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TEMA 23: EL MARGINALISMO: JEVONS Prof. Dr. Eduardo Escartín González HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO TEMA 23 EL MARGINALISMO : JEVONS

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TEMA 23: EL MARGINALISMO: JEVONS Prof. Dr. Eduardo Escartín González

HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

TEMA 23

EL MARGINALISMO : JEVONS

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TEMA 23: EL MARGINALISMO: JEVONS Prof. Dr. Eduardo Escartín González

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1.- EL PRINCIPIO DE MARGINALIDAD

El maltrecho pensamiento económico clásico

encontró su tabla de salvación en el principio de

marginalidad que, aunque ya había sido descubierto, fue

adoptado casi simultáneamente como instrumento de

análisis económico en los primeros años de la década de

1870 por Jevons, Menger y, algo más tarde, por Walras.

El principio de marginalidad es la versión

económica del concepto matemático de derivada. En una

función de dos variables, y = f(x), en la que x es la

variable independiente e y la dependiente, la derivada

(dy/dx) se define como el límite del cociente entre los

incrementos de las variables dependiente e

independiente, cuando este último tiende a cero:

x

ylim

dx

dy0x ∆

∆=

→∆ (1)

En economía se suele emplear una adaptación

de este concepto mediante variaciones discretas de los

valores de las variables, muy en especial de la variable

independiente.

En la versión económica, no se suele considerar

que el incremento de la variable independiente tienda a

cero y, además, se considera que este incremento varía

siempre en una unidad; de esta forma, el resultado del

cociente anteriormente definido en (1) se convierte en el

propio numerador (correspondiente al incremento de la

variable dependiente ∆y). Por eso, simplificadamente, a

efectos económicos se dice que el valor marginal de una

variable (dependiente, y) es el incremento del valor de

esta variable, ∆y, «debido» a la disponibilidad de la

«última unidad» de la otra variable (independiente, x).

Este principio de marginalidad constituyó el

núcleo de un nuevo programa de investigación que

permitió, sin abandonar el concepto de liberalismo

económico ni el método deductivo, dar un impulso

renovador al análisis económico, de forma que, al

finalizar el siglo, la teoría económica y sus principios

(aunque no tanto sus conclusiones) eran prácticamente

nuevos.

Principalmente, el principio de marginalidad

permitía un tratamiento matemático previa identificación

de variables económicas y sus relaciones funcionales. El

tratamiento matemático conducía a unos resultados más

objetivos y la cantidad de estos resultados se ampliaba

considerablemente debido a la gran potencia deductiva

de la lógica matemática; además posibilitaba buscar

situaciones óptimas (máximos y mínimos) aplicando la

teoría de la optimación del cálculo diferencial.

Por otra parte, los economistas marginalistas, al

considerar que determinados recursos económicos sólo

variaban significativamente con el transcurso del tiempo,

prefirieron centrar más la atención en los fenómenos

económicos a corto plazo, con el propósito de hallar

situaciones de equilibrio, ora por la igualdad de dos

funciones, ora por el valor óptimo de las magnitudes

económicas, bien de forma parcial si afectaba a las

magnitudes económicas aisladamente de la influencia de

otras muchas, o bien de forma general si se satisfacía

simultáneamente la optimación en todas las relaciones

funcionales de un sistema económico en el que se

contempla la interdependencia de todas las variables.

Una de las primeras cuestiones que se afrontó

fue el problema del valor y la teoría del comportamiento

del consumidor, que lleva a la demanda; posteriormente

se extendió el estudio al comportamiento de la empresa,

que conduce a la oferta, a la teoría de la producción y la

teoría de la distribución. Con este proceder se pasaba a

contemplar principalmente a los sujetos económicos,

poniéndose de relieve un enfoque subjetivo de la

economía mediante la aplicación de un nuevo método, el

individualismo metodológico, para intentar resolver los

problemas en el ámbito de la microeconomía.

2.- LOS PRECURSORES DEL MARGINALISMO

Jevons, Menguer y Walras fueron los autores

que encajaron en su época con sus teorías marginalistas

y a partir de ellos se desarrolló esta nueva vía de

investigación económica.

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Sin embargo, el principio de marginalidad

estaba latente y expuesto, más o menos explícitamente,

desde hacía mucho tiempo. En temas anteriores ya se

han mencionado autores que manifestaron ideas basadas

en este principio, como son Bentham, Lloyd y Senior

(estudiados en el Tema 17). También se puede citar a

Malthus por su propuesta de utilizar el cálculo

diferencial en la economía y Thomas P. Thompson

(Tema 15) que escribió un artículo en la Westminster

Review, empleando el cálculo para hallar la ganancia

máxima de un gobierno al comprar bienes pagándolos

con papel moneda emitido como consecuencia de un

alza en los precios. Y, por supuesto, Daniel Bernoulli

(Tema 7) que realizó cálculos analíticos y gráficos sobre

la utilidad marginal. Otros autores, ya en pleno siglo

XIX, que usaron este principio son:

En Estados Unidos, el ingeniero Charles Ellet

(1810-1862), famoso por la construcción de numerosos

puentes colgantes, determinó una tarifa óptima que

maximizaba los beneficios de explotación del ferrocarril.

En Francia, el ingeniero de caminos Arsène J.

Dupuit (1804-1866), en su De la medida de la utilidad

de las obras públicas (1844), De la influencia de los

peages sobre la utilidad de las vías de comunicación

(1849) y De la utilidad y su medida (1853), expone el

principio de la utilidad marginal decreciente y descubrió

el concepto de excedente del consumidor. Consiste este

concepto en que el consumidor resulta beneficiado, o

sea, obtiene en excedente, debido a que en el mercado se

determina un precio único para todas las unidades de un

artículo y por ello el consumidor paga menos de lo que

en realidad estaría dispuesto a pagar por cada una de las

unidades antes de quedarse sin el artículo.

Augustin Cournot (1801-1877), filósofo y

matemático francés, fue profesor de matemáticas en

Lyon y Grenoble. Aficionado a la economía, usó las

matemáticas para resolver problemas económicos y

reformular las ideas de Ricardo. Publicó Investigaciones

sobre los principios matemáticos de la teoría de la

riqueza (1838) que, en su tiempo, no tuvo éxito. Este

libro, en la más pura tradición del racionalismo de

Descartes, era la primera teoría económica en versión

matemática. Efectuó los análisis económicos empleando

relaciones funcionales, con ecuaciones y diagramas;

contempló la demanda, dependiente del precio, como

una función decreciente y la representó gráficamente; y

estableció los conceptos de ingreso y coste marginales.

Hoy se le reconoce a Cournot un gran mérito,

sobre todo por sus estudios sobre los mercados no

competitivos. Analizó, en primer lugar, el monopolio.

Para afrontar este estudio, Cournot (1838, p. 70) partió

del análisis de la función de demanda. Supuso que la

cantidad demandada, D, era una función continua y

decreciente del precio: D = F (p), tal que F’ (p) < 0. La

función de demanda tendría que obtenerse de una forma

empírica a través de la observación, empleando para ello

las estadísticas comerciales. Directamente no se podía

calcular la función de demanda porque, en realidad,

depende de muchas variables no reflejadas en esa

función, como “la utilidad del bien, la naturaleza de los

servicios que puede proporcionar o las satisfacciones

que procura, los hábitos y costumbres de cada pueblo,

la riqueza media, la escala con arreglo a la cual está

repartida la riqueza” [o sea, su distribución...] y otras

“causas morales, que no se pueden enumerar ni medir”

(ibídem, p. 70). La representación gráfica de la función

de demanda sería la que aparece en la Figura de la

página siguiente (ibídem, p. 77).

Cournot (1838, p. 76) definió la función de

ingresos brutos como igual al valor de las ventas, que, a

su vez son iguales a los gastos en consumo; es decir, I=

p⋅D, o lo que es lo mismo: I= p⋅F(p), si sustituimos D

por su función. Estos ingresos brutos serán máximos

cuando la primera derivada de la función p⋅F(p) se anule

(siempre y cuando su segunda derivada sea negativa).

Así, la condición del máximo ingreso bruto será

que la derivada de la función de ingreso (o ingreso

marginal, en terminología moderna) sea cero:

I’ = F (p) + p ⋅ F’ (p) = 0 (2)

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p

a

r

X

tO

n

D = F(p)

D

q

b

Función de la demanda

Esto ocurre cuando el área del triángulo Ont de

la Figura sea máxima y, según una conocida proposición

geométrica, esto sucederá cuando el triángulo Ont,

formado por la tangente nt y el radio vector On (tal que

Oq es el precio y qn es la cantidad demandada) sea

isósceles, por lo que Oq es igual a qt (ibídem, p. 77).

[La última igualdad equivale a que nt = nr y,

según nuestros actuales conocimientos, al punto n le

corresponde la elasticidad unitaria]. El valor de la

tangente en n, es F’ (p) = – qn / qt; como qn es la

demanda F (p), y qt es el precio p, porque si el triángulo

Ont es isósceles, qt = Oq, esta ecuación se convierte en

F’ (p) = – F (p) / p que es exactamente la expresión (2).

Sin embargo, al monopolista lo que le interesa,

según Cournot (ibídem, p. 84), es hacer “máximo [...] el

ingreso neto o función p ⋅ F (p) – ϕ (D), siendo ϕ (D)

los gastos que exige la fabricación de un número D” de

unidades del producto. Puesto que el ingreso neto es el

beneficio, B, y ϕ (D) es la función de coste, C,

tendremos que B = I – C [hay que tener en cuenta que

todo ello está en función de p, ya que D=F(p)]. Para que

el beneficio sea máximo se requiere que su primera

derivada respecto de p sea nula; es decir: B’=0=I’–C’;

de ello resulta que I’=C’ (el ingreso marginal es igual al

coste marginal). La derivada del coste respecto a p es:

0dp

dD·

dD

)D(d

dp

)D(d'C <

ϕ=

ϕ= (3)

Este coste marginal respecto al precio es

negativo porque, como ya se mencionó, dD/dp=F’(p)<0;

en consecuencia, si I’=C’, se tendrá que también I’<0.

Esto significa que el punto de beneficio máximo se halla

en la zona decreciente de la función de ingreso respecto

del precio, I. Según la teoría económica actual, ese

beneficio máximo se da en la zona de la función de

demanda cuya elasticidad es superior a la unidad (η>1,

lo que ocurre para valores de p superiores a q), pues a

esa zona le corresponden dichos ingresos decrecientes.

La ecuación de Cournot (ibídem, p. 84) que

satisface ese máximo ingreso neto es:

D + dD / dp [p - dϕ (D) / dD] = 0 (4)

Este resultado se obtiene derivando la función

de ingreso neto respecto al precio e igualándola a cero;

esta operación consiste en restar de la (2) la (3), pero

sustituyendo F(p) por D y F’(p) por dD/dp.

Mediante la (4) se obtiene el precio al que debe

vender el monopolista y, una vez conocido este precio,

obviamente, la cantidad a producir vendrá determinada

por la función de demanda, al sustituir en ella el precio

por su valor antes obtenido.

En honor de su descubridor, esta solución se

conoce como el punto de Cournot (Castañeda, 1968, p.

439).

Cournot (ibídem, pp. 85 a 87) también

consideró las características que tendría la función de

gasto (o de coste, como actualmente se la denomina)

ϕ(D) y en especial su primera derivada (o función de

coste marginal, en terminología moderna, pero ahora se

considera respecto a la cantidad D y no respecto al

precio). Esa derivada podría ser inicialmente decreciente

si al aumentar la producción se consiguiera “una

organización más ventajosa del trabajo, [o] la

obtención de descuentos en los precios de las materias

primas cuando se compran al por mayor y finalmente

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[una] atenuación de lo que los productores llaman

gastos generales”. Pero con sucesivos aumentos de la

producción “puede ocurrir, [...], que provoque el

encarecimiento de las materias primas y de la mano de

obra, hasta tal punto que la función ϕ’ (D) vuelva a ser

creciente con respecto a D” (ibídem, p. 87).

Luego, Cournot (ib., pp. 111 y ss.) prosiguió

aumentando el número de vendedores a dos, que es el

caso del duopolio. Lo afronta suponiendo que ya está

instalado un monopolista y se introduce en el mercado

otro vendedor, que considera como un dato el precio al

que vende el primer vendedor; pero el precio depende de

la cantidad total. Formuladas las ecuaciones de beneficio

de cada duopolista, donde la suma de las cantidades

vendidas por ambos es el total absorbido por el mercado

(x1+x2=x), Curnot a continuación maximiza el beneficio

de los duopolistas, derivando respecto a sus respectivas

cantidades ambas ecuaciones de beneficio e igualando a

cero. Al derivar, aparecen los términos dx1/dx2 y dx2/dx1

que supuso iguales a cero (se denomina hoy a esas

derivadas variaciones conjetúrales); así llega a dos

funciones (una por cada duopolista, que hoy llamamos

funciones de reacción). Resolviendo esas dos ecuaciones

(cuyas variables son x1 y x2) se halla la solución, a la que

le corresponde un precio inferior al de monopolio.

Analiza Cournot el oligopolio aumentando el

número de vendedores y procede a un estudio similar al

anterior para llegar a la solución en la que el precio es

inferior al del duopolio.

Cuando ya son muy numerosos los vendedores,

se entra en el caso de la competencia perfecta, en la que

el precio iguala al coste marginal, resultando ser el

precio mínimo respecto a todas las situaciones anteriores

de competencia imperfecta.

En Alemania también hubo importantes

precursores del marginalismo.

Johann Heinrich von Thünen (1783-1850)

fue un hacendado alemán que cursó estudios en

matemáticas y en agricultura científica y dirigió

personalmente la explotación de sus tierras. Meticuloso

observador, anotaba todos los datos cuantitativos a que

daba lugar el proceso de producción y, sobre esos datos,

aplicaba el cálculo infinitesimal, (es decir, el principio

de marginalidad). Escribió el resultado de sus estudios

en El estado aislado, obra de varios volúmenes editados

entre 1826 y 1863, el último y la segunda parte del

segundo póstumos.

Desde el punto de vista del marginalismo, lo

más interesante son sus teorías de la producción y de la

distribución, basada ésta en la productividad marginal,

que cronológicamente es ulterior al logro de Cournot.

Von Thünen consideró que las variables

económicas eran interdependientes mediante relaciones

funcionales que se podían expresar en un sistema de

ecuaciones. Estableció el concepto de productividad

marginal de cada factor de la producción, expresándose

verbalmente en términos de derivadas parciales: la

productividad del capital se obtiene variando éste

mientras el trabajo permanece constante; y viceversa, si

se desea hallar la productividad del trabajo.

En el estudio que realizó para maximizar los

ingresos netos, llegó a que se requería igualar el valor

del producto marginal con el coste marginal de los

factores.

Dedujo una fórmula que denominó "salario

natural" (que, creyéndola muy importante, llegó al

extremo de mandarla grabar en la losa de su tumba). Se

trata del salario que maximiza la renta obtenida con los

ahorros de los trabajadores. Siguiendo a Schumpeter

(1954, pp. 526 y 527), sea «w» la masa salarial total; «p»

el valor del producto nacional neto obtenido por los

asalariados y «a» el consumo anual de los asalariados. El

beneficio total será B = p - w (en ausencia de otros

costes que no sean los salariales). La tasa de beneficio

«t», será t = (p - w) / w; esta tasa de beneficio tiene que

ser, en el límite (por la competencia) igual al tipo

corriente de interés i, de una inversión sin riesgo: t = i.

Si los trabajadores desean rentabilizar sus

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ahorros, (w - a), los pueden invertir a esa tasa corriente

de interés; así obtendrán una renta:

R = (w - a) ⋅ i = (w - a) ⋅ (p - w) / w (5)

Si «p» y «a» se consideran constantes, el salario

que maximiza la renta será el que satisfaga la ecuación

dR/dw = 0 que resolviéndola en el caso de la ecuación

(1), se tiene que: p a = w · , que es la fórmula del

"salario natural" grabada en su tumba.

Hermann Heinrich Gossen (1810-1858),

economista alemán, fue el primer autor en considerar

una teoría del consumo basada en el principio de

marginalidad en su libro, de título abreviado, Desarrollo

de las leyes del intercambio en las relaciones humanas

(1854). Lo más significativo de este autor son las dos

leyes relativas a la utilidad que llevan su nombre:

1ª Ley de Gossen (o ley de la utilidad marginal

decreciente): la utilidad marginal (o, según su forma de

expresión, el valor del último átomo) de un bien

disminuye conforme va aumentando la cantidad poseída

de dicho bien.

2ª Ley de Gossen (o ley de la igualdad de las

utilidades marginales ponderadas): la satisfacción

máxima que puede alcanzarse con un bien susceptible de

emplearse en distintos usos se producirá cuando la

utilidad marginal en todos esos usos sea la misma.

Respecto a esta ley se debe tener muy en cuanta

que se trata de la utilidad marginal de un único bien, por

ejemplo el A, que se puede usar de formas distintas, por

ejemplo, en el uso x (Ax), en el uso y (Ay), en el uso z,

(Az). Por tanto, si A’x, A’y, A’z, denotan la utilidad

marginal del bien A en cada uno de los usos x, y, z, la

ley de Gossen establece que:

A’x = A’y = A’z

Este autor, en sus días, pasó desapercibido

hasta que Jevons tuvo conocimiento de él por su amigo

el profesor Adamson y lo rescató del olvido al darle

publicidad en su libro (Jevons, 1879, p. 52-53).

3.- STANLEY JEVONS

Willian Stanley Jevons (1835-1882) nació en

Liverpool en una rica familia de comerciantes que se

arruinó en 1848. Ingresó en el University College de

Londres en 1851, pero, por necesidades económicas,

antes de terminar los estudios consiguió (con la ayuda de

su profesor de Química, Thomas Graham) un empleo en

la Casa de la Moneda de Sidney (Australia), donde vivió

durante unos cinco años, hasta 1857. Dotado de buenos

conocimientos en matemáticas, se aficionó a la

meteorología, a diversos estudios empíricos, para lo cual

tomaba datos cuantitativos, y sobre todo a cuestiones

monetarias y económicas.

Cuando tuvo ahorrada una modesta fortuna

decidió regresar a Inglaterra para proseguir sus estudios

que los enfocó hacia las Matemáticas, la Lógica y la

Economía Política. Logró su licenciatura en 1859 en el

University College de Londres. En su propia época tuvo

más éxito con sus escritos sobre lógica y economía

empírica que con su teoría económica; sin embargo, a la

larga sería la teoría económica la que le otorgaría gran

fama mundial.

De 1863 a 1876 ejerció de profesor en el

Owens College que se dedicaba a la preparación de

estudiantes para el examen de ingreso en el University

College, de ahí que se viera obligado a utilizar los textos

oficiales (de Mill en economía) en lugar de impartir sus

propias teorías. En 1876 pasó a ser profesor de

economía política en el University College, actividad

muy cómoda, pues sólo tenía que dar una conferencia

semanal; ello le permitía dedicarse de lleno a investigar

y escribir. En 1880 abandonó su empleo para dedicarse

por completo a esas dos tareas. Al poco tiempo, con 46

años de edad, murió ahogado, mientras se bañaba en el

mar, en Bexhill (cerca de Hastings).

Entre sus numerosos escritos destacan La teoría

de la economía política (1871, cuya segunda edición se

publicó en 1879), Principios de la ciencia (1874) y su

libro póstumo Lógica pura (1890).

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A) LA ECONOMÍA EMPÍRICA DE JEVONS

Aunque hoy en día se reconoce a Jevons por

sus estudios teóricos y por la paternidad del

marginalismo, en su época, alcanzó fama por sus

estudios empíricos sobre asuntos económicos; en este

aspecto asentó unas bases sobre las que posteriormente

se iría construyendo la moderna econometría.

En su libro La cuestión sobre el carbón (1865),

que en su momento tuvo mucho eco social, se expresa en

términos catastrofistas al estilo malthusiano. En su

tiempo, el principio de población no era un problema,

pues, derogada la «Ley de granos», se importaban los

alimentos básicos y las subsistencias ya no presionaban

sobre la población. El pesimismo de Jevons se trasladó

al carbón, materia prima indispensable para alimentar las

industrias; la demanda de carbón por parte de las

industrias inglesas crecía de año en año, en progresión

geométrica (según los cálculos de Jevons) mientras que

las reservas inglesas eran fijas y al ritmo creciente de

extracción no tardaría mucho tiempo en agotarse. Las

industrias sufrirían un desabastecimiento, salvo que se

importara el carbón; pero, entonces, el encarecimiento

de los costes sería tremendo. En estas condiciones, las

ventajas relativas de la industria británica, basadas, en

gran parte, en la existencia de un carbón abundante y

barato, desaparecerían y se iniciaría un retroceso en la

generación de riqueza y en el progreso de Inglaterra.

Otro estudio empírico sobre el dinero lo

publicó en 1863, y póstumamente recogido con otros

trabajos en Investigación sobre la moneda y las finanzas

(1884); en él analiza los efectos de los descubrimientos

del oro (en California) sobre el precio del oro y las

mercancías. Llegó a la conclusión de que, por término

medio, los precios habían subido y que dicha subida se

correspondía con el descenso del valor del oro. Para el

período 1848-50 y 1860-62, su cálculo daba un 9% de

disminución del valor del oro. Sin embargo, consciente

de las dificultades para obtener los datos estadísticos y

también por desconfianza sobre el índice de precios más

apropiado para realizar los cálculos, el propio Jevons no

consideró muy fiable su investigación. No obstante,

intentó resolver los problemas que afectaban a la técnica

de calcular las cifras de los números índice. Como

conclusión de su estudio sobre el oro, se mostró

favorable a la disminución del valor del oro por su

efecto estimulante sobre la actividad económica

(González, 1998, p. 25).

En otro de los trabajos reunidos en su libro

póstumo citado Investigación sobre la moneda y las

finanzas, también estudió las fluctuaciones económicas;

señaló tres tipos de ciclos económicos, los estacionales,

los ciclos cortos de los negocios y los de tendencia

secular. Creyó encontrar la causa de los ciclos cortos, de

unos diez años, en la evolución de las manchas solares

que condicionan los estados meteorológicos y con ellos

las cosechas, base importantísima en aquella época de la

actividad económica. Intentó confirmar estadísticamente

esta causa de los ciclos en Europa y en otros continentes,

pero no obtuvo resultados concluyentes.

Como ya se ha mencionado, en este campo de

la investigación, el mérito de Jevons no se encuentra en

los resultados, sino en haber abierto el camino para los

estudios econométricos.

B) LA ECONOMÍA COMO CIENCIA

Jevons (1871, pp. 61-81) concibió la economía

como una ciencia matemática, similar a las ciencias

físicas, porque trata sobre magnitudes cuantitativas y

susceptibles de comparación en términos de mayor o

menor que otras de la misma naturaleza.

Para él, la adopción del método matemático no

implicaba necesariamente que los cálculos tuvieran que

ser exactos. Si los físicos, los astrónomos y otros

científicos hubieran tenido que esperar a que sus datos

fueran exactos, antes de aplicar a sus investigaciones las

matemáticas, todavía no se habría superado el estado

precientífico1.

1 O sea, que todavía estaríamos en el estado especulativo previo a la construcción de la verdadera ciencia.

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Según Jevons, muchos economistas aducían

que los elementos con los que trabaja la economía no

son susceptibles de medición. A lo cual replica que eso

es debido a la falta de espíritu inquisitivo y esperanzador

de los investigadores; éstos se echan atrás antes de

afrontar una ardua tarea. Este desánimo del científico no

ha ocurrido en otras ciencias. Como ejemplo expone el

de la electricidad, la cual, en la época de Adam Smith y

los fisiócratas, era un fenómeno vago, del que sólo se

conocía que podía ser mayor o menor, pero no se sabía

ni medir ni calcular; fue unos cuarenta años más tarde

cuando se logró una teoría matemática de la electricidad

mediante la cual se posibilitaron los cálculos exactos de

este fenómeno. Lo mismo ocurrió con la temperatura, la

aceleración de la gravedad y otros muchos fenómenos.

En economía se dispone de muchos datos

estadísticos y más se pueden obtener, pero se requiere

una tarea complicada y falta el método adecuado para

extraer de esos datos la información que conduzca a los

investigadores al descubrimiento científico de la

naturaleza de los fenómenos económicos y las leyes que

los relacionan. El que una tarea sea difícil no debe

arredrar al investigador; al contrario, debe alentarle a

seguir investigando. Por eso, Jevons (1871, p. 74) dice:

“Es incluso difícil de concebir una unidad de placer o

de dolor; pero es el monto de estos sentimientos lo que

está impulsándonos continuamente a comprar y a

vender, a prestar y recibir en préstamo, a trabajar y a

descansar, a producir y a consumir. Y es a través de los

efectos cuantitativos de los sentimientos como tenemos

que estimar sus cantidades relativas. No podemos

conocer o medir la gravedad en su propia esencia más

de lo que podemos medir un sentimiento; pero, de la

misma forma que medimos la gravedad por sus efectos

sobre el movimiento de un péndulo, podemos estimar la

igualdad o desigualdad de los sentimientos por las

decisiones del espíritu humano”.

El método de investigación que Jevons

propone (ibídem, pp. 77 a 81) es el que él llama

“método completo, [...] que combina la observación, la

deducción y la inducción de la manera más completa y

perfecta” (ibídem, p. 77-78). Sin embargo, opina que la

inducción no es sino un caso particular de la deducción,

ya que en realidad es una deducción inversa. También

considera, como otros autores, que la investigación

histórica es un complemento muy importante para la

investigación económica, pero sin que este tipo de

investigación llegue a convertir la economía en una

ciencia histórica.

Aunque él cree que la Economía podría llegar a

ser una ciencia exacta, apoyándose en las estadísticas, no

intenta en su obra más que poner unos cimientos nuevos

en los que asentar la Economía como ciencia y avanzar

una incipiente teoría que la conduzca en la dirección

apropiada para llegar a ser una ciencia exacta.

Estos cimientos son como los principios de

Euclides, y, en comparación con la física, su teoría es

como la mecánica, “la mecánica de la utilidad y el

propio interés” (ibídem, p. 80).

En su intento de asentar los principios de una

nueva ciencia, empieza, al igual que se hace en Física,

por definir un sistema de unidades, del que se deberían

deducir, por combinación de ellas, todas las demás

magnitudes que intervienen en la economía. Su sistema

de unidades se basa en tres fundamentales (ibídem, pp.

110 a 113):

1.- Las mercancías, cuya dimensión puede

designarse por Q.

2.- El tiempo, cuya dimensión puede

representarse por T.

3.- La utilidad, cuya dimensión puede

denotarse por U.

En función de este sistema se deducen otras

magnitudes. Por ejemplo, el consumo o la producción

que, por ser flujos, su dimensión sería QT-1; el efecto

placentero debido a cierta cantidad de mercancía por

unidad de tiempo sería QUT-1; la dimensión del tipo de

interés (ibídem, p. 241 y 242) sería sencillamente T-1,

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ΤΤΤΤ22223333 −−−− 349

porque, siendo el dinero de magnitud Q, de la fórmula

del interés: ∆Q = Qr ∆t, se deduce que r, el tipo de

interés, es: r = ∆Q / Q ∆t, que en dimensiones es T-1; y el

valor no tiene dimensiones (ibídem, p. 124), es un

número abstracto (como el seno y el coseno) porque el

valor siempre es una relación entre dos mercancías:

Q / Q = Q0.

Posemos criticar a Jevons por llegar a este

absurdo. En efecto, el valor es fundamental para la

Economía y tiene que tener una dimensión. Un científico

de la Economía no se puede contentar con considerar

que un elemento indispensable para su ciencia es

adimensional. Esto conduce a pensar que el sistema de

unidades propuesto por Jevons está mal elegido, ni tiene

que constar de tres elementos como el la Física.

C) LA TEORÍA DE LA UTILIDAD

Jevons, debido a su formación matemática y a

la consideración de los buenos resultados que este

instrumento de razonamiento lógico proporcionaba a las

ciencias físicas, intuyó que se podría emplear con

eficacia las matemáticas en los estudios sobre Economía.

En efecto, ésta se ocupa de cantidades relativas a

magnitudes variables y susceptibles de ser relacionadas

funcionalmente, de poder representarse gráficamente y

de aplicarles el cálculo diferencial. Precedentes ya los

había habido, todo consistía en llegar a una formulación

teórica de los principios económicos bajo perspectivas

que pudieran desarrollarse de forma matemática.

Jevons cambió radicalmente el enfoque del

estudio del arduo problema del valor. Abandonó las

teorías objetivas, basadas en el trabajo o las más

generales fundadas en el coste de producción, y adoptó

una teoría eminentemente subjetiva centrada en la

utilidad. Para él “el valor depende enteramente de la

utilidad” (ibídem, p. 67); y la utilidad es la facultad que

tiene “todo aquello [o todo bien] que pueda producir

placer o impedir el dolor” (ibídem, p. 94). Pero a

continuación, nos hace observar que “debemos

guardarnos de restringir el significado de la palabra

con consideración moral alguna. Todo aquello que un

individuo desee o aquello por lo que trabaje debe

suponerse que tiene utilidad para él” (ibídem, p. 94). Y

que: “En Economía no se considera ninguna igualación

de la riqueza por motivaciones caritativas” (ibídem, p.

165). A este respecto Jevons (ibídem, p. 86) rechaza

expresamente la consideración de tres de las siete

circunstancias que Bentham había contemplado como

interventoras en la valoración del placer y del dolor por

parte de cada persona. Jevons (ibídem, pp. 85 y 86) cita

estas siete circunstancias:

1. Su intensidad.

2. Su duración.

3. Su certeza o incertidumbre.

4. Su cercanía o lejanía.

5. Fecundidad, o la posibilidad de un

sentimiento de ser seguido por sentimientos de la misma

naturaleza; es decir, placeres, si es un placer; dolores, si

es un dolor.

6. Pureza, o la posibilidad que tiene de no ser

seguido por sentimientos de naturaleza opuesta.

7. Extensión, o número de personas a las que se

extiende, y que son afectadas por él.

E inmediatamente Jevons (ibídem, p. 86) dice:

“Estas tres últimas circunstancias son de gran

importancia en lo que respecta a la teoría de la moral;

pero no entran en el problema más sencillo y

restringido que intentamos resolver en la economía”.

De este modo, podemos concluir que Jevons

deja sin sustancia el utilitarismo de Bentham, que era el

principio de utilidad, o sumo bien: «la máxima

felicidad para el mayor número de personas». Y además

introduce a la economía en un peligroso sendero, en el

del egoísmo personal, el del todo vale con tal de obtener

una utilidad individual sin tener en cuenta el posible

perjuicio para los demás. El mensaje que Jevons nos

transmite lo podemos resumir en la siguiente frase: ¡Haz

tu bien y no mires a quién! A quién perjudicas; a quién

dejas moribundo y abandonado en la cuneta.

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ΤΤΤΤ22223333 −−−− 350

La Economía, como ciencia social, es decir, de

una sociedad en su conjunto y no como simple suma de

individuos, se refiere a personas que se relacionan entre

sí, y cuya dignidad no se puede vulnerar, no debe excluir

la moral (Cournot, por ejemplo, sí la tuvo en cuenta). La

moral y la ética son fundamentales y la propia sociedad

condena (y llega a sancionar como ilegales) las prácticas

económicas en perjuicio de alguien. De seguir a Jevons,

llegaríamos al absurdo de valorar la utilidad que obtiene

una persona (física o jurídica) que alza sus bienes en

perjuicio de los acreedores; o la de aquélla que añade

alcohol etílico (venenoso para la salud humana) al vino,

porque con ello obtiene más utilidad (gana más dinero);

o, en fin, la de quien mata a un semejante para

apoderarse de sus bienes o heredarle.

Jevons (1871, p. 93) cree que la Economía trata

de “satisfacer nuestras necesidades al máximo con el

mínimo esfuerzo” y que el objeto último de la Economía

es el calculo del placer y del dolor (ibídem, p. 81).

Puesto que el placer y el dolor son consecuencia de las

acciones humanas (o servicios) y de los objetos físicos,

la Economía debe centrar la atención en “la producción

de las cosas necesarias y comodidades corrientes de la

vida, como alimento, ropa, edificios, utensilios,

mobiliario, adornos, etc.” (Ibídem, p. 93).

Para estudiar la economía, Jevons (ibídem, p.

94), en explícita crítica a J.S. Mill por haber centrado la

atención en la producción y considerado el consumo

como derivado de aquélla a través de la distribución,

vuelve a las ideas de Cantillon y de Smith y asentó de

nuevo la economía en el consumo, en “las leyes del

disfrute humano, y que si esas leyes no son

desarrolladas por ninguna otra ciencia, deben ser

desarrolladas por los economistas” (ibídem, p. 95). Las

leyes del consumo descansan en la utilidad y mediante

ésta afrontó el problema del valor y del intercambio; a

continuación extendió el estudio al trabajo, a la tierra y

al capital aplicándoles el mismo instrumento analítico (el

principio de marginalidad) que el empleado en el caso

de la utilidad porque, en realidad, los tres tipos de

retribuciones a que dan lugar esos tres factores (el

salario, la renta, el beneficio del capital fijo y el interés

del capital proporcionado a préstamo) obedecen a la

misma ley en su determinación (ibídem, pp. 62 a 64).

Lo primero que Jevons observó (ib. p. 97) fue

que la utilidad “no es una cualidad inherente”de las

cosas, sino “una circunstancia de las cosas que nace de

su relación con las necesidades humanas”; opinaba (ib.,

pp. 97 y 98), que las distintas unidades de un bien no

proporcionan el mismo "grado de utilidad" (o sea, de

utilidad marginal), sino que éste va siendo cada vez

menor a medida que se posee más cantidad del bien,

hasta llegar a cero; incluso podría hacerse negativo si la

gran cantidad poseída llegara a provocar sufrimientos o

daños al individuo. Más explícitamente dice Jevons (ib.,

pp. 98 y 99): “si sustrajéramos una décima parte de lo

que comemos diariamente, nuestra pérdida sería

pequeña. Ciertamente no perderíamos la décima parte

de la utilidad de la comida para nosotros. Sería dudoso

si llegaríamos a sufrir algún perjuicio en absoluto.” Y

añade: “Si ahora llamamos incremento a cada una de

las décimas partes, [en que podemos dividir la cantidad

de comida que en promedio consume una persona

diariamente] cada incremento de comida es menos

necesario, o posee menos utilidad, que el anterior.” Y

finalmente enuncia: “el grado de utilidad varía con la

cantidad de mercancía, y, en última instancia,

disminuye a medida que esa cantidad aumenta”

(ibídem, p. 103). Este principio equivale a la 1ª Ley de

Gossen, o, en palabras de Jevons (ib. p. 104), este

principio es el “del decrecimiento en última instancia

del grado final de utilidad.” Según esto, distinguió entre

la “utilidad total” y "el grado de utilidad" ligado a cada

porción muy pequeña de bien (en realidad, infinitamente

pequeña) añadida a la cantidad total poseída de un bien.

Para ilustrar sus argumentos utilizó gráficos.

Representaba, en el eje de abscisas, las cantidades del

bien, y en el de ordenadas, el grado de utilidad (u’ en la

Figura «Grado final de utilidad») que al ser una función

continua de la cantidad poseída del bien se representa

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por una línea decreciente; el grado de utilidad equivale a

la altura de cada punto de la curva. La utilidad total sería

el área comprendida entre la curva, la cantidad poseída

del bien (xi) y los ejes de coordenadas. Y el grado final

de utilidad estaría representado por la altura de la curva

en el punto correspondiente a la última porción poseída

del bien (xi en la representación gráfica).

Por consiguiente, si se considera que el grado

de utilidad (u’) es una función continua de la cantidad

poseída del bien x [u’ = f’(x)], la utilidad total (u)

también lo será [u = f(x)] y se tendrá que: “el grado de

utilidad es, en lenguaje matemático, el cociente

diferencial de u considerado como función de x, [es

decir]: u’ = du /dx” (ibídem, p. 102). Pero como

normalmente sólo se necesita tener en cuenta el grado de

utilidad correspondiente al último incremento que ha

sido consumido, es preferible referirse únicamente al

“grado final de utilidad” (ibídem, p. 102).

u’

u

Ox

x i

u’ = f’ (x)

Grado final de utilidad

Además, cuando un individuo dispone de un

bien que puede emplear en varios usos, lo repartirá entre

ellos de forma que “los grados finales de utilidad en los

dos usos deben ser iguales” (ib., p. 108); procediendo

así obtendría su máxima satisfacción o utilidad total.

Este principio equivale a la 2ª ley de Gossen.

Jevons aclara el concepto de esta ley diciendo

que cuando una persona ha empleado una mercancía

entre los dos usos, de una forma concreta, es debido a la

tendencia del ser humano a elegir aquello que le parece

más ventajoso en cada momento y, por tanto, una

distribución distinta no le hubiera proporcionado más

placer. Esto equivale a que si tal persona recibiera una

pequeña cantidad adicional de esa mercancía le sería

indiferente aplicarla a un uso u otro, porque “le

produciría exactamente la misma utilidad en un uso que

en el otro”(ibídem, p. 107). Así, si denominamos “∆u1,

∆u2 los incrementos de utilidad que podrían derivarse

respectivamente del consumo de un incremento de la

mercancía en las dos maneras diferentes, cuando se ha

completado la distribución, deberíamos tener ∆u1= ∆u2;

o bien, si pasaramos al límite, tendríamos la ecuación

du1 / dx = du2 / dy” (ibídem, p. 108). En esta igualdad, x

e y son las cantidades de la mercancía dedicadas a cada

uso. El problema a resolver consistía en maximizar la

utilidad total del individuo estando sujeto a una

restricción, que sólo se tiene una cantidad finita del bien,

o sea: x+y = s, siendo s la cantidad de bien que se posee

y se pretende distribuir entre los dos usos, a cada uno de

los cuales se aplican las cantidades x e y. Hoy se puede

presentar de forma didáctica la solución gráfica de este

problema en la siguiente Figura, que es tan expresiva

que no requiere comentario adicional alguno (salvo que

u’x y la cantidad x se miden desde O hacia la derecha, y

u’y y la cantidad y se miden desde O’ hacia la izquierda).

u’x u’y

O O’x y

x + y = s

Igualdad de las utilidades marginales

Por la forma en que se expresaba Jevons, se

puede decir que no tenía una concepción cardinal de la

utilidad, ya que, según él, "Raramente o nunca podemos

afirmar que un placer es un múltiplo exacto de otro”

(ibídem, p. 75). Además, las utilidades de un mismo bien

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podían ser muy distintas para diversos individuos. En su

teoría, “no se hace en ningún momento el intento de

comparar la cantidad de sentimiento de un espíritu con

la de otro. No veo el modo en que se puedan realizar

tales comparaciones [...] pero incluso aunque

pudiéramos comparar los sentimientos de diferentes

espíritus, no necesitaríamos hacerlo, porque un espíritu

sólo afecta a otro indirectamente” (ibídem, p. 75). “La

teoría se centra en aquellos puntos críticos en que los

placeres son casi, si no iguales” (ibídem, p. 75).

D) TEORÍA DEL VALOR

Jevons (1871, pp. 119 y 120), siguiendo a J.S.

Mill, opina que todo conocimiento sobre asuntos de la

Economía implica tener alguna noción, o teoría, sobre el

valor. En lo que no está de acuerdo con Mill es que en lo

referente a la teoría del valor se haya dicho ya (por los

economistas presentes, actuales o futuros) la última

palabra. La afirmación en tal sentido dicha por Mill

(véase su TEORÍA DEL VALOR, en el Tema 18, Epígrafe 7,

D) es francamente una temeridad. Y esto Jevons lo

asevera rotundamente porque tiene absoluta certeza de

estar construyendo una nueva teoría del valor más

general y perfecta que todas las anteriores.

Jevons aprecia que los economistas han

utilizado la palabra valor con diversos contenidos

conceptuales, lo cual ha originado gran confusionismo.

De entre varios significados de uso corriente del vocablo

valor destaca tres acepciones (ibídem, p. 121):

1. Valor de uso.

2. Estima o urgencia del deseo.

3. Relación de intercambio.

Jevons (ibídem, p. 123) da contenido a estas

tres acepciones de acuerdo con su teoría. Así, considera

las siguientes equivalencias:

1. Valor de uso = utilidad total.

2. Estima = grado final de utilidad.

3. Relación de intercambio = poder adquisitivo

Como puede observarse, la teoría del valor de

Jevons está íntimamente vinculada a su teoría de la

utilidad (recién expuesta en el Subepígrafe C). Y esto es

especialmente evidente en sus dos primeras acepciones

del término valor. Pero en la tercera acepción, la que se

refiere al poder adquisitivo, también lo está, porque

Jevons (ibídem, p. 123) dice: “Sin duda hay una

estrecha relación entre el valor en este sentido [se

refiere al valor en la acepción de estima o urgencia del

deseo, es decir, del valor conferido por el grado final de

utilidad] y el valor como relación de intercambio. Nada

puede tener un alto poder adquisitivo a menos que sea

altamente estimado en sí mismo.”

E) ESTÁTICA Y DINÁMICA

Jevons introduce expresamente el tiempo en

muchas de las variables económicas. Para él estas

variables, como la oferta, la demanda y la producción,

son las variables flujo que actualmente consideramos.

Jevons (ibídem, pp. 110 y 111) nos hace notar que estas

variables no tienen sentido sin su referencia temporal:

“Cien sacos de trigo contemplados meramente en sí

mismos no pueden tener ningún significado importante

para el economista. Si la cantidad es grande o pequeña,

suficiente o excesiva, depende en primer lugar del

número de consumidores a que se destina y, en segundo

lugar, del tiempo que debe durarles.”

Aunque se pueda prescindir del número de

personas mediante el artificio de tener en cuenta a un

prototipo de individuo medio (como el consumidor

promedio), “no podemos librarnos del elemento tiempo.

La cantidad de oferta debe necesariamente estimarse

por medio del número de unidades de mercancía

dividido por el número de unidades de tiempo en que se

va a utilizar.” “Así, en realidad, la oferta no debe

interpretarse como oferta de forma absoluta, sino

como tasa de oferta” (ibídem, p. 111).

Teniendo presente este marco de referencia

temporal, Jevons (ibídem, p. 131) distingue entre

estática y dinámica, porque “la verdadera condición de

la industria es la perpetua movilidad y cambio. Las

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ΤΤΤΤ22223333 −−−− 353

mercancías están continuamente siendo producidas,

intercambiadas y consumidas. Si deseáramos tener una

completa solución al problema en toda su complejidad,

deberíamos tratarlo como un problema de movimiento -

un problema de dinámica-.” Como se ve, para Jevons la

dinámica implica tiempo y flujos; pero infinitesimales,

pues dice: “Nuestras ecuaciones deberían considerarse

entonces ecuaciones diferenciales” (ibídem, p. 132). Su

concepto de la dinámica económica es totalmente el

actual. No obstante, al considerar Jevons mucho más

difícil resolver problemas dinámicos (¡con ecuaciones

diferenciales!) y que era “absurdo intentar abordar la

cuestión más difícil cuando todavía dominamos tan

imperfectamente la más fácil” (ib., p. 131), se centra en

la estática (o sea, en un momento dado del tiempo), en

“las condiciones bajo las que se contempla el comercio

y cesa el intercambio”(ib., p. 132), esto es, determinar

las “cantidades fijas que se intercambian hasta llegar al

equilibrio” (ib., p. 131).

F) LEY DE LA INDIFERENCIA

Jevons decidió efectuar el análisis estático, y,

hasta cierto punto, pudo prescindir del tiempo, porque

ya no le era necesario considerar incrementos

infinitesimales de mercancías (x ó y) con respecto a

incrementos infinitesimales del tiempo (t). Es decir, dejó

de considerar los términos dx /dt ó dy / dt en sus

anunciadas ecuaciones diferenciales. Pero su teoría de la

utilidad (y del valor) se basa en situaciones límite,

aquéllas en las que interviene el último incremento de

mercancía, dx ó dy, en las cuales puede darse un estado

de indiferencia en el grado final de utilidad que

proporcionan dos o más mercancías a intercambiar, o

una a distribuir entre diferentes usos. Así es que el

problema con el que se enfrentaba era eliminar los

términos diferenciales de las mercancías, porque en el

tratamiento estático debía ser suficiente considerar las

cantidades fijas que se intercambian o que se poseen.

Resolvió este problema de una forma muy

ingeniosa (y a la vez razonable) con su ley de la

indiferencia (Jevons, 1871, pp. 129 a 132).

Si en un mercado perfecto se intercambia una

mercancía homogénea no puede haber más de un precio

para esa mercancía. Esto equivale exactamente a que el

precio es único. Si la mercancía es homogénea y el

precio único, no se pueden hacer distinciones entre

cualesquiera de las unidades que componen la

mercancía. Es decir, si se trata de trigo, un grano de

trigo es exactamente igual a otro; y si se trata de carne

de vaca, de una misma pieza y calidad, un gramo de

carne se equipara totalmente a otro. Así, cada unidad

vale exactamente lo mismo que otra: si el precio de una

unidad fuera menor que el del resto, nadie compraría el

resto más caro.

Podemos considerar que un grano de trigo o un

gramo de carne respecto al conjunto al que pertenece

equivale a un incremento infinitesimal (dx ó dy) y el

conjunto a una cantidad fija de mercancía (x ó y). Y si el

precio es único y se intercambia un montón de trigo por

una pieza de carne de vaca, el poder adquisitivo de una

mercancía respecto a la otra, o la relación de

intercambio, tanto entre las cantidades totales como

entre las cantidades infinitesimales tienen que ser

iguales: dy / dx = y / x. Jevons llama a esta igualdad “la

ley de la indiferencia”.

Uniendo dos frases (de las páginas 131 y 132

del libro de Jevons) podemos enunciar del siguiente

modo su ley de la indiferencia: Aunque “la relación de

intercambio es en realidad un cociente diferencial, [...]

en un acto de intercambio los últimos incrementos

deben intercambiarse a la misma relación que las

cantidades totales intercambiadas”.

G) TEORÍA DEL INTERCAMBIO

Jevons (1871, p. 133), partiendo del principio

de la utilidad marginal decreciente, llegó a concluir que

dos personas establecerían un intercambio si la relación

de las cantidades intercambiadas fuera igual al inverso

de las relaciones de sus respectivos grados de utilidad (o

utilidades marginales) simultáneamente para ambas

personas. Es decir:

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ΤΤΤΤ22223333 −−−− 354

Φ1 (a - x) / Ψ1(y) = y/x = Φ2 (x) / Ψ2 (b - y) (6)

expresión en la que:

Φ1 (a - x) es el grado de utilidad (o utilidad

marginal) del bien X para el sujeto 1

Ψ1 (y) es el grado de utilidad (o utilidad

marginal) del bien Y para el sujeto 1

Φ2 (x) es el grado de utilidad (o utilidad

marginal) del bien X para el sujeto 2

Ψ2 (b - y) es el grado de utilidad (o utilidad

marginal) del bien Y para el sujeto 2

a es la cantidad del bien X poseído por el

sujeto 1

b es la cantidad del bien Y poseído por el

sujeto 2

x es la cantidad entregada del bien X por

el sujeto 1

y es la cantidad entregada del bien Y por

el el sujeto 2

a -x es la cantidad del bien X que se queda el

sujeto 1 después del intercambio

b - y es la cantidad del bien Y que se queda el

sujeto 2 después del intercambio

El razonamiento de Jevons es que si el sujeto 1

posee la cantidad «a» del bien X y el sujeto 2 posee «b»

del bien Y, cuando ambos bienes son perfectamente

divisibles, el sujeto 1 entregará una parte infinitesimal

de X a cambio de otra de Y, mientras el decremento de

utilidad por lo que entrega (que, al poseer relativamente

mucho de ese bien, su utilidad marginal es pequeña) sea

menor que el incremento de utilidad por lo que recibe

(que, lógicamente, al no poseer nada de ese bien, su

utilidad marginal es alta); así va aumentando su utilidad

total. Lo mismo le ocurre al sujeto 2, pero a la inversa.

El intercambio, realizado por partículas infinitesimales,

va aumentando sucesivamente la utilidad total de ambos

sujetos, por lo que se proseguirá con él, hasta que la

utilidad marginal de lo entregado y de lo recibido sea

igual para cada sujeto. Esta situación genera la máxima

utilidad total para ambos, ya que de continuar el

intercambio la nueva entrega infinitesimal haría

disminuir la utilidad total alcanzada pues la utilidad

marginal de lo entregado sería mayor que la utilidad

marginal proporcionada por lo recibido, en cuyo caso la

utilidad total empezaría a disminuir, dejando, por lo

tanto, de ser máxima.

Según Jevons, si el sujeto 1, que tiene la

cantidad «a» del bien «X», acaba entregando en total la

cantidad x, se queda con (a - x) y la utilidad de la última

porción infinitesimal entregada será: Φ1 (a - x) ⋅ dx. Esta

utilidad, que es el área de un rectángulo infinitesimal de

altura Φ1 (a - x) y cuya base es dx, se puede comprobar

en la siguiente figura:

Como el sujeto 1, a cambio, recibe en total la

cantidad «y», el último incremento infinitesimal del este

bien le proporcionará la utilidad: Ψ1 (y) ⋅ dy. Puesto que

el intercambio se lleva hasta que ambas sean iguales:

Φ1 (a - x) ⋅ dx = Ψ1 (y) ⋅ dy

se deduce, despejando, que:

dy / dx = Φ1 (a - x) / Ψ1 (y) (7)

Para el sujeto 2 la igualdad de sus utilidades

marginales será: Φ2 (x)⋅dx = Ψ2 (b - y)⋅dy; por lo que,

despejando, se obtiene:

dy / dx = Φ2 (x) / Ψ2 (b - y) (8)

igualando la (7) y la (8) se obtiene la (6), siempre y

cuando se considere que dy / dx = y / x, que es

U`X

Φ1 (a-x)

Φ1 (a-x) dx

a X

dx 0 x

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ΤΤΤΤ22223333 −−−− 355

precisamente lo que opina Jevons, en virtud de lo que él

llama la "ley de indiferencia", o sea, todas las unidades

de un producto homogéneo obtenidas en un mercado, en

un mismo acto de compra, son absolutamente

indiferentes entre sí, no pudiéndose distinguir realmente

cuál es la última adquirida o la primera.

Desde luego, esta teoría constituye un gran

avance; sin embargo, en la actualidad poseemos más

conocimientos sobre este tema, y podemos apreciar que

únicamente con las utilidades marginales, que son

absolutamente subjetivas y difícilmente coincidentes, no

es suficiente para determinar el punto de equilibrio. Su

determinación se facilitaría si se tuviera una condición

objetiva en el mercado independiente de la voluntad de

las partes; esa objetividad la proporciona el mercado a

través de los precios de las mercancías (px, py), de forma

que los valores intercambiados, lógicamente, también

deben ser iguales. Es decir (siendo el valor el producto

de la cantidad de un bien por su precio) x ⋅ Px = y ⋅ Py, se

tendrá que: y / x = Px / Py.

A esta última conclusión también llegó Jevons

(ibídem, p. 199), por lo que siguiendo con su análisis

estableció que (ibídem, pp. 200 y 201):

)y(

xa

P

P

x

y

1

1

y

x

Ψ

) − ( Φ== (9)

Sustituyendo ahora nosotros la relación de

intercambio por el recíproco de la relación de precios en

la doble igualdad (6), se obtendría para cada sujeto que:

Φ1 (a - x) / Px = Ψ1 (y) / Py (10)

Φ2 (x) / Px = Ψ2 (b - y) / Py (11)

Las ecuaciones (10) y (11), que Jevons no las

formuló de forma explícita, son las expresiones de la

versión actual de la 2ª ley de Gossen, o de la igualdad

de las utilidades marginales ponderadas:

y

'y

x

'x

P

U

P

U= (12)

En esta expresión, U’x= Φ1(a - x) y U’y = Ψ1(y).

Para comprobar la generalidad de esta versión actual,

consideremos que U’x = ∆Ux/∆x y que el precio (o

cantidad de dinero pagado por unidad de producto)

entregado por la parte infinitesimal del bien «X» es Px =

∆€/∆x, resultará, sustituyendo estas igualdades en (12),

que, por un lado, U’x/Px=∆Ux/∆€ y, por el otro lado, que

U’y/Py=∆Uy/∆€. Estas dos últimas expresiones significan

la utilidad marginal del dinero aplicado a dos usos, el de

comprar el bien «X» y el bien «Y». Por lo tanto, la (12)

considera un bien general, el dinero, que se usa en

cualquier aplicación, X, Y, Z …, en lugar de considerar

un bien concreto, X, que se emplea en dos usos, Xa y Xb.

Aun así, si lo que se pretende hallar es la

relación de intercambio de equilibrio, ésta no se deduce,

sin lugar a dudas, con las fórmulas anteriores, puesto

que muchas relaciones de intercambio son posibles. En

realidad, hay tantas como las infinitas relaciones de

precios.

Jevons (ib., pp. 150 y ss.) completó su estudio

analizando casos en que intervienen bienes indivisibles.

Cuando esto ocurre es imposible considerar variaciones

infinitesimales del bien y, en consecuencia, no se puede

llegar a valorar los grados finales de utilidad. Entonces

el intercambio se basa en las valoraciones de la utilidad

total, de forma que, al entregar y recibir los bienes, cada

sujeto debe alcanzar una utilidad total mayor que la

inicial. En otras palabras, la utilidad total de lo

entregado tiene que ser menor que la utilidad total de lo

recibido. Por ejemplo, quien entrega una casa a cambio

de dinero (u otro bien) debe obtener más satisfacción

por la recepción del dinero (o del otro bien) que la

pérdida sufrida al desprenderse de la casa. A la vez, a la

otra parte del trato tiene que ocurrirle lo mismo. Pero, en

estas circunstancias, es muy corriente que ambas partes

tengan un margen relativamente amplio en valorar sus

respectivas satisfacciones e insatisfacciones, y, por ello,

dentro de esos márgenes, hay múltiples relaciones de

intercambio posibles que dan origen a la negociación.

Prosiguiendo con el anterior ejemplo, la parte vendedora

no estaría dispuesta a recibir menos de tal cantidad de

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dinero (sea ésta «a»), y la otra parte no estaría dispuesta

a pagar más de otra cierta cantidad de dinero (sea ésta

«b»). Siempre que «b» sea mayor que «a» es factible la

negociación y puede establecerse cualquier relación de

intercambio entre «a» y «b». A esta solución ya había

llegado W. Thornton, según dice Jevons (1871, p. 153)

H) TEORÍA DEL TRABAJO

1. La oferta de mano de obra.

Jevons (1871, p. 183) parte de la apreciación de

Smith sobre el trabajo para definir este concepto. Según

cita Jevons, Smith2 dice: “El verdadero precio de todo,

lo que cualquier cosa cuesta realmente al hombre que

quiere adquirirla, es el esfuerzo y la dificultad de

adquirirla. El trabajo fue el primer precio, la moneda

originaria que se pagó por todas las cosas.”

Jevons cree que lo dicho por Smith “expresa

luminosamente el hecho de que el trabajo es el principio

del proceso tratado por los economistas, al igual que el

consumo es su fin y objetivo.” Acto seguido define el

trabajo de la siguiente forma: “El trabajo es el esfuerzo

doloroso que debemos soportar para evitar sufrimientos

de mayor entidad o para procurarnos placeres que

dejen un saldo a nuestro favor.”

No obstante, Jevons (ibídem, p. 184), que desea

ajustar la definición a sus propósitos, se siente en la

obligación de recalcar las características que debe reunir

el trabajo a efectos económicos:

1º. Que implique esfuerzo o dolor.

2º. Que requiera una compensación.

3º. Que sea físico o intelectual.

4º. Que no se realice por puro divertimiento.

5º. Que no sea completamente resarcido por el

resultado inmediato [sino por la obtención de

un placer en el futuro].

2 La riqueza de las Naciones, Libro I, Cap. V (p. 31).

Bajo estas características el trabajo tiene en su

teoría una connotación de utilidad negativa que debe ser

compensada con la utilidad positiva procedente del fruto

del trabajo. Debido a este propósito, Jevons (ibídem, p.

184) establece una nueva definición, ad hoc, del trabajo:

“es todo esfuerzo doloroso de la mente o del cuerpo

soportado en parte o completamente con vistas a un

bien futuro.” Provisto de este bagaje conceptual Jevons

afronta el estudio de la oferta de trabajo. Supuso (ib. p.

186) que en la producción de un bien los trabajadores

experimentaban inicialmente un desagrado por la propia

incomodidad de la prestación laboral (o desutilidad

marginal), pero luego empezaban a sentir cierto placer

para, a continuación, con la prolongación del tiempo de

trabajo, volver a sentir un malestar creciente. En cambio,

la utilidad marginal del producto obtenido (x) con más

tiempo de trabajo siempre era decreciente.

Expuso gráficamente estas dos apreciaciones

(ibídem, p. 187) según la Figura adjunta, en la que en el

eje de abscisas se representa la cantidad de producto

obtenida según el tiempo de trabajo empleado para ello;

evidentemente, cuanto mayor sea el tiempo dedicado al

trabajo más cantidad de producto se obtiene.

En el eje de ordenadas se representa la utilidad

(o desutilidad) marginal, tanto la proporcionada por la

posesión del producto obtenido (UMx/t) como la debida

al propio trabajo (UMT/t).

UM

XO

b

c

a

UM T/t

UM x/t

Oferta de tiempo de trabajo

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ΤΤΤΤ22223333 −−−− 357

De sus supuestos se deduce que mientras la

utilidad marginal que proporciona el producto, «X»,

obtenido con el trabajo sea mayor que la desutilidad

marginal del trabajo, compensará seguir trabajando más

horas hasta que ambas utilidades marginales sean

iguales, en valor absoluto. Esto ocurre, como se ve en el

gráfico, cuando ab = ac; si la desutilidad marginal del

trabajo fuera mayor que la utilidad marginal del

producto obtenido, ya no compensaría haber trabajado

tanto tiempo. Al actuar así, obviamente, la suma de las

integrales de ambas funciones entre O y a es máxima; es

decir, se obtiene la máxima utilidad total posible.

Es preciso hacer notar que en el razonamiento

de Jevons ambas utilidades marginales se refieren al

número de horas de trabajo (t), pero, como a su vez la

cantidad de producto obtenido es una función dada del

tiempo de trabajo, existe una relación unívoca entre el

tiempo de trabajo y la cantidad de producto, por lo que

sus cantidades pueden sustituirse.

Podemos considerar que esta teoría es muy

limitada, a efectos prácticos, pues se basa, irrealmente,

en que el trabajador es libre para decidir la duración de

su trabajo y que el producto obtenido se lo apropia el

trabajador. Además, la función de desutilidad marginal

del trabajo no tiene que ser tan complicada; con una

función más sencilla y asumible hubiera sido suficiente.

Sin embargo, sirve para el propósito de Jevons que es

mostrar el punto en que dos utilidades marginales se

igualan, o, en este caso, se compensan.

2. La productividad del trabajo.

La producción, como ya se dijo, es un flujo.

Además supone Jevons (1871, p. 188) que el ritmo de

producción es constante, por lo que la producción por

unidad de tiempo es x/t. Pero si el ritmo de producción

no fuera constante, lo relevante sería la variación de la

producción en cada instante del tiempo. Por eso, es

necesario considerar los incrementos de la producción

en relación a los incrementos muy pequeños del tiempo.

O sea, ∆x / ∆t, o, en términos infinitesimales dx / dt.

Las mismas consideraciones hay que hacer en

lo concerniente al trabajo, pero el trabajo se contempla

bajo la perspectiva del sufrimiento que supone el

realizarlo. Es decir, se tiene en cuenta la desutilidad (o

utilidad negativa) que implica el trabajo, que se

designará por «l». Así, si el ritmo de penalidad del

trabajo no es constante habrá que tener en cuenta sus

incrementos con respecto a los del tiempo: ∆l / ∆t; o en

términos infinitesimales dl / dt.

En este contexto, también supone Jevons

(ibídem, p. 189) que existe una relación directamente

proporcional entre el tiempo de trabajo y la cantidad de

mercancía obtenida y que las magnitudes a evaluar y

comparar son las respectivas utilidades marginales del

trabajo y del producto con él obtenido. La recompensa

que proporciona el producto obtenido, en términos de

utilidad, será el resultado de multiplicar la cantidad de

producto marginal (dx / dt) por la utilidad marginal que

proporciona (du / dx). Esto es, (dx / dt) ⋅ (du / dx).

El trabajador llevará su esfuerzo laboral hasta

que ambas utilidades marginales se compensen; es decir,

hasta que sean iguales en valor absoluto:

dx

du·

dt

dx

dt

dl= (13)

Esta expresión equivale, en las funciones más

sencillas y comunes (en las que es posible obtener la

función inversa), a du / dx = dl / dx. Si nos fijamos en

esta última expresión, que es la que nos ofrece Jevons

(ib., p. 190) y que indica la igualdad entre la utilidad

marginal del producto y la desutilidad marginal del

trabajo con el que se ha obtenido dicho producto, y

tenemos en cuenta que más adelante (ib., p. 196) define

la productividad del trabajo como dx / dl, podemos

transformar esta expresión en la siguiente (siempre que

las funciones sean del tipo que antes se ha mencionado):

dx

dudl

dx 1= (14)

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De esta fórmula podemos extraer la conclusión

de que en la mente de Jevons se encontraba la igualdad

entre la productividad marginal del trabajo y la inversa

de la utilidad marginal del producto. Por eso, Jevons

(ibídem, p. 195), en un párrafo verdaderamente muy

oscuro a propósito de la distribución del trabajo entre

dos actividades de producción, dice sin explicación

alguna que:

Idl

dx

dx

du=

1

1 · (15)

Una vez que se ha captado la idea expuesta

anteriormente –pues la expresión (15) se deduce de la

(14) –, ya resulta claro que un individuo que es capaz de

producir dos mercancías x e y, a las que dedica un

esfuerzo laboral de l1 y l2 respectivamente (sujeto a la

restricción de que l = l1 + l2), y que le proporciona cada

una de las mercancías una utilidad de u1 y u2, llevará la

producción de ambas hasta que sean iguales los

productos de las respectivas utilidades marginales por la

productividad del trabajo (Jevons, ibídem, p. 195):

2

2

1

1

dl

dy·

dy

du

dl

dx·

dx

du= (16)

3. La retribución del trabajo.

Jevons (1871, p. 220) nos recuerda (lo que

acabamos de tratar en el Epígrafe anterior) “que el

trabajo se aplicará hasta el punto en que el incremento

de utilidad igualara exactamente el incremento de

sufrimiento en que se incurre al adquirirlo.” Además

supone (presumiblemente en base a su ley de la

indiferencia) que todas las unidades de tiempo de trabajo

deben ser recompensadas por igual. Y por último,

propone que todo el trabajo sea recompensado “con la

tasa de producción dx / dl por el último incremento de

trabajo que aplica”. Es decir, el trabajo debe retribuirse

proporcionalmente a la productividad del trabajo en el

último instante de tiempo tras el cual se deja de trabajar.

Por tanto, si el trabajo total es l, el resultado sería que el

salario es: l⋅ (dx / dl).

El salario, o retribución del trabajo, podemos

concluir, se determina por la productividad marginal del

trabajo, de modo que es igual al número de horas de

trabajo multiplicado por su productividad marginal.

4. Productividad e intercambio.

Jevons (1871, pp. 196 a 201) relaciona su

teoría del intercambio con su teoría del trabajo, que se

basa en la productividad marginal del mismo.

La fórmula (16) podemos transformar en esta:

1

2

2

1

/

/

/

/

dldx

dldy

dydu

dxdu= (17)

Esto significa que la razón entre las utilidades

marginales de dos mercancías es igual al inverso del

cociente de las respectivas productividades marginales

del trabajo empleado para producirlas.

Como en su teoría del intercambio Jevons había

determinado que dos mercancías se cambian una por

otra si reportan al individuo la misma utilidad marginal,

el primer miembro de la anterior igualdad ha de ser igual

al inverso de las cantidades intercambiadas. O sea

(teniendo en cuenta la ley de la indiferencia):

dx

dy

x

y

dydu

dxdu==

/

/

2

1 (18)

Si a esto añadimos que Jevons(ibídem, p. 199)

también tiene presente que los valores de las mercancías

intercambiadas son iguales (siendo Px y Py los precios

respectivos), tenemos que xPx = yPy; o bien, que y /x =

Px / Py.

Uniendo todas estas igualdades obtenemos la

conclusión a la que llegó Jevons (ibídem, p. 201):

Relación de intercambio = y / x =

= inverso del cociente de precios = Px / Py =

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= inverso del cociente de utilidades marginales

= (du1 / dx) / (du2 / dy) =

= cociente de productividades marginales =

= (dy / dl2) / (dx / dl1)

I) TEORÍA DE LA RENTA

Jevons (1871, pp. 215 a 218) nos informa sobre

quiénes fueron los autores que mejor formularon la

teoría de la renta. El descubridor de esta teoría fue

James Anderson en 1777, que la expuso en An Inquiry

into the Nature of the Corn Laws, with a view to the

Corn Law proposed for Scotland. A continuación,

Jevons (ibídem, p. 216) transcribe el pasaje más

importante de Anderson:

“En todo país hay una variedad de suelos, difiriendo

considerablemente de uno a otro en cuanto a fertilidad. Supondremos

ahora que éstos se disponen en diferentes clases, que denotaremos por

las letras A, B, C, D, E, F, etc., comprendiendo la clase A los suelos de

mayor fertilidad, y expresando las demás letras diferentes clases de

suelos, gradualmente decrecientes en fertilidad a medida que se

retrocede en la lista. Ahora bien, como el gasto de cultivar el suelo

menos fértil es tan grande o mayor que el de cultivar el campo más

fértil, se deduce necesariamente que si se puede vender al mismo

precio una cantidad igual de grano, producto de cada campo, el

beneficio de cultivar el suelo más fértil debe ser mucho mayor que el

de cultivar los demás. Y como éste continúa decreciendo a medida que

la esterilidad aumenta, debe suceder con el tiempo que el gasto de

cultivar alguno de los suelos inferiores iguale el valor del producto

total.”

Otro autor que trató correctamente la teoría de

la renta fue James Mill en sus Elements of Political

Economy (1821). La cita que hace Jevons (ibídem, p.

218) de las conclusiones generales de James Mill es:

“Al aplicar capital, o bien a tierras de diferentes grados de

fertilidad, o bien en dosis sucesivas a la misma tierra, algunas partes

del capital así empleado son acompañadas por un mayor producto,

otras por otro menor. La que menos rinde rinde todo lo necesario para

reembolsar y recompensar al capitalista. El capitalista no recibirá más

que esta remuneración por cualquier parte del capital que emplee,

porque la competencia de otros se lo impedirá. Todo lo que se rinde

por encima de esta remuneración podrá apropiárselo el terrateniente.

La renta, por consiguiente, es la diferencia entre el ingreso retribuido

a la parte del capital que se emplea en la tierra con el menor resultado

y el retribuido a todas las demás partes empleadas en ella con un

resultado mayor.”

Jevons apreció que la teoría de Anderson

descansa en realidad en su “ley de la indiferencia”, y

que la teoría de Mill utiliza la terminología de dosis de

capital que en realidad es equivalente al concepto

matemático de incremento que él utiliza. También

considera que hay dos enfoques para afrontar el asunto

de la renta de la tierra: la diferencia de fertilidad de

varios terrenos y el rendimiento decreciente en un

mismo terreno [es decir, lo que en la presente obra se ha

designado como margen extensivo y margen intensivo].

Como para Jevons la teoría de la renta de esos

dos autores es correcta, sólo pretende reformularla bajo

una perspectiva matemática. Para ello Jevons efectúa

una simplificación, que, aunque no es exactamente

adecuada, no introduce una sustancial modificación en

los resultados. Se trata de sustituir los incrementos de

capital por incrementos de trabajo, porque, al fin y al

cabo, el capital ha sido producido por el trabajo.

Jevons (ibídem, pp. 219 a 221) elige el enfoque

del margen intensivo para exponer su versión

matemática de la teoría de la renta, ya que es el que

mejor se presta a este tipo de formulación. Considera

que los rendimientos de la tierra son decrecientes, al

menos a partir de un cierto momento, ante sucesivos

incrementos de trabajo. Ya se ha dicho que Jevons

suprime las adiciones de capital y sólo tiene en cuenta

las de trabajo, pero no deja de hacernos ver (ibídem, p.

216) que en realidad no hay límite definido para los

rendimientos de la producción, porque en la agricultura

se pueden introducir técnicas de cultivo más

perfeccionadas, las cuales irían alejando este límite cada

vez a cotas más elevadas. Pero, en una situación dada,

“el último incremento del producto llegará a registrar

con respecto al trabajo necesario para producirlo una

relación cada vez más pequeña, de tal forma que pronto

se hace, en el caso de toda la tierra, indeseable aplicar

más trabajo” (ibídem, p. 216).

Así, si «y» es la cantidad de producto y «l» la

cantidad de trabajo, define una función de producción

creciente y = P(l), pero cuya productividad, y’ = dy /dl =

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ΤΤΤΤ22223333 −−−− 360

P’(l), es decreciente, tal como se muestra en la Figura

siguiente:

l

a

r

tO

p

P’(l)

y’

m

c

Productividad decreciente de la tierra

Si, como se dijo anteriormente, el trabajo se

retribuye en función de su productividad marginal y ésta

corresponde al punto en que ya no compensa trabajar

más, que en la Figura se corresponde con el punto en

que l = m, tendremos que todo el trabajo aplicado recibe

la cantidad: m ⋅ P’(m) = Om ⋅ pm; o sea, el equivalente

al área del rectángulo Orpm. Sin embargo, la cantidad de

producto obtenido es mayor, ya que equivale al área de

la superficie Oapm, que es igual a:

∫=m

dllPmP0

)(')(

Por consiguiente, la renta será el exceso de la

producción sobre los pagos en retribución al trabajo. Es

decir, si RT representa la renta de la tierra,

RT = P(m) - m ⋅ P’(m)

J) TEORÍA DEL CAPITAL

Esta teoría es la más novedosa en la obra de

Jevons. Para él (1871, p. 223), la teoría del capital es

independiente de la teoría del valor y del intercambio:

“No hay ninguna relación estrecha o necesaria entre el

empleo del capital y los procesos de intercambio [...] es

concebible que pudiéramos tener las ventajas del

capital sin las del intercambio. Un hombre aislado [...]

podría sentir el provecho de unas existencias de

provisiones, herramientas y otros medios de facilitar el

trabajo, aunque imposibilitado del tráfico con otros

hombres.” Por eso dice (ibídem, p. 223): “La

Economía, por tanto, no es únicamente la ciencia del

intercambio o del valor: es también la ciencia de la

capitalización.”

Jevons (ibídem, p. 223) se inspira en David

Ricardo para efectuar su tratamiento del capital, y lo

define (ibídem, p. 224) del siguiente modo: “El capital,

tal como yo lo veo, consiste meramente en el conjunto

de mercancías que se requieren para el mantenimiento

de los trabajadores de cualquier clase o especie

comprometidos en el trabajo.” “La sencilla y crucial

función del capital es permitir al trabajador esperar el

resultado de cualquier labor de larga duración, poner

un intervalo entre el comienzo y el final de la empresa.”

Como puede apreciarse, Jevons nuevamente

introduce el tiempo como un elemento primordial para la

economía. Pero, por si no estuviera suficientemente

realzada esta idea, él mismo nos lo hace notar (ib., pp.

224 y 225) destacando que lo relevante del capital es el

tiempo que se salva durante la producción: “el tiempo

que transcurre entre el comienzo y el final de una labor

es la dificultad que el capital nos ayuda a remontar.”

La principal función que desempeña el capital

es sostener el trabajo anticipadamente a la obtención del

producto. Jevons (ibídem, p. 225) dice: “El capital nos

permite gastar trabajo por adelantado.”

Para explicar esta idea sigue diciendo Jevons

(ibídem, pp. 225 a 227):

“Así para cultivar grano necesitamos remover la superficie

del suelo. Si nos ponemos directamente a la labor y utilizamos los

instrumentos con que la naturaleza nos ha dotado -nuestros dedos-

gastaríamos un enorme volumen de trabajo penoso con muy poco

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resultado. Es mucho mejor, por consiguiente, dedicar la primera parte

de nuestro trabajo a hacer una pala u otro instrumento que nos ayude

en el resto de nuestro trabajo. Esta pala representa tanto trabajo como

el que ha sido invertido, y, por ahora, gastado; pero si dura tres años,

su coste puede considerarse gradualmente retribuido durante esos tres

años. De forma similar, si poseemos un capital mayor, y lo dedicamos

a hacer un arado, que durará veinte años, invertimos al comienzo una

gran cantidad de trabajo que sólo se retribuye gradualmente durante

esos veinte años, [...]. Es mucho más económico al final gastar un

vasto volumen de trabajo y capital en construir una fábrica importante

y llenarla de la mejor maquinaria, que continuará después

funcionando con eficiencia sin par durante treinta años o más. Esto

significa que, además del trabajo dedicado a supervisar el

funcionamiento de las máquinas en el momento en que los bienes se

producen, se ha dedicado una gran cantidad de trabajo desde uno a

treinta, o, como promedio, quince años por adelantado. Este gasto es

retribuido por una anualidad de beneficios que se extiende sobre esos

treinta años. El intervalo que transcurre entre la primera ejecución de

trabajo y el disfrute del resultado se incrementa adicionalmente por el

tiempo durante el cual la materia prima puede permanecer en

almacenes antes de llegar a las máquinas y por el tiempo empleado en

distribuir los bienes a los comerciantes minoristas y a través de éstos a

los consumidores[...].

Diría, por tanto, de la manera más general, que

cualesquiera mejoras que prolonguen el intervalo entre el momento en

que se ejecuta el trabajo y su resultado definitivo o finalidad

conseguida dependen del uso del capital. Y añadiría que éste es el

único uso del capital.”

Conviene que destaquemos tres interesantes

apreciaciones de Jevons. La primera es que un proceso

indirecto de producción es más productivo que otro más

directo. La segunda es que cuanto mayor sea la duración

de ese proceso indirecto más rentable es. Aunque en esta

apreciación siempre podríamos plantear la cuestión (al

menos hoy día en que es fácilmente observable la

rapidez con que las innovaciones tecnológicas se

suceden) de si algunas de las mejoras introducidas en la

producción indirecta no pueden ser más rentables a la

vez que ahorran tiempo. De hecho, en la actualidad toda

innovación tiende a ahorrar tiempo: ¡el tiempo es oro! Y

la tercera es que el gasto efectuado en la inversión del

capital se recupera mediante un flujo de rendimientos a

lo largo del tiempo de vida útil del capital. En resumen,

estas apreciaciones de Jevons equivalen prácticamente al

moderno concepto de la eficiencia marginal del capital,

que es la tasa de beneficio esperado de un bien de

capital, de suerte que se iguale el valor presente del flujo

de rendimientos futuros obtenidos con el capital y el

precio de oferta de éste. (Tal concepto también se trata

en en el Tema 16, Epígrafe 9 y en el Tema 28, Epígrafe

4). Pero Jevons tiene una peculiar forma de comparar el

flujo de rendimientos esperados de la inversión con el

coste de la misma (o con su precio de oferta); en esta

forma de comparación se diferencia su concepto del

moderno: Jevons traslada al futuro las valoraciones a

comparar, en lugar de trasladarlas al presente; es decir,

capitaliza a interés compuesto el coste de la inversión,

en lugar de descontar a interés compuesto la corriente de

los rendimientos esperados. En efecto, veamos lo que

dice Jevons (ibídem, pp. 234 y 235): “Para estimar el

coste real de los artículos al final del periodo, debemos

añadir el interés compuesto, y éste crece de una manera

rápida. Cada libra invertida al comienzo de un negocio

se convierte en 1,63 libras al final de diez años, 11,47

libras al final de cincuenta años y no menos de 130,50

libras al final de un siglo, suponiendo que la tasa de

interés es del 5%. De este modo no puede ser rentable

almacenar vino durante cincuenta años, a menos que

llegue a ser aproximadamente doce veces más valioso

que cuando era nuevo [...].

Si tiene que incurrirse en una carga anual, por

pequeña que sea (por ejemplo el coste de almacenaje y

supervisión), el gasto se eleva de un modo todavía más

alarmante. Así, si el coste de cualquier inversión es una

libra por año, el volumen invertido, con interés

compuesto al 5%, se convierte en 12,58 libras al final

de diez años, 209,35 libras al final de cincuenta años y

le enorme cantidad de 2.610,03 al final de un siglo3.

Casi siempre tendremos que tomar en cuenta tanto el

coste originario como el coste continuo de la inversión.

Así, si un stock de vino por valor de 100 libras se

3 Estas cantidades se obtienen mediante la fórmula:

∑−

− −=

1n

1

n1n

05,0

05,105,105,1

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ΤΤΤΤ22223333 −−−− 362

guardara durante cincuenta años, y el coste de

almacenaje fuera de 1 libra por año, el coste total final

del periodo será 1.147 libras a cuenta del coste

originario y 209,35 por el almacenaje, o en total

1.356,35 libras.”

Y más adelante (ibídem, p. 237) nos dice los

elementos a comparar en el futuro: “Invertir capital es

gastar dinero, o los alimentos y el sustento que el dinero

compra, en la finalización de alguna labor. El capital

permanece invertido o metido en ella hasta que la labor

ha rendido beneficios, equivalentes al primer coste, con

interés.”

Otra interesante apreciación de Jevons (ibídem,

p. 237) es lo que él denominó “capital libre”: “Por

capital libre entiendo los salarios del trabajo, bien en su

forma transitoria de dinero, bien en su verdadera forma

de alimentos y otras cosas necesarias para la vida.” La

importancia de que exista un capital libre radica según

Jevons (ibídem, p. 237-238) en que: “Abundancia de

capital libre en un país significa que hay copiosas

existencias de alimentos, ropas y todo artículo que la

gente insista en tener; que, en resumen, todo está

arreglado de manera que se dispone de abundantes

subsistencias y comodidades de todo tipo sin que el

trabajo se vea muy forzado para proveerlas. En tales

circunstancias, es posible que una parte de los

trabajadores del país pueda ser empleada en obras

cuya utilidad está lejana, y sin embargo nadie sienta

escasez en el momento.”

Este capital libre de Jevons parece ser una

reminiscencia del fondo de salarios que Adam Smith

introdujo en el análisis económico y que tanto fue

utilizado por los economistas clásicos. Pero a propósito

de esto es preciso que reparemos en que Jevons hace un

análisis de la economía real y no monetaria: el valor, el

intercambio, todo prácticamente, lo estudia en términos

reales y la valoración en dinero es introducida en casos

muy concretos, cuando no queda más remedio, pero

siempre refiriéndose a las mercancías que están detrás

del dinero.

K) TEORÍA DEL INTERÉS

El tiempo y las cuestiones subjetivas debidas a

la psicología de los individuos tienen especial relevancia

en la teoría general de Jevons. Pero paradójicamente

pierden esta importancia en lo referente a su teoría del

interés. En ésta las cuestiones subjetivas (que son el

fundamento del valor) no intervienen en la explicación

del tipo de interés. El interés del capital es un fenómeno

existente en la economía que Jevons ni cuestiona ni se

molesta en explicar. Y el tiempo sólo lo utiliza para

comprobar la tendencia al decrecimiento del tipo de

interés con el transcurso del tiempo.

Siguiendo a Böhm-Bawerk (1884, p. 487) a

continuación vamos a examinar las ideas de Jevons que

desaprovechó para explicar el intrincado fenómeno del

interés.

Jevons (1871, p. 89) dice: “La intensidad de

sentimiento anticipado presente debe ser, para usar una

expresión matemática, una función del sentimiento real

futuro y del tiempo que interviene, y debe aumentar a

medida que nos aproximemos al momento de su

realización.” Además añade (ibídem, p. 90): “Este

principio de anticipación ha de tener una gran

influencia en la economía, porque en él se basa toda

acumulación de mercancías para consumir en un

tiempo futuro”[...].

“Al admitir la fuerza del sentimiento

anticipado, nos vemos constreñidos a tomar en

consideración la incertidumbre de los sucesos futuros.

Nunca debemos estimar el valor de aquello que puede o

no puede suceder como si fuera a ocurrir con

seguridad. Cuando es tan probable que yo reciba 100

libras como que no las reciba, la ocasión no vale sino

50 libras [...]”. Y en la página 116 dice expresamente

que:”un sentimiento futuro siempre es menos influyente

que uno presente.” Por este motivo, su cálculo anterior

debe modificarse multiplicándolo por un coeficiente que

represente esta distinta valoración entre el presente y el

futuro.

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Sólo con estas consideraciones ya habría una

base para desarrollar una teoría que justifique el interés,

porque en realidad nos está diciendo Jevons que 50

libras hoy equivalen a 100 en el futuro; y ello depende

de la magnitud del tiempo que ha de transcurrir, de la

valoración subjetiva que se concreta en un porcentaje de

probabilidad a través de la incertidumbre del futuro y de

otra valoración subjetiva para tener en cuenta la

intensidad del sentimiento del goce de un bien futuro

que aumenta paulatinamente a medida que nos

aproximamos a su materialización en ese futuro.

Jevons (ibídem, p. 231), además, recoge la idea

de Senior sobre la abstinencia como fundamento de la

recompensa del capitalista por su sacrificio al invertir en

vez de consumir y gozar de los bienes presentes: “Con

la palabra Abstinencia queremos expresar ese agente

distinto del trabajo y del concurso de la naturaleza cuya

concurrencia es necesaria para la existencia de capital

y que está en la misma relación con los beneficios que

el trabajo con los salarios.” De modo que, continúa

Jevons (ibídem, p. 258), debe “pagarse al capitalista

una fracción apropiada por la remuneración de la

abstinencia y el riesgo.”

A pesar de todas estas consideraciones, que

más bien son sugerencias para afrontar estudios más

completos de la explicación del difícil fenómeno del

interés, Jevons (ibídem, pp. 238 a 240) dedica su

esfuerzo a demostrar las tendencias a la uniformidad del

tipo de interés y al decrecimiento de su tasa a lo largo

del tiempo, en lugar de construir una teoría del interés.

Para ello se apoya en su definición de “capital

libre” (véase el Subepígrafe anterior), pues cree (ibídem,

p. 238) “de la mayor importancia en este asunto [...]

que el capital libre puede emplearse indiferentemente

en cualquier ramo o clase de industria [...]. Los

hombres y familias consumen prácticamente el mismo

tipo de mercancía cualquiera que pueda ser la rama de

la manufactura o comercio con la que se ganen la vida.

Por lo tanto, no hay nada en la naturaleza del capital

libre que determine su empleo en una clase de actividad

antes que en otra. Idénticos salarios, ya nos fijemos en

los salarios monetarios, ya en los salarios reales [...]

sostendrán a un hombre sea éste mecánico, tejedor,

minero del carbón, carpintero, albañil o cualquier otra

clase de trabajador.

Este resultado necesario es que el tipo de

interés sobre el capital libre tendrá y se aproximará

estrechamente a la uniformidad en todos los empleos. El

mercado de capital es como todos los demás mercados:

no puede haber más que un precio por cada artículo a

la vez. Es un caso de la ley de indiferencia [...]. De

acuerdo con esto, [...], el tipo de interés, cuando se

libera de todas las consideraciones de riesgo, dificultad

y demás causas interferidoras, es el mismo en todos los

negocios, y todo negocio empleará capital hasta el

punto en que rinde justamente el interés vigente.” Aquí

vemos un fundamento adicional al concepto de

eficiencia marginal del capital, puesto que se irá

incrementando el capital hasta el límite en que la tasa de

beneficio (o rendimiento esperado de la inversión)

iguale a la tasa de interés.

Jevons (ibídem, p. 239) considera que para un

mismo volumen de trabajo, la cantidad de producto es

una “función continua del tiempo transcurrido entre el

gasto del trabajo y el disfrute del resultado.” A esta

función la designa por F (t). Así es que si se incrementa

el tiempo, la cantidad de producto será F (t + ∆t), y el

incremento del producto será F (t + ∆t) - F(t). Este

incremento del producto se realiza a una tasa temporal

(o ritmo al que se crea este incremento) de

[ F (t + ∆t) - F(t) ] / ∆t.

El tipo de interés será la relación por cociente

entre esta tasa temporal y la cantidad de producto

obtenida en el instante t, que es F(t), pues esta cantidad

de producto equivale a lo que permanece invertido

mientras se amplía el tiempo en ∆t. Por consiguiente, el

tipo de interés (que designaremos por i) será:

)(

1·)()(

tFt

tFttFi

−∆+=

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Si pasamos al límite cuando los incrementos

temporales tienden a cero, el tipo de interés se convierte

en:

)(

)('

tF

tFi =

Podemos apreciar la modernidad de esta

definición del tipo de interés (utilizada actualmente en el

análisis dinámico mediante ecuaciones diferenciales)

porque el numerador equivale a la inversión en términos

diferenciales, o sea, el ritmo al que crece un stock de

capital (I = dK / dt, siendo I la inversión infinitesimal y

K el stock de capital), y el denominador equivale al

stock de capital inicial.

De esta fórmula deduce Jevons que el tipo de

interés tiene que ir decreciendo con el tiempo, puesto

que F (t) aumenta proporcionalmente más que F’ (t). En

efecto, Jevons (ibídem, p. 239) empieza haciendo la

siguiente analogía: “A menos que un cuerpo se mueva

con una velocidad rápidamente creciente, el espacio

sobre el que se mueve en cualquier unidad de tiempo

debe en última instancia hacerse despreciable en

comparación con el espacio sobrepasado desde el

comienzo.” Y termina, ya en el ámbito económico,

diciendo (ibídem, p. 239-240): “No hay razón para

suponer que la industria, hablando en general, sea

capaz de responder con tal producto ampliamente

creciente a la mayor aplicación de capital.” Aunque,

antes (en la p.239) había apuntado una posible salvedad,

“a menos que se puedan encontrar medios de mantener

de forma continua la tasa de incremento.” Precisamente

esto último es lo que hoy observamos, que cada vez las

innovaciones tecnológicas incrementan grandemente esa

tasa, por un lado, y, por otro, disminuyen el tiempo tanto

del intervalo de la abstinencia, como de la vida útil de la

maquinaria, la cual rápidamente queda obsoleta. Aun

así, esta observación sólo se refiere a una economía de

tipo real, como la considerada por Jevons, en la que el

interés también es un fenómeno real. En la actualidad,

por la influencia de Keynes, estamos acostumbrados a

atribuir al interés causas monetarias que distorsionan

enormemente los resultados de un análisis real de la

economía, pese a los esfuerzos de economistas

contemporáneos para minimizar el papel del dinero en la

economía, en un intento desesperado de retroceder al

análisis clásico y neoclásico de la neutralidad del dinero.

4.- LA TEORÍA SUBJETIVA DEL VALOR

En el siglo XVII Locke expuso la teoría de la

propiedad-trabajo con la intención de proteger la

propiedad privada de la arbitrariedad de los gobiernos

absolutistas. De esa teoría se derivaba directamente,

como un corolario, la teoría del valor-trabajo: si los

frutos del trabajo debían pertenecer a quien lo realiza y

su propietario era quien decidía intercambiarlos, en pura

consecuencia lógica, el valor de cambio tenía que ser

proporcional al esfuerzo que costaba obtener esos frutos

(suponiendo, implícitamente, que el tipo de esfuerzo era

homogéneo).

Doscientos años después la propiedad privada

estaba perfectamente asentada, al menos en Inglaterra y

la mayoría de los países de cultura occidental, por lo que

ya no se precisaban justificaciones para poner a salvo la

propiedad de la confiscación injusta por parte de los

gobiernos o de los poderes absolutos. Por otra parte, en

el intercambio era manifiestamente observable que los

precios de las mercancías no eran proporcionales al

trabajo incorporado en su producción. Es decir, la teoría

del valor-trabajo ya no servía para nada, ni como

justificación de la apropiación del fruto del trabajo (pues

quienes trabajaban eran distintos de quienes se

apropiaban el fruto del trabajo) ni como explicación del

valor de los bienes. Es más, se había convertido en una

teoría oprobiosa y contraproducente, ya que, como

habían constatado los socialistas ricardianos y Marx,

evidenciaba la existencia de una plusvalía que no

revertía en quienes verdaderamente realizaban el trabajo

y así llegaba a constituir una palpable prueba de la

explotación.

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El principio de marginalidad se adoptó en el

momento más oportuno, pues resultó ser la válvula de

escape del liberalismo económico sometido a fuerte

presión por los ataques desde varios frentes de otras

concepciones, principalmente la socialista. El nuevo

enfoque teórico, basado en la utilidad y la escasez para

explicar el valor de los bienes en sustitución del trabajo,

permitía mantener la esencia de la propiedad e iniciativa

privadas y se revitalizaba la concepción liberal del

sistema económico y social.

La nueva teoría subjetiva del valor dio un giro

de 180 º a las explicaciones económicas. Ahora, el valor

de los productos se determina por la apreciación

(utilidad marginal) subjetiva de los consumidores puesta

en relación con su escasez relativa; “es la escasez la que

impide la caída del grado final de utilidad” dice Jevons

(ibídem, p. 179). Además, el valor alcanzado por el

producto es el que, a su vez, determina el tipo de

retribución del trabajo empleado en su producción y el

de los demás factores productivos, según su eficiencia

marginal en la obtención del producto (o productividad

marginal). De este modo, ya no es el trabajo quien

determina el valor, sino que “es el valor del producto lo

que determina el salario de los productores”( Jevons,

1871, p. 180 n).

El trabajo sólo interviene indirectamente en el

establecimiento del valor de los bienes a través del coste

de producción; éste influye en la escasez relativa u

oferta, ya que las mercancías muy costosas de conseguir,

por lo general, son las más escasas.

Para Jevons (ibídem, p. 181), la secuencia era:

“El coste de producción determina la oferta;

la oferta determina el grado final de utilidad;

el grado final de utilidad determina el valor.”

Empero, el análisis moderno se inclina más por

la concepción walrasiana de la mutua e instantánea

interrelación, propia del equilibrio general de un sistema

multifuncional, que por la secuencial relación causal de

Jevons.

5.- REACCIONES ANTE LA OBRA DE JEVONS

El libro La cuestión sobre el carbón (1865)

confirió gran fama a Jevons; en cambio, su Teoría de la

economía política (1871) fue acogida con reticencia.

Los discípulos de los clásicos insistieron en la

teoría del valor-trabajo, menospreciando las nuevas

explicaciones de Jevons. Los historicistas consideraron

esta teoría demasiado abstracta porque se basaba en el

razonamiento matemático y, además, con pretensiones

de validez universal; los economistas históricos no

estaban dispuestos a admitir la connotación de exactitud

generalizadora que confieren las matemáticas.

Tal apreciación sobrepasaba las pretensiones,

más modestas, de Jevons; su idea no era tanto la de

llegar a principios de validez universal, como la de usar

un método científico de estudio. Paradójicamente,

Alfred Marshall, que tanto haría más tarde por difundir

el marginalismo, inicialmente criticó con dureza esta

nueva Teoría de la economía política. No obstante, los

méritos de Jevons fueron reconocidos oficialmente y en

1872 (un año después de la publicación de su principal

libro de teoría económica) fue admitido como miembro

de la Royal Society. La Universidad de Cambridge contó

con él como colaborador y en 1880 llegó, por elección,

al cargo de vicepresidente de la Statistical Society de

Londres.

A medida que en el Reino Unido se fueron

conociendo trabajos similares de autores continentales,

la actitud de reconocimiento hacia Jevons se hizo

indiscutible; al fin y al cabo los ingleses podían contar

con el orgullo de haber sido los primeros en publicar una

teoría coherente bajo el principio de marginalidad. Los

precursores no cuentan, pues su reconocimiento es

siempre posterior a la notoriedad que otro autor haya

conseguido con ideas semejantes; es después de hacerse

famoso un investigador cuando se les eleva al rango de

precursores.

La actividad académica de Jevons en el Owens

College y el University College no se prestaba a la

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formación de una escuela de pensamiento, pero algunos

economistas, como Edgeworth y Wicksteed y, hasta

cierto punto Marshall, pueden considerarse seguidores

suyos, aunque no discípulos, fundamentalmente porque

no siguieron incondicionalmente sus teorías.

Francis Ysidro Edgeworth (1845-1926),

procedente de una noble familia anglo-irlandesa, se

educó en Oxford, donde fue profesor desde 1891 hasta

1922, ocupando la cátedra Drummond. También fue

director del Economic Journal, órgano de expresión de

la Royal Economic Society.

Aunque no escribió ninguna obra completa,

publicó muchos artículos periodísticos sobre economía,

abarcando casi todas las materias tratadas por la

Economía; su principal aportación figura en su libro

Psique Matemática (1881).

A Edgeworth todavía se le recuerda, y estudia,

por haber introducido el concepto de productividad

marginal en el tratamiento de los rendimientos

decrecientes, en lugar de la productividad media, que

hasta entonces era la que se consideraba. También por

sus trabajos sobre los números índice, uno de los cuales

lleva su nombre. El índice de precios de Edgeworth es:

)Q + Q( P

)Q + Q( P = I

ti,oi,oi,

ti,oi,ti,

Σ

Y, sobre todo, por sus estudios sobre los

contratos mediante el instrumento analítico conocido

como «la caja de Edgeworth». Esta caja consiste en un

rectángulo en el que se representan gráficamente las

curvas de indiferencia de dos sujetos económicos; para

uno de los sujetos el origen de coordenadas se encuentra

en el extremo inferior izquierdo y para el otro sujeto en

el extremo superior derecho, de forma que la longitud

total en horizontal del rectángulo supone la cantidad

total de un mismo bien disponible para los dos sujetos;

las distancias verticales representan las cantidades de

otro bien distinto del anterior, de forma que las curvas

de indiferencia (convexas hacia su origen de

coordenadas) constituyen, para cada sujeto, el lugar

geométrico de las combinaciones de los dos bienes que

les suponen el mismo grado de satisfacción. En este

aspecto, fue el primer autor en contemplar las curvas de

indiferencia, dentro de la concepción utilitarista del tipo

de la de Bentham y la de Jevons; amplió la función de

utilidad a la consideración de varios bienes poseídos, en

lugar de uno solo. Demostró mediante la curva de

contratos, o lugar geométrico de la tangencia entre las

curvas de indiferencia de dos monopolistas bilaterales,

trazadas entre los límites de la caja de Edgeworth, que

existía una indeterminación en el intercambio (Spiegel,

pp 613 y 614).

Philip H. Wicksteed (1844-1927), teólogo y

pastor de la secta protestante Unitaria, versado en Dante

Allighieri y autodidacta en matemáticas, fue un notable

economista por afición. Escribió Ensayo sobre la

coordinación en las leyes de la distribución (1894), del

que se vendieron ¡dos ejemplares!4; y sin embargo,

ofrece en este libro una meritoria y completa teoría de la

distribución basada en la productividad marginal.

Tuvo la gran habilidad de interpretar en

términos económicos un teorema del eminente

matemático del siglo XVIII, Leonard Euler, relativo a

las funciones homogéneas de primer grado: de una

función a= f(x,y,z), donde se considera que la variable A

depende de las variables X, Y y Z y cuyas cantidades

respectivas son: a,x,y,z, se dice que es homogénea de

primer grado cuando al sustituir todas las variables

independientes (x,y,z) por un mismo múltiplo de ellas,

tal que n (cuyos valores pasarían a ser nx, ny nz), el

valor total de la variable dependiente (a) también queda

multiplicado por dicho múltiplo; siendo así el resultado:

na =f(nx,ny,nz). Entonces, según demostró Euler, se

tendrá que:

A = x ⋅ AX + y ⋅ AY + z ⋅ AZ

siendo AX, AY y AZ las derivadas parciales de la variable

4 Según J.A. Schumpeter (1954, p. 910). Por lo que se ve, Wicksteed en éxito anduvo muy poco a la zaga de Gossen, quien vendió 4 ó 5 ejemplares de su libro, según F. Zweig (1950, p. 14).

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A con respecto a cada una de las otras variables. La

interpretación económica que dio Wicksteed es que A se

refiere a la cantidad de un bien cuya función de

producción depende de los factores X, Y y Z, de forma

que la suma de la cantidad empleada de cada factor

(x,y,z) ponderada por su productividad marginal (es

decir, AX, AY y AZ respectivamente), equivale a la

cantidad producida (esto es, la suma de las cantidades

correspondientes de los factores multiplicadas por su

productividad marginal es igual a la cantidad producida

con su intervención). Este resultado es conocido en

economía como el «agotamiento del producto» cuando

sus factores de la producción son retribuidos con su

respectiva productividad marginal; con mayor concisión

podríamos decir que «la retribución de cada factor con

su productividad marginal “agota” el producto». La

aplicación de este teorema a la distribución del

producto, llevó a Wicksteed a pensar que, como una

función de producción cuyo grado de homogeneidad

fuera 1 representa rendimientos a escala constantes (ya

que a doble –o triple– cantidad de los factores le

corresponde doble –o triple– cantidad de producto), para

que lo del agotamiento del producto fuera cierto se

requería que la producción debería efectuarse a escala

constante, esto es, sin economías o deseconomías de

escala (Spiegel, pp. 614 y 615).

Puesto que, evidentemente, la producción, en la

mayoría de los casos, no se ajusta a funciones de

rendimiento constante, muchos autores discreparon de la

opinión de Wicksteed.

Como el teorema de Euler se da siempre en las

funciones homogéneas de primer grado, se interpretó

que cuando la función de producción se ajusta a una de

ellas, entonces siempre la cantidad de producto obtenido

se igualaría con la retribución de cada cantidad de los

factores según su productividad marginal, sin lugar a

dudas; es decir, como una identidad. En la producción

real, bajo cualquier tipo de función, sólo podía darse el

resultado del agotamiento del producto como igualdad;

esto es, únicamente en el caso de equilibrio de la

producción de la empresa marginal, cuando los ingresos

totales se igualan con los costes totales. Una versión del

teorema de Euler aplicado a la producción es la que se

refiere a los valores: A·PA = x·AX + y·AY + z·AZ; pero

ahora AX, AY y AZ son los valores del producto marginal

de cada factor.

Wicksteed se separó de la tradición inglesa

marshaliana al adoptar el marginalismo de otras escuelas

europeas, la de Viena y la de Lausana (Suiza) y

desembarazarse del utilitarismo benthamista de Jevons

(Spiegel, p. 616).

En su libro El sentido común de la economía

política (1910) inicia una visión de la economía política

bajo la perspectiva de una “intencionada selección entre

las diversas aplicaciones alternativas de los recursos”

para alcanzar la máxima eficiencia (citado por Spiegel,

p. 616). En este mismo sentido se expresaría más tarde

Lionel Robbins (Tema 26) en su Ensayo sobre la

naturaleza y la significación de la ciencia de la

economía (1932), donde afirma que la ciencia de la

Economía estudia “el comportamiento humano en tanto

que relación entre fines y medios escasos que tienen

usos alternativos”, según cita Godelier (p. 60).

Esta definición ha sido muy criticada por

diversas escuelas de pensamiento económico debido a su

excesivo individualismo y mercantilismo, como el

propio Robbins reconoció (como así lo asegura Godelier

en su libro citado, p. 61).

Wicksteed amplió su concepción a cualquier

orden de la vida humana, pues en ella es consustancial la

elección entre posibles alternativas de las cuales la

economía era un caso particular. Esta idea sería

desarrollada por Ludwing von Mises (Tema 24) en su

libro La acción humana: un tratado sobre economía

(1949), con una visión prácticamente económica de todo

tipo de actuación humana. En la actualidad existe una

rama de la filosofía, la «Praxeología» que trata de

elaborar una ciencia general de la actuación humana

(Spiegel, p. 616).

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