortodoxos popperianos. Se trataba, claro, de Contra el método, un libro que alcanzó tan rápida popularidad como airadas respuestas, tan airadas que sorprendieron al propio Feyerabend, hasta ese momento más bien ortodoxo aunque con una cierta vocación de enfant terrible que nunca abandonaría ya. Fueron reacciones que le confirmaron en unas ideas cada vez más asentadas en su crítica al stablishment académico en filosofía de la ciencia (menos respecto a otros no menos poderosos clanes académicos). Science in a Free Society y Farewell to Reason137 fueron manifiestos de esa actitud que proponemos como un modelo que cabe calificar como la voz de Protágoras, en el marco de las varias voces del diálogo platónico.

Como en los otros dos modelos, la política epistemológica se apoya en una epistemología política más o menos bien definida. La base fundamental es el descubrimiento de la diversidad cultural de la ciencia, una idea que se ha popularizado recientemente en el llamado giro pragmático: “las ciencias –sostiene PKF- no poseen una estructura común, no hay elementos que se den en toda investigación científica y que no aparezcan en otros dominios”138. El argumento es wittgensteiniano y se ha empleado después con profusión para definir las diversas culturas epistémicas de la ciencia. El segundo postulado, también muy wittgensteiniano, y el centro de la tesis de Contra el método es la inanidad de las reglas metodológicas que, en aquella época, eran la diversión favorita de las controversias entre inductivistas carnapianos y deductivistas popperianos. “No sólo las normas son algo que no usan los científicos: es imposible obedecerlas, lo mismo que es imposible escalar el monte Everest usando pasos de ballet clásico”139. Los principios no tienen más fuerza que la verbal, a menos que los “situemos”, para usar el verbo exacto: “los principios generales pueden

136 Fuller, S. (2000) Thomas S. Kuhn: A Philosophical History of Our Times. Chicago: University of Chicago Press 137 Feyerabend, P.K. (1978) Science in a Free Society, Londres: New Left Books, y Feyerabend, P.K. (1987) Adiós a la Razón, Madrid, Tecnos 138 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p. 20 139 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p.21

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desempeñar un papel, pero son usados (y, todavía con mayor frecuencia abusados) de acuerdo con la situación concreta de la investigación”140. No sabía entonces Feyerabend hasta qué punto ese argumento reiterado una y otra vez se emplearía en una política neoempirista de estudios de caso, tan académica como la que había venido a sustituir, con la diferencia de nuevas listas e interminables listas de referencias bibliográficas en cada nuevo estudio de caso. Hasta aquí podría tratarse solamente de una nueva versión de las controversias entre historicistas y universalistas que habían recorrido la historia de la filosofía de la historia desde el siglo XIX. Pero el mordiente de la posición de Feyerabend llegaba desde los ecos del malestar cultural contra la ciencia y la tecnología que Feyerabend recogía con atención.

“Mi segundo tema –añade PKF – era la autoridad de la ciencia: no hay razones que obliguen a preferir la ciencia y el racionalismo occidental a otras tradiciones”141. Feyerabend se unía a las críticas a la cultura de los expertos en los momentos en los que se extendía por todo el mundo la resistencia a lo que se llamó entonces tecnocracia, que derivaba de la observación del creciente poder de los asesores científicos y técnicos en todas las instancias determinantes de la existencia social.

La posición de Feyerabend representa la de los críticos activistas de lo que se han considerado reivindicaciones de democratización radica. “Lo que cuenta –añade— en una democracia es la experiencia de los ciudadanos, es decir su subjetividad y no lo que pequeñas bandas de intelectuales autistas declaran que es real”142, y más adelante, “el mejor y más sencillo resumen de esta posición se encuentra en el gran discurso de Protágoras: los ciudadanos de Atenas no necesitan que se les instruya en su idioma, en la práctica de la justicia, en el tratamiento de los expertos (señores de la guerra, navegantes, arquitectos): al haber crecido en una sociedad abierta donde la instrucción es directa y no mediada y perturbada por educadores, ellos han aprendido estas cosas de la nada”143

Se sitúa Feyerabend en la reivindicación de tantas tradiciones como las distintas comunidades valoren como valiosas. No hay ningún metadiscurso normativo por encima de la voluntad de los ciudadanos. Rorty, Derrida y otros críticos de las teorías tradicionales de la democracia se alinearon poco después con las tesis de Feyerabend. Su

140 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p. 22 141 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p. 59 142 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p. 63 143 Feyerabend, P.K. (1987) o.c. p. 83

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importancia está en haber formulado con toda radicalidad el programa de política epistemológica que se deriva de su concepción de la ciencia, y que resumió en el eslogan de la revolución cultural maoísta: “florezcan cien flores de loto y cien escuelas de pensamiento”. En lo que a nosotros nos importa, implica una cierta forma de concebir las decisiones estratégicas de la ciencia. El imaginario ilustrado que estaba en la base de las dos posiciones anteriores queda ahora convertido en un mito o gran relato de los abuelos:

“Porque las promesas de éxito y humanidad que acompañaban el ascenso del racionalismo científico se convirtieron pronto en gestos vacíos. Es cierto que las ciencias progresaron (en un sentido que fue definido por ellas y que cambió de un periodo a otro), pero el racionalismo tiene poco que ver con este hecho. (…) las instituciones se hicieron más humanas, pero, de nuevo, poco tiene que ver esto con las ciencias. Una total democratización del conocimiento podría haber restaurado por lo menos parte del contexto más amplio, habría establecido un nexo real y no meramente verbal con la humanidad, y habría podido llevar a una auténtica ilustración, y no simplemente a la sustitución de una clase de inmadurez (fe firme e ignorante en la Iglesia) por otra (fe firme e ignorante en la Ciencia)”144

Las consecuencias políticas de la democracia radical que predica Feyerabend parten del hecho de la no división entre expertos y legos en las cuestiones fundamentales de evaluación de un programa de investigación.

“(…) la elección de un programa de investigación es una apuesta. Pero es una apuesta cuyo resultado no puede ser comprobado. La apuesta es pagada por los ciudadanos; puede afectar a sus vidas y a las de generaciones futuras (…) Ahora bien, si tenemos cierta seguridad de que existe un grupo de personas que por su entrenamiento son capaces de elegir alternativas que implicarían grandes beneficios para todos, entonces nos inclinaríamos a pagarles y a dejarles actuar sin más control durante largos períodos de tiempo. No existe tal seguridad ni por motivos teóricos ni por otros personales. Hemos de concluir que, en una democracia, la elección de programas de investigación en todas las ciencias es una tarea en la que deben poder participar todos los ciudadanos”145

La propuesta es tan radical como repetida desde entonces. Si uno lee, pongamos por caso uno que nos es cercano, los ensayos colgados en

144 o.c. p. 100 145 o.c. p. 119

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la página de la OEI dedicada a CTS (http://www.campus-oei.org/salactsi/), observará múltiples versiones de esta forma de plantear la solución al problema de Epimeteo: la participación a través de foros, mecanismos de evaluación, etc. que impliquen la voz de los afectados en las decisiones de los programas de investigación: disolver la barrera entre expertos y legos, hacer de los expertos en la justicia, todos, en el discurso de Protágoras también expertos en la dirección de la investigación. Recientemente Latour y Fuller han propuesto una solución similar.

La fuerza de esta línea está en haber elevado el volumen de las muchas voces que concurren en el patio de vecinos de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad. Su debilidad es la fuerte dependencia que tiene de una concepción pragmatista del conocimiento, de que el valor, sea cual sea la matriz de valores aplicables, sobreviene a consecuencias beneficiosas, o percibidas como tales, por el grupo de referencia. Pero, como ya he desarrollado en otros trabajos146, si fuera el caso, en primer lugar, de que hubiese alguna conexión no casual entre verdad y eficiencia, o entre verdad y utilidad, y si fuese el caso añadido de que hubiese una interdependencia interna entre los contenidos del conocimiento, nos podríamos encontrar con que una distribución de las reivindicaciones por grupos de referencia social no es un buen mapa de los problemas abiertos en la investigación científica, y tendríamos algo muy parecido a lo que podríamos denominar un juego del prisionero epistémico. El problema es el siguiente: si el conocimiento científico y técnico forma una trama de dependencias entre unas regiones y otras y si estas dependencias tienen que ver no solamente con alguna forma interna de coherencia sino con el sentido fuerte de que las teorías sean verdaderas para que sus predicciones puedan ser útiles y los diseños eficientes, no se pueden desarrollar localmente los conocimientos siguiendo los deseos e intereses parciales de los grupos particulares. El dilema del prisionero nos enfrenta a una situación en la que la colaboración de todos a una causa común sería la salida que salvaría a todos del desastre, pero cada uno cree que la salida particular es la más racional para cada uno. Y eso es precisamente a lo que esta abocada una propuesta basada en el desarrollo de la ciencia y la tecnología de acuerdo a los intereses locales.

146 Broncano F. (2000) “¿Es la ciencia un bien público” Claves de Razón Práctica, 115, 22-28

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El laberinto de las relaciones entre expertos y democracia.

Las tres posiciones que hemos relatado son soluciones coherentes y representan concepciones muy extendidas en el mundo contemporáneo. Cuando se leen los textos en los que fueron propuestas, como los de los autores que hemos elegido, o cuando se escuchan los argumentos de sus defensores actuales, aparecen a primera vista como soluciones razonables. Sorprende que hayan causado tantas controversias, porque parecería que debieran encontrarse fórmulas que las hicieran complementarias. La historia nos muestra que estas controversias han sido largas y enconadas. La tensión entre la planificación social de la ciencia y la resistencia de muchos miembros, a veces muy importantes, de las comunidades científicas, que ofrecen argumentos muy similares a los que encontramos en Polanyi, ha sido una fuente de conflictos permanente desde la creación de las políticas públicas de la ciencia. La controversia entre las dos líneas universalistas y la tercera línea crítica constituye uno de los elementos centrales de lo que han sido llamadas Guerras de la Ciencia.

Una segunda y más detenida mirada a cada una de las tres soluciones, sin embargo, nos permite ver que las tres son defectuosas, que no atienden a las razones del vecino. La primera solución contiene un elemento de autoritarismo innegable: la planificación social de la ciencia y la tecnología puede estar sometida demasiado a los avatares de las ilusiones políticas, a los sesgos cognitivos que se producen en nuestras sociedades de consumo o de riesgo, o lo que es más habitual, que se insista y financien líneas de investigación por efectos de moda o por mecanismos de representación simbólica. El famoso caso de la financiación de la fusión fría es ilustrativo a este respecto. Muchos gobiernos tuvieron la ilusión de que se estaba encontrando la piedra filosofal que habría de resolver el problema de la energía y abrieron la chequera para que los investigadores fijasen la cifra de financiación. No es un caso aislado: si se leen las líneas prioritarias de muchos planes de investigación estatales o regionales, particularmente los ya pasados, que pueden ser leídos con cierta perspectiva, encontraremos fácilmente la intromisión de los sesgos simbólicos, de moda, de las aversiones al riesgo o del deseo inmoderado en la expresión de las políticas públicas de investigación. Pero además se introduce una posibilidad de dominio absurdo de una burocracia superestructural sobre las comunidades científicas que emplea ella misma más recursos que las propias comunidades que trata de planificar o evaluar.

La solución elitista que significa la segunda alternativa no es menos odiosa que la primera. Si en una primera observación las

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demandas de autonomía parecen razonables, en un segundo momento nos encontramos ante una situación mucho menos idílica que la presentada por Polanyi cuando habla de la república de la ciencia. Pues si es una república, que no lo es, al contrario, es una metáfora ella misma sumamente peligrosa, es una república con todas sus glorias y miserias. Aún sentimos frío al pensar en el proyecto Mannhattan: los físicos se embarcaron en fabricar una bomba porque así creían que favorecían los intereses de la república, pero sobre todo porque así pensaban que su ciencia sería favorecida cuando los poderes vieran su utilidad. Cuando quisieron hacer protestas de pacifismo era tarde y su situación lamentable. Fausto había vendido su alma y los demonios le habían concedido sus deseos. Me parece ilustrativa la historia que narra C.P. Snow en una joyita no tan conocida como sus famosas conferencias sobre las dos culturas y que apenas es leída ya. Se trata de Science and Government147, un libro en el que narra el comportamiento de dos asesores científicos del gobierno inglés: sir Henry Tizard, presidente del comité de investigación aeronáutica desde 1933 a 1943 y de otros comités de defensa aérea durante la guerra mundial y F. A. Lindemann, lord Cherwell, asistente personal y amigo de Churchill para la investigación y las políticas de defensa. Ambos tomaron parte como científicos en la decisión de los bombardeos estratégicos de las ciudades de Alemania. El argumento de Lindemann, que prevaleció, era que debía de quebrarse la potencia alemana bombardeando no las fábricas, que estarían bien defendidas o podrían ocultarse, sino la población, y no los barrios de clases media y alta, que al tener muchos jardines harían inefectivas buena parte de las bombas, sino los apiñados barrios obreros, en los que las bombas serían sumamente efectivas y destruirían la “capacidad productiva” alemana. Tizard se opuso alegando que las estadísticas estaban sesgadas, y que el efecto prometido sería mucho menor. Sus argumentos no hicieron efecto en Churchill, que ya había decidido los bombardeos, pero tampoco lo hacen en nosotros, que observamos horrorizados esa capacidad para banalizar el mal bajo pretexto de cálculo científico. No son casos aislados: los expertos pueden ser tan ciegos y peligrosos como los tiranos incultos. Y las comunidades científicas han mostrado suficiente ceguera moral y política como para haberse ganado la desconfianza de muchas personas y grupos.

La tercera opción solamente es radical en apariencia. Como la solución sofística que es, conduce a una sustitución de los programas de investigación por la demagogia de nuevas burocracias sindicales de los

147 Snow, C.P. (1960) Science and Government, Cambridge, Ma: Harvard University Press

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grupos de referencia cuyos intereses dicen defender. Pero además no resuelven el problema principal de cómo sostener una investigación que es interdependiente y costosa, independientemente de que sea aplicable o no a los intereses particulares.

Se me ocurre que ninguna de las tres posiciones es demasiado consciente de las dificultades que tiene el contrato social en las sociedades complejas, globalizadas, multiculturales e interdependientes contemporáneas. Cometen el pecado de tener una visión demasiado estereotipada del complejo sistema de investigación y desarrollo, pero su mayor pecado es la ingenuidad de su filosofía política. Como si la democracia y la ciencia ya estuviesen garantizadas y fuese sencillo integrarlas. Pero no es así. No hay solución perfecta al problema de Platón. La ciencia y la tecnología tienen mal acomodo en una sociedad justa. De lo que no habría que sorprenderse, habida cuenta de que se trata de una institución que a la vez introduce un elemento de inestabilidad en las sociedades, pues las somete a una profunda transformación en lo más profundo de su identidad, en la imaginación de lo posible, y, en el otro extremo, es una condición necesaria en la formación de capacidades sociales para la satisfacción de las necesidades, y, por consiguiente, si atendemos a una idea de justicia basada en la libertad de agencia, constituye una columna básica del propio orden justo social. En esta doble existencia de institución que crea inestabilidad por su naturaleza dinámica y que al tiempo es una condición de la estabilidad social, la ciencia y la tecnología no están solas: las instituciones culturales y educativas tienen la misma característica esquizoide y por ello también son territorio continuo de enfrentamiento político entre las diversas concepciones sociales.

El contrato social por la inserción de la ciencia y la tecnología en las sociedades democráticas.

La esfera pública extendida

No tenemos solución, pero sí tenemos instrumentos para encontrarla. El más efectivo es transformar nuestras democracias en repúblicas deliberativas, en las que se construya una esfera pública transparente, un ágora en el que Sócrates no sea condenado y en el que se escuchen y debatan sus argumentos. Un ágora suficientemente ilustrada para que Sócrates no desconfíe de la asamblea y se refugie en soluciones elitistas, de sectas y escuelas de seguidores. Un ágora en el que los expertos hablen con la voz y la cabeza alta, pero también lo hagan los ciudadanos legos, en el que todos hablen como ciudadanos. Es una posibilidad que abren las perspectivas de filósofos que tienen una mirada sensata a las bases de legitimación de nuestras sociedades.

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Entre ellos destaca, me parece, John Rawls. Leamos este texto suyo a la luz del problema de cómo construir una política pública para el sistema de ciencia y tecnología.

“En la perspectiva kantiana que presentaré aquí las condiciones para justificar una concepción de la justicia, funcionan solamente cuando se ha establecido una base para el razonamiento político y la comprensión dentro de una cultura pública. El papel social de una concepción de la justicia es capacitar a todos los miembros de la sociedad para hacer mutuamente aceptables unos a otros sus instituciones compartidas y sus ordenamientos básicos acudiendo a lo que sea reconocido públicamente como razones suficientes, tal como se identifican en esta concepción. Para lograr el éxito en esta tarea, una concepción debe especificar las instituciones socials admisibles y sus posibles ordenamientos en un sistema de forma que puedan ser justificados ante todos los ciudadanos sean cuales sean su posición o sus intereses más particulares” (Ralws, (1980) “Kantian Constructivism in Moral Theory”, en Collected Papers, pg 305).

Rawls nos propone la idea de que el concepto de justicia sea un apelativo que impregne las razones esgrimidas en la esfera pública. Sustituyamos ahora el término justicia por cualquiera de los conceptos normativos que hemos ido examinando como fundamentos del sistema tecnológico: capacidades, agencia etc. Observaremos que el texto nos muestra una forma lúcida y viable de entender la técnica en la democracia. Esto implica directamente que el concepto no puede ser impuesto, no puede venir dado independientemente de nuestras prácticas, en este caso cognitivas y técnicas, pero tampoco independientemente de las prácticas que establecen las formas de distribución del conocimiento y de las posibilidades tecnológicas en la sociedad. Esta aceptación social, tal como la concibe Rawls, debe mucho a la idea de contrato social, pero no debe entenderse este término como expresando un acto primigenio que, en virtud de alguna propiedad oculta (la de ser un equilibrio paretiano o algo así), determine las trayectorias futuras de la sociedad que acepta la conformación de un sistema de ciencia y tecnología en su seno. Por el contrario, tendría que ver más, siguiendo la intuición del equilibrio reflexivo, con el establecimiento de un tipo de prácticas de monitorización de las instituciones, de sus grados de fidelidad a su compromiso primigenio que legitima su existencia (el sistema jurídico a la distribución de justicia, el educativo a la educación, el sanitario a la salud, el científico a la búsqueda del conocimiento, el tecnológico a la expansión de capacidades técnicas, etc.) Este tipo de prácticas debería tener la función de hacer que el sistema cambie continuamente para preservar lo esencial, aquello que reconcilia y funda las sociedades, y la misma

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regla debería aplicarse a cada una de las instituciones sometidas al escrutinio público.

En esta forma de equilibrio reflexivo, el conocimiento de las dinámicas internas de la ciencia y la tecnología es un momento necesario que solamente tiene sentido en la medida en que forme parte de un sistema de prácticas reflexivas, de inserción del sistema en la esfera pública, en donde se delibera permanentemente sobre el grado de legitimación que tienen las prácticas cognitivas e innovadoras de primer orden, renovando continuamente la justificación social o, en su caso, elaborando nuevas direcciones de cambio y transformación allí donde unos y otros consideren que se debe restaurar el compromiso institucional, dada la concepción de conocimiento que la sociedad se ha dado a sí misma. Del mismo modo que una concepción de la justicia compartida genera tensiones en una sociedad liberal, así mismo lo hacen las concepciones del conocimiento y de la eficiencia tecnológica. Rawls fue insistiendo con los años en la necesidad de plantear abiertamente estas tensiones, y sus palabras tan pesimistas respecto a la poca edad de la democracia, y a las frágiles perspectivas de su preservación pueden ser extendidas a la existencia de un sistema público de investigación. Pues en el corazón del proyecto de inserción legitimadora del sistema en el ámbito de nuestras sociedades nos encontraremos con una secuencia de tensiones que en parte afectan al corazón de la democracia y en parte al corazón de ciencia y la tecnología. Por ejemplo, el de cómo tomar decisiones que sean a la vez democráticas y basadas en consensos, eficientes y racionales en lo que respecta al problema en cuestión y, por último, que puedan ser tomadas en el momento necesario. Pensemos en problemas como los de la reducción de emisión de gases creadores de efecto invernadero, sólo para citar algo que nos afecta de forma cercana, y observaremos rápidamente la complejidad de las tensiones que crea una decisión técnica, que comienza por la no aceptación del propio problema por parte de algunas partes poderosas y acaba modificando el sistema industrial de todas las sociedades.

Esta trama de tensiones nos indica que nuestra idea de cómo insertar el conocimiento experto en nuestras sociedades probablemente se encuentre ante un equilibrio inestable del tipo que a veces se denomina de “mano temblorosa”, en el que cualquier pequeña modificación puede resolverse en un cambio radical. En un nivel más profundo, me parece, estas tensiones superficiales se relacionan con una fractura más profunda que recorre nuestra cultura desde sus inicios y que habría sido puesta de manifiesto en el juicio de Sócrates por la asamblea ateniense. Es la tensión entre justicia y conocimiento experto, tensión que solamente puede entenderse por el hecho de que ambos

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extremos no son, no pueden ser, pensados independientemente. Como recordamos, el escándalo y la controversia nacen de la condena de Sócrates como corruptor de la juventud. Sócrates acepta las reglas de la democracia, promueve positivamente su aceptación, pero sostiene que el juicio de los acusadores está equivocado. Por su parte, los acusadores sostienen que en el fondo de su prédica hay un elitismo oculto y un apoyo a la tiranía. La controversia alcanza los pilares de la democracia ateniense y, como mucho más tarde hará el juicio de Galileo por parte de la Iglesia, alcanza a los propios pilares sobre los que construimos nuestros conceptos básicos sociales.

Un modo de aproximarse a la discrepancia podría establecerse en estos términos: desde una parte se establece la preeminencia de los juicios expertos respecto a qué les conviene a los jóvenes; desde la otra parte, la preeminencia del juicio popular. De esta forma, tendríamos una tensión entre un juicio colectivo en tanto que dueño soberano de las decisiones y de otra parte un juicio de una parte que tiene a su favor cierta capacidad técnica para el conocimiento o la acción. Se trata, pues, en un sentido radical, del enfrentamiento entre una virtud pública esencial, y una tecno-epistémica no menos fundamental. La tensión es insoportable e irresoluble si pensamos que la justicia y los valores que representan los expertos (verdad, eficiencia, etc.) están desconectados y son independientes: que cabrían sociedades justas sin conocimiento ni capacidades técnicas básicas o que cabrían sociedades superracionales en las que la justicia no fuese precisamente la virtud pública esencial (las distopías contemporáneas como Un mundo feliz narran esta posibilidad, como también las utopías de sociedades felices artesanales narran la contraria). Pero cabe sospechar que las esferas de la justicia y de las capacidades epistémicas y técnicas no están desconectadas y que estas posibilidades esquizoides no son más que imaginarios ideológicos basados en una intuición separada de lo humano y lo técnico.

El argumento a favor de una dependencia de las esferas discurriría de esta forma: en primer lugar, partimos del supuesto de que la distribución de bienes y garantía de derechos afecta a las trayectorias vitales de los miembros de la sociedad. No solamente en un arbitrario momento inicial tal como se postuló en las teorías clásicas del contrato social, sino en, lo que es más importante, en la forma actual y real de distribución de bienes y garantía de derechos. En la línea sostenida por Amartya Sen148, en cierta forma derivada de la de Rawls, aunque con sutiles e interesantísimas discrepancias, más que un concepto de justicia orientado a la distribución de bienes y garantía de derechos

148 Sen, A. (2001) Desarrollo y libertad. Barcelona: Plaza y Janés

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necesitamos, más allá, un sistema de protección de las capacidades personales y sociales. Pues es en el funcionamiento de estas capacidades en el que encontramos un fundamento sustantivo para la libertad de las personas, que en el desarrollo de sus capacidades alcanzan grados de agencia en su mejor expresión humana (o de florecimiento humano, como expresaría cierta corriente neoaristotélica). Si aceptamos la argumentación de autores como Amartya Sen o Martha Nussbaum, llegaríamos a una conclusión, nada sorprendente por lo demás, de que las esferas de la justicia y las de la libertad no están desconectadas sino que, por el contrario son interdependientes.

Pero observemos que la conexión de la justicia con la libertad supone la conexión de la racionalidad práctica y la racionalidad teórica. Aquí el argumento es sencillo. Si fuera el caso de que una sociedad justa es la que procura el desarrollo de las capacidades y funcionamientos de las personas, cabe pensar con fundamento que una sociedad justa sería imposible sin un sistema fiable de control de posibilidades. En resumen: la responsabilidad moral supone la responsabilidad epistémica. Las tensiones que detectan las dos tesis de la conexión y desconexión nos llevan a una suerte de dilema: Si la sociedad hace compatible la división social del trabajo y la unidad del juicio, ¿es posible trasladar este resultado a la organización social de la investigación? Expresado en otros términos, tal vez un tanto épicos, ¿son posibles la ciencia y la tecnología en la democracia?, ¿es posible la democracia en la ciencia y la tecnología?. Las preguntas, como se habrá notado, son filosóficas, pues lo que demandamos son las condiciones de posibilidad.

La pregunta por las condiciones de posibilidad de la ciencia y la tecnología en la democracia y de la intromisión de la mirada pública en la ciencia y la tecnología se puede replantear como una pregunta por la posibilidad de una esfera pública que tenga como una de sus dimensiones centrales la discusión sobre y desde la ciencia y la tecnología. ¿Cómo sería posible en una esfera pública de estas características una discusión razonable sobre el conocimiento experto? En cualquier caso, el resultado de las controversias en la esfera pública deberían ser, en caso de que alcanzaran sus objetivos, la formación de consensos estables sobre los que formular políticas públicas de organización y desarrollo del sistema de investigación. Hemos examinado tres políticas puras que a lo largo del siglo XX han ido conformando la mirada de ciudadanos y científicos. Ninguna de las tres es convincente en estado puro. Una nueva posibilidad es el desarrollo de una genuina esfera pública capacitada para una discusión de la ciencia y la tecnología. Aquí se producirían ambos consensos: legos y expertos compartirían valores epistémicos y extra-epistémicos, al menos en la forma de un mínimo consenso entrecruzado que, como desea Rawls,

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fuera más allá de un mero modus vivendi, en el que tanto los grupos sociales como las comunidades científicas simplemente se aguanten unos a otros. En este caso nos encontraríamos con la necesidad de un uso explícito de conceptos deferenciales, conceptos cuya existencia está distribuida en red, conceptos que solamente se pueden poseer en la medida en que se concede al conocimiento de los otros una forma fuerte de autoridad y comprensión. Las varias contrapartes en la discusión deberían conceder legítimamente que la conversación debe hacer uso de tales conceptos, y que por consiguiente ha de llevarse a cabo bajo las constricciones de una comprensión limitada, sin que por ello quede afectado el núcleo principal de las intenciones comunicativas. Se trata de encontrar una forma de discusión que en su propio desarrollo entrecruce el conocimiento experto con la discusión abierta de los valores compartidos por todos, de un lado, en tanto que ciudadanos, de otro, en tanto que una comunidad epistémica que es capaz de asumir colectivamente sus proyectos y compromisos.

Las condiciones de posibilidad de una esfera pública en la que se someta a reflexión colectiva nuestros proyectos epistémicos y técnicos se traducen así en las condiciones de posibilidad de una esfera pública en la que se reflexione sobre una distribución justa de las capacidades cognitivas y técnicas. Así, al introducir la constricción de la justicia no estamos eliminando las heterogeneidades ni las desigualdades, del mismo modo que una teoría de la justicia no las elimina por sí misma, pero las somete a condiciones de legitimidad. La esfera pública es un ámbito intermedio entre las instituciones de poder y la sociedad civil. En las condiciones que proponemos en este trabajo, el examen de la ciencia y la tecnología supondría una esfera poblada de agentes heterogéneos en lo que respecta a su conocimiento y capacidades. De entre ellos es importante examinar el grado de legitimidad que tendrían quienes, precisamente por su grado de conocimiento, tienen una capacidad formadora de opinión pública y no son participantes “igualitarios” al menos en una primera instancia.

Entendemos por capacidades “capacidades para funcionar”, es decir, la relación robusta (aunque no exenta de fragilidad) entre una decisión motivada y la transformación en la realidad que hace que se alcance el objetivo o cumpla el deseo. Las capacidades de una persona, de una comunidad, de una sociedad, de una sociedad hablan del grado de control que tiene sobre su propia existencia. La estructura de capacidades no es marginal a la axiología y a la moral. Por una parte está el principio de que “deber implica poder” de donde se deriva que las capacidades conforman una trama sobre la que adquiere sentido humano (y no meramente verbal) la discusión sobre valores o alternativas morales. Pero en la medida en que establecen el grado de

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control sobre la propia existencia establecen también la calidad de la libertad de esa persona o grupo, y en esa misma medida se relacionan estrechamente con el grado de justicia que existe en ese particular contexto social. Ya nos hemos referido en lo que respecta a la conexión de la justicia y el conocimiento experto, al concepto de justicia como libertad, y ésta como capacitación. No es la única dimensión de la justicia, claro, pues sería una locura dejar al lado los derechos. Pero sí podemos aceptar, sin calar demasiado profundo en la discusión política, que no hay libertad ni justicia sin un ámbito de control sobre la realidad (el propio cuerpo, la propia existencia, etc.) Los derechos presuponen ontológicamente las capacidades en algún grado importante.

Las capacidades, además, constituyen una fuente de normatividad particular de las prácticas sociales. Pues tales prácticas tienen condiciones de satisfacción que solamente pueden encontrarse fuera de ellas, en el grado de éxito que esas prácticas tengan con respecto149 a un objetivo de tales prácticas. Pues bien, el éxito de una práctica tiene el aspecto de conseguir lo que define a la práctica y, en segundo lugar, que esa consecución sea fruto de la propia práctica a causa de la capacidad del agente que la lleva a cabo. La discusión sobre las capacidades conforma así la trama básica previa o paralela a los valores en el dominio de la esfera pública.

La responsabilidad asumida y la responsabilidad compartida.

La modificación de las capacidades sociales y personales es una condición de validez del sistema de investigación científico-tecnológico en un sentido constitutivo, es decir, en el sentido de que eso es lo que al final hace el sistema y por eso lo preservamos y consideramos valioso, porque forma una forma de conexión con nuestra idea de bien, de justicia y libertad en particular. Pero esta dimensión objetiva no es suficiente: nos interesa que estas cosas las haga de una determinada forma. En particular deseamos que el ejercicio de estas capacidades sea un fruto reflexivo de un sujeto que adopta responsablemente las decisiones que considera básicas. En el terreno científico y tecnológico, el final de la investigación consiste siempre en un tipo particular de acto: en el caso de la ciencia el acto es la aserción o afirmación de un enunciado, convirtiéndose entonces en una creencia o proposición, en un juicio en terminología tradicional. En la tecnología, el final del

149 Vega, J.; Broncano, F. (2003) “ Representation at Work” contribución presentada al XXI International Congress on Logic, Metodology and Philosophy of Science. Oviedo 2003.

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proceso es un diseño, que es el enunciado de un plan, una aserción práctica que determina un curso de acción posible. El salto que existe entre la mera información y la actividad, de un lado, y el conocimiento y la técnica, del otro, se establece por estos pasos que llamamos afirmación o proyecto. Obsérvese que no se trata solamente de una consideración puramente filosófica sino de una práctica sancionada socialmente en la ciencia y la tecnología: no hay un acto comunicativo en ciencia y tecnología sin la firma a pie de página o proyecto de los autores respectivos.

Los sociólogos pueden creen que la firma es algo así como los signos que hacían los canteros en las catedrales medievales, una convención para recibir luego la recompensa en función del trabajo realizado. Pero sería una actitud menguada el pensar que esa es la única función. Por el contrario, el papel esencial de la firma es la asunción de la responsabilidad de la afirmación. Quien firma el trabajo se hace responsable de los contenidos: es el momento en el que una información pasa a ser una afirmación que tiene pretensiones de verdad (o de eficiencia en el caso de un diseño técnico). Por eso los artículos científicos y los proyectos tienen una sección final importantísima de deliberación o discusión en la que se hace un balance de las pretensiones de verdad del trabajo. Ningún científico afirmará de modo irrestricto una hipótesis. Si se observa el estilo científico, siempre se parte de una literatura existente que delimita el estatus de un problema y se avanza una conclusión sobre lo conseguido. Otros, los pares y jueces, examinan estas pretensiones y le dan paso como una afirmación plausible y dan un certificado de confianza al artículo. En la tecnología es más complicado, puesto que el diseño pasa a estadios nuevos de simulación y prototipo para comprobar las propiedades y, en último caso, a la fase pública de patente, que ejerce un control similar al de los pares.

Este conjunto de acciones tiene componentes de racionalidad práctica que no han sido notados en la literatura de los estudios sobre la ciencia y la tecnología. La afirmación tiene un carácter preformativo que crea lazos de responsabilidad, puesto que el autor declara mediante la firma su compromiso con la afirmación y se pone a sí mismo y a sus propias capacidades como garante de la afirmación. La ciencia y en parte la tecnología son sobre todo una inmensa red de relaciones de confianza basadas en la credibilidad de los autores, que se basa precisamente en estos actos de compromiso con el contenido de lo que se afirma. No es casual pues que el escepticismo acompañe de forma tan cercana a la confianza y credibilidad, puesto que lo que está en juego son las propias capacidades de los autores.

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Lo que importa aquí de este proceso es el tipo de lazo social que crean las afirmaciones y proyectos en ciencia y tecnología: crean responsabilidades en los autores y derechos de réplica y petición en los lectores y oyentes. No se ha notado esta función social, política y jurídica de la ciencia y la tecnología por los sesgos de muchos de los estudios culturales hacia la crítica del sistema sin explicar su funcionamiento. Pero en las sociedades democráticas, el sistema de responsabilidades es, o debería ser, el sistema fundamental que articulase el buen gobierno republicano. La responsabilidad del juicio en la teoría y en el diseño es una responsabilidad que alcanza a aquello de lo que el autor se hace responsable, a aquello que afirma o proyecta. Con eso no quedan cubiertas todas las esferas de responsabilidad (y de racionalidad) puesto que los seres humanos son frágiles en sus capacidades cognitivas y prácticas y no alcanzan a derivar todas las consecuencias posibles de una afirmación teórica y práctica y mucho menos de un proyecto práctico (por eso la ciencia no termina en el acto de la publicación: si el artículo es considerado relevante se somete al escrutinio de la discusión y elaboración de nuevas consecuencias más allá de las afirmadas por el autor. Por eso la tecnología implica además una secuencia de controles, prototipos, lentos pasos de ensayo y error hasta que el producto se considera kosher para el consumo). El resultado, como sabemos, es la formación de consensos acerca de los límites de validez de una afirmación o de los límites de aplicabilidad de un artefacto. Lo que comenzó siendo una afirmación de un autor o grupo de autores se convierte al final del proceso en una aceptación colectiva, en la que la comunidad se hace cargo, se compromete y hace responsable de la afirmación, y, en el caso de la tecnología acepta la responsabilidad de las consecuencias de su puesta en práctica.

El principio general de la democracia es que no hay autoridad sin responsabilidad. La autoridad sin responsabilidad es siempre poder puro, dictadura sin legitimidad. Y por ello la formación de consensos implica también un sistema de delimitación clara de las responsabilidades. El final de este proceso, claro, si es el consenso, lleva a una asunción colectiva de las responsabilidades (sean estas de beneficio o de riesgo). Por eso mismo los procesos de controversia desvelan tensiones profundas en las democracias, puesto que lo que ponen a veces sobre el tapete son las capacidades de una sociedad democrática para hacerse cargo de sus propias decisiones. En la mayoría de las decisiones científicas y tecnológicas contemporáneas aparecen muchos tipos de intereses: de orden económico, industrial, político y geopolítico, de los movimientos sociales que genera la propia decisión, etc. La función básica de la controversia en la esfera pública es la de hacer explícito todo el sistema de necesidades e intereses implicados así como establecer las condiciones de legitimidad que debe

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cumplir un cierre adecuado de la controversia a través de la generación de un consenso, una línea de investigación nueva, etc.150 En estos procesos, sin embargo, una parte de la responsabilidad de las afirmaciones está en la credibilidad de quienes poseen la autoridad epistémica que deriva de sus respectivas habilidades. El que sus afirmaciones y proyectos estén respaldados socialmente por estas habilidades y capacidades plantea unas especiales demandas de responsabilidad a las partes implicadas.

Tradicionalmente se ha tratado la cuestión de la responsabilidad de los científicos e ingenieros como un caso de responsabilidad moral. Se han llenado bibliotecas con la apelación a los sentimientos morales, a la reflexión, a la asunción de valores, etc. Desde el punto de vista de la filosofía política de la ciencia estas llamadas son prepolíticas, metafísicas en el sentido de Ralws, es decir, dependientes de una teoría comprehensiva del mundo, pero no parte de la sociedad ordenada que pretendemos construir. Si queremos replantear las exigencias en el marco del contrato social solamente puede hacerse mediante una asignación de responsabilidades que derive de los papeles y funciones que legítimamente asumen los actores sociales. Así, las asignaciones derivan del acto preformativo que hemos señalado: la firma de los trabajos. Los expertos entran en el juego social poniendo como respaldo de sus afirmaciones su propia credibilidad. La sociedad debe hacerse cargo de que el sistema de acreditaciones, así como el sistema de controles previos y posteriores, sean lo suficientemente rigurosos como para que el respaldo basado en las capacidades de expertos sea todo lo garante que humanamente pueda imaginarse dadas las propias capacidades de esa sociedad. El sistema público se erige así también en garante de la legitimidad y calidad epistémica de los expertos. Pero como ocurre con el sistema jurídico y tantos otros subsistemas de la democracia, ninguna autoridad es única: siempre existen, y así debe ser, diversos tribunales de apelación y de control. Los juicios expertos solamente son una parte del sistema de decisiones acerca de las capacidades y posibilidades en las que se embarca la sociedad, precisamente porque las consecuencias y beneficios las sufren y disfrutan todos.

150 Callon, M. Lascoumes, P.; Barthe, Y. (2001) Agir dans un monde incertain. Essai sur la démocratie technique, París, Seuil., reconstruyen ejemplos de cómo las movilizaciones sociales a veces concluyen en la apertura de nuevas líneas de investigación incluso dirigidas por los intereses de las partes implicadas.

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No es una locura pensar que el sistema de tres poderes que configuró las democracias se haya convertido ya en un sistema diferente. Ya hablamos de cuarto poder refiriéndonos a los medios de comunicación. Lo mismo ocurre con el sistema público y privado de investigación: constituye una suerte de quinto poder que aún está a la espera de ser objeto de examen en la esfera pública. A cambio, la sociedad ordenada puede reconocer el sistema de expertos porque ella misma se ha ofrecido como garante de que es el mejor sistema que es capaz de articular. El sistema de legitimación de autoridades epistémicas es, pues, parte de un sistema general de asunción de responsabilidades que, al final, nos lleva a los estratos más profundos de la génesis de un contrato social como mecanismo legitimador.

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