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Instituto Panamericano de Geografía e Historia número 147 julio-diciembre 2012 revista de Historia de América

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147Instituto Panamericano de Geografía e Historia

número 147julio-diciembre 2012

revista de

Historia de América

ISSN 0034-8325

Germán A. de la RezaRosana Aguerregaray

Verónica Cremaschi

Beatriz Carolina PeñaMario Octavio Cotilla Rodríguez

David Díaz AriasGermán

A. de la RezaRonny J. Viales Hurtado

¿Panamericanismo o hispanoamericanismo? Los antecedentesformativos del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826

Proyectos de disciplinamientos del Estado en vinculación a las prácticas yrepresentaciones en torno de la muerte de la élite mendocina (1887-1903). Influencia delproceso de secularización Proyectos urbanos difundidos por laprensa durante los gobiernos lencinistas, Mendoza. Visiones sobre la vivienda para lachusma de alpargatas Hermanos de perdición: los Pizarros en lamemoria colectiva del Perú a inicios del XVII Historiasobre la sismología del Caribe Septentrional Presentación del libro

Presentación del libroPresentación del libro

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Castiglione

Historia de la historiografía de América 1950-2000. Tomo II: América CentralEl Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826. La

presencia de Brasil en su historia Chile-Argentina, Argentina-Chile: 1820-2010. Desarrollos políticos, económicos y culturales

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MIEMBROS NACIONALES DE LA COMISIÓN DE HISTORIA

COORDINADORES DE LOS COMITÉS DE LA COMISIÓN DE HISTORIA

Historia Económica, Social y Política Dr. André Figueiredo Rodriguez (Brasil)Historia Cultural Dra. Patricia Galeana (México)Historia Ambiental M. Sc. Francisco Enríquez (Costa Rica)Patrimonio Dr. Arturo Soberón (México)Antropología y Arqueología Dra. Maureen Sánchez Pereira (Costa Rica)

Argentina Dr. Miguel Ángel de MarcoBeliceBolivia Licda. Laura Peña AsbunBrasil Dr.ChileColombiaCosta RicaEcuadorEl SalvadorEstados Unidos Dr.Guatemala Lic. Celso Lara Figueroa

André Figueiredo RodriguesProfa. Luz María Méndez Beltrán

M. Sc. José Bernal Rivas FernándezDr. Eduardo Almeida ReyesLic. Pedro Escalante Arce

Erick Detlef Langer

HaitíHonduras Ing. Tomás RojasMéxicoNicaragua Dra.Panamá Dr. Osman RoblesParaguayPerú Dr. Teodoro Hampe MartínezRep. Dominicana Ricardo HernándezUruguayVenezuela Prof. Arístides Medina R.

Lic. María Teresa FrancoMargarita Vannini

Dr. Herib Caballero Campos

Lic. Uruguay Vega Castillos

Descripción de portada:

Description of Cover:

Fotografía de / Photography by

Ceremonia de honor para arriar la bandera en la Plaza de la Independencia en Montevideo, Uruguay. En esta ciudad seefectuaron las Reuniones de Consulta y laAsamblea General del IPGH, del 18 al 22 de noviembre de 2013.

Honor Ceremony to lower the flag, Plaza de la Independencia, Montevideo, Uruguay. On this city were heldConsultation Meetings and the PAIGH GeneralAssembly from November 18 to November 22, 2013.

: Francisco Enríquez

PRESIDENTEIng. Rigoberto Magaña Chavarría

El Salvador

SECRETARIO GENERALDr. Rodrigo Barriga Vargas

Chile

COMISIÓN DE CARTOGRAFÍA COMISIÓN DE GEOGRAFÍA

COMISIÓN DE HISTORIA COMISIÓN DE GEOFÍSICA

(Uruguay) (Estados Unidos)Presidente: Presidente:

Dr. Carlos López Vázquez Geóg. Jean W. Parcher

Vicepresidente: Vicepresidente:Mg. Yuri Sebastían Risnichenko Nocetti Dra. Patricia Solís

(México) (Costa Rica)Presidente: Presidente:

Dra. Patricia Geleana Herrera Dr. Walter Fernández Rojas

Vicepresidente: Vicepresidente:Dr. Adalberto Santana Hernández M. Sc. Walter Montero Pohly

AUTORIDADES DELINSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

2013-2017E S T A D O S M I E M B R O S

DELINSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

Argentina

Belice

Bolivia

Brasil

Chile

Colombia

Costa Rica

Ecuador

El Salvador

Estados Unidosde América

Guatemala

Haití

Honduras

México

Nicaragua

Panamá

Paraguay

Perú

RepúblicaDominicana

Uruguay

Venezuela

EL IPGH, SUS FUNCIONES Y SU ORGANIZACIÓN

El Instituto Panamericano de Geografía e Historia ( fue fundado el 7 de febrero de

1928 por resolución aprobada en la Sexta Conferencia Internacional Americana que se

llevó a efecto en La Habana, Cuba. En 1930, el Gobierno de los Estados Unidos

Mexicanos construyó para el uso del el edificio de la calle Ex Arzobispado 29,

Tacubaya, en la ciudad de México.

En 1949, se firmó un convenio entre el Instituto y el Consejo de la Organización de los

EstadosAmericanos y se constituyó en el primer organismo especializado de ella.

El Estatuto del cita en su artículo 1o. sus fines:

1) Fomentar, coordinar y difundir los estudios cartográficos, geofísicos, geográficos e

históricos y los relativos a las ciencias afines de interés paraAmérica

2) Promover y realizar estudios, trabajos y capacitaciones en esas disciplinas

3) Promover la cooperación entre los Institutos de sus disciplinas en América y con las

organizaciones internacionales afines

Solamente los Estados Americanos pueden ser miembros del . Existe también la

categoría de Observador Permanente del . Actualmente son Observadores

Permanentes: España, Francia, Israel y Jamaica.

El se compone de los siguientes órganos panamericanos:

1) Asamblea General

2) Consejo Directivo

3) Comisión de:

Cartografía (Montevideo, Uruguay)

Geografía (Washington, D. C., EUA)

Historia (México, D. F., México)

Geofísica (San José, Costa Rica)

4) Reunión deAutoridades

5) Secretaría General (México, D.F., México)

Además, en cada Estado Miembro funciona una Sección Nacional cuyos componentes

son nombrados por cada gobierno. Cuentan con su Presidente, Vicepresidente, Miembros

Nacionales de Cartografía, Geografía, Historia y Geofísica.

IPGH)

IPGH,

IPGH

IPGH

IPGH

IPGH

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INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

REVISTA DE HISTORIA DE AMÉRICA

Número 147 México julio-diciembre 2012

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INSTITUTO PANAMERICANO DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

COMISIÓN DE HISTORIA

Presidente: Patricia Galeana Herrera Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (México)

Vicepresidente: Dr. Adalberto Santana Hernández Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, CIALC-UNAM (México)

REVISTA DE HISTORIA DE AMÉRICA Publicación semestral fundada en 1938

Es distribuida en canje a las instituciones científicas y culturales

Fundador Editor Dr. Silvio Zavala M. Sc. Francisco Enriquez Solano

COMITÉ EDITORIAL Dr. Juan Manuel Palacio, Centro de Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional

“General San Martín”, Buenos Aires, Argentina Dr. Andre Figueiredo Rodrigues, Centro Universitario Anhanguera, São Paulo, Brasil

Dr. Steven Palmer, Departamento de Historia, Universidad de Windsor, Windsor, Ontario, Canadá Dra. Margarita Vannini, Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, Managua, Nicaragua

Dr. Germán A. de la Reza, Universidad Autónoma Metropolitana, México Dr. Roberto García, Universidad de la República, Uruguay

Dr. Francisco Moscoso, Puerto Rico

REDACTORES HONORARIOS Dr. Ernesto de la Torre Villar, Dr. Guillermo Morón,

Dr. Jorge Salvador Lara, Clte. (R) Laurio H. Destéfani

Para correspondencia, ediciones y noticias, dirigirse a: M. Sc. Francisco Enriquez Solano

Escuela de Historia, Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica

Tels.: (506) 2511-6403 y 2511-6391 Fax: (506) 2511-4695 Correo electrónico: [email protected]

Para canje, ventas y distribución de publicaciones, dirigirse a: Instituto Panamericano de Geografía e Historia

Secretaría General Apartado Postal 18879

11870 México, D.F. Teléfonos: (5255) 5277-5791 y 5277-5888 Fax: (5255) 5271-6172

Correo electrónico: [email protected] Página web: http://www.ipgh.org

Las opiniones expresadas en notas, informaciones, reseñas y trabajos publicados en la R.H.A., son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores. Los originales que aparecen sin firmar ni indicación de procedencia, son de la Dirección de la Revista.

D.R. © 2014 Instituto Panamericano de Geografía e Historia.

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REVISTA DE HISTORIA DE AMÉRICA

NÚMERO 147 JULIO-DICIEMBRE 2012

Í N D I C E

NOTA EDITORIAL ARTÍCULOS GERMÁN A. DE LA REZA.– ¿Panamericanismo o hispanoamericanismo? Los antecedentes formativos del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826 ROSANA AGUERREGARAY CASTIGLIONE.– Proyectos de disciplinamientos del Estado en vinculación a las prácticas y representaciones en torno de la muerte de la élite mendocina (1887-1903). Influencia del proceso de secularización VERÓNICA CREMASCHI.– Proyectos urbanos difundidos por la prensa durante los gobiernos lencinistas, Mendoza. Visiones sobre la vivienda para la chusma de alpargatas BEATRIZ CAROLINA PEÑA.– Hermanos de perdición: los Pizarros en la memoria colectiva del Perú a inicios del XVII MARIO OCTAVIO COTILLA RODRÍGUEZ.– Historia sobre la sismología del Caribe Septentrional RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS DAVID DÍAZ ARIAS.– Historia de la historiografía de América 1950-2000. Tomo II: América Central GERMÁN A. DE LA REZA.– El Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826. La presencia de Brasil en su historia RONNY J. VIALES HURTADO.– Chile-Argentina, Argentina-Chile: 1820-2010. Desarrollos políticos, económicos y culturales Instrucciones para los autores

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NOTA EDITORIAL

Es un gusto para el equipo de la Revista de Historia de América poner en sus manos el número 147, que ofrece artículos de académicos que de todas partes del mundo escriben sobre el continente americano. Iniciamos con la aportación de un articulista constante de nuestra Revis-ta, nos referímos a Germán A. de la Reza, quien nos presenta un interesante artículo sobre el debate entre los conceptos de Panamericanismo e Hispa-noamericanismo en las primeras décadas del siglo XIX. Una importante contribución en momentos donde el tema aún presente de la conmemora-ción del Bicentenario ha marcado desde hace tres años las páginas de esta publicación. Seguidamente la doctora Rosana Aguerregaray nos ofrece un interesan-tísimo análisis histórico sobre las prácticas orientadas a disciplinar la sani-dad de la población de Mendoza a finales del siglo XIX y principios del XIX y su relación con la representación de la muerte de la élite mendocina. Luego la historiadora Verónica Cremaschi aporta un importante análisis, también mendocino, pero en este caso sobre la presencia en la prensa local del tema de proyectos urbanos de viviendas populares, nuevamente entre finales del siglo XIX y principios del XX. A continuación la investigadora Beatriz Peña nos introduce al tema de los conquistadores hermanos Pizarro y de cómo estaban representados en la memoria colectiva del Perú a inicios del siglo XVII. Nuestra sección de artículos finaliza con una importante contribución de Mario Cotilla. Quien ya antes había publicado sobre sismología histórica y en este caso nos trae un análisis en ese mismo campo temático sobre histo-ria sismológica del Caribe Septentrional. Tres obras son presentadas en nuestra sección de Reseñas Bibliográficas: la primera sobre la Historia de la historiografía de América de la cual fue coeditor el que suscribe esta nota editorial, otra sobre la presencia de Brasil en el Congreso Anfictiónico escrita por José Carlos Brandi y finalmente una sobre diversas áreas del desarrollo editada por Eduardo Cavieres y Ricardo Cicerchia. No queremos despedirnos sin agradecer al Consejo Editorial de la Revis-ta, a nuestros articulistas, los cuales nutren esta publicación, a todos nues-tros lectores que ayudan a difundirla y a las instituciones colaboradoras, al Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH) y al Centro de Inves-tigaciones Históricas de América Central y la Vicerrectoría de Investiga-ción, estos dos últimos, de la Universidad de Costa Rica, que continúa apoyando esta publicación.

Francisco Enriquez Editor

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Reseñas bibliográficas R.H.A. Núm. 138

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ARTÍCULOS

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¿PANAMERICANISMO O HISPANOAMERICANISMO? LOS ANTECEDENTES FORMATIVOS DEL CONGRESO

ANFICTIÓNICO DE PANAMÁ DE 1826

Germán A. DE LA REZA*

Abstract

This article examines the Latin American unionism before the Congress of Panama in 1826. Through it seeks to support the hypothesis that the charac-teristics and scope of the first essay of integration in the Western Hemisp-here depended critically on the platform created by Simon Bolivar from the Declaration of Independence of Venezuela in 1810, at a time when the Pan-american project had no formal expression. Key words: Hispano Americanism, Pan Americanism, Latin American Integration, Congress of Panama, Independency.

Resumen

El presente artículo estudia el unionismo latinoamericano anterior al Con-greso de Panamá de 1826. Por su medio busca sustentar la hipótesis según la cual las características y los alcances del primer ensayo de integración en el Hemisferio Occidental dependieron fundamentalmente de la plataforma creada por Simón Bolívar desde la Declaración de Independencia de Vene-zuela en 1810, en un tiempo en que el proyecto panamericano no existía. Palabras clave: Hispanoamericanismo, Panamericanismo, integración latinoamericana, Congreso de Panamá, Independencia.

* Profesor-investigador, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, Mé-

xico. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel III.

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Introducción

Un número importante de historiadores atribuye al Congreso anfictiónico de Panamá de 1826 designios de tipo panamericanista.1 Una ramificación de este supuesto consiste en hacer depender de condiciones coyunturales la oposición de Simón Bolívar a la participación de Estados Unidos.2 En la mayoría de los casos, los enfoques se concentran en el proceso que rodea a la convocatoria al Congreso anfictiónico, en particular la estrategia de con-vites del vicepresidente de la Gran Colombia, restando importancia a las etapas previas en su función de plataformas formativas del unionismo boli-variano.3 El presente artículo se consagra al estudio de la plataforma forma-tiva del Congreso anfictiónico. Por su medio se busca sustentar la hipótesis según la cual las características y alcances del primer ensayo de integración en el Hemisferio Occidental dependieron de la plataforma creada por Bolí-var entre 1810 y 1825, cuando la dimensión panamericana carecía de regis-tro.4 Con ese objetivo el trabajo ha sido estructurado en cinco secciones:

1 Esta posición ha sido defendida, entre otros, por Lockey, Orígenes, 1927; Guerra, Bolí-

var, 1946; Whitaker, Western, 1954; Caicedo, Panamericanismo, 1961; Bernstein, For-mación, 1961; Castillo, Congreso, 1972; Bingham, Monroe, 1976, etc. Con motivo de la Décima Conferencia Interamericana, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezue-la convocó en 1954 a un concurso de historia interamericana que estipulaba, entre otros requisitos, el que obras llevaran el siguiente título: “Del Congreso de Panamá a la Confe-rencia de Caracas 1826-1954. El genio de Bolívar a través de la historia de las relaciones interamericanas”. Como resultado de esa iniciativa se publicaron tres obras con premisas panamericanistas: Yepes, Congreso, 1955, tt. I-II; Cuevas, Congreso, 1955, tt. I-II; Ló-pez, Congreso, 1955. Uno de los autores, Yepes (ibid., t. I, p. 59), dice que “[f]laco ser-vicio le prestan en verdad a la gloria de Bolívar quienes empequeñecen sus horizontes políticos en el momento mismo en que va a realizar el mayor ensueño de su vida”. Cue-vas (ibid, t. I, p. 66) es más diverso en sus argumentos, aunque define al Congreso como “americanista, continental y […] abanderado de la democracia en el orbe”. Obsérvese que la tesis panamericanista es bastante posterior a los hechos. Entre sus primeros enun-ciados figuran los documentos de la Conferencia Internacional Americana de 1890 (CIA, Congress, 1890).

2 Lynch (Bolívar, 2010, p. 286), entre otros autores, señala que Bolívar excluye a Estados Unidos del proyecto ecuménico por razones identitarias y “por respeto a las susceptibili-dades de los británicos”.

3 Una notable excepción constituye Cuevas (Congreso, t. I, pp. 23 y ss.), para quién los tratados bilaterales “hacen época, y por sus vastísimos propósitos, adelantáronse a todo cuanto se había hecho”.

4 La conjetura según la cual el proyecto confederativo era esencialmente latinoamericano, también es defendida por un amplio número de autores: Vasconcelos, Bolivarismo, 1934; Martínez, Bolívar, 1959; Medina, Estados, 1968; Pacheco, Congreso, 1971; Connell-Smith, Sistema, 1971; Pividal, Bolívar, 1977; Escarra, Bolívar, 1977; Ortega, Congreso, 1982; Calderas, Bolívar, 1983; Bushnell y Macaulay, Emergence, 1994, y Díaz, Congre-

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formación y derrumbe de la Primera República de Venezuela; maduración del plan confederativo; fundación de la Gran Colombia; red de tratados bilaterales concluidos por este país con cinco repúblicas, y alcances de la estrategia santanderina. El periodo bajo escrutinio abarca quince años, entre la Declaración de Independencia de Venezuela en 1810 y el último tratado bilateral de “unión, liga y confederación perpetua” de 1825.

Primera República de Venezuela

La empresa unionista revela su coherencia y horizontes de acción desde los inicios de la Independencia.5 Para documentar esta afirmación es necesario remontar a la Revolución del 19 de abril de 1810, cuando la Junta Suprema de Caracas suscribe la Declaración de Independencia de Venezuela y asocia por primera vez la defensa de derechos soberanos “a la grande obra de la confederación americana española”. Mes y medio después, Bolívar sale en misión hacia Inglaterra para ex-plicar al gobierno británico las razones de la Revolución venezolana y lo-grar su apoyo. En Londres sus tomas de posición le granjean la simpatía de la población capitalina, no así el respaldo del gobierno, que prefiere mante-nerse en reserva para no extremar la debilidad del monarca español durante la ocupación francesa. El 5 de septiembre aparece en The Morning Chroni-cle la memoria en la que Bolívar fundamenta la necesidad de la completa independencia de España. La tesis tiene relevancia porque la opción mayo-ritaria de los patriotas en ese momento es todavía la conquista de amplias autonomías dentro de la monarquía española. También en ese escrito se liga el independentismo a la proyectada confederación hispanoamericana:

so, 2001. Según Connell-Smith (ibid., p. 23) “Bolívar desea una agrupación de Hispa-noamérica”, mientras que el sistema interamericano “se origina en el concepto de Monroe, no en el de Bolívar”. Vasconcelos (ibid., p. 72) hace de esa diferencia una dis-yuntiva colonialista: “Llamaremos bolivarismo al ideal hispanoamericano de crear una federación con todos los pueblos de cultura española. Llamaremos monroísmo al ideal anglosajón de incorporar las veinte naciones hispánicas al imperio nórdico, mediante la política del panamericanismo”. Para Bushnell y Macaulay (ibid., p. 25), finalmente, el Congreso “era al mismo tiempo una muestra simbólica del más alto grado de coopera-ción hispanoamericana y, en sus resultados, una demostración de que las condiciones pa-ra una alianza permanente no estaban todavía presentes”.

5 La cronología se basa en O’Leary, Memorias, 1981, t. XXIV, pp. 254 y ss.; Restrepo, Historia, 1969, vol. VI; Lecuna, Catálogo, 1958, t. III, pp. 320-395; y Puyo y Gutiérrez, Bolívar, 1983. Para una periodización por etapas, véase Mancini, Bolívar, 1912, pp. 285-304.

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El día, que no está lejos, en que los venezolanos se convenzan de que su mo-deración, el deseo que demuestran en sostener relaciones pacíficas con la Me-trópoli, sus sacrificios pecuniarios, en fin, no les haya merecido el respecto ni la gratitud a que creen tener derecho, alzarán definitivamente la bandera de la independencia y declararán la guerra a España. Tampoco descuidarán de invi-tar a todos los pueblos de América a que se unan en confederación.6

Antes de regresar a Caracas, Bolívar encuentra a Francisco Miranda y junto con otros patriotas logra convencerlo de asumir la dirección del mo-vimiento independentista. Con días de diferencia, ambos desembarcan en La Guaira en diciembre de 1810 y a mediados del año siguiente el nuevo congreso vota a favor de la ruptura formal y sin condiciones con España. La Constitución del 21 de diciembre de 1811, que refrenda la separación de España, no olvida incluir en el Art. 129° (Cap. 5°, “Aumento sucesivo de la confederación”), el propósito unionista:

Del mismo modo, y bajo los mismos principios [que unen a las provincias venezolanas] serán también admitidas e incorporadas cualesquiera otras del continente colombiano (antes América española) que quieran unirse bajo las condiciones y garantías necesarias para fortificar la Unión con el aumento y enlace de sus partes integrantes.7

El primer destinatario de esta invitación es el “Reino de Santa Fe de Bogotá” (Cundinamarca), adonde se desplaza José Cortés de Madariaga el 6 de marzo de 1811 en representación del gobierno de Miranda. El 28 de ma-yo de ese año firma con Jorge Tadeo Lozano un Tratado de Alianza y Fede-ración y el 22 de octubre ambos estados intercambian las ratificaciones.8 Con notable coherencia programática, el Tratado define al nuevo país como el primer paso en la construcción de la “Confederación General”:

Realizada la división del Reino en Departamentos Supremos, sobre que tiene negociaciones pendientes este Gobierno, serán admitidos por Cundinamarca

6 Lozano, “Bolívar”, 1948, p. 175; Yepes, Congreso, 1955, p. 20. 7 Constitución Federal para los Estados de Venezuela hecha por los representantes de

Margarita, de Mérida, de Cumaná, de Barinas, de Barcelona, de Trujillo y de Caracas, reunidos en Congreso General, Caracas, 21 de diciembre de 1811, ANH, Fondo Bargue-ño, Caracas, vol. VIII, t. I, p. 278.

8 Miranda, y no Bolívar, es central para esta iniciativa. Cortés de Madariaga lleva consigo una carta firmada por el Precursor en la cual presenta al canónigo investido “de una im-portantísima comisión [...] acerca de una reunión política entre el Reino de Santa Fe de Bogotá y la Provincia de Venezuela”. Arias, Canónigo, 1938, p. 64.

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y Caracas, en calidad de co-estados a la Confederación General, con igualdad de derechos y representación, lo mismo que cualesquiera otro que se formen en el resto de América.9

A mediados de 1812, la Primera República es derrotada por las fuerzas leales a la Península.10 Las causas de ese descalabro son importantes para las facetas de estadista y estratega de Bolívar. Una de ellas es la fuerte reac-ción de los realistas, estimulados por el revés de Napoleón Bonaparte en la Península. Otra más de fondo es el régimen federal, incapaz de contener las tendencias autonomistas y cuyo congreso concede a Miranda poderes extra-ordinarios recién el 19 de marzo de 1812, demasiado tarde para una eficaz defensa. El tercer factor es la atomización de los territorios adyacentes: Cundinamarca forma su propia república; Panamá está en manos realistas; y las provincias de Popayán, Pasto y Santa Marta forman la Federación de las Provincias Unidas de Nueva Granada. Estas circunstancias permiten a los realistas concentrar sus efectivos en determinados puntos sin dividir sus fuerzas, mostrando una aplastante superioridad.11 Luego de este fracaso, Bolívar se refugia en Curazao y luego en Carta-gena.12 A principios de 1813 es designado Brigadier de los Ejércitos de la

9 El documento puede consultarse en López, Breve, 1942, pp. 20-21. 10 En julio de 1812 llega la noticia de la pérdida de Puerto Cabello, enclave estratégico

encomendado a Bolívar, y el consejo de guerra reunido por Miranda en La Victoria de-creta el 24 de ese mes la capitulación de la Primera República. El momento es recordado por los historiadores por un hecho que no tiene filiación directa con nuestro tema pero no es posible soslayar. Los combatientes venezolanos, entre los cuales se encuentra Bolívar, se reúnen en el domicilio de Manuel de las Casas y rechazan rendirse; algunos de ellos acusan a Miranda de la derrota y llegan a proponer su fusilamiento. Para marcar distan-cias con el Precursor, lo entregan a las fuerzas realistas quienes también apresan a Cortés de Madariaga, Juan Germán Roscio y Juan Paz del Castillo, miembros del gobierno de la Primera República. Miranda permanece arrestado en La Guaira, luego es transferido a la fortaleza de San Carlos y enseguida al Castillo del Morro en Puerto Rico hasta su final destino en La Carraca, Cádiz, donde fallece en 1816. Las acusaciones vertidas en su con-tra, incluyendo supuestos sobornos de los españoles, han sido recusadas, entre otros, por Thorning (Miranda, 1981, pp. 284 y ss.), quien subraya la mala fe de sus detractores.

11 Aún hay otro factor significativo: el 26 de marzo, jueves santo, un violento terremoto devasta las ciudades de Mérida, Caracas, La Guaira y San Felipe. El hecho termina in-fluyendo en la caída de la Primera República tanto por las pérdidas materiales y huma-nas, como por la interpretación que el clero inculca en la población. Laffaille y Ferrer (“Terremoto”, 2003, pp. 107-123), muestran que los efectos reales del terremoto fueron exagerados en la época.

12 En esta última ciudad publica en diciembre de 1812 la “Memoria dirigida a los ciudada-nos de la Nueva Granada”, trabajo en el cual razona las causas de la debacle venezolana y de las cuales extrae una conclusión a la que será fiel hasta el fin de sus días: “Yo soy

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Unión neogranadina y al mando de un pequeño ejército regresa a Venezue-la, dando inicio a lo que se conoce como la Campaña Admirable. Tras una serie de batallas, el 7 de agosto entra triunfante a Caracas y restablece la República. Durante un tiempo, el Libertador piensa que la suerte ha favore-cido a las armas venezolanas y que la Independencia es irreversible. El 16 de diciembre confía a Santiago Mariño su esperanza de que la “unión bajo un solo gobierno supremo, hará nuestra fuerza y nos hará formidables a todos”.13 Se refiere a Venezuela y Nueva Granada, pero piensa en toda His-panoamérica.14 En julio de 1814, la respuesta de las fuerzas realistas y su ensañamiento contra la población civil, obligan a Bolívar a salir nuevamente de Venezue-la. Llegado a Pamplona en noviembre de ese año, difunde la “Proclama a la División de Urdaneta”, célebre por una divisa que ya es central en su idea-rio: “para nosotros la patria es la América”. Cuando se le encomienda la tarea de incorporar a Cundinamarca a los “estados libres e independientes de [la] República”, Bolívar acepta el encargo y el 8 de diciembre, al mo-mento de deponer al presidente de la ciudad rebelde, vuelve a explicar su cometido en términos ecuménicos: “Nuestro objeto es unir la masa bajo una misma dirección para que nuestros elementos se dirijan todos al fin único de restablecer el Nuevo Mundo en sus derechos de libertad e independencia”.15

Maduración del proyecto confederativo

A principios de 1815, el gobierno neogranadino se niega a otorgarle a Bolí-var armas y pertrechos para liberar a Venezuela, quizá porque busca un respiro o una utópica independencia en solitario. El libertador se separa entonces del ejército y en mayo se embarca con rumbo a Jamaica. Ya en Kingston, en septiembre aparece en The Royal Gazette su “Contestación de un americano meridional”, obra cumbre del pensamiento latinoamericano independentista. En el documento analiza el porvenir del Nuevo Mundo y

de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más completas ventajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horro-res de las disensiones civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de ban-didos que infestan nuestras comarcas”. Bolívar, Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño, Cartagena de Indias, 15 de diciembre de 1812, Cartas, 1964, t. I, p. 62.

13 Simón Bolívar a Santiago Mariño, 16 de diciembre, 1813, ibid., p. 113. 14 Lynch (Bolívar, 2010, p. 285) defiende esta interpretación. 15 Bolívar al presidente de Cundinamarca, Campo de Techo, 8 de diciembre de 1814,

O’Leary, Memorias, 1981, t. XIII, p. 556.

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traza una profecía que se cumplirá en el plazo de una década. Dos de sus párrafos más importantes desestiman la posibilidad de que las repúblicas hispanoamericanas puedan integrarse en un mismo cuerpo político. Según el primero:

Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria. Aunque aspiro a la perfección del gobierno de mi patria, no puedo persua-dirme que el Nuevo Mundo sea por el momento regido por una gran repúbli-ca; como es imposible no me atrevo a desearlo; y menos deseo aun una monarquía universal de América, porque este proyecto sin ser útil, es también imposible.

El segundo, por su parte,

Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola na-ción con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por con-siguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas remotos, situaciones di-versas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Co-rinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las na-ciones de las otras partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración; otra esperanza es in-fundada, semejante a la del abate St. Pierre, que concibió el laudable delirio de reunir en un congreso europeo para decidir de la suerte y de los intereses de aquellas naciones.16

Como alternativa, Bolívar propone la organización de una confederación de “repúblicas, reinos e imperios”. ¿Piensa que la América española desem-bocará en países con diversas formas de gobierno? Quizás esa posible di-versidad sea la razón de su acercamiento al modelo del abate Saint Pierre. La institución diseñada por el pensador francés se aplicaba, en efecto, a un continente dividido en una veintena de países con distintas formas de go-bierno, pero con un mismo origen (la Europa surgida del destrame del Im-

16 Bolívar, Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla, Kingston,

6 de septiembre de 1815, Cartas, 1964, t. I, pp. 228 y 232.

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perio de Roma) y una misma religión (los cristianismos occidentales).17 Sea cual fuere el motivo íntimo, de ahora en adelante Bolívar no variará su diagnóstico; el modelo unionista capaz de integrar a una Hispanoamérica atomizada es la asamblea de representantes y la confederación capaz de respetar la soberanía de cada estado miembro. Al cabo de dos expediciones a Los Cayos, ambas apoyadas por el primer estado independiente de América Latina, la República de Haití, Bolívar logra establecer la sede de gobierno venezolano en un poblado ribereño del Orinoco, Santo Tomás de Angostura. En uso de sus atribuciones, en julio de 1818 responde la carta de Juan Martín Pueyrredón enviada en 1816, a quien propone que “todos los pueblos de América se unan en confederación”.18 Para mayor emprendimiento, anexa una proclama donde llama a los pueblos platenses a formar parte ya no de una confederación existente, como plan-teaba el Tratado Cortés-Lozano, sino de “una sola sociedad, para que nues-tra divisa sea UNIDAD en la América Meridional”.19 Un lustro antes de la batalla de Ayacucho y el final de la Guerra de In-dependencia, Bolívar siente que los hispanoamericanos tienen en sus manos la posibilidad de crear la entidad más grande de Occidente. Hasta aquí, su visión nunca es continental en términos geográficos: “América” o “América meridional” es siempre Hispanoamérica. Cuando escribe al gobierno de Estados Unidos diez días después de su carta a Pueyrredón, se limita a pro-veer de credenciales a su enviado extraordinario para lograr el reconoci-miento diplomático del país del Norte.20

17 En 1712 y 1717, Charles Irénée Castel, abate Saint Pierre, publica en Utrecht los tres

tomos de Projet pour rendre la paix perpétuelle en Europe. La primera parte contiene siete discursos cuyo objeto es la explicación de las “ventajas” e “inconvenientes” de la confederación europea; la segunda es una voluminosa reseña del proyecto del duque de Sully; y la tercera un tratado (“Del interés de los soberanos”) inspirado en las filosofías políticas de Enrique duque de Rohan y Gatien Sandraz de Courtilz. El objetivo primor-dial del Proyecto es la creación de una sociedad compuesta de 18 naciones denominada “Confederación de los estados de Europa”. Muy probablemente, este proyecto llega a conocimiento de Bolívar a través del “Extracto” de Jean-Jacques Rousseau. Cf. Saint Pierre, Projet, 1712 y 1717; Rousseau, “Extrait”, 1761.

18 Bolívar al Supremo Director de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Juan Martín Pueyrredón, Santo Tomás de Angostura, 12 de julio de 1818, Cartas, 1964, t. II, pp. 18-19.

19 Bolívar, proclama dirigida a los habitantes del Río de la Plata, Santo Tomás de Angostu-ra, 12 de junio de 1818, O’Leary, Memorias, 1981, t. XVI, p. 53.

20 Bolívar, a todos los que las presentes vieren, Santo Tomás de Angostura, 22 de julio de 1818, Cartas, 1964, t. II, p. 47.

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Gran Colombia

Sucesivas victorias, comprendidas entre en desembarco en Los Cayos y la Batalla de Boyacá el 7 de agosto de 1819, acrecientan su liderazgo hasta alcanzar niveles legendarios. En el apogeo de su influencia, en diciembre de ese año propone al congreso venezolano la fundación de la “Gran República de Colombia”. No busca revivir la federación neogranadina, sino crear una entidad que constituya “la garantía de la libertad de la América del Sur”, la plataforma para la lucha definitiva por la Independencia.21 El 17 de diciembre, el congreso, a cuya voluntad decide sujetarse Nueva Granada, decreta la creación de la nueva república. A principios de 1821, los delegados gran colombianos se reúnen en la Villa del Rosario de Cúcuta para debatir esta vez sobre la forma de gobierno gran colombiano. Aunque el régimen centralista es rechazado vigorosamente por los federalistas, el partido bolivariano consigue aprobar la unión de Venezuela y Nueva Gra-nada en una sola república (Art. 1º) dividida en tres departamentos (Art. 3º).22 La preferencia bolivariana por el centralismo no implica un rechazo al federalismo en todas sus formas. El Libertador lo impugna en el caso de las repúblicas, pero lo acepta cuando se trata de unirlas con lazos más flexibles. Concibe el centralismo como un instrumento capaz de estabilizar a las uni-dades estatales y de permitir su articulación dentro de un régimen mayor y federal; estados fuertes internamente, unidos mediante una ley que respete su soberanía. 21 Bolívar, discurso dirigido al Cuerpo Legislativo, Santo Tomás de Angostura, 14 de

diciembre de 1819, O’Leary, Memorias, 1981, t. XVI, p. 565. 22 El discurso de Bolívar del 15 de febrero de 1819, vuelto a difundir con ocasión del con-

greso de Cúcuta, es inequívoco respecto del federalismo: “¿No dice el Espíritu de las le-yes que éstas deben ser propias para el pueblo que se hacen? ¿Qué es una gran casualidad que las de una nación puedan convenir a otra? ¿Que las leyes deben ser rela-tivas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos [...] al grado de libertad que la constitución puede sufrir, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su co-mercio, a sus costumbres, a sus modales? ¡He aquí el código que debíamos consultar y no el de Washington!”. Discurso pronunciado en el Acto de Instalación del Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819, Bolívar, Correo del Orinoco, núms. 19, 20, 21 y 22 del 20 de febrero al 13 de marzo de 1819. Cabe precisar que la decisión del congreso es apoyada por algunos admiradores del modelo estadounidense, como Vicente Rocafuerte y José María Restrepo. Desde el fracaso de la “Patria Boba”, Rocafuerte desconfía del federalismo, aunque en los debates sobre la Constitución mexicana defiende con brío el modelo estadounidense. Soto, Influencia, 1979, p. 70. El caso de Restrepo es diferente; luego de su inicial apoyo al modelo estadounidense concluye que ese sistema trae consi-go anarquía y caos, y en adelante promueve el centralismo. Restrepo, Autobiografía, 1957, pp. 15-17.

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Cuadro 1 Población y estructura de la Gran Colombia (año)

Departamento Capital Población

Cundinamarca Bogotá 2,790,000 (1823)1

Quito Quito 2,009,000 (1825)2

Venezuela Caracas 2,379,888 (1827)3

Fuentes: 1 Rippy, Historical, 1945, pp. 106-107 y 127. La estimación no incluye a Ecua-

dor. 2 Burns, Poverty, 1980, p. 185. 3 Restrepo, Exposición, 1827, pp. 31-33. A poco de fundarse, la Gran Colombia figura entre los países de mayor prestigio. Es el primero en ser reconocido y por ende alberga a las primeras legaciones extranjeras en suelo latinoamericano. John Quincy Adams, en ese entonces Secretario de Estado de James Monroe y futuro presidente del país, la cree “llamada a ser en lo adelante una de las naciones más podero-sas de la tierra”, tanto por su acceso a los océanos Pacífico y Atlántico, y sus ríos navegables, el Amazonas, el Orinoco y el Magdalena, como por la fertilidad de su suelo y la abundancia de sus riquezas mineras.23 Los gobier-nos de Francia y sobre todo Inglaterra también destacan el liderazgo gran colombiano. En las Antillas, el país estimula la búsqueda de independencia y unión latinoamericana. En diciembre de 1821, un grupo de patriotas dominicanos reunidos por José Núñez de Cáceres en Santo Domingo proclama la inde-pendencia del “Haity español” y su incorporación a la Gran Colombia.24 A esa iniciativa, liquidada por la invasión de tropas haitianas en enero de

23 Instrucciones de Quincy Adams a Anderson, Washington, 27 de mayo de 1823, Man-

ning, Correspondencia, 1930, t. I, doc. 119, p. 235. 24 El Acta Constitutiva se compone de 39 artículos. El 4º instituye que la “parte española

[de la Isla] entrará desde luego en alianza con la República de Colombia; entrará a com-poner uno de los Estados de la Unión”. El 5º dispone el envío “a la mayor brevedad po-sible [de] un diputado” a la Gran Colombia para entrevistarse con Bolívar a fin de comunicarle los recientes sucesos y solicitarle la constitución colombiana “para con su previo examen y conocimiento dar esta parte española acto de accesión”. El 6º, final-mente, pretende dirimir las relaciones con Haití mediante un tratado de amistad, comer-cio y alianza “para la común defensa y seguridad de ambos territorios”. “Acta Constitutiva del Gobierno Provisional del Estado Independiente de la parte española de Hayti”, Imprenta de la Presidencia del Estado independiente de la parte española de Hayti José María González, Santo Domingo, 1º de diciembre de 1821, reproducida en Rodríguez, Santo Domingo, 1971, Apéndice 1, pp. 70-72.

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1822, le sigue el activismo de “Soles y Rayos de Bolívar”, una sociedad secreta organizada en Cuba con el propósito de crear un estado unido a Latinoamérica. Menos conocido e igualmente infructuoso, el movimiento liderado en Puerto Rico por Antonio Valero de Bernabé, antiguo jefe del Estado Mayor mexicano y junto con algunos miembros de “Soles y Rayos”, autor del Plan para la Independencia de la Isla, intenta formar en 1823 un estado independiente integrado a Colombia.

Confederaciones bilaterales

En Tierra Firme las iniciativas unionistas también proliferan aunque tienen un alcance definido y son conducidas por el propio Bolívar. En 1821, asis-tido por Santander y Pedro Gual, busca poner las bases de la confederación apelando a una red de acuerdos federativos con las repúblicas hispanoame-ricanas. Para llevar a cabo el plan, decide enviar un ministro plenipotencia-rio a México (que aún incorpora a Centroamérica) y otro al Perú, Chile y Buenos Aires. Miguel de Santamaría es nombrado para la primera misión el 10 de octubre de 1821 y un día después, Joaquín Mosquera y Arboleda para la segunda. Las instrucciones, redactadas por Gual a partir de las ideas de Bolívar, proponen a los gobiernos de la región “la formación de una liga verdaderamente americana”, ajena a objetivos coyunturales:

[…] esta confederación no debe formarse simplemente sobre los principios de una alianza ordinaria para la ofensa y defensa: debe ser mucho más estre-cha que la que se ha formado últimamente en Europa contra las libertades de los pueblos. Es necesario que la nuestra sea una sociedad de naciones herma-nas, separadas por ahora y en el ejercicio de su soberanía por el curso de los acontecimientos humanos, pero unidas, fuertes y poderosas para sostenerse contra las agresiones del poder extranjero. Es indispensable que usted enca-rezca incesantemente la necesidad que hay de poner desde ahora los cimien-tos de un Cuerpo anfictiónico o Asamblea de plenipotenciarios que dé impulso a los intereses comunes de los estados americanos, que dirima las discordias que puedan suscitarse en lo futuro entre pueblos que tienen unas mismas costumbres y unas mismas habitudes y que por falta de una institu-ción tan santa pueden quizá encender las guerras funestas que han desolado otras regiones menos afortunadas.25

25 Instrucciones, Cúcuta, 11 de octubre de 1821, Cadena, Anales, 1878, pp. 287 y ss. Véase

también Lockey, Orígenes, 1927, pp. 291-292.

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El término “verdaderamente americano” se refiere a Hispanoamérica, destino exclusivo de los emisarios de Bolívar. La Memoria de Relaciones Exteriores, presentada por Gual al congreso gran colombiano en abril de 1823, explica esas misiones por su importancia para sistematizar las rela-ciones entre las nuevas repúblicas. De paso refrenda su identidad civilizato-ria, la única, también, respecto de la cual tiene sentido hablar de uti possidetis, capitanías o virreinatos:

Se adoptaron [...] como bases del nuevo sistema, las siguientes: primero, que los estados americanos se aliasen y confederasen perpetuamente, en paz y en guerra, para consolidar su libertar e independencia, garantizándose mu-tuamente la integridad de sus territorios respectivos; y segundo, que para hacer efectiva esa garantía, se atuviese al uti possidetis juris de 1810, según la demarcación de cada Capitanía General o Virreynato erigidos en Estado Soberano.26

En junio de 1822, Mosquera negocia en Lima el primer Tratado de unión, liga y confederación perpetua con Bernardo Monteagudo, miembro del gobierno presidido por José de San Martín. Suscribe el segundo tratado en Chile el 21 de octubre con Joaquín de Echeverría y José A. Rodríguez, ministros de Relaciones Exteriores y de Guerra y Hacienda, respectivamen-te. Llegado a Buenos Aires, el 8 de marzo de 1823 firma con el Director de las Provincias Unidas, Bernardino Rivadavia, un breve tratado de amistad sin derivaciones confederativas. En ese periodo, Chile y Perú concluyen entre sí un acuerdo que parece rivalizar con los tratados bolivarianos, aun-que su intrascendencia hace de este documento una curiosidad histórica.

Cuadro 2 Tratados bilaterales preparatorios del Congreso de Panamá

Países Fecha Nombre

Colombia-Perú 6, VII, 1822 Unión, liga y confederación

Colombia-Chile 21, X, 1822 Unión, liga y confederación

Colombia-México 3, X, 1823 Unión, liga y confederación

Colombia-Centroamérica 5, VI, 1825 Unión, liga y confederación

En México, poco después de la caída de Agustín Iturbide y de la reorga-nización del país como república federal, Santamaría suscribe el tercer tra-

26 Citado por Silva, Diplomacia, 1967, p. 15.

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tado confederativo con Lucas Alamán el 3 de octubre de 1823.27 El último de estos tratados es negociado por dos futuros delegados al Congreso de Panamá: Pedro Gual y Pedro Molina, el primero por la Gran Colombia y el segundo por la Federación de Centro América. A pesar de las modificaciones al borrador bolivariano, reflejo de las diferencias en la mesa de negociaciones, los cuatro tratados de liga y confe-deración son prácticamente idénticos y comparten el propósito de fusionar-se en un acuerdo único.28 Las estipulaciones respecto de este proyecto se insertan en el Convenio adicional del tratado con el Perú; en los Art. 12º, 13º y 14º del tratado con México; en los mismos 12°, 13° y 14° del tratado con Chile, y en los Art. 15º, 16º y 17º del tratado con Centroamérica:

[1] Para estrechar más los vínculos que deben unir en lo venidero a ambos es-tados y allanar cualquiera dificultad que pueda presentarse a interrumpir de algún modo su buena correspondencia y armonía, se formará una asamblea compuesta de dos plenipotenciarios por cada parte, en los términos y con las mismas formalidades que deben observarse para el nombramiento de los mi-nistros de igual clase cerca de los gobiernos de las naciones extranjeras. [2] Ambas partes se obligan a interponer sus buenos oficios con los go-biernos de los demás estados de América —antes española— para entrar en este pacto de unión, liga y confederación perpetua.

27 La credencial que lleva Santamaría, firmada por Bolívar el 10 de octubre de 1821, lo

autoriza a asentar las relaciones bilaterales “por medio de un Tratado definitivo que ase-gure la libertad e independencia de ambos países y les restituya a la faz del mundo la im-portancia política a que son acreedores por su población y riquezas”. Se le conceden plenos poderes para conferir, tratar convenir y firmar, “los artículos, declaraciones, trata-dos definitivos, accesiones y cualesquiera otros actos que juzgue convenientes, todo con la misma autoridad con que podría yo hacerlo en virtud de la Constitución política de la República”. SRE, Diplomacia, 1910, t. I, pp. 239-240. Santamaría suspende negociacio-nes cuando el congreso mexicano elige Emperador a Iturbide el 17 de mayo de 1822, ex-plicando que carece de instrucciones para tratar con una monarquía. La suspensión es autorizada por Gual el 21 de diciembre y es coherente con las miras políticas de Bolívar. Meses antes, Bolívar había advertido a San Martín sobre los peligros que entrañaba el tratado de Iturbide con el virrey O’Donojú, ya que si España aceptaba el tratado “y se traslada [a México] Fernando VII u otro príncipe europeo, se tendrán iguales pretensio-nes sobre todos los demás gobiernos libres de América”. Gual a José Gabriel Pérez, Bo-gotá, 21 de diciembre de 1822, O’Leary, Memorias, 1981, t. XIX, p. 403; Bolívar a San Martín, Bogotá, 16 de noviembre de 1821, Cartas, 1965, t. III, p. 156.

28 No por ello las diferencias dejan de ser significativas. En el caso del tratado con el Perú, Monteagudo rechaza el uti possidetis de 1810 como principio para zanjar las diferencias en materia de límites fronterizos. Como consecuencia, el tratado se ratifica sin establecer los límites de ambos países.

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[3] Luego que se haya conseguido este grande e importante objeto, se re-unirá una asamblea general de los estados americanos, compuesta de sus ple-nipotenciarios, con el encargo de cimentar de un modo el más sólido y estable las relaciones íntimas que deben existir entre todos y cada uno de ellos, y que les sirva de consejo en los grandes conflictos, de punto de contac-to en los peligros comunes, de fiel intérprete de sus tratados públicos y de juez, árbitro y conciliador en sus disputas y diferencias.29

En su conjunto, estas disposiciones definen las características del Con-greso de Panamá: esbozan sus objetivos, una parte de su agenda y marcan sin ambigüedades su identidad latinoamericana. El primer artículo señala el nombramiento de los ministros para asegurar su plenipotencia; el tercero (y también el segundo), determina el carácter temporal de los tratados bilatera-les y su posterior fusión en un acuerdo plurilateral. Junto con las demás estipulaciones de los tratados, revelan una secuencia única de fines y me-dios de las iniciativas confederativas de Bolívar. Sin sorpresas, la convocatoria al Congreso de Panamá enviada el 7 de diciembre de 1824 tendrá como destinatarios solo a los gobiernos “confede-rados” y el primer punto de la agenda de 1826 estipulará la “renovación solemne entre los confederados de los pactos de unión y de alianza ofensiva y defensiva”. La importancia de la red de acuerdos se refrenda con un tercer elemento: salvo Chile, responderán al llamado de Bolívar todos los países signatarios de los tratados confederativos.30 Para los actores de la época no hace duda que el Congreso de Panamá es una “consecuencia” de los trata-dos bilaterales.31

La estrategia santanderina

Hasta aquí hemos visto que las iniciativas unionistas que jalonan los quince años de Guerra de Independencia determinan la organización, las caracterís-ticas, los objetivos y la identidad del Congreso de Panamá. Dicho esto, en-

29 Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua entre Colombia y México, AHSREM,

L.E. 869 exp. I, años 1825-1826, fs. 9-11. 30 Además de Chile, otro país hispanoamericano que no asiste al Congreso es Provincias

Unidas del Río de la Plata, signatario de un tratado de amistad distinto a los demás. La renuencia de ambos países es conocida por Bolívar, quien descarta su presencia en el Istmo. Bolívar a Francisco de Paula Santander, Magdalena, 17 de febrero de 1826, Car-tas, 1967, t. V, p. 22.

31 La afirmación pertenece a José Manuel Restrepo (Esposición, 1827, p. 2), canciller grancolombiano durante las labores de Panamá.

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tre el envío de la convocatoria a finales de 1824 y la apertura de las sesiones del Istmo el 22 de junio de 1826, interviene una serie de actos de parte de Santander que tienden a matizar la identidad del areópago bolivariano. Va-yamos por partes. Los cambios propuestos por el vicepresidente se encuentran en su res-puesta a Bolívar del 6 de febrero de 1825.32 Uno de ellos es la eliminación de la norma de protección interna prevista en los tratados bilaterales; la posibilidad de que las nuevas repúblicas cooperen para restablecer el orden en alguna de ellas le parece “subversiva de los derechos soberanos de los pueblos”.33 Otro es su pretensión de crear un amplio sistema de alianzas apelando al poder de convocatoria de Bolívar. Para su justificación, Santan-der invoca prioridades de carácter defensivo:

[P]or grandes que sean nuestros deseos de poner al menos los cimientos de esta obra la más portentosa que se ha concebido después de la caída del Im-perio Romano, me parece que es de nuestro mutuo interés que la Asamblea convenida de plenipotenciarios, se verifique en el Istmo de Panamá con la concurrencia de todos, o la mayor parte de todos los gobiernos americanos, así los beligerantes como los neutrales, igualmente interesados en remitir aquel supuesto derecho de intervención de que ya han sido víctimas algunas potencias del mediodía de Europa.

La tercera iniciativa, en realidad un complemento de la anterior, es la invitación a Estados Unidos. Santander no pregunta, no propone ni espera el visto bueno de Bolívar. Después de haber girado las respectivas instruccio-nes, le informa que ha resuelvo invitar a Estados Unidos:

[…] en la firme convicción de que nuestros íntimos aliados no dejarán de ver con satisfacción el tomar parte en sus deliberaciones de un interés común a

32 Santander a Bolívar, Bogotá, 6 de febrero de 1825, O’Leary, Memorias, 1981, t. XXIV,

pp. 254-256. Para un análisis de las posturas encontradas de Bolívar y Santander respec-to de la presencia de Estados Unidos en el Congreso, véase, entre otros, Medina, Estados Unidos, 1968, pp. 161 y ss. Sobre las motivaciones de Santander, es ineludible la consul-ta de su correspondencia: Cartas, 1942, tt. I-III.

33 Véase los Art. 2°, 5° y 10° del Tratado con México. Según este último, “Si por desgracia se interrumpe la tranquilidad interior en alguna parte de los estados mencionados por hombres turbulentos, sediciosos y enemigos de los gobiernos legítimamente constituidos, por el voto de los pueblos, libre, quieta y pacíficamente expresado en virtud de sus leyes, ambas partes se comprometen solemne y formalmente a hacer causa común contra ellos auxiliándose mutuamente con cuantos medios estén en su poder hasta lograr el restable-cimiento del orden y el imperio de sus leyes”. Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua entre Colombia y México, AHSREM, L.E. 869 exp. I, años 1825-1826, fs. 9-11.

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unos amigos tan sinceros e ilustrados. Las instrucciones que con este motivo se han transmitido a nuestro Enviado extraordinario y Ministro Plenipotencia-rio en Washington, de que acompaño copia, os impondrán extensamente de los principios que me han estimulado a tomar esta resolución. Iguales razones me han inducido a recomendar a dicho Enviado el manifestar al Representan-te del Emperador del Brasil en los Estados Unidos las buenas disposiciones en que está la República de Colombia hacia su Imperio.

Bolívar le comunica su desacuerdo con la presencia estadounidense en seis misivas: el 8 de marzo, 8 de mayo, 30 de mayo, 7 de julio, 21 de octu-bre y 27 de octubre de 1825.34 Sin embargo, Santander no desiste e involu-cra a México y Centroamérica en su intento de “diluir” el proyecto.35 Aunque el “hombre de las leyes” carece de legitimidad para reorganizar los pilares de la política exterior de la Gran Colombia, tanto por su presencia al frente del Ejecutivo en calidad de interino, como por haber logrado la vice-presidencia luego de ocho sufragios, su conducta está lejos de ser un mero desafío a la autoridad del Libertador. Para esclarecerla es necesario referir-nos a dos elementos de contexto: las ofertas-promesas que hace a los esta-dounidenses desde 1822 y su defensa de una lógica hemisférica compatible con la identidad latinoamericana de la confederación. Del primer aspecto dan cuenta dos comunicados diplomáticos estadou-nidenses: En noviembre de 1822, John B. Prevost informa desde Chile al Departamento de Estado que ha encontrado al ministro gran colombiano Mosquera y que éste le ha asegurado que su gobierno invitará al de Estados Unidos para que “presida un encuentro destinado a asimilar las políticas del

34 Las variadas formas como Bolívar se refiere a la posible invitación a Estados Unidos, no

dejan duda sobre su actitud: “Los ingleses y los norteamericanos son unos aliados even-tuales y muy egoístas”, Bolívar a Santander, Lima, 8 de marzo de 1825; “la federación con Buenos Aires y los Estados Unidos me parece muy peligrosa”, Bolívar a Santander, Ocoña, 8 de mayo; “Los americanos del Norte y los de Haití, por solo ser extranjeros tienen el carácter de heterogéneos para nosotros. Por lo mismo, jamás seré de opinión de que los convidemos para nuestros arreglos americanos”, Bolívar a Santander, Arequipa, 30 de mayo; “la Inglaterra debe ver con mal ojo la tal invitación [a Estados Unidos]”, Bolívar a Santander, Cuzco, 7 de julio; “No creo que los americanos deban entrar en el Congreso del Istmo”, Bolívar a Santander, Potosí, 21 de octubre; “Me alegro mucho de que los Estados Unidos no entren en la federación”, Bolívar a Santander, Potosí, 27 de octubre, Cartas, 1966, t. IV, pp. 50 y ss.

35 Según Bushnell (“Santanderismo”, 1968, p. 259), “[m]ás sutil fue la resistencia de San-tander, si de veras merece tal denominación, al proyecto bolivariano del Congreso de Panamá. No lo rechazó, pero de acuerdo con el secretario de Relaciones Exteriores gran colombiano, Pedro Gual, lo diluyó, invitando a concurrir a los Estados Unidos y al Bra-sil, cuya presencia no cuadraba en los planes primitivos del Libertador”.

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Sur con aquellas del Norte”.36 Meses más tarde, en marzo de 1823 Charles Todd transmite a Adams un designio similar, esta vez por boca de Pedro Gual. Según el canciller, la Gran Colombia tiene intenciones de convidar a Estados Unidos a la creación de un sistema internacional en el que también podrán participar los gobiernos liberales de Portugal y España. En referen-cia a los tratados confederativos bilaterales, Gual minimiza su importancia y los presenta como “casi alianzas”.37 Ambos episodios y su desenlace sugieren que el deseo de Santander de invitar a Estados Unidos es tan viejo como las misiones confederativas, aunque se mantiene en un plano secundario, informal, y es ignorado por Bolívar. Con todo, es probable que estos cuasi compromisos ejercieran pre-sión sobre Santander y podrían explicar por qué termina creando su propia agenda. El segundo aspecto es que Santander espera que Estados Unidos participe sólo en las conferencias sobre “derecho de gentes” (derecho inter-nacional) y comercio, reservando las sesiones confederativas a los hispa-noamericanos. En efecto, los poderes que entrega a los delegados al Congreso de Panamá el 31 de agosto de 1825 (es decir, la acreditación que éstos deben presentar a los otros delegados a la Asamblea del Istmo), dis-tinguen claramente las conferencias “reservadas” de las “públicas”; a los países “aliados” de los “neutrales”.38 La existencia de ambas agendas, una general destinada a reforzar la ca-pacidad defensiva de cara a Europa y otra hispanoamericana en la cual San-tander no cree o le resulta indiferente, también la conocen los gobiernos concernidos. Henry Clay, sucesor de Adams al frente del Departamento de Estado, organiza los tiempos y la posición negociadora de sus delegados con base en ese dato. Cuando obtiene la aprobación del legislativo estadou-nidense con retraso, espera que las sesiones confederativas antecedan a las públicas y sus ministros lleguen a tiempo para tratar sobre los asuntos de su conveniencia.39 Alamán, el canciller mexicano, la conoce y la señala al 36 John B. Prevost a John Quincy Adams, Santiago, 15 de noviembre de 1822, Manning,

Correspondencia, 1931, t. II, doc. 495. 37 Charles Todd a Adams, Bogotá, 6 de marzo de 1823, ibid, doc. 627. 38 Los poderes para negociar con los “íntimos aliados” de la Gran Colombia van en un

pliego, en otro la autorización para tratar con los neutrales en temas de “interés general”. Según explica Revenga, este último tiene una naturaleza “mucha más limitada”. Santan-der a Pedro Gual y Pedro Briceño Méndez, primer y segundo poder, Bogotá, 31 de agos-to; José Manuel Revenga a Gual y Briceño Méndez, 23 de septiembre de 1825, O’Leary, Memorias, 1981, vol. XXIV, pp. 270-271, 276-278.

39 Congreso de Estados Unidos, American, vols. V-VI, 1825-1827, pp. 834 y ss. Cuando llegan las invitaciones coordinadas por Santander, Clay no duda en aceptar el envío de

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gobierno peruano en julio de 1825, aunque en el fondo no cree que los esta-dounidenses acudan al Istmo.40 Manuel J. Hurtado, gran ministro colom-biano en Londres, comunica un señalamiento similar al Gobierno de Inglaterra en enero de 1826 y Edward J. Dawkins, el observador que Geor-ge Canning envía a Panamá, es instruido tomando en cuenta estas caracte-rísticas de las negociaciones.41 Incluso el gran público sabe de ese entramado. El libro que el abate De Pradt consagra al Congreso de Panamá y aparece en 1825, en México y París, se compone de dos partes principales; en la primera analiza las nego-ciaciones entre beligerantes (las repúblicas hispanoamericanas en guerra contra España), y en la segunda los arreglos entre beligerantes y neutrales.42 Sin margen a duda, la invitación al país del Norte tenía para los partici-pantes un alcance parcial, destinado a “aumentar el número de los enemigos de la España y sus aliados”. Si bien Santander no entiende los alcances del proyecto bolivariano y su acción permite una tensión innecesaria entre lo hemisférico y lo latinoamericano, a fortiori su iniciativa tampoco valida la hipótesis panamericanista. En su esquema, la participación de los neutrales no vulnera la identidad civilizatoria de los confederados.

Conclusiones

A menudo las controversias entre historiadores deben su permanencia a paradigmas teóricos distintos. La identidad del Congreso de Panamá, asunto que periódicamente se impregna de consideraciones ideológicas, es uno de los ejemplos. Sin embargo, en este caso es posible identificar un hilo con-ductor que une y define las sucesivas iniciativas confederativas bolivarianas y en su devenir determinan con claridad el carácter latinoamericano del proyecto. La confederación es una empresa rodante que se inicia con los

ministros plenipotenciarios al Istmo. Empero, el legislativo estadounidense no allana su propósito al requerir la revisión de la invitación, de los objetivos de la Asamblea y de las instrucciones de los delegados, quienes finalmente no llegan al Istmo. Richard C. Ander-son fallece en el trayecto de Bogotá a Cartagena, y John Sergeant se integra a la Asam-blea recién en México, adonde se muda el Congreso para fenecer en medio de reclamos por la falta de aprobación de los tratados de Panamá.

40 Lucas Alamán al Ministro de Relaciones del Perú, México, 6 de julio de 1825, AHSREM, L.E. 869 exp. I, años 1825-1826, f. 1.

41 Manuel Hurtado a Georges Canning, Londres, 11 de enero de 1826, Porras, Congreso, 1930, p. 363; Edward J. Dawkins a Canning, Panamá, 6 de junio de 1826, BNA, Public Record, Foreign Office (FO), Congress at Panama, fs. 97-115, 112.

42 De Pradt, Congreso, 1825.

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albores de la Independencia y culmina con la Asamblea del Istmo. En la perspectiva bolivariana, busca proteger, completar y proyectar hacia afuera la obra de Independencia. El designio panamericanista es ajeno a Bolívar y lo es también al propio Santander, quien promovió la presencia de Estados Unidos e incluso buscó diluir la identidad latinoamericana del areópago, pero la ampliación del espectro de representaciones tuvo una función estric-tamente defensiva.

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PROYECTOS DE DISCIPLINAMIENTOS DEL ESTADO EN VINCULACIÓN A LAS PRÁCTICAS Y REPRESENTACIONES

EN TORNO DE LA MUERTE DE LA ÉLITE MENDOCINA (1887-1903). INFLUENCIA DEL PROCESO DE

SECULARIZACIÓN

Rosana AGUERREGARAY CASTIGLIONE*

Abstract

This paper discusses the health discipline projects promulgated by the pro-vincial government and its relationship with the funerary practices of Men-doza society in the late nineteenth century, and in turn of the transformations that occurred in these practices influence the process of secularization. It will be aproach in a cultural historical perspective and based on epochal sources such as municipal and notarial digests. While it can be inferred that much of the testators were adept at Catholicism can see certain indicators of that process, and also that the regulations were partly fulfilled by the society. Key words: Discipline projects, Practices and representations, Death, Mendoza Elite, Secularization.

Resumen

El presente trabajo trata acerca de los proyectos de disciplinamiento sanita-rio promulgados por el Estado provincial y su vinculación con las prácticas funerarias de la sociedad mendocina de fines del siglo XIX, y de las trans-formaciones que se produjeron en estas prácticas por influencia del proceso de secularización. El mismo será abordado desde una perspectiva histórica cultural que se basa en fuentes de la época, tales como digestos municipales y protocolos notariales. Si bien, que gran parte de los testadores eran adep-

* Licencia en Historia de las Artes Plásticas. Becaria de CONICET, Mendoza, Argentina,

correo electrónico: [email protected]

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tos al catolicismo, ciertos indicadores observan que en parte las normativas fueron cumplidas por parte de la sociedad. Palabras clave: proyectos de disciplinamiento, prácticas y representa-ciones, muerte, élite mendocina, secularización.

Introducción

Este trabajo tiene como objeto de estudio las relaciones entre los proyec-tos de disciplinamiento sanitario de la élite provincial planteados entre los años 1887 y 1903, y las prácticas y representaciones en torno de la muerte de la sociedad mendocina, y más específicamente de aquellas personas que tenían los recursos económicos para poder testar. El recorte temporal del trabajo se fundamenta en que en esos años fueron publicadas las orde-nanzas municipales que implicaban la reglamentación de los cementerios públicos. Los objetivos consisten, por un lado, en detectar las tensiones entre los proyectos de disciplinamientos de la élite provincial en torno al tema de la higiene pública (entre los cuales se hallaba la reglamentación de cemente-rios públicos), y las prácticas y representaciones en torno de la muerte de la élite local; y por otro, dilucidar algunas de las manifestaciones del proceso de secularización de éstas últimas. Una primera hipótesis parte de la siguiente cuestión: a pesar de las disposiciones municipales, la población seguía desarrollando sus prácticas habituales, concordantes con un determinado sistema de repre-sentaciones y creencias religiosas que precisamente el estado provincial buscaba disciplinar. Una segunda hipótesis que se desprende de la anterior es que si bien la población continuaba con estas costumbres funerarias comenzaron a manifestarse ciertos indicadores que hacían refe-rencia al proceso de secularización1 que se han detectado en otros espa-cios.2 1 Se entiende por secularización, el nuevo papel que ocupa la Iglesia Católica en la moder-

nidad; pues, que la religión haya dejado de cumplir su función anterior no quiere decir que no haya buscado definir un nuevo lugar en la época. Lida, Miranda, “Viaje y nuevas imágenes de la Iglesia: el catolicismo ante la crisis de los grandes relatos de la moderni-dad. Un ensayo”, en Pensar, núm. , UNR editora, Rosario, pp. 101, 2007.

Tal como se ha planteado: (…) me refiero en este caso a la secularización en tanto desa-rrollo en curso, como trabajo permanente de la religión que en nuestras sociedades mo-dernas se recompone, relocaliza y adquiere modalidades múltiples, fragmentadas, subjetivas, tal vez elusivas. Di Stefano, Roberto. “Por una historia de la secularización y de la laicización en la Argentina”, en Quinto Sol, Vol. 15, núm. 1, La Pampa, p. 5, 2011a. La secularización implica un nivel individual una “tendencia a la subjetivación de la vida espiritual”. Di Stefano, Roberto. El pacto laico argentino (1880-1920), en PolHis,

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El abordaje que se propone parte de la propuesta proveniente de la histo-ria cultural. Dicha perspectiva se centra en el análisis de las formas de re-presentación de un grupo y en el desarrollo y transmisión de estas formas.3 En este sentido, podemos entender por representaciones aquellos sistemas simbólicos que la dan sentido a la realidad del individuo, construyendo los comportamientos y permitiendo la comunicación, interacción y cohesión entre los sujetos de un mismo grupo. De hecho, estas formas son uno de los mecanismos mentales que hacen posible la percepción de la realidad física y social.4 Las representaciones están constituidas por las creencias, ideas, valores, alusiones históricas y culturales, y prácticas sociales que son com-partidos por los hombres de una misma comunidad, lo que les otorga una memoria y una identidad colectiva. Asimismo, establecen un orden que le permite al individuo situarse en su mundo, y de este modo, hacer posible la conexión entre los sujetos, otorgándoles un código de intercambio y de clasificación que le permite designar los componentes que integran su mun-do.5 Las representaciones entonces son reconstrucciones de un determinado objeto, persona, acontecimiento, que son mediadas por la experiencia del individuo sumergido en un determinado contexto.6 Para llevar a cabo el trabajo utilizaremos un corpus documental que está integrado por los digestos municipales sancionados en el periodo y una muestra de testamentos de la misma época, conservados en la Biblioteca General San Martín y en el Archivo General de la Provincia de Mendoza. Estos digestos, realizados por la comuna de la ciudad de Mendoza y publi-

núm. 8, Argentina, p. 82, 2011b. El proceso de secularización, entonces, incluiría al lai-cismo (…) aspecto parcial del más amplio proceso de secularización que consiste en la sustracción a la órbita religiosa y a sus autoridades de instituciones que pasan bajo el con-trol del Estado. Di Setfano, op. cit., p. 15. El autor propone hablar de “laicidades” en lu-gar de “laicidad” debido a que este ha ido variando de acuerdo a la articulación entre religión y Estado en los diferentes momentos históricos-culturales. Di Stefano, op. cit., p. 82.

2 Ayrolo, Valentina, “Reflexiones sobre el proceso de ‘secularización’ a través del ‘morir y ser enterrado’”. Córdoba del Tucumán en el siglo XIX”, en Dimensión Antropológica, Ins-tituto Nacional de Antropología e Historia, vol. 46, México, pp. 109-139, 2009.

Ayrolo, Valentina, Muerte y cementerios en el proceso de laicización. Córdoba, Argenti-na, en el siglo XIX, s/f (inédito).

3 Rioux, Jean Pierre et al., Para una historia de la cultura, México, Ed. Taurus, México, p. 21, 1999.

4 Moscovi, Serge, El psicoanálisis, su imagen y su público, Huemul, Buenos Aires, p. 18, 1979.

5 Araya Umaña, Sandra, Las representaciones sociales. Ejes teóricos para su discusión, FLACSO, Costa Rica, p. 28, 2002. La mencionada autora hace referencia a la defeición de representaciones de Farr Robert.

6 Ibidem, p. 27. La autora cita el concepto de representación de Denise Jodelet.

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cados entre los años 1887 y 1903, incluían los primeros reglamentos acerca de la regulación de los cementerios públicos. Respecto de los testamentos, hemos tomado los efectuados por el escribano público Pompeyo Lemos durante el transcurso de 1887 a 1903. La elección de las fuentes tiene que ver con que los primeros revelan los planes públicos de disciplinamientos social; mientras que los testamentos, por un lado, evidencian las prácticas funerarias privadas de la élite mendocina de la época, y las representaciones que esa élite tenía acerca de la muerte, y por otro, nos permiten observar en qué medida fueron asimiladas las políticas públicas y hasta qué punto se produjo un avance en el proceso de secularización. El trabajo está organizado en dos apartados, el primero, hace referencia a la construcción del Estado como agente modernizador y su vinculación con la Iglesia Católica. Luego, se tratan la creación de la Municipalidad de la Capital de Mendoza y los digestos divulgados para la reglamentación de los cementerios públicos, y por último, se manifiestan las condiciones en la que se encontraba el cementerio principal de la provincia. En un segundo apar-tado, se trata las cuestiones vinculadas a las prácticas y representaciones sobre la muerte de la élite mendocina, en donde se buscará analizar ciertos indicadores del proceso de secularización/laicidad.

El estado como agente modernizador

Durante el periodo de 1880 a 1910 el país quedó integrado al panorama económico internacional a través de la producción de materias primas y este modelo agroexportador fue promovido desde el Estado nacional, encabeza-do por una élite renovadora, progresista en lo económico y conservadora en lo político. Este grupo buscaba el “orden” y el “progreso” del país, en el marco de la construcción institucional del Estado. En estas búsquedas se incentivó la llegada de inmigrantes de ultramar con el fin de habitar las tierras “desérticas” donde se había asegurado la soberanía nacional, lo que dio origen a la modificación de la composición de la sociedad criolla. Este movimiento migratorio también fue posible gracias al desarrollo de ferroca-rril, que no sólo permitió el flujo de nuevos actores sociales, sino también, el intercambio de mercancías y la circulación de información e ideas. En Mendoza, este proceso benefició el desarrollo industrial de la actividad vitivinícola, a través de la introducción de nuevas tecnologías y de mano de obra; lo que favoreció la inserción de la provincia en el mercado nacional.7

7 Paredes, Alejandro, “Los inmigrantes de Mendoza”, en Roig, A.; Lacoste, P. y Satlari,

M.C. (comps.), Mendoza a través de su historia, Ed. Caviar Bleu, Mendoza, pp. 211-244, 2004.

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Este nuevo perfil vitivinícola asociado a la inmigración europea produjo profundos cambios sociales, que llevó a un acelerado proceso de concentra-ción poblacional que trajo aparejado los primeros desajustes de un ambiente urbano cada vez más vulnerable.8 Mendoza estaba gobernada por la llamada “oligarquía”. Este grupo, de raíces coloniales, dominó el poder hasta la llegada de los radicales en el año 1918, lo que fue posible gracias a los fuertes vínculos familiares y comer-ciales que le permitían perdurar en la política.9 Los gobiernos “oligárqui-cos” promovieron este desarrollo vitivinícola y buscaron la consolidación del modelo agrícola industrial; no obstante, el gobierno provincial favorecía a los grandes bodegueros y no al resto del sector agroindustrial, como jorna-leros, viñateros, toneleros, etc. En este sentido, las esferas política y eco-nómica estaban estrechamente ligadas, y el poder servía para mantener las relaciones económicas y sociales.10 Durante su estadía en el poder, esta élite desarrolló un “proyecto civili-zatorio” para la provincia, siendo uno de sus componentes estructurales la higiene social. Este proyecto “estaba asentado en la trilogía Orden, Control y Progreso”.11 Paulatinamente, el estado provincial fue asumiendo los compromisos vinculados a la salud pública que anteriormente habían estado depositados en la filantropía y las instituciones religiosas.

Orden, progreso e higienismo

Precisamente, una de las contracaras del mentado progreso que se vivía en las provincias argentinas era la falta de higiene y limpieza de las ciudades, comenzando a generar una marcada preocupación por el espacio urbano. De este modo, en el último tercio del siglo XIX tanto desde la esfera guberna-mental nacional como provincial se inició un plan de políticas preventivo-sanitarias centradas en el mejoramiento de la higiene social y la salud públi-ca. “Más allá de sus diferencias ideológicas […] todos coincidían en la ne- 8 Cirvini, Silvia, “El ambiente urbano en Mendoza a fines del siglo XIX. La higiene social

como herramienta del proyecto utópico del orden”, en Rodríguez Lapuente, M. y Cerutti Guldberg, H. (comps.), Arturo Roig Filósofo e historia de las ideas, Universidad de Gua-dalajara, México, p. 6, 1989.

9 Bragoni, Beatriz, “La Mendoza criolla. Economía, sociedad y política (1820-1880)”, en Roig, A.; Lacoste, P. y Satlari, M.C. (comps.), Mendoza a través de su historia, Ed. Ca-viar Bleu, Mendoza, pp. 248-249, 2004.

10 Mateu, Ana María, “Entre el orden y el progreso (1880-1920)”, en: Roig, A.; Lacoste, P. y Satlari, M.C. (comps.), Mendoza a través de su historia, Ed. Caviar Bleu, Mendoza, pp. 245-283, 2004.

11 Cirvini, Silvia, op. cit., p.137.

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cesidad de un cierto reordenamiento social que permitiera superar el azote epidémico y los males sociales que aquejaban a la ciudad moderna”.12 A tono con ello, la élite mendocina comenzó a implementar una serie de medidas para mejorar el estado sanitario e higiénico de la ciudad, ya que la provincia se encontraba en una situación vulnerable debido a los problemas originados por la crecimiento físico y demográfico, el deterioro del medio ambiente, las hábitos cotidianos de la población y las malas condiciones en las que se encontraba la antigua ciudad de Mendoza (tras el terremoto de 1861).13 Esto hacía de ella un lugar propicio para el desarrollo de enferme-dades y epidemias. A raíz de esto, comenzaron a realizarse diversos proyec-tos, entre ellos, la construcción de redes de agua corriente domiciliaria, la colocación de alumbrado público, la extensión de las redes de surtidos pú-blicos y la creación de espacios verdes; no obstante, la mayoría de estas obras fueron realizadas en la nueva ciudad, que fue el “escenario elegido por élite para materializar el nuevo orden a través de un “modelo progresis-ta y moderno”.14 Mientras que en la antigua ciudad se comenzaron a limpiar los escom-bros dejados por el terremoto, y se nivelaron y pavimentaron algunas calles, estas reformas fueron realizadas durante la gestión de Luis Lagomaggiore (1884-1888), ya que él consideraba este sector como un posible foco de infección. En efecto, Lagomaggiore fue el iniciador del plan urbanístico sanitario, “que convirtió el ambiente urbano en objeto de atención y de estudio, y que utilizó a la higiene social para legitimar las políticas propuestas desde la esfera gubernamental”.15 Durante su gestión unos de los catalizadores del programa higienista fue la epidemia de cólera (1886-1887). Dicho plan apenas se encontraba aboce-tado, y fue a partir de este que la élite reforzó los mecanismos de control sobre lo urbano. Esta epidemia afectó fuertemente a los sectores populares y aquellos espacios urbanos no privilegiados como eran ciudad vieja y los arrabales, y a las cuales las representaciones les adjudicaban la noción de

12 Armus, Diego, “El descubrimiento de la enfermedad como problema social”, en Lobato,

M. (dir.), El Progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), Nueva Historia Ar-gentina, tomo V, Sudamericanas, Buenos Aires, p. 549, 2000.

13 En 1861 Mendoza fue víctima de un terremoto que desató incendios, inundaciones y saqueos. La ciudad colonial se vio totalmente destruida, con una gran pérdida material y humana. A partir de entonces, este sector comenzó a denominarse la “ciudad vieja”. Sin embargo, este corte abrupto permitió la reconstrucción de una “nueva ciudad” con un planteamiento “moderno y progresista”, ubicada en la zona de San Nicolás, al sudeste de la antigua. Ponte, op.cit. p. 78.

14 Cirvini, Silvia, op. cit., p. 111. 15 Ibidem, p. 117.

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“peligro” a todo sujeto, objeto o acontecimientos vinculados con ellos. Ya que a fines del siglo XIX la representación social que se tuvo acerca de la enfermedad fue que esta era causada por algún factor exógeno al cuerpo humano, como puedo ser una epidemia o contagio. “A veces esto es inter-pretado como un castigo o como una sanción social. De allí que esta repre-sentación asigne fundamentalmente importancia a las conductas individuales y a los comportamientos sociales como manera de prevenir enfermedades”.16 Se emplearon diversas estrategias para combatir la epidemia, desde el corte de agua de las acequias (estas eran las principales vías de contamina-ción), la quema de enseres y objetos coléricos, el blanqueamiento del inte-rior y exterior de las viviendas hasta desinfección semanal con cal de las letrinas y sumideros.17 Frente a esta situación de crisis se puso en evidencia las desigualdades en el tratamiento de los diferentes sectores de la ciudad y en los grupos sociales. Mientras que para la élite la enfermedad y la muerte era una cuestión de asunto privado para los sectores populares el tema de salud pública era un espacio donde se legitimaba la intervención del Estado para poder prevenir, lo que implicaba un cierta cuota de violencia sobre estos sujetos.18 No obstante, el principal problema sanitario que debía enfrentar la pro-vincia era el agua potable, el cual empeoró con la llegada del ferrocarril, la inmigración y las malas condiciones materiales en que vivían los sectores populares. El agua era distribuida por medio de una red hídrica de canales que se ramificaban en una serie de acequias atravesando las manzanas.19 En 1876, se realizaron los primeros trabajos sistemáticos en cuanto a provisión de agua potable, se reparó el acueducto del Challao, se construyeron filtros para la purificación, se colocó una red de surtidores públicos en la actual calle San Martín y Alameda, dejando afuera de este servicio a la mitad norte de la ciudad antigua, a pesar de ser la zona más poblada. En este mismo año se realizaron las conexiones domiciliarias en la nueva ciudad y se extendió la red de surtidores que cubría una parte importante de la sección Este. En 1885, a su vez, se establecieron las conexiones de agua para edificios públi-cos como el Hospital San Antonio y se colocaron más surtidores en la ciu-dad nueva y vieja. Hacia 1886 gran parte de población debía beber agua potable de los surtidos públicos, los cuales no cubrían todo el territorio por lo que también se proveían de las acequias para el consumo cotidiano, pero

16 Ponte, Ricardo, La fragilidad de la memoria, Ediciones Fundaciones CRYCIT, Mendoza,

pp. 207, 1999. 17 Ibidem, p. 124. 18 Cirvini, Silvia, op. cit., pp. 137-138. 19 Ibidem, p. 113.

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a su vez, estas zanjas eran utilizadas como desagüe cloacal. Por ello, se consideraba que las acequias eran los principales focos de infección siendo necesario resolver de forma inmediata los sistemas de distribución del agua potable, de cloacas y desagües colectores pluviales.20 La provisión de agua potable junto con la reglamentación de los matade-ros, mercados y cementerios, la creación de espacios verdes, el empedrado y delineación de calles, y los lineamientos acerca de la prevención de enfer-medades infectocontagiosas, formaron parte de un proyecto higiénico-sanitario promovido desde el ámbito público provincial.21 Si bien estas polí-ticas públicas buscaban mejorar las condiciones de vida de la población mendocina, no alcanzaron de forma igualitaria a los diferentes grupos. En este sentido, es interesante destacar que hacia 1915 los lasherinos se oponían al proyecto de ampliación del cementerio de Capital,22 solicitando su trasla-do ya que se encontraba emplazado en las cercanías del núcleo poblacional del departamento. Los vecinos justificaban esta postura basándose en cues-tiones vinculadas a la salud pública, tan en boga en la época. Así, sostenían que:

[…] que la ubicación de cementerios en los centros poblados constituyen verdaderos peligros para la higiene y salud pública […]. […] la tendencia moderna en este sentido se pronuncia en todas partes por el alejamiento de todos aquellos hacia los parajes deshabitados, para que no sean en ningún caso factores epidémicos y de contagios […]. […] no sería higiénico ni mucho menos aliciente para el progreso material del mismo vecindario […].

Los vecinos de Las Heras argumentaban que si el establecimiento era trasladado el departamento

20 Ibidem, p. 115. 21 Raffa, Cecilia, “El imaginario sanitario en Mendoza a fines del siglo XIX: obras de higie-

ne y salubridad durante la intendencia de Luis Lagomaggiore (1884-1888)”, Revista de Historia Social y de las Mentalidades, Vol. 2, núm. XI, Santiago de Chile, pp. 173-200, 2007.

22 El cementerio de Capital se emplaza a unos 5.5km al norte del Centro sobre la Avenida San Martín. Al momento de su creación, en 1829, el terreno se encontraba ubicado en el Barrio de la Chimba. En 1869 comenzaron a definirse los límites políticos internos de la provincia, de este modo, cuando en 1869 se fundó el departamento de Las Heras, dicho establecimiento quedó dentro de la jurisdicción de esta comuna, aunque en lo administra-tivo bajo la esfera de la municipalidad de Capital. No obstante, el cementerio de Capital fue inaugurado oficialmente en el año 1846. Sevilla, Ariel et al., Vecinos en la Eternidad. Historias, arte y simbología del cementerio antiguo de la ciudad de Mendoza, Ed. Muni-cipal, Mendoza, p. 7, 2012.

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[…] gozará de mejor higiene y [su población estará] menos expuesto á los contagios de enfermedades […]. Ya que dicha ampliación no será […] nin-gún aporte de progreso ni de higiene pública para el departamento […].

Concluían en que todo era “[…] con el deseo de gozar de la mejor higie-ne pública […]”.23

Relación entre Estado e Iglesia

El periodo que abarca desde 1880 a 1920 es considerada por Di Stefano (2011)24 como “el momento laico”, sumergido dentro de un proceso más amplio denominado “segundo umbral de secularización”. Esta etapa estuvo caracterizada por la aplicación de “leyes laicas” en la década de 1880, y la transformación en las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Durante este periodo las élites gobernantes comenzaron a tomar el control de algunas instituciones y funciones anteriormente sujetas a la órbita religiosa. No obstante, la “embestida laicista” no implicó todo la década sino que se pue-de condesar en tres acontecimientos puntuales: la promulgación de la ley de educación, la creación del registro civil (1882-1884) y el establecimiento del matrimonio civil (1888).25 Posteriormente, comenzó un debilitamiento del empuje laicista y “los sectores anticlericales más duros empiezan a ha-blar de una “ola negra” y de una “invasión clerical” que el poder político tolera26 y tal vez alienta”.27

23 Los Andes, 13 de enero de 1915, “La ampliación del cementerio”, Fundamentos de una

solicitud. 24 Di Stefano, op. cit., p. 14. 25 Bertoni hace referencia a que la secularización de los cementerios fue un momento previo

a la sanción de las “leyes laicas”, ello puso “bajo jurisdicción del estado el control de la población civil y la instrucción de los futuros ciudadanos”. Según la autora, estas leyes no eran insólitas sino resultados de una serie de medidas que ya se venían desarrollando. Además, éstas manifestaban los lineamientos de la Constitución de 1853, en donde se ex-presó el consenso de las ideas liberales, centradas en los derechos y garantías de los ciu-dadanos. Bertoni, Lilia, “¿Estado confesional o estado laico? La disputa entre librepensadores y católicos en el cambio del siglo XIX al XX”, en Historia Política, Ar-gentina, pp. 2-3, 2013.

26 Si bien a fines del siglo XIX la Iglesia no pudo impedir la sanción de las “leyes laicas”, a principios del siglo XX logró imponerse de forma más eficaz a la sociedad (un ejemplo de ello fue vetar la ley de divorcio), y de este modo, limitar los alcances del laicismo, con-firmando su presencia en espacios públicos, divulgando su imagen como religión de esta-do y proclamando la idea de una sociedad y nación católica; no obstante, hubo una cierta resistencia por aquellos sectores que sostenían la laicidad (Bertoni, 2013:1:2).

27 Di Stefano, Roberto, op. cit., p. 15.

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La creación del Registro Civil para el caso de nuestro estudio es de suma importancia. Si bien el Estado provincial había comenzado a ocuparse de determinados aspectos relacionados con las prácticas funerarias, tales como regular los espacios de entierros por medio de la creación de los cemente-rios públicos, durante muchos años, el registro de defunciones estuvo a cargo de los párrocos hasta que se estableció el Registro Civil durante la gobernación de Rufino Ortega (1884-1887). De este modo, se puede enten-der este traspaso como “los primeros pasos en el proceso de separación de las esferas de incumbencia del Estado y de la Iglesia, y por ende en la laici-zación”.28 Durante la década de 1890, según Di Stefano, se produjo un “pacto lai-co” en donde tanto el Estado como la Iglesia tomaron conciencia de la “im-posibilidad de extender sin el concurso del otro sus respectivas influencias sobre una sociedad en rápido proceso de cambio”.29 En este sentido, se produjo un acercamiento entre ambas instituciones, en el que la Iglesia aceptó algunos de los cambios introducidos por las “le-yes laicas” y en el que el Estado reconoció a esta institución como hegemó-nica en el campo religioso. El Estado, que estaba dirigido por las élites “laicas”, tomó conciencia de que no podía nacionalizar una población tan heterogénea ni tampoco ofrecerles educación ni salud por igual, por lo que era necesaria la intervención de la institución religiosa. Mientras, que la Iglesia no podía efectuar su misión sin el apoyo económico del Estado, por lo tanto, ambas instituciones reconocieron su dependencia de la existencia de la otra. En este sentido, no se produjo una ruptura entre la Iglesia y el Estado. Ambas fueron instituciones de derecho público, lo que implicó la desigual-dad de cultos y el reconocimiento del catolicismo como religión “cuasi oficial”, a pesar de que no fue expresado su carácter oficial en la Constitu-ción de 1853. De este modo, “no hay política de Estado de corte liberal en materia religiosa […] no las varían en cuanto a la concepción del derecho de patronato como rasgo inherente a la soberanía”.30 No obstante, el Estado debió ocuparse de algunas instituciones y funcio-nes debido los cambios que trajo aparejado, la inmigración de masas y la diversidad de cultos, y la modernización de la economía y la administra-ción. Pero esto no implicó la no intervención de la Iglesia. Además, el cato-licismo ocupó ciertos espacios que fueron reservados por el mismo Estado. A nuestro entender, esto se expresó en el digesto municipal de la provincia de Mendoza a través de la reglamentación de las funciones del capellán

28 Ayrolo, Valentina, op. cit., s/p. 29 Di Stefano, Roberto, op. cit., p. 80. 30 Ibidem, p. 15.

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como empelado estatal del cementerio público. No obstante, el catolicismo no sólo ocupó un lugar en ámbito público, sino también en el privado, lo que estuvo apoyado por las élites gobernantes a través de sus propias prác-ticas.

Creación de la municipalidad de Capital (1868): digestos municipales (1887-1902)

En 1868 fue promulgada la ley que dictaba la creación de las municipalida-des en la provincia de Mendoza. La primera en erigirse fue la de Capital, el 20 de diciembre del mismo año, la cual se regía por las disposiciones san-cionadas en la Constitución Provincial y la Ley Orgánica.31 Antes del esta-blecimiento de esta institución la “ciudad de Mendoza” abarcaba terrenos hoy pertenecientes al actual departamento de Guaymallén y Las Heras, a esto se debía el que el cementerio de Capital se encontrara emplazado en este último departamento. Según la ley, las funciones principales de la municipalidad eran las obras de salubridad, el cuidado de la higiene pública, la construcción y manteni-miento de las calles y paseos, el control de la edificación y el reglamento de creación, mantenimiento y cuidado de los cementerios públicos. En sus inicios este sistema municipal “era deficiente y deficitario pero existió vo-luntad política de sostenerlo”.32 Recién en la década de 1880 con la gestión de Luis Lagomaggiore se impulsó la actividad comunal capitalina, se crearon nuevas oficinas y otras pasaron a la esfera municipal, con todo el personal y equipamiento, como fue el caso de las secciones de Agua potable y Catastro. Durante la gestión de Luis Lagomaggiore como presidente municipal (1884-1888), se realizaron transformaciones en el cementerio de Capital (1885-1886), se ejecutó el trazado regular de sus calles internas, el cercado de los terrenos y se extrajeron árboles que perjudicaban la nivelación del terreno.33 No obstante, hacia 1887 el médico higienista José A. Salas plan-teaba que el cementerio era uno de los más grandes focos de infección de las ciudad, al igual que los depósitos de basura, las letrinas, los hospitales y conventillos, siendo necesario controlar todo lo relacionado con dichos establecimientos.34

31 Bragoni, Beatriz, op.cit., p. 171. Pérez Ghilou, Dardo, “Instalación del régimen municipal en Mendoza”, Revista de Hu-

manidades, Universidad de La Plata, tomo XXXVI, La Plata, pp. 73-87, 1961. 32 Cirvini, Silvia, op. cit., p. 111. 33 Raffa, Cecilia, op. cit., p. 15. 34 Cirvini, Silvia, op. cit., p. 128.

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De este modo, los digestos municipales se proponían reglamentar deta-lladamente “los aspectos de la vida en la ciudad, desde la localización de las actividades productivas a la vida prostibularia, de los alimentos y la bebida a la mendicidad, de la altura de los techos de las habitaciones al largo de las polleras de las mujeres y a las obligaciones de los médicos”.35 Estas ordenanzas eran producto de las emergencias sanitarias que atrave-saban las ciudades buscando “diseminar por todo los recovecos del mundo urbano los preceptos de la higiene moderna”.36 Estos digestos37 comenzaron a circular en la capital de Mendoza hacia la década del 1880. El primero en reglamentar el cementerio fue publicado en el año 1887, y posteriormente, en 1902, fue divulgado un segundo docu-mento que ampliaba el primero. En él se pueden remarcar las ideas higienis-tas de la época empleadas por el municipio con el fin de regular y conservar la necrópolis y sus dependencias. En efecto, el reglamento estableció que el cementerio contaría con una sala mortuoria, la cual debía estar en perfectas condiciones de limpieza y desinfectada. En este recinto se depositarían transitoriamente los cadáveres hasta que se hubiesen cumplido las 24 ó 30 horas de su observación y, pos-teriormente, podían serían enterrados. No obstante, para ello era necesario poseer un permiso de la autoridad correspondiente, es decir, un certificado médico en donde debía constar la causa de muerte y todo lo vinculado a ella.

35 Armus, Diego, op. cit., p. 532. 36 Ibidem. 37 Se puede considerar el reglamento sancionado el 30 de diciembre de 1845 (Archivo

General de la Provincia, Carpeta n° 199, años 1811-1889, Época Independiente, docu-mento n° 10, Compilación de decretos, leyes y reglamentos de la provincia de Mendoza del 28 de septiembre de 1844 al 11 de noviembre de 1859. “Reglamento del Sementerio (sic.) de la Ciudad de Mendoza”, Mendoza, 30 de diciembre de 1845 en cumplimiento de la Ley 5 de julio de 1828. Pedro Pascual Segura, p. 19 a 20v) como un antecedente del digesto municipal, ya que en él se tratan temas vinculados al administrador del cemente-rio, al capellán, al sepulturero, y a los cadáveres. Entre los puntos vinculados al tema de la esfera religiosa cabe destacar que el párroco de la ciudad recibía la mitad de los dere-chos de sepultura o las convenciones parroquiales, mientras que el administrador debía exigir la otra mitad que eran diez y ocho reales, los que serían destinados a la conserva-ción del cementerio. En el caso del capellán recibiría dos reales por cada certificado de defunción que realizase. Digesto Municipal de la Ciudad de Mendoza, 1868-1886, Bue-nos Aires, Imp. de M. Biedma, 1887.

República Argentina, Digesto Municipal de la Ciudad de Mendoza 1869-1902, Imp. antigua Casas Mickers, Mendoza, pp. 164-178, 1903 (Biblioteca General San Martín).

República Argentina, Digesto Municipal de la Ciudad de Mendoza, 1868-1886, Buenos Aires, Imp. de M. Biedma, 1887.

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Estipulaba que en época de epidemia todos los cadáveres que eran sepul-tados sin cajón debían ser rociados con cal, y luego, ser cubiertos con tierra, con el fin de desinfectar y evitar la emanación de olores nocivos para la salud. Durante este periodo, tampoco se podían realizar exhumaciones de cuerpos, y en caso de ser una causa extrema el presidente de la municipali-dad lo permitiría en el momento que considerase más adecuado con el fin de no perjudicar a la higiene pública. En torno al personal de trabajo, el médico inspector del cementerio tenía la obligación de informar a las autoridades municipales cuando una muerte era dudosa, en especial cuando estaba vinculada a algún tipo de epidemia; y en el caso de que la muerte comprometiese a la salud pública, el doctor debía asociarse con su colega de la policía con el fin de realizar los exáme-nes convenientes para dicho caso. Además, debía tener un libro de anota-ciones en el cual debía registrar los tipos de enfermedades y las causas de muerte, y por último, debía proponer los lineamientos necesarios para mejo-rar las condiciones higiénicas de los cementerios y los hospitales. Entre otros empleados públicos del cementerio, cabe destacar la figura del capellán, quien era nombrado por la municipalidad, institución que le pagaba su salario. Dicho trabajador debía permanecer a toda hora para reci-bir e inhumar a los cadáveres, rezar de forma gratuita por los muertos y dar misa los días festivos. También, debía cuidar la iglesia y todos los elemen-tos que le pertenecían. Se encontraba bajo autoridad del administrador del cementerio, excepto en lo relativo a situaciones vinculadas con el ejercicio de su ministerio. En torno a la construcción de las tumbas se determinaba los materiales que debían emplearse, el grosor de los muros, la profundidad, los revoques del subsuelo, con el fin de garantizar la calidad de dichos espacios. En relación al mantenimiento de los sepulcros, se solicitaba a los propie-tarios que la colocación de los cadáveres en el interior de las bóvedas o mausoleos debían hacerse dentro de cajones de zinc herméticamente cerra-dos, y estos a su vez, dentro de un cajón de madera cuya tapa debía ser ase-gurada con el fin de evitar todo emanación nociva a la salud. También se requería que aquellos cajones que se encontraban en malas condiciones higiénicas debían ser arreglados o sacados de las bóvedas y reubicar el cuerpo en nichos o bajo tierra. Al momento, de abrir una fosa, nicho o bó-veda para realizar una exhumación estas serían desinfectadas con cloruros y ventilándolas el tiempo que se considerara necesario. El reglamento pautaba que los nichos en los cuales ya habían sido colo-cados el cadáver debían ser cerrados inmediatamente con ladrillo y cal. Además, en la ordenanza se establecía que la venta de nichos se realizaría por la municipalidad a perpetuidad y para un sólo cadáver; quien determinó esta última medida fue Lagomaggiore durante su cargo como presidente

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municipal (1884-1888). Otras disposiciones implementadas por este médico fue prohibir el traslado de los cadáveres en carruajes de tráfico público. Otro punto interesante que trata el reglamento es que ratificaba las me-didas ya planteadas en la ley de 182838 y en el reglamento de1846,39 que prohibían sin excepción enterrar en sitios religiosos. También vedaba las misas de cuerpo presente en todas iglesias pertenecientes al municipio. A través de los digestos municipales podemos observar, así, cómo hacia fines del siglo XIX comenzó desde el ámbito público una profunda preocu-pación en torno al tema de la higiene y por lo tanto, por ordenar ciertos comportamientos de la sociedad y de los sitios donde ella circulaba. En este sentido, nos parece relevante analizar las condiciones en las que se encon-traba el principal cementerio de la provincia tiempo después de la sanción del digesto.

38 En el año 1828, el gobierno provincial a cargo de Juan Corvalán sancionó la ley acerca de

la creación de cementerios públicos (Archivo General de la Provincia, Carpeta n° 199, años 1811-1889, Época Independiente, documento n° 4, “Recopilación de leyes, decretos y acuerdos vigentes, dictados por los tres poderes desde 1811 hasta 1834”, p. 35: Ley pa-ra el establecimiento de Cementerios (sic.) públicos, Mendoza, julio 5 de 1828). En el mencionado documento se determinaba que la edificación de estos establecimientos debía ser extramuros, es decir, en las afueras de la ciudad por cuestiones de sanidad e higiene, ya que la coexistencia con los muertos facilitaba la propagación de enfermedades. Tam-bién a través de ella se prohibía el entierro en el interior de las iglesias y sus cercanías; de este modo, todos los cadáveres debían ser sepultados en la necrópolis sin distinción de clase social, ideología o creencia religiosa, pues dicho establecimiento debía albergar a todos los ciudadanos por igual. La normativa determinaba, además, que en el interior del cementerio se realizaría la edificación de una capilla y una habitación para el capellán, aunque su ausencia no debía ser motivo para que no se efectuaran las sepulturas en la ne-crópolis. Con todo ello, la administración del establecimiento pasaba a estar bajo la di-rección del Estado y ya no de la Iglesia. Por lo tanto, era esta institución estatal la que fijaba el reglamento, así como también el precio que se debía solventar para ser enterra-do. De hecho, el cuidado del espacio quedaba en manos de la policía. A pesar de ello, el registro de defunciones continuó bajo dirección de la Iglesia hasta la fundación del Regis-tro Civil en 1884 a nivel provincial. La Ley de Cementerios Públicos sancionada en 1828 no fue cumplida por parte de la comunidad mendocina hasta 1846.

Aguerregaray, Rosana, “Historia del cementerio público del departamento de Maipú. Análisis de algunos monumentos funerarios de actores sociales vitivinícolas y olivícolas” (tesis de licenciatura), Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Artes y Diseño, Men-doza, 2012.

39 En 1846 el gobernador de la provincia Pedro Pascual Segura sancionó un decreto en que prohibía sin excepción enterrar en las iglesias, camposantos u oratorios privados (AGP, Carpeta n° 199, años 1811-1889, Época Independiente, documento n° 10, Compilación de decretos, leyes y reglamentos de la provincia de Mendoza del 28 de septiembre de 1844 al 11 de noviembre de 1859. Aprobación de la Honorable Legislatura del 21 de enero de 1846, Mendoza, 30 de diciembre de 1845 en cumplimiento de la Ley 5 de julio de 1828. Pedro Pascual Segura, p. 19).

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Condiciones del cementerio de Capital40

Un dato interesante de destacar es que durante el último gobierno de Emilio Civit (1907-1910) el poder Ejecutivo destinaba solamente el 17% del pre-supuesto a obras públicas.41 La pregunta entonces es ¿cuáles eran las condi-ciones en que las se encontraba el principal cementerio si se destinaba tan escaso presupuesto? Si bien la élite promovía políticas públicas destinadas a mejorar la calidad sanitaria e higiénica de la ciudad, como hemos marcado, podemos vislumbrar que estas no beneficiaron de forma directa a la necró-polis cementerio principal de la provincia. En efecto, hacia 1895 Emilio Coni realizó un relevamiento que denomi-nó “Saneamiento de la Provincia de Mendoza”, que analizó las condiciones en que las se encontraba el cementerio, concluyendo que la situación del establecimiento era totalmente desfavorable por lo que recomendaba su clausura y traslado (Sevilla, 2012). Hacia 1915, el diario Los Andes criticó fuertemente a las autoridades municipales “[…] han entendido que las manifestaciones de progreso y civilización de un pueblo, solo se reflejan en sus avenidas, sus parques y paseos públicos […]”. Consideran que el interés se centraba en el ornato y decoración de la ciudad y “[…] deja[n]de lado, hasta el extremo de olvidarse por completo, la necrópolis de Mendoza que está muy lejos de armonizar con la riqueza, con el adelanto y con la cultura de sus habitantes […]”.42 El artículo ponía de manifiesto que el establecimiento se encontraba en un estado deplorable, y que no había un orden en torno a la concesión y propiedad de las sepulturas, haciendo, énfasis en que no se implementaban de forma rigurosa las reglas de higiene y de limpieza que correspondían. Según la prensa, tanto los visitantes como los deudos manifestaban con “[…] palabras o gestos marcadamente expresivos, el desagrado que le pro-duce el aspecto de dicho recinto. Y dicho aspecto, es por cierto, de lo más lastimoso que puede imaginarse”.43

40 Hubo varios intentos por concretar los proyectos del cementerio de Capital, para ello ver

Caballero, Luis, Acerca de los orígenes del cementerio de la capital de Mendoza. Ed. Fa-cultad de Filosofía y Letras, UNCuyo, Mendoza, 2006.

No había un cementerio para disidentes en el conurbano mendocino, de este modo, los protestantes eran enterrados en uno de los últimos cuadros pertenecientes al cementerio de Capital, Sevilla, Ariel, op. cit., pp. 27.

41 Mateu, Ana María, op. cit., p. 275. 42 “La ampliación del Cementerio. Fundamentos de una solicitud” (13 de enero de 1915),

Los Andes, Mendoza, s/p. 43 “En el cementerio” (11 de agosto de 1922), Los Andes, Mendoza, s/p.

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También afirmaban que las condiciones en que se encontraba el cemen-terio no coincidían con las ideas que se promovían desde el gobierno de la provincia “[...] el no responde, ni medianamente siquiera, a las exigencias que como impone el progreso que hemos alcanzado”,44 ya que tanto calles como arboledas y jardines se encontraban en un estado totalmente deterio-rado. Luego de las duras críticas que fueron realizadas por la presa local a los gobernantes por su falta de compromiso para mejorar las condiciones del cementerio, recién en 1929, se publicó un proyecto que tenía como objetivo la ampliación y la modernización de dicho establecimiento. Sin embargo, en otro artículo de ese año se seguía planteando que si bien la provincia había alcanzado un cierto adelanto y progreso, este no se veía reflejado en el ce-menterio, y sostenía que “[…] las autoridades edilicias que se ido sucedien-do en la capital, no hicieron ninguna gestión valedera para poner en iniciación una obra de utilidad práctica […].45

Las prácticas y representaciones en torno de la muerte de la élite mendocina en la segunda mitad del siglo XIX

El fenómeno de la muerte llega a todas los sujetos por igual, no obstante, la diferencia está en “la forma de percibirla, de imaginarla, de sentirla y de actuar frente a ella”,46 ello, “depende de experiencias personales y también sociales; esas experiencias se encuentran marcadas por el juego de posicio-nes relativas del sujeto en el campo social”.47

Indicadores del proceso de secularización y laicidad en las prácticas y representaciones en torno a la muerte de la élite mendocina (último tercio del siglo XIX)

El proceso de secularización que influyó sobre las prácticas mortuorias y las representaciones que se generaban sobre la muerte y el morir son conside-

44 Ibidem. 45 “Se ha proyectado la ampliación y modernización del cementerio de Mendoza. Con estas

obras se llenara una necesidad de nuestra necrópolis” (13 de octubre de 1929), Los Andes, Mendoza, año I, núm. 3, p. 3.

Se agradece a la licenciada Verónica Cremaschi por la información brindada. 46 Caretta, Gabriela, et. al., “Deambulando entre las Eusapias: lugares de entierro y socie-

dad tras la ruptura independentista en Salta”, en Folquer C. y Amenta S. (eds.), Sociedad, cristianismo y política, CEPIHA- UNSTA, Tucumán, p. 3, 2010.

47 Ibidem.

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rados como una “secularización funcional”.48 En este sentido, este nivel hace referencia a aquellas funciones sociales que anteriormente eran contro-ladas por la religión católica. Tanto la muerte como sus rituales comenzaron a transformase a partir de los cambios sociales y culturales que trajo apare-jado la corriente ilustrada. La comunidad, “alterada por transformaciones que la afectan en diferentes planos, modifica sus comportamientos religio-sos y por ende se “seculariza” sin que nadie se lo imponga”.49 En Mendoza durante el transcurso del siglo XIX se hicieron de forma más visibles algunos indicadores de este proceso. Hacia 1846 los cadáveres ya no eran enterrados en el interior de las iglesias con sus tradicionales ri-tuales religiosos, sino que estos eran trasladados al cementerio público, en donde se realizaban los oficios de rutina. Según Ayrolo se produjo “una posible pérdida de la importancia de la parroquia, en tanto lugar de celebra-ción de los ritos mortuorios y lugar de entierro.50 No obstante, el acto de testar51 junto con otros actos ligados al ritual y a los sacramentos, constituyeron los primeros indicadores del inicio de un “tibio proceso de ‘secularización’”.52 Testar así como también constituir cofradías, crear capellanías y pías memorias eran instrumentos que el sujeto utilizaba para prepararse para el acto de morir. La “buena muerte”53 debía asegurarse, por lo que el testador solicitaba un determinado número de mi-sas con el fin de acelerar el paraje en el purgatorio y asegurar su salvación, ello se complementaba con la confesión y la extremaunción. Morir no era un acto individual sino más bien colectivo, no obstante, cuando se trans-formó en una “experiencia” individual, esto indicó un momento de “secula-rización” en las prácticas sociales, lo que implicaba cuestiones que excedían lo puramente gubernamental. Estos indicadores del proceso de secularización/laicidad que han sido definidos por Ayrolo para la primera mitad del siglo XIX, constituyen el punto de partida para pensar las trasformaciones que se produjeron en Men-

48 Ayrolo, Valentina et al. (coord.), Catolicismo y secularización. Argentina, primera mitad

del siglo XIX, Ed. Biblos, Buenso Aires, p. 11, 2012. 49 Di Stefano, Roberto, op. cit., p. 82. 50 Ayrolo, Valetina, op. cit., p. 130. 51 El testamento comenzó a ser utilizado, nuevamente, en la Europa Occidental durante el

siglo XII. En un primer momento este documento consistió en un acto religioso impuesto por la Iglesia, en el cual el testador debía pedir perdón por los pecados y distribuir su he-rencia a los pobres, eclesiásticos y familiares, de este modo, se aseguraba la morada del “paraíso”. No obstante, en el siglo XVIII el testamento se transformó en un acto de dere-cho privado que tenía como fin distribuir las posesiones materiales que había poseído el sujeto antes de su muerte.

52 Ayrolo, Valetina, op. cit., p. 113. 53 Ibidem, p. 119.

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doza durante la segunda mitad del siglo XIX. En este “segundo umbral de secularización”,54 la autora considera que los sujetos “van reconociendo y naturalizando la religión como una cuestión que incumbe a la esfera de lo privado”.55

Indicadores del proceso de secularización y laicidad a través de los testamentos

El estudio de los testamentos56 se llevó a cabo mediante el análisis de cier-tas variables que nos permitió ir observando transformaciones en las prácti-cas sociales y funerarias: a. El cuidado del alma: la creencia en el alma y que ésta debe ser cuidada

por Dios nos habla de un fuerte arraigo a la religión católica, y por ello, el hecho de su eliminación nos podría estar indicando la pérdida de una costumbre de antaño y de su sentido.

b. Lugar de entierro: la falta de interés por parte del testador acerca del lugar donde iba a ser enterrado podría indicar un cierto grado de secula-rización,57 no obstante, este aspecto se vinculada con cuestiones norma-tivas por parte del Estado, ya que para esta época funcionaba de forma oficial el cementerio de Capital, pero ello no implica que se hubiesen producido excepciones.

c. Mortaja: se creía que la vestimenta cumplía una función protectora, permitiendo alcanzar beneficios espirituales, apartándose del purgatorio y de los castigos.58 Por ello, la transformación en las vestimentas de los

54 La noción de “umbrales de secularización” es utilizada por Baubérot, Jean. “Los umbra-

les de la laicización en la Europa Latina y la recomposición de lo religioso en la moder-nidad tardía”, en Jean-Pierre Bastian (ed.), La mutación religiosa de América Latina: para una sociología del cambio social en la modernidad periférica, Fondo de Cultura Económica, México, pp. 94-110, 1997.

55 Ayrolo, Valetina, op. cit., p. 136. 56 Hay testamentos abiertos o nuncupativos y cerrados o místicos. Los primeros se ajustan

a modelos o formularios notariales, mientras que los cerrados, eran elegidos como forma de declarar las últimas voluntades y de presentar una mayor espontaneidad en su redac-ción con respecto a los nuncupativos, no obstante también se ajustaban a normativas (Mi-ra Abad, 2002).

57 Mira Abad, Alicia, Secularización y mentalidades en el Sexenio Democrático: Alicante (1868-1875), tesis de Doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Alicante, Alicante, 91 pp., 2002.

58 Ibidem, p. 12.

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difuntos podría estar señalando una pérdida de una costumbre religiosa cristiana.59

d. Tipo de entierro con cruz alta/baja y/o con/sin doble de campanas: su pérdida estaría señalando dejar de lado elementos vinculados a la religión católica.

e. Misas de cuerpo presente y/o cantidad: la disminución en la cantidad de misas podría estar mostrando una posible pérdida de los ritos de media-ción, ya que estas cumplían un función clave en el tránsito del alma hacia el paraíso acortando “el tiempo de permanencia en el purgato-rio”.60 No obstante, su ausencia no estaría necesariamente indicando que no se realizaban en la práctica, de todos modos, la supresión de este componente estaría señalando una “ruptura con antiguos usos”,61 siendo “una prueba evidente de que estos pierden progresivamente su senti-do”.62

f. Sacramentos: el hecho de morir sin los sacramentos “ponía en riesgo el descanso eterno”,63 estos eran fundamentales para poder ser sepultado en un espacio sagrado, siendo los sacramentos relacionados con la muerte, la confesión y la extremaunción, una “posibilidad real de salvación”.64

g. Estado civil: la religión católica establecía un modelo de vida que estaba inscripto en la vida matrimonial y familiar, pero, a partir de la década de 1880 el Estado comenzó a intervenir en dichas ceremonias y grupos.

h. Herencia material: en sus inicios, en el testamento, se pautaban cues-tiones más bien vinculadas al carácter espiritual del testador. Posterior-mente se hizo necesario estipular temas relacionados con la herencia material, de este modo, paulatinamente lo espiritual fue cediendo a lo material. En cuanto a las donaciones, las instituciones religiosas recibían dichos beneficios, ya que la Iglesia era considerada la interceptora entre el moribundo y Dios.

59 Genaro Lamarca considera que es un signo muy significativo, en el cual se evidencia el

interés que por “el presentar su cuerpo, y por lo tanto su alma, adecuadamente vestido frente al más allá”, la pérdida o indiferencia por ello “podrían estar vinculadas al proceso de secularización, el hecho de que ser enterrados con “ropa propia”. Ibidem, p. 123.

60 Ayrolo, Valentina, op. cit., p. 113. 61 Mira Abad, Alicia, op. cit., p. 92. 62 Ibidem, 93. 63 Ayrolo, Valentina, op. cit., p. 113. La mencionada autora considera que el acto de testar

junto con otros actos vinculados, los rituales y sacramentos constituyeron los primeros indicadores de una “tibio proceso de secularización” (ibidem).

64 Ibidem, p. 115.

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i. Albacea:65 dicho actor social eran quien hacia cumplir las voluntades del testador, por ello, encomendar las “últimas peticiones en materia religio-sa (…) podría indicar un signo de secularización o a un cambio de rela-ción entre los conocidos”.66 El hecho de delegar muestra la necesidad de que sean cumplidas, puede estar señalando una despreocupación por par-te de los testadores de los ritos mortuorios vinculados al cristianismo.

j. Profesión: las profesiones van mutándose, desvinculándose de aquellas que estaban más estrechamente vinculadas con la vida religiosa,67 e in-troduciéndose nuevas oficios.

A través de los testamentos consultados68 se puso de manifiesto que la mayoría de los testadores pertenecían al culto católico, lo que quedaba ex-plicitado en la aclaración de la siguiente frase: “católico, apostólico y ro-mano” o implícitamente como es el caso de Paz Astorga que “fu[e] casada según el orden establecido por nuestra Iglesia Católica”,69 o por el hecho de solicitar por el bien del alma misas rezadas o de determinados santos.70 No obstante, hubo algunos casos que no expresaron la adhesión a dicho reli-gión71 (10 sujetos de 203 no especificaron). En relación al pedido del cuidado del alma sólo Bruna Palma de Álvarez la encomendó “a Dios nuestro Señor que de la nada la crió (sic)”,72 mien-tras que el resto de los sujetos no lo aclararon. Ello mismo sucedió con los

65 Algunas de estas variables han sido tomadas de la investigación realizada por Mira Abad,

aplicadas para el caso del Sexenio Democrático en Alicante. 66 Mira Abad, Alicia, op. cit., p. 92. 67 Ibidem, p. 100. 68 En total se consultaron 203 realizados por el notario público Pompeyo Lemos durante los

años 1887 a 1903. Para ello se consultaron los siguientes protocolos notalarias en el Ar-chivo General de la Provincia (en adelante AGP), del escribano público Pompeyo Lemos: n° 423 (año 1887), 424 (1887), 425 (1887), 434 (1888), 434 (1888), 435 (1888), 436 (1888), 437 (1888), 449 (1889), 450 (1889), 452 (1889), 465 (1890), 466 (1890), 467 (1890), 477 (1891), 478 (1891), 479 (1891), 492 (1892), 493 (1892), 494 (1892), 510 (1893), 511 (1893), 527 (1894), 528 (1894), 542 (1895), 543 (1895), 544 (1895), 560 (1896), 561(1896), 581 (1897), 582 (1897), 602 (1898), 603 (1898), 620 (1899), 621 (1899), 640 (1900), 641 (1900), 659 (1901), 660 (1901),700 (1903), 701 (1903).

Se agradece al licenciado Luis Caballero por la orientación brindada. 69 AGP, testamento Paz Astorga, Protocolo n° 423, tomo 1, año 1887, hoja 72. 70 En algunas ocasiones solicitaron sufragios pero no aclara si son católicos, tal es el caso de

Bernarda Funes y Adelina García de Mallea. 71 Los siguientes sujetos, en su mayoría de origen inmigrante, no especificaron el culto que

profesan: Carlos Villanueva, oriundo de esta provincia, el alemán Juan Stoppel, los fran-ceses Juan Dafau, Juan Carrere y Jorge María de Frèzales de Bourfand, los italianos Mi-guel y Juan Longo, Domingo Astengo Rago y Domingo Suzo, y el austriaco Fernando Knoll. Sin embargo, ello no implica que no hayan profesado la religión católica.

72 AGP, Protocolo n° 436, año 1888, tomo 3, hoja 106v, Archivo Provincial de Mendoza.

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sacramentos de la confesión y de la extremaunción en donde en ningún testamento se hace referencia a que fueron tomados. No obstante, si se recu-rrió a la solicitud de misas73 rezadas, y en especial, se “mando[ron] a aplicar en beneficio de [las] alma[s] las misas de San Gregorio, encargadas al cape-llán del Panteón”,74 o a que se realizaran en el “Convento de San Francis-co”75 o “en el templo de Santo Domingo”.76 También, muchos testadores no especificaron la cantidad ceremonias tal como lo hizo Gregoria Perez de Fernandez quien “dejó encargada a [su] albacea el cumplimiento de [sus] sufragios i (sic) entierro, gastos, misas, etectera”77 (de 93 sujetos que solic-taron misa, 31 no especificaron). En el caso de Bruna Pena de Alvarez al igual que Jacoba Jofré, José Silvestre Sosa, Brígida Serrano, Fidel Carrera y Mercedes Corvalán Barraquero, también, solicitaron “por [sus] alma[s] una misa resada de cuerpo presente”.78 Los sufragios eran pedidos ya que cum-plían con una función mediadora, acelerando la estancia en el purgatorio, de este modo, Margarita Gil “manda a [su] albacea que oportunamente despues de [su] fallecimeinto [le] haga aplicar en beneficio de [su] alma las misas de San Gregorio y cuatro novenarios de misas resadas en bien de las almas del Purgatorio”.79 Entre aquellos que solicitan la mayor cantidad de ceremonias Matilde Campos “ordeno a [sus] albaceas [que] manden a decir en bien de [su] alma […] cien misas resadas”,80 no obstante, gran parte de los testado-res no indicaron ningún tipo de misa, lo que señaló el abandono ya sea en el testamento o en la práctica de dicha rito católica (de 203 testadores 93 acla-raron querer misas). En algunas ocasiones se especificó el lugar de entierro, siendo este el cementerio o panteón de la ciudad81 (de 203 testadores 14 aclararon lugar). Aquellas personas que determinaron el sitio, también especificaron ser se-pultados con el hábito de los dominicos, mercedarios o franciscanos (nueve de 203 solictaron mortaja), tal fue el caso de Juana Videla, quien “mando 73 93 testadores solicitaron algún tipo de ceremonia. 74 La misa de San Gregorio hace referencia a la aparición de Cristo con los instrumentos de

la Pasión a San Gregorio Magno, cuando dicho papa realizaba la misa de un Viernes San-to, en la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma. Del total de testadores que solici-taron misa, 54 pidieron por esta misa. AGP, testamento de Bruna Palma de Alvarez, Protocolo n° 436, año 1888, tomo 3, hoja 106v.

75 AGP, testamento Pascua Peralta, protocolo n°493, tomo 2, año 1892, hoja 558v. 76 AGP, testamento de Paula Torres, protocolo n° 641, tomo 2, año 1900, hoja 495. 77 AGP, testamento de Gregoria Perez de Fernandez, Protocolo n° 542, tomo 1, año 1895,

hoja 221v. 78 AGP, testamento de Fidel Carrera, Protocolo n° 444, tomo 3, año 1895, hoja 231. 79 AGP, testamento de Margarita Gil d Ruarte, Protocolo n° 478, tomo 2, año 1891, hoja 510. 80 AGP, testamento de Matilde Campos, Protocolo n° 449, tomo 2, año 1889, hoja 556. 81 Antonia Ríos, Bruna Palma de Alvarez, Margarita Funes, Eusebia Garro, Felisa Plaza,

Juana Videla, Brígida Serrano, Fidel Carrera y Andrea Salvatierra de Garro.

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que cuando fallesca sea amortajada con hábito de Mercedes y sepultada en el panteón público con entierro menor, diciéndose por [su] alma las misas de San Gregorio en el Convento de la Merced y los sufragios que [le] co-rresponde como hermana de la Primera Órden de la Merced y tercera redi-mida de la misma órden”.82 El resto de los actores sociales no aclararon dichos aspectos, al igual que tampoco determinaron que los entierros se realizaran con cruz alta o baja y/o con sonidos de campanas. Lo que sí or-denaron algunas personas fueron entierros modestos y humildes (25 testa-dores), los cuales se vinculaban con los principios religiosos cristianos de humildad que promovía la Iglesia; Alejandro Moyano solicitó que en lugar de las pompas fúnebres, el gasto de esto sea donado a los pobres, “que es [su] voluntad que [su] esposa reparta doscientos pesos entre [estos] en lugar de las pompas fúnebres que es costumbre hacer en tales casos i que hubie-ran de hacerse en [su] obcequio”.83 Aunque, también se dispusieron entie-rros mayores y de primera clase.84 En los testamentos se aclaraba el estado civil, aquellos que eran casados expresaban haberlo hecho bajo el consentimiento de la Iglesia Católica. No obstante, hacia la década de 1890 se puede observar un cierto grado de se-cularización en esta práctica tal como lo manifestó el italiano Francisco Bruno Resio, quien afirmó haberse casado por el civil (1892), pero no acla-ró si su matrimonio lo contrajo en su país de procedencia o en la Argentina. Además, hallamos otros sujetos de origen inmigrante casados bajo registro civil como el chileno Juan Cabrera, el español Andrés Alba Naranjo, los italianos Pedro Albequi, Antonio Peppa Moniquesi y Juan Sgarabogio, quien dice “esta[r] casado segun la Ley Civil Argentina”,85 los franceses Juan Boireau y María Luisa Caroff, quienes contrajeron matrimonio en su país al igual que el italiano Michelangelo Lauriende, así como también, sujetos de nacionalidad argentina como Antonia Sosa, Ester Lemos de Gua-yardo, Nicolasa Puebla, Manuel Riberos y María Moyano de Mersari, quien dice “que [es] de estado viuda, que [fue] casada segun el orden establecido por nuestra Iglesia con Don Pablo Mersari, italiano ya finado […]; declar[a] que [es] católica, apostólica, romana; que [su] expresado matrimonio, tam-bien fue celebrado por el Registro Civil”86 (108 aclararon ser casados por iglesia, 10 por iglesia y registro civil, y cuatro solamente por civil).

82 AGP, testamento de Juana Videla, Protocolo n° 544, tomo 3, año 1895, hoja 96v. 83 AGP, testamento de Alejandro Moyano, Protocolo n° 435, tomo 2, año 1888, hoja 625. 84 Bruna Pena de Álvarez solicita que se realice un entierro mayor, Margarita Funes solicitó

que su entierro sea de primera clase, mientras que Mercedes Corvalán al igual que Fer-nando Contreras solicitan entierro de segunda clase.

85 AGP, testamento de Juan Sgarabogio, Protocolo n° 543, tomo 2, año 1895, hoja 405v. 86 AGP, testamento de María Moyano de Mersari, Protocolo n° 461, tomo 2, año 1900, hoja

648v.

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Todos los documentos consultados revelan el uso de la figura del alba-cea, que por lo general, consistía en un miembro familiar o en un allegado a la misma. Su función era cumplir con clausuras dispuestas por el testador y en muchas oportunidades se le solicitaba que se ocupasen de todos los as-pectos del funeral, entierro y sufragios de acuerdo a su criterio, así, Carolina García de Gonzales “señal[a] la cantidad de cinco mil pesos que sacará de [sus] bienes para entierro, funerales, sufragios”.87 El hecho de no detallar las últimas voluntades espirituales y delegarlas en manos de los albaceas, nos estaría indicando una falta de preocupación por las cuestiones espiritua-les. La mayor preocupación que se dejó ver por medio de estos documentos fue aquello vinculado con el patrimonio material, en donde se detallaron los bienes y herederos, así como también las donaciones; de este modo, el tes-tero Salvador Lima, describió estos aspectos de forma minuciosa: “un cam-po de estancia en el Departamento de Coronel Beltran, mas una finca en Maipú […], dos sitios con casas en la Ciudad […]; una finca en el Depar-tamento de Guimallen […], es también de [su] propiedad todo el ganado vacuno i lleguarizo […] i el ganado obejuno i cabrio […]; un coche i algu-nos muebles i utiles que [tiene en su] casa que viv[e. Tiene] depositado en el Banco de la Provincia de Mendoza dosmil seiscientos cincuenta i ocho pesos quince centavos moneda nacional de [su] propiedad; en el Banco Nacional […] veintiunmil setecientos ochenta i seis pesos setentea i cuatro centavos nacionales”.88 Dicho sujeto instituyó por sus “únicos i universales herederos á [sus] hijos naturales”.89 Los herederos eran familiares o miem-bros cercanos al núcleo, excepto los de las religiosas del monasterio de María, quienes otorgaron sus bienes a dicha institución.90 No obstante, en varios casos se realizaban donaciones “a favor del Hospital de esta Ciudad, cincuenta pesos; a favor del templo de San Francisco veinticinco pesos; á Santo Domingo, veinticinco pesos monedas nacional”,91 en la “construcción del templo de Loreto […] á las Monjas de la Merced”,92 así como también,

87 AGP, testamento de Carolina García de Gonzales, Protocolo n° 660, tomo 2, año 1901,

hoja 526. 88 AGP, testamento de Salvador Lima, Protocolo n° 493, tomo 2, año 1892, hoja 430 - 431v. 89 AGP, testamento de Salvador Lima, Protocolo n° 493, tomo 2, año 1892, hoja 430 - 431v. 90 Consideramos que esto a su vez nos estaría indicando como uso de las leyes también por

parte de los religiosos para dejar en orden sus bienes, ya que en los testamentos de las novicias lo único que indican es su heredero, no especifican entierro ni sufragios.

91 AGP, testamento de Lorenzo Martinez, Protocolo n° 467, tomo 4, año 1890, hoja 1255v. 92 AGP, testamento de Tomasa Infante, Protocolo n° 528, tomo 2, año 1894, hoja 671v.

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al monasterio de la Compañía de María,93 estas eran efectuadas para la sal-vación del alma, ya que la Iglesia era considerada la conectora entre el mo-ribundo y Dios. Por último, en relación a la profesión pudimos dilucidar que los inmi-grantes Juan Boireau y Fernando Knoll eran comerciantes. Mientras que Dolores Sanjurjo, Epigmemia Encarnación Nuñez, Margarita Toro y Rosa-rio Gónzalez eran religiosas del monasterio de María, y Alejo del Carmen Barraquero Miranda era presbítero y párroco en el departamento de Bel-grano.

Consideraciones finales

Por lo dicho hasta aquí, creemos que cierto grupo de élite mendocina de la época cumplió con ciertas normativas implementadas por el gobierno pro-vincial. En el caso de aquellos actores sociales que especificaron cuestiones vinculadas a los entierros se mostraron acordes con ser sepultados en los cementerios o panteones, así como también, ser inhumados en nichos indi-viduales comprados a perpetuidad. En cuanto a la prohibición de las misas de cuerpo presente sólo Mercedes Corvalán de Cuadros no cumplió con dicha medida, no obstante, el hecho de que sea una clausura de su testamen-to no afirma que haya sido practicado cuando falleció. Por otra parte, pudimos observar ciertos indicadores del proceso de secu-larización que influyeron en las prácticas funerarias. En relación al testa-mento, éste documento se fue transformando paulatinamente en un elemento de uso legal que tenía como objetivo distribuir la herencia del testador, previniendo todo tipo de conflicto entre los herederos, de este mo-do, los asuntos terrenales fueron sustituyendo a las cuestiones vinculadas con lo espiritual y una muerte religiosa. Además, a fines del siglo XIX y principios del XX se recurrió constantemente a la ley para efectuar según éstas las divisiones de bienes entre esposa, hijos naturales y legítimos. Asi-mismo, observamos que se produjo un menor interés por parte de los testa-dores porque aquellos elementos que estaban destinados a la “salvación del alma” o a reducir la “estancia en el purgatorio”, tales como fueron las mi-sas, el cuidado del alma y la mortaja de la orden. También, creemos que el hecho de que las novicias del monasterio de María testasen e hiciesen ma-yor hincapié en las cuestiones materiales, nos habla de un cierto grado de secularización.

93 Otras donaciones se realizaron al convento del Corazón de Jesús, al convento y capilla de

San Miguel de Las Heras, de San José y de Rivadavia, a la iglesia de San Vicente y a las monjas del Buen Pastor.

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Otra transformación en las prácticas sociales se dio en el uso de las “le-yes laicas”, que como señalamos anteriormente, ciertos sujetos registraron que se casaron por registro civil, ello se vinculaba a que el Estado iba ocu-pando de forma progresiva cuestiones que anteriormente estaban bajo di-rección de la Iglesia, como fue el hecho del mismo matrimonio. Finalmente, si bien podemos inferir que gran parte de los testadores eran adeptos a la religión católica, podemos observar ciertos grados de seculari-zación, en donde se produce una pérdida u omisión de ritos de antaño.

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PROYECTOS URBANOS DIFUNDIDOS POR LA PRENSA DURANTE LOS GOBIERNOS LENCINISTAS, MENDOZA. VISIONES SOBRE LA VIVIENDA

PARA LA CHUSMA DE ALPARGATAS

Verónica CREMASCHI*

Abstract

This paper focuses on different urban and architectural projects, as viewed by the local press during Lencinas’ administrations, a member of the Radi-cal political party in the Mendoza province who was active from 1918 to 1930. Among the corpus of projects, we focus specifically on public spaces and housing for the low-income population, which became a significant point of attention in the first decade of the 20th century. The political change brought about by the arrival to power of non-traditional, underrepresented groups had an impact on different cultural fields in Mendoza. Lencina’s arrival to power fostered social transfor-mations that benefited the low-income social strata that had been neglected by previous governing elites. Among other changes, the new leaders im-plemented laws that favored the working class, such as retirement for public employees, and the 8-hour work day. These shifts in the political sphere had an impact on the architectural and spatial spheres. In this paper we systematically trace articles published in the contemporary local press in order to establish relationships between some of these projects and the populist political ideology of these govern-ments. Key words: Populism, Public spaces, Llow-income housing.

Resumen

El presente trabajo aborda distintos proyectos urbanísticos y arquitectónicos publicados en la prensa local, realizados durante los gobiernos lencinistas,

* Licenciada y profesora en Historia del Arte, becaria doctoral de CONICET.

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facción del radicalismo que actuó en la provincia de Mendoza desde 1918 hasta 1930. Dentro del corpus de los proyectos centramos nuestra atención en los referidos a la vivienda popular y a los espacios públicos, problemáticas que cobraron trascendencia durante las primeras décadas del siglo XX. El cambio en la esfera política, que implicó la llegada de sectores no tradicionales a la gobernación, repercutió en distintos campos de la cultura de Mendoza. Con el arribo del Lencinismo se produjeron distintas trans-formaciones que beneficiaron a estratos sociales de pocos recursos que an-tes no habían sido tenidos en cuenta por las elites dirigentes. Entre otras, se destacan la implementación de leyes que favorecieron a los trabajadores, como la de jubilación, la de los empleados públicos y la jornada laboral máxima de ocho horas. Estas innovaciones en lo político tuvieron repercusiones a nivel arquitec-tónico y espacial. A partir del rastreo sistemático de los artículos aparecidos en la prensa local nos proponemos relacionar algunos proyectos con la ideo-logía populista que caracterizó a estos gobiernos. Palabras clave: populismo, espacio público, habitación popular.

Introducción

El presente trabajo es parte de uno mayor cuyo interés primordial son las ideas arquitectónicas de la primera mitad del siglo XX en la provincia de Mendoza. Estas inquietudes nos llevaron a relevar distintas opiniones sobre la disciplina aparecidas en distintos matutinos y revistas locales. El corpus obtenido, compuesto por notas y fotografías, fue analizado y contrastado con datos de fuentes secundarias permitiendo obtener informa-ción complementaria a la que brindan las obras construidas. Nos interesa de manera particular, el relacionar los proyectos arquitectó-nicos con los distintos momentos históricos de generación de los mismos, consideramos que establecer esta relación ayuda a comprenderlos y otorga datos que enriquecen las visiones sobre la historia:

La realización de una obra de arte es un proceso histórico más entre otros ac-tos, acontecimientos y estructuras; es una serie de acciones en y sobre la his-toria. Es posible que sólo sea inteligible dentro del contexto de unas estructuras de significado dadas e impuestas, pero, a su vez, es capaz de mo-dificar y a veces incluso de destruir estas estructura.1

1 Clark, T.J. “Sobre la historia social del arte”, en Clarck, T.J., Imagen del pueblo. Gustave

Courbet y la Revolución de 1848, Gustavo Gili, Barcelona, p. 13, 1981.

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En este sentido los proyectos que analizaremos no se comprenden ca-balmente si se desconoce que durante las primeras décadas de 1900 se su-cedieron cambios importantes en la esfera nacional que afectaron política, social y culturalmente a la Argentina. En estas transformaciones influyó el impacto de la inmigración y la creciente y acelerada modernización de las ciudades. En este sentido, Ricardo Rojas, pensador representativo del mo-mento, observaba su tiempo con una mirada crítica en la que percibía una “crisis espiritual” que iba a dar lugar a una nueva síntesis histórica que in-cluiría a los inmigrantes recién llegados.2 Políticamente se destaca la asunción de Yrigoyen quien fue el primer presidente electo por medio del voto universal, secreto y obligatorio instau-rado en 1912 por Sáenz Peña.3 Ello promovió una mejor representatividad de sectores medios y bajos de la sociedad en el poder. Este caudillo y su partido encarnaron una etapa de reparación que terminó con las coaliciones políticas y sociales del régimen liberal anterior.4 Las transformaciones polí-ticas también se observan a nivel continental, sintomático de estos cambios son la Revolución mexicana de 1910 y el indigenismo de Carlos Mariátegui en Perú. Para entonces, la ciudad de Mendoza creció a un ritmo acelerado por lo que comenzaron a existir una serie de conflictos propios de la complejiza-ción de la vida en la urbe. La modernización, el impacto inmigratorio y las primeras manifestaciones sociales en contra de las oligarquías imperantes, dan muestra de ello. El crecimiento fue propiciado por el ferrocarril, llegado en 1885, que impulsó la rápida circulación de información, ideas y mercan-cías.5 En la provincia también se evidencian una serie de novedades significa-tivas a nivel político y social. Desde la época de la colonia habían retenido el poder una serie de familias que ocupaban los principales cargos aprove-chando la racionalización capitalista característica de la época.6 Esta situa-ción se revirtió, siguiendo el modelo nacional antes descripto, con la llegada al poder del radicalismo embanderado por los Lencinas en 1918. El lenci-

2 Altamirano, C. y Sarlo, B., Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia, Espasa

Calpe/Ariel, Buenos Aires, pp. 167-168 y 189, 1997. 3 Romero, L.A., Breve historia contemporánea de la Argentina, Fondo de Cultura Econó-

mica, Buenos Aires, p. 15, 2005. 4 Cueto, A.; Romano, A.; Sacchero, P., “Historia de Mendoza. Fascículo 5”, en Cueto, A.

Romano, A; Sacchero, P., Historia de Mendoza, Los Andes, Mendoza, p. 4, s/f. 5 Richard-Jorba, R. “Conflictos sociales en Mendoza entre dos crisis, 1890-1916. Una

larga lucha de los trabajadores por la conquista de sus derechos laborales”, en Prohisto-ria, núm. 13, Rosario, p. 51, 2009.

6 Mateu, A. M., “Entre el orden y el progreso”, en Lacoste, P. y otros, Mendoza a través de su historia de Mendoza, Caviar Bleu, p. 248, 2004.

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nismo mendocino se constituyó como tendencia en los orígenes mismos del radicalismo, es decir cuando se produjo la división de la Unión Cívica en 1891. En este momento, Agustín Álvarez, educador y publicista, presidía la Unión Cívica Radical que contaba entre sus miembros a otros intelectuales como Julián Barraquero, militares y clérigos.7 Para entonces, José Néstor Lencinas militaba en sus filas acaudillando al Club Cívico de los Artesanos. Fue éste el primer representante electo gobernador por medio del sufra-gio de lo que se conoció, posteriormente, como lencinismo. Esta facción del radicalismo provincial era al mismo tiempo un movimiento populista8 y encarnaba una saga familiar que se continuó desde José N. Lencinas, en sus hijos: José Hipólito, Rafael y especialmente en el liderazgo ejercido por el primogénito, Carlos Washington, “el gauchito”.9 Su discurso antioligárquico, el trato directo con los sectores populares y la sanción de diversas leyes sociales determinaron un mayoritario apoyo que se mantuvo durante toda la década de 1920.10 Se destaca la amplia adhesión pública durante todos los gobiernos de esta línea debido a los avances en temas sociales ya que se creó la Caja Obrera de Pensión a la Vejez e Invalidez, la Secretaría de Trabajo, se re-glamentó el salario mínimo, la jornada de ocho horas, entre otras.11 Según un representante del gobierno con estas acciones: “experimentaron los hogares pobres de ser realmente defendidos y tutelados por el Estado”.12 Si bien estos gobiernos tuvieron detractores en general gozaron de am-plia aceptación de los estratos de menores ingresos.

7 Persello, A. M., “Los opositores radicales a Yrigoyen”, en PolHis, núm. 7, Buenos Aires,

p. 227, 2011. 8 Hablaremos en este trabajo de populismo en el sentido de “populismo histórico” definido

por Dussel. Su época clásica debe situarse desde la Revolución mexicana de 1910 o des-de el movimiento de elecciones populares con H. Yrigoyen en 1918 en Argentina hasta el golpe de Estado contra J. Arbenz en 1954. En este momento histórico el populismo era un “pacto social”, donde una débil burguesía nacional crecía simultáneamente a una clase obrera y a la organización de los campesinos. Era un proyecto político hegemónico que afirmaba un cierto nacionalismo que protegía, gracias al Estado que tenía una relativa au-tonomía de los sectores de las clases dominantes, el mercado nacional (Dussel, E. Cinco tesis sobre el “Populismo”, <http://www.enriquedussel.com/txt/Populismo.5%20tesis. pdf>, último acceso: abril de 2013, pp. 1-2, 2007).

9 Cesaretti, F. y Pagni, F., “La alpargata mendocina. Auge, drama, decadencia y extin-ción”, <www.edhistorica.com/pdfs/14Alpargata.pdf> (último acceso: 19 de enero de enero de 2013), p. 1, s/f.

10 Richard Jorba, R., “Los gobiernos lencinistas en Mendoza. Salud pública y vivienda popular, 1918-1924”, en Avances del Cesor, VIII, núm. 8, Rosario, p. 32, 2011.

11 Cueto et al., op. cit., p. 11. 12 “El P.E. auspicia la sanción de un proyecto de ley que asegure a los trabajadores rurales

la vivienda higiénica y moderna”, en Los Andes, Mendoza, s/p, 10 de abril de 1926.

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Además se observa una participación política mayor de la clase media, que comenzó a acceder a distintos cargos públicos.

Algunos proyectos urbanos populistas

Como resultado de las ideas de estos gobiernos se realizaron una serie de proyectos que propendieron a brindar a los sectores populares espacios de esparcimiento y atención social. Se refuncionalizaron plazas y se proyecta-ron viviendas y centros asistenciales que manifestaron similares inquietudes sociales a las impulsadas en el ámbito político y legislativo. Estos nuevos sitios fueron diseñados para ser accesibles a los que en la época se conocía como la “chusma de alpargatas”. El lencinismo había con-vertido este tipo de calzado en un ícono de su prédica proselitista. La alpar-gata, característicamente vestida por la población proletaria y rural, fue un claro exponente de una determinada filiación política por ser indicador de la clase humilde.13 La “peonada”, la “chusma” tendría acceso a los beneficios antes reservados a las clases pudientes como disfrutar de estos nuevos luga-res diseñados con el confort y los lujos antes exclusivos de los sectores sociales altos. El sentido populista en el empleo del espacio se observa en ciertas ac-ciones políticas en distintas áreas urbanas. Como ha destacado Raffa, estos gobiernos hicieron un uso simbólico del espacio público.14 Ejemplo de ello es que el mismo día en que José Néstor se consagró gobernador de la pro-vincia, el 6 de marzo de 1918, se abrieron las puertas de la Casa de Go-bierno para que todos pudieran visitarla, además se celebró un banquete popular en la plaza Independencia, paseo tradicional de la clase alta de Mendoza.15 Este manejo simbólico también se percibe en lo ocurrido con la reforma del parque del Oeste. Este espacio verde es considerado como la obra más ambiciosa y monumental de la elite mendocina, representativa de la cultura finisecular oligárquica de la etapa precedente.16 Su uso estuvo destinado a satisfacer las necesidades recreativas de la clase alta mendocina hasta las primeras décadas del siglo XX, sin embargo con el lencinismo el parque

13 Cesaretti y Pagni, op. cit., p. 2. 14 Raffa, C., “El espacio público como lugar de legitimación política: sobre las disputas

entre Emilio Civit y José Lencinas, Mendoza 1910 y 1918”, en Prohistoria, Rosario, s/p, 2011.

15 Ibidem. 16 Cirvini, S., “El Parque del Oeste. De paseo aristocrático a parque popular”, en Nállim et

al., Centenario del Parque General San Martín 1896-1996, Mendoza, Ministerio de Am-biente y Obras Públicas, p. 61, 1996.

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comenzó a albergar a los distintos estratos sociales. Podemos comprobar esto en la convocatoria masiva de distintas celebraciones que se realizaron en el lugar y que contaron con amplia adhesión popular. Un ejemplo de ello sucedió durante el aniversario de la batalla de Maipú, día en que se organizó un almuerzo popular “amenizado por música y bailes criollos”.17 El banque-te aseguraba la concurrencia generalizada por medio de la entrega de entra-das gratuitas que se repartirían al pueblo en las cinco comisarías seccionales y en el parque. Además se invitaba a los concurrentes a llevar instrumentos musicales lo que otorgaría al evento ribetes de fiesta. Se había programado, para después del almuerzo, una regata en el lago ubicado en el centro del parque al que podrían asistir “las autoridades, las familias y el pueblo”.18 El remo era un deporte de elite al que generalmente tenían acceso solamente las clases altas. Sumada a esta serie de apropiaciones de carácter efímero, se llevaron a cabo algunas obras entre las que se destacan el Rosedal, el Hospital Lenci-nas y distintos clubes deportivos. Estos usos tendieron a neutralizar el ca-rácter elitista del paseo.19 Entre 1919 y 1924 se construyó el Rosedal en la margen Este del lago. Este espacio era un paseo peatonal de jardinería a la moda francesa, ade-cuado a las visitas populares debido a que se podía llegar fácilmente desde 1925, cuando se prolongó la línea 3 de los tranvías eléctricos. Esto condujo a que no sólo los que contaban con carruajes o autos pudieran arribar a las instalaciones, sino que también “los de a pie”, los de alpargatas, pudieran hacerlo. Además, el hecho de que fuera un paseo peatonal garantizaba el esparcimiento y permanencia in situ de los que no poseían medios de trans-porte. La gradual apropiación por parte de los sectores populares del espacio del parque avanzó al concretarse las primeras cesiones a dos clubes deporti-vos: Gimnasia y Esgrima e Independiente Rivadavia. También resulta muy significativa la instalación, en el área sur, del hos-pital José Néstor Lencinas, sobre todo si se tiene en cuenta su especialidad en enfermedades infecto-contagiosas y tuberculosis, la que para la época era denominada “enfermedad vergonzante”20 por relacionarse con malas condi-ciones de higiene y salubridad. Estas dolencias afectaban a los sectores más vulnerables de la sociedad, es decir a los de escasos recursos económicos.

17 “Centenario de la batalla de Maipú. Su conmemoración”, en Los Andes, Mendoza, p. 6, 6

de abril de 1918. 18 Ibidem. 19 Cirvini, S., op. cit., p. 68. 20 “El domingo tuvo lugar la inauguración del hospital José Néstor Lencinas”, en Los An-

des, Mendoza, p. 6, 27 de mayo de 1924.

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Como destaca Richard Jorba, para entonces los hospitales públicos se ocupaban de atender a los sectores populares y excepcionalmente a grupos de mayores niveles de ingreso (por ejemplo, con cirugías).21 El diario Los Andes dejaba claro este punto cuando alegaba que la finalidad del Lencinas era “atenuar, si quiera en parte las afecciones del pueblo doliente y desvali-do”.22 Es decir que su creación apuntaba a cubrir algunas de las necesidades de los más carenciados. La construcción del nosocomio estaba enmarcada en el impulso a las obras de salud que se produjo en esta etapa. En este sentido, en 1922, se aumentó el presupuesto destinado a salud pública a más de un millón de pesos,23 lo que indica la especial trascendencia que tomaba para el gobierno el combatir estos problemas sociales. Esta inversión se observa claramente en la importante suma de dinero que se destinó para la construcción de di-cho hospital, que fue de 800,000 pesos, monto muy significativo para la época. El matutino destacaba la ubicación de este nosocomio: “al pie de la montaña, que es de 800 metros sobre el nivel del mar, como por sus indis-cutibles comodidades, secundadas por los agentes naturales: aire, luz y sol”.24 Esto posibilitaba el acceso de las clases con menores ingresos a los beneficios del parque, anteriormente reservados a la elite. El aire, el sol y la luz, eran factores climáticos que colaboraban a crear un ambiente saludable.

Figura 1. Hospital Lencinas. Fuente: Diario Los Andes, 25 de mayo de 1924, s/p.

21 Richard-Jorba, R., op. cit., p. 42, 2011. 22 “Hoy será inaugurado el hospital ‘José Néstor Lencinas’, en Los Andes, Mendoza, s/p, 25

de mayo de 1924. 23 Richard-Jorba, R., op. cit., p. 48, 2011. 24 Ibidem.

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El contacto con la naturaleza se veía potenciado por la organización del edificio en pabellones rodeados de jardines, organización que fue destacada en el discurso inaugural por el gobernador de la provincia aludiendo a que seguía las últimas tendencias hospitalarias. Además tenía un solárium que serviría de complemento a los tratamientos impartidos. A nuestro parecer, la instalación de un lugar destinado a los enfermos de las clases menos pudientes en las inmediaciones del parque, se presenta como simbólica debido a que se emplazó en una de las zonas más selectas y prestigiosas de la ciudad. Su poder simbólico se potencia si consideramos lo cuestionada que fue la creación del Parque durante los gobiernos conserva-dores de la etapa precedente. Estos cuestionamientos se apoyaban en la importante suma de dinero que insumió su realización en detrimento de otras necesidades que tenía la provincia en esos años. Los Andes, diario opositor, criticaba su realización por considerarlo un gasto innecesario y superfluo:

Por las cuantiosas sumas que absorbería el célebre Parque y finalmente por-que en la presente época existen necesidades más apremiantes a llenarse, so pena de exponer a los habitantes de esta progresista ciudad a sufrir las conse-cuencias de enfermedades infecto-contagiosas que han sentado sus reales en-tre nosotros.25

A conocimiento de que su concreción había sido posible desatendiendo a las necesidades primarias de los sectores bajos, consideramos que la inver-sión dispuesta para el hospital y la ubicación que se le había destinado, pueden ser interpretadas como un resarcimiento histórico por parte del len-cinismo a las clases olvidadas por las gestiones anteriores. Si bien había sido concebido originalmente con un carácter exclusivo, con las acciones de los gobiernos populistas se transformaba esa situación. Se suman a estas reformas del aristocrático parque, el proyecto de incor-poración de un Jardín Botánico y un Jardín Frutal de gran tamaño, los que, según Los Andes, aportarían “ilustración y estudio para el público como así también resultarían nuevos y agradables espacios a esta ciudad”.26 Así se agregaba a la primordial y originaria finalidad de “paseo” objetivos científi-cos y utilitarios, ya que también se emplearía como lugar de “consulta y experiencia”.27 25 Los Andes, 29 de enero de 1897, en Ponte, J.R., La fragilidad de la memoria. Represen-

taciones, prensa y poder de una ciudad latinoamericana en tiempos del modernismo. Mendoza 1885/1910, Fundación CRYCIT, Mendoza, p. 282, 1999.

26 “Embellecimiento de los paseos públicos de Mendoza. Jardín Botánico y Jardín Frutal en el parque Gral. San Martín”, en Los Andes, Mendoza, p. 9, 4 de septiembre de 1927.

27 Ibidem.

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Estas intervenciones urbanas indican la voluntad de transformar distintos espacios y hacerlos útiles y agradables para el disfrute de toda la ciudada-nía, más allá de su condición económica. Es decir que consecuentemente con las ideas propugnadas por el lencinismo, podemos observar la creación y acondicionamiento de distintas áreas que propiciaban la inclusión, ya que estaban destinadas a todos los sectores sociales.

Figura 2. Proyectos para plazas y parque. Fuente: Los Andes, 4 de septiembre de 1927, p. 9. Además de los proyectos para el parque, el interés por la transformación, refuncionalización y creación de espacios públicos de esparcimiento y em-bellecimiento de la ciudad se percibe en los proyectos de reformas a distin-tas plazas de la capital como la plaza Chile, Pedro del Castillo, etc. La trascendencia que empezaba a tomar el espacio como parte constitu-tiva de la ciudad, se manifestó en la contratación por parte del gobierno del lencinista Alejandro Orfila de León Jaussely. Este urbanista francés se en-contraba dictando unos cursos en la Universidad de Buenos Aires y fue convocado a la provincia en 1926 para que asesorara sobre “un plan de urbanización y embellecimiento de la ciudad”.28

28 “Urbanización y embellecimiento de Mendoza” en Los Andes, Mendoza, s/p, 9 de octu-

bre de 1926.

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León Jaussely había estudiado en Toulouse y luego en París. Obtuvo el Grand Prix de Rome en 1903 y ganó en 1905 el concurso para los enlaces suburbanos de Barcelona.29 Este urbanista con la secretaría de Agache, realizó una importante actividad desde 1916 que incluyó propuestas para la “Reconstrucción de ciudades devastadas”.30 Este último asunto es muy sugerente en relación a la historia de nuestra ciudad, ya que había sido destruida completamente con un terremoto el 20 de marzo de 1861 y que conservaba en la zona este de la ciudad las ruinas del desastre, al momento de la visita del urbanista. Sin embargo Jaussely no hizo alusión a este evento en los distintos reportajes realizados por la pren-sa, su veredicto general sobre nuestra urbe fue durísimo: “habría que trans-formarlo todo para colocarnos en una situación aceptable de urbanismo”.31 Ni siquiera el ancho de las calles, que podría haber sido considerado un punto a favor, era valorado ya que para él se presentaba como un problema en relación al tránsito vehicular. Este arquitecto rescataba como única cosa buena de nuestra ciudad el parque San Martín. Como resultado de su visita se incorporaron esculturas academicistas que fueron ubicadas en su mayoría en el parque, el que por comentarios del urbanista no era percibido como una obra concluida sino en proceso.32 Muchas de ellas fueron incorporadas al Rosedal ya tratado. Más allá de esta opinión negativa sobre Mendoza, su presencia aquí evidencia el interés gubernamental por elaborar un plan para el manejo de la ciudad en su dimensión pública, con especial atención en parques y paseos. Es decir en ampliar y mejorar las áreas de esparcimiento y recreación.

La vivienda popular

Además de la atención al espacio comunitario, durante los gobiernos lenci-nistas comenzaron a plantearse soluciones al tema de la vivienda popular. Este tópico resultaba un problema acuciante desde inicios del siglo XX. Si bien es destacable el incremento en la construcción que se operó en estos años en la provincia, las edificaciones no resultaban suficientes. Según Los Andes, basándose en datos de la Dirección General de Estadística, durante

29 Gutiérrez, R., “Los inicios del urbanismo en la Argentina. Parte 1 – El aporte francés”,

en Vitruvius. Arquitextos, s/p agosto de 2007, <http://vitruvius.com.br/revistas/read/ arquitextos/08.087/216/es> (último acceso: abril de 2013).

30 Ibidem. 31 “M. Jaussely nos habla de la futura urbanización de Mendoza”, en Los Andes, s/p, 12 de

octubre de 1926. 32 “La ornamentación de los parques y paseos públicos”, en Los Andes, Mendoza, p. 5, 9 de

junio de 1927.

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1920 habían sido construidos 399 edificios mientras que en el primer se-mestre de 1926 el número había ascendido a 980, lo que marcaba un salto cuantitativo significativo.33 Este número estaba mayormente constituido por residencias de pequeñas familias. A pesar de estos números elocuentes y de que durante las primeras dé-cadas de 1900 comenzaron los primeros planteos de construcciones anti-sísmicas, para los que se implementó el empleo del hierro y el hormigón armado, la mayor parte de la población contaba con condiciones de habita-bilidad precarias y deficientes. Se observa, en la opinión pública, énfasis en los materiales y su resistencia se relacionaba con las precauciones antisís-micas y la posibilidad de contrarrestar los efectos de los terremotos que otorgaban las nuevas tecnologías.34 Sin embargo, el empleo de estas tecno-logías constructivas fue aplicado en beneficio de las clases pudientes, mien-tras que las clases populares padecían el hacinamiento y la precariedad de los conventillos35 y viviendas. La nueva realidad urbana de inicios del siglo XX que se había desenca-denado con la modernización y el crecimiento generó contrastes evidentes entre las distintas clases sociales que la conformaban y se hizo evidente en los diferentes modos de habitar en la ciudad. Liernur destaca que la configuración del dispositivo habitacional “mo-derno” se constituye con la especialización de los usos y funciones del habi-tar doméstico, lo que implica una separación clara de los espacios de la intimidad y el mundo exterior, proceso que también sucedió en el interior de las casas.36 Según este autor la mencionada diferenciación comenzó a fines del siglo XIX y se caracterizó por el empleo de formas, dimensiones, texturas, colores y equipamiento particulares de cada ambiente.37 Esta trans-formación se produjo en Mendoza de forma paulatina y de manera desigual según las condiciones sociales de los propietarios. El contraste entre la es-pecificidad o no especificidad en el empleo de los ambientes se relaciona con el poder económico de los propietarios. Liernur también ha destacado

33 “En seis meses de éste año se han construido en Mendoza 980 edificios”, en Los Andes,

Mendoza, s/p, 20 de julio de 1926. 34 Cremaschi, V., “La categoría de lo moderno y su aplicación a la arquitectura latinoameri-

cana. El caso del estilo neocolonial en Mendoza”, Palapa. Revista de Investigación Cien-tífica en Arquitectura VI, núm. II [13], p. 57, 2011.

35 Se trata de una vivienda en la que cada cuarto es alquilado por una familia o por un grupo de hombres solos. Los servicios (como comedor y baños) solían ser comunes para todos los inquilinos.

36 Liernur, F., “Casas y jardines. La construcción del dispositivo doméstico moderno (1870-1930)”, en Devoto, F. y Madero, M., Historia de la vida privada en la Argentina. La Ar-gentina plural: 1870-1930, Taurus, Buenos Aires, p. 101, 1999.

37 Ibidem, p. 105.

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esto para Buenos Aires, señalando que mientras las casas de los ricos se engrosan en servicios y funciones, los sectores populares continúan habi-tando en las casas con patio lateral.38 En la ciudad de Mendoza convivían estas dos maneras diferentes de habitar. Ello es visible en los avisos clasificados que ofrecen casas para el alquiler o la venta en donde podemos encontrar una descripción de los in-muebles que nos dan una idea de cómo estaban constituidos. Por un lado encontramos cierta indiferenciación de los ambientes en las viviendas de clase media y baja, lo que permitía que se transformaran total o parcialmente, taller, depósito, hotel, etc.39 Dentro de esta caracterización encontramos la casa tipo “chorizo”. Este tipo de vivienda se destacaba por el poseer una sucesión de habitaciones, en general numerosas, que se co-municaban entre sí y salían a un corredor o galería. Las habitaciones mu-chas veces eran subalquiladas a otras familias o a hombres solos. Los clasificados de venta o alquiler dan cuenta de esta situación: “vendo una casa con nueve piezas, de primera construcción […] vendo una casa de seis piezas rodeadas de galerías”.40 Estos tipos de viviendas muchas veces funcionaban como conventillos que se habían extendido con la llegada de los inmigrantes y el consecuente problema de su instalación en la ciudad. Los inquilinatos resultaban insufi-cientes e insalubres y, según la prensa, eran responsables de:

crear en su seno el germen de las enfermedades epidémicas porque no cuen-tan con los medios que la higiene aconseja para combatir enfermedades con-tagiosas. Son también la causa de que Mendoza marche a la cabeza de las capitales del mundo civilizado que arrojan mayor porcentaje de mortalidad infantil.41

Además del hacinamiento, se destacaba la falta de instalaciones sanita-rias: “Generalmente en tales casas no existe más que un baño y antihigiéni-cos excusados”.42 En el problema de la habitación popular convergían dos factores: la es-casa cantidad y la mala calidad de las mismas.43 Esto era potenciado por el deterioro de aspectos económicos desencadenados por el elevado costo de

38 Ibidem. 39 Ibidem., p. 100. 40 “¡Ojo! en el escritorio de” en Los Andes, Mendoza, s/p, 11 de noviembre de 1911. 41 “La clase obrera y la casa habitacional” en Los Andes, Mendoza, s/p, 27 de octubre de

1912. 42 “Conventillos sin inspección.” en Los Andes, Mendoza, s/p, 13 de febrero de 1914. 43 Richard-Jorba, op. cit., p. 50, 2011.

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los alquileres que absorbía gran parte de los sueldos, lo que conducía al hacinamiento y la consiguiente ausencia de higiene.44 Por otro lado, en contraste con esta realidad, existían otras edificaciones que poseían esta diferenciación de ambientes que destaca Petrina como característica de la casa moderna. Las mismas contaban con lujos y como-didades impensables para las clases menos favorecidas. Un ejemplo de ello es el denominado chalet Gobbi, que salió a la venta en 1912. En pie hasta la actualidad, fue realizado en líneas eclecticistas y según la descripción de Los Andes, contaba con 27 habitaciones distribuidas en subsuelo y dos piso. A diferencia de los ejemplos de la habitación popular, esta casa presenta las habitaciones con funciones bien diferenciadas, en el subsuelo el área de servicio, archivos. Primer piso, zaguán, sala de recibo, hall, comedor. Se-gundo piso: dormitorios, baño y ropero. Algunos detalles que enumera dan cuenta del lujo con que había sido proyectado:

instalaciones completas de luz eléctrica, campanillas, cañerías de agua calien-te y fría, con todas sus ramificaciones embutidas en las paredes. Todos los revoques son de yeso, como también los cielorrasos que están magníficamen-te decorados […] Las cocinas, lavatorios, cuartos de baño y W.C. consultan las mayores exigencias de la vida moderna en confort y elegancias. El edifi-cio presenta tres de sus frentes ornamentados.45

Estos contrastes en la forma de vida son característicos de la vida urbana de esta época, en ella se dio inicio al ingreso de nuevos estilos estéticos, aunque también se reveló la precariedad en las condiciones de vida de las clases populares46. Frente a esta situación de contrastes extremos que convivían en la misma ciudad comenzaron a vislumbrarse algunos cambios durante los gobiernos populistas de los Lencinas. Si bien no llegó a concretarse ningún ejemplo material, comenzaron a circular por la prensa proyectos que mejorarían la situación habitacional de los más pobres, lo que indica que era un tema que estaba en la agenda gu-bernamental. Es así que durante este periodo encontramos los primeros planteos de viviendas masivas de la historia provincial.

44 Ibidem. 45 “El magnífico chalet de Gobbi”, en Los Andes, Mendoza, p. 10, 11 de mayo de 1912. 46 Brachetta, M. et al., Te contamos una historia de Mendoza (de la Conquista hasta nues-

tros días), EDIUNC, Mendoza, p. 211, 2011.

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En este sentido es destacable el proyecto de residencias impulsado por el Ministerio de Gobierno en 1926 y publicado en la prensa. El mismo consis-tía en la planificación de 160 casas para obreros, ubicadas en la zona este, es decir lo que fuera el área fundacional de la ciudad, que era el sector en que habitaba la mayor parte de la población de escasos recursos.

Figura 3. Anuncio de remate de chalet Gobbi. Fuente: Los Andes, 12 de mayo de 1912, p. 7. Sumada a la cantidad de las unidades habitacionales, que se arrendarían a muy bajo costo mensual, el proyecto era innovador porque llevaba el confort y el entretenimiento al lugar en que vivían los obreros, transforma-ba el entorno en un espacio ameno y con infraestructura. Para ello presen-taba distintos servicios que ahora estarían al alcance de las clases proletarias: una rotonda para música como la que tradicionalmente existía en el Parque San Martín que, como hemos visto, era el preferido por la oligarquía mendocina. Además se agregaría un vivero municipal y un asilo de mendigos.

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Figura 4. Proyecto de viviendas para la zona este de la ciudad. Fuente: Los Andes, 8 de junio de 1926, s/p. En la Plaza Fundacional se había dispuesto un sector de ejercicios físicos para niños, que tendría los aparatos requeridos para estas actividades, las ruinas serían arregladas y servirían de testimonio de la catástrofe de 1861. Se cambiaría de lugar la cancha que funcionaba en el centro de la plaza, que desde 1923 se había cedido a la Liga Mendocina de Fútbol por cinco años,47 y se ubicaría contigua a las viviendas. Todas estas instalaciones iban a estar rodeadas por áreas verdes forestadas en las cuales se circularía por caminos de distribución orgánica. El gobierno provincial impulsaría esta obra que por sus dimensiones era inédita en la historia de Mendoza. Este planteo ayudaba a jerarquizar esta zona de la ciudad e indicaba un interés por mejorar las condiciones de los sectores que la habitaban. El nuevo espacio urbano venía a resolver proble-mas sociales específicos en esa parte de la ciudad. Ello era subrayado por la prensa que destacaba que:

vive ahí un núcleo denso de población obrera que carece de la atracción de un paseo fácil y popular [por eso el proyecto] viene a concederle un benefi-cios que no debe faltar a las clases humildes y que contribuye, por otra par-

47 Raffa, C., “Ideología y ciudad: imaginarios nacionalistas sobre el espacio público mendo-

cino (1929-1931)”, Andinas. Revistas de estudios culturales, núm. 1, San Juan, p. 11, 2012.

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te, a poner en las modestas viviendas inmediatas al barrio una nota de color y arte.48

Es decir, que según Los Andes, se contemplaba no solamente la función utilitaria de las viviendas, sino que el proyecto propendía a mejorar la cali-dad de vida mediante el arte y los espacios verdes. Si bien ya Benito Carrasco en 1915 había tenido en cuenta la zona al plantear la realización de una intervención urbana de ampliación y ratifica-ción de la ciudad de Mendoza,49 las dimensiones de este proyecto superaban el propuesto por Carrasco para el sector. Además, agregaba los hogares, que respondían a satisfacer un problema social concreto como era la habitabili-dad de los estratos más carenciados de la sociedad.

Figura 5. Los baños públicos de las ruinas de San Francisco. Fuente: La Quincena Social, 15 y 30 de enero de 1923, núms. 89-90. 48 “El ministro de gobierno proyecta la construcción de 160 viviendas destinadas a obre-

ros”, en Los Andes, Mendoza, s/p, 8 de junio de 1926. 49 Raffa, C., “El urbanismo de Benito Carrasco: entre parques y jardines y la propuesta para

la ciudad de Mendoza”, Registros 2: Urbanismo, planeamiento y ciudad en los siglos XIX y XX, Centro de Investigación de Estudios Históricos, Arquitectónicos-Urbanos, FAUD-UN, Mar del Plata, p. 149, 2004.

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Este proyecto no fue llevado a cabo, sin embargo habían comenzado a realizarse una serie de mejoras. En el predio de las ruinas se construyó un dispensario y un balneario público y frente a la plaza se edificó un matadero municipal con mejores condiciones de higiene, todos en torno a 1923. Estos datos fueron publicados en la prensa local como muestra del adelanto pro-piciado por el municipio, en el sector este. El problema de la vivienda también se planteaba en zonas rurales, frente a esta situación también se comenzaron a pensar diversas soluciones. Para ello se presentó un proyecto de ley del Poder Ejecutivo que promovía la construcción de unidades habitacionales adecuadas para peones, aparceros, contratistas y obreros del campo. Las mismas serían realizadas por los pro-pietarios rurales, quienes si no las concretaban recibirían multas económi-cas. La cantidad de casas dependería del número de hectáreas, la cantidad de cabezas de ganado o de tierras cultivadas. En ellas sí se observaba la especificidad de los ambientes de la que habla Liernur, estas contarían con:

a) tres habitaciones, b) una cocina, c) un w.c., d) un corredor, e) pisos de portland, ladrillos, baldosas o madera de pino tea; f) Ventanas con vidrios, y teniendo en cuenta las zonas de cultivo de la provincia, características clima-téricas, índole de los materiales de construcción y demás indicaciones de or-nato e higiene.50

Con la implementación del proyecto “el obrero criollo gustará las deli-cias insoñadas [sic] de sentirse feliz rodeado de los suyos y dejará de ser el errante peregrino de la campaña mendocina. Así, más humanamente vincu-lado al capital, producirá más y rendirá un esfuerzo inteligente”.51 Se percibe que con las transformaciones en la unidad habitacional se mejoraría la calidad de vida, se corregirían las costumbres moralmente re-probables. Además se beneficiaría indirectamente a los propietarios debido a que reformando las condiciones de existencia el obrero optimizaría su producción. La salubridad y los materiales eran importantes debido a que durante esta época había comenzado a difundirse información sobre el mal de Chagas. Esta enfermedad, hasta la actualidad bastante común en la pro-vincia, es transmitida por la vinchuca que generalmente se alberga en las viviendas rurales con techos de paja y paredes de adobes. En este sentido Los Andes afirmaba que: “El rancho criollo es un foco impresionante de

50 “El P.E. auspicia la sanción de un proyecto de ley que asegure a los trabajadores rurales

la vivienda higiénica y moderna”, en Los Andes, Mendoza, s/p, 10 de abril de 1926. 51 Ibidem.

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infección y origen de epidemias”.52 Otra enfermedad que se intentó comba-tir fue la ya citada tuberculosis, a la que también se la asociaba a la falta de higiene de los recintos habitacionales rurales. En el discurso de presentación de este proyecto, se ponía una distancia con el paradigma de la generación anterior, en el que la educación ocupó un puesto destacado. Por el contrario este gobierno centró su interés en satisfa-cer necesidades básicas, por ello en el proyecto de residencias rurales, se resaltaba que para la transformación social: “Para un Sarmiento las escuelas constituirían el secreto; para una madre, maravillosa fuente de información, la solución del problema radicaría en el afirmamiento del hogar”.53 Así es que la actitud paternalista y protectora del Estado populista de los Lencinas se concretaba en las acciones relacionadas a la implementación de vivien-das. Por ello se destacaba que, en la atención de los desvalidos, debía ocu-par un lugar primordial cubrir este tipo de necesidades.

Algunas conclusiones

Como ha sido posible observar a partir de algunos ejemplos y proyectos arquitectónicos y urbanísticos, los gobiernos lencinistas emplearon el espa-cio como una herramienta más en su intención de acercar a las clases popu-lares distintos beneficios. Acompañando una serie de trasformaciones sociales, analizamos las acciones sobre distintos espacios urbanos que propendieron a hacer más inclusiva la ciudad al crearse espacios accesibles a las distintas clases socia-les. En este sentido destacamos las transformaciones operadas en el parque General San Martín, los planteos para distintas plazas y en el interés por mejorar la ciudad a partir de la visita del urbanista francés León Jaussely. Además de la trascendencia otorgada al espacio público, comenzaron a plantearse algunos cambios en lo que se refiere a la vivienda popular. Como se ha observado las desigualdades durante las dos primeras décadas del siglo XX eran notables, por ello el lencinismo empezó a idear planes que acortaran esta distancia entre las distintas formas de habitar. Para ello se consideraron sus comodidades, materiales, funcionalidad, ubicación, etc., lo que se tradujo en distintos proyectos para la habitación masiva y rural. Nuestra base documental, constituida por artículos de diarios y revistas del periodo, ha otorgado pistas valiosas para el conocimiento de obras que, si bien en algunos casos no fueron concretadas por los dirigentes, estuvie-ron en la agenda de gobierno como prioridades. Antes no considerados por

52 Ibidem. 53 Ibidem.

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la historiografía provincial, estos proyectos se presentan como documentos inestimables que otorgan claves para entender la concepción que el estado tenía sobre la arquitectura pública en esta época. En este sentido las obras no realizadas remiten al plano de lo imaginario: un campo de imágenes diferenciadas de lo empíricamente observable.54 Por ello resultan fuentes complementarias a las obras existentes que se materializaron y que perduran hasta la actualidad. Es decir que vienen a ocupar las fracturas o los huecos de lo que sí podemos conocer.55 A partir de su rastreo y análisis sistemático, las hemos retomado en este escrito, lo que nos ha permitido tener una visión más acabada del impulso a la arquitectura pública propiciada por estos go-biernos como parte de su programa populista.

54 García Canclini, N., “Entrevista de Alicia Indon. Diálogo con Néstor García Canclini

¿Qué son los imaginarios y cómo actúan en la ciudad?”, en Revista Eure, Vol. XXXIII, núm. 99, Santiago de Chile, p. 90, 2007.

55 Ibidem.

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HERMANOS DE PERDICIÓN: LOS PIZARROS EN LA MEMORIA COLECTIVA DEL PERÚ A INICIOS DEL XVII

Beatriz Carolina PEÑA*

...ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del que nada sabemos con certidumbre –ni siquiera que es falso.

Jorge Luis Borges (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”)

Abstract

This paper studies some historical episodes of the travel narrative (1599-1607) by friar Diego de Ocaña as reconstructions recalled from the colonial Peruvian collective memory at the beginning of the Seventeenth century. It starts with some theoretical notions on the distinction between collective and cultural memory and formal historical discourse, and it also ponders on why these notions could be applied to Ocaña’s manuscript. Then, passages of Friar Diego’s account are analyzed, particularly those on the arrival to Tawantinsuyu of the Spaniards conquistadores and on the actions of the four Pizarro brothers, in order to determine their differences with the histo-riography on these same topics. Even more importantly, the paper aims to explain how those distinctions between formal historical discourse and Ocaña’s narratives show the interaction and conflict of values and of social, political, and cultural interests at the time. This paper argues that the epi-sodes on the Pizarro brothers disclose the necessity to eradicate from collec-tive memory both Gonzalo Pizarro’s blemish of sedition and the nefarious actions of the other brothers, Francisco, Hernando, and Juan, while Francis-co Pizarro’s image is extolled. Key words: Friar Diego de Ocaña’s travel narrative, collective memory and history, Pizarro brothers, Inca Atahualpa.

* Doctorada en The Graduate Center de The City University of New York, especialista en

Estudios Coloniales. Profesora en Queens College (CUNY), Department of Hispanic Lan-guages and Literatures, correo electrónico: [email protected]

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Resumen

En este trabajo se estudian algunos episodios históricos de la Relación de viaje (1599-1607), de fray Diego de Ocaña, como productos de la memoria colectiva del Perú colonial a inicios del siglo XVII. El ensayo se inicia con la exposición de algunas consideraciones teóricas sobre la distinción entre la memoria colectiva y cultural y el discurso histórico formal y se explica por qué se aplican estas nociones al manuscrito de Ocaña. Luego se analizan pasajes de la Relación de fray Diego sobre los cuatro hermanos Pizarro y la llegada de los conquistadores españoles al Tawantinsuyu para determinar cómo se acercan o se distancian de la historiografía, pero, más importante aún, cómo las variaciones entre el discurso histórico formal y las versiones de Ocaña explican la interacción y los conflictos de valores y de intereses sociales, políticos y culturales en su presente. Se plantea que los episodios sobre los Pizarros revelan la necesidad de depurar de la memoria colectiva la mácula de sedición de Gonzalo Pizarro y las acciones consideradas per-versas del resto de los hermanos, Francisco, Hernando y Juan, mientras se ensalza la figura de Francisco Pizarro. Palabras clave: Relación de fray Diego de Ocaña, memoria colectiva e historiografía, hermanos Pizarros, Inca Atahualpa. Pese al veredicto de traidor al rey contra Gonzalo Pizarro y su consiguiente decapitación en Cusco el 10 de abril de 1548, dos sucesos de la coloniza-ción del Perú que deslustraron la buena fama de los Pizarros, Tirso de Mo-lina escribió en España, entre 1626-1631, una trilogía dramática cuyos protagonistas son tres de los controversiales hermanos: Francisco es el per-sonaje central de Todo es dar en una cosa, Gonzalo, el de Amazonas en las Indias y Hernando, el de La lealtad contra la envidia. Excepto un fragmen-to de La lealtad en el que Hernando reniega del nexo consanguíneo con el rebelde Gonzalo (4:170), en las tres obras, Tirso de Molina configura per-sonajes de indiscutible estatura heroica. Desde el ensayo de Otis H. Green hasta el trabajo exhaustivo de Miguel Zugasti1 sobre la trilogía, se ha con-venido en que los dramas debieron hacerse por encargo de los herederos de los Pizarros para contribuir con la restauración del honor de la estirpe. Sus años de creación coinciden con los esfuerzos de Juan Fernando Pizarro en pos de la recuperación del título de marqués otorgado a Francisco Pizarro y suspendido tras su muerte en 1541. Finalmente, tras un largo pleito legal, el título nobiliario fue restituido a la familia en 1630.

1 A quien le dedico este ensayo por sus estudios rigurosos sobre la Trilogía de los Pizarro

y por su amistad.

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Mientras en la metrópoli, Tirso de Molina y Fernando Pizarro y Orella-na, este último responsable de una obra apologética sobre sus antepasados conquistadores,2 se esmeran en modificar el pasado en su presente con se-lectivas, imaginativas y encomiásticas recreaciones escritas de los hechos históricos de los Pizarros, propongo que en el virreinato del Perú el proceso de restauración del apellido se inició mucho antes, en la segunda mitad del XVI, si bien con un método distinto: la reconstrucción del pasado en la me-moria colectiva. Para probarlo, estudio aquí algunos pasajes de materia histórica de la Relación del viaje al Nuevo Mundo del monje jerónimo fray Diego de Ocaña (c. 1570-1608) en comparación con algunas obras historio-gráficas.

La Relación de fray Diego de Ocaña y la memoria colectiva

Encargado por sus superiores monacales de la recaudación de limosnas en las Indias, fray Diego de Ocaña realizó un periplo desde 1599 hasta 1607, iniciado en Extremadura, en el Real Monasterio de Santa María de Guada-lupe, y truncado en México con su muerte. El monje recorrió Puerto Rico, Cartagena, Portobelo, Panamá, el Perú de hoy y algunas regiones del Chile, de la Argentina y de la Bolivia actuales con estadías más largas en Lima, Potosí y La Plata o Chuquisaca (hoy Sucre). Producto de sus viajes, Ocaña escribió y dibujó una Relación en la que, ocasionalmente, realiza referen-cias a hechos históricos de la conquista y de la colonización del Perú. Se trata de alusiones rápidas, conformadas con líneas escasas, trazadas a pro-pósito de un lugar encontrado en sus viajes: un tambo,3 un pueblo, una ciu-dad, un puente o un monumento.

2 La finalidad encomiástica se hace evidente en el título mismo de la obra: Pizarro y Ore-

llana, Francisco, Varones ilvstres del Nvevo mvndo. Descvbridores, conqvistadores, y pa-cificadores del opvlento, dilatado, y poderoso imperio de las Indias occidentales: svs vidas, virtvd, valor, hazañas, y claros blasones. Ilvstrados en los svcessos destas vidas con singvlares observaciones politicas, morales, iuridicas, miscelaneas, y razon de esta-do; para mayor autoridad de la historia, y demonstracion della, y su utilissima leccion. Con vn discvrso legal de la obligacion qve tienen los reyes a premiar los servicios de sus vassallos; ò en ellos, ò en sus descendientes. Dedicado al Avgvstissimo Monarca Felipe IV. el Grande, N. S. Rey de las Españas, y entrambas Indias. En mano del Excelentissimo señor Conde Duque de Sanlucar, Gran Canciller de las Indias, &c., Diego Díaz de la Ca-rrera, Madrid, 72 pp., 1639.

3 Tambo del quechua tampu ‘venta o mesón’ (Gonçález Holguín, Diego, Vocabvlario de la lengua general de todo el Perv llamada lengua qquichua o del Inca, Ed. Raúl Porras Ba-rrenechea, Instituto de Historia, Lima, 1952 [1608]); es decir, ‘sitio de reposo durante el viaje’.

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La urdimbre básica del códice de fray Diego de Ocaña se teje con sus propias experiencias y observaciones del camino. Como el asunto central del manuscrito, así como su motor generador, es el viaje, la naturaleza del texto de Ocaña se hace personal y anecdótica; su perspectiva, singular y su tono, confiado. Pese al cambio temático y al desuso de la memoria privada e individual, una actitud espontánea y resoluta se instala también en los episodios en los que el jerónimo alude a hechos históricos del virreinato del Perú; sin embargo, sus inexactitudes frecuentes indican que Ocaña no em-plea documentación historiográfica en la configuración de estos pasajes. Planteo que su escritura descansa en una heurística informal, cotidiana y sin solidez fáctica que el historiador, generalmente, esquiva: sus conversacio-nes informales con criollos y peninsulares. Sus datos, cuyo origen, proba-blemente, el monje habría sido incapaz de precisar, no provienen de pesquisas documentales, sino que, en términos del sociólogo francés Mauri-ce Halbwachs, son ecos de discursos ajenos.4 El jerónimo no cita fuentes escritas, pero incorpora sus apuntes históri-cos en la Relación con la seguridad que, normalmente, otorga al especialista la exposición de nociones demostradas y consabidas por la mayoría en su disciplina. El haber escuchado esas nociones en distintas voces, es decir, su repetición, pudo conceder y cimentar su certeza en las versiones narradas y considerarlas de conocimiento general. Ocaña registra lo que sus interlocu-tores dicen y asumen o lo que recuerda de ello; de allí que sus reseñas histó-ricas colapsen la distinción entre la memoria individual —la suya— y la social —las versiones de conocimiento común que le comunicaron. Por otro lado, la esfera social de Ocaña en las Indias es amplia en lo que se refiere a su labor como procurador del monasterio guadalupense de Ex-tremadura, pero debió ser, relativamente, limitada y cambiante y, hasta cier-to punto elitista en cuanto a sus interlocutores más cercanos. Los contactos con quienes pudo sostener conversaciones más frecuentes y sustanciosas son sus compañeros de camino y de hospedaje, generalmente: otros religio-sos, miembros de la oficialidad y algunos militares y soldados. Estas fuen-tes le inspirarían credibilidad y lo harían fiarse en sus comentarios. Que la fuente primaria de Ocaña en sus pasajes históricos sea la oralidad, deriva la memoria histórica colectiva a su Relación y convierte su manuscrito en un texto excepcional en esta otra vertiente.5

4 Halbwachs, Maurice, On Collective Memory, The University of Chicago Press, Chicago,

244 pp., 1992. 5 Otras dimensiones excepcionales del códice de Ocaña se deben a su Comedia de Nuestra

Señora de Guadalupe y sus milagros, las narraciones de las fiestas barrocas de entroniza-ción de sus lienzos de Santa María de Guadalupe en las iglesias franciscanas de las ciu-dades más importantes del virreinato del Perú, su mapa parcial de la gobernación de

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Se me podría objetar la contradicción de aludir a “memoria colectiva” en un texto escrito; aún más, se me podría impugnar qué me cualifica para reconocer relatos derivados de la memoria colectiva.6 Para responder a es-tos cuestionamientos, me amparo, por un lado, en la frecuencia de las inexactitudes en los pocos pasajes de índole histórica de la Relación y, por otro, en mi conocimiento de la obra de Ocaña. En primer lugar, por el ca-rácter itinerante de la empresa de fray Diego en el Nuevo Mundo, sus inves-tigaciones son generalmente “de campo” y no documentales, como demuestra, por ejemplo, al iniciar sus apuntes sobre el Cerro Rico de Poto-sí: “De todo trataré un poco, tocando de paso en todo, porque decir por en-tero lo que en cada cosa hay, sería nunca acabar. Y para podello hacer con más puntualidad, me fui al cerro y me estuve allá ocho días informándome de unas cosas y viendo otras. Y así diré con puntualidad lo que hay en Poto-sí” (fol. 167v).7 La frase “informándome de unas cosas y viendo otras”

Chile y, especialmente, sus dibujos de parejas indígenas y de gobernadores del reino de Chile en lucha contra araucanos.

6 Noa Gedi e Yigal Elam, en su artículo “Collective Memory –What Is It?”, declaran su desacuerdo con el empleo de la frase “memoria colectiva” y, con tono desdeñoso, llaman a los estudiosos de la memoria colectiva “memoriologistas” (memoriologists). Argumen-tan que la frase es solo una nueva terminología para designar narrativas fabricadas en be-neficio de necesidades socio-ideológicas o aquellas que expresan la creatividad caprichosa de un historiador particular, que, por demás, siempre se han denominado mi-tos: “El uso de ‘memoria colectiva’ se puede justificar solo en un nivel metafórico —y es así como los historiadores antiguos lo han empleado siempre— como nombre de un có-digo general para referirse a algo que supuestamente se halla tras mitos, tradiciones, cos-tumbres, cultos, todos los cuales representan el “espíritu”, la “psique”, de una sociedad, una tribu o una nación” (35; mi traducción). Gedi y Elam también se preguntan qué hace al historiador capaz de reconocer memorias colectivas y evaluarlas e invitan al lector a admitir que toda discusión de “memoria colectiva” en textos históricos suena tan extraña “como si alguien estuviera escribiendo un tratado académico sobre serafines y querubines celestiales, su traje y hábitos, describiéndolos como entidades reales y no como criaturas míticas e imaginativas” (p. 43; mi traducción). Gedi, Noa., et al., “Collective Memory-What Is It?”, en History and Memory, vol. 8, no. 1, Indiana University Press, USA, pp. 30-50, 1996.

7 Ocaña, Diego de, Relación del viaje de fray Diego de Ocaña por el Nuevo Mundo (1599-1605). S. XVII (principios). Ms. 215. Biblioteca de la Universidad de Oviedo, Oviedo. To-das las citas de la Relación de Ocaña provienen de mi propia transcripción del códice. En adelante, me concretaré a colocar entre paréntesis en el cuerpo del trabajo, al final de ca-da cita, el número del folio de donde proceden los fragmentos transcritos. Llevé a cabo las transcripciones del texto de Ocaña a partir de una réplica electrónica del manuscrito Nº 215 de la Biblioteca de la Universidad de Oviedo: un tomo en folio de autógrafos del monje jerónimo. Esta reproducción electrónica la solicité en el verano del 2003 cuando tuve el códice en mis manos por primera vez. En julio de 2007, solicité y se me otorgó de nuevo acceso al manuscrito para examinar las filigranas del papel.

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prueba de manera contundente que el jerónimo practicaba tanto la observa-ción como la indagación oral de informantes. En segundo lugar, la composición de la Relación de Ocaña es una tarea retrospectiva.8 El monje redacta su obra en fecha muy posterior a la de sus viajes y no mientras cumple su itinerario, con lo que el recurso de la memo-ria en la escritura es innegable. Además, con pocas excepciones, no se apre-cia ni se menciona en el texto el registro cuidadoso de un diario o de un cuaderno de notas ni la conservación de correspondencia o de documentos oficiales. En tercer lugar, en algunas instancias textuales, es evidente que fray Diego escribe a partir de referencias escuchadas de terceros. En la Dis-creptión de la tierra del Paraguay, y de Buenos Aires y del Tucumán, por ejemplo, Ocaña se refiere a la existencia de gigantes en las Indias. Como fuente cita a Cabeza de Vaca y lo “que dice su historia” sobre una gigante que, pese a ser mujer y a llevar en sus brazos un niño del tamaño de un ser humano de estatura ordinaria, todavía posee un vigor tan descomunal que solo con el impulso de su pie consigue desencallar un barco de los conquis-tadores (fol. 142r). No obstante, este encuentro fantástico no aparece en ninguna de las dos obras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.9 Esta equivoca-

8 Como se expuso en Imágenes contra el olvido: “Múltiples indicios a lo largo del manus-

crito demuestran que la composición de la Relación es una tarea retrospectiva: 1) el em-pleo casi exclusivo de tiempos verbales pretéritos en la narración de lo sucedido durante el periplo de fray Diego de Ocaña; 2) la evidente separación cronológica entre el ahora de la escritura y ciertos lapsos temporales del pasado mencionados en el texto y 3) los datos adelantados; es decir, informaciones cuya producción quebranta la secuencia real de los eventos, establecida sobre la base del itinerario del viaje del autor” (Peña, Beatriz Caroli-na, Imágenes contra el olvido: el Perú colonial en las ilustraciones de fray Diego de Ocaña, Pontificia Universidad Católica del Perú Fondo Editorial, Lima, p. 53, 415 pp., 2011).

9 Las referencias a gigantes son oblicuas en la Relación de las aventuras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca de 1527 a 1536 en América del Norte (Florida, la desembocadura del Mississippi, la costa de la actual Texas y territorios del México actual), a donde fue como tesorero de la expedición a Florida de Pánfilo de Narváez, y un poco más directas en Co-mentarios, el relato de sus peripecias como gobernador del Río de la Plata. Cabeza de Vaca no reconoce en su Relación la existencia de nativos de estatura extraordinaria. Solo admite que algunas parcialidades que encuentra son de “gente grande y bien dispuesta” (p. 60) y que algunas veces la distancia o el temor le hacen percibir a algunos grupos co-mo gigantes. En el Cap. 7 de la Relación, “De la manera que es la tierra”, Cabeza de Va-ca nota de los indígenas del noroeste de la península de la Florida que “como son tan crecidos de cuerpo y andan desnudos, desde lejos parecen gigantes” (p. 50); y en el Cap. 11, “De lo que acaeció a Lope de Oviedo con unos indios”, escribe que después de enviar a Lope de Oviedo a inspeccionar brevemente un lugar, al parecer del oeste del Mississip-pi, éste regresó seguido por tres indígenas y que media hora después acudieron al mismo lugar “otros cien indios flecheros, que agora ellos fuesen grandes o no, nuestro miedo les hacía parecer gigantes” (p. 69). En las dos referencias, el temor y, en el primer caso, la

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ción sugiere que lo que Ocaña escucha encuentra acogida en las páginas de su Relación y demuestra que la oralidad y la memoria son elementos esen-ciales en la redacción de su manuscrito. En este ensayo se asume la memoria como un proceso en el que inter-viene el entorno socio-cultural para influir en la capacidad del individuo de olvidar y recordar. Tanto la memoria privada e individual como la colectiva y cultural se construyen, no se reproducen.10 Estas construcciones no surgen aisladas sino en conversaciones dadas en el contexto de la comunidad, la política en general y las dinámicas sociales.11 Así, se originan narraciones orales de hechos pasados con representaciones que se hacen corrientes a través de la comunicación entre la gente. En The Antique Drums of War, el historiador James H. McRandle afirma que el rechazo curioso de la historia popular de asumir el conocimiento de hechos establecidos y la impenetrabilidad relativa o fosilización —para usar un término lingüístico— de los errores, pese a la demostración histórica, no son casuales. Estos resultan menos de la ignorancia pura que de patrones de interpretación cuyos propósitos son ajenos a los de los relatos históricos de profesionales.12 La historiografía difiere así de la “memoria cultural”, la cual Marita Sturken, especialista en esta materia, define como “la memoria compartida fuera de los medios del discurso histórico formal que, sin em-

perspectiva, la desnudez y la estatura alta de los indígenas, les produce a los viajeros amenazados la impresión de gigantismo. Por otra parte, en Comentarios, el texto sobre el viaje de Cabeza de Vaca al Río de la Plata, el cual por razones geográficas debe vincular-se al comentario de Ocaña en este pasaje, las alusiones a nativos de estatura descomunal son apenas dos y en el caso más directo se trata de una comparación. Al describir la na-ción de los agaces, Cabeza de Vaca parangona sus extremidades con las de gigantes: “es una gente muy crescida, de grandes cuerpos y miembros como gigantes” (p. 234) y a los yapirúes los presenta como “gente crescida, de grandes estaturas” (Núñez Cabeza de Va-ca, Alvar, 1977 [1555], Naufragios y comentarios, La nave de los locos, México, pp. 263-64, 452 pp.).

10 Las conclusiones de investigaciones sobre la memoria autobiográfica expuestas por Charles P. Thompson respaldan esta afirmación. Según sus experimentos, los datos tem-porales, aun de eventos relativamente recientes, aparentan ser reconstructivos; esto es, según define, que el reporte memorístico es reconstruido substancialmente con base en una o más de otras informaciones disponibles. En definitiva, el recuerdo es, más bien, in-ferido a partir de otros detalles del evento evocado (Thompson, Charles P., Skowronski, John J., Larse, Steen F., y Betz, Andrew L., Autobiographical Memory: Remembering What and Remembering When, Lawrence Erlbaum Associates, Mahwah, New Jersey, p. 204, 238 pp., 1996).

11 Thelen, David, “Memory and American History”, en The Journal of American History, vol. 75, no. 4, Organization of American Historians, Bloomington, Indiana, 1989, p. 1119.

12 McRandle, James H., The Antique Drums of War, Texas A & M University Press, Col-lege Station, Texas, pp. 52-53, 219 pp., 1994.

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bargo, está íntimamente vinculada a productos culturales y permeada de significado cultural”13 (mi traducción). Según el renombrado historiador David Thelen, en el estudio de la me-moria lo importante no es con qué exactitud un recuerdo se ajusta a alguna parte del pasado, sino por qué sujetos históricos construyen sus memorias de una manera particular en un momento específico.14 Así, el propósito aquí no es simplemente descubrir qué tan apegadas a la historiografía son las referencias de Ocaña, sino cómo las variaciones entre ambas —la historio-grafía y las versiones del jerónimo— explican la interacción y los conflictos de valores y de intereses sociales, políticos y culturales en su presente.15 En The Book of Laughter and Forgetting, de Milan Kundera, su personaje Mi-rek dice que “la lucha del ser humano contra el poder es la lucha de la me-moria contra el olvido” (mi traducción).16 Las reconstrucciones históricas con inexactitudes, reinterpretaciones y reinvenciones mayores y más numerosas en la Relación de Ocaña se vincu-lan a la entrada de Francisco Pizarro, sus hermanos y el resto de los prime-ros conquistadores al Imperio incaico, el encuentro de los mismos con Atahualpa y la obtención del rescate del inca. Antes de examinar estos pasa-jes, parece oportuno demostrar con el comentario de un episodio fugaz de la Relación de Ocaña, relativo a otro tema, la modificación de hechos históri-cos para beneficiar la imagen de otro personaje o tal vez solo la dignidad de una figura de autoridad.

13 Sturken, Marita, Tangled Memories: The Vietnam War, the AIDS Epidemic, and the

Politics of Remembering, The University of California Press, Berkeley, Los Ángeles, p. 3, 358 pp., 1997.

14 Thelen, David, ibidem, p. 1125. 15 Paul Connerton argumenta que la reconstrucción histórica no depende de la memoria

social y que la misma es posible aun cuando la memoria social preserve testimonios di-rectos de un evento. “Los historiadores continúan cuestionando las declaraciones de he-chos de sus informantes no porque crea que estos quieren engañarlo o porque estos hayan sido engañados. Los historiadores continúan cuestionando las declaraciones de hechos de sus informantes porque, si los aceptan tal como se les presentan, ello implicaría el aban-dono de su autonomía como historiadores” (mi traducción). La reconstrucción histórica puede realizarse, en parte, a través del examen crítico de las exposiciones de hechos con-tenidas en fuentes escritas —o sea, fuentes donde hay declaraciones afirmando o impli-cando supuestos hechos sobre el asunto que interesa al historiador— y, en parte, a través del uso de fuentes no escritas, como material arqueológico vinculado al mismo tema (Connerton, Paul, How Societies Remember, Cambridge University Press, Cambridge, UK, p. 14, 121 pp., 1989).

16 Kundera, Milan, The Book of Laughter and Forgetting, Harper Perennial, New York, p. 3, 228 pp., 1994.

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La imagen del comendador: de la pusilanimidad al desafío mortal

En su sección sobre Cusco, antiguo y medular centro urbano disputado de 1531 a 1541 con pasión mortal por los Pizarros y los Almagros, Ocaña re-seña brevemente otra de las rebeliones más sonadas en la ciudad y en el virreinato en general:

En esta ciudad del Cuzco fue donde se levantó Francisco Hernández. Estando una noche cenando en las casas que agora son de don Francisco de Loaysa, entre los cuales estaba el corregidor, y entró el Francisco Hernández armado y tendió sobre la mesa una alabarda17 y dijo: ¡Ea, caballeros, que por todos va! Y respondió el corregidor: ¡Por mí no, que soy del rey! Y luego le dieron un alcabuzazo18 y le mataron. Y aquí19 han sido los demás alzamientos y los más dificultosos de reducir;20 y adonde de contino llegaron a rompimiento de batalla21 (fol. 338v).

Garcilaso Inca de la Vega dedica los treinta capítulos del “Libro Sétimo de la Segunda Parte de los Comentarios Reales”, titulada Historia General del Perú, a la rebelión de Francisco Hernández Girón. La noche del inicio de la insurrección, el 13 de noviembre de 1553, se celebraba en Cusco la boda de Alonso de Loaisa y María de Castilla. Loaisa era un hombre rico y 17 Alabarda ‘arma enastada de punta para picar y cuchilla para cortar’ (Covarrubias Horoz-

co, Sebastián de, Tesoro de la lengua castellana o española, Iberoamericana-Vervuert, Madrid, 2006 [1611]).

18 Alcabuzazo por ‘arcabuzazo’ o tiro de arcabuz. 19 aquí ‘en Cusco’. 20 Reducir ‘vencer, sujetar o rendir’ (Real Academia Española, Diccionario de Autoridades.

Edición Facsímil, Editorial Gredos, Madrid, 3 vols.), 2002 [1726]. 21 Otro aspecto interesante de esta reseña es el silencio sobre cuáles son esos otros “alza-

mientos” muy difíciles de dominar que se dieron en el Cusco y que desembocaron en en-frentamientos bélicos. Se refiere de manera tácita, ya sea intencional o involuntariamente, a la rebelión de Gonzalo Pizarro. La manera en la que trunca el mercedario fray Pedro Ruiz Naharro, provincial en Lima de 1633 a 1646, su Relación de los hechos de los espa-ñoles en el Perú desde su descubrimiento hasta la muerte del marqués Francisco Pizarro evoca este pasaje de Ocaña. Su postura parece pizarrista ya que se demora en el relato de las querellas y represalias de los dos Diego de Almagro, padre e hijo, y sus seguidores contra los hermanos Pizarros desde 1535, pero no menciona las acciones posteriores de Gonzalo Pizarro. El padre Ruiz Naharro hace mención de la llegada del virrey Blasco Núñez Vela y seguidamente se dispone a cerrar su historia: “Los demás subcesos, levan-tamientos y guerras que, originados de las nuevas ordenanzas que dicho virrey trujo, sub-cedieron en este Perú, no hacen muy al caso de este escripto…” (Pizarro, Pedro, Descubrimiento y conquista del Perú por Pedro Pizarro, conquistador y poblador de este reino (1571). Seguida de la Relación sumaria acerca de la conquista por el padre Fr. Luis Naharro, de la Orden de la Merced, Imprenta y librería Sanmartí, Lima, 1917, pp. 210-212, 1917 [1571]).

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prominente en Cusco, sobrino del arzobispo de Lima. Su novia procedía de conquistadores notables de Badajoz. En pleno banquete en la casa del no-vio, al cual asistieron los vecinos linajudos de Cusco con sus esposas y el mismo Inca Garcilaso de la Vega, se presentó armado Francisco Hernández Girón, como Ocaña narra. Inca Garcilaso relata que él tenía entonces cator-ce años y que Gil Ramírez de Ávalos, corregidor de Cusco, lo había invita-do a sentarse a su lado a la mesa, por lo que se configura a sí mismo como testigo de primera fila de los eventos de esa noche. Francisco Hernández Girón entró a la casa de Alonso —y no Francisco, como escribe Ocaña— de Loaisa:

…con su espada desnuda en la mano y una rodela en la otra, y dos compañe-ros de los suyos entraron con él a sus lados, con partesanas en las manos. / Los que cenavan, como vieron cosa tan no imaginada, se alborotaron todos y se levantaron de sus asientos. Francisco Hernández dixo entonces: ‘Esténse vuesas mercedes quedos, que esto por todos va’. El corregidor, sin oír más, se entró por una puerta que estaba a su lado izquierdo, y se fue donde estavan las mujeres.22

La exhortación del insurrecto ante los comensales sorprendidos es bas-tante similar a la que cita Ocaña: “¡Ea, caballeros, que por todos va!”; sin embargo, su mención de la muerte del comendador en ese momento de un tiro de arcabuz es inexacta, según la Historia del Inca Garcilaso. Ante el acto de traición a la Corona de Hernández Girón, Gil Ramírez de Ávalos, cuyo nombre no da Ocaña, salió precipitadamente del comedor y se res-guardó en la sala dedicada a las damas. Pese a los esfuerzos del padre del Inca Garcilaso, quien trató de convencer al comendador para que escapara de la casa de Loaisa por un lado del techo hacia otra residencia vecina, Ra-mírez de Ávalos, desconfiando de todos y resguardando su vida, se negó a irse con él. Más tarde, el mismo Francisco Hernández Girón rompió las primeras puertas de la sala de las mujeres para atraparlo. No llegó a destruir las segundas puertas porque desde dentro le hicieron prometer que si el comendador se entregaba, no le haría daño. Entonces Ramírez de Ávalos salió de su refugio y se rindió ante el rebelde. La noche de la sublevación de Hernández Girón en casa de Loaisa murió Juan Alonso Palomino, a quien, según el Inca Garcilaso, los rebeldes de antemano habían planificado matar en ese momento. También aniquilaron a Jerónimo Costilla, cuñado del último, y a Juan de Morales, un mercader rico; pero no mataron al comendador. Finalmente, unos cuarenta días des-

22 Vega, Garcilaso Inca de la, Historia general del Perú (Segunda parte de los Comentarios

Reales de los Incas), 3 vols., Emecé Editores, Buenos Aires, vol. 3, p. 97, 1944 [1617].

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pués del levantamiento, Francisco Hernández Girón desterró de Cusco al corregidor Gil Ramírez de Ávalos.23 La versión de Ocaña es más favorable para el comendador porque, en vez de cometer la acción oprobiosa de ocultarse entre las mujeres, como Garcilaso Inca cuenta que Ramírez de Ávalos hizo, su muerte en el momen-to justo del inicio del conflicto lo victimiza, suspende su ridiculización y, mejor aún, lo descarga de responsabilidad en las acciones subsiguientes del rebelado. Además, ante la conminación del traidor a la Corona: “¡Ea, caba-lleros, que por todos va!”, el comendador en Ocaña no se enmudece y le replica desafiante: ¡Por mí no, que soy del rey! Posiblemente, la recreación del episodio surgió no para borrar de la memoria el comportamiento pusilá-nime, específicamente, de Ramírez de Ávalos, cuyo nombre no aparece en el relato de Ocaña, sino más bien para silenciar la mácula de cobardía y restaurar el decoro de la dignidad del cargo. El enfrentamiento al transgre-sor y la voluntad de inmolación habrían sido las reacciones ejemplares de un comendador viril y meritorio y las que debían prevalecer en la memoria colectiva como elementos disuasorios de futura deslealtad al rey. La mitifi-cación del comendador como representante del rey y no como individuo debe guiar en la época la conducta tanto del funcionario como de los súbdi-tos.

El anonimato o la colectivización de los primeros conquistadores del Perú

Pasando ahora a los episodios relativos a la conquista del Perú, el primer mecanismo detectado en la Relación para sanear la evocación del apellido Pizarro es el anonimato a través de la colectivización. Este recurso consiste en la sustitución del nombre de Francisco Pizarro por el sustantivo común plural españoles para apartar del personaje la responsabilidad de acciones

23 Vega, Garcilaso Inca de la, Ibidem, vol. 3, pp. 92-108. La versión de Pedro Pizarro sobre

este evento en su Descubrimiento y conquista del Perú es muy similar a la de Garcilaso Inca; sin embargo, no especifica que la recámara hacia la que se evadió el comendador fuera la de las mujeres. Pedro Pizarro relata que Francisco Hernández se “vino á alzar en tiempo que Gil Ramírez Dávalo era corregidor. Una noche, estando en una boda de Loai-sa, vecino del Cuzco, el Gil Ramírez fué avisado por un alguacil suyo que andaban arca-buceros y se juntaban en casa de Francisco Hernández, mandando al alguacil que se lo había dicho fuese á ver qué era. Saliendo por la puerta de adonde las bodas se hacían y todos los vecinos y corregidor estaban juntos cenando, Francisco Hernández entraba con ciertos arcabuceros soldados y llegando que fué á donde cenaban, dió en ellos matando á Palomino y á otro. Gil Ramírez corregidor se metió en una cámara y de allí se dió sobre el mismo, habiendo dado la palabra Francisco Hernández de no matalle, y ansí lo hizo, y lo envió á la Ciudad de los Reyes” (Pizarro, Pedro, Descubrimiento y conquista del Perú, Imprenta y librería Sanmartí, Lima, pp. 177-178, 185 pp., 1917 [1571]).

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que para ese momento histórico se juzgan como infames. En la narración de su paso por Trujillo, en el norte del Perú, Ocaña comenta:

A las espaldas de Trujillo, en el camino de la sierra, por el camino real que viene desde la ciudad de Quito hasta Lima, está el tambo de Piscobamba,24 donde los primeros españoles que entraron en el Pirú prendieron al Inga que venía caminando desde Quito para Pachacamac. Y aquí, en este tambo, pro-metieron los indios, porque soltasen a su rey, de llenalle25 de oro y plata. Es una sala muy grande y hasta el día de hoy permanece en ella la raya que hi-cieron los españoles hasta donde los indios llenaron la sala de plata y oro26 (fol. 43v-44r; las cursivas son mías).

24 Piscobamba pueblo localizado “en la provincia y corregimiento de Conchucos” (Alcedo,

Antonio de, Diccionario geográfico de las Indias Occidentales o América, 4 vols., Atlas, Madrid, 1967 [1786-1789]). Cieza de León menciona el tambo de Piscobamba al que, al parecer, Ocaña hace referencia: “En esta provincia de los Conchucos ha habido siempre mineros ricos de metales de oro y plata. Adelante della cantidad de diez y seis leguas está la provincia de Piscobamba, en la cual había un tambo o aposento para señores, de piedra, algo ancho y muy largo” (Cieza de León, Pedro, Crónica del Perú. Primera parte, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, vol. 1, p. 108, 1984 [1553]).

25 llenalle se refiere al tambo o lugar para pernoctar. 26 El pasaje continúa con esta observación: “Y deste oro y plata que los indios dieron por

rescate del Inga, fue de lo primero que se le llevó al emperador [a] Alemaña, donde esta-ba a esta sazón y tiempo, de que quedó más aficionado a las cosas de las Indias y acudió a la conquista dellas con más cuidado desde entonces, estando cierto de la mucha riqueza que en esta tierra había, la cual, por experiencia del oro y plata que tenía presente, goza-ba”. Según la Crónica del Emperador Carlos V, de Alonso de Santa Cruz (1505-1567), el monarca no se encontraba en Alemania, sino en Aragón, presidiendo las cortes de Mon-zón, el 5 de diciembre de 1533, cuando el primer barco con parte del rescate de Atahual-pa arribó a Sevilla (el capítulo XL de la cuarta parte del relato de Santa Cruz, el cual se ocupa de los hechos de Francisco Pizarro en el Perú, tiene como fuente obvia La verda-dera relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco llamada la Nueva Castilla [1534], de Francisco de Xerez). Probablemente, Carlos V habría llegado a Zaragoza el 9 de enero de 1534, cuando atracó otra nave en la que llegaba a España Hernando Pizarro con 153,000 pesos de oro y 5,048 marcos de plata (p. 243) para el rey: “Después que el Emperador hubo acabado las Cortes de Monzón se vino la Pascua de los Reyes á la ciu-dad de Zaragoza, y habiendo estado en ella algunos días se vino á Toledo, donde estaba su Consejo, y de allí partió para visitar las ciudades de Salamanca y Toledo y Zamora... y estuvo en cada una de ellas algunos días, y se determinó venir con toda la corte á la villa de Valladolid, donde estuvo pocos días porque se comenzó á dañar de pestilencia... por donde les fué forzado irse á la ciudad de Palencia, y estuvieron en ella algunos días, y Su Majestad en los meses de Julio y Agosto y Septiembre ejercitó su Real persona en justas y torneos y juegos de cañas y otros ejercicios de caballería” (Santa Cruz, Alonso de, Cró-nica del Emperador Carlos V, Imprenta del Patronato de Huérfanos de Intendencia é In-tervención Militares, Madrid, vol. 3, p. 204, 1922 [1551]). Así, es posible que el monarca se hallara entonces en Valladolid o Palencia el 3 de junio de 1534 cuando arribaron a Se-

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Este episodio, en el que hay varias imprecisiones, parece aludir al apre-samiento de Atahualpa. En primer lugar, la sujeción de Atahualpa se llevó a cabo en Cajamarca, a donde el Inca había ido desde unos baños termales próximos (según el cronista que se consulte la distancia entre los baños y la ciudad de Cajamarca puede variar de una a dos leguas) a encontrarse con los primeros conquistadores españoles. Piscobamba, en cambio, cuenta en la relación de Miguel de Estete como uno de los lugares donde Hernando Pizarro pernoctó en abril de 1533 al regreso hacia Cajamarca de su viaje al templo de Pachacamac y a Jauja: “Otro día fue a dormir a otro pueblo que se dice Piscobamba; este pueblo es grande y está en la ladera de una sierra; llámase el cacique dél Tanguame”.27 En segundo lugar, si bien Atahualpa, en efecto, procedía de Quito, no se dirigía a Pachacamac, un templo antiguo, localizado a 31 kilómetros de la actual Lima, donde se adoraba, desde antes de la dominación inca de los valles de Rímac y Lurín, al dios Pacha Kamaq, el creador. La mayoría de los cronistas se limita a señalar la presencia del inca en los baños de Caja-

villa otras dos naves con 146,518 pesos de oro y 30,511 marcos de plata correspondiente a pasajeros y a otras personas particulares (Xerez, Francisco de, “Verdadera relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco, llamada la Nueva Castilla, conquistada por el magnífico y esforzado caballero Francisco Pizarro, hijo del capitán Gonzalo Pizarro, caballero de la ciudad de Trujillo, como capitán general de la cesárea y católica majestad del emperador y rey, nuestro señor. Enviada a su majestad por Francisco de Jerez, natural de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, secretario del sobredicho señor en todas las provincias y conquista de la Nueva Castilla, y uno de los primeros conquistadores de ella”, en Crónicas iniciales de la conquista del Perú, Plus Ultra Buenos Aires, pp. 243-244, 147-251, 1987 [1534]). En la Relación de Ocaña, Carlos V se representa desintere-sado en sus empresas de ultramar, salvo cuando aprecia ante sí las abundantes riquezas provenientes de las tierras recién conquistadas, y también, al colocarlo en Alemania, se sugiere la distancia afectiva y espacial del monarca de España.

27 Estete, Miguel de, “La Relación del viaje que hizo el señor capitán Hernando Pizarro por mandado del señor gobernador, su hermano, desde el pueblo de Caxamalca a Parcama y de allí a Xauxa”, en Verdadera Relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco, llamada la Nueva Castilla, conquistada por el magnífico y esforzado caballero Francisco Pizarro, hijo del capitán Gonzalo Pizarro, caballero de la ciudad de Trujillo, como capi-tán general de la cesárea y católica majestad del emperador y rey, nuestro señor. Envia-da a su majestad por Francisco de Jerez, natural de la muy noble ciudad de Sevilla, secretario del sobredicho señor en todas las provincias y conquistas de la Nueva Casti-lla, y uno de los primeros conquistadores de ella. Fue vista y examinada esta obra por mandado de los señores inquisidores del arzobispado de Sevilla, e impresa en casa de Bartolomé Pérez, en el mes de julio, año del parto virginal mil y quinientos y treinta y cuatro”. En Cronistas iniciales de la conquista del Perú, Plus Ultra, Buenos Aires, p. 231, 1534 [1987].

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marca sin señalar explícitamente su destino posterior.28 Que Ocaña, proba-blemente repitiendo versiones orales de los hechos, indique como destino de Atahualpa el templo de Pachacamac, enfatiza la condición idólatra del monarca. En efecto, el adoratorio de Pachacamac poseía un templo dedica-do al sol y un oráculo consultado por los incas.29 La difusión de la idea de

28 Las dos primeras crónicas sobre los hechos del Perú, La conquista del Perú, llamada la

Nueva Castilla, de autor anónimo, y La verdadera relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco, llamada la Nueva Castilla, de Francisco de Xerez, secretario de Francisco Pizarro, publicadas ambas en Sevilla en 1534, no son precisas sobre el destino de Atahualpa. De la crónica anónima podemos inferir que el Inca se dirigía hacia Cusco, ya que fue allí donde sus fuerzas militares habían vencido a su hermano Huascar, llamado Cosco en el texto: “tuvimos noticia de un gran señor llamado Atabalipa, el cual tenía gue-rra con un su hermano mayor llamado el Cozco, al cual habían desbaratado ciertos capi-tanes del Atabalipa, y él iba con gran ejército después de sus capitanes” (1987 [1534], La conquista del Perú, llamada la Nueva Castilla. La cual tierra por divina voluntad fue maravillosamente conquistada en la felicísima ventura del emperador y rey, nuestro se-ñor, y por la prudencia y esfuerzo del muy magnífico y valeroso caballero, el capitán Francisco Pizarro, gobernador y adelantado de la Nueva Castilla, y de su hermano Her-nando Pizarro, y de sus animosos capitanes y fieles y esforzados compañeros que con él se hallaron, en Crónicas iniciales de la conquista del Perú, Plus Ultra, Buenos Aires, p. 90, 89-118 pp.). La Relación oficial de Xerez, por su parte, sugiere la residencia temporal de Atahualpa en Cajamarca: “doce o quince jornadas de este pueblo [San Miguel] está un valle poblado que se dice Caxamalca adonde reside Atabaliba, que es el mayor señor que al presente hay entre los naturales, al cual todos obedecen, y que lejos tierra de donde es natural ha venido conquistando, y como llegó a la provincia de Caxamalca (por ser tan ri-ca y aplacible [sic]) asentó en ella, y de allí va conquistando más tierra” (Xerez, Francis-co de, ibidem, p. 170). La Suma y narración de los incas relata que Atahualpa, en su campaña bélica contra los pueblos a favor de su hermano, salió de Quito, recorrió y casti-gó de manera implacable las provincias enemigas y siguió hasta Cajamarca, donde los señores del lugar lo recibieron en son de paz. Allí estuvo un año hasta que “Atagualpa mandó a Cuxi Yupangue su capitán general que mandase aderezar su gente de guerra que se quería partir al Cuzco” (Betanzos, de Juan, Suma y narración de los incas, Ediciones Atlas, Madrid, p. 234, 1987 [1551]). Otros cronistas como Guaman Poma, el Inca Garci-laso de la Vega (ibidem, vol. 1, p. 54) y Agustín de Zárate (Zárate, Agustín de, Historia del Descubrimiento y Conquista del Perú, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 72, 1995 [1555]), mencionan su casa real en Cajamarca —Inca Garcilaso alude a los “palacios reales que allí tenía” (Vega, Garcilaso Inca de la, ibidem)— sin que ello deba implicar residencia permanente. Martín de Murúa (Murúa, Martín de, Historia general del Piru: Facsimile of J. Paul Getty Museum Ms. Ludwig XIII 16, Getty Research Institute, Los Ángeles, fol. 125v), 2008 [1616] y Giovanni Anello Oliva (Oliva, Giovanni Anello, Historia del reino y provincias del Perú y vidas de los varones insignes de la Compañía de Jesús, Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, p. 90, 1998 [c. 1630]), indican que Atahualpa se dirigía a la ciu-dad de Cusco.

29 Pedro Pizarro cuenta que Atahualpa estaba disgustado con el dios Pachacamac y sus sacerdotes porque sus oráculos se habían equivocado en las predicciones y los consejos

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Atahualpa como idólatra buscaría legitimar, en razón de la doctrina católica, el aniquilamiento de la persona y del poder político del Inca. En relación a la oferta de un rescate, la mayoría de los cronistas coincide en que Atahualpa, consciente del apetito de metales preciosos de los espa-ñoles, fue quien le propuso a Francisco Pizarro, a quien no se menciona en el pasaje de Ocaña, llenarle de oro y plata uno o dos recintos a cambio de su libertad. Según La conquista del Perú, llamada la Nueva Castilla (Sevilla, 1534), texto anónimo de uno de los testigos de vista del apresamiento del Inca en Cajamarca:

...el Cacique... dijo al Gobernador que bien sabía lo que ellos buscaban. El Gobernador le dijo que la gente de guerra no buscaba otra cosa sino oro para ellos y para su señor, el Emperador. El Cacique dijo que él les daría tanto oro como cabría en un apartado que allí estaba, hasta una raya blanca que allí es-taba, que un hombre alto no allegaba a ella con un palmo, y sería de veinte-cinco pies en largo y quince en ancho. Preguntóle el Gobernador que cuánta plata le daría. El Cacique dijo que trairía diez mil indios, y que harían un cer-cado en medio de la plaza, y que lo henchiría todo de vasos de plata. Que to-do esto le daría porque lo pusiese en su libertad, como antes estaba.30

La verdadera relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco, llamada la Nueva Castilla (Sevilla, 1534), de Francisco de Xerez, otro tes-tigo de vista y cronista oficial, ofrece una versión muy similar a la anterior, en la que se nombra explícitamente al inca por su nombre y de nuevo a Francisco Pizarro solo por su dignidad de gobernador:

Y porque Atabaliba temía que a él mesmo matarían los españoles, dijo al Go-bernador que daría para los españoles que le habían prendido mucha cuanti-dad de oro y plata. El Gobernador le preguntó qué tanto daría, y en qué término. Atabaliba dijo que daría de oro una sala que tiene veinte y dos pies en largo y diecisiete en ancho llena hasta una raya blanca que está a la mitad del altor de la sala, que será lo que dijo de altura de estado y medio; y dijo que hasta allí henchiría la sala de diversas piezas de oro... y que de plata da-ría todo aquel bohío dos veces lleno, y que esto cumpliría dentro de dos me-ses.31

que habían dado sobre la enfermedad de su padre Guaina Capac, sobre la guerra suya contra su hermano Huascar y sobre su supuesta victoria contra los conquistadores españo-les (Pizarro, Pedro, Ibidem, pp. 45-46).

30 La conquista del Perú, ibidem, pp. 105-106. 31 Xerez, Francisco de, ibidem, pp. 209-210.

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Una historia más tardía y relativamente más cercana a la de Ocaña tam-bién atribuye la oferta del rescate al mismo inca, sin precisar a quién se la hizo: “prometió por sí gran rescate, y así lo pagó. Y luego se hallaron tres o cuatro mil marcos de buena plata, un millón y cuatrocientos y veinte y cin-co mil y cincuenta pesos de oro. Y al fin fue, con todo esto, condenado a muerte”.32 Las dos relaciones fundacionales de 1534 sobre la conquista del Perú, citadas antes, no responsabilizan a nadie en particular de la raya trazada, según Ocaña por un colectivo que denomina los españoles, para indicar hasta donde los indígenas debían llenar la sala de metales preciosos; no obstante, otras crónicas posteriores a la de los testigos de vista la han atri-buido a Atahualpa:

Y después de todo recorrido, Atabaliba dixo al Gouernador que, pues preso lo tenía, lo tratasse bien y que por su deliberación (sic) él le daría vna quadra que allí auía llena de vasijas y de pieças de oro y tanta plata que lleuar no la pudiesse. Y como entendió que de aquello que dezía el Gouernador se admi-raua como que no lo creya, le tornó a dezir que más que aquello le daría, y el Gobernador se le ofreció que él lo trataría muy bien, y Atabaliba se lo agra-deció mucho y luego por toda la tierra hizo mensajeros, especialmente al Cuzco, para que se recogiesse el oro y plata que auía prometido para su resca-te, que era tanto que parecía imposible cumplirlo, porque les auía de dar vn portal muy largo que estaua en Caxamalca, hasta donde el mismo Atabaliba estando de pie pudo alcanzar con la mano, todo el derredor lleno de vasijas de oro (según he dicho), y para este efeto hizo señalar esta altura con vna línea colorada al derredor del portal.33

Dos crónicas del siglo XVII ofrecen versiones similares. En ellas no se señala tampoco a quién hace Atahualpa el ofrecimiento de metales. Además se puede notar cómo en la segunda cita el encarcelamiento del inca también se hace colectivo: 1) “Y ansi lo q’ mas acertado le parecio fue tratar deres-cate diciendo que lo pagaria abundantissimo y poniendose en pie en la sala donde estaba presso hizo una raya en la pared diciendo que asta alli hichiria de oro y plata y se lo daria si le soltaban y daban libertad”34 y 2) “Metiéron-lo en un aposento de piedra pulida, aunque no muy grande; éste prometió lleno de oro por su rescate hasta una raya que él hiço puesto de punti-

32 Murúa, Martín de, Historia del origen, y genealogía real de los reyes ingas del Piru. De

sus hechos, costumbres, trajes, y manera de gobierno, Testimonio, Madrid, fol. 45r., 2004 [1590].

33 Zárate, Agustín de, ibidem, p. 77. 34 Murúa, Martín de, 2008 [1616], ibidem, fol. 127v.

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llas”.35 La Suma y narración de los incas varía esta versión al indicar que, en su solicitud de rescate a Atahualpa, Francisco Pizarro, por su nobleza, marcó un término cuya altura fue inmediatamente rebasada por otra mayor que estableció el inca: “porque la virtud y gran magnificencia del Marqués era grande y como le tuviese preso díjole al Atagualpa que le diese cierta casa llena de oro y plata hasta una señal que le señaló en ella y que le solta-ría y como oyó decir el Atagualpa al Marqués que le soltaría respondió el Atagualpa y dijo que él se la hincharía de oro y plata mucho más arriba de aquella señal señalándole otra señal más arriba de la que el Marqués le se-ñaló”36. La versión de Ocaña no solo ignora el nombre de Atahualpa sino que le quita protagonismo al colectivizar la propuesta del rescate a cambio de su vida. Además, elimina el carácter personal del trato de palabra esta-blecido entre el inca y el conquistador Francisco Pizarro: la vida del empe-rador a cambio de los metales preciosos.37 Meses más tarde, Pizarro

35 Montesinos, Fernando de, Anales del Perú, Impresora de Gabriel L. y del Horno, Madrid,

2 vols., vol. 2, p. 76, 1906 [1642]. 36 Betanzos, Juan de, ibidem, p. 283. 37 Otro de la familia, Pedro Pizarro, primo hermano de los conquistadores, paje de Francis-

co Pizarro desde los quince hasta los dieciocho años y testigo de vista de los hechos de Cajamarca, señala que el trato fue también escriturario: “Pues vístose preso Atabalipa, temió le matarían el día siguiente porque había entendido el apellido que el Marqués traía venía á favorescer a su hermano Guáscar, el cual tenían ya preso sus capitanes, y había poco que le había venido la nueva dello; y temiendo lo que digo, otro día de mañana dijo que le llamasen la lengua que quería hablar al Marqués. Venido, pues, que fué el D. Mar-tinillo le dijo que dijese al Marqués D. Francisco Pizarro que no le matase, y que él le da-ría mucho oro y plata. Pues entendido esto por el Marqués, le mandó traer ante sí, y le preguntó lo que decía, y él le dijo lo que á la lengua había dicho: el Marqués le preguntó qué tanto oro y plata daría? [sic] El Atabalipa dijo que hinchiría un aposento a donde el Marqués estaba, de oro, y el galpón grande que tengo dicho, donde se recogieron los es-pañoles, le hinchiría dos veces de plata, por su rescate. ¡Manda cierto de gran número! Y dicho esto el Marqués D. Francisco Pizarro, por consejo de sus capitanes y suyo, hizo llamar un escribano y diese por fe lo que este indio mandaba, y asimismo preguntó al in-dio ¿qué para quién mandaba esto? y él respondió que para todos los que se habían halla-do en Caxamalca á su prisión y habían desbaratado su campo: (estos españoles que allí se hallaron en Caxamalca serían hasta dioscientos [sic]). Y este auto y declaración ante es-cribano fué la causa de su muerte, como adelante se dirá” (Pizarro, Pedro, ibidem, p. 34). Que el trato entre Inca Atahualpa y Francisco Pizarro supuestamente constó por escritura pública es un aspecto muy poco conocido o escasamente mencionado en otras crónicas y demuestra los procesos complejos de selección que intervienen en la composición de na-rrativas. De hecho, Pedro Pizarro, lo incluye, pero problematiza la existencia del docu-mento de una manera rebuscada para justificar la muerte de Atahualpa. Al final, el documento se torna contra el inca porque Almagro, sus hombres y unos oficiales del rey que vinieron después de que se levantó la escritura sobre el convenio Atahualpa/Pizarro opinaban que “el tesoro que Atabalipa había mandado era, sin número, y que si se guar-daba el auto questaba hecho, que ellos nunca habrían nada. Acordaron pues los oficiales y

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violaría el convenio, derretiría los metales, repartiría el botín entre sus hombres y le daría garrote a Atahualpa. Los episodios del enjuiciamiento y de la muerte de Atahualpa no constan en la versión de Ocaña. Además de estas ausencias conspicuas, el monje cuenta que, después de haber obtenido el rescate, los españoles llevaron al inca a Trujillo. Curiosamente, este traslado ficticio de Atahualpa se realiza sobre sus andas con lo que se deja implícito que los conquistadores le per-miten al prisionero conservar su dignidad real. Una vez en Trujillo, según la narración de Ocaña, los habitantes españoles de la ciudad se abalanzaron sobre el inca para arrebatarle las andas de oro:

Y después que cogieron los españoles todo aquel thesoro, trujeron al Inga a esta ciudad de Trujillo. Y los españoles que salieron, viendo que el Inga venía sentado en un tablón de oro y que los indios le traían en los hombros, por qui-talles la tabla de oro en que venía el Inga sentado, hicieron una barbaridad38 grande que fue cortar con las espadas las manos de los indios que le traían; los cuales, por no dejar caer en el suelo a su rey, tantas cuantas ellos cortaban tantos se iban ofreciendo y acudían a tener al Inga en el tablón de oro para que no cayese, señal del grande respecto que a su rey tenían y de la mucha crueldad de los españoles, pues por quitalles el oro les cortaban las manos (fol. 43v-44r).

Almagro que Atabalipa muriese, tratando entre sí que muerto Atabalipa se acababa el au-to hecho acerca del tesoro” (Pizarro, Pedro, ibidem, p. 49). Al final, en la configuración narrativa de Pedro Pizarro —quien se esfuerza, rocambolescamente, por defender las de-cisiones de su amo y por restarle responsabilidad en el aniquilamiento del inca— otros actores influyen en el fin de Atahualpa, entre ellos el faraute indígena Felipillo, que ena-morado de una de las consortes de Atahualpa, acusó al inca ante Pizarro de confabulación con sus generales para venir contra los españoles en Cajamarca: “Almagro y los oficia-les... apretaron al Marqués con muchos requerimientos, y la lengua con su parte que ayu-daba con sus retruecos, vinieron á convencer al Marqués que muriese Atabalipa” (Pizarro, Pedro, ibidem, p. 49). Por otra parte, la versión del indígena andino Guaman Poma es opuesta a la de Pedro Pizarro. Guaman Poma adjudica toda la responsabilidad de la condena de Atahualpa a Francisco Pizarro y escribe que ni Diego de Almagro ni el res-to de los conquistadores aceptaron la sentencia de Pizarro contra el inca: “había pronun-ciado un auto y sentencia don Francisco Pizarro a cortarle la cabeza a Atagualpa Inga, no quiso firmar don Diego de Almagro ni los demás la dicha sentencia, porque daba toda la riqueza de oro y plata y lo sentenció; todos dijeron que lo despachase al emperador preso para que allá restituyese toda la riqueza de este reino. / Atagualpa Inga fue degollado y sentenciado, y le mandó cortar la cabeza don Francisco Pizarro” (Guaman Poma de Aya-la, Felipe, Nueva crónica y buen gobierno, Biblioteca Ayacucho, Caracas, vol. 1, p. 284, 1980 [1615]).

38 Barbaridad ‘fiereza y crueldad’ (Diccionario de Autoridades, ibidem); Covarrubias no registra barbaridad, pero registra bárbaro en una de sus acepciones como ‘despiadado y cruel’ (Covarrubias Horozco, Sebastián de, ibidem).

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Algunos aspectos de este pasaje de Ocaña, como la observación de la crueldad de los españoles, se asemejan a la versión del Inca Garcilaso de la Vega del momento del apresamiento de Atahualpa en Cajamarca. Se distin-guen, no obstante, en la centralidad de Francisco Pizarro como líder del asalto al inca y en el señalamiento de la codicia suya y de sus allegados:

Los españoles de a caballo salieron de sus puestos, y a toda furia arremetie-ron con los escuadrones de los indios y alancearon todos los que pudieron, sin hallar resistencia. Don Francisco Piçarro y sus infantes acometieron al rey Atahuallpa con grandíssima ansia que llevavan de prenderle, porque, ganada aquella joya, pensavan tener en su poder todos los tesoros del Perú. Los in-dios, en gran número, rodearon y cercaron las andas del Rey, por que no le trompillassen ni hiziessen otro mal. Los españoles los hirieron cruelmente, aunque no se defendían más de ponerse delante, para que no llegassen al In-ca. Al fin llegaron, con gran mortandad de los indios, y el primero que llegó fué Don Francisco Piçarro, y, echándole mano de la ropa, dió con él en el suelo, aunque un historiador dize que le asió por los cabellos, que los traía muy largos; engañóse, que los Incas andavan sin cabellos.39

El historiador a quien se refiere el Inca Garcilaso es Agustín de Zárate, quien también coincide con Ocaña en el aspecto de cómo los indígenas reemplazaban en el sostén de las andas a aquellos que resultaban muertos. Zárate cuenta además cómo el mismo Pizarro resultó herido en el momento de su apresamiento de Atahualpa porque los españoles deseaban un trozo del tablero de oro del inca:

...y el Gouernador acometió con la infantería azia la parte donde venía Ataba-lipa, y llegando a las andas, començaron a matar los que las lleuauan, y ape-nas era muerto vno, quando en lugar dél se ponían otros muchos a porfia. Y viendo el Gouernador que si se dilataua mucho la defensa los desbaratarían, porque, aunque ellos matassen muchos indios, importaua más vn christiano, arremetió con gran furia a la litera, y echando mano por los cabellos a Ataba-lipa (que los traya muy largos), tiró rezio para sí y le derribó, y en este tiempo los cristianos dauan tantas cuchilladas en las andas, porque eran de oro, que hirieron en la mano al Gouernador, pero en fin él le echó en el suelo y, por muchos indios que cargaron, le prendio.40

El elemento del cercenamiento de las manos de los indígenas que trata-ban de sostener en alto al inca en Cajamarca —no en Trujillo, como señala Ocaña— se repite en varios textos. Por ejemplo, lo refiere La conquista del

39 Vega, Inca Garcilaso de la, ibidem, vol. 1, p. 76. 40 Zárate, Agustín de, ibidem, p. 76.

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Perú, llamada la Nueva Castilla con el protagonismo de Francisco Pizarro: “el Gobernador llegó a sus andas, aunque no le dejaban llegar, que muchos indios tenían cortadas las manos y con los hombros tenían las andas de su señor, aunque no les aprovechó su esfuerzo, porque todos fueron muertos y su señor preso por el Gobernador”,41 y la Suma y narración de los incas:

...y llegaron ciertos de a caballo a las andas do el Ynga estaba y con las espa-das cortaban los brazos y manos de los señores y principales que las andas tenían a cuestas por derribar las andas y que el Ynga saliese dellas y aunque les cortaban los brazos y manos ellos forcejeaban a sustentar las andas con los troncones que les quedaban hasta que mataron ciertos dellos y las andas estuvieron en medio derribadas.42

Casi todos los cronistas que se ocupan de la narración de los hechos entre los españoles y Atahualpa hacen mención, en algún u otro punto, de las andas de oro del inca: “estabase olgando y tomando placer en Tome-bamba, llebaronle entonces las andas de oro en que andaban los yngas seño-res”.43 Otro tópico al que aluden, casi invariablemente, es a la avidez de los españoles. En algunos escritores, como en Ocaña, estos dos elementos con-vergen en el instante del apresamiento de Atahualpa, en otros, surgen en distintos momentos de la narración. Por ejemplo, las andas de oro puede ser un elemento para alimentar la codicia latente de los conquistadores y/o para destacar el fausto del cortejo del emperador: “partio de los baños dichos con una magestad y ostentación nunca vistas. Llebabanle en unas andas que ya diximos le avian traido del Cuzco definisimo oro, cuyo asiento era un ta-blón de lo mismo y encima un coxin de lana muy preciada, guarnecido de piedras ricas”,44 mientras que la codicia se manifiesta, como en el pasaje citado del Inca Garcilaso, en el ansia de atrapar al Inca y en su metonimiza-ción (“ganada aquella joya, pensavan tener en su poder todos los tesoros del Perú”), en el deseo de conquistar la tierra y de recibir el rescate en metales precisos por el prisionero.

Cuatro Pizarros en uno

El segundo mecanismo detectado en la Relación de fray Diego para lavar el estigma de la sedición de los Pizarros consiste en la reducción de la identi-dad de los cuatro hermanos al nombre del líder de la conquista del virreina-

41 La conquista del Perú, ibidem, p. 103. 42 Betanzos, Juan de, ibidem, p. 277. 43 Murúa, Martín de, 2008 [1616], ibidem, fol. 125r. 44 Murúa, Martín de, 2008 [1616], ibidem, fol. 126v.

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to del Perú, cuyo prestigio, después de los desmanes de la guerra civil entre pizarristas y almagristas, parece haber quedado salvaguardado, en parte por su preeminencia en la empresa de la conquista. Desde el punto de vista de los intereses de la Corona, Francisco Pizarro fue siempre el principal con-quistador del Perú. La Crónica del Emperador Carlos V, de Alonso de San-ta Cruz, deja constancia en la Península cómo el rey premia y distingue, con particular celo, la pujanza del mayor de los Pizarros. Al final del capítulo XLVI de la cuarta parte, se narra cómo al recibir el tesoro del rescate de Atahualpa, Carlos V concedió títulos nobiliarios a los conquistadores y reenvió de inmediato a Hernando Pizarro, emisario de su hermano, en bús-queda de más metales de las Indias:

En este año vinieron de la provincia del Perú, en las Indias occidentales, mu-chas naos, y vino en ellas mucho oro y plata, así de Su Majestad como de particulares conquistadores que se habían hallado en la conquista de aquella tierra, porque se habían hecho en ella otras fundiciones de oro y plata que se había traído de la ciudad del Cuzco y de otras provincias, y el Emperador mandó tornar á volver á Hernando Pizarro al Perú, haciéndole merced de un hábito de Santiago, y á su hermano Francisco Pizarro de ciertos lugares, nombrándole Marqués por el buen servicio que le había hecho, y la ida de Hernando Pizarro fué para recoger del Gobernador [Francisco Pizarro] y de Diego de Almagro, al cual envió Su Majestad título de Mariscal, y de perso-nas particulares españoles y de indios, como por vía de empréstito, todo el más oro y plata que pudiese, y Su Majestad mandó labrar en Sevilla mucha moneda de reales y ducados con las armas acostumbradas que se solían poner en tiempo del Rey D. Fernando.45

Si bien Santa Cruz no especifica en esta instancia que se trata de las riquezas del rescate de Atahualpa, el momento de la llegada de los barcos y el contexto de este pasaje lo confirman. De la misma manera, en el Perú, después de fallecido, la memoria y la imagen de Francisco Pizarro se tratan con tiento. En la Instrucción al licen-ciado don Lope García de Castro (1570), de Titu Cusi Yupanqui (c. 1533-1570), por ejemplo, se evita acusar a Francisco Pizarro de los desmanes de sus hermanos Juan, Hernando y Gonzalo, quienes se convierten en el texto en los culpables absolutos de las prisiones de Manco Inca y quienes le de-mandan, cada uno en distintos momentos, la entrega de metales preciosos y de la coya, su consorte.46 En este sentido, interpreto la cautela de Titu Cusi

45 Santa Cruz, Alonso de, ibidem, vol. 3, pp. 224-225. 46 La Instrucción al licenciado don Lope García de Castro, de Titu Cusi Yupanqui, docu-

mento dirigido, como su título indica, al gobernador Lope García de Castro, pero en últi-ma y auténtica instancia al rey, busca establecer la legitimidad de Titu Cusi Yupanqui

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Yupanqui —en trabajo conjunto con el agustino Marcos García, el escri-bano Martín de Pando y fray Diego de Ortiz—,47 como una estrategia para no distanciar al monarca en el momento de la lectura. Otro ejemplo en la Instrucción al licenciado don Lope García de Castro es que la muerte de la coya se narra sin insistir en su violencia enorme. Betanzos, pese a que no se muestra favorable a Manco Inca en su Relación, cuenta la crueldad del final de la coya y cómo fue ordenado por Francisco Pizarro:

…el Marqués mandó que luego sacasen la mujer de Mango Ynga que allí te-nía presa y que la vareasen48 y quemasen y ansí la varearon y quemaron y echáronla un río abajo y esto hecho vino el Marqués al Cuzco y sabido por Mango Ynga esto hizo que fuesen muchos indios el río abajo y que le busca-sen este cuerpo de su mujer y ansí le buscaron y halláronlo y lleváronselo y hizo con él gran llanto y todas sus ceremonias y sacrificios.49

Finalmente, Martín de Murúa ejemplifica otro autor que no se atreve a condenar a Francisco Pizarro y asume una actitud aparentemente neutral y, ciertamente, evasiva cuando, al historiar sobre el acuerdo entre el conquis-tador y Atahualpa del pago de rescate a cambio de la libertad del inca, pri-mero se autocensura al suprimir algunas líneas de su historia y luego se circunscribe a esconder su juicio tras una astuta escisión moral cuya resolu-

como inca para que la Corona le conceda los bienes necesarios para su vida fuera de Vil-cabamba. Titu Cusi se propone “dar a entender a su Magestad del Rey don Phelipe nues-tro señor, debaxo de cuyo amparo yo me he puesto, quién soy y la necesidad que, a causa de poseer su Magestad y sus vasallos la tierra que fué de mis antepasados, en estos mon-tes padezco” (Titu Cusi Yupanqui, History of How the Spaniards Arrived in Peru. Dual-Language Edition, Hackett Publishing Company, Indianápolis, p. 6, 180 pp., 2006 [1570]). También esta obra denuncia, a partir de sus experiencias dolorosas y, más aún, las de su padre Manco Inca con tres de los hermanos Pizarros, el final brusco de un orden y la imposición igualmente violenta de otro.

47 El acto de traducción de la Instrucción al licenciado don Lope García de Castro es parti-cularmente complejo porque en él intervienen Titu Cusi Yupanqui, mencionado en la cita siguiente como Diego de Castro, por el nombre del gobernador tomado en su bautizo y el agustino Marcos García, quien traduce y articula el texto. Tal vez está también influido en algo por fray Diego de Ortiz y mediado en parte por el escribano Martín de Pando: “Yo, Martín de Pando, Escriuano de comissión por el muy Ilustre señor el Licenciado Lope García de Castro, Gobernador que ffué de estos Reinos, doy ffee que todo lo arriba escripto lo rrelató y ordenó el dicho padre a insistión del dicho don Diego de Castro, lo qual yo escriuí por mis manos propias de la manera que el dicho padre me lo rrelataua, siendo testigos a lo veer escriuir e rrelatar, el rreuerendo padre fray Diego Ortiz” (Titu Cusi Yupanqui, ibidem, p. 160).

48 Varear ‘dar golpes con vara o palo’; también ‘herir los toros o fieras con vara larga o cosa semejante’ (Diccionario de Autoridades, ibidem).

49 Betanzos, Juan de, ibidem, p. 302.

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ción quedaría a cargo del lector: “Concertado el rescate y prometido que le darían libertad, traido lo que ofrecía, con buena o mala intención del mar-qués Don Francisco Pizarro, Ataohualpa despachó50 a Quisquis, su general, que estaba en el Cuzco con su exercito” (el énfasis es mío).51 Pese al sigilo precavido al escribir sobre Francisco, los acontecimientos históricos proyectaban infamia sobre los hermanos Pizarros. Las acusacio-nes menores fueron para Hernando Pizarro por la ejecución de Diego de Almagro en Cusco, después de vencer su facción en la batalla de las Salinas en 1538; los más graves, que alcanzaron también a Hernando y deslustraron el apellido familiar, fue la acusación de traición a la Corona de Gonzalo Pizarro. Después de acaudillar una rebelión contra el virrey Blasco Núñez Vela, Gonzalo resultó vencido por Pedro de la Gasca, enviado de Carlos V. Atrapado por el bando oficialista y juzgado por el cargo ignominioso de crimen de lesae magestatis, su único destino fue la muerte por decapitación pública en 1548.52

50 Despachó “envió un despacho o emisario”. En Covarrubias, despachar es “enviar correo

con cartas” (Covarrubias Horozco, Sebastián de, ibidem). 51 La autocensura de Martín de Murúa se muestra en las líneas anteriores a las citadas arri-

ba. Después de escribir sobre el trato con Atahualpa y cómo “aceptáronlo todos con el Marqués Don Francisco Pizarro y sus hermanos”, el mercedario tacha las líneas siguien-tes: “como si el prissionero fuera avido en buena guerra y la que se havia hecho contra él fuera justa y aprobada de suerte que lícitamente le uvieran vencido provocados por el con injurias y malas obras obiera negado comidas o hecho agravios a los spañoles o a trayción querídolos matar pero la codicia ynsaciable como raíz e fuente y origen de todos los ma-les los tenia ciegos y añublado el entendimiento para que no entendiessen quan contra las reglas de justicia y equidad procedían no ay que espantar que les pareciesse licito y justo el llevar rescate a un Rey tan contra razón y verdad injustamente detenido y presso” (Murúa, Martín de, ibidem, fol. 127v., 2008 [1616]). Sobre el móvil de la oferta de Atahualpa, Murúa recrimina con severidad que el inca “conoscio el humor y codicia tan insaciable de los spañoles y con este medio la quiso apagar y satisfacer si pudiese” (ibidem).

52 El delito de lesae magestatis era el crimen peor visto y de mayor afrenta para el acusado y su familia, pero el ajusticiamiento público por sí solo era ya un estigma suficientemente infame. De la persistencia de esta mácula durante la época colonial da cuenta una de las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma titulada “Amor de madre (1696): Crónica de la época del virrey «Brazo de Plata»”. El relato se ubica durante el mandato del virrey Mel-chor Portocarrero Lasso de la Vega (1689-1705), conde de la Monclova, comendador de Zarza en la Orden de Alcántara y vigésimo tercer virrey del Perú de 1690 a 1705. Este obtuvo el apodo al sustituir su brazo derecho, perdido en la batalla de las Dunas de Dun-querque (Flandes, 1658) por una prótesis de plata. La tradición de Palma cuenta el sacri-ficio de una madre que, para evitar que sus hijos cargaran con el estigma de un padre ajusticiado públicamente, decide declararse culpable de infidelidad a su marido y, con esa admisión falsa, justifica el asesinato de un marqués por el que habían condenado a su es-poso ludópata. Así, ella resulta deshonrada, pero el esposo se salva de la ejecución. El crimen del marido queda catalogado como un acto justo para vengar la supuesta afrenta

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Hernando Pizarro, por su parte, sufrió prisión en el Castillo de la Mota de Medina del Campo, España, desde 1543 hasta 1561, debido, por un lado, al pleito interpuesto por los almagristas en venganza de la ejecución infame de su líder Diego de Almagro y, por otro, a la sospecha de rebelión e infide-lidad al rey que lo salpicó inexorablemente. Al lograr el perdón real, debió restituir gran parte de su fama, pero no recuperó el título de marqués otor-gado a su hermano mayor Francisco Pizarro.53 Este honor nobiliario, un privilegio adquirido gracias a las aspiraciones expansionistas de la Corona, fue suspendido tras la muerte de Francisco Pizarro en Lima en 1541.

Francisco Pizarro en la meseta del Collao

A su llegada a Porco, donde se encontraban los depósitos argentíferos más importantes después de los de Potosí, Ocaña se siente sobrecogido ante las oquedades de la montaña, cavadas en busca del metal desde antes de la invasión española. Los socavones de Porco se explotaron durante el tiempo de supremacía inca sobre los territorios aymaras. Después de integrarse al dominio de los cuatro suyus o Tawantinsuyu, los mallku aymaras, señores regionales, le cedieron los depósitos de plata de Porco al Inka Pachacuti. Al arribo de los conquistadores españoles a Cochabamba en 1538, encabezados por Hernando y Gonzalo Pizarro, Kuysara, señor principal de los Charca, resistió la entrada europea, pero Inca Paullu intervino para convencer a los mallku de que entregaran sus territorios a los ocupantes:

Kuysara, buen funcionario del Tawantinsuyu hasta el final, se disculpó ante el Inka y, replegándose a su propia tierra, transfirió su obediencia formalmen-te a Su Majestad y a los hermanos Pizarros en Awkimarka. En este lugar, la

del marqués. La tradición se cierra con la elocuente confesión dramática de la mujer quien, en su lecho de moribunda, confiesa ante sus hijos la verdad: “El mundo olvidará —les dijo— el nombre de la mujer que os dio la vida; pero habría sido implacable para con vosotros si vuestro padre hubiese subido los escalones del cadalso. Dios, que lee en el cristal de mi conciencia, sabe que ante la sociedad perdí mi honra porque no os llama-sen un día los hijos del ajusticiado” (Palma, Ricardo, Tradiciones peruanas completas, Aguilar, Madrid, pp. 480-483, 1964).

53 La Biblia registra una posición escindida respecto a la culpa y sus consecuencias para la descendencia del pecador. Al tratar sobre la prohibición de adorar otros dioses, el libro declara: “Porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen y hago mise-ricordia a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:5). Por el contrario, en otro pasaje se lee: “El alma que pecare, ésta morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre el pecado del hijo, la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ezequiel 18:20).

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conquista de Charcas fue reconocida por la mayoría de los Mallku de la re-gión… Kuysara, por su parte, les regaló a Su Majestad y a los Pizarros las minas de plata de Porco, que antes se habían regalado al Inka Pachacuti.54

De regreso a la Relación de Ocaña, en su sección sobre Porco, el texto muda el nombre de los conquistadores de la meseta del Collao:

En busca destas minas vino don Francisco Pizarro; habiendo primero, para llegar aquí, pasado muchos trabajos en las batallas que tuvo con los indios, porque como eran tan pocos españoles y los indios, en tanta multitud, que cu-brían la tierra, y la distancia del camino que anduvieron, tanta —que hay se[is]cientas y treinta leguas desde el puerto de Manta55 hasta aquí, las cuales anduvieron por tierra de contino con las armas a cuestas porque en muchas partes del camino les hicieron resistencia—. Aunque luego, como los indios oían las escopetas, huían diciendo que eran dioses y que tiraban rayos. Y co-mo veían el fuego de la escopeta desde lenjos y veían caer tantos indios muertos entre ellos, luego iban huyendo (fol. 166r).

Según Zárate, la conquista de la región del Collao la asumió original-mente Hernando Pizarro, pero este, al enterarse de la presencia de su her-mano Francisco en Cusco, se marchó a encontrarse con él y delegó en Gonzalo la empresa. Gonzalo “llegó a descubrir hasta la prouincia de los Charcas, donde le cercaron muchos indios de guerra que sobre él vinieron, y le pusieron en tanto aprieto que fue forçado a Hernando Piçarro a boluerlo a socorrer desde el Cuzco con mucha gente de a cauallo”.56 En la versión de Garcilaso Inca de la Vega, Francisco Pizarro designó la conquista del Co-llao y de los Charcas a su hermano Gonzalo Pizarro: “Gonçalo Pizarro fué al Collao, con mucha y muy luzida gente. A los principios hizieron los in-dios poca resistencia, mas cuando los vieron en los términos de los Charcas, alexados ciento y cincuenta leguas del Cozco, los apretaron malamente y les dieron muchas batallas, en que hubo muchas muertes de ambas partes y los indios mataron muchos cavallos”.57

54 Platt, Tristan, “Señorío aymara y trabajo minero. De la mita al k’ajcheo en Potosí (1545-

1837)”, en José Villa Rodríguez (ed.), Potosí: Plata para Europa, Universidad de Sevi-lla, Sevilla, pp. 189-211, 2000.

55 Manta ‘Pueblo del partido de Puerto Viejo en la provincia y gobierno de Guayaquil y reino de Quito, fundado por Francisco Pacheco el año de 1535; tiene un buen puerto muy frecuentado de las embarcaciones que van y vienen del Perú a Tierra Firme’ (Alcedo, An-tonio de, ibidem).

56 Zárate, Agustín de, ibidem, p. 129. 57 Vega, Garcilaso Inca de la, ibidem, vol. 1, pp. 239-240.

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Una de las mayores empresas de Gonzalo en la zona era la explotación de las minas de plata de Porco, las cuales fueron, como las llama Capoche, “la grosedad del reino”58 antes de que se descubrieran las de Potosí en 1545. La Relación de Ocaña atribuye este provecho a Francisco Pizarro:

Luego como llegó a este pueblo el don Francisco y vido tan grande riqueza de plata —que el mundo entonces no tenía cosa semejante—, maravillado por una parte y por otra contentísimo, comenzó a labrar estas minas por su cuen-ta. Y de aquí fue de donde envió la plata al emperador, que a esta sazón esta-ba en Alemania. Y de solos quintos59 que pagó de la plata que había sacado, le envió al emperador la gran suma de plata que todo el mundo sabe. Y dicen los antiguos60 destos reinos, que todas las semanas sacaba ochenta mil pesos de plata ensayada... Yo subí a ver los socavones61 de don Francisco Pizarro; y es grandísima la profundidad que tienen. Y la consideración que yo tenía de que todo aquel vacío había sido plata, me causaba más admiración (fol. 166r-166v).

Según las fuentes historiográficas, en el pasaje anterior, Ocaña debía referirse a Hernando Pizarro y, aún más, a Gonzalo Pizarro y no a Francis-co, ya que en el repartimiento que hace Francisco Pizarro “del reino y pro-vincia de los Charcas” les corresponden sendas propiedades a sus hermanos: “dió un repartimiento muy bueno a su hermano Hernando Piçarro y otro a Gonçalo Pizarro”.62 Por otra parte, las alusiones de que Carlos V se encontraba en Alemania (error que Ocaña comete también en el capítulo XI de su Relación cuando trata del envío del rescate de Atahualpa al rey español) y de que Francisco Pizarro le mandó una ingente cantidad de plata de todos conocida, muestran que Ocaña podría estar mezclando aquí hechos desconectados en el tiempo y en el espacio: los episodios célebres de los envíos exorbitantes que hace Francisco Pizarro a Carlos V del rescate de Atahualpa, acumulado en Cajamarca (arriban a Sevilla en diciembre de 1533, enero de 1534 y junio de 1534) y el envío de Gonzalo Pizarro de los quintos correspondientes a la explotación argentífera en Porco (a partir de 58 Capoche, Luis, Relación general del asiento y Villa Imperial de Potosí y de las cosas más

importantes a su gobierno, dirigida al Excmo. Sr. Don Hernando de Torres y Portugal, conde del Villar y virrey del Perú, Biblioteca de Autores Españoles, vol. 122, Ediciones Atlas, Madrid, p. 77, 69-221 pp., 1959 [1585].

59 Quinto correspondía al 20 por ciento de lo obtenido, el cual debía enviarse, por obliga-ción del súbdito, al rey.

60 Antiguo ‘anciano’ (Covarrubias Horozco, Sebastián, ibiem). 61 Socavones ‘Para remedio de esta tan gran profundidad de minas se inventaron los soca-

vones: unas cuevas, que van hechas por debajo desde un lado del cerro, atravesándolo hasta llegar a las vetas’ (Diccionario de Autoridades, ibidem).

62 Vega, Garcilaso Inca de la, ibidem, vol. 1, pp. 239-240.

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1538/1539). De hecho, para el momento en que Francisco Pizarro decide encargar a Gonzalo del liderazgo de la expedición en búsqueda del país de la canela, debe llamar a su hermano que se encuentra ocupado en el estable-cimiento de la recién fundada villa de La Plata (1538/1539) y “en dar orden y asiento para gozar del repartimiento de indios que le havía cabido”.63 En otro momento álgido, a la llegada al Perú en 1544 del nuevo virrey Blasco Núñez Vela, provisto de su determinación y sus medidas para implantar las Leyes Nuevas, los vecinos de Huamanca, Arequipa, Chuquisaca y Cusco decidieron nombrar a Gonzalo Pizarro como “procurador general que ha-blasse por todas cuatro y por todo el reino” ante el virrey en contra de las ordenanzas reales. En este tiempo, Gonzalo se encontraba “en los Charcas, en su repartimiento” a donde lo fueron a convocar por carta los encomende-ros.64 Así, la sección sobre Porco de la Relación del jerónimo sugiere que los metales del rescate de Atahualpa provinieron de la explotación de las minas de Porco de la meseta del Collao por Francisco Pizarro y no de un trato rescindido entre el nuevo gobernador y el inca prisionero.

Francisco Pizarro muere en la batalla de Sacsayhuaman

Para concluir con las referencias a los Pizarros, causa extrañeza que el texto de Ocaña se equivoque en pormenores tan impactantes como la muerte del mayor, Francisco, causada por estocadas múltiples de sus contendientes almagristas. Los nuevos amos del Tawantinsuyu necesitaban lavar su repu-tación para proteger sus intereses políticos y económicos en las Indias; es decir, para refrendar sus derechos y los de la Corona sobre el territorio. Así, debían elevar al líder de la conquista a héroe épico para restar importancia a la sangrienta división interna entre los conquistadores. No puede obviarse que, paradójicamente, uno de los argumentos para ejecutar a Atahualpa y de la toma española del Imperio incaico fue su orden de asesinato contra Huas-car en la lucha de los dos hermanos incas por la mascapaicha o insignia real. El fin poco digno de Francisco Pizarro, arrinconado en su palacio li-meño, herido con múltiples armas blancas, a manos de otro grupo de con-quistadores, tal vez intentó borrarse. En efecto, Ocaña relata la muerte del gobernador en Sacsayhuaman, uno de los monumentos megalíticos más impresionantes del Nuevo Mundo, localizado en la parte alta de Cusco:

En la cuesta desta fortaleza fue donde mataron al valeroso don Francisco Pi-zarro una tarde, por subir a ganar la fortaleza y quitalla a los indios. Y como

63 Ibidem, vol. 1, p. 243. 64 Vega, Garcilaso Inca de la, op. cit., vol. 2, pp. 29-30.

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eran tantos y la cuesta tan derecha, arrojaban muchas piedras grandes por la cuesta abajo y, como él estaba peleando con una espada y rodela, llegó una piedra destas grandes y dándole en las piernas, se las quebró. Y después, de rodillas, fueron tantos los indios que mató de los muchos que cargaban sobre él, que tenía alrededor de sí un montón de cuerpos muertos. Y al fin, aquella tarde murió el don Francisco Pizarro sin ganar la fortaleza. Y su cuerpo está enterrado en la iglesia mayor desta ciudad (fol. 337v-338r).

El manuscrito del monje jerónimo se equivoca de nuevo. Francisco Piza-rro murió a manos de Juan de Herrada y otros almagristas en Lima, el 26 de junio de 1541.65 Quien murió en Sacsayhuaman fue Juan Pizarro, el menor de los cuatro Pizarros, durante la lucha contra las fuerzas de Manco Inca por recobrar el lugar, retomado por los guerreros incaicos en 1536. Manco, investido como Inca por Francisco Pizarro, había sido hecho prisionero en Cusco por Gonzalo y Juan Pizarro. Según Zarate, el inca le mandó a pedir en misiva a Juan Pizarro que lo dejara en libertad a lo que este, quien se encontraba en campaña en Collao, accedió; sin embargo, Hernando Pizarro, a su llegada a Cusco de la expedición a Pachacamac, no dejaba de tener al inca bajo vigilancia estricta. Manco le solicitó permiso a Hernando para ir a Yucay a participar en unos festivales sagrados. Le prometió además que le llevaría una estatua de oro puro, la cual era la representación de su padre Huayna Capac. Hernando, salivando en anticipación, lo dejó marchar de Cusco. Manco aprovechó la oportunidad para reunir sus fuerzas militares y liderar una rebelión. Uno de sus capitanes se apoderó por seis días de la fortaleza de Sacsayhuman: “Y en la toma della mataron a Iuan Piçarro vna noche, de vna pedrada que le dieron en la cabeça, porque, a causa de otra herida que antes tenía, no se auía podido poner la celada”.66 Además, se- gún las fuentes históricas, Juan Pizarro no murió en la cuesta que conduce hacia Sacsayhuaman, sino peleando en este mismo sitio, empleado en esa coyuntura como fortaleza. Allí se resguardaban el sumo sacerdote inca Vila Oma y un ejército indígena. Los españoles “les coxieron las quatro puertas de la ffortaleza, desde los muros de la qual, que son muy fuertes, [los nati-vos] arrojauan muchas galgas, tirauan muchas flechas, muchos dardos, mu-chas lanças que ffatigaban grauemente a los españoles, con las quales

65 Zárate, Agustín de, ibidem, pp. 149-151. El padre Ruiz Naharro señala una fecha con

diferencia de dos días. Relata que, muerto Diego de Almagro, el mayor, “[v]engaron su muerte D. Diego de Almagro, su hijo que hubo en una india en la ciudad de Panamá, Juan de Rada y otros once amigos suyos, quitando la vida a traición y a puñaladas al Marqués D. Francisco Pizarro, día de S. Juan del año de 1541, a 24 de junio en esta Ciudad de los Reyes: tiempo en que andaba Gonzalo Pizarro en el descubrimiento de la Canela” (Ruiz Naharro, Luis, ibidem, p. 212).

66 Zárate, Agustín de, ibidem, p. 108.

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galgas mataron a Joan Piçarro y a dos negros y muchos indios de los que les ayudaban”.67 En este pasaje de Ocaña, el cual debió recoger en Cusco de fuentes orales, hay una magnificación de los últimos momentos de lucha de Francisco Pizarro —salvo que se trata de Juan Pizarro en realidad. Obvia-mente, en este punto del enfrentamiento, habría cuerpos de indígenas muer-tos a su alrededor, pero debían ser de los nativos aliados, ya que, inicialmente, las fuerzas de Vila Oma atacaban parapetados tras los podero-sos muros hasta que los españoles lograron entrar y arrebatarles Sacsay-huaman.

Conclusión

Propongo que la Relación de viaje de fray Diego de Ocaña permite al lector contemporáneo conocer las versiones orales de los hechos históricos, reco-gidas, inadvertidamente, por el monje jerónimo de labios de criollos y espa-ñoles a comienzos del siglo XVII, casi tres cuartos de siglo después de la entrada de Francisco Pizarro y sus hombres al Tawantinsuyu en 1531. La oportunidad de confrontar esas breves versiones orales, llevadas al texto escrito del puño de Ocaña, con otros documentos historiográficos de la épo-ca colonial demuestra que las inexactitudes, reinterpretaciones y reinven-ciones mayores y más numerosas se relacionan con la llegada de Francisco Pizarro, sus hermanos y el resto de los primeros conquistadores al Imperio incaico, el choque de los mismos con Atahualpa y el logro del rescate del inca. Así como el manuscrito de fray Diego revela las versiones que circu-laban, también descubre por su ausencia, los aspectos históricos que inten-taban corroerse de la memoria colectiva. En la Relación de Ocaña no hay noticia de que pese a la entrega del rescate ofrecido o exigido —dependiendo de la fuente—, Atahualpa resulta enjuiciado ni de que, acu-sado de idólatra, de incesto, de conspirar contra los españoles y también de fratricidio, por haber ordenado la muerte de su hermano Huascar, los con-quistadores lo condenan a morir quemado.68 La rebelión de Gonzalo Pizarro, el cargo de lesa majestad que se le im-putó y su consiguiente decapitación empañaron la fama de los hermanos conquistadores y el mal del olvido, endémico en las tierras que Ocaña tran-sita, según reitera, conveniente en este caso para el oficialismo, arruinó la conservación de los recuerdos de sus logros a favor de la Corona en el vi-rreinato del Perú. En el caso del líder, Francisco, no obstante, la situación es

67 Titu Cusi Yupanqui, ibidem, p. 102. 68 Por su conversión de último momento, evade la hoguera y se le conmuta la forma de

muerte por la del garrote (Pizarro, Pedro de, ibidem, p. 50).

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diferente. El orgullo del triunfo de la conquista y la necesidad de articular y mantener viva su épica gloriosa rescataron su imagen para refrendar el de-recho de la Corona española sobre el territorio. Entre los recursos para la eliminación de las máculas del apellido Piza-rro, se halla la colectivización en la tradición oral del apresamiento y encie-rro de Atahualpa y la atribución de la caída del inca a una masa de españoles sin nombre que codicia sus andas de oro. Su agarrotamiento con-troversial en el patíbulo no se menciona en la Relación de Ocaña como tampoco aparece el topónimo Cajamarca. Otro mecanismo analizado fue la superposición del nombre de Francisco en los espacios donde el resto de los hermanos realizaron acciones muy conocidas y ventajosas para Carlos V. Así, para inicios del siglo XVII, la identidad de los Pizarros parece haberse subsumido en el virreinato del Perú en la persona del marqués. A la larga, esta estrategia agrandó el rol primordial de Francisco Pizarro y salvó su imagen para la representación de la nación peruana misma. Ciertamente, este conquistador ha disfrutado de promotores de fama y reputación, mien-tras los otros tres Pizarro resultaron eclipsados. Gonzalo, en especial, no es considerado digno de ser recordado. En los momentos de redacción del manuscrito de Ocaña, la evocación de un tambo, un pueblo, una ciudad, un puente o un monumento megalítico activan, como la magdalena –ponqué o bizcocho− en la novela En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, la memoria del fraile de lo aprendido de su visita a esos lugares y además, tal vez, simultáneo al proceso de compo-sición, el jerónimo consulta a algunos de sus allegados sobre la historia de esos puntos geográficos. Descreo que la continua mención de Francisco Pizarro en reemplazo del nombre de sus hermanos ocurra por descuido o desmemoria de Ocaña. Se trata, en mi opinión, de un esfuerzo de la elite gobernante de legitimar el orden colonial con la mitificación del marqués mientras intenta corroer de la memoria colectiva la infamia de sus herma-nos, particularmente la de Gonzalo. Los nombres de tres de los Pizarros se pierden en las mentes del colectivo, intencionalmente desmemoriado, del virreinato del Perú a inicios del siglo XVII porque, entre otras razones y como no debe perderse de vista, los vecinos de las ciudades andinas más importantes de la época de la rebelión de Gonzalo —Huamanga, Arequipa, Chuquisaca y Cusco— tuvieron responsabilidad en su hybris.

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HISTORIA SOBRE LA SISMOLOGÍA DEL CARIBE SEPTENTRIONAL

Mario Octavio COTILLA RODRÍGUEZ*

Abstract

The work includes briefly the seismological history of over 500 years on the North Caribbean. In this segment have been determined approximately 100 strong earthquakes and 28 tsunamis with important economic damages. The estimated maximum magnitude was 8.2. The main features and differ-ences of the insular countries are exposed. They are seismic actives, but with very limited economic resources. Key words: Caribbean, History, Seismology.

Resumen

El trabajo recoge brevemente la historia de más de 500 años sobre la sismo-logía del Caribe Norte. En este segmento han ocurrido aproximadamente 100 terremotos fuertes y 28 tsunamis, que han producido un importante número de muertos (~106) y cuantiosas pérdidas económicas. La magnitud máxima estimada ha sido de 8.2. Se muestran las principales características y diferencias de los países, todos insulares, de una región sísmicamente activa, pero con muy limitados recursos económicos. Palabras clave: Caribe, historia, sismología.

Introducción

La principal intención del trabajo es mostrar, brevemente, el surgimiento de la Sismología en el segmento del Caribe Norte, su evolución histórica, las principales personalidades e instituciones científicas en este campo, el esta-do actual de las investigaciones, y las principales fuentes bibliográficas que

* Departamento de Física de la Tierra, Astronomía y Astrofísica I, Facultad de Ciencias

Físicas, Universidad Complutense de Madrid, España, correo electrónico: [email protected]

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pueden ser de utilidad para tareas de estudio y preparación de especialistas y autoridades gubernamentales. Éste es el primer trabajo que expone estos datos para el conjunto de países de esta región.

Figura 1. El Caribe. El año del descubrimiento aparece entre paréntesis acompa-

ñando al nombre del país. El Caribe Septentrional (Figura 1) está formado por un conjunto de ar-chipiélagos e islas, independientes y con niveles socio-económicos y cultu-rales diversos. El conjunto se ha denominado Arco de la Antillas Mayores. Los países que le constituyen son: Cuba (C), Haití (H), Jamaica (J), Puerto Rico (P), y República Dominicana (D). El caso de D y H es único en el Caribe; ya que están incluidos en la misma isla, La Española, pero desde siempre han tenido sociedades distintas. En el trabajo hemos incluido a Islas Caimán (I) por su localización espacial y la importancia regional de los eventos sísmicos asociados a ellas. Las costas de estos países son baña-das por el Mar Caribe. Éste tiene una superficie de 2,763,800km2; y en él hay dos fosas marinas profundas: 1) Puerto Rico (8,340m), 2) Oriente (7,686m), pero con características diferentes. El término Antillas proviene del portugués (Antilha). A esta región se le conoció inicialmente también como Islas Caribes (de significado caníbal). Hay un total de 700 islas, y aclaramos que se incluye en esa banda a Las Bahamas; primer sitio donde arribó Cristóbal Colón en 1492, y que por lo general se desconoce. En la Tabla 1 se indican, por países, los datos sobre: año del descubri-miento, área, capital, idioma, población, y Producto Interior Bruto (PIB).

  100º 90º 80º 70º

30º

20º

OCÉANO PACÍFICO

GOLFO DE MÉXICO

OCEANO ATLÁNTICO

MAR CARIBE

ESTADOS UNIDOS DE NORTEAMÉRICA

CUBA (1492)

MÉXICO (1501)

GUATEMALA (1523)

HONDURAS (1524)

LAS BAHAMAS (1492)

ANTILLAS MENORES

LA ESPAÑOLA (1492)

JAMAICA (1494) PUERTO RICO (1493)

HAITÍ REPÚBLICA DOMINICANA

ANTILLAS MAYORES

F1

HOYA DEYUCATÁN

ESTRECHO DE LA FLORIDA

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Este último término se entiende como el valor de todos los bienes y servi-cios finales producidos dentro de una nación en un año determinado. Las informaciones se tomaron, principalmente, de dos instituciones: Fondo Mo-netario Internacional, y Banco Mundial, de los años 2010 y 2011. En la Tabla 2 están los datos físico-geográficos más relevantes. El conjunto de informaciones se obtuvo, en su mayoría, a partir de las siguientes fuentes: Abbad (1970); Alcedo (1786, 1826); Anuario Estadístico de Cuba (2000); CIAT (1988); CIESIN (2005); IHSI (1997); Martínez Barrios (1946); Oficina Nacional de Estadística de República Dominicana (2002); Pichardo (1854); Population Census of Jamaica (2001); y US Census Bureau of Puerto Rico (1990). Toda esta información la consideramos muy importante, no sólo para ilustrar al lector, sino para evitar errores detectados, por el autor, en no pocas exposiciones orales y escritas sobre la región, al referirse a ella de forma incorrecta. Por ejemplo, decir que el Caribe es Suramérica.

Tabla 1 Datos socio-económicos sobre las islas del Caribe Septentrional

País

Año deldescubrimiento /

Año de la Indepen-dencia

Colonizado por / Idioma / Capital

Población (106) habitantes / PIB

nominal per cápita USD (año)

Cuba 1492 / 1898 España / Español / Ciudad de La Habana

11.177/57,490 (2010)

Haití 1492 / 1804 Francia / Francés / Puerto Príncipe

7.939/7,346 (2011)

Islas Caimán

1503 / - Inglaterra / Inglés / George Town

0.35/35,000 (2010)

Jamaica 1494 / 1962 Inglaterra / Inglés / Kingston

3.505/14,440 (2011)

República Dominicana

1492 1865 España / Español / Santo Domingo

8.265/93,230 (2011)

Puerto Rico 1493 / 1898 España / Inglés y Español / San Juan

3.835/96,210 (2010)

Nota: PIB= Producto Interior Bruto. Desde el arribo, documentado (siglo XVI), de los primeros europeos a la región caribeña se ha reflejado y difundido, diferentemente, su actividad sísmica (AS). Toda esta parte septentrional ha sufrido fuertes terremotos y tsunamis. Sin embargo, la influencia de las tormentas tropicales (ciclones y huracanes) por sus mayores frecuencias de repetición, con respecto a los terremotos, por los grandes y graves daños, lamentables pérdidas humanas

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que siempre llevan asociadas son más y mejor conocidas (Poey, 1855c). En este sentido existe una “cultura caribeña” muy arraigada en la sociedad de cómo proceder y protegerse en contingencias de este tipo. Así, los gobier-nos, de un signo político u otro, destinan esfuerzos y recursos de acuerdo con su nivel económico. En la mayoría de esos países hay observatorios y universidades que estudian y siguen el surgimiento y desarrollo de los me-teoros. No obstante, la ayuda de los Estados Unidos es fundamental para los sistemas de alerta e investigación.

Tabla 2 Datos físico-geográficos de las islas del Caribe Septentrional

Altitud máxima

(m)

Área (km2)

Longitud de costas

(km)

Longitud máxima

(km)

Río

principal

Cuba 1,974 111,634 ~5,750 ~1,260 Cauto

Haití 3,175 26,876 1,771 ~430 Artibonite Islas Caimán

43 264 160 ~50 —

Jamaica 2,230 11,060 800 243 Río Negro República Dominicana

2,680 48,351 1,575 390 Yaque del Sur

Puerto Rico 1,338 9,104 501 150 El Grande de Loiza

El apoyo de los Estados Unidos también se percibe con el estudio y re-gistro de la sismicidad del Caribe. Ellos han contribuido, diferentemente, con la creación de la denominada red MIDAS (Middle American Seismo-graph Consortium). Todos estos países caribeños están asociados a ella. También es importante la existencia de varias revistas científicas que cum-plen el objetivo de divulgar, en cualquier idioma, los resultados obtenidos. El Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH), de la Organiza-ción de los Estados Americanos (OEA) es el encargado de algunas de las revistas y también de financiar proyectos de investigación en la región. Aclaramos que C no pertenece a la OEA. Es evidente, que un trabajo de este tipo tiene, siempre, una cierta carga subjetiva, de la que su autor es el único responsable. No obstante, enfrentar una tarea como ésta se justifica a partir de la cantidad de personas que viven en ese entorno (~40.106), y por sus muy limitados recursos económicos. Además, la importante cantidad de referencias incluidas aquí, permiten al lector comprobar la fundamentación del trabajo.

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Antecedentes

Grandes ideas y resultados científicos para el campo sismológico, en el sentido amplio del término, de alcance regional hay muchos en el contexto mundial. Entre ellos citamos: 1) Catálogo de terremotos de Europa (Kàrnik, 1969); 2) Escala de intensidades sísmicas MSK-1964; 3) Escala macrosís-mica Europea de 1988; 4) Mapa sismotectónico de Europa (Buné et al., 1970); 5) Red de Estaciones Sísmicas de Europa y Global (GEOFON). Consideramos que este conjunto es un buen modelo para el Caribe. Europa, como conjunto de países independientes y desarrollados, es un ejemplo de redes de estaciones sísmicas permanentes y catálogos de terre-motos (Moreira, 1984). Entre esos países están: Alemania, España, Italia y Francia. Todos ellos tienen también redes de estaciones locales y regiona-les, que no siempre enlazan con su red nacional. En ellos hay mapas de peligrosidad sísmica, mapas sismotectónicos, catálogos de isosistas, y catá-logos de mecanismos focales (Henares Romero y López Casado, 2001; IGN, 1992; Mezcua, 1982; Udías et al., 1989). Sin embargo, son escasos los ma-teriales comunes; así mencionamos que desde los trabajos de Buné et al. (1970), Gatinsky y Rundquist (2004), McKenzie (1972), Udías y Buforn (1991), y Udías et al. (1989) no abundan estudios de tipo regional que in-cluyan a la totalidad de Europa. Es conocido que el PIB de estos países europeos es superior, con dife-rencia, a los del área del Caribe Septentrional. Ellos son países del denomi-nado “Primer Mundo” y todos pertenecen a la Unión Europea, poseen instituciones y universidades de alto nivel, tienen revistas y carreras univer-sitarias de la especialidad. En particular, Alemania y Francia que, sin ser países con una sismicidad significativamente alta, fabrican equipos sismo-lógicos de excelente calidad. Para el caso del Caribe y sus islas en específico, también existen no po-cos estudios sobre la historia sísmica (Alcedo, 1786, 1826; Álvarez et al., 1984, 1985, 1999; Asencio, 1980; Barr y Robson, 2007; Brown, 1907; Chuy y Álvarez, 1988; Cornish, 1908; Cotilla, 1999a, b, 2007; Cotilla y Córdoba, 2008, 2010a, b, 2011a; Cotilla y Udías, 1999a; Davidson, 1907; Delanoy, 1996; Eberhard et al., 2010; Fielding, 1919; Fuller, 1907; Grases, 1974, 1990; Gutenberg y Richter, 1954; Hall, 1912, 1922; ISU; ISC; ISS; Iñiguez et al., 1975; Lynch y Bodle, 1948; Lynch y Shepherd, 1995; Mallet, 1852-1854; McCann et al., 2010; Montadon, 1962; Montessus de Ballore, 1894; Moreaus de Jonnes, 1822, 1829; Pacheco y Sykes, 1992; Pereira y Turnovsky, 1978; Perrey, 1843, 1845; Pichardo, 1854; Poey, 1855a, b, 1857; PRSN; Reid y Taber, 1919; Reyes, 1977; Robson, 1964; Robinson et

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al., 1957; Rockwood, 1876, 1880; Sherer, 1912, 1914; Shepherd y Aspinall, 1980, 1983; Shepherd y Lynch, 1992; Shepherd et al., 1986; 1993; Sykes y Ewing, 1965; Taber, 1920, 1922; Tippenhauer, 1893; Tomblin y Robson, 1977; Wiggins-Grandison, 1996, 2001), también de las zonas continentales (Centeno Grau, 1969; Fiedler, 1961; Morales, 1989; Rojas et al., 1993; Schubert, 1994). Sin embargo, hasta este momento no había un trabajo donde se incluyesen datos que permitieran una comparación histórica y contemporánea. Destacamos que, probablemente, la primera cooperación internacional por terremotos en América se produjo con el evento del 26 de marzo de 1812 de Venezuela. Conocidas las muy elevadas cifras de pérdidas huma-nas y económicas, Estados Unidos envió cuatro navíos con alimentos (Humboldt y Bonpland, 1807). Y uno de los primeros científicos que argu-mentó sobre la necesidad de realizar investigaciones conjuntas en el campo sismológico, para el Caribe y América del Sur, fue Andrés Poey (1868). Su exposición, netamente científica, a raíz del fuerte terremoto de 1868 en la región de Perú-Ecuador-Chile, la realizó en México. Sin embargo, las auto-ridades gubernamentales, de entonces, impidieron la tarea. No es hasta que en el cuarto final del siglo XX que se alzan voces en esa línea: Spilhaus (1975) escribió al respecto de las investigaciones geofísicas en América: “…los profesionales de este rico y variado campo, que trasciende los lími-tes de las disciplinas científicas y de los intereses nacionales, tienen una oportunidad única de servir a la sociedad…”. En ese pensamiento queda claro que lo más importante es la sociedad en general, la Humanidad. Poco después Estrada Uribe (1976) expuso una propuesta de Código Latinoame-ricano sobre Riesgo Sísmico. También aquí se comprueba la necesidad de ir de lo particular a lo general, para nuestro caso desde las islas al Caribe. Y finalmente, Grases (1986) argumenta la idea de la reconstrucción histórica de los terremotos del Caribe. Así, sobre esos precedentes en Cotilla (1999a, b, 2007) y Cotilla y Udías (1999a) están las bases del presente trabajo. Esos autores sostienen que para América, en su conjunto, existe un gran volumen de información sobre la sismicidad histórica. Pero, que lamentablemente no hay homogeneidad en las búsquedas y los estudios. Esto también se refleja, lamentablemente, en la parte instrumental, de la que se hablará posteriormente. Además, en la región de estudio destacan dos formas, diferentes, de realizar y divulgar las investigaciones científicas: 1) la marcadamente occidental por la influencia de Estados Unidos, en la mayor parte de las islas; 2) la “soviética” aplicada en C. En el último caso, no siempre fue así (Cotilla, 1999b, 2007). Esas diferencias también lastran la cooperación.

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Geología y tectónica

El área del Mar Caribe, América Central, y los bordes norte de América del Sur y Las Antillas Mayores y Menores se incluyen en una pequeña placa litosférica, que da continuidad a la estructura tectónica global. Esa placa, denominada Caribe, está localizada entre otras placas de mayores dimen-siones: Norteamérica, Suramérica, Cocos, y Nazca (Molnar y Sykes, 1969) (Figura 2). Todo el conjunto es sísmicamente activo, pero no hay actividad volcánica en el margen septentrional, desde el Eoceno-Oligoceno. También indicamos que D, H, J, y P están agrupados en la placa Caribe, y C se em-plaza en la placa de Norteamérica. Dadas esas localizaciones resulta que los dos grupos de islas tienen diferentes características: geodésicas, morfoes-tructurales, morfotectónicas, neotectónicas, y sísmicas. Aunque poseen rasgos físico-geográficos similares. La región septentrional del Caribe constituye un arco de islas que se desarrolló durante el Cretácico inferior. Ésta ha sido estudiada, por sectores,

Figura 2. Esquema del marco tectónico del Caribe. Aparecen: Flechas negras gruesas= Sentido del movimiento de las placas; Líneas negras

continuas= Zonas de fallas; Fallas: FCN= Cauto-Nipe, FNC= Nortecubana, FOO= Oriente, FSE= Septentrional, FSW= Swan, FWPEG= Walton-Gonave-Enriquillo; Microplacas: MG= Gonave; MHPR= La Española-Puerto Rico Localidades y zonas: BR= Elevado de Beata; CG= Centro de Generación; EN= Elevado de Nicaragua; PV= Paso de los Vientos; ZLP= Zona límite de placas; Cuencas: CC= Colombia, CV= Venezuela; Fosas (si-glas): FO-O= Oriente, FO-PR= Puerto Rico, FO-M= Muertos.

16 °

20 °

24 º BAHAMAS

OCÉANO ÁATL NTICOG LF M XICOO O DE É

MAR CARIBE

CUBA

JAMAICA

LA ESPAÑOLA

PUERTO RICO

YUCAT NCUENCA DE

Á

ISLAS I ÁCA M N FO-OPVYUCAT NÁ

FO-M

FO-PR

PLACA DE E ÉNORT AM RICA

PLACA CARIBE

CG

FO

FWPGEFSW

MGMHPR PAM

FNC

FNC

ZLP

EN

EB

CC CV

FCN

FSE

- 80 ° - 70 °

F2

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desde el punto de vista: 1) geofísico (Andrew, 1969; Bernard y Lambert, 1988; Bourgois et al., 1979; Bowin, 1966, 1968, 1975, 1976; Bracey y Vogt, 1970; Caytrough, 1979; Compagnie Generale de Geophysique, 1999; Drully, 1994; Holcombe et al., 1973; Horsfield y Roobol, 1975; Maufret y Leroy, 1997; Reblin, 1993; Renard et al., 1992; Rosencratz y Sclater, 1986; Rosencratz y Mann, 1991; Rosencratz et al., 1988); 2) geológico (Brookes, 1984; Burke et al., 1980, 1981; Byrne et al., 1985; Case y Holcombe, 1980; Case et al., 1984; Chiessa y Mazzoleni, 2001; DeMets et al., 2000; Deng y Sykes, 1995; de Zoeten y Mann, 1992; Horsfield, 1974, 1975); 3) morfoes-tructural (Cotilla y Córdoba, 2009b; Cotilla et al., 1997a, b, 2007a, 2009a; González et al., 2003); 4) morfotectónico (Cotilla y Córdoba, 2011b; Von Huene et al., 1995); 5) neotectónico (Burke et al., 1981; Cotilla y Córdoba, 2010c; Cotilla et al., 1991c; Jansma et al., 2000; Mann y Burke, 1984; Mann et al., 1984; Masson y Scanlon, 1991; Pubellier et al., 1991); 6) tec-tónico (Bracey y Vogt, 1970; Byrne et al., 1985; Calais et al., 1992; Case y Holcombe, 1980; Cotilla y Udías, 1999b; DeMets et al., 1990, 2000; Deng y Sykes, 1995; Dolan y Wald, 1998; Mann et al., 1995, 1998; Molnar y Sykes, 1969; Palme et al., 2001; Prentice y Mann, 1995; Pubellier et al., 2000; Rubio et al., 1994; Russo et al., 1992; Taber, 1920, 1922; Van Dusen y Doser, 2000). En este sentido se tiene un cuadro bastante elaborado sobre su estructura y los principales elementos neotectónicos, que lógicamente ayudan en la interpretación de la sismicidad. Las determinaciones de los mecanismos focales de los terremotos ocu-rridos en el Caribe Norte (Cotilla, 1998; Perrot et al., 1997; Molnar y Sykes, 1969) muestran que el patrón principal de desplazamiento lateral de las placas es localmente diferente (Cotilla, 1993, 1998). Esto conlleva a considerar que la estructura es heterogénea. Al respecto Cotilla y Álvarez (1991) y Cotilla et al., (1991a) han determinado que las zonas de origen de terremotos y los espesores de la capa sismogenética son diferentes. En el trabajo emplearemos los modelos de Cotilla y Udías (1999b) y Cotilla et al. (1991b). Esos autores presentan una descripción y un modelo geodinámico, coherente con los datos, para la zona septentrional del Caribe (Figura 3). En ellos hay una sucesión lateral y escalonada de cuatro blo-ques: Swan, Gonave, Cuba Oriental, Dominicana-Puerto Rico. Estos blo-ques son diversos en cuanto a: composición, morfología y dinámica. Sin embargo, aunque heterogéneos no están aleatoriamente dispuestos, sino que responden a la dinámica regional (Rubio et al., 1994). En ellos aparecen las islas de nuestro interés.

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Figura 3. Geodinámica del Caribe Septentrional. Aparecen: Flechas negras gruesas= Sentido del movimiento de las placas; Líneas negras

gruesas= fallas; Círculos negros= epicentros; Microplacas): H-PR= La Espa-ñola-Puerto Rico, MG= Gonave; Unidad Noetectónica de Cuba Oriental= UNOR.

Terremotos más importantes

La información sobre terremotos ocurridos en el Caribe (Figura 4) se en-cuentran, principalmente, en: Álvarez et al., 1984, 1985, 1999; Ambrasseys, 1995; Bakun et al., 2012; Barr y Robson, 2007; Bernard y Lambert, 1988; Betancourt Ruiz, 1972; Brown, 1907; Burbach et al., 1984; Camacho y Viquez, 1993; Centeno Grau, 1969; Chuy y Álvarez, 1988; Cornish, 1908; Cotilla, 1993, 1998, 2003; Cotilla y Córdoba, 2008, 2009a, 2010a, b, 2011a; Cotilla et al., 1997a; Cruz y Wyss, 1983; Davidson, 1907; Delanoy, 1996; Dolan y Wald, 1998; Eberhard et al., 2010; Fielder, 1961; Fielding y Taber, 1969; Fuller, 1907; Goes et al., 1991; Grases, 1974, 1990; Gutenberg y Richter, 1954; Hall, 1912, 1922; Iñiguez Pérez et al., 1975; Kovach, 2004; Lynch y Bodle, 1948; Lynch y Schepherd, 1995; Mallet, 1852, 1854; McCann, 1985, 2009; McCann et al., 2010; Molnar y Sykes, 1989; Mon-tandon, 1962; Montero, 1989, 1999; Montessus de Ballore, 1894; Moraus de Jones, 1822, 1829; Nealon y Dillon, 2001; Pacheco y Sykes, 1992; Pal-me et al., 2001; Pereira y Turnovsky, 1978; Poey, 1855, 1855a, 1857; Pren-tice y Mann, 2005; PRSN; Ramírez, 1975; Reid y Taber, 1919; Reyes,

 

-78º -76º -74º -72º -70º -68º -66º

16º

18º

20º

22º

CUBA

JAMAICA

LAS BAHAMAS

PUERTO RICO

PLACA DE ENORT AMERICA

PLACA DEL CARIBE

MG

MH-PR

R. aDominican

Ha ti í

UNOR

F3

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1977; Robinson et al., 1958; Robson, 1964; Rockwood, 1876, 1880; Rojas et al., 1993; Russo et al., 1992; Scherer, 1912, 1914; Shepherd y Aspinall, 1980, 1983; Shepherd y Lynch, 1992; Shepherd et al., 1986, 1993; Schu-bert, 1983; Singh et al., 1984; Sykes y Ewing, 1965; Taber, 1920; Tippen-hauer, 1983; Tomblin y Robson, 1977; Van Dusen y Dosen, 2000; y Wiggins-Grandison, 1996. De las Tablas 3 y 4 se tiene con un alto grado de fiabilidad, la cantidad de terremotos por intervalo de magnitud [7-7.5)= 15, [7.5-8)= 12, y >8.0= 2 (Figura 4). Atendiendo a la selección de los 29 terremotos con M> 7.0 y para 448 años documentados comprobamos que cada 16 años, aproxima-damente ocurre un evento de esa magnitud. Mientras que entre los dos con M> 8 transcurrieron 65 años; pero hasta el año 2010, 168 años después del último de ellos, no se ha producido ninguno. También es significativo que desde el año 1492 al 1842 en D (M= 8.2) transcurrieron 350 años, y desde 1493 al 1787 en P (M= 8.0) pasaron 294 años. La diferencia temporal entre esos terremotos, de atenernos a la estadística de la repetitividad no es igual; ya que otro evento de esa magnitud en D debería ocurrir en el año 2192, mientras que para el caso de P sería el año 2081. Así la diferencia sería de 111 años.

-78º -74º -70º -66º

16º

20º

CUBA

JAMAICA

PLATAFORMA DE BAHAMAS

LA ESPAÑOLA PUERTO RICO

71914

8

5 43

25

26

13

1510

OCÉANO ÁATL NTICO

MAR CARIBE

23

9

29

F4

RD

H

2

21

24

28

6

27111

16

22

20

CCPM

Figura 4. Sismicidad más importante del Caribe Septentrional. Aparecen: Flechas negras gruesas= sentido del movimiento de las placas; Líneas negras

gruesas= fallas; Círculos negros = epicentros; 12= Identificativo del terremo-to (véase Tabla 3); CC= Cabo Cruz, H= Haití, PM= Punta de Maisí, RD= República Dominicana.

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Tabla 3 Terremotos más fuertes del Caribe Septentrional

Núm. Fecha Coordenadas M Fallas del País 01 03.12.1562 19.6 N / 70.8 O 7.2 Norte D 02 20.04.1564 19.6 N / 70.8 O 7.0 — D 03 09.05.1673 18.4 N / 70.3 O 7.5 Sur D 04 1684 18.4 N / 70.3 O 7.5 Sur D 05 07.06.1692 17.8 N / 76.8 O 7.5 Sur J 06 1692 18.2 N / 77.0 O 7.75 Sur J 07 18.10.1751 18.5 N / 70.7 O 7.25 Sur H 08 04.06.1770 18.6 N / 72.6 O 7.5 Centro-Sur H 09 02.05.1787 19.7 N / 72.8 O 8.0 Norte P 10 07.05.1842 19.8 N / 72.2 O 8.2 Norte H 11 1842 19.5 N / 71.5 O 7.7 Centro-Norte D 12 07.07.1852 19.7 N / 79.0 O 7.5 — I 13 18.11.1867 18.0 N / 65.5 O 7.3 Norte P 14 23.09.1887 19.4 N / 73.4 O 7.9 Norte H 15 29.12.1897 20.1 N / 71.2 O 7.5 Norte H-D 16 14.06.1899 18.0 N / 77.0 O 7.3 Sur J 17 21.06.1900 20.0 N / 80.0 O 7.2 — I 18 01.01.1910 16.5 N / 84.0 O 7.1 — I 19 06.10.1911 19.0 N / 70.5 O 7.0 — H 20 24.04.1916 18.5 N / 68.0 O 7.2 Sur D-P 21 20.02.1917 19.46 N / 78.0 O 7.3 Sur I 22 27.07.1917 19.0 N / 67.5 O 7.0 Norte P 23 11.10.1918 18.5 N / 67.5 O 7.3 Sur D-P 24 07.04.1941 17.43 N / 78.68 O 7.1 Sur J 25 29.07.1943 19.25 N / 67.5 O 7.5 Norte D-P 26 04.08.1946 19.5 N / 69.5 O 7.8 Norte D 27 08.08.1946 19.5 N / 69.5 0 7.5 Norte D 28 21.04.1948 19.2 N / 69.2 O 7.3 Sur D 29 12.01.2010 18.3 N & 72.3 O 7.0 Sur H

Nota: M= magnitud, D= República Dominicana, H= Haití, I= Islas Caimán, J= Jamaica,

P= Puerto Rico.

Tabla 4 Cantidad de terremotos fuertes (M> 7.0) de los países del Caribe Norte

Magnitud

7.0 7.1 7.2 7.25 7.3 7.5 7.7 7.75 7.8 7.9 8.0 8.2 Σ 4 2 3 1 5 8 1 1 1 1 1 1 29

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En las Tablas 5-10 están los datos de otros terremotos importantes para cada una de las islas, no incluidos en la Tabla 3. La valoración realizada por Cotilla (2007), en cuanto a la menor magnitud de los sismos del segmento de Cuba Suroriental (Mmáx= 6.9) con respecto al resto del Caribe Septen-trional, se comprueba con estos datos. En el sector desde Cabo Cruz a Punta de Maisí no hay eventos con magnitud igual o mayor que 7.0 (Figura 4); sin embargo en el segmento paralelo del sur, donde está J si hay. Esto confirma la diferenciación de la AS más fuerte, no solo lateral sino transversal, en-torno a la fosa Oriente (Cotilla et al., 1991c), y que se corresponde con lo expuesto en el epígrafe anterior.

Tabla 5 Terremotos importantes de Cuba

Núm.º Fecha M / I H (km) Muertos

1 11.02.1678 6.75 / 8 30 —

2 11.06.1766 6.8 / 9 25 ~40

3 14.10.1800 6.4 / 8 20 ?

4 18.09.1826 6.4 / 8-9 30 ?

5 07.07.1842 6.8 / 8 30 ?

6 20.08.1852 6.4 / 9 30 2

7 23.01.1880 6.2 / 8 20 3

8 03.02.1932 6.75 / 8 30 14

9 26.08.1990 5.9 / 8 10 —

10 25.05.1992 6.9 / 8 23 —

Nota: H= profundidad (km), I= Intensidad Sísmica (Escala MSK), M= magnitud.

Tabla 6 Terremotos importantes de Haití

Núm. Fecha M / I H (km)

1 09.11.1701 6.6 / 30

2 21.11.1751 6.5 / 8 30

3 09.04.1860 6.7 / 8 50

4 19.08.1881 5.5 / 7 —

5 11.05.1910 6.5 / 8 30

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Tabla 7 Terremotos importantes de Jamaica

Núm. Fecha M / I Muertos

1 11.11.1812 / 8 Muchos

2 14.01.1907 6.5 / 9 ~1,000

3 22.03.1907 / 8 ~1,000

4 03.08.1914 / 7 —

5 01.03.1957 6.9 / 8 4

6 13.01.1993 / 7 2 Nota: I= Intensidad Sísmica (Escala MSK), M= magnitud.

Tabla 8

Terremotos importantes de Islas Caimán y sus alrededores

Núm. Fecha M H (km)

1 14.06.1925 6.5 90

2 10.12.1954 6.25 80

3 25.07.1962 6.0 —

4 10.04.1982 6.0 10

5 14.12.2004 6.8 10 Nota: H= profundidad (km), M= magnitud. La Figura 5 muestra, para las magnitudes mayores (M> 7.0), que la AS no se comportado de forma regular en el periodo 1492-2013, o al menos no es posible determinar el patrón de repetitividad regional con fiabilidad. Sin embargo, si es factible apreciar un nivel de actividad muy intenso entre los años 1787 y 1948. En ese intervalo de 161 años han ocurrido 21 terremotos con esas magnitudes; mientras que entre 1492 y 1787 (295 años) sólo hay ocho eventos. Con los datos aportados se puede confirmar la segmentación de las zo-nas de origen de terremotos (Cotilla y Álvarez, 1991; Cotilla y Udías, 1999b; Cotilla et al., 1991a; Rubio et al., 1994). En este caso queda claro que hay al menos dos partes bien diferenciadas: 1) norte de La Española; 2) norte de Puerto Rico.

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Figura 5. Representación de los sismos más importantes del Caribe Norte. Siglas: D= República Dominicana, H= Haití, I= Islas Caimán, P= Puerto Rico. Véase

Tabla 3.

Tabla 9 Terremotos importantes de Puerto Rico

Núm. Fecha M / I Núm. Fecha M / I

1 07.09.1615 7.75 / 12 30.08.1865 / 6 2 15.08.1670 — 13 26.08.1874 / 5-6 3 30.08.1740 — 14 09.12.1875 / 7-8 4 25.05.1829 — 15 15.08.1890 — 5 28.07.1830 — 16 27.09.1906 / 6 6 14.07.1831 — 17 04.08.1908 / 6 7 12.09.1833 — 18 10.02.1920 6 / 6.5 8 05.05.1844 / 7-8 19 18.12.1922 6 / 6.3 9 28.11.1846 / 7 20 12.06.1939 / 6 10 14.12.1855 / 6 21 24.08.1981 5.7 / 11 23.10.1860 / 6-7 22 30.08.1987 4.6 / 6

Nota: I= Intensidad Sísmica (Escala MSK), M= magnitud.

 

1492 20131500 1600 1700 1800 1900 2000

4

2

5

3

8

11111

M EVENTOS

AÑOS

D

D

D

D

J

J

H

H

P

H

DI

P

H

HD

J

I

H

PD

I

P

PDJ

PD

D

D

D

H

D 1H

1

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Tabla 10 Terremotos importantes de República Dominicana

Núm. Fecha M / I Muertos

1 07.09.1615 7.75 / 9 —

2 28.10.1761 6.1 / 7.5 —

3 24.04.1916 6.5 / 8 —

4 22.09.2003 6.4 / 7 3

Nota: I= Intensidad Sísmica (Escala MSK), M= magnitud. De otra parte, la ocurrencia de fuertes terremotos en el área ha permitido mostrar que, históricamente, no ha existido colaboración entre los países de la región, como indicamos anteriormente. Sin embargo, con el terremoto de Haití de 2010 (~316,000 muertos y ~14.109 USD) esa tendencia cambió, aunque la colaboración científico-técnica ha provenido, principalmente, de tres países desarrollados: Estados Unidos, Francia, y España. De hecho hay una pequeña red sísmica provisional, en funcionamiento que no perte-nece a H.

Catálogos de terremotos

Los primeros informes sobre terremotos en América, todos del siglo XVI, son los siguientes: Panamá (1516), Guatemala (1526), Nicaragua (1528), Venezuela (1530), Honduras (1538), El Salvador (1538), y D (1562). Esa información se corresponde, en mucho, con la AS contemporánea. Y es con posterioridad a estos informes que se producen los catálogos de la región (Cotilla, 2007). Entre las muchas fuentes empleadas para los estudios de sismicidad, en la región, se citan los siguientes: Alcedo, 1826; Álvarez et al., 1999; Betan-court Ruiz, 1972; Camacho y Viquez, 1993; Chuy y Álvarez, 1988; Cotilla, 2007; Cotilla y Córdoba, 2011a; Cotilla et al., 2007b; Figueroa, 1970, 1974; Grases, 1974, 1990; Gutenberg y Richter, 1954; Hall, 1912, 1922; Iñiguez Pérez et al., 1975; Kovach, 2004; Lynch y Shepherd, 1915; Mallet, 1852-1854; McCann, 2009; McCann et al., 2010; Montandon, 1962; Montero, 1989; Montessus de Ballore, 1894; Moreaus de Jones, 1822; Nealon y Di-llon, 2001; Pacheco y Sykes, 1992; Perrey, 1843, 1845; Pichardo, 1854; Poey, 1855a, b, 1857; PRSN; Robson, 1964; Rojas et al., 1993; Russo et al., 1992; Sherer, 1912, 1914; Shepherd y Lynch, 1992; Singh et al., 1984; Tippenhauer, 1893 y Tomblin y Robson, 1977.

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La Tabla 11 recoge los primeros catálogos de terremotos del Caribe Norte. Mientras que en la Tabla 12 está la mayoría de las agencias que han informado sobre eventos sísmicos del Caribe.

Tabla 11 Primeros catálogos de terremotos del Caribe Norte

Núm. Autor Año Región

1 Poey 1855, 1857 Caribe

2 Sherer 1912 Haití

3 Hall 1912, 1922 Jamaica

4 Montandon 1952 América

5 Robson 1964 Caribe Este

6 Sykes y Ewing 1965 Caribe

7 Iñiguez et al. 1975 República Dominicana

8 Tomblin y Robson 1977 Antillas Mayores

Shepherd et al. (1986) aseguran que los catálogos de terremotos históri-cos (con magnitudes superiores a 6.5 son fiables en las siguientes regiones: 1) Este de D, P y Venezuela (desde 1600); 2) Antillas Francesas, Leeward Islands y Barbados (desde 1650); 3) Windward Islands (desde 1750); 4) Trinidad (desde 1766); 5) Tobago (desde 1800). Álvarez et al. (1985) al-canzó resultados similares para C. Sin embargo, Cotilla (1993) insiste que hay margen para ampliar ese rango de realizar búsquedas de fuentes origi-nales. Con respecto a la etapa instrumental Shepherd et al. (1993) asumen que el año 1964 es el indicado para considerar catálogos fiables en la región y con M> 4. Álvarez et al. (1985) exponen que para Cuba los mejores datos están en la región suroriental, dado el mayor número de estaciones sismoló-gicas permanentes, y en específico desde el año 1979. Moreno (2002) con-firma lo anterior con la nueva red cubana. Preparar actualmente un catálogo de terremotos para el Caribe Septen-trional no puede ser un proceso ecléctico; aunque existan catálogos en las islas que le integran. En este sentido (Cotilla, 2007) mostró las abundantes incertidumbres y errores de los datos incluídos en catálogos cubanos en cuanto a fechas, tiempo, descripciones y evaluaciones. En el proceso de confección hay que valorar la calidad y la precisión de los datos a partir de las fuentes originales; y después seleccionar en al menos dos grupos la in-formación histórica y la instrumental. Entonces para esa división establecer rangos de búsquedas, por ejemplo, en las magnitudes de 7.0->8.0, 6.0.-7.0,

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y <6.0. Y así avanzar sucesivamente hacia las magnitudes menores. Ade-más, es tremendamente importante homogeneizar las estimaciones de inten-sidades con una misma escala y criterio. Así como confeccionar las isosistas con ajustes y criterios estadísticos. Las búsquedas históricas, para el área, tienen que iniciarse en el Archivo de Indias, Sevilla-España, y a partir de ahí ampliar las búsquedas en otros archivos y bibliotecas.

Tabla 12 Agencias Internacionales que han informado sobre terremotos en el Caribe

Núm. Agencia Siglas / País 1 Bureau Sismologique Francais EOST / Francia 2 Centro Sismológico de América Central CASC / Costa Rica 3 Caribbean Disaster Emergency Response Agency CDERA / Jamaica 4 Centro de Coordinación para la Prevención de los

Desastres Naturales en América CEPREDENAC / Panamá

5 Centro Regional de Información sobre Desastres de América Latina y el Caribe

CRID / Varios países

6 Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas

FUNVISIS / Venezuela

7 Institut de Physique du Globe IPG / Francia 8 International Association of Seismology and

Physics of the Earth Interior IASPEI / Reino Unido

9 International Seismological Centre ISC / Reino Unido 10 International Seismological Summary ISS / Estados Unidos 11 Middle American Seismograph Consortium MIDAS / Estados

Unidos 12 United States National Earthquake Information

Center NEIC / Estados Unidos

13 Red latinoamericana y del Caribe de Centros de Ingeniería Sísmica

RELACIS / Venezuela

14 Seismic Research Unit of the West Indies TRC/St. Augustine, Trinidad and Tobago

15 Servicio Sismológico Nacional de México UNAM/México

16 National Earthquake Information Center USGS/Estados Unidos

17 World Wide Standard Seismographic Network WWSSN (es mundial, virtual)

Tsunamis

El Caribe es una “bolsa marina” en la zona Tropical Atlántica, que estacio-nalmente es afectada por procesos meteorológicos activos como los frentes polares o “frentes fríos”, ciclones y huracanes. Ellos pueden provocar pene-

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traciones del mar en las costas bajas y marejadas muy importantes. Esto permite al autor, una vez constatados algunos errores en catálogos y rela-ciones sobre tsunamis, sostener que los fenómenos meteorológicos mencio-nados pudieron ser confundidos con tsunamis. McCann et al. (2010) exponen ideas similares en su trabajo. El conocimiento por parte de la población sobre los tsunamis en el Cari-be es, con diferencia, muy bajo en comparación con los ciclones y huraca-nes. Las cifras sobre las afectaciones de los tsunamis, y en particular la cantidad de muertos, resultan ser diferentes según distintas fuentes (Tabla 13). Esto significa que resta un importante trabajo de homogenización y verificación en las fuentes bibliográficas originales. Pero, con independen-cia de la muy grande influencia marina en el área caribeña septentrional, y la existencia de sistemas de fallas activos asociados a sus costas y con mo-vimientos favorables a la generación de tsunamis, las cantidades expuestas en la Tabla 13 son cuestionables (Cotilla, 2011).

Tabla 13 Fallecidos por tsunamis en el Caribe de acuerdo con distintos autores

Núm.

Referencia

Lugar – Año

Cantidad de

fallecidos 1 McNamara et al., 2005 Caribe 9,600 2 Lander et al., 2002 Caribe septentrional ~9,000 3.1 Hillebrant, 2005 República Dominicana - 1946 1,800 3.2 Lander et al., 2002 — 1,790 3.3 Rubio, 1982 — 75 4.1 Lander et al., 2002 Puerto Rico - 1918 140 4.2 Nealon y Dillon, 2001 — 91 4.3 Mercado y McCann, 1998 — 40 4.4 Rubio, 1982 — 8 4.5 Robson, 1964 — 30 5 Fernández et al., 2000 Panamá - 1882 190 6 Hillebrant y Huérfano, 2004 Islas Vírgenes - 1867 17 7.1 Lander et al., 2002 Haití - 1842 500 7.2 Lander y Whiteside, 1997 — 200-300 7.3 Rubio, 1982 — 200 8.1 Lander et al., 2002 Jamaica - 1780 10 8.2 Rubio, 1982 — 300 9 Rubio, 1982 Haití - 1770 200 10.1 Lander et al., 2002 Jamaica - 1692 2,000 10.2 Rubio, 1982 — 2,000

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Resulta muy probable que el primer tsunami en el Caribe se produjese con el fuerte terremoto del 1 de septiembre del año 1530 en Venezuela. En esa región del sur de la placa Caribe han ocurrido más de 100 eventos sísmi-cos fuertes, algunos de ellos con tsunamis. A esto nos referiremos después. El estudio de los tsunamis para la región del Caribe se puede encontrar en las siguientes publicaciones: Cotilla, 2011; Cotilla y Córdoba, 2011c; Cruz y Wyss, 1983; Fernández et al., 2000; Grindlay et al., 2005; Hille-brandt-Andrade y Huérfano Moreno, 2004; Lander y Lockridge, 1989; Lander y Whiteside, 1997; Lander et al., 2002; McNamara et al., 2006; Nealon y Dillon, 2001; O’Loughlin y Lander, 2003; Rubio, 1982; Schubert, 1994; Weissert, 1990; Zahibo y Pelinovsky, 2001. Sobre la base de tres fuentes (Cotilla, 2011; Lander et al., 2002; Rubio, 1982) hemos preparado la Tabla 14. Destaca en ella que la región Septentrional ha sido afectada por 28 tsunamis. Es importante indicar que el sistema PRSN (Puerto Rico Tsu-nami Warning and Mitigation Program) está en contacto permanente con el West Coast and Alaska Tsunami Warning Center y el Tides and Currents of the National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA), y ha inclui-do a la vecina D.

Tabla 14 Tsunamis del Caribe Septentrional

Núm. País Fecha / Total

1 Cuba 01 nov. y 18 dic. 1775, 01/oct/1931, 04/ago/1939. Total 4

2 Haití 15/sep/1751, 21/nov/1751 y 1769/mzo.y jun./1770, 11 feb. marzo y 18 dic. 1775, 07/may/1842, 08/mzo/1860, 23/sep/1887. Total. 10

3 Islas Vírgenes 16/abr/1690, 18/nov/1867, 11/mzo/1874. Total 3

4 Jamaica 01/mzo/1688, 07/jun/1692, 03/oct/1780, 01/ago/1781, 27/oct/1787, 11/nov/1812, 12/ago/1881, 14/ene/1907. Total 8

5 Puerto Rico 11 y 24 oct. 1918, 08/ago/1946, 01/nov/1989. Total 4

6 República Dominicana 18/oct/1751, 04/ago/1946, 31/may/1953. Total 3

La Española tiene en esta región la mayor cantidad de tsunamis 19, y específicamente en D hay 12 reportes. También en La Española se ha pro-ducido el terremoto más fuerte del arco caribeño (M= 8.2) y sólo 65 años después del otro terremoto de M= 8.0 del norte de P, ambos epicentros dis-tan entre sí ~400km.

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En el área del Caribe hay varias modelizaciones de tsunamis (Mercado y McCann, 1998; Weissert, 1990). En particular la realizada para el evento de 1918 (Mercado y McCann, 1998) supone la influencia del tsunami en C; sin embargo, ese acontecimiento realmente no le afectó. En igual sentido suce-de con los eventos del oeste, del suroeste, y del sur del Caribe. Y los diver-sos eventos tsunamigénicos de D, J, e Islas Vírgenes tampoco se han percibido en C, desde el punto de vista tectónico se descarta la generación de tsunamis en el Golfo de México. Sin embargo, otras fuentes lejanas co-mo el suroeste de la Península Ibérica si ha producido oscilaciones en San-tiago de Cuba 7-8 horas después del terremoto principal (Tabla 15).

Tabla 15 Tsunamis en el Caribe desde fuentes lejanas

Región fuente Total

Suroeste de la Península Ibérica (Portugal) 2

Indonesia (volcán Krakatoa) 1

Total 3

Red de estaciones sísmicas permanentes

El Caribe es un escenario sísmico de interés para muchos científicos. En ese sentido siempre hubo importantes esfuerzos para instalar estaciones sísmi-cas (Cotilla, 2007). Muchos de esos esfuerzos se relacionan con las zonas de mayor AS y de daños a la población y sus bienes. Así, en Costa Rica se instaló la primera estación de la región, en el año 1888, en Trinidad funcio-nó la primera en 1898. En la Tabla 16 están los datos de varios países in-mediatos a la región de estudio, como se comprueba hasta el año 1907 no hubo estación en la zona septentrional caribeña, concretamente en C (La Habana). Esa estación del Observatorio de Belén funcionó hasta aproxima-damente el año 1920. Pero, a pesar de las muchas solicitudes de personali-dades de la época no se obtuvieron fondos económicos ni se sustituyó por otra, ni siquiera a raíz del terremoto del 3 de febrero de 1932 en Santiago de Cuba. Posteriormente, en 1946 tiempo después del fuerte terremoto y tsu-nami de D se instaló allí un equipamiento sísmico. De acuerdo con el Bulletin of the Seismological Society of America ha-bían, en el Caribe, operativas en el año 1911, cinco estaciones sísmicas: 1) Puerto Príncipe (Equipamiento de Péndulo; responsable J. Scherer); 2) San-to Domingo (Equipamiento ¿?; responsable: R. Bordon); 3) P (Equipamien-to de 2 Bosch-Omori; responsable: G. Hartnell); 4) Trinidad (Equipamiento

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de Milne; responsable: P. Carmody); 5) Kingston (Equipamiento de Verbeck y de Gray-Milne; reponsable: J.F. Breenan). Además, el autor ha encontrado varias notas y comentarios sobre la instalación, por parte de Estados Unidos, en la base naval de Guantánamo (Cuba) de una estación sismológica desde el año 1910. Aunque esto no lo hemos podido confirmar en la actualidad; sí localizamos un texto, que ya apuntaba en esa dirección, del Bulletin of Seismological Society of America (1945): “…Cuba: …some thought is being given the reestablishement of a seismological station at Belén College. The US Navy operates a meteorological-microseismic sta-tion at Guantanamo”.

Tabla 16 Otros países latinoamericanos con las primeras estaciones y redes sísmicas

Núm. Año País Equipamiento

1 1888 Nicaragua Ewing, 2 Péndulos NS, EO y sismógrafo de Péndulo Invertido

2 1896 El Salvador Ewing, 2 Péndulos

3 1904, 1908 Panamá Bosch Omori

4 1919 Guatemala 2 Wiechert

Existen varias referencias sobre estaciones sísmicas y su funcionamiento en el Caribe, entre ellas: Barr y Robson, 2007; Clinton et al., 2006; Cotilla, 2007; Directorio de Observatorios Sismológicos, 2003; Hillebrandt Andra-de, 2005; Hillebrandt Andrade y Huérfano Moreno, 2004; Jamaica Seismo-graph Network; McNamara et al., 2005; Mendoza y Huérfano, 2005; Moreno, 2002; Nealon y Dillon, 2001; PRSN; Serrano y Álvarez, 1983; y Wiggings-Grandison, 2001. Todas ellas se han empleado en el trabajo. Álvarez et al. (1985) analizaron la mejoría de las determinaciones ins-trumentales en el área del Caribe por las redes de estaciones sísmicas inter-nacionales. Se determinó que hubo al menos dos periodos de mejoras: 1900-1950 y 1950-1985. Para esto se analizaron entre otros los casos de los terremotos del 23 de febrero de 1976 (Pilón, Cuba Suroriental), y 16 de diciembre de 1982 (Torriente-Jagüey Grande, Cuba Occidental). Posterior-mente, se va visto que esa tendencia se incrementa a mejor: casos de los terremotos de 25 de mayo de 1992 (Cabo Cruz, Cuba Suroriental) y 2010 (Puerto Príncipe, Haití). Atendiendo a los terremotos fuertes ocurridos en la región de estudio y en particular a la influencia de algunos de estos en las islas más cercanas a ellos, consideramos necesaria la decidida colaboración para la confección

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de boletines sísmicos conjuntos. Como ejemplo, los casos de: 1) D y P, 2) D y H, 3) C, J y H. Otro aspecto de la colaboración regional debe incluir, des-de ya, la instalación y operación de una red sísmica automática en H.

Instituciones y personalidades

Se ha constatado, históricamente, que al ocurrir un terremoto fuerte, los científicos, de los países desarrollados, crean comisiones y expediciones para estudiar las áreas afectadas. En particular, destacan los estudios en: 1) Guatemala, 1976 (M= 7.5, ~23,000 muertos) (Plafker, 1976; Plafker et al., 1976; Young et al., 1989); 2) Spitak-Armenia, 1988 (Cisternas et al., 1989); 3) Asnan-Argelia, 1980 (Cisternas et al., 1982); 4) Gobi-Altai, Mongolia, 1957 (M= 8.1, 30 muertos); 5) Haití, 2010 (Eberhard et al., 2010). Esta cooperación permite, indiscutiblemente, mejorar el conocimiento sobre los terremotos; pero, lamentablemente no influyen en beneficio de la población afectada, ya que las soluciones dependen de los gobernantes. Con independencia del campo que se estudie y del país o de la región que incluya, lo primero que se identifica y valora son las instituciones y personalidades. Como nuestro objetivo es la Sismología y la región el Cari-be Septentrional el análisis se reduce. Así, la Tabla 17 contiene las institu-ciones científicas que existen en el área del Caribe Septentrional. Destaca entre ellas el, ya mencionado, consorcio MIDAS en el que están los países de la región caribeña. Destacamos que el IPGH ha demostrado ser, desde el año 1928, una Insti-tución fundamental y efectiva para toda América, y en particular para el Caribe, en las investigaciones y la divulgación científica. El total de núme-ros de las revistas bajo su dirección, hasta el año 2012, es como sigue: 1) Cartográfica= 88; 2) Geofísica= 63; 3) Geográfica= 151; 4) Historia de América= 146.

Tabla 17 Algunas de las instituciones científicas del Caribe Septentrional

Núm. Institución País 1 Centro Nacional de Investigaciones

Sismológicas (CENAIS) Cuba

2 Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD)

República Dominicana

3 Universidad de Puerto Rico (UPR) Puerto Rico 4 University of the West Indies (UWI) Jamaica 5 Middle American Seismograph Consortium

(MIDAS) Estados Unidos

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En el área hay también otras publicaciones seriadas como: 1) Revista Geológica de América Central (Costa Rica), 2) Geofísica Internacional (México), 3) Revista Minería y Geología (Cuba), 4) Revista Geológica Co-lombiana (Colombia), 5) Revista Geográfica (México), 6) Revista Geológi-ca (México), 7) Revista Umbral (Puerto Rico), 8) Revista Geográfica de América Central (Costa Rica), 9) Revista Geológica de América Central (Costa Rica), 10) Journal Geological Society of Jamaica (Jamaica).

Tabla 18 Personalidades científicas del Caribe Septentrional

Núm. Personalidad País

1 A. Poey y Aguirre Cuba

2 Viñes Martorell, S.J. España

3 Moreau de Jonnes Francia

4 A.M. Perrey Inglaterra

5 M. Hall Estados Unidos

6 S. Taber Estados Unidos

7 Rev. J. Lynn Estados Unidos

8 G.R. Robson Inglaterra

9 J. Tomblin Inglaterra

10 L. Sykes Estados Unidos

Las personalidades más significativas en el campo de la Sismología para la región aparecen en la Tabla 18. Actualmente están en marcha varios pro-yectos científicos internacionales, pero es evidente que la influencia y com-promiso de las autoridades locales y regionales tiene que ser mucho mayor.

Peligro sísmico

Hay algunas características que distinguen a los fenómenos naturales catas-tróficos, entre ellas están: 1) la repetitividad, 2) el “aviso previo”. Con ellas “juegan”, siempre a su favor, los gobernantes y los seguros, sobre esa base analizaremos brevemente, los casos de un huracán y un terremoto. Así, los terremotos, por lo general, no avisan y ocurren de forma súbita y violenta; tampoco se ha encontrado un patrón, claro y definido, sobre el periodo de repetitividad. Mientras que los huracanes se producen estacionalmente cada año y “avisan” a partir de la modificación del estado del tiempo. Ahora bien, ambos fenómenos se solapan geográficamente para el caso del Caribe Septentrional.

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Las zonas límites de placas son “muy atractivas” para las investigacio-nes científicas por la ocurrencia de terremotos fuertes. Ejemplos: 1) área de San Andrés (Estados Unidos), 2) área Mediterránea (Azores-Turquía), 3) Caribe Septentrional. Las tres áreas tienen nivel de AS diferente, siendo la de menos valor el Caribe Septentrional. En el primero de esos ejemplos, Estados Unidos se basta para cubrir con tecnología y especialistas todos los campos de científicos; para el segundo ejemplo destacan, principalmente, los estudios de España, Francia, Italia y Portugal; ellos cubren bien toda la región. El caso del Caribe Septentrional es muy diferente, aunque también sea una zona límite de placas.

Tabla 19 Resumen de los datos sobre sismología por isla

Elemento Cuba Haití Jamaica República

DominicanaPuerto Rico

Primer catálogo de terremotos

1855 1912 1912 1975 1964

Primera estación sismológica

3 de febrero de

1907

1911 1911 1911 1911

Red estaciones sismológicas

7 estaciones

No 7 estaciones y 2

acelerómetros

7 estaciones

30 estaciones y 26

acelerómetros Enseñanza universitaria de la especialidad

No No No No Si

Revista de la especialidad

No No No No No

Cooperación regional

MIDAS MIDAS MIDAS MIDAS MIDAS

Estudio de peligrosidad sísmica

Si Si Si Si Si

Mapa sismotectónico

Si No Si No Si

Especialistas Si No Si Si Si Institución sismológica

Si No Si Si Si

Valoración integral

Bien Mal Muy Bien Regular Excelente

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La sismotectónica del Caribe Septentrional es compleja, como corres-ponde a una zona de colisión entre placas (Cotilla et al., 1991b), sin embar-go, los estudios de la región en su conjunto son muy escasos, por eso se preparó la Tabla 19 que contiene un resumen de los datos aquí aportados y que se han extraído, fundamentalmente de los siguientes resultados: Álva-rez et al., 1985; Benz et al., 2010; Bernard y Lambert 1988; Burke et al., 1973; Calais et al., 1992; CDERA; Cotilla 1993, 2007; Cotilla y Álvarez 1991; Cotilla et al., 1991a, b, 1997a; Dolan y Wald 1998; Mann et al., 1995, 1998; National Disaster Research, Inc.; Prentice y Mann 2005; Russo et al., 1992; Shepherd y Aspinall 1980, 1983; Van Dusen y Doser 2000; Wiggins-Grandison y Atakan 2005; Zúñiga y Guzmán 1994; y Zúñi-ga et al., 1997. Alexander Von Humbolt expresó en su visita a Cuba: “…los terremotos son mucho menos frecuentes en Cuba que en Puerto Rico y Haití…” (Pi-chardo, 1854). Posteriormente, Montessus de Ballore (1894) realizó un trabajo para España y sus colonias, donde aseguró que P ocupa el lugar (o nivel) 3, mientras que C tiene tres valores: 12 (Cuba Oriental), 16 (Cuba Central) y 20 (Cuba Occidental). Esto indica que, desde entonces, los espe-cialistas se percataron de la diferenciación de la AS del área septentrional del Caribe. Sykes y Ewing (1965) estudiaron la sismicidad del Caribe, poco des-pués, Molnar y Sykes (1969) analizaron la sismicidad, los mecanismos fo-cales y la tectónica del área Caribe-América Central. Kelleher et al. (1973) avanzaron en la predicción sísmica en el Pacífico y parte del Caribe. Reyes (1977) presentó para el conjunto La Española-J-P un estudio de riesgo sís-mico; Álvarez et al. (1985) investigaron la sismicidad del Caribe y la peli-grosidad sísmica de C; González y Vorobiova (1989) estudiaron la sismicidad de las Antillas Mayores sobre la base de la profundidad focal. Determinaron que hay dos bandas de sismicidad muy diferenciadas que rompen la estructura homogénea que se consideraba en los estimados de peligro sísmico. Posteriormente Cotilla y Álvarez (1991) realizaron un ma-pa de zonas de origen de terremotos para La Española-J para compararle estadísticamente con Cuba Oriental, eso dio paso a la preparación del pri-mer esquema de zonas de origen de terremotos para para el segmento C-La Española-J (Cotilla et al., 1991a), y con todos esos resultados Cotilla et al. (1997a) determinaron un esquema del potencial sismogénico de la región septentrional del Caribe. Panagiotopoulos (1995) realizó una predicción sísmica para el Caribe sobre la base de un modelo en tiempo y magnitud, así, subdividió el margen septentrional en cinco zonas sísmicas, de ellas las más importantes son dos: La Española y P, sin embargo, diferencia muy bien a las zonas de Cuba Suroriental y J. También Tanner y Sherherd (1997) estudiaron peligro sísmico en Latinoamérica y el Caribe.

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Tabla 20 Datos sobre terremotos fuertes y tsunamis en las islas

C D H J P

Terremotos M> 7.0 — 12 07 4 6

Tsunamis 4 03 10 8 4 Nota: C= Cuba, D= República Dominicana, H= Haití, J= Jamaica, P= Puerto Rico. En todos esos resultados, incluso en el que se presenta aquí (epígrafe Terremotos Importantes), queda claro que la zona de mayor peligro y riesgo sísmico es H (Tablas 3, 4, 6, 14, 18-20). Sin embargo, sus recursos econó-micos son prácticamente inexistentes y requiere de la ayuda inmediata y sin cortapisas de la comunidad internacional. Y la Tabla 21 contiene datos so-bre los cinco terremotos más fuertes del mundo, de ella se aprecia que: 1) el rango de magnitud es de 9.0-9.5; 2) las cifras de muertos son muy impor-tantes, incluso con un solo terremoto; 3) el Caribe no está en ella. La vulnerabilidad sísmica de los países queda, siempre, en evidencia con la ocurrencia de terremotos fuertes. Estos son los casos, entre otros, de: 1) Asnan-Argelia, 1980 (M= 7.3, 500 muertos); 2) México, 1985 (M= 8.1, ~10,000 muertos, ~1200.106 pesos); 3) Spitak-Armenia, 1988 (M= 6.9, ~50,000 muertos, ~6-8 billion USD); 4) Izmit-Turquía (M= 7.6, ~17,000 muertos, 150.109 USD); 5) Japón 2011 (M= 9.0, 20,896 muertos, 310.109 USD); 4) Haití 2010 (M= 7.0, ~316,000 muertos, 14.109 USD). En esos momentos las autoridades gubernamentales prometen ayudas para la pobla-ción, sin embargo, transcurridos los días y como norma, esas ayudas no llegan o se retrasan de forma dramática. Esto se ha visto incluso en países desarrollados, por ejemplo España con el terremoto de Lorca del año 2011 (M= 5.2) (Asamblea de vecinos de Lorca afectados por el terremoto, 2013; El País, 2013; Europapress.es, 2013; Laopiniondemurcia, 2012; Libertadigital.com, 2013; 20 minutos, 2013).

Tabla 21 Terremotos más fuertes del mundo

Núm. Fecha Lugar M Muertos

1 4 de noviembre de 1952 Kamchatka 9.0 ~2,400 2 22 de mayo de 1960 Chile 9.5 1,655 3 27 de marzo de 1964 Alaska 9.2 128 4 26 de diciembre de 2004 Sumatra 9.1 ~220,000 5 11 de marzo de 2011 Japón 9.0 20,896

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Comparación con otros países del área

En este epígrafe se dan algunos datos que permiten valorar mejor las condi-ciones de la región septentrional caribeña. Para esto veamos someramente los casos de: 1) Colombia que está enclavada en la zona donde interaccio-nan las placas del Caribe y de Suramérica, en consecuencia ha tenido im-portantes terremotos y tsunamis, que han producido tremendas pérdidas humanas y económicas. Como ejemplos relacionamos los siguientes even-tos: 1.1) 16 de noviembre de 1827 (M= 9.0, 250 muertos); 1.2) 31 de enero de 1906 (M= 8.8, 1,500 muertos en Colombia y Ecuador); 1.3) dos eventos con M= 7.9 (14 de mayo de 1942 y 12 de diciembre de 1979, con 10 y 450 muertos, respectivamente); 1.4) 19 de enero de 1958 (M= 7.8, 500 muer-tos); 1.5) 31 de julio de 1970 (en Colombia-Perú M= 7.6, 1 muerto); 1.6) 30 de septiembre de 2012 (M= 7.4); 7) 9 de febrero de 2013 (M= 7.3); 2) Pa-namá, que es de la región del suroeste de la placa Caribe, demuestra AS, que no siempre se consideró importante (Camacho y Viquez, 1993). Entre los años 1798 y 1930 han ocurrido 11 terremotos fuertes, cuatro de ellos con tsunamis. En todo ese conjunto hay magnitudes de 6.1-8.0. En general, esa información permitió la definición del bloque tectónico de Panamá co-mo una estructura sismogénica e incluso considerarle una microplaca; 3) en los extremos occidental y meridional del Caribe hay otros países donde la AS, volcánica y tsunamigénica es muy importante (Betancourt Ruiz, 1972; Burbach et al., 1984; Camacho y Viquez, 1993; Centeno Grau, 1969; Cruz y Wyss, 1983; Figueroa, 1970, 1974; Fernández et al., 2000; Fiedler, 1961; Goes et al., 1991; Grases, 1974, 1990; Kelleher et al., 1973; Montandom, 1962; Montero, 1989, 1999; Morales, 1989; Palme de Osechas et al., 2001; Panagiotopoulos, 1995; Ramírez, 1975; Rojas et al., 1993; Russo et al., 1992; Schubert, 1983, 1994; Sykes y Ewing, 1965; Tanner y Shedlock, 1983, 2004; Van Huene et al., 1995; Zúñiga y Guzmán, 1994; Zúñiga et al., 1997). De entre ellos presentamos seleccionamos a México y Venezuela (Tabla 22). Con estos datos se confirma que: 1) esas zonas son más activas y conllevan un peligro mayor que nuestra región de estudio; 2) tienen una mayor capacidad de organización y preparación que la mayor parte de las islas caribeñas.

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Tabla 22 Datos de dos zonas cercanas al arco septentrional del Caribe

México Venezuela

Año del descubrimiento 1501 1498 Mmáx 8.8 7.5 Terremotos fuertes (M> 8.0) 11 (M 7.0-7.8) 7 Tsunamis Si Si Vulcanismo Si Si Muertos ~25,000 ~20,000 Sismicidad (Interior de placas/ Entreplacas) Si Si Red de estaciones sísmicas Si Si Catálogo de terremotos Si Si Estudio de peligrosidad sísmica Si Si Revista científica (Ciencias de la Tierra) Si Si Universidad (especialidad Geofísica) Si Si Instituciones científicas de Geofísica-Sismología

Si Si

Programas de prevención-mitigación Si Si

Conclusiones

El Caribe y el Caribe Septentrional en particular, demuestran tener en más de 500 años, una importante actividad sísmica y tsunamigénica. De hecho se han catalogado más de 100 terremotos fuertes y 28 tsunamis. Todos ellos han producido una importante cantidad de víctimas mortales, cercana al millón; así como también importantes pérdidas económicas. En el trabajo se exponen las principales características y diferencias de los países (Cuba, Haití, Islas Caimán, Jamaica, República Dominicana, y Puerto Rico), todos ellos con muy limitados recursos económicos. Una va-loración cualitativa de las capacidades de trabajo e investigación científica propias de cada uno de esos países, muestra un resultado muy diferente [Puerto Rico (Excelente), Jamaica (Muy Bien), Cuba (Bien), República Dominicana (Regular) y Haití e Islas Caimán (Mal)].

Agradecimientos

Este trabajo obtuvo financiación parcial de tres siguientes proyectos de investigación: TSUJAL (CGL2011-29474-C02-01), CARIBENORTE

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(CTM2006-13666-C02-02), y 41-SISMO-HAITÍ. Las figuras fueron prepa-radas por Amador García Sarduy. La ayuda por parte de los especialistas de la Hemeroteca de la Facultad de Ciencias Físicas de la Universidad Com-plutense de Madrid, fue decisiva para la búsqueda de muchas referencias. En España al Archivo de Indias, Sevilla; Instituto Geográfico Nacional; y Observatorio del Ebro. En Francia a Laboratoire GTS, Universitè Montpe-llier II; Bureau de Recherches Geologiques et Minières, París; Instituto de Física del Globo de la Universidad Louis Pasteur, Estrasburgo y Biblioteca Central-Nacional, París. En el Reino Unido al Imperial College. A las Uni-versidades de Puerto Rico, Nacional Autónoma de México y Autónoma de Santo Domingo.

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BERENZON, BORIS Y CALDERÓN, GEORGINA, (Coordinación gene-ral), Historia de la historiografía de América 1950-2000. Tomo II: América Central. Coordinador del tomo Francisco Enríquez Solano, México, Institu-to Panamericano de Geografía e Historia, 2010. El libro en cuestión está integrado por cinco capítulos, uno por cada país de los cinco tradicionales asociados con el Istmo y escritos por un historiador que pertenece al país del que escribe. En su aporte individual, estos ensayos proveen las líneas de análisis de varias tradiciones historiográficas construi-das en esas naciones centroamericanas desde el siglo XIX hasta inicios del siglo XXI, aunque el énfasis está dado sobre la segunda mitad del siglo xx. La historiografía centroamericana de la que dan cuenta estos ensayos comparte dictámenes y límites, pero también diferencias sustanciales. Iván Molina da cuenta del desarrollo de la historiografía liberal, socialdemócrata y los intentos de sociología histórica de la década de los setenta, para con-centrarse luego en la llamada Nueva Historia y la renovación que habría promovido en el gremio de historiadores costarricenses. Miguel Ángel He-rrera explora el desarrollo de la historiografía nicaragüense y nos propor-ciona un recorrido por una disciplina practicada en espacios privados, por individuos más que por grupos, con grandes proyectos y ajustada a la estre-cha relación entre la construcción del conocimiento histórico y la vida socio-política de Nicaragua. La Historia de Nicaragua aparece en una encrucijada entre su destino científico y su amor por la memoria. Darío Euraque perfila la historiografía hondureña como un proyecto atado a otros y momentos en los que ciertos individuos han jugado papeles centrales. Fina Viegas se interna en una primera exploración de la historiografía sal-vadoreña para revelar dos grandes tendencias: la de una historia liberal patriótica que prevaleció hasta la década de los setenta y la emprendida por críticos del sistema afiliados a la izquierda que levantaron el estandarte de una historia marxista. En esa lucha, apareció hacia finales de la década de los noventa y el inicio del siglo XXI una nueva generación de historiadores cuyo programa de apertura de la carrera de historia ha vuelto posible su extensión científica. Finalmente, José Cal, siguiendo a Gustavo Palma Murga, profundiza en tres periodos de la historiografía guatemalteca: el periodo de los historiadores cronistas (1619-1825), el de los historiadores oficiales (1836-1949) y el de los historiadores profesionales (de 1970 en adelante). Según Cal, el parteaguas entre una historia positivista y una cien-tífica con sentido de historia, problema que produjo Severo Martínez Peláez con su obra La Patria del Criollo. El libro constituye por sí mismo un aporte a la discusión sobre el estado de la historiografía en cada país. Por lo menos desde que William Griffith

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en la década de los sesenta y Ralph Lee Woodward Jr. en la de los ochenta intentaran realizar un balance general de la historiografía centroamericana, no aparecían trabajos que intentaran visualizar la producción de los histo-riadores, con excepción de trabajos individuales sobre cada país y con la importante excepción del gremio de historiadores costarricenses que desa-rrollaron balances de la historiografía del país desde inicios de la década de los ochenta, que se han traducido en múltiples estudios hasta hoy.1 Griffith había detectado que los estudios de historia en Centroamérica, destacados por su pasión y toma de partido, comenzaban a variar hacia un intento por volver más profundos los intentos por explorar los acontecimientos. Cuando Woodward hizo su balance, finalizó indicando:

Igual que en otras partes de América Latina ha habido un enorme incremento en el volumen de los escritos históricos sobre la Centroamérica moderna, en las pasadas dos décadas. Además, es obvio que se ha dado un aumento en la calidad. Mucho del trabajo realizado, tanto en Centroamérica como fuera de ella, ha estado caracterizado por una mayor investigación profesional, pers-pectivas más amplias, nuevas metodologías y análisis comparativos con otras áreas. En todos los estados han surgido centros de investigación, tanto en las universidades como fuera de ellas, que han contribuido a una profusión de escritos históricos de casi cualquier variedad. Es incuestionablemente cierto, como Eric Van Young ha observado en relación al reciente academicismo anglófono sobre México y Centroamérica, en la Era de la Revolución, que el trabajo sobre Centroamérica ha sido de inferior calidad al realizado sobre Es-tados Unidos y Europa.

¿Es ese el panorama que se pinta en estos ensayos? En parte sí. Con la excepción de Costa Rica y quizás de Guatemala, se nota en estos trabajos que en la mayor parte de Centroamérica la historia fue una práctica de algu-nos individuos que realizaban por su cuenta, con un cierto apoyo oficial y con un intento de heroización del pasado a través de una narrativa positi-vista con escaso interés por el desarrollo del método. La historia era, para ese tipo de historiadores que prevalecieron hasta entrada la década de los ochenta y de los que todavía hay muchos ejemplos, un lugar para el reposo y la nostalgia, donde privaba el individuo excepcional y el acontecimiento. A ese paisaje se agregaba un escaso desarrollo de espacios para la publica-ción; en casi todos los países, fueron iniciativas institucionales de algunos individuos las que fundaron revistas que por un lado publicaban ensayos 1 William J. Griffith, “The Historiography of Central America Since 1830”, The Hispanic

American Historical Review, Vol. 40, No. 4 (Nov., 1960), pp. 548-569; Ralph Lee Woodward, Jr., “The Historiography of Modern Central America Since 1960”, The His-panic American Historical Review, Vol. 67, No. 3 (Aug., 1987), pp. 461-496.

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históricos y por otro reproducían documentos coloniales o del siglo XIX. Las universidades, si bien participaron del proceso de desarrollo de la histo-riografía, permanecieron hasta finales del siglo XX como espacios en los que la disciplina se empeñó poco, lo cual incluso se ve en la incapacidad de países como El Salvador de fundar una carrera de historia sino hasta los primeros años del presente siglo. La forma en que se inmiscuían los gobier-nos en la elaboración de la historia es otra característica sintomática de la historiografía de estos países hasta la década de los setenta, pero aún los intentos revolucionarios sandinistas pecaron por ese intento de utilizar a la Historia como herramienta legitimadora del presente a través de la institu-cionalización de sus interpretaciones. La esperanza que veía Woodward en su ensayo, se afirmó como real aunque nuevamente con límites como revelan estos estudios. En Nicaragua afloraron varios grupos de historiadores que tomaron la disciplina como una forma de vida y han seguido investigando con un sentido crítico y científi-co. En El Salvador, una nueva generación de historiadores ha desarrollado importantes trabajos sobre el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. En Honduras, ha habido contribuciones individuales que han producido discípulos. En Guatemala, tal y como lo evidencia José Cal, el mayor im-pacto de la obra de Martínez Peláez fue la de la profesionalización de la disciplina. El caso de Costa Rica merece una evaluación aparte. Comparado con los otros países, el ensayo de Molina evidencia que el gremio de historiadores costarricenses es el que mejor se constituyó como una comunidad científica muy activa, desarrolló un marco institucional amplio y fundamental para asegurar su reproducción y ha practicado cualquier tipo de historiografía vinculada con las corrientes renovadoras de la disciplina en el mundo. El trabajo de Molina deja claro que la nueva historia ha sido un movimiento intelectual con un programa específico que quizás tuvo una versión política, pero que se concentró en renovar los métodos de investigación histórica y en institucionalizar su revolución en la Universidad de Costa Rica y la Uni-versidad Nacional. No es difícil ver que, al respecto, efectivamente la nueva historia triunfó y produjo en Costa Rica un grupo profesional profundamente interesado por la investigación y el cuestionamiento de los referentes históricos que tenía el país y por tanto creador de una interpretación diferente y profunda sobre su desarrollo histórico. La nueva historia también volvió a los historiadores del país más centroamericanistas en sus reflexiones y en sus comparaciones y posibilitó con eso una renovación de los estudios históricos en el Istmo. Al mismo tiempo, esa nueva historia supo renovarse y empaparse de modas y nuevas transformaciones alimentando sus propias discusiones teórico-metodológicas. La nueva historia fue capaz de crear una comunidad cientí-

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fica de historiadores sumamente críticos de su trabajo, actualizados en su conocimiento, con contacto directo con otros científicos sociales en otras partes del mundo, con aportes a nivel teórico-metodológico, con voz propia y con un sistema de reproducción que ha asegurado la persistencia y la re-novación. ¿Es esta diferencia un producto del azar? Para nada. Los ensayos re-unidos tienen la problemática de que, al tener diferentes perspectivas y for-mas de exploración de sus objetos, hacen que se difumine los elementos contextuales que limitaron o auspiciaron el desarrollo de la historiografía en cada país. No obstante, es posible advertir que la llamada particularidad costarricense, más allá de su visión mítica, sí alentó la construcción y afir-mación de la labor del historiador. Al respecto, otro de los límites de estos ensayos individuales es que evitan dar evidencia sobre el posible impacto que esa profesionalización costarricense haya ejercido sobre los otros países, especialmente sobre Nicaragua y El Salvador. Así, aunque se citan algunos historiadores costarricenses que han contribuido individualmente al estudio del pasado salvadoreño, casi no se dice nada de la manera en que el Posgrado Centroamericano en Historia auspició la profesionalización de varios salvadoreños y nicaragüenses y la manera en que desde sus tesis de maestría y doctorado han aportado a la historiografía de sus países. Es in-teresante que se recalque más la labor de historiadores norteamericanos al respecto, pero se deje de lado la importancia de ese marco institucional de la Universidad de Costa Rica. Se exploran poco también los efectos que podrían haber tenido las iniciativas de contacto regional, como los Con-gresos Centroamericanos de Historia. En ese sentido, este libro constituye una buena base para que alguien intente volver a la temática de Griffith y Woodward; es decir, realizar un balance general de la historiografía de la región, ojalá incorporando a Panamá y Belice en el intento. En general, el libro es un importante aporte que debe ser leído por estu-diosos y estudiantes de la historia centroamericana. A través de él se nos revela a una Clío que, caminante sin detenerse, ha forjado un camino no fácil de borrar por nadie.

David Díaz Arias

Ph.D. en Historia por Indiana University; Director del Posgrado en Historia de la Univer-

sidad de Costa Rica, correo electrónico: [email protected]

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BRANDI ALEIXO JOSÉ CARLOS, El Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826. La presencia de Brasil en su historia, EAE, Berlín, 2012. En días pasados recibimos el libro El Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826. La presencia de Brasil en su historia (Berlín, 2012) de José Carlos Brandi Aleixo, profesor emérito de la Universidad de Brasilia y reconocido especialista en temas como el principio de no intervención, las relaciones interamericanas y el papel de Brasil en la formación de la identidad latino-americana. El profesor Aleixo es, asimismo, un sólido especialista en el Congreso de Panamá y gracias a sus gestiones fructificó la entrega por parte de Brasil de las Actas del Congreso de 1826 al gobierno de Panamá para su custodia permanente. Estamos, pues, ante una obra precedida por la expe-riencia académica, la vitalidad intelectual y el prestigio público de su autor. El libro se compone de una introducción y nueve capítulos, además de una sección final compuesta de 16 anexos documentales. El estudio abarca el periodo entre los antecedentes europeos del régimen anfictiónico hasta la conclusión del Congreso de Panamá. Un capítulo adicional se consagra a la historia de las Actas, dadas por perdidas en una época y que quizá corres-pondieron originalmente a la copia de Pedro Gual, el canciller de la Gran Colombia y líder moral de la Asamblea del Istmo. Los capítulos 6, 7 y 8 consignan el aporte mayor del libro: la acogida de la invitación por parte del Emperador Pedro I a la invitación de Simón Bolívar; el contexto general que rodea la decisión de Brasil de enviar a sus representantes a Panamá y la explicación de su ausencia. Este último asunto no ha sabido encontrar una explicación satisfactoria entre los historiadores por no existir la evidencia que documente los moti-vos del rechazo brasileño. Sin sorpresas, los autores se refieren a este epi-sodio con excesivo laconismo aunque nadie ignora que se trata de una iniciativa con importantes antecedentes. En efecto, en 1822, poco antes de la proclamación de la independencia del Brasil, Silvestre Pinheiro Ferreira, todavía Ministro de Negocios Extranjeros y Guerra del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves, propone la creación de una “Sagrada confede-ración de los pueblos agredidos” por los imperios europeos, proyecto que intenta transmitir a Simón Bolívar y que a pesar de no fructificar prepara el terreno para nuevos acercamientos. El siguiente proyecto unionista es redactado por José Bonifácio de An-drada e Silva, Ministro de Negocios Extranjeros del recientemente creado Imperio del Brasil. Como primer paso lo expone al cuerpo diplomático acreditado ante la corte de Río de Janeiro, advirtiendo sobre el carácter americano de la “alianza o federación” y especificando los objetivos de libertad de comercio y defensa de la independencia del continente. Ense-

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guida escribe a su homólogo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Bernardino Rivadavia, para proponerle organizar la “repulsa contra las im-periosas pretensiones de Europa”. El tercer acercamiento tiene lugar en Londres en 1824, cuando Felisber-to Caldeira Brant y Manoel Rodrigues Gameiro, ministros del Brasil, y Mariano Michelena, ministro de México y futuro delegado al Congreso de Panamá, convienen “en la idea de un plan de unión entre los nuevos Go-biernos del Gran Continente Americano”. La idea tampoco prospera aunque serán los mismos Caldeira Brant y Rodrigues Gameiro quienes reciban la invitación del gobierno de la Gran Colombia al Congreso de Panamá. En un primer tiempo, señala el profesor Aleixo, el Emperador designa en calidad de observadores a Theodoro José Biancardi, ministro del Consejo Imperial, y a José Alexandre Carneiro Leão, enviado del Brasil ante el gobierno de Colombia. Poco después, el monarca cambia de opinión y retiene a sus mi-nistros en el país. El motivo que han enarbolado los historiadores para explicar este proce-der es que el Brasil recusa su presencia para evitar que el Congreso apoye la posición de Buenos Aires en el conflicto por la Banda Oriental. Sin embar-go, observa el profesor Aleixo, es probable que la corte de Río de Janeiro ya supiera que las Provincias Unidas del Río de la Plata se negaban a participar en el areópago bolivariano. El hecho era público, así como los recelos de Rivadavia por la preminencia de la Gran Colombia. En consecuencia, la razón principal de la ausencia del Brasil podría ser una combinación de factores: la considerable distancia que media entre la capital brasileña y el Istmo, los problemas de insalubridad de la época y el sentimiento de que el Congreso podría ser inútil para resolver el problema cisplatino. La respuesta es interesante y se basa en bibliografía y documentos de archivo poco con-sultados en el ámbito hispanoamericano. En conclusión de esta breve reseña, cabe referirnos a otro de los atracti-vos de este, así como los demás libros del profesor Aleixo: a pesar de no tratarse de su idioma materno, su manejo del español es impecable, con giros y recursos idiomáticos que evocan una sólida formación clásica. No son muchos los intelectuales que pueden escribir con fluidez en los dos idiomas de Sudamérica. El profesor Aleixo es uno de esos escasos y esen-ciales puentes, una suerte de múltiple embajador de su país en las repúblicas de Hispanoamérica y de representante activo de esta última en el Brasil.

Germán A. de la Reza*

* Cátedra de Estudios Mexicanos, Université Toulouse Le Mirail.

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CAVIERES, EDUARDO Y CICERCHIA, RICARDO (coords.), Chile-Argentina, Argentina-Chile: 1820-2010. Desarrollos políticos, económicos y culturales, Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso-Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2012, 291 pp. Este libro colectivo, está integrado por siete capítulos, por una presentación y por una introducción analítica. Ya desde su presentación, Adolfo Zaldívar Larraín aclara que la obra es un intento de realizar historia binacional pero “desde ambos lados” (p. 7). La historia binacional se puede ubicar como un tipo de historia comparada, que se concentra en el estudio de las diferencias y de las similitudes, para este caso, de dos unidades nacionales, de dos ca-sos de países, de repúblicas, por lo que esta perspectiva se complementa con un enfoque de nacionalismo metodológico.1 Lo interesante de esta propues-ta, para superar las limitaciones del nacionalismo metodológico, es la pro-puesta de hacer historia “desde ambos lados”, que implica la posibilidad de contrastar, de confrontar, puntos de vista desde dos perspectivas nacio-nalistas, que potencian la formulación de un nuevo punto de vista. La visión anterior se complementa con el contexto transnacional y trans-nacionalista, puesto que se plantea que otro interés del libro es el de analizar “…cómo reaccionaron ambos países ante los mismos desafíos mundiales, tanto económicos como políticos y sociales” (p. 8). Esta obra suma sus aportes a otras publicaciones que se centraron en la historia binacional entre Chile y Perú2 y Chile y Bolivia, pero con un alcance temporal de largo pla-zo: 1820-2010. Eduardo Cavieres y Ricardo Cicerchia, en la introducción del libro titu-lada “Introducción: (Re)Conocimientos, Identidades e Historiografías. Ar-gentina/Chile/Chile/Argentina” (pp. 11-26), plantean que “…no todas las sociedades tienen el mismo régimen de historicidad” (p. 11), por lo que plantean un modelo analítico que parte de cuatro dimensiones: las historias comunes; los procesos culturales en torno a las identidades; el desenvolvi-miento de las economías y la pre-configuración de nuevas agendas, que se pueden leer en la clave de la construcción de un ambiente institucional de

1 Cfr. Arias, Luz Mary y Abarca, Oriester, “El nacionalismo metodológico y el fin de la

Pax Americana. Apuntes metodológicos para la historia ambiental”, InterSedes, Vol. XI, núm. 22, 2010, pp. 56-93.

2 Cavieres, Eduardo (editor), Chile-Perú, Perú-Chile. Desarrollos económicos, políticos y culturales, 1820-1920, Valparaíso y Lima: Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima-Perú. Valparaíso 2005 y Lima, 2006. Cavieres, Eduardo y Cajías de la Vega, Fernando (coords.), Chile-Bolivia, Bolivia-Chile. Desarrollos económicos, políticos y culturales. 1820-1930, Valparaíso, Ediciones Uni-versitarias de Valparaíso-Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2008.

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inclusión para la mayoría de los ciudadanos (p. 12). Dicho modelo, en mo-vimiento, presenta alternativas interesantes de (re)interpretación, que plantea la posibilidad de abrir debates futuros sobre cómo se articulan estas dimensiones desde una perspectiva relacional, en el contexto comparado de América Latina. A estas dimensiones se le adicionan los procesos de construcción de la identidad nacional y de la territorialidad, elementos planteados de manera temprana por los atributos de estatidad planteados por Oscar Oszlak, los cuales han sido adaptados en función del contexto de la globalización con-temporánea.3 Como punto de partida, desde una perspectiva crítica de democracia y desarrollo, en el caso de Argentina, la formación del Estado nacional estuvo acompañada del proceso de desarrollo del capitalismo agrario mientras que en Chile, estuvo acompañada por el proceso de desarrollo del capitalismo financiero y minero. Si bien esta discusión, como tradición investigativa con perspectiva latinoamericana inició desde finales del siglo XIX,4 en este libro se avanza en la caracterización de la cultura cívica, de la cultura políti-ca pos-independentista, en términos de la formación de la opinión pública (p. 16), de la cartografía como una didáctica patriótica (p. 16), que podrá estudiarse en el futuro en términos de sus implicaciones de clase, de género y de ampliación de la educación, todo lo cual lleva a una interesante hipótesis, que sienta las bases para realizar comparaciones en el ámbito de América Latina, que van más allá de la relación Chile-Argentina, Argenti-na-Chile. En términos de Cavieres y Cicerchia, en el “…elemento de la subjetividad condicionada a la innovación cultural en los principios de la constitución de la nacionalidad, claramente existe un punto en donde las naciones comienzan a existir independientemente de las prácticas políticas que las originaron” (p. 18). Este libro, es también un libro de historia regional. Generalmente las historias nacionales se presentan a partir de etapas, en una perspectiva evolu-

3 El planteamiento inicial se refirió a cuatro atributos: la capacidad de externalizar el po-

der; la capacidad de institucionalizar la autoridad; la capacidad de diferenciar el control y la capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de símbolos que refuerzan sentimientos de pertenencia y solidaridad social y permiten, en consecuencia, el control ideológico como mecanismo de dominación. Cfr. Oszlak, Oscar, La formación del Estado argentino, Buenos Aires, Editorial Belgrano, 1985. Para seguir la actualiza-ción del planteamiento Cfr. Oszlak, Oscar, “Estado y Sociedad: ¿nuevas reglas de jue-go?”, en Reforma y democracia, CLAD, núm. 9, octubret, 1997, pp. 1-41.

4 Cfr. Viales, Ronny, “La sociología latinoamericana y su influencia sobre la historiografía (siglo XIX a 1980)”, en De Rezende Martins, Estevão y Héctor Pérez Brignoli (dirs.), His-toria general de América Latina, Vol. IX, París, UNESCO-Editorial Trotta, 2006, pp. 129-174.

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cionista y teleológica, en la cual los Estados-nación aparecen como un resulta-do preconcebido. Aunque la historia nacional, como producto, abarca totalida-des nacionales, es importante no dejar de lado el hecho de que en su interior existen temporalidades diferenciadas, que se explican porque hay una auto-nomía relativa de las realidades y de las subjetividades construidas al interior de las regiones y de las localidades.5 Si tomamos en cuenta la posibilidad de que las identidades regionales se constituyen en regionalismos, es decir en ideologías regionales,6 es muy relevante la hipótesis de Cavieres y Cicerchia para quienes “…las identida-des regionales conforman un sistema simbólico, que fue organizado como instrumento de conocimiento y construcción de lo ‘real-local’. Estas repre-sentaciones constituyeron otro ‘punto de vista’. Procesos de producción de percepciones sobre las formas de presentación y representación de la comu-nidad local [que pueden tomar en cuenta]… cuatro… elementos… para la reformulación de una agenda cívica regional y democrática: globalización y regionalismos [las diferentes etapas de la globalización y los regio-nalismos, agregaríamos nosotros]; la crisis de representación política; el relato sobre la sociedad civil; y las nuevas narrativas y estéticas historiográ-ficas” (pp. 24-25). Cavieres y Cicerchia, en el capítulo titulado “Chile y Argentina en una visión de largo tiempo. Tres situaciones y una historia en común” (pp. 27-61), aplican los postulados anteriores al estudio de las relaciones entre Chile y Argentina e introducen la noción de “imaginarios de progreso” (p. 27)7 donde estudian la interacción por medio del corredor Cuyo-Pacífico (p. 27), aunque no aparecen mapas explicativos que podrían ayudar a los lectores ubicados fuera de la relación entre Chile y Argentina; la relación entre gue-rras y aduanas (p. 33) y los conflictos interprovinciales (p. 37) así como el papel del crédito en Rosario y de las fronteras, donde la Patagonia merece una atención especial. Esta imagen en movimiento se complementa con la inmigración y el exilio, que implica, desde nuestra perspectiva, la movilidad de personas pero también de ideas. Es importante el exilio argentino en Chile, “…como parte sustantiva del canon de la literatura nacional argenti-na” (p. 41) pero además porque los “…emigrados argentinos participaron de la bonanza general y del clima de confianza en un futuro de modernidad” (p. 42). 5 Cfr. Viales, Ronny, “Introducción”, en Viales, Ronny (ed.), La conformación histórica de

la región Atlántico/Caribe costarricense: (Re)interpretaciones sobre su trayectoria entre el siglo XVI y el siglo XXI, San José, Editorial Nuevas Perspectivas, 2013, pp. 11-21.

6 Cfr. Viales, Ronny, “La región como construcción social, espacial, política, histórica y subjetiva. Hacia un modelo conceptual/relacional de historia regional en América Lati-na”, Geopolítica(s), Vol. 1, núm. 1, 2010, pp. 157-172.

7 Molina, Viales, Díaz…, AFEHC.

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No hay que olvidar que históricamente se han imaginado escenarios posibles, configurados a partir de lo que Reinhart Koselleck denominó la tensión entre espacios de experiencia y horizontes de expectativa.8 Esta tensión configura representaciones sociales del tiempo histórico que, me-diante una relación entre el pasado, el presente y el futuro, construyen regí-menes de historicidad, como lo planteó F. Hartog.9 En este libro se plantea que el caso particular de la Patagonia se caracte-rizó porque el “…poblamiento fronterizo se dará a partir de migrantes cam-pesinos pobres que en muchos casos traspasan límites seguros… Para fines de la década de 1870 la visión de las élites gobernantes era la de la necesi-dad de creación de un estado blindado por la idea de nación soberana. En-tonces, territorio, ciudadanía y nacionalidad fueron voces inseparables” (p. 49). Esta situación generó conflictos territoriales, la desaparición, la exclu-sión de la población indígena, procesos de repoblamiento y el movimiento de fronteras a través del tiempo. Es importante señalar que la territorialidad se construye socialmente y es “…un componente necesario de toda relación de poder, que, en definitiva, participa en la creación y mantenimiento del orden social, así como en la pro-ducción del contexto espacial a través del que experimentamos el mundo, legal y simbólicamente”10 por lo que las regiones, que han desarrollado su territorialidad, tienen también una dimensión discursiva, que se puede rescatar de fuentes como los mensajes presidenciales, o los discursos de los líderes regionales, de los cuales podemos comprender sus imaginarios. La perspectiva de las subjetividades se continúa desarrollando en el ca-pítulo titulado “Ideario y lenguaje político: el concepto de Patria en Chile y en el Río de la Plata (1780-1850)”, de Juan Cáceres y Sebastián Fernández Bravo (pp. 63-96). Con un claro enfoque de historia de los conceptos, estos autores introducen la perspectiva comparativa al plantear una respuesta a la pregunta de si ¿existe un ideario y un lenguaje político común en el Río de la Plata y en Chile? Conceptos como nación, patria, pueblo, ciudadano, república, son analizados en el contexto de la independencia y la formación de los países (p. 64) con un resultado novedoso: la historiografía regional ha construido una imagen de estabilidad que desde lo conceptual más bien

8 Cfr. Koselleck, Reinhart, Futuro-pasado, para una semántica de los tiempos históricos,

Barcelona, Paidós, 1993. 9 Cfr. Hartog, François, Régimesd’historicité. Présentisme et expériences du temps, Paris,

Seuil, 2003. Cfr. Boletín AFEHC, núm. 53 (Guatemala), “Imaginar futuros desde el pasado de América Central”, coordinado por Iván Molina y Ronny Viales, publicado el 04 abril 2012, disponible en <http://afehc-historia-centroamericana.org/index.php?action= fi_aff&id=3088>.

10 Cairo, Heriberto, “Territorialidad y fronteras del estado-nación: las condiciones de la política en un mundo fragmentado”, Política y sociedad, núm. 36 , 2001, pp. 20-38.

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presenta espacios de conflictividad en función de los proyectos de moderni-dad política y de la circulación de las ideas, que permite profundizar en la interpretación de la cultura política tanto como de las similitudes y diferen-cias del imaginario político que dio sustento a las naciones y a los países, así como al contexto internacional de circulación de ideas, noción que su-pera al de la mera influencia de idearios políticos foráneos que fueron “crio-llizados” en el temprano siglo XIX, que ha predominado en la historiografía latinoamericana. Como complemento a la perspectiva constructivista-subjetivista del libe-ralismo político en Chile y Argentina, Sara Ortelli y Jaime Vito introducen el estudio de la relación entre modernización económica y modernización política en su capítulo titulado “Estado y Nación: liberalismos y oligarquías en Argentina y Chile (1840-1890)” (pp. 97-125). La evolución de Argentina y de Chile, en términos del Estado y la Nación, se ubicó en el contexto de una democracia liberal-restringida, que osciló entre el autoritarismo, la construcción de un orden institucional y la posibilidad de la inclusión polí-tica de nuevos sectores sociales por medio del juego eleccionario (p. 104). Los mecanismos que permitieron diferentes cursos de acción para esa di-námica fueron: la creación de partidos políticos; la institucionalización del imperio de la ley; la unificación territorial; la creación del “problema indí-gena”, que en Chile se transformó en la “cuestión mapuche”, y su solución por medio de la creación de minorías étnicas dominadas y de la creación de las denominadas “áreas vacías” (p. 114) que en otras partes de América Latina significaron desplazamiento de la población autóctona, por lo que no eran vacías.11 Todo esto permite reinterpretar la dinámica entre “civili-zación” y “barbarie” (p. 116), como proyecto político, agregaríamos no-sotros. En relación con el liberalismo latinoamericano de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, William Roseberry había planteado una perspectiva de análisis interesante, pues según él: “Las elites que procuraban controlar al Estado no cuestionaban seriamente el hecho de que éste sirviera a sus intereses. En cambio, hubo intensas disputas acerca de cómo debía el Esta-do servir a sus intereses y cuáles eran los instrumentos y las políticas ade-cuadas para ello”.12 El argumento anterior es un excelente punto de partida para revalorar las tesis sobre el laissez faire en el agro de América Latina. 11 Cfr. Viales, Ronny, “Las bases de la política agraria liberal en Costa Rica. 1870-1930.

Una invitación para el estudio comparativo de las políticas agrarias en América Latina”, Diálogos, Vol. 2, núm. 4, julio-octubre, 2001, Escuela de Historia, Universidad de Costa Rica, <http://redalyc.uaemex.mx/pdf/439/43920401.pdf>.

12 Roseberry, William, “Introducción”, en Samper, Mario, William Roseberry y Lowell Gudmunson (comps.), Café, sociedad y relaciones de poder en América Latina, Heredia, Costa Rica, EUNA, 2001, p. 62.

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La dinámica anterior permitió, en Chile y en Argentina, la delimitación de las fronteras internas y de las fronteras exteriores y de los límites y, fun-damentalmente, la consolidación de un proyecto político cuyo estudio com-parado, para toda América Latina, podría arrojar el interesante resultado de encontrar que fueron de un contenido mucho más amplio de lo que gene-ralmente se ha señalado. Desde una perspectiva más estructural, Nicolás Dvoskin y Claudio Lla-nos estudian el exportledgrowth argentino y chileno en el capítulo titulado “Chile, Argentina y la economía exportadora. Estado, economía y política durante la era del Imperialismo” (pp. 127-163). En su planteamiento, van a reconstruir la creación de una economía que miraba hacia afuera con un fuerte vínculo con Gran Bretaña (p. 132). Esta visión económica, con el aporte de datos, y con la visión relación entre exportación e importación ofrece una interesante interpretación sobre la economía exportadora chilena basada en el salitre, con un peso importan-te de capitales británicos y su comparación con la economía exportadora ganadera argentina, en combinación con el análisis demográfico, tanto el crecimiento natural como el crecimiento artificial de la población, y con las transformaciones sociales generadas por este estilo de crecimien-to/desarrollo. Además se explica el desarrollo de los servicios y de las obras públicas, donde fue fundamental, al igual que en América Latina en general, el desarrollo ferroviario (p. 146). Esta interpretación “desde adentro” es muy importante, pero sería intere-sante, en el futuro, vincular esta perspectiva con los planteamientos de Victor Bulmer-Thomas,13 en términos de su modelo de análisis, así como el planteamiento de Charles Kindleberger14 sobre la “lotería de los productos” para debatir sobre el carácter monocultivista o más bien monoexportador de las economías latinoamericanas; sobre las inversiones extranjeras en Amé-rica Latina;15 sobre la relación entre Estado y Mercado en América Latina16 así como sobre el origen de la industrialización en nuestros países, entre otras problemáticas. Esto debe considerarse como una invitación para desa-rrollar la historia económica comparada de América Latina, para la cual este capítulo constituye un aporte relevante.

13 Cfr. Bulmer-Thomas, Victor, La historia económica de América Latina desde la Inde-

pendencia, México, FCE, 1998 y Bulmer-Thomas, Victor, The Economic History of the Caribbean since Napoleonic Wars, Cambridge, Cambridge University Press, 2012.

14 Cfr. Kindleberger, Charles, El orden económico internacional, Barcelona, Crítica, 1992. 15 Cfr. Marichal, Carlos (coord.), Las inversiones extranjeras en América Latina, 1850-

1930, México, FCE-El Colegio de México, 1995. 16 Cfr. Carmagnani, Marcell, Estado y mercado. La economía pública del liberalismo mexi-

cano, 1850-1911, México, FCE-El Colegio de México, 1994.

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¿Qué relación ha existido entre la urbanización, la conflictividad social, la formación de ciudadanía, la participación ciudadana y la opinión pública, entre 1920 y 1990, en Chile y en Argentina? Por una parte, la respuesta a esta pregunta la proponen Oscar Edelstein y Baldomero Estrada en el capítulo denominado “Urbanización, conflictivi-dad social y participación ciudadana (1920-1970)” (pp. 165-198). Estos autores plantean una nueva historia social y del populismo a partir de la relación entre la urbanización, la inmigración y la sindicalización y se valen del estudio de la participación ciudadana y de los conflictos sociales para establecer diferentes patrones de relación en los países estudiados, hasta llegar a los “retornos a la Democracia”. Esta respuesta se complementa con el planteamiento de respuesta brin-dado por Norberto Álvarez, Fernando Rivas e Inés Pérez, en el capítulo titulado “Formación de ciudadanía, prácticas culturales y opinión pública (1930-1990)” (pp. 199-228). Estos autores caracterizan la evolución de los denominados “estilo liberal” y “estilo republicano” (p. 199), para seguir la trayectoria de la ciudadanía y los derechos civiles (p. 202), en un contexto de golpes de Estado y de restricciones de derechos, de autoritarismo, pero también de retorno a las democracias, que permite dar seguimiento a la evolución de la esfera pública en Argentina y en Chile, así como de la so-ciabilidad política y de formas de participación ciudadana que se institu-cionalizan, de la ciudadanía y de la opinión pública. Se introduce también el debate de las políticas de identidad “…amparadas en demandas para el reconocimiento de la diferencia” (p. 223) y de las “nuevas” ciudadanías plurales, que también pueden ser desiguales, en su opinión (p. 222). Para ellos, en “…ambos países, el retorno democrático fue el escenario de una visibilización de diferencias que previamente habían sido diluidas en una ciudadanía inclusiva pero al mismo tiempo homogeneizante”, según el planteamiento de Hilda Sábato.17 El último capítulo del libro, cuyo autor es Fernando Alvarado, se ocupa de “La política exterior económica de Argentina y Chile: dos estrategias para insertarse en la Globalización, un camino de integración para el futuro” (pp. 229-253). En este se analiza la transición entre los mercados comunes y la integración regional a la búsqueda de nuevos mercados mundiales. Este libro constituye un aporte muy interesante para el desarrollo de la historia binacional entre Chile-Argentina, pero con este comentario hemos tratado de establecer puentes entre su planteamiento y la necesidad de desa-rrollar una historia comparada de América Latina. Para una nueva edición, sería valioso que se incorporara una conclusión que sintetizara los plantea-

17 Sábato, Hilda, “Citizenship, political participation and the formation of the Public Sphere

in Buenos Aires, 1850’s-1880’s”, Past and Present, Vol. 136, núm. 1, 1992, pp. 139-173.

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mientos transversales que se hacen en capítulos centrados en temáticas diversas, pero complementarias, para indicar hipótesis que puedan contri-buir con la tarea de construir una historia de América Latina con enfoque transareal y comparado,18 es decir, una historia que estudie temporalidades y espacialidades diferenciadas; que privilegie la dimensión relacional entre lo: local↔regional↔nacional↔fronterizo↔transnacional↔global, porque las regiones son realidades cambiantes y, además, producto de la dinámica socio-económica y a la vez integran espacios sociales y lugares vividos con una especificidad que le otorga una estructura propia. Pero a la vez, esta historia debería ser una historia transnacional, que tome en cuenta “…que aun los mundos más intolerantes y volcados en sí mismos están imbricados en otros mundos de acción e imaginación que van más allá de la provincia o la nación”,19 tanto como transnacionalista, en el sentido de combinar el interna-cionalismo con el nacionalismo para “…mirar de forma crítica al estado-nación mismo”20 y para superar excepcionalismos ideal e ideológicamente construidos.

Ronny J. Viales Hurtado*

18 Viales, Ronny y Juan José Marín, “Los estudios transareales (Transarea Studies) como

una nueva dimensión de la historia comparada”, en Cairo, Heriberto y Jussi Pakkasvirta (comps.), Estudiar América Latina: retos y perspectivas, San José, Costa Rica, Alma Má-ter, 2009, pp. 157-175.

19 Geyer, Michael, “Donde moran los alemanes: transnacionalismo en la teoría y la prácti-ca”, Istor, Revista de Historia Internacional, Vol. 8, núm. 30, 2007, pp. 99-113.

20 Thelen, David, “The Nation and Beyond: Transnational Perspectives on United States History”, The Journal of American History, Vol. 86, No. 3, December, 1999, pp. 965-975.

* Magister Scientiae en Historia por la Universidad de Costa Rica (Graduación de Honor), Máster en Historia Económica y Doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Barcelona (Sobresaliente Cum Laude). Es catedrático e investigador de la Escuela de Historia del Centro de Investigaciones Históricas de América Central y del Posgrado Centroamericano en Historia, de la Universidad de Costa Rica. En la actualidad es el Di-rector de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica.

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Constandse-Westermann, T.S. y Newell R.R., “Social and Biological Aspects of the Western European Mesolithic Population Struc-ture: A Comparison with the Demography of North American Indians”, The Mesolithic in Europe, Ed. Clive Bonsall, Edin-burgh University Press, Edinburgh, pp. 106-115, 1991.

Todos los autores deberán atenerse a estos lineamientos. Los artículos deben enviarse al Editor de la Revista de Historia de Amé-

rica, quien los someterá a dictamen anónimo de dos especialistas e in-formará el resultado a los autores en un plazo no mayor de un año. M.Sc. Francisco Enríquez Solano (editor) / Escuela de Historia, Facul-tad de Ciencias Sociales / Universidad de Costa Rica / San José, Costa Rica / Tels.: (+506) 2511-6403 / (+506) 2511-6391 Fax: (+506) 2511-4695. Correo electrónico: [email protected]

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MIEMBROS NACIONALES DE LA COMISIÓN DE HISTORIA

COORDINADORES DE LOS COMITÉS DE LA COMISIÓN DE HISTORIA

Historia Económica, Social y Política Dr. André Figueiredo Rodriguez (Brasil)Historia Cultural Dra. Patricia Galeana (México)Historia Ambiental M. Sc. Francisco Enríquez (Costa Rica)Patrimonio Dr. Arturo Soberón (México)Antropología y Arqueología Dra. Maureen Sánchez Pereira (Costa Rica)

Argentina Dr. Miguel Ángel de MarcoBeliceBolivia Licda. Laura Peña AsbunBrasil Dr.ChileColombiaCosta RicaEcuadorEl SalvadorEstados Unidos Dr.Guatemala Lic. Celso Lara Figueroa

André Figueiredo RodriguesProfa. Luz María Méndez Beltrán

M. Sc. José Bernal Rivas FernándezDr. Eduardo Almeida ReyesLic. Pedro Escalante Arce

Erick Detlef Langer

HaitíHonduras Ing. Tomás RojasMéxicoNicaragua Dra.Panamá Dr. Osman RoblesParaguayPerú Dr. Teodoro Hampe MartínezRep. Dominicana Ricardo HernándezUruguayVenezuela Prof. Arístides Medina R.

Lic. María Teresa FrancoMargarita Vannini

Dr. Herib Caballero Campos

Lic. Uruguay Vega Castillos

Descripción de portada:

Description of Cover:

Fotografía de / Photography by

Ceremonia de honor para arriar la bandera en la Plaza de la Independencia en Montevideo, Uruguay. En esta ciudad seefectuaron las Reuniones de Consulta y laAsamblea General del IPGH, del 18 al 22 de noviembre de 2013.

Honor Ceremony to lower the flag, Plaza de la Independencia, Montevideo, Uruguay. On this city were heldConsultation Meetings and the PAIGH GeneralAssembly from November 18 to November 22, 2013.

: Francisco Enríquez

PRESIDENTEIng. Rigoberto Magaña Chavarría

El Salvador

SECRETARIO GENERALDr. Rodrigo Barriga Vargas

Chile

COMISIÓN DE CARTOGRAFÍA COMISIÓN DE GEOGRAFÍA

COMISIÓN DE HISTORIA COMISIÓN DE GEOFÍSICA

(Uruguay) (Estados Unidos)Presidente: Presidente:

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Venezuela

EL IPGH, SUS FUNCIONES Y SU ORGANIZACIÓN

El Instituto Panamericano de Geografía e Historia ( fue fundado el 7 de febrero de

1928 por resolución aprobada en la Sexta Conferencia Internacional Americana que se

llevó a efecto en La Habana, Cuba. En 1930, el Gobierno de los Estados Unidos

Mexicanos construyó para el uso del el edificio de la calle Ex Arzobispado 29,

Tacubaya, en la ciudad de México.

En 1949, se firmó un convenio entre el Instituto y el Consejo de la Organización de los

EstadosAmericanos y se constituyó en el primer organismo especializado de ella.

El Estatuto del cita en su artículo 1o. sus fines:

1) Fomentar, coordinar y difundir los estudios cartográficos, geofísicos, geográficos e

históricos y los relativos a las ciencias afines de interés paraAmérica

2) Promover y realizar estudios, trabajos y capacitaciones en esas disciplinas

3) Promover la cooperación entre los Institutos de sus disciplinas en América y con las

organizaciones internacionales afines

Solamente los Estados Americanos pueden ser miembros del . Existe también la

categoría de Observador Permanente del . Actualmente son Observadores

Permanentes: España, Francia, Israel y Jamaica.

El se compone de los siguientes órganos panamericanos:

1) Asamblea General

2) Consejo Directivo

3) Comisión de:

Cartografía (Montevideo, Uruguay)

Geografía (Washington, D. C., EUA)

Historia (México, D. F., México)

Geofísica (San José, Costa Rica)

4) Reunión deAutoridades

5) Secretaría General (México, D.F., México)

Además, en cada Estado Miembro funciona una Sección Nacional cuyos componentes

son nombrados por cada gobierno. Cuentan con su Presidente, Vicepresidente, Miembros

Nacionales de Cartografía, Geografía, Historia y Geofísica.

IPGH)

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Page 180: Historia de América · los conquistadores hermanos Pizarro y de cómo estaban representados en la memoria colectiva del Perú ... la presencia de Brasil en el ... de Simón Bolívar

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147Instituto Panamericano de Geografía e Historia

número 147julio-diciembre 2012

revista de

Historia de América

ISSN 0034-8325

Germán A. de la RezaRosana Aguerregaray

Verónica Cremaschi

Beatriz Carolina PeñaMario Octavio Cotilla Rodríguez

David Díaz AriasGermán

A. de la RezaRonny J. Viales Hurtado

¿Panamericanismo o hispanoamericanismo? Los antecedentesformativos del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826

Proyectos de disciplinamientos del Estado en vinculación a las prácticas yrepresentaciones en torno de la muerte de la élite mendocina (1887-1903). Influencia delproceso de secularización Proyectos urbanos difundidos por laprensa durante los gobiernos lencinistas, Mendoza. Visiones sobre la vivienda para lachusma de alpargatas Hermanos de perdición: los Pizarros en lamemoria colectiva del Perú a inicios del XVII Historiasobre la sismología del Caribe Septentrional Presentación del libro

Presentación del libroPresentación del libro

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Castiglione

Historia de la historiografía de América 1950-2000. Tomo II: América CentralEl Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826. La

presencia de Brasil en su historia Chile-Argentina, Argentina-Chile: 1820-2010. Desarrollos políticos, económicos y culturales