i congreso internacional sobre estudios cerÁmicos · en estos momentos: las guerras sucesorias...

31
1601 Resumen El castillo de Villalonso se localiza al noreste del caserío de la localidad epónima, cercana a la ciudad de Toro (Zamora). Se trata de una fortaleza construida a partir de mediados del siglo XV en la que se constatan al menos dos importantes reformas encuadradas muy posiblemente en el primer tercio del siglo XVI. En el interior de esta fortaleza se ha documentado, durante la intervención arqueológica efectuada en el año 2010, un hoyo utilizado, al menos en su fase final, como vertedero y cuya amortización muy posiblemente pueda vincularse con una de estas fases de reforma. Dicha subestructura contenía un abundante conjunto cerámico en buen estado de conservación, que resulta sin duda un excelente ejemplo de los ajuares de mesa y cocina de esta zona castellana en momentos de transición entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna. Se compone de algo más de dos docenas de piezas entre las que destacan algunos platos y escudillas de loza blanca, una serie de escudillas no esmaltadas en algún caso decoradas con finas líneas bruñidas al interior, una jarrita muy fina, de pasta sedimentaria y superficie engobada, con decoración estriada y varias ollas y cazuelas de pastas graníticas. Palabras clave: Zamora, castillo de Villalonso, transición Baja Edad Media-Edad Moderna, ajuar cerámico, loza blanca, cerámica engobada, cerámica común Summary The castle of Villalonso is sited in the north-east of that eponymous locality, close to the town of Toro (Zamora). It is a new fortress built in the middle of the 15 th Century in which was able to establish two constructive alterations, probably made in the first third of the 16 th Century. Inside the courtyard of the castle, during the archaeological intervention in 2010, was found a hole used, at least in its last phase, as a dumping site until it was finally amortized in an alteration phase. That substructure has provided with an abundant set of pottery in good conditions of conservation, which makes up an excellent example of the characteristic dinner service and cooking set of this Castilian area in the period of transition from the Late Middle Ages to the Modern Era. It is a pottery collection made up of more than two dozens pieces, from which stand out some white china plates and bowls; a set of not-glazed bowls, some of them with thin burnished lines decoration; a very fine jug with sedimentary paste and striated decoration in the slipped surface and granite- pasted pots and casseroles. Keywords: Zamora, Villalonso Castle, Late Middle Ages to Modern Era transition, pottery lots, white china, slipped surfaced pottery, common pottery 1 Aratikos arqueólogos, S.L. C/ Estación 37, 2º A. 47004 Valladolid, email: [email protected]

Upload: others

Post on 07-Jun-2020

3 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

1601

Resumen

El castillo de Villalonso se localiza al noreste del caserío de la localidad epónima, cercana a la ciudad de Toro (Zamora). Se trata de una fortaleza construida a partir de mediados del siglo XV en la que se constatan al menos dos importantes reformas encuadradas muy posiblemente en el primer tercio del siglo XVI. En el interior de esta fortaleza se ha documentado, durante la intervención arqueológica efectuada en el año 2010, un hoyo utilizado, al menos en su fase final, como vertedero y cuya amortización muy posiblemente pueda vincularse con una de estas fases de reforma. Dicha subestructura contenía un abundante conjunto cerámico en buen estado de conservación, que resulta sin duda un excelente ejemplo de los ajuares de mesa y cocina de esta zona castellana en momentos de transición entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna. Se compone de algo más de dos docenas de piezas entre las que destacan algunos platos y escudillas de loza blanca, una serie de escudillas no esmaltadas en algún caso decoradas con finas líneas bruñidas al interior, una jarrita muy fina, de pasta sedimentaria y superficie engobada, con decoración estriada y varias ollas y cazuelas de pastas graníticas.

Palabras clave: Zamora, castillo de Villalonso, transición Baja Edad Media-Edad Moderna, ajuar cerámico, loza blanca, cerámica engobada, cerámica común

Summary

The castle of Villalonso is sited in the north-east of that eponymous locality, close to the town of Toro (Zamora). It is a new fortress built in the middle of the 15th Century in which was able to establish two constructive alterations, probably made in the first third of the 16th Century. Inside the courtyard of the castle, during the archaeological intervention in 2010, was found a hole used, at least in its last phase, as a dumping site until it was finally amortized in an alteration phase. That substructure has provided with an abundant set of pottery in good conditions of conservation, which makes up an excellent example of the characteristic dinner service and cooking set of this Castilian area in the period of transition from the Late Middle Ages to the Modern Era. It is a pottery collection made up of more than two dozens pieces, from which stand out some white china plates and bowls; a set of not-glazed bowls, some of them with thin burnished lines decoration; a very fine jug with sedimentary paste and striated decoration in the slipped surface and granite-pasted pots and casseroles.

Keywords: Zamora, Villalonso Castle, Late Middle Ages to Modern Era transition, pottery lots, white china, slipped surfaced pottery, common pottery

1 Aratikos arqueólogos, S.L. C/ Estación 37, 2º A. 47004 Valladolid, email: [email protected]

1602

El castillo de Villalonso se localiza al noreste del caserío de la localidad epónima,

situada, en la provincia de Zamora, a escasos kilómetros al Este de la ciudad de

Toro (fig. 1). Se trata de una fortaleza construida de nueva planta hacia mediados

del siglo XV y finalizada por don Juan de Ulloa y María de Sarmiento, cuyos

escudos heráldicos lucen aún hoy en día sobre la puerta de acceso al interior del

recinto. La primera referencia documental que constata su existencia se remonta

al año al año 1474. Representa la culminación de un dilatado y complejo proceso

histórico como es la articulación del señorío de Villalonso y la consolidación del

mayorazgo de la familia Ulloa en torno a esta localidad zamorana. El edificio fue

declarado Bien de Interés Cultural el 22 de abril de 1949, con categoría de Castillo.

Entre los meses de mayo y julio de 2006 y febrero y abril de 2010 se realizaron

desde nuestro gabinete –Aratikos Arqueólogos, S.L.- y a propuesta de la

Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, como una actuación previa

a la redacción del proyecto de rehabilitación del edificio, dos intervenciones

arqueológicas –la primera ya publicada en sus resultados (Palomino et alii, 2008)-

que han puesto al descubierto una serie de restos vinculados no sólo con la

construcción conservada actualmente –algunas estructuras en el interior del patio,

parte de una torre barbacana, etc.- sino también con una ocupación anterior –una

serie de hoyos al exterior, en el sector Este, cuyos rellenos albergaban conjuntos

cerámicos propios de los siglos XII/XIII- aún no bien definida.

El castillo se define como una estructura de planta cuadrada reforzada con cuatro

cubos almenados en cada uno de sus ángulos y garitones en la zona media de los

lienzos. En la zona Norte se alza la Torre del Homenaje coronada por volados

canes triples sobre los que se disponen las almenas (fig. 2). Tanto la fábrica de la

torre como el resto de la fortaleza son de buena sillería de caliza. La puerta de

acceso, de arco apuntado, se abre en el lienzo noreste. Al interior, en el patio, no se

conservan en la actualidad restos de sus habitaciones, aunque hay constancia de

que en el siglo XVIII aún permanecían algunos de sus lienzos en pie.

Según E. Cooper, que recoge lo apuntado ya en 1987 por Fernando Cobos y Javier

de Castro, esta fortaleza se incluye en un grupo convencionalmente denominado

“escuela de Valladolid”, adscripción que se fundamenta en las similitudes

constructivas y estilísticas que presenta con la fortaleza vallisoletana de Portillo y

1603

la palentina de Ampudia (1991: 223), y dentro de la cual se incluyen también los

castillos vallisoletanos de Torrelobatón, Fuensaldaña, Villavellid, Fuente el Sol,

Foncastín, Villafuerte, la Mota de Medina del Campo –recinto interior- y el

palentino de Fuentes de Valdepero (Cobos y de Castro, 1987: 147). Cooper destaca

igualmente que su construcción se vio favorecida por el hecho de contar con

canteras propias, circunstancia que se manifiesta en la uniformidad del programa

constructivo (Ibídem: 224-225).

Los diversos análisis realizados -documental, histórico-estilístico y arqueológico,

incluyendo este último un estudio de sus paramentos- permiten reconstruir las

líneas maestras en lo que respecta a la evolución del edificio. Se ha constatado así

la existencia de varias fases de reformas –coincidentes en el tiempo con varios

momentos históricos bien definidos en la vida del castillo- que modifican

determinados aspectos funcionales y/o estéticos de la obra de fábrica original. No

es sin duda el objetivo de este trabajo introducirnos en estas cuestiones –que están

siendo objeto por otra parte de un estudio específico que, esperamos, no tardará

en ver la luz-, aunque sí es necesario esbozar en sus líneas maestras este esquema

evolutivo, por la implicaciones que puede tener a la hora de encuadrar el depósito

que alberga el conjunto cerámico que aquí analizamos.

En este sentido, y reconstruyendo pues grosso modo los hitos históricos

principales que han determinado la evolución de la estructura, hay que señalar que

la fortaleza tomará parte activa en dos conflictos bélicos de primer orden acaecidos

en estos momentos: las guerras sucesorias entre la futura Isabel la Católica y

Juana la Beltraneja, en la segunda mitad del siglo XV, a la muerte de Enrique IV

de Trastámara, y la guerra de las Comunidades de Castilla a finales del primer

cuarto del siglo XVI. Tras la primera –en la que el señorío de Villalonso se decanta

por Juana y el bando portugués, que resulta finalmente perdedor en la contienda-

la fortaleza pasa temporalmente a manos de la corona para serle finalmente

devuelto a la ya viuda de Juan de Ulloa, María de Sarmiento, y a sus herederos,

que no parecen acometer reformas de entidad en la fortaleza –quizás por

imposición de la corona-. Sin embargo, una vez recuperado el favor real, el

segundogénito del fundador, Diego de Ulloa, nuevo señor del castillo, realiza en

fechas anteriores a 1521 importantes obras de acondicionamiento defensivo,

destinadas fundamentalmente a la adecuación de murallas, barrera y foso frente a

1604

las nuevas armas de fuego artillero. Tras la Guerra de las Comunidades, en la que

Diego de Ulloa participa activamente en el bando Comunero, la fortaleza pasa

temporalmente otra vez a manos de la Corona. Finalmente previo pago de una

importante suma de dinero y tras recibir el perdón real, el sitio vuelve a manos de

Diego de Ulloa, quién acomete en estos momentos una importante reforma

destinada a la conversión del castillo en palacio-residencia, transformación que

afecta fundamentalmente al aspecto interior de la fortaleza, que sufre importantes

remodelaciones, aunque parece posible vincular también con este momento, y

quizás nuevamente por imposición de la Corona, la desaparición del antemural y

la colmatación del foso.

El hoyo basurero y sus cacharros. Su posición estratigráfica

Uno de los hallazgos más singulares, correspondiente a la campaña del año 2010,

ha sido la documentación en el patio de armas, en un sondeo efectuado en el

interior de la crujía oeste, de un hoyo utilizado al menos en su último momento

como basurero (fig. 3.1-3). Su interior albergaba, en un sedimento con abundante

materia orgánica, restos de fauna y, sobre todo, una interesante colección de

recipientes cerámicos -en torno a las dos docenas-, conservados muchos de ellos

en la totalidad de su perfil. Se trata de un ajuar cerámico compuesto

mayoritariamente por piezas de cocina y, en menor medida, por otras destinadas

al servicio de mesa que, a juzgar por sus características tecnológicas y

morfológicas, podría encuadrarse, como veremos, en momentos muy finales del

siglo XV sino ya en las primeras décadas del siglo XVI.

La posición estratigráfica de dicha subestructura resulta, por sí misma, bastante

reveladora. Se trata así de un hoyo localizado en la base de la secuencia

estratigráfica, excavado en el nivel geológico y situado en la esquina conformada

por la confluencia en el muro de cierre Oeste de la fortaleza de otro lienzo pétreo,

de compartimentación interna del patio, dispuesto en sentido Este-Oeste.

Este espacio así organizado experimentará importantes transformaciones que han

dejado su huella en la estratigrafía. Así, sobre el relleno del hoyo se dispone una

gruesa capa de adobe y tapial, capa que posiblemente haya que interpretar como

parte del derrumbe del alzado del muro de compartimentación de la crujía. Sobre

1605

este muro y su derrumbe se dispone un homogéneo echadizo de nivelación que,

lamentablemente, no ha proporcionado material arqueológico alguno, echadizo

sellado a su vez por una fina capa de ceniza, destinada muy posiblemente a aislar e

higienizar la superficie sobre la que se va a construir. Efectivamente, sobre esta

ceniza se dispone otra finísima capa terrera que sirve de asiento y ligazón a un

pavimento de losetas de barro. Estas dos últimas capas constructivas, cenizas y

base de asiento, sí han proporcionado algunos materiales, no muy abundantes

pero significativos, que aportan una fecha post quem para la construcción del

pavimento que ha de ser posterior a momentos muy finales del siglo XV o más

bien ya, a los comienzos del siglo XVI. Así, en estos depósitos, y junto a una

mayoría de pequeños fragmentos asimilables a las producciones de loza, en su

variedad de medio baño –platos y escudillas-, se localizan aún dos fragmentos

correspondientes a lozas mudéjares, dos de ellas con decoración verde manganeso

y, la última, con esquema –no identificable- en azul cobalto, pieza ésta originaria

muy posiblemente de los alfares levantinos. La perduración de este tipo de piezas

en los comienzos del siglo XVI –en lo que respecta sobre todo a las piezas azul

cobalto y sus adláteres de reflejo dorado- está atestiguada no sólo por la

información que proporcionan las zonas alfareras –sabemos por ejemplo que en

Paterna los hornos permanecen en activo sin cambios aparentes hasta ser

arrasados durante el conflicto de las Germanías (López Elum, 2006: 39)- sino

también por datos que aporta la documentación de la época –en los inventarios de

bienes post mortem de la cercana ciudad de Valladolid, por ejemplo, se menciona

frecuentemente aún la presencia de piezas doradas en las primeras décadas del

siglo XVI (Moratinos y Villanueva, e. p)-.

En definitiva, contamos con un hoyo utilizado al menos en su último momento

como basurero y colmatado en momentos previos a la realización de una serie de

reformas que transforman la distribución interna de la crujía. Así, el murete

transversal asociado al hoyo se amortiza igualmente para disponer, previa

adecuación del terreno, una amplia habitación pavimentada por baldosas (fig. 3.1),

calentada y dividida por una chimenea, y cuya construcción, a juzgar por los

materiales documentados en los echadizos previos, no pudo ser en ningún caso

anterior a los momentos finales del siglo XV o a los comienzos del XVI. Así las

cosas, lógicamente, resulta muy tentador asociar esta fase constructiva con las

1606

reformas que, como ya hemos apuntado, acomete Diego de Ulloa en fechas

posteriores a la guerra de las Comunidades y que determinan la conversión de la

fortaleza primigenia en un castillo con función eminentemente residencial.

Continuando con la lectura estratigráfica de este sector del patio hay que señalar

que sobre este pavimento de baldosas se localizó un nivel de derrumbe y

escombros que contenía un abundante conjunto de materiales correspondientes al

último momento de vida del castillo, a los que hay que unir sin duda aportes

posteriores que encuentran su explicación en la cercana presencia del casco

urbano de la localidad. Estos derrumbes contenían así fundamentalmente, junto a

abundantes molduras de yeso correspondientes a los revestimientos parietales de

las diferentes estancias localizadas en la crujía, un abundante conjunto cerámico

que encuentra su acomodo cronológico en los siglos XVI-XVII –no creemos que

muy avanzado este último-. Contamos así con producciones de loza, esmaltadas en

una o ambas superficies: escudillas y platos fundamentalmente, decorados en

algún caso con trazos esmaltados en verde. Junto a estos se documentan

fragmentos correspondientes a recipientes de cocina de pastas micáceas,

procedentes de los cercanos alfares zamoranos –entre ellas las inconfundibles

piezas de Muelas del Pan, con las superficies bien pulimentadas (Moratinos y

Villanueva, 2006)-, y algunos tipos de cerámica común y engobada, de pastas

marrones o rojizas bien depuradas, entre las que destacan sin duda un tipo de

piezas cerradas, jarras y jarritas fundamentalmente, de pastas rojizas muy finas,

engobe rojizo sobre todo al exterior y decoradas con motivos incisos y con finas

líneas bruñidas verticales, que encuentran un claro paralelo arqueológico en las

denominadas jarras del Patio de los Siete del Palacio de los Condes de Requena en

la vecina localidad de Toro (Larren, 1992) o en algunas de las piezas vinculadas

con el posible alfar de la Cuesta del Negrillo de la misma localidad (Idem, 1991),

piezas éstas que nos resultarán de gran utilidad, como veremos, a la hora de

interpretar algunos de los vasos recuperados en el hoyo.

El ajuar cerámico recuperado en el interior del hoyo

Como venimos señalando, el interior de esta subestructura ha deparado el hallazgo

de algo más de dos docenas de vasos cuyo valor arqueológico y ceramológico

fundamental reside, al margen de en su buen estado de conservación, en el hecho

1607

de formar parte de un contexto cerrado que avala su sincronía. Efectivamente, y a

pesar de que en el interior del hoyo se diferenciaran hasta cuatro depósitos en

función de cambios muy sutiles en la coloración o textura del sedimento, la propia

presencia de fragmentos correspondientes a los mismos recipientes a lo largo y

ancho de la potencia exhumada pone de manifiesto su carácter de vertido

coetáneo. Es evidente, por tanto, que nos encontramos ante los restos de un ajuar

cerámico desechado por los propietarios del castillo en momentos anteriores a la

realización de importantes reformas en la crujía, reformas que, como hemos

sugerido, y a juzgar por los datos con que contamos, podrían vincularse con esa

fase general de transformación que acomete Diego de Ulloa en la fortaleza tras la

Guerra de las Comunidades.

Entrando ya de lleno en el análisis de este ajuar cerámico hay que destacar, en

primer lugar, la presencia mayoritaria de piezas destinadas a los servicios de

cocina y almacén, elaboradas con pastas sedimentarias o, más habitualmente,

micáceas. Estas últimas se encuentran fundamentalmente asociadas a su uso en el

fuego, a juzgar por el aspecto ennegrecido que suelen presentar sus superficies.

Menos abundantes resultan los vasos destinados al servicio de mesa, elaborados

de modo mayoritario en loza o en cerámica engobada.

Una parte importante de los recipientes de cocina y almacén han sido elaborados,

pues, con pastas sedimentarias. Presentan tonalidades marrones, en algún caso

con el alma gris e incluyen finas partículas de mica, caliza y/o cuarzo. Las

superficies se presentan ligeramente alisadas.

En estas pastas se elaboran piezas cerradas. Se han identificado en este sentido

parte de al menos seis recipientes de fondo plano y cuerpo globular, decorado en

algún caso con suave estriado. Contamos en concreto con parte de tres recipientes

de forma no identificable, ya que no se conserva la zona del cuello y borde, y con

otros tres, reconstruidos en la totalidad de su perfil, correspondientes en este caso

a orzas de idéntica morfología (fig. 4.1). Se trata de piezas de fondo plano, cuerpo

globular y cuello marcado que da paso a un corto borde de trayectoria recta

abierta. Un asa de cinta, ancha y aplanada, arranca del mismo labio y alcanza la

zona media-alta de la pared. Dos de ellas presentan unas dimensiones casi

idénticas -21,5 cm de altura, 14 cm de diámetro en el borde y unos 10-11 cm en la

1608

base- mientras que la tercera es más pequeña -18,5 cm de altura, 13,5 cm de

diámetro en el borde y 10 cm en la base-. Esta última presenta además su

superficie muy ennegrecida al exterior, como consecuencia de su exposición al

fuego en la cocina.

En este mismo tipo de pastas sedimentarias, aunque ligeramente mejor depuradas

y compactadas, se elaboran también algunas piezas abiertas destinadas en este

caso al servicio de mesa. Se trata en concreto de cuatro escudillas (fig. 4.2). La

primera, de 15,5 cm de diámetro en la boca, 59 mm en la base y 55 mm de altura,

presenta fondo plano y talonado –con umbo o botón central al interior-, pared

recta abierta, ligeramente cóncava en la parte superior, y corto borde recto de labio

ligeramente engrosado y redondeado. Al interior presenta, en un recurso un poco

a caballo entre lo técnico y lo decorativo, un abigarrado esquema de finas líneas

bruñidas, dispuestas de modo radial (fig. 4.2).

Junto a ésta se documentan otras tres escudillas que presentan un perfil y unas

dimensiones muy similares -8,5/9 cm de altura y 18,5/20 cm de diámetro en el

borde y 8,5-9 cm en el fondo- (fig. 4.2). Se trata de piezas de perfil troncocónico,

de borde recto, pared carenada y fondo plano, ligeramente talonado. Dos de ellas

presentan el borde decorado al exterior con acanaladuras horizontales y paralelas

mientras que la última, de borde ligeramente exvasado –lo que confiere a la pieza

un perfil ligeramente acampanado- se presenta lisa al exterior. Al interior, dos de

ellas presentan líneas bruñidas dispuestas de modo radial, esquema ya

identificado en la primera de las piezas de este tipo descritas. Un último detalle a

apuntar es que uno de estos recipientes presenta una pequeña perforación circular

en centro del fondo, realizada en un momento posterior a la cocción. Da la

impresión por tanto de que el recipiente fue destinado, al menos en el último

momento, a una función para la que no fue concebido en su origen.

El elenco de formas abiertas elaboradas en estas pastas sedimentarias se completa

con parte de un recipiente de amplias dimensiones, que podría identificarse como

un barreño o lebrillo. Se trata en concreto de una pieza de 29 cm de diámetro en la

boca y 14,5 cm de altura, de borde recto, ligeramente invasado en el extremo, labio

engrosado y aplanado y pared recta abierta, ligeramente cóncava al interior en la

parte superior.

1609

La mayor parte de los recipientes de cocina están elaborados, como ya hemos

apuntado, en pastas graníticas, lo que les confiere una gran resistencia al choque

térmico (fig. 5.1). Estas pastas, generalmente ligeras y de tonalidades marrones o

grises, se presentan mal compactadas e incluyen finas y abundantes partículas de

mica plateada. Gran parte de ellas presentan sus superficies perfectamente

alisadas, al interior en las formas abiertas y al exterior en las cerradas, en un

recurso técnico que resulta muy característico, como ya se ha apuntado, de los

alfares zamoranos de Muelas del Pan (Moratinos y Villanueva, 2006, Villanueva, e.

p.).

Contamos en concreto con cinco recipientes tipo olla conservados en gran parte de

su perfil -dos de ellas de medianas dimensiones y las otras tres de menor tamaño-,

a los que hay que añadir algunos otros fragmentos mucho más parciales. Desde el

punto de vista morfológico obedecen a dos modelos básicos. Por un lado contamos

con una pieza conservada en su totalidad –de 17,2 cm de altura y 13 cm de

diámetro- que presenta fondo plano, cuerpo globular y corto borde exvasado de

labio moldurado, con ligera concavidad interior para asentar una tapadera. Un

pequeño fragmento de borde muy parcial parece corresponder a otro recipiente de

idéntica morfología. El otro tipo formal está representado por un recipiente en casi

perfecto estado de conservación –únicamente le falta un asa- y por otras tres

piezas, más parciales, de dimensiones más reducidas. Presentan fondo plano –

únicamente conservado en la pieza de perfil completo- cuerpo globular y borde

recto, de no amplio desarrollo y ligeramente cóncavo al interior. La pieza de

mayores dimensiones -17,5 cm de altura y 12 cm de diámetro- presenta dos asas de

cinta enfrentadas en la parte alta de la pared. Las otras tres piezas sin embargo- de

unos 10 cm de diámetro- parecen haber tenido únicamente un asa.

Tres recipientes bien pueden ser adscritos al tipo cazuela, presentando unas

características formales muy similares, por no decir idénticas. Se trata de piezas

bajas, de fondo plano, pared globular y corto borde recto o ligeramente exvasado,

con el labio decorado con digitaciones o trazos impresos oblicuos. Dos finas asas

enfrentadas arrancan del mismo labio para alcanzar la zona media-baja de la

pared. Dos de ellas conservan la totalidad de su perfil -la primera, completa, está

en un estado de conservación realmente excepcional, presentando unas

dimensiones de 7 cm de altura, 17,5 cm de diámetro en la boca y 13,6 cm en el

1610

fondo. La otra, fragmentada, tiene de 8 cm de altura, 21 cm de diámetro en el

borde y 19 en el fondo-. La última pieza se conserva de modo muy parcial. Sus

dimensiones son 6,5 cm de altura y 19-20 cm de diámetro en la boca.

De modo mucho más esporádico se documentan algunos otros tipos formales

vinculados con los servicios de almacén o, más raramente, de mesa. Contamos así

con la mitad superior de una botella de cuerpo piriforme que remata en un

estrecho gollete cilíndrico y vertical de apenas 2 cm de diámetro, del que arrancan

dos asitas de sección rectangular que alcanzan la zona media-alta de la pared.

Dos son los recipientes tipo jarra conservados. De uno de ellos, de pasta gris,

únicamente se conserva parte de la zona del borde-cuello, de trayectoria recta y

con arranque de pico vertedor, decorada con finas molduras, separadas,

horizontales y paralelas.

El otro ejemplar se conserva prácticamente completo -únicamente le falta un

pequeño sector del asa-. Se trata de un recipiente de 20,3 cm de altura, 8 cm de

diámetro en el fondo y 11 cm de diámetro máximo en el borde. Presenta fondo

plano, cuerpo globular y amplio cuello recto que remata en un borde recto con pico

vertedor trilobulado. Una asita ovalada arranca de la zona media-alta del cuello y

alcanza la zona media de la pared. En esta asa presenta asimismo, a modo de

decoración, dos pequeños botones aplicados de forma alargada.

Por último, y entre los recipientes de mesa, hay que mencionar la presencia de una

escudilla conservada también de modo completo. Se define en este caso como una

pieza de fondo plano, pared hemisférica, ligeramente flexionada o carenada en la

zona alta, y borde recto abierto o ligeramente exvasado, con el labio delimitado al

exterior con acanaladura horizontal. Presenta 6,5 cm de altura y 15 cm de

diámetro en la boca.

El elenco formal recuperado se completa con una serie de fragmentos

correspondientes a un hornillo portátil o anafre, cuya morfología resulta idéntica a

la de las piezas documentadas en la ciudad de Zamora (Turina, 1994: 95, 100) (fig.

5.2). Se trata de una pieza de borde y pared recta, con gruesa parrilla horizontal

perforada, de un diámetro en la base ligeramente superior a los 32 cm. La unión

de la parrilla a la pared se refuerza mediante un grueso cordón aplicado horizontal

1611

decorado con digitaciones. Como consecuencia de su uso, la pieza se presenta

claramente ennegrecida, sobre todo en su mitad inferior al interior. La pasta

presenta características algo más groseras que el resto. Así, junto a las abundantes

partículas de mica plateada, incluye otras de cuarzo o cuarcita de mayor calibre.

Esta pasta ligeramente más tosca se documenta también en un fragmento de pared

de notable espesor, que parece corresponder a un recipiente de almacenamiento

de grandes dimensiones, que se encuentra decorado (o reforzado) con gruesos

cordones aplicados, con digitaciones impresas.

Junto a estas piezas destinadas de modo mayoritario, como hemos visto, a su uso

en cocinas y almacenes, se documentan otras dedicadas al servicio de mesa. Se

trata mayoritariamente de producciones de loza, de pastas sedimentarias o

calcáreas y superficies cubiertas, generalmente sólo al interior aunque en

ocasiones también al exterior, por densos vidriados plúmbeo-estanníferos. Se han

recuperado en concreto cuatro piezas que conservan gran parte de su perfil, a las

que hay que añadir algunos otros fragmentos de reducidas dimensiones.

Corresponden en todos los casos a formas abiertas, tipo plato o escudilla (fig. 6.1).

Se trata básicamente de un conjunto liso, sin decoración.

Las piezas mejor conservadas son los platos. Son recipientes de 22-23 cm de

diámetro, dimensiones moderadas que permiten sospechar un uso vinculado con

el consumo individual de alimentos. Uno de ellos, de 3,5 cm de altura, presenta un

perfil profundo. Se define éste como un plato de pared recta abierta, con ala

marcada únicamente al interior, fondo reforzado con grueso anillo de solero y

borde recto abierto con el labio delimitado al interior por una acanaladura sobre la

que se dispone una banda concéntrica pintada y esmaltada en verde cobre. Otros

dos ejemplares presentan un perfil más plano y abierto, rondando su altura los 3

cm. Se trata de piezas ligeramente más gráciles, de fondo retorneado –rehundido-,

pared recta abierta al exterior, nuevamente con el ala marcada sólo al interior con

arista, y borde en este caso ligeramente exvasado. Uno de estos dos platos presenta

la superficie externa cubierta también con vidriado plúmbeo-estannífero. Esmalte

en ambas superficies presenta también otra de estas piezas de la que se conserva

únicamente parte del fondo –nuevamente retorneado- y el arranque de pared, con

ala marcada al interior.

1612

Algo peor representadas están las escudillas. Se han recuperado fragmentos

correspondientes al menos a tres de estos recipientes, asimilables en todos los

casos a la variedad de medio baño. Se trata de piezas de 14-15 cm de diámetro, de

borde recto, pared hemisférica al interior y ligeramente carenada al exterior y

fondo, cuando se conserva, retorneado. Una de ellas, la mejor conservada,

presenta además un asa de orejeta triangular -con pequeña perforación circular en

el extremo- adosada al borde.

El servicio de mesa se completa con algunas piezas engobadas de fina factura. Se

han recuperado algunos fragmentos amorfos correspondientes al menos a dos

vasos diferentes, a los que hay que otros que forman parte de una jarrita

conservada en la práctica totalidad de su perfil. Son piezas de finas paredes, pastas

rojizas y superficies cubiertas, sobre todo al exterior, por un engobe rojizo sin

brillo. Se presentan en general decoradas con anchas acanaladuras horizontales y

paralelas.

La jarrita conservada en su práctica totalidad presenta 17,5 cm de altura, 5,5 cm de

diámetro en el fondo y 7 cm en la boca (fig. 6.2). Presenta fondo plano, muy

rugoso al exterior, cuerpo piriforme y amplio cuello recto abierto que remata en un

borde también recto y lamentablemente fragmentado que, a todas luces, habría de

presentar un pico vertedor de forma trilobulada. Una pequeña asita de sección

rectangular arranca de la zona media del cuello para alcanzar la parte alta de la

pared. En la zona baja de esta pared, en la transición al fondo, conserva unas leves

abolladuras, impresiones digitales involuntarias marcadas muy posiblemente por

el alfarero durante el proceso de sumergir el recipiente en el baño de arcilla

licuada o engobe con el que está revestido el recipiente. Al exterior, la pieza se

encuentra profundamente decorada con anchas acanaladuras horizontales y

paralelas en la pared y, de modo menos marcado, en el cuello.

En resumen, del interior del hoyo se ha recuperado un completo ajuar cerámico

compuesto básicamente por piezas de cocina y almacén. Se han recuperado así

ollas, orzas, cazuelas, jarras, parte de un anafre y parte también de un lebrillo o

barreño, piezas éstas elaboradas con pastas graníticas y, en menor medida

sedimentarias. El servicio de mesa está representado por platos y escudillas de

loza, más abundante en su variedad de medio baño, jarritas de cerámica engobada

1613

y, en menor medida, por algunas escudillas de cerámica común elaboradas con

pastas graníticas y sedimentarias.

Importante resulta destacar también la presencia en el interior del hoyo, sobre

todo por sus implicaciones cronológicas, de un conjunto de fragmentos de

brazaletes de pasta vítrea de tipo funicular, de tonalidades negra, verde, azul u

ocre, generalmente monócromos, aunque en algún caso se combinan hilos de

diferente tono. Este tipo de piezas, de influencia andalusí, en concreto procedentes

en origen del reino nazarí, no parecen documentarse en esta zona meseteña en

momentos anteriores a la segunda mitad del siglo XV perdurando durante el siglo

XVI e incluso durante el siglo XVII (Balado y Escudero, 2000: 927).

Algunas conclusiones. Hacia la definición de los contextos cerámicos

en la transición a la edad moderna

Como venimos señalando, la importancia del ajuar cerámico descrito radica

fundamentalmente en la sincronía de las piezas que lo componen. Esta

circunstancia adquiere un particular interés si tenemos en cuenta que el periodo al

que remite -últimas décadas del siglo XV o, más bien, primeras del siglo XVI, la

transición pues entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna- resulta aún poco y

mal conocido en la literatura arqueológica, al menos en lo que respecta a los

conjuntos cerámicos que lo definen. Así, en la actualidad, y valorando el estado en

el que se encuentran las investigaciones en este sector castellano y leonés, puede

afirmarse que se ha llegado a un nivel de conocimiento bastante aceptable acerca

de la composición y caracterización de los ajuares tanto de época bajomedieval

como renacentista, sobre todo, en lo que a este último periodo respecta, en lo

relativo a las diferentes series decoradas de tipo talaverano. Sin embargo, entre

ambos momentos, se sitúa un periodo aún mal definido, en el que,

ceramológicamente hablando, parecen solaparse varios fenómenos de compleja

disección: por una parte un claro proceso de cambio y evolución interna -sobre

todo en lo relativo a la loza-, en el que es posible rastrear la influencia de las

producciones polícromas levantinas de los siglos XIV y XV y, por otra parte, una

serie de cambios, difíciles de calibrar en sus inicios en muchos casos, derivados o

propiciados por la llegada de las primeras influencias, exógenas, de las

producciones renacentistas italianas vía Flandes. En la calibración de estos

1614

procesos resulta de vital importancia el análisis de las producciones de loza blanca,

abundante ya, por lo que se conoce, en los últimos contextos de la época

bajomedieval, y receptoras de las primeras influencias renacentistas. Precisamente

uno de los grandes problemas de indefinición del momento, sino el que más,

radica en gran medida en la imposibilidad de diferenciar los distintos hitos de lo

que parece un proceso continuo: ese que, partiendo de las producciones

tradicionales de loza blanca de raigambre mudéjar desembocará en las primeras

series blancas renacentistas.

Ante estas lagunas en la investigación el único camino para el avance en el

conocimiento, entendemos, pasa por el análisis y la publicación, para su

valoración por la comunidad científica, de contextos cerámicos bien datados y

secuenciados que permitan esbozar la composición de estos ajuares así como

definir en la medida de lo posible, los diferentes pasos en el proceso evolutivo que

parece desarrollarse.

Un primer vistazo a las diferentes producciones cerámicas documentadas en el

interior del hoyo del castillo de Villalonso, pone de manifiesto la existencia de una

curiosa mezcla de elementos heredados del mundo medieval y de otros que

parecen consecuencia de una incipiente plasmación de las nuevas ideas

renacentistas. Estas innovaciones afectan fundamentalmente al mundo de la

cerámica de mesa y no tanto a las piezas de cocina y almacén, cuyo carácter,

eminentemente funcional, propicia el mantenimiento de tipos tradicionales. Así

entre las piezas destinadas a estos servicios culinarios, constatamos un importante

conjunto de vasos facturados en pastas graníticas: ollas y cazuelas

fundamentalmente, procedentes de los alfares zamoranos –fundamentalmente de

Muelas del Pan, a juzgar por el característico pulimento de muchas de sus

superficies-, que han estado elaborando piezas de características similares, por no

decir idénticas, al menos desde la Baja Edad Media y hasta tiempos muy recientes

(Turina, 1994, Moratinos y Villanueva, 2006; Villanueva, e.p.). Del mismo modo,

las ollas y orzas elaboradas con pastas sedimentarias presentan tipologías simples,

para las que es posible encontrar paralelos en tiempos bajomedievales,

nuevamente en contextos vallisoletanos o zamoranos. Estos mismos paralelos

pueden aportarse para el lebrillo recuperado, de indudable semejanza con los

1615

incluidos en el Tipo A de los analizados en la vallisoletana calle de Duque de la

Victoria (Villanueva, 1998: 204-205).

Los cambios observados afectan pues fundamentalmente a la vajilla de mesa,

cambios que adquieren un singular interés más que por sí mismos por el hecho de

estar reflejando el desarrollo de nuevas tendencias que afectan al ámbito de las

mentalidades y las costumbres. En este sentido es claro que ya en época

bajomedieval, sobre todo a partir del siglo XV, se estaba produciendo en la

sociedad castellana un proceso de refinamiento en el arte de “vestir” las mesas,

sobre todo en el caso de las más pudientes, proceso reflejado fundamentalmente

en la diversificación y progresivo embellecimiento de unos ajuares en los que la

loza va ganando progresivamente importancia (Moratinos y Villanueva, 2004:

231). Con la llegada del renacimiento estas tendencias se desarrollan

considerablemente, experimentado también importantes modificaciones, de

manera que no sólo se ve acentuado el carácter “social”, o si se quiere de

“representación social”, que conlleva del hecho de reunirse en torno a la mesa sino

que, además, se modifican las costumbres que rigen en ella, con la imposición

progresiva de vajillas y cubiertos de carácter individual, una vajilla en la que se

impone definitivamente además, tanto por su mayor higiene como por las

posibilidades decorativas que su superficie lisa y blanquecina introducían, la loza

estannífera.

Volviendo a nuestro depósito, y al hilo de este discurso, hay que destacar la

convivencia de piezas esmaltadas y no esmaltadas en lo relativo al servicio de

mesa, cuestión muy posiblemente detrás de la que pueden ocultarse importantes

conclusiones cronológicas. Recordemos a este respecto la presencia de esas cinco

escudillas de cerámica común, de pasta sedimentaria o granítica, de perfiles

troncocónicos, que encuentran sus paralelos más directos nuevamente en piezas

de cronología bajomedieval exhumadas en contextos de Valladolid (Villanueva,

1998) o de Zamora (Turina, 1994).

Junto a estos vasos, se documenta ya un importante conjunto de escudillas y

platos de loza, más abundantes en su variedad de medio baño. Se trata

básicamente, como hemos visto, de piezas mayoritariamente lisas, ajenas por

tanto a los esquemas pintados en azul característicos de las lozas talaveranas

1616

plenamente renacentistas, propias de momentos inmediatamente posteriores. El

único esquema decorativo en definitiva es esa línea en verde cobre que delimita el

labio de uno de los platos, tonalidad ésta de clara herencia y raigambre mudéjar.

La morfología de las piezas recuerda en gran manera también a algunas

producciones bajomedievales. Es el caso por ejemplo de esa escudilla de orejetas,

que encuentra sus paralelos más directos entre las escudillas de reflejo dorado o

azul cobalto elaboradas en el área valenciana en el siglo XV, o de los platos, que

presentan el ala marcada únicamente al interior, de manera que la trayectoria de

la pared se mantiene recta al exterior, y para los que pueden mencionarse

idénticos paralelos formales (González Martí, 1945). Asimismo uno de estos platos

presenta el fondo rematado con un grueso anillo de solero, detalle éste también

característico de los tipos mudéjares. Sin embargo sí hay que señalar también la

presencia de algunos pequeños detalles que parecen avanzar ya ideas nuevas. Es el

caso de los fondos retorneados de acusada concavidad, presentes en dos de los

platos analizados, que aportan a las piezas un aspecto mucho más ligero,

circunstancia ésta que se ve acentuada en uno de ellos por el carácter exvasado del

borde. Un dato importante, a nuestro juicio, de cara a valorar la implantación de

los nuevos modelos renacentistas, con la consiguiente transformación de la

sociedad que los produce, se deriva del tamaño de estos platos. Y es que, como ya

hemos apuntado, se trata de ejemplares de dimensiones no muy amplias -21/22

cm- bien alejados ya por tanto de los módulos de las piezas medievales –mucho

mayores-, lo que parece hablar ya de un uso individual acorde con las nuevas

costumbres en la mesa.

Un último tipo cerámico adquiere un valor fundamental a la hora de entender el

contexto cronocultural del conjunto. Nos referimos en concreto a esas piezas de

factura cuidada, de finas paredes rojizas de pastas depuradas entre las que destaca

esa jarrita decorada con acanalados. Los paralelos para este tipo cerámico no

resultan muy directos, aunque sin duda hay que señalar que, tanto por el ligero

espesor de sus paredes como por la finura de su acabado, ha de vincularse con una

serie de recipientes de superficies mayoritariamente engobadas que comienzan a

proliferar en los contextos arqueológicos de época moderna2. En concreto, y

2 La presencia de piezas de similares características está bien atestiguada por ejemplo en varios contextos exhumados en

la ciudad de Valladolid (Moreda, Nanclares y Martín, 1991: 245, 247, 275-282) o de la cercana villa de Toro (Larrén,

1991, 1992)

1617

limitando más el campo de estas semejanzas, hay que destacar la similitud que en

cuanto a concepto, tecnología y rasgos formales generales, presenta con las jarras

exhumadas en el cercano Patio del Siete del Palacio de los condes de Requena, en

la ciudad de Toro, por más que éstas últimas presenten perfiles más estilizados y

complejos, acordes a la posterior cronología que se las supone3. Piezas de estas

características, idénticas pues a las exhumadas en el Patio del Siete, se han

documentado también, recordemos, en el patio de este castillo de Villalonso, en el

nivel de derrumbe que se dispone sobre el pavimento de baldosas de barro

vinculado, si nuestras suposiciones son ciertas, con la reforma efectuada por Diego

de Ulloa tras la Guerra de las Comunidades. Esas jarras del Patio del Siete, de

pastas y engobes rojizos y decoración en forma de líneas bruñidas e incisas, han

sido relacionadas en recientes investigaciones con los denominados “barros de

Toro” (Moratinos y Villanueva, e. p.), mencionados en la documentación al menos

a partir de momentos avanzados del siglo XVI, y a esa tradición tan extendida y

documentada en la España de finales del XVI o ya del XVII, de los ”barros para

beber”, barros en los que se consumía agua, frecuentemente aromatizada y que, en

ocasiones, podían incluso llegar a ser ingeridos en los ambientes más refinados de

la época.

Lógicamente con esta disertación no pretendemos sugerir una cronología tan

avanzada para nuestra jarrita, pero sí creemos que éste ha de ser en marco

interpretativo para su análisis, habiendo de entenderla pues casi como una

primera fase, o más bien como el prólogo, de este nuevo concepto de vaso. En este

sentido parece evidente que, tanto por sus características morfológicas como,

sobre todo, formales, resulta una pieza ya bastante ajena a las tradiciones del

mundo medieval, a pesar de que, curiosamente, presenta el fondo irregular,

claramente “pegado” en un momento posterior al levantamiento del resto de vaso,

en un recurso técnico idéntico al constatado en los vasos bajomedievales

vallisoletanos (Villanueva, 1998: 166). Excluyendo este aspecto, el vaso anuncia

características que estarán perfectamente asentadas ya en contextos de época

moderna, entre los que destaca ese cuidado técnico en su elaboración, que conlleva

no sólo la finura de sus paredes sino también el perfecto regularizado conferido

3 Fueron datadas en su día, de modo un tanto provisional ante la falta de un contexto arqueológico claro, en el siglo XVII

(Larrén, 1992: 72-73). Actualmente, por los datos que van conociéndose en la localidad toresana parece que podrían

abarcar también parte de la centuria anterior.

1618

por el torneado. En este sentido la pieza podría resultar un digno antecesor de las

jarras del Patio del Siete, facturadas pues décadas después siguiendo unas

premisas muy similares.

En definitiva, el ajuar analizado presenta, en su conjunto, unas características muy

precisas que en parte resultan deudoras de los tiempos medievales y en parte

anuncian los nuevos tiempos modernos. A pesar de su escasez sí contamos con

algunos contextos excavados en otros puntos del interior peninsular que resultan

similares al nuestro y que parecen reflejar por lo tanto un ambiente semejante. Se

trata en concreto de los materiales documentados en el silo nº 6 de la vallisoletana

casa de Galdo (Moreda et alii, 1991), de algunos otros procedentes de los también

vallisoletanos alfares del barrio de Santa María (Moreda et alii, 1998; Moratinos y

Villanueva, 2003), de un conjunto de materiales documentados en el relleno del

foso del castillo de Valencia de Don Juan, en la provincia de León (Gutiérrez y

Benéitez, 1997), de los documentados en una serie de vertidos dispuestos de modo

secuencial en un área de vertedero en la ciudad de León, en el centro cultural

Pallarés (Miguel y García, 1993), de los recuperados, en sectores peninsulares más

meridionales, en una reciente intervención efectuada en Buitrago de Lozoya

(Madrid) y en el ex convento de Santa Fe, en Toledo (Presas et alii, 2009) o de las

secuencias publicadas por Portela, obtenidas básicamente de la excavación de un

área de vertedero en Talavera de la Reina (1996: 10-11; 1997: 111-112, 1999: 329-

330). En estos enclaves se ha detectado fundamentalmente la presencia de lozas

blancas, encuadradas de igual manera en momentos algo imprecisos entre finales

del siglo XV y comienzos del XVI, piezas que conviven con producciones de uso

común e incluso en algún caso, como en la vallisoletana Casa de Galdo y en el foso

del castillo de Valencia de Don Juan, con fragmentos correspondientes a

producciones engobadas de fina factura, muy similares a las nuestras.

Resulta claro, a partir de estos hallazgos, a los que viene a contribuir muy

significativamente el ajuar recuperado en el castillo de Villalonso y que aquí hemos

analizado, que los contextos correspondientes a los últimos momentos de la Edad

Media y al comienzo del siglo XVI adquieren, al menos en estos sectores del

interior peninsular, unos rasgos muy precisos, que vienen definidos

fundamentalmente por el gran desarrollo que experimentan las producciones de

cerámica vidriada, sobre todo lozas blancas, que, en lo relativo a las formas

1619

abiertas del servicio de mesa –platos y escudillas fundamentalmente- comienzan a

suplantar a las producciones cerámicas no esmaltadas. Estas piezas, realizadas en

talleres de la zona, como se pone de manifiesto en el caso de Valladolid (Moreda et

alii, 1998; Moratinos y Villanueva, 2003), de Talavera (Moraleda et alii, 1992) o, a

todas luces, a juzgar también por su tradición alfarera, de Toledo, reciben su

influencia de las últimas producciones de lozas polícromas procedentes del área

valenciana y, en un momento algo indeterminado también, de las primeras lozas

renacentistas. Definir claramente en cada caso el carácter de estas perduraciones y

el modo, cauce y tiempos en que se plasman estas influencias renacentistas en el

mundo de los vasos cerámicos se antoja sin duda uno de los retos fundamentales

que la ceramología en particular y la arqueología medieval y moderna en general

tiene planteados en estos momentos.

Por último se hace necesario sin duda intentar concretar algunos datos acerca de

la contextualización de este hallazgo dentro de la historia evolutiva del castillo,

historia esbozada en sus líneas maestras en la introducción de este estudio.

Resulta evidente, a nuestro juicio, que uno de los mayores atractivos de la

investigación arqueológica de épocas históricas avanzadas estriba precisamente en

la posibilidad de contrastar, aunar y articular los datos procedentes de ambos

discursos –histórico y arqueológico- en aras a la redacción de una única narración

que nos acerque del modo más veraz posible a la realidad que intentamos

reconstruir. En el caso del castillo de Villalonso ha sido posible contrastar así

datos documentales, artístico-estilísticos con otros aportados por la lectura de

paramentos y por la propia excavación estratigráfica del subsuelo. En el caso de la

subestructura que nos ocupa –y de su relleno-, la articulación de toda esta

información ha permitido determinar su correspondencia con un momento

antiguo dentro de la evolución de la vida del castillo, momento que ha de resultar

anterior a todas luces, como ya hemos expuesto líneas arriba, a la gran reforma

acometida por Diego de Ulloa en momentos posteriores a la Guerra de las

Comunidades. Lógicamente la pregunta que se plantea -y que, de modo

consciente, no hemos resuelto a lo largo de este artículo- es cuánto más antigua

resulta la estructura del hoyo, o al menos del relleno que la colmata, con respecto a

la reforma que determina su amortización y sellado. ¿Estamos así ante un ajuar

cerámico desestimado en momentos inmediatamente previos a la gran reforma de

1620

Diego de Ulloa tras la Guerra de las Comunidades?, ¿podríamos precisamente

justificar este vertido por el desarrollo de esta importante reforma? ¿O podríamos

sospechar quizás su correspondencia con un momento anterior?, ¿hablaríamos

entonces de los momentos inmediatamente anteriores al impás marcado por la

Guerra de las Comunidades o podríamos sospechar incluso que se remonte a los

tiempos de María de Sarmiento? Muchas preguntas sin duda para las que hoy por

hoy no encontramos respuestas certeras, más aún teniendo en cuenta las

imprecisiones cronológicas en las que, como hemos visto, nos movemos aún con

este tipo de materiales cerámicos. Baste en este sentido, al menos de momento,

con confirmar el dato de que al menos este vertido, y con él lógicamente las piezas

que contiene, ha de encuadrarse en una horquilla cronológica que oscila entre la

última década del siglo XV –no creemos que pueda remontarse mucho más atrás-

y el primer tercio de la siguiente centuria.

1621

BIBLIOGRAFÍA

BALADO PACHÓN, A. y ESCUDERO VELASCO, C. (2001): “Brazaletes de vidrio de influencia andalusí procedentes del castillo de Portillo (Valladolid)”, Actas V Congreso de Arqueología Medieval Española. Valladolid, 1999. Volumen 2. Valladolid, pp. 923-930.

COBOS GUERRA, F. Y CASTRO FERNÁNDEZ, J. J. (1987): “Los castillos señoriales de la escuela de Valladolid: Una tipología arquitectónica para un grupo social”, Actas del Congreso de Medievalismo y Neomedievalismo en la arquitectura española. Ávila, pp. 147-164.

COOPER, E. (1991): Castillos señoriales en la Corona de Castilla. Vol. I.2. Salamanca.

GONZÁLEZ MARTÍ, M. (1944): Cerámica del Levante español. Siglos medievales. Barcelona.

GUTIÉRREZ GONZÁLEZ, J.A. y BENÉITEZ GONZÁLEZ, C. (1989): “La cerámica medieval en León”, Gutiérrez, J. A. y Bohigas, R. (Coords. y Eds.) La cerámica medieval en el norte y noroeste de la Península Ibérica. Aproximación a su estudio. Madrid.

GUTIÉRREZ GONZÁLEZ, J.A. y BENÉITEZ GONZÁLEZ, C. (1997): “Aportaciones al repertorio cerámico bajomedieval castellano-leonés: las producciones de Valencia de Don Juan”, La céramique médiévale en Méditerranée. Actes du 6º congrès, Aix-en-Provence 13-18 novembre 1995. Aix-en-Provence, pp. 539-548.

LARRÉN IZQUIERDO, H. (1991): “Hallazgos cerámicos en la ciudad de Toro”, Anuario del Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo, pp. 75-113.

LARRÉN IZQUIERDO, H. (1992): “Hallazgos cerámicos en la ciudad de Toro (II): El conjunto del Patio del Siete”, Anuario del Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo, pp. 163-174.

MIGUEL HERNÁNDEZ, F. y GARCÍA MARCOS, V. (1993): “Intervención arqueológica en el Centro Cultural Pallarés (León)”, Numantia 4, Arqueología en Castilla y León, pp. 175 y ss.

MORALEDA OLIVARES, A., MAROTO GARRIDO, M. y RODRÍGUEZ SANTAMARÍA, A. (1992): “De lo mudéjar al Renacimiento en la cerámica de Talavera de la Reina”, Actas de las primeras Jornadas de arqueología de Talavera de la Reina y sus tierras. Toledo, pp. 215-235.

MORATINOS GARCÍA, M y VILLANUEVA ZUBIZARRETA, O. (2003): “Los alcalleres moriscos vecinos de Valladolid”, VII Congrès Internacional sur la Céramique Médiévale en Méditerranée. Thessaloniki, 11-16 Octobre 1999. Actas. Atenas, pp. 351-362.

MORATINOS GARCÍA, M y VILLANUEVA ZUBIZARRETA, O. (2004): “El artesanado del barro en Toro durante la época moderna”, Studia Zamorensia, Segunda Etapa, Vol. VII: 229-246.

1622

MORATINOS GARCÍA, M y VILLANUEVA ZUBIZARRETA, O. (2006): La alfarería en la tierra de Zamora en época moderna. Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo. Cuadernos de investigación 28.

MORATINOS GARCÍA, M y VILLANUEVA ZUBIZARRETA, O. (e.p): “Usos, modas y cambios: el gusto por los ‘Barros de Portugal’ en la Cuenca del Duero y sus réplicas hispanas durante el Antiguo Régimen”, Cerâmicas Portuguesas Finas dos Sécalos XVI e XVII (Tradiçaô, Manierismo e Barroco) VI Encontro de Olaria Tradicional de Matosinhos. Ediçao da Câmara Municipal de Matosinhos. Gabinete de Arqueología e Historia.

MOREDA BLANCO, J., FERNÁNDEZ NANCLARES, A. y MARTÍN MONTES, M.A. (1991): “Excavaciones de la Casa Galdo. Valladolid”, G. Delibes, E. Wattenberg, Z. Escudero y J. del Val (coords) Arqueología urbana en Valladolid. Valladolid, pp. 231-292.

MOREDA BLANCO. J., MARTÍN MONTES, M. A., FERNÁNDEZ NANCLARES, A. y GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Mª L. (1998): El Monasterio de San Benito El Real y Valladolid. Arqueología e Historia. Valladolid.

PALOMINO LÁZARO, Á. L., MORATINOS GARCÍA, M., ALONSO RUÍZ, B. ET ALII. (2008): “Villalonso un castillo señorial en la campiña toresana, a la luz de la investigación arqueológica”, Anuario 2006 del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, pp.51-75.

PLEGUEZUELO, A. (2002): “Luces y sombras sobre las lozas de Talavera”, A. Pleguezuelo (Coord.) Lozas y Azulejos de la Colección Carranza. Vol. I, pp. 229-272. Albacete.

PORTELA HERNÁNDO, D. (1996): “Nuevas aportaciones al origen de las lozas estanníferas talaveranas”, Revista Alizar Asociación Amigos Museo de Cerámica Ruiz de Luna, pp. 10-11.

PORTELA HERNÁNDO, D. (1997): “Las series talaveranas “jaspeada”, “salpicada” y “blanca”. Los juguetes”, Boletín de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología, 37, pp. 111-120.

PORTELA HERNÁNDO, D. (1999): “Apreciaciones sobre la evolución de “Las Talaveras”. Siglos XVI al XX”, Boletín de la Sociedad Española de Cerámica y Vidrio, pp. 329-334.

PRESAS, M. Mª, SERRANO, E. y TORRA, M. (2009): “Materiales cerámicos estratificados (siglos IX-XVI) en el Reino de Toledo”, J. Zozaya, M. Retuerce, M.A. Hervás y A. de Juan (eds.) Actas del VIII Congreso Internacional de Cerámica Medieval. Ciudad Real- Almagro del 27 de febrero al 3 de marzo de 2006. Ciudad Real, tomo II, pp. 805-824.

TURINA GÓMEZ, A. (1994): Cerámica medieval y moderna de Zamora. Monografías de Arqueología en Castilla y León 1. Junta de Castilla y León, Diputación de Zamora e Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo. Zamora.

1623

VILLANUEVA y ZUBIZARRETA, O. (1998): Actividad alfarera en el Valladolid bajomedieval. Studia Arqueológica, 89. Valladolid.

VILLANUEVA y ZUBIZARRETA, O. (e.p.): “La ollería y alcallería en la cuenca del Duero a lo largo de la Edad Media y Moderna”, J. Coll (coord.) Manual de Cerámica Medieval y Moderna. Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid.

1624

Fig. 1. Localización de Villalonso en Castilla y León y en la zona Oeste de la provincia de

Zamora en su límite con Valladolid.

1625

Fig. 2. Castillo de Villalonso. Ortofoto y planta.

1626

Fig. 3.1. Patio de armas. Crujía Oeste. Suelo de baldosas. Remodelación que cubre la

estructura del hoyo.

Fig. 3.2. Hoyo vertedero.

1627

Fig. 3.3. Estructura del hoyo durante el momento de su excavación. Recipientes

cerámicos.

Fig. 4.1. Ollas de pasta sedimentaria.

1628

Fig. 4.2. Escudillas de pasta sedimentaria.

1629

Fig. 5.1. Piezas de pastas graníticas. Ollas, botella, cazuela, escudilla y jarra.

Fig. 5.2. Anafre u hornillo portátil de pasta granítica.

1630

Fig. 6.1. Platos y escudilla de loza.

1631

Fig. 6.2. Jarrita engobada con decoración estriada.