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Franciscanum. Revista de las ciencias del espíritu ISSN: 0120-1468 [email protected] Universidad de San Buenaventura Colombia MELO RODRÍGUEZ, Clara Esther LA AUTORIDAD DE LA CIENCIA UNA APROXIMACiÓN AL DEBATE SOBRE LA SUPREMACIA DEL CONOCIMIENTO CIENTIFICO Franciscanum. Revista de las ciencias del espíritu, núm. 140, 2005, pp. 65-74 Universidad de San Buenaventura Bogotá, Colombia Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=343529891006 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Franciscanum. Revista de las ciencias del

espíritu

ISSN: 0120-1468

[email protected]

Universidad de San Buenaventura

Colombia

MELO RODRÍGUEZ, Clara Esther

LA AUTORIDAD DE LA CIENCIA UNA APROXIMACiÓN AL DEBATE SOBRE LA SUPREMACIA DEL

CONOCIMIENTO CIENTIFICO

Franciscanum. Revista de las ciencias del espíritu, núm. 140, 2005, pp. 65-74

Universidad de San Buenaventura

Bogotá, Colombia

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=343529891006

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LA AUTORIDAD DE LA CIENCIAUNA APROXIMACiÓN AL DEBATE SOBRE LA

; ;

SUPREMACIA DEL CONOCIMIENTO CIENTIFICO

Clara Esther MELO RODRíGUEZ'

A través de esta exposición, no pretendo presentar una posición propia ni original

sobre los asuntos que planteo. Tampoco iniciar un debate que, por lo polémico, reque­

riría un planteamiento más profundo y un análisis más detallado de las ideas que se

presentan y que desbordarían el espacio de este evento. Lo que pretendo es ante todo,

dar a conocer un debate que por lo pertinente y vigente, debe comenzar a visitar las

aulas de aquellos a quienes interesa la reflexión profunda y comprometida sobre las

fOlmas de pensamiento y las implicaciones que éstas tienen sobre nuestras maneras deabordar, percibir y discurrir sobre nuestra manera de ver el mundo.

Se tienen pruebas de la alta estima en que tienen los demás saberes al saber que se

denomina ciencia. La gente del común siente una especial reverencia por todo aquello

que tiene el adjetivo de científico. Como lo afirma Bunge "... la ciencia se nos aparece

como la más deslumbrante y asombrosa de las estrellas de la cultura ..."l.

El gran respeto que se tiene por la ciencia no se limita a la vida cotidiana y a los

medios de comunicación popular. Resulta evidente que en el mundo universitario y en

el académico y en muchos ámbitos del saber, se expresa el gran anhelo de que su

conocimiento sea catalogado como científico. Ni aun los filósofos han escapado a estedeseo.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .Licenciada en matemáticas y filósofa. Magíster en docencia de la matemática de la UniversidadPedagógica Nacional, docente de lógica clásica y lógica matemática.

BUNGE, Mario. La ciencia: Sil método y Sil filosofía, p. 9

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FEYERABEND, Paul. Por qué no PlafÓn. Madrid: Tecnos S.A, 1985, p. 60

Clara Esther Mela Rodríguez

Incluso los pensadores más osados y

revolucionarios se inclinan ante el juicio

de la ciencia, como lo señala Feyeraben:

... Kropotkin, un importante re­

presentante del pensamiento

anarquista, quiere acabar con las

instituciones establecidas, pero

no toca la ciencia. Ibsen va muy

lejos en su crítica a la sociedad

burguesa y, sin embargo, consi­

dera la ciencia como norma de

verdad. Levis-Strauss, que nos

ha ayudado a constatar que el

pensamiento occidental no es la

cima solitaria de las conquistas

humanas. Sin embargo, excluye

la ciencia de ese relativismo...

Marx y Engels estaban conven­

cidos de que la ciencia ayudaría

en un proceso revolucionario a

conseguir la liberación social y

espiritual a que se aspiraba. Los

marxistas insisten entusiasmados

que el materialismo histórico es. • ouna ClenClQ".

La distinción entre ciencia y no cien­

cia se remonta en la mayor parte de las

veces a una versión de la distinción que

los antiguos hacían entre episteme y doxa,

entre auténtico conocimiento y mera opi-

66

nión. A partir de la distinción griega se ha

seguido manteniendo que el auténtico co­

nocimiento científico debe consistir o ba­

sarse, en verdades necesarias establecidas

por la razón y que esas verdades deberían

ser verdades últimas, es decir, verdades

en sí mismas y que no necesitan explica­

ción. En esa dirección, se consideró la

geometría euclídea como ciencia ejemplar

que se conformaba a ese ideaL

Los científicos y teóricos de la cien­

cia se encargan de promocionar y defen­

der con ahínco la supremacía de la cien­

cia. En esta cuestión se comportan como

los defensores de un dogma religioso: la

doctrina es verdadera y todo lo demás es

desvarío pagano, pero la idea de suprema­

cía natural de la ciencia se ha extendido

más allá de la misma y ha pasado a con~

vertirse en un artículo de fe para casi todo

el mundo.

La ciencia ya no es sólo una institu­

ción más, sino que se ha convertido en

parte de la estructura fundamental de la

democracia, del mismo modo que en otra

época la Iglesia constituyó una parte de la

estructura básica de la sociedad. Y así,

mientras el Estado se cuida de separarse

cada vez más de la Iglesia, Estado y cien­

cia trabajan en estrecha colaboración. Es

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La autoridad de la ciencia, una aproximación al debate sobre la supremacía del conocimiento científico

un hecho que, los programas sociales de

gran importancia (como el diseño de los

programas educativos, la interacción fa­

miliar, las propuestas de reformas a las

prisiones o la reforma militar) se someten

a un tratamiento científico. Mientras los

padres de un niño pueden decidir si edu­

carlos en los principios de la religiónjudaica

o del protestantismo, o educarlos en una

perspectiva laica, la mayor parte de las

asignaturas científicas son obligatorias en

nuestros institutos de enseñanza. Las le­

yes y las afirmaciones científicas acerca

de los hechos se aceptan, se enseñan en

las escuelas y se convierten en fundamen­

to de importantes decisiones económicas,

políticas, sociales y hasta éticas. La cien­

cia se ha convertido en una autoridad.

y pese a todo, casi nadie se cuestiona

sobre la excelencia de la ciencia. A casi

nadie le trasnocha cuestionarse el por qué

de esa supremacía, que se presupone de

antemano y que ha dejado de ser objeto de

discusión.

Pero ahora pregunto, ¿no es acaso una

tarea necesaria (por no decir urgente) co­

menzar a cuestionamos por las razones que

nos han llevado a conceder un puesto tan

privilegiado al saber científico? Así como

otrora los pensadores de épocas pasadas

cuestionaron y sometieron a tan riguroso

examen al saber autoritario de la metafísi­

ca y de la religión, para romper cadenas

67

que ataban al ser humano a las condenas

del castigo, del pecado y a la quimera de

las esencias trascendentales, ¿no será ab­

solutamente pertinente que dirijamos aho­

ra la mirada sobre la forma de saber que

ahora se erige como la religión del presen­

te?

Vale la pena preguntamos entonces,

¿qué es la ciencia? ¿Cómo procede y cuá­

les son sus resultados? ¿En qué se dife­

rencian sus normas, sus procedimientos

y sus resultados, de las normas, procedi­

mientos y resultados de otras formas de

saber?

¿De dónde proviene la autoridad de la

ciencia? ¿En qué se basa esa autoridad?

¿Cuáles son las virtudes especiales del sa­

ber científico que lo hace tan deseable

como saber meritorio y fiable? ¿Qué es lo

que hay de especial en la ciencia? ¿Qué es

lo que hace que la ciencia sea preferible a

formas de saber que aplican otras normas

y llegan, por tanto a otros resultados?

Han sido muchos los intentos desde

diferentes posturas y desde diferentes prin­

cipios por defender la supremacía de la

ciencia, A continuación, pasaré revista por

algunos de los más destacados, no para

presentar argumentos contundentes en

defensa o en ataque sobre el lugar que le

corresponde a la ciencia, sino para invitar

a mirar la ciencia desde otra perspectiva,

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CHALMERS. A. ¿Qué es esa cosa l/amada ciencia? Madrid: Siglo veintiuno editores. 1997, p. 24

Clara Esther Mela Rodríguez

El primer intento al que me quiero re­

ferir es al de más larga tradición y que

mayor impacto ha tenido sobre nuestra

concepción de lo que es el saber científi­

co; me refiero a la postura inductivista.

Según la postura inductivista el po­

der explicativo y predictivo de la ciencia

reside en su objetividad. La objetividad de

la ciencia inductivista se deriva del hecho

de que tanto la observación, como el ra­

zonamiento inductivo son objetos en sí

mismos. Cualquier observador que haga

uso normal de sus sentidos puede averi­

guar los mismos enunciados observacio­

nales. No se permite que se inmiscuya

ningún elemento personal, ni subjetivo. La

validez de los enunciados observacio­

nales, cuando se obtienen de manera co­

rrecta, no dependen del gusto, la opinión,

las esperanzas o las expectativas del ob­

servador. Así se sustenta que el razona­

miento inductivo no es una cuestión sub­

jetiva ni de mera opinión.

Los enunciados obseniacionales

que fonl1an la base de la ciencia

son seguros y fiables porque su

verdad se puede detenninar ha­

ciendo uso de los sentidos, ade­

más la fiabilidad de los enuncia­

dos obselvacionales se transmitirá

68

a las leyes y teorías derivadas de

ellos siempre y cuando satisfaga

las condiciones para una induc­

ción lícita, lo cual queda garan­

tizado por el principio de induc­

ción que forma la base de la

ciencia3•

Pero, ¿se puede justificar el principio

de inducción basado en las condiciones

expuestas por los inductivistas? ¿Por qué

el razonamiento inductivo conduce al co­

nocimiento científico fiable e incluso ver­

dadero?

Enfrentados al problema de la induc­

ción y a las cuestiones conexas, los in­

ductivistas han tropezado con la dificultad

al intentar construir la ciencia como un

conjunto de enunciados que se pueden

establecer como verdaderos o como pro­

bablemente verdaderos a partir de una evi­

dencia dada.

Si se examina el principio de induc­

ción por una vía lógica, se puede advertir

que es fallido el intento de aplicar las re­

glas del silogismo deductivo al caso de la

argumentación inductiva pues no hay

relación lógica contundente entre las pre­

misas y la conclusión, como es el caso

razonamiento deductivo.

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La autoridad de la ciencia. una aproximación al debate sobre la supremacía del conocimiento cient(fico

Si se justifica el alcance de la induc­

ción apelando los casos de éxito en dife­

rentes áreas del conocimiento, se puede

mostrar que es una argumentación circu­

lar ya que emplea el mismo principio de

inferencia inductiva que se pretende justi­

ficar. Y tal como lo demostrara David Hume,

a mediados del siglo XVIII, tal justifica­

ción de la inducción es completamente in­aceptable.

Existen objeciones más serias y más

profundas a la tesis que sostiene el carác­

ter inductivo de la construcción del cono­

cimiento científico, se trata de las obje­

ciones que se dirigen al estatus y el papel

desempeñado por la propia observación.

Hay dos supuestos importantes que

están a la base de la posición inductivista:

el uno es que la ciencia comienza con la

observación y el otro, que la observación

proporciona una base segura a partir de la

cual se puede derivar el conocimiento cien­tífico.

Pero se ha demostrado desde diver­

sos ámbitos de la ciencia y desde diferen­

tes ejemplos procedentes de la práctica

científica, (la geometría, la astronomía, la

medicina y por supuesto la física, la teoría

de la relatividad) que la experiencia visual

de un observador depende de su experien­

cia pasada, su conocimiento y sus expec­

tativas. Por otra parte, los enunciados

69

observacionales se hacen siempre en el

lenguaje de una teoría y serán tan precisos

como lo sea el marco conceptual o teóri­

co que utilicen. En ese sentido las teorías

preceden a la observación y no es en nin­

gún sentido apropiado aseverar que la cien­

cia comienza con la observación.

De otra parte, podemos considerar la

postura positivista, cuyo intento por defen­

der la supremacía de la ciencia sobre otros

saberes se ha concentrado en defender la

posibilidad de un método y unas caracte­

rísticas universales y ahistóricas que defi­

nen lo que se ha llamado ciencia.

Los autodenominados científicos con­

sideran que sus saberes son científicos

porque siguen el método científico de la

física, que para ellos consiste en recopilar

'hechos' mediante una observación y ex­

perimentación cuidadosas y en derivar

posteriormente leyes y teorías de estos he­

chos mediante una especie de procedimien­

to lógico.

Pero realmente, ¿es el método científi­

co el que ha producido los elementos más

importantes de la ciencia? ¿Todo saber cien­

tífico utiliza el método científico? ¿Existe

realmente un método científico? ¿Puede

caracterizarse positivamente lo que es la

ciencia? ¿Existen rasgos particulares y bien

definidos de lo que pueda llamarse cien­

cia? ¿Hay algún método que corrobore de

Page 7: Franciscanum. Revista de las ciencias del espíritu ... · Revista de las ciencias del espíritu, núm. 140, ... las condiciones para una induc ... porque siguen el método científico

Clara Esther Melo Rodríguez

forma inequívoca que un conocimiento es

verdadero?

Un intento por justificar el método

científico como un buen principio para

distinguir la 'buena ciencia' consiste en ape­

lar a la naturaleza humana. Puesto que el

ser humano es quien produce y evalúa el

conocimiento científico, para comprender

de qué manera se puede adquirir y evaluar

adecuadamente el conocimiento científi­

co debemos considerar la naturaleza de los

seres humanos que lo adquieren y valo­

ran. Los dos aspectos relevantes de la mis­

ma son las capacidades de razonar y de

observar el mundo mediante los sentidos

y esto es precisamente lo que se condensa

en el método científico.

Pero no es probable que resulte fruc­

tífero buscar la naturaleza de la ciencia en

todo lo que haya de universal en esas capa­

cidades por la simple razón de que los pro­

cesos de razonamiento, observación y ex­

perimentación evolucionan históricamente.

La ciencia misma nos da un sinnúmero de

casos en los que los procedimientos de ra­

zonamiento y de observación empleados

por ella han variado en mucho en las dife­

rentes épocas y no tienen nada que ver con

una esencia permanente de esas capacida­

des humanas, éstos han tenido que ver con

las escenas epistemológicas en que se die­

ron y no en relación con las características

de la naturaleza humana.

70

Por otra parte, hay una serie de filó­

sofos de la ciencia contemporáneos que

intentan justificar sus concepciones de la

ciencia y su método de un modo muy di­

ferente.

Una postura que se intentó levantar

como el principal rival de la concepción del

positivismo es la concepción falsacionista

de Popper, quien afmna que las teorías cien­

tíficas son falibles y susceptibles de mejora

o sustitución. El falsacionista acepta fran­

camente que la observación es guiada por

la teoría y la presupone.

Según el falsacionismo, las teorías se

construyen como conjeturas y suposicio­

nes especulativas y provisionales que el

intelecto humano crea libremente en un

intento por solucionar los problemas con

que tropezaron teorías anteriores y de pro­

porcionar una explicación adecuada del

comportamiento de algunos aspectos del

mundo o del comportamiento. La ciencia

progresa gracias al ensayo y al error, a las

conjeturas y refutaciones.

Según esta concepción, hay una con­

dición que cualquier hipótesis o sistemas

de hipótesis debe cumplir si se le ha de dar

el estatus de teOlía científica. Si ha de for­

mar parte de la ciencia, una hipótesis ha

de ser falsable. Una hipótesis es falsable si

algún enunciado lógicamente posible, pue­

de llegar a refutarla.

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La autoridad de la ciencia, l/na aproximación al debate sobre la sl/premacía del conocimiellto ciemífico

Desde la perspectiva falsacionista, esta

es la manera en que progresa la ciencia y

en ésta nunca se puede decir que una teo­

ría es absolutamente verdadera, pero si que

cada nueva teoría se acerca más a la ver­

dad, y que por tanto toda teoría nueva es

superior a las predecesoras.

Si se trata de extraer de los criterios

falsacionistas, elementos, ya sea para aceptar

o para rechazar teorías dentro de la ciencia, o

para designar como científicas o no científi­

cas áreas completas, caemos en problemas

semejantes a los que está sujeto el positivis­

mo. Si se admiten los supuestos falsacionistas

muchas teorías admiradas y utilizadas deja­

rían de ser calificadas como científicas. Hay

que dar a las teorías la oportunidad de mos­

trar sus méritos y no se puede descartar­

las a los primeros síntomas de dificultad.

De otra parte, se puede considerar la

metodología de Imre Lakatos, que con­

lleva una liberación del criterio falsacionista

de Popper. Lakatos propone caracterizar

los diversos saberes científicos como pro­

gramas de investigación científica. Un pro­

grama es científico, si abre vías de inves­

tigación y si la investigación conduce, al

menos en ocasiones, a éxitos en forma de

predicciones nuevas que se confirman.

Un problema que se plantea en el cri­

terio de demarcación de Lakatos, es que

carece de fuerza normativa. No se puede

71

rechazar un programa de investigación

como falsado porque el éxito puede estar

a la vuelta de la esquina, de manera que se

puede conservar un programa, pese que

haya sido sobrepasado por otro rival. Pero

entonces, ¿cómo se puede discriminar en­

tre programas de investigación científicos

de indagaciones pseudocientíficas? En rea­

lidad, como instrumentos para caracteri­

zar la ciencia, la metodología de Lakatos

es muy poco fina.

La segunda dificultad importante en la

postura de Lakatos proviene del intento de

justificar las teorías generales de la ciencia,

apelando a la física y su historia. Lakatos y

quienes lo siguen suponen que todo co­

nocimiento científico legítimo debe com­

partir los métodos y normas de la física.

Resulta bastante inapropiado suponer que

el criterio de demarcación implícito en esa

metodología es aplicable a otras áreas di­

ferentes de la física. Las personas, las socie­

dades y los sistemas ecológicos, por

ejemplo, no son objetos inanimados que

se manipulen del modo en que se pueden

pensar los objetos físicos. Los experimen­

tos artificiales resultan típicamente inade­

cuados o imposibles como medio adecua­

do para entenderlos.

Otra forma de distinguir la ciencia de

otras formas de conocimiento, se trata de

la apelación o examen de la finalidad de la

ciencia.

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CHALMERS, A. La estructura y el desarrollo de la ciencia. Madrid: Alianza Editorial, 1984, p. 30

FEYERABEND, P. Contra el método. Madrid: Tecnos, 1986, p. 56

FEYERABEND, P. Adiós a la razón. Madrid: Tecnos, 1987, p. 61

CHALMERS. La ciencia y cómo se elabora. España: Siglo XXI, p. 82

Clara Esther Mela Rodríguez

Al respecto se puede decir, retomando

a Chalmers4:

al parecer, los filósofos no dis­

ponen de recursos que permitan

formular una concepción gene­

ral del conocimiento y sus fines,

pues hay un dominio tan amplio

de clases de conocimiento que

esforzarse por encontrar una ca­

racterización del conocimiento

que capte los rasgos distintivos

de todos los tipos no está desti­

nado a tener éxito.

Las concepciones tradicionales fallan

porque son utópicas. Especifican criterios

que no pueden ser satisfechos para deter­

minar cuál es el auténtico conocimiento.

Este es el camino que les espera a los di­

versos intentos por distinguir el conocimien­

to de la mera opinión, que consideran que

la noción de verdad esencial y necesaria es

característica del auténtico conocimiento.

Así, entonces, el examen de la naturale­

za y la justificación de la primacía del saber

científico nos llevan hasta una de las posturas

más polémicas y más osadas con respecto al

estatus de la ciencia, entre otros saberes, la

postura de los anarquistas epistemológicos

a la cabeza de Paul Feyerabend.

Según esta postura, no hay ningún

método que permita probar que las teorías

científicas son verdaderas y ni siquiera pro­

bablemente verdaderas.

Los episodios de la historia de

la ciencia muestran que los epi­

sodios de la ciencia que se con­

sideran más característicos de

las principales adelantos cientí­

ficos, no se han producido me­

dimIte algo similar a los méto­

dos típicamente descritos como

cientificos5•

"La ciencia no posee rasgos especiales que

la hagan intrínsecamente superior a otras

ramas del conocimiento"6.

SegLÍn la postura, relativista la

elección entre distintas teorías

se reduce a una elección deter­

minada por los valores y de­

seos subjetivos de los indivi­

duos?

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La autoridad de la ciencia. una aproximación al debate sobre la supremacía del conocimiento cient(fico

Las ciencias no poseen una estructu­

ra común. No hay elementos que se den

en toda investigación científica y no hay

elementos que sean exclusivamente utili­

zados por los científicos y que no aparez­

can en otros dominios de conocimiento.

Ocasionalmente, desalTollos concretos tie­

nen rasgos similares y por ello, en ciertas

circunstancias, se ha podido decir por qué

y cómo han conducido tales rasgos al éxi­

to. Pero esto no es verdad para todo el

desalTollo científico.

La investigación con éxito no obede­

ce a estándares generales. Ya se apoya en

una regla, ya en otra y no siempre se co­

nocen explícitamente los movimientos que

la hacen avanzar. Las normas son, preci­

samente, lo que usualmente se deja de usar

para tener éxito en una investigación cien­

tífica. Ni siquiera las mismas leyes de la

lógica están exentas de abandono.

En palabras de relativistas epistemoló­

gicos:

La ciencia en su mejor aspecto,

es decú; la ciencia en cuanto es

practicada por /luestros grandes

científicos, es una habilidad, un

arte, pero /la U/la ciencia en el

sentido de una empresa racional

¡bid., 6. p. 21

73

que obedece a estándares inalte­

rables de la razón y que usa con­

ceptos bien definidos, estables y

objetivos y por eso también in­

dependientes de la prácticaS.

No hay nada así como un método

científico, ni criterios, ni rasgos claros y

coherentes con qué caracterizar el saber

científico. Y sin tales unidades y tales mé­

todos unificadores no tiene sentido hablar

de la 'autoridad de la ciencia' o de la 'au­

toridad de la razón', o afirmar la excelen­

cia comparativa de la ciencia y/o de la ra­

cionalidad.

Este punto de vista tenía pleno sentido

en los siglos XVII Y XVIII e incluso toda­

vía en el siglo XIX cuando la ciencia no era

más que una de las múltiples ideologías

conculTentes, cuando todavía el Estado no

se había pronunciado a su favor. En aquel

tiempo, la ciencia fue un poder liberador,

no porque hubiera encontrado la verdad o

el método cOlTecto, sino porque ponía un

límite al influjo de otras ideologías y con

ello dejaba al individuo un espacio para la

libertad del pensamiento. Los enemigos de

la ciencia intentaban demostrar que la cien­

cia seguía un camino equivocado minimi­

zando su significado, lo que obligaba a los

científicos a responder a esta provocación.

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FEYERABEND. Adiós a la razón. Madrid: Tecnos, 1987, p. 32

74

Clara Esther Melo Rodríguez

Los métodos y los logros de la ciencia eran

objeto de debates críticos. En esta situa­

ción tenía pleno sentido apuntarse a la cau­

sa de la ciencia.

Pero hoy ese no es el caso. La cien­

cia ha dejado de presentarse como un sa­

ber liberador. Nada en la ciencia, en la

medida en que se cierra en sí misma, hace

de ella de por sí algo liberador. Las ideolo­

gías pueden degenerar y convertirse en

religiones dogmáticas. Este proceso de

degeneración comienza en el preciso ins­

tante en que se tienen éxito: su triunfo es,

a la vez, el comienzo de su decadencia. El

desarrollo de la ciencia en los siglos XIX

y XX es un buen ejemplo de ello; el mis­

mo medio que una vez proporcionó al

hombre las ideas y la energía necesarias

para liberarse del miedo de la religión

tiránica, lo convierte ahora en un esclavo

de sus intereses.

No nos alejamos de la verdad cuando

se dice que la esencia de la ciencia perma­

nece aún en la oscuridad.

Actualmente se ha comprobado que

la ciencia es mucho más compleja de lo

que los lógicos filósofos y aún los cientí-

ficos se imaginan y que su desorden es

algo más que un fenómeno accidental ya

que sólo, gracias a su complejidad y par­

cial incoherencia, la ciencia funciona, pro­

gresa y hace descubrimientos. Y se po­

dría retomar a Feyeraben cuando dice

que:

No existen ciencias en el senti­

do de nuestros racionalistas;

solo hay humanidades. Las cien­

cias en cuanto opuestas a las

humanidades solo existen en las

cabezas de los filósofos cabal­

gadas por sus sueíios9•

Todo esto podría sugerimos que los

intentos por revivir tradiciones antiguas,

por proponer alternativas de comprensión

de los fenómenos por otras vías de cono­

cimiento diferentes a las ciencias y por

introducir nuevas perspectivas ante el co­

nocimiento científico, podrían, por qué no,

ser acogidos como al comienzo de una

nueva era de ilustración, donde nuestra

acción sea guiada por una buena dosis de

visión propia y de criterio personal y no

seguir aceptando acríticamente los juicios

de los expertos y obedeciendo, con fe re­

ligiosa, los imperativos de la ciencia.