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EUROPA: PROGRESO ECONÓMICO Y CORRECCIÓN DE DESIGUALDADES. Los retos de la política fiscal.

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EUROPA: PROGRESO ECONÓMICO

Y CORRECCIÓN DE DESIGUALDADES.

Los retos de la política fiscal.

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Los retos de la política fiscal

ÍNDICELOS RETOS DE LA POLÍTICA FISCAL 5

IMPUESTOS JUSTOS Y SUFICIENTES 8

LA EFICACIA Y LA EFICIENCIA DEL GASTO PÚBLICO 15

ESTABILIDAD PRESUPUESTARIA Y CRECIMIENTO ECONÓMICO 22

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LOS RETOS DE LA POLÍTICA FISCAL

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El Partido Socialista tiene por objeto garantizar la igualdad de oportunidades y reducir, en consecuencia, cualquier forma de injusticia. Y en política económica, las desigualdades se reducen diseñando una política fiscal adecuada que actúe a través del sistema impositivo y del gasto público.

La crisis económica en nuestro país ha acrecentado la desigualdad social y ha provocado un rápido aumento de la pobreza. Por eso, ahora, es más necesario que nunca diseñar una política fiscal que dé respuesta a los grandes retos que tenemos que afrontar para salir de la crisis desde una óptica progresista, para recuperar la credibilidad y confianza de la ciudadanía como partido que aspira volver a gobernar.

Para empezar, es conveniente señalar que partimos de una premisa: la igualdad es un factor de progreso económico. Las sociedades más equitativas del mundo también se encuentran entre las más competitivas (The Global Competitiveness Report, 2012-2013, WEF), porque la cohesión social, frente a lo que algunos creen, favorece el crecimiento económico. Por tanto, la cohesión social es necesaria no solo por razones de justicia sino también por razones de eficacia. El supuesto conflicto entre solidaridad y crecimiento es radicalmente falso. El crecimiento económico facilita que los países puedan desarrollar un estado de bienestar fuerte y un estado de bienestar fuerte facilita el crecimiento económico.

El objetivo del partido socialista es tener un modelo fiscal que reparta de una forma más justa la carga de los impuestos, para que paguen más los que más tienen y poder obtener ingresos suficientes que permitan financiar un sistema de bienestar desarrollado y un modelo de crecimiento sostenible. Una política fiscal que promueva el crecimiento con un gasto productivo que priorice la inversión en educación, I+D+i, infraestructuras productivas que minimicen los costes de las empresas y un sistema impositivo, justo y eficiente que no extorsione el capital y el trabajo.

Los impuestos tienen que ser justos, pero no debe olvidarse el papel redistribuidor de la riqueza y las oportunidades que desempeña el gasto público. La evidencia empírica muestra que la crisis económica golpea con más fuerza a los/las más débiles y a las clases medias aumentando alarmantemente la pobreza y acentuando las desigualdades. Por ello, es imprescindible mejorar la eficacia de las políticas sociales a partir de un análisis riguroso de los principales programas de gasto para conseguir que cada euro se destine de la manera más eficiente a combatir la desigualdad y la pobreza.

Quienes defendemos un Estado fuerte, con unos servicios públicos de calidad, somos los primeros interesados/as en garantizar su financiación y en que funcionen bien. Para ello, se requiere tener un sistema impositivo justo que asegure una suficiente recaudación y que no sea un lastre para el crecimiento económico; gestionar eficaz y eficientemente el gasto público y asegurar la sostenibilidad de las cuentas públicas.

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Ningún país que quiera avanzar en el progreso social puede hacerlo si no es capaz de controlar el endeudamiento público. Tenemos que dotarnos de reglas fiscales que impidan que el endeudamiento público se nos vaya de las manos pero que a la vez permitan estímulos fiscales en épocas de crisis.

Impuestos justos, gasto eficiente y cuentas públicas saneadas. Estos son los grandes retos que abordaremos en este diálogo.

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IMPUESTOS JUSTOS Y SUFICIENTES

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Si queremos tener un estado social fuerte, como el de Dinamarca o Suecia, no podemos tener la presión fiscal de Bulgaria.

Un sistema fiscal justo, estable, con capacidad de generar ingresos suficientes y que favorezca la actividad económica es una condición necesaria para que un país progrese económica y socialmente.

España no tiene unos tipos impositivos especialmente bajos, pero los múltiples y mal llamados “beneficios fiscales” y las oportunidades de elusión y fraude que existen, junto con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, han puesto de manifiesto las debilidades de nuestro sistema fiscal.

La mayoría de la sociedad española está dispuesta a pagar impuestos a cambio de conseguir una sociedad más desarrollada y justa. De hecho la inmensa mayoría siempre ha cumplido con sus obligaciones, ha contribuido y ha hecho posible los avances en sanidad, educación, pensiones, atención a la dependencia, infraestructuras, seguridad...

Sin embargo, no todos/as contribuyen igual, algunos/as no lo hacen en absoluto. La complejidad y los fallos del sistema fiscal así como la maraña de las deducciones, dificultan el cumplimiento de las obligaciones fiscales y pueden provocar que no accedan a los beneficios fiscales y a las ayudas públicas quienes más lo necesitan. Y al mismo tiempo que se siguen aumentando los impuestos sobre los de siempre, se perdonan los delitos cometidos por quienes nunca contribuyeron y se reducen los derechos sociales en todos los ámbitos.

La recaudación global en España es baja, muy baja en relación a los países que nos gustaría tener como modelo. De acuerdo con las últimas cifras homogéneas disponibles (Eurostat, 2011) y pese a la relativa convergencia registrada en los años anteriores, estamos casi 8 puntos por debajo de la media europea de presión fiscal (32,4 frente a 40,1) y solo siete de los veintisiete países de la UE tienen una recaudación inferior a la nuestra (Polonia, Irlanda, Eslovaquia, Letonia, Rumanía, Bulgaria y Lituania).

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Además, nuestro sistema impositivo proporciona una recaudación inestable, que se ha desplomado al mismo tiempo que desaparecían los frágiles sustentos de nuestro crecimiento. Durante la crisis, España ha experimentado la mayor caída de la presión fiscal de la zona euro, 5,4 puntos del PIB entre 2007 y 2011, solo superada por Bulgaria, mientras que en la Unión Europea la presión fiscal retrocedía 0,5 puntos de media y en países como Francia, Grecia, Finlandia, Austria, Bélgica o Portugal, crecía. El nuevo sistema impositivo tiene que adecuarse y dar respuesta a la nueva estructura productiva que ha perdido 3-4 puntos el PIB del sector inmobiliario, una actividad que generaba muchos ingresos fiscales.

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Pero no es una cuestión de cuánto pagamos, sino de quiénes pagamos. Y el sistema impositivo español es injusto e ineficiente. Por el fraude, por las oportunidades de elusión que ofrece, por los privilegios que concede a los grupos poderosos, por su falta de transparencia, por su complejidad y costes para los empresarios y trabajadores cumplidores, por sus contradicciones territoriales, por los errores en las previsiones y por su falta de credibilidad.

Cambiar esta situación no va a ser en absoluto sencillo. Pero puede hacerse. Ese es el principal reto y ese es nuestro objetivo.

Se necesita reformar la estructura global del sistema impositivo para recuperar el gravamen equitativo de todas las rentas, personas y sociedades, reformando las principales figuras tributarias. El fraude fiscal constituye la principal lacra de nuestro sistema y combatirlo debe ser el primer objetivo de la reforma. Debemos hacer un sistema más eficiente, sencillo e incentivador de las actividades económicas que crean riqueza y penalizador de las que generan externalidades negativas. El sistema fiscal debe ser más transparente y sencillo para el ciudadano, y su manejo por parte de los gobiernos más responsable para que los ingresos fiscales sean más sostenibles y su predicción más creíble.

El fraude fiscal es la principal fuente de injusticias e ineficiencias. Cada euro no pagado por los/as defraudadores/as es soportado por los/as contribuyentes honestos/as en forma de mayores impuestos, al tiempo que desvirtúa la libre competencia poniendo en situación de desventaja a los/as empresarios/as y profesionales que cumplen con sus obligaciones. Además, las empresas que no declaran beneficios difícilmente los usan para invertir en mejorar su posición competitiva (innovación, internacionalización), de forma que el fraude socava el crecimiento empresarial, el cambio de modelo productivo y perjudica al conjunto de la sociedad. Por ello, el fraude hay que combatirlo con más medios humanos y materiales y realizar las actualizaciones normativas necesarias para evitar que la ingeniería fiscal siga haciendo uso de las trampas legales para evadir y eludir el pago de impuestos.

Es necesario desarrollar medidas tanto en el ámbito de la legislación nacional como a nivel internacional. No podemos olvidar que las grandes oportunidades de evasión y elusión fiscal vienen de fuera. Los socialdemócratas españoles tenemos que asumir el liderazgo político en Europa para poner fin a los paraísos fiscales y a la competencia fiscal por pagar menos impuestos. Caminar hacia la Unión Fiscal en la UE es irrenunciable. La creciente crisis de Chipre y las causas que han llevado a dicha situación, son un buen ejemplo de la necesidad de tener un sistema impositivo armonizado que impida la evasión y la elusión fiscal, al menos entre los países miembros.

Es esencial exigir en todos los foros internacionales y en el seno de la Unión Europea, la absoluta necesidad de acabar con las prácticas desleales tanto de los paraísos fiscales, como de los regímenes especiales para la atracción de capitales existentes en países

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como Gran Bretaña, Luxemburgo, Suiza, etc. Asimismo, es imprescindible eliminar de las legislaciones nacionales todos los obstáculos que dificultan la cooperación y el intercambio de información fiscal con otros países.

Por otra parte, debe mejorarse la información de base para la lucha contra el fraude, incrementando la coordinación entre las distintas administraciones tributarias que operan en nuestro territorio y ampliando la información sobre transacciones internacionales de capital. Asimismo, deben endurecerse las sanciones contra el fraude y el delito fiscal y es imprescindible conseguir que la Inspección Tributaria pueda analizar en profundidad y utilizar en la lucha contra el fraude, la procedencia de los fondos acogidos a la amnistía fiscal del PP. La Administración Tributaria deberá diseñar instrumentos públicos de medición cuantitativa y cualitativa del fraude que sirvan para apreciar de forma continua y transparente los avances que se consigan.

También necesitamos reformar la estructura global del sistema impositivo para que sea más justo. Ese es el gran reto al que hemos de dar respuesta.

Actualmente el peso de los ingresos públicos recae de forma casi exclusiva sobre las rentas del trabajo medias y bajas que soportan directamente el 90% de la presión fiscal, en torno a nueve de cada diez euros recaudados. La imposición sobre el capital, la riqueza y las sociedades apenas aporta un euro de cada diez y sería muy discutible que en realidad estuviese siendo aportado por las rentas altas.

Tenemos que ir hacia un sistema fiscal que grave más la capacidad económica derivada de la riqueza patrimonial porque la desigualdad en términos de riqueza es muy superior a la desigualdad en términos de renta. El 10% de los individuos más ricos de España acumula un patrimonio 135 veces más elevado que el 20% más pobre de la población, mientras que en renta la diferencia es de 13 a 1 (Encuesta Financiera de las Familias, Banco de España).

Tenemos que promover reformas para que contribuyan más las grandes fortunas que hasta ahora pagaban muy poco. Para conseguir una tributación equitativa de las diferentes fuentes de renta y recuperar el IRPF como estimación global de la capacidad económica de las personas. Para que tributen justamente los grandes patrimonios independientemente de donde lo tengan invertido, en qué instrumentos financieros o en qué tipo de sociedades, como las SICAV. En definitiva, una reforma en profundidad con un modelo de gravamen integrado de la renta y el patrimonio orientado a que las grandes fortunas, en particular, contribuyan de forma justa y equilibrada a la financiación del funcionamiento del país, algo que hasta el momento no han hecho.

Tenemos que revisar las deducciones fiscales en el IRPF que se han demostrado fuertemente regresivas y absolutamente inútiles desde el punto de vista de la eficiencia económica.

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Tenemos que poner límite a la competencia fiscal a la baja de las Comunidades Autónomas, ya que algunas han vaciado impuestos como el de sucesiones y donaciones a la vez que debilitan los servicios públicos.

Plantearemos fórmulas también para mejorar la progresividad de la fiscalidad de las empresas. Porque hoy se da la paradoja que en muchos casos las grandes corporaciones pagan menos impuestos que las pequeñas y medianas empresas.

Es precisa una reforma en profundidad del Impuesto de Sociedades, eliminando los privilegios fiscales y la mayoría de las deducciones e introduciendo temporalmente un impuesto mínimo compensable para las grandes empresas, que contribuya a recuperar la recaudación de este tributo y a estabilizarla en el tiempo.

También debemos hacer un sistema más sencillo e incentivador de las actividades económicas que creen riqueza, al tiempo que penalice las que generan externalidades negativas.

Tendremos que revisar el sistema de estimación objetiva de las rentas de actividades económicas (los módulos), porque ya no está justificado en todos los casos y para todas las actividades con el actual desarrollo tecnológico y porque genera altos incentivos al fraude.

También propondremos las reformas necesarias para garantizar la neutralidad del tratamiento del ahorro, y evitar que los productos financieros se elijan en función de su rentabilidad fiscal.

La reforma fiscal progresista que necesita nuestro país pasa, necesariamente, por reforzar la contribución del sector financiero a la sostenibilidad de las cuentas públicas y a financiar una salida justa de la crisis. Es imprescindible que se desarrolle e implante el Impuesto de Transacciones Financieras en el ámbito europeo e internacional, reforzar la contribución de las entidades de crédito al Fondo de Garantía de Depósitos e introducir un impuesto específico sobre las entidades financieras que tienen que asumir su responsabilidad en la resolución del problema de los desahucios y las preferentes.

Y el otro gran reto para nuestra política fiscal será desarrollar una imposición que favorezca la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. El crecimiento o es sostenible o no será. Por eso es tan importante que se implante ya el impuesto de transacciones financieras internacionales pues una parte importante de su recaudación tiene como principal destino el combate contra el cambio climático.

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LA EFICACIA Y LA EFICIENCIA DEL GASTO PÚBLICO

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La eficiencia en el gasto público es un principio básico de la izquierda. Los/as socialistas creemos en la función del Estado para redistribuir riqueza y ofrecer igualdad de oportunidades y, por tanto, somos los/as más interesados/as en asegurar que cada euro de los recursos de todos/as se gaste de la forma más eficaz y eficiente posible. La eficiencia es una actitud a la que nunca debemos renunciar.

España es, entre los principales países de Europa, el que tiene un gasto público más reducido, con un 45,2% del PIB, en contraste con las socialdemocracias más avanzadas que gestionan más del 50% del PIB.

Por tanto, el principal problema de la economía española no es un gasto público excesivo, sino la debilidad de nuestro sistema impositivo. Ello no quiere decir que no haya que tomar medidas también por el lado del gasto, pero no para recortar derechos, sino para gastar mejor. Es necesario reducir los costes de provisión de los servicios públicos, priorizar aquellos programas que más contribuyen a la igualdad efectiva y a combatir la pobreza y estimular la inversión productiva que mejorará nuestro crecimiento futuro (formación, innovación, I+D, internacionalización de nuestras empresas).

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La austeridad no debe ser un objetivo en sí mismo en un proceso de sacralización del déficit cero, sino el resultado de tener un cuidado extremo en el uso de los recursos públicos que son el único medio para conseguir una sociedad más cohesionada, igualitaria y justa. La ética y la eficacia en la gestión son valores irrenunciables.

Para mejorar la eficiencia del sector público, tenemos que ser capaces de mejorar su transparencia adoptando al máximo la doctrina de Gobierno Abierto. La disponibilidad de información detallada, clara y transparente del gasto público mejorará el control por parte de los/as ciudadanos/as de la acción del gobierno, al tiempo que facilitará la labor académica de la evaluación y propuesta de políticas públicas.

La modernización de la Administración es uno de los grandes retos de futuro para lograr un Estado que sirva mejor a los/as ciudadanos/as, que preste servicios públicos de la máxima calidad y que gestione los recursos de la forma más eficiente. Por ello, es necesario abordar una reforma de la Administración Pública, centrada en facilitar un acceso más libre y equitativo a la función pública, en impulsar la productividad y la evaluación continua de los/as trabajadores públicos/as y en proveer de recursos suficientes a los niveles de la Administración que lo necesiten. En esta reforma tendremos que plantearnos si el acceso a la función pública a base de, fundamentalmente, pruebas memorísticas, es la mejor forma de evaluar la capacidad y la actitud de los trabajadores y la más justa en términos de igualdad de oportunidades. Tendremos que reflexionar sobre los mecanismos más adecuados para incentivar a los/as empleados/as públicos que más se involucran y obtienen los mejores resultados en el desempeño de sus funciones.

El gasto público se dedica fundamente a proveer bienes públicos (justicia, defensa, seguridad,…), a gasto social (pensiones, sanidad, educación,…) y a gasto en actividades económicas (infraestructuras, I+D+i,…).

El Gasto Social es el que garantiza una sociedad más justa e igualitaria y es la parte más importante en términos cuantitativos en los países desarrollados. Sin embargo, en contra de lo que se cree, el Gasto Social en España tiene poco peso en comparación con la media europea. En 2011, España gastaba un 27,9% de su PIB, muy lejos de los principales países de Europa. Por eso, en el Partido Socialista tenemos que abrir un proceso de reflexión sobre el gasto social y cómo, en un contexto de escasez de recursos, aumentamos la eficacia de cada euro empleado para conseguir reducir desigualdades y combatir la pobreza creciente que estamos sufriendo consecuencia de la crisis y de las políticas de recortes del Gobierno Popular.

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Por partidas, el gráfico adjunto sobre el Gasto social en Europa en porcentaje del PIB, pone de relieve que en España el sistema de salud es relativamente barato, teniendo en cuenta su vocación universal, y uno de los más eficientes del mundo.

El gasto en pensiones también es relativamente reducido como consecuencia de una población más joven que la media y con cotizaciones bajas en su mayoría. Sin embargo, las pensiones de viudedad y orfandad ocupan, junto a Italia, el mayor porcentaje del PIB dentro de los países analizados.

Las políticas dirigidas a la infancia y a las familias son las más bajas de Europa y muy lejos de Dinamarca, Finlandia y Suecia que son quienes más recursos dedican a estas partidas.

Las políticas de empleo se centran en compensar la pérdida inmediata a quien pierde su puesto de trabajo, dejando de lado las políticas activas y otras acciones destinadas a mejorar la perspectiva laboral en el largo plazo, teniendo en cuenta el gravísimo problema social que ello supone.

El sistema de protección social se ha centrado en proveer de prestaciones monetarias a quien está o ha estado recientemente en el sistema, en lugar de proteger a las personas y a las familias más necesitadas. Esta situación no tenía consecuencias importantes durante la expansión económica cuando se creaban tantos puestos de trabajo y la entrada en el sistema era sencilla. Sin embargo, en la crisis el acceso al sistema por el mercado de trabajo se ha vuelto extremadamente complicada y se ha agravado la situación de desamparo de millones de personas. Ello ha provocado que la acción del gasto público no haya conseguido evitar un aumento muy importante de la pobreza y la desigualdad que amenaza con quebrar la justicia social.

Pese a la extensión de las políticas sociales durante el último gobierno socialista, la crisis económica, las lagunas de nuestro sistema social y el ataque a los pilares del estado de bienestar del Partido Popular, han hecho que España se haya convertido, en el país más desigual de la Unión Europea.

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El sistema actual está dejando atrás a los parados de larga duración, a las familias con niños/as y con sus miembros adultos en el paro y a los/as jóvenes que sufren la dualidad del sistema laboral y la amenaza de no tener un futuro mejor que el de sus padres y madres.

Estas son solo algunas de las reflexiones que debemos abordar a partir de la evidencia empírica para iniciar un debate, profundo y sosegado, sobre la eficacia y la eficiencia del Gasto Público para impulsar un crecimiento sostenible, para reducir desigualdades y para garantizar las mismas oportunidades a toda la ciudadanía independientemente de su condición.

En definitiva, un debate para diseñar una agenda de reformas para reforzar el papel del Estado en el logro de una sociedad que proteja a los más débiles y empodere a las clases medias.

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ESTABILIDAD PRESUPUESTARIA

Y CRECIMIENTO ECONÓMICO

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Los socialdemócratas creemos en el uso responsable de los recursos presupuestarios. Somos conscientes de que el bienestar de hoy no puede labrarse a fuerza de hipotecar el futuro.

Solo en intereses de la deuda, los Presupuestos Generales del Estado de 2013 destinan más de 38 mil millones de euros. Una cantidad superior a la destinada a prestaciones por desempleo.

Es evidente que el endeudamiento excesivo es un lastre para la sostenibilidad del Estado del Bienestar. Pero también debemos asegurar que en momentos de crisis, como los que estamos viviendo, el Estado pueda tener capacidad para aplicar estímulos que permitan recuperar el crecimiento.

La estabilidad presupuestaria no es algo nuevo, siempre ha estado presente entre los principios rectores de los gobiernos responsables. Lo que ha evolucionado son las reglas y normas en las que, en definitiva, debe traducirse este principio. Hasta los años ochenta del pasado siglo, muchos países impulsados por gobiernos conservadores empezaron a aprobar leyes que interpretaban este principio como la doctrina del “déficit cero” que defiende el Partido Popular, tanto el Gobierno de Aznar como el de Rajoy. Doctrina que se basa en la obligación de presentar y liquidar presupuestos para el conjunto de las Administraciones Públicas con un saldo observado nulo. Con esta doctrina, la política fiscal se vuelve procíclica ya que en los ciclos expansivos, cuando más crece la recaudación, para conseguir un déficit cero se tendrían que tomar medidas para elevar los gastos o reducir los ingresos, calentando más la economía. Y en las recesiones, cuando más cae la recaudación y suben las prestaciones por desempleo, se tendrían que reducir los gastos o aumentar los ingresos, profundizando la intensidad y alargando la duración de la recesión, como está pasando ahora en España y en muchos países de Europa.

Por poner un símil ciclista, la doctrina del déficit cero actúa en la economía como quién aprieta los frenos de la bicicleta en cuesta arriba y pedalea en cuesta abajo.

La perversión a la que puede llevar la regla del déficit cero condujo a que países liderados por gobiernos progresistas, sobre todo los nórdicos, desarrollaran unas nuevas reglas fiscales basadas en fijar objetivos numéricos sobre los saldos públicos estructurales, permitiendo que la política fiscal pueda generar estímulos en momentos de crisis y superávits en momentos de gran crecimiento.

Esa es la forma en que entendemos los/as socialistas la estabilidad presupuestaria. Una estabilidad a lo largo del ciclo económico. Y para conseguirlo tenemos que dotarnos de leyes eficaces, que marquen diferentes objetivos de déficit, superávit y gasto en función del momento del ciclo económico y que actúen tanto por el lado del gasto como del ingreso. Nada que ver con la Ley Orgánica que aprobó el Partido Popular a la que nos opusimos y que modificaremos cuando recuperemos el Gobierno.

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Nuestro reto pasa por articular un marco de estabilidad presupuestaria que permita:

~��=���������������������������$�����$��K����������K�����}���� en momentos de recesión.

~����������������������@��������������$>�����������}�������������������� en épocas de bonanza para utilizar en épocas de crisis.

~�� #����<�����������������������$>�����������������$��#�����$�����������económicas sean considerados por las administraciones como estructurales.

~����������������������<������$����������������������� de las preferencias sociales.

~����������������$������������������������������������������� de política fiscal.

En definitiva, una política de estabilidad presupuestaria que garantice un comportamiento racional y eficiente de las Administraciones Públicas, que estimule el crecimiento cuando se está en recesión y que enfríe la economía cuando está recalentada, con programas de actuación que permitan medir y evaluar la bondad de las medidas aplicadas en función de los objetivos perseguidos y en beneficio del bienestar del país.

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