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TEMA 27: LAS NUEVAS TENDENCIAS A PARTIR DEL SIGLO XX Prof. Dr. Eduardo Escartín González
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HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO
TEMA 27
LAS NUEVAS TENDENCIAS
A PARTIR DEL SIGLO XX
TEMA 27: LAS NUEVAS TENDENCIAS A PARTIR DEL SIGLO XX Prof. Dr. Eduardo Escartín González
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1.- ANTECEDENTES: EL ANÁLISIS MONE-
TARIO Y LA TEORÍA CUANTITATIVA
El principio de marginalidad, que se estaba
aplicando para explicar los fenómenos económicos, no
afectó al análisis monetario. Los pocos intentos de
aplicarlo al estudio del dinero fueron infructuosos y no
lograron destacar la importancia del papel que el dinero
desempeña en el sistema económico (Spiegel, p. 684).
A principios del siglo XX siguió predominando
una teoría monetaria cuantitativa, según el teorema de la
cantidad (que postula que el incremento de la cantidad
de dinero se resuelve en aumento de precios), y la
consideración de un dinero neutral que sólo afectaba al
nivel de precios, pero no a la producción y a la
distribución (Schumpeter, 1954, p. 1181).
Aunque algunos autores (como von Mises,
Marshall y Fisher) observaron que se demandaba el
dinero por sí mismo, como inversión (por su función de
depósito de valor, que es un tímido paso hacia la teoría
de la preferencia por la liquidez), y que el atesoramiento
estaba relacionado con las crisis económicas, no hubo
avances generales en la teoría monetaria, ni siquiera para
desprenderse del lastre de la neutralidad del dinero, pese
a que se sabía que éste generalmente tenía efectos sobre
la economía real (Schumpeter, 1954, p. 1180).
El problema principal de la investigación
monetaria se centró en la relación entre dinero y precios,
o sea, el poder adquisitivo del dinero. A este propósito,
el estudio de los números índice sirvió de gran ayuda
(Schumpeter, 1954, pp. 1181 y 1182).
En el intento de explicar el poder de compra
del dinero sobresalió Irving Fisher (1867-1947) -que se
estudiará más extensamente en el Tema 29-. Formuló su
«ecuación de cambios», expuesta en su libro El poder
adquisitivo del dinero (1911). La ecuación de cambios
puede transformarse fácilmente en la teoría cuantitativa,
del dinero en cuanto se consideran una oferta y una
demanda de dinero que se igualan. La oferta se supone
fija (cuyo monto lo decide exógenamente el gobierno) y
la demanda de dinero se supone que se determina en
función de los agregados macroeconómicos que forman
parte de la ecuación de cambios (Schumpeter, 1954, pp.
1189 y ss.). La ecuación de cambios, en su versión más
sencilla, expresa que:
M ⋅⋅⋅⋅ V = P ⋅⋅⋅⋅ T
Las definiciones de estas cuatro variables crean
de por sí arduos problemas. Pero las ventajas de esta
formulación son las posibilidades de cuantificación y de
contraste mediante las técnicas econométricas y
estadísticas. En términos muy generales:
M es el stock de dinero (u oferta del mismo que,
en su conversión a la teoría cuantitativa, se
iguala a la demanda, que es el saldo monetario
que el público desea mantener líquido).
V es la velocidad de circulación del dinero.
P es el nivel general de precios.
T es el volumen de las transacciones por unidad
de tiempo (o intercambios realizados durante
un periodo. En ocasiones, se interpreta T como
el monto de la renta nacional, aunque éste sea
muy inferior a aquél durante el mismo lapso.
El más estricto cuantitativismo implicaba
hipótesis muy restrictivas: constancia de V; ausencia de
relación entre determinadas variables (como entre P y T,
P y V, T y V); ignorancia de influencias indirectas
(como las variaciones del tipo de interés, los cambios en
la distribución de la renta y en los gastos de los
consumidores) y validez de la ecuación sólo cuando se
estaba en equilibrio (en periodos de transición había
anomalías que impedían la igualdad).
Evidentemente, muchos autores no estuvieron
dispuestos a aceptar tantas limitaciones que dejaban
prácticamente inoperativa a la teoría cuantitativa, pues
quedaba reducida al simple teorema de la cantidad; es
decir, a una mera relación causal entre M y P (aunque
era sugestiva la implicación de poder controlar el nivel
de precios manipulando la oferta monetaria).
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2.- LA TEORÍA MONETARIA EN LA UNI-
VERSIDAD DE CAMBRIDGE
Marshall había explicado, en sus clases, una teoría
monetaria de tipo cuantitativista, que ponía el énfasis en
los saldos monetarios en efectivo que el público deseaba
mantener en forma líquida (Harrod, 1969, p. 195).
Sus discípulos de Cambridge formularon una
teoría de la demanda monetaria en la que la cantidad de
dinero, o liquidez, deseada por el público era una
proporción de la renta. En su formulación más sencilla
(debida a Keynes, en su Tratado sobre la reforma
monetaria), M = P·kR; igualdad en la que M es la
demanda de dinero, R la renta real y k la proporción de
ella que la gente desea mantener en dinero para efectuar
las transacciones (Harrod, 1969, p. 195).
Esta ecuación de Cambridge es similar a la de
Fisher (MV = PT), y sus términos se corresponden con
los de ésta última cuando se considera a k como
equivalente al inverso de la velocidad de circulación del
dinero (k = 1/V) y a las transacciones derivadas de la
renta R como T (Harrod, 1969, p. 195-196).
Sin embargo, las discrepancias entre ambas son
muy notables. Los economistas de Cambridge, con su
formulación, cambian sustancialmente de enfoque.
Ponen el énfasis en los deseos del público por mantener
en su poder unos saldos líquidos, y en que esos saldos se
ven afectados por el nivel de precios (Spiegel, p. 679).
Es decir, la gente desea mantener dinero porque lo
necesita para guardarlo y para comprar mercancías, y
cuanto mayor sea su precio tanto más dinero necesitará
tener en sus manos por término medio.
Esta versión, pese al cuantitativismo imperante
entre los neoclásicos de la escuela de Cambridge, deja
en un segundo plano la incidencia de la cantidad de
dinero en los precios, al centrarse en la demanda del
dinero como factor determinante del poder adquisitivo
de una oferta dada de dinero para llevar acabo las
transacciones deseadas (Harrod, 1969, p. 197).
En suma, las discrepancias más destacables son:
1ª.- M en la ecuación de cambios, se refiere a la
cantidad total de dinero existente en la sociedad.
M en la ecuación de Cambridge se refiere a la
cantidad de dinero demandada para dedicarla a las
transacciones.
2ª.- En la ecuación de cambios se centra la
atención en la oferta de dinero, de forma que sus
variaciones afectan al nivel de precios.
En la ecuación de Cambridge se centra la atención
en la demanda de dinero, de forma que ésta se ve
afectada por las variaciones del nivel de precios.
Los economistas de Cambridge más relevantes en
el aspecto de la teoría monetaria son:
Sir Ralph G. Hawtrey (1879-1971), economista
británico que estudió la influencia de las variaciones del
volumen de crédito sobre el ciclo económico. La crisis
económica se origina cuando el sistema crediticio se
encuentra con dificultades para mantener sus saldos
deseados de liquidez; entonces las entidades bancarias
restringen el crédito originando la recesión de los
negocios (Schumpeter, 1954, p. 1216). Entre sus obras
se encuentran Dinero y crédito (1919), El problema
económico (1926), Capital y empleo (1937), El destino
económico (1944) y La balanza de pagos (1950).
Dennis Robertson (1890-1963) fue un economista
británico que sucedió a Pigou en la cátedra de economía
política de Cambridge (1944-1957). Ayudó a Keynes, de
quien fue discípulo, en la década de los 20 del siglo
pasado, pero luego se posicionó frente al keynesianismo.
Publicó su aportación a la teoría monetaria en
relación con los ciclos económicos en Estudio de las
fluctuaciones industriales (1915), donde considera que
las causas de ellas se deben tanto a elementos
monetarios como a determinados elementos reales de la
economía. También realzó el papel que desempeñan en
la economía las expectativas (Spiegel, p. 681).
Otras obras de este autor son: Dinero (1922),
Política bancaria y nivel de precios (1926), Ensayos de
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teoría monetaria (1940); Ensayos sobre el dinero y el
interés (1956) y Crecimiento, salarios y dinero (1961).
3.- LA COMPETENCIA IMPERFECTA
La teoría de los costes decrecientes a largo plazo
de Marshall realza la predisposición de las empresas a
ampliar la escala de la producción y con ella a destruir la
hipótesis de la competencia perfecta.
La concepción respecto a que las empresas tienden
a desenvolverse en ambientes de monopolio u oligopolio
ha existido, y ha sido mencionada por muchos autores
que escribieron sobre cuestiones económicas, desde que
se tiene memoria histórica, es decir, desde los tiempos
de Aristóteles. Pero, sólo es desde el momento en que se
aceptaron los métodos matemáticos en la investigación
económica cuando se impuso el análisis de los mercados
no competitivos. En esta materia, la base fueron los
estudios del monopolio y del oligopolio efectuados por
Cournot y Marshall. Este último rescató el análisis de
Cournot (aunque introdujo pocas novedades) y fue quien
difundió el estudio del monopolio y del oligopolio
(Schumpeter, 1954, pp. 1063 y 1064).
Piero Sraffa (1898-1983), economista italiano
alumno de Cambridge y profesor en Perugia, Cagliari y
Cambridge, fue uno de los más destacados pioneros del
estudio de la competencia imperfecta. En su libro Las
leyes de la productividad en régimen de concurrencia
(1926) criticó los supuestos básicos del marginalismo.
Su idea era que si las empresas no actúan en régimen de
competencia perfecta, debido a limitaciones del mercado
que impiden expandir su producción a menos que
incurran en costes de ventas1, se enfrentan a demandas
decrecientes y para su estudio se deberían aplicar los
supuestos del monopolio y oligopolio. Los costes de
venta, según Castañeda (1968, p. 528), “son los que no
se emplean en elaborar el producto ni contribuyen a
formar las circunstancias que lo rodean, sino que
1 Concepto ya utilizado por Marshall (1920, p. 327).
directamente conducen a aumentar la demanda”; es
decir, son los que configuran una nueva función de
demanda más alta que la anterior sin alterar en absoluto
las condiciones y los costes de la producción.
Un complemento inseparable de esta idea es la
imposibilidad de lograr, cuando hay esas condiciones de
limitación de mercados, una asignación óptima de los
recursos. Este último aspecto lo estudió Sraffa con gran
rigor científico en La producción de mercancías por
medio de mercancías (1960).
En este libro también expuso un método para
resolver el arduo problema con el que se enfrentó
Ricardo sin éxito: la medida invariable del valor. Para
ello, ideó una mercancía-patrón abstracta, formada por
una cesta de bienes adecuadamente elegida. Esta
mercancía-patrón era la que se elaboraba con la
combinación de capital y trabajo promedio de la
utilizada en la economía. No obstante, esta mercancía-
patrón no conservaba invariable su valor a lo largo de un
amplio periodo de tiempo, porque cambiaba en cuanto
un avance tecnológico variase el promedio de la relación
capital-trabajo (Backhouse, 1985, pp. 48 y 370).
La influencia de Sraffa se dejó sentir sobre todo en
los dos siguientes profesores de economía:
Joan Robinson (1903-1983) fue una economista
británica alumna de Pigou y Keynes en Cambridge,
donde luego fue profesora. Ha dejado una prolífica obra
de investigación económica en la que destaca Economía
de la competencia imperfecta (1933). Otros libros de
esta autora son: Introducción a la economía marxista
(1941), La acumulación de capital (1956), Ensayos de
economía poskeynesiana (1960), Ensayo sobre la teoría
del crecimiento (1962) y Contribución a la teoría
económica moderna (1978). Una de sus aportaciones
más notables es la consideración de una mano invisible
dañina, en franca crítica a Smith por confiar en que su
sistema de libertad natural conduciría a la competencia
perfecta, cuando, en realidad, la tendencia del sistema
económico era hacia el monopolio y el oligopolio. Pese
a sus críticas al capitalismo y al laissez faire, opinaba
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que “no existe una imposibilidad lógica inherente en
concebir un sistema capitalista que disfrute de una
expansión continua, o sea, que contradice el punto de
vista según el cual hay una necesidad ineluctable de que
se acabe el capitalismo” (cita de Dobb, 1973, p. 255).
A continuación expondremos, siguiendo a Wan
(1971, pp. 86 a 90) un sencillo modelo de crecimiento
económico, expuesto en La acumulación de capital:
Considera Robinson un sistema económico de dos
sectores: el de consumo (C) y el de inversión (I). La
suma de ambas macromagnitudes es la renta nacional, o
producción anual (Y); así, la ecuación de la renta es:
Y=C+I. La renta de pleno empleo se tipifica a la unidad
(YPE=1) y de ahí se tiene una ecuación de balance:
C+I=1, o recta de balance en su representación gráfica.
Además de éstos, hay otro supuesto básico: el consumo
es una función lineal y creciente de la inversión; la
función de consumo es: C= C0+αI. La ecuación de
balance delimita una 1ª restricción de pleno empleo:
C+I ≤ 1, y es que no se puede rebasar la producción de
pleno empleo. Más restricciones son: una 2ª restricción
de supervivencia: C≥C0≥C1, por la cual, el consumo no
puede ser inferior al nivel de subsistencia (C1) y hay un
consumo autónomo (C0), independiente de la inversión,
que por lo general es mayor que C1; una 3ª restricción
de capital: C2≥C, según la cual, el consumo y el
consumo autónomo pueden aumentar, pero nunca
superan una determinada cota (C2) porque para niveles
superiores a C0 se requiere que haya alguna inversión
positiva; y una 4ª restricción de inversión: I ≥0, por la
que la inversión no puede ser negativa.
Cada función de consumo, según sea el valor de
sus parámetros C0 y α, indica una senda de crecimiento
distinta que se inscribe dentro de las restricciones (que
delimitan el trapecio C2DFC1 de la figura adjunta).
Como puede haber multitud de sendas de crecimiento, a
este modelo se lo denomina «abierto».
Al consumo máximo según la senda de crecimiento
y correspondiente al pleno empleo lo designaremos por
«v». Entonces, por la ecuación de balance, la máxima
inversión de pleno empleo sobre la senda de crecimiento
será: I= 1-v. De estos valores, sustituidos en la función
de consumo, se deduce el valor α: v= C0+α(1-v); de ahí:
v1
Cv 0
−
−=α (1)
Introduciendo este valor en la función de consumo,
se tiene: C= C0+ I·(v-C0)/(1-v) y por consiguiente:
)CC(Cv
v1I 0
0
−−
−= (2)
Sumando C a cada miembro de esta igualdad y
dividiendo luego todo por C se obtiene:
)C
C1(
Cv
v11
C
IC 0
0
−−
−+=
+ (3)
Llamando «margen de beneficio» (π) al 2º sumando del
segundo miembro de la igualdad (3):
)C
C1(
Cv
v1 0
0
−−
−=π
(4)
la (3) se convierte en C+I= C+πC, con lo cual
I = π C (5)
Al deducirse de (5) que π=I/C, resulta que el «margen de
beneficio» es la tasa de inversión respecto al consumo;
por la (4) π es una función creciente del consumo (C) y
por la (5), como π y C crecen a la vez, la inversión debe
aumentar proporcionalmente más que el consumo.
I0
C
Restricción decapitalC2
C0
C1
1
E
F
1
D
1-v
Recta de balance
Restrición desupervivencia
Barrera deinflación
vG.
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De (4) es posible hallar el intervalo en que puede
encontrarse el margen de beneficio. En efecto, cuando
C=C0, π = 0; y si C = v, π = (1-v)/v; o sea, 0≤ π ≤(1-
v)/v.
Las macromagnitudes anteriores se expresan en
términos reales. Pasando ahora a términos monetarios, y
teniendo en cuenta el nivel de precios «p», se considera
que el valor de la producción (P=p·Y) es el valor
añadido a la misma debido a los salarios monetarios (W)
y a los beneficios en dinero (B); P = W + B; dividiendo
todo por «p» se pasa a términos reales: P/p= W/p+B/p.
Como la producción real no puede rebasar la de pleno
empleo, P/p≤1. Robinson supuso que todos los salarios
(factor trabajo) se dedicaban al consumo y que todos los
beneficios (factor capital) se invertían (esto implica que
quienes perciben beneficios tienen que cobrar además un
salario para poder vivir). Esto quiere decir que: W/p=C,
o bien W= p·C, y B/p=I=πC, según la (5), o bien B=
p·πC= πW. De P= W+B y estas igualdades se desprende
que P-W= B= πW y de aquí, despejando π:
W
WP −=π (6)
Esta ecuación (6) indica que el margen de beneficio es
equivalente a la tasa de plusvalía (o tasa de explotación).
Con todas esas expresiones combinadas se tendrá:
Cp
W1 π+≥ (7)
Si C está en C0, el valor más bajo de la senda de
crecimiento, el salario real será:
0C1
p
Wπ−≤ (8)
Si C está en v, el valor más alto de la senda de
crecimiento, el salario real será:
v1p
Wπ−≤ (8)
Teniendo en cuenta que v>C0, el salario real de (8) es
menor que el de (7); es decir, a medida que se avanza
por la senda de crecimiento el salario real va bajando.
Como por el intervalo en que se encuentra el margen de
beneficio se deduce que 1-πv ≥ v, no se puede saber si el
salario real de la (8) es mayor o menor que v; lo más
lógico es que sea menor. Pero a lo largo de la recta de
balance π=(1-v)/v = I/C, y, por la (8), W/p ≤ v; es decir,
a lo largo de la recta de balance, a medida que I va
siendo mayor, tanto menor será el salario real y más alta
la plusvalía.
También se deduce de este modelo que cualquier
punto, como el G, de la senda de crecimiento antes de
llegar al límite de la recta de balance es una situación
con desempleo de los factores y que cuando el consumo
llega a «v» y la inversión a «1-v», punto E de la senda de
crecimiento, todo aumento de la inversor sólo sirve para
generar inflación, porque la producción real ya no puede
crecer más. Este modelo abierto permite la planificación
de la economía, puesto que se puede elegir cualquier
senda de crecimiento dentro del trapecio C2DFC1.
Edward Hastings Chamberlin (1899-1967),
economista norteamericano, estudiante y profesor de
Harvard, ya había adquirido unas ideas similares, con
independencia de los anteriores autores, cuyos
elementos básicos expuso en su tesis doctoral en 1927;
más tarde la desarrolló en su libro Teoría de la
competencia monopolística (1933), donde recogió, y
contribuyó a generalizar, el término oligopolio,
reintroducido en 1914 por Karl Schlesinger al cabo de
cuatrocientos años desde que lo usara por primera vez
Tomás Moro.
Tanto Robinson como Chamberlin divulgaron el
concepto de Cournot de los ingresos marginales, que
Roy Harrod (Epígrafe 4) había rescatado recientemente
(Schumpeter, 1954, p. 1248n). Ambos coincidieron en
algunos aspectos de la competencia imperfecta, como la
importancia de la diferenciación del producto y los
costes de venta (Schumpeter, 1954, p. 1247).
Para Robinson y Chamberlin en los mercados no
se intercambian, por lo general, bienes perfectamente
homogéneos. Las empresas diferencian su producto por
alguna característica o peculiaridad, aunque en muchas
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ocasiones sólo sea una apreciación subjetiva del
consumidor que prefiere unas marcas a otras. Sin
embargo, los productos diferenciados no se convierten
en absolutamente distintos ni anulan su capacidad de
satisfacer una única necesidad; o sea, son sustituibles
entre sí. La empresa, en estas circunstancias, se enfrenta
a clientes que, aun prefiriendo su producto, pueden
elegir un bien sustitutivo cercano del mismo; por lo
tanto, se encuentra con curvas de demanda decrecientes,
como en el caso del monopolio, en lugar de demandas
perfectamente elásticas (Spiegel, p. 675).
Bajo estas condiciones, a las empresas no les
interesa competir en el precio, sino en servicios
complementarios o en propiedades peculiares de su
producto. Para darlos a conocer y estimular la demanda
se incurre en costes de venta (como los de publicidad y
comisiones) ajenos a los de producción (Schumpeter,
1954, p. 1247). Aunque las empresas obtienen sus
mejores resultados cuando igualan los costes marginales
a los ingresos marginales, los costes de venta y la
libertad de otras empresas para entrar en el mercado las
lleva a un equilibrio estable en el momento en que los
costes medios son iguales a los ingresos medios; es
decir, cuando las curvas de demanda y de costes medios
totales son tangentes (Spiegel, p. 675).
En este tipo de competencia imperfecta las
instalaciones de las empresas tienen más capacidad que
la realmente empleada. Denominamos capacidad al
volumen de producción que corresponde al nivel mínimo
de los costes medios. Cuando la demanda es decreciente
y la curva de costes medios tiene la forma típica de U, la
condición de tangencia sólo se cumple en niveles de
producción inferiores al de mínimo coste medio.
Años después, otros autores ampliaron el análisis
de la competencia imperfecta dando lugar a nuevas
concepciones. Sin embargo, bastantes años antes Joseph
A. Schumpeter (Tema 24) había llegado más lejos que
nadie en defensa del monopolio como elemento
innovador y generador de progreso económico en su
Teoría del desenvolvimiento económico (1912).
John Kenneth Galbraith (1908-2006) fue un
economista norteamericano nacido en Canadá; estudió
en las universidades de Ontario (California) donde se
doctoró, y Cambridge, en la que asistió a un seminario
de Keynes. Fue profesor de economía en Harvard y
Princeton. Obtuvo la nacionalidad estadounidense en
1937 y en 1959 la cátedra de teoría económica en
Harvard, que conservó hasta su jubilación en 1973.
Desempeñó varios cargos públicos, entre ellos el de
embajador de los EEUU en la India. Obras suyas son:
Una teoría del control de precios (1952); El sistema del
desequilibrio (1952); El capitalismo americano (1952);
La hora liberal (1955); La sociedad opulenta (1858); La
disciplina económica (1967); El nuevo estado industrial
(1967); La Economía y el interés público (1973);
Dinero, de dónde vino, adónde fue (1975), La edad de
la incertidumbre (1976); Anatomía del poder (1983) e
Historia de la economía (1987).
Galbraith (1958, p. 62) considera que el modelo de
libre competencia concebido por los economistas de la
tradición central era intrínsecamente inseguro. En el
orbe económico de competencia perfecta el empresario
debía mantenerse siempre en el máximo estado de
eficiencia so pena de quiebra (ibídem, p. 60). Esta
incertidumbre pesaba sobre el futuro empresarial incluso
en caso de mala suerte en el que el producto no fuera
demandado por los consumidores, aun siendo el
productor eficiente (ibídem, p. 60). La inseguridad de la
masa trabajadora todavía era mayor porque, además de
sus propias vicisitudes, el asalariado corría los riesgos
de su empleador independientemente de su personal
eficiencia o de su productividad marginal, por alta que
fuera: “El trabajador más esforzado podía entrar a
trabajar a las órdenes de un empresario poco
capacitado. Las desventuras del empresario podían
recaer entonces de una forma bastante irracional sobre
su fiel servidor” (ib., p. 61). Sin embargo, “la conducta
de la economía estuvo cada vez más en desacuerdo
empíricamente con el modelo competitivo. Cuando éste
exigía que hubiese muchas firmas en un mercado, sólo
existían unas pocas en la práctica. Cuando el modelo
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competitivo exigía un precio que no fuese controlado
por ninguna firma, en la práctica algunas firmas al
menos parecían gozar de un considerable poder
discrecional sobre el precio. Y a los sindicatos no les
faltaba su propia fuerza” (ibídem, p. 62).
Según Galbraith (1952, p. 80), considerar que la
tendencia del sistema capitalista hacia el oligopolio,
hacia la concentración de la propiedad en las industrias,
es debido a un premeditado plan ideado por algún
individuo es lo mismo que no dar en la diana del blanco,
porque esa no es la causa principal. “En realidad, las
causas son profundamente orgánicas”; es decir,
obedecen a la propia dinámica del sistema económico
capitalista, ya que los agentes económicos muestran muy
poca disposición para vivir sometidos a los peligros
económicos: “A cada momento mostraban su tendencia
a ejercer una presión colectiva o con la ayuda del
Gobierno para obtener unas medidas que hiciesen más
segura su vida” (Galbraith, 1958, p. 62).
Galbraith reconoce en el monopolio y el oligopolio
unas realidades económicas consolidadas que ejercen su
poder fomentando, en su propio beneficio, el consumo
de bienes privados a costa de la degradación de los
bienes públicos: «opulencia privada, contaminación
pública»2.
Estas poderosas entidades de producción necesitan
eludir el riesgo de sus ingentes inversiones que origina la
incertidumbre de los mercados. Por eso, estas grandes
sociedades mercantiles e industriales procuran controlar
a los consumidores, manipulando sus preferencias con la
publicidad (Galbraith, 1958, p. 109). También intentan
controlar la política interviniendo en ella y
asegurándose, al margen del mercado, contratos con las
administraciones públicas (Backhouse, 1985, p. 426).
No obstante, Galbraith (1952, pp. 147 a 149) no
condena las prácticas monopolísticas u oligopolísticas,
porque de otra forma no se podrían afrontar las grandes
2 “La contrapartida de una opulencia creciente será una suciedad
cada vez más intensa” (La sociedad opulenta, p. 219).
inversiones necesarias para el mantenimiento del
crecimiento económico y porque, por otra parte, no se
desvirtúan ostensiblemente los resultados de un libre
mercado, preferible al intervenido, al compensar con
creces el progreso técnico la pérdida de eficiencia y el
despilfarro que origina la competencia oligopolística,
pues los avances tecnológicos permiten una reducción
de los costes y del precio de venta (ibídem, pp. 151 y
156). También porque la sociedad ha sido capaz de
desarrollar un contrapoder de esas grandes compañías,
con el que se llega a lograr un mayor bienestar social. Se
trata de un poder compensador (véase Tema 18,
Epígrafe 2) que, al desaparecer la competencia con las
empresas oligopolistas que dominan el mercado, limita
el “poder privado en sustitución de la competencia”
(Galbraith, 1952, p. 173). “La persistente tendencia
hacia la concentración de las empresas industriales en
manos de relativamente pocas empresas ha creado no
solamente poderosos vendedores, [...] sino también
poderosos compradores” (ibídem, p’. 174). De modo
que podemos observar cómo la empresa productora, en
lugar de vender directamente al consumidor, vende a
fuertes intermediarios detallistas quienes venden al
público; los patronos tienen como interlocutor a una
potente organización sindical, en lugar de a un
trabajador individual; las compañías, con su publicidad
engañosa y falta de calidad de sus productos, se enfrenta
a las asociaciones de consumidores.
Aun siendo un liberal partidario del laissez faire,
es decir, prefiriendo básicamente el libre mercado,
Galbraith considera justificada la intervención de las
autoridades públicas para asegurar la limitación del
poder oligopolístico si no existiera ya un poder
compensador a disposición de los grupos sociales
afectados (Galbraith, 1952, pp. 201 y ss.). El caso de la
agricultura, sector en el que los ingresos y nivel de vida
de los campesinos son más bajos que en otros sectores,
es un ejemplo típico que requiere la intervención del
estado (Galbraith, 1952, pp. 221 y ss.). Y otro es el de
los individuos que se encuentren en paro forzoso, a
quienes el estado tiene que garantizarles unos ingresos
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independientes de su participación en la producción,
según opina Galbraith (1958, pp. 250, 253 y 254), quien,
por tanto, defiende una “contribución negativa sobre la
renta”, siguiendo en ello a Milton Friedman.
Otras novedosas aportaciones de Galbraith son:
1.- La importancia decreciente de los bienes, en
términos marginales, es la principal característica de los
productos elaborados en las sociedades opulentas. En
ellas se produce de todo abundantemente, en especial de
las cosas más necesarias para la vida: alimento, vestido y
alojamiento. Cubiertas estas necesidades perentorias, las
demás tienen menos importancia. “Por consiguiente, la
producción que proporciona los bienes que satisfacen
esas necesidades menos urgentes debe ser también de
una menor importancia (y decreciente). En la Inglaterra
de los tiempos de Ricardo el abastecimiento de pan
para la gran mayoría era insuficiente. La satisfacción
resultante de un incremento en la oferta de pan [...] era
elevada.
En los Estados Unidos contemporáneos, el
abastecimiento de pan es extraordinariamente
abundante y la oferta de cereales es incluso exagerada.
La producción de satisfacciones que se pueda obtener
con un incremento marginal en la oferta de trigo es
pequeña. Para un secretario de Agricultura ha sido,
normalmente, negativa” (Galbraith, 1958, p. 144)3.
“Y la gente, al haber extendido su consumo de
pan hasta el punto de que su utilidad marginal es
extraordinariamente baja, se encaminará a gastar sus
ingresos en otras cosas. Puesto que estos otros bienes
vienen debajo del pan dentro de su escala de consumo,
es previsible que tampoco sean demasiado urgentes [...].
Por lo tanto, debe suponerse que la importancia de los
incrementos marginales de toda la producción es baja y
decreciente. El efecto de una opulencia creciente es la
minimización de la importancia de los objetos
económicos (ibídem, p. 145).
3 Por eso el destruir los excedentes de productos agrícolas ha sido la preocupación primordial.
2.- El efecto dependencia consiste en que, en las
sociedades ricas, “la producción crea las necesidades
que procura satisfacer” (ibídem, p. 151). Es decir,
cuando una sociedad alcanza elevados niveles de renta,
la producción ya no se realiza para satisfacer las
necesidades del individuo, sino que es la propia
producción la que hace surgir las necesidades; en otras
palabras, las necesidades ya no surgen del individuo sino
que las crea la producción, encargándose ella de
hacerlas sentir a la gente (Galbraith, 1958, pp. 150 y
ss.).
Cuando se llega a estas circunstancias queda
encubierto el hecho inequívoco de la urgencia
decreciente en la satisfacción de las necesidades, porque
los individuos olvidan que las necesidades vitales se
encuentran en el primer plano de urgencia, al lograr
elevadas rentas que le garantizan holgadamente su
satisfacción, y pasan a valorar más el consumo de
aquellos bienes que les distingue de los demás, aquéllos
que demuestran que su nivel de vida es superior al de
otros. De este modo, las necesidades ya no son algo
intrínseco de las personas, sino que dependen de la
producción (pues las genera4).
La conclusión que se extrae es que si la demanda
para estas necesidades no existiese, “si no fuese
instigada, su utilidad o importancia, menos la
instigación, sería igual a cero. Si consideramos esta
producción como si fuese marginal, podríamos decir
que la utilidad marginal del producto agregado actual,
menos la publicidad y la técnica de ventas, es igual a
cero” (ibídem, p. 156).
3.- El equilibrio social es el concepto acuñado por
Galbraith (ibídem, p. 219) para denotar “la relación
4 Galbraith (ibídem, p. 153) aclara: “El camino hacia una expansión
de la producción debe allanarse con una conveniente expansión del
presupuesto de publicidad. Los desembolsos que se realicen para la
fabricación de un producto no son más importantes [...] que los
desembolsos que se efectúen para elaborar una demanda de ese
producto”. Y continúa diciendo (ibídem, p. 154): “¿tan deseado es un
nuevo cereal para el desayuno o un nuevo detergente cuando se deben
emplear cantidades tan considerables para suscitar en el consumidor
la sensación de necesidad?”
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adecuada entre el suministro de bienes y servicios
producidos por el sector privado y el que presta el
Estado”. Con este concepto pone Galbraith de relieve
que se trata de resolver uno de los grandes problemas de
la sociedad opulenta, porque en ella la generación de
servicios públicos se queda muy rezagada respecto al
avance de la producción privada; Como Galbraith
(ibídem, p. 270) resume, la sociedad opulenta es “en
suma, una comunidad cuyos servicios públicos
[deberían haberse] mantenido al mismo ritmo de la
producción privada”.
El equilibrio social es un concepto análogo al del
equilibrio de la producción y del consumo dentro de una
comunidad, de modo que si se origina un aumento en el
uso de un producto se necesita producir y consumir otros
más; por ejemplo, más automóviles implican más
gasolina, más seguros, más siderurgia, más neumáticos,
..., pero también más y mejores carreteras y espacio para
poder usar y aparcar los coches (ibídem, p. 218) y más
hospitales y policías (ibídem, p. 219) y jueces y médicos
y personal sanitario y auxiliares de juzgado.
No obstante, en las sociedades opulentas es
palpable la desproporción entre la producción y el
consumo de bienes privados y la de los públicos:
“Cuanto mayor sea la cantidad de bienes que adquiere
la gente, tanto mayor es el volumen de envoltorios que
desecha y tanto mayor es la cantidad de basura que se
debe eliminar. Si no se proporcionan los servicios de
saneamiento adecuados, la contrapartida de una
opulencia creciente será una suciedad cada vez más
intensa. A mayor riqueza, mayor cochambre. Con ello
se expresa una indudable tendencia de nuestra época. A
medida que se producen y adquieren más bienes,
mayores son las oportunidades de estafa y mayor
protección se debe otorgar a la propiedad. Si las
cantidades que se destinan a los servicios públicos que
deben hacer cumplir la ley no se mantienen al mismo
ritmo, el reverso de un bienestar creciente, será, sin
duda, un aumento en el número de delitos” (ibídem, p.
219).
4.- La subsistencia de la pobreza; es ésta una
circunstancia que sigue persistiendo en las sociedades
que han llegado a la opulencia; sin embargo, en ellas ha
dejado de ser una condición generalizada y ya sólo es
una condición especial (ibídem, p. 270), puesto que sólo
se trata se «bolsas de pobreza».
Siendo así la pobreza el problema que afecta a una
minoría en las sociedades opulentas, éstas son aquellas
comunidades donde “mientras nuestras energías se
emplean en hacer cosas cuya importancia no es grande
-cosas cuya demanda debe ser creada artificialmente a
un elevado coste o que, si no, no son deseadas en
absoluto- la importancia del proceso productivo
continúa subsistiendo en cuanto fuente de ingresos. Los
ingresos que el hombre obtiene de la producción de
cosas intrascendentes son precisamente de gran
trascendencia. La producción refleja la baja utilidad
marginal que tienen los bienes para la sociedad. Los
ingresos reflejan la elevada utilidad que tiene la
manutención para una persona. Por esta razón, [...],
son los ingresos y la ocupación, más bien que los
bienes, los que se han convertido en nuestra
preocupación económica fundamental” (ib., p. 249).
Tal sociedad debería ser compasiva y generosa con
aquellos de sus miembros que se encuentran por debajo
de los niveles de vida corrientes, pues, al fin y al cabo,
puede prescindir de los bienes que se podrían obtener
con su trabajo, y, por ser rica, puede permitirse el
mantenerlos en condiciones dignas y no degradantes:
“Garantizar a cada familia una renta mínima, como
una función normal de la sociedad, contribuiría a
asegurar [...] que la pobreza no se perpetúe a sí misma”
(ibídem, p. 275).
Una solución, al menos parcial, sería que se
tuvieran ingresos al margen de los que proporciona la
producción (ibídem, pp. 252 y ss. y 276). Para lograr ese
objetivo se requieren tres etapas (ibídem, pp. 252 a
254):
1ª. Un subsidio de paro forzoso cercano al salario
medio y de una considerable duración.
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2ª. Una renta garantizada para aquella población
que jamás podría ser empleada por mucho que se
intentase estimular la demanda (o que pudiera
serlo con grandes dificultades o que no debieran
trabajar), ya que el nivel de pleno empleo es
imposible alcanzar cuando la producción es
suficientemente abundante para satisfacer
cumplidamente las necesidades de toda la
sociedad.
3ª. Un control sobre los salarios y los precios para
que no se origine una espiral inflacionista.
5.- El trabajo ya no es tan fundamental en las
sociedades opulentas, bien porque se trabaja menos
horas al día, o menos días a la semana, bien porque se
trabaja con menos intensidad, o el trabajo se hace más
fácil y agradable, o bien porque trabaja menos gente
permanentemente (Galbraith, 1958, p. 279).
Esto es consecuencia lógica de la importancia, o
significación, marginal decreciente de los bienes que se
producen. En realidad, no es consecuencia de que “la
producción por hora ha ido aumentando a medida que
la semana laboral se reducía, [y que por ello] estamos
en condiciones de trabajar menos debido a que se
produce más en menos tiempo. [Se pasa por alto] el
hecho de que todavía se podría producir más en más
tiempo” (ibídem, pp. 279 y 280).
“No se sostiene seriamente que una semana de
trabajo más corta aumente la productividad, que los
hombres produzcan más en menos horas que lo que
producirían trabajando más horas” (ibídem, p. 281-
282). La verdad es que si no se produce más es porque
no es necesario. Y, por eso, también se puede prescindir,
a efectos laborales, de determinadas personas, como los
adolescentes y los viejos, “debido a que los bienes que
ellos proporcionan son de escasa importancia, en tanto
que una sociedad pobre debe extraer el último gramo
del esfuerzo laboral de todos [...]. Es evidente que, si es
posible conceder el retiro debido a que el producto
carece de importancia, por la misma razón se puede
otorgar un nivel de vida satisfactorio [...] al empleado
en situación de retiro. Del mismo modo hemos excluido
a los adolescentes del mercado de trabajo [...]. Pero,
aunque ya hemos visto que es posible prescindir de los
bienes que producían estos adolescentes, todavía
debemos proporcionarles de un modo total y
satisfactorio, la educación para la cual se proyectó su
exención del trabajo” (ibídem, p. 283).
4.- LA ESCUELA DE OXFORD
Paralelamente al auge de la economía en
Cambridge, surgió en Oxford un destacado plantel de
economistas entre los que destacan:
Roy F. Harrod (1900-1978) fue un economista
británico famoso por sus modelos de crecimiento
económico de tipo keynesiano, en los que también
trabajó el economista americano (de origen polaco)
Evsey D. Domar (1914-1998); entre sus obras están Un
ensayo sobre teoría dinámica (1939), Ensayos sobre la
teoría del crecimiento económico (1957) y El dinero
(1969).
Los modelos de estos dos autores, que suelen
presentarse de forma conjunta bajo la denominación
modelo de Harrod-Domar, relacionan la producción
total con el stock de capital en un proceso dinámico,
cuyas desviaciones del posible equilibrio tienden a
acentuarse. Pese a su alto nivel de abstracción, una de
las ventajas científicas de estos modelos es que son
contrastables estadística y econométricamente.
El modelo de Harrod-Domar:
En su versión más simple, Harrod establece en su
modelo tres condiciones de equilibrio. Según Allen
(1967, pp. 237 a 239), estas condiciones son:
1) Plena utilización del stock de capital: K = v Y.
2) Igualdad de la inversión y el ahorro: DK= s Y.
3) Ritmo de crecimiento constante de la mano de
obra: DL / L = Dlog L = n.
4) La mano de obra es una proporción de la renta
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nacional: L = µ Y, ecuación en la que µ es una constante
de proporcionalidad.
En estas expresiones, K es el stock de capital; Y es
la renta (o producción) nacional; v es el coeficiente de
proporcionalidad entre el capital y la renta (es decir, es
la relación capital-producto); s es la propensión marginal
al ahorro; L es la mano de obra; n es la tasa natural del
crecimiento de la población; y D es el operador
diferencial, es decir, la derivada respecto al tiempo de la
variable a la que se aplica el operador.
Integrando la ecuación de la tercera condición se
obtiene que L = L0 ent. Esta ecuación se puede igualar a
la expresada en la cuarta condición.
Como la inversión es equivalente al incremento de
capital en un periodo de tiempo, si éste es infinitesimal,
se tendrá de la primera condición que DK = v DY, y
sustituida en la ecuación de la segunda condición
proporciona: v DY = s Y; o sea, DY / Y = s / v.
Si integramos esta última ecuación y denominamos
a s / v = g, siendo g la llamada tasa garantizada de
crecimiento, resultará que Y = Y0 egt. Este valor
sustituido en la ecuación de la primera condición
proporciona el valor de K, que es K = K0 egt, siendo K0
= v Y0.
Las soluciones obtenidas indican que tanto el
capital como la renta crecen al mismo ritmo, equivalente
a la tasa garantizada de crecimiento g.
De la ecuación de la cuarta condición se deduce
que: log L = log µ + log Y, y de ésta, tomando
diferenciales, y teniendo en cuenta que D log µ = 0, por
ser µ una constante, resulta que DL/L = DY/Y. De aquí
resulta (al integrar) que n = g; es decir, en equilibrio, la
tasa de crecimiento de la mano de obra también tiene
que crecer a la tasa garantizada de crecimiento.
En resumidas cuentas, existe la posibilidad de un
crecimiento en equilibrio cuando las tres variables, L, K
e Y, crecen a la vez a la misma tasa que la
correspondiente a la tasa natural de crecimiento de la
población. Pero si se separa de la senda del crecimiento
equilibrado no existe un ajuste automático en este
modelo; éste describe un sistema que si se sale del
equilibrio permanece siempre inestable con tendencia a
agudizar la inestabilidad.
Domar, en su versión de 1947 (según la
explicación de Dobb, 1973, pp. 249 y 250) realzaba un
doble carácter de la inversión: por una parte, influía en
el ingreso a través del efecto del multiplicador; y por
otra parte, influía en la capacidad productiva a través de
las variaciones del stock de capital que incidían en el
ingreso por medio del acelerador. La tasa de crecimiento
de la inversión dada por Domar se deduce fácilmente de
las dos primeras ecuaciones de Harrod. Derivando la
segunda respecto al tiempo obtenemos la derivada de la
inversión (ya que la inversión es la derivada del capital,
o variación del capital en el tiempo): por tanto DI = D2K
= s DY. Derivando la ecuación que indica la primera
condición tenemos I = DK = v DY. Despejando DY en
esta última ecuación, sustituyendo en la anterior y
despejando DI / I, que es la tasa de variación de la
inversión, resulta que DI / I = s / v = g. O sea, la tasa de
inversión también debe crecer a la tasa garantizada.
Aunque a esta tasa se la ha denominado
garantizada, en realidad el sistema económico del
modelo no la garantiza; en el fondo, sería una verdadera
casualidad que se diera dicha tasa. Pero la fórmula de
Domar indica claramente que para mantenerse en la
senda de crecimiento equilibrado se requiere cada vez
más inversión, porque para que su tasa de crecimiento
sea constante, debe la inversión crecer continuamente.
Cosa bastante improbable en el mundo económico de la
realidad. Pero el modelo tiene la virtud de enseñarnos
que si no hay ese crecimiento de la inversión habrá paro,
porque si g es menor que n (la tasa natural de
crecimiento de la población) nunca se podrá llegar al
pleno empleo. Para alcanzarlo se requieren tremendos
esfuerzos inversores, difícilmente asumibles por la
iniciativa privada (excepto si crece s, la propensión
marginal al ahorro, o si crece la productividad del
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capital y con ella disminuye v, o, en fin, si dejamos de
multiplicarnos y disminuye n).
Sir John Richard Hicks (1904-1989), economista
británico, profesor de Oxford; compartió con Kenneth J.
Arrow (Tema 26) el Premio Nobel de economía de
1972. Contribuyó al estudio del equilibrio económico
general de tipo walrasiano; también realizó importantes
aportaciones a las teorías de la utilidad (aprovechando
las curvas de indiferencia), del ciclo económico, del
capital, y de la economía del bienestar. Suss principales
obras son: La teoría de los salarios (1932), Mr. Keynes
y los clásicos (1937), Valor y capital (1939); Una
aportación a la teoría del ciclo económico (1950),
Capital y crecimiento (1965) y Capital y tiempo (1973).
Hicks (1937) se esforzó en realizar una síntesis
entre las teorías neoclásicas y keynesianas; de sus
investigaciones en este área es fruto el famoso esquema
IS-LM (véase en el Tema 29, p. 478), que divulgó el
economista americano Alvin H. Hansen. Otros aspectos
del pensamiento económico de Hicks se tratan en el
Tema 26, Epígrafe 4, y en el Tema 28, Epígrafe 5.
También destacó Hicks en las explicaciones del
ciclo económico cuyo modelo, en “el caso «elemental»”
extraído de Una aportación a la teoría del ciclo
económico (1950, 238-242) se expone a continuación.
El punto de partida es un modelo de multiplicador
acelerador muy parecido al de Samuelson, de suerte que
suele llamarse el modelo Samuelson-Hicks5:
Denominando D a la demanda, C al consumo, I a
la inversión, Y a la renta y t a periodo de tiempo al que
se refieren las variables, se establecen estas ecuaciones:
Demanda: Dt = Ct+ It; siendo Ct = cYt-1, donde
0<c<1 es la propensión a consumir. (1)
5 El principio de aceleración es el efecto causado sobre la producción (o renta) de un periodo inducido a través de la inversión por el incremento de la renta en el periodo anterior: It = v(Yt-1 – Yt-2), siendo v>1. El principio del multiplicador es el efecto causado sobre la producción (o renta) inducido a través de la inversión por la propensión a consumir: ∆Y = m∆I, siendo m = 1/(1-c)>1 y c >1la propensión a consumir.
Inversión: It = v (Yt-1 – Yt-2); siendo v la relación
capital deseado-producto constante. (2)
Producción: Yt = Dt. (3)
Combinando estas tres igualdades se obtiene la
ecuación básica del modelo:
Yt = Ct+It = cYt-1 + vYt-1 - vYt-2 ;
Yt – (c+v)Yt-1+vYt-2 = 0 (4);
Para hallar la solución, de la forma Yt=xt, de esta
ecuación de diferencias de segundo orden se precisa
resolver la ecuación característica: xt-(c+v)xt-1+vxt-2=0
que dividiendo todo por xt-2 se obtiene
x2 – (c+v)x + v = 0 (5)
Las raíces de (5) son:
v2
vc
2
vc
2
v4)vc(vcx
22
1 −
++
+=
−+++= (6a)
v2
vc
2
vc
2
v4)vc(vcx
22
2 −
+−
+=
−+−+= (6b)
De las raíces (6) se tiene:
x1+x2 = c+v>0 y x1·x2 = v>0 (7)
x1 y x2 serán reales si 2
2
vc
+ > v; o sea c > 2 v - v;
x1 y x2 serán imaginarias cuando c < 2 v -v
La solución general de (4), considerando dos
constantes, m y n, que dependerán de las condiciones
iniciales, será:
t2
t1t nxmxY += (8)
Cuando x1 y x2 sean reales y ambas menores que
uno, la variación de la renta Yt de periodo en periodo se
irá amortiguando. Y si, una de las dos, x1, (o las dos, x1
y x2) es mayor que uno, el proceso será explosivo. Pero
si x1 y x2 son imaginarias el proceso será oscilatorio
(cíclico). En este caso, las raíces complejas conjugadas
se pueden expresar de forma trigonométrica, según
coordenadas polares, siendo r el módulo de las raíces
complejas conjugadas y ω el ángulo que forma el vector
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del módulo con el eje real, como:
x1 = r (cos ω + i sen ω) y x2 = r (cos ω - i sen ω) (9)
La relación existente entre el módulo, la parte real
y la imaginaria de las raíces complejas conjugadas es la
siguiente (aplicada al presente modelo):
;2
vccosr;
r2
vcr
2
vccos
+=ω
+=÷
+=ω
v2
vcsenr;
r
v2
vc
sen2
2
−
+=ω
−
+
=ω
De (9) resulta: x1·x2 = r2(cos ω+i sen ω)(cos ω-i sen ω)=
r2(cos2 ω+ sen2 ω) = r2; y por (7) se tiene que x1· x2 = v;
así r2 = v, con lo que v2
vccos
+=ω .
De (8) y (9) se deduce la solución general en el
caso de raíces complejas conjugadas (o proceso cíclico),
siendo e = m+n y f = m-n:
Yt = rt (e cos ωt + i f sen ωt) (10)
De (10) se desprende que si r>1 el proceso cíclico
(oscilatorio) será explosivo y si r<1 el proceso se irá
amortiguando.
Un nuevo modelo cíclico ideó Hicks (ib., pp 122-
138) sin los movimientos explosivos o amortiguados del
modelo anterior. Para ello convirtió el modelo anterior
en otro, que tampoco era no lineal, mediante ecuaciones
lineales con dos trayectorias, una para la fase creciente
del ciclo (auge) y otra para la decreciente (depresión) y
estableciendo varias restricciones, principalmente, la
consideración de un «techo» en el auge y un «suelo» en
la depresión. El nuevo modelo, según la adaptación de
Baumol (1970, pp. 294-298), es el siguiente:
Para la senda de crecimiento:
Demanda: Dt = Ct+ It; siendo Ct = C0 + cYt-1,
donde C0>0 es el consumo autónomo y 0<c<1 es la
propensión a consumir. (1)
Inversión: It = v (Yt – Yt-1); siendo v>1 la relación
capital deseado-producto constante: Kt=vYt-1. (2)
Producción: Yt = Dt. (3)
Combinando estas tres igualdades se obtiene la
ecuación básica del modelo:
Yt = Ct+It = C0+cYt-1 + vYt -vYt-1; (1-v)Yt=C0+(c-v)Yt-1;
Yt = C0(1-v) + (c-v)/(1-v)·Yt-1; o bien:
1t
0t Y
1v
cv
1v
CY −
−
−+
−−= (4)
Es preciso tener en cuenta que, como c<1, v-c>v-1
y, por lo tanto 1v
cv
−
−>1.
La representación gráfica de esta función (4) se
ilustra en la figura adjunta:
La función (4) tiene las siguientes peculiaridades:
1ª.- Si Yt-1 = C0/(1-c), el proceso permanece
siempre estacionario en un punto de equilibrio (E, donde
la bisectriz del primer cuadrante corta a la senda de
crecimiento), ya que la renta se reitera continuamente:
Yt = Yt-1= YE.
2ª.- Si Yt-1 < C0/(1-c), el proceso es decreciente,
porque la renta del periodo t (Yt) resulta ser inferior a la
del periodo anterior: Yt < Yt-1.
L K
Q
B
-C0
V-1
C0-v
F
N
O
M
G
E
A
H I
J 45º
YPE
YPE
Yt-1
Yt
YE
Senda de Decrecimiento
Senda de Crecimiento
C0
1-C
Y0
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Si Yt-1 > C0/(1-c), el proceso es siempre creciente
sobre la senda marcada por (4) aunque de forma
discontinua, como se ve en la figura, puntos A, F, H J.
Debido a estas peculiaridades hay que establecer
tres restricciones: a) la renta no puede rebasar el límite
de pleno empleo (YPE): Yt ≤ YPE; b) la renta no puede
llegar ni bajar del nivel de renta denominado antes punto
de equilibrio: Yt ≥ YE; c) la senda de decrecimiento (que
luego se describirá) tiene que pasar por encima de dicho
punto de equilibrio.
Para la senda de decrecimiento:
Demanda: igual a (1).
Inversión: It = -w; siendo w una constante. Esto
significa que cuando la renta está disminuyendo, y
debido a que Kt=vYt-1, esto es, al retardo del stock
deseado del capital respecto a la renta (producción)
descrito en (2), el capital existente es mayor que el
deseado, los empresarios deciden, por lo tanto, no
reemplazar el capital a medida que se va desgastando ni
reponer existencias. Se supone que esta desinversión es
fija en un monto w por periodo. Dicho de otra forma: si
Kt/Yt<v hay incentivos para invertir, pero si Kt/Yt>v hay
que desinvertir.
Producción: igual a (3)
Combinando estas tres funciones se obtiene la
ecuación de la senda de decrecimiento:
Yt = Ct+It = C0+cYt-1-w (5)
El modelo funciona de la siguiente manera:
Si la renta del periodo inicial es Y0, en el periodo
siguiente la renta, por (4), en la senda de crecimiento,
será A (según la figura). Esta misma renta pasa a B para
afrontar el periodo siguiente en el que la renta sube a F;
en el siguiente periodo, la renta del anterior F pasa a G y
la nueva renta de este periodo asciende a H. Y así sigue
este procedimiento hasta llegar a la renta YPE, de pleno
empleo, en el punto H, cuyo nivel no se puede rebasar.
Esta renta de pleno empleo se repetirá en el periodo
siguiente, porque, como se indicaba en el apartado de la
inversión, existe un desfase (Kt=vYt-1) entre el capital
deseado y la renta y pese a haberse alcanzado la renta de
pleno empleo, seguirá habiendo incentivo para invertir.
Sin embargo, cuando en dos periodos consecutivos la
renta es la misma la inversión es cero, por el supuesto
establecido en (2); en consecuencia, Yt = Ct+It se reduce
a Yt = Ct = C0+cYt-1, de modo que la nueva renta
disminuye y pasa a ser la del punto K de la figura. Ahora
se ha iniciado la depresión y entra en funcionamiento la
ecuación de la senda de decrecimiento; así, en el periodo
siguiente la renta bajará a M, luego a O y proseguirá
disminuyendo unos cuantos periodos hasta que, a razón
de un descenso del capital en la cuantía w por periodo,
el capital deseado sea inferior a vYt-1 (Kt<vYt-1). En este
momento surgen los incentivos para invertir. En la figura
eso se supone que ocurre en el punto Q y al haber
nuevamente inversión la renta crecerá hasta el nivel de
A, que al periodo siguiente pasará a B y originará una
renta F. Como se ve, es este un sistema cíclico que se
reproduce a sí mismo continuamente.
5.- LA ESCUELA LONDINENSE
Otra universidad inglesa que contó con ilustres
economistas es la London School of Economics, fundada
en 1895 por algunos miembros de la sociedad fabiana,
entre ellos Sidney Webb (Tema 22). Posteriormente
evolucionó hacia posiciones muy conservadoras, de
corte neoliberal, por lo que es considerada la homóloga
británica de la Universidad de Chicago.
Los profesores más famosos de esta escuela son:
Edwin Cannan (1861-1935) fue de los primeros
profesores de economía de esta escuela donde inició su
actividad docente en 1897 y la ejerció durante muchos
años. Escribió Historia de las teorías de la producción y
distribución (1893) en la que investiga la literatura
inglesa sobre economía de 1776 a 1848 (desde Adam
Smith hasta John Stuart Mill). También son suyos:
Riqueza (1914) y Repaso a la teoría económica (1930).
TEMA 27: LAS NUEVAS TENDENCIAS A PARTIR DEL SIGLO XX Prof. Dr. Eduardo Escartín González
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Lord Lionel Charles Robbins (1898-1984),
economista británico, estudió en la London School of
Económics, de la que llegó a ser director. Acudió a esta
universidad atraído por las ideas socialistas de los
fabianos, pero más tarde se convirtió en paladín de la
economía de libre mercado. En su Ensayo sobre la
naturaleza y significación de la ciencia económica
(1932) adoptó posturas económicas individualistas. En
este ensayo dio su definición de la economía como la
ciencia que estudia "el comportamiento humano en
tanto que relaciona fines y medios escasos que tienen
usos alternativos" (citado por Godelier, p. 60).
Muchos libros de texto contemporáneos enuncian
definiciones de economía basándose en la de Robbins.
Este éxito no obsta para que su definición también haya
sido muy criticada por su excesivo énfasis en el
individualismo, la consideración de una escasez que
puede ser provocada por el comportamiento humano y el
carácter mercantil de las relaciones del sujeto y la
sociedad. Según sus críticos, de la definición de Robbins
se deduce que se refiere a aspectos intencionales que
dependen de la decisión de los agentes económicos en la
búsqueda de una eficacia, es decir, de un beneficio
apropiable (Godelier, pp. 60 a 62).
Friedrich August von Hayek (1899-1992),
economista británico, de origen austriaco (nació en
Viena) fue, en su país natal, director del Instituto
austríaco de investigación del ciclo económico (1927-
1931). Exiliado en el Reino Unido, pasó a ser profesor
en la London School of Economics (1931-1950) y más
tarde se trasladó a Estados Unidos para ser profesor de
la Universidad de Chicago. En 1974 recibió el Premio
Nobel de economía. Este autor ha sido estudiado con
cierta extensión en el Tema 24.
En lo que respecta a la teoría monetaria, Hayek fue
un crítico de la teoría de la neutralidad del dinero. En
una economía monetaria desaparece la tendencia
espontánea al equilibrio, propia de las economías no
monetarias. En su opinión, el dinero y la expansión
crediticia de la banca son los elementos que provocan el
desequilibrio; pero no tanto porque varíe el nivel general
de precios, como porque se originan desfases entre el
movimiento de los precios de los bienes de consumo y
los bienes de inversión. Así, en las fases de expansión
económica se desvían capitales hacia la inversión, en
detrimento del consumo. Mientras este proceso se
realice mediante actos de ahorro voluntario no se rompe
el equilibrio, aunque haya variación de precios, porque
tanto en los mercados de bienes de consumo como en los
de bienes de inversión se establece una nueva igualdad
entre oferta y demanda. Ahora bien, si dicho proceso se
impulsa mediante una expansión o contracción del
crédito, se originan divergencias entre los deseos de
invertir y consumir que provocan fenómenos de ahorro
(o desahorro) forzoso y con ellos el desequilibrio en los
mercados. Por ejemplo, en una expansión crediticia, los
empresarios, estimulados por el crédito barato, producen
proporcionalmente más bienes de producción que de
consumo. Pero el incremento de la producción genera
rentas y poder adquisitivo para un consumo que no es
producido en la cuantía suficiente. Así, hay desfases
entre la oferta y la demanda, que causan las alteraciones
no equilibradas de los precios (James, 1959, p. 298).
5.- LA ESCUELA SUECA
Economistas como Wicksel, Davidson y Cassel
contribuyeron a difundir la afición por el estudio de la
economía en los países escandinavos.
Escuela sueca es la denominación que recibe el
conjunto de los economistas citados con sus respectivos
discípulos, quienes a su vez impartieron enseñanza de
economía en diversas universidades de Suecia. Se
designa como Escuela de Estocolmo al grupo
mayoritario de ellos que pertenecen a la Universidad de
esta ciudad.
Knut Wicksell (1851-1926), fue un economista
sueco, con formación académica en matemáticas y
ciencias, que se interesó por los problemas sociales y
económicos a una edad madura. Mediada la década de
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los ochenta partió hacia Inglaterra, Francia, Alemania y
Austria para estudiar economía; mientras tanto
sobrevivió gracias al ejercicio del periodismo y dando
conferencias. En 1893 publicó el libro Valor, capital y
renta, al que le siguieron Análisis teórico de las finanzas
(1896) e Interés y precios (1898).
Se licenció en Derecho, porque en sus facultades
se impartía la economía. Su primer puesto académico lo
obtuvo a los cuarenta y siete años, y poco después, en
1900 pasó a ejercer la docencia en la Universidad de
Lund (Suecia) donde permaneció hasta 1916. Allí
publicó sus Lecciones de economía política (entre 1901
y 1906).
Sus obras no fueron bien conocidas en el mundo
anglosajón hasta que fueron traducidas al inglés poco
antes de la publicación de la Teoría General de Keynes,
en la cual figuran algunas tesis muy parecidas a las de
Wicksell. Éste, buen conocedor de todas las versiones
marginalistas que ya se estaban difundiendo, intentó
conciliar los pensamientos de la escuela austríaca y la de
Lausana, transformando la teoría del capital de Böhm-
Bawerk en un sistema de equilibrio general de tipo
walrasiano (Spiegel, p. 687).
Discrepó de los marginalistas respecto a la teoría
del valor y los precios competitivos en cuanto que
logran el óptimo social, ya que en un mundo de grandes
desigualdades sociales y económicas los precios
favorecen a los ricos en perjuicio de los pobres.
También opinaba lo mismo respecto a los salarios y la
jornada laboral. Por ello, se inclinaba por la intervención
gubernamental en aquellas cuestiones que el mercado
libre no lograba regular desde el punto de vista del
óptimo social (Spiegel, p. 687). Estudió las finanzas
públicas aplicando el principio de la utilidad marginal y
la influencia de los impuestos en la distribución de la
renta y la justicia de la tributación (Spiegel, 687).
A) TEORÍA MONETARIA
Wicksell observó que el modelo económico de los
clásicos y los marginalistas era básicamente un sistema
de trueque: los precios de los bienes y servicios
(incluidas las rentas de los factores de la producción)
eran fundamentalmente razones de intercambio y el
dinero sólo traducía el valor a cifras. Sin embargo, se
reconocía que en determinados momentos (crisis o auges
económicos) el dinero, en las deflaciones o inflaciones,
disturbaba los elementos reales de la economía.
Wicksell concibió el concepto de «dinero
neutral» para referirse al papel que desempeñaba en el
sistema económico, según la concepción neoclásica.
Pero si efectivamente el dinero era neutral, no tenía
sentido reconocer que la parte monetaria introduce
perturbaciones en la parte real de la economía (según
nos comenta Schumpeter, 1954, p. 1181). Wicksell, en
pura lógica, reconoció que el dinero no era neutral y
desligó su cantidad de la relación causal con el nivel
general de precios (James, 1959, p. 289). Así, Wicksell
rompió con el simplista teorema de la cantidad.
Siguiendo el camino de Tooke (Tema 17, epígrafe
5), y abierto por Malthus (los fenómenos monetarios van
a remolque de las necesidades mercantiles y en la
determinación de los precios lo más influyente es la
demanda efectiva conformada por las rentas y cualquier
otra fuente de financiación del gasto), Wicksell
desarrolló una teoría macroeconómica renta-precios
(Spiegel, p. 688). En ella, la renta nacional, determinada
por la oferta y la demanda globales, requiere una
adecuada oferta monetaria; de forma que el desajuste
monetario con la renta genera un incremento o un
descenso de precios, según sea el caso; por ejemplo, si la
demanda global de bienes y servicios en términos
monetarios es superior a la oferta global habrá aumento
de precios y un descenso en caso contrario (James,
1959, p. 290). Evidentemente, esta teoría constituía una
superación de la teoría cuantitativa, ya que, según esta
teoría clásica, debería haber una expansión del crédito si
los tipos de interés eran muy bajos (como ocurría en su
época con crisis económica y con deflación) y, por lo
tanto, la oferta monetaria debería aumentar, y con ella
los precios (según predecía la teoría cuantitativa). Sin
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embargo, pese a los bajos tipos de interés reinantes en
esos momentos, los precios seguían bajando, hecho que
se explicaba perfectamente con la nueva teoría de
Wicksell (James, 1959, p. 288).
B) TEORÍA DEL INTERÉS
Según James (1959, p. 289), Wicksell encontró
una oposición lógica en la explicación microeconómica
de los precios (según la teoría subjetivo-marginalista) y
la macroeconómica (según la teoría cuantitativa que era
objetiva y no marginalista). Para eliminar esta oposición
en una economía monetaria evolucionada, de tipo
fiduciario, se requería: En primer lugar, usar un mismo
instrumento analítico (el principio de marginalidad) en
los estudios microeconómicos y macroeconómicos. Y,
en segundo lugar, considerar una oferta monetaria
variable; es decir, no dependiente sólo de una
determinada cantidad de oro, o una decisión exógena del
gobierno, sino del crédito que, siendo flexible y su
volumen cambiante, afecta a los intercambios y, en
consecuencia, al nivel general de precios. Como el
crédito depende del tipo de interés, la variación de éste
es la causa principal del cambio en los precios y no la
cuantía de la oferta monetaria en sí.
Ahora bien, al haber en la economía tantos tipos de
interés, conviene precisar cuál de ellos es el que se toma
como referencia; el tipo de interés, al igual que otras
cosas (por ejemplo, los precios) es un concepto relativo,
y no tiene sentido un interés como valor absoluto sin
tener un punto de referencia. Éste es el tipo de interés
natural, que es el tipo de rendimiento monetario
esperado por los empresarios del último capital
financiero obtenido a crédito. Obviamente, se trata de un
concepto marginal (James, 1959, p. 291).
Tal interés se compara con el tipo de interés
efectivo o monetario, que es el que realmente se debe
pagar por ese préstamo (James, 1959, p. 290-291). Si el
tipo de interés natural es mayor que el efectivo los
empresarios tienen incentivos para realizar un proceso
acumulativo, o de expansión de la economía,
originándose con ello un incremento de los precios
debido a que la demanda monetaria global es mayor que
la oferta global. En caso contrario, sucede a la inversa
un proceso de desacumulación (James, 1959, p. 293).
Por tanto, si la actividad económica y los precios,
en su época, bajaban era porque el interés efectivo,
aunque bajo en términos absolutos, era alto respecto al
tipo natural; o sea, la expectativa del rendimiento
esperado de una nueva inversión financiada con crédito
era menor que el pago efectivo de interés por el
préstamo (James, 1959, p. 291).
El equilibrio monetario según Wicksell se
establece cuando: 1) ambos tipos de interés se igualan;
2) el ahorro y la inversión coinciden y 3) existen unos
precios estables por no haber disparidades entre la oferta
y la demanda globales (o sea, la economía real también
se encuentra en equilibrio). Si esto no sucede, los
desequilibrios no tienden a un ajuste automático, sino a
ampliarse debido a los procesos tanto de acumulación
como de desacumulación (James, 1959, p. 290).
David Davidson (1854-1942), profesor de la
Universidad de Upsala (Suecia), mantuvo una
controversia con Wicksell. Éste había afirmado que en
equilibrio los precios se mantendrían estables. Davidson,
argumentando con la propia teoría wickseliana, demos-
tró que no siempre era cierta aquella afirmación. La
excepción podía darse si aumentaba la productividad,
porque en este caso la tasa natural de interés se elevaría;
para que el equilibrio pudiera mantenerse se requeriría
un aumento del tipo de interés efectivo que provocaría
una subida de los precios (James, 1959, pp. 294 y 295).
Es decir, el equilibrio wickseliano no es una garantía de
estabilidad de los precios. Wickssel aseguró, en un
intento de defenderse del ataque de Davidson, que su
equilibrio de daba en el corto plazo, puesto que la
productividad sólo aumenta en el largo plazo debido al
progreso técnico (James, 1959, p. 295).
Gustaw Cassel (1866-1945), economista sueco,
catedrático de la Universidad de Estocolmo, en su
Economía social teórica (1918) se opuso a la teoría
subjetiva del valor basada en la utilidad. Lo mismo que
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Davidson (ambos inspirados en los clásicos), procuró
fundamentar objetivamente el valor. Para él, lo más
importante era el principio de escasez y a continuación
las siguientes causas objetivas de los precios:
1ª. La relación existente entre la demanda y los
precios.
2ª. Los coeficientes técnicos de la producción.
3ª. La oferta de las materias primas.
Respecto a los intercambios internacionales,
expuso una teoría del tipo de cambio de equilibrio según
el principio de la paridad del poder adquisitivo de la
moneda tanto en el interior como en el exterior; o sea, el
tipo de cambio se estabiliza cuando una moneda, al ser
cambiada por otra, puede comprar lo mismo dentro que
fuera del país (Backhouse, 1985, pp. 251 y 252).
En lo concerniente al tipo de interés, se anticipó a
Keynes, aunque por motivos distintos, al considerar que
el tipo de interés tiene un límite por debajo del cual no
puede descender (Spiegel, p. 690).
Johan Heinrick Akerman (1891-1961)
economista sueco, catedrático de la Universidad de
Lund (Suecia). En su libro Estructuras y ciclos
económicos (1944) trató de conciliar el historicismo con
la teoría económica mediante el estudio de la estructura
económica basado en la econometría. También investigó
los ciclos económicos relacionándolos con la estructura
y la coyuntura económica (Spiegel, pp. 690 y 691).
Bertil Ohlin (1899-1979), economista y político
sueco, profesor de economía en las universidades de
Copenhague y Estocolmo y ministro de comercio en
1944. En 1977 compartió el Premio Nobel de economía
con el economista británico James E. Meade (1907-
1995). El galardón se le otorgó en reconocimiento de sus
méritos en el perfeccionamiento de la teoría del
comercio internacional de su maestro Heckscher que
desde entonces se denomina modelo Heckscher-Ohlin
o de la dotación de los factores. Esta aportación se
encuentra en su libro Comercio interregional e
internacional (1933), donde unifica el fundamento del
comercio, tanto interregional como internacional,
poniendo de relieve la desigual localización espacial de
los recursos y factores productivos como principal causa
del comercio (Backhouse, 1985, pp. 245 y 246).
En El mercado de capitales y la política de los
tipos de interés (1941), Ohlin rescata la vieja idea de la
ineficacia de las manipulaciones monetarias y de los
tipos de interés, pero dando una original explicación: los
efectos previstos de una política monetaria pueden
frustrarse porque las expectativas que genera promueven
acciones defensivas.
Gunnar Myrdal (1898-1987) fue profesor de la
Universidad de Estocolmo, senador en varias ocasiones,
presidente de la Comisión del gobierno para la
planificación económica, ministro de Comercio e
Industria (1945-1947), secretario de la Comisión
económica para Europa de las Naciones Unidas (1947-
1957) y Premio Nobel de economía en 1974 por sus
aportaciones a la teoría del dinero y las fluctuaciones
económicas.
El problema económico del subdesarrollo lo trató
en los libros Solidaridad o desintegración (1956),
Teoría económica y regiones subdesarrolladas (1957) y
Drama asiático o una investigación sobre la pobreza de
las naciones (3 vol. 1968).
Su obra El elemento político en el desarrollo de la
teoría económica (1930) es, en realidad, una aportación
a la sociología del conocimiento que estudia el
desarrollo de la ciencia sometida a las condiciones
sociales. Bajo esta perspectiva, analiza el pensamiento
económico condicionado por los elementos políticos. La
economía y la política están tan imbricadas que llegan a
confundirse. Sin embargo, lo característico de la política
son los juicios de valor y las finalidades a alcanzar. Si se
lograra separar las valoraciones éticas y normativas
propias de la política se podría desarrollar una ciencia
pura de la economía que luego serviría de base para la
adopción de decisiones de política económica. Más tarde
matizaría esta idea al reconocer que en toda
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investigación científica existen valoraciones a priori
empezando por la selección del problema a estudiar
(Spiegel, p. 692).
Su libro El equilibrio monetario (1932) es un
desarrollo crítico de la teoría wickseliana, en el que
estudia las condiciones de equilibrio monetario. Para
ello, utilizó el concepto de las expectativas y los
cálculos prospectivos (ex ante) y los retrospectivos (ex
post), base primordial para un análisis de la renta
nacional por mediación de un enfoque dinámico que
Myrdal no llegó a realizar (James, 1959, p. 295). Este
enfoque dinámico se corresponde con el análisis por
periodos. En este tipo de análisis se divide el tiempo en
lapsos, de forma que los valores alcanzados por las
variables se explica por lo ocurrido en los lapsos
anteriores; es decir, se consideran las variables
dependientes de otras desfasadas en el tiempo. El
concepto ex ante se refiere a las previsiones, a lo que se
planea hacer o se espera obtener, en cambio ex post
alude a las realizaciones, a lo que ya es efectivo. La
diferenciación de estos dos conceptos es útil porque es
muy frecuente que los agentes económicos incluso los
consumidores, hagan previsiones antes de ejecutar sus
actos: Las administraciones públicas (en cualquier nivel,
nacional, regional o local, a través de sus presupuestos
planifican su actuación económica; en el ámbito privado,
las empresas efectúan planes, a corto y largo plazo, para
llevar a cabo su producción, investigación y desarrollo
de nuevos productos o mejora de los antiguos; y hasta
los individuos también suelen planificar su consumo y,
en cierta medida, sus ingresos.
Las condiciones de Wicksell para el equilibrio
monetario eran (según se dijo anteriormente al final del
Epígrafe 2):
1ª. La igualdad entre los tipos de interés natural y
efectivo.
2ª. La igualdad entre el ahorro y la inversión.
3ª. La estabilidad de los precios.
Myrdal encontró incongruencias lógicas entre esas
condiciones. Para empezar, las dos primeras eran
incompatibles: la primera condición lleva implícito un
beneficio nulo, en cuyo caso es prácticamente imposible
que el ahorro y la inversión sean iguales porque no hay
incentivos para invertir (James, 1959, p. 295).
Myrdal consideró que para lograr el equilibrio
monetario era suficiente con la segunda condición,
equivalencia del ahorro y la inversión, y desechó la
primera porque no se necesitaba una condición tan
restrictiva que limitara las posibilidades de inversión
(James, 1959, p. 296).
No obstante, convenía matizar los conceptos de
ahorro e inversión. Ésta debía ser la inversión real bruta
y aquél debía comprender tanto la previsión del ahorro
como la anticipación de las variaciones de valor del
capital existente; es decir, la depreciación que se
considera positiva, si se espera una disminución del
valor real del capital, o negativa, en el caso contrario en
que se espera un aumento de valoración. La condición
de equilibrio ex ante es, por lo tanto:
I = S + D
Siendo I, la inversión real bruta, S, las previsiones
del ahorro propiamente dicho y D, las previsiones en los
cambios de valoración del capital real (James, 1959, p.
296).
El equilibrio ex post puede verse afectado por
muchos factores que alteran las previsiones.
Y, para terminar, en lo concerniente a la
estabilidad de los precios, Myrdal, al igual que
Davidson, tampoco creía que era indispensable esta
condición pues, en principio, cualquier nivel de precios
puede satisfacer el equilibrio monetario si afecta por
igual a todas las variables económicas (James, 1959, p.
296).
Sin embargo, Myrdal opinaba que en la realidad
las variaciones de los precios no incidían por igual en
todas las variables económicas. La alteración de los
precios se propagaba con desfases, de forma que unas
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variables resultaban más afectadas que otras debido a
diferencias de flexibilidad en la respuesta ante el
estímulo de la variación de los precios; concretamente
los salarios solían ser muy rígidos.
Por lo tanto, según Myrdal, lo más probable era
que un proceso inflacionista o deflacionista originara
desfases que alterasen el equilibrio; pero la inestabilidad
de los precios no impedía que se pudiera lograr un
equilibrio monetario (James, 1959, pp. 296 y 297).
Erik Lindahl (1891-1960), profesor de economía
de la Universidad de Upsala (Suecia), contribuyó con
sus cálculos algebraicos a la determinación de la renta
nacional.
Basándose en el principio de marginalidad,
estableció una teoría del valor-servicio de los factores
productivos (idea que recuerda la de Bastiat, Tema 13).
Discípulo de Wicksell, prosiguió su labor sobre el
equilibrio monetario en su libro Campo y significado de
la política monetaria (1929), donde estudia varios
modelos de equilibrio entre ingresos y ahorros y
cantidad de bienes y sus precios. También es obra suya
Estudios sobre la teoría del dinero y del capital (1939).
En este libro desarrolla los conceptos ex ante y ex post
de Myrdal. Según Baumol (1970, p. 154), Lindahl tenía
la siguiente opinión: “A partir de los planes y de las
circunstancias externas vigentes en el momento inicial,
hemos de deducir, en primer lugar, el desarrollo, que
será el resultado de estos datos, para un cierto periodo
futuro, durante el cual se supone que no tendrán lugar
cambios relevantes en los planes.” De aquí se deduce el
concepto abstracto de la duración del periodo; esta no
puede ser tan larga como para que los planes iniciales ya
no sirvan. La duración del periodo suscita un problema
para el análisis económico, porque cada agente y cada
proceso económico requieren su propio periodo de
tiempo. Por otra parte, se impone la realidad objetiva de
la disposición de los datos estadísticos, que tan sólo se
dispone de ellos cada cierto tiempo (coincida o no con el
periodo de cada sector económico).
Respecto al mecanismo vigente en los mercados,
suponía Lindahl que los productores fijan los precios y
los anuncian en base a lo sucedido (ex post) en el
periodo anterior; así pues, una vez conocidos los precios
los consumidores efectúan sus compras. Los resultados
ex post de exceso de oferta o de demanda sobre las
previsiones ex ante mueven a los vendedores a modificar
los precios. Este procedimiento, llamado “método del
desequilibrio” (Baumol, 1970, p. 157), corresponde al
sistema de competencia imperfecta, donde los precios se
cambian de forma discontinua tras observar lo sucedido
en el periodo anterior. En los mercados es evidente que
hay una coincidencia ex post, puesto que lo comprado es
lo mismo que lo vendido; las divergencias suelen darse
ex ante, ya que los planes de los consumidores y de los
vendedores no suelen ser iguales. Cuando existen estas
discrepancias ex ante, el resultado ex post será que habrá
una acumulación de, o una desinversión en, existencias
no planeada. Si esto ocurre en el mercado de los
factores, especialmente en el laboral, resultará que al
finalizar el periodo unos agentes habrán ahorrado más
de lo previsto y, por el contrario, otros habrán obtenido
menos rentas de las esperadas.
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